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451: El Nuevo Relato (Thomas BERRY)

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El Nuevo Relato.
Comentarios sobre el origen, la identificación
y la transmisión de valores
Thomas BERRY

The New Story


Teilhard Studies number 1
Published for The American Teilhard Association for the Future of Man, Inc.
by Anima Books, Chambersburg PA, USA
Winter 1978
Traducción de José María Vigil y David Molineaux
Publicado en RELaT nº 451, enero 2019.

Thomas Berry fue historiador de las culturas y sacerdote pasionista, un destacado exponente de la espiritualidad
ecológica en la tradición del paleontólogo jesuita Pierre Teilhard de Chardin.  Algunos lo llamaban "el trovador
de la nueva cosmología".  Una tesis central de su pensamiento fue que para poder enfrentar con éxito las crisis y
los desafíos que enfrenta el mundo actual, la humanidad tendrá que lograr un profundo entendimiento de la
historia y el funcionamiento del universo, informado por las nuevas perspectivas científicas adquiridas en nuestra
época pero enriquecida con una visión de su sentido humano y espiritual.

El ensayo presentado aquí, escrito hace una cuarentena de años, ejemplifica la extraordinaria amplitud de su
visión histórica y nos ofrece elementos que nos puedan guiar en la búsqueda de un camino hacia el futuro.

Todo es una cuestión de relatos.


Ahora mismo estamos en una situación difícil, porque no tenemos un buen relato.
Estamos entre dos relatos. El antiguo, –sobre cómo se originó el mundo, y cómo nosotros encajamos en él– ya no
funciona, pero todavía no tenemos otro relato con el que sustituirlo. El
viejo relato nos ha servido durante un largo
período de tiempo. Ha dado forma a
nuestras actitudes emocionales, nos ha dado sentido para la vida, y energía
para la acción. Alivió nuestros sufrimientos, proporcionó el gran marco en el
que integrar el conocimiento, orientó
la educación de nuestros hijos. Nos
despertábamos por la mañana, y sabíamos dónde estábamos. Podíamos
responder a
las preguntas de nuestros hijos. Podíamos definir qué es lo que está mal, y por
qué castigar a los
criminales. Todo estaba bien, en orden y en
su sitio, gracias a que el relato estaba allí. No hizo perfectos a los
humanos,
no eliminó los dolores y las estupideces de la vida, ni consiguió que fueran siempre
cálidas las
relaciones humanas. Pero sí proporcionó todo un contexto profundo en
el que la vida pudo funcionar con sentido.

Hoy, sin embargo, nuestro relato


tradicional ya no es ya funcional en sus dimensiones
sociales más grandes,
aunque algunas personas todavía creen en él firmemente y
actúan de acuerdo a sus dictados. Funciona en una

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órbita limitada.
Es una ayuda útil para nosotros en cuanto individuos. Sin embargo, la disolución de nuestras
instituciones y nuestros programas colectivos de
vida continúa. Lo vemos en cada aspecto de nuestra sociedad
actual.

Conscientes de las facetas no funcionales


del programa tradicional, algunas personas se han pasado a
diferentes
programas modernos. Pero éstos, en su mayor parte, rápidamente se
han vuelto marginales. La mayoría se han
revelado efímeros, incapaces de
sostener el sentido de la vida actual. Otras personas están volviendo al
fundamentalismo religioso anterior. Pero esto también se
evidencia rápidamente como un gesto estéril. No da
seguridad. Los elementos
básicos de la comunidad religiosa del mundo moderno se han trivializado. Y lo
que
ofrecemos a nuestra sociedad sirve sólo por un poco más de tiempo.
Simplemente, permite prolongar un poco una
apariencia de significado en
nuestras instituciones y en nuestra vida pública.

Cuando miramos fuera de la comunidad de


creyentes tradicionales, vemos una sociedad que también es
disfuncional.
Incluso con ciencia y con tecnología avanzadas, con técnicas excelentes en
fabricación y en
comercio, en comunicaciones y en computación, a nuestra
sociedad secular le sigue faltando un sentido
satisfactorio, capaz de contener
la violencia de sus propios miembros. Nuestras máquinas milagrosas sirven para
fines efímeros.

Entonces, empecemos a hablar


de valores. ¿Por dónde podemos empezar? Mi sugerencia es que comencemos
donde
todo comienza en los asuntos humanos, por el relato básico, el relato de cómo
llegaron a ser las cosas, cómo
llegaron a ser como son, y cómo se puede dar
a la vida futura del hombre ser humano alguna
dirección
satisfactoria. Necesitamos un relato que eduque al ser humano, que lo
sane y que lo guíe.

La comunidad creyente de la redención

La sociedad occidental tuvo tenía un


relato que resultó funcional hasta alguna época alrededor del siglo XIV. La
Peste
Negra puede tomarse considerarse como el momento traumático
de nuestra civilización. Se estima que esta
peste,
que comenzó en Constantinopla en 1334, en veinte años exterminó entre un tercio
y la mitad de la
población. A lo largo de los siglos XIV y XV se produjo un
descenso poblacional en toda Europa. En Londres, la
última de las grandes
plagas fue en 1665.

