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Los trastornos de la personalidad no son equivalentes a trastornos que son más bien
problemas agudos, como se dice en medicina. Podemos imaginar a una persona con una
grave depresión, pero que cuando se repone de ésta vuelve a ser la que era. Igualmente,
podemos hacer el mismo ejercicio de imaginación con alguien adicto a sustancias,
agorafóbico o hipocondríaco. La persona con trastornos de la personalidad no reacciona así,
no vuelve a ser la que era porque siempre es la que es; digamos que no tiene un “postizo”
que le pueda sobrevenir como una depresión o un trastorno de ansiedad, sino que desde
siempre ha sido así y se ha ido haciendo así durante su vida.
Los rasgos disfuncionales son aspectos del comportamiento, de la percepción de los demás,
del manejo ante la vida o de la autoestima (es decir, de los grandes ámbitos en los que nos
desenvolvemos todos con nuestro carácter) que provocan sufrimiento en uno mismo y/o en
los otros. Imaginemos, por ejemplo, a una persona enormemente desconfiada, que es
suspicaz incluso con sus seres queridos y que siempre piensa que la están engañando o que
se están queriendo aprovechar de ella, humillarla, burlarse, etc. Esta persona tiene rasgos
disfuncionales de personalidad de tipo paranoide, hasta el punto de que podría ser tributaria
de un diagnóstico de trastorno paranoide de la personalidad por su suspicacia excesiva y
generalizada. Otros ejemplos de rasgos disfuncionales son la timidez extrema, el
comportamiento delictivo, la soberbia excesiva, etc. Como se puede observar, son "formas de
ser" constantes, que no obedecen a un mal momento concreto sino que están muy
arraigadas en el individuo.
Según los aspectos que estén generando sufrimiento se podrá hablar de un trastorno de la
personalidad o de otro, sabiendo que lo más normal es una mezcla entre diferentes tipos.
Pero, más allá de las diferentes clases, lo que importa es esa idea de estabilidad en la
persona, de que distintas "maneras de ser" muy arraigadas pueden ser problemáticas para el
individuo o su entorno.
Como ya hemos dicho, estas personas se van quedando solas porque los demás no
soportan sus continuos reproches y su hostilidad. Su desconfianza se hace muy palpable en
el terreno de las relaciones de pareja, donde destacan sus celos injustificados y
completamente enfermizos. Un paranoide puede acusar a su mujer de que va a cometer una
infidelidad simplemente por ponerse colonia para salir a la calle.
Estos individuos viven en un estado de amargura y frustración constantes, del que culpan a
los demás por sus continuas agresiones -siempre según su distorsionado punto de vista-. A
medida que se sienten más solos, más hostiles y huraños se tornan, con lo que se produce
un círculo vicioso por el que todavía reprochan más a los otros su situación y, en
consecuencia, los demás se alejan en mayor medida. No sólo los paranoides están
frustrados afectivamente -sobre todo, por ser ellos tan hostiles y espantar a los demás-, sino
que también sienten rabia porque les gustaría destacar, despuntar mucho por encima de la
gente. Esto es debido a un proceso de desapego o desvinculación afectiva fruto de sentir a
los demás como enemigos: dicho de otra forma, sería como pensar que ellos no necesitan a
nadie porque valen mucho más, y que además se van a vengar de los otros por haberles
perjudicado tanto.
(1) sospechan, sin base suficiente, que los demás se van a aprovechar de ellos, les van
a hacer daño o les van a engañar
(3) reticencia a confiar en los demás por temor injustificado a que la información que
compartan vaya a ser utilizada en su contra
(4) en las observaciones o los hechos más inocentes vislumbra significados ocultos que
son degradantes o amenazadores
(5) alberga rencores durante mucho tiempo, por ejemplo, no olvida los insultos,
injurias o desprecios
(6) percibe ataques a su persona o a su reputación que no son aparentes para los
demás y está predispuesto a reaccionar con ira o a contraatacar
Los esquizoides son individuos que viven tranquilos en su soledad, que desean fervientemente el
aislamiento. No es que se hayan distanciado de los demás por timidez o por problemas para
relacionarse, sino que verdaderamente no tienen interés en conocer gente, en intimar, en disfrutar de
compañía. Suelen dedicarse a trabajos en los que pueden estar solos el mayor tiempo posible: por
ejemplo, científicos, informáticos, bibliotecarios, etc.
