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CONTENIDO
1. INTRODUCCIÓN
2. EL EVANGELIO DE DIOS
3. LA FUENTE DE LA MALDAD Y EL CAMINO DE RESTRICCIÓN
4. LA VANIDAD DE LA RELIGIÓN Y LA DESESPERANZA TOTAL DEL MUNDO
5. LA JUSTIFICACIÓN SEGÚN DIOS
6. EL EJEMPLO DE LA JUSTIFICACIÓN
7. LA EXPERIENCIA SUBJETIVA DE LA JUSTIFICACIÓN (1)
8. LA EXPERIENCIA SUBJETIVA DE LA JUSTIFICACIÓN (2)
9. EL RESULTADO DE LA JUSTIFICACIÓN: EL PLENO DISFRUTE DE DIOS EN
CRISTO
10. EL DON EN CRISTO SOBREPASA LA HERENCIA EN ADÁN
11. LA IDENTIFICACIÓN CON CRISTO
12.LA ESCLAVITUD DE LA LEY EN NUESTRA CARNE (1)
13.LA ESCLAVITUD DE LA LEY EN NUESTRA CARNE (2)
14.LA LIBERTAD DEL ESPÍRITU EN NUESTRO ESPÍRITU (1)
15.LA LIBERTAD DEL ESPÍRITU EN NUESTRO ESPÍRITU (2)
16.LA LIBERTAD DEL ESPÍRITU EN NUESTRO ESPÍRITU (3)
17. LA SANTIFICACIÓN EN VIDA
18.HEREDEROS DE LA GLORIA (1)
19.HEREDEROS DE LA GLORIA (2)
20. HEREDEROS DE LA GLORIA (3)
21.HEREDEROS DE LA GLORIA (4)
22. LA ELECCIÓN DE DIOS, NUESTRO DESTINO (1)
23. LA ELECCIÓN DE DIOS, NUESTRO DESTINO (2)
24. LA ECONOMÍA DE LA ELECCIÓN DE DIOS
25. LA TRANSFORMACIÓN REALIZADA AL PONER EN PRÁCTICA LA
VIDA DEL CUERPO (1)
26. LA TRANSFORMACIÓN REALIZADA AL PONER EN PRÁCTICA LA
VIDA DEL CUERPO (2)
27. LA TRANSFORMACIÓN REALIZADA AL PONER EN PRÁCTICA LA
VIDA DEL CUERPO (3) Y AL ESTAR EN SUJECIÓN, AL AMAR Y AL PELEAR
LA BATALLA
28. LA TRANSFORMACIÓN QUE SE REQUIERE PARA RECIBIR A LOS
CREYENTES (1)
29. LA TRANSFORMACIÓN QUE SE REQUIERE PARA RECIBIR A LOS
CREYENTES (2)
30. LA CONSUMACIÓN DEL EVANGELIO
31.UNA PALABRA DE CONCLUSIÓN
32. EL CONCEPTO BÁSICO DE ROMANOS
33. LOS ASUNTOS BÁSICOS DE LOS CAPÍTULOS DEL CINCO AL OCHO
34. LIBRADOS DEL PECADO, DE LA LEY Y DE LA CARNE
35. LIBRADOS DE LA MUERTE (1)
36. LIBRADOS DE LA MUERTE (2)
37. LA LEY PRESENTADA EN LOS CAPÍTULOS SIETE Y OCHO DE
ROMANOS
38. LA VIDA Y LA MUERTE SEGÚN SE PRESENTAN EN LOS CAPÍTULOS
DEL CINCO AL OCHO DE ROMANOS
39. PERMANECEMOS EN CRISTO AL OCUPARNOS DEL ESPÍRITU
40. EN LA VIDA DIVINA SOMOS SALVOS DEL PECADO Y DE LA
MUNDANALIDAD
41.EN LA VIDA DIVINA SOMOS SALVOS DE SER NATURALES
42. EN LA VIDA DIVINA SOMOS SALVOS DEL INDIVIDUALISMO
43. EN LA VIDA DIVINA SOMOS SALVOS DE SER LOS QUE CAUSAN
DIVISIÓN
44. EN LA VIDA DIVINA SOMOS SALVOS DE LA MANIFESTACIÓN DEL
YO (1)
45. EN LA VIDA DIVINA SOMOS SALVOS DE LA MANIFESTACIÓN DEL
YO (2)
46. REINAMOS EN VIDA POR LA GRACIA
47. EL SIGNIFICADO DE REINAR EN VIDA
48. REINAR EN VIDA SOBRE LA MUERTE
49. REINAR EN VIDA SOBRE SATANÁS
50. LA CARNE Y EL ESPÍRITU
51.SERVIR EN EL EVANGELIO DEL HIJO DE DIOS
52. LA DESIGNACIÓN
53. LA FILIACIÓN PRESENTADA EN EL LIBRO DE ROMANOS
54. DESIGNADOS POR LA RESURRECCIÓN
55. DESIGNADOS POR EL ESPÍRITU DE SANTIDAD
56. DESIGNADOS MEDIANTE EL ESPÍRITU MEZCLADO
57.LA JUSTICIA ES EL PODER DEL EVANGELIO
58. LA ELECCIÓN DE LA GRACIA
59. LA PRÁCTICA DE LA VIDA DEL CUERPO
60. EL DIOS TRIUNO SE IMPARTE A SU PUEBLO CON MIRAS A QUE SE
CUMPLA SU PROPÓSITO ETERNO
61.LA IMPARTICIÓN DEL DIOS TRIUNO SE LLEVA A CABO EN CONFORMIDAD
CON SU JUSTICIA, POR MEDIO DE SU SANTIDAD Y PARA SU GLORIA
62. LA VIDA DEL DIOS TRIUNO IMPARTIDA EN EL HOMBRE
TRIPARTITO
63. NO SE TRATA DE UNA VIDA INTERCAMBIADA SINO DE UNA VIDA
INJERTADA
64. LA TRANSFORMACIÓN Y LA CONFORMACIÓN SE LLEVAN A CABO
POR MEDIO DE LA VIDA INJERTADA (1)
65. LA TRANSFORMACIÓN Y LA CONFORMACIÓN SE LLEVAN A CABO
POR MEDIO DE LA VIDA INJERTADA (2)
66. DIOS CONDENÓ AL PECADO EN LA CARNE
67. EL DIOS PROCESADO COMO LA LEY DEL ESPÍRITU DE VIDA
68. DIOS CONDENÓ AL PECADO EN LA CARNE PARA QUE PODAMOS
ESTAR EN EL ESPÍRITU
69. ESTAMOS EN EL ESPÍRITU PARA EXPERIMENTAR LA OBRA DEL
ESPÍRITU
PREFACIO
Witness Lee
Anaheim, California, U.S.A.
7 de junio de 1984
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE UNO
INTRODUCCIÓN
Cuánto agradecemos al Señor que nos haya proporcionado este entrenamiento, el cual
trata de la vida cristiana normal y de la vida de iglesia adecuada. Prestaremos toda
nuestra atención a lo relacionado con la vida cristiana y la vida de iglesia. Por ende,
aunque es necesario conocer las verdades básicas y los principios de la Palabra divina,
nuestro propósito no es celebrar un entrenamiento acerca de las doctrinas; más bien,
todo el entrenamiento estará enfocado en el libro de Romanos. Necesitamos estudiar
cabalmente la Epístola a los Romanos de la Versión Recobro. Este mensaje es una
introducción a esta epístola.
Primero debemos saber cuál es la posición que esta epístola ocupa en la Biblia. Para
saber esto, tenemos que estudiar la Biblia en su totalidad.
La Biblia presenta un romance. ¿Había usted escuchado esto antes? Tal vez le parezca
un concepto secular y poco espiritual; no obstante, si usted ha profundizado en el
pensamiento de la Biblia, se dará cuenta de que, en un sentido santo y puro, la Biblia
habla del romance de una pareja universal.
El varón de esta pareja es Dios mismo. Aunque Él es una Persona divina, es Su deseo ser
el varón de esta pareja universal. Dios mismo, después de pasar por un largo proceso,
llegó a ser Cristo, el Novio.
La mujer de esta pareja es un ser humano corporativo, el pueblo redimido de Dios, que
incluye a los santos del Antiguo Testamento y del Nuevo. Después de un largo proceso,
esta mujer corporativa llegará a ser la Nueva Jerusalén, la novia.
3. El romance universal presentado
en el Antiguo Testamento
a. La historia de un matrimonio
En esta pareja se halla el secreto del universo, el cual consiste en que Dios y Sus
escogidos deben formar una pareja. ¡Aleluya! Nosotros, los escogidos de Dios, y Dios
mismo somos de la misma fuente, y tenemos la misma vida y naturaleza. Por lo tanto,
también debemos tener un mismo vivir. No vivimos por nosotros ni para nosotros, sino
con Dios y para Él, y Él vive con nosotros y para nosotros. ¡Aleluya!
Entre los treinta y nueve libros del Antiguo Testamento se encuentra un libro llamado el
Cantar de los cantares. Este libro presenta más que un simple romance; habla de un
romance fantástico. ¿Ha leído alguna vez de un romance que pueda compararse con el
Cantar de los cantares? De acuerdo con mi apreciación, el Cantar de los cantares es el
romance más fino jamás escrito, en el cual se habla de dos personas enamoradas. En el
Cantar de los cantares vemos a una mujer enamorada de un hombre y exclamando:
“¡Oh, si me besara con los besos de su boca! De esto tengo sed”. Inmediatamente su
amado se le acerca, y ella deja de hablar acerca de su amado y empieza a dirigirse
directamente a él (Cnt. 1:2-3), diciendo: “Tu nombre es dulce” . “Mejores son tus amores
que el vino”. “Atráeme, amado mío. No me des enseñanzas, atráeme hacia Ti. No
necesito un pastor ni un predicador; no necesito a un líder ni a un apóstol; necesito que
me atraigas a Ti. Atráeme; en pos de ti correremos”. ¡Qué romance tan maravilloso!
En el caso de Adán y Eva vemos que dicha pareja provino de la misma fuente y que tenía
la misma naturaleza, vida y vivir. En los libros de Isaías, Jeremías, Ezequiel y Oseas,
vemos que Dios desea tener una esposa que viva juntamente con Él. Dios anhela tener
una vida de matrimonio, con el fin de que la divinidad viva juntamente con la
humanidad. Pero Su pueblo le ha fallado. Sin embargo, en el Cantar de los cantares
encontramos la verdadera vida matrimonial. ¿Cuál es el secreto de tal romance? El
secreto consiste en que la esposa debe tomar al esposo no sólo como su vida y su vivir,
sino también como su persona.
La mujer que buscaba a su amado en el Cantar de los cantares finalmente llegó a ser un
palanquín para transportar a aquél a quien amaba (v. 9). Ella había logrado negarse a sí
misma, negar su persona; y su amado, Cristo el Señor, llegó a ser la Persona dentro de
su ser. Ella misma se convirtió en un palanquín que transportaba a la Persona de Cristo.
Más tarde, ella llegó a ser un huerto en el cual se cultivaba algo para la satisfacción de su
amado (4:12-13). Finalmente, se convirtió en una ciudad (6:4), la Nueva Jerusalén (Ap.
21:2), dejando su persona misma, reemplazándola con la poderosa Persona de Cristo en
ella. ¡Alabado sea el Señor! Éste es el romance santo.
En el libro de Apocalipsis Cristo es revelado celebrando Sus bodas (Ap. 19:7) y la Nueva
Jerusalén es presentada como Su esposa (21:2, 9). En el capítulo 19 de Apocalipsis
vemos que Cristo disfrutará de Su fiesta de bodas, y en el capítulo 21 se nos dice que la
Nueva Jerusalén será Su esposa. Los últimos dos capítulos de la Biblia, Apocalipsis 21 y
22, nos muestran que la máxima consumación de toda la Biblia reside en esta pareja
universal: el esposo y la esposa.
Además, la Biblia nos dice que esta pareja, formada por estas dos personas, es una sola
carne (Gn. 2:24; Ef. 5:31). Adán y Eva eran una sola carne; por eso, eran también un
solo hombre. Cristo y Su pueblo escogido constituyen un solo hombre corporativo y
universal; Cristo el Esposo es la Cabeza (4:15) y la iglesia, la esposa, es el Cuerpo (1:22-
23). Con el tiempo estos dos llegan a ser un solo hombre corporativo, todo-inclusivo y
universal. En Efesios 5 la iglesia es presentada como la esposa, y en Efesios 1 es
presentada como el Cuerpo de Cristo. Ella es la esposa de Cristo y Su Cuerpo. Cristo es
su Esposo así como también su Cabeza. De manera que Cristo y la iglesia constituyen un
solo hombre corporativo y universal. Éste es el tema medular de la revelación divina
contenida en la Palabra de Dios: una pareja y un hombre. En esta pareja el Dios Triuno
es el Esposo, y Su pueblo escogido es la esposa. En este hombre Cristo es la Cabeza, y Su
pueblo escogido es el Cuerpo. Ésta es la revelación central de toda la Biblia. En la pareja
el aspecto principal es el amor, y en el hombre el aspecto principal es la vida. El amor es
lo prevaleciente con respecto a Cristo y la iglesia como pareja, y la vida es lo
predominante en cuanto a Cristo y la iglesia como hombre.
Los cuatro Evangelios constituyen una biografía viviente de una Persona maravillosa,
pues revelan al Cristo individual, la maravillosa Persona que vino a cumplir el Antiguo
Testamento. Tal vez usted haya leído los Evangelios sin percatarse de los muchos
aspectos acerca de Cristo que se revelan en ellos. En los Evangelios de Mateo y Juan, se
presentan por lo menos sesenta aspectos acerca de Cristo. Como hemos indicado en
ocasiones anteriores, en el primer capítulo de Mateo vemos que Cristo es Jesús, Jehová
el Salvador, y Emanuel, esto es, Dios con nosotros. En el capítulo 4 Él es revelado como
una gran luz. En los capítulos siguientes lo vemos como Aquel que es superior a David,
Aquel que es mayor que el templo, que Salomón y que Jonás, el Moisés viviente con los
preceptos actuales, y el Elías viviente quien cumple las profecías. Al leer el libro de
Mateo cuidadosamente, encontraremos por lo menos treinta aspectos más de Cristo.
Éstos se mencionan en el primer estudio-vida que hicimos sobre Mateo. Cristo es el
verdadero David, Moisés, Salomón e incluso el verdadero templo. Cristo lo es todo. En el
Evangelio de Juan podemos encontrar veinte ó treinta aspectos más del Señor. Por
ejemplo, Cristo es la luz, el aire, el agua, el alimento, el Pastor, la puerta y los pastos.
Cristo es todo-inclusivo: Él es verdaderamente la realidad de todo. ¿Ha recibido usted
esta visión acerca de Cristo? Es verdad que Él es nuestro Salvador, pero Él es mucho
más que eso. Él lo es todo. ¡Cristo es maravilloso!
Nadie puede decir en definitiva lo que Cristo es. Si usted dijera que Él es Dios, yo le diría
que Él es un hombre, y si usted dijera que Él es un hombre, yo le contestaría que Él es
Dios. Si usted dijera que Él es el Hijo de Dios, yo afirmaría que es Dios el Padre, pero si
usted declarara que Él es Dios el Padre, yo proclamaría que Él es Dios el Espíritu. Y si
usted asegurara que Él es el Creador, yo diría que es el Redentor. ¡Cristo lo es todo!
Después de los Evangelios se encuentra el libro de los Hechos. ¿Qué es el libro de los
Hechos? En Hechos vemos la propagación, el incremento y el agrandamiento de esta
Persona maravillosa, quien estaba limitada y encerrada en un pequeño hombre, Jesús.
Pero en Hechos Él se ha reproducido, incrementado y agrandado. Él se incrementó al
entrar en Pedro, Juan, Jacobo, Esteban, e incluso en Saulo de Tarso. Él se propagó al
entrar en decenas de miles, y aun en cientos de miles de creyentes, logrando que todos
ellos fueran hechos parte de Él. En conjunto, todos estos creyentes juntamente con Él
llegaron a ser el Cristo corporativo. Por lo tanto, podemos decir que en los cuatro
Evangelios tenemos al Cristo individual, pero en Hechos tenemos al Cristo corporativo.
Al final de Hechos vemos tanto al Cristo individual como al Cristo corporativo. Sin
embargo, no sabemos cómo el Cristo individual puede convertirse en el Cristo
corporativo. ¿Cómo podemos nosotros, una gran multitud de creyentes, llegar a formar
parte de Cristo?
Veamos lo que el libro de Romanos nos dice con respecto a esto. Romanos nos explica la
manera en que el Cristo individual llega a ser el Cristo corporativo, y cómo nosotros,
quienes éramos pecadores y enemigos de Dios, podemos ser parte de Cristo y constituir
así Su único Cuerpo. El libro de Romanos nos ofrece una definición completa de este
hecho, revelando detalladamente la vida cristiana y la vida de iglesia. Así que, podemos
acudir al libro de Romanos para ser adiestrados en la vida cristiana y en la vida de
iglesia. Romanos nos proporciona un esquema de estos dos asuntos. Ahora sabemos la
posición que ocupa el libro de Romanos en la Biblia.
Aquí debemos estudiar las diferentes secciones del libro de Romanos. El Señor nos ha
revelado ocho palabras claves que denotan las ocho secciones de este libro:
introducción, condenación, justificación, santificación, glorificación, elección,
transformación y conclusión. Debemos tener presentes estas ocho palabras. Nunca
había visto dicho esquema de Romanos hasta que recientemente el Señor me lo
concedió. Aunque hace veintidós años conduje un estudio minucioso del libro de
Romanos con los santos en Taiwán, debo reconocer que el bosquejo que entonces
utilicé, ahora me parece demasiado viejo. Pero el bosquejo basado en las ocho palabras
que marcan las ocho secciones, es nuevo y actualizado. Debemos prestar mucha
atención al contenido de estas ocho secciones.
La introducción (1:1-17) define el tema del libro de Romanos, que es: el evangelio de
Dios. Éste constituye el contenido de la introducción. En el próximo mensaje veremos lo
que es el evangelio de Dios.
La justificación nos lleva a Dios. De hecho, no sólo nos lleva a Él, sino que también nos
introduce en Dios. Por lo tanto, podemos disfrutarle plenamente. La versión King
James usa la frase nos regocijamos en Dios (5:11). No sólo nos regocijamos en Dios,
sino que lo disfrutamos. Dios mismo es nuestro disfrute. En esto consiste la
justificación.
D. La santificación:
el proceso de la vida en la esfera de la salvación
¿Qué significa ser santificado? De nuevo podemos usar el ejemplo del té. Si agregamos
té en una taza de agua pura, el agua absorberá el té, es decir, el agua será “teificada”. En
el mejor de los casos, nosotros somos agua pura, aunque tal vez no seamos tan puros,
sino sucios. Aun si fuéramos agua pura, nos faltaría el sabor, esencia y color del té.
Necesitamos que el té entre en nuestro ser. Cristo mismo es el té celestial y está en
nosotros, ¡Aleluya!
Recientemente les hice saber a los santos en la ciudad de Anaheim que nuestro Dios es
revelado progresivamente a lo largo del libro de Romanos. En el capítulo 1 Él es el Dios
que lo creó todo; en el capítulo 3, es el Dios que redime; en el capítulo 4, es el Dios que
justifica; en el capítulo 5, es el Dios que reconcilia, y en el capítulo 6, el Dios que
identifica. Al llegar al capítulo 8 vemos que nuestro Dios ahora está dentro de nosotros.
¡Cristo está en nosotros! (Ro. 8:10). Ya no es solamente el Dios que obra en creación,
redención, justificación, reconciliación e identificación, sino que Él está ahora en
nosotros, en nuestro espíritu. Cristo está en nosotros llevando a cabo la obra de
transformación y santificación, tal como el té que, al ser inmerso en el agua, infunde su
elemento en ella, para que finalmente el agua sea totalmente “teificada”, esto es, para
que tenga la apariencia, el sabor y el olor del té verdadero. Si le sirviera a usted un poco
de esta bebida, le estaría sirviendo té y no simplemente agua.
F. La elección:
la economía de la salvación
G. La transformación:
la práctica de vida en la esfera de la salvación
H. La conclusión:
la máxima consumación de la salvación
A. La salvación
B. La vida
La salvación es para la vida revelada en Romanos 5:12—8:39. En esta sección la palabra
vida se usa por lo menos siete veces, y según el capítulo 8, esta vida es cuádruple, lo cual
estudiaremos cuando lleguemos a dicho capítulo.
C. La edificación
En la última parte del libro de Romanos, del 12:1 al 16:27, se habla de la edificación, esto
es, del Cuerpo de Cristo expresado por medio de todas las iglesias locales. La salvación
es para la vida, y la vida es para la edificación. Así que, las tres estructuras principales
del libro de Romanos son la salvación, la vida y la edificación.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE DOS
EL EVANGELIO DE DIOS
El tema del libro de Romanos es el evangelio de Dios (1:1). Los creyentes suelen decir
que hay cuatro Evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Sin embargo, Pablo también
considera como evangelio la epístola que él escribió a los romanos. En los primeros
cuatro libros del Nuevo Testamento el evangelio trata de Cristo en la carne tal como
vivió entre Sus discípulos antes de Su muerte y resurrección. Después de Su encarnación
y antes de Su muerte y resurrección, Él andaba entre Sus discípulos, pero aún no estaba
en ellos. En el libro de Romanos el evangelio se relaciona con Cristo como Espíritu, y no
con el Cristo en la carne. En el capítulo 8 de Romanos vemos que el Espíritu de vida que
mora en nosotros es Cristo mismo. Cristo vive ahora en nosotros. El Cristo presentado
en los cuatro Evangelios andaba entre los discípulos, pero el Cristo descrito en el libro
de Romanos se halla dentro de nuestro ser. El Cristo de los cuatro Evangelios es el
Cristo después de Su encarnación y antes de Su muerte y resurrección. Como tal, Él es el
Cristo que vive fuera de nosotros. Pero en Romanos, Él es el Cristo después de Su
resurrección. Como tal, Él es el Cristo que mora en nosotros. Este Cristo es más
profundo y subjetivo que el que vemos en los Evangelios. Debemos tener presente que el
evangelio que se presenta en Romanos alude al hecho de que Cristo como Espíritu vive
en nosotros después de Su resurrección.
El tema del evangelio de Dios es una Persona, Cristo. Sin duda, el evangelio incluye el
perdón, la salvación, etc, pero estos elementos no constituyen el punto central. El
evangelio de Dios se centra en la Persona del Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor.
Esta maravillosa Persona tiene dos naturalezas: la naturaleza divina y la naturaleza
humana, es decir, divinidad y humanidad.
Después Pablo dice que Cristo “fue designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu
de santidad, por la resurrección de entre los muertos” (1:4). Esto es una clara referencia
a la divinidad de Cristo. ¿Por qué Su humanidad se menciona antes de Su divinidad?
Pablo menciona primero la humanidad de Cristo porque con esto preserva la secuencia
del proceso de Cristo. Primero, Cristo pasó por el proceso de la encarnación al hacerse
carne. Luego, Él pasó por el proceso de la muerte y resurrección. Por medio del segundo
paso, Él fue designado Hijo de Dios por Su resurrección. Cristo pasó por dos pasos, el
primero fue la encarnación, y el segundo, la muerte y resurrección. Por medio de estos
dos pesos, Cristo primero llegó a ser carne, mediante la encarnación, y segundo, llegó a
ser el Hijo de Dios, a través de la muerte y resurrección. El primer paso introdujo a Dios
en la humanidad, y el segundo, introdujo al hombre en la divinidad. Cristo como
Persona divina, antes de Su encarnación, ya era el Hijo de Dios (Jn. 1:18); incluso
Romanos 8:3 dice: “...Dios, enviando a Su Hijo...” Debido a que Cristo ya era el Hijo de
Dios antes de Su encarnación, ¿por qué necesitaba ser designado Hijo de Dios por la
resurrección? Porque por medio de la encarnación Él se puso un nuevo elemento, la
carne, es decir, la naturaleza humana, y dicho elemento no tenía nada que ver con la
divinidad. Antes de Su encarnación Cristo ya era una Persona divina, y como tal, era el
Hijo de Dios, pero la parte humana de Él, el Jesús hecho carne con la naturaleza
humana que había nacido de María, no era el Hijo de Dios. Esa parte de Él era
únicamente humana. Cristo, por Su resurrección, santificó y elevó esa parte de Su
naturaleza humana, Su humanidad, y fue designado el Hijo de Dios en Su naturaleza
humana por Su resurrección. Así que en este sentido la Biblia dice que Él fue
engendrado Hijo de Dios en Su resurrección (Hch. 13:33; He. 1:5).
Usemos el ejemplo de una pequeña semilla de clavel. Cuando dicha semilla es sembrada
en la tierra, crece y florece mediante un proceso que podríamos llamar su designación.
Cuando contemplamos la pequeña semilla de clavel antes de que ésta sea sembrada en
tierra, es difícil determinar qué clase de semilla es. Sin embargo, una vez que se siembra,
crece y florece, entonces podemos designar su nombre por medio de su florecimiento.
Por consiguiente, todos podemos identificarla y decir: “Es un clavel”. Tanto la semilla
como la flor son el clavel, pero la forma de la flor es muy diferente a la forma de la
semilla. Si la semilla permaneciera sin echar flores, para la mayoría de la gente sería
muy difícil determinar que es un clavel. Pero una vez que crece y florece, es designada
como un clavel por todo aquel que la vea.
Cuando Cristo estuvo en la carne, durante los treinta y tres años y medio que vivió en la
tierra, Él era exactamente como una semilla de clavel. Aunque el Hijo de Dios estaba en
Él, nadie podía reconocerlo tan fácilmente. Pero al ser sembrado mediante la muerte y
al crecer mediante la resurrección, Él floreció. Mediante este proceso, Cristo fue
designado Hijo de Dios y elevó la carne, es decir, la naturaleza humana. Él no se quitó la
carne, la humanidad, sino que la santificó, la elevó y la transformó, siendo designado,
junto con Su humanidad transformada, el Hijo de Dios con el poder divino. Antes de Su
encarnación como Hijo de Dios, no poseía la naturaleza humana, pero después de Su
resurrección y por ella llegó a ser el Hijo de Dios junto con la humanidad elevada,
santificada y transformada. Él ahora proviene tanto de lo humano como de lo divino. Él
es linaje de David así como Hijo de Dios. ¡Él es una Persona maravillosa!
La primera sección del libro de Romanos habla de la redención realizada por el Cristo
encarnado. Romanos 8:3 dice que Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado
y condenó así al pecado en la carne. La segunda parte de Romanos trata de la
impartición de vida. Romanos primero revela a Cristo como el Redentor en la carne, y
luego lo revela como el Espíritu vivificante. En Romanos 8:2 encontramos el término el
Espíritu de vida, el cual es una referencia al Espíritu que mora en el creyente como
Espíritu de Cristo, quien es Cristo mismo en nosotros (8:9-10).
¿Por qué empieza de esta manera el libro de Romanos? Cada libro de la Biblia empieza
de una manera particular que difiere de los demás. La manera en que Pablo empieza el
libro de Romanos se relaciona con la meta de este libro, la cual vemos en los versículos
29 y 30 del capítulo 8. Esta meta es producir muchos hijos para Dios, lo cual requiere la
redención, la impartición de vida, y un modo de vivir en el cual esta vida puede
expresarse. Por ser hombres de condición caída y pecaminosa, necesitamos la
redención, la vida divina y un vivir en que expresemos la vida divina, para ser
regenerados, transformados y plenamente glorificados como hijos de Dios. Finalmente,
todos seremos hijos de Dios en plenitud.
Dios tenía un solo Hijo, Su Hijo unigénito. Sin embargo, no estaba satisfecho con un
solo Hijo; Él deseaba engendrar muchos hijos e introducirlos en la gloria. Por esta
razón, usó a Su Hijo unigénito como modelo o prototipo con el cual producir muchos
hijos. ¿Se da cuenta usted de que Cristo pasó por un proceso para ser designado el Hijo
de Dios, y que nosotros también pasamos por este mismo proceso con el fin de ser
designados los muchos hijos de Dios? Originalmente Cristo era el único Hijo de Dios.
Pero en cierto momento este Hijo de Dios se encarnó y fue llamado Jesús. Después de
treinta y tres años y medio Jesús fue designado el Hijo de Dios por la resurrección. En
ese momento Dios obtuvo un Hijo que tenía tanto divinidad como humanidad. Antes de
Su encarnación, el Hijo de Dios solamente poseía la divinidad, pero después de Su
resurrección, este Hijo de Dios poseía tanto divinidad como humanidad. ¡Aleluya! Ahora
la humanidad tiene parte con el Hijo de Dios. El Hijo de Dios hoy tiene tanto la
humanidad como la divinidad.
¿Y qué podemos decir acerca de nosotros? Nosotros nacimos como hijos de hombre,
pero renacimos como hijos de Dios. Todos, ya sea hombres o mujeres, somos hijos de
Dios. En cierto sentido, Dios no tiene hijas. Aunque el Señor Jesús tiene muchos
hermanos, Él no tiene hermanas. En este sentido, cada hermana es un hermano. Todos
somos hermanos y todos somos hijos de Dios. Somos hijos de Dios porque el Espíritu
del Hijo de Dios entró en nosotros (Gá. 4:6). Tal como el Hijo de Dios entró en la carne
mediante la encarnación, así también el Espíritu del Hijo de Dios entró en nosotros,
quienes somos carne. Por lo tanto, en cierto sentido, cada uno de nosotros es igual a
Jesús. Jesús era un hombre de carne y hueso en el cual moraba el Hijo de Dios, y
nosotros somos exactamente lo mismo. ¿No es verdad que usted es un hombre de carne
y hueso y en usted mora el Hijo de Dios? Ciertamente es así. Pero no debemos seguir
siendo sólo eso, ¿o sí? De hecho, estamos en espera de ser designados. Estos hombres de
carne van a ser designados por medio de la santificación, la transformación y la
glorificación. ¡Aleluya! Aunque ahora somos carne, es un hecho que seremos designados
hijos de Dios por medio de la santificación, la transformación y la glorificación. El
tiempo se acerca en que todos podremos declarar: “¡En virtud de nuestra resurrección
hemos sido designados los hijos de Dios!” Si usted hace una proclamación pública de
que usted es hijo de Dios, todo el mundo lo juzgará diciendo que está loco. Recordemos
la manera en que la gente trató al Señor Jesús cuando Él declaró ser el Hijo de Dios.
Simplemente lo crucificaron. Pero por medio de la muerte y la resurrección Él fue
designado el Hijo de Dios. Después de que Jesús resucitó, ya no fue necesario que Él
declarara ser el Hijo de Dios, pues ya había sido designado. Hoy en día, si decimos a
otros que somos hijos de Dios, ellos pensarán que estamos perturbados mentalmente.
Sin embargo, según el libro de Romanos, pronto llegará el día de la manifestación
gloriosa de los hijos de Dios, cuando seremos designados en gloria como los hijos de
Dios. No será necesario hacer ninguna proclamación, pues espontáneamente seremos
designados los hijos de Dios.
Romanos 1:3-4 presenta a Jesús como el prototipo, y en Romanos 8:29-30 los muchos
hijos de Dios son presentados como la producción en serie. Este mensaje tiene el
propósito de mostrarnos el prototipo. Al respecto, se tiene al Espíritu de santidad, la
carne y la designación del Hijo de Dios, ¡Alabado sea el Señor! Nosotros también
tenemos al Espíritu de santidad interiormente, la carne humana exteriormente, y
además seremos designados plenamente los hijos de Dios.
Este evangelio es predicado en el espíritu (1:9). Debemos notar que en este versículo la
palabra espíritu está escrita con letra minúscula, lo cual indica que no se refiere al
Espíritu Santo. Todos los creyentes tienen el concepto de que para predicar el evangelio
deben estar en el Espíritu Santo. Nunca he escuchado a nadie que diga que para
predicar el evangelio debemos estar en nuestro espíritu. Pero así nos dice Pablo en este
versículo. La predicación del evangelio depende de nuestro espíritu. Pablo dijo que
servía a Dios en su espíritu en el evangelio de Su Hijo. Cuando prediquemos el
evangelio, no debemos usar artimañas, sino ejercitar nuestro espíritu.
¿Cuál es la razón por la que solamente en el libro de Romanos Pablo declara que él sirve
a Dios en su espíritu? Porque en este libro él debate con los religiosos quienes
comúnmente pretendían servir a Dios, no en el espíritu, sino en la letra, en los
formalismos y en las doctrinas. En el libro de Romanos Pablo aconseja que en la obra de
Dios, lo que seamos, lo que tengamos, lo que hagamos, todo debe ser en el espíritu. En
Romanos 2:29 él dice que sólo en el espíritu podemos ser el verdadero pueblo de Dios, y
que la circuncisión verdadera no es la que se practica exteriormente en la carne, sino la
del corazón, en el espíritu. En 7:6 él indica que debemos servir a Dios en novedad del
espíritu. En el libro de Romanos Pablo hace mención de nuestro espíritu humano once
veces. La última mención se encuentra en 12:11, donde dice que debemos ser fervientes
en espíritu. La predicación del evangelio de Dios es totalmente un asunto de nuestro
espíritu.
B. Mediante la oración
Para llevar a cabo la predicación del evangelio se necesita mucha oración (1:9).
Necesitamos orar por los incrédulos y por el evangelio. Al predicar el evangelio, la
oración es mucho más necesaria que nuestro esfuerzo humano. Si no oramos lo
suficiente, nuestra predicación del evangelio no llevará fruto.
C. Con ahínco
En tercer lugar, debemos predicar el evangelio con ahínco (1:13-15). Si estamos en serio
con el Señor respecto a la predicación del evangelio, debemos hacerlo ejercitándonos en
nuestro espíritu y con mucha oración y fervor. Las técnicas y artimañas no producirán
resultados. Todos debemos ejercitar nuestro espíritu para tocar a otros, orar y estar
preparado con ahínco. Si usted mismo no es inspirado por el evangelio, jamás podrá
inspirar a otros; si el evangelio no puede convencerle ni siquiera a usted, no espere
convencer a nadie; si usted mismo no llora con el evangelio, no espere que otros se
arrepientan. Pero si nosotros lloramos, otros llorarán de arrepentimiento. Una vez leí la
biografía de un hermano que llevaba mucho fruto en el evangelio. No predicaba mucho;
pero cuando intentaba predicar, lloraba delante de la audiencia. Al ver sus sinceras
lágrimas, muchas personas rompían a llorar y se arrepentían. Esto es predicar el
evangelio con ahínco.
El evangelio de Dios es recibido por los llamados (1:6-7). ¿Qué hacen los que son
llamados? Ellos creen. Por lo tanto, el evangelio siempre es recibido por los llamados y
los creyentes. Nosotros somos tales llamados. Somos llamados a salir de todo nuestro
medio ambiente. Al responder en fe, entramos en Aquel en quien creemos.
Romanos nos presenta el ejemplo de Abraham, quien fue llamado por Dios a salir del
linaje creado. Este linaje creado cayó habiendo abandonado a Dios para seguir muchas
cosas ajenas a Él, volviéndose inútil para Dios. Dios renunció a ese linaje, pero llamó a
salir del mismo a un hombre, Abraham. Así que, Abraham llegó a ser el padre del linaje
llamado, es decir, un linaje no creado, sino llamado. Nosotros fuimos llamados a salir de
todo lo ajeno a Dios: de la vieja creación, el mundo, el linaje humano y aun de nosotros
mismos. Fuimos llamados a salir de lo bueno y lo malo, de todo lo que no es Dios. Por lo
tanto, ser llamado es salir de cualquier cosa que no sea Dios mismo.
Después de ser llamados, creímos. Creer significa entrar por fe. Creer en Jesucristo no
significa simplemente creer que Él existe, sino entrar en Él por fe. Creer en Dios es
entrar en Dios por fe. Creer requiere que reconozcamos que estamos sin esperanza y que
somos incapaces de agradar a Dios. Necesitamos renunciar a nosotros mismos y poner
fin a todo lo que somos, tenemos y podemos hacer. Esto es creer. Por el lado negativo,
creer significa desechar y olvidar todo lo que somos, tenemos y podemos hacer, y por el
lado positivo, significa tomar a Dios como nuestro todo, depositando todo nuestro ser en
Él, confiando plenamente en lo que Él hizo, puede hacer y hará por nosotros. En otras
palabras, creer es simplemente poner fin a nosotros mismos y depositarnos en Dios
poniendo toda nuestra confianza en Él. Si creemos de esta manera, Dios lo contará como
justicia y se verá comprometido a salvarnos.
El evangelio es recibido por todos aquellos que son llamados a salir de todo lo que no es
Dios, aquellos que han creído en el Dios Triuno, desechando todo lo que ellos son,
tienen y pueden hacer, y confiando plenamente en Dios y en lo que Él hizo, puede hacer
y hará por ellos. Si usted, como tal persona, recibe el evangelio de Dios, ciertamente
confesará: “He llegado a mi fin y ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí; no necesito hacer
nada porque Él ya lo ha hecho todo y lo hará todo por mí. Todo lo que tengo, todo lo que
soy y todo lo que puedo hacer ha llegado a su fin por medio de mi fe en Él. Ahora, Él es
mi todo”. Ésta es la clase de personas que recibe el evangelio de Dios.
A. Mediante la obediencia de la fe
Los llamados reciben el evangelio de Dios mediante la obediencia de la fe (Ro. 1:5). ¿Qué
significa esto? Bajo la ley de Moisés Dios decretó diez mandamientos para que el pueblo
los obedeciera. Esta clase de obediencia era la obediencia de la ley, la obediencia de los
mandamientos, pero en la presente era, la de la gracia, el mandamiento único de Dios es
creer en Jesucristo. Dios no requiere que guardemos ningún otro mandamiento. No
importa lo que somos; debemos obedecer el mandamiento de Dios y creer en el Señor
Jesús. Todo aquel que en Él cree, será salvo, pero el que no cree, ya ha sido condenado
debido a su incredulidad (Jn. 3:18). Cuando obedecemos el mandamiento único de Dios,
tenemos la obediencia de la fe. Ésta es la razón por la que el Señor Jesús dijo en Juan
16:8-9 que el Espíritu Santo convencería al mundo de pecado, por no haber creído en el
Señor. Hoy en día existe un solo mandamiento: creer en el Señor Jesús; y hay un solo
pecado: el no creer en Él. Si uno cree en Él, tiene la obediencia de la fe y, por lo tanto,
recibe el evangelio de Dios. A los ojos de Dios la persona más obediente es aquella que
cree en el Señor Jesús, y la persona más desobediente es aquella que rehúsa creer en Él.
Lo que ofende más a Dios es que no creamos en Su Hijo y lo que le agrada más es
nuestra fe en Él. Cuando un pecador, un hijo pródigo, dice: “Oh, Dios, te doy gracias por
enviar a Jesucristo; creo en Él”, el Padre es complacido al máximo. Dios se alegra
cuando ve que alguien obedece la fe.
V. EL PODER DE DIOS
Este evangelio es poder de Dios para salvación (Ro. 1:16). En el libro de Romanos la
salvación significa mucho. La salvación aquí no se refiere solamente a que seremos
salvos de la condenación de Dios y de la perdición eterna, sino también de nuestra vida
natural, de nuestro yo, de nuestro individualismo y de causar divisiones. Esta salvación
nos salva por completo, permitiendo que seamos santificados, conformados,
glorificados, transformados, edificados con los demás creyentes en un solo Cuerpo, y
que seamos diligentes en guardar la unidad sin causar ninguna división en la vida de
iglesia. El evangelio de Dios es el poder de Dios que da por resultado una salvación
plena, completa y máxima. Es el poder de Dios para todo aquel que cree. ¡Alabado sea el
Señor! Nosotros sí creemos.
Ni el amor ni la gracia están relacionados con la ley. Ninguna ley obliga a la gente a
amar ni a dar gracia. Ya sea que ame a mi prójimo o no, me encuentro dentro de la ley, y
si ejercito gracia para con otros o no, no violo ninguna ley. En cierto sentido, Dios no
está obligado a amarnos. Si Él quiere, puede amarnos, y si no, bien puede olvidarnos.
Además, Dios tampoco está comprometido legalmente a concedernos Su gracia. Cuando
Él se siente feliz, puede decirnos: “He aquí, toma Mi gracia,” pero cuando esté
disgustado, bien puede alejarse de nosotros. Repito que Dios no está obligado
legalmente ni a darnos Su amor ni a concedernos Su gracia. Pero a diferencia de esto, la
justicia está estrechamente ligada con la ley. Ya que Cristo cumplió todos los justos
requisitos de la ley, Dios se ve obligado a salvarnos. Cuando usted diga: “Señor Jesús, Tú
eres mi Salvador”, bien puede volverse a Dios y decirle: “Dios, Tú tienes que
perdonarme. Quieras o no, debes hacerlo. Si me perdonas, eres justo, pero si no lo
hicieras, serías injusto”. Sea atrevido y hable con Dios de esta manera. Debido a que
Cristo ya cumplió todos los justos requisitos de la ley, Dios está obligado por Su justicia
a salvarnos. La justicia es una obligación de mucho peso. Dios está comprometido por la
justicia y tiene que salvarnos. Él no tiene otra alternativa: Dios tiene que salvarnos
porque es justo. En 1 Juan 1:9 se dice que si confesamos nuestros pecados, Dios es justo
para perdonar nuestros pecados porque Cristo murió por nosotros y derramó Su sangre
por nosotros. Por lo tanto, Dios tiene que limpiarnos. El evangelio que Pablo predicaba
era poderoso porque la justicia de Dios se revelaba en él. Cuando lleguemos al capítulo
3, veremos la justicia de Dios.
A. Por fe y para fe
La justicia de Dios se revela en el evangelio por fe y para fe (Ro. 1:17), lo cual quiere
decir que si tenemos fe, tenemos la justicia de Dios. Esta justicia proviene de nuestra fe
y produce fe en nosotros. No debemos creer que no tenemos fe, pues si invocamos el
nombre del Señor Jesús, Él será rico para con nosotros. Cuando clamamos: “Oh Señor
Jesús”, Él mismo se convierte en nuestra fe. Tal vez usted siente que no tiene fe. Como
respuesta, quisiera contarle una experiencia que tuve hace más de cuarenta años
mientras leía un libro acerca de la seguridad de la salvación. Aquel libro aseveraba que si
creemos, somos salvos. Inmediatamente me surgió la pregunta: “¿Creo en el Señor
realmente? ¿En verdad tengo fe?” La duda creció en mí. Por algunos días estuve
perturbado acerca de esto, al grado que perdí el apetito y el sueño. Según mi propia
sensación no tenía fe. Después de varios días en los cuales estaba yo muy preocupado, el
Señor tuvo misericordia de mí y me brindó Su ayuda. Él me dijo: “Hombre necio, debes
plantearte este asunto desde otro ángulo y preguntarte a ti mismo: ‘¿En verdad no creo
en el Señor?’ Incluso trata de no creer”. Debo confesar que después de que intenté no
creer en el Señor Jesús, no fui capaz de hacerlo. Simplemente no pude dejar de creer en
Él. Esta experiencia comprueba que sí tengo fe. Si usted siente que no tiene fe,
simplemente intente dejar de creer. Cuando se convenza de que no puede dejar de creer,
habrá comprobado que sí tiene fe. ¡Alabado sea el Señor porque todos tenemos fe! Si
tenemos esta fe, la justicia de Dios es revelada a partir de ella y para ella. Cuanto más
intente derribar su fe, más comprobará que no puede hacerlo, porque la fe se ha
arraigado en usted. Dentro de usted se encuentra algo que la Biblia llama “la fe”. Si
usted tiene esta fe, tiene la justicia de Dios.
Decir que la justicia de Dios es revelada no quiere decir que no existiera de antemano.
Simplemente significa que, aunque previamente ya existía, no se había revelado o no se
había hecho visible. Porque lo que se puede revelar es, obviamente, algo que ya existía.
Por ende, la justicia de Dios es revelada a partir de la fe y para la misma.
Daré un ejemplo de este hecho mostrándoles a ustedes este hermoso calendario. Este
calendario obviamente ya existía desde hace cierto tiempo, pero justamente ahora es
revelado a ustedes. ¿Cómo es revelado? Es revelado basado en su capacidad de ver y por
haber sido puesto frente a sus ojos. Si ustedes fueran ciegos, el calendario no podría ser
revelado, porque la revelación del calendario depende de su vista y llega a ustedes por
medio de ella. De igual forma la justicia de Dios existe y ha existido durante muchas
generaciones. Debido a que creemos en el Señor Jesús, tenemos fe, y esta fe es nuestra
vista espiritual. A partir de esta fe, y para ella, la justicia de Dios es revelada. Por lo
tanto, la justicia de Dios es revelada por la fe y para la fe en el evangelio. ¡Alabado sea el
Señor!
