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En Clegg, Cyndia Susan (1997) Press censorship in Elizabethan England. Cambridge University Press,
Cambridge, Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte.
Capítulo 1
What a grieffe it is to the bodie to lose one of his membres you all knowe... I ame
sorie for the losse of my haund, and more sorie to lose it by judgment...
Mr. John Stubbes his Wordes upon the Scaffolde, when he lost his Haunde, on
Tewsdaie, 3 Novembre 1579
Who kills a man kills a reasonable creature, God’s image; but he who destroys a good
book, kills reason itself, kills the image of God as it were, in the eye.
John Milton, Areopagitica (1644)
Que los monarcas Tudor otorgaran privilegios para imprimir no es, pues, algo
destacable. La jerarquía de algunos de estos privilegios, en cambio, merece cierta
consideración. Durante el reinado de Isabel I, los privilegios de impresión eran
ingresados en los registros de patentes tanto bajo el Sello Privado (Privy Seal) como
bajo el Gran Sello de Inglaterra. El Gran Sello era fundamental para todas las
concesiones reales, y su uso fue lo que distinguió, por ejemplo, la importancia de una
concesión como la licencia a Christopher Saxton “para ser el único impresor y
vendedor de mapas en Inglaterra y Gales”. No obstante, la mayoría de los privilegios
de impresión aparecen, durante el reinado de Isabel, bajo el Sello Privado. Durante
el reinado de Enrique VIII, en cambio, los privilegios no parecen haber sido
otorgados de manera tan consistente. Mientras algunos aparecían concedidos bajo el
Sello Privado, otros tantos lo hacían bajo la forma de proclamas reales;
probablemente algunos registros de concesiones se hayan perdido, y otros bien
podrán haber sido concedidos de manera oral por el Soberano. Durante la etapa de
Enrique VIII, los títulos de página y los colofones dan cuenta de que muchos textos
eran impresos con privilegio, aún cuando sólo unos pocos registros de concesiones
sobreviven hasta nuestros días.
Por fuera de la oficina de impresor de la Corona, no queda del todo claro el status
alcanzado por los privilegios reales entre los predecesores de Isabel. Unos pocos
registros supervivientes dan cuenta de que se otorgaron monopolios bajo el Sello
Privado, como por ejemplo el que se extendió a Grafton y a Edward Whitchurch el
28 de enero de 1543 para imprimir libros litúrgicos para su uso en la misa. Este
monopolio fue lo suficientemente importante como para ser anunciado mediante una
proclama real el 28 de mayo de 1545. Parece, sin embargo, que la mayoría de los
privilegios de impresión se registraban únicamente en los propios libros producidos
por sus beneficiarios. Así se indica en una carta de julio de 1539, dirigida a Thomas
Cromwell1 acerca de un texto impreso por un editor privilegiado, en la que consta
que al menos algunos privilegios se otorgaban de manera oral, en cuyo caso el uso de
la leyenda “cum privilegi regali” era testimonio de que dicho favor había sido
otorgado por el monarca. En su papel de jefe de ministros y Lord del Sello Privado
durante parte del reinado de Enrique VIII, Cromwell poseía total autoridad para
conceder tales privilegios. El incremento en la producción de libros privilegiados que
se registró durante su período en el cargo se corresponde con la ruptura con Roma
dispuesta por Enrique y con el ascenso del propio Cromwell al poder; de los 2223
títulos impresos durante su reinado y que se conservan hasta la actualidad, 302 fueron
impresos con privilegio. De los 135 textos supervivientes que fueron impresos antes
de que una proclama en 1538 ordenara uniformar la notación de privilegio (con el
uso de la leyenda cum privilegio ad imprimendum solum) los impresores del Rey produjeron
73, apenas poco más de la mitad (55 por ciento). De los restantes 62 trabajos
conservados, 16 eran documentos legales y 3 eran textos litúrgicos (sin incluir la
Biblia, los Salmos o catecismos). Los restantes 43 textos, que incluían los trabajos de
Erasmo, crónicas, pronósticos, sermones, diccionarios y gramáticas, eran impresos
utilizando alternativamente las leyendas “cum privilegio regia majestate”, “cum
privilegio regis” o simplemente “cum privilegio”; todas ellas indicaban algún tipo de
status especial, generalmente, el derecho exclusivo del impresor a imprimir ese texto
particular durante un determinado período de tiempo.
