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MÓDULO III

MÓDULO I

FILOSOFÍA Y ÉTICA
MÓDULO III

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MÓDULO III
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MÓDULO III: LOS ACTOS HUMANOS, LA CONDUCTA ÉTICA Y EL JUICIO


MORAL

INDICE

Contenido
I. Los actos humanos: la racionalidad, lo volitivo y lo cognoscitivo .................. 5
1.1. Actos humanos y actos del hombre1 ........................................................... 5
1.2. La buena voluntad2 ........................................................................................ 7
1.3. La moral según Kant (análisis del acto humano de la voluntad en la
moral kantiana)3 ..................................................................................................... 9
II. El sentido de la ética en la actividad empresarial y los negocios................ 12
2.1. La ética empresarial en el contexto de una ética cívica4.......................... 12
2.1.1. El nacimiento de la ética cívica ........................................................ 12
2.1.2. Características de la ética cívica ...................................................... 13
2.1.3. Contenidos mínimos de una ética cívica ......................................... 16
2.1.4. La ética empresarial en el contexto de una ética cívica .............. 22
2.1.5. Funciones de una ética cívica ........................................................... 24
III. La ética en el contexto del desarrollo humano ........................................... 25
3.1. ¿Qué impacto puede tener la ética?5 ...................................................... 25
3.1.1. Más allá de la Prudencia.................................................................... 26
3.1.2. El Razonamiento, la Supervivencia y la Ética del
Comportamiento... ........................................................................................ 28
IV. La ética en las profesiones de los negocios ................................................. 30
4.1. Ejemplos de código de ética para negocios6 ......................................... 30

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LOS ACTOS HUMANOS, LA CONDUCTA ÉTICA Y EL JUICIO MORAL

I. Los actos humanos: la racionalidad, lo volitivo y lo cognoscitivo

1.1. Actos humanos y actos del hombre1

[Tomás de Aquino]

Es necesario que en
los actos humanos haya
voluntario. Para verlo, hay
que tener en cuenta que el
principio de algunos actos
o movimientos está en el
agente, o en lo que es
movido; mientras que el
principio de otros
movimientos o actos está
fuera. Porque, cuando una
piedra se mueve hacia arriba, el principio de esta moción es exterior
a la piedra, pero cuando se mueve hacia abajo, el principio de esta
moción está en la piedra misma. Ahora bien, de los que se mueven
por un principio intrínseco, unos se mueven a sí mismos y otros no;
porque, como todo agente actúa o todo movimiento se mueve por
un fin, según se determinó antes (q.1 a.2), se mueven perfectamente
por un principio intrínseco aquellos seres en los que hay un principio
intrínseco no sólo para moverse, sino también para moverse al fin.
Pero para que algo llegue a hacerse por un fin, se requiere algún
conocimiento del fin. Así, pues, lo que obra de este modo o es movido
por un principio intrínseco que tiene algún conocimiento del fin, tiene
en sí mismo el principio de la acción o del movimiento, no sólo para
obrar, sino también para obrar por un fin. Mientras que en lo que
carece de conocimiento del fin, aunque esté en ello el principio de
la acción o del movimiento, no se halla en ello el principio de su obrar

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o moverse por un fin, sino en otro, que le imprime el principio de su


movimiento hacia el fin. Por eso no se dice que estos seres se muevan
a sí mismos, sino que los mueven otros. Pero se dice que se mueven a
sí mismas las cosas que tienen conocimiento del fin, porque está en
ellas el principio no sólo para obrar, sino para obrar por un fin. En
consecuencia, cuando tanto el obrar como el obrar por un fin se
deben a un principio intrínseco, estos movimientos y actos se llaman
voluntarios; pues el término voluntario implica esto, que el
movimiento y el acto se deben a la propia inclinación. Y por eso se
dice que lo voluntario es, según la definición de Aristóteles, Gregorio
Niseno y del Damasceno no sólo aquello cuyo principio está dentro,
sino con el añadido de conocimiento. Por consiguiente, en los
actos del hombre se encuentra plenamente lo voluntario, porque él
conoce perfectamente el fin de su obrar y se mueve a sí mismo.

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1.2. La buena voluntad2

Ni en el mundo ni, en general, fuera de él es posible pensar


nada que pueda ser considerado bueno sin restricción, excepto
una buena voluntad. El entendimiento, el ingenio, la facultad de
discernir, o como quieran llamarse los talentos del espíritu; o el valor, la
decisión, la constancia en los propósitos como cualidades del
temperamento son, sin duda, buenos y deseables en muchos
sentidos, aunque también pueden llegar a ser extraordinariamente
malos y dañinos si la voluntad que debe hacer uso de estos dones de
la naturaleza y cuya constitución se llama propiamente carácter no
es buena. Lo mismo sucede con los dones de la fortuna. El poder, la
riqueza, el honor, incluso la salud y la satisfacción y alegría con la
propia situación personal, que se resume en el término, dan valor, y
tras él a veces arrogancia. Si no existe una buena voluntad que dirija
y acomode a un fin universal el influjo de esa felicidad y con él el
principio general de la acción; por no hablar de que un espectador
racional imparcial, al contemplar la ininterrumpida prosperidad de un
ser que no ostenta ningún rasgo de una voluntad pura y buena,
jamás podrá llegar a sentir satisfacción, por lo que la buena voluntad
parece constituir la ineludible condición que nos hace dignos de ser
felices.

