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EQUIDAD DE

GENERO
Como Política Pública en México

Alumna: Paola Tomas Roblero


10/08/2019
- Equidad de Género

Introducción
La sociedad mexicana actual, hoy en día vive situaciones y problemáticas que
en lo cotidiano determinan el curso de las acciones políticas y públicas de sus
ciudadanos, tal es el caso de la inclusión y práctica de la equidad de género en México,
tema que ocupa el presente trabajo, para un mayor entendimiento y con el objetivo de
orientar al lector sobre la forma en la cual será diseñada la investigación se presentará
una parte metodológica, donde se describe con precisión la importancia de estudiar
“La Equidad de Género Como Política Pública en México. Así mismo, se describirán
las fuentes de información las cuales serán para el apoyo de la formación del
documento, finalmente se llegará a la parte donde se describirán las conclusiones a
las cuales se llegó con la investigación realizada.

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- Equidad de Género

Hoy en día en México existe una incipiente igualdad de género y, uno de los
principales retos es propiciar la participación de las mujeres en todos los niveles de
gobierno y áreas de desarrollo, buscando su mayor inclusión en la política y la
sociedad. Prueba de ello es que aún existe desigualdad de acceso a las funciones
públicas y de participación en los asuntos oficiales, incluyendo la toma de decisiones.
Abordamos al objeto de estudio a partir de sus manifestaciones materiales cuyo origen
es explicado y determinado en última instancia por factores económicos, sin dejar de
lado el papel del sujeto histórico-social transformador de esos factores económicos,
legales y políticos.

Si la sociedad conoce más los temas sociales, políticos y económicos del país, estará
más y mejor informada, tendrá elementos para juzgar, corregir y exigir de su gobierno
una mayor atención y solución en los problemas cotidianos; para un desarrollo integral
de un México necesitado de crecimiento y mejor calidad de vida. La intención de
explorar las masculinidades desde la perspectiva de los estudios de género, es un
empeño reciente que ha tenido lugar en las últimas décadas (de Keijzer, Benno,
20031), y es desde esta perspectiva como la de los Feminismos, que los estudios de
las masculinidades tienen la posibilidad de traer a discusión y hacer visible la evidente
necesidad de investigar y trabajar, en torno al papel que juegan (o deberían jugar) los
hombres en el arduo esfuerzo que supone la consecución de igualdad2 entre los sexos
y los géneros en las sociedades contemporáneas y venideras (Herrera, Gioconda &
Rodríguez, Lily, 2007). Las reformas y adiciones en materia electoral respecto de la
promoción y garantía de igualdad de oportunidades y la equidad de género,
únicamente se refiere a la postulación a cargos de elección popular al Congreso de la
Unión, no así en la integración y renovación del mismo, así como de los órganos
directivos de los partidos políticos, las autoridades electorales, el Poder Judicial de la
Federación y la Administración Pública Federal.

[1] La Asociación Americana de Psicología (APA) (2005), dimensiona la importancia de manejar un lenguaje no discriminatorio e inclusivo, el cual reconozca el trabajo
hecho hombres y por mujeres dentro de los textos, es por ello que en la citación del presente trabajo uso los nombres y apellidos de las autoras o autores, en vías de
visibilizar que el trabajo científico no sólo es producido por hombres (CONAPRED, 2009).
[2] Ha existido una larga confusión entre lo que se entiende por igualdad de género y equidad de género, hablamos de igualdad como un derecho humano que garantiza la
no discriminación por sexo entre otros rubros, mientras que equidad hace alusión a un principio de justicia, que trata de “equilibrar” o “compensar” desventajas históricas y
sociales que tienen las mujeres (Delgado, Gabriela, 2003)

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La mujer como protagonista en el ámbito político de nuestro país, ha tenido una lucha
constante por superar papeles que hace mucho tiempo atrás en México eran
inconcebibles, un combate con el que ha logrado superar costumbres, directrices y
oposiciones en busca de abrir espacios en los que anteriormente no tenía acceso por
la condición cultural de la sociedad. Durante los últimos años de desarrollo del país,
la historia ha marcado diversas ideas acerca de las diferencias entre los sexos,
mismas que han determinado la percepción y orientación de las experiencias
cotidianas de hombres y mujeres dentro de la sociedad. Las experiencias y actividades
de hombres y mujeres se forman a partir de contextos históricos sociales en los que
se desenvuelven; reconocidos como aquellos que históricamente han servido de
marco de referencia para sus acciones. En algunas sociedades los estereotipos
femeninos y masculinos son totalmente diferentes, y en algunas otras pueden
compartir rasgos y diferenciarse en otros, lo cierto es que la gran variedad de modelos
que existen y que han existido, indican que aunque es clara la diferencia de género el
desempeño de los roles no se puede comprender con base en ningún determinante
biológico. Su origen se encuentra en las definiciones sociales y culturales que rigen la
conducta de las personas y se transmiten a través de la comunicación interpersonal,
los medios de comunicación, las experiencias cotidianas, las relaciones con las
instituciones, entre otros procesos. Sin embargo el vínculo que guardan las personas
en el contexto social, entraña un dualismo interminable entre el deber ser y lo que
realmente se reproduce en el sistema como formas de vida socialmente aceptadas,
de esta manera las vivencias de las mujeres se circunscriben a un entramado de
factores que producen y delimitan sus acciones, algunas veces interpretadas a la luz
de una serie de oposiciones y contradicciones, pero siempre tratando de superar un
sistema social que tradicionalmente se ha caracterizado por la dominación masculina.
Los estudios sobre la equidad de género, tema que nos ocupa han enfatizado el
estudio de las culturas de oposición y resistencia, estos análisis se han orientado más
a decodificar los mecanismos de subordinación y reproducción que a indagar sobre
las acciones o movilizaciones. Se puede afirmar que los estudios sobre movilizaciones
de mujeres son escasos y sus conclusiones poco satisfactorias, pues en su mayoría
aducen que las mujeres cuentan con una participación menor que los hombres en el
sistema de representación político institucional y en las actividades electorales
(cuestión por demás obvia), y que cuando ellas participan en movilizaciones colectivas