Estas personas, como hemos dicho, alcanzan un cierto equilibrio en la medida en que están libres de
interactuar con los demás. El problema es que vivimos en una sociedad y esta manera de ser no es
viable, porque siempre se necesita un mínimo trato con otros seres humanos aunque sea únicamente
para desenvolverse de una manera adecuada. Por ejemplo, hace falta interactuar en la mayoría de
trabajos, a la hora de hacer gestiones, para ir en medios de transporte, comprar e infinidad de
situaciones que conllevan relaciones interpersonales, por superficiales que sean. En dichas situaciones
es cuando el esquizoide sufre su problema -aunque él no lo califique como tal-, porque su tremenda
frialdad y su desgana para interactuar son un auténtico muro en su trato con los otros, que pueden
reaccionar bien con extrañeza, por considerar a estas personas raras o excéntricas, bien con
comprensión o bien de una manera agresiva.
En este sentido, los esquizoides generalmente han sido víctimas de abusos escolares o laborales (los
famosos "bullying" y "mobbing") por estar solos y por resultar raros ante los demás, aunque los
principales destinatarios de estos abusos son los individuos con trastorno de la personalidad por
evitación por su timidez y sus sentimientos de inferioridad.
(1) no desea ni disfruta de las relaciones íntimas, incluyendo el formar parte de una
familia
(3) muestra poco interés en tener experiencias sexuales con otra persona
(8) falta de amigos íntimos o desconfianza aparte de los familiares de primer grado
(9) ansiedad social excesiva que no disminuye con la familiarización y que tiende a
asociarse con los temores paranoides más que con juicios negativos sobre uno
mismo
Estos individuos son el ejemplo perfecto de que los trastornos de la personalidad no implican
necesariamente un sufrimiento personal, basta con provocarlo en el entorno. Efectivamente, los
antisociales apenas sufren -sobre todo, a medida que tienen este trastorno más desarrollado, pudiendo
llegar al extremo de la psicopatía-, pero son auténticos especialistas en provocar dolor, preocupaciones
y padecimiento en los demás.
Son sujetos que disfrutan con el sufrimiento ajeno y que se sienten más superiores y mejor consigo
mismos a medida que demuestran poder ante los demás. Su desprecio hacia la sociedad es inmenso y
tienen sentimientos de rencor e incluso de repugnancia hacia sus congéneres; detestan especialmente
las demostraciones de afecto, la vulnerabilidad o la fragilidad. Son competitivos hasta el extremo y
tienen un estilo de vida depredador, por el que el mundo es una selva en la que impera la ley del más
fuerte.
Estas actitudes conllevan a un comportamiento explotador, basado en aprovecharse de los demás todo
lo que puedan sin sentir el más mínimo remordimiento (todo lo contrario, lo que sienten es placer).
Incumplen las normas sistemáticamente y son incapaces de asumir responsabilidades, y no por falta de
habilidades, sino por falta de voluntad. Ellos no se sienten "uno más", sino alguien que intenta vivir su
vida aprovechándose de los otros, al tiempo que descarga en ellos todo el odio que llevan dentro.
Obviamente, las cárceles y barrios marginales están llenas de personas antisociales, pero también hay
individuos adinerados y de buena posición social que tienen rasgos antisociales aunque se hayan
acostumbrado a ser "delincuentes de guante blanco".