1 Texto extraído de Santo Tomás, Suma Teológica I-II, cuestión 6, artículo 1, (p. 480). Recuperado de https://www.e-
torredebabel.com/Historia-de-la- filosofia/Filosofiamedievalymoderna/SantoTomas/Actosdelhombre.htm
2 Texto extraído y recortado de Kant M. (1980). Fundamentación de la metafísica de las costumbres.
(6ª ed.) Madrid: Espasa-Calpe.

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Algunas cualidades son incluso favorables a esa buena


voluntad y pueden facilitar bastante su trabajo, pero no tienen
ningún valor interno absoluto, sino que presuponen siempre una
buena voluntad que restringe la alta estima que solemos tributarles
(por lo demás, con razón) y no nos permite considerarlas
absolutamente buenas. La moderación en afectos y pasiones, el
dominio de sí mismo, la sobria reflexión, no son buenas solamente en
muchos aspectos, sino que hasta parecen constituir una parte del
valor interior de la persona, no obstante, lo cual están muy lejos de
poder ser definidas como buenas sin restricción (aunque los antiguos
las consideraran así incondicionalmente). En efecto, sin los principios
de una buena voluntad pueden llegar a ser extraordinariamente
malas, y la sangre fría de un malvado no sólo lo hace mucho más
peligroso sino mucho más despreciable ante nuestros ojos de lo que
sin eso podría considerarse. La buena voluntad no es buena por lo
que efectúe o realice ni por su aptitud para alcanzar algún
determinado fin propuesto previamente, sino que sólo es buena por
el querer, es decir, en sí misma, y considerada por sí misma es, sin
comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de
ella pudiéramos realizar en provecho de alguna inclinación y, si se
quiere, de la suma de todas las inclinaciones. Aunque por una
particular desgracia del destino o por la mezquindad de una
naturaleza madrastra faltase completamente a esa voluntad la
facultad de sacar adelante su propósito; si, a pesar de sus mayores
esfuerzos, no pudiera llevar a cabo nada y sólo quedase la buena
voluntad (desde luego no como un mero deseo sino como el acopio
de todos los medios que están en nuestro poder), aun así, esa buena
voluntad brillaría por sí misma como una joya, como algo que en sí
mismo posee pleno valor. Ni la utilidad ni la esterilidad pueden añadir
ni quitar nada a este valor. Serían, por así decir, como un adorno de
reclamo para poder venderla mejor en un comercio vulgar o llamar
la atención de los pocos entendidos, pero no para recomendarla a
expertos y determinar su valor. (Kant, 1980, pp. 27-31).

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1.3. La moral según Kant (análisis del acto humano de la voluntad


en la moral kantiana)3

Dotado de una gran


capacidad intelectual, Kant publicó
en pocos años una serie de escritos
importantes: los Prolegómenos a
toda metafísica futura en 1783, la
Fundamentación de la metafísica de
las costumbres en 1785, los Principios
metafísicos de la ciencia de la
naturaleza en 1786, y la Crítica de la razón práctica en 1788. En ésta,
Kant se propuso fundar una ética racional y autónoma, que se
apoyase solamente en la razón y que no dependiera de inclinaciones
subjetivas. En este sentido, lo primero que descubrió Kant es que no
hay casi nada que pueda ser llamado «bueno» absolutamente, a no
ser una buena voluntad. Y sólo es buena una voluntad que actúa por
respeto al deber. Kant desarrolló sus ideas éticas como el resultado
lógico de su creencia en la libertad fundamental del individuo. No
consideraba esta libertad no sometida a leyes, sino más bien como la
libertad del gobierno de sí mismo, la libertad para obedecer en
conciencia las leyes del universo tal como se revelan por la razón.
En un momento advierte que «el hombre sueña con un paraíso de
ignorancia y holganza», del que la arrolladora actividad de la razón
le saca y cuyo retorno le prohíbe: «La razón impulsa a soportar con
paciencia fatigas que odia, a perseguir el brillante oropel de trabajo
que detesta e inclusive olvidar la muerte que le horroriza: todo ello
para evitar la pérdida de pequeñeces, cuyo despojo le espantaría
aún más».

3 Extraído de Savater, F. (2008). La aventura de pensar. Barcelona: Random House Mondadori, S. A. (pp.
135-138). Recuperado de https://marisabelcontreras.files.wordpress.com/2015/02/la- aventura-de-pensar.pdf

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Según Kant, la moral está hecha de imperativos, de órdenes.