Hubo dos respuestas básicas a esta


experiencia aterradora de la Peste Negra. A partir de estas dos respuestas, se
formaron las dos comunidades, que continúan en el presente: la
comunidad religiosa creyente, y la comunidad
científica laica.

La comunidad creyente recurrió apeló a


fuerzas sobrenaturales, al mundo espiritual, a la renovación de las
tradiciones
esotéricas, a veces incluso a creencias y rituales pre-cristianos que en su más
profunda dinámica
habían sido descuidados en sus más profundas dinámicas,
desde la llegada del cristianismo. Incluso dentro del
cristianismo tradicional hubo una intensificación de la experiencia de fe, un
esfuerzo por activar fuerzas
sobrenaturales con poderes especiales de
intervención en el mundo de los fenómenos naturales, que ahora se
consideraba
como amenazador para el ser humano. La conciencia de la maldad del ser humano
se acrecentó. Se
intensificó la necesidad de una gran cantidad de influencias
del mundo numinoso superior. La fe dominaba la
facultad mental. La mística de
la redención se convirtió en la forma dominante de la experiencia cristiana.
Este
énfasis excesivo en la Redención, el
abandono de las doctrinas de la creación, había sido
desde el principio una de
las posibilidades que podría recorrer el cristianismo.

El credo mismo cristiano mismo se desequilibró desbalanceado en favor de la Redención. Con ello, el relato
entero se vio afectado. La doctrina primaria del
credo cristiano, la creencia en un principio creador personal, se
volvió cada
vez menos importante relevante en su significado funcional.
La cosmología pasó a no tener ya
importancia especial. Esta respuesta, con su
énfasis en la espiritualidad redentora, continuó a través de los
trastornos
religiosos del siglo XVI, a través del puritanismo y el jansenismo del siglo
XVII. Esta actitud se vio aún
más reforzada por el impacto de la Ilustración y
la Revolución de los
siglos XVIII y XIX.

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Nosotros, en Estados Unidos, quienes seguimos siendo miembros de la comunidad ‘redentora’ creyente
representamos la fase más moderna de esta tradición. Hemos mantenido
este relato cristiano y hemos moldeado
según él todo nuestro mundo. Tenemos
nuestra sociedad paralela, nuestras propias escuelas, nuestros propios
hospitales, nuestros propios grupos sociales, nuestro propio culto, nuestra
propia enseñanza moral, nuestra propia
estética, nuestras propias sociedades
profesionales, nuestras propias asociaciones en todos los niveles, nuestras
propias publicaciones, nuestros recursos
financieros.

Esta versión estadounidense del antiguo relato


cristiano ha funcionado bien, en su eficiencia institucional y en su
eficacia
moral. Pero ya no es el relato de la Tierra, ni es el relato integral de la
humanidad. Es un relato sectario.
En su centro hay una preocupación intensiva
por la personalidad del Salvador, por el proceso espiritual interior de
los
fieles y por la comunidad salvífica. No es de extrañar que ahora descubramos
que nuestro relato es
disfuncional en perspectivas culturales, históricas y
cósmicas más amplias. La tragedia es que durante un tiempo
llegamos a aceptar
esta situación como algo normal, incluso deseable. Sin embargo, como ocurre con
todo sistema
de vida que se queda aislado,
este sistema está experimentando inevitablemente una desactivación. La
comunidad
creyente se encuentra en una fase de entropía de su existencia.

La comunidad de creación científica

La otra respuesta a la Peste Negra fue la


reacción que provocó en la comunidad científica, laica. Esta reacción
trató de
buscar remedio al terror terrenal, no por medio de supernaturales poderes religiosos sobrenaturales, sino
mediante el
estudio de los procesos de la Tierra. Aunque
aquellos que trabajaban en esta tendencia se involucraron
al principio con una
cierta cantidad de tradiciones esotéricas y platónicas, enfatizaron la
necesidad del examen
estudio empírico
del mundo fenoménico, y su expresión en términos matemáticos cuantitativos.
La investigación
científica se convirtió en la preocupación humana
controladora, empujada impulsada por
fuerzas oscuras en las
profundidades inconscientes de la conciencia psiquis occidental.
Se inventó el telescopio y el microscopio. Se creó
nuevas formas de expresión
matemática. Un sacerdocio científico vino a gobernar la vida del
pensamiento
intelectual de nuestra sociedad. Los hombres humanos observaron
la Tierra en su realidad física y proyectaron
nuevas teorías sobre cómo
funcionaba. Los cuerpos celestes se examinaron con mayor atención, se examinó
el
fenómeno de la luz y se desarrollaron nuevas formas de entender la energía.
Surgieron nuevos hitos
científicos: el
Novum
Organum de Francis Bacon apareció en 1620, los Principia de Isaac Newton en 1687, y la Nuova Scienza
de Giambattista Vico en 1725.