La justicia de Dios se revela en el evangelio para que los justos por la fe tengan la vida y
vivan (1:17). En este versículo, la palabra griega traducida “vivirá”, tiene dos
aceptaciones “vivir” y “tener vida”. La versión en el idioma chino la traduce: “tener
vida”. La concordancia de Young también nos dice que esta palabra griega quiere decir
“vivir y tener vida”. Este versículo es una cita del libro de Habacuc 2:4, el cual es citado
en tres ocasiones en el Nuevo Testamento. Lo podemos encontrar en Hebreos 10:38,
donde, conforme al contexto, significa que el justo vivirá por la fe. En Gálatas 3:11
significa que el justo tendrá vida por la fe, ya que el contexto de Gálatas 3 dice que la ley
no puede vivificar a las personas (v. 21), es decir, que el único medio por el que la gente
puede tener vida es la fe. Así que, en Gálatas 3 no es cuestión de vivir, sino de tener la
vida en sí. Pero Romanos 1:17 incluye ambos sentidos: tener vida y vivir. Por lo tanto,
podemos traducir este versículo de la siguiente manera: “Mas el justo por la fe tendrá
vida y vivirá”.
Esta frase tan breve puede considerarse como un extracto de todo el libro de Romanos.
El libro de Romanos tiene tres secciones. La primera abarca la justificación y su
resultado, mostrándonos la manera de ser justos delante de Dios. La segunda nos dice
cómo tener vida al obtener la justificación de vida (5:18). La condenación de Dios nos
trae muerte, pero Su obra de justificación nos trae vida. Por último, la tercera sección
nos dice cómo debemos vivir. Después de recibir esta vida, necesitamos vivir por ella y
expresarla, principalmente al poner en práctica la vida del Cuerpo. La última sección de
Romanos, del capítulo 12 al final del capítulo 16, se ocupa del asunto de nuestro modo
de vivir, revelando que principalmente necesitamos tener la vida de iglesia. Las iglesias
locales forman la parte principal de nuestro vivir según lo revelado en el capítulo 16. Por
lo tanto, todo el libro de Romanos trata de tres asuntos: ser justos, tener vida, y vivir de
manera apropiada. ¡Alabado sea el Señor porque todos nosotros fuimos justificados y
recibimos la vida divina! Ahora podemos expresar esta vida mayormente en el Cuerpo,
en la iglesia local. Ésta es la manera de vivir por la vida divina. El justo por la fe tendrá
vida y vivirá.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE TRES
LA FUENTE DE LA MALDAD
Y EL CAMINO DE RESTRICCIÓN
A. La fuente de la maldad
A pesar de que los hombres sabían que Dios existía, lo comprobaron, lo sometieron a
prueba y determinaron no tenerlo en cuenta ni conocerlo. No aprobaron tener en su
pleno conocimiento a Dios (v. 28). Un gran número de eruditos y hombres profesionales
rehúsan creer en Cristo. Cuando se les pregunta acerca de Dios, contestan: “Sabemos
que hay un Dios, pero no nos interesa creer en Él”. Esta clase de personas rechazan
abiertamente el conocimiento acerca de Dios. Debemos sustentar nuestro conocimiento
de Dios, pues es muy lamentable y terrible rechazarlo.
Desde tiempos antiguos los hombres conocían a Dios pero no lo glorificaron; ni siquiera
le dieron las gracias, ni le adoraron ni le sirvieron (vs. 21, 25). Éste es otro factor
negativo producto de la fuente de la maldad. En efecto, es uno de sus mayores aspectos.
Sin embargo, si glorificamos a Dios, le damos gracias, le adoramos y le servimos,
seremos guardados y protegidos de todo mal. Ahora hay tantos divorcios e inmoralidad
en el mundo debido a que el hombre rehúsa glorificar y adorar a Dios. Alguien que
glorifica, agradece, adora y sirve a Dios, nunca llegará a divorciarse. El divorcio y la
inmoralidad provienen de una sola fuente, a saber: el rehusar adorar a Dios. No
menospreciemos la adoración a Dios ni pensemos que glorificarle es algo insignificante.
Adorar y glorificar a Dios es de suma importancia para nuestro vivir humano. También
debemos darle gracias a Dios, pues hay innumerables razones por las cuales debemos
hacerlo. Hay personas que no agradecen a Dios sino hasta que llegan a la hora de su
muerte. Aunque ya para entonces es muy tarde, eso es mejor que nada.
La consecuencia de todo lo anterior fue que el hombre cambió la verdad de Dios por algo
diferente (vs. 23, 25). Es terrible y lamentable que el hombre se volviera a otras cosas
para sustituir a Dios con ellas, porque Dios es la gloria y la realidad del universo.
Cuando Dios es expresado, se ve la gloria. Cambiar la verdad de Dios significa
reemplazarlo a Él por algo diferente. El hombre cambió a Dios por los ídolos. Dios es la
gloria, pero los ídolos son falsedad y mentira. ¡Cuán insensato y deplorable fue que el
hombre cambiara a Dios por los ídolos! La mayoría de los ciudadanos estadounidenses
han aprendido que no deben adorar ídolos fabricados, aunque algunos todavía lo
practican. Sin embargo, una gran cantidad de ellos han cambiado a Dios por ídolos
creados por ellos mismos, como por ejemplo un futuro exitoso, una posición social,
títulos universitarios y muchas otras metas humanas. Ellos se ocupan de estos ídolos y
no de Dios. Por lo tanto, ellos también han cambiado a Dios por sus ídolos.
Lo primero que sucede cuando el hombre abandona a Dios es que Dios lo abandona a él.
Los que renuncian a Dios le obligan a abandonarlos. Esto es lo más deplorable. No hay
nada más terrible que ser abandonado por Dios. Deberíamos decirle: “Dios, aun si yo te
abandonara, por favor, no me abandones. Tal vez yo pueda ser tan necio que me aleje de
Ti. Pero Señor, sé misericordioso conmigo y nunca me abandones”. Es necesario orar de
esta manera, porque es algo terrible ser abandonado por Dios. Cuando Dios abandona a
una persona, ésta jamás vuelve a hacer lo bueno. Nunca más mejorará, sino que
descenderá cada día más, e irá de mal en peor.
Cuando una persona abandona a Dios, obliga a Dios a abandonarla, y según Romanos 1,
Dios entrega a tales personas a tres cosas terribles. Primero Dios los entrega a la
inmundicia (v. 24), esto es, que dicha persona inmediatamente se verá envuelta en cosas
impuras. En segundo lugar, Dios los entrega a pasiones deshonrosas (v. 26), esto es, a
deseos vergonzosos. No me gusta ni aun mencionarlos con mis labios limpios. Es posible
que tales personas se conviertan en sodomitas, entregándose a pasiones malignas y a
afectos sin restricción, deshonrando aun sus propios cuerpos unos con otros. En tercer
lugar, Dios los entrega a una mente reprobada (1:28). Si uno no aprueba tener en su
pleno conocimiento a Dios, Él lo entregará a una mente que Él desaprueba. La mente de
los pecadores jamás podrá ser aprobada por Dios. Por ejemplo, Dios no aprueba una
mente que se ocupa con pensamientos acerca del divorcio. Observe la sociedad
pecaminosa de hoy. Nadie tiene una mente que pueda ser aprobada por Dios. Él los ha
abandonado a todos y los ha entregado a una mente reprobada, porque lo que ellos
hacen es impropio. Son tan necios y vergonzosos en sus prácticas pecaminosas. Su
conducta es totalmente reprobable. Sin embargo, ellos continúan en el pecado porque
Dios los ha entregado a una mente reprobada.
Cuando una persona ha sido entregada por Dios a la inmundicia, a las pasiones
deshonrosas y a una mente reprobada, cae en la fornicación (vs. 24, 26, 27). ¿Conoce
usted el verdadero significado de la fornicación? Cometer fornicación es violar el
principio divino que nos dirige y controla, y tal violación trae confusión. La economía de
Dios establece que cada hombre tenga una sola mujer, y que cada mujer tenga un solo
hombre. Esto no se relaciona solamente con la economía de Dios, sino también con el
principio gobernante divino. Los que han sido abandonados por Dios harán casi
cualquier cosa para quebrantar este precepto, violando así el principio gobernante que
establece el matrimonio, es decir, un solo hombre para una sola mujer. El resultado de
esto es la fornicación, es decir, una violación del orden divino. ¿Por qué se enredan en la
fornicación? Lo hacen por causa de la inmundicia, las pasiones deshonrosas y la mente
reprobada. Cuando los hombres rechazan a Dios, Él los entrega a la fornicación.
La fornicación es el origen de todo tipo de perversidad (vs. 29-32). Al final del capítulo 1
de Romanos, Pablo enumera las diferentes clases de perversidad y describe cómo son las
personas perversas, tales como los murmuradores, los detractores y los aborrecedores
de Dios. Con esto podemos darnos cuenta de que si alguien rechaza a Dios, Él lo
entregará a las pasiones, la confusión y a toda clase de maldad imaginable.
La porción de Romanos que habla de la condenación que cae sobre los que se justifican
a sí mismos (2:1-16), junto con la condenación ejercida sobre la humanidad en general,
nos muestra el camino de restricción.
A. El camino de restricción
El primer elemento del camino de restricción consiste en conocer a Dios por medio de la
creación (1:19-20). Las cosas invisibles de Dios, Su eterno poder y Su naturaleza divina,
pueden conocerse por medio de Su creación. Los cielos y la tierra manifiestan las cosas
invisibles de Dios. Hace aproximadamente veinte años que los hermanos de Taiwán
reunieron material bibliográfico acerca de los científicos más sobresalientes de los siglos
pasados. Ellos descubrieron que sólo un pequeño porcentaje de estos científicos
afirmaron no creer en Dios. La gran mayoría de ellos creía en Dios. En una ocasión leí
un artículo en el que le preguntaron a Einstein si creía en Dios o no. Él contestó: “Su
pregunta es un insulto para mí. ¿Cómo puede un científico como yo dudar de la
existencia de Dios?” Si usted estudia ciencia, ésta le dirá que Dios sí existe.
Aunque yo no soy científico, tengo cierto conocimiento sobre el cuerpo humano. Muchas
veces, mientras predicaba acerca de Dios, les pedía a las personas que consideraran sus
propios cuerpos. Les he dicho: “Piensen en lo maravilloso que es su cuerpo, ¿quién lo
formó?” Todo el vello de nuestro cuerpo crece hacia abajo, únicamente el vello interior
en nuestra garganta crece hacia arriba. Esto es muy significativo, porque si el vello en
nuestra garganta creciera hacia abajo, moriríamos debido a que la flema no podría ser
expulsada. ¿Quién nos hizo de esta forma? Además, consideremos el maravilloso diseño
del rostro humano. La boca fue puesta en el lugar preciso, ¡qué inadecuado y qué
terrible sería que nuestra boca estuviera ubicada entre nuestros ojos! Además, ¿ha
pensado usted alguna vez en la función de nuestras cejas? Ellas funcionan como un
paraguas, evitando que el sudor entre en nuestros ojos. ¿Quién nos diseñó de esta
forma? Recientemente fui sometido a dos operaciones en mi ojo derecho. El cirujano me
mostró una réplica del ojo humano; específicamente me señaló el cristalino y la retina.
De inmediato vi que el ojo humano era una réplica exacta de la más sofisticada cámara
fotográfica. Nadie puede fabricar una cámara fotográfica que se iguale al ojo humano.
¿Quién hizo todas estas cosas? Nuestra dentadura tiene también un diseño
extraordinario. Nuestros dientes incisivos actúan como navajas al frente de la boca,
cortando todo lo que se ponga entre ellos, luego, la lengua pasa la comida hacia atrás, a
los molares, los cuales son como piedras de molino que muelen los alimentos para
hacerlos digeribles. Mientras las muelas llevan a cabo su función, se efectúa la secreción
de la saliva con el fin de licuar el alimento. Esto es maravilloso. ¿Quién pudo hacerlo
así? Debemos decir: “Señor, gracias. Tú eres mi Creador. Tú me hiciste de esta forma tan
maravillosa”.
Además, debemos actuar conforme a la naturaleza que está en nosotros (2:14). Algunas
personas son tan espirituales que condenan todo lo natural. Parece que ellas sienten que
todo lo natural está mal, y que es imposible que algo de nuestra naturaleza pueda ser
bueno. En cierto sentido, estoy casi totalmente de acuerdo con esto, pero en otro
sentido, les advertiría que no desatiendan completamente su naturaleza. La naturaleza
del hombre fue creada por Dios y originalmente era buena porque correspondía a Dios y
a Su ley. Originalmente todo lo que nuestro Padre creó, incluyendo nuestra naturaleza,
era bueno. Ciertamente nuestra naturaleza fue envenenada por la caída, no hay duda de
ello. No obstante, como seres humanos, la naturaleza buena que Dios creó permanece
en nosotros, y debemos actuar de acuerdo con ella. Debemos prestar atención a lo que
nuestra naturaleza nos indica. Aunque alguien pueda argumentar que robar no tiene
nada de malo, su misma naturaleza interior protestará cada vez que sea tentado a robar.
Aun los saltabancos admitirán que, mientras ellos roban un banco, su naturaleza les
dice: “No hagas esto”. No obstante, ellos no la obedecen. Sucede lo mismo con cada
malhechor. Siempre que ellos cometen algo indebido, su naturaleza no está de acuerdo.
Debemos atender a lo que nuestra naturaleza nos indica interiormente.
En Romanos 2:14-15 Pablo dice que cuando las naciones que no tienen la ley hacen por
naturaleza lo que es de la ley, muestran que la ley está escrita en sus corazones. La ley de
Dios tiene una función en nuestra naturaleza. Ésta corresponde a la ley de Dios porque
fue hecha por Él. Él nos dio Su ley en conformidad con Su naturaleza, al igual que un
legislador establece una ley de acuerdo con su propia naturaleza. Dios creó al hombre
conforme a lo que Él es. Por consiguiente, tanto la ley que Dios dio, como el hombre que
Él creó, corresponden el uno al otro. De manera que no necesitamos una ley exterior,
porque interiormente tenemos la función de la ley escrita en nuestra naturaleza.
Simplemente debemos vivir conforme a ella.
4. Escuchar la conciencia
Junto con nuestra buena naturaleza, tenemos también una conciencia (v. 15). Nuestra
conciencia es una entidad maravillosa, y debemos escucharla. A pesar de que los
médicos no pueden localizar la conciencia, nos es imposible negar el hecho de que la
tenemos. Nuestra conciencia protesta constantemente dentro de nuestro ser. Cuando
uno discute con sus padres, su conciencia le dice: “No debes hacer esto”. Si los ofende,
su conciencia le perturbará durante tres noches. Todo esposo que desea divorciarse de
su esposa, tendrá la experiencia de que su conciencia lo dejará convicto. Todo ser
humano tiene una conciencia. Éste es un asunto crucial. En la vida cristiana normal
todos debemos atender adecuadamente a nuestra conciencia.
Hemos visto los cinco elementos que colaboran para restringir la maldad. Éstos son:
conocer a Dios por medio de Su creación, asirnos de la verdad de Dios con la justicia,
vivir conforme a nuestra naturaleza, escuchar a nuestra conciencia, y atender a nuestros
razonamientos apropiados. Si seguimos todos estos principios, seremos restringidos y
guardados de participar en todo tipo de maldad. Aunque seamos salvos y nos
encontremos viviendo conforme a una de las experiencias del libro de Romanos,
descritas en los capítulos del 5 al 8, es imprescindible que conozcamos la fuente de la
maldad y la manera de restringirnos de hacer el mal. ¡Aleluya por la luz que hemos
encontrado! Necesitamos conocer a Dios por medio de Su creación y abrazar Su verdad
en justicia. Necesitamos aprender a conducirnos de acuerdo con nuestra naturaleza,
obedecer la voz de nuestra conciencia, y atender a los razonamientos apropiados que se
levantan en nuestro interior. Si practicamos todo esto, estaremos protegidos contra el
presente siglo maligno.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE CUATRO
LA VANIDAD DE LA RELIGIÓN
Y LA DESESPERANZA TOTAL DEL MUNDO
En toda la historia de la humanidad, las dos mejores religiones que han existido son el
judaísmo y el cristianismo. Éstas son las religiones verdaderas; son religiones sanas,
genuinas y fundamentales. Ambas procedieron de la misma fuente, la cual es la
revelación divina de la Biblia. Además de estas dos religiones, hay otra, el islam, que es
una falsificación del judaísmo. En realidad la fuente del islam es el judaísmo. El Corán,
el libro sagrado de los musulmanes, es en realidad una imitación del Antiguo
Testamento, aunque se han hecho algunos cambios a su contenido con el fin de
propagar un gran número de falsedades. El Corán incluso habla acerca de Cristo,
reconociendo que Él es superior a Mahoma. Según el Corán, Cristo nunca fue
crucificado; cuando la gente intentaba crucificarlo, los ángeles descendieron y le
llevaron al cielo. El Corán incluso menciona que este Jesús regresará. Así que, es
evidente que el islam y su libro sagrado, el Corán, son una falsificación.
Hablando con propiedad, aparte del judaísmo, el cristianismo y la falsa religión del
islam, no hay más religiones. El budismo no es una religión, sino una insensatez. La
religión enseña a la gente a adorar a Dios, pero en el budismo ni siquiera existe un Dios.
Al preguntarse uno acerca del confucianismo, uno se dará cuenta de que las enseñanzas
de Confucio tampoco constituyen una religión, pues son simplemente enseñanzas éticas
que no tienen ninguna relación con Dios. Confucio, en sus escritos clásicos, tal vez
mencione a Dios en una o dos ocasiones, y no le llama Dios, sino que lo define como “los
Cielos”. Por lo tanto, no debemos considerar al confucianismo como una religión. En
este globo terrestre sólo existen tres religiones; hay dos auténticas –el judaísmo y el
cristianismo– y una falsa: el islam.
El tercer aspecto de la vanidad de la religión es que los religiosos toman las Escrituras
sólo objetivamente (3:2). Tanto los judíos como los cristianos tienen la Biblia, pero para
muchos la Biblia ha llegado a ser un libro de supersticiones; pues la toman de una
manera supersticiosa. Algunos cristianos me han dicho que tienen temor de ir a dormir
sin tener una Biblia cerca. Si no tienen una Biblia junto a su almohada o sobre la mesita
de noche, no pueden dormir en paz, pues piensan que ésta sirve para ahuyentar a los
demonios. Éste es un concepto supersticioso. Otros cristianos usan la Biblia para buscar
en ella dirección, pero lo hacen de una forma por demás extraordinaria y curiosa. Creen
que si abren la Biblia al azar y ponen su dedo a ciegas sobre ella, el versículo que su dedo
indique les dará la dirección divina que deben seguir. En cierta ocasión escuché de una
persona supersticiosa que abrió su Biblia y su dedo señaló el versículo que dice que
Judas fue y se ahorcó (Mt. 27:5). Me pregunto qué habrá hecho esa persona. Es algo
terrible usar la Biblia de esta manera tan supersticiosa. Debemos desechar todas estas
prácticas vanas.
Por supuesto, la mayoría de los judíos ortodoxos y de los cristianos genuinos no toman
la Biblia de esta manera, pero tampoco la toman de una manera real y viviente. A ellos
únicamente les interesan las enseñanzas según la letra, pero no prestan atención a la
persona viviente, Cristo. En Juan 5:39-40 el Señor Jesús dijo a los judíos religiosos que
ellos sólo escudriñaban las Escrituras en busca de conocimiento, pero que no acudían a
Él para obtener la vida. La mayoría de los cristianos de hoy se encuentran en esta misma
categoría. Así que, la Biblia no significa mucho para ellos en cuanto a la vida y a la
realidad.
Algunas personas religiosas guardan las formas y ordenanzas externas de la letra (Ro.
2:27-28). Tomemos el ejemplo del bautismo. Muchos cristianos queridos insisten en su
concepto del bautismo por inmersión. Yo mismo estoy totalmente a favor de que,
conforme a las Escrituras, el bautismo debe ser por inmersión, y jamás bautizaría a
nadie por aspersión. Sin embargo, este asunto se ha convertido casi por completo en una
simple forma externa carente de realidad. Todos debemos evitar los formalismos
externos. Al respecto, Pablo dijo a los judíos que la circuncisión de ellos debería ser del
corazón, si no era así, era completamente objetivo y no genuino. La verdadera
circuncisión es algo interior, del corazón, y es en el espíritu. Esto mismo es aplicable al
bautismo, porque en cierto sentido el bautismo reemplaza a la circuncisión. En el
Antiguo Testamento se practicaba la circuncisión, y en el Nuevo, ésta ha sido
reemplazada por el bautismo. Así como la circuncisión carece de realidad si se practica
como un simple rito externo, de igual manera el bautismo deja de ser genuino si lo
consideramos sólo como una ordenanza objetiva y exterior. Siento decir que la mayoría
de los bautismos se han degradado hasta convertirse en un formalismo externo.
Puedo usar como ejemplo mi propia experiencia. Al principio de mi vida cristiana fui
rociado con unas cuantas gotas de agua por un pastor evangélico. Pero más tarde
entendí que esto era incorrecto, ya que no estaba en conformidad con las Escrituras.
Entonces fui bautizado por inmersión en el mar, por un maestro cristiano de la
Asamblea de los Hermanos. Después de esto, alguien me dijo que era incorrecto ser
bautizado en el mar, porque el agua no debía ser agua salada, sino agua dulce. Según
este nuevo concepto, la gente debía seguir el ejemplo de Jesús y ser inmerso en un río.
Entonces, tal vez otro pastor argumentaría que tampoco esto era válido, porque no se
realiza en el mismo río Jordán. Finalmente comprendí que aun si la gente fuera
bautizada en el río Jordán, alguien más diría que incluso eso era incorrecto, porque no
era el lugar exacto en donde el Señor había sido bautizado. Los argumentos se han
vuelto interminables, y las críticas y opiniones, injustas e incoherentes.
Algunos han argumentado y discutido acerca del bautismo durante siglos, porque se
aferran a una forma externa. Otros, como los miembros del grupo cristiano llamado la
sociedad de amigos y la señora Penn Lewis, han repudiado el bautismo físico y externo.
Aunque no estoy de acuerdo con esto, quisiera advertirle a usted y decirle que no debe
defender cualquier forma que sea correcta según su propio punto de vista. Usted no es el
Señor, ni tampoco lo soy yo. Ya sea que haya sido bautizado en agua caliente o en agua
fría, en agua salada o potable, en un río o en un océano, una o varias veces, la simple
forma externa no es tan importante. Necesitamos la realidad interna. Le aconsejo que
no practique nada como una simple forma externa. No debemos ceñirnos a ninguna
forma, sino poner toda nuestra atención en la realidad.
La religión es vanidad porque carece de la realidad interior del espíritu (2:29). Romanos
2:29 nos enseña que todo lo que somos, todo lo que hacemos y todo lo que tenemos,
debe estar en el espíritu. Si usted es un judío y es circuncidado, su circuncisión debe ser
en el espíritu. Si usted es cristiano y es bautizado, su bautismo debe ser también en el
espíritu. Todo debe ser hecho en el espíritu. El espíritu aquí, por supuesto, se refiere al
espíritu humano. ¿Por qué debemos hacerlo todo en nuestro espíritu? Porque ésta es la
parte de nuestro ser donde Dios puede morar. Es el sitio preciso, la base misma desde
donde Dios puede actuar a nuestro favor. Si usted es un cristiano que permanece en su
espíritu, entonces es uno que camina con Dios. Si actuamos en nuestro espíritu, en
realidad actuamos juntamente con Dios. Si no tenemos a Dios, todo es vano, pero con
Él, todo es realidad. Por lo tanto, debemos volvernos a nuestro espíritu. Si amamos a
nuestro prójimo, debemos amarlo en nuestro espíritu, de lo contrario, nuestro amor no
será genuino, sino político. Pero si en cambio, amamos en nuestro espíritu, nuestro
amor va acompañado con Dios. Cuando los hermanos casados dicen a su esposa que la
aman, deben decirlo juntamente con su espíritu. Si tal amor no está en el espíritu, es un
amor fraudulento y político. Muchas esposas han sido engañadas por el amor
fraudulento de sus esposos. Si decimos una palabra, ésta debe ser en el espíritu. Si éste
es el caso, nuestras palabras irán acompañadas con Dios; de lo contrario, serán
fraudulentas y vanas. Nuestro espíritu es el órgano por medio del cual Dios puede
tocarnos, y nosotros podemos tocar a Dios. Todo lo que somos y todo lo que hacemos
debe ser en el espíritu. Esto no tiene nada que ver con la religión; esto es realidad.
Finalmente, las personas religiosas practican los mismos actos malignos que los que no
son religiosos (2:21-22). Parece que no hay diferencia alguna entre las personas
religiosas y las que no lo son, pues todas son exactamente iguales. A pesar de que los
judíos eran muy religiosos, se comportaban aun peor que los gentiles.
En esta porción de la Palabra, que aborda el tema de la condenación ejercida sobre los
religiosos, podemos ver que la religión no significa nada, que es totalmente vana. Por lo
tanto, debemos alejarnos de ella y no tener ninguna relación con ella. Nuestra única
necesidad es la persona viviente del Dios Triuno.
Ahora llegamos a la condenación ejercida sobre todo el mundo, la cual manifiesta una
desesperanza total (3:9-20). La situación mundial no tiene ninguna esperanza de
solución. No trate de curar, corregir ni mejorar este mundo. En efecto, debe renunciar a
toda esperanza, pues la condición de este mundo es incurable.
En esta sección de Romanos Pablo describe al hombre como un ser totalmente maligno
y presenta suficientes pruebas de que la condición del mundo es irremediable. No hay
quien entienda, y no hay quien busque a Dios (3:11). Todos se han desviado y se han
hecho inútiles (3:12). No hay justo (3:10) y no hay quien haga lo bueno. En otras
palabras, no existe un hombre justo ni un hombre bueno. ¿Sabe la diferencia que existe
entre un hombre bueno y uno justo? Si yo trabajara para usted con un salario mensual
de 500 dólares, y usted rehusara pagarme, usted sería un hombre injusto. Pero si me
pagara según lo acordado, sería un hombre justo. Si yo no trabajara para usted, pero al
ver mi necesidad, mediera 500 dólares como una dádiva, eso sería un acto de gracia, y al
hacerlo usted sería un hombre bueno. Sin embargo, Pablo afirma que entre todos los
seres humanos del mundo, no hay ninguno que sea justo ni bueno. ¿Cree usted esto? Yo
sí lo creo. No debemos pensar que nosotros somos la excepción. Nadie es justo ni bueno.
Por lo tanto, toda la humanidad se encuentra sujeta al juicio de Dios (3:19). La
condición del mundo no tiene esperanza alguna.
¿En dónde estábamos antes de ser salvos? Todos nos hallábamos bajo el justo juicio de
Dios. Todos estábamos equivocados. Ninguno buscaba a Dios ni le entendía. Todos y
cada uno de nosotros nos habíamos desviado y alejado de Dios y habíamos sido hechos
inútiles. Ninguno de nosotros era justo ni bueno. Todos nos encontrábamos bajo el justo
juicio de Dios. En esto podemos ver la condición del mundo, la cual es una condición sin
esperanza alguna.
Pablo escribió la sección acerca de la condenación con el fin de preparar el camino para
ministrar a Cristo en nuestro ser. La meta final del evangelio de Pablo es ministrarnos a
Cristo. Cuando lleguemos a Romanos 8, encontraremos un versículo que dice: “... Cristo
está en vosotros ...” (8:10). Ésta es la meta de Pablo. Ya sea que formemos parte de la
humanidad en general, de los que se justifican a sí mismos, de los religiosos, o de las
personas comunes del mundo, necesitamos a Jesús. Lo que necesitamos se halla en
nuestro espíritu. No debemos prestar atención a las cosas o hechos externos, sino
volvernos a nuestro espíritu. Sólo allí podemos tocar y disfrutar a Cristo. Los escritos de
Pablo acerca de la condenación nos abren el camino para recibir a Cristo y para que
Cristo entre en nuestro ser.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE CINCO
En este mensaje llegamos a la sección que trata de la justificación, una verdad llena de
significado (3:21–5:11). Dios levantó a Martín Lutero para que librara una feroz batalla a
favor de la justificación, una gran verdad doctrinal de la Biblia. Aunque Lutero
contendió por la verdad de la justificación, nos toca a nosotros entender la manera en
que la justificación se relaciona con la propiciación, la redención y la reconciliación. En
este mensaje abarcaremos todos estos términos y trataremos de explicarlos claramente.
No obstante, primero necesitamos tomar en cuenta qué es la justicia de Dios.
I. LA JUSTICIA DE DIOS
¿Qué es la justicia de Dios? Podemos decir que la justicia de Dios es lo que Dios es en
relación con la equidad y la rectitud (Ro. 3:21-22; 1:17; 10:3; Fil. 3:9). Dios es justo y
recto. La justicia de Dios es todo lo que Él es en Su equidad y rectitud. Lo que Él es en Su
equidad y rectitud en realidad es Su persona. Por lo tanto, la justicia de Dios es Dios
mismo, es una persona, y no simplemente un atributo divino.
Muchos cristianos afirman erróneamente que ellos poseen la justicia de Cristo. Nosotros
no debemos decir esto. Nuestra justicia no es la justicia de Cristo, sino Cristo mismo. La
persona de Cristo, y no el atributo de Su justicia, es lo que nos ha sido hecho la justicia
de Dios (1 Co. 1:30). No debemos decir que la justicia de Cristo ha llegado a ser nuestra
justicia, sino que Cristo mismo es nuestra justicia. Nuestra justicia ante Dios es la
persona viviente de Cristo, y no el atributo de Su justicia. La justicia de Cristo es
nuestra. En otras palabras, Dios hizo a Cristo, quien es la corporificación de Dios,
nuestra justicia.
En 2 Corintios 5:21 vemos que los creyentes son hechos la justicia de Dios en Cristo.
Pablo no dice que los creyentes son hechos justos, sino que son hechos justicia. Fuimos
hechos la justicia de Dios en Cristo. Éste es un asunto muy profundo. ¿Cómo podemos
nosotros llegar a ser la justicia de Dios? Cristo lo logra al forjarse en nosotros. Hemos
visto que Cristo es la corporificación de Dios, y que la persona viviente de Dios es
justicia. Por lo tanto, la justicia, Dios y Cristo son una misma entidad. La justicia de Dios
es Dios mismo. El hecho de que este Dios esté corporificado en Cristo hace que Cristo
sea la justicia de Dios. Cristo fue forjado en nosotros, y nosotros fuimos puestos en Él.
Fuimos mezclados con Cristo, lo cual nos hizo uno con Él. De esta manera, llegamos a
ser la justicia de Dios. Pablo declara: “Porque para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21).
Puesto que Cristo ha sido forjado en nosotros, podemos decir juntamente con Pablo:
“Porque para mí el vivir es Cristo”. Supongamos que tenemos un vaso de agua. Cuando
añadimos té al agua y lo mezclamos, el agua deja de ser agua simple y se convierte en té.
De la misma manera, cuando Cristo se forja en nuestro ser, llegamos a ser uno con Él.
Algunos podrían pensar que no debemos decir que nosotros aprobamos a Dios. No
obstante, todos nosotros tenemos que aprobarle. Dios desea ser juzgado y aprobado por
nosotros (Ro. 3:4). De manera que, podemos decir a Dios: “Tú nos has aprobado, y
nosotros te aprobamos a Ti”.
¿Cómo puede Dios justificarnos de esta manera? Lo puede hacer porque se basa en la
redención de Cristo. Somos justificados cuando la redención de Cristo es aplicada a
nosotros. Si no hubiera tal redención, le sería imposible a Dios justificarnos. La
redención es la base de la justificación.
1. La expiación
La cubierta expiatoria era la tapa del arca (Ex. 25:17-22; Lv. 16:14; He. 9:5). Bajo esta
cubierta estaba guardada la ley, la cual era llamada el testimonio de Dios (Ex. 25:21).
¿Por qué se le llamaba el testimonio de Dios? Porque la ley da testimonio de lo que Dios
es. La ley de Dios da pleno testimonio de Él y lo expresa por completo. Sobre la cubierta
expiatoria estaban los querubines de gloria, los cuales representaban la expresión de
Dios (Ex. 25:19-20; He. 9:5; Ro. 3:23). Por lo tanto, debajo de la cubierta se encontraba
el testimonio de Dios, que mostraba qué clase de Dios es Él, y encima de ella estaban los
querubines de Su gloria, que expresaban Su gloria.
La cubierta expiatoria era rociada con la sangre de la expiación (Lv. 16:14, cfr. 18). En el
día de la expiación era derramada la sangre del sacrificio expiatorio, la cual se introducía
en el Lugar Santísimo y se rociaba sobre la cubierta expiatoria. Esa sangre hablaba en
favor del pueblo. Había un problema entre Dios y Su pueblo. Todos los hombres habían
pecado y carecían de la gloria de Dios y, por ende, se originaron dos grandes problemas
que separaban al hombre de Dios: el problema de los pecados y el problema de que el
hombre carecía de Su gloria. No había forma de reconciliarse con Dios. Aunque el
pueblo necesitara la gracia de Dios, y aunque Dios tuviera suficiente gracia que
suministrarle, era imposible acercarse el uno al otro. La única forma de lograrlo fue la
expiación. En los tiempos del Antiguo Testamento, la reconciliación, o la expiación,
requería un sacrificio de sangre derramada, la cual era introducida en el Lugar
Santísimo y rociada sobre la cubierta del arca. Como ya vimos, bajo la cubierta se
encontraba la ley, que exponía y condenaba al pueblo cuando intentaba acercarse a
Dios, y sobre la cubierta se hallaban los querubines de gloria, quienes observaban todo
lo que ahí acontecía. Cuando la sangre expiatoria era rociada sobre la cubierta del arca,
satisfacía los justos requisitos de la ley de Dios y las exigencias de Su gloria. Por lo tanto,
sobre la cubierta expiatoria del arca, Dios pudo reunirse con el hombre, hablarle y tener
comunión con él de una manera lícita, sin contradecir Su justicia ni Su gloria. Fue en ese
lugar donde Dios y el hombre se hicieron uno. Ésta fue la expiación.
1. La propiciación
La palabra griega ilásmos da a entender que yo le he ofendido a usted y, por eso, le debo
algo. Existe un problema entre nosotros que constituye un obstáculo en nuestra
relación. Por lo tanto, la propiciación tiene que ver con la relación entre dos personas:
una persona ha ofendido a la otra y le debe algo y, por eso, debe hacer lo necesario para
satisfacer las exigencias de la otra. Si el ofensor quiere aplacar al ofendido, tiene que
satisfacer sus exigencias. La Septuaginta usa el término griego ilásmos en Levítico 25:9
y en Números 5:8 para traducir la palabra hebrea que [en español] se traduce
“expiación”, porque ilásmos significa “conciliar dos personas y unirlas.” De esta manera,
las dos personas llegan a ser uno.
Cuando existe una separación entre dos personas y éstas procuran regresar a la unidad,
es necesaria la propiciación. La propiciación significa hacernos uno con Dios porque ha
ocurrido una separación entre nosotros y Él. ¿Cuál era el problema que nos mantenía
alejados de Dios y qué nos impedía tener comunión directa con Él? El problema era
nuestros pecados, los cuales nos mantuvieron lejos de la presencia de Dios e impidieron
que Él viniera a nosotros. Por lo tanto, necesitábamos la propiciación para satisfacer las
exigencias de Dios. Cristo realizó esta propiciación en la cruz ofreciéndose a Sí mismo
como el sacrificio propiciatorio. En la cruz Él efectuó la propiciación por nosotros y nos
regresó a Dios, haciéndonos uno con Él.
2. La redención
3. La reconciliación
El problema de ser un enemigo es mucho más serio que el que exige la propiciación. Si
yo fuera su enemigo, la propiciación sería inadecuada. Para esto más bien yo necesitaría
la reconciliación. Los pecadores necesitan propiciación, pero los enemigos requieren
reconciliación. La enemistad constituye el problema más serio que existe entre Dios y el
hombre. Cuando éramos enemigos de Dios, no sólo necesitábamos propiciación, sino
también reconciliación. La propiciación se encarga principalmente del problema de los
pecados, pero la reconciliación, además de los pecados, se ocupa de resolver la
enemistad. Por lo tanto, la reconciliación incluye la propiciación. Romanos 5 nos dice
que antes de ser salvos éramos pecadores así como enemigos de Dios. Como pecadores
necesitábamos propiciación, y como enemigos nos hacía falta la reconciliación. La
diferencia entre propiciación y reconciliación reside en que la propiciación resuelve el
problema de los pecados, mientras que la reconciliación resuelve ambos problemas: los
pecados y la enemistad.
La reconciliación se basa en la redención efectuada por Cristo (Ro. 5:10, 11) y fue llevada
a cabo por medio de la obra justificadora de Dios (2 Co. 5:18-19; Ro. 5:1, 11). Por lo
tanto, la redención juntamente con la justificación produce la reconciliación.
A. Aparte de la ley
El hecho de que la justicia de Dios se manifieste aparte de la ley significa que no tiene
nada que ver con ella. Nunca debemos confundir la justicia de Dios con la ley. Debemos
entender que son dos asuntos completamente distintos y que no guardan ninguna
relación entre sí. No podemos obtener la justicia de Dios por medio de la ley. En cuanto
a la justicia de Dios, la ley ha caducado. La ley estuvo vigente durante la antigua
dispensación. Pero ahora, sin la ley y aparte de ella, la justicia de Dios se ha manifestado
por medio de la fe de Jesucristo.
¿No es verdad que es una osadía decir que nosotros podemos justificar a Dios? Pero
Romanos 3:4 nos da la base para decir esto. Este versículo dice que Dios debe ser
declarado justo en Sus palabras y que debe vencer cuando sea juzgado. Nosotros
podemos justificar a Dios. Yo he hecho esto en varias ocasiones. Aunque reconocía que
era un pecador, no seguía a Dios a ciegas, sino que hacía lo posible para verificar Sus
palabras. Finalmente aprobé a Dios al comprobar Su veracidad. No tenga temor de
estudiar acerca de Dios e investigar un poco para comprobar si Él es veraz. Si usted
investiga acerca de Dios, encontrará que Él es mil por ciento o aun un millón por ciento
justo y verdadero. Entonces usted justificará a Dios. Dios y nosotros nos aprobamos
mutuamente uno al otro sobre Cristo, el propiciatorio.
¿En dónde nos encontramos ahora? Estamos sobre Cristo Jesús, quien es el lugar
mismo donde se efectúa la propiciación. Estamos sobre el propiciatorio. La ley está bajo
nuestros pies, y la gloria de Dios está sobre nuestra cabeza rebozando de satisfacción. La
ley ha sido silenciada y no puede hablar más contra nosotros, pero la gloria de Dios
puede regocijarse de nosotros, pues ha sido satisfecha. Aquí, sobre el propiciatorio,
disfrutamos la plena obra de justificación que Dios efectuó por nosotros.
La justicia de Dios fue demostrada a los santos del Antiguo Testamento cuando Dios
pasó por alto los pecados de ellos. Pablo usa la expresión pasado por alto en Romanos
3:25. Durante los tiempos del Antiguo Testamento, los pecados del pueblo nunca fueron
quitados, sólo fueron cubiertos por la sangre expiatoria. Sus pecados no fueron quitados
sino hasta que Jesucristo vino y murió en la cruz como el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo (Jn. 1:29). Antes de que el Señor Jesús muriera en la cruz, los
pecados de los santos antiguotestamentarios permanecieron, aunque la sangre
expiatoria, la cual tipificaba la sangre de Cristo, los cubrió. Debido a que Dios es justo,
Él tenía que pasar por alto aquellos pecados. La sangre expiatoria era derramada en la
presencia de Dios, y el justo Dios se veía obligado a pasar por alto todos los pecados que
habían sido cubiertos por aquella sangre. Al pasarlos por alto, Dios demostró Su justicia
para con ellos.
La justicia de Dios fue demostrada también a los santos del Nuevo Testamento cuando
Dios los justificó. Dios nos justificó gratuitamente por Su gracia, mediante la obra
redentora de Cristo y la fe de Jesús (3:24, 26). Ya que Cristo pagó el precio por nuestros
pecados y realizó la plena redención para satisfacer todos los requisitos de Dios, Dios,
por ser justo, tiene que justificarnos. En cuanto a Dios, la justificación se realiza por
medio de Su justicia, pero con respecto a nosotros, la justificación que recibimos se basa
en Su gracia, la cual se nos dio gratuitamente, en comparación con una justificación
basada en la obra de la ley. Para ser justificados por obra de la ley necesitamos
esforzarnos y trabajar, pero para ser justificados por la redención que es en Cristo, no
hay ninguna necesidad de nuestras obras, sino que se nos da gratuitamente por Su
gracia. Nosotros no somos merecedores de Su gracia. Pero Dios está comprometido por
Su justicia a justificarnos por causa de la obra redentora de Cristo, la cual cumplió con
todos los requisitos divinos. Así que, Dios ha demostrado Su justicia a los santos del
Antiguo Testamento al pasar por alto sus pecados, y a los santos del Nuevo Testamento,
al justificarlos. Hoy Dios no simplemente pasa por alto nuestros pecados, sino que nos
justifica. Dios nos ha justificado.
Dios, quien es uno, justifica tanto a los judíos como a los gentiles (3:30). Él es el Dios del
pueblo judío y del pueblo gentil (3:29). Al decir esto, Pablo abre el camino para la
formación del Cuerpo de Cristo. Si la manera en que Dios trata a un pueblo es diferente
de la manera en que trata a otro, nos sería difícil disfrutar la realidad del Cuerpo. Pero
este único Dios tiene una sola forma de relacionarse con toda la gente, la de reunir a
todos los diferentes pueblos y hacerlos uno solo. Ya seamos judíos o gentiles, nuestro
Dios nos justifica igualmente. Entre nosotros se encuentran varios hermanos y
hermanas del pueblo judío, y Dios los justificó de la misma manera que nos justificó a
nosotros los gentiles. Dios nos justificó a todos nosotros para que podamos ser uno,
formando así el Cuerpo de Cristo.
Dios justifica a los de la circuncisión con una justificación que proviene de la fe, y a los
de la incircuncisión por medio de la fe. Debemos notar las diferencias en estas
expresiones: la justificación de los judíos, los de la circuncisión, proviene de la fe, y la
justificación de los gentiles, los de la incircuncisión, se efectúa por medio de la fe. ¿Qué
significa esto? Los judíos ya tienen ante Dios la posición de ser Su pueblo. Ellos, a pesar
de su incredulidad y su impureza aparente, aún mantienen esta posición. Debemos
reconocer este hecho y ser cuidadosos en la manera en que nos referimos a los judíos,
porque Dios dirá de ellos: “Ellos son Mi pueblo”. El hecho de que los judíos tengan la
posición de ser el pueblo de Dios es de suma importancia, y debemos respetarlo. En
Génesis 12:3 Dios prometió a Abraham, el patriarca de los judíos, que todo aquel que lo
bendijera sería bendecido por Dios y que todo aquel que lo maldijera sería maldecido
por Dios. Hoy en día Dios sigue cumpliendo la promesa que hizo en Génesis 12:3. Todo
aquel que toque a los judíos o los maldiga será maldecido. A lo largo de los veinticinco
siglos pasados esto se ha cumplido sin excepción, cada individuo o nación que ha
maldecido a los judíos, ha sido maldecido, y todo el que ha bendecido a los judíos, ha
sido bendecido.
Hoy los judíos no están bien con Dios con respecto a su condición, pero en términos de
su posición, siguen siendo Su pueblo. En otra porción de Romanos Pablo dice que la
elección de Dios es irrevocable (11:28-29). El pueblo judío fue elegido por Dios, y la
elección de Dios es eterna. No importa cuán incrédulos sean los judíos en la actualidad,
ellos siguen siendo el pueblo de Dios con respecto a Su posición. Por lo tanto, cuando
Dios justifica a los judíos, lo hace con una justificación que proviene de la fe, y no
directamente por medio de la fe. ¿Por qué no lo hace directamente por medio de la fe?
Porque los judíos ya tienen la posición. Sin embargo, cuando Dios justifica a los gentiles,
Él lo hace por medio de la fe, porque ellos están lejos de Él. Existe una gran distancia
entre los gentiles y Dios. Puesto que los judíos, los de la circuncisión, ya tienen la
posición, su justificación proviene de la fe, pero como los gentiles se hallan
completamente alejados de Dios, ellos son justificados por medio de la fe. Es por la fe
que los gentiles obtienen la posición correcta. De todas formas, en ambos casos es un
asunto de fe.