El privilegio real para imprimir hacía extensivos, además, una serie de beneficios
económicos y legales para su destinatario. Esto fue dejado en claro mediante un
registro efectuado en 1533 en el que “tales especialidades a partir de hoy, 15 de mayo
1Thomas Cromwell, 1º conde de Essex, fue el consejero y ministro más importante de Enrique VIII entre
1532 y 1540. Fue uno de los más fervientes impulsores de la Reforma en Inglaterra (Nota del Traductor)
25 Enrique VIII, permanecen en las manos de mi señor Thomas Cromwell, en lo que
hace a la presentación de personas ante el Consejo Privado”. Cromwell había
prohibido al “reverendo Redman vender el libro titulado ‘La división de la
Espiritualidad y de la Temporalidad”, ni ningún otro libro privilegiado por el Rey”.
El titular de un privilegio (los impresores en esta época eran también vendedores de
libros) tenían derecho a recurrir al Consejo Privado si dicho privilegio era infringido y
el Consejo Privado podía, si así lo consideraba conveniente, defender los privilegios
del titular -en este caso, el derecho a vender cierto título- ante el infractor.
Quizás la razón por la que tres pequeñas palabras en latín hayan provocado tanta
discusión entre los académicos radique en que, al contrario de las interpretaciones
más respetadas sobre sus primeros años de uso, no todos los privilegios para imprimir
eran de la misma naturaleza. Como se ha visto, algunos privilegios eran aquellos
ejercidos por los impresores del Rey en relación con el status de su puesto en la
estructura de la administración real y por los intereses del gobierno. Otros privilegios,
en cambio, eran aquellos otorgados por Cromwell -como los que detentaban Grafton
y Whitchurch- para asegurarse de que sólo algunos tipos de textos eran impresos o,
incluso, para que un libro en particular fuese editado (como el libro sobre gramática
francesa de Palsgrave o las gramáticas inglesa y latina de Lily). Los restantes -aquellos
de los que sólo queda registro en portadas y colofones.- reflejan el esfuerzo del
gobierno por apoyar la industria impresora. A pesar de las diferencias, durante el
reinado de Enrique VIII todos los privilegios compartieron dos características
principales. Por un lado, un privilegio real protegía el derecho del titular a imprimir
exclusivamente el texto o textos privilegiados. Esto, por supuesto, no prevenía que
dicho privilegio no fuese infringido pero le daba a su titular el derecho a recurrir al
Consejo Privado para que este lo hiciera respetar -recurso que fue ampliamente
aprovechado, como se verá, durante el reinado de Isabel-. Por otro lado, a pesar de la
afirmación de Pollard de que “la palabra ‘privilegium’ parece haber sido utilizada
como un sinónimo en latín” tanto para privilegio (la protección frente a la copia no
autorizada) como para licencia (el permiso para imprimir un documento una vez que
este haya sorteado la censura previa), la expresión cum privilegio no implicaba que un
trabajo privilegiado hubiese necesariamente recibido el escrutinio oficial estipulado
tanto por proclamas reales como por las leyes parlamentarias.
Que licencia y privilegio sean sinónimos en las patentes isabelinas -y que sean
conceptos diferentes a los de “censura previa” (perusal) y “cuota de
producción” (allowance)- es un hecho aparente a lo largo de las diferentes concesiones
otorgadas por el gobierno. William Seres recibió un privilegio en 1559 para imprimir
“todos los textos de plegarias privadas autorizados, llamados catecismos y salterios”.