A) Un patrón general de desprecio y violación de los derechos de los demás que se presenta
desde la edad de 15 años, como lo indican tres (o más) de los siguientes ítems:
(1) fracaso para adaptarse a las normas sociales en lo que respecta al comportamiento
legal, como lo indica el perpetrar repetidamente actos que son motivo de detención
(2) deshonestidad, indicada por mentir repetidamente, utilizar nombres falsos o estafar
a otros para obtener un beneficio personal o por placer
Patología de la personalidad tan frecuente como devastadora, y tan poco conocida como mal
tratada. Es, seguramente, uno de los problemas clínicos más graves que se pueden sufrir,
sobre todo en sus formas más puras (recordemos que, como ya hemos dicho, los trastornos
de la personalidad se mezclan unos con otros haciendo diferentes combinaciones) y de
mayor magnitud.
Las personas con trastorno límite no están “entre la neurosis y la psicosis”, como antes se
decía. Tampoco son personas con inteligencia límite, que es algo que no tiene nada que ver.
El trastorno límite se basa en la inestabilidad en diferentes ámbitos, sobre todo en el afectivo
y el interpersonal.
Estas emociones tan variables, provocadas generalmente por conflictos con otras personas
o por percepciones de ser poco queridos, pueden llegar a puntos muy extremos. La esencia
del trastorno límite es la sensación de vacío propia de sentirse rechazado y poco querido por
los demás, sensación a veces no fundada en la realidad pero que se tiene por un hambre
afectiva muy voraz, en línea con el “amplificador” que comentábamos, por la que toda
atención y toda muestra positiva de cariño parece escasa. La ira motivada por estas
percepciones puede llegar a explosiones de irritabilidad, a romper cosas, pegarse con
alguien o amenazar; el desánimo y la mala relación del sujeto consigo mismo a intentos de
suicidio, autolesiones, compensaciones de sufrimiento (drogas, sexo compulsivo, etc.) o
comportamientos que se llevan a cabo sin tener en cuenta las consecuencias, como si en el
fondo casi fuera mejor morirse para evitar seguir sufriendo.
(1) impulsividad en al menos dos áreas, que puede ser potencialmente peligrosa para
el sujeto (p. ej., gastos, sexo, conducción temeraria, abuso de sustancias
psicoactivas, atracones, etc.)
(3) inestabilidad afectiva debida a una notable reactividad del estado de ánimo
La gran finalidad de una persona histriónica es no pasar inadvertida, causar sensación allá
por donde vaya. Depende en exceso de experimentar la vivencia de ser importante,
pareciendo entonces que pueda tener una sólida autoestima, aunque esto no es así en tanto
necesita reafirmarla con sus demandas constantes de atención. Es como los niños que se
portan mal o que hacen "actuaciones" cantando o bailando con el único fin de atraer la
atención de los adultos.
Efectivamente, los histriónicos están obsesionados con llamar la atención, hasta el punto de
que se encuentran aburridos cuando están solos y desmoralizados si no consiguen atraer el
interés de los demás. Obviamente, están curtidos en estas artes y se las saben arreglar para
provocar y conseguir sus intenciones: o bien buscan deliberadamente llamar la atención con
sus gestos y forma de vestir inapropiada o seductora, o bien se muestran exagerados en su
forma de hablar o en sus historias. Son expertos en la teatralidad, en la manera de convertir
un hecho trivial en un acontecimiento enormemente relevante con sus tergiversaciones.
"Inflan" las historias para así ganarse la atención de los demás, imprimiendo también
entonaciones teatrales y una manera de relatar los hechos muy afectada. Como es lógico, la
vida cotidiana de por sí no tiene los suficientes elementos como para llamar la atención de
los interlocutores, por lo que el histriónico se ve obligado a distorsionar las cosas bien en su
contenido o bien en la forma de relatarlas.
