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SEMINARIO TEORIAS DE DESARROLLO Y SUSTENTABILIDAD

Prof: A.M Fernández Equiza


Texto Nro 14
Enrique Leff
LA CAPITALIZACION DE LA NATURALEZA Y LAS ESTRATEGIAS FATALES DEL
CRECIMIENTO INSOSTENIBLE

Las estrategias de apropiación de los recursos naturales del Tercer Mundo en el marco de la
globalización económica han transferido sus efectos de poder al discurso del desarrollo sostenible. Ante la
imposibilidad de asimilar sus propuestas críticas, la política del crecimiento sostenible va desactivando,
diluyendo y pervirtiendo el concepto de ambiente y burlando las condiciones de sustentabilidad del proceso
económico.
Si en los años setenta la crisis ambiental llevó a proclamar el freno al crecimiento antes de alcanzar el
colapso ecológico, en los años noventa la dialéctica de la cuestión ambiental ha producido su negación: hoy
el discurso neoliberal afirma la desaparición de la contradicción entre ambiente y crecimiento. Los
mecanismos de mercado se convierten en el medio más certero y eficaz para internalizar las condiciones
ecológicas y los valores ambientales al proceso de crecimiento económico. En la perspectiva neoliberal, los
problemas ecológicos no surgen como resultado de la acumulación de capital, ni por fallas del mercado, sino
por no haber asignado derechos de propiedad y precios a los bienes comunes. Una vez establecido lo
anterior, las clarividentes leyes del mercado se encargarían de ajustar los desequilibrios ecológicos y las
diferencias sociales: la equidad y la sustentabilidad.
El discurso dominante busca promover el crecimiento económico sostenido, negando las condiciones
ecológicas y termodinámicas que establecen límites a la apropiación y transformación capitalista de la
naturaleza. La naturaleza está siendo incorporada así al capital mediante una doble operación: por una parte
se intenta internalizar los costos ambientales del progreso; junto con ello, se instrumenta una operación
simbólica, un "cálculo de significación" que recodifica al hombre, la cultura y la naturaleza como formas
aparentes de una misma esencia: el capital. Así, los procesos ecológicos y simbólicos son reconvertidos en
capital natural, humano y cultural, para ser asimilados al proceso de reproducción y expansión del orden
económico, reestructurando las condiciones de la producción mediante una gestión económicamente
racional del ambiente.
La ideología del desarrollo sostenible desencadena así un delirio y una inercia incontrolable de
crecimiento. El discurso de la sostenibilidad aparece como un simulacro que niega los límites del
crecimiento para afirmar la carrera desenfrenada hacia la muerte entrópica. El neoliberalismo ambiental
pareciera apartarnos de toda ley de conservación y reproducción social para dar curso a una metástasis del
sistema, a un proceso que desborda toda norma, referente y sentido para controlarlo. Si las estrategias del
ecodesarrollo surgieron como respuesta a la crisis ambiental, la retórica de la sostenibilidad opera como una
estrategia fatal, una inercia ciega, una precipitación hacia la catástrofe.
De esta manera, la retórica del crecimiento sostenible ha reconvertido el sentido crítico del concepto
de ambiente en un discurso voluntarista, proclamando que las políticas neoliberales habrán de conducirnos
hacia los objetivos del equilibrio ecológico y la justicia social por la vía más eficaz: el crecimiento
económico guiado por el libre mercado. Este discurso promete alcanzar su propósito, sin una
fundamentación sobre la capacidad del mercado para dar su justo valor a la naturaleza, para internalizar las
externalidades ambientales y disolver las desigualdades sociales; para revertir las leyes de la entropía y
actualizar las preferencias de las generaciones futuras.
Ello lleva a plantear la pregunta sobre la posible sustentabilidad del capitalismo, es decir de una
racionalidad económica que tiene el inescapable impulso hacia el crecimiento, pero que es incapaz de
detener la degradación entrópica que genera. Frente a la conciencia generada por la crisis ambiental, la
racionalidad económica se resiste al cambio, induciendo una estrategia de simulación y perversión del
discurso de la sustentabilidad. El desarrollo sostenible se ha convertido en un trompe l'oeil que burla la
percepción de lo real y nuestro actuar en el mundo.
El discurso del crecimiento sostenible se vuelve como un boomerang, degollando y engullendo al
ambiente como concepto que orienta la construcción de una nueva racionalidad social. Esta estrategia
discursiva de la globalización se convierte en un tumor semiótico, en una metástasis del pensamiento crítico
que disuelve la contradicción, la oposición y la alteridad, la diferencia y la alternativa, para ofrecernos en sus
excrementos retóricos una re-visión del mundo como expresión del capital. La realidad ya no sólo es