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- Equidad de Género
lo hacen motivadas por demandas que constituyen una prolongación del ámbito
doméstico; premisas que los llevan a concluir que la participación de la mujer está
anclada en los roles tradicionales o que se especializa en ciertas demandas
relacionadas con la defensa de las condiciones de vida, del mundo existencial o de la
familia. Según estos estudios se requieren de situaciones límite para que la mujer se
movilice como género y se incorpore en forma masiva a la vida pública y política, pero
estas situaciones suelen ser temporales y una vez que la crisis ha pasado las mujeres
desaparecen y su papel se restringe de nueva cuenta al mundo privado. Algunas
investigaciones llevadas a cabo entre mujeres pertenecientes a los sectores urbanos-
populares sugieren que las mujeres se comportan en el ámbito público de acuerdo
con patrones tradicionales, es decir, participando en política a través de los hombres
o movilizándose por demandas circunscritas al ámbito doméstico. Los trabajos de
Kate Millet o Michelle Rosaldo entre otros, han fomentado la idea de esta lógica del
orden existente al dividirlo en ámbito privado y ámbito público, identificando al primero
con la mujer y al segundo con el hombre. Sin embargo, este binomio público/privado
puede resultar falaz cuando se trata de analizar el comportamiento de la mujer en el
ámbito público, pues sólo permite constatar su escasa participación, los mecanismos
que la dominan y su debilidad frente al manejo del poder, pero no brinda las
herramientas conceptuales que permitirían la definición de la mujer como actor o
sujeto social y no únicamente como víctima de las circunstancias, y por ende, tampoco
dota de los elementos que podrían explicar una transformación del orden existente.
Para abatir la simplificación de la realidad a la que lleva el uso del binomio
público/privado Teresa de Lauretis (1986) propone concebir a la mujer como un sujeto
múltiple al tomar en cuenta raza, clase y etnia además del género, este concepto
permite a las mujeres vivir el ejercicio político de manera diferente, buscar estrategias
alternativas al modelo político tradicional o mantenerse al margen de la política formal
buscando formas de participación alternativas. De este sujeto múltiple nos hablan las
experiencias de las mujeres en movimientos étnicos, por los derechos humanos, por
derechos ciudadanos, entre otros, en donde justamente se reivindica esta
multiplicidad de identidades como una fuente de enriquecimiento de los movimientos
y de la vida social. Por tanto, puede afirmarse que la aparición de las mujeres en la
escena pública no se limita a la defensa de un orden social pues la experiencia
histórica muestra que las mujeres han jugado un papel activo en situaciones tan
diferentes como la conquista de América o las dos guerras mundiales, han luchado

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con sus organizaciones apoyando las heroicas luchas obreras de principios de siglo
en el norte de Chile y hoy día son las portavoces de la vida, de los derechos humanos
y de la democracia en nuestro continente. Dado que la equidad entre las personas no
es sólo una cuestión de justicia elemental sino que de ella depende la solución de
muchos de los problemas que aquejan a la humanidad, por tanto la propuesta no
consiste sólo en tratar de cambiar la relación entre hombres y mujeres sino ampliar
los alcances de la condición humana. A este respecto, Rafael Montesinos (2005)
sugiere que la identidad de hombres y mujeres debe construirse a partir del ideal que
tenemos actualmente de la cualidad ciudadana como puede ser el caso de la
honorabilidad, la solidaridad o la afectividad, características que aproximan en
igualdad la identidad de unos a otras y que serían las más deseables para el futuro de
las identidades de género, pues al dejar de ser antagónicas se volverían más
equitativas superando las oposiciones y centrándose en que hablamos de un mismo
sustrato humano.
En consecuencia, se describe la política pública del gobierno mexicano a favor de
garantizar la participación y representación política equitativa de ambos géneros, así
como su efecto a favor de la inclusión social en México.
Consideremos que la equidad de género es una perspectiva relativamente reciente,
aún poco detallada de forma panorámica, y de interés para la ciencia política por la
propuesta democrática que ofrece para resolver de forma innovadora un problema
complejo, de carácter político, económico y social.
La lucha de las mujeres ha sido presente a lo largo del tiempo de nuestro país, para
el reconocimiento de sus derechos políticos-electorales, bajo el principio de igualdad
reflejado en la realidad social. Bajo el entendimiento de que no existe esencialismo en
la “masculinidad”, se da cuenta de cómo el sistema sexo-género está presente en
todas las estructuras culturales, relacionales y subjetivas, de tal forma que moldea a
través de la división sexual del trabajo, el androcentrismo, la socialización y los roles
de género, entre otros aspectos, las propias subjetividades de los hombres y de las
mujeres. Además se hace una revisión de la forma en que estas construcciones de
género, en torno a la “masculinidad” tienen serias implicaciones en las desigualdades
y discriminaciones hacia las mujeres.