Estos deseos de ser siempre el centro de interés, como si estuvieran en un gran escenario a
oscuras con un foco iluminándoles, obedece a un temperamento muy extravertido,
exageradamente sociable, con el que intentan satisfacer necesidades afectivas muy
arraigadas. Atraer la atención de los demás les da una "vidilla" que les hace sentirse
importantes, porque no sólo quieren ganarse a los otros para que se fijen en ellos, sino que
también utilizan sus recursos para inflar su autoestima, de manera que pueden hacer creer a
los demás que han hecho cosas meritorias o que conocen a personas famosas, por ejemplo.
Igualmente, una forma de garantizarse el interés de los demás puede ser, en ocasiones,
siendo un auténtico "camaleón", es decir, siendo de diferentes maneras según las personas
con las que se interactúe. Por ejemplo, con un aficionado a la música clásica, el histriónico
puede mostrarse un apasionado de la ópera e incluso comprarse algún disco para
escucharlo en casa; cuando hable con alguien que le gusta el vino hará creer que también es
un aficionado a la enología, etc. Esta tendencia "camaleónica" para ser el foco de interés y
ganarse a los demás puede llegar al extremo de que la persona ya no sepa claramente cómo
es y qué gustos tiene, porque están supeditados a los de los demás; es decir, los histriónicos
son individuos egocéntricos e incluso ególatras, pero que esconden también grandes
inseguridades y que no tienen su autoestima consolidada, firme.
La necesidad afectiva y de atención que tiene el histriónico oculta también un gran egoísmo
en los casos más importantes. Al histriónico, normalmente, sólo le importa él y está
preocupado por sí mismo. Es muy sociable y le encanta estar rodeado de gente, pero para
ser el centro de interés y despreocupándose de la vida de los demás. Si alguien está
atravesando un mal momento no tiene gran importancia, salvo que pueda actuar haciéndose
"el imprescindible" con esa persona. Suele ser también envidioso con aquellos que intentan
eclipsarle y competir con él en su búsqueda de atención.
Estas personas utilizan el sexo y el atractivo físico para atraer la atención de los demás,
sobre todo de la gente del sexo opuesto (en caso de que el histriónico sea heterosexual, algo
que no tiene por qué ser así como muchas veces vemos en la televisión). Se creen las
personas más atractivas del mundo y no tienen reparos en ser provocativos e incluso
inapropiados, pensando que los demás, realmente, están locos de deseo hacia ellas, cuando
esto no tiene por qué ser así.
(5) la interacción con los demás se caracteriza a menudo por conductas sexualmente
seductoras o provocativas de forma inapropiada
Los narcisistas son personas que no aparecen demasiado por las consultas pero sí están bastante
presentes en la vida pública, sobre todo en los medios de comunicación. Todos podremos pensar en
artistas, cantantes, actores, intelectuales o presentadores de televisión, por ejemplo, a los que se les ha
subido el ego en exceso. Una cosa es pensar que alguien despunta en algo concreto (por ejemplo, un
futbolista en la práctica del fútbol) y otra muy diferente es deducir de este hecho que la persona ya es
más importante que otras. Esta es al verdadera esencia del narcisismo: estar plenamente convencido de
que uno mismo es más válido y superior que otras personas, incluso de la mayoría o de la totalidad. El
narcisista no ve a nadie por encima de sí mismo, sin embargo ve a muchísimos por debajo, pero no ya
en el terreno en el que despunte, sino como persona en general.
Son individuos con una autoestima muy consolidada, muy sólida, en contra de lo que vulgarmente se
dice. Esto no les hace mejores personas, porque a nivel interpersonal su funcionamiento es penoso.
Esto no tendría por qué ser así, porque alguien puede pensar que es "el rey del mambo" pero no
necesariamente ha de menospreciar a los demás; no obstante, lamentablemente es así. La cuestión es
que el narcisista precisa considerarse en un plano superior a los otros porque no los soporta, porque se
ha desvinculado afectivamente de ellos. No obstante, esto ya supone entrar en la dinámica de estas
personas, algo que no es objetivo de esta página web.
