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  Aporte del psicoanálisis a la cuestión de la Adicción

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Aporte del psicoanálisis a
la cuestión de la Adicción*
 
 
 
Jean Louis Pedinielli 1
Profesor de psicopatología y psicología clínica
Centro de Investigación en Psicología de la Cognición
del Lenguaje y de la Emoción
Aix-Marseille Université – 29, Avenue Robert Schuman
– F 13621 Aix en Provence Cedex 1
e-mail: Jean-Louis.Pedinielli@wanadoo.fr
 
Agnès Bonnet 1
Maestro de Conferencias en psicopatología y psicología clínica
Centro de Investigación en Psicología de la Cognición
del Lenguaje y de la Emoción
Aix-Marseille Université – 29, Avenue Robert Schuman
– F 13621 Aix en Provence Cedex 1
e-mail: a.bonnet@up.univ-aix.fr
 
 
 
 
 
 
Resumen: El psicoanálisis ha producido teorías psicopatológicas
para cada una de las adicciones (dependencia al alcohol, a la
droga…), pero también teorías generales de los procesos de la
Adicción que varían según las escuelas de referencia. El problema
planteado al psicoanálisis es el de una “pseudo-pulsión” que
representa un medio ilusorio de escapar a la dependencia
suscitada por la investidura libidinal y por el deseo del Otro. Esta
cuestión redobla la del estatuto dado al acto de Adicción, en la
medida en que las concepciones clásicas (acto fallido, actuación,
                                                            
*
Traducción del artículo « Apport de la psychanalyse à la question de l'Addiction », de Jean-
Louis Pedinielli y Agnès Bonnet, publicado en Psychotropes, 2008/3 Vol. 14, pp. 41-54, por
Pierre Angelo González, Profesor del Instituto de Psicología de la Universidad del Valle.
Octubre de 2012.
 

  Jean Louis Pedinielli y Agnès Bonnet

acción) dificilmente son útiles para dar cuenta de lo que se


produce en la Adicción, que parece más cerca del acto perverso
que de la puesta en acto, efecto de las formaciones del
Inconsciente. La práctica analítica no puede reducir al sujeto a la
adicción ni consagrarse, luego, a sostener al sujeto en su
desalienación de la falsa identidad representada por la adicción
ni en su pregunta de lo que recubre este comportamiento.
 
Palabras clave: adicción, dependencia, psicoanálisis, transferen-
cia, acto, pulsión.
 
 
 
 
El término “adicción” merece ser introducido por una referencia a su
etimología, más por cuestiones de método que por el interés de inferir
de su evolución semántica el proceso psicopatológico. Si, en latín, “ad
dicere” significa “ser llamado para” (para un esclavo dado a un Amo
como contrapartida de una deuda que no ha podido pagar), si “la
adicción” designa la operación jurídica de “obligación por el cuerpo”
de un hombre libre a causa de su deuda, ¡cuántas imágenes para una
interpretación psicopatológica de la dependencia a un producto o a una
situación que el logos actual denomina “Adicción”! Para el discurso
psicoanalítico, varias expresiones retienen la atención: la vía pasiva
“ser dado”, la esclavitud, que de Séneca a Hegel, hasta Lacan, ha
marcado la asimetría de las relaciones humanas, la deuda, con lo que
ella oculta aquí de real, el cuerpo, devenido otro, alienado en el otro,
que sirve de sustituto a una deuda no saldada. La cercanía de los
términos, de sus campos semánticos, por retórico que parezca, es por lo
menos evocadora de una figuración de los componentes
psicopatológicos principales de la Adicción (Pedinielli & Rouan,
2000), fenómeno clínico de múliples rostros, y, sobre todo, de
multiples discursos. Que, en lo real, el cuerpo venga a dedicarse a una
deuda sin pagar, a una falta, y a esclavizarse, no puede ser solamente
una imagen sucitada por la proximidad semántica.