refuncionalizada para reintegrar las externalidades de una racionalidad económica que la rechaza. Más allá
de la posible valorización y reintegración del ambiente, éste es recodificado como elementos diferenciados
del capital globalizado y la ecología generalizada.
La reintegración de la economía al sistema más amplio de la ecología se daría por el reconocimiento
de su idéntica raíz etimológica: oikos. Pero en esta operación hermenéutica se desconocen los paradigmas
diferenciados de conocimiento en los cuales se ha desarrollado el saber sobre la vida y la producción. De
esta forma, los potenciales de la naturaleza adoptan la forma de un capital natural. La fuerza de trabajo, los
valores culturales, las potencialidades del hombre y su capacidad inventiva se convierten en capital humano.
Todo es reducible a un valor de mercado y representable en los códigos del capital.
El discurso del desarrollo sostenible se inscribe así en una "política de representación", que
constituye identidades para asimilarlas a una lógica, a una razón, a una estrategia de poder para la
apropiación de la naturaleza como medio de producción. En este sentido, las estrategias de seducción y
simulación del discurso de la sostenibilidad constituyen el mecanismo extraeconómico por excelencia de la
postmodernidad para la explotación del hombre y de la naturaleza, sustituyendo a la violencia directa como
medio para la explotación y apropiación de los recursos.
El capital, en su fase ecológica está pasando de las formas tradicionales de apropiación primitiva,
salvaje y violenta de los recursos de las comunidades, de los mecanismos económicos del intercambio
desigual entre materias primas de los países subdesarrollados y los productos tecnológicos del primer
mundo, a una estrategia discursiva que legitima la apropiación de los recursos naturales que no son
directamente internalizados por el sistema económico. A través de esta operación simbólica, se redefine a la
biodiversidad como patrimonio común de la humanidad y se recodifica a las comunidades del Tercer Mundo
como parte del capital humano del planeta.
El discurso de la globalización aparece así como una mirada glotona más que como una visión
holística; en lugar de aglutinar la integridad de la naturaleza y de la cultura, engulle para globalizar
racionalmente al planeta y al mundo. Esta operación simbólica somete a todos los órdenes del ser a los
dictados de una racionalidad globalizante. De esta forma, prepara las condiciones ideológicas para la
capitalización de la naturaleza y la reducción del ambiente a la razón económica. Las estrategias fatales de
este discurso globalizante resultan de su pecado capital: su gula infinita e incontrolable de todo lo real.
El discurso de la sostenibilidad busca reconciliar a los contrarios de la dialéctica del desarrollo: el
medio ambiente y el crecimiento económico. En este salto mortal, más que dar una vuelta de tuerca de la
racionalidad económica, se opera un vuelco y un torcimiento de la razón: el móvil del discurso no es
internalizar las condiciones ecológicas de la producción, sino proclamar el crecimiento económico como un
proceso sostenible, sustentado en los mecanismos del libre mercado como medio eficaz para asegurar el
equilibrio ecológico y la igualdad social. La tecnología se encargaría así de revertir los efectos de la
degradación entrópica en los procesos de producción, distribución y consumo de mercancías: el monstruo
englute los desechos en sus propias entrañas; la máquina anula la ley natural que la crea.
La tecnología disolvería la escasez de recursos haciendo descansar la producción en un manejo
indiferenciado de materia y energía; los demonios de la muerte entrópica serían exorcizados por la eficiencia
tecnológica. La ecología se convertiría en el instrumento para ampliar los límites del crecimiento: el sistema
ecológico funcionaría como tecnología de reciclaje; la biotecnología inscribiría a los procesos de la vida en
el campo de la producción; el ordenamiento ecológico permitiría relocalizar las actividades productivas,
extendiendo el territorio como soporte de un mayor crecimiento económico para ampliar los espacios de
producción, circulación y consumo.
El discurso del crecimiento sustentable busca inscribir las políticas ambientales en las vías de ajuste
que aportaría la economía neoliberal a la solución de los procesos de degradación ambiental y al uso
racional de los recursos ambientales; al mismo tiempo, responde a la necesidad de legitimar a la economía
de mercado, que en su movimiento inercial resiste el estallido que le está predestinado por su propia
ingravidez mecanicista. Como un alud de nieve, en su caída va adhiriéndose una capa discursiva con la que
intenta contener su colapso. Así, prosigue un movimiento ciego hacia el futuro, sin una perspectiva sobre las