Los narcisistas, por esta desvinculación afectiva, carecen de interés genuino por los demás, les falta
empatía. Les importa bastante poco lo que les ocurra a las personas de su entorno aunque sean
conocidas; sólo están preocupados por sí mismos. Los demás sirven únicamente para girar en torno a
ellos, para alabarles y ratificar su grandiosidad. Por desgracia, siempre existen individuos que se dejan
llevar y que cumplen a la perfección su función de "fans" incondicionales, riendo las gracias del
narcisista y viendo excelencias donde sólo hay normalidad.
Estas personas no se contentan con su visión autosuficiente y superior de sí mismas, sino que se
desenvuelven en la vida teniendo muy claras las implicaciones de su sentimiento de importancia
especial. Por ejemplo, un narcisista no se encontrará cómodo en un medio público de transporte o
utilizando la sanidad pública, porque pensará que merece siempre lo mejor (ya que es un individuo de
un nivel superior a los demás). Tendrá zapatos, relojes o coches de marca, de los más caros que haya,
porque son los apropiados para alguien de su estatus. Su parlamento merecerá atención especial, ya que
lo que dice, a veces de manera mayestática y pedante, es poco menos que elevado y de un interés
tremendo. Hablará una y otra vez de sí mismo, de sus circunstancias, de su vida y su visión de las
cosas, como si fuera lo único interesante en el mundo y como si los demás estuviéramos ávidos de
conocer las interioridades de su persona, sin que nos importe ninguna otra cosa más.
En definitiva, los narcisistas son personas que vistas por televisión pueden hacer incluso gracia, pero
tratándolas más directamente son capaces de enloquecer a cualquiera. Además de eso, son individuos
muy resentidos y que adoptan una actitud vengativa hacia los demás, gustándoles sobremanera hacer
sentirse mal a los otros, para así ellos alimentar su ego y su superioridad. Si piensan que alguien puede
competir con ellos o hacerles sombra, experimentarán inquietud e intentarán por todos los medios
minusvalorar a esa persona.
(3) cree que es especial y único y que sólo pueden comprenderle, o sólo debería
relacionarse con, otras personas (o instituciones) especiales o de elevado estatus
(6) tiende a la explotación interpersonal, es decir, saca provecho de los demás para
lograr sus propios objetivos
(8) a menudo tiene envidia de los demás o cree que los demás le tienen envidia
Es un trastorno caracterizado por una “fobia social” crónica y generalizada que se experimenta en la
gran mayoría de situaciones con otras personas, y mucho más si no se tiene la suficiente confianza con
ellas. Además, como en cualquier otro trastorno de la personalidad, este problema tiene que surgir
desde casi siempre, especialmente desde la juventud o el principio de la edad adulta.
Los miedos que aparecen en este problema son de tipo interpersonal, de manera que a la gente se la
considera peligrosa, ofensiva, rechazante y devaluadora, continuamente pendiente de uno mismo para
detectar posibles fallos o meteduras de pata. Por esta forma de concebir a los demás, el individuo
evitador está en una situación de alarma constante, temeroso cuando está en presencia de los otros y
relajado cuando está solo, aunque esté triste por sentirse aislado, frustrado afectivamente. Esta
sensación de alarma deriva en una ansiedad social que se nota por el comportamiento inhibido de estas
personas, como si se intentaran esconder cuando están con otras o incluso en plena conversación. No
mantienen la mirada, contestan con monosílabos, prefieren escuchar a hablar, se muestran incómodos,
etc.: son individuos que temen las interacciones porque consideran a los demás superiores y a ellos
mismos como inferiores, como si no tuvieran suficiente valor o nivel como para tratar con el otro. Por
esta sensación arraigada, piensan que los demás pueden notar su supuesta inferioridad o incluso
burlarse u ofender de alguna manera.