 
La Adicción: un montaje… pseudo-pulsional
 
La multiplicidad clínica de las formas de adicción implica que
realicemos una distinción en su escritura: existen comportamientos
diferentes (“las adicciones”, en plural, teniendo cada una su
especificidad), un fenómeno común a todas las adicciones concretas
(llamado “la adicción”, sin mayúscula) y un proceso psicopatológico
que construye la psicopatología (escrito “la Adicción”, con una
 

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mayúscula para especificar que se trata de una construcción téorica).


 

Para un analista, en la descripción clínica clásica de las adicciones


(repetición de actos susceptibles de provocar placer pero marcados por
la dependencia a un objeto material o a una situación buscados y
consumidos con “avidez”), muchos conceptos retienen su atención a
causa de los mecanismos que ellos implican y de la lógica, alejada de
la semiología clásica, que esbozan: acto, repetición, avidez,
dependencia. La familiaridad con el circuito pulsional descrito por
Freud (1915) —origen (fuente), empuje, fin, objeto— es evidente: la
Adicción funciona como una pulsión parcial.
 

Hablar de actos ubica la reflexión analítica en una reflexión


diferente de la que es más frecuente: la fantasía. ¿Si toda adicción es un
acto, una serie de actos sería un fracaso de la fantasía? ¿Y qué tipo de
acto, puesto que, en psicoanálisis, esta cuestión se abre sobre la
distinción metapsicológica freudiana (cf. Assoun, 1985) entre “la
acción específica” (Aktion), la acción (Handlung) y la actuación
(Agieren)? La acción específica es lo que permite, en el estado de
desamparo del lactante (Hilflosigkeit), hacer cesar el displacer
suscitado por una necesidad no satisfecha o una excitación. Ella supone
la presencia de un otro (“alguien caritativo”) que comprende el
desamparo y asegura la acción mientras que el niño tendría, como
primera reacción, “la alucinación de la satisfacción”, prototipo del
deseo (Freud, 1900). En cambio, la acción (Handlung) designa el acto
en tanto que hace síntoma: actos compulsivos, puestas en acto en la
histeria, actos fallidos, pero también esos actos que, en la perversion,
reniegan la castración. El Agieren, cuyo primer uso está ligado a la
cuestión de la cura y la transferencia, designa la repetición bajo la
forma de acción de lo que no puede ser rememorado: el acto
sobreviene en lugar del recuerdo (Freud, 1914). El uso de Agieren (en
inglés « acting-out ») fue posteriormente ampliado más allá de la cura
para designar aquellos actos de los cuales el sujeto no es capaz de
restituir su sentido. Posteriormente, la distinction entre acting-out
(dirigido a alguien, que muestra algo sin que la represión sea por eso
levantada) y pasaje al acto (que no se dirige a nadie ni prevé ninguna
interpretación) viene a perfeccionar esta serie de concepciones de los
actos.
¿Si la Adicción es una continuación de actos, empezando por un
“acto fundador” de los motivos morales, entonces de qué tipo de acto
se puede tratar? Ni acto fallido, ni síntoma neurótico, ni realmente
acting-out o pasaje al acto, es sin duda con el acto perverso que ella
tiene la mayor cercanía, pero una perversion en la cual (con la
excepción de las perturbadoras “adicciones sexuales”) lo sexual, lo
 

  Jean Louis Pedinielli y Agnès Bonnet

libidinal, el otro, no tienen sino escaso lugar: perversion desexualizada,


en cierto modo (Pirlot & Pedinielli, 2005).
 

