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“Al fin y al cabo, si Jesús produjo tan inmenso efecto sobre la historia, sería altamente
desconcertante -e incluso improbable- que lo hubiese logrado fuera de la forma que es propia al
ser humano, con los recursos y dentro de los límites impuestos por la racionalidad inherente a
las condiciones históricas colectivas y objetivas.
Jesucristo no actuó como un mago que recurriendo a procedimientos prodigiosos fuese capaz de
suspender los condicionamientos históricos para introducir los cambios que tenía en mente.
Jesús obró en la historia haciéndose esclavo (Fil 2,7), y esto hay que entenderlo en un sentido
fuerte, es decir, actuó y se manifestó asumiendo plenamente la situación del pobre en el imperio
romano, sometiéndose a todas las circunstancias condicionantes que regían esa situación.”
“Por ello, el testimonio de Jesús debe ser ubicado, desde un comienzo, en el conflicto social y
religioso que caracterizó a su época, y allí solamente se puede intentar determinar con precisión
lo que él aportó a la historia. Sólo así conseguiremos tener un enfoque realista de lo que implica
una transformación global y profunda” Y es El quien luego resucita y se le reconoce como
El Señor
Volvemos así hacia la práctica terrestre del Señor. En él hemos puesto una esperanza que el
dolor infinito del mundo no llega a destruir. Cristo es para el creyente camino, verdad y vida. El
ha instaurado en respuesta a dicho cuestionamiento una práctica concreta cuya savia se
transmite a lo largo de generaciones. Quisiéramos en este trabajo preguntarnos por el aporte
específico a nuestra propia historia de esa práctica y de Aquel que la sustentó. En esto
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reiteraremos el esfuerzo de reflexión teológica que tantas otras generaciones de creyentes han
tenido que hacer respecto al momento en que les correspondió vivir. La cuestión de la práctica
de Jesús atañe así a nuestra responsabilidad actual de creyentes, a la naturaleza de nuestro
testimonio de fe: ¿cuál es la práctica que supone seguir a Jesús? Responder a esta cuestión nos
remite al núcleo histórico del que nació y sigue naciendo la experiencia de fe. Ella supone pensar
el ministerio de Cristo con categorías históricas, de modo a poder traducir, para las
circunstancias de nuestro tiempo, las exigencias que objetivamente emanan de la práctica de
Jesús.
Todo esto exige ciertas precisiones antes de entrar de lleno en nuestro tema.
A. Cristología e historia
Para nosotros, este enunciado adquiere pleno cumplimiento en Jesucristo. El es, para el
cristiano, la clave histórica de la revelación de Dios.
Ir tras las huellas terrestres de Jesús, intentar reconstruir su itinerario por la Palestina sometida
al Imperio
romano, llevar el acta de sus encuentros y enfrentamientos hasta su muerte y resurrección, todo
esto es pues hacer obra teológica en el sentido literal del término. Jesús el Galileo es el Verbo
del Padre, no a través de un mero hablar sobre el Padre, sino a través de un actuar histórico en
el que ese hablar se integra; a través de los gestos singulares, enmarcados en el tiempo y el
espacio, por los cuales reconocemos que su comportamiento es el del Hijo y que su palabra
expresa esa vida filial.
La consecuencia que trae no coordinar el Jesús histórico con el Kyrios (SEÑOR) glorificado, hay
que denunciarla una y otra vez. Y esa consecuencia consiste en que se llega a entender la
salvación exclusivamente como operando "desde lo alto", como obra que corresponde al Señor
elevado a la diestra del Padre, sin conexión alguna con el contenido concreto de la acción
terrena de Jesús. La salvación resulta así ajena a la humanidad del Salvador, por ende, ajena a
nuestra humanidad que él compartió para salvarnos
Por ello, reflexionar sobre los aspectos históricos de Jesús -en la medida en que esto es ahora
posible- es hacer teología de la salvación, de la salvación en acto, al interior de la historia. La
reflexión de fe recoge el acontecimiento de la obra de Jesús como significativo de lo que es Dios,
de lo que él hace por nosotros, y de lo que nosotros estamos llamados a ser.