El evitador también le tiene un miedo atroz no sólo a la burla o a la ofensa, sino al rechazo. Su
sentimiento de inferioridad se basa en que no gusta a los demás, por lo que todavía se pone más
nervioso y, en consecuencia, el círculo vicioso se consolida en tanto una persona insegura y nerviosa no
muestra autoconfianza y, en consecuencia, no resulta atractiva ante los demás. Las reacciones lógicas
de aislamiento de los demás (de ahí la denominación del trastorno) tranquilizan a corto plazo pero
mantienen el problema, en tanto los otros comienzan a considerar al individuo como raro o extraño
mientras éste se autoconvence de lo poco que vale. A veces, pueden dar la sensación de que "pasan" de
los demás, cuando lo que ocurre simplemente es que están aterrorizados.
Como es lógico, estas personas tienen pocos amigos costándoles un mundo coger confianza con la
gente. Sólo con muchas precauciones y comprobaciones estarán convencidos de que la otra persona no
es hostil y que les acepta, pudiendo disminuir entonces su ansiedad, que no su sentimiento de
inferioridad. Ni qué decir tiene que les costará un mundo actuar en público con exposiciones en clase,
hablar frente a un auditorio, etc.
(2) es reacio a implicarse con la gente si no está seguro de que les va a caer bien
(3) está preocupado por la posibilidad de ser criticado o rechazado en las situaciones
sociales
(6) demuestra represión en las relaciones íntimas debido al miedo a ser avergonzado o
ridiculizado
Las personas con trastorno de la personalidad por dependencia son muy indecisas porque
no saben cuándo van a meter la pata: confían muy poco en sus posibilidades y recurren
siempre a los otros para preguntarles cosas, pedirles consejo o rogarles que les acompañen
o que hagan gestiones por ellas, por ejemplo.
Suele tratarse de gente que ha sido muy sobreprotegida desde pequeños, creando en ellos
la sensación de que no saben valérselas por sí mismos, con la lógica indefensión
ocasionada. No es menos cierto que la persona con dependencia se aferra cómodamente a
su rol y continúa perpetuando esta sobreprotección de los demás, enganchándose a ellos
para así afrontar las exigencias de la vida.
Una necesidad general y excesiva de que se ocupen de uno, lo que produce un comportamiento
de sumisión y apego y temores de separación, que empieza en el principio de la edad adulta y
se encuentra presente en una serie de contextos, tal como lo indican cinco (o más) de los
siguientes síntomas:
(1) le es difícil tomar decisiones cotidianas sin una cantidad exagerada de consejo y
recomendaciones por parte de los demás
(2) necesita que otras personas asuman la responsabilidad en las áreas más
importantes de su vida
(3) le es difícil expresar desacuerdo ante otras personas por temor a perder su apoyo o
aprobación (nota: no se incluyen los miedos reales al castigo justo)
(4) se esfuerza en exceso para obtener cuidado y apoyo por parte de los demás, hasta
el punto de hacer voluntariamente cosas que le desagradan
(5) se siente incómodo e indefenso cuando está solo, debido a temores exagerados a
ser incapaz de cuidar de sí mismo
(6) está preocupado de forma poco realista por el temor de que le abandonen y tenga
que cuidar de sí mismo
(7) busca urgentemente otra relación como fuente de cuidado y apoyo cuando termina
una relación íntima
(8) le es difícil iniciar proyectos o hacer cosas por propia iniciativa (debido a una falta
de confianza en sus propios juicios o capacidades en vez de a una falta de
motivación o energía).
En principio, no tiene nada que ver con el famoso trastorno obsesivo-compulsivo o "TOC"; de
hecho, para evitar confusiones, en la otra clasificación de trastornos mentales que existe (la
CIE-10, de la Organización Mundial de la Salud) a este problema le llaman “trastorno
anancástico de la personalidad”. No obstante, sí es frecuente que en una misma persona
coincidan ambos trastornos, aunque no necesario, ni mucho menos.