La avidez que se encuentra en el término “dedicarse a” (la bebida,


a la droga, pero también al trabajo del duelo), literalmente
“entregarse”, da claramente la imagen de la cuasi-necesidad
representada por la adicción. La neo-necesidad sugiere con insistencia
el funcionamiento pulsional, como si la existencia del objeto material
viniera a suscitar, al mismo tiempo, la necesidad y a parecer
ilusoriamente como lo que puede satisfacer la pulsión. La Adicción,
presentada según esta definición clásica, es lo irreprimible, lo
imperioso, es la necesidad insaciable, experimentada físicamente, que
impulsa a la acción y desaparece tras el acto, dejando al sujeto en una
especie de morosidad, de aburrimiento, de cierto hastío… hasta que
reaparece gradualmente. En la adicción, serie de actos, el cuerpo
pulsional, el soma (Pirlot, 2002), pero también el cuerpo imaginario,
son convocados, comprometidos. La adicción representa una suerte de
“des-psiquización”, de rechazo, de exclusion, quizás de miedo, de la
dimension psíquica o subjetiva. Obligación corporal, goce ilimitado,
destrucción corporal… son figuras esenciales de la cuestión de la
Adicción.
La repetición es un concepto clave del psicoanálisis, puesto que
Freud (1920) hace de él el agente del enlace (la compulsión de
repetición intenta asociar una representación y un afecto para que éste
sea descargado), pero también un mecanismo que apunta más al goce
que al placer (reducción de tensión). Ahora bien, la repetición inscrita
en la adicción es, para un analista, algo por lo cual preguntarse: ¿se
trata de la reiteración de lo idéntico en busca de un estado anterior o es
una reproducción de un comportamiento provocado por la existencia
de una dependencia (fisiológica y/o psicológica)? El problema es más
delicado todavía si se piensa que el proceso adictivo no ha nacido de la
repetición, sino que existe quizás desde el comienzo, desde el primer
encuentro con el objeto o la situación. En ese caso, no sería la
repetición la que llevaría a la adicción, sino la adicción la que
determinaría la repetición, como un intento de restauración de un
estado anterior.
 

Es aquí que la noción de dependencia, poco analítica sin embargo,


toma todo su sentido. No cabe ninguna duda que existe cierta
dependencia fisiológica a algunas sustancias y que ella se manifiesta
psíquicamente bajo la forma de representaciones, de cogniciones, de
comportamientos que suscitan por sí mismos racionalizaciones. Pero,
para el psicoanálisis, el problema es mayor por el hecho de que la
dependencia es un proceso constitutivo de la subjetividad. Ella es, en

 

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efecto, producida por la premadurez física y psíquica del niño, lo que


hace necesaria la presencia de un Otro (lugar, más allá del partenaire
imaginario, en donde se sitúa lo que, anterior y exterior al sujeto, lo
determina) para asegurar su supervivencia. Este vínculo de
dependencia precoz deja la huella de la unión del sujeto con el objeto
que le ha permitido pasar del cuerpo biológico al cuerpo libidinal
(Pedinielli, 1994). Esta dependencia se presentará en adelante en
términos de vivencia fantasmática de sumisión, de dominación
(sujeción [assujettissement] o alienación) y de afectos (angustia, amor,
odio).
Sobre esta base y sus avatares viene a instalarse la dependencia
adictiva, que es, curiosamente, determinada por el desfase entre el
sujeto y la percepción de sí-mismo: aquello de lo cual él depende es lo
que le permite corresponder a una forma —alienante— de sí mismo,
forma heredera del doble especular, forma idealizada, envidiada,
esperada. El encuentro con el producto o la situación tiene un efecto de
insight, de desaparición de la parte insoportable, o de aparición del
sentimiento de corresponder con lo que se ha querido ser. Aquello de
lo cual sería dependiente el individuo adicto, es lo que obtura el
desfase entre el sujeto y su yo, soporte de todas las identificaciones
alienantes.
Forma de automedicación que permite hacer frente a la
negatividad de sí o superar un fenómeno displacentero, la conducta —a
veces adictiva desde el comienzo— provoca una elación y un alivio
que permiten descubrir al sujeto una nueva forma de goce, de
reducción de las tensiones, de resolución del sufrimiento.
Gradualmente, la conducta deviene un modo de respuesta automática a
toda dificultad; ella reviste entonces la forma de un imperativo que
conlleva a la repetición, hasta transformarse en la única y exclusiva
solución: “pasión de la necesidad” (Pedinielli et al., 1997) que ocupa
toda la esfera psíquica.
 