La equidad de género en nuestro país, descansa en el hecho de que las mujeres han
sido las principales afectadas por dicha inequidad, por lo que como protagonistas

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- Equidad de Género
principales, es necesario responder al interés sobre las condiciones en las cuales se
desarrollan sus pensamientos, sus experiencias y su sentir femenino en un espacio -
en donde su participación no sólo es a nivel político sino que en cada acción reflejan
formas de experimentar y expresar su ser dentro de la sociedad, sin olvidar por
supuesto la participación que juegan los hombres en la esfera social que envuelven a
ambos géneros. Por lo tanto la reflexión sobre el tema de la equidad de género en la
sociedad, tiene una gran relevancia para la consolidación democrática del país, así
como para el desarrollo del conocimiento y la propuesta de soluciones a problemas
en materia socioeconómica y política.

La participación de las mujeres en la política en México surge por la reivindicación de


diversas demandas. La participación femenina es un proceso inmerso en una fase de
confrontación y lucha en la dinámica de los movimientos actuales, en el que se
producen referentes culturales e ideológicos, que conforman estrategias de lucha, las
cuales constituyen recursos de resistencia y confrontación al modelo hegemonizante
modernizador. Y si a eso se le agrega que los recientes estudios sobre masculinidad
señalan que existe una crisis de la masculinidad que obedece a la erosión de un
modelo que la tradición proyectaba como dominante y que está emergiendo otro
modelo, una masculinidad en ciernes, donde la tendencia en cuanto a rasgos de la
identidad se diluyen pues parece evidente que la identidad genérica se va a superar
mediante la emergencia de una identidad humana-social lo suficientemente flexible
como para incorporar tanto a mujeres como a hombres en un mismo contorno de
igualdad.

En cuanto la equidad de género, aunque puede parecer obvio que las mujeres
participan menos que los varones en la política institucional: sindicatos, partidos y
gobierno, no por ello están ausentes en los movimientos sociales de protesta y lucha,
en las asociaciones ciudadanas, las organizaciones no gubernamentales, las
movilizaciones sociales urbanas y de los sectores populares. Allí se ha registrado la
presencia abrumadora de las mujeres, tanto por su participación de base como por su
dirigencia media en los ámbitos local o comunitario, sin embargo, esta abrumadora
presencia no se traduce en un liderazgo visible. ¿Qué es lo que sucede entonces con
la participación femenina?

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- Equidad de Género

Desde los griegos que consideraban que la mujer por naturaleza pertenecía al mundo
doméstico, porque allí se necesitaba menos fuerza y más afecto, designaban la
sobrevivencia de la polis y la libertad de sus miembros como responsabilidad de los
hombres; ha existido una mezcla entre las ideas sociales sobre la situación de la mujer
y la conceptualización que han hecho de su subordinación los filósofos y los científicos
sociales. Los pensadores del siglo pasado como Durkheim (1960), Simmel (1961) y
Mill (1977) se preocuparon por la opresión de la mujer dentro del ámbito familiar. En
su trabajo ellos destacan los problemas que se originan en el matrimonio por la
desigual incorporación de los sexos a la vida social. Sin embargo, su enfoque estuvo
muy influido por la convicción decimonónica de que el progresopermitiría que la mujer
se incorporara a lo público o que se socializara. De este modo, se limitaron a
diagnosticar el problema y a descubrir algunas de sus características y
consecuencias. Las ciencias sociales, especialmente la antropología, contribuyeron a
racionalizar esta división tomando como base los estudios de parentesco que
arrancan de la existencia de diferencias sexuales y que al mismo tiempo las
consideran parte constituyente del sistema (Rubin, 1975). Influyen también los
estudios de Fortes (1969) quién al analizar comunidades africanas adjudicó la idea del
dominio político-jurídico al hombre y la actividad doméstica a la mujer. La
institucionalización del concepto público-privado no se logra en las ciencias sociales
sino hasta el trabajo de Michele Rosaldo (1974), quién llega a afirmar que existe un
patrón universal, el amamantamiento y la alimentación de los niños, que es el que
define la relegación de la mujer al ámbito doméstico-privado. El impacto de este
trabajo fue inmenso ya que para apoyar su propuesta, la autora utilizó material
antropológico recogido en un número importante de comunidades indígenas o rurales
de Asia, África y América Latina y también porque legitimaba a partir de la ciencia una
idea que se utilizaba indistintamente y sin cuestionarla. Un análisis de sus diversas
aplicaciones muestra que además de que hay una sobreutilización del concepto, este
se refiere a objetos tan distintos como son las formas de dominación, los grupos
funciones y los espacios sociales (Borker, 1985). Esta situación se mantuvo aun
cuando en 1980 Rosaldo criticó su postura anterior afirmando que estos conceptos
simplifican la realidad y no sirven para explicar cómo funciona los roles de género en
una sociedad particular, ya que la división sexual del trabajo en todos los grupos
sociales, está influida por formas políticas y jerárquicas de interdependencia