Asimismo, también suele tratarse de gente muy seria, que está continuamente haciendo
cosas de trabajo u obligaciones. Es como si estuvieran siempre en la fase de instrucción del
ejército, con un mando continuamente dándoles órdenes con el silbato en la boca. Piensan
que no hay tiempo para el esparcimiento o la distracción porque es signo de vaguería e
irresponsabilidad: siempre hay cosas que hacer y hay que llevarlas a cabo meticulosamente,
de una determinada manera. En esta meticulosidad reflejan también la rigidez a la que nos
estamos refiriendo, porque quieren hacer las cosas de una manera tan perfecta
(obedeciendo a su miedo de trabajar mal o de no cumplir con las órdenes o con la propia
autoexigencia) que pueden tirarse horas para algo que cuesta minutos.
Por esta autoexigencia, suele tratarse de personas con un elevado sentido de la moral, de la
pulcritud y de la disciplina, teniendo una gran conciencia jerárquica. Siguiendo el ejemplo del
ejército que hemos puesto antes, tienen claro y bien presente que ellos están en un
escalafón inferior al de sus superiores, guardándoles el debido respeto, como mandan las
normas.
(1) preocupación por los detalles, las normas, las listas, el orden, la organización o los
horarios hasta el punto de perder de vista el objetivo principal de la actividad
(4) es reacio a delegar tareas o a trabajar con otros, a menos que se sometan
exactamente a su forma de hacer las cosas
(8) adopción de un estilo avaro en los gastos para sí mismo y para los demás
Lo malo es que el perfil que les gusta como pareja es el de personas engreídas, narcisistas y
presuntuosas a las que puedan idealizar, o el de personas conflictivas, con problemas y
centradas en sí mismas a las que idealizan de la misma manera que “salvan” de sus
calamidades, sin darse cuenta –o sí- de que están profundamente enganchados a estas
personas.
En caso de ruptura, como hemos dicho, saltan a otra relación lo más rápido que pueden,
pasando la nueva pareja a ser la persona importante, mientras que la anterior ocupa el papel
de “rey destronado”. Los dependientes emocionales hacen girar su vida en torno a otra
persona, en medio de relaciones profundamente desequilibradas en las que asumen el papel
subordinado, de satélite que gira alrededor de su compañero o compañera.
Obedecen de muchas maneras a sus miedos, que son, como hemos dicho, a la ruptura y a la
soledad. Para evitar la ruptura hacen lo que sea, incluso aceptar infidelidades o malos tratos,
por ejemplo. Para evitar la soledad buscan otra pareja o llaman continuamente a amigos u
otras personas con cualquier pretexto.
El desánimo ocupa también un lugar predominante en la vida de las personas aquejadas de
trastorno de la personalidad por necesidades emocionales; de hecho, dichas necesidades
indican un serio déficit de autoestima, una mala relación de esas personas consigo mismas
que abona el terreno del desánimo y de la compensación del sufrimiento que supone el
enganche a las parejas y su idealización correspondiente.
Una tendencia persistente a las relaciones de pareja caracterizadas por el desequilibrio entre ambos
miembros, la necesidad afectiva claramente excesiva hacia la otra persona y el sometimiento
inapropiado hacia ella, que empieza al principio de la edad adulta y se da en diversos contextos, como
lo indican cinco (o más) de los siguientes ítems:
2. Necesidad excesiva de la pareja, que deriva en contactos muy frecuentes y a veces inapropiados
(p. ej., llamadas telefónicas continuas mientras la pareja está en una reunión de trabajo), y que no
se debe a dificultades cotidianas, toma de decisiones o asunción de responsabilidades.
3. Elección frecuente de parejas egoístas, presuntuosas y hostiles, a las que se idealiza con
sobrevaloraciones constantes de sus cualidades o de su persona en general.
4. Subordinación a la pareja como medio de congraciarse con ella, que facilita el desequilibrio entre
ambos miembros de la relación.