 
Adicción y Clínica analítica
 
La adicción es un fenómeno clínico. Pero tiene, con respecto al
psicoanálisis, un triple interés: histórico, clínico y epistemológico.
Incluso si la historia de las relaciones conflictivas entre análisis y teoría
de la Adicción o de las adicciones nos parece reciente (de hace una o
dos décadas), el psicoanálisis siempre tuvo, desde Fenichel
(“toxicomanías sin droga”), un marcado interés por los procesos
psíquicos encontrados en pacientes atormentados por ciertas
dependencias “materiales”: alcoholismo, toxicomanía, juego… además
de las nuevas adicciones (riesgo, ciberadicción, chats, etc.). Pero
 

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durante mucho tiempo ha sido, al igual que la psiquiatría, tributario de


las “teorías sectoriales” (psicoanálisis del alcohólico, del toxicómano,
etc.) y bastante refractario a la idea de una organización
psicopatológica que constituyera el rasgo común a todas estas teorías:
el psicoanálisis de la Adicción, meta-modelo de la intersección de
todas las adicciones, tuvo ciertas dificultades para ver la luz (Pedinielli,
1991). El interés del psicoanálisis por la Adicción corresponde a una
salida de los paradigmas tradicionales fundados sobre el discurso, el
imaginario, para interesarse por los actos sin palabra, por las
necesidades no representadas, por un cuerpo y por objetos más
cercanos a lo real.
 

Ciertamente, la clínica tiene que suscitar inquietudes en un


analista: por un lado, es difícil hacer de la Adicción una estructura
clínica y, por otro, la multiplicidad de las formas concretas de adicción
evoca de forma desagradable el catálogo de las fobias o el de las
perversiones, cualquier situación puede dar lugar al miedo, al goce
sexual parcial, o… a la dependencia. El desafío para el psicoanálisis
consiste en ese desfase entre un —necesario aunque incierto— modelo
general de la Adicción y las múltiples conductas sin unidad real de
objeto, manifestación y pacientes.
 

Decir que la Adicción no es una “estructura clínica” —ya se tate


de la referencia a lo “estructural” (Bergeret) o a la posición
lacaniana— significa que son otros los modelos estructurales los que
serán aplicados a la Adicción. Estos “modelos analógicos” permiten
leer el fenómeno adictivo a partir de construcciones demostradas y
restituir una unidad conforme a la lógica de los grandes sistemas
teóricos. Regularidades presentes en los sistemas de oposición de
estructuras o de organizaciones: neurosis vs psicosis vs perversion, o
neurosis vs psicosis vs estados-límite, principalmente. De este modo, la
lectura de la Adicción, al permitir construir una representación teórica
rigurosa y conforme a la clínica, ha podido ser abordada a partir de la
estructura perversa, paradigma teórico-clínico de la cuestión del acto y
de lo real. No quiere esto decir que los adictos deban ser vistos como
perversos, sino que la teoría de la perversion permite interrogar más
eficazmente las relaciones de la Adicción con el acto, la pulsión
parcial, la renegación de la castración y el goce de la
intrumentalización del otro (Pirlot & Pedinielli, 2005). Para otros
autores, sin duda la mayoría, los estados-límite representan la
organización prototípica que permite pensar la Adicción, no en el
sentido de que los sujetos adictos sean estados-límite, sino el recurso al
acto, la dependencia (anaclitismo), las manifestaciones depresivas y los
mecanismos de defensa (escisión, renegación, identificaciones…) que
permiten discernir la cuestión de la Adicción.