Esto no requería la determinación de una cuota de producción puesto que se trataba
de textos oficiales. En 1571, esta patente fue extendida para comprender tanto al hijo
de Seres -Richard- como a “todos los libros que han impreso o imprimirán, escritos
por cualquier hombre instruido del reino, sean estos en inglés o en latín” pero sin
ningún tipo de determinación de cuotas de producción. La “licencia” que recibió
Richard Tottel en 1559 para ser “el único impresor de libros sobre common law”,
otorgada “en tanto se comportara correctamente en uso de su licencia”, no requería
ni censura previa ni cuotas de producción. La licencia que Day recibió en 1567 por
diez años para imprimir los Salmos en métrica y El ABC con el catecismo2 incluía una
renovación de su licencia de 1559 con las mismas estipulaciones de censura previa y
cuotas de producción de la licencia original. De manera similar, la licencia que Day
recibió en 1574 para imprimir los catecismo de Alexander Nowell en latín, “así como
cualquier otro libro en inglés o en latín escrito por Nowell e indicado por él para ser
impreso por Day”, requería que “todos los libros impresos y vendidos en virtud de
este privilegio deberán ser censurados y recibir la asignación de una cuota de
producción antes de su impresión”. Luego de que el gobierno de Isabel atravesara un
período de fuerte ansiedad tras la publicación de una serie de profecías y pronósticos
que predijeron que la Reina sería depuesta y asesinada, Richard Watkyns y James
Robert recibieron en 1578 una licencia para imprimir durante diez años “todos
aquellos almanaques y pronósticos a los que las autoridades eclesíasticas asignen una
cuota de producción”. Este privilegio, válido sólo para libros “con cuotas de
producción”, aún distinguía entre licencia y cuota. Thomas Marshe, quien recibió en
1572 una patente para imprimir textos escolares en latín en consideración a los
grandes gastos en los que incurrió para procurar “letras más aptas que aquellas con
las que se contó hasta el momento” y para fomentar el uso de textos escolares que ya
no estaban disponibles para comprar directamente al Continente gracias a las
2The ABC with the Catechism era un libro de texto empleado durante el reinado de Isabel I para enseñar a los
niños a leer y a escribir a la vez que incorporaban conceptos religiosos básicos. (Nota del Traductor)
restricciones a la importación vigentes, recibió la licencia sin estipulaciones sobre
censura o cuotas de producción. Tampoco las patentes de Thomas Vautrollier para
imprimir unos textos en latín en particular (1573 y 1574) requerían cuotas de
producción, aunque la de 1574 contenía una cláusula que “nada de lo que se
imprima deberá ser repugnante a las Escrituras o a las leyes del reino”. La licencia de
Henry Bynnemann de 1584 para imprimir “todos los diccionarios y críticas habidas”
no requería tampoco ni censura previa ni cuotas de producción.
Con todos estos diferentes modos de empleo, los privilegios de impresión durante el
reinado de Isabel eran aún más claramente definidos que aquellos otorgados por sus
predecesores. Todos los privilegios aparecen registrados en bajo el Sello Privado, y los
propósitos de cada privilegio aparecen más claramente delineados en sus patentes.
Lo que desapareció durante su tiempo en el trono fue la plétora de privilegios
utilizados para proteger a los impresores de las copias no autorizadas. Estos se habían
vuelto innecesarios, tal como se verá más adelante, gracias a la aprobación de los
estatutos de la Company of Stationers, que asumió la responsabilidad central entre
1557 y 1603 sobre la operación y el control del comercio de libros. El Estatuto de la
3 Robert Dudley, 1ºconde de Leicester, era un amigo personal, favorito y pretendiente de la reina Isabel I.
Company of Stationers era en sí misma una concesión de patronazgo real otorgado
por la reina María -privilegio que fue ratificado por Isabel a su ascenso al trono-.