5. Prioridad de la relación de pareja sobre cualquier otra cosa, que puede ocasionar una
desatención prolongada de aspectos importantes del sujeto como su familia, su trabajo o sus
propias necesidades.
6. Miedo atroz a la ruptura de la pareja aunque la relación sea desastrosa, con intentos frenéticos de
reanudarla si finalmente se rompe.
7. Autoestima muy baja, con menosprecio de las cualidades personales o minusvaloración global del
sujeto como persona.
9. Necesidad excesiva de agradar a las personas, con preocupaciones continuas sobre la propia
apariencia física o sobre la impresión que ha generado en ellas.
El mejor consejo que se puede dar a los familiares es que recomienden a su ser querido que se ponga en
manos de un profesional especializado en trastornos de la personalidad, porque es el que sabrá
comprenderle y manejar las muchas veces complicadas situaciones que se plantean en las terapias.
Pero, al final, será el interesado el que deberá decidir si se pone en tratamiento o no, lo que nunca se
debe hacer es forzar la situación porque, aparte de ser inútil (el paciente viene sin ninguna motivación y
la mejora, por tanto, es imposible) sólo provocará que el individuo se encabezone y afiance su postura de
no querer recibir tratamiento.
Por lo demás, según el tipo de problema procederán unas recomendaciones u otras. En líneas generales,
se puede decir que lo mejor es que los familiares o allegados no intenten hacer de terapeutas y dejen
este trabajo a los profesionales. A veces, no hay nada peor que tener siempre los problemas en las
conversaciones, produciendo una sensación de continua negatividad que no ayuda en nada. Merece la
pena hablar de banalidades o de cualquier cosa antes de dar vueltas una y otra vez al "¿por qué has
hecho esto?", "¿no piensas que si te matricularas en esta carrera te iría todo mejor?", etc. No sólo dar
infinidad de vueltas a los problemas no sirve de nada, sino que además la gente se "quema" y puede
incluso tener rencor hacia el paciente porque no sigue los consejos oportunos. Lo primero que hay que
hacer con estas personas es intentar arrimarles hacia la normalidad, tener comportamientos naturales y
no considerar que están apestados o que "son así".
En caso de que se trate de individuos con tendencias agresivas, no hay por qué aguantar con resignación
su hostilidad. Sí se debe intentar evitar responder igualmente con agresividad porque entonces estamos
favoreciendo la creación de un círculo vicioso, pero esto no significa que haya que encogerse de
hombros. Se puede responder con firmeza sin necesidad de perder los papeles. Esto es importante
porque es relativamente fácil mantener relaciones desequilibradas con estos individuos, bien de sumisión,
bien de miedo, etc. Estas pautas no sólo no mejoran el trastorno de personalidad de estos sujetos, sino
que perjudica enormemente a los individuos que las llevan a cabo porque terminan requiriendo ayuda
profesional y pasando un auténtico calvario. No es normal, por ejemplo, medir continuamente las palabras
o las conductas para no "molestar", o hacer la vista gorda a cosas que claman al cielo. Con estas
actitudes no se ayuda adecuadamente y, además, el familiar o allegado se olvida de que él también es
importante y que no tiene por qué seguir la misma dinámica perjudicial o autodestructiva que su ser
querido.
En las patologías de la personalidad en las que exista un alto componente de miedo, inhibición o baja
autoestima es muy importante dar confianza a estas personas, es decir, no seguir su tendencia a la
minusvaloración considerándoles poco capacitados o poco independientes. Por mucho que nos lo
soliciten, tendremos que evitar solucionarles continuamente la vida porque, lejos de hacerles un favor,
estamos incidiendo más en su problemática.
En cualquier caso, lo más adecuado es solicitar consejo al profesional para que asesore en cuanto a la
mejor manera de tratar al ser querido. Esto suele producir un gran alivio en familiares y allegados porque
no se sienten tan solos o desconcertados.