Un mismo Dios nos justifica a todos. Tanto los judíos como los gentiles están bajo un
solo Dios y en un mismo camino. La palabra de Pablo en Romanos 3:29-30 abre el
camino para el Cuerpo de Cristo presentado en el capítulo 12. Sin importar si somos
judíos creyentes o gentiles creyentes, somos un solo Cuerpo en Cristo bajo la única
economía del único Dios.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE SEIS
EL EJEMPLO DE LA JUSTIFICACIÓN
Tengo gran aprecio por el libro de Romanos porque se escribió de una forma sólida y
sustancial. Aunque este libro aborda muchas doctrinas, en realidad se escribió conforme
a hechos y experiencias. La base del libro de Romanos es la experiencia. Por ejemplo, la
justificación parece ser un asunto doctrinal, pero el apóstol Pablo, además de
presentarnos la doctrina de la justificación, nos da un ejemplo viviente de ella: la
persona de Abraham (Ro. 4:1-25). En este mensaje veremos en Abraham un ejemplo de
la justificación. Él es nuestro modelo o patrón. El nombre de Abraham significa “padre
de multitudes”. Según las Escrituras, Abraham fue el padre tanto de los creyentes judíos
como de los creyentes gentiles (Ro. 4:11-12, 16-17; Gá. 3:7-9, 29). Todo aquel que
pertenezca a la fe, sea judío o gentil, es descendiente de Abraham.
Abraham fue aquel que Dios llamó. Dios creó a Adán, pero llamó a Abraham. Existe una
gran diferencia entre ser creado y ser llamado. El libro de Génesis se divide en dos
secciones principales: la primera abarca los primeros diez capítulos y medio de Génesis
y relata la historia del linaje creado, el cual tiene por padre y cabeza a Adán; la segunda,
que comienza con la segunda mitad del capítulo 11 y termina al final del libro, narra la
historia del linaje llamado, del cual Abraham es padre y cabeza. La historia del linaje
creado, según la crónica de Génesis, culmina en la edificación de la torre y la ciudad de
Babel, (del griego “Babilonia”). Sobre esta torre estaban escritos los nombres de los
ídolos de aquella civilización, lo cual significa que el linaje creado se volvió totalmente a
la idolatría. Ésta es la razón por la cual Pablo dice que el linaje humano había cambiado
a Dios por los ídolos (1:23-25).
Todo esto constituye los antecedentes de Romanos 1. Este capítulo narra la historia de la
caída del hombre, donde vemos que la humanidad no aprobó tener en su pleno
conocimiento a Dios, se volvió de Dios a los ídolos, cayó en la fornicación, y practicó
todo tipo de perversidad.
Sin embargo, Dios llamó a un hombre y a su esposa a salir de esa generación perversa.
Dios no tuvo la intención de llamar a una tercera persona, sino sólo a una persona
completa, esto es, a un hombre con su esposa. Si usted es soltero, está incompleto. Sin
una esposa, usted es una persona incompleta; por eso, necesita su complemento. Una
pareja es una entidad completa. Por lo tanto, Dios llamó a una persona completa:
Abraham con su esposa.
Tal vez pensemos que nosotros no nos hemos entregado por completo a Dios. Sin
embargo, Abraham, a quien tenemos por padre y modelo, tampoco se entregó a Dios de
manera absoluta. Cuando fue llamado por Dios a salir de Ur de los caldeos, no sólo llevó
con él a su esposa, sino también a otros parientes suyos.
Dios llamó a Abraham apareciéndose a él como el Dios de la gloria (Hch. 7:2-3). Dios no
lo llamó mediante simples palabras; al contrario, lo llamó mostrándole Su gloria.
Abraham fue atraído al ver la gloria de Dios.
Nuestra experiencia es la misma. En cierto sentido nosotros también vimos la gloria de
Dios. Cuando escuchamos el evangelio y fuimos conmovidos en lo más profundo de
nuestro ser, vimos la gloria de Dios. ¿No es verdad que cuando usted fue salvo, vio la
gloria de Dios? Yo la vi cuando era un joven ambicioso. En ese entonces no tenía
ninguna intención de recibir a Dios, pero cuando el evangelio irrumpió en mi interior,
no pude menos que decir: “Dios, quiero recibirte”. No puedo negar que la gloria de Dios
apareció ante mí. Tal experiencia es indescriptible. No existen palabras humanas
capaces de describir lo que vimos cuando el evangelio entró en nuestro corazón. Sólo
podemos decir que el Dios de la gloria se nos apareció, cautivándonos y llamándonos.
Nosotros, al igual que Abraham, fuimos llamados por el Dios de la gloria.
Abraham era exactamente igual que nosotros. No debemos pensar que nosotros no
somos iguales que él. No debemos apreciar a Abraham y menospreciarnos a nosotros,
porque estamos en el mismo nivel que él. Todos somos Abraham. Él no era una persona
superior o sobresaliente. Cuando escuché la historia de Abraham en mi niñez, pensé que
era alguien extraordinario. Sin embargo, al leer la Palabra años más tarde, me di cuenta
de que había muy poca diferencia entre Abraham y yo. Pude ver que prácticamente
éramos iguales. Aunque Abraham fue llamado por Dios, no tuvo el suficiente valor para
dejar aquella tierra idólatra, lo cual forzó a Dios a usar al padre de Abraham para sacarlo
de Ur. Abraham fue llamado, pero en realidad su padre fue el que tomó la iniciativa para
salir. Ellos salieron de Ur de los caldeos y moraron en Harán. Pero como Abraham aún
no tenía el suficiente valor para seguir a Dios en forma absoluta, Dios se vio forzado a
llevarse a su padre. Cuando su padre murió en Harán, Dios lo llamó por segunda vez.
Si analizamos lo que Abraham hizo, nos daremos cuenta de que no somos los únicos que
no obedecemos el llamamiento del Señor en forma absoluta. Nuestro padre Abraham
fue el primero que siguió a Dios pero con reserva. Abraham sentía nostalgia por lo que
dejaba, y no quería salirse solo, así que llevó a su sobrino Lot con él. Esto constituyó una
violación al llamamiento divino. Aunque Abraham respondió al llamamiento del Señor y
salió, en cierto aspecto desobedeció ese llamamiento. De igual manera, la mayoría de
nosotros hemos respondido al llamado que Dios nos ha hecho, pero todavía en nuestra
respuesta actuamos en forma contraria a Sus palabras. Ninguno de nosotros ha
respondido al llamamiento de Dios en forma absoluta. No obstante, Dios sigue siendo
absoluto. A pesar de que nosotros no respondemos de manera absoluta, Dios cumplirá
cabalmente lo que prometió al llamarnos.
Abraham amaba mucho a su sobrino Lot, y Dios usó a Lot para disciplinar a Abraham.
Finalmente, Lot se separó de Abraham, y éste obedeció al llamamiento de Dios sin
reserva alguna. Ya no estaba con él ni su padre ni su sobrino, sólo quedaron él y su
esposa. Finalmente, él había dejado su tierra, su parentela y la casa de su padre. Sin
embargo, le faltaba dejar una cosa más, o sea, le faltaba hacer a un lado a sí mismo.
Abraham se aferraba a sí mismo.
Podemos ver que Abraham seguía aferrándose a sí mismo, por la manera en que
reaccionó a la sugerencia de Sara de que procreara un hijo con Agar. Aunque esta
proposición fue hecha con una buena intención, iba en contra del llamamiento de Dios.
Abraham debía haber ejercitado su discernimiento y no haber escuchado a su esposa. La
sugerencia de Sara fue un factor que demostró que Abraham permanecía en su viejo yo,
esa parte de él aún pertenecía a la vieja creación. Dios quería llamar a Abraham a salir
de cada parte de la vieja creación, no únicamente de su tierra, de su parentela y de la
casa de su padre, sino también de sí mismo. Es como si Dios le dijera: “Tú no debes
hacer nada, debes salir aun de tu yo. Yo haré todo por ti. Pero no puedo hacer nada
mientras permanezcas en ti mismo”. No obstante, Abraham aceptó la sugerencia de Sara
y, como resultado, nació Ismael. Ése fue un error tan serio que los judíos siguen
sufriendo por ello. ¿Por qué cometió Abraham tal error? Porque él seguía actuando en sí
mismo. Había abandonado muchas otras cosas, pero no había renunciado a su yo.
Como hemos visto, el linaje creado se había degradado hasta tal punto que había
cambiado a Dios por los ídolos. Como consecuencia Dios no pudo hacer nada con ellos.
Para Dios, el linaje creado, de quien Adán fue cabeza, estaba desahuciado, y por eso Dios
lo abandonó por completo. Sin embargo, de entre el linaje creado y caído Dios llamó a
Abraham para que saliera del mismo y fuese padre y cabeza de un nuevo linaje, el linaje
llamado. ¿A cuál linaje pertenecemos nosotros, al creado o al llamado? Ciertamente
pertenecemos al linaje llamado. No obstante, somos iguales que nuestro padre
Abraham. Nosotros, al igual que él, vamos respondiendo al llamamiento del Señor poco
a poco, y no de manera absoluta. Todos estamos en el proceso de responder a Su
llamamiento. No importa cuán débiles seamos, estoy seguro de que finalmente le
seguiremos completamente. Pero debemos estar dispuestos a cooperar con Su
llamamiento y a abandonar todo lo que no sea Dios mismo. Cuanto más rápido lo
obedezcamos, mejor. Le animo a usted a que se apresure y salga de todo lo que no es
Dios.
II. EL CREYENTE
El linaje llamado llegó a ser el linaje de los creyentes. Abraham fue primero alguien que
había sido llamado y luego llegó a ser un creyente. Él lo había abandonado todo y no le
quedó otra alternativa que seguir adelante, poniendo toda su confianza en Dios. Tuvo
que confiar en Dios, pues no sabía ni siquiera a dónde se dirigía. Dios sólo le había dicho
que saliera de su tierra, de su parentela y de la casa de su padre, pero no le dijo hacia
dónde debía ir, forzándolo así a confiar en Él. Abraham aprendió a decir: “Yo
simplemente confío en Dios, voy a dondequiera que Él me guíe”. Si estudiamos la
historia de Abraham, descubriremos que durante toda su vida él siempre confió y creyó
en Dios. Dios no esperaba que él hiciera nada. Es como si Dios le hubiera dicho:
“Abraham, Yo te llamé. No tienes que hacer nada, pues Yo lo haré todo por ti. Sólo
permanece conmigo. Cuando Yo me mueva, muévete. Debes ir a dondequiera que Yo
vaya. No hagas nada por ti mismo ni para ti mismo”. Esto es lo que significa confiar en
Dios.
Mucha gente tiene la idea equivocada de que creer en el Señor Jesús es simplemente
decir: “Señor Jesús, creo en Ti. Te recibo como mi Salvador”. Esto es correcto, pero
acarrea consecuencias transcendentales. Significa que debemos llegar a nuestro fin y
admitir que no somos nada, que no tenemos nada, y que nada podemos hacer. En cada
paso y a cada momento tenemos que confiar en Él. No sé cómo se deben hacer las cosas,
lo único que sé es que debo confiar totalmente en mi Señor. He sido llamado a salir de
todo lo que no es Dios, y ahora sólo creo en lo que Él es. Creo en Él y en todo lo que Él
ha realizado por mí. Creo en lo que Él puede hacer y hará por mí. He depositado toda mi
confianza en Él. Éste es el testimonio del linaje que ha sido llamado y que cree. Como
hijos de Abraham, el padre de los creyentes, somos un pueblo creyente (Gá. 3:7-9).
El Dios en quien Abraham creyó es el Dios que da vida a los muertos (4:17). Esto
significa que Dios puede resucitar a los muertos. Abraham experimentó este gran poder
de resurrección cuando ofreció a Isaac en sacrificio, conforme al mandato de Dios.
Abraham fue obediente y cuando ofreció a Isaac, creyó que Dios era poderoso aun para
levantarlo de entre los muertos (He. 11:17-19). Él creía que Dios daría vida a su hijo y
que él lo recibiría de nuevo en resurrección.
Debemos creer en el Señor Jesús de la misma forma. Creemos en Dios el Creador, quien
llama las cosas que no son, como existentes, y también creemos en Aquel que da vida,
que levanta a los muertos. Él puede crear algo de la nada y puede dar vida a los muertos.
Podemos aplicar esto a la vida de iglesia. Tal vez usted sienta que la situación en su
iglesia local es muy pobre. No sólo es muy pobre, sino que de hecho, no es nada.
Debemos decir al Señor: “Señor, ven a nuestra situación y llama las cosas que no son, y
hazlas existir”. Puede ser que usted emigre a cierta localidad y descubra que es un lugar
lleno de muerte. Precisamente ésa es la razón por la que Dios lo envía allí. Por lo tanto,
usted debe creer en Aquel que da vida a los muertos.
En 1949 fui enviado a Taiwán. Yo tenía el concepto de que esa isla era una región muy
atrasada. Había estado viviendo y laborando en Shangai, la ciudad más grande del
Lejano Oriente, donde la obra del Señor era muy prevaleciente, y donde unos mil santos
asistían a las reuniones. Teníamos diecisiete hogares en donde los santos se reunían y
distribuíamos cuatro publicaciones periódicamente. Repentinamente se me pidió salir
de la China continental y fui enviado a la pequeña isla de Taiwán. Cuando analicé la
situación, me desanimé profundamente. No podía hacer nada, ni deseaba hacer nada.
No tenía ningún ánimo para laborar en un país tan atrasado, cuyo pueblo era tan
deficiente. Me dejé caer sobre la cama mirando fijamente hacia el techo y diciéndome:
“¿Qué estoy haciendo aquí, por qué vine a este lugar?” Me volví hacia mi esposa y le hice
esta pregunta: “¿Por qué vinimos a este lugar? ¿Qué podemos hacer aquí?” Yo me
encontraba muy perturbado y mi esposa no sabía qué decirme. Pero un día, el Dios que
llama las cosas que no son como existentes y que da vida a los muertos, tocó mi corazón
y me dijo que no me desanimara. Después de eso sentí una gran carga por la obra en
Taiwán. En menos de cinco años, crecimos mucho, y de trescientos cincuenta hermanos
llegamos a ser veinte mil. Tan sólo durante el primer año tuvimos un incremento de casi
treinta veces. Muchos de los que fueron salvos durante ese tiempo son ahora
colaboradores en la obra del Señor.
Debemos creer en el Dios que llama las cosas que no son como existentes y que da vida a
los muertos. No nos desanimemos por la situación de nuestra localidad, ni digamos que
en ella todo es pobreza y muerte, porque dicho lugar es el lugar correcto para nosotros y
para Dios. Si la situación es pobre, contemos con el rico y poderoso Dios, quien llama las
cosas que no son, como existentes. Si la situación se halla en muerte, contemos con el
viviente Dios, quien da vida a los muertos. Las circunstancias que nos rodean le dan a
Dios la oportunidad para impartir vida en medio de la muerte. No debemos quejarnos,
sólo debemos invocar al Señor y creer en Él. No debemos desanimarnos por la condición
de nuestras familias. Uno no debe decir que su esposa es pobre espiritualmente, ni que
su esposo está en muerte. Cuanto más hable de la pobreza de su esposa, más se
empeorará su condición. Cuanto más se queje de que su esposo está en una situación de
muerte, peor él estará. Lo que debe hacer es declarar: “Mi esposa tiene muchas
carencias, pero mi Dios no. Mi esposo está en muerte, pero mi Dios no lo está. Mi Dios
es el Dios que crea las cosas de la nada y que da vida a los muertos. Él no da vida a los
vivos, sino a los muertos. Mi situación es una excelente oportunidad para que Dios se
manifieste”.
Esta clase de fe es contada por Dios como justicia (Ro. 4:3, 22). Cuanto más creemos en
Dios de esta forma, más sentimos que Él se agrada de nosotros. Ésta es la justicia de
Dios puesta a nuestra cuenta como resultado de nuestra fe. Como vimos en el mensaje
anterior, la fe es el propio Cristo que vive en nosotros. Cuando Cristo entra en nosotros
como Aquel que cree, Él mismo viene a ser nuestra fe. Es entonces cuando Dios cuenta
nuestra fe como justicia. Así que, tenemos tanto la fe como la justicia, lo cual significa
que estamos ganando más de Cristo. Lo tenemos a Él como nuestra fe y justicia. Él
mismo es la fe por la cual creemos en Él, y la justicia que Dios añade a nuestra cuenta. Él
es nuestro todo. Cuanto más creemos en Él, más ganamos de Él, y más de Él Dios nos
da.
Por lo tanto, Abraham llegó a ser el padre de la fe (Ro. 4:16; Gá. 3:7-9, 29). Él fue el
padre de los de la incircuncisión, quienes tienen la misma fe (Ro. 4:11), y de los de la
circuncisión, quienes siguen las pisadas de esta fe (4:12). Abraham era el padre de
ambos grupos: los creyentes judíos y los creyentes gentiles. Si usted cree en el Señor, es
hijo de Abraham. Todos los creyentes son sus descendientes.
¿Cree usted esto? Tengo la plena confianza de que un día heredaremos la tierra.
Debemos estar seguros de este hecho, pues la Biblia lo afirma. Cristo mismo está
ansioso por regresar y recobrar la tierra. Él tiene mucho más interés en la tierra que en
los cielos. El Señor regresará a tomar posesión de la tierra, no sólo para Sí mismo, sino
también para nosotros. Somos los herederos de la promesa y, sin lugar a dudas,
heredaremos el mundo.
Esto quiere decir que el Cristo resucitado, quien se sienta a la diestra de Dios, es la
evidencia de que fuimos justificados. La muerte redentora de Cristo fue plenamente
aceptada por Dios como la base sobre la cual Él nos justifica, y el hecho de que Cristo
resucitara de entre los muertos constituye una prueba definitiva de ello. Ésta es la
evidencia de la justificación que Dios nos ha dado.
(1)
Después que Dios llamó a Abraham a salir de Ur de los caldeos, lo adiestró a creer en Él.
Como hemos visto, creer en Dios significa entrar en Él por fe y ser uno con Él. Creer de
esta manera es admitir que no somos nada, que no tenemos nada y que nada podemos
hacer. Al creer de esta manera, aceptamos la necesidad de llegar a nuestro fin. Así que,
creer en Dios significa poner fin a nuestro yo y permitir que Él reemplace nuestro ser y
que Dios sea todo lo que nosotros hemos de ser. Desde el primer momento en que
creemos en Él, no debemos ser nada; debemos llegar a nuestro fin y permitir que Dios lo
sea todo en nosotros. Éste es el significado preciso de la circuncisión. Incluso pedir al
Señor que circuncide nuestro corazón es inadecuado, porque el significado más
profundo y adecuado de la circuncisión es morir y permitir que Dios sea nuestro todo.
Cuando alguien ha sido llamado por Dios de esta manera, el Dios viviente se infunde a Sí
mismo en él. La palabra infundir es importante porque describe lo que sucede en el
llamamiento de Dios. El Dios viviente se infunde espontáneamente en aquél a quien Él
llama. Como resultado de esto, aquel que fue llamado es atraído por Dios y hacia Dios.
Inconscientemente, el elemento y esencia del Dios viviente es infundido en el interior
del que ha sido llamado, y él reacciona o responde a Dios creyendo en Él. Esta reacción o
respuesta es la fe.
Cuando usted oyó el evangelio de gloria respecto al Señor Jesús, usted se arrepintió, lo
cual significa que Dios lo llamó a salir de todo lo que no fuera Él mismo. En ese
momento, aun sin que usted lo supiera, el Cristo viviente se infundió en su ser mediante
Su evangelio de gloria (2 Co. 4:4). El elemento de Cristo entró en su ser y usted fue
atraído hacia Él. Por su parte, usted le respondió, y esa reacción espontánea fue un acto
de fe. El Cristo que se había infundido en usted vino a ser su propia fe. Así que, la fe no
se origina en nosotros, sino que viene de Dios. La fe no es algo aparte de Cristo, sino
Cristo mismo infundido en nosotros, quien produce una reacción dentro de nuestro ser.
Nuestro acto de creer es un “eco”. ¿Cómo podría haber un eco si no hubiera primero un
sonido? Sería imposible. Cristo es el sonido. Cuando este sonido llega a nuestro corazón
y a nuestro espíritu, produce una reacción, un eco. Esta reacción es el aprecio que
tenemos por Él y la fe que tenemos en Él. Esta fe es en realidad Cristo mismo quien
responde al evangelio dentro de nosotros. Por lo tanto, Dios nos cuenta esta fe por
justicia. Cuando Cristo se infundió en usted, hubo una reacción en su interior, o sea,
usted creyó. Después de que usted creyó en el Señor Jesús, Dios reaccionó, contando por
justicia la fe de usted, la cual es Cristo. Si leemos la Biblia superficialmente, no
podremos encontrar esta experiencia, pero si entramos en las profundidades de las
Escrituras, ciertamente la hallaremos. Es como si Dios dijera: “Pobre pecador, no tienes
justicia en ti mismo. Sin embargo, Yo, el Dios viviente, al hablar contigo, infundo Mi
esencia en tu ser. Ésta producirá en ti una reacción de fe hacia Mí, y Yo responderé a esa
fe contándola por justicia”. Cuando Dios hace esto por nosotros, produce en nosotros
una reacción de afecto y amor hacia Él. Dicha reacción es nuestra fe, la cual no se
origina en nosotros, sino que es la esencia misma del Cristo viviente dentro de nuestro
ser. Esta fe regresa a Dios y causa en Él otra reacción hacia nosotros, o sea que la justicia
de Dios es contada como nuestra, de modo que obtenemos algo que nunca habíamos
tenido antes. Esto es lo que experimentamos de Dios en la justificación.
Por consiguiente, tenemos la justicia de Dios, la cual es Cristo. Isaac era un tipo de
Cristo. Abraham, nuestro padre de la fe, recibió la justicia de Dios y a Isaac. De igual
forma, nosotros hemos recibido la justicia de Dios y a Cristo, quien es el Isaac de hoy.
Con esto vemos que Dios llamó las cosas que no eran, como existentes. Cuando vinimos
a Dios, el día en que fuimos salvos, no teníamos nada. No obstante, Dios se nos apareció
y llamó las cosas que no eran, como existentes. Anteriormente no teníamos la justicia de
Dios, pero en un instante la obtuvimos. Antes de ese momento no teníamos a Cristo,
pero después de unos minutos, lo recibimos.
Una vez que llega a ser nuestra experiencia la justicia de Dios y de Cristo, la
mantendremos como un tesoro sumamente valioso. Entonces proclamaremos: “Tengo la
justicia de Dios. Tengo a Cristo”. Sin embargo, un día Dios vendrá a nosotros y dirá:
“Ofrécemelo en el altar”. ¿Lo hará usted? De cada cien creyentes, ni uno solo está
dispuesto a hacerlo. En cambio dicen: “Oh Señor, no me pidas que haga eso. Yo haría
cualquier otra cosa, menos ésta”. No obstante, debemos recordar las reacciones que van
y vienen entre el hombre y Dios. Tanto la justicia de Dios como Cristo son para nosotros,
pues vinieron mediante la reacción de Dios hacia nuestra fe. Ahora debemos devolver
esta reacción a Dios, ofreciéndola en sacrificio a Él. Si reaccionamos de esta manera,
Dios volverá a reaccionar. La primera reacción de Dios era llamar las cosas que no son
como existentes. Su segunda reacción es dar vida a los muertos. Este asunto es muy
profundo.
Sin embargo, ésta fue sólo la mitad de su experiencia con Dios, porque Abraham
también experimentó al Dios que da vida a los muertos. Cuando Abraham recibió a
Isaac después de ofrecerlo a Dios sobre el altar, él experimentó al Dios que da vida a los
muertos. En cierta localidad puede ser que una iglesia se encuentre en una condición
llena de la muerte, pero nunca debemos hacer un juicio rápido acerca de ella, porque
Dios es poderoso para dar vida a los muertos. Cuando una iglesia está muerta, eso
proporciona una excelente oportunidad para que el Dios en quien Abraham creyó
intervenga e imparta vida en ella.
No encontramos ninguna mención del pecado en Génesis 15. Dios dijo a Abraham:
“Mira ahora los cielos y cuenta las estrellas ... así será tu descendencia”. Abraham creyó,
y su fe le fue contada por Dios como justicia. La justificación que Dios le concedió a
Abraham no tenía ninguna relación con el pecado, pero sí tenía que ver con el propósito
de Dios, con obtener una descendencia con la cual producir un reino y cumplir el
propósito divino. Es por esto que el apóstol Pablo, en Romanos 4, después de referirse a
Génesis 15, donde la fe de Abraham le fue contada por justicia, mencionó la promesa
dada a él y a su descendencia, de que heredarían el mundo (Ro. 4:13). ¿Qué relación
tiene la justificación con heredar el mundo? ¿Por qué Pablo mencionó esto en el capítulo
4? Abraham y sus herederos deben heredar el mundo por el bien del reino de Dios, y la
finalidad de éste es el cumplimiento del propósito de Dios. Romanos 4 nos dice que la
justificación no se le da al hombre para que vaya al cielo o para que sea salvo. La
justificación capacita a Abraham y a todos sus herederos creyentes para heredar el
mundo y para ejercer el dominio de Dios sobre esta tierra, según se menciona en
Génesis 1. Si únicamente tuviéramos Romanos 3, diríamos que la justificación, la cual se
basa en la obra redentora de Cristo, es para nuestra salvación. Sin embargo, el capítulo 4
revela claramente que Dios justifica a Sus escogidos no simplemente para salvarlos, sino
expresamente para que ellos hereden el mundo con el fin de que puedan ejercer el
dominio de Dios sobre la tierra.
EL RESULTADO DE LA EXPERIENCIA
SUBJETIVA DE LA JUSTIFICACIÓN
De acuerdo con Génesis 15:6, Abraham creyó la palabra de Dios acerca de que su
descendencia sería como las estrellas de los cielos, y Dios contó la fe de Abraham por
justicia. Aunque Abraham recibió la justicia de Dios en ese tiempo, no entendió mucho
acerca de ella. Esta justicia era muy abstracta, no era sólida ni tangible. Es posible que
para Abraham la justicia no fuese más que un término.
En Génesis 17 Dios le habló acerca de Isaac, prometiendo establecer Su pacto con él. En
tipología Isaac representa a Cristo como la justicia que Dios les cuenta a los creyentes
por la fe. En Génesis 15 Abraham obtuvo la justicia de Dios en cuanto a su posición.
Cuando Isaac nació, él obtuvo una justicia en su carácter, él tuvo una experiencia
verdadera de la justicia de Dios.
Inmediatamente después de recibir a Cristo, decidimos hacer buenas obras para Dios, lo
cual significa que nos casamos con Agar y produjimos un Ismael. Recordemos que
Ismael tipifica las obras de la ley. Aunque nos esforzáramos por hacer buenas obras,
Dios nos diría: “Echa fuera a Ismael, Yo no quiero eso. Debes ser anulado y puesto en la
cruz. Debes llegar a tu fin. Tienes que ser circuncidado. Necesitas que Mi Hijo nazca en
ti y brote de ti como la justicia viviente de Dios”. Es así que podemos tener una
experiencia genuina de la justicia de Dios y que somos justificados en posición así como
en carácter.
Después de que Abraham recibió a Isaac, estaba completamente satisfecho con él. De
igual manera, cuando nosotros tenemos una experiencia personal de Cristo, nos
sentimos muy satisfechos y decimos: “Hace unos años conocí la justicia de Dios, pero
nunca tuve la experiencia de que dicha justicia era Cristo mismo. Pero ahora,
experimento y disfruto a Cristo como la justicia de Dios”. Sin embargo, mientras usted
está disfrutando a su Cristo individualmente, Dios aparece como lo hizo con Abraham y
dice: “Ofréceme a tu Isaac”. Tal vez el Señor le pida que acuda a la iglesia y se ocupe sólo
por ella. Esto lo incomoda, y usted contesta: “No me interesa la iglesia. Mientras tenga
mi experiencia personal con Cristo, ¿no es suficiente con esto?” Esta clase de respuesta
demuestra que usted no está dispuesto a ofrecer a su Isaac sobre el altar; pero si usted
ofrece a su Isaac individual a Dios, Él reaccionará otra vez y le concederá como
recompensa miles de Isaacs. Abraham ofreció un solo Isaac, pero él recibió a cambio
miles de descendientes. Dichos descendientes formaron el reino, la nación de Israel, con
el propósito de ejercer el domino de Dios. Ésta es la razón por la que Pablo dijo que
Abraham y sus herederos heredarían la tierra.
Un día el Dios de la gloria vino a nosotros por medio de la predicación del evangelio.
Fuimos atraídos, convencidos y empezamos a apreciar a nuestro Dios. Durante ese
tiempo, el Dios de gloria infundió cierto elemento de Su Ser divino en nosotros, y
creímos en Él espontáneamente. Entonces dijimos: “Oh Dios, soy un pecador. Te doy
gracias porque Tu Hijo Jesucristo murió en la cruz por mí”. Pudimos decir esto porque
el Cristo vivo había obrado en nosotros a fin de producir la capacidad para creer.
Después de eso, si alguien hubiera tratado de convencernos de que no creyéramos en
Cristo, nos habría sido imposible dejar de creer en Él. Nada ni nadie puede lograr que
dejemos de creer, porque en realidad nuestra fe es el Cristo viviente que obra en
nosotros y reacciona hacia Dios de nuestro interior. Inmediatamente después de que
reaccionamos hacia Dios de esta manera, Él reaccionó hacia nosotros justificándonos.
Entonces tuvimos la sensación de que fuimos perdonados y justificados por Dios, pues
experimentamos paz y gozo. En seguida, todos decidimos hacer el bien, es decir,
comportarnos adecuadamente, amar a nuestra esposa, someternos a nuestro esposo.
Pero todo lo que produjimos fue un Ismael. En aquel momento comprendimos que
necesitábamos ser anulados, es decir, circuncidados, para que Dios tuviera la libertad de
obrar en nosotros con el fin de producir al Isaac de hoy, que es Cristo, la realidad de la
justicia de Dios. Una vez que tenemos a este Cristo, debemos ofrecerlo a Dios para poder
recibirlo en resurrección. El resultado de esto es el reino, la vida de iglesia. Esto es el
Cuerpo de Cristo.
(2)
Cuando Pablo escribió el libro de Romanos, debe de haber tenido en mente el Antiguo
Testamento. En Romanos 1 se hace una clara referencia al libro de Génesis. La cláusula
que dice: “Las cosas invisibles de Él ... se han visto con toda claridad desde la creación
del mundo, siendo percibidas por medio de las cosas hechas”, se refiere a Génesis 1. Las
“cosas invisibles” que son los atributos divinos, pueden ser percibidos por medio de la
creación. Así que, Pablo empezó el libro de Romanos haciendo alusión al primer
capítulo de Génesis. Además, el relato de Pablo acerca de la condenación ejercida sobre
la humanidad, sigue las etapas de la caída del hombre narradas en Génesis. En Génesis
4 Caín desechó a Dios y no aprobó tenerle en cuenta, y en Génesis 11 vemos que el linaje
humano caído había abandonado a Dios y se había vuelto a los ídolos. Ellos cambiaron
la gloria de Dios por ídolos vanos, y se degradaron cayendo en fornicación y confusión,
lo cual se manifestó plenamente en Sodoma. Esto resultó en la práctica de todo tipo de
perversidades imaginables. Pablo utilizó la historia de la corrupción de la especie
humana como trasfondo para desarrollar la sección de Romanos sobre la condenación
de la humanidad. En Romanos 3 Pablo hace alusión al arca de Dios con su cubierta,
mostrando así a Cristo como el lugar de propiciación. Por lo tanto, también escribió
Romanos 3 teniendo presente el Antiguo Testamento. Además, cuando Pablo llegó a la
conclusión de la justificación, tomó como ejemplo principal la historia de Abraham. La
historia de Abraham nos proporciona un modelo completo de la genuina y subjetiva
justificación de Dios. Si sólo tuviéramos los escritos de Pablo de Romanos 3, jamás
podríamos apreciar las profundidades de la obra justificadora de Dios. Sólo tendríamos
la semilla de la justificación, sin la médula.
LA FE ES UNA REACCIÓN
Esta saturación produce una reacción. Las virtudes espirituales y los atributos divinos
que son transmitidos a nuestro ser producirán una reacción en nuestro interior. La
primera reacción es creer, o sea, ejercer nuestra fe. Ésta es la definición más elevada de
la fe. La fe no es nuestra habilidad o virtud natural. La fe es nuestra reacción hacia Dios,
la cual se produce cuando Dios se transfunde a nosotros e infunde Sus elementos
divinos en nuestro ser. Cuando los elementos divinos saturan nuestro ser, reaccionamos
hacia Dios y esta reacción constituye un acto de fe. La fe no es una virtud humana, sino
una reacción provocada por la infusión divina, la cual satura e impregna todo nuestro
ser. Una vez que tenemos tal fe, jamás la perderemos. Nuestra fe forma parte de nuestro
ser intrínseco, porque ha sido infundida en él y ha llegado a ser parte de nuestra
constitución intrínseca. Aunque queramos dejar de creer, nunca podremos lograrlo. A
esto se refiere la Biblia cuando habla de creer en Dios.
EL PROCESO DE LA TRANSFUSIÓN
¿Cómo se lleva a cabo la transfusión divina? Dios es la electricidad celestial y, como tal,
viene a Sus escogidos. Por ejemplo, Dios vino a Abraham apareciéndose a él. Si
estudiamos Génesis del capítulo 11 al 24, incluyendo la narración de Hechos 7,
descubriremos que Dios apareció a Abraham en varias ocasiones. Hechos 7:2 dice que el
Dios de la gloria apareció a Abraham. Ciertamente Abraham fue atraído por la
apariencia del Dios de la gloria. El hecho de que fuese atraído por Dios simplemente
significa que Dios se transfundió a Sí mismo en Abraham sin que éste lo comprendiera o
estuviera consciente de ello. Esto es semejante al tratamiento de radiación practicado
por la medicina moderna. Los pacientes son expuestos a los rayos X, sin estar
conscientes de los haces de radiación que están penetrando en ellos. Dios mismo es la
radiación más potente que existe. Si somos expuestos a Su radiación por una hora, Él se
transfundirá a Sí mismo a nosotros. Por medio de esta transfusión, nosotros seremos
infundidos, saturados e impregnados con Dios mismo.
En toda predicación apropiada del evangelio, debe haber una transmisión en la cual
Cristo se infunde a Su pueblo. ¿Cómo puede transfundirse Cristo a nosotros? Lo hace
por medio de la predicación del evangelio. Siempre que predicamos el evangelio de
Jesucristo de una manera normal, el Cristo viviente se aparecerá, lo cual transfundirá a
Cristo a Su pueblo.
Puedo confirmar esto por mi propia experiencia. Aunque nací en China y aprendí las
enseñanzas de Confucio, éstas no me atrajeron en absoluto. El cristianismo como
religión tampoco me atrajo. Cuando tenía diecinueve años el Señor envió a una hermana
joven a predicar el evangelio en mi pueblo natal. Yo tenía curiosidad de verla. Cuando
me senté en el salón de reunión y escuché su canto y su predicación, se apareció la gloria
de Dios y fui atraído por Él. Nadie tuvo que convencerme para que creyera. Al
escucharla, Dios se transfundió a Sí mismo en mí, y esta transfusión me cautivó y
conquistó, causando en mí una reacción positiva. Después de la reunión, mientras
andaba solo por el camino, alcé mis ojos hacia el cielo y dije: “Dios, Tú sabes que soy un
joven ambicioso, pero aun si la gente me prometiera dar todo el mundo para que fuera
mi imperio, yo lo rechazaría. Sólo quiero a Ti. Desde este día en adelante quiero servirte.
Quisiera ser un pobre predicador yendo de villa en villa, diciéndole a la gente cuán
bueno es el Señor Jesús”. De esta manera, el Cristo viviente se transfundió en mi ser.
Inmediatamente reaccioné a Dios, y Dios reaccionó de vuelta a mí. Mi reacción hacia
Dios fue un acto de fe en Él, es decir, creí en Él. En respuesta a mi reacción, Dios me
justificó, me dio Su justicia, Su paz y Su gozo. La justicia de Dios reaccionó hacia mi, y
desde ese momento he tenido esa justicia. Cristo fue hecho la justicia de Dios para mí.
Así que, tuve gozo y paz, y fui lleno de esperanza. Había sido justificado por Dios. Él me
había llamado a dejar todo lo que no fuera Él mismo.
Una vez que Cristo se transfunde a Sí mismo en nosotros, nunca más podemos escapar;
de ahí en adelante tenemos que creer en Él. Estoy muy familiarizado con lo que pasó en
diferentes casos como resultado de mi propia predicación del evangelio. Algunos
dijeron: “No sé qué me pasó. Después de escuchar a ese predicador, al regresar a casa
me dije que yo no quería tener nada que ver con Cristo, que Jesús no me agradaba. Pero
algo había entrado en mí. Traté de no hacer caso a ello, pero no pude. Y aunque no
quiero regresar, algo dentro de mí me impulsa a ir a escucharlo una y otra vez”. ¿Qué es
esto? Esto es el efecto de la transfusión de Cristo en el hombre. Como resultado de esta
transfusión, brota una reacción: creer en Jesús por la fe de Él.
Dios apareció a Abraham una y otra vez. Muchos de nosotros hemos sostenido un
concepto erróneo acerca de Abraham, a saber, que él era un gigante de la fe. Cuando de
joven escuché esto, me impresionó y dije: “Olvídate de ello, nunca podrás ser un gigante
de la fe”. Más tarde, al estudiar la historia de Abraham, me di cuenta de que él no fue un
gigante de la fe; sólo Dios es tal gigante. Dios como el gigante de la fe se transfundió a Sí
mismo en Abraham. Después de que Abraham pasó tiempo en la presencia de Dios, no
pudo menos que creer en Él, porque Dios se había transfundido en él. De esta manera,
Abraham fue atraído por Dios y reaccionó hacia Él con fe. Su reacción fue su acto de
creer. Supongamos que un hombre pobre hubiera visitado a Abraham y hubiera dicho:
“Abraham, yo sé que tú no tienes ningún hijo. El año que viene te daré la capacidad para
que tengas un hijo con tu esposa”. Abraham habría echado a ese hombre diciéndole que
dejara de hablar tonterías. Pero el que apareció a Abraham era el propio Dios de la
gloria. Dios no sólo le apareció en Génesis 15; hubo otras apariciones de Dios anteriores
a ésta.
Sara tipifica la gracia. Agar, la concubina de Abraham, tipifica la ley (Gá. 4:22-26).
Ciertamente tenemos a Cristo dentro de nosotros, pero no le experimentamos de una
manera plena. ¿Quién puede ayudarnos a tener esta experiencia? Sara. Recordemos que
Sara tipifica la gracia de Dios. No debemos cooperar con la ley acudiendo a Agar, sino
que debemos colaborar con la gracia yendo a Sara. Si nos unimos a Sara,
experimentaremos a Cristo como nuestra justicia. No vayamos a la ley ni nos
propongamos a hacer buenas obras. Es preciso recordar la experiencia de Pablo según lo
relatado en Romanos 7, donde dice: “El querer el bien está en mí, pero no el hacerlo”. Si
uno decide hacer el bien, esto significa que se ha vuelto a la ley. Si se propone honrar a
sus padres, amar a su esposa o someterse a su esposo, está acudiendo a la ley y
casándose con Agar. El resultado de esta unión será siempre un Ismael. Pero si se une a
la gracia, esta unión producirá a Cristo, el verdadero Isaac.
Isaac representa la experiencia sólida de la justicia que Dios contó a favor de Abraham.
El día que usted creyó en el Señor Jesús, Cristo le fue concedido e infundido en su ser.
Usted respondió en fe, y esa fe le fue contada por Dios como justicia. De esta forma,
Dios hizo a Cristo su justificación y su justicia. Sin embargo, en aquel momento usted
aún no tenía la experiencia de la misma. Después de ser salvo, acudió a Agar, a la ley,
tomando la decisión de hacer el bien. Hasta cierto grado tuvo éxito, pero un Ismael fue
producido. Ahora tiene que unirse a la gracia de Dios, a Sara. Con Sara siempre
experimentará de manera genuina al Cristo que ya recibió.
En tipología, la justicia que Dios contó a favor de Abraham era Isaac. Según Génesis
17:21, Dios vino a Abraham y dijo: “Estableceré Mi pacto con Isaac, el que Sara te dará a
luz por este tiempo el año que viene” (heb.). En Génesis 18:10 Dios volvió a decir lo
mismo pero con otras palabras: “De cierto volveré a ti el año próximo por esta época, y
he aquí Sara tu mujer tendrá un hijo” (heb.) Si conjugamos estos dos versículos,
entenderemos que el nacimiento de Isaac era en realidad la venida de Dios.
Lamentablemente, algunas versiones obscurecen estos dos versículos usando la frase en
el tiempo de la vida. La traducción correcta es: “El año próximo por esta época”. El
Señor dijo a Abraham que el nacimiento de Isaac al siguiente año sería la venida de
Dios. Por lo tanto, concluimos que el nacimiento de Isaac era un evento extraordinario:
era la venida de Dios.
Podemos aplicar todo esto a nuestra experiencia. En la predicación del evangelio, por
medio de la aparición y transfusión de Cristo, reaccionamos a Dios y creemos en Él
mediante Cristo como nuestra fe. Entonces Dios contó esta fe por nuestra justicia, lo
cual constituyó una verdadera experiencia de Cristo en el momento de nuestra
salvación. Esto fue un regreso de Cristo, una venida adicional de Cristo a nosotros,
después de que reaccionamos a Dios creyendo en Aquel que es nuestra fe. Como
resultado de la aparición de Cristo y de Su transfusión divina, Él mismo llegó a ser
nuestra fe, con la cual reaccionamos o respondimos a Dios. Dios nos contó esta fe por
nuestra justicia, y luego Cristo mismo en Su venida adicional llegó a ser la justicia de
Dios para nosotros. Por medio de la venida adicional de Cristo a través de la gracia de
Dios, obtuvimos a Cristo como nuestra justicia delante de Dios. Podemos resumir este
proceso de la siguiente manera: En Su aparición y transfusión, Cristo llegó a ser nuestra
fe hacia Dios, y como una reacción de Dios, Cristo vino a ser la justicia de Dios para
nosotros. Finalmente, Cristo llegó a ser nuestra verdadera experiencia.
Además, no sólo tenemos a Cristo como la justicia de Dios contada como la nuestra, sino
que también tenemos la experiencia de Cristo como nuestro Isaac. Valoramos mucho
esta experiencia, estimándola como algo sumamente valioso y precioso y apreciándolo
como nuestro unigénito.
Puede ser que Dios aparezca de nuevo y pregunte: “¿Estás dispuesto a seguir adelante
conmigo? ¿Deseas disfrutar Mi aparición adicional? Si quieres esto, debes ofrecerme a
Isaac. Ofrecer en sacrificio lo que Yo te he dado. Esto no quiere decir que tengas que
echar fuera a Isaac, sino que debes ofrecérmelo a Mí. Esto es, traer al Cristo que has
experimentado, ponerlo sobre Mi altar y ofrecérmelo para que Yo sea satisfecho. Lo que
tú has experimentado de Cristo ha venido a ser tu porción, y eso te satisface. Ahora, Yo
te pido que me ofrezcas esa porción para que Yo sea plenamente satisfecho”. ¿Harías
esto? De cien creyentes que han tenido esta clase de experiencia, ni uno solo está
dispuesto a cumplirlo. Todos argumentan: “¿Cómo puedo renunciar a mi valiosa y
preciosa experiencia de Cristo? Es incorrecto que se me pida que renuncie a ella. Nunca
podré estar de acuerdo con esto”. Sin embargo, todo aquel a quien se le ha pedido
ofrecer a Dios su experiencia de Cristo, como su Isaac, y no ha estado dispuesto a
hacerlo, ha experimentado la muerte en su vida espiritual. A tales personas Dios
pareciera decirles: “Ya que tú valoras tu Isaac, y no estás dispuesto a ofrecerme esta
experiencia, dejaré que te quedes con ella. Pero no puedo avanzar contigo. Tú tienes tu
disfrute y satisfacción, pero Yo no tengo el Mío. No puedo utilizarte en el cumplimiento
de Mi propósito”.
La experiencia espiritual que Abraham tuvo, alcanzó su nivel más alto en el monte
Moriah. Como resultado de esto, Abraham llegó a ser tan espiritual y maduro en vida,
que en Génesis 24 él tipifica a Dios el Padre. ¿En dónde pudo alcanzar esta madurez? En
el monte Moriah, donde él recibió la máxima porción de Dios. Dios el Padre se
transfundió a él. Por lo tanto, Abraham llegó a ser padre no solamente de un Isaac
individual, sino de miles de descendientes quienes corporativamente constituyen el
reino de Dios sobre la tierra para el cumplimiento de Su propósito eterno.
Ahora podemos ver por qué Pablo, después de escribir Romanos 3, fue conducido a usar
la historia de Abraham en el capítulo 4 para mostrar el clímax de la justificación de Dios.