 

  Aporte del psicoanálisis a la cuestión de la Adicción

A partir de estas dos concepciones, pertenecientes a paradigmas


psicoanalíticos distintos, incluso opuestos en sus concepciones del
sujeto, se esbozan construcciones originales de la Adicción, la mayoría
consagradas al estudio de las relaciones de objeto, de los mecanismos
de defensa y de la economía psíquica (Mc Dougall). En esta línea de
investigación, de los trastornos de la constitución del Yo, introyección
e incorporación insuficiente, ausencia de acceso a la separación y a la
pérdida del objeto, patología del vínculo y de la transicionalidad ligada
a un debilitamiento traumático del entorno original (Chauvet, 2004) o
de los fundamentos narcisistas (Jeammet, 2000, 2005).
 

J. McDougall, quien ha promovido en Francia el concepto de


Adicción bajo su forma psicopatológica, advierte que, en las conductas
adictivas, habría un debilitamiento del apuntalamiento materno que no
permite al niño elaborar los procesos de separación. El objeto materno
interno sería vivido como ausente o incapaz de consolar al niño
perturbado (McDougall, 2004). La economía adictiva apunta a la
descarga rápida de toda tension psíquica, interna o externa: angustias
neuróticas, angustias psicóticas, angustias de fragmentación o estados
depresivos. Esta dependencia se liga luego con la ilusión de encontrar
el paraíso perdido de la infancia. A la espera narcisista originaria que
favorece una fragilidad identitaria, la adicción responde mediante
“actos-síntomas” (1978), entre los cuales cada uno “hace las veces de
un sueño jamás soñado, de un drama en potencia, donde los personajes
juegan el rol de objetos parciales, o son incluso camuflados en objetos-
cosas, en un intento de transmitir a los objetos sustitutos externos la
función de un objeto simbólico que falta o que se estropeó en el mundo
psíquico interno”. Estos actos utilizan objetos materiales (objetos de la
adicción como la droga, el alcohol, etc.) que representan sustitutos del
objeto transicional.
La misma tesis, que vincula adicciones, trastornos del narcisismo,
tentativa de dominio y de defensa de los límites del yo, se encuentra en
Jeammet y Corcos (2006) y en Brusset (2004). Jeammet (2000)
considera que la Adicción es un medio para encontrar un soporte en la
realidad externa (extra-psíquica) a lo que faltaría en lo intra-psíquico y
de lo cual el sujeto no podría consolarse. La Adicción es un intento de
idealizar y de recuperarse en la realidad externa y en el mundo
perceptivo para compensar el fracaso del mundo interno y de la
realización alucinatoria del deseo, así como para oponer una contra-
investidura a la destructividad interna. El debilitamiento de los
fundamentos narcisistas sitúa al sujeto, sometido a la pulsión, en un
temor a la dependencia al objeto libidinal que representa un peligro
para el Yo: el amor es una violencia incontrolable que amenaza poner
al sujeto bajo el régimen del objeto —de sujetarlo, podría decirse.
 

  Jean Louis Pedinielli y Agnès Bonnet

Corcos y Jeammet (2006) se preguntan, entonces, si la Adicción es un


“medio para contener una relación objetal de dependencia y para
mantener una distancia objeto-narcisista suficientemente
tranquilizante”. Brusset (2004), por su parte, insiste sobre el hecho de
que la conducta adictiva representa un intento de liberación de la
dependencia afectiva con respecto a los objetos libidinales, pero que,
en el mismo movimiento, induce otra forma de dependencia que la
refuerza en un proceso circular. Él subraya la lógica narcisista y auto-
erótica desexualizada así como su dimensión autodestructiva.
Estas concepciones, por diferentes que sean, ponen el acento, ante
todo, sobre la constitución del Yo, sus debilidades, los trastornos de la
elaboración psíquica y de la simbolización, la economía de descarga, el
intento paradójico de restitución de un objeto psíquico interiorizado y el
peligro representado por la dependencia a los objetos libidinales que
conducen a una dependencia todavía mayor a los objetos materiales.
 