Todo esto llevó a una toma de conciencia


de que la mente del ser humano estaba avanzando. Ello a su vez condujo
al tiempo de
la Ilustración del siglo XVIII y al sentido del progreso absoluto de la mente
humana. Esto encontró
expresión en el «Estudio histórico sobre el progreso de
la mente humana», de Condorcet. Esbozó las diez etapas
de transformación que la
mente del ser humano había atravesado a través de diversos períodos de
desarrollo, hasta
su propia época.
A principios del siglo XIX, Hegel se preocupaba por la
dialéctica interna de la realidad, tanto en
un contexto ontológico como
histórico. En este momento también vinieron surgieron las
doctrinas sobre el
desarrollo social de Fourier, Saint
Simón y Augusto Comte. Karl Marx llevó este movimiento a la
su expresión
más realista en su «Manifiesto».

Todo esto fue sólo preparatorio para un


nuevo descubrimiento, cuya magnitud y efectos en la vida
humana todavía
no se han podido evaluar debidamente. Mientras
se producían estos cambios en el modo de percepción humana y
de estructura
social, aparecían evidencias en los reinos de la geología y la paleontología, que indicaban que había
una secuencia
temporal en la formación misma de la Tierra y de todas las formas de vida sobre la Tierra.
Finalmente, la conciencia occidental advirtió que las formas de vida anteriores
eran de una naturaleza más simple
que las formas de vida posteriores, y que las
formas posteriores se derivaban de las formas anteriores. El complejo
conjunto de
manifestaciones de la vida no había existido desde el principio, a causa de
algún acto externo divino
de un creador divino que
habría colocado todas las cosas en su sitio. La Tierra, en todas sus partes y
elementos,
especialmente en sus formas de vida, estaba en un estado de continua
transformación. El descubrimiento de esta
existencia secuencia de la vida tuvo
su primera expresión completa por con Darwin, en su «Origen de las
especies», de en 1859. Después de Darwin, los físicos, en sus estudios sobre la luz y la
radiación, llegaron casi

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simultáneamente a una comprensión del mundo


infra-atómico y de todo el sistema galáctico. Se obtuvo una
comprensión tanto
del aspecto microfásico como del macrofásico del mundo fenoménico, y la magnífica unidad
de este Universo se hizo evidente
en su expansión espacial y su secuencia temporal. Un nuevo relato del Universo,
en su esquema básico al menos, comenzaba a estar disponible.

Sin embargo, justo en este momento se


produjo un cambio repentino en el modo de conciencia. El
científico-
sacerdote-profeta-místico Teilhard de Chardin, de
repente se dio cuenta de que la opacidad
de la materia se había
disuelto. Su ciencia, en última instancia, no consistió
en captar de forma objetiva alguna realidad extrínseca a sí
mismo; fue más bien
un momento de comunión subjetiva en la que el ser humano se
veía a sí mismo menos como
un principio sabio conocedor,
olímpico y aislado, que como un ser en el que el Universo, en su dimensión
evolutiva, tomaba conciencia de sí mismo.

Así, se dio la secuencia


de una toma de conciencia del desarrollo espiritual, desde el mundo
bíblico al desarrollo
mental de la Ilustración, al desarrollo social e
histórico de los sociólogos, al desarrollo ontológico de Hegel, al
desarrollo
biológico de Wallace y Darwin, al desarrollo cósmico posterior de los físicos
del siglo XX... La etapa
final ha sido ver que el ser humano mismo no es un
observador aislado de este desarrollo, sino que es parte
integral de todo el
proceso. De hecho, el ser humano ahora puede definirse como la última expresión
del proceso
del cosmos y de la Tierra, como el ser en el que el proceso de la Tierra
cósmico-humana se vuelve consciente de sí
mismo.

Así, un nuevo relato de la creación ha evolucionado emergido en


la comunidad científica secular: el equivalente en
los
tiempos modernos a los mitos de creación de la antigüedad. Este relato de la
creación difiere de los relatos
tradicionales de la creación tradicional en
Eurasia, mucho más de lo que éstos se diferencian entre sí. Parece estar
destinado
a convertirse en el relato universal a enseñar a cada niño/niña que recibe educación formal en la forma
moderna en cualquier parte del mundo.

La cosmología cristiana anterior

La comunidad de creyentes, catalizada


ahora en torno a la Redención, al principio deslumbrada
por esta nueva
visión del tiempo de desarrollo evolutivo, y luego
frustrada por la incapacidad de lidiar con los nuevos datos,
recayó sin
entusiasmo en sus actitudes tradicionales. En los últimos siglos, la comunidad
creyente no se ha
preocupado por ninguna cosmología, antigua ni moderna, ya que
la comunidad creyente tiene sus valores reales
concentrados en el Salvador, en la
persona humana y en la Iglesia creyente.