Hay que hacer esto, aquello, o lo de más allá, y no hay que hacer
esto o lo otro. Todos son imperativos, es decir, mandatos. La mayoría
de los imperativos de nuestras vidas son condicionales. Por ejemplo,
si quiero coger el avión debo levantarme temprano. Es un imperativo
condicionado a algo que yo quiero hacer, si quiero llegar a tiempo
al aeropuerto, a la hora que sale el avión, pues tengo que hacerlo,
de lo contrario no necesito madrugar. Todo eso es un imperativo
condicional, o, como también lo llama Kant, hipotético. Es una orden
dada en función de una actividad que voy a realizar. Lo que Kant
busca, como base de la moral, es qué imperativos hay que no tengan
condiciones, sino que tenemos que hacerlos sí o sí, no porque
vayamos a conseguir tal o cual cosa sino porque somos seres humanos
racionales. Un imperativo condicional tiene la forma «si quiero tal
cosa, debo hacer tal otra» —por ejemplo, si quiero conservar mi
crédito y mi buen nombre, debo devolver el dinero que me
prestaron—, pero la moral no puede basarse en ese tipo de
imperativos, sino en aquellos que plantean lo que debo hacer y no
sólo lo que me conviene hacer. A veces lo que debo hacer y lo que
me conviene coinciden —por ejemplo, en el caso de la devolución
del préstamo—, pero frecuentemente se oponen. En tal caso, lo ético
es lo que debo hacer y ninguna otra cosa. Pero ¿cómo saber en
cada caso lo que debo hacer? Según Kant, porque mi conducta se
debe adecuar a una máxima racional que se me presenta como
imperativo categórico. Si cuando voy a hablar a alguien digo la
verdad, puedo decir que
deseo que todos los seres
humanos en las mismas
condiciones digan la verdad. Si
miento, en cambio, no puedo
convertir ese principio en ley
universal; porque no quiero que
me mientan a mí. Yo deseo
mentir para obtener una

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ventaja, pero no quiero que los demás me mientan porque si no el


diálogo sería imposible. La mentira no puede ser base de moralidad,
porque es imposible que sea convertida en ley universal. Si todos
mintieran, nadie creería ninguna afirmación, y entonces la mentira
sería ineficaz. Como contrapartida, la verdad, que sí puede serlo. El
principio verdaderamente moral es aquel que puede convertirse en
una ley universal para todos los demás.

Nosotros no somos dueños


de todas las consecuencias de
nuestras acciones; dicho de otro
modo, vemos permanentemente
que hacemos cosas cuyos
resultados son opuestos o, por lo
menos, diferentes a lo que
habíamos buscado. Entonces,
eso nos puede inhibir y
preguntarnos: «¿Para qué voy a
intentar yo realizar tal o cual cosa si luego los resultados van a ser
distintos a los que deseo?». Kant piensa que lo práctico, lo
verdaderamente moral en cada uno de nosotros, es la buena
voluntad. Es decir, lo único a lo que no podemos renunciar es a tener
buena voluntad, y si actuamos ateniéndonos a ella, sean cuales sean
las consecuencias, nadie puede reprocharnos moralmente nada.
Pero ¿en qué se basa la buena voluntad moral? Toda moral está
formada por imperativos. Tales imperativos rigen nuestras vidas —
constantemente estamos dándonos órdenes a nosotros mismos de
acuerdo con lo que queremos hacer—; de ahí que haya imperativos
condicionales que respondan a alguna motivación, a algún
proyecto. Sin embargo, ingresamos en el ámbito de la moral cuando
nos regimos, no por tales imperativos condicionales sino por
imperativos categóricos. Para Kant, el centro de la moral —lo expresa
de varias formas— pasa por que el ser humano debe considerar a los
otros individuos como fines en sí mismos y no como instrumentos. En

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otras palabras, no debe utilizar a ningún hombre como una


herramienta para objetivos distintos a los que el ser humano puede
proponerse a sí mismo. Debemos reconocer que cada uno de
nosotros puede dar una orientación universal a su acción, que lo que
busca es el cumplimiento de esos fines de la humanidad que no son
compatibles con considerar a los demás como meras herramientas.
(Savater, 2008, pp. 135-138).

II. El sentido de la ética en la actividad empresarial y los negocios

2.1. La ética empresarial en el contexto de una ética cívica4

2.1.1. El nacimiento de la ética cívica

La ética cívica es relativamente reciente, porque nace en los


siglos XVI y XVII a partir de una experiencia muy positiva: la de que es
posible la convivencia entre ciudadanos que profesan distintas
concepciones religiosas, ateas o agnósticas, siempre que
compartan unos valores y unas normas mínimas…

4 Tomado de Cortina, A. (1994). Ética de la empresa: Claves para una cultura empresarial.
Madrid: Trotta.

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Precisamente la experiencia del pluralismo nace con la de una


incipiente ética cívica, porque la ética cívica consiste en ese mínimo
de valores y normas que los miembros de una sociedad moderna
comparten, sean cuales fueren sus cosmovisiones religiosas,
agnósticas o ateas, filosóficas, políticas o culturales; mínimo que les
lleva a comprender que la convivencia de concepciones diversas es
fecunda y que cada quien tiene perfecto derecho a intentar llevar a
cabo sus proyectos de felicidad, siempre que no imposibilite a los
demás llevarlos también a cabo. Esta es la razón por la que
consideramos la ética cívica como una ética moderna de mínimos.

2.1.2. Características de la ética cívica

a) Ética de mínimos

Que la ética cívica es una ética de mínimos significa que lo que


comparten los ciudadanos de una sociedad moderna no son
determinados proyectos de felicidad, porque cada uno de ellos
tiene su propio ideal de vida buena, dentro del marco de una
concepción del mundo religioso, agnóstica o atea, y ninguno
tiene derecho a imponerla a otros por la fuerza. Las concepciones
religiosas, agnósticas o ateas del mundo que propongan un
modelo de vida feliz constituyen lo que llamamos «éticas de
máximos», y en una sociedad verdaderamente moderna son
plurales; por eso podemos hablar en ellas de un pluralismo moral.