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extremadamente complejas. Su autocrítica desató una discusión entre los que
defendían la vigencia del concepto y los que la cuestionaban. En América Latina la
discusión también tuvo eco y sus consecuencias fueron positivas en la medida en que
se logró reelaborar el problema a partir de los conceptos de producción y reproducción
para analizar el papel de la mujer y el de la unidad doméstica respecto a la familia (De
Barbieri, 1984). Gracias a un trabajo teórico y analítico que se inspira principalmente
en los estudios sobre la familia, se logra redefinir la categorización privado-público,
explicar el papel que juegan la mujer y otros miembros de la unidad doméstica, así
como su ubicación en procesos que se producen a nivel de la sociedad (Jelin, 1984).
Sin embargo, y quizás por el corte de la realidad o porque el objeto de estudio se
define a partir de la unidad doméstica, no se caracterizan los elementos que definirían
lo público-político con la misma acuciosidad. Lo público es considerado como el
contexto, la coyuntura o las dimensiones macrosociales, ideológicas o simbólicas que
influyen en la vida de los miembros de la unidad doméstica. Si bien se considera que
es en la familia donde se sintetizan las influencias económico-sociales, políticas y
simbólicas no se logra definir lo público sino como algo externo, lo cual indica dos
cosas: que las fronteras entre lo público y lo privado no son fijas. En estos casos la
explicación consistiría en que en el hombre a través del uso del poder, la autoridad o
la influencia incluye a la mujer en sus acciones o en sus planes y ella los acepta por
su ideología alienada. Desde un comienzo el concepto reduce a la mujer a una
posición subordinada. Además presenta una limitación teórica pues no contempla el
hecho de que toda relación social, aun cuando uno de los actores tenga más autoridad
o poder, exige un mínimo de consenso. La ausencia de complementariedad en
relaciones caracterizadas por el conflicto determina o su desaparición o la guerra
frontal y ninguna de estas situaciones puede asimilarse a lo que normalmente se
define como relación social (Weber, 1981). La complementariedad no está
considerada en la tipología. La presencia de la dominación masculina en ambos
espacios tiende a reforzar un tipo de análisis que enfatiza el rol subordinado de la
mujer, su papel reproductor, su rol de víctima e impide detectar las condiciones que la
llevan a incorporarse a la sociedad, o los elementos que contribuyen a la formación
del poder o de la influencia femenina. La mujer en consecuencia, si se consideran
estos conceptos, está destinada a padecer la dominación en lugar de combatirla o
transformarla pues no se le identifica como actor social. Muy ligado a lo anterior se
puede afirmar que este enfoque tiende a borrar a la mujer de la escena social y política

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al definirla por negación. Lo único que se ha probado hasta ahora con el concepto es
que ellas no están en lo público, pero no se ha logrado saber cómo participan, qué
hacen para tener influencia (y en ciertas circunstancias una gran influencia) en el
desarrollo de ciertos procesos sociales y políticos.
Otra de las aristas teóricas que explican la participación política femenina es la brinda
Foweraker que subraya el importante papel que juegan las mujeres como un indicador
novedoso dentro de los movimientos populares en México después de 1968: “la base
masiva de los movimientos urbanos es femenina (aun cuando la dirigencia continúa
siendo predominantemente masculina) y las mujeres juegan la parte esencial en la
organización de las colonias de bajos recursos”.

Para algunas autoras como María Luisa Tarrés, Florinda Riquer, Victoria Sau, Celia
Amorós, entre otras, esta idea de que las mujeres no están hechas para el ejercicio
político tiene su fundamento en el hecho de que la sociedad patriarcal, reproduce
permanentemente símbolos masculinos de poder por eso cuando se habla de mujeres
que ejercen el poder es común escuchar calificativos que sugieren un proceso de
masculinización, pues este tipo de sociedad no permite la emergencia de símbolos
femeninos de poder. En esta línea de argumentación Celia Amorós sostiene que la
vida en las sociedades patriarcales al estar determinadas por el género crea dos tipos
de espacios: el de los iguales: que corresponde a los espacios masculinos que se
igualan en los derechos. Otorgados y el de las idénticas: que corresponde a los
espacios femeninos y que el rasgo que las hace idénticas es el hecho de ser
socializadas para el no poder.

ASPECTOS TEÓRICOS DE LA DESIGUALDAD DE GÉNERO

El principio de igualdad entre la mujer y el hombre para esbozar los elementos


constitutivos del concepto igualdad, en contraste con el principio de no discriminación
y su desarrollo a lo largo del tiempo en México. El reconocimiento de igualdad entre
hombres y mujeres como personas libres e iguales supone la erradicación de las
distinciones sustanciales en donde el ejercicio de la representación pública es
accesible en condiciones igualitarias para cualquier miembro de la sociedad, sin
embargo, en la realidad social las cosas son distintas: la figura jurídica de la cuota de
género es un mecanismo que compensa y tiende a equilibrar la representación política

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de las mujeres. Las mujeres conforman más de la mitad de la población (jóvenes,
trabajadoras, amas de casa, indígenas, de ideologías diversas, etc.) pero el dominio
por parte de los hombres en la ocupación de los cargos de alto rango jerárquico y de
los escaños para la representación política es mayor.

 Género y sexo

El término sexo se refiere a las características biológicas que definen a las personas.
Está relacionado con la anatomía del ser humano desde su nacimiento, o incluso
desde la gestación en el vientre de la madre y, de manera eventual, puede ser
cambiado mediante una intervención quirúrgica. En cambio, el género es una
identidad social que se refiere a los comportamientos y los papeles que se les asignan
a las personas y está ligado de manera intrínseca al sexo que tienen al nacer. Sin
embargo, la identidad de género desvinculada al sexo puede ser adoptada por las
personas en la mayoría de edad. Respecto con lo anterior, el artículo 135 bis del
Código Civil para el Distrito Federal dispone que la concordancia sexo genérica es la
identidad que adquiere la persona por convicción propia de pertenecer a un género
distinto al de su sexo original, se reconoce mediante la reasignación de esta
concordancia que cosiste en la anotación relativa en el acta de nacimiento de la
persona que requirió su identidad de género masculina o femenina. Ahora bien, desde
varias vertientes del feminismo “se ha distinguido entre sexo y género, separando así
lo biológicamente dado de lo culturalmente construido, respectivamente”.3
Como dice Butler, el sexo designa las características biológicas de los cuerpos, en
tanto que el género es un concepto socialmente construido de acuerdo con el sexo de
las personas, es decir, la cultura impone el papel que debe seguir un hombre o una
mujer por el hecho de nacer como tal.