Existe, de hecho, una cosmología


superviviente en la que incluso el relato de la Redención se lleva a
cabo una
historia tiene un papel y que, hasta cierto
punto, todavía desempeña un papel en el relato cristiano. De acuerdo con
este relato, el cosmos y cada ser en el cosmos, reflejan el divino ejemplar,
considerado por Platón como el
Agathon ("el Bien"), por Plotino como el Uno, por los cristianos como Dios.
Todas las cosas son hermosas en
razón de esta
belleza. La belleza suprema es la integridad y la armonía del orden cósmico
total, como insiste Santo
Tomás una y otra vez. Esto requiere la perfección de
cada parte, la relación adecuada de las partes entre sí, y la
integración
final de las partes en el conjunto. Por lo tanto, existe el amor de uno mismo,
de los demás, luego del
complejo cósmico total y, finalmente, el amor de Dios,
que es la realidad eterna primordial en la que toda realidad
encuentra su
imagen eterna primordial.

La mente humana asciende a la


contemplación de lo divino al elevarse, a través de los diversos grados de ser,
de
las formas más bajas de existencia en la tierra, con sus montañas y mares, a
las diversas formas de cosas vivientes,
y así, al ser humano y a la
conciencia, al alma. Y de la vida interior del alma, a Dios. Esta
secuencia se describe de
manera más hermosa en el Simposium de Platón y en el Soliloquio de
Agustín, mientras meditaba y conversaba
con su madre junto a la
ventana. Así, Buenaventura pudo escribir sobre la reducción de todas las artes
y ciencias a
la teología, pues todas a su manera dependían de su relación con
lo divino. Así también el viaje de Dante a través
de las diversas esferas de la
realidad hasta la visión divina en sí misma. La iniciación en los valores
humanos y
cristianos básicos fungía como iniciación también en esta cosmología.
La espiritualidad cristiana fue edificada de
esta manera. Los misterios del
cristianismo formaban parte integral de esta cosmología. La dificultad con esta

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cosmología es que presenta al mundo como un complejo conjunto ordenado


de seres que están relacionados
ontológicamente como una imagen de lo divino;
no presenta al mundo como un proceso continuo de emergeres en
el que se da un vínculo orgánico interno de descendencia de cada realidad desde
una realidad anterior.

El impasse

En sus roles funcionales, ni esta


cosmología tradicional ni la nueva cosmología científica importan demasiado
tanto,
debido al cambio dado en la tradición religiosa occidental, de una mística centrada
en la Creación a una
mística centrada en la Redención. Esta
mística cristiana centrada en la Redención no tiene
mucho que ver con
ningún orden o proceso cosmológico, ya que en ella lo
esencial es una Redención que ocurre fuera del cosmos, a
través de una
relación personal con un Salvador, que trasciende todas esas
preocupaciones. Incluso las
experiencias místicas anteriores, de ascender a lo
divino a través de los reinos de las perfecciones creadas, pierden
importancia.
Allí se crea un ambiente religioso acósmico y
ahistórico, como respuesta dominante a la increíble
experiencia de la tierra y sus poderes
demoníacos. Pero ahora, este excesivo énfasis redentor está en crisis. No
puede
dinamizar eficazmente la actividad en el tiempo, porque es un relato
inadecuado del tiempo. El relato de
redención se ha
desarrollado aparte, ha separado, no sólo del relato histórico,
sino también del relato de la tierra.
En consecuencia, ha surgido quedado como un poder aislado, que está siendo victimizado por
la entropía.

Si éste es el callejón sin salida del lado


de la comunidad creyente de Estados Unidos centrada
en la Redención,
el
callejón sin salida del lado de la comunidad científica secular, comprometida
con un Universo en evolución, es su
compromiso con el ámbito de lo físico, hasta el punto de la exclusión de lo espiritual en el relato de la creación.
Ésta ha sido la posición dura,
realista, el dominio de la racionalidad.
Por lo tanto,
el principio darwiniano de la
Selección Natural
no incluye ningún proceso psíquico o
consciente, sino sólo una lucha feroz por la
supervivencia, que da al mundo su
variedad de formas y funciones. Debido a que este relato del proceso terrestre y
cósmico, se
volvió demasiado unilateral en su
versión biológico-física, la
sociedad que
se apoya en esa
visión
también acaba siendo víctima de la
entropía, expresada en un sinsentido creciente. No consigue ser un relato
funcional, integral, adecuado.

No debemos pensar que estas dos


comunidades, ambas ahora en un estado de entropía, no se tienen en cuenta
entre sí. Se expresan extensas cortesías, se ofrecen una amplia mutua cooperación.
Las personas en las profesiones
laicas científicas, así como en la
manufactura moderna y las actividades comerciales, tienen un gran respeto por
la
dimensión religiosa de la vida. Pero esto es una dedicación extrínseca de su
profesión o de su negocio a objetivos
religiosos, o una simple forma de
reverencia. Muchos son personalidades religiosas de intensa dedicación a los
misterios salvadores de la fe que gastan
tiempo y energía buscando que la fe prospere. Desean servir, aplicarse una
disciplina espiritual.