Por nuestra parte (Pedinielli, 1994, 2000; Bonnet & Pedinielli,


2007), hemos defendido la tesis de la “economía paralela”. La
Adicción es un montaje cuya lógica se sitúa del lado de la restitución y
del intento de liberarse de una alienación. Para evitar la sujeción al
otro, para escapar de la insoportable dependencia alienante, para
intentar constituirse como sujeto, el individuo adicto utiliza un objeto
(sin deseo, sin palabra) o un acto, lo que, paradójicamente, entraña su
destitución de esta posición de sujeto, y lo sumerge en una dependencia
de múltiples facetas —biológica, social, material y psíquica—,
dependencia sin duda más importante todavía. La característica de la
Adicción es anular lo que el funcionamiento psíquico debe al Otro.
 

La investidura libidinal del cuerpo, así como el acceso al


pensamiento, que sucede al funcionamiento alucinatorio de la
experiencia primaria de satisfacción (Freud, 1900), dependen del deseo
del Otro. Si el deseo, en el sentido freudiano de 1900, es alucinar la
satisfacción durante una experiencia de displacer, y si aparece en el
desfase entre la necesidad y la demanda dirigida al Otro, la Adicción
correspondería, entonces, a un intento de evitar el reconocimiento del
deseo del Otro identificado con una sumisión y una sujeción
insoportables que lo amenazan con la devoración, la hemorragia
narcisista o la destrucción de su omnipotencia.
 

Esta “economía paralela” es un modo particular de estimulaciones y


de alivios obtenido mediante elementos materiales (objetos o
situaciones) “controlados”, cuya adquisición depende de conductas y
gestos concretos, evocando la “acción específica” en el sentido en que la
entiende Freud —como un acto necesario para la resolución de la tensión
creada por la necesidad, forma original de reificación del deseo.
 

 

  Aporte del psicoanálisis a la cuestión de la Adicción

La Adicción aparece así como una transformación del


funcionamiento psíquico que descansa en la fantasía, la investidura
libidinal del objeto, y que opera una reducción del deseo a la
necesidad, del otro a un instrumento, del objeto perdido a un objeto
material siempre reemplazable, del cuerpo a lo somático. La Adicción
produce una desexualización del cuerpo que se limita a la intensidad de
algunas sensaciones, dejando de lado la expresión de los afectos. En lo
erógeno, el autor de la adicción sustituye un sistema rítmico por la
sucesión: tensión — producto o situación (acción específica) —
reducción de tensión — ausencia del producto o de la situación —
tensión… Todo hace pensar que “la adicción protege tanto del otro
como de sí. Es del dominio que el objeto puede ejercer sobre sí que el
paciente se defiende y que intenta huir en (por) la adicción. Es más,
sería su tendencia a la dependencia, su dificultad para soportar el
dominio que el otro podría ejercer sobre él, lo que aflije al sujeto y lo
empuja hacia objetos subjetivamente menos peligrosos. La
particularidad de la adicción, cualquiera que sea su vector (objeto o
situación), es cerrar el psiquismo a cualquier cosa diferente a ella
misma y reducir las experiencias subjetivas a un conjunto de
sensaciones, de necesidades o de disminución de tensión” (Pedinielli &
Rouan, 2000).
 
La perspectiva lacaniana no ha sido insensible a la cuestión de la
Adicción, teniendo en cuenta que este goce sin límite, este objeto real,
interrogan una doctrina que restituye, en el psicoanálisis, la cuestión
del deseo, del falo, del goce y del objeto causa del deseo (objeto a).
Lacan ha dado algunas pistas para reflexionar, sin desarrollar por ello
la cuestión, sobre la Adicción, evocando principalmente el hecho de
que la droga puede ser una solución a la angustia del vínculo
irreductible, del « matrimonio », del sujeto con el pene (instrumento
real simbolizado en tanto que falo imaginario). Esta angustia, a la cual
la fobia o la castración (como operación simbólica) aportan una
solución, encuentra en la droga una forma particular de resolución. La
Adicción está, pues, ligada en parte con la castración simbólica,
dejando al sujeto frente a una angustia que no puede ser organizada por
la dimensión simbólica, principalmente por los ideales (Pommier,
2002). Para que un ideal sea estructurante, debe ordenarse en torno a
un orden simbólico que regula y establece la prohibición del goce, las
razones de confiar, de sublevarse… Sin ideales simbólicos, ni la
angustia ni el goce son contenidos, elaborados. La marginación
imaginaria de los ideales simbólicos es una condición de la Adicción
que deja entrever conductas que manifiestan, no una transgresión, sino
un desbordamiento sin límites, una marginación del lenguaje que