El propósito de la justificación de Dios es lograr una reproducción de Cristo en millones
de creyentes. Estos creyentes o santos, como la reproducción de Cristo, llegan a ser los
miembros de Su Cuerpo (Ro. 12:5). El Cuerpo entonces constituye el reino de Dios sobre
la tierra (Ro. 14:17) para el cumplimiento del propósito de Dios. El Cuerpo como reino
de Dios es revelado en Romanos del capítulo 12 al 16. Todas las iglesias locales son
expresiones del Cuerpo de Cristo como reino de Dios. La iglesia como reino de Dios no
se compone de un solo Isaac, sino de muchos Isaacs, quienes proceden de la
justificación de Dios. Todos estos Isaacs son el producto de una subjetiva y profunda
experiencia de justificación.
Todavía necesitamos ver algo más. Volvamos de nuevo al primer capítulo de Génesis.
Según Génesis 1, el hombre no sólo fue creado por Dios, sino también para Dios y
conforme a Él. El hombre fue creado conforme a Dios a fin de que pudiera expresar la
imagen de Dios y ejercer el dominio de Dios, para la edificación de Su reino. El hombre
fue creado de esta manera por causa de este propósito tan elevado. En Génesis 2 vemos
que Dios fue representado por el árbol de la vida, lo cual indica que el hombre creado
según Dios debía comer continuamente de este árbol. El hombre necesitaba acercarse a
Dios, tener contacto con Él, y recibir la transfusión e infusión de Dios en su interior. Sin
embargo, el hombre falló en hacer esto y volvió a la fuente incorrecta, el árbol del
conocimiento. Así que, el hombre que fue hecho conforme a Dios, se alejó de Él. Éste es
el significado preciso de la caída del hombre.
Dios apareció a Abraham para llamarlo a salir de esa condición caída, lo cual significa
que Dios deseaba hacer que el hombre volviera a Él. Cuando Dios llamó a Abraham a
salir de Ur de los caldeos, nunca le dijo a dónde debía ir, porque la intención de Dios era
traerlo de nuevo a Sí mismo. El hombre debía volver a Dios a fin de que Dios pudiera
infundirse en él.
Hoy en día nosotros estamos bajo el mismo adiestramiento. Dios nos llamó a salir de
nuestra condición caída, y a volver a Él, al árbol de la vida. Ahora mismo estamos
gozando de Su transfusión, infusión y saturación. No debemos hacer nada por nosotros
mismos. Nuestro yo debe ser anulado. El viejo yo debe ser cortado y sepultado para que
Dios pueda ser nuestro todo. Entonces podremos afirmar realmente: “Ya no vivo yo,
mas vive Cristo en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de
Dios” (Gá. 2:20). Ésta era la vida de Abraham. Hoy nosotros, siendo los descendientes
de Abraham, somos iguales a él. Seguimos sus pisadas de fe y estamos bajo la obra
saturadora de Dios.
Mientras estamos en este proceso, tenemos varias reacciones hacia Dios. Nuestra
primera reacción es creer en Él con la fe de Cristo. Esto causa otra reacción de parte de
Dios, que consiste en que Cristo es contado como nuestra justicia. Después de esto, tal
vez actuemos por nosotros mismos cometiendo alguna falta. Acudimos a la fuente
equivocada, que es Agar, la ley, y engendramos un Ismael. Después de esto, necesitamos
ser circuncidados, lo cual trae una experiencia adicional de Cristo como nuestro Isaac
actual. Posteriormente, se nos pedirá ofrecerle nuestro Isaac a Dios como sacrificio para
Su satisfacción. Si obedecemos este mandato, Dios reaccionará una vez más dándonos
una experiencia de resurrección que produce muchos Isaacs. Una vez que ofrecemos
nuestra experiencia individual de Cristo a Dios, nos encontraremos en la iglesia
rodeados de muchos Isaacs, y obtendremos la experiencia corporativa de Cristo.
Entonces dejaremos de ser individualistas y seremos un reino, el Cuerpo de Cristo, el
cual cumple el propósito de Dios.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE NUEVE
EL RESULTADO DE LA JUSTIFICACIÓN:
EL PLENO DISFRUTE DE DIOS EN CRISTO
Al final del capítulo 3 de Romanos Pablo define la justificación desde el punto de vista
divino, y en el capítulo 4 presenta la historia de Abraham como ejemplo de dicha
justificación. Romanos 5:1-11 debería considerarse como la conclusión de la enseñanza
de Pablo acerca de la verdad de la justificación. Esta conclusión revela el resultado, el
producto, de la justificación. Estos once versículos enumeran muchos elementos
maravillosos que resultan de la justificación que Dios nos otorga.
En Romanos 5:1-11 Pablo menciona seis palabras sobresalientes: amor, gracia, paz,
esperanza, vida y gloria. El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por
el Espíritu Santo (v. 5). Tenemos acceso a esta gracia en la cual estamos firmes (v. 2). Ya
que hemos sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios (v. 1). Como resultado
de esto, nos gloriamos en la esperanza de la gloria (v. 2). El versículo 10 nos dice que
seremos salvos en Su vida. Finalmente, esperamos ser participantes de la gloria de Dios
(v. 2). Estos seis elementos forman parte del resultado de la obra justificadora de Dios.
¿Desea usted recibir el amor y la gracia de Dios? ¿Desea tener paz y esperanza? ¿Espera
participar de la vida divina y eterna de Dios y estar en Su gloria? Para tomar parte en
todo lo mencionado, uno necesita la justificación. Todo esto es nuestra porción como
resultado de la justificación divina.
Junto con estas seis palabras significativas tenemos tres personas maravillosas. (Aunque
no me gusta el término personas debido a que ha sido mal entendido en cuanto a las
enseñanzas acerca de la Trinidad, aun así, no existe otro término más adecuado en
nuestro lenguaje humano para describir a la Deidad). En Romanos 5:1-11 vemos las tres
personas que constituyen el Dios Triuno. El versículo 5 habla del Espíritu Santo,
diciéndonos que éste ha derramado el amor de Dios en nuestro corazón. Luego, el
versículo 6 nos dice que mientras aún éramos débiles e impíos, Cristo murió por
nosotros. Finalmente, el versículo 11 dice que ahora podemos gloriarnos en Dios. La
versión King James emplea la frase nos gozamos en Dios, la cual significa que Dios ha
venido a ser nuestro disfrute. Nos gozamos, exultamos y nos gloriamos en Dios porque
Él es nuestro disfrute. De esta manera, Romanos 5 revela seis elementos maravillosos y
tres personas admirables. Tenemos amor, gracia, paz, esperanza, vida y gloria. Como
resultado de la obra justificadora de Dios, tenemos al Espíritu Santo, a Cristo, y a Dios
mismo como nuestro disfrute. ¡Oh, esta porción de la Palabra es tan rica!
Necesitaríamos una gran cantidad de mensajes para abarcar este tema adecuadamente.
I. JUSTIFICADOS Y RECONCILIADOS
En la esfera de la gracia lo primero que disfrutamos es el amor de Dios. “El amor de Dios
ha sido derramado en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que nos fue dado”
(5:5). Muchas veces en nuestra vida cristiana necesitamos ser alentados y afirmados.
Cuando pasamos por períodos de sufrimiento, es posible que surjan en nosotros dudas y
preguntas. Quizás usted se pregunte: “¿Por qué tengo tantos problemas en mi vida
cristiana? Por qué se me presentan tantas dificultades y pruebas?” Puede ser que se
levanten estas preguntas e incertidumbres debido a nuestras circunstancias. Aunque
surjan estas preguntas, no podemos negar que el amor de Dios está en nuestro interior.
Desde el día en que invocamos al Señor Jesús por primera vez, el amor de Dios fue
derramado en nuestro corazón por el Espíritu Santo. Esto quiere decir que el Espíritu
nos da la revelación del amor de Dios, nos lo confirma y nos da seguridad del mismo. El
Espíritu Santo, el cual mora en nuestro interior, parece decir: “No dudes. Dios te ama.
Tal vez por ahora no entiendas por qué debes pasar ciertos sufrimientos, pero un día
dirás: ‘Padre, te agradezco por las pruebas y tribulaciones que me hiciste pasar’”.
Cuando usted entre por las puertas de la eternidad dirá: “Alabado sea el Señor por los
sufrimientos y pruebas que pasé durante el transcurso de mi vida, pues Dios las usó para
transformarme”.
¡Oh, el amor de Dios ha sido derramado en nuestro corazón! Aunque estemos afligidos,
deprimidos y nos hallemos en pobreza, no podemos negar que el amor de Dios está
presente en nosotros. ¿Podemos acaso negar que Cristo murió por nosotros? Él murió
por pecadores tan impíos como nosotros. Antes éramos enemigos de Dios, pero Cristo
derramó Su sangre sobre la cruz para reconciliarnos con Dios. ¡Qué gran amor es éste!
Si Dios nos dio a Su propio Hijo, ciertamente no haría nada para lastimarnos. Dios es
soberano. Él sabe lo que es mejor para nosotros. Él es quien toma las decisiones, y no
nosotros. Nos parezca o no, lo que Dios ha planeado para nosotros será nuestra porción.
Nuestro Padre ya ha preparado todo lo que a nosotros se refiere. Simplemente debemos
orar: “Señor, haz Tu voluntad en mí. Yo simplemente quiero lo que Tú quieras. Lo dejo
todo completamente en Tus manos”. Ésta será nuestra respuesta para con Dios cuando
nuevamente nos demos cuenta de que Él nos ama tanto que ha derramado Su amor en
nuestros corazones por medio del Espíritu Santo.
Romanos 5:2 dice: “Por medio del cual también hemos obtenido acceso por la fe a esta
gracia en la cual estamos firmes”. La gracia es la esfera en la cual estamos firmes. Donde
la gracia esté es ahí donde debemos permanecer. No me pregunte dónde debe estar
usted. Ya debería saber que es en la gracia donde usted debe estar establecido. Siempre
que usted se sienta fuera de la esfera de la gracia, debe regresar a ella de inmediato.
Cuando sienta que está a punto de argumentar con su esposa y perciba que está fuera de
la esfera de la gracia, deje lo que esté haciendo, regrese a la esfera de la gracia, y
permanezca ahí.
No es necesario cometer pecado para quedarse fuera de la gracia. Basta con quedarnos
detenidos sin avanzar por un rato y sentiremos que nos hemos mudado de la esfera de la
gracia a otra esfera. ¿Qué debemos hacer en tal caso? Debemos orar: “Señor,
perdóname. Tráeme de nuevo a la esfera de la gracia”. Regresamos a la gracia de la
misma manera en que entramos en ella originalmente. Entramos a la esfera de la gracia
mediante la justificación por fe. Simplemente confesamos nuestros pecados a Dios,
recibimos al Señor Jesús como nuestro Salvador, aplicamos Su sangre y fuimos
justificados. La justificación nos introdujo en la gracia en la cual estamos firmes.
Siempre que actuamos equivocadamente y sentimos que estamos fuera de la gracia,
debemos repetir la misma oración: “Oh Dios, perdóname. Límpiame con Tu preciosa
sangre”. Si usted hace esto, será traído de nuevo a la gracia instantáneamente.
En la esfera de la gracia nos gloriamos en Dios (5:11). La palabra griega que se traduce
“gloriarse” tiene por lo menos tres connotaciones: jactarse, exultar o regocijarse, y
gloriarse. Así que, nos jactamos, exultamos, y nos gloriamos en Dios. Al permanecer en
la esfera de la gracia y al andar en el camino de la paz, constantemente nos jactamos,
exultamos y nos gloriamos en nuestro Dios. Esto quiere decir que le disfrutamos. Dios se
nos da como nuestra porción a fin de que le disfrutemos. Éste es el Dios en quien nos
jactamos, exultamos y nos gloriamos.
Nuestro ser natural necesita ser santificado, transformado y conformado. Por lo tanto,
Dios nos hace pasar por diversas tribulaciones y sufrimientos para nuestro propio bien.
Esto se revela claramente en Romanos 8:28 y 29, donde se nos dice que Dios hace que
todas las cosas cooperen para bien, a fin de que podamos ser conformados a la imagen
de Su Hijo. Así que, las tribulaciones y los sufrimientos tienen como fin nuestra
transformación. Todos apreciamos la paz, la gracia y la gloria, pero a nadie le gusta la
tribulación. Recientemente fui sometido a dos operaciones en mi ojo derecho. Aunque
no me agrada tal sufrimiento, debo reconocer que en los últimos años nada me había
favorecido más que estas dos operaciones.
Si decimos que nos agrada la gracia pero no la tribulación, es como si dijéramos que
amamos a Dios pero no a Jesús. No obstante, debemos saber que rechazar a Jesús
equivale a rechazar a Dios. De igual manera, rechazar la tribulación es rechazar la
gracia. ¿Por qué se encarnó Dios? Porque Él quería venir a nosotros. La encarnación de
Dios fue la visitación de Dios en Su gracia. Sin lugar a dudas, todos amamos dicha
visitación. Si amamos Su visitación, debemos amar Su encarnación. Sucede lo mismo
con la gracia y la tribulación. La tribulación es la encarnación de la gracia que nos visita.
Aunque amamos la gracia de Dios, debemos también besar la tribulación, la cual es la
encarnación de la gracia, la dulce visitación de la gracia de Dios.
La señora Guyón decía que ella besaba la cruz que le era dada. A muchos no les agrada
la cruz, porque trae tribulación y sufrimiento. Por el contrario, la señora Guyón besaba
cada experiencia de la cruz que se le presentaba, y estaba dispuesta a que vinieran más
sufrimientos cada día, porque ella comprendió que con la cruz venía Dios mismo. Ella
dijo en una ocasión: “Dios me da la cruz, y la cruz me trae a Dios”. Ella siempre le daba
la bienvenida a la cruz, porque cuando tenía la cruz, tenía a Dios. La tribulación es una
cruz; y la gracia es Dios, quien se nos da como nuestra porción para que lo disfrutemos.
Esta gracia principalmente nos visita en forma de tribulaciones.
Consideremos el ejemplo del oro nativo. Aunque verdaderamente es oro, está sin refinar
y no tiene atractivo. Necesita que el fuego lo purifique. Cuanto más el oro es expuesto al
fuego, más calidad adquiere. Después de pasar por fuego y de ser probado, el oro
adquiere una calidad que salta a la vista. La mayoría de los jóvenes son como el oro en
bruto. Ellos no requieren ser pulidos ni abrillantados, lo que necesitan es pasar por
fuego. Algunos de los santos que aman al Señor, por tener cierta cantidad de vida y luz,
piensan que ya están capacitados para servir al Señor. Sin embargo, les falta el carácter
aprobado. Por un lado, ellos pueden ser productivos adondequiera que vayan, pero por
otro, aún están en bruto y carecen de las virtudes que les hacen personas dinámicas,
atentas y agradables. En vez de ser aprobados son desaprobados. ¿Por qué al principio
de la vida cristiana nuestra situación es muy buena y al paso del tiempo se vuelve pobre
y deficiente? Es porque al principio teníamos un don y la luz. Pero debido a que somos
material en bruto y nos falta un carácter aprobado, ese don y la luz disminuyen en
nosotros. Si tenemos la virtud de un carácter aprobado, jamás causaremos problemas
para los demás. Todos debemos orar: “Señor, concédeme el carácter apropiado”.
Si usted ora de esta manera, el Señor le preguntará: “¿En verdad estás resuelto? Si su
respuesta es afirmativa, el Señor propiciará las circunstancias para producir un carácter
apropiado en usted. Por ejemplo, puede ser que Él le dé la esposa más apropiada y útil
para producir esta calidad en usted. La mayoría de las esposas son una excelente ayuda
en el sentido de que cooperan con Dios para producir el carácter aprobado en Sus
siervos. La mayoría de los siervos del Señor necesitan tal clase de esposa. Las esposas no
ayudan a los esposos, sino a Dios. El carácter de las esposas ayuda a Dios a producir el
carácter aprobado en los esposos
Dios es soberano. Muchos de nosotros entendemos que no sólo hemos sido llamados,
sino también atrapados. Debemos ser esclavos de Cristo Jesús; no tenemos otra
alternativa. Si yo hubiera tenido otra opción, la habría tomado. No obstante, tengo que
ser esclavo del Señor. Aunque seamos esclavos de Cristo, nos falta el carácter aprobado.
Esto preocupa a Dios y nos hace daño. Además, también molesta a los santos y a toda la
familia de Dios. Por un lado, podemos ayudarlos, pero por otro, los perjudicamos. Por
medio de la luz y el don que tenemos, les brindamos ayuda, pero debido a que nos falta
el carácter aprobado, les hacemos daño. Así que, necesitamos que se produzca en
nosotros el carácter aprobado, lo cual sólo se logra mediante la perseverancia.
Esta gloria viene, y nada puede compararse con ella. Algunos versículos indican que
Dios traerá muchos hijos a la gloria (Ro. 8:18; 2 Co. 4:17; 1 Ts. 2:12; He. 2:10; 1 P. 5:10).
Aquí y ahora podemos disfrutar a Dios en la esperanza de la gloria venidera. Mientras le
disfrutamos en esta era, esperamos la gloria venidera. Veremos más acerca de esto
cuando lleguemos al capítulo 8 de Romanos.
Al disfrutar a Dios de esta manera, somos salvos en Su vida. Romanos 5:10 dice: “Mucho
más ... seremos salvos en Su vida”. Diariamente necesitamos ser salvos de muchas cosas
negativas. Necesitamos ser salvos de nuestro mal genio y de nuestro yo. Al disfrutar a
Dios a través de los sufrimientos, necesitamos ser salvos en Su vida. En Su vida
necesitamos ser salvos del pecado que nos asedia, es decir, de la ley del pecado y de la
muerte. También en Su vida es preciso que seamos salvos de ser mundanos, esto es, que
seamos santificados. Además, necesitamos ser salvos de nuestro ser natural, es decir, ser
transformados y salir de nuestra vida natural. También es menester que seamos salvos
de nuestro yo, de nuestra persona, o sea, que seamos conformados a la imagen de Cristo,
el Primogénito de Dios. Y finalmente en Su vida necesitamos ser salvos de ser
individualistas, es decir, ser edificados con otros en un solo Cuerpo. Esta lista de
salvaciones en la vida de Cristo serán plenamente definidas en los siguientes capítulos.
Esta clase de salvación en vida es el disfrute principal que tenemos en Dios.
Encontramos el primer indicio en Romanos 4:24-25, donde Pablo habla del Cristo
resucitado. El Cristo crucificado nunca podría entrar en nuestro ser, pero el Cristo
resucitado sí puede. Nuestro Cristo no sólo fue crucificado para realizar nuestra
redención, sino que también resucitó para impartir Su vida en nosotros. Por lo tanto,
Romanos 4:24-25 da a entender que Cristo entrará en los que hayan sido justificados y
llevará en ellos una vida de justificación.
Podemos ver otro indicio en Romanos 5:10, donde dice que seremos salvos en Su vida.
La forma verbal seremos implica experiencias en el futuro. En los pasajes anterior a
Romanos 5:10, se nos dice que ya fuimos salvos, porque fuimos redimidos, justificados y
reconciliados. Entonces, ¿por qué este versículo nos dice que “seremos” salvos? Aunque
hemos sido salvos por medio de la muerte de Cristo, la cual nos trajo la redención, la
justificación y la reconciliación, aún no hemos sido salvos en cuanto a ser santificados,
transformados y conformados. La redención, la justificación y la reconciliación
requieren la muerte de Cristo, en la cual Él derramó Su sangre, mientras que la
santificación, la transformación y la conformación requieren que Su vida obre en
nosotros. La muerte de Cristo en la cruz nos salvó de una manera objetiva, pero Su vida
nos salvará de una manera subjetiva. El Cristo crucificado nos salvó objetivamente en la
cruz, pero el Cristo resucitado que reside en nuestro interior nos salva subjetivamente.
Es preciso que Su vida entre en nosotros. Finalmente, en Romanos 8, que comprende la
conclusión de la sección que trata de nuestro modo de ser, vemos que Cristo está en
nosotros (8:10). Anterior a lo que se abarca en el capítulo 5, Cristo fue crucificado en la
cruz, pero aún no estaba dentro de nosotros. Pero en el capítulo 8 Cristo ya no se halla
más en la cruz, sino dentro de nuestro ser. El Cristo que mora en nuestro interior es la
vida que nos salvará subjetivamente después de habernos salvado objetivamente.
Necesitamos ser salvos más y más. Fuimos salvos del infierno y de la condenación, lo
cual es una salvación que tiene que ver con nuestra posición objetiva. Pero ahora
necesitamos ser salvos de nuestra manera de ser, es decir, de nuestro viejo hombre, de
nuestro yo, de nuestra vida natural, etc.
Otro indicio de que un cambio ocurrió a partir de 5:11 se ve en el hecho de que se usan
las dos palabras pecado y pecados. Anterior a Romanos 5:12 la palabra pecado siempre
se encuentra en plural, pero de repente, en Romanos 5:12, aparece en singular. ¿A qué
se debe este cambio? Los pecados son externos y tienen que ver con nuestra posición,
pero el pecado es interior y tiene que ver con nuestro modo de ser. Los pecados
externos, los que tienen que ver con nuestra posición, es decir, nuestros hechos
pecaminosos, los resolvió por completo la muerte de Cristo, pero el pecado que se
encuentra en nuestro modo de ser, es decir, nuestra naturaleza pecaminosa, todavía no
ha sido solucionado. A partir de Romanos 5:12, Pablo comienza a enfocar el pecado que
tiene que ver con nuestra manera de ser.
En Romanos 5:12-21 tenemos dos hombres, dos hechos y dos resultados. Este pasaje es
difícil de retener en la mente porque todo lo que se halla en él trasciende nuestro
entendimiento. Por naturaleza no tenemos en nuestro lenguaje el concepto que se revela
en este pasaje de las Escrituras, pues si lo tuviéramos, fácilmente nos impresionaría el
pensamiento de Pablo. ¿Acaso usted se ha imaginado alguna vez que en todo el universo
existen sólo dos hombres? Es probable que no, pero esto es un hecho a los ojos de Dios.
Para Dios solamente existen dos hombres: Adán y Cristo. Nosotros mismos no somos
nadie, pues todos estamos incluidos ya sea en el primer hombre o en el segundo. Todo
depende de nuestra posición. Si estamos en Adán, somos parte de él, pero si estamos en
Cristo, somos parte de Cristo. Hace cincuenta años yo me encontraba en Adán, pero hoy
estoy en Cristo y siempre estaré en Él.
A. Dos hombres
1. Adán
Adán fue el primer hombre (1 Co. 15:47). Él no sólo fue el primer hombre, sino también
el primer Adán (v. 45). Cuando Adán fue creado por Dios (Gn. 1:27), no tenía nada de la
naturaleza divina ni de la vida de Dios. Él era simplemente la creación de Dios, la obra
de Sus manos.
2. Cristo
Cristo es el segundo hombre (1 Co. 15:47) y el postrer Adán (v. 45). ¿Qué significa que
Cristo sea el segundo hombre y el postrer Adán? Significa que Él es el último hombre.
Después de Él, no hay un tercer hombre, porque el segundo es el último. Esto excluye
definitivamente la posibilidad de un tercer hombre. No se considere a usted mismo
como el tercer hombre, pues Cristo es el segundo hombre y el postrer Adán. Después de
Él, ya no hay otro.
El segundo hombre no fue creado por Dios. Al contrario, es un hombre mezclado con
Dios. Él es Dios encarnado como hombre (Jn. 1:14). El primer hombre no tenía nada de
la naturaleza divina ni de la vida de Dios, porque él era meramente creación Suya. El
segundo hombre es la mezcla de Dios con Su criatura y está lleno de la naturaleza divina
y de la vida de Dios. Es un hombre mezclado con Dios, un Dios-hombre. La plenitud de
la Deidad está corporificada en Él (Col. 2:9; Jn. 1:16).
B. Dos hechos
Romanos 5:14 menciona la transgresión de Adán, la cual consistía en comer del árbol
del conocimiento del bien y del mal en el huerto del Edén. Después de que Dios creó al
hombre Adán, lo puso delante del árbol de la vida, lo cual indica que Adán debía
participar de este árbol. Esto lo habría capacitado para recibir la vida de Dios y para
vivir con Dios. Pero Adán falló: desechó el árbol de la vida, que representaba a Dios
como vida, y se volvió al árbol del conocimiento, que representaba a Satanás como la
fuente de la muerte. Así que, la transgresión de Adán consistió en dejar el árbol de la
vida y seguir en pos del árbol del conocimiento (Gn. 2:8-9, 17; 3:1-7). El árbol de la vida
produce vida, pero el árbol del conocimiento produce muerte. Esto significa que Adán
rechazó la vida y escogió la muerte.
La obediencia de Cristo en la cruz (Fil. 2:8) constituye el segundo hecho. Este acto de
obediencia, un hecho justo realizado por Cristo, dio fin al hombre de conocimiento (Ro.
6:6). Adán condujo al hombre al conocimiento, convirtiéndolo en un hombre de
conocimiento. Y Cristo, por Su obediencia en la cruz, puso fin a este hombre, e hizo
volver al linaje humano a la vida. En 1 Pedro 2:24 dice que la muerte de Cristo restauró
al hombre volviéndolo a la vida, y Juan 3:14-15 afirma que Cristo fue levantado en la
cruz con el fin de hacer volver al hombre a la vida eterna. Por lo tanto, la obediencia de
Cristo en la cruz puso fin al hombre caído que había elegido el conocimiento, es decir, el
hombre de muerte, y lo llevó a la vida, convirtiéndolo en un hombre de vida.
C. Dos resultados
Estos dos hombres efectuaron dos hechos, y estos dos hechos produjeron dos
resultados.
El pecado entró en el mundo por medio de la transgresión de Adán (5:12). Parece que en
el libro de Romanos, del capítulo 5 al 8, el pecado se menciona de una forma
personificada. Es como una persona que puede reinar (5:21), enseñorearse de otros
(6:14), engañarlos y matarlos (7:11) y morar en ellos y dominar la voluntad de ellos (7:17,
20). El pecado está vivo y es sumamente activo (7:9). Así que, este pecado debe de
referirse a la naturaleza maligna de Satanás, el maligno mismo, quien mora, actúa y
obra en la humanidad caída. El pecado es en realidad una persona maligna. Por medio
de la transgresión de Adán, este pecado se introdujo en la humanidad.
Además, todos los hombres fueron condenados a muerte (5:18). Todos los hombres han
nacido de Adán y en él. De manera que, por el delito de Adán, todos los hombres fueron
condenados a morir en él, tal como él fue condenado.
Así que, la muerte reinó sobre todos los hombres (5:14). La muerte ha llegado a ser un
rey que rige sobre todo. “Así como el pecado reinó en la muerte” (5:21), así la muerte
reina por medio del pecado.
a. La gracia vino
La gracia vino (Jn. 1:17) mediante la obediencia de Cristo. “La gracia de Dios [abundó]
para los muchos” (Ro. 5:15). Pablo no dijo que la vida abundó. Esto es semejante al caso
de la transgresión de Adán, en la cual el pecado vino primero y la muerte vino después.
De la misma forma, por medio de la obediencia de Cristo, la gracia vino primero y la
vida vino después. La muerte es contraria a la vida, y la gracia es contraria al pecado. El
pecado vino por medio de la transgresión de Adán. En cambio, la gracia vino por medio
de la obediencia de Cristo. El pecado es la personificación de Satanás, quien vino a
envenenarnos, perjudicarnos y traernos muerte. Y la gracia es la personificación de
Dios, quien vino a traernos vida y disfrute. Por medio de la transgresión de Adán el
pecado entró en el género humano como veneno, causando la destrucción del hombre;
pero mediante el hecho justo y obediente de Cristo, Dios vino como gracia para nuestro
disfrute.
Romanos 5:19 nos dice que “por la obediencia de uno solo [Cristo], los muchos serán
constituidos justos”. No solamente somos justos, sino que fuimos constituidos justos. Si
usted pinta mi piel de verde, eso no afectará mi constitución interior. Sin embargo, si
inyecta pintura verde en mi sangre, gradualmente todo mi ser será constituido con
pintura verde. Esto no sería simplemente pintura exterior, sino una constitución
interior. Cuando el Dios viviente entra en nuestro ser como la gracia, somos constituidos
justos.
Romanos 5:21 dice: “...la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante
Jesucristo, Señor nuestro”. La gracia reina. Nosotros los creyentes tenemos otro rey
porque ahora estamos en otro reino. Anteriormente estábamos en el reino de la muerte,
y mediante la muerte el pecado era nuestro rey. Pero ahora estamos en el reino de la
vida, y tenemos por rey a la gracia. El que “la gracia reine por la justicia para vida
eterna” es un pensamiento muy profundo. ¿Por qué debe reinar la gracia por la justicia?
Porque anteriormente éramos pecadores. Si no hubiéramos sido constituidos pecadores,
habríamos sido limpios y justos, sin tener nada en nuestro ser que contradijera el
carácter de Dios. Si ése hubiera sido el caso, no habríamos necesitado la justicia. Sin
embargo, la realidad es que fuimos constituidos pecadores. ¿Cómo podría la gracia, la
cual es Dios mismo, reinar sobre personas tan impías? La gracia necesita un
instrumento o medio, con el cual reinar. Dicho instrumento, o medio, es la justicia de
Dios. Así que, la gracia reina por medio de la justicia de Dios para vida eterna. Debido a
que Cristo murió en la cruz a fin de realizar la redención en beneficio nuestro, y debido a
que la justicia de Dios nos ha sido revelada, tenemos la base para disfrutar a Dios como
gracia, y sobre esta base incluso tenemos derecho legal a disfrutarle como tal. Por lo
tanto, la gracia puede reinar mediante la justicia para vida eterna.
Dios se nos ha dado como una gracia que no merecemos. Nunca hemos trabajado para
obtenerla, ni podríamos ganárnosla por nosotros mismos, pues el precio de la gracia es
demasiado alto. Dios simplemente se nos da como gracia por medio de Su justicia. Esta
gracia viene a ser nuestra porción para nuestro disfrute, y reina en nosotros mediante la
justicia, lo cual produce la vida eterna. Esto no se refiere a la bendición eterna sino a la
vida eterna, la cual podemos disfrutar desde hoy. No nos referimos a la vida humana ni
a la vida creada, sino a la vida divina, la cual es eterna e increada.
Por la sangre de Cristo legalmente tenemos derecho a tomar a Dios como nuestra
porción, y recibimos de Él algo que no merecemos, el cual es la gracia que se nos da
como nuestro disfrute. El resultado de este disfrute es la vida eterna, la cual
transformará todo nuestro ser. Nos santificará por completo efectuando un cambio
profundo en nuestro modo de ser. Es de esta manera que llegaremos a ser personas
santificadas, transformadas, conformadas y glorificadas.
En Adán todos morimos pero en Cristo todos somos vivificados (1 Co. 15:22). La
transgresión de Adán trajo muerte a todos sus descendientes y aún lo sigue haciendo,
pero la obediencia de Cristo logra que todo hombre viva. En Adán todos mueren, pero
en Cristo todos son vivificados. La transgresión de Adán dio por resultado muerte para
todos los hombres, pero la obediencia de Cristo produjo vida para todos.
Hemos visto dos hombres, dos hechos y dos resultados. Estos dos hombres junto con
sus dos hechos y los dos resultados produjeron cuatro entidades gobernantes. Tenemos
que conocer estos hombres, hechos y resultados, y también las cuatro entidades
gobernantes a fin de entender claramente Romanos 5:12-21.
A. El pecado
1. Se introdujo por medio
del primer hombre
El pecado entró en la humanidad por medio del primer hombre (5:12). Por la
desobediencia de Adán, el maligno, en forma de pecado, entró en el mundo. El mundo
aquí se refiere a la humanidad en general, porque, en un sentido, la palabra mundo en el
Nuevo Testamento denota la humanidad. Por ejemplo, Juan 3:16 dice que Dios amó al
mundo, lo cual significa que Dios amó a la humanidad. Así que, el pecado entró en la
humanidad, en la naturaleza humana, por medio del primer hombre, Adán.
El poder del pecado es la ley (1 Co. 15:56; Ro. 7:11). Sin la ley el pecado no tiene ningún
poder. Según Romanos 7:11, el pecado nos mata por medio de la ley porque la ley le da
su poder. El pecado usa la ley como una navaja capaz de darnos muerte. En 1 Corintios
15:56 leemos: “El poder del pecado [es] la ley”. No acuda a la ley, porque si lo hace, se
encontrará con la navaja del pecado que trae muerte. Nosotros somos totalmente
incapaces de guardar la ley, y sería una necedad intentar hacerlo. Si intentamos guardar
la ley, el pecado usará la misma ley para matarnos.
El pecado reina por medio de la muerte (5:21; 6:12). El pecado, al igual que cualquier
otro rey, necesita una autoridad para reinar. La autoridad del pecado es la muerte. El
pecado tiene la autoridad de ejercer su reinado en la muerte. Romanos 5:21 y 6:12
muestran que el pecado rige como un rey.
B. La muerte
La muerte es la segunda entidad gobernante, la cual se introdujo por medio del pecado
(Ro. 5:12), porque éste abrió el camino para que la muerte entrara en la humanidad. El
aguijón de la muerte es el pecado (1 Co. 15:56). Un aguijón, al igual que el aguijón de un
escorpión, contiene veneno. De la misma manera, el pecado acarrea el elemento del
veneno. Una vez que el pecado nos envenena, experimentamos la muerte.
Por medio del delito de Adán, la muerte reina sobre todos los hombres (Ro. 5:17, 14).
Según Hebreos 2:14, Satanás tiene el imperio de la muerte. Por lo tanto, Satanás está
íntimamente relacionado con la muerte. El pecado introduce la muerte, la cual reina con
poder bajo el control de Satanás. Así que, Satanás se relaciona con la muerte, la muerte
con el pecado, y el poder de éste es la ley. De ahí que, nunca debemos permitir que nos
controle la ley, el pecado, la muerte ni Satanás.
C. La gracia
Juan 1:14 nos dice que cuando Cristo se encarnó como hombre, Él estaba lleno de
gracia. Juan 1:17 dice que la ley fue dada por Moisés, pero que la gracia vino por medio
de Jesucristo. La gracia vino con Cristo. Esto quiere decir que cuando Cristo está
presente, la gracia también está presente. Así como el pecado es la personificación de
Satanás, la gracia es la personificación de Cristo. Por lo tanto, la gracia es Cristo mismo,
la corporificación de Dios. ¿Qué es la gracia? La gracia es Dios encarnado para ser
nuestro disfrute. Dios se ha dado a Sí mismo a nosotros para nuestro disfrute. Si
comparamos 1 Corintios 15:10 con Gálatas 2:20, veremos que la gracia de Dios es Cristo.
En 1 Corintios 5:10 Pablo afirma que él laboró más abundantemente que los demás
apóstoles, aunque reconoce que no fue él mismo, sino la gracia de Dios que estaba con
él. Y en Gálatas 2:20 Pablo afirma que no vivía más él, sino que Cristo mismo era quien
vivía en él. Por lo tanto, la gracia es simplemente la persona viva de Cristo. En 2
Corintios 13:14 también se menciona que la gracia es Cristo. Así que, Cristo es la gracia
de Dios. Cuando Cristo viene a nosotros como Dios corporificado para ser nuestro
disfrute, tenemos la gracia. Esta gracia vino mediante el segundo hombre.
Esta gracia abunda, se multiplica y reina por medio de la justicia para vida eterna (Ro.
5:15, 20, 21). Hemos visto que por medio de la obra redentora de Cristo obtenemos la
justicia de Dios, y que ésta nos da la base para reclamar a Cristo como nuestra gracia.
Esta gracia constantemente se multiplica y sobreabunda, lo cual da por resultado que
reine para vida eterna. El resultado no es algo material ni temporal, sino eterno y divino,
algo que pertenece al reino de la gracia, esto es, la vida divina de Dios. Cuanto más
gracia disfrutamos, más vida tenemos. Esta vida nos santifica, transforma, conforma y
glorifica. Esta vida viene de la gracia.
D. Los creyentes
1. Recipientes de la abundancia
de la gracia y del don de la justicia
Romanos 5:17 dice que “reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la
abundancia de la gracia y del don de la justicia”. ¿Cómo podemos reinar en vida?
Reinamos en vida recibiendo la abundancia de la gracia. Debemos considerar el
significado práctico de la abundancia de la gracia. Supongamos que usted enfrenta
cierto problema. Si le es fácil resolverlo, significa que usted tiene la debida provisión de
gracia. Pero si la situación le parece insoportable, esto prueba que carece de la
abundancia de la gracia. Tal vez tenga la gracia, pero en una porción muy pequeña. En
realidad, carece de la abundancia de la gracia. En muchas ocasiones ciertos hermanos se
ofenden cuando hablamos franca y abiertamente con ellos. ¿Por qué se ofenden? Porque
no tienen suficiente gracia. Si la tuvieran, les sustentaría y capacitaría para recibir una
palabra dura. El que alguien nos dé una palabra dura es algo muy difícil de soportar. A
todos nos gusta escuchar palabras blandas, agradables y melodiosas. Los aduladores
saben cómo endulzar sus palabras. Sin embargo, si a usted únicamente le gustan las
palabras blandas, será fácilmente engañado. Es mucho mejor hablar con franqueza. En
Colosenses 4:6 Pablo nos dice que nuestro hablar siempre debe ser sazonado con sal.
Esto quiere decir que debemos ser restringidos en nuestro hablar. Las palabras más
beneficiosas son las palabras francas y no endulzadas ni aduladoras. Debemos aprender
a aceptar la palabra franca. Si usted está lleno de la gracia, es decir, si tiene la
abundancia de esta gracia, aceptará de buena gana cualquier clase de palabra.
Pablo tenía cierto problema, un aguijón en su carne, y le pidió tres veces al Señor que se
lo quitara (2 Co. 12:7-9). Parece como si el Señor le hubiera contestado: “No te quitaré el
aguijón. Tienes que soportarlo por medio de Mi gracia. Mi gracia es suficiente para ti”.
¿Qué es la gracia? La gracia es la encarnación de Cristo, es Cristo mismo como nuestro
disfrute. Cuando disfrutamos esta gracia, el resultado siempre será vida. Usted será rico
en vida. Cuanto más soportemos penalidades mediante la gracia, más seremos llenos
con la vida.
Así que, Pablo dijo que la gracia no sólo abundó para los muchos, sino que también la
gracia reinará en nosotros para vida eterna. La multiplicación de la gracia
continuamente produce la vida. Es imprescindible que la gracia sobreabunde. Romanos
5:20 dice: “Donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia”. La gracia siempre excede
al pecado. Aunque el pecado es poderoso, la gracia es más poderosa. La gracia es mucho
más fuerte que el pecado. Debemos abrirnos a la gracia y ensanchar nuestra capacidad
para recibir gracia sobre gracia. Juan 1:16 dice: “Porque de Su plenitud recibimos todos,
y gracia sobre gracia”. Cristo es la fuente de la gracia, y aun más que eso, Él es la gracia
misma. Si nos abrimos a Él y recibimos “la abundancia de Su gracia”, seremos llenos con
la vida.
Esta vida es en realidad el crecimiento en vida del que habla Romanos 6. Es también la
vida santificadora, liberadora, transformadora y conformadora. Finalmente, esta vida
será la vida glorificadora. Éste es el resultado de disfrutar a Cristo como la gracia.
Ya que la gracia reina para vida, así nosotros, quienes recibimos la abundancia de la
gracia reinaremos en vida por uno solo, Jesucristo (5:17). Desde el principio del libro de
Romanos hasta el versículo 11 del capítulo 5, la vida se menciona muy poco. Romanos
5:10 dice que seremos salvos en Su vida, y Romanos 1:17 dice que el justo tendrá vida y
vivirá por la fe. Sin embargo, cuando llegamos a la sección sobre la santificación,
encontramos una frase enfática en Romanos 5:17, la cual nos dice que “reinaremos en
vida”. Por lo tanto, podemos “andar en novedad de vida” (6:4). Reinamos en vida y
andamos en novedad de vida porque hemos recibido la abundancia de la gracia en
Cristo. Hoy en día, por medio del hombre Jesucristo, mediante la abundancia de Su
gracia, no sólo tenemos vida eterna, sino que podemos reinar en esta vida sobre todas
las cosas y en todas las situaciones, y podemos andar en novedad de vida.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE ONCE
A partir de Romanos 5:12 Pablo se ocupa del hombre mismo. Debemos avanzar dejando
atrás la condición del hombre, de la situación y circunstancias en las cuales se halla, así
como de su estado general, pues todos estos asuntos fueron solucionados
completamente en los capítulos anteriores. Tales problemas han sido resueltos, y el
hombre ha sido limpiado, perdonado, justificado y reconciliado. Ahora el asunto en
cuestión es el hombre mismo. En ninguna otra parte de la Palabra divina se pone al
descubierto al hombre tal como en el libro de Romanos, del capítulo 5 al 8. En estos
capítulos Pablo presenta un diagnóstico profundo del ser humano. En efecto, parece
usar cada instrumento espiritual disponible para diagnosticar la enfermedad del
hombre.
Lo que ahora pretendo hacer es establecer una distinción clara y definida entre todo lo
que pertenece a Adán y todo lo que pertenece a Cristo. Para hacer esto, podemos utilizar
la terminología de débito y crédito que se usa en la contabilidad. Con base en las dos
columnas de débito y crédito, podemos hacer cálculos y mantener una cuenta. No soy el
primero en usar el término cuenta para referirme a los asuntos espirituales, pues el
apóstol Pablo, quien era un buen contador celestial, ya usó este término. En varias
ocasiones en el libro de Romanos, Pablo emplea la palabra considerar, la cual también
significa “contar”, “imputar” o “tener calculado”. Primero, Dios contó la fe de Abraham
como justicia (4:3, 9, 22). Cuando Abraham reaccionó o respondió a Dios, es decir,
cuando creyó en Él, Dios, como el Contador principal de los asuntos celestiales, miró las
cifras y pareció decir: “La fe de Abraham debe ser contada por justicia. Yo acredito a
Abraham con justicia”. Así que, Dios sumó justicia en la columna de crédito en la cuenta
de Abraham. Además, Pablo dijo que el pecado no se carga a la cuenta de uno donde no
hay ley (5:13). Decir que el pecado no es contado equivale a decir que no es
contabilizado. Sin la ley, el pecado existía, pero no estaba asentado en el libro de
contabilidad de Dios. Cuando llegamos a Romanos 6, debemos usar las matemáticas
espirituales y usar la contabilidad (v. 11). Ya que fuimos crucificados juntamente con
Cristo y resucitados juntamente con Él, debemos registrar este hecho en nuestro libro de
contabilidad, es decir, debemos contarnos o considerarnos a nosotros mismos muertos
al pecado y vivos para Dios.
Procedamos a definir las dos columnas, una columna de débito y otra de crédito o haber,
una para Adán y la otra para Cristo. El primer asiento que aparece en la columna de
débito en el registro contable es Adán mismo, quien constituye un gran débito para
todos nosotros. El asiento que viene inmediatamente después de Adán, es la
transgresión, o cualquier otro sinónimo de ésta, como delito o desobediencia. Según
Romanos 5, los términos transgresión, delito y desobediencia, se refieren exactamente a
lo mismo; son usados intercambiablemente para designar la caída de Adán. Esta caída
causó un tremendo débito, el cual, al traducirse en cifras contables, es una gran suma
que llega a los billones. El tercer asiento de la columna de débito es el pecado, el cual
entró por medio de la transgresión de Adán. Conforme a Romanos 5, el juicio ejecutado
sobre los hombres, el cuarto asiento de la columna de débito, aparece después del
pecado. Nuestro Dios es muy sobrio. No solamente es justo sino también sobrio: Él
siempre está alerta y nunca duerme. Inmediatamente después de que Adán cometió la
transgresión, Dios intervino y ejerció Su juicio. Así que, el juicio siempre viene después
del pecado. No pensemos que debemos esperar hasta el día de nuestra muerte para ser
juzgados, porque todos fuimos juzgados en Adán desde hace seis mil años. Fuimos
juzgados aun antes de haber nacido. De manera que el juicio es el cuarto elemento de la
columna de débito. El quinto elemento es la condenación. Dios condena después de
juzgar. Por lo tanto, Adán, juntamente con todos aquellos que están incluidos en él, se
halla bajo la condenación. Ya que todos procedemos de Adán, todos estábamos incluidos
cuando él fue condenado.
¿Cuál es el total que resulta de la columna de débito? El total resultante es la muerte. Así
que, podemos anotar la muerte como el sexto asiento de dicha columna, aunque en
realidad ésta es la suma total de los cinco primeros asientos. La suma que resulta de
Adán, más la transgresión, el pecado, el juicio y la condenación, dan como resultado la
muerte; éste es el resultado final de la columna universal de débito que aparece en el
libro de contabilidad del género humano.