Los miembros de la comunidad religiosa


tienen su propia estima por la integridad de quienes participan en
actividades
comerciales tecnológicas científicas. Estas fases de la vida tienen su
consagración. La capacitación en
las profesiones tienen lugar en las
escuelas religiosas. Incluso domina el currículo. Entonces, ¿a qué tanto
alboroto?
La respuesta es que un acuerdo superficial no es la comunión profunda o la base
de los valores cósmicos
de la Tierra y de los
humanos. Los antagonismos son más profundos de lo que parece. No ha emergido surgido
todavía
un relato integral, y ninguna comunidad puede existir sobrevivir sin
un relato comunitario. Ésta es
precisamente la razón por la que la comunicación
entre las dos es tan insatisfactoria. No han
emergido valores
sostenibles. Los problemas de los humanos no se han resuelto.
La aventura humana no está dinamizada.

Ambas tradiciones están trivializadas. Su


unión extrínseca está aún más trivializada. La aventura
humana
permanece estancada en su impasse. No se trata de una Divina Comedia. La
visión platónica ya no tiene la
emoción que tenía para Agustín,
o para Buenaventura, o para Dante. Incluso cuando leemos a Platón, o Agustín,
o
Buenaventura o Dante, ya no tenemos la experiencia que ellos tuvieron. Sus supuestos
no son los nuestros. El
niño/a que ingresa a la escuela y comienza sus estudios
sobre la Tierra o sus estudios sobre la Vida, no
experimenta
ninguna presencia numinosa. Esa enseñanza, que le permite al niño descubrir su
lugar en el mundo
del tiempo y el espacio, es uno de los momentos más
importantes de la vida de la niña.
Necesita un relato que

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abarque todo esto, y la escuela en la actualidad no puede proporcionar la


mística que debería estar asociada con
este relato.
Incluso la escuela de orientación religiosa que sólo ha adoptado de manera
extrínseca el sentido
moderno de la Tierra no puede
evocar esta experiencia en los niños.

El relato no está completo; no tiene


aspecto ni humano ni espiritual. Esto es especialmente significativo porque
la
escolarización del niño ahora cumple un papel en nuestra sociedad similar al
papel de las ceremonias de iniciación
en sociedades antiguas.
La sociedad secular no ve el significado espiritual, numinoso de
su propio relato,
mientras
que la sociedad religiosa rechaza el relato porque
se presenta sólo en su aspecto físico, material. El proceso de
Creación
ha sido sublimado por la presencia del proceso de Redención.
La totalidad de lo numinoso ha quedado
subsumida en la experiencia de la redención.
Todos los valores son valores redentores. Sin embargo, como hemos
visto, estos
valores se han vuelto no funcionales en las dimensiones más grandes de la
comunidad humana. Y
debido a que son disfuncionales en la comunidad en general,
se han vuelto disfuncionales para el individuo. De ahí
la necesidad de establecer
una comprensión más profunda de la dinámica espiritual del proceso de la tierra
y del
cosmos, dentro de la cual funciona el proceso de redención. Desde la investigación
empírica de lo real, se ha
vuelto cada vez más claro que desde su inicio en el sistema
galáctico hasta su expresión terrenal en la conciencia
humana, el Universo
lleva dentro de sí una dimensión tanto psíquica así como física. De lo
contrario, la conciencia
humana emergería de la nada y no encontraría un lugar
real en la historia cósmica. El humano sería una añadidura,
o
una intrusión.

Hasta ahora, sin embargo, las personalidades orientadas espiritualmente han estado satisfechas porque esta
división proporciona al ser humano una calidad superior y sobrenatural. Y el científico también está satisfecho, ya
que esto lo deja libre para estructurar su mundo de medidas cuantitativas sin el problema de la conciencia humana.
Por
lo tanto, tanto el científico como el creyente tienden a
mantener sus propias posiciones fuera de una
comprensión profunda del proceso de la Tierra como tal.
Ninguno parece estar mirando la realidad que tiene por
delante;
de lo contrario, sería evidente que el proceso cósmico-terrestre-humano requiere, desde
el principio, tanto
una fase física como una fase psíquica. Tan pronto como se reconoce esto, y la historia del Universo se presenta en
su forma íntegra, con sus dos dimensiones, el mundo adquiere un nuevo
rostro, un nuevo mundo tanto para la
comunidad
científica como para la comunidad creyente. Una vez más, un mito cosmológico
universal se
impone
en la comprensión del
Universo y de
su dimensión humana. Teilhard de Chardin logró dar a este relato
integral la
expresión más completa hasta entonces lograda.

La historia

La Historia del Universo es la historia de


la emergencia de un sistema galáctico, en el que cada nuevo nivel de ser,
emerge a través de la urgencia de la
auto-trascendencia... El hidrógeno, a una temperatura de
algunos millones de
grados de calor, emerge como helio. Después de que las
estrellas toman forma como océanos de fuego en el cielo,
pasan por una
secuencia de transformaciones. Algunas explotan en el
polvo estelar, del que el sistema solar y la
tierra toman forma. La Tierra entrega
una expresión única de sí misma en sus estructuras rocosas y de cristales, y
en
la variedad y esplendor de sus formas vivientes,
hasta que el ser humano aparece como el momento en el que el
Universo que está desplegándose en despliegue se vuelve consciente de
sí mismo... El ser humano emerge no sólo
como terrícola, sino también como telúrico,
terrestre... Lleva el Universo en sí mismo, en su ser,
igual como el
Universo lo lleva a él en
su ser, en
su proceso... Los dos tienen una co-presencia total
entre sí.