 

  Jean Louis Pedinielli y Agnès Bonnet

implica al sujeto en el sentido y las consecuencias de su decir, de una


relación con el otro en la cual cualquier diferencia es inaceptable
(prevalencia de la relación imaginaria), del rechazo de la
responsabilidad del lado de los objetos materiales y de sus efectos, del
compromiso del cuerpo a todo nivel… Estos múltiples objetos
exteriores de la Adicción, verdaderas prolongaciones del cuerpo,
cuestionan, además del asunto del goce ilimitado, el funcionamiento de
la sociedad que suscita de forma general una búsqueda desenfrenada de
objetos con la promesa de acceso a la felicidad.
 

La indagación de los filósofos confirma las posiciones de Lacan.


La Adicción, en tanto sufrimiento, es una de las vías suscitadas por la
sociedad liberal que constituye una economía libidinal que apunta a
captar la libido de los individuos a fin de atraer sus investiduras sobre
objetos de consumo generadores de beneficios. Este tipo de
explotación de la economía libidinal (“capitalismo pulsional” de
Stiegler, 2007) es una característica fundamental de nuestra sociedad
post-moderna, en la cual el consumo se manifiesta como reivindicación
de identidad, tanto a nivel individual como social. El “nuevo malestar
en la cultura” al cual responden ciertas patologías actuales y, más
particularmente, la Adicción, se caracteriza por una valoración de esta
economía que destruye el deseo, en tanto reduce el objeto del deseo a
un objeto accesible —al tiempo que lo destruye puesto que lo propio de
este objeto es ser infinito.
 
 
La práctica analítica: síntoma y transferencia
 
El psicoanálisis, en tanto que escucha de un sujeto singular, no podría
fijarse como tarea ni la « curación » de la conducta adictiva ni la lectura
de un caso singular a partir de paradigmas previos que, aunque sean
teorías de la Adicción, no permiten comprender en absoluto las
vicisitudes originales de cada sujeto… por lo demás “en adicción”. En
efecto, la cura no podría ser la de un sujeto que se resumiría en un
trastorno o en un proceso cuando la adicción no constituye más que un
aspecto de su existencia. La dificultad reside sobre todo en el hecho de
que el sujeto adicto se presenta, se define, él mismo, por esta identidad
prestada: « soy toxicómano… soy alcohólico… », rara vez « tengo un
trastorno alcohólico… », afirmación alienante en la medida en que ella
permite al sujeto definirse mediante una categoría general susceptible de
ser admitida sin discusión por el terapeuta: el Ser se define por un Tener
supuestamente admitido.
Para un analista, la conducta adictiva, como formulación de un
autodiagnóstico, no es un síntoma —al menos en el sentido

 
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  Aporte del psicoanálisis a la cuestión de la Adicción