Una sociedad pluralista es, entonces, aquella en la que


conviven personas y grupos que se proponen distintas éticas de
máximos, de modo que ninguno de ellos puede imponer a los
demás sus ideales de felicidad, sino que, a 10 sumo, les invita a
compartirlos a través del diálogo y el testimonio personal. Por el
contrario, es totalitaria una sociedad en la que un grupo impone
a los demás su ética de máximos, su ideal de felicidad, de suerte

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que quienes no la comparten se ven coaccionados y


discriminados.

Sin embargo, «pluralismo» no significa que no haya nada en


común, sino todo lo contrario. Precisamente el pluralismo es
posible en una sociedad cuando sus miembros, a pesar de tener
ideales morales distintos, tienen también en común unos mínimos
morales que les parecen innegociables, y que no son
compartidos porque algún grupo los haya impuesto por fuerza a
los restantes, sino que los distintos sectores han ido llegando mutuo
propio a la convicción de que son los valores y normas a los que
una sociedad no puede renunciar sin hacer dejación de su
humanidad.

b) Ética de ciudadanos, no de súbditos

Precisamente porque es
un tipo de convicción al que
nos lleva la experiencia
propia o ajena, pero sin
imposición, la ética cívica
solo ha sido posible en formas
de organización política que
sustituyen el concepto de súbdito por el de ciudadano. Porque
mientras se considere a los miembros de una comunidad
política como súbditos, como subordinados a un poder
superior, resulta difícil-por no decir imposible- pensar que tales
súbditos van a tener capacidad suficiente como para poseer
convicciones morales propias en lo que respecta a su modo
de organización social. Lo fácil es pensar en ellos como
menores de edad, también moralmente, que necesitan del
paternalismo de los gobernantes para poder llegar a conocer
qué es lo bueno para ellos.

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c) Ética de la Modernidad

Por eso el célebre escrito kantiano ¿Qué es la Ilustración?


nos presenta esta época como la entrada de los hombres en
la mayoría de edad, en virtud de la cual ya no quieren dejarse
guiar «como con andadores» por autoridades que no se hayan
ganado su crédito a pulso, sino que quieran orientarse por su
propia razón. ¡Sapere aude! es, según el escrito kantiano, la
divisa de la Ilustración: «¡atrévete a servirte de tu propia
razón!». El paternalismo de los gobernantes va quedando
desde estas afirmaciones deslegitimado y en su lugar entra el
concepto moral de autonomía, porque, aunque la ética y la
política no se identifican, están estrechamente relacionadas
entre sí, como lo están también con la religión y el derecho,
de suerte que un tipo de conciencia política --como es la
idea de ciudadanía- está estrechamente ligado a un tipo de
conciencia moral --como es la idea de autonomía.

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2.1.3. Contenidos mínimos de una ética cívica

a) Los valores de libertad, igualdad y solidaridad

Desde la Ilustración nace, pues, la idea de que los


hombres son individuos autónomos, capaces de decidir por sí
mismos cómo desean ser felices y también capaces de darse
a sí mismos sus propias leyes. De ahí que no haya poder alguno
legitimado para imponerles modos de conducta si ellos no le
han reconocido la autoridad para hacerla, con lo cual no se
trata entonces de una imposición, sino de un reconocimiento
voluntario. Por eso en el ámbito político los hombres van
dejando de considerarse como súbditos, como subordinados,
para pasar a convertirse en ciudadanos, lo cual significa que
nadie está legitimado para imponerles un ideal de felicidad, y
que las decisiones que se tomen en su comunidad política no
pueden tomarse sin su consentimiento.

La ética cívica nace entonces de la convicción de que


los hombres somos ciudadanos capaces de tomar decisiones
de un modo moralmente autónomo y, por tanto, detener un
conocimiento suficientemente acabada de lo que
consideramos bueno como para tener ideas moralmente
adecuadas sobre cómo organizar nuestra convivencia, sin

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necesidad de recurrir a los proyectos de autoridades


impuestas. No es, pues, de extrañar que el primero de los
valores que componen nuestra ética cívica sea el de
autonomía moral con su trasunto político de ciudadanía, ni
tampoco que a ellos acompañe la noción de igualdad.
Igualdad, en este contexto no significa «igualitarismo», porque
una sociedad en que todos los hombres fueran iguales en
cuanto a contribución, responsabilidades, poder y riqueza es
imposible de alcanzar sino es a través de una fuerte dictadura,
que es justo lo contrario de la autonomía que acabamos de
reconocer. «Igualdad» significa aquí lograr para todas iguales
oportunidades de desarrollar sus capacidades, corrigiendo
las desigualdades naturales y sociales, y ausencia de
dominación de unos hombres por otros, ya que todos son
iguales en cuanto autónomos y en cuanto capacitados para
ser ciudadanos.