Dios se revela en la historia. En Cristo, Dios verifica su relación con la historia. La salvación se
cumple en acontecimientos concretos que continúan todavía hoy. Esto obliga a la teología a
hacerse histórica por su contenido y por su método.
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B. Praxis
En esta óptica, parece claro que la práctica de Jesús, por ser la de un agente histórico, no
manifiesta su sentido sino restituyéndose al conjunto de condiciones objetivas de su tiempo, de
orden económico, social, político y cultural de las que muchas veces se la ha aislado. Como toda
práctica humana, la de Jesús no representa un comienzo absoluto ni es comprensible sólo a
partir de sí misma. Cristo tuvo que intervenir en un campo de fuerzas ya creado, de
interacciones y conflictos que no dependía de él configurar o evitar, y en relación a los cuales
tuvo, en consecuencia, que definirse.
La práctica de Jesús se integra así a un conjunto social más amplio. Su libertad toma forma
concreta dentro del campo de posibilidades toleradas por el conjunto de factores históricos
presentes en su tiempo.
2) contrastando lo que de Jesús nos dicen los evangelios con lo que por la historia sabemos de
otros grupos y agentes históricos contemporáneos a Jesús. Aquí tendremos el cuidado de
guiarnos por los textos que ofrecen una mayor garantía de autenticidad histórica.
Síntesis de gestos y palabras, el término praxis designa una acción hecha con toda
libertad y que enfrenta, reorienta, transforma una realidad dada. Jesús anuncia el
amor del Padre a través de sus gestos y de sus palabras, a través de su práctica. Esta
será por ello la referencia obligada para todo aquél que quiera ser su discípulo y de
este modo seguirlo en el itinerario de una vida que debe ser constante y creativamente
transformada en función del establecimiento de "la justicia y el derecho" en el mundo.
La libertad de Jesús manifiesta su fuerza histórica en la medida en que se presenta inmersa en
esas condiciones y en que desde allí las transforma.
Con ese concepto, ricamente elaborado por nuestra cultura, intentaremos responder a la
cuestión de si y hasta qué punto Jesús ha sido un motor de la historia.
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Podríamos conceder que vamos a hablar de la libertad de un modo realista, es decir, como
involucrada en sus condiciones objetivas, terrestres, de ejercicio. Pero eso sería una manera
insólita y poco clara de expresarse. Por otro lado, tal vez no llegaríamos a rescatar, por esa vía,
los aspectos de afirmación conflictiva, presentes ya en el pensamiento hegeliano, sobre la
libertad, pero en todo caso netamente elaborados en la noción de praxis. La praxis supone
libertad creadora, pero íntimamente vinculada a condiciones colectivas y a márgenes materiales
que no está en su poder revocar, y al interior de los cuales ella debe desplegar su creatividad.
Por eso preferimos la noción de "práctica" (praxis) a la noción de libertad. Para nuestro objetivo,
ella nos parece ser más comprensiva y fina y, a la vez, estar exenta de las ambigüedades que
pesan sobre la idea corriente de "libertad". No obstante, cabe aceptar que la noción de "práctica"
corresponde al concepto realista de la libertad humana entendida como una potencia crítica,
inseparablemente personal y social, potencia que no está dada como punto de partida, sino que
constituye el objeto de una conquista colectiva e histórica y que además se posee a través de
numerosas mediaciones objetivas de orden social, económico, político y cultural, a través de
cuya transformación ella se adquiere y consolida. Por medio del concepto de praxis trataremos
especialmente en este trabajo de precisar la significación histórica del ministerio de Jesús,
cuestión con frecuencia mal planteada y por lo tanto generalmente mal resuelta. Esto lo
haremos al nivel de las conclusiones.