Hemos visto que el juicio es el cuarto asiento de la columna de débito. ¿Cuál asiento de
la columna de crédito corresponde a éste? Es el don de la justicia (5:17). Tal vez usted
nunca antes haya entendido este asunto. ¿Cuál es el significado de la palabra don en el
capítulo 5 de Romanos? Algunos dirán que significa hablar en lenguas, y otros afirmarán
que se relaciona con los dones milagrosos. Sin embargo, al leer Romanos 5, vemos que
el don aquí mencionado se refiere a la justicia de Dios. Romanos 5:17 habla de la
abundancia de la gracia y del don de la justicia. La gracia de Dios ha sido revelada,
viniendo a nosotros y dándonos un don gratuito: la justicia de Dios. Si usted lee
Romanos 5 una y otra vez, se dará cuenta de que esto es así, que el don mencionado en
Romanos 5 es la misma justicia dada a nosotros por la gracia de Dios. Ya vimos que la
gracia es Dios mismo como nuestro disfrute. Como resultado de este disfrute, la gracia,
que es la justicia misma de Dios, nos es concedida como un don. Como resultado directo
del pecado vino el juicio, y como resultado de la gracia, obtenemos la justicia. De
manera que, la justicia es contraria al juicio. En tanto tengamos la justicia de Dios, no
estaremos bajo Su juicio. La justicia elimina el juicio. Si yo tengo la justicia de Dios,
¿quién puede juzgarme? Al tener Su justicia soy tan justo como Dios. En tanto tengamos
el don de Su justicia, nadie podrá juzgarnos.
Tomando todo esto como base, podemos ahora pasar a Romanos 6. Si no tuviéramos
Romanos 5 como nuestra base, nunca podríamos entender claramente Romanos 6. Ya
no se trata de dos situaciones o condiciones distintas, sino de dos personas, o dos
hombres. El primer hombre es Adán con todos los débitos en su contra, y el segundo es
Cristo con todo el crédito a Su favor. ¿A cuál de estas personas pertenece usted?
Ya que todos nacimos en Adán, ¿cómo podemos decir que ahora estamos en Cristo?
A. Bautizados en Cristo
En Romanos 6:3 Pablo dice: “¿O ignoráis que todos los que hemos sido bautizados en
Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Su muerte?” Aunque nacimos en la primera
persona, Adán, fuimos bautizados en la segunda, Cristo. ¡Cuán lamentable es que los
creyentes argumenten acerca de la formalidad externa del bautismo! Algunos disputan
acerca de la clase de agua que deben usar, y otros discuten acerca del método más
correcto de bautizar a la gente. Ser bautizados significa ser introducidos en Cristo y en
Su muerte. No importa si somos buenos o malos, nacimos en Adán. Pero ahora vemos
otro hombre, Cristo. ¿Cómo podemos entrar en Él y ser parte de Él? Lo hacemos al ser
bautizados en Él. El significado del bautismo es poner al hombre en Cristo. Esto no es
simplemente un rito o un formalismo, sino una experiencia llena de significado. En el
acto del bautismo debe efectuarse un verdadero traslado espiritual, y si no tenemos una
profunda comprensión de esto, no debemos participar en el bautismo. Nunca debemos
bautizar a nadie de manera puramente ritualista. Debemos tener la certeza y el
entendimiento de que al bautizar a alguien lo ponemos dentro de Cristo. Una vez que
entendemos el significado del bautismo, no volveremos a permitir que éste se convierta
en un simple formalismo. El bautismo es un acto por medio del cual introducimos a los
miembros de Adán en la muerte, trasladándolos así de Adán a Cristo. Al ser bautizadas,
las personas son puestas en Cristo. En Romanos 6:3 la preposición griega, en la frase
bautizados en es eis y da a entender que uno es puesto en Cristo. ¡Cuántos han errado el
blanco en este asunto del bautismo por causa de sus argumentos facciosos acerca de las
formas y los métodos! Siempre que bauticemos a alguien, solamente debe interesarnos
introducirlo en la Persona de Cristo. Es terrible perpetuar un ritual, pero es maravilloso
bautizar a las personas introduciéndolas en Cristo.
¡Alabado sea el Señor porque fuimos bautizados en Cristo! Aunque nacimos en Adán,
mediante el bautismo fuimos identificados con Cristo en Su muerte y resurrección.
Mediante Su muerte y resurrección Cristo fue transfigurado, pasando de la carne al
Espíritu. Aun Cristo mismo necesitó la muerte y la resurrección para ser transformado y
pasar de la carne al Espíritu. De igual manera, mediante la identificación con Cristo en
Su muerte y resurrección, fuimos trasladados de Adán a Cristo. Cuando fuimos
bautizados en Cristo, fuimos trasladados: antes formamos parte de Adán, ahora
formamos parte de Cristo. Ahora no estamos más en Adán. Estamos completamente en
Cristo. Éste es el hecho de la identificación. Ahora debemos ver y entender claramente
dos asuntos adicionales relacionados con esto.
B. Bautizados en Su muerte:
creceremos juntamente con Él
en la semejanza de Su muerte
Nuestro conocimiento se basa en lo que vemos, y lo que vemos emana de la visión que
hemos recibido. Necesitamos una visión para ver que fuimos crucificados con Cristo en
Romanos 6:6-7, y que hemos resucitado juntamente con Él en Romanos 6:8-10. Si
hemos visto estos dos aspectos de la realidad de nuestra identificación con Cristo,
sabremos que estamos muertos al pecado y que vivimos para Dios.
Éste no es un asunto que dependa de nuestra fe, sino de nuestra visión. Cuando
recibimos la visión de este glorioso hecho, lo único que podemos hacer es creer en ella y
entender que morimos juntamente con Cristo y que también resucitamos junto con Él.
Mediante esta visión recibimos plena seguridad de que estamos muertos al pecado y que
ahora vivimos para Dios.
Debo subrayar una vez más que necesitamos recibir una visión para poder ver el
glorioso hecho revelado en Romanos 6. Muchos creyentes sólo tienen el conocimiento
doctrinal de este capítulo, pero nunca han recibido la visión de la verdad que en él se
revela. Entender algo de manera doctrinal es completamente diferente a recibir la visión
acerca de ello. El problema relacionado con Romanos 6 es muy común entre los
creyentes. Muchos creen entender la doctrina presentada en Romanos 6, pero jamás
han visto el hecho que contiene este capítulo. Otros hacen hincapié en la necesidad de
creer, pero si uno no ve el hecho, será difícil creer mediante el entendimiento doctrinal.
Una vez que usted reciba la visión con respecto al hecho, creerá en ello
espontáneamente. Por lo tanto, lo que Pablo quiso decir por “sabiendo esto”, es en
realidad la necesidad de ver el hecho mediante una visión espiritual. Así que, todos
debemos orar pidiendo que el Señor nos libre de estar satisfechos con el entendimiento
doctrinal de Romanos 6 y nos conceda una clara visión en nuestro espíritu para que
veamos el hecho glorioso revelado en este capítulo. Entonces conoceremos la realidad
del mismo.
B. Considerar al creer
Basados en lo que vemos del hecho revelado en Romanos 6, debemos hacer nuestro
balance de contabilidad espiritual. Debemos considerarnos a nosotros mismos muertos
al pecado pero vivos para Dios (6:11). Por un lado, debemos considerarnos muertos al
pecado; por otro, debemos considerarnos vivos para Dios, lo cual se basa en lo que
hemos visto. Ya que he visto que morí juntamente con Cristo y que crezco juntamente
con Él en Su resurrección, automática y continuamente me considero muerto al pecado
y vivo para Dios. Éste es un asunto que requiere llevar una contabilidad de nuestra
parte. Tenemos un gran crédito a nuestro favor en nuestra cuenta, el cual se basa en que
estamos muertos al pecado y vivos para Dios.
Al considerarnos muertos al pecado pero vivos para Dios, debemos presentar nuestros
miembros a Dios como “armas de justicia” (6:13). La mayoría de las versiones no
traducen esta porción de la Palabra de esta forma, o sea, en vez de armas usan la
palabra instrumentos. Sin embargo, la misma palabra griega se usa también en 2
Corintios 6:7 en la expresión que se traduce “armas de justicia”. Pablo dice que él tiene
las armas de justicia. Así que, en Romanos 6 también se habla de armas de justicia y no
de instrumentos de justicia, debido a la guerra que existe entre la justicia y la injusticia.
Romanos 7:23 comprueba que dentro del hombre se libra una feroz batalla. Además,
Romanos 13:12 nos dice “vistámonos con las armas de la luz”. Esto también demuestra
que hay una batalla que se está llevando a cabo. En dicha batalla no necesitamos
instrumentos, sino armas. Cada miembro de nuestro cuerpo constituye un arma.
Debemos estar siempre alerta para la batalla, pues estamos constantemente en guerra.
Una vez que entendemos que estamos muertos al pecado y vivos para Dios,
considerándolo hecho, debemos presentar nuestros miembros como armas de justicia
para pelear la buena batalla.
Debemos rechazar el pecado porque todavía mora en nuestro cuerpo caído (6:12). No
cooperemos más con el pecado. Debemos rechazarlo y cooperar con Dios. No debemos
ser tan espirituales que lleguemos a la pasividad total. La pasividad es terrible. Si somos
pasivos, podemos fácilmente engañarnos. No debemos ser ni pasivos ni activos, ya que
ni lo uno ni lo otro es de valor alguno. ¿Qué debemos hacer entonces? Debemos ver el
hecho consumado, considerarnos muertos al pecado y vivos para Dios, rechazar el
pecado y cooperar con nuestro Dios. No debemos hacer nada por nuestra propia cuenta.
Usted no debe tratar de amar a su esposa o someterse a su esposo por sus propias
fuerzas, ni debe esforzarse por ser amable o caballeroso por sí mismo. Lo que debe hacer
es rechazar el pecado. Cuando el pecado venga a usted con una proposición, debe
decirle: “Pecado, apártate de mí, no tengo nada que ver contigo”. No permita que el
pecado continúe enseñoreándose de usted (6:14). Esto quiere decir que debe rechazar el
pecado y volverse a Dios diciendo: “Señor, soy Tu esclavo, quiero cooperar contigo. Si
amo o no a mi esposa, depende de Ti. En el asunto de amar, yo quiero cooperar contigo.
Deseo ser Tu esclavo. Seguiré todo lo que Tú hagas y cooperaré contigo”. No sea ni
pasivo ni activo. Simplemente rechace el pecado y coopere con Dios. Si hace esto, no
sólo será justo, sino también santificado. Experimentará un gran cambio subjetivo que
afectará su manera de ser.
Lo que el apóstol Pablo quiere decir en Romanos 6 es que, por un lado, participamos del
hecho de haber sido crucificados y de haber resucitado con Cristo, y por otro, del hecho
de que tenemos la vida divina. El hecho de haber sido crucificados y de haber resucitado
con Él, nos trasladó de Adán a Cristo. La vida divina nos capacita para llevar una vida
santificada. Es imprescindible ver que hemos sido trasladados. Basándonos en esta
visión, por fe nos consideramos trasladados. Luego debemos cooperar con la vida
divina, rechazando el pecado y presentando nuestro ser y nuestros miembros a Dios.
Tenemos la base para rechazar el pecado porque ahora “no estamos bajo la ley sino bajo
la gracia” (6:14). El pecado no tiene ninguna base ni derecho de exigir algo de nosotros;
por el contrario, al mantenernos bajo la gracia, tenemos todo el derecho para rechazar al
pecado y su poder. A la vez, al estar firmes del lado de Cristo, presentamos nuestro ser y
nuestros miembros como esclavos a Dios, con el fin de que la vida divina pueda obrar en
nuestro ser santificándonos, no sólo en cuanto a nuestra posición ante Dios, sino
también en cuanto a nuestra manera de ser, lo cual se logra por medio de la santa
naturaleza de Dios.
En resumen, podemos decir que todos los creyentes fuimos bautizados en Cristo. Al ser
bautizados en Él, fuimos identificados con Él en Su muerte y resurrección. Hemos
crecido juntamente con Él en Su muerte y estamos ahora creciendo juntamente con Él
en Su vida de resurrección. Vemos que estamos muertos al pecado y vivos para Dios, y lo
consideramos así en nuestro libro de contabilidad celestial. Basados en este hecho
contable, nos presentamos como esclavos a Dios y presentamos nuestros miembros
como armas de justicia. Esto proporciona la oportunidad para que la vida divina dentro
de nosotros haga su obra santificadora. Entonces aprendemos a rechazar el pecado y a
cooperar con Dios. El resultado de todo esto es la santificación, la cual produce la vida
eterna. ¡Alabado sea nuestro Señor!
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE DOCE
LA ESCLAVITUD DE LA LEY
EN NUESTRA CARNE
(1)
En Romanos 5:12-21 vimos que el don que se tiene en Cristo sobrepasa la herencia que
se da en Adán. Romanos 6 revela nuestra identificación con Cristo. Pero para tener una
experiencia genuina de este hecho, debemos prestar atención a dos elementos negativos
que se hallan en el capítulo 7 de Romanos: la ley y la carne. Romanos 7 pone de
manifiesto la esclavitud del pecado en nuestra carne. Fuimos identificados con Cristo
por medio del bautismo, hemos crecido juntamente con Él en la semejanza de Su
muerte, y ahora crecemos juntamente con Él en la semejanza de Su resurrección, pero
con todo y eso la ley y la carne aún existen. Podemos presentarnos a Dios como esclavos
y presentar nuestros miembros como armas de justicia a fin de ser santificados y
disfrutar de las riquezas de la vida divina, pero aún existe la ley de Dios, la cual está
fuera de nosotros, y la carne, que es parte de nuestro ser.
¿Cuál es la razón por la cual Pablo, en el capítulo 7, habla tan detalladamente acerca de
la ley y de la carne? Porque Romanos 6:14 dice: “No estáis bajo la ley, sino bajo la
gracia”. En Romanos 5 y 6 Pablo explica claramente que ya no estamos bajo la ley, sino
bajo la gracia. Sin embargo, no explica cómo es posible esto. Ya que en 6:14 Pablo dijo:
“No estáis bajo la ley”, él tenía que escribir otro capítulo para explicar la razón por la
cual no estamos bajo la ley. Si no existiera Romanos 7, jamás podríamos entender
claramente este asunto. Aunque la ley todavía existe, ya no estamos bajo ella; en efecto,
ya no tenemos nada que ver con ella. ¿Acaso Dios revocó la ley? ¿La anuló o abolió?
Categóricamente la respuesta es: “No”. ¿Cómo entonces podemos decir que ya no
estamos bajo la ley? ¿Cómo podemos quedar libres de la ley? ¿Cómo podemos librarnos
de la ley? La respuesta a todas estas preguntas se encuentra en Romanos 7,
específicamente en los primeros seis versículos. Esta porción de la Palabra nos explica
plenamente la razón por la cual ya no estamos bajo la ley. Si entendemos Romanos 7:1-
6, sabremos cómo hemos sido librados de la ley.
Si queremos entender la manera en que hemos sido librados de la ley, debemos conocer
los dos maridos que se presentan en Romanos 7. En el capítulo 5 tenemos dos hombres,
dos hechos y dos resultados, además de las cuatro entidades gobernantes. En Romanos
7:1-6 hallamos dos maridos, y en 7:7-25 tenemos tres leyes. ¿Quiénes son estos dos
maridos presentados en Romanos 7?
Como joven cristiano yo tenía muchos deseos de conocer la Biblia. Era especialmente
difícil descubrir quién era el primer marido en Romanos 7. Procuré reunir las mejores
exposiciones bíblicas al respecto, pero aun así no pude determinar quién era el primer
marido en Romanos 7. ¿Acaso este marido era la ley? ¿O era la carne? Pregunté a todos
los que conocían bien las Escrituras, pero ninguno de ellos entendía con claridad este
asunto. Algunos me dijeron que el primer marido era la ley, mientras que otros
aseguraban que era la carne. Leí Romanos 7 una y otra vez, haciendo todo lo posible por
entenderlo. Continué estudiando este asunto por años. Hace veintidós años dirigí un
estudio minucioso del libro de Romanos, pero incluso en esa época no estaba
absolutamente seguro de quién era el primer marido. Pero ahora, después de muchos
años de estudio y experiencia, entiendo claramente este asunto.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE DOCE
LA ESCLAVITUD DE LA LEY
EN NUESTRA CARNE
(1)
En Romanos 5:12-21 vimos que el don que se tiene en Cristo sobrepasa la herencia que
se da en Adán. Romanos 6 revela nuestra identificación con Cristo. Pero para tener una
experiencia genuina de este hecho, debemos prestar atención a dos elementos negativos
que se hallan en el capítulo 7 de Romanos: la ley y la carne. Romanos 7 pone de
manifiesto la esclavitud del pecado en nuestra carne. Fuimos identificados con Cristo
por medio del bautismo, hemos crecido juntamente con Él en la semejanza de Su
muerte, y ahora crecemos juntamente con Él en la semejanza de Su resurrección, pero
con todo y eso la ley y la carne aún existen. Podemos presentarnos a Dios como esclavos
y presentar nuestros miembros como armas de justicia a fin de ser santificados y
disfrutar de las riquezas de la vida divina, pero aún existe la ley de Dios, la cual está
fuera de nosotros, y la carne, que es parte de nuestro ser.
¿Cuál es la razón por la cual Pablo, en el capítulo 7, habla tan detalladamente acerca de
la ley y de la carne? Porque Romanos 6:14 dice: “No estáis bajo la ley, sino bajo la
gracia”. En Romanos 5 y 6 Pablo explica claramente que ya no estamos bajo la ley, sino
bajo la gracia. Sin embargo, no explica cómo es posible esto. Ya que en 6:14 Pablo dijo:
“No estáis bajo la ley”, él tenía que escribir otro capítulo para explicar la razón por la
cual no estamos bajo la ley. Si no existiera Romanos 7, jamás podríamos entender
claramente este asunto. Aunque la ley todavía existe, ya no estamos bajo ella; en efecto,
ya no tenemos nada que ver con ella. ¿Acaso Dios revocó la ley? ¿La anuló o abolió?
Categóricamente la respuesta es: “No”. ¿Cómo entonces podemos decir que ya no
estamos bajo la ley? ¿Cómo podemos quedar libres de la ley? ¿Cómo podemos librarnos
de la ley? La respuesta a todas estas preguntas se encuentra en Romanos 7,
específicamente en los primeros seis versículos. Esta porción de la Palabra nos explica
plenamente la razón por la cual ya no estamos bajo la ley. Si entendemos Romanos 7:1-
6, sabremos cómo hemos sido librados de la ley.
Si queremos entender la manera en que hemos sido librados de la ley, debemos conocer
los dos maridos que se presentan en Romanos 7. En el capítulo 5 tenemos dos hombres,
dos hechos y dos resultados, además de las cuatro entidades gobernantes. En Romanos
7:1-6 hallamos dos maridos, y en 7:7-25 tenemos tres leyes. ¿Quiénes son estos dos
maridos presentados en Romanos 7?
Como joven cristiano yo tenía muchos deseos de conocer la Biblia. Era especialmente
difícil descubrir quién era el primer marido en Romanos 7. Procuré reunir las mejores
exposiciones bíblicas al respecto, pero aun así no pude determinar quién era el primer
marido en Romanos 7. ¿Acaso este marido era la ley? ¿O era la carne? Pregunté a todos
los que conocían bien las Escrituras, pero ninguno de ellos entendía con claridad este
asunto. Algunos me dijeron que el primer marido era la ley, mientras que otros
aseguraban que era la carne. Leí Romanos 7 una y otra vez, haciendo todo lo posible por
entenderlo. Continué estudiando este asunto por años. Hace veintidós años dirigí un
estudio minucioso del libro de Romanos, pero incluso en esa época no estaba
absolutamente seguro de quién era el primer marido. Pero ahora, después de muchos
años de estudio y experiencia, entiendo claramente este asunto.
Muchos creyentes han tenido dificultad para entender el significado del primer marido
mencionado en Romanos 7, porque la mayoría de ellos pasa por alto el hecho de que
nosotros los creyentes, después de ser salvos, tenemos dos posiciones o estados, el viejo
y el nuevo. Debido a la caída, nos hemos deslizado a un estado viejo, pero gracias a la
regeneración, hemos adquirido un estado nuevo. Por la caída somos el viejo hombre,
pero mediante la regeneración somos el nuevo hombre. Como el viejo hombre, éramos
el esposo, pero como el nuevo hombre somos la esposa. Así que, tenemos dos estados o
posiciones.
Estudiemos esto más a fondo analizando la relación que existe entre Romanos 7:1-6,
Romanos 6:6 y Gálatas 2:19-20. Romanos 7:1 dice: “La ley se enseñorea del hombre
mientras éste vive”. Este versículo no presenta ninguna dificultad. En 7:2 se nos dice
que “la mujer casada está ligada por la ley al marido mientras éste vive; pero si el marido
muere, ella queda libre de la ley referente al marido”. Debemos notar que no dice que
“ella vive” sino que “éste vive”. Si el marido muere, la esposa queda libre de la ley del
marido. Romanos 7:3 nos dice que si mientras el marido vive, la mujer se une a otro
hombre, ella cometerá adulterio. Pero si el marido muere, ella queda libre de la ley de
éste, y bien puede casarse con otro.
Ahora vayamos a Gálatas 2:19. Este versículo dice: “Porque yo por la ley he muerto a la
ley, a fin de vivir para Dios”. ¿Estamos entonces muertos o vivos? ¿Somos dos personas
o una? Con este versículo podemos ver que ahora vivimos en dos estados distintos:
existe un viejo “yo” y un nuevo “yo”. El viejo yo está muerto para que el nuevo pueda
vivir. Ésta no es mi propia interpretación, sino una cita directa de Gálatas 2:19, donde
dice que yo he muerto para poder vivir. Si no muero, nunca podré vivir, o en otras
palabras, muero para vivir. ¿A qué he muerto? Según Gálatas 2:19, he muerto a la ley.
Gálatas 2:20 declara: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”, lo cual indudablemente
corresponde a Romanos 6:6 y 7:4. Estos tres versículos tienen una estrecha relación
entre sí. Gálatas 2:20 dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo”.
¿Cómo podemos estar crucificados y continuar viviendo? ¿Estamos muertos o vivos?
Las dos proposiciones son ciertas. En calidad de viejo hombre, estoy muerto; en calidad
de nuevo hombre, estoy vivo. Aunque yo vivo, ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí. Me
gustan estas tres frases y la vida que ahora vivo, ya no vivo yo, y mas vive Cristo. Si las
analizamos, entenderemos claramente nuestro estado o posición dual. Con Cristo estoy
juntamente crucificado, y la vida que ahora vivo, ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.
Esto es maravilloso. Ésta es la enseñanza que más se destaca en la Biblia. Luego, Gálatas
2:20 dice: “Y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios”. Este
versículo revela que el creyente vive en dos estados o posiciones, el del viejo hombre y el
del nuevo hombre regenerado.
Nos fue difícil reconocer el viejo marido en Romanos 7:4 porque no prestamos la debida
atención al estado dual del creyente. Como el viejo hombre, éramos el marido, pero
como el nuevo hombre, somos la esposa.
Ahora regresemos a Romanos 7:4, donde dice: “Así también a vosotros hermanos míos,
se os ha hecho morir a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis unidos a otro,
a aquel que fue levantado de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios”. En este
versículo Pablo yuxtapone un funeral y una boda. Por un lado, fuimos sepultados, por
otro, nos casamos. Hemos muerto para poder casarnos con otro. En Romanos 7:4
morimos para volver a casarnos, en Gálatas 2:19 morimos para vivir. Si no tuviéramos
una posición o estado dual, ¿cómo podría ser esto posible? Morimos con respecto a
nuestro estado viejo, para poder casarnos con otro, con Aquel que fue levantado de los
muertos, conforme a nuestro estado nuevo, a fin de llevar fruto para Dios.
Ahora podemos entender claramente quién es el viejo marido: nuestro viejo hombre. Y
la esposa es nuestro nuevo hombre regenerado. Como viejo hombre, estamos muertos,
pero como nuevo hombre, estamos vivos. Como viejo marido, morimos, pero ahora,
como la esposa, vivimos. Veremos más adelante que la esposa hace dos cosas: lleva fruto
para Dios, y sirve en novedad del espíritu.
Los creyentes, sean hombres o mujeres, son seres regenerados y, como tales, forman
parte de la esposa. Ya que Cristo es nuestro marido, debemos depender de Él y tomarlo
como nuestra Cabeza (Ef. 5:23). Si hacemos esto, llevaremos fruto para Dios en
resurrección (Ro. 7:4) y le serviremos en novedad del espíritu (7:6). No andaremos más
en la carne, sino en la novedad del espíritu.
En toda ceremonia nupcial la cabeza de la novia está siempre cubierta. Así que, en una
boda hay dos personas, pero una sola cabeza. La cabeza de la esposa es cubierta por el
esposo, quien es la cabeza. ¿Cuál es el papel que desempeña la esposa? Ella ha perdido
su independencia y ha sido reducida a nada. ¿Le agrada escuchar esto? A mí, sí. Me
gusta escucharlo no porque yo sea un esposo, sino porque soy parte de la esposa de
Cristo. He sido totalmente anulado y yo no soy nadie. Cristo es mi marido y mi cabeza.
Yo no tengo cabeza propia, pues mi cabeza está ahora cubierta por Él.
Cristo no solamente es mi cabeza, sino también mi persona. Las esposas deben tomar a
su esposo como su persona misma, y no sólo como su cabeza. Debemos aun tomar a
Cristo como nuestra vida. Cristo es nuestro esposo, nuestra cabeza, nuestra persona y
nuestra vida. Hemos sido anulados y reducidos a nada. Ahora es Cristo quien vive en
nosotros y a través de nosotros. Yo fui llamado a salir de todo lo demás, y a entrar en Él.
Ahora creo y confío plenamente en Él, porque Él es todo para mí: es mi esposo, mi
cabeza, mi persona y mi vida. Por lo tanto, me encuentro totalmente bajo la gracia; no
estoy más de ninguna manera bajo la ley. La ley no tiene nada que ver conmigo y yo no
tengo nada que ver con ella. “Porque yo por la ley he muerto a la ley” (Gá. 2:19). Ahora
en la gracia vivo para Dios.
¿Todavía se encuentra usted agobiado con todas esas viejas enseñanzas que lo ataban a
tantas prácticas? Siempre que usted trate de hacer algo por sí mismo, significa que
usted, como el viejo hombre, de nuevo ha acudido a Agar, la ley. Lo único que podrá
producir será un Ismael. No se una a Agar; divórciese de ella. Aléjela de usted y dígale
que no tiene nada que ver con ella. Entonces, como nuevo hombre, acérquese a Sara, la
gracia de Dios, y en unión con ella producirá a Isaac, es decir, a Cristo. Entonces
experimentará a Cristo y lo disfrutará. Esto no es sólo una verdad doctrinal, sino una
maravillosa realidad que concuerda con nuestra experiencia.
Como esposa que somos, llevamos fruto para Dios. ¿Qué significa esto y por qué Pablo lo
menciona en Romanos 7:4? Cuando estábamos en la carne, es decir, cuando éramos el
viejo marido, todo lo relacionado con nosotros era muerte. Lo único que podíamos
producir era muerte. Todo lo que provenía de nosotros era fruto de la muerte, lo cual
sólo producía muerte. Pero ahora, como personas regeneradas, esto es, como la esposa,
llevamos fruto para Dios. Esto quiere decir que todo lo que hacemos ahora está
relacionado con Dios. Anteriormente, todo lo que éramos y todo lo que hacíamos era
solamente muerte. Por lo tanto, en estos versículos podemos ver un marcado contraste
entre la muerte y Dios, entre llevar fruto para muerte y llevar fruto para Dios. Esto
comprueba que cuando éramos el viejo hombre y el viejo marido, sujetos a la ley, todo lo
que éramos y hacíamos era muerte. El único resultado era que llevábamos fruto para
muerte. Pero ahora, como nuevo hombre y como esposa que está casada con el nuevo
marido, todo lo que somos y hacemos tiene que ver con Dios. Ahora llevamos fruto para
Dios. ¿Qué significan las palabras llevar fruto para Dios? Significan que nosotros
producimos a Dios como nuestro fruto. Así que, ahora todo lo que somos y hacemos
debe ser el Dios viviente. Debemos producir a Dios como el excedente o el rebosamiento
de Él mismo. De esta forma, tendremos al Dios viviente como nuestro fruto y llevaremos
fruto para Él.
Como esposa que somos nosotros debemos también servir a Dios en novedad de espíritu
y no en la vejez de la letra. La palabra espíritu en este versículo denota nuestro espíritu
humano regenerado en el cual mora el Señor, quien es el Espíritu (2 Ti. 4:22). Podemos
servir en novedad de espíritu porque Dios ha renovado nuestro espíritu. Nuestro
espíritu humano regenerado y renovado es una fuente de novedad para todo nuestro ser.
Con nuestro espíritu regenerado todo es nuevo, y todo lo que brota de él está en
novedad. En él no existe la vejez; la vejez pertenece a la vieja ley, a las viejas reglas y
ordenanzas, a la vieja letra. Por consiguiente, no servimos al Señor en la vejez de la letra,
sino en la novedad de nuestro espíritu regenerado.
Todos debemos aprender a ejercitar nuestro espíritu. Cuando usted asista a las
reuniones de la iglesia no debe ejercitar su mente, sino su espíritu. Si ejercita su espíritu,
siempre tendrá algo nuevo que ofrecer a los hermanos. Lo mismo sucede cuando uno
comparte un mensaje. Si únicamente retengo una gran cantidad de información en mi
memoria y trato de dar un mensaje conforme a este material memorizado, dicho
mensaje será viejo, incluso estará lleno de la vejez del conocimiento muerto. Sin
embargo, si mientras doy el mensaje me olvido de la memoria y ejercito mi espíritu, algo
nuevo y viviente brotará. Tuve esta clase de experiencia durante las conferencias que
celebramos en Erie en 1969. En una de las reuniones me puse de pie para hablar, sin
estar seguro del contenido del mensaje que iba a dar. Pero cuando me puse de pie y
ejercité mi espíritu, inmediatamente vino a mí el tema de los siete Espíritus del libro de
Apocalipsis. Todo el que escuchó ese mensaje puede testificar que lo que hablé era
fresco, nuevo, poderoso y viviente. Ésa fue la primera vez que brotó la palabra con
respecto al Espíritu siete veces intensificado. Después de eso regresé a Los Angeles para
celebrar la conferencia de verano de 1969, donde hablé acerca de ese mismo tema. Ese
verano fue crucial para el recobro del Señor en este país y marcó un gran cambio.
Como las personas regeneradas que somos, nos hemos casado con Cristo, el nuevo
esposo; por ende, debemos llevar fruto para Dios. Todo lo que hagamos, seamos y
tengamos, debe ser Dios mismo. Dios rebosa de nuestro ser para llegar a ser ese fruto
que llevemos para Él. Además, debemos servir a Dios en la novedad del espíritu, y no en
la vejez de la letra, la vejez de la ley. Ya no tenemos nada que ver con la ley, pues fuimos
librados de ella. Ahora estamos bajo la gracia, viviendo con nuestro nuevo esposo,
Cristo, y por Él mismo.
ESTUDIO VIDA DE ROMANOS
MENSAJE TRECE
LA ESCLAVITUD DE LA LEY
EN NUESTRA CARNE
(2)
En el mensaje anterior vimos los dos maridos revelados en Romanos 7:1-6. En este
mensaje examinaremos las tres leyes presentadas en Romanos 7:7-25. Quisiera leer cada
versículo y, cuando sea necesario, hacer comentarios adicionales.
“¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? ¡De ninguna manera! Pero yo no conocí el
pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No
codiciarás” (v. 7). Este versículo explica claramente que la ley nos trae el conocimiento
del pecado, porque la misma pone al descubierto el pecado y lo identifica como tal.
“Y hallé que el mismo mandamiento que era para vida, a mí me resultó para muerte” (v.
10). Aunque se suponía que la ley era para vida, finalmente, por lo que a nosotros se
refiere, resultó para muerte.
“¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? De ninguna manera; sino que el
pecado lo fue para mostrarse pecado produciendo en mí la muerte por medio de lo que
es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera
pecaminoso” (v. 13). Este versículo ofrece evidencia adicional de que la ley no nos
beneficia para nada. Por el contrario, la ley causa que el pecado se vuelva
extremadamente pecaminoso. ¿Todavía se siente usted atraído por la ley? Lo que
debemos hacer es mantenernos alejados de ella.
“Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy de carne, vendido al pecado” (v.
14). La expresión vendido al pecado significa que el pecado es el comprador, el amo que
nos ha comprado, y que nosotros hemos sido vendidos a él.
“Porque lo que hago, no lo admito; pues no practico lo que quiero, sino lo que aborrezco,
eso hago” (v. 15). La expresión no lo admito en este pasaje no significa que no tenemos
conocimiento de lo que hacemos, pues ¿cómo podríamos decir que no sabemos lo que
hacemos? Ciertamente lo sabemos. Este versículo quiere decir que Pablo no admitía lo
que hacía. En otras palabras, aunque podemos actuar incorrectamente, no admitimos ni
aprobamos lo que hacemos.
“Y si lo que no quiero, esto hago, estoy de acuerdo con que la ley es buena. De manera
que ya no soy yo quien obra aquello, sino el pecado que mora en mí” (vs. 16-17). Pablo
afirma que ya no es él quien hace lo que no desea hacer, sino que es el pecado mismo
que mora en él quien obra aquello. La palabra mora no es la misma palabra griega que
comúnmente se traduce “permanece”, sino otra palabra griega que significa “hace
hogar”, pues la raíz del verbo significa “hogar o casa”. Por lo tanto, este versículo no
quiere decir que el pecado simplemente permanece en nosotros por algún tiempo, sino
que hace su hogar en nosotros. De manera que ya no somos nosotros los que hacemos el
mal que no deseamos hacer, sino que el pecado que hace su hogar en nosotros es el que
actúa de esta manera.
“Pues yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien
está en mí, pero no el hacerlo” (v. 18). Pablo no dice que no hay nada bueno en él; lo que
dice es que no hay nada bueno en su carne. Debemos poner mucha atención al
calificativo usado por Pablo, a saber: “en mi carne”. Nunca diga que no hay nada bueno
en usted, pues ciertamente el bien está en usted. No obstante, en su carne, es decir, en
su cuerpo caído, no mora el bien. En nuestro cuerpo caído, al cual la Biblia llama
“carne”, mora el pecado con todas sus concupiscencias. Así que, en nuestra carne no se
halla nada bueno.
“Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso practico” (v. 19). Este
versículo demuestra que sí hay algo bueno en nosotros, porque el deseo de hacer lo
bueno está en nuestro ser. No obstante, somos incapaces de cumplir lo que nos
proponemos.
“Mas si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que
yo, queriendo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está conmigo” (vs. 20-21). El
versículo 21 menciona la ley que opera siempre que deseamos hacer el bien. Esta ley es
maligna, pues siempre que intentamos hacer el bien, el mal está presente en nosotros.
En este versículo la palabra griega traducida “el mal” denota aquello que es maligno en
carácter.
“Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis
miembros, que está en guerra contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley
del pecado que está en mis miembros” (vs. 22-23). El versículo 22 menciona la ley de
Dios en la cual Pablo se deleitaba según el hombre interior. Podemos nombrar a ésta
como la ley número uno. En el versículo 23 Pablo se refiere a la ley de la mente, la ley
que podemos llamar la ley número dos. Puesto que esta ley es la ley de la mente, y
siendo la mente una parte del alma, entendemos que hay una ley en nuestra alma. El
versículo 23 también menciona lo que Pablo llama “otra ley en mis miembros”. Ya que
esta ley está en nuestros miembros, los cuales son parte de nuestra carne o cuerpo caído,
podemos ver que en nuestra carne hay otra ley. Esta ley, la ley número tres, está en
guerra contra la ley de nuestra mente. En 7:23 encontramos dos leyes combatiendo una
contra la otra. Pablo dice que esta “otra ley en mis miembros” nos lleva cautivos a la ley
del pecado. Esta “ley del pecado que está en mis miembros” equivale a la “otra ley en mis
miembros” que se menciona al principio de este versículo. Ésta es la tercera ley. Así que
en este versículo hallamos dos leyes: una buena ley que está en nuestra mente, y otra,
una ley maligna, que reside en nuestros miembros.
“¡Miserable de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?” (v. 24). ¿Por qué
nuestro cuerpo es denominado el cuerpo de esta muerte? Porque en nuestro cuerpo se
halla la ley del mal que combate contra la ley del bien, en nuestra alma. La ley maligna
hace de nuestro cuerpo “el cuerpo de esta muerte”. ¿Qué es esta muerte? Esta muerte
consiste en ser derrotados y en ser llevados cautivos por la ley del pecado en nuestro
cuerpo.
“Gracias sean dadas a Dios, por medio de Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo
con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (v. 25). Este
versículo nos da la respuesta a la pregunta planteada en el versículo anterior. Según el
versículo 25 el ser liberado del cuerpo de muerte se logra por medio de Jesucristo
nuestro Señor. En este versículo Pablo nos dice que él se esforzaba para servir a la ley de
Dios como esclavo, no en su espíritu por medio del Señor Jesús, sino con su mente y por
sí mismo. Y también nos dice que con su carne servía a la ley del pecado.
A. La ley de Dios
La ley de Dios es justa, buena, santa y espiritual (vs. 12, 14, 16). Esta ley se encuentra
fuera de nosotros; podemos decir que está sobre nosotros. Esta ley impone muchas
exigencias y requisitos sobre el hombre caído con el fin de ponerlo de manifiesto (vs. 7-
11).
Mientras que la ley de Dios se encuentra sobre y fuera de nosotros, exigiéndonos mucho,
la ley del bien se halla en nuestra mente, esto es, en nuestra alma (vs. 23, 22). Podemos
decir que la ley del bien que está en nuestra mente corresponde con la ley de Dios y
reacciona a sus exigencias, tratando de cumplirlas (vs. 18, 21, 22). Siempre que la ley de
Dios nos impone algo, la ley del bien en nuestra alma trata de responder. Si la ley de
Dios dice: “Honra a tus padres”, la ley del bien en nuestra mente inmediatamente
responde: “¡Amén! ¡Sí! ¡Lo haré; honraré a mis padres!” Ésta ha sido nuestra
experiencia durante toda nuestra vida. Cada vez que la ley de Dios nos reclama algo, la
ley del bien en nuestra alma responde y promete cumplir.
Sin embargo, en nuestros miembros se halla una tercera ley, la ley del pecado, la cual
contiende contra la ley del bien. Como hemos visto, la ley del pecado se encuentra en los
miembros de nuestro cuerpo caído, es decir, en la carne (vs. 17, 18, 20, 23). Esta ley
constantemente lucha contra la ley del bien y lleva al hombre cautivo (v. 23). Siempre
que la ley del bien responde a la ley de Dios y trata de cumplir sus requisitos, la ley del
mal en nuestra carne protesta. Si la ley del bien falla y no responde, la ley del mal tal vez
permanezca inactiva, como si estuviese adormecida. Sin embargo, cuando la ley maligna
nota que la ley del bien intenta responder, la ley maligna parece decir: “¿Acaso intentas
practicar el bien de acuerdo con la ley de Dios? Yo no lo permitiré”. La ley del mal
contiende contra la ley del bien y constantemente nos arrastra al mal. De tal manera que
somos llevados cautivos por la ley del pecado que está en nuestros miembros. Ésta no es
una doctrina; más bien es la historia de nuestra vida.
En Romanos 7 vemos tres leyes: la primera es la ley de Dios que exige y requiere mucho;
la segunda es la ley del bien en nuestra mente que siempre responde con rapidez; la
tercera es la ley del pecado en nuestros miembros, la cual siempre está lista para pelear
contra la ley del bien en nuestra mente y para vencernos, llevarnos cautivos y hacernos
prisioneros. Cada una de estas leyes tiene su propio aspecto. Romanos 7 describe la
experiencia de cada uno de nosotros. Tal vez hasta el día de hoy sigamos repitiendo la
historia de Romanos 7. No debemos pensar que con nosotros no es el mismo caso. No
obstante, conforme a la economía de Dios, no es necesario Romanos 7. Como hicimos
notar en un mensaje anterior, Romanos 8 continúa el tema abordado en Romanos 6. No
obstante, debido a nuestra pobre situación, necesitamos el capítulo 7 para poner de
manifiesto nuestra condición y ayudarnos.
¿Cuál fue entonces la razón por la cual Pablo, después de Romanos 6, consideró
necesario narrar la experiencia que tenía antes de ser salvo. Él la incluyó para
comprobar que ya no estamos bajo la ley. Ya mencioné que Romanos 7 se escribió para
explicar una corta cláusula del capítulo 6, el versículo 14, donde dice: “No estáis bajo la
ley, sino bajo la gracia”. Romanos 7 nos dice que cuando estábamos bajo la ley aún
permanecíamos en el viejo hombre. Cuando nuestro viejo hombre todavía estaba vivo,
nos hallábamos bajo la ley. Sin embargo, al convertirnos en hombres regenerados, ya no
estamos bajo la ley, porque nuestro viejo marido, el viejo hombre que estaba bajo la ley,
ha sido crucificado. Entonces Pablo continuó relatando cuán penoso y miserable es para
cualquiera permanecer bajo la ley. Es como si Pablo estuviera diciendo: “Queridos
santos, todavía queréis estar bajo la ley? Si éste es el caso, permitidme contaros la
penosa experiencia por la cual yo pasé. La ley no nos ayuda; por el contrario, nos engaña
y le da la ocasión al pecado para que éste gobierne sobre nosotros. La ley incluso nos
mata. No debéis desear estar más tiempo bajo la ley. Pero aun si queréis permanecer
bajo esta ley, ciertamente jamás podréis guardarla”. Pablo entonces describe la historia
completa de su experiencia anterior a su salvación. Él dice que la ley de Dios exigía de él
una gran cantidad de requisitos, y que la ley del bien en su mente intentaba cumplirlos,
pero que la ley del pecado en los miembros de su cuerpo caído combatía contra la ley de
su mente, derrotándola y llevándole a él en cautividad. La conclusión a la que Pablo
llegó fue: “¡Miserable de mí. Mi cuerpo es el cuerpo de esta muerte. Es imposible
escapar de ella!” Por esto, Romanos 7 es un relato de la experiencia que Pablo tuvo antes
de que fuera salvo, el cual demuestra que es imposible cumplir la ley y que, además, nos
advierte a no intentarlo. Siempre que intentemos guardar la ley de Dios, la tercera ley, la
ley del pecado, nos hará cautivos. Cumplir la ley es algo imposible para el hombre caído.
Dios no nos dio la ley con la intención de ayudarnos. Su propósito era incitar a Satanás a
perturbarnos. La intención de Dios al darnos la ley fue poner al descubierto la ley
pecaminosa que reside en nosotros. Si nos creemos obligados a guardar la ley, estamos
muy equivocados. No somos lo suficientemente fuertes como para cumplir los requisitos
de la ley. ¿No cree que la ley maligna que se encuentra dentro de nosotros es en realidad
la poderosa persona de Satanás? Siendo usted un hombre caído, ¿podrá derrotar a
Satanás? Ciertamente es imposible. Él es un gigante, y comparado con él, usted es muy
débil. De hecho, usted es débil, y la ley del bien que se halla en usted se ve impotente.
Ciertamente usted posee una buena voluntad y un deseo positivo, pero aun así no puede
cumplir la ley. Usted, como el viejo hombre que es, sólo sirve para ser crucificado y
sepultado con Cristo, como lo fue ya en Romanos 6:6. No debe desenterrar de la tumba
el viejo hombre que ha sido sepultado y esperar que éste sea capaz de guardar los
mandamientos de Dios. La ley del bien que se ubica en su mente representa su fuerza, y
la ley del mal que está en su carne representa el poder de Satanás. Ya que Satanás es
más poderoso que usted, jamás podrá vencerlo, por lo que siempre que intenta cumplir
la ley de Dios, él lo hace cautivo suyo. Éste es el significado correcto y el entendimiento
adecuado del capítulo 7 de Romanos.