Libertad o autonomía e igualdad son -como recordamos-


los dos primeros valores que acogió como suyos aquella
Revolución Francesa de 1798, de la que surgió la Declaración
de los derechos del hombre y del ciudadano. y son
efectivamente dos de los valores que componen el contenido
de la ética cívica. El tercero es la fraternidad, que con el
tiempo las tradiciones socialistas, entre otras, transmutaron en
solidaridad, un valor que es necesario encarnar si de verdad
creemos que es una meta común la de conseguir que todos
los hombres se realicen igualmente en su autonomía.

Ahora bien, los valores


pueden servir de guía a
nuestras acciones, pero para
encarnados en nuestras vidas y
en las instituciones necesitamos
concretados, y podemos

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considerar a los derechos humanos en sus distintas


generaciones como concreción de estos valores que
componen la ética cívica.

b) Los derechos humanos

Como es sabido, los derechos humanos reciben el


nombre de derechos morales porque, aunque son la clave del
derecho positivo, no forman parte de él (no son «derechos
legales»), sino que pertenecen al ámbito de la moralidad, en
el que el incumplimiento de lo que debe ser no viene
castigado con sanciones externas al sujeto y prefiguradas
legalmente. Por eso decimos que forman parte de la ética
cívica, concretando en sus distintas generaciones los valores
de libertad, igualdad y solidaridad.

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En efecto, la idea de libertad es la que promueve los


derechos de la llamada primera generación, es decir, los
derechos civiles y políticos, que resultan inseparables de la
idea de ciudadanía. Es el liberalismo de los orígenes, desde
autores como John Locke, el que define estos derechos y no
ve mayor razón para crear la sociedad civil que la defensa de
tales derechos. En definitiva, el Estado no tiene más tarea que
la de proteger los derechos civiles y políticos de sus
ciudadanos. Las tradiciones socialistas, por su parte, ponen en
cuestión que tales derechos puedan respetarse si no vienen
respaldados por unas seguridades materiales, y de ahí que la
aspiración a la igualdad sea la que guíe el reconocimiento de
la segunda generación de derechos: los derechos
económicos, sociales y culturales. Estas dos tradiciones han
sido ya reconocidas, explícitamente por las Naciones Unidas
en la Declaración del año 1948.

Por lo que hace a la llamada tercera generación, que


todavía no ha sido recogida en Declaraciones
internacionales, viene guiada por el valor de la solidaridad, ya
que se refiere a un tipo de derechos que no puede ser
respetado si no es por medio de la solidaridad internacional.
Me refiero al derecho a la paz o derecho a vivir en una
sociedad en paz, y al derecho a un medio ambiente sano.
Ambos derechos son imposibles de respetar sin solidaridad
universal, porque, aunque individuos, grupos de individuos o
naciones determinadas trataran de fomentar una
convivencia pacífica y de procurar un medio ambiente sano,
sin un acuerdo y una acción internacionales es imposible
alcanzar estas metas. Ciertamente los dos derechos
mencionados todavía no han sido expresamente reconocidos
en declaraciones internacionales, pero forman parte ya de la
conciencia moral social de los países con democracia liberal:
forman parte de su ética cívica.

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Lo cual significa que, aunque la legislación de un


determinado país no recogiera normas en torno a la
fabricación y tráfico de armas o en torno a la contaminación,
la conciencia moral cívica de los países desarrollados sí que
repudia un tipo de acciones semejantes, de lo que se sigue que
quien fabricara armas o traficara con ellas, o quien no hiciera
nada por evitar residuos contaminantes, estaría actuando de
forma inmoral, aunque en ese país concreto su acción no
fuera ilegal. Porque una cosa es la moralidad y otra la
legalidad.

c) La tolerancia activa

Naturalmente, resulta imposible la convivencia de


diferentes proyectos de vida feliz si quienes los persiguen no
son tolerantes con aquellos que tienen un ideaI de la felicidad
distinto, de ahí que la ética cívica fuera naciendo al calor de
distintos escritos sobre la tolerancia, como una actitud
sumamente valiosa. Ahora bien, la tolerancia puede
entenderse solo en un sentido pasivo, es decir, como una
predisposición a no inmiscuirse en los proyectos ajenos por
simple comodidad; o bien en un sentido activo, como una
predisposición a respetar proyectos ajenos que pueden tener
un valor, aunque no los compartamos. La tolerancia pasiva no
sirve de base para construir un mundo junto: para construir
hace falta tolerancia activa.

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d) Un ethos dialógico

La idea de tolerancia activa, junto con los otros valores que


hemos mencionado y el respeto a los derechos humanos, se
expresan de forma óptima en la vida social a través de un tipo
de actitud, que llamaremos la actitud o el ethos dialógico.
Ethos que conviene potenciar, porque quien adopta
semejante posición a la hora de intentar resolver los conflictos
que se platean en una sociedad, si la adopta en serio, muestra
con ello que tiene a los demás hombres y a sí mismo como
seres autónomos, igualmente capaces de dialogar sobre las
cuestiones que les afectan, y que está dispuesto a atender a
los intereses de todos ellos a la hora de tomar decisiones. Lo
cual significa que toma en serio su autonomía, le importa
atender igualmente a los derechos e intereses de todos, y lo
hace desde la solidaridad de quien sabe que «es hombre y
nada de lo humano puede resultarle ajeno».