[3] Judith Butler, Gender Trouble, Nueva York, Routledge, 1990, p. 10.

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De acuerdo con esta postura nuestra identidad se determina en cierta medida por el
sexo con el que nacemos, sin embargo, lo cultural, al ser construido por el hombre, es
modificable. Entonces, el feminismo posmoderno sugiere que el cuerpo de las
personas es natural pero es una consecuencia del entorno cultural que determina las
posibilidades de las personas. Lo biológico, señala Butler, es una interpretación dada
a cada uno de los sexos. Por ende, el género es un condicionamiento social
encaminado a ejercer ciertos papeles establecidos dentro de la sociedad que van
intrínsecamente ligados al sexo; es el comportamiento dentro la esfera preconcebida
de papeles frente a la sociedad en donde se supondría que debe haber una
concordancia sexo-genérica, sin embargo, con el paso de los años la lucha de las
mujeres por erradicar esa idea cultural ha ganado terreno para que logren ocupar
escaños en la representación popular y altos cargos dentro de la Administración
Pública Federal, pero aún hay mucho por hacer. “La distinción sexo/género fue
utilizada por las teóricas del feminismo para distinguir entre el significado socialmente
construido y culturalmente impuesto de la diferencia sexual y los puntales biológicos
naturales del cuerpo.”4
El uso del concepto género surge por la necesidad del movimiento feminista, tanto en
la acción como en la teoría, de contar con una “herramienta para el análisis del
fenómeno de la subordinación de las mujeres en la sociedad. Este concepto lo
desarrolla la psicología y es retomado por el feminismo para definir que la diferencia
sexual implica desigualdad social y explica que las disparidades entre los sexos son
construidas social y culturalmente”5. El género es un concepto cultural y socialmente
construido con base en un conjunto de ideas y creencias generadas en las diferencias
sexuales que se establecen entre hombres y mujeres. Dichas atribuciones dadas a
los sexos son las causantes de desigualdades y discriminación para muchas mujeres.
El desempeño de la mujer ya sea en la vida laboral en la esfera pública (remunerada)
o en la esfera privada (ama de casa no remunerada) o como ciudadana no es un
indicador que muestre su valor ante la sociedad, por lo general es irrelevante.

[4] Drucilla Cornell, En el corazón de la libertad. Feminismo, sexo e igualdad, trad. de María Condor, España, Universitat de València, Instituto de la Mujer, 2001, pp. 26-27.
[5] Enriqueta Tuñón Pablos, ¡Por finQ ya podemos elegir y ser electas!, El sufragio femenino en México, 19351953, México, INAH-Plaza y Valdés Editores, 2002, p. 17.

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En ese contexto, dentro de la descripción tradicional de feminidad no se considera el


concepto de ciudadanía porque ello implicaría reconocer una categoría que las
equipare en igualdad de condiciones a sus congéneres los hombres.
La igualdad consiste solamente en una relación: lo que da a esta relación un valor, es
decir, lo que hace de ella una línea humanamente deseable, una relación de igualdad
es un fin deseable en la medida en que es considerado justo, donde por justo se
entienda que tal relación tiene de algún modo que ver con un orden que hay que
instruir o restituir (una vez turbado), con un ideal de armonía de las partes del todo,
porque, además, solo un todo ordenado tiene la posibilidad de subsistir6. En el
pensamiento de Aristóteles encontramos que vincula la igualdad con la justicia y
menciona: “Parece que la justicia consiste en la igualdad, y así es, pero no para todos,
sino para los iguales; y la desigualdad parece ser justa, y lo es en efecto, pero no para
todos, sino para los desiguales”7. En el contexto de Aristóteles y Bobbio lo justo sería
entonces que un rico y un pobre tengan acceso a servicios de salud, créditos para la
vivienda, etc.; un hombre y una mujer a acceder a cargos de elección popular, a
ejercer cargos de alto rango jerárquico, sueldos iguales por el desempeño de las
mismas labores. Por ejemplo, si hay desigualdad en el caso de elecciones, generar
las condiciones propicias para igualar la base sobre la cual inicia la lucha por obtener
los votos del electorado, erradicar la idea que se tiene de la mujer respecto de sus
obligaciones como ama de casa, realizar campañas de conciencia en donde se
establezca que las capacidades de ejercer la representación pública, como titulares
de alguna dependencia no depende del sexo de la persona, sino de otras
características independientes. Al privilegiar la libertad de los individuos simplemente
como seres humanos y reconocer a hombres y mujeres como personas libres e
iguales bajo la exigencia de la inclusión de las mujeres en la sociedad asegurando un
trato igualitario, podrá garantizar a todos los ciudadanos iguales oportunidades,
recursos, bienes, etc., es decir, “el ideal de igualdad equivale a la exigencia de eliminación
de las distinciones perniciosas inaceptables o de asimetrías perniciosas”8.

[6] Norberto Bobbio, Igualdad y Libertad, España, Paidós, 1993, pp. 53-54.
[7] Ibídem, p. 58.
[8] Aristóteles, Política, trad. de María Araujo y Julián Marías, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1970, p. 89.