¿Es, entonces, posible hablar con propiedad de una praxis de Jesús? ¿Podemos atribuir a esta
práctica, como tal, algún grado de eficacia histórica? ¿Ha contribuido Jesús verdaderamente a
transformar el mundo? Si esta atribución no es un simple e irresponsable enunciado, entonces
habrá que dar razón de la actividad histórica del fundador del cristianismo y tratar de establecer
cuál ha sido su alcance en términos de praxis transformadora. No, como ya liemos insinuado,
como si sólo se tratara del esclarecimiento de un hecho del pasado, sino sobre todo por cuanto
esa práctica es y puede ser todavía fundamento para una más plena transformación del
momento actual. La cuestión del eventual aporte específico del cristianismo a la obra de
construcción del mundo se halla así involucrada en la cuestión de la praxis de Jesús, en los
determinante para ella.
En qué medida la praxis de Jesús contiene algo así como las líneas directrices fundamentales de
esa construcción; es decir, cuánto seguimos estando ligados hoy a la lógica diversos aspectos de
la práctica de Jesús podremos responder a estas preocupaciones básicas para la
eclesiología (sobre la Iglesia):
Así como tenemos que hacerlo nosotros, la primera comunidad pudo mirar con ojos nuevos al
Jesús que había frecuentado en Galilea y Judea, sólo a partir de la experiencia pascual, es decir,
desde la persuasión, fundada en la iniciativa del Resucitado, de que el Señor estaba presente y
actuaba en medio de ella. Así también la fe pascual le permitió percibir la praxis de Jesús como
norma y criterio para entender su propia situación y misión en el mundo. El progreso en la fe
pascual se acompañó de una creciente iluminación de los hechos del Jesús terrestre. La memoria
de los hechos de Jesús, lejos de disiparse a medida que pasaba el tiempo, estuvo por el
contrario, como exigida por el proceso de profundización de la fe en el Resucitado. La referencia
a Jesucristo en la comunidad fue al mismo tiempo experiencia del Señor glorioso invisiblemente
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presente en ella, memoria histórica de los sucesos pasados concernientes a Jesús, e
interpretación teológica mirando hacia adelante de los signos, desafíos y tareas que constituían
la vida actual de la comunidad, a partir de la praxis y resurrección de Cristo. Se leyó con otros
ojos la historia de Jesús y se descubrieron en ella nuevas implicaciones para la vida comunitaria.
De un modo más profundo, la comunidad hizo la experiencia de que por la presencia de su
Señor, esos hechos se convertían en cierto modo en coextensivos a su propio desarrollo.
La conciencia histórica del pasado reciente comenzó a tomar un nuevo relieve, se hizo
interpretante y actualizadora. El recuerdo de Jesús a la luz de las responsabilidades y nuevas
experiencias de la comunidad fue un recuerdo teológicamente fecundo y creador. De ese
esfuerzo de comprensión surgieron las primeras versiones que fueron materia de predicación
oral primero y sobre cuya base se construyeron después los evangelios. No es de extrañar que a
la originalidad del acontecimiento del que trataban de dar cuenta, correspondiese la invención de
un género igualmente original de transmisión, el de los evangelios, género intermediario entre la
narración histórica y la confesión de fe, que evocaba por su estructura los credos del antiguo
Israel.
Hasta qué punto la particularidad de esta base documental que son los evangelios representa un
escollo para nuestra tarea, es lo que intentaremos muy brevemente determinar. En efecto, si en
los textos evangélicos el aspecto de confesión de fe se hubiese impuesto y desarrollado con
detrimento de la historia distorsionándola hasta hacerla irreconocible, el proyecto de hablar de la
praxis de Jesús sería irrealizable. Ciertamente hay quienes temiendo con exceso esta dificultad
prefieren no hablar del Jesús histórico .
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historia salvífica. De ahí que el relato del pasado representa necesariamente una captación
personal, nunca exhaustiva.
Cada evangelista habla de Jesús no sólo a partir de su experiencia inmediata, sino también
desde la situación de su comunidad eclesial, cuyos problemas y pistas de solución tenía en
mente cuando fijaba por escrito la tradición que le venía de y sobre Jesús. Los acontecimientos
evocados y la interpretación comunitaria resultan, por tanto, indesligables en los textos
evangélicos.