Naturalmente cada quien llevará al diálogo sus


convicciones y más rico será el resultado del mismo cuanto
más ricas las aportaciones que a él se lleven, pero a ello
ha de acompañar el respeto a todos los interlocutores posibles
como actitud básica de quien trata de respetar la autonomía
de todos los afectados por las decisiones desde la solidaridad.

Este es sin duda el mejor modo de conjugar dos


posiciones éticas, que algunos autores tienen por difíciles de
conciliar: el universalismo y el respeto a la diferencia. Creen
estos autores que el respeto a la diferencia nos lleva a una
situación en que no puede defenderse ningún valor con
pretensiones de universalidad, porque entonces ahogaríamos
la diferencia. Y, sin embargo, es justo 10 contrario: solo si
reconocemos que la autonomía de cada hombre tiene que
ser universalmente respetada, podremos exigir que se
respeten sus peculiaridades, y la forma de hacerlo será a

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través de diálogos en los que cada quien exprese tales


peculiaridades desde la unidad que supone saberse al menos
mínimamente entendido y máxima- mente respetado.

2.1.4. La ética empresarial en el contexto de una ética cívica

a) No es posible una ética empresarial sin una ética cívica

La meta de la actividad empresarial es la satisfacción de


necesidades humanas a través de la puesta en marcha de
un capital, del que es parte esencial el capital humano -los
recursos humanos-, es decir, las capacidades de cuantos
cooperan en la empresa. Por tanto, el bien interno de la
actividad empresarial consiste en lograr satisfacer esas
necesidades y, de forma inseparable, en desarrollar al
máximo las capacidades de sus colaboradores, metas ambas
que no podrá alcanzar sino es promocionando valores de
libertad, igualdad y solidaridad desde el modo específico en
que la empresa puede y debe hacerlo.

Es en este sentido en el que


la recién nacida ética de la
empresa tiene por valores
irrenunciables la calidad en los
productos y en la gestión, la
honradez en el servicio, el mutuo
respeto en las relaciones internas y externas a la empresa, la
cooperación por que conjuntamente aspiramos a la calidad,
la solidaridad de alza, que consiste en explotar al máximo las
propias capacidades de modo que el conjunto de personas
pueda beneficiarse de ellas, la creatividad, la iniciativa, el
espíritu de riesgo.

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b) No es posible una ética cívica sin una ética empresarial

En efecto, en la vida cotidiana escuchamos críticas


constantes a la inmoralidad de políticos, periodistas,
empresarios, etc., críticas que nos llevan a decir en último
término que es imposible ser político, periodista o empresario
y a la vez comportarse de una forma éticamente correcta.
Ahora bien, si esto fuera cierto, entonces tendríamos que
reconocer que es imposible participar en cualquiera de las
organizaciones y actividades ciudadanas sin ser inmoral, con
lo cual sucedería:

 Que la vida humana se asienta sobre la inmoralidad


constante - ya que todos vivimos de esas organizaciones.
 que no habría ninguna ética cívica, porque mal puede
haberla si la estructura de todos los sectores los hace
necesariamente inmorales.

Por eso, si queremos una sociedad alta de moral, es


indispensable que las distintas organizaciones se apresten a
remoralizarla, a poner «en forma» sus peculiares actividades, ya
que estamos en el tiempo de las responsabilidades y no solo
de las exigencias.

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2.1.5. Funciones de una ética cívica

Estos mínimos éticos de los que hemos hablado son los que nos
permiten, además de llevar a cabo una convivencia enriquecedora,
realizar otras dos tareas:

 Criticar por inmoral el comportamiento de personas e instituciones


que violan tales mínimos.
 Diseñar desde un esfuerzo conjunto las instituciones y
organizaciones de nuestra sociedad, como es el caso de las
empresas. Porque ¿cómo es posible criticar determinadas
actuaciones o crear organizaciones legitimadas socialmente, si no
ha y convicciones morales compartidas desde las cuales hacerla?

En efecto, en lo que
se refiere a las críticas, es
innegable que en nuestra
sociedad se producen
fuertes críticas de
inmoralidad contra
determinadas conductas,
como puede ser en
política la corrupción y el
tráfico de influencias; en el
mundo empresarial, la
adulteración de
productos, la publicidad
engañosa, la baja
calidad; en el mundo financiero, la falta de transparencia, los
manejos, la falta de compasión por el débil. ¿Qué sentido tiene
criticar si partimos de la base de que no hay convicciones morales
comunes? ¿No me puede responder aquel a quien critico que esa
es mi convicción moral, pero que él tiene otras, igualmente
respetables?

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No parece, pues, que todo sea tan opinable y subjetivo como


algunos quieren suponer, sino que sí que existen en moral exigencias y
valores comunes, sobre la base de los cuales es posible argumentar y
llegar a acuerdos.