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Esto porque sitúa a los miembros de una sociedad en condiciones de participación a


partir de posiciones iguales para la consecución del ejercicio de la representación
pública. Sin embargo, para que las prácticas patriarcales y la discriminación a grupos
vulnerables cesen su dominio, es necesario implementar mecanismos temporales que
motiven la participación de las mujeres en la arena política y aseguren posiciones más
favorables para las mujeres en el acceso al ejercicio del poder. La idea de igualdad
tiene dos enfoques de aplicación que va relacionado uno en cuanto a la aplicación de
la norma y el otro restringe a los legisladores en sus funciones de elaborar las leyes.
Por un lado, tenemos que la igualdad ante la ley, se entiende que en la hipótesis
jurídica que define la conducta de las personas debe ser aplicada por igual a aquéllos
que encuadren en el precepto de ley, es decir, la autoridad debe aplicar la ley de
manera imparcial en casos que en esencia sean iguales para no vulnerar los derechos
de los hombres. Por otra parte, el legislador se ve restringido en la elaboración de los
conceptos de norma jurídica por la idea de la igualdad en la ley, es decir, que el
contenido de la norma no establezca trato injustamente perjudicial para unos, cuando
debiera ser considerado como igual. El Estado tiene la tarea de eliminar la desigualdad
tanto en la creación de las leyes como en la aplicación de éstas. El principio de
igualdad de trato y no discriminación por razón de sexo se limitaba a referirse a las
retribuciones y no a otros rubros de índole laboral, tales como el acceso al empleo, la
seguridad social y, en general, las condiciones de trabajo. “Decir que hombres y
mujeres no somos iguales no implica negar el aserto moral y jurídico de que debemos
ser iguales”9, por ende, el principio de igualdad material requiere del Estado la
obligación de actuar en la sociedad para garantizar la igualdad real de hombres y
mujeres que puede tener como objetivo la igualdad de oportunidades. Al hablar de la
igualdad de oportunidades se hace referencia a la igualdad en el punto de partida. Por
lo tanto, las maniobras que realiza el Estado tratan de materializar que la base sobre
la cual se impulsen las personas sea lo más pareja posible aplicando mecanismos que
igualen las condiciones de acceso en el campo de la educación, la política, etc.

[9] Mario Santiago Juárez, Igualdad y acciones afirmativas. UNAM y Consejo Nacional Para Prevenir la Discriminación. 2007, p. 59.

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 Género y democracia
Analizar con otra óptica las relaciones que se establecen entre los géneros, implica
identificar actitudes, comportamientos y circunstancias cotidianas que sustentan
valores de inequidad, discriminación y por tanto violencia hacia las mujeres en sus
distintas expresiones doméstica, de género, patrimonial, psicológica, física, sexual
(personal y colectiva). La violencia contra la mujer ha superado la visión de atentado
en el ámbito privado y ha pasado a ser considerada como una amenaza hacia la propia
sociedad, como una violación a los derechos humanos y como un ataque a los
principios de la democracia. La igualdad se relaciona con la democracia, cuando se
concibe "como una forma de gobierno en la que todos los ciudadanos son
considerados iguales en la participación política (o en el derecho a ella)" 10. En términos
políticos igualdad y democracia están estrechamente vinculadas. La posesión del
poder de ejercer el dominio político y el punto de partida para la legitimación de ese
poder no puede atribuirse a unos pocos, sino a todos los miembros del pueblo en
común y del mismo modo. La igualdad de los derechos políticos es así imprescindible
para la democracia, pues si la democracia se funda en la libertad y en la
autodeterminación, tiene que tratarse en ella de una libertad igual y de una
autodeterminación para todos; democracia significa también, aquí y siempre, igualdad
en la libertad"11. Una sociedad democrática viola sus principios cuando no existen
condiciones de igualdad entre la ciudadanía, conformada por sexos, pues un sistema
democrático "está determinado por la cantidad de recursos de que dispone un
individuo para la realización de sus fines".12 La igualdad política hace referencia a que
la mayoría de los miembros de una sociedad pueden también participar en la
formulación de normas jurídicas y que todas las personas son igualmente elegibles
para ocupar los cargos públicos mediante sufragio. La ideología patriarcal dominante
que actúa por la fuerza de la cotidianidad y la costumbre, hacen sumamente
complicada la socialización y comprensión pero, sobre todo, la aceptación de la
existencia de la desigualdad, la subordinación, la opresión y el trato discriminatorio
hacia las mujeres.

[10] Moore, Henrietta, Feminism and Anthropology, 1988.


[11] Carbonell, Miguel. Igualdad y Constitución. Consejo Nacional para prevenir la Discriminación. 1a. reimpresión. México, 2004. P.15
[12] Óp. cit. Pág. 16

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 Género y Masculinidad(Es)

Cuando un texto lleva en el título la palabra masculinidades, generalmente se piensa


que sólo se hablará de hombres y lo que se piensa como “masculino”, sin embargo,
es imposible hablar de hombres y “masculinidad” sin retomar su aspecto relacional
con las mujeres y la “feminidad”. Es sumamente importante dimensionar que desde
una estructura macro social, lo propio de lo “masculino” y de lo “femenino” se ha
estipulado y mantenido, sin embargo, es a partir de una serie de contextualidades
distintas y cambios estructurales que los dictámenes de la “masculinidad” y la
“feminidad”, son aprehendidos o no (Hardy, Ellen & Jiménez, Ana, 2001). No es
posible hablar de masculinidad(es) sin mencionar que de manera sistemática y a
través del género se crea una lógica particularmente desigual, en la cual los hombres
emergen como los “jerarcas” y privilegiados, mientras que el sector colocado como
subordinado siempre ha sido el “femenino”. Este ámbito de desventaja tiene una
historicidad profunda y opera en la cotidianidad a través de mecanismos macro
estructurales económicos, políticos y sociales. Es decir, existe un orden de género
que pensado como “natural” e “inherente de lo femenino e inherente de lo masculino”
perpetúa las desigualdades entre los sexos y los géneros (Buquet, Ana, 2016).