Si bien esta visión integral es algo nuevo, tanto para el científico como para el creyente, ambos se están volviendo
gradualmente conscientes de esta nueva visión de la realidad y de su
significado para el ser humano. Podría
considerarse una nueva experiencia
reveladora,
con valor revelatorio. Debido a que estamos entrando en una era
«mítica» nueva, no es de extrañar que se esté produciendo una mutación en todo el orden
humano-terrestre. Surge
un nuevo paradigma de lo que es ser humano. Y esto
es lo que resulta tan emocionante, tan doloroso y tan
perturbador. Un aspecto
de este cambio afecta al
cambio en las relaciones tierra-seres humanos, ya que el ser
humano ahora en
gran medida determina el proceso de la Tierra, que en otro
tiempo lo determinó a él. De una
manera más integral, podríamos decir que la Tierra, que se controlaba directamente en el período anterior, ahora
en gran
medida se controla a sí misma a través del ser humano.

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Creación de valores

En este nuevo contexto, surge la pregunta


del lugar
de los valores, de cómo
se determinan y cómo se transmiten.
Primero se puede decir que, antes, los valores consistían en la perfección de la
imagen terrenal, que reflejaba un
Logos eterno en un mundo de naturalezas fijas. Ahora, los valores están determinados por la sensibilidad del ser
humano para
responder a las urgencias creativas de un mundo en movimiento, en despliegue.
La secuencia de
transformación va en
la dirección de una diferenciación creciente, una subjetividad cada vez más
profunda, y una
comunión cada vez más integral dentro del orden
total de lo real. El científico mismo –a menudo de un modo
desconocido
incluso para sí mismo– se siente atraído
por la seducción mística
de la comunión con el proceso de
creación emergente...
Esto no sería posible a menos que fuera una llamada de sujeto a sujeto, si no fuera una
tendencia hacia la total autorrealización de parte del
científico. Su gusto por lo real es lo que le da a su trabajo una
calidad
admirable. Desea experimentar lo real en su aspecto material,
opaco, material, y responder a ello
estableciendo una
interacción con el mundo que hará avanzar el proceso total de la Tierra y del
ser humano. Si la
exigencia de
objetividad y el aspecto cuantitativo-matemático de lo real han
llevado al científico en el pasado a
descuidar la objetividad
y el aspecto cualitativo-numinoso de lo real, esta subjetividad o interioridad
se ha
convertido ahora en condición
para que pueda cumplir su tarea histórica. El acontecimiento más notable dentro de
la ciencia en los últimos años, sin embargo, ha sido el crecimiento manifiesto de su conciencia
de la dimensión
físico-psíquica integral de la realidad. Posiblemente, la
comunidad científica está más
avanzada que la comunidad
religiosa en la aceptación de las
dimensiones totales del Nuevo Relato.
Ha aparecido una abundante literatura
interpretativa que proporciona una
descripción fascinante, humanamente comprensible, del Universo, del
surgimiento de la Vida, de la
aparición del ser humano...

La comunidad de creyentes centrada en la redención está


despertando lentamente a este nuevo paradigma, a
este
nuevo contexto de comprensión. Hay miedo, desconfianza,
incluso una profunda aversión a la Tierra y todos sus
procesos. Es probable que ningún seminario teológico católico de EEUU tenga un
curso bien planteado y
actualizado sobre la Creación, tal como
se concibe
y se experimenta actualmente,
mientras que esos seminarios
tienen una
larga lista de cursos sobre la Redención:
soteriología, cristología, eclesiología, sacramentos, gracia,
ministerio
pastoral, y otros concernientes a la redención y la ayuda que
presta al ser humano para trascender el
mundo. Hace
algunos años, una
encuesta publicada en la revista Science, reveló que
los católicos calificaron como
los
más bajos de entre las tradiciones religiosas del
país en cuanto
a su número de científicos. Aunque esto ha sido
discutido en sus
detalles, es probable que sea
certero en su conjunto. Sin
embargo, tal situación no puede durar
mucho tiempo, ya que el nuevo sentido de la Tierra está
surgiendo también en la comunidad creyente. La Tierra ya
no va a permitir ser ignorada, ni aguantará mucho tiempo tolerando que la sigan despreciando,
descuidando o
maltratando.
La dinámica de la Creación, una vez más, está exigiendo que se le preste atención, de
una forma
desconocida durante siglos por el cristianismo ortodoxo.

Identificando valores

Al identificar los valores en esta nueva


situación, surge un nuevo tipo de dificultad. Incluso cuando se tiene
capacidad de sintonía
con las dinámicas internas del proceso de la Tierra, se da una
cierta dislocación, debido a las
directivas
claramente establecidas en un paradigma
anterior sobre
lo que es ser humano. A pesar de que este
paradigma ya no sirve para
tratar con los problemas más básicos del presente, se da la
tendencia a continuar
resolviendo los problemas a partir de aquel
viejo paradigma, en lugar de esforzarse por cambiar de paradigma,
como la
mejor manera de tratar los problemas. Las normas básicas del paradigma nuevo son
la diferenciación
continua,
la subjetividad y la comunión.