psicoanalítico, es decir, una formación del inconsciente, un


compromiso entre deseos contradictorios. No se puede, pues,
considerar a priori que la conducta adictiva sea la expresión
transformada, metafórica, de un conflicto inconsciente. Por el
contrario, la indagación que promueve el análisis sobre lo que anima al
sujeto y que la adicción permite dejar de lado es una posición analítica.
Ésta consiste, entonces, en poner a trabajar « l-a-parte » de la adicción
para comprometerse en la vía de lo que es inaudible para el sujeto, a
saber, su demanda, y lo que, de él, viene a instalarse. La evolución de
la cura toma esta original vía: hacer de la conducta adictiva un
auténtico síntoma, algo que representa al sujeto y que queda por
interrogar.
Pero, ¿qué se puede entender por hacer de la adicción un síntoma?
La posición es paradójica; ella designa la operación en la cual la adicción
es cuestionada y desarticulada por el sujeto, quien se sitúa a la vez como
productor —y ya no como víctima— de las conductas concretas de
adicción y como capaz de de producir un discurso propio, en el cual la
adicción aparece como un acontecimiento del cual no domina ni el
sentido, ni la causa, ni la repetición. Las “palabras-de-la-dependencia”
constituyen un material discursivo, por poco que el sujeto pueda
entender lo que dice del otro, pasando de un lenguaje reflejo de lo real a
las interrogaciones sobre el enunciado y sus distintas facetas, hasta llegar
a la pregunta de la relación con su discurso, es decir, a la posición de la
enunciación: ¿quién habla y de qué?
 

Este camino no es posible más que por medio de la transferencia


que, con estas personas, reviste la particularidad de transformar la
dependencia en el objeto de otra dependencia. La mayoría de los
analistas (Le Poulichet, Jeammet, Mc Dougall, Campos…) dispuestos
a escuchar sujetos « en adicción » han constatado este fenómeno y las
consecuencias fecundas pero también dolorosas: se opera un
desplazamiento del objeto de adicción hacia la persona del analista y
hacia la situación analítica, en ocasiones bajo una forma pasional. El
analista no aparece como el sustituto del producto, sino como un
equivalente del objeto que excita, tranquiliza y aliena. Este
desplazamiento es a veces vivido con las mismas características de
intensidad y de forma que las relaciones con el objeto de adicción:
sensorialidad (la presencia de la persona del analista, la sonoridad de su
voz…), reducción ocasional del lenguaje a su dimensión real, incluso
reificada (las palabras hieren, abaten, agotan…), búsqueda de
disponibilidad permanente, ilusoria certeza de poder dominar la
situación… Muchos actings pueden así salpicar la cura en la cual la
dependencia al otro —que la conducta adictiva intenta evitar— deviene
el campo en el cual se juega la pregunta por el deseo. Ciertas conductas
 
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  Jean Louis Pedinielli y Agnès Bonnet

ordálicas (M. Valleur) parecen así auténticos actings-out inscritos en la


transferencia que expresan un intento para desprenderse de esta
relación, conducta ostensiva, pero también intento de afirmarse a través
de una forma de autonomía por ruptura.
Hacer de la conducta adictiva, pura repetición, un síntoma, no
basta. En efecto, si parece lógico que el sujeto pueda librarse
concretamente de la conducta manifiesta, y esto por los medios que las
instituciones y la sociedad ponen a su disposición, queda un problema
en suspenso: el del estatuto del síntoma. Si, en el marco de la cura, el
sujeto se rehúsa a hacer síntoma de la pregunta por su relación con la
adicción y con su objeto, este síntoma (que no se confunde más con la
dependencia a un objeto) asegura una cohesión del sujeto. Interrogarse
sobre la adicción, la relación con el objeto, es cuestionar la relación
con la errancia, con la derrelicción que evita (¿para qué le sirve?), así
como la naturaleza de lo que le permite.
La adicción concreta se manifiesta como una respuesta en lo real a
una interrogación sobre el deseo, el goce, la relación con la sociedad.
Por alienante que sea, esta respuesta no es una cuestión menor con la
cual el sujeto deba vivir. En efecto, si la desaparición de la conducta
concreta de adicción puede ser considerada como una evolución
extremadamente positiva, puesto que el sujeto no tiene más recursos en
esta ilusoria solución, eso no impide que ciertas abstinencias sigan
siendo tan adictivas como la misma dependencia. El proceso adictivo
persiste, dado que el consumo o el encuentro con el objeto o con el
producto entrañan un riesgo de recaer en la dependencia. La cuestión
analítica es entonces la de sostener al sujeto en un trabajo de análisis y
de asunción de las potencialidades adictivas que se agitan en él y que le
alejan de situarse en relación con su deseo.
 
 
 
 
 
 
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