Puntualmente la “masculinidad” es entendida como “un conjunto de atributos, valores,


funciones y conductas que se suponen esenciales al varón en una cultura
determinada” (de Keijzer, Benno, 2003, p.2), pero concretamente, ¿cómo se puede
entender la masculinidad? Para dar un panorama inicial, Juan Ramírez (2006),
dimensiona que fundamentalmente existen 4 formas distintas de darle sentido a lo que
históricamente se le ha llamado masculinidad:

1. Desde una aproximación biológica fisiológica, en la cual se piensa que todas las
condiciones, acciones, formas de pensar, afectos, cogniciones, creencias, actitudes,
etc. tienen una base biológica que predispone las mismas.

2. A partir del pensamiento positivista, desde el cual se supone que la masculinidad


se define a sí misma desde lo que el hombre hace y piensa.

16
- Equidad de Género

3. Donde se considera que la masculinidad está moldeada desde un supuesto o


prototipo de hombre ideal, en la cual, mientras un hombre se acerque más a las
características preestablecidas culturalmente propias de lo “masculino”, más y mejor
hombre es.

4. Esta última postura, asume a la “masculinidad” de la misma manera que en el punto


anterior pero, agrega que ésta siempre ha sido y es contextual.

 Derechos Humanos de las Mujeres

Visibilizar la condición de la mujer respecto al hombre, con la finalidad de determinar


los obstáculos que le impiden realizar todas sus potencialidades y que se le dé la
importancia dentro de la sociedad, permite a las autoridades nacionales abordar los
asuntos relacionados con los derechos humanos de las mujeres, en especial, aquéllos
enfocados en el ejercicio de sus derechos político electorales. En las reformas de 2002
y 2008 al Cofipe mantienen exención de cuotas a las candidaturas de mayoría relativa
que sean resultado de un proceso de elección democrático conforme a los estatutos
de cada partido; asimismo, hay estrategias intra partidistas para seleccionar los
distritos que se asignarán a candidaturas femeninas que se podrían considerar
distritos débiles, es decir, aquéllos en los que hay pocas posibilidades de ganar la
elección. Entonces, lo anterior lesiona los derechos de las mujeres porque son
expuestas en distritos casi perdidos, es decir, se simula el apoyo, aquello es una burla
a la idea de los derechos humanos porque si bien las mujeres son tomadas en cuenta
para las candidaturas también lo es que al postularlas se sabe que tienen escasas
posibilidades de ganar. Tras el bicentenario de la Independencia y el centenario de la
Revolución, México ha reconocido muchos derechos de primera, segunda y hasta
tercera generación a las mujeres. Como lo menciona Casas Chousal, los derechos de
primera generación surgen con la Revolución francesa y los integran los derechos
civiles y políticos son depositados en el Estado para que respete los derechos
fundamentales del ser humano (la vida, la libertad, etc.); los de segunda generación
son fundamentalmente económicos, sociales y culturales, es decir, son derechos de
tipo colectivo para obligar al Estado a hacer en beneficio de los gobernados; y los de
tercera generación, que están más relacionados con el interés mundial como la

17
- Equidad de Género
preservación de la paz, el medio ambiente, la alimentación, etc., conocidos como
derechos de los pueblos o como forma de cooperación entre las naciones. Sin
embargo, aun la opacidad de la ley no ha permitido detener la exclusión y violencia
contra las mujeres. Carbonell y Carbonell señalan que la problemática de la política
familiar por la que se excluye a las mujeres es la idea de que debe encargarse de las
obligaciones familiares y del hogar sin poder lograr conciliación con la vida laboral. En
la actualidad el interés por realizar cambios en la configuración de la familia ha
impulsado a las mujeres para tener mayor independencia económica, y, sobretodo, el
traslado del debate de la esfera privada a la pública de las cuestiones familiares. Los
estados para garantizar los derechos humanos de las mujeres deberán planear con
enfoque de género, que implica el diseño de acciones que faciliten a las mujeres el
acceso a las diferentes oportunidades que otorga la sociedad, en condiciones de
equidad, generando las condiciones y mecanismos necesarios para lograr la igualdad
de oportunidades en el “acceso y control de servicios, recursos, información y
procesos en la toma de decisiones”13.

 Las Mujeres y la Democracia

En las últimas décadas la democracia en México ha construido mecanismos por medio


de los cuales se busca atraer la atención de las mujeres con políticas incluyentes para
que logren acceder y ejercer cargos de elección popular, tanto en órganos de gobierno
como en los de representación, en el entendido de que la soberanía nacional popular
es un gobierno de la mayoría e incluyente y recordando que más de la mitad de la
población mexicana son mujeres, sin embargo, esto no se refleja en los espacios de
ejercicio de representación popular.
La planeación con perspectiva de género es el diseño de políticas, instrumentación de
programas y operación de proyectos para promover el cambio de creencias que
impiden el desarrollo pleno de los seres humanos, así como un reordenamiento social
de los papeles de género que fortalezcan la equidad entre hombres y mujeres. Esto
conlleva, desde luego, a una sociedad más democrática y justa. No podemos aspirar
a una sociedad justa y democrática en tanto haya diferencias genéricas y el poder sea
considerado como exclusivo de los hombres.14
[13] Julia del Carmen Chávez Carapia (coord.), óp. cit, p. 19.
[14] Chávez Carapia, óp. cit, p. 19.