.
Todo esto nos lleva además a otorgar una relativa preferencia a los textos de Lucas, sin que esto
signifique privilegiar siempre su texto o excluir a priori los otros evangelios.
En efecto, según algunos exegetas críticos como E. Käsemann, sólo los escritos de
Lucas y en
alguna medida el evangelio de Mateo son los lugares del Nuevo Testamento en que de
hecho se
atribuye más importancia a los aspectos y condicionamientos históricos de la vida de
Jesús y de la primera comunidad. Para este autor, los demás escritos del Nuevo
Testamento consideran la historia sobre todo como punto de intersección de
acontecimientos escatológicos ; en cambio, el evangelio de Lucas y los Hechos
tomados globalmente suponen que las perspectivas escatológicas y apocalípticas no
dominan más la vida de las comunidades cristianas: "No se escribe la historia de la
iglesia cuando se espera cada día el fin del mundo" . Según esta opinión, las
perspectivas escatológicas continúan formando parte de la enseñanza cristiana, pero
sin ocupar más una posición central. Lo que en Lucas orientaría preferentemente el
interés y estructuraría el relato, sería entonces la continuidad históricamente
constatable y un proceso de desarrollo ininterrumpido que une a la segunda
generación de creyentes con el Jesús de la historia. Lucas sería, según Käsemann, el
primer historiador cristiano.
"Su evangelio es, en verdad, la primera vida de Jesús en la que los puntos de vista de la
causalidad y la finalidad son tomados en cuenta, y donde el sentido psicológico, la actividad del
historiador compilador y la tendencia del escritor a la edificación se vuelven sensibles de la
misma manera".
Aun sin compartir la posición de Käsemann en todos sus puntos, especialmente en cuanto a la
consecuencia que saca sobre el lugar secundario que tendría la escatología para Lucas, hay que
reconocer que el tercer evangelio conserva numerosos elementos primitivos del ministerio de
Jesús: "me ha parecido bueno, a mí también, haberme informado cuidadosamente de todo a
partir de los orígenes y escribir para ti un relato ordenado" (Lc 1,3) (19). Para Lucas el
acontecimiento salvífico escatológico es real y concreto, lo que nos permite tener en su
evangelio una serie de valiosas indicaciones sobre la realidad política, social y religiosa de la
época. Por esta razón, la reflexión sobre la praxis de Jesús debe tener en cuenta en particular,
pero no únicamente los aportes del evangelio de Lucas.
Esperamos, con todas estas precauciones, poder tener una imagen suficientemente clara del
Jesús histórico como para poder hablar con propiedad de la praxis de Jesús. En este caso,
tomamos la interpretación teológica de la comunidad como integrada a los hechos conservados
por ella como verídicos, y no como si el esfuerzo de interpretación viniera a anular su
materialidad. De todos modos, sabemos de antemano que la figura de esa praxis en sus trazos
generales sólo puede esbozarse a partir de las fuentes con que cuenta la investigación histórica,
en el estado actual. No pretendemos, en ningún caso, esbozar vanamente una nueva '"vida de
Jesús".
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Lo que sí quisiéramos es que la exploración de textos que vamos a emprender responda a un
mínimo de requisitos metodológicos garantizando una objetividad suficiente como para no hacer
de Jesús la mera proyección de nuestros deseos. Las categorías que empleamos servirán tal vez
para iluminar mejores aspectos descuidados en otras tentativas similares a la aquí ofrecida. Aun
así, no es inútil indicar que nuestra reflexión sobre Jesús se ve necesariamente afectada por las
perspectivas que introduce nuestra época presente. La persona de Jesús lleva además en sí el
misterio de todo ser personal, el de una identidad singular que se revela sólo a través de
mediaciones parciales y de relaciones determinadas. Por eso la persona de Jesucristo es una
totalidad que en última instancia cada creyente tendrá que descubrir por aproximaciones
sucesivas, a lo largo de su personal itinerario de fe.