III. La ética en el contexto del desarrollo humano

3.1. ¿Qué impacto puede tener la ética?5

Muchas personas son renuentes a “mezclar” la ética con la


economía, y rehusarían igualmente pronunciarse en materia de
“ética y desarrollo” - tema de esta conferencia – por el mismo motivo
por el que declinarían una invitación a beber y luego conducir un
automóvil. Es un reconocimiento al liderazgo de los organizadores de
esta conferencia, - en especial a Bernardo Kliksberg – el haber
despertado tan amplio interés y haber atraído una participación tan
estelar para una iniciativa que lucía arriesgada, pero que ha sido
justificada con creces por la riqueza del programa de la conferencia.
Puesto que tengo el privilegio de conocer al Presidente Enrique Iglesias
desde hace mucho tiempo, y conozco sus prioridades personales,
puedo ver que tiene motivo de sobra para sentirse complacido…

5 Texto extraido y recortado de la Conferencia hecha por Amartya Sen para la reunión
internacional sobre ―Ética y Desarrollo del Banco Interamericano de Desarrollo, fecha: 7 y 8 de
diciembre del 2000. Tomado de la Biblioteca Digital de la Iniciativa Interamericana de Capital
Social, Ética y Desarrollo. Disponible en internet en: http://www.iadb.org/etica

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¿De qué manera influencia la ética los agentes primarios del


desarrollo, entre los cuales figuran por igual ciudadanos y empresas
comerciales, gobiernos y también la oposición, los medios de
comunicación al igual que el mercado? ¿Qué razones existen para
que tan diversas personas e instituciones atiendan las exigencias de la
ética con seriedad? ¿Qué impacto puede tener la ética para marcar
la diferencia?

3.1.1. Más allá de la Prudencia

Puede resultar útil empezar específicamente por el


comportamiento empresarial, y, de manera más general, con
cálculos de corte económico, los cuales se suponen están motivados
por objetivos que, por lo menos en función de una teoría, no tienen
nada que ver con la ética. El aforismo citado con mayor frecuencia
en la economía es el comentario de Adam Smith acerca del
carnicero, el panadero y el cervecero, que de hecho es lo único de
Smith que algunos académicos selectivos leen (No dije en Chicago):
"No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del
panadero que esperamos nuestra comida, sino de la consideración
que ellos hacen de sus propios intereses. Apelamos no a su sentido
humanitario sino a su amor por ellos mismos…”

Aunque nos moleste el que a Adam Smith se le califique tan a


menudo de economista de una sola frase (de hecho, el autor
famoso de esta frase), obviamente esta afirmación no tiene nada
de malo, de hecho, es sensata y también denota discernimiento... El
carnicero, el cervecero y el panadero quieren ganar dinero de
nosotros, y nosotros, --los consumidores – deseamos la carne, la
cerveza y el pan que ellos tienen para vender. Lo que se necesita
para generar este deseo de intercambio es simplemente algo de
“amor por uno mismo” (como lo llamaba Adam Smith) de parte de
cada uno.

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Esta idea es, en sí, brillante. Ayuda a explicar por qué deseamos
el intercambio. Pero no nos dice absolutamente nada acerca de
cómo asegurar que esos intercambios deseados se organicen y
ocurran en la práctica – y además en forma expedita. Smith nunca
fusionó estos aspectos claramente diferenciados.

Para una negociación exitosa de un contrato aceptable y para


la ejecución eficiente y adecuada del mismo, no basta la motivación.
Para el funcionamiento real de los contratos y su uso exitoso en la
expansión económica se necesita mucho más. Se requieren
instituciones – para la aplicación de la legislación, para el
seguimiento, auditoría y contabilidad. Igualmente exige ética en el
comportamiento, que podría facilitar acuerdos en condiciones justas
de intercambio ante la existencia de alternativas de contratos
diferentes (como suele ocurrir en los mundos que no son los de la
competencia pura y perfecta, es decir, casi siempre). Las normas de
comportamiento también pueden ayudar a las partes a cumplir
promesas y respetar contratos (aun cuando las partes puedan
preferir en un momento determinado un cumplimiento parcial, y
algunas veces una revocación total, en la medida en que las
condiciones pueden resultar diferentes a las esperadas). De hecho,
las normas de comportamiento pueden inducir a las personas a
actuar en forma honorable sin necesidad de recurrir incesantemente
a demandas entre las partes contratantes.

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3.1.2. El Razonamiento, la Supervivencia y la Ética del Comportamiento

Por lo tanto, la ética empresarial es necesaria inclusive para el


comercio normal. Naturalmente resulta fácil explicar el motivo por el
cual aún las personas que persiguen su beneficio personal con
frecuencia captan la clara conveniencia de actuar en una forma
moralmente apropiada, debido a los requerimientos del “esclarecido
interés propio” (la lúcida comprensión de la propia conveniencia) – lo
que Smith llamaba “prudencia”. Por ejemplo, es útil para las personas
tener la reputación de ser íntegros y dignos de confianza.
En la literatura reciente relativa a la supervivencia selectiva de normas
de comportamiento y, de manera más general, acerca de la teoría
evolutiva de los juegos, se ha aclarado el amplio alcance del
razonamiento ético en estas formas útiles a nivel instrumental.