A pesar de que el hombre fue creado siendo bueno, la naturaleza maligna de Satanás se
inyectó en el cuerpo del hombre cuando éste tomó del fruto del árbol del conocimiento,
el cual representa a Satanás, el maligno, quien tiene el imperio de la muerte. De manera
que, cuando el hombre comió del fruto del árbol del conocimiento, Satanás entró en su
cuerpo. El principio de Satanás, el factor de todo lo maligno, es la ley del pecado. En
nuestra mente tenemos el principio creado por Dios, la ley del bien. Por lo tanto, si
entendemos Romanos 7 adecuadamente, sabremos dónde estamos y lo que hay dentro
de nuestra persona. Tenemos la ley del bien en nuestra mente, y la ley del mal en
nuestra carne, dos leyes que simplemente son incompatibles. La ley del bien representa
el buen principio creado por Dios, y la ley del mal es el principio de Satanás en nuestra
carne. Satanás, quien está en nuestra carne, aborrece a Dios, engaña al hombre y hace
todo lo posible por dañar y arruinar a la humanidad. Así que, siempre que la mente del
hombre, dirigida por la ley del bien, decide hacer el bien, la ley del mal inmediatamente
se levanta a guerrear, derrotar y capturar al pobre y miserable ser humano. Ésta fue la
experiencia de Pablo antes de que creyera en Cristo, cuando él era un entusiasta
judaizante celoso de la ley. Día y noche procuraba cumplir la ley de Dios. Finalmente
comprendió que la ley de Dios estaba fuera de él, que la ley del bien, que correspondía a
la ley de Dios, estaba en su mente, y que siempre que él deseaba hacer el bien, otra ley
en sus miembros se levantaba y peleaba contra la ley del bien en su mente, capturándolo
y derrotándolo miserablemente. Pablo descubrió que su cuerpo era el cuerpo de muerte.
En cuanto a guardar la ley de Dios y hacer el bien para agradar a Dios, este cuerpo de
muerte no es más que un cadáver incapaz de hacer nada. Pablo llegó a comprender que
su caso estaba perdido por causa del poderoso elemento del pecado que moraba en su
cuerpo caído. Éste es el cuadro claramente presentado en el capítulo 7 de Romanos. Al
ver este cuadro, alabaremos al Señor porque Él no tiene la intención de que guardemos
Su ley.
Romanos 7 revela que dentro de nosotros se está librando una feroz batalla. En nuestra
mente se halla la ley del bien que responde a la ley de Dios, y en nuestros miembros se
encuentra la ley del pecado que contiende contra la ley del bien. La batalla es
extremadamente intensa. Algunos maestros de la Biblia dicen que Romanos 7 es
comparable al conflicto que se lleva a cabo en Gálatas 5. Sin embargo, estos dos
conflictos difieren entre sí. Si analizamos Gálatas 5, descubriremos esta diferencia. Pero
antes de ir a Gálatas 5, deseo añadir una palabra adicional respecto a la carne.
Algunos creyentes mantienen el concepto de que antes de ser salvos ya estaba en ellos la
concupiscencia de la carne, pero que después de ser salvos ésta desvaneció. Hay una
escuela de enseñanza que instruye a la gente de esta manera. Esta enseñanza afirma que
antes de que fuéramos salvos, la concupiscencia se encontraba en nuestra carne, pero
que cuando fuimos salvos, ésta fue quitada. Conforme a tal enseñanza, la carne de una
persona salva se vuelve buena.
En contraste con esta escuela de enseñanza hallamos que Gálatas 5:16 dice: “Andad por
el espíritu, y así jamás satisfaréis los deseos de la carne”. Ciertamente este versículo se
refiere a los cristianos auténticos. Esto da a entender que aún existe la posibilidad de
que los creyentes verdaderos satisfagan los deseos de la carne, porque tales deseos aún
permanecen en la carne. Sin considerar la autenticidad del creyente, debe mantenerse
alerta para no ser engañado por el enemigo, quien puede decirle que no debe
preocuparse, porque ya no existe lujuria alguna en su carne. Tal concepto es erróneo y
engañoso.
Quisiera relatar un incidente que sucedió en el norte de China hace muchos años. Cierto
movimiento pentecostal era muy prevaleciente en aquella región, habiéndose extendido
a lo largo del norte de China. Ellos decían que ya que habían recibido el bautismo del
Espíritu Santo, no tenían más concupiscencia en su carne. Como resultado de esta
enseñanza, hombres y mujeres permanecían juntos, declarando que eran
completamente espirituales y que no tenían más el problema de lujuria de la carne. Pero
no pasó mucho tiempo sin que cayeran en varias situaciones de fornicación, y, por causa
de eso, dicho movimiento casi fue exterminado. De hecho, por algún tiempo fue difícil
predicar el evangelio, porque los chinos, debido a las enseñanzas éticas de Confucio,
aborrecían todo tipo de fornicación. De manera que dicho movimiento pentecostal
provocó que el cristianismo adquiriera mala fama en todo el norte de China. Jamás
debemos aceptar la enseñanza engañosa de que por ser hijos de Dios y por tener al
Espíritu Santo, no tenemos más problemas con la lujuria de la carne.
Pablo dice: “Andad por el Espíritu, y así jamás satisfaréis los deseos de la carne”. Él
añade que el deseo de la carne son contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne
(Gá. 5:17). Ésta no es una batalla entre la ley del bien y la ley del mal, sino una guerra
entre la carne y el Espíritu. La carne y el Espíritu son contrarios, es decir, se oponen el
uno al otro. Esto demuestra que, aunque andemos en el Espíritu, seguimos teniendo los
deseos de la carne, y que nuestra carne sigue siendo enemiga del Espíritu. El Señor
Jesús dijo: “Lo que es nacido de la carne, carne es” (Jn. 3:6). La carne es carne y nada
puede cambiar su naturaleza. Nunca acepte el pensamiento de que después de llegar a
ser espiritual, su carne llega a mejorar. Esta enseñanza, además de ser un gran error, es
muy peligrosa.
Gálatas 5:24 dice: “Pero los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus
pasiones y concupiscencias”. A diferencia de Romanos 6:6, donde dice que nuestro viejo
hombre ha sido crucificado, en Gálatas 5:24 no dice que la carne y sus pasiones hayan
sido crucificadas; al contrario, indica que nosotros debemos crucificar la carne con sus
pasiones y sus deseos. El pensamiento aquí es el mismo que se encuentra en Romanos
8:13, donde dice que por el Espíritu hacemos morir los hábitos del cuerpo. No podemos
crucificar nuestro viejo hombre, porque nuestro viejo hombre es nuestro mismo ser.
Nadie puede crucificarse a sí mismo, pues si lo hiciera, cometería suicidio. Sin embargo,
sí podemos crucificar nuestra carne por el Espíritu, lo cual quiere decir que
continuamente hacemos morir nuestra carne. Nuestro viejo hombre fue crucificado con
Cristo de una vez para siempre, pero nosotros tenemos que crucificar nuestra carne día
tras día. Luego Gálatas 5:25 dice: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el
Espíritu”.
Así que, Gálatas 5 revela la guerra que se libra entre la carne y el Espíritu. Aunque a la
mayoría de los traductores les es difícil decidir si la palabra Espíritu en Gálatas 5:25 se
refiere a nuestro espíritu humano o al Espíritu Santo, yo tengo la confianza de afirmar
que se refiere al espíritu mezclado, es decir, a la mezcla que se da entre el Espíritu Santo
y nuestro espíritu regenerado. Nosotros debemos andar en tal Espíritu. Con todo esto
podemos ver que la guerra mencionada en Gálatas 5 es la guerra que se lleva a cabo
entre nuestra carne y el Espíritu, la cual es totalmente distinta a la guerra descrita en
Romanos 7.
La guerra mencionada en Romanos 7 se da entre dos leyes: la ley del bien y la ley del
mal, sin tener nada que ver con el Espíritu. Se halla mención de esta guerra en algunos
antiguos escritos chinos donde se denomina la guerra entre el principio y los deseos. No
cabe duda de que el principio a que se refieren estos escritos es la ley del bien. Estos
escritos también mencionan que los deseos que batallan contra dicho principio se hallan
en el cuerpo del hombre. Cuando yo era joven, comparé la guerra del principio y los
deseos con la guerra de Romanos 7, y me sorprendí al descubrir que eran idénticas. Así
que cuando escuché que algunos maestros cristianos afirmaban que Romanos 7 describe
la experiencia de Pablo después de que éste fuera salvo, me molestó mucho. Ya que aun
los antiguos escritos chinos mencionaban la guerra entre el principio y los deseos, y ya
que esto es idéntico a la experiencia de Pablo en Romanos 7, ¿cómo podemos decir que
Romanos 7 habla de la experiencia del creyente?
Romanos 7 describe la experiencia que Pablo tuvo antes de su salvación. Antes de que él
fuera salvo, era muy celoso de la ley de Dios, procurando cumplirla y hacer el bien para
agradar a Dios. Aunque por cientos de años los chinos desconocían la ley de Dios, ellos
entendían la naturaleza buena del hombre mencionada en Romanos 2:14-15. Según
Romanos 2, el hombre, conforme a la manera en que fue creado, posee tres elementos
positivos. El primero es la naturaleza buena del hombre, porque los gentiles por
naturaleza hacen lo que es de la ley (2:14), lo cual muestra que la función de la ley está
escrita en sus corazones (2:15). En segundo lugar, el hombre tiene una conciencia (2:15).
Y en tercer lugar, tiene los razonamientos que lo acusan, lo defienden, lo condenan y lo
justifican (2:15). Estos tres elementos están en todos los seres humanos. No es necesario
ser creyente para poseer estos elementos. Todo ser humano tiene la buena naturaleza,
una conciencia y los razonamientos. Debido a la existencia de estos tres elementos en el
hombre, hay una guerra entre la ley del bien y la ley del mal, o, según los escritos chinos,
entre el principio y los deseos.
Romanos 7 hace referencia a esta guerra. ¿Cuál es entonces la razón por la cual muchos
creyentes experimentan este tipo de conflicto después de ser salvos? Porque fueron muy
descuidados en su conducta antes de ser salvos. A diferencia de Pablo, nunca tuvieron el
deseo de hacer el bien ni de agradar a Dios. Sin embargo, muchas personas morales, no
solamente de entre los chinos sino en todo el mundo, quieren vencer sus instintos
carnales. Ciertamente personas tales como éstas experimentan Romanos 7. Ellos
experimentan en carne propia el antagonismo entre la ley del bien y la ley del mal. Así
que, Romanos 7 no describe la guerra entre el Espíritu y la carne, la cual se revela en
Gálatas 5 y es la experiencia típica de los creyentes. La guerra que se menciona en
Romanos 7 es la experiencia de aquellos que tratan de hacer lo bueno, ya sean creyentes
o no. Muchos creyentes tienen la experiencia de Romanos 7 después de ser salvos
porque es sólo después de su experiencia de salvación que ellos deciden mejorar su
conducta, esforzándose al máximo por ser buenos. Por lo tanto, ellos experimentan,
después de ser salvos, lo que Pablo experimentó antes de su salvación. Estos cristianos
en realidad están haciendo lo mismo que procuraron hacer los chinos hace cientos de
años. Sin embargo, la lucha presentada en Romanos 7, sin importar si es antes o
después de la salvación, no es una experiencia típica de un creyente, sino la del hombre
natural. Los que tratan de hacer el bien antes de ser salvos tienen esta experiencia antes
de su salvación. Pero muchos otros experimentan esto sólo después de ser salvos,
porque es entonces cuando deciden hacer el bien y agradar a Dios.
En todo ser humano, sea salvo o no, existe un buen elemento en su mente y un elemento
maligno en su cuerpo, es decir en su carne. Pablo usa por lo menos tres expresiones
distintas para describir este elemento negativo: el pecado, el mal y la ley del pecado. Por
otro lado, Pablo denomina el buen elemento que está en su mente “la ley de mi mente”,
la cual es la ley del bien. Así que, tenemos dos leyes, una que reside en nuestra mente, y
otra, en nuestro cuerpo caído. Existen estas dos leyes en nosotros porque tenemos por lo
menos dos vidas distintas. Para cada vida hay una ley. ¿Por qué tenemos la ley del bien?
Porque tenemos una vida buena. ¿Y por qué tenemos la ley del pecado? Porque tenemos
una vida pecaminosa. Toda persona tiene estas dos vidas: la vida creada por Dios, que es
buena, y la vida satánica que entró en el cuerpo del hombre como resultado de la caída.
Algunas personas insisten en que la naturaleza del hombre es maligna, y otros afirman
que es buena. Un día mientras leía el capítulo 7 de Romanos encontré la respuesta para
esta polémica. Ambas ideas son correctas. Sin embargo, son correctas sólo parcialmente.
Digo que ambos puntos de vista son correctos ya que el ser humano no es tan sencillo.
En efecto, el hombre es un ser muy complicado. Por ejemplo, es posible que un hombre
se comporte amable y caballerosamente en la mañana. Por tener una vida humana, se
comporta de acuerdo con la ley de esta vida humana. Sin embargo, es posible que en la
noche asista a un casino y actúe como un demonio. ¿Es de verdad hombre o demonio?
En realidad es ambos.
Los hijos de Israel, durante su viaje a través del desierto, hablaron contra Dios y contra
Moisés y, como resultado, fueron mordidos por serpientes ardientes, lo cual hizo que
muchos de ellos murieran (Nm. 21:4-9). Cuando ellos oraron a Dios, Dios dijo a Moisés
que levantara una serpiente de bronce sobre un asta. ¿Eran esos hijos de Israel hombres
o serpientes? Ciertamente eran hombres, pues tenían la apariencia y la vida verdadera
de los hombres. Pero también eran serpientes, porque el veneno de las serpientes había
entrado en ellos y los había saturado. De manera que una serpiente de bronce tuvo que
ser levantada como su representación y sustitución. Los hijos de Israel fueron tanto
hombres como serpientes. De la misma manera, el Señor Jesús reprendió a los fariseos
diciendo: “Generación de víboras”. Por un lado, los fariseos eran una generación de
hombres, pero por otro, eran una generación de serpientes venenosas. Todos tenemos
dos naturalezas. Una de ellas es buena, porque fue creada por Dios; pero la otra es
maligna, porque es la naturaleza misma de Satanás inyectada en nuestro cuerpo en el
momento de la caída humana. La naturaleza buena está en nuestra mente, y la
naturaleza mala está en nuestra carne, que es nuestro cuerpo caído. Para cada
naturaleza existe una ley, y ambas leyes contienden una contra la otra. Si usted trata de
hacer el bien, sea salvo o no lo sea, se dará cuenta de la feroz batalla que se libra entre
estas dos leyes. No obstante, si usted es una persona descuidada, no se dará cuenta de
ello. Siempre que alguien trate de hacer el bien, descubrirá estas dos leyes contendiendo
en su interior. Antes de que usted fuera salvo, seguramente hacía lo posible por hacer el
bien, pero con el tiempo fue derrotado. Usted descubrió que dentro de usted había dos
fuerzas peleando una contra la otra. Ésta es la razón por la cual mucha gente procura
desarrollar una fuerte voluntad para controlar y suprimir las concupiscencias de su
cuerpo. Pero a pesar de todos sus intentos, finalmente nadie ha podido vencer por
completo.
Por lo tanto, Romanos 7 no habla de una típica experiencia cristiana. Mientras que usted
es una persona que trate de hacer el bien, tendrá la experiencia del conflicto que
describe Romanos 7. La experiencia narrada en este capítulo pertenece a esta clase de
personas.
En Romanos 6:6 nuestro cuerpo caído es llamado “el cuerpo de pecado”, pero en 7:24 se
le llama “el cuerpo de esta muerte”. La expresión el cuerpo de pecado significa que el
pecado reside en este cuerpo ocupándolo, poseyéndolo y usándolo con el fin de cometer
actos pecaminosos. Así que, este cuerpo es muy activo, apto y está lleno de fuerza para
cometer pecados. La expresión el cuerpo de muerte denota que el cuerpo está
envenenado, debilitado, paralizado, y amortecido, y que es incapaz de hacer el bien,
guardar la ley, ni agradar a Dios. Así que, en cuanto a guardar la ley de Dios, a hacer el
bien, y a agradar a Dios, este cuerpo es débil e impotente; es como un cadáver. Todos
hemos tenido la experiencia de que para realizar actos pecaminosos nuestro cuerpo se
muestra muy fuerte y capaz, y que nunca siente cansancio. Pero en cuanto a guardar la
ley de Dios, a hacer el bien, y a agradar a Dios, este cuerpo se vuelve extremadamente
débil, como si estuviera muerto. Por lo tanto, si tratamos de guardar la ley o de agradar
a Dios por nuestras propias fuerzas, será como arrastrar un cadáver. Cuanto más
intentamos hacer el bien, más moribundo se vuelve nuestro cuerpo. Así que, el apóstol
Pablo llama a nuestro cuerpo “el cuerpo de muerte”, es decir, la muerte que opera en
nosotros cuando tratamos de guardar la ley y agradar a Dios.
Respecto al cuerpo de pecado, que siempre es muy activo, potente y deseoso de pecar,
no necesitamos tratar de suprimirlo mediante una voluntad fuerte ni por ningún otro
medio. Romanos 6:6 nos dice que ya que nuestro viejo hombre fue crucificado con
Cristo, nuestro “cuerpo de pecado” fue anulado, es decir, fue invalidado. Ya que la
persona pecaminosa, el viejo hombre, ha sido crucificada, su cuerpo no tiene nada más
que hacer y queda desempleado.
El hombre se convirtió en carne, vendido al pecado (v. 14). En la carne del hombre no
mora el bien (v. 18), y el hombre es incapaz de vencer el pecado (vs. 15-20). En tal
situación, si el hombre trata de cumplir la ley de Dios como lo hizo Pablo,
indudablemente no obtendrá nada sino derrotas. Todo aquel que intente esto será
vencido por el pecado y llegará a ser un hombre “miserable”. El hombre caído con la ley
del pecado en su carne es un caso perdido, completamente desahuciado. Después de ser
salvos, no debemos intentar cumplir la ley de Dios ni de hacer el bien para agradar a
Dios. Si lo hacemos, ciertamente tendremos la experiencia descrita en Romanos 7 y
terminaremos siendo hombres miserables. Debemos entender que nosotros, en nuestro
viejo hombre, fuimos crucificados con Cristo, y que ahora, como el nuevo hombre,
estamos libres de la ley del viejo hombre y estamos casados con nuestro nuevo marido,
el Cristo resucitado, para así poder llevar fruto para Dios y servir al Señor en novedad
del espíritu.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE CATORCE
(1)
“Porque lo que la ley no pudo hacer, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a
Su Hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la
carne” (v. 3). El sujeto de esta oración es Dios. Él condenó al pecado en la carne de
Cristo “enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado”.
A. El Espíritu de vida
Aunque los capítulos precedentes dicen que debemos ser salvos, reinar, andar y ser
santificados en vida, Pablo aún no explica cómo podemos lograr todo esto. ¿Cómo
podemos ser salvos y reinar en vida? ¿Cómo podemos andar en novedad de vida? ¿Y
cómo podemos experimentar la santificación en vida? Pablo no nos lo ha declarado.
Tampoco nos ha dicho la manera en que el justo tendrá vida. Aunque afirma que esta
vida procede de la fe, no lo ha explicado claramente. En Romanos, del capítulo 1 al 6,
Pablo menciona la vida en nueve ocasiones. Pero ahora, en Romanos 8:2, de repente él
une la vida con el Espíritu al mencionar el “Espíritu de vida”.
Obtenemos la vida por medio del Espíritu. Además, somos salvos en Su vida mediante el
Espíritu. Así también reinamos en vida, andamos en novedad de vida, y somos
santificados en vida por medio del Espíritu. El Espíritu de vida es la manera de lograr
todo esto. La vida pertenece al Espíritu, y el Espíritu es de vida. Estos dos elementos en
realidad son uno solo. Nunca podemos separar la vida del Espíritu, ni el Espíritu de la
vida. El Señor Jesús dijo en una ocasión: “Las palabras que Yo os he hablado son
espíritu y son vida” (Jn. 6:63). Con estas palabras el Señor Jesús relaciona el Espíritu y
la vida. Si tenemos al Espíritu, tenemos la vida; si no tenemos al Espíritu, tampoco
tenemos la vida. Si andamos en el Espíritu, andamos en vida, pero si no andamos en el
Espíritu, no andamos en novedad de vida. Así que, experimentamos la vida divina,
eterna e increada mediante el Espíritu. Ahora vemos la relación que existe entre el
capítulo 8 de Romanos y los capítulos que le preceden. Los siete capítulos anteriores nos
conducen a la vida y culminan en ella. Ahora en 8:2 nos encontramos con la vida.
Debemos prestar especial atención a la palabra vida en Romanos 8.
B. La vida cuádruple
La palabra vida se usa cuatro veces en el capítulo 8. Romanos 8:2 menciona la ley del
Espíritu de vida. Romanos 8:6 dice que la mente puesta en el espíritu es vida. Romanos
8:9-10 nos dice que si Cristo está en nosotros, nuestro espíritu es vida a causa de la
justicia. Y Romanos 8:11 dice que el Espíritu que reside en nosotros dará vida a nuestros
cuerpos mortales. La primera vez que la vida se menciona en este capítulo se relaciona
con el Espíritu Santo; la segunda vez, con nuestra mente; la tercera, con nuestro espíritu
y la cuarta, con nuestro cuerpo. Así que, Romanos 8 revela una vida cuádruple. Primero,
la vida es el Espíritu. Luego, el Espíritu entra en nuestro espíritu para lograr que éste sea
vida. Posteriormente el Espíritu se extiende de nuestro espíritu a nuestra mente para
hacer que ella sea vida. Y finalmente el Espíritu imparte esta vida en nuestros cuerpos
mortales para lograr que el cuerpo de pecado llegue a ser un cuerpo de vida. Así que,
tenemos una vida cuádruple. El enfoque de todo esto es el Espíritu Santo que mora en
nuestro espíritu. Esta vida se extenderá de nuestro espíritu a nuestra mente, y después a
toda nuestra alma, llegando aun a todos los miembros de nuestro cuerpo. Finalmente,
todo nuestro ser será lleno de esta vida, convirtiéndonos así en hombres de vida. ¿Había
usted visto esto alguna vez? Podemos llamarlo la vida cuádruple. El Espíritu es vida;
nuestro espíritu es vida; nuestra mente es vida; y aun nuestro cuerpo es vida. Así que, la
conexión entre Romanos 8 y todos los capítulos anteriores es ésta: la vida más el
Espíritu.
C. La ley del Espíritu de vida
En Romanos 8 no sólo tenemos el Espíritu de vida, sino también la ley del Espíritu de
vida. La palabra vida indica que Romanos 8 es una continuación de Romanos 6, porque
Romanos 6 concluye con la vida. La palabra ley indica que Romanos 8 es también una
continuación de Romanos 7, donde se aborda el tema de la ley. En Romanos 8 Pablo
continúa hablando acerca de la ley. En Romanos 7 él menciona tres leyes: la ley de Dios,
la ley del bien y la ley del pecado. Si solamente tuviéramos estas tres leyes, todos
tendríamos que declarar: “¡Miserable de mí!” La ley de Dios es justa, santa, buena y
espiritual. Sin embargo, cuanto más justa y santa es esta ley, más exige de nosotros.
¿Por qué es tan exigente la ley de Dios? Porque es santa, justa y buena. Si la ley fuera
mala, sus requisitos serían mínimos. No obstante, esta ley solamente exige algo de
nosotros, pero no nos suministra nada. Gálatas 3:21 indica que la ley es incapaz de dar
vida a la gente. La ley no fue dada por Dios para suplir nada al hombre, sino para exigir
algo de él. Debido a que nos creemos buenos, necesitamos que la ley nos descubra
mostrándonos que no somos buenos.
¿Recuerda las circunstancias en que la ley fue dada? Por Su gracia, Dios había sacado a
Su pueblo de Egipto. El éxodo de Egipto no fue llevado a cabo porque el pueblo guardara
la ley, sino por la gracia que Dios tuvo para con ellos al librarlos por medio de Su
redención. Cuando Dios llevó a los israelitas al monte Sinaí, quería hacer de ellos un
reino de sacerdotes (Ex. 19:3-6). Aunque el pueblo estuvo de acuerdo con esto, Dios
sabía que ellos no se daban cuenta de cuán malos eran. Por lo tanto, Dios, por medio de
Moisés, los convocó para entregarles la ley. Inmediatamente la atmósfera cambió y se
volvió en extremo amenazante. El pueblo estaba atemorizado. En medio de este
ambiente de temor, Dios entregó Su ley a los israelitas. Sin embargo, mientras la ley se
le entregaba en el monte, el pueblo fabricaba un ídolo, un becerro de oro. De manera
que, antes de que la ley fuera dada, el pueblo ya la había quebrantado. Así que, cuando
Moisés vio la situación, quebró las tablas de piedra que contenían la ley.
Somos incapaces de guardar la ley. Nunca debemos pensar que la ley nos fue dada para
que la cumpliéramos; por el contrario, deberíamos postrarnos ante el Dios de gracia y
misericordia y decir: “Señor, no soy capaz de guardar Tu ley, ni de hacer nada bueno
para agradarte”. Pablo escribió Romanos 7, donde explica la imposibilidad de la ley, con
el propósito de que llegáramos a esta conclusión. Pablo fue un escritor excelente y
profundo. Él escribió cada capítulo de la Epístola a los Romanos a la luz del Antiguo
Testamento y con un buen conocimiento del mismo.
Romanos 8:2 revela que Dios llegó a ser el Espíritu de vida. Podemos decir que el
Espíritu de vida en este versículo denota al Dios procesado. Dios en Cristo pasó por un
largo proceso que incluyó la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la ascensión.
El mismo Dios de Génesis 1 pasó por dicho proceso. Así que, Él no es más el Dios “crudo
o sin procesar” de Génesis 1. Ahora, en Romanos 8, Él es el Dios procesado.
Los víveres que usted trae del supermercado a casa son productos crudos, es decir,
necesitan ser procesados, cortados, hervidos y cocidos a fin de que podamos comerlos.
Sin pasar por tal proceso, la comida cruda no es adecuada para comer. A mí no me
agrada comer algo que no ha sido procesado. Los alimentos que se hallan en el
refrigerador están crudos, pero los platillos que están en la mesa, son alimentos que han
sido procesados.
Alabamos al Señor porque Romanos 8 no es un refrigerador, sino una mesa de
banquete. Siempre que tengamos hambre podemos comer de Romanos 8. En la mesa de
Romanos 8 tenemos al Dios procesado, porque aquí, Su nombre no es ni Jehová, ni el
Dios todopoderoso, sino el Espíritu de vida. Alabo al Señor porque mi esposa muy
seguido prepara caldo de res o de pollo. Cuando ella nota que estoy cansado,
frecuentemente me sirve un tazón de caldo. Este caldo es delicioso y fácil de ingerir.
Después de ingerirlo, todo mi ser es avivado. El Espíritu de vida es como el caldo. ¿De
dónde proviene el Espíritu de vida? Proviene de Dios, quien antes era como el pollo o la
res, pero que fue procesado y preparado en caldo. En Romanos 8, Él ya no es como el
pollo o la res; más bien, es el Espíritu de vida, fácil de ingerir. Sólo necesitamos decir:
“Oh Señor Jesús, Tú eres el Espíritu de vida. Amén. Cristo está en mí, y el espíritu es
vida. Amén. La mente puesta en el espíritu es vida. Amén. El Espíritu que mora en mí
dará vida a mi cuerpo mortal. Amén”. Si así tomamos al Espíritu de Romanos 8,
descubriremos que Él es como ese caldo.
En el Espíritu de vida también hay una ley. Esta ley no es la ley del Dios “crudo y sin
procesar” que exige algo de nosotros. Es la ley del Dios procesado, la ley del Espíritu de
vida con su rico suministro. Cuando mi esposa me sirve un tazón de caldo de pollo, ella
no me pide que cumpla ningún mandamiento. En ocasiones ni siquiera sé qué es lo que
me está sirviendo, sólo sé que es un caldo bueno para tomar. ¡Alabado sea el Señor
porque con el Dios procesado se halla la ley del Espíritu de vida! Esta ley es el principio,
el poder y la fuerza del Dios procesado. Todos debemos exclamar: “¡Aleluya!” Esta ley,
que es el poder divino y espontáneo, no se encuentra fuera de nosotros, sino en nuestro
espíritu. La ley del Dios procesado está en nuestro espíritu.
¿Qué tenemos en esta ley? ¿Cuál es la esencia de dicha ley? ¿Cuáles son sus elementos?
Los elementos de la ley del Espíritu de vida son el Espíritu divino y la vida eterna. De
manera que esta ley es poderosa y dinámica, y su poder es espontáneo. Esta ley tan
gloriosa está en nuestro espíritu.
Somos personas muy complejas, pues tenemos cuatro leyes relacionadas con nosotros.
Sobre nosotros está la ley de Dios con sus exigencias. En nuestra mente está la ley del
bien que responde a la ley de Dios. En nuestro cuerpo se encuentra la ley del pecado, la
cual contiende contra la ley del bien en nuestra mente. Estas leyes se encuentran en
Romanos 7. Pero Romanos 8 nos dice que en nuestro espíritu se halla la ley del Espíritu
de vida. En total tenemos cuatro leyes: una está fuera de nosotros exigiéndonos cumplir
con sus requisitos, una reside en la mente tratando de responder a estas exigencias, otra,
en nuestro cuerpo, peleando arduamente, y una más, en nuestro espíritu
abasteciéndonos, fortaleciéndonos y venciéndolo todo.
¿Por qué somos personas tan complejas? Nuestra complejidad se debe a que hemos
pasado por tres etapas: la creación, la caída y la salvación. Fuimos creados, caímos y
finalmente fuimos salvos. Ésta es nuestra historia, nuestra biografía, la cual consiste
simplemente en nuestra creación, nuestra caída y en la salvación que recibimos de Dios.
En la creación recibimos una vida humana, la cual nos constituye seres humanos. En la
caída otra vida fue inyectada en nosotros, la vida maligna de Satanás que se introdujo en
nuestro cuerpo. Finalmente fuimos salvos, esto es, el Dios procesado como Espíritu de
vida entró a nuestro espíritu. Por lo tanto, dentro de nosotros hay tres personas:
nosotros mismos en nuestra alma, Satanás en nuestro cuerpo y el Dios procesado como
Espíritu en nuestro espíritu. Nuestro ser está formado de tres partes y en cada una de
ellas se encuentra una persona: en nuestro cuerpo mora el pecado, es decir, Satanás; en
nuestra alma mora nuestro yo; y en nuestro espíritu, mora el Dios procesado como el
Espíritu de vida.
Cada una de estas personas tiene una vida con una ley. Satanás tiene su vida satánica
con su ley maligna, la ley del pecado. Nuestro hombre natural tiene una vida creada y la
ley del bien. Y el Dios procesado como Espíritu vivificante tiene la vida divina y la ley del
Espíritu de vida. Por lo tanto, tenemos la ley maligna, la ley del bien y la ley del Espíritu
de vida, o dicho más sencillamente, la ley de vida. Esta ley se opone tanto al bien como
al mal, porque no tiene nada que ver con ellos, puesto que los dos pertenecen al árbol
del conocimiento del bien y del mal (Gn. 2:9, 17). La ley de vida ciertamente pertenece al
árbol de la vida (v. 9). Dentro de nosotros tenemos tanto el árbol del conocimiento como
el árbol de la vida. Por lo tanto, cada uno de nosotros es una miniatura del huerto del
Edén. En el huerto se encuentran el hombre (nosotros), Satanás (el árbol del
conocimiento), y Dios (el árbol de la vida). Estas tres entidades, que anteriormente
estuvieron en el huerto del Edén, están ahora dentro de nosotros. La batalla que se
libraba entre Satanás y Dios en el huerto de Edén, ahora se libra dentro de nuestro ser.
En esta batalla participan tres personas, tres vidas y tres leyes.
Hicimos notar en otras ocasiones que Dios está revelado en forma progresiva en el libro
de Romanos. En el capítulo 1, Él es Dios en Su obra de creación; en el capítulo 3, es Dios
en Su obra redentora; en Romanos 4, es Dios en Su obra de justificación; en Romanos 5,
es el Dios de reconciliación; y en Romanos 6 se revela al Dios que nos identifica consigo.
Podemos ver el proceso o progreso de Dios, de la creación a la redención, de la
redención a la justificación, de la justificación a la reconciliación, y de la reconciliación a
la identificación. Dios avanzó desde la creación hasta la identificación. En la creación
Dios estaba fuera de Sus criaturas; pero en la identificación Él nos hizo uno consigo
mismo al ponernos en Su Persona. Todos los que fuimos bautizados, fuimos puestos en
Cristo (Ro. 6:3; Gá. 3:27). Dios nos puso en Cristo, identificándonos totalmente con Él.
En Romanos 8 Dios llegó a ser el Dios que mora en nuestro espíritu. Él no sólo es el Dios
que nos identifica consigo mismo, sino también el Dios que está en nuestro espíritu. No
sólo nos hizo uno con Él, sino también Él mismo se hizo uno con nosotros. Ahora
nuestro Dios se encuentra en nuestro espíritu. ¿Qué clase de Dios es Él? Es el Dios
procesado que mora en nuestro espíritu. El Dios de la creación pasó por la redención, la
justificación, la reconciliación, la identificación, y finalmente vino a residir en nuestro
espíritu. El Dios que está en nuestro espíritu no es meramente Dios; Él se ha procesado
como el Espíritu de vida, pues el Espíritu de vida es el propio Dios procesado. Según
nuestra experiencia, nada es más agradable que esto. Ahora podemos participar
ricamente de Él.
Éste no es mi concepto. Aunque Cristo es vida, es difícil para Él darnos tal vida. ¿Quién
es el que nos da vida? El Espíritu es el que da vida (Jn. 6:63; 2 Co. 3:6). Cristo es vida,
pero el Espíritu es el que nos imparte a Cristo como vida. Sin el Espíritu, Cristo podría
ser vida, pero Cristo como la vida no podría ser impartido a nosotros. Pero como
Espíritu, Cristo sí puede impartirse a nosotros como vida. Hoy, después de haber sido
procesado, el propio Cristo es el Espíritu vivificante. Ahora en nuestro espíritu podemos
disfrutar a este maravilloso Espíritu. Nunca se olvide de que Cristo es Dios mismo,
Jehová el Salvador, Dios con nosotros. Cristo es Dios, y este Cristo, después de haber
sido procesado, es ahora el Espíritu vivificante. Tenemos que disfrutarle en Su plenitud
como tal Espíritu. Nuestro espíritu regenerado es la mesa del banquete, y el Cristo
procesado es nuestro alimento. Él no es el alimento en forma físico, pero sí como el
Espíritu. Nuestro alimento es el Espíritu. ¡Qué rico Espíritu es éste! Todo lo que
necesitamos —la divinidad, la humanidad, el amor, la luz, la vida, el poder, la justicia, la
santidad y la gracia— se encuentra en el Espíritu. Ciertamente el capítulo 8 de Romanos
es la mesa del banquete.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE QUINCE
(2)
En este mensaje continuaremos nuestro estudio sobre Romanos 8:1-6. Ya vimos que
Romanos 8 presenta un acentuado contraste con Romanos 7. En Romans 7 vemos la
esclavitud o servidumbre de la ley en nuestra carne, y en Romanos 8 vemos la libertad
del Espíritu en nuestro espíritu. Al llegar al capítulo 8, dejamos la esclavitud de la carne
y llegamos a la libertad en el Espíritu.
Al final de Romanos 7 Pablo clamó: “¡Miserable de mí! ¿Quién me librará del cuerpo de
esta muerte?” (v. 24). Pablo empezó el capítulo 8, diciendo: “Ahora, pues, ninguna
condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (v. 1). En el libro de Romanos
vemos dos clases de condenación: la objetiva, que viene de Dios, y la subjetiva, que viene
de nosotros mismos. Vemos la condenación objetiva en los primeros capítulos de
Romanos, por ejemplo en 3:19, donde dice que toda boca se cierre y todo el mundo
quede bajo el juicio de Dios. Así que, la condenación objetiva es el resultado de estar
bajo el justo juicio de Dios. Este tipo de condenación lo resuelve completamente la
sangre redentora de Cristo, porque esta sangre nos salvó del juicio de Dios.
¿Cómo nos libra la ley del Espíritu de vida? Lo hace de una forma extraordinaria. En la
antigüedad, de acuerdo con el método de guerra antiguo, los soldados sitiados por las
tropas enemigas debían luchar hasta el final. En las guerras modernas no es así. Si nos
encontramos rodeados por el enemigo, no necesitamos pelear hasta morir; tenemos la
opción de ser rescatados por vía aérea. Así que, podemos decir a Satanás: “Satanás,
comparado conmigo tú eres poderoso, pero, ¿no sabes que yo tengo a un Dios
maravilloso que está tanto en mi espíritu como en los cielos? Tal vez me es difícil para
mí ir a los cielos, pero para Él es muy fácil. Él no solamente está en mí, sino también en
los cielos. Satanás, no tengo necesidad de pelear contra ti, sólo me basta con decir:
‘Alabado sea el Señor’ y de inmediato estoy en el tercer cielo. Satanás, tú y tu ejército
están bajo mis pies, y yo estoy libre”.
Si usted piensa que esto no es más que una simple teoría, permítame explicárselo
prácticamente. Supongamos que hay una hermana que desea someterse a su esposo
conforme a Efesios 5. Ella dirá: “Amo esta palabra. Es muy dulce y santa. Quiero
someterme a mi esposo”. Esto es sólo el ejercicio mental de su esfuerzo por cumplir el
mandamiento dado en Efesios 5. No obstante, cuando ella se resuelve a practicar esto,
algo extraño sucede. Parece que todo el ambiente en torno suyo cambia, y ocurre algo
totalmente opuesto a la sumisión. Su esposo, que siempre era amable y tierno con ella,
en la misma mañana en que ella decide someterse a él, se vuelve muy hostil. Con gran
desilusión ella no logra cumplir el mandamiento. Entonces Satanás viene contra ella,
sitiándola y atacándola. Cuanto más ella trata de contener la irritación que siente por
causea de la conducta de su esposo, más se enoja, hasta que finalmente se le acaba la
paciencia y pierde el control. Todo su esfuerzo e intento ha sido en vano. Esta hermana
es derrotada por haber usado la estrategia equivocada. Cuando nos veamos rodeados
por el enemigo, debemos desistir de todo intento de pelear por nuestros propios
esfuerzos, y decir: “¡Alabado sea el Señor! ¡Amén!” E inmediatamente trascenderemos y
estaremos por encima de toda la situación. Los enemigos, incluso los que nos irritan,
quedarán bajo nuestros pies. Si usted no cree esto, le pido que haga la prueba. Esta
estrategia funciona, y es la más “moderna” y prevaleciente arma contra el enemigo.
Como resultado de esto, habrá alabanza y no condenación. ¿Por qué hay alabanza y
liberación en lugar de condenación? Porque la ley del Espíritu de vida nos libra de la ley
del pecado y de la muerte.
Para las dos diferentes clases de condenación hay dos soluciones distintas. La sangre del
Cristo crucificado da solución a la condenación objetiva, y el Espíritu de vida, o sea el
Cristo procesado como el Espíritu vivificante, el cual está en nuestro espíritu, pone fin a
la condenación subjetiva. Cuando experimentemos la condenación subjetiva, sólo
necesitamos alabar al Señor, e inmediatamente trascenderemos a dicha condenación.
En ese momento, no debemos orar, porque cuanto más oremos, más condenación
experimentaremos. Tampoco debemos decir: “Señor, aplico Tu sangre”. Eso no es el
remedio para esa clase de situación. Hacer esto equivaldría a recetar la medicina
equivocada para cierta enfermedad. Cuando nos encontramos bajo la condenación
subjetiva, necesitamos al Espíritu de vida. “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo
Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”.
1. En Cristo
Esta experiencia no es una vez y para siempre; más bien, debe ser una experiencia diaria
y continua. Día tras día y momento tras momento necesitamos vivir en el espíritu
mezclado, andar conforme a este espíritu y fijar nuestra mente en este maravilloso
espíritu, olvidando nuestros intentos de guardar la ley de Dios y de hacer el bien para
agradar a Dios. Pues desde el momento en que volvamos a nuestra vieja y habitual
manera de esforzarnos por hacer el bien, inmediatamente nos aislaremos de la poderosa
ley del Espíritu de vida. Debemos acudir al Señor pidiéndole que nos conceda
permanecer siempre en nuestro espíritu, para que así podamos disfrutar de la libertad
de la ley del Espíritu de vida.
Romanos 8:3 dice: “Porque lo que la ley no pudo hacer, por cuanto era débil por la
carne, Dios, enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado,
condenó al pecado en la carne”. Este versículo dice que hay una imposibilidad
relacionada con la ley, refiriéndose no a la ley del Espíritu de vida, en la cual no existe
ninguna imposibilidad, sino a la ley de Dios que está fuera de nosotros. Existe una
imposibilidad relacionada con la ley de Dios porque esta ley es débil por causa de la
carne. La carne es el factor de debilidad que produce la imposibilidad mencionada en
Romanos 8:3.
Debido a que la ley es débil por causa del cuerpo de pecado, ¿qué hizo Dios con respecto
a esto? ¿Cómo enfocó Dios este problema? La ley de Dios nos presenta exigencias, pero
fue debilitada por causa de la carne. El problema no reside en la ley misma, sino en el
pecado y en la carne de pecado. El pecado es el transgresor, y la carne de pecado es su
ayudante. Los dos trabajan juntos. Para resolver este problema, Dios tuvo que hacer
algo con respecto al pecado y también a la carne. Aunque el problema principal es el
pecado y no la carne, Dios tenía que terminar con ambos.
¿Cómo lo logró? Dios lo hizo de una manera tan maravillosa que las palabras humanas
no nos alcanzan para explicarlo adecuadamente. Dios resolvió el problema enviando a
Su Hijo “en semejanza de carne de pecado”. Dios fue muy sabio. Él sabía que no debía
enviar a Su Hijo como la carne misma de pecado, porque si Él hubiera hecho eso, Su
Hijo se habría involucrado con el pecado. Por lo tanto, Él envió a Su Hijo únicamente
“en semejanza de carne de pecado”, tipificado por la serpiente de bronce levantada por
Moisés en el desierto (Nm. 21:9) y mencionada por el Señor Jesús en Juan 3:14, cuando
dijo: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del
Hombre sea levantado”, indicando que la serpiente de bronce tipificaba a Él mismo,
cuando Él fue a la cruz en nuestro lugar. Cuando Dios vio a Jesús clavado en la cruz, Él
estuvo en la forma de la serpiente. ¿Quién es la serpiente? Satanás. ¿Qué es el pecado
que fue inyectado en el cuerpo del hombre, transmutándolo así en carne de pecado? Es
la naturaleza misma de Satanás. Así que la expresión la carne de pecado en realidad
significa la carne con la naturaleza de Satanás. La Biblia dice que Jesús, el Hijo de Dios,
se hizo carne (Jn. 1:14). Sin embargo, esto de ninguna manera significa que Jesús se hizo
carne adquiriendo así la naturaleza de Satanás, porque en Romanos 8:3 se afirma que Él
fue enviado “en semejanza de carne de pecado”, lo cual indica que Jesús sólo tomó la
“semejanza de carne” pero no su naturaleza pecaminosa. Además, en 2 Corintios 5:21,
en referencia a Cristo, se nos dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo
pecado...” Aunque este versículo dice claramente que Cristo fue hecho pecado, esto no
significa que Él fuera pecaminoso en Su naturaleza. Él tomó sólo la “semejanza de carne
de pecado”. La serpiente de bronce tenía la forma de la serpiente, pero no el veneno de
la misma. Tenía la forma serpentina sin su naturaleza. Cristo fue hecho pecado
solamente en forma, pero dentro de Él no había pecado (5:21; He. 4:15). Él no tenía
nada que ver con la naturaleza del pecado. Sólo fue hecho en la forma de la serpiente,
“en semejanza de carne de pecado”, y todo esto lo hizo por nosotros.
Juan 12:31 dice: “Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será
echado fuera”. Cuando el Señor Jesús declaró estas palabras, se refería a la muerte que
iba a sufrir en la cruz, afirmando que el tiempo de Su crucifixión sería también el tiempo
del juicio de Satanás, porque éste es el príncipe de este mundo cuyo juicio fue anunciado
por el Señor en Juan 12:31. El Señor Jesús fue colgado en la cruz, pero a los ojos de Dios,
ahí Satanás fue juzgado. Por lo tanto, Hebreos 2:14 dice que, mediante la muerte de
Cristo, Dios destruyó a aquel que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo,
Satanás. Cristo destruyó a Satanás por medio de Su muerte en carne sobre el madero.
En la cruz Cristo “en semejanza de carne de pecado” no sólo quitó el pecado como
substituto de los pecadores, sino que también destruyó por completo a Satanás, el
diablo, al ser crucificado en la forma de la serpiente.