En lo que respecta a la diferenciación,


parece que una de las intenciones primordiales del proceso de la Tierra es
producir una variedad en todas las cosas, desde las estructuras atómicas
del mundo viviente
en su aspecto vegetal
y animal,
hasta en el emerger de lo humano, donde los individuos difieren entre sí más ampliamente que en
cualquier otro
ámbito de la realidad conocida. Es el caso no sólo de los individuos, sino también de las estructuras

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sociales, y los periodos


históricos del desarrollo del ser humano. Por lo tanto, la ley de la diferenciación
es de
primordial importancia para la apreciación de todo el proceso de la
Tierra. No puede haber duda de que éste es el
aspecto principal del Nuevo
Relato que se está escribiendo, la forma en que esta
diferenciación tuvo lugar en el
tiempo y el espacio para producir tal
diversidad de manifestaciones. Aquí hay un primer valor fundamental, el
valor
indestructible inherente del individuo.

Pero aquí también se da la dificultad en


el orden humano, pues no existe un modelo absoluto para el individuo. Tal
realización personal implica un esfuerzo creativo único, en respuesta a
todas esas fuerzas interiores y exteriores
que influyen en
la vida individual. Así también, en cada época
histórica y en
cada configuración cultural, es
necesario crear una realidad para la
cual, nuevamente, no hay un modelo adecuado. Ésta es precisamente la
dificultad
de Estados Unidos, una dificultad para la que no hay una
respuesta completa, sino sólo un esfuerzo de
comprensión hacia
ella. En cada momento, simplemente, debemos ser lo que somos, y estar
abiertos a una vida
más amplia.

Después de la diferenciación, el valor más


importante es, con mucho, la subjetividad, la
interioridad. Cada ser
tiene su propio interior, su ser, su misterio, su
aspecto numinoso. Privar a cualquier ser de esta cualidad sagrada es
quebrar el
orden total del universo. La reverencia será total, o no será reverencia en
absoluto. El Universo no viene
a nosotros en pedazos, como un individuo humano no
se presenta ante nosotros con alguna parte de su ser. La
conservación de la sensibilidad hacia esta realidad profunda ha sido considerablemente alterada en estos dos siglos
pasados de análisis
científico y de manipulación tecnológica de la Tierra y sus
energías. Durante este período, la
mente humana ha vivido amarrada
por los lazos más estrechos que jamás haya experimentado. Perdimos el vasto
mundo mítico, visionario y simbólico, con sus cualidades
numinosas omnipresentes. Debido a esta pérdida, el ser
humano hizo su aterrador
asalto a la tierra con una irracionalidad asombrosa, enorme, mientras nos
aseguraban
que éste era el camino hacia un mundo mejor, más humano, más
razonable.

Tal tratamiento hacia el


mundo físico externo, privado de la subjetividad, no podría durante mucho tiempo dejar
de afectar también al ser humano.
Así, tenemos la paradoja más llamativa de todas: el ser humano, como un ser
libre, inteligente y numinoso, negando estas cualidades tan interiores, con su
propia mente objetiva de
razonamiento, y subvirtiendo su propia racionalidad. Finalmente, esto ha comenzado a cambiar, y la realidad y
valor de la dimensión interior,
subjetiva, numinosa de todo el orden cósmico, está siendo apreciada de nuevo como
la condición absolutamente básica para que el relato tenga algún sentido. Si el
primer tema del relato es la
diferenciación, el segundo tema es el creciente despertar
de la conciencia interior.

El tercer tema determinante del nuevo relato


es la intercomunión del Universo dentro de sí mismo, y de cada una
de sus partes con el todo. Cada
partícula atómica está en comunión con cada átomo de la vasta red del Universo.
Esta red universal de relaciones es lo que primero afecta a la conciencia recién despierta del ser humano, desde
siempre. Si el relato
más amplio del proceso mundial es la narración de la diferenciación y de la subjetividad,
también lo es la historia de la profundización de la comunión en todos los
niveles de la realidad. Es una comunión
intensa dentro del mundo material,
que permite que la vida emerja. El ser viviente es más diferenciado, con mayor
subjetividad y más comunión intensiva dentro de sí mismo y con su entorno.
Todos estos factores se multiplican y
alcanzan una nueva escala
de magnitud en el ámbito de la conciencia. Allí se da un
modo supremo de comunión
dentro del individuo, dentro de la comunicación humana, y dentro del complejo Tierra/ser humano. El
aumento de
la capacidad de diferenciación es inseparable de esta capacidad de
comunión. En conjunto, esta distancia y esta
intimidad establecen las normas
básicas del ser, de la vida, del valor. Es tarea de
nuestras generaciones presentes y
futuras el desarrollar esta
capacidad de comunión en niveles nuevos y más abarcadores.