¿Cabe preguntarse entonces si ese “esclarecido interés propio”


es suficiente para lograr una ética del comportamiento? [sic] Smith no
lo creía así, y por ello siguió recalcando la importancia de otras
virtudes que van mucho más allá de la prudencia, entre ellas la
“comprensión”, la “generosidad” y el “actuar en función del
colectivo. Si bien el cálculo estricto de nuestros beneficios a largo
plazo nos llevaría más allá de la limitada búsqueda del beneficio
personal para ubicarnos en el más amplio “esclarecido interés propio”
y la prudencia, Smith abrigaba la esperanza de que una
consideración más plena de nuestro papel en la sociedad y de
nuestras mutuas interdependencias nos conduciría mucho más allá
de la búsqueda del bien personal, aún esclarecida. En este contexto
invocaba el apelar a recursos tales como la necesidad de imaginar lo
que sugeriría un “espectador imparcial”. Nuestras vidas transcurren en
situación de dependencia mutua, y nos debemos algo los unos a los
otros, que se ubica más allá de aquello que nos aporta beneficio
personal a largo plazo.

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Este es el tema más amplio de la ética del comportamiento que


trasciende no sólo la conducta carente de ética, sino también el valor
instrumental de la conducta ética en función del interés propio
esclarecido. De cualquier manera, Smith no esperaba que este sería
el comportamiento habitual del hombre de negocios, puesto que en
general el no esperaba un alto nivel de moralidad de la gente
adinerada, de quienes desconfiaba enormemente (bastante más
que alguien como Karl Marx, por ejemplo). Esbozó el beneficio social
derivado de tener en cuenta el bien público, pero dejó sin definir gran
parte de lo que realmente cambiaría la conducta individual,
especialmente la de los adinerados y de los poderosos. En cierta
forma abrigaba la esperanza de que emergiesen normas de
comportamiento que no estuviesen condicionadas por calculados
intereses egoístas en cada caso, sino vinculadas a la consideración
de ser las normas de comportamiento “apropiadas”, que reflejasen
las convenciones establecidas y normativas de la conducta habitual.

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IV. La ética en las profesiones de los negocios

4.1. Ejemplos de código de ética para negocios6

En un código de ética, también llamado un código de conducta


o un código ético, se establecen los valores de la empresa, la ética,
los objetivos y las responsabilidades. Un código de ética bien escrito
también debe dar orientación a los empleados sobre cómo lidiar con
ciertas situaciones éticas. Cada código de ética es diferente y debe
reflejar la ética de la empresa, sus valores y estilo de negocios.
Algunos códigos son cortos, exponiendo sólo los lineamientos
generales, y otros son manuales de gran tamaño, que abarcan una
gran variedad de situaciones.

 Kraft. El código de ética Kraft contiene sólo 10 normas de


comportamiento ético cortas que todos los empleados deben
seguir. En la introducción del código de ética Kraft sugiere que
los empleados deben dejar que los valores guíen sus
acciones en todos los casos. El código también hace
hincapié en que, si algo te parece mal, debe ser abordado
directamente. El código incluye una política de hablar de
frente que exige a los empleados a hablar si están al tanto de
cualquier violación del código, incluso aquellos que se ven
comprometidos. Las 10 reglas son: Hacer que los alimentos
sean seguros para comer, responsabilidad con el negocio,
tratar a las personas de manera justa, respetar el libre
mercado, competir justamente, respetar al medio ambiente,
acuerdo de honestidad con el gobierno; mantener libros y
registros honestos, nunca comerciar con información
privilegiada, dar tu lealtad empresarial completa a Kraft
Foods.

6Texto escrito por Lisa Magloff y traducido por Vanina Frickel y extraído de:
https://pyme.lavoztx.com/ejemplos-de-cdigo-de-tica-para-negocios-4687.html

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 Verizon. El código de ética de Verizon es un extenso


documento que contiene cuatro valores fundamentales
cortos, seguidos de 16 páginas de normas y pautas específicas
a seguir en determinadas situaciones. Los valores centrales son
la integridad, el respeto, la excelencia en el desempeño y la
rendición de cuentas. Las directrices cubren situaciones
específicas, por ejemplo, cómo hacer frente a la violencia
laboral, el consumo de alcohol y el acoso. También abarcan
las áreas de integridad y justicia, tales como la forma de evitar
los conflictos de interés y la forma de proteger la información
de la empresa. También hay una sección dedicada a la
protección de los activos de Verizon, incluyendo qué hacer en
casos de sabotaje y cómo crear un registro exacto.

 Colgate-Palmolive. El código de ética de Colgate-Palmolive


es un documento largo, pero se divide en áreas individuales de
conducta. El código pretende ser una guía para todas las
interacciones diarias del negocio y se utiliza en conjunto con
las directrices de la empresa para la práctica de negocios. El
código cubre 10 áreas, incluyendo: nuestra relación con los
demás, nuestra relación con la compañía; nuestra relación
con los consumidores, nuestra relación con el gobierno y la
ley; nuestra relación con la sociedad y nuestra relación con el
medio ambiente.

 Baylor College of Medicine. El Baylor College of Medicine en


Houston, tiene un pequeño código de ética que establece las
normas básicas y refiere a los empleados a otras pautas para
obtener más detalles. Por ejemplo, el código ordena a todos
los empleados a seguir la declaración de misión de Baylor,
cumplir con el programa y resolver los conflictos de interés
político. El código incluye directrices básicas de cómo los

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empleados deben manejar la conducta empresarial, registros


médicos y financieros, de confidencialidad, propiedad Baylor,
el entorno laboral, y el contacto con el gobierno

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