Debido a la carne de pecado, la ley de Dios era débil. Por lo tanto, Dios tenía que
terminar con la carne y con el pecado. Así que, Él envió a Su Hijo “en semejanza de
carne de pecado”, es decir, en la forma de la serpiente. Cristo llevó la carne a la cruz y la
crucificó allí. Todos los seres del mundo espiritual, tanto los ángeles como los espíritus
malignos, conocen el significado de esto. Cuando entremos a la eternidad, miraremos
hacia atrás y diremos: “Ahora entiendo cómo Satanás fue aniquilado por medio de la
carne de Cristo en la cruz”. Satanás fue exterminado y totalmente destruido por medio
de la misma carne de la cual Cristo se vistió, porque dicha carne era en la forma de la
serpiente. Cuando la carne fue crucificada sobre el madero, Satanás fue completamente
destruido.
Romanos 8:3 no sólo dice que Dios envió a Su Hijo “en semejanza de carne de pecado”,
sino que también lo envió “en cuanto al pecado”. Algunas versiones interpretan la
última expresión como una referencia a la ofrenda por el pecado, traduciéndola como
“una ofrenda por el pecado”. Aunque esta interpretación no es equivocada, no transmite
adecuadamente el pensamiento de Pablo. Aquí Pablo nos dice que Dios envió a Su Hijo
no solamente “en semejanza de carne de pecado”, sino también “en cuanto al pecado”,
esto es, para resolver todo lo relacionado con el pecado a fin de condenar el pecado y
todo lo que se relacione con éste. Todo lo tocante al pecado fue condenado en la carne de
Cristo sobre la cruz. Nunca debemos olvidarnos de que el pecado es la naturaleza misma
de Satanás. La naturaleza de Satanás, es decir, el pecado, estaba en la carne, y Cristo se
vistió de esta carne en la cual moraba el pecado, que es la naturaleza misma de Satanás.
Luego Cristo llevó esta carne a la cruz y la crucificó allí. De esta manera fue condenado
tanto el pecado como Satanás.
Satanás estaba deseoso por entrar en el cuerpo del hombre y se alegró al hacerlo,
convirtiéndolo así en la carne, pues con esto consiguió un lugar de alojamiento. Pero por
muy astuto que sea Satanás, nunca podrá superar a Dios en sabiduría. Dios es mucho
más sabio que el maligno, pues envió a Su Hijo “en semejanza de carne de pecado”
donde moraba Satanás y condenó la carne de pecado en la cruz. Era como si Satanás
hubiera pensado: “Ahora es el momento de entrar en el cuerpo del hombre”. Pero no se
dio cuenta de que ese cuerpo era una trampa. Cuando Satanás fue atraído por el cebo,
quedó atrapado. Podemos usar el ejemplo de una ratonera. Es difícil atrapar un ratón
porque es muy veloz y siempre huye. Pero podemos ponerle un poco de cebo en la
ratonera. Entonces el ratón entrará en la ratonera, atraído por ese cebo. Finalmente
queda atrapado, y entonces fácilmente el hombre puede eliminarlo. De la misma forma,
Satanás fue atrapado y destruido en la carne de Cristo en la cruz. Dios, al atrapar a
Satanás de esta manera, solucionó dos problemas de una vez. Dios resolvió el problema
del pecado, cuya naturaleza y fuente era Satanás, y el problema de la carne. ¡Alabado sea
el Señor!
Romanos 8:4 dice: “Para que el justo requisito de la ley se cumpliese en nosotros, que no
andamos conforme a la carne, sino conforme al espíritu”. El hecho de que el versículo
anterior concluye con una coma, indica que lo realizado en ese versículo es para el
versículo siguiente. Dios condenó el pecado en la carne para que el justo requisito de la
ley pudiera ser cumplido en nosotros. Había una imposibilidad en cuanto a la ley de
Dios por causa de la carne. Por lo tanto, Dios envió a Su Hijo “en semejanza de carne de
pecado” y condenó así al pecado, resolviendo de esta manera el doble problema: el
pecado y la carne, para que el justo requisito de la ley pudiera ser cumplido en nosotros.
“Nosotros” se refiere a aquellos que “no andan conforme a la carne, sino conforme al
espíritu”. Los escritos de Pablo son maravillosos. En 8:2 él menciona al Espíritu Santo,
pero en 8:4 no se refiere sólo al Espíritu Santo, sino sobre todo al espíritu humano. El
Espíritu Santo es el Espíritu de vida, y el espíritu humano, donde reside el Espíritu
Santo y con el cual éste está mezclado, es el mismo espíritu conforme al cual andamos.
El Espíritu Santo de vida está en nuestro espíritu humano. Si andamos conforme a este
espíritu mezclado, cumpliremos espontáneamente todos los justos requisitos de la ley.
No es necesario que por nuestros propios esfuerzos guardemos la ley. La ley del Espíritu
de vida cumple espontáneamente los requisitos de la ley.
F. La mente es la clave
El siguiente versículo nos ofrece una explicación adicional: “Porque los que son según la
carne ponen la mente en las cosas de la carne; pero los que son según el espíritu, en las
cosas del Espíritu”. Después que Pablo menciona al Espíritu de vida y la mezcla que se
da entre el espíritu humano y el Espíritu Santo, hace referencia a la mente.
Anteriormente la había mencionado en Romanos 7:25, donde dijo: “Así que, yo mismo
con la mente sirvo a la ley de Dios...” Las palabras yo mismo con la mente indican que
en el versículo 25 la mente era independiente. Pero la mente mencionada en el capítulo
8 es diferente, pues es una mente puesta en las cosas del Espíritu. En Romanos 7 la
mente actúa en forma independiente, pero en Romanos 8 la mente se vuelve al espíritu
y depende de él sin actuar más por su propia cuenta.
La mente ocupa la posición de una esposa. La forma más sabia en que una esposa puede
vivir es no actuar independientemente; al contrario, debe acudir a su esposo. Si la
esposa tiene dificultades, no debe hacer frente a dicha dificultad por sí misma, sino
dejarla en manos de su esposo. En Romanos 7 la mente era completamente
independiente, era como una esposa que toma el papel de un esposo. Pero en Romanos
8 la mente mantiene su posición de esposa y no actúa más por su propia cuenta, sino
que siempre acude al esposo. En Romanos 8 la mente dice: “Querido esposo espíritu,
¿qué debo hacer?” Y el esposo espíritu responde: “Querida esposa, tú no tienes que
hacer nada; yo me encargaré personalmente de la situación”. Los capítulos 7 y 8 de
Romanos nos muestran que la misma mente puede tomar dos actitudes diferentes. En el
capítulo 7 la mente actúa en forma independiente, tomando y asumiendo
equivocadamente la posición de un esposo. Pero en el capítulo 8 la mente toma el papel
de esposa, manteniendo su debida posición y acudiendo a su esposo, el espíritu, para
depender totalmente de él.
Concluimos con 8:6, donde leemos: “Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero
la mente puesta en el espíritu es vida y paz”. En este versículo vemos que aun la mente
puede ser vida. La mente que actúa en forma independiente es incapaz de guardar la ley
de Dios, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz. Esta mente está llena de
disfrute y descanso. La paz nos da el descanso, y la vida produce el disfrute. Cuando la
mente está puesta en el espíritu, no hay derrota, condenación, ni sentimientos
negativos, sino sólo vida y paz, disfrute y descanso. La mente que por sí misma es
incapaz de guardar la ley de Dios, puede convertirse en una mente llena de vida y paz al
ocuparse del espíritu.
Esto no sólo es una teoría, sino una realidad en el sentido práctico. Si usted lo pone en
práctica, lo comprobará por su propia experiencia. Pablo no escribió Romanos 8
basándose en una teoría, sino conforme a su experiencia. Es fácil que la ley sea cumplida
espontáneamente. De hecho, no es necesario que lo hagamos por nuestro propio
esfuerzo, porque cumpliremos la ley espontánea e inconscientemente. Aunque no
tengamos la intención de cumplir la ley, descubriremos que la cumplimos
espontáneamente. Tal vez usted no se haga el propósito de amar a su esposa, pero aun
así la amará espontáneamente. Es posible que no decida someterse a su esposo, pero
descubrirá que se somete a él absolutamente sin darse cuenta de ello. El hecho de
cumplir los requisitos de la ley espontánea y automáticamente se lleva a cabo al poner la
mente en el espíritu.
(3)
Aunque en Romanos 8:1-6 vemos claramente la libertad del Espíritu de vida, es difícil
descubrir el pensamiento central de los siguientes siete versículos. Sin embargo, si
profundizamos en lo que se trata en este pasaje, veremos que aquí Pablo trata de
advertirnos que otro elemento aparte del pecado está alojado en nosotros. En 7:20 Pablo
dijo: “Mas si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí”.
Por lo tanto, Romanos 7 pone de manifiesto el pecado que mora en el hombre. Como
hemos visto, Romanos 8 presenta un agudo contraste a lo que se halla en Romanos 7.
En Romanos 7 se halla la esclavitud, pero en Romanos 8, la libertad. En Romanos 7
tenemos la ley, y en Romanos 8 tenemos al Espíritu. Romanos 7 habla de nuestra carne,
mientras que Romanos 8 habla de nuestro espíritu. Además, en Romanos 7 se ve el
pecado que mora en nosotros, pero ¿qué es lo que mora en nosotros en Romanos 8?
Cristo es el que mora en nuestro ser. En Romanos 7 el pecado que mora en nuestra
carne es el factor principal de nuestra miseria humana. Pero en Romanos 8 el Cristo que
mora en nuestro interior es el factor de toda bendición.
Si Cristo no fuera el Espíritu, nunca podría morar en nosotros. Él tiene que ser el
Espíritu para poder vivir en nosotros. En los versículos 9 y 10 encontramos tres títulos
que son sinónimos y que se usan intercambiablemente: “el Espíritu de Dios”, “el
Espíritu de Cristo” y “Cristo”. Además, el versículo 11 se refiere al Espíritu que mora en
el creyente. Estos sinónimos demuestran que Cristo es este Espíritu. Indudablemente,
“el Espíritu de Dios” mencionado en el versículo 9 es “el Espíritu de vida” del versículo
2. Después que Pablo menciona “el Espíritu de Dios”, él habla acerca del “Espíritu de
Cristo” y de “Cristo” mismo. Luego, en el versículo 11, se refiere al Espíritu que mora en
el creyente. Esto quiere decir que “el Espíritu de Dios” es “el Espíritu de Cristo”, y que
“el Espíritu de Cristo” es “Cristo” mismo. Por lo tanto, el Espíritu que mora en el
creyente es Cristo mismo. Él es “el Espíritu de vida”, “el Espíritu de Dios”, y también “el
Espíritu de Cristo”, quien mora dentro de nosotros para impartirse a Sí mismo como
vida en nuestro ser. Cristo no sólo imparte vida a nuestro espíritu (v. 10), sino también a
nuestra mente (v. 6) y a nuestro cuerpo mortal (v. 11). Por lo tanto, Cristo ahora es vida
en el Espíritu Santo (v. 2), en nuestro espíritu (v. 10), en nuestra mente (v. 6) y aun en
nuestro cuerpo mortal (v. 11). Cristo es vida en Su riqueza cuádruple.
Aunque el libro de Romanos ha estado en mis manos por años, sólo recientemente he
visto que Cristo es la vida cuádruple. Cristo es vida para nosotros con Sus riquezas
intensificadas cuatro veces. Él no es solamente vida en el Espíritu Divino y en nuestro
espíritu humano, sino también en nuestra mente. Además, Cristo también puede ser
vida en nuestro cuerpo mortal. En otras palabras, Él es la vida en Dios como también la
vida en el pueblo de Dios. Ésta es la idea principal de Romanos 8:7-13. El punto central
aquí consiste en que Cristo como Espíritu que mora en nosotros, es vida para nuestro
ser en una riqueza cuádruple. Él es sumamente rico. Cristo sustenta nuestro espíritu,
suministra a nuestra mente e incluso vivifica nuestro cuerpo mortal. Esta vida, que es
Cristo mismo, es la vida que disfrutamos hoy. Que el Señor nos revele plenamente este
hecho, no sólo de una manera doctrinal, sino en nuestra propia experiencia. Todos
debemos ver que nuestro Cristo es el Espíritu que mora en nosotros como la vida que
tiene esta riqueza cuádruple.
A. La carne
Romanos 8:7 dice: “Por cuanto la mente puesta en la carne es enemistad contra Dios;
porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede”. Este versículo subraya que
nuestra carne es un caso perdido y que si la mente está puesta en la carne, también es un
caso perdido. Todo aquello que es uno con la carne no tiene ninguna esperanza. No
piense que su carne puede ser santificada. Esto es imposible. La carne es carne, y toda
carne está completamente desahuciada. No ponga ninguna esperanza en su carne, pues
ésta jamás podrá ser mejorada. Dios tomó una firme decisión de que la carne fuera
terminada porque es completamente corrupta. Dios juzgó a la generación de Noé con el
diluvio porque toda esa generación se convirtió en carne (Gn. 6:3). Cuando aquella
generación se convirtió en carne, Dios la dio por desahuciada. Él consideró que era
imposible rescatarla, recobrarla o mejorarla. Es como si Dios dijera: “Esta generación no
tiene remedio; debo ponerla completamente bajo Mi juicio”. El juicio del diluvio fue un
juicio ejecutado sobre la carne. Fue sólo cuando el hombre se convirtió en carne que
Dios ejerció Su juicio sobre este hombre que fue carne. Por lo tanto, nunca diga que su
carne puede ser mejorada, ni tampoco debe creer que su carne hoy es mejor que antes
de que usted fuese salvo. Sea salvo o no el hombre, la carne sigue siendo carne; ésta no
tiene remedio, y todo lo que se relaciona con ella tampoco tiene remedio.
Pablo dijo que “la mente puesta en la carne es enemistad contra Dios”. La carne está en
enemistad contra Dios, y la mente que se ocupa de ella también lo está. La mente puesta
en la carne no se sujeta a la ley de Dios. Es imposible para dicha mente sujetarse a la ley
de Dios, aun si quisiera hacerlo. De manera que, el veredicto sobre la carne es definitivo.
Se ha dado fin a la carne y a todo lo relacionado con ella.
Pablo continúa este pensamiento en Romanos 8:8: “Y los que están en la carne no
pueden agradar a Dios”. En tanto estemos en la carne, no podremos agradar a Dios.
Jamás debemos decir que nuestra carne es buena. En los versículos 7 y 8 vemos cuatro
puntos, a saber: la carne está en enemistad contra Dios; no se sujeta a la ley de Dios; no
puede sujetarse a ella; y es incapaz de agradar a Dios. Ésta es la verdadera condición de
la carne.
“Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora
en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él” (v. 9). Muchos
versículos de las Epístolas comienzan con la maravillosa palabra pero. ¡Aleluya por el
“pero”! En nuestra historia necesitamos muchos “peros” como éste. Nuestra experiencia
debe ser tal que podamos decir: “Oh, yo me encontraba muy decaído esta mañana...,
‘pero’. Yo soy muy débil..., ‘pero’. Yo no tengo ninguna posibilidad de vencer..., ‘pero’”.
Pablo dice: “Pero vosotros no estáis en la carne...” Nunca debemos decir que nuestra
carne es buena y que por eso permanecemos en ella. No debemos permanecer en la
carne, porque ésta ya ha sido condenada. Si una casa ha sido vedada por el gobierno, es
ilegal seguir viviendo en ella. De igual forma, la carne ha sido completamente
condenada por Dios, y no debemos permanecer en ella, argumentando que ha mejorado.
No debemos estar en la carne, sino en el espíritu, el cual es el espíritu humano mezclado
con el Espíritu divino.
Existe una condición que debemos cumplir para poder estar en el espíritu, a saber, que
el Espíritu de Dios more en nosotros (v. 9). La palabra morar en realidad significa
“hacer hogar”. Estamos en el espíritu si el Espíritu de Dios mora, o hace Su hogar, en
nosotros. Aunque usted sea salvo, tal vez el Espíritu de Dios todavía no haya hecho Su
hogar en usted. Esto explica la razón por la cual usted aún no está en el espíritu. Aunque
el Espíritu de Dios esté en usted, tal vez usted no le haya dado completa libertad para
que haga Su hogar ampliamente en su ser. Si éste es el caso, Él aún no mora en usted.
Por ejemplo, si usted me invita a su casa, esto no quiere decir que tengo la libertad de
hacer hogar en ella. Yo me encuentro en su casa como un invitado, y por eso no tengo
permiso para establecerme allí. De igual manera, el Espíritu de Dios está en nosotros,
pero es posible que no le demos la libertad de hacer Su hogar en todo nuestro ser. Él es
un invitado, pero no el dueño. Si el Espíritu de Dios tiene la libertad de hacer Su hogar
en nosotros, estableciéndose ampliamente, entonces cumpliremos el requisito para estar
en el espíritu y no en la carne. Sin embargo, si el Espíritu de Dios no tiene el suficiente
espacio para alojarse libremente en nosotros, permaneceremos en la carne y no en el
espíritu.
El versículo 10 dice: “Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está muerto a
causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia”. Aquí dice que Cristo está en
nosotros. En el versículo 9 tenemos “el Espíritu de Dios” y “el Espíritu de Cristo”. Pero
ahora, en el versículo 10 tenemos a “Cristo” mismo. Esto ciertamente demuestra que
“Cristo” es “el Espíritu de Dios” y el “Espíritu de Cristo”. Todos debemos reconocer esto.
Cristo como Espíritu está en nosotros. Ésta es una verdad maravillosa. ¿Dónde estaba
Cristo en Romanos 3? Él estaba en la cruz, derramando Su sangre para nuestra
redención. ¿Dónde estaba en el capítulo 4? Él estaba en resurrección. Pero ya en el
capítulo 8 Cristo está en nosotros. En el capítulo 6 nosotros estamos en Cristo, pero en
el capítulo 8 Cristo está en nosotros. Estar en Cristo es un aspecto, pero el hecho de que
Cristo esté en nosotros, es otro. Primero permanecemos en Cristo, y luego Él permanece
en nosotros (Jn. 15:4). Como resultado de que nosotros permanezcamos en Cristo, Él
permanece en nosotros, pues permanecer en Cristo es el requisito. ¡Alabado sea el Señor
porque Cristo está en nosotros! Cristo se ha forjado en nuestro ser. Él ha pasado por un
proceso de tal modo que ahora está en nosotros. Este Cristo tiene que permanecer en
nosotros y allí hacer Su hogar.
Aunque Cristo está en nosotros, nuestro cuerpo aún permanece en muerte por causa del
pecado. Algunos, después de leer el mensaje anterior donde hicimos notar que Dios
condenó al pecado en la carne, podrían decir: “Ya que Dios condenó al pecado, éste ya
no puede obrar más. Nuestro cuerpo no está más en muerte, sino que ahora está vivo”.
Éste no es el entendimiento correcto de lo que Pablo dijo en estos versículos. Aunque es
verdad que Dios condenó al pecado en la carne, éste sigue morando en nuestro cuerpo,
así que nuestro cuerpo continúa en muerte. Existen muchos argumentos sobre este
asunto. Algunos dicen que ya que Dios condenó al pecado en la cruz, éste ya fue
anulado, y los creyentes no pueden pecar más. Otros incluso dicen que después que
somos salvos, el pecado es erradicado o desarraigado de nuestro ser. La escuela que se
ciñe a la erradicación del pecado, enseña que cuando somos salvos, la raíz del pecado
dentro de nosotros es desarraigada. Todos aquellos que siguen esta enseñanza creen que
el pecado fue erradicado de toda persona salva.
No nos conviene apartarnos del Espíritu por ningún motivo. Día tras día, a todas horas,
y aun en todo momento, necesitamos estar en el Espíritu. Uno no debe decir: “Anoche
pasé un tiempo maravilloso con el Señor, así que ahora soy más santo que los ángeles y
todos mis problemas se han resuelto”. Aunque puede haber tenido tal experiencia por
un breve momento la noche anterior, si no permanece en el Espíritu todo-inclusivo,
puede descender tan bajo como al mismo infierno. Nunca debemos decir que por haber
recibido cierta visión o revelación, o por haber tenido una experiencia en particular,
ahora somos tan santos que no podemos tener ningún problema. Al declarar esto, es
posible que tarde o temprano nos hallemos en una situación miserable.
Romanos 8:11 dice: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en
vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros
cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. El Espíritu en este versículo es
el Espíritu de resurrección. Hemos visto que nuestro espíritu es vida (v. 10), y que
nuestra mente también es vida (v. 6). Ahora llegamos a la última parte de nuestro ser,
nuestro cuerpo mortal. Nuestro cuerpo está moribundo. Sin embargo, la vida es
impartida aun a este cuerpo mortal. Nuestro cuerpo también puede participar de esta
vida, ser sustentado con ella, y recibir la provisión de dicha vida mediante el Espíritu
que mora en nosotros. Indudablemente, este Espíritu es el Cristo resucitado (1 Co.
15:45; 2 Co. 3:17). Cristo, en calidad de Espíritu que mora en nosotros, imparte
constantemente esta vida a cada parte de nuestro ser.
D. Nuestra cooperación
Romanos 8:12 dice: “Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que
vivamos conforme a la carne”. Este versículo también demuestra que después que
somos salvos aún existe la posibilidad de seguir viviendo conforme a la carne. Si esto no
fuera así, entonces ¿por qué Pablo nos recuerda que ya no somos deudores a la carne?
Debemos exclamar: “¡Aleluya! Ya no soy deudor a la carne. Ya no le debo absolutamente
nada ni tengo ninguna obligación para con ella. He sido totalmente eximido y liberado
de ella. He sido completamente liberado de esta desahuciada carne. No soy más deudor
de la carne ni tengo por qué vivir más conforme a ella”.
Pablo continúa: “Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir, mas si por el
Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis” (8:13). Aquí Pablo se refiere a las
personas salvas. Por lo tanto, este versículo es una prueba adicional de que, aunque una
persona sea salva, todavía puede vivir según la carne. Si vivimos conforme a la carne,
habremos de morir. Por supuesto, la clase de muerte que se menciona aquí no es física,
sino espiritual. Si usted vive según la carne, habrá de morir en su espíritu. Sin embargo,
si por el Espíritu hace morir los hábitos del cuerpo, es decir, si los mata o los crucifica,
entonces vivirá. Esto significa que usted vivirá en su espíritu. Este versículo se relaciona
con el versículo 6, donde vemos que la mente puesta en la carne es muerte, pero que la
mente puesta en el espíritu es vida. Vivir conforme a la carne primordialmente significa
poner la mente en la carne, y del mismo modo, fijar la mente en la carne significa vivir
conforme a la misma. Para hacer morir los hábitos del cuerpo, debemos poner nuestra
mente en el espíritu y andar conforme al mismo.
Si tenemos la mente puesta en nuestro espíritu, haremos morir nuestra carne. Al poner
la mente en el espíritu, automáticamente hacemos morir todos los hábitos de nuestro
cuerpo. Esto es “crucificar la carne” (Gá. 5:24). Cuando deseamos ir de compras,
nuestros pies quieran ir, pero es posible que nuestro espíritu diga: “Quédate en la cruz”.
Esto es hacer morir o crucificar los hábitos del cuerpo. Como resultado,
experimentamos la muerte de Cristo. La verdadera experiencia genuina de ser
crucificados juntamente con Cristo, se obtiene al hacer morir los hábitos del cuerpo por
medio del Espíritu. Esta experiencia no se tiene una vez y para siempre, sino que
requiere un ejercicio constante y diario. Debemos hacer morir todo hábito del cuerpo
volviendo nuestra mente al espíritu y fijándola en él. Ésta es la manera de andar
conforme al espíritu (Ro. 8:4).
La palabra andar incluye todo nuestro vivir: lo que decimos, lo que hacemos y adonde
vamos. Cuando fijamos constantemente la mente en el espíritu, todo nuestro andar
estará en conformidad con el espíritu. Esta clase de vida puede llamarse la vida santa, la
vida victoriosa o la vida gloriosa. No importa cómo la llamemos, esta vida será la
expresión del Cristo que mora en nosotros como nuestra vida cuádruple. Ésta es la
experiencia que necesitamos en la vida de iglesia.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE DIECISIETE
LA SANTIFICACIÓN EN VIDA
Pablo era un escritor excelente, y sus pensamientos eran muy profundos. En el libro de
Romanos, Pablo primero presenta el tema de la condenación y luego continúa con la
justificación, la santificación y la glorificación. En todo lo que Dios hace con nosotros, Él
siempre tiene presente tres de Sus atributos divinos: Su justicia, Su santidad y Su gloria.
Dios es justo, Dios es santo y es un Dios de gloria. La justicia se relaciona con los hechos
de Dios, con Sus caminos, Sus actos y Sus actividades. Todo lo que Dios hace es justo. La
santidad es la naturaleza de Dios; no se trata de la conducta de uno, sino de su propia
naturaleza. Así como la madera es la naturaleza de una mesa, y el papel, la de un libro,
así también la santidad es la naturaleza de Dios. Los hechos de Dios se rigen por la
justicia, y Su naturaleza, por la santidad; pero, ¿qué es la gloria? La gloria es la
expresión de Dios. Cuando Dios se expresa, se ve la gloria. Por lo tanto, en la justicia
vemos los caminos de Dios; en la santidad vemos Su naturaleza; y en la gloria vemos Su
expresión. Tres de las secciones de Romanos —las que tratan sobre la justificación, la
santificación y la glorificación— fueron escritas en conformidad con estos tres atributos
divinos: la justificación que está en conformidad con la justicia de Dios, la santificación
que está en conformidad con la santidad de Dios, y la glorificación que está en
conformidad con la gloria de Dios.
Ahora podemos entender por qué Pablo escribió Romanos en el orden en que lo hizo,
presentando primero la justificación, después la santificación y, por último, la
glorificación. Estas tres secciones abarcan las tres etapas de la salvación completa y
corresponden a las tres partes de nuestro ser. En la justificación nuestro espíritu es
vivificado; en la santificación nuestra alma es hecha vida; y en la glorificación aun
nuestro cuerpo estará lleno de vida. Cuando este proceso se haya completado, no sólo
seremos justificados y santificados, sino también glorificados. Actualmente nos
encontramos en el proceso de la santificación. Ésta es la razón por la cual tengo la carga
de dar este mensaje acerca de la santificación en vida. Aunque usted nunca haya oído la
expresión santificación en vida, es un hecho innegable.
Desde el inicio del libro de Romanos hasta el versículo 13 del capítulo 8, se presentan
dos temas principales: la justificación y la santificación. En la justificación Dios nos
concede Su justicia, la cual es Cristo mismo. Dios ha hecho a Cristo justicia para
nosotros. Sin embargo, esto es un hecho objetivo, porque la justicia es Cristo como
nuestra cubierta. Por lo tanto, la justicia es objetiva; es semejante a un techo que nos
protege. Pero en la segunda etapa, la santificación, Dios forja a Cristo en nosotros para
hacer que Él sea nuestra santificación subjetiva. Finalmente, todo nuestro ser será
saturado con la naturaleza santa de Dios. En esto consiste la santificación en vida.
En los primeros siete y medio capítulos de Romanos la palabra vida se usa muchas
veces. La finalidad de esta vida es la santificación, pues es por ella que Cristo nos
impregna, nos satura e infunde la naturaleza santa de Dios en nosotros, haciéndonos
santos en nuestra manera de ser. En otros libros de la Biblia se menciona la
santificación que se efectúa mediante la sangre, y se nos dice que la sangre de Cristo nos
ha santificado (He. 13:12). Sin embargo, en el libro de Romanos no encontramos este
aspecto de la santificación. En Romanos no tenemos la santificación objetiva que se
efectúa mediante la sangre, sino la santificación subjetiva que se realiza en la vida
divina. Así que, este mensaje trata de la santificación en vida. Por eso, necesitamos leer y
analizar algunos versículos relacionados con la vida.
En Romanos 1:4 Pablo dice que Cristo “fue designado Hijo de Dios con poder, según el
Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos”. El “Espíritu de santidad”
aquí mencionado está en contraste con la “carne” mencionada en 1:3. Tal como ésta se
refiere a la naturaleza humana de Cristo, así también el Espíritu que se menciona en este
versículo alude a la esencia divina de Cristo, la cual es “la plenitud de la Deidad” (Col.
2:9), y no a la persona del Espíritu Santo de Dios. Esta esencia divina de Cristo, Dios el
Espíritu mismo (Jn. 4:24), está constituida de santidad y llena de la naturaleza y de la
calidad de ser santo. Cristo tiene dos naturalezas: la humana y la divina. Cada
naturaleza tiene esencia. La esencia de Su naturaleza humana, Su humanidad, es carne;
y la esencia de Su divinidad es el Espíritu de santidad. De manera que, el Espíritu de
santidad aquí mencionado es la esencia divina de la persona de Cristo. Esta esencia es la
santidad.
La última parte de 1:17 declara: “Mas el justo por la fe tendrá vida y vivirá”. ¿Con qué
propósito tendremos vida? La tendremos para nuestra santificación. Aunque ya estamos
justificados, todavía necesitamos la vida divina para ser santificados, esto es, para que la
naturaleza santa de Dios sea forjada en nuestro ser. Esto es la santificación.
En 5:10 Pablo dice que “seremos salvos en Su vida”. No somos salvos en Su vida para ser
justificados, pues Su muerte ya efectuó nuestra justificación. Aunque ya obtuvimos la
justificación mediante la muerte de Cristo, aún nos hace falta ser santificados en Su vida
salvadora. Por lo tanto, la finalidad de ser salvos en vida no es la justificación, sino,
principalmente, la santificación.
En 5:17 se habla de reinar en vida. Aquí Pablo dice: “Reinarán en vida por uno solo,
Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia”. Hemos
recibido la justicia objetivamente, pero aún no tenemos la santidad subjetivamente.
Necesitamos reinar en vida a fin de obtener la santidad subjetiva para nuestra
santificación. Por lo tanto, la vida mencionada en este versículo se necesita para una
etapa adicional de la salvación, a saber, la santificación.
En 5:21 Pablo dice que “... la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante
Jesucristo, Señor nuestro”. La gracia reina por la justicia para vida eterna, pero ¿con qué
propósito? Puesto que este versículo se encuentra en la sección sobre la santificación,
debemos deducir que la gracia reina por la justicia para vida eterna con el objetivo
principal de santificarnos.
Romanos 6:4 dice que “como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así
también nosotros andemos en novedad de vida”. No andamos en novedad de vida para
ser justificados, sino para ser santificados, como lo indican los versículos 19 y 22 con las
palabras para santificación. Luego, en 6:5 leemos: “Porque si ... hemos crecido
juntamente con Él en la semejanza de Su muerte, ciertamente también lo seremos en la
semejanza de Su resurrección”. Este versículo habla del crecimiento, el cual se tiene sólo
por la vida. Hemos crecido juntamente con Cristo en la semejanza de Su muerte, y ahora
estamos creciendo con Él en la semejanza de Su resurrección, es decir, “en novedad de
vida”. Este crecimiento con Cristo en novedad de vida también tiene como fin principal
la santificación.
Ahora debemos leer 6:11: “Así también vosotros, consideraos muertos al pecado, pero
vivos para Dios en Cristo Jesús”. Podemos traducir este versículo como “viviendo para
Dios en Cristo Jesús”. Debemos considerarnos de esta manera: estamos en Cristo y
vivimos para Dios. Esto significa que después de ser justificados, empezamos a vivir
para la santificación.
Romanos 6:19 dice que debemos “presentar [nuestros] miembros como esclavos a la
justicia para santificación”. Así como anteriormente presentamos nuestros miembros
como esclavos a la inmundicia para iniquidad, ahora se nos requiere que los
presentemos como esclavos a la justicia para santificación. La santificación no implica
solamente un cambio de posición, es decir, que uno es separado de una posición común
y mundana para estar en una posición de utilidad a Dios, como se describe en Mateo
23:17 y 19 (donde el oro es santificado por el templo, y la ofrenda es santificada por el
altar, al experimentar ellos un cambio de posición) y en 1 Timoteo 4:3-5 (donde la
comida es santificada por la oración de los santos); más bien, la santificación implica
una transformación de la manera de ser, es decir, es una transformación de la
inclinación natural a un modo de ser espiritual, como se menciona en Romanos 12:2 y
en 2 Corintios 3:18. Esto se lleva a cabo mediante un largo proceso, el cual comienza con
la regeneración (1 P. 1:2-3; Tit. 3:5), sigue llevándose a cabo durante toda la vida
cristiana (1 Ts. 4:3; He. 12:14; Ef. 5:26), y culmina con la madurez en vida en el
momento del arrebatamiento (1 Ts. 5:23).
Las palabras griegas ágios, agiosúne, agiázo y agiasmós, que se usan en el libro de
Romanos, provienen de la misma raíz, la cual esencialmente significa “separado,
apartado”. La palabra ágios se traduce “santo” [la forma adjetival] en 1:2; 5:5; 7:12; 9:1;
11:16; 12:1; 14:17; 15:13, 16 y 16:16; y “santos” [la forma sustantival] en 1:7; 8:27; 12:13;
15:25, 26, 31 y 16:15. La palabra agiosúne se traduce “santidad” en 1:4. La palabra
agiázo es un verbo usado como participio y se traduce “santificada” en 15:16. La palabra
agiasmós se traduce “santificación” en 6:19 y 22. Por lo tanto, santo significa “separado
o apartado” (para Dios). El término santos denota los separados, los que han sido
apartados (para Dios). La santidad es la naturaleza y característica de ser santo. La
santificación es el efecto práctico que se produce, el carácter en actividad, y el estado
final que resulta de ser santificado (para Dios).
Ahora leamos 6:22: “Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos esclavos
de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna”. Aquí no
dice: “tenéis por ... fruto la justificación, y como fin, los cielos”, sino: “tenéis por ... fruto
la santificación, y como fin, la vida eterna”, refiriéndose a la santificación en vida. La
santificación produce las riquezas de la vida y nos lleva a disfrutar las riquezas de la vida
divina.
Luego 6:23 dice: “La dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. La
vida eterna como la dádiva gratuita de Dios se nos da principalmente para santificarnos,
y la santificación nos lleva a participar de las riquezas de esta vida.
Ahora avancemos al capítulo 8. Aunque nos hemos familiarizado mucho con los
versículos respecto a la vida en Romanos 8, tengo la carga de que estos versículos
causen en usted una impresión tan profunda que nunca más se olvide de ellos. Romanos
8:2 declara: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley
del pecado y de la muerte”. La ley del Espíritu de vida no nos libra para que seamos
justificados, sino principalmente para que seamos santificados.
Leemos en 8:6 que “la mente puesta en el espíritu es vida y paz”. El hecho de que la
mente puesta en el espíritu sea vida, es algo relacionado con la santificación, es decir, su
finalidad es que seamos saturados en la vida divina con la naturaleza santa de Dios.
Veamos lo que dice 8:10: “Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está muerto
a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia”. Debemos prestar atención a
la palabra aunque. Si Cristo está en nosotros, “aunque el cuerpo está muerto a causa del
pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia”. Cuando Cristo entra en nosotros,
nuestro cuerpo aún está muerto a causa del pecado. Sin embargo, debido a que hemos
obtenido la justicia de Dios, nuestro espíritu es vida. Este versículo no representa un
avance adicional en nuestra vida espiritual, sino el propio inicio de ella. Se refiere al
momento en que fuimos justificados y Cristo entró en nosotros. En el momento en que
fuimos justificados, obtuvimos la justicia de Dios, y Cristo entró en nuestro ser. A pesar
de que nuestro cuerpo permaneció muerto a causa del pecado, nuestro espíritu llegó a
ser vida a causa de la justicia de Dios. En 8:11 encontramos una conjunción muy
significativa: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en
vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros
cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. Desde el momento en que Él
entra en nosotros, Él debe morar en nosotros, esto es, hacer Su hogar en nuestro ser. Si
le permitimos hacer esto, Él dará vida a nuestros cuerpos mortales. Nuestros cuerpos,
que estaban en muerte, serán vivificados por Su Espíritu que mora en nuestro ser.
Cuando 8:10 dice que Cristo está en nosotros, se refiere a la primera etapa de nuestra
experiencia espiritual, pero cuando 8:11 habla del Espíritu que mora en nosotros, hace
referencia a una etapa adicional. Cuando Cristo entra en nosotros, Él vivifica nuestro
espíritu y lo hace vida. Pero cuando Él mora en nosotros, haciendo Su hogar en nuestro
interior, Él vivifica nuestro cuerpo y lo satura de la vida divina. Recordemos que 8:10 se
refiere a la etapa inicial, cuando Cristo entra en nosotros. En la etapa inicial Cristo entra
en nosotros y nuestro espíritu es vivificado, pero nuestro cuerpo permanece muerto. No
obstante, si desde ese tiempo permitimos que Cristo haga Su hogar en nosotros, lo cual
significa que le damos la libertad para extenderse a nuestra mente, a nuestra parte
emotiva y a nuestra voluntad, Él se impartirá a Sí mismo como vida aun a nuestro
cuerpo. Entonces nuestro cuerpo será saturado con Su vida principalmente para nuestra
santificación.
¿Cómo podemos poseer la justicia de Dios? Para poseer Su justicia, necesitamos cuatro
aspectos de la obra de Dios: la propiciación, la redención, la justificación y la
reconciliación. Estas cuatro palabras indican la obra de Dios, la cual consiste en impartir
Su justicia a nosotros. Con esto vemos que Dios trabajó mucho a fin de concedernos Su
justicia; no fue nada fácil. Dios tuvo que efectuar la propiciación, la redención, la
justificación y la reconciliación. Debemos recordar la definición de estos cuatro
términos y la diferencia que existe entre ellos, los cuales abarcamos en el mensaje 5.
Después de trabajar objetivamente para darnos Su justicia, Dios está ahora laborando
subjetivamente para impartirnos Su santidad. Dios transmitirá e infundirá Su
naturaleza santa en nuestro ser. Así que, dentro de nuestro ser tendremos Su esencia
santa y divina. Seremos completamente saturados e impregnados con Su naturaleza
santa. Ésta es la santificación que se presenta en el libro de Romanos. Aunque uno de
los aspectos de la santificación tiene que ver con un cambio en nuestra posición objetiva,
éste no es el aspecto que nos presenta Romanos. La santificación presentada en
Romanos es subjetiva y afecta nuestra manera de ser, porque la naturaleza de Dios está
siendo forjada en la nuestra. Su naturaleza será aun forjada en lo que somos en nuestra
persona, lo cual cambiará todo nuestro ser.
HEREDEROS DE LA GLORIA
(1)
En el libro de Romanos no hallamos el término hijos de Dios sino hasta que llegamos al
versículo 14 del capítulo 8, lo cual demuestra que Pablo escribió el libro de Romanos
teniendo en mente un propósito profundo. A partir de 8:14 Pablo empieza a hablar
acerca de los hijos de Dios y de los hijos maduros de Dios. Sin embargo, el concepto final
de la sección sobre la glorificación (8:14-39) no trata de los que nacen de Dios ni de Sus
hijos crecidos, sino de los herederos. Es posible que hayamos sido engendrados por Dios
pero que no tengamos el crecimiento de un hijo maduro, o que seamos hijos maduros
sin haber satisfecho los requisitos para ser herederos. Así que, el último concepto que
Pablo trata en esta sección de Romanos es el que tiene que ver con los herederos de la
gloria.
Romanos 8:14 dice: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son
hijos de Dios”. Este versículo es una continuación de la sección anterior en la cual Pablo
nos dice que debemos andar conforme al espíritu (v. 4). En cierto sentido, andar
conforme al espíritu equivale a ser guiado por el Espíritu Santo. Así que, el versículo 14
continúa lo que Pablo dice en el versículo 4 al afirmar que los que son guiados por el
Espíritu Santo, o por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios. Por medio de esta corta
declaración Pablo hace un giro: de los santificados pasa a los hijos de Dios. Al final del
versículo 13 el tema se centraba en los santificados, aquellos que estaban condenados y
que habían sido justificados, reconciliados, identificados con Dios, y finalmente
santificados. Con el versículo 14 Pablo introduce el concepto de hijos de Dios. ¿Cómo
somos santificados? Al andar conforme al espíritu. En cierto sentido, andar conforme al
espíritu significa ser guiado por el Espíritu de Dios, y “todos los que son guiados por el
Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. De esta manera Pablo nos vuelve de la
santificación a la filiación. Ahora llegamos al tema de los hijos de Dios.
A. El espíritu de filiación
“Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que
habéis recibido espíritu filial, con el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” (Ro. 8:15). ¿Cómo
recibimos este espíritu de filiación? Lo recibimos por el Espíritu del Hijo de Dios que
viene a nuestro espíritu. Gálatas 4:6, un versículo afín a Romanos 8:15, dice: “Y por
cuanto sois hijos, Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo, el cual clama:
¡Abba, Padre!” Romanos 8:15 dice que hemos “recibido un espíritu de filiación”, y
Gálatas 4:6 dice que “Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de Su Hijo”. Debido a
que el Espíritu del Hijo de Dios entra a nuestro espíritu, éste llega a ser un espíritu de
filiación. Así que, el versículo 15 dice que hemos “recibido espíritu filial”. Además, se
menciona que éste es un “espíritu filial, con el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”. En
cambio, Gálatas 4:6 dice que “el Espíritu de Su Hijo” clama: “Abba Padre”. Encontramos
una diferencia aquí. No obstante, ya sea que nosotros clamemos o que Él clame, ambos
clamamos juntamente. Cuando clamamos, Él clama en nuestro clamar, y cuando Él
clama, nosotros clamamos con Él. Según la gramática, el sujeto del versículo 15 es
“nosotros”, pero en Gálatas 4:6, el sujeto es “el Espíritu”. Estos dos versículos
demuestran que nosotros y Él, es decir, nuestro espíritu y Su Espíritu, somos uno.
Cuando nosotros clamamos: “Abba, Padre”, Él se nos une en nuestro clamar. El Espíritu
clama en nuestro clamar porque el Espíritu del Hijo de Dios mora en nuestro espíritu.
Por lo tanto, no tenemos ningún temor, sino sólo un dulce clamor: “Abba, Padre”.
Abba es una palabra aramea que significa “padre”. Cuando se conjugan los dos términos
Abba y Padre, el resultado es una sensación profunda y tierna, la cual es muy íntima.
“Abba, Padre” expresa una dulzura intensificada. Los niños de todas las razas humanas
se dirigen a sus padres de esta forma dulce. En Estados Unidos dicen: “Daddy”; en
China dicen: “Baba”; y en las Filipinas dicen: “Papa”. No usamos una sílaba aislada
como Da, Ba o Pa, pues no sería tan dulce usar una sola sílaba. Necesitamos decir:
“Daddy”, “Baba” o “Papa”. Necesitamos clamar: “Abba, Padre”. Si hacemos esto,
comprobaremos cuán dulce es.
¿Por qué clamamos: “Abba, Padre”? Porque tenemos un espíritu de filiación. Me sería
difícil llamar “Papá” a un hombre que no sea mi padre. Sería más fácil llamarlo “Señor”,
pero no podría llamarlo “Papá”. Y sería mucho más difícil dirigirme a él clamando:
“Abba, Padre”. De hecho, sería imposible. Si mi querido padre aún viviera, me gustaría
llamarlo “Papi”. Sería tan dulce llamarlo así porque él me engendró. Jóvenes, no hay
necesidad de que duden si son hijos de Dios. Cuando ustedes claman: “Abba, Padre”,
¿no experimentan una sensación muy dulce e íntima en su interior? Esto comprueba
que son hijos de Dios y que tienen un espíritu de filiación. Si sólo pueden clamar:
“Dios”, pero no pueden clamar: “Abba, Padre”, esto indica que no son hijos de Dios. Sin
embargo, mientras puedan clamar con dulzura: “Abba, Padre”, pueden estar seguros de
que son hijos de Dios.
“El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu, de que somos hijos
de Dios”. En el versículo 14 se mencionan “los hijos de Dios” [juiós en el griego] y en el
versículo 15, “el espíritu filial”. ¿Por qué en el versículo 16 Pablo habla inesperadamente
de los hijos de Dios [usando la palabra griega téknos, o sea, los que recién nacieron de
Dios]? Porque el Espíritu da testimonio de algo básico, es decir, de nuestra relación
inicial con Dios. Como ya mencioné, podemos ser hijos infantiles sin tener el
crecimiento propio de hijos maduros, y podemos ser hijos maduros sin haber cumplido
con los requisitos para ser herederos. Sería prematuro si el Espíritu Santo diera
testimonio de que todos somos herederos de Dios. La mayoría de nosotros no somos lo
suficientemente maduros como para obtener tal testimonio. Así que, el Espíritu da
testimonio de la relación más básica y elemental, a saber, que somos los que han nacido
de Dios. Él da testimonio, juntamente con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios
[los que han nacido de Dios]. Por lo tanto, el testimonio del Espíritu Santo empieza en la
etapa inicial, o sea, desde nuestro nacimiento espiritual. Por muy jóvenes o nuevos que
seamos en el Señor, si somos hijos de Dios, el Espíritu de Dios da testimonio juntamente
con nuestro espíritu de este hecho. Debemos notar que no dice “en nuestro espíritu”. Si
lo dijera, significaría que sólo el Espíritu de Dios da testimonio, y que nuestro espíritu
no lo hace. Pero en efecto dice que el Espíritu da testimonio juntamente con nuestro
espíritu, lo cual quiere decir que ambos dan testimonio juntamente. El Espíritu de Dios
da testimonio, y simultáneamente nuestro espíritu lo hace juntamente con Él. Esto es
maravilloso.