Transmitiendo valores

Al pasar ahora de la creación e


identificación de valor a la transmisión de valores, primero debemos observar
que
ya no tenemos las técnicas de iniciación funcional con las que la visión y
los valores de las generaciones anteriores
fueron transmitidas a las generaciones posteriores. Pero sigue siendo
permanentemente necesario ayudar a la
generación siguente a asumir el papel que
le corresponde en el proceso continuo de la aventura evolutiva de la

http://servicioskoinonia.org/relat/451.htm[190218 5:13:24 p. m.]


451: El Nuevo Relato (Thomas BERRY)

Tierra. En el ámbito de los humano, la educación debe


proporcionar lo que el instinto suministra en el ámbito
prehumano. Se necesita
un programa para ayudar a los jóvenes a identificarse en las dimensiones
integrales del
espacio y el tiempo. Esta tarea fue más fácil en la época de
El Timeo, cuando la
Tierra se veía como una imagen
del Logos eterno. En un mundo con una
cosmovisión así, Santo Tomás pudo escribir su Summa Theológica,
que
luego podría resumirse en forma catequética y enseñarse a las siguientes generaciones.

Ahora se requiere una nueva forma de


entender los valores. La Summa que se está
escribiendo en este momento es
la Historia del Universo, en sus fases cósmica, terrestre y humana,
ya que ahora está emergiendo en la conciencia.
En esta historia, el desarrollo
humano ha pasado por una fase primordial dominada por su carácter tribal, por una
fase civilizacional de sociedades masivas, y una
fase tecnológica en la que se hicieron los nuevos descubrimientos.
Ahora se
está llevando a cabo una fase numinosa de
integración del proceso de la Tierra.

Es de suma importancia que la próxima


generación tome conciencia de esta historia más grande aquí resumida y
de los valores numinosos, sagrados, que han estado presentes en la
secuencia en expansión de la
existencia del
mundo. En este contexto, todos los asuntos humanos, todas las
profesiones, ocupaciones y creaciones del ser
humano,
adquieren su
significado precisamente en la medida en que refuerzan este mundo emergente de
comunicación subjetiva, dentro del rango total de la
realidad. En este contexto, la comunidad científica y la
comunidad religiosa encuentran un fundamento común.

Es posible observar las


limitaciones tanto de la retórica de la redención como de la retórica científica. Un lenguaje
nuevo, más
integrador,
sobre el ser y los valores puede emerger.

Yo ofrecería algunas observaciones en


conclusión

Dentro de este relato,


se puede establecer una estructura de conocimiento con su significado humano
desde la
física del universo y la química, a través de la geología y la
biología hasta la antropología, y así sucesivamente,
hasta una
comprensión de toda la amplitud del esfuerzo
humano, desde el lenguaje, la literatura, el arte, la historia,
y
la religión, a la medicina y el derecho, a la psicología y la sociología, la economía y el
comercio, y así, a todos
aquellos estudios en los que
el ser humano cumple
su papel en el proceso de la Tierra. En todos
estos estudios y en
todas estas funciones, los valores básicos dependen de su sintonía con el
proceso de la Tierra. Dañar a la Tierra
es
dañar al ser humano, y arruinar
la tierra es destruir a la Humanidad.

En segundo lugar, sólo


hay posibilidad de descubrir un relato funcional
para la sociedad estadounidense, o para la
comunidad
humana, mediante el descubrimiento de un relato funcional
sobre el proceso de la Tierra-Cosmos. Si
en el pasado la cultura de Occidente y
la religión occidental fueron un camino de sentirse los elegidos y los
diferentes frente a
los demás y frente a la Tierra,
el camino actualmente tiene que ser un camino de comunión
íntima con la comunidad humana más amplia y con el proceso integral de la Tierra-Cósmos.

En tercer lugar, el estado de ánimo básico para el


futuro debería
ser la confianza en la revelación
continua que
tiene lugar en y a través de la tierra. Si la
dinámica del universo, desde el principio, dio forma al curso de los
cielos,
iluminó el Sol
y formó la Tierra; si este mismo dinamismo dio origen a los continentes, los mares y la
atmósfera; si despertó la Vida en la célula
primordial y luego la hizo florecer en una variedad innumerable de
seres
vivos, y finalmente hizo surgir al
ser humano y lo guió de manera segura a través de milenios turbulentos...
es razonable creer que este mismo
proceso de guía es precisamente lo que ha despertado en la humanidad su
comprensión actual de sí misma y de su
relación con este maravilloso proceso.
Sensibilizados con esta guía,
podemos tener confianza en el futuro que aguarda
a la empresa humana.

En cuarto lugar, a través de esta historia


se establece el
nuevo paradigma de lo humano. Con su apoyo podemos
despertarnos por la mañana y saber dónde estamos. Podemos responder las
preguntas de nuestros hijos. Podemos
interpretar el sufrimiento, integrar el
conocimiento, orientar la educación. Podemos conseguir un ambiente en
el
que la Vida
pueda funcionar de una manera llena de sentido.

http://servicioskoinonia.org/relat/451.htm[190218 5:13:24 p. m.]

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