18
- Equidad de Género
Dado que la cultura impone las características e identidad de una persona de acuerdo
con su sexo, la perspectiva de género propone la erradicación y modificación de los
conceptos e ideas con los cuales se limita y determina a las personas el papel que
deben seguir dentro de la sociedad, como si ya estuviera predeterminado desde el
momento en que nacen. Como se mencionó anteriormente, cierto es que hombres y
mujeres son biológicamente diferentes, sin embargo, esas diferencias no pueden ser
tomadas en cuenta para justificar o excluir a alguno en el ejercicio del poder. La
democracia no es sinónimo de justicia porque en los hechos puede contener
programas políticos no necesariamente igualitarios en donde el ejercicio de la
representación política es marcadamente superior de los hombres, por lo que “la
introducción de miembros de un grupo discriminado como las mujeres en la estructura
de poder facilitará, sin duda, políticas de apoyo para la igualdad de oportunidades de
todo los miembros del grupo”15. En la segunda década del siglo XXI, millones de
mujeres exigen la democracia para tener acceso en condiciones igualitarias a los
hombres en las labores dentro de la esfera pública; “el problema es el tipo de
democracia al que debían entrarle y además los asuntos que habría que resolver son
herencia muy masculina”16 en donde “el juego electoral es un modus vivendi para las
mujeres que están dentro de él, pero para la mayoría es algo lejano, con frecuencia
sin mucho sentido, y a formar parte activa y cotidiana de ese juego es algo que muchas
mujeres ven con un costo y un riesgo altísimos”17 como si el papel de la mujer ya
estuviera determinado por su sexo y que en virtud de ello únicamente pudiera
reproducirse y criar a los hijos debilitando su derecho a representarse. La igualdad
proporciona sentido y orientación a los sistemas democráticos contemporáneos.
Aunque con frecuencia los derechos de un sistema democrático se entienden
fundamentalmente como libertades o atribuciones de acción del ciudadano (libertad
de voto, libertad de asociación para fines políticos, libertad de expresar sus ideas y
preferencias políticas, titularidad no vetada de competir por un cargo político), y esto
no es incorrecto, éstos solo pueden juzgarse democráticos si su distribución es
igualitaria y la estructura política de la sociedad los pone a disposición de
prácticamente cualquier persona sin hacer excepciones arbitrarias.

[15] David Giménez Gluck, op. cit., p. 46.


[16] Yoloxóchitl Casas Chousal (coord.), op. cit., p. 19.
[17] Idem.

19
- Equidad de Género
Si la igualdad no calificara las libertades políticas en un marco democrático,
tendríamos que juzgar democráticos a los regímenes en lo que un tirano, una camarilla
o un grupo de varones tienen reservados para sí los derechos políticos de elección,
expresión o candidatura. Solo porque la igualdad valida las libertades políticas, estas
se tornan constitutivas de la democracia.18
Las sociedades democráticas modernas se caracterizan por la armonía entre los
grupos, es decir, su utopía sistemática admite igualdad en sus componentes
suprimiendo el orden jerárquico y asimétrico que la diferencia de las sociedades
tradicionales que exigen una ordenación jerárquica entre los grupos, actualmente
existen mecanismos para la integración de las mujeres en la vida pública tendentes a
lograr erradicar la falta de interés y participación de las mujeres en el ejercicio del
poder, así como la idea de que los hombres son los únicos capacitados para ocupar
esos cargos conferidos por la soberanía pueblo para su representación. El sistema
político democrático no es por sí mismo justo, requiere de generar las condiciones de
igualdad de oportunidades y equidad en el acceso a los derechos para permitir el
ejercicio de la política democrática, entendida como derechos de ciudadanía,
“logrando el fortalecimiento de la participación, organización y autonomía de la
sociedad donde hombres y mujeres se integran en la toma de decisiones y pueden
ocupar cargos públicos”19, cuya legitimidad depende de la transparencia en la
contienda electoral y el consenso que se comprueba a través del electorado en el
ejercicio del sufragio. La desigualdad de trato y las diferencias de grupos (género)
injustificada afecta el acceso a los derechos y las oportunidades de los individuos en
el ejercicio de sus derechos políticos, por ende, la democracia incluyente de todos sus
elementos multiculturales fortalecerá la equidad entre hombres y mujeres sin
diferencias genéricas que visualicen al hombre como el único para ejercer el poder.

[18] Yoloxóchitl Casas Chousal (coord.), op. cit., p. 56.


[19] Julia del Carmen Chávez Carapia (coord.), óp. cit., p. 20.

20
- Equidad de Género

Conclusión

La participación de la mujer en la vida política en México ha tenido un avance


significativo respecto a la situación que se apreciaba antes de la modificación al
Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (Cofipe) que incluyo la
cuota de género para el registro de candidatos a nivel federal.
Como se observa, el camino en la construcción de la igualdad entre mujeres y
hombres ha sido más que sinuoso, tortuoso, no obstante, haber logrado que su
mención se incluya en los textos constitucionales garantiza, al menos formalmente, a
las mujeres el respeto en el ejercicio de sus derechos frente a los privilegios
sostenidos por siglos de los hombres. La lucha por el reconocimiento al derecho del
voto está zanjada, no así la paridad de mujeres en los ámbitos de representación
política y menos en los de administración pública. El impulso de los movimientos de
mujeres, aunado a las condiciones socio económicas y culturales de la época lograron
por fin romper los esquemas bajo los cuales se reguló la actuación pública y privada
de la mujer.

21
- Equidad de Género

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