posibilidades de desconstruir el orden económico antiecológico y de transitar hacia un nuevo orden social,
guiado por los principios de sustentabilidad ecológica, democracia participativa y racionalidad ambiental.
Estas estrategias de capitalización de la naturaleza han penetrado al discurso oficial de las políticas
ambientales y de sus instrumentos legales y normativos. El desarrollo sustentable convoca así a todos los
actores sociales (gobierno, empresarios, académicos, ciudadanos, campesinos, indígenas) a un esfuerzo
común. Se realiza así una operación de concertación y participación en la que se integran las diferentes
visiones y se enmascaran los intereses contrapuestos en una mirada especular, convergente en la
representatividad universal de todo ente en el reflejo del argenteo capital. Así se disuelve la posibilidad de
disentir frente al propósito de un futuro común, una vez definido el desarrollo sostenible, en buen lenguaje
neoclásico, como la contribución igualitaria del valor que adquieren en el mercado los diferentes factores de
la producción y los diferentes actores del desarrollo sostenible.
Esta estrategia intenta debilitar las resistencias de la cultura y de la naturaleza misma para ser
reconvertidas dentro de la lógica del capital. Busca así legitimar la desposesión de los recursos naturales y
culturales de las poblaciones dentro un esquema concertado, globalizado, donde sea posible dirimir los
conflictos en un campo neutral. A través de esta mirada especular (especulativa), se pretende que las
poblaciones indígenas se reconozcan como capital humano, que resignifiquen su patrimonio de recursos
naturales y culturales (su biodiversidad) como un capital natural, que acepten una compensación económica
por la cesión de ese patrimonio a las empresas transnacionales de biotecnología. Estas serían las instancias
encargadas de administrar racionalmente los "bienes comunes", en beneficio del equilibrio ecológico, del
bienestar la humanidad actual y de las generaciones futuras.
El tránsito hacia la sustentabilidad fundado en el supuesto de que la economía ha pasado a una fase
de post-escasez, implica que la producción, como base de la vida social, ha sido superada por la modernidad.
Esta estrategia discursiva se desplaza de la valorización de los costos ambientales hacia la legitimación de la
capitalización del mundo como forma abstracta y norma generalizada de las relaciones sociales. Este
simulacro del orden económico, que levita sobre las propias relaciones de producción, libera al hombre de
las cadenas de la producción para reintegrarlo al orden simbólico.
Sin embargo, no habría que pensar que este proceso de transición de la modernidad hacia la
postmodernidad convierte el discurso de la sostenibilidad en una retórica que transfiere el poder sobre la
producción a una mera lucha a nivel ideológico. Esta operación simbólica funciona como una ideología --
dentro de un aparato ideológico del capital trasnacional-- para legitimar las nuevas formas de apropiación de
la naturaleza. A ellas ya no sólo podrán oponerse los derechos tradicionales por la tierra, el trabajo o la
cultura. La resistencia a la globalización implica la necesidad de desactivar el poder de simulación y
perversión de las estrategias globalizantes de la sostenibilidad. Para ello, es necesario construir una
racionalidad social y productiva que más allá de burlar el límite como condición de existencia, refunde la
producción desde los potenciales de la naturaleza y la cultura.
La capitalización de la naturaleza está generando diversas manifestaciones de resistencia cultural a
las políticas de la globalización y al discurso de la sostenibilidad, dentro de estrategias de las comunidades
para autogestionar su patrimonio histórico de recursos naturales y culturales. Se está dando así una
confrontación de posiciones, entre los intentos por asimilar las condiciones de sustentabilidad a los
mecanismos del mercado y un proceso político de reapropiación social de la naturaleza. Este movimiento de
resistencia se articula a la construcción de un paradigma alternativo de sustentabilidad, en el cual los
recursos ambientales aparecen como potenciales capaces de reconstruir el proceso económico dentro de una
nueva racionalidad productiva, planteando un proyecto social fundado en las autonomías culturales, la
democracia y la productividad de la naturaleza.
En este sentido, la racionalidad ambiental reconoce la marca de la sustentabilidad como una fractura de la
razón modernizadora para construir desde esta falla una racionalidad productiva fundada en el potencial
ecológico y en nuevos sentidos civilizatorios. De esta manera enfrenta a las estrategias fatales de la
globalización.

Resumido del capítulo 1 del reciente libro "SABER AMBIENTAL: Sustentabilidad, racionalidad,
complejidad, poder", por Enrique Leff. Siglo XXI y PNUMA, México, 1998.

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