Algunos tal vez digan: “No siento que el Espíritu de Dios dé testimonio. ¿Dónde está el
Espíritu de Dios? No lo siento. No tengo ninguna sensación de que el Espíritu de Dios
esté dentro de mí. Nunca lo he visto, ni puedo sentirlo. Simplemente no puedo
percibirlo”. Sin embargo, ¿no siente usted que su espíritu da testimonio? Debe
comprender que por cuanto su espíritu da testimonio, esto significa que el Espíritu
Santo también lo hace. No puede negar que su espíritu da testimonio dentro de usted. El
apóstol Pablo era muy sabio. Él dijo que el Espíritu da testimonio juntamente con
nuestro espíritu. Cuando nuestro espíritu da testimonio, el Espíritu también lo hace,
porque los dos espíritus fueron mezclados. Es muy difícil hacer una distinción entre el
uno y el otro.
¿Ha notado usted la primera palabra del versículo 14 respecto a la dirección del Señor?
La primera palabra es porque. Esta palabra hace referencia a lo que Pablo ya mencionó
antes e indica que el versículo 14 es una continuación del mismo. Así que, la dirección
mencionada en el versículo 14 tiene relación con los asuntos tratados en los versículos
anteriores. Ahora, el punto principal de los versículos anteriores es que andemos
conforme al espíritu para poder cumplir los justos requisitos de la ley de Dios. ¿Cómo
conseguimos la dirección o el guiar del Espíritu? No lo hacemos al orar, ni al buscar
señales ni indicios, sino al andar conforme al espíritu.
El guiar del Espíritu no proviene de algo externo ni depende de ello. Por el contrario, es
el producto de la vida interior. Yo diría que proviene del sentir de la vida, de tomar
conciencia de la vida divina que está dentro de nosotros. La palabra vida se menciona al
menos cinco veces en Romanos 8. Por lo tanto, el guiar del Espíritu está relacionado con
la vida, y con el sentir y la capacidad de percibir la vida. La mente puesta en el espíritu
es vida (v. 6). ¿Cómo podemos conocer esta vida? No por las circunstancias externas,
sino por el sentir interior de esta vida por el hecho de poder percibirla al tomar
conciencia de ella. Hay un sentir o sentido interior que se produce al poner nosotros la
mente en el espíritu. Si ponemos la mente en el espíritu, inmediatamente seremos
fortalecidos y satisfechos en nuestro interior. También el agua de vida nos riega y nos da
refrigerio. Por tal sentir y conciencia podemos conocer la vida dentro de nosotros, y por
ese sentir de vida podemos saber si nos conducimos de una manera recta. En otras
palabras, de esta forma podemos saber si el Espíritu nos está guiando. Por consiguiente,
el guiar del Espíritu mencionado en el versículo 14 no depende de nada externo, sino
totalmente del sentir de vida que se origina en nuestro espíritu.
¿Qué significa esto? Significa que el Espíritu nos guía en lo profundo de nuestro ser, en
nuestra vida interna. Los incrédulos no tienen la vida divina que está dentro de
nosotros. La vida divina dentro de nuestro ser nos guía constantemente, y no mediante
señales ni indicios, sino al darnos un sentir interno, una sensibilidad o percepción. Así
que Pablo dice: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son
hijos de Dios”. Si las cosas externas le guían a uno, esto no constituye una prueba de que
es hijo de Dios, pero si el sentir interno de la vida divina lo guía, ya tiene el indicio de
que es un hijo de Dios. Somos hijos de Dios porque tenemos Su vida. ¿Por qué razón las
personas mundanas no son hijos de Dios? No lo son porque carecen de la vida de Dios.
Pensemos en el caso del asno usado por Balaam el profeta pagano. Indudablemente ese
asno fue conducido a hablar un lenguaje humano. No obstante, esa guía no provino de la
vida, sino de un don milagroso. La dirección que viene de tal don no implicaría que
seamos hijos de Dios. Sí, verdaderamente el asno fue conducido a hablar en un idioma
humano, pero eso no indicó que el asno poseía la vida humana y mucho menos que era
hijo de Dios.
¿Dónde está el guiar que Pablo menciona en el versículo 14? Se encuentra en los
versículos 4 y 6. El Espíritu nos guía a nosotros cuando andamos conforme al espíritu y
ponemos nuestra mente en el espíritu. Si usted anda conforme al espíritu y pone su
mente en el espíritu, descubrirá que el Espíritu lo dirige. Estará consciente de que está
andando, actuando y viviendo en conformidad con el espíritu. No debe pasar por alto el
sentir interno ni desobedecer lo que se percibe internamente, porque es verdaderamente
la dirección del Espíritu. Cuando usted tiene este sentir en su ser, esto es un indicio de
que el Espíritu lo está guiando. Por lo tanto, poner la mente en el espíritu es ponerse
bajo la dirección del Espíritu. La vida interna le dará cierto sentir, incluso en detalles
pequeños, con lo cual le indicará si usted está bajo la dirección del Señor. Así que, somos
guiados por el Espíritu al andar conforme al espíritu y al poner nuestra mente en el
espíritu. Por lo tanto, la dirección del Espíritu mencionada en el versículo 14 no se
deriva del ambiente externo, sino del sentir de la vida divina de lo que se percibe
internamente. Esta dirección comprueba que somos hijos de Dios, porque “todos los que
son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”.
Me gustaría dirigir una palabra especialmente a los adolescentes que leen este mensaje.
Cuando sus compañeros de escuela están hablando de una forma mundana, puede ser
que ustedes se den cuenta de que no pueden participar en la conversación. Aunque
externamente nada los detiene, internamente perciben que algo los está prohibiendo.
Este control interno proviene de la vida de Dios que está en ustedes, la cual los
constituye hijos de Dios. Puede ser que sus compañeros estén hablando acerca de cosas
pecaminosas de una manera muy contenta y animada, pero la vida divina dentro de
ustedes no les permite decir una sola palabra. En lugar de eso, hace que se alejen de
ellos. Éste es el guiar del Espíritu, el cual los marca o señala como hijos de Dios. Debido
a esta marca que resulta de la dirección del Espíritu, los compañeros de clase suyos no
entenderán lo que pasa con ustedes. Ellos se preguntarán por qué no hablan como ellos
y por qué son diferentes a ellos. Se preguntarán esto porque ellos son hijos del diablo y
ustedes son hijos de Dios y, como tales, ustedes tienen el guiar interno del Espíritu.
También quisiera decir algo acerca de las modas y estilos de vestir. Hoy los hijos del
diablo tienen sus propias modas y estilos. Ciertamente todas las modas son guiadas por
el diablo. Las modas son una marca que señala a los hijos del maligno; ningún cristiano
debería vestirse como ellos. A pesar de que las iglesias en el recobro del Señor no
publican ninguna lista de reglas externas acerca del vestido, dentro de ustedes se
encuentra la vida divina que los hace hijos de Dios. Cuando sus amigos, parientes y
compañeros se visten de una manera diabólica, dentro de ustedes existe un sentir que
no les permite vestirse de esa manera. Esto es el guiar del Espíritu, la marca que los
distingue como hijos de Dios.
¿Cómo podemos saber que somos hijos de Dios? Lo sabemos por el hecho de que el
Espíritu nos guía, lo cual pone una marca en nosotros que nos distingue de los demás.
La vida interna constantemente nos da una sensación o capacidad de percibir el hecho
de que no debemos comportarnos como lo hace la gente mundana. Debemos ser
diferentes de nuestros parientes, amigos, compañeros de clase y vecinos. Cuando
obedecemos el sentir interno de la vida, espontáneamente se muestra en nosotros una
marca que hace saber a la gente que nosotros somos diferentes a los hijos del diablo, que
tenemos la vida de Dios dentro de nosotros, la cual nos constituye hijos de Dios. Éste es
el guiar del Espíritu. No considere que el guiar del Espíritu mencionado en el versículo
14 es un asunto objetivo y externo. Al contrario, es completamente un sentir interno que
proviene de la vida divina que se halla en nuestro espíritu.
El guiar del Espíritu realizado por el sentir interno de la vida divina no se da por
casualidad; más bien es algo relacionado con nuestra vida diaria, tal como la
respiración. La respiración normal es continua. Cuando deja de ser continua, es porque
hay un problema con nuestra salud. Ya que el guiar del Espíritu está relacionado con la
vida, debe manifestarse normalmente en cada aspecto de nuestro diario andar. Éste es el
guiar del Espíritu. Es este guiar, manifestado en nuestra vida diaria, lo que constituye
una prueba de que somos hijos de Dios.
Debemos entender la diferencia que existe entre los hijos inmaduros [téknos] de Dios
del versículo 16 y los hijos maduros [juiós] de Dios del versículo 14. Los hijos inmaduros
se hallan en la etapa inicial de la vida divina, que principalmente se relaciona con el
nacimiento, mientras que los hijos maduros están en una etapa más avanzada, la cual se
relaciona con el crecimiento en vida. Para ser hijos nacidos de Dios, nosotros
necesitamos el testimonio que el Espíritu da juntamente con nuestro espíritu, pero para
ser hijos de Dios que han llegado a cierta madurez en vida, debemos contar con la guía
que el Espíritu nos presta mediante el sentir de la vida divina. Si tenemos el testimonio
del Espíritu en nuestro espíritu, tenemos la seguridad de que somos hijos de Dios. Sin
embargo, para tener la prueba, la marca, de que somos hijos maduros de Dios, es
necesario que el Espíritu nos guíe y que nosotros vivamos y andemos conforme al sentir
interno de la vida divina. Todos los verdaderos cristianos son hijos engendrados de
Dios, pues tienen el testimonio del Espíritu con su espíritu, pero no todos tienen la
marca de que son Sus hijos maduros, quienes están creciendo en la vida divina y
viviendo y andando conforme al guiar del Espíritu. Por lo tanto, todos debemos avanzar
en el crecimiento en vida y pasar de la etapa inicial de ser recién engendrados por Dios a
la etapa avanzada, lo cual mostrará que somos Sus hijos maduros, al llevar la marca
distintiva del guiar del Espíritu en vida.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE DIECINUEVE
HEREDEROS DE LA GLORIA
(2)
Romanos 8:17 dice: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con
Cristo, si es que padecemos juntamente con Él, para que juntamente con Él seamos
glorificados”. En este versículo vemos que hemos avanzado de hijos inmaduros a
herederos. Somos herederos de Dios y coherederos con Cristo. Aquí el pensamiento de
Pablo es muy definido. Notemos la palabra si en la última parte de este versículo, pues
indica que existe una condición para ser herederos. No podemos decir que por el simple
hecho de haber nacido de Dios, ya somos herederos. Esto es demasiado prematuro. No
existe ningún requisito que debamos cumplir para ser hechos hijos de Dios. En tanto
que el Espíritu dé testimonio juntamente con nuestro espíritu, somos Suyos. Sin
embargo, para avanzar y ser herederos, hay un requisito que debemos cumplir, el cual se
menciona en la última parte del versículo.
El versículo 22 dice: “Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con
dolores de parto hasta ahora”. Pareciera que una estrella gime a otra y que la luna gime
a los planetas. Todos ellos gimen a una. No sólo toda la creación gime a una, sino que
también sufre dolores de parto. Toda la creación gime y sufre dolores de parto hasta
ahora.
El versículo 23 añade: “Y no sólo esto, sino que también nosotros mismos, que tenemos
las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos,
aguardando con anhelo la plena filiación, la redención de nuestro cuerpo”. Aunque
nacimos como hijos de Dios mediante la regeneración y tenemos al Espíritu como las
primicias, nosotros también gemimos porque aún estamos en el cuerpo, el cual está
relacionado con la vieja creación. Debemos admitir que nuestro cuerpo todavía
pertenece a la vieja creación y no ha sido redimido; por eso, nosotros gemimos en este
cuerpo al igual que la creación lo hace. Sin embargo, mientras gemimos, tenemos las
primicias del Espíritu, las cuales se nos dan para que las disfrutemos como un anticipo
de la cosecha venidera. Estas primicias son el Espíritu Santo a quien disfrutamos como
muestra del disfrute que tendremos de Dios en plenitud, es decir, de todo lo que Dios
quiere ser para nosotros. Dios lo es todo para nosotros. El pleno disfrute vendrá en el
día de la gloria. No obstante, desde ahora, antes de que tengamos el pleno disfrute, Dios
nos ha dado un anticipo. Éste es Su divino Espíritu como las primicias de la cosecha, la
cual será el pleno disfrute de todo lo que Él es para nosotros.
Si hablamos con los incrédulos, ellos admitirán que, en cierto sentido sí disfrutan de sus
entretenimientos, como por ejemplo el baile o el juego de apuestas. No obstante,
también nos dirán que no son felices. Podemos preguntar a cualquiera de ellos: “¿Por
qué va a bailar o a jugar al casino?, y nos contestará: “Porque estoy muy triste y
deprimido, y necesito entretenerme con algo”. Ellos también están gimiendo, pero sólo
eso, pues no cuentan con nada más. Nosotros, por el contrario, mientras gemimos,
tenemos en nuestro ser interior al Espíritu como las primicias, como un anticipo de Dios
mismo. Incluso mientras estamos sufriendo, tenemos el disfrute, o sea, el sabor de la
presencia del Señor, la cual es simplemente el Espíritu dado a nosotros como las
primicias que hoy disfrutamos. Por esto, somos diferentes de las personas mundanas,
quienes gimen sin disfrutar nada en su ser interior. Aunque nosotros gemimos
externamente, nos regocijamos internamente. ¿Por qué nos regocijamos? Porque
tenemos las primicias del Espíritu. El Espíritu Divino dentro de nosotros es el anticipo
de Dios, que nos conduce a saborear plenamente el disfrute divino. Entre las
bendiciones de la filiación, ésta es una de las más grandes.
Mientras nos encontramos gimiendo y disfrutando las primicias del Espíritu, estamos
esperando la filiación, o sea, la plena filiación. Aunque dentro de nosotros tenemos la
filiación, ésta todavía no está completa. En aquel día conoceremos la plena filiación, o
sea, la redención de nuestro cuerpo. Tenemos la filiación en nuestro espíritu mediante la
regeneración, y también podemos experimentar la filiación en nuestra alma mediante la
transformación, pero aún no hemos experimentado la filiación en nuestro cuerpo, la
cual se realiza mediante la transfiguración. En el día venidero también
experimentaremos la filiación en nuestro cuerpo. Ésta es la plena filiación, la cual
aguardamos con gran anhelo.
“Además, de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos
de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros
con gemidos indecibles” (v. 26). ¿Qué significa la expresión de igual manera ? ¿Por qué
Pablo dijo esto? Es difícil entenderlo, pero yo creo que tiene un significado muy extenso.
De igual manera incluye todos los puntos de los versículos anteriores: la expectativa, el
anhelo, el gemir, la perseverancia, la esperanza, etc. La expresión de igual manera se
relaciona con todos estos asuntos. Mientras gemimos, el Espíritu Santo también gime.
Mientras aguardamos la filiación, Él también la aguarda. Mientras nosotros procedemos
con esperanza y perseverancia, Él hace lo mismo juntamente con nosotros. En cualquier
condición que nos hallemos, Él está allí. “De igual manera” el Espíritu nos ayuda. ¡Qué
gran consuelo es esto! Mientras gemimos, anhelamos y aguardamos, Él también gime,
anhela y aguarda juntamente con nosotros. Él es exactamente lo mismo que nosotros. Si
nosotros somos débiles, aparentemente Él también es débil, aunque en realidad no lo es.
Él se compadece de nuestra debilidad. Él aparenta ser débil por causa de nuestra
debilidad para poder participar con nosotros en todo. Cuando oramos en voz alta: “Oh,
Padre”, Él también lo hace en voz alta, y cuando oramos en voz baja, Él hace lo mismo.
Tal vez digamos: “Oh, Padre, ¡qué miserable soy! Ten misericordia de mí”. Si oramos de
esta forma, Él también ora por nosotros “de igual manera”. Todo lo que oremos, Él
también orará. Él se conformará a nuestro modo de ser. Si oramos rápido, con regocijo o
con gritos, Él también orará de la misma manera. Nuestra manera de actuar es Suya. No
debemos pensar que el Espíritu Santo es tan diferente a nosotros, y que cuando lo
recibimos, nos convertimos en personas extraordinarias. Ésta no es la idea contenida en
Romanos 8. Este capítulo revela que el Espíritu Santo se identifica con nosotros.
Hermanas, ¿están desanimadas? Algunas hermanas dicen: “Nosotras no podemos gritar
ni orar en voz alta como los hermanos. Debido a esto, parece que no nos hacen caso”.
Anímense hermanas, pues el Espíritu ora según la manera en que ustedes oran. No
importa cómo lo hagan, el Espíritu hará lo mismo. ¡Alabado sea el Señor!
Pablo también dice que el Espíritu se une a nosotros para ayudarnos. Él mismo participa
de nuestra debilidad a fin de ayudarnos. El Espíritu no nos pide que nos unamos con Él;
más bien, Él se une a nosotros. Él no dice: “Sube al nivel más alto para unirte a Mí”.
Ninguno de nosotros podría hacerlo; así que, el Espíritu se une a nuestro modo de ser.
Si usted es rápido, Él también será rápido. Pero si usted es lento, Él también lo será.
Trate de orar; no importa si su oración es fuerte o débil, en voz alta o en voz baja, a Él le
da igual. Si usted ora, “de igual manera” Él orará en usted; “de igual manera” Él se unirá
a usted para ayudarle.
A veces los hermanos de más edad en la iglesia son muy elevados y demasiado
espirituales. Aunque tratan de ayudar a los creyentes, no lo hacen igualándose a ellos.
En el día de la resurrección, el Señor vino a dos discípulos que iban camino a Emaús (Lc.
24:13-33). Él se unió a ellos conformándose al modo de ser de los discípulos. Mientras
ellos iban conversando, Él se les unió fingiendo no saber nada. En esencia les preguntó:
“¿De qué está hablando?”. Los dos discípulos le reprendieron, diciendo: “¿No has sabido
las cosas que han sucedido en estos días?”. El Señor les dijo: “¿Qué cosas?”. Ellos
dijeron: “Lo de Jesús nazareno, que fue Profeta, poderoso en obra y en palabra ... Le
entregaron ... a sentencia de muerte, y le crucificaron”. El Señor Jesús no les hizo
ningún reproche por no haberle reconocido ni tampoco se les reveló. Él se mantuvo al
paso de ellos, andando junto a ellos hasta que llegaron cerca de la aldea. Al llegar, le
pidieron que permaneciera con ellos, y Él lo hizo. Cuando se sentaron en la posada, el
Señor tomó pan y lo partió. No fue hasta entonces que los ojos de ellos fueron abiertos y
se dieron cuenta de que era el Señor. Inmediatamente después Él desapareció.
En la vida de iglesia los hermanos y las hermanas de más edad deben ayudar a los más
jóvenes de esta misma forma. Necesitan unirse a ellos y ayudarles en su debilidad.
Ninguno de nosotros es muy fuerte. Todos estamos gimiendo, aguardando y diciendo:
“Oh, Señor, ¿hasta cuando?”. Día tras día tenemos sufrimientos; no obstante, el Espíritu
está presente, uniéndose a nosotros, identificándose con nosotros y ayudándonos.
Pablo añade: “Pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu
mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”. El Espíritu intercede por
nosotros con gemidos que se conforman a los nuestros. Este gemido parece nuestro,
pero en realidad es el Espíritu el que gime en nuestros gemidos. Él gime igual que
nosotros; Él está en nosotros, y Su gemido está en el nuestro. Él gime con nosotros “de
igual manera”. Ésta es la mejor oración que podemos hacer con respecto al crecimiento
en vida. La mayoría de nuestras oraciones son muy elocuentes y tienen una terminología
muy elaborada, aunque tal vez no procedan de nuestro espíritu. Pero cuando sentimos
una fuerte inclinación a orar, aun cuando no sepamos cómo expresarla,
espontáneamente gemimos soltando esa carga, incluso sin articular palabra. Ésta será la
mejor oración, en la cual el Espíritu intercede por nosotros gimiendo junto con
nosotros.
Este tipo de oración tiene que ver principalmente con el crecimiento en vida, el cual
necesitamos mucho más que comprendemos. En cuanto a nuestras necesidades
materiales y a los asuntos prácticos de nuestra vida cotidiana, los entendemos
claramente y fácilmente hallamos las palabras con las cuales orar al respecto, pero en
cuanto a la necesidad de crecer en vida, carecemos tanto de entendimiento como de
expresión. Sin embargo, si acudimos al Señor pidiéndole el crecimiento en vida,
frecuentemente, en lo más recóndito de nuestro espíritu, sentiremos una gran necesidad
de orar acerca de algo que ni siquiera entendemos claramente, ni tenemos las palabras
para expresarnos. De manera que, espontáneamente somos forzados a gemir. Mientras
estamos gimiendo desde lo más profundo de nuestro espíritu, el Espíritu que mora en
nuestro espíritu automáticamente se une a nuestro gemir, intercediendo por nosotros
principalmente con la petición de que seamos transformados en vida para crecer hacia
la madurez de la filiación.
El versículo 27 dice: “Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del
Espíritu, porque conforme a Dios intercede por los santos”. El Espíritu intercede
conforme a Dios. ¿Qué significa esto? Significa que el Espíritu intercesor ora por
nosotros para que podamos ser conformados a la imagen de Dios. Hablaremos más
sobre este tema en el próximo mensaje.
G. La filiación plena
Hemos visto que somos hijos de Dios y, como tales, disfrutamos todas las bendiciones
de la filiación. Podemos enumerar las bendiciones: el Espíritu de filiación, el testimonio
del Espíritu, el guiar del Espíritu, las primicias del Espíritu, la ayuda del Espíritu y la
intercesión del Espíritu. Finalmente obtendremos la plena filiación de los hijos de Dios
revelada en la libertad de la gloria (vs. 19, 21).
En este pasaje de Romanos se nos dice que el Espíritu da testimonio juntamente con
nuestro espíritu, afirmando así que somos hijos de Dios [griego, teknós: niños] (v. 16).
El versículo 16 no habla de hijos maduros ni de herederos, porque en la primera etapa
de la filiación simplemente somos los que han sido regenerados por la vida de Dios.
Después de esto creceremos. Entonces el versículo 14 dice que “todos los que son
guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” [griego, juiós: hijos]. En el
versículo 14 ya no somos bebés o niños, sino hijos. El hecho de ser capaces de ser
guiados por el Espíritu, significa que hemos obtenido cierto crecimiento en vida. Hemos
crecido de hijos inmaduros a hijos maduros y, como tales, somos capaces de ser guiados
por el Espíritu. Esto significa que estamos en la segunda etapa, la cual es la
transformación. Finalmente llegaremos a ser herederos. Según la ley antigua, era
imprescindible que los herederos tuvieran cierta edad para ser declarados legalmente
herederos y para poder reclamar la herencia. Por lo tanto, en este pasaje de Romanos
tenemos los hijos que han sido engendrados por la regeneración, los hijos maduros que
han sido producidos por la transformación, y los herederos que han sido formados por
la transfiguración o glorificación. Primero nacimos de Dios, después crecemos como Sus
hijos, y luego esperamos el tiempo cuando seremos plenamente maduros y seamos
declarados legalmente los herederos legítimos de Dios. El procedimiento que nos
convierte en herederos legítimos es la transfiguración de nuestro cuerpo, esto es, la
redención de nuestro cuerpo, la plena redención (v. 23). La transfiguración de nuestro
cuerpo nos hará aptos para ser los herederos de la herencia divina. Esta transfiguración
será realizada por la glorificación.
Hay muchas riquezas en este pasaje de Romanos, y necesitaríamos varios mensajes para
abarcarlas. En este mensaje vimos un bosquejo de las tres etapas de la filiación: la
regeneración, la transformación y la glorificación. Como resultado de estas tres etapas,
obtendremos la plena filiación. Estas tres etapas corresponden a las tres etapas de la
obra salvadora de Dios: la primera etapa, la justificación, produce los recién nacidos de
Dios; la segunda, la santificación, los capacita a crecer y convertirse en hijos maduros; y
la tercera, la glorificación, produce la transfiguración del cuerpo de modo que lleguen a
ser los herederos legítimos de la herencia divina.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE VEINTE
HEREDEROS DE LA GLORIA
(3)
Recientemente, fui invitado a cenar con algunos amigos cristianos quienes están muy
familiarizados con la situación mundial. Ellos comentaron que una gran cantidad de
cristianos tienen interés en dos aspectos principales de la profecía: el arrebatamiento, y
las señales relacionadas con la venida del Señor. Sin embargo, si esperamos ser
arrebatados sin crecer en vida, somos soñadores, porque el arrebatamiento será en
realidad nuestra transfiguración y glorificación. Ninguna semilla de clavel puede pasar
de la noche a la mañana de la etapa del brote a la del florecimiento. Imagínese que el
pequeño brote de clavel sueña con que en una sola noche pasa de la etapa del brote a la
del florecimiento. Esto podrá ocurrir en un sueño, pero no en la vida real, porque tal
desarrollo inusual sería contrario a la ley de vida. Según la ley de vida una planta de
clavel debe crecer poco a poco hasta alcanzar su madurez. Entonces, y sólo entonces, su
flor aparecerá. De igual forma nosotros debemos crecer gradualmente hasta llegar a la
medida de un hombre de plena madurez (Ef. 4:13). Una vez que llegamos a la etapa del
florecimiento, estamos listos para ser transfigurados y glorificados. Así que, la
glorificación con la transfiguración solamente es posible una vez que llegamos a la
madurez.
Yo fui salvo cuando aún era un adolescente, unos años después de que terminara la
primera guerra mundial. Me gustaba leer siempre la Biblia y conocer sus verdades. Por
eso, aunque era un estudiante pobre, procuraba comprar libros espirituales. Muchos de
los que enseñaban y escribían acerca de profecías, presentaban diversas predicciones, la
mayoría de las cuales fueron derribadas por el comienzo de la segunda guerra mundial;
ninguna de ellas fue cumplida. D. M. Panton, un gran maestro de la Biblia, redactaba un
periódico llamado Dawn [Amanecer]. A mediados de la década de los treinta, él publicó
un artículo que incluía dos fotografías: una de Cesar Nerón y otra de Musolini. Panton
declaró: “Miren estas fotografías, vean lo mucho que se parecen el uno al otro; Musolini
debe ser el anticristo”. Después de leer este artículo, yo dije en una de las reuniones de la
iglesia: “Queridos santos, el señor Panton ha publicado un artículo diciéndonos que
Musolini es el anticristo. Si éste es el caso, ciertamente el Señor viene muy pronto, y
nosotros seremos arrebatados. Hermanos, muy dentro de mi espíritu yo conozco un
principio divino, el cual es que seremos arrebatados cuando hayamos llegado a la
madurez. En el Nuevo Testamento el arrebatamiento se compara con la cosecha, y una
cosecha sólo se logra cuando la siembra ha madurado plenamente. Si la siembra no está
madura, sino que permanece tierna y verde, ¿cómo podríamos cosecharla? Sería
imposible. Hermanos y hermanas, miren la situación que prevalece entre el pueblo del
Señor hoy en día; miren lo sembrado, ¿están maduro? ¿Creen que la etapa de
crecimiento en que se encuentra la siembra actualmente, indica una cosecha inminente?
Es imposible. Miren lo sembrado; en ninguna parte se manifiesta un verdadero
crecimiento. Todavía el crecimiento es muy poco, aunque hay miles de verdaderos
cristianos en toda la tierra, fruto de dos siglos de evangelización llevada a cabo por
misioneros que salieron a las partes más remotas de la tierra con el evangelio. ¿Dónde
está el verdadero crecimiento en vida? Difícilmente encontramos algo de crecimiento y
casi nada de madurez. ¿Cómo entonces podemos esperar la cosecha? Yo me atrevo a
decir que la cosecha no se levantará sino hasta que lo sembrado haya madurado”. Yo
hablé esta palabra hace aproximadamente cuarenta años; sin embargo, el
arrebatamiento aún no ha sucedido. Musolini ya murió y fue sepultado, y ningún
cristiano ha visto al anticristo.
Los versículos 26 y 27 dicen: “Además, de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra
debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu
mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los
corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a Dios intercede por
los santos”. Aquí tenemos al Espíritu que se compadece de nosotros, nos ayuda e
intercede a nuestro favor. ¿Cuál es el propósito de estos beneficios de parte del Espíritu?
Este propósito se encuentra en los versículos del 28 al 30. Pablo empieza el versículo 28
con las palabras: “Y sabemos”, las cuales conectan este versículo con los anteriores. “Y
sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, a los
que conforme a Su propósito son llamados”. ¿Cuál es el propósito del llamamiento de
Dios? Encontramos este propósito en el versículo 29: “Porque a los que antes conoció,
también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para
que Él sea el Primogénito entre muchos hermanos”. Pablo no dice que Dios nos conoció
de antemano y nos predestinó para llevarnos a un lugar feliz o para que tuviéramos una
vida que durara para siempre. Esto no es nuestro destino. Dios nos predestinó para que
fuéramos hechos conformes a la imagen de Su Hijo. Este destino fue determinado aun
antes de que fuéramos creados. Antes de la creación del mundo, Dios ya nos había
decretado tal destino, y por eso es nuestra predestinación.
Fuimos predestinados para ser conformados a la imagen del Hijo de Dios a fin de que Él
sea el Primogénito entre muchos hermanos. Éste es el propósito de Dios. Su propósito es
producir muchos hermanos para Su Hijo primogénito. Cuando Cristo era el Hijo
unigénito, Él era único en Su género, pero Dios deseaba engendrar muchos hijos
quienes serían los muchos hermanos de Su Hijo. De esta manera el Hijo unigénito llegó
a ser el Primogénito entre muchos hermanos. Él es el Hijo primogénito, y nosotros
somos los muchos hijos. ¿Cuál es el propósito de esto? El propósito es que expresemos a
Dios de una manera corporativa. El reino de Dios es edificado con Sus muchos hijos, y el
Cuerpo de Cristo es edificado con Sus muchos hermanos. Sin los muchos hijos, Dios no
podría tener un reino, y sin los muchos hermanos Cristo jamás podría tener un Cuerpo.
Así que, la finalidad de los muchos hijos de Dios es el reino de Dios, y la de los muchos
hermanos de Cristo es el Cuerpo de Cristo. El reino de Dios es simplemente la vida del
Cuerpo, y en la iglesia esta vida es el reino de Dios donde Él es expresado y donde Su
señorío es ejercido sobre la tierra. Éste es el propósito de Dios.
Por lo tanto, el versículo 30 dice: “Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los
que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”. En la
eternidad fuimos predestinados, y en el tiempo fuimos llamados.
¿Por qué Dios dispone nuestro medio ambiente y nuestras circunstancias de tal manera
que experimentemos sufrimientos? No debemos explicar esto según nuestro concepto
natural, diciendo: “Toda la tierra está llena de sufrimientos y todos pasan por
dificultades. ¿Por qué debíamos nosotros ser la excepción?”. Éste es un concepto
natural, y no debemos aceptarlo. Es preciso entender que el propósito de Dios consiste
en hacer de nosotros Sus hijos maduros y no hijitos. No debemos estar conformes con
ser niños que disfrutamos de Su tierno cuidado y amor. Dios quiere hacernos hijos
maduros lo suficientemente adultos como para ser herederos legítimos, a fin de que
recibamos en herencia todo lo que Él es en el universo y que lo expresemos y ejerzamos
Su señorío sobre la tierra. Ya que la intención de Dios es introducirnos en la plena
filiación, necesitamos crecer. No hay duda de que el crecimiento proviene de la
alimentación interior, pero ésta requiere la cooperación del medio ambiente. Conforme
a nuestra percepción, la mayor parte del ambiente externo es desagradable y, por eso, es
un sufrimiento para nosotros. No digo que el medio ambiente no sea bueno; siempre lo
es, pero tal vez no parezca ser bueno.
En algunas ocasiones los padres actúan de cierta forma para con los hijos, lo cual, de
acuerdo con el sentimiento de los niños, no es algo positivo. Los niños gritarán y
llorarán, creyendo que están sufriendo mucho. Sin embargo, los buenos padres no son
engañados por las lágrimas de sus hijos. A algunas madres jóvenes les engaña el llanto
de sus niños y cambian su política y su actitud inmediatamente al ver las lágrimas en los
ojos de sus pequeños. Pero no es ninguna ganancia que los niños engañen a sus padres
con sus lágrimas. Una madre debe decir a su hijo: “No me importa que estés llorando;
yo sé que lo que estoy haciendo es muy bueno para ti, incluso lo mejor. Tú puedes decir
que estás sufriendo, pero yo sé cuánto beneficio te traerá”.
Dios nos trata de la misma forma. Él sabe en cuáles circunstancias y en qué ambiente
podemos crecer bien. Él es nuestro Padre, y todo está bajo Su arreglo soberano; Él no
puede equivocarse. Todo lo que Él hace para nosotros es excelente y maravilloso,
aunque no nos parezca así. Por eso, no debemos hacer caso a nuestros sentimientos,
sino a lo que ha dispuesto Dios. ¿Fue usted quien decidió nacer en el siglo XX? ¿Fue
usted quien planeó en cuál familia nacería, y cuáles padres y hermanos tendría? ¿Fue
usted quien diseñó su cara? Usted no hizo ninguna de estas cosas. Fue Dios quien
escogió el lugar de su nacimiento y quien diseñó su cara. Dios nos seleccionó, nos
predestinó y planeó que naciéramos en el debido lugar y tiempo. Él sabe lo que es mejor
para nosotros, y todo está bajo Su control. Vuelvo a decir que, conforme a nuestros
sentimientos, las circunstancias en las cuales nos hallamos tal vez nos sean un
sufrimiento, pero en realidad son una bendición, son la soberana provisión de Dios.
Todo lo que necesitamos para crecer en la vida divina ha sido soberanamente provisto
por Dios. Todo está muy bien. Por lo tanto, cuando estamos experimentando penas y
sufrimientos, debemos negarlos y decir: “Satanás, tú eres un mentiroso. Esto no es
ninguna pena ni sufrimiento para mí; es lo que Dios ha dispuesto para mí. Es una
bendición que me ayudará a crecer y a llegar a la plena filiación”. Todos necesitamos un
medio ambiente apropiado que nos provea los elementos que se requieren para nuestro
crecimiento en la vida divina. No obstante, cuando nos suceden cosas desagradables, es
posible que no entendamos que vienen de la mano de nuestro Padre con la intención de
hacernos crecer.
Aun si entendemos todo lo anterior, podríamos decir: “¿Cómo puedo soportar esto? Oh,
yo no sé orar”. Así que empezamos a gemir, y mientras está gimiendo, el Espíritu gime
en nuestro gemir. Cuando estudié este pasaje de la Palabra en mi juventud, me dije: “Yo
nunca he escuchado el gemir del Espíritu”. ¿Cuándo ha gemido Él a través de mí?
Finalmente descubrí que según este capítulo, todo lo que nosotros hacemos, el Espíritu
también lo hace. Cuando clamamos: “Abba, Padre”, el Espíritu también clama. Cuando
nuestro espíritu da testimonio dentro de nosotros, el Espíritu también da testimonio. De
igual forma, cuando gemimos, el Espíritu gime juntamente con nosotros.
¿Por qué gemimos? Porque estamos sufriendo y no sabemos cómo orar. Parece que el
Espíritu Santo no nos da las palabras adecuadas para orar; no sabemos ni entendemos
nada, y el Espíritu de igual manera no parece saber ni entender. En esa situación no
sabemos ni qué orar y, aparentemente, el Espíritu tampoco sabe. El Espíritu ora a
nuestra manera. Nosotros gemimos, y Él también gime. Nosotros gemimos casi sin
propósito, pero el Espíritu gime con un propósito concreto. Este propósito no lo
podemos expresar, pero el Espíritu sí puede. Sin embargo, si Él lo expresara, nosotros
no lo entenderíamos, porque lo haría en un lenguaje celestial y divino. Ya que es difícil
para nosotros entender, el Espíritu no expresa nada. Lo que hace es “interceder por
nosotros con gemidos indecibles”. No obstante, hay un propósito en todo ello.
¿Cuál es este propósito? El Espíritu Santo gime en nuestro gemir a fin de que podamos
ser plenamente conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios. Éste es el
propósito. Muchos santos cuando enfrentan dificultades dicen: “Yo simplemente no
entiendo por qué me pasa esto a mí. ¿Por qué me pasa esto a mí?”. Yo creo que todos
hemos dicho o pensado esto muchas veces. Es posible que aun los que recientemente
han sido salvos hayan hablado de esta manera alguna vez. ¿Por qué nos suceden estas
cosas? Porque el Espíritu que gime ha intercedido por nosotros. Aunque usted no sepa
el propósito, Él sí lo sabe y ora según Dios. Cristo es el modelo o patrón, y el Espíritu ora
para que todo lo que suceda, ayude a conformarnos a dicho modelo, a la imagen del
Primogénito.
No sólo el Espíritu gime en nosotros de esta manera, sino que también nosotros
podemos orar por otros de la misma forma. Yo he experimentado esto muchas veces en
mi ministerio. Recuerdo el caso de un querido hermano que amaba mucho al Señor; sin
embargo, él tenía un modo de ser que era muy peculiar y nadie podía soportarlo. Por esa
razón, oramos por él, diciendo: “Señor, he aquí un querido hermano con un gran
potencial. Él es un material excelente. Señor, él te ama, pero nadie puede sobrellevar su
modo de ser que es tan peculiar. Señor, encárgate de este caso. Tú conoces la situación
de nuestro hermano”. Después de algún tiempo el hermano se enfermó y empezó a
lamentarse: “Yo no sé por qué razón me sucede esto a mí”. Inmediatamente le pidió a su
esposa que hablara con los ancianos y que les pidiera que lo visitaran y tuvieran
comunión con él. Cuando fuimos a verlo, lo primero que dijo fue: “Hermanos, ustedes
conocen mi situación; no entiendo por qué me sucede esto a mí”. En lo más recóndito de
nuestro ser, nosotros, al igual que el Espíritu Santo, sabíamos por qué él estaba
sufriendo; no obstante, no nos atrevimos a decir nada. Simplemente hablamos como él:
“Oh, hermano, ¿por qué tiene que pasarle esto a usted?”. Eso fue todo lo que pudimos
decirle. Cuando el hermano nos pidió que orásemos con él, no supimos cómo proceder.
Simplemente dijimos: “Oh, Señor Jesús, ¿por qué tiene que pasarle esto a nuestro
hermano?”. Aunque muy dentro de nosotros sabíamos la razón, todo lo que pudimos
decir fue: “Oh, Señor, haz lo que sea mejor para nuestro hermano”. Esto no lo ofendió
porque él también esperaba lo mejor, y él dijo: “Amén”. Él entendió nuestra oración de
una manera, y nosotros la entendimos de otra. Nosotros estábamos pensando: “Señor,
haz lo mejor para tocar a nuestro hermano y para subyugarlo, para quemarlo y
consumirlo”. Aunque no nos atrevimos a decir esto, tuvimos tal propósito dentro de
nosotros, el cual no podíamos expresar en ese momento. No obstante, Dios, que
escudriña los corazones, contestó esa oración, pues era conforme a Su deseo. Las
dificultades de nuestro hermano continuaron y la enfermedad persistió durante algún
tiempo. Él estaba muy perturbado y pidió a su esposa que fuera por nosotros de nuevo.
Volvimos y tuvimos comunión con él, diciendo: “Oh, hermano, ¿por qué ha durado tanto
esta enfermedad?”. Una vez más, dentro de nosotros sabíamos claramente la respuesta,
pero de nuevo no dijimos nada. Cuando él nos pidió que oráramos, simplemente
dijimos: “Oh, Señor, seguimos pidiéndote que hagas lo mejor”. Alabado sea el Señor
porque algún tiempo después la situación de este hermano cambió. Primeramente fue
librado un poco de su modo de ser, y entonces fue sanado de su enfermedad. Finalmente
él pudo gritar: “¡Aleluya! Ahora lo entiendo; ahora lo entiendo”.
¿Por qué gime el Espíritu en nosotros con gemidos indecibles? Él gime para que
podamos ser moldeados, conformados a la imagen del Hijo de Dios. Es mucho más fácil
hablar acerca de la santificación en vida. Sin embargo, junto con la santificación
tenemos la conformación. No sólo necesitamos ser santificados, es decir, saturados de lo
que Dios es, sino que también necesitamos ser moldeados. Podemos separarnos de todo
lo común y ser saturados de la naturaleza santa de Dios, pero es posible que todavía
carezcamos de la conformación. La santificación probablemente no requiere ningún
sufrimiento, pero la conformación sí requiere el sufrimiento. En el proceso de la
santificación no hay un modelo al cual conformarnos; solamente se requiere un cambio
de nuestra manera de ser, un cambio de naturaleza. Pero en el proceso de la
conformación sí existe un molde mediante el cual somos conformados a la imagen del
Hijo de Dios. Juntamente con este molde se incluye la presión, el amasar, la mezcla con
el agua y el fuego en el horno. Si la masa, la harina fina, pudiera hablar, diría: “Qué
sufrimiento es esto para mí. Usted me mezcla con otros ingredientes, me aplica mucha
presión y aún me pone en un horno donde estoy expuesto al fuego. Todo el proceso del
cocimiento es un sufrimiento”. Esto es cierto, pues sin este sufrimiento no podríamos
ser moldeados ni conformados al modelo.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE VEINTIUNO
HEREDEROS DE LA GLORIA
(4)
El destino que Dios determinó de antemano para nosotros nunca puede cumplirse sin el
arreglo divino que causa que todas las cosas cooperen para nuestro bien. Nuestro
destino es ser hechos conformes a la imagen del Hijo primogénito de Dios. Todavía no
hemos llegado a tener esta imagen, pero Dios el Padre está planeando, moldeándonos y
actuando al causar que todas las cosas cooperen para nuestro bien. ¡Alabado sea el
Señor! Mientras nosotros gemimos, Él está moldeándonos.
Esto debe consolarnos. Si usted tiene un cónyuge agradable, debe darle alabanzas al
Señor por ello, pero si su cónyuge es problemático, debe alabar al Señor por tal cónyuge.
Ya sea que su cónyuge sea agradable o difícil, amable u hostil, o que sus hijos sean
obedientes o desobedientes, de cualquier manera usted tiene un gran consuelo porque
puede decirle al Señor: “Yo puedo cometer errores muchas veces, e incluso he cometido
muchos errores, pero Tú nunca lo haces. Aun mis errores están en Tus manos. Si Tú no
quisieras que yo cometiera errores, cambiarías toda la situación con tan sólo mover Tu
dedo meñique, yo no los cometeré. Todo está en Tus manos”. Por lo tanto, todos
debemos estar contentos cualquiera que sea nuestra situación.
Sin embargo, no debemos ser tan espirituales que nos vayamos al extremo de pedirle al
Padre que nos envíe sufrimientos. No oremos por sufrimientos; en vez de eso, debemos
orar: “Padre, líbrame de la tentación; líbrame de toda clase de sufrimientos; guárdame
de todo tipo de perturbación”. Aunque oremos de esta forma, algunas dificultades y
aflicciones nos sobrevendrán. Cuando esto le suceda a usted, no se queje ni se preocupe;
por el contrario, debe decir: “Padre, gracias por esto. Padre, si es posible, pasa de mí
esta copa. No obstante, Padre, no se haga mi voluntad sino la Tuya”. Ésta es la actitud
apropiada. Nunca debemos orar pidiendo al Padre que envíe los sufrimientos, sino que
nos libre de los sufrimientos. Sin embargo, cuando éstos se presenten, no debemos
desanimarnos, sino aceptarlos y continuar orando: “Padre, si es posible, aparta esto de
mí. Manténme en Tu presencia; apártame de todo problema y distracción”. Por un lado,
debemos orar de esta manera; por otro, debemos estar conformes con todo lo que el
Padre nos dé, porque sabemos que todo está en Sus manos, y se nos presenta para que
podamos ser conformados a la imagen de Su Hijo primogénito. Esta conformación nos
prepara para ser glorificados.
Ahora prosigamos a Romanos 8:31, donde dice: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es
por nosotros, ¿quién contra nosotros?”. No debemos tomar esta palabra conforme a
nuestro concepto natural. Dios no es por nosotros conforme a nuestra manera, sino
conforme a la Suya.
El versículo 32 dice: “El que no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por
todos nosotros, ¿cómo no nos dará gratuitamente también con Él todas las cosas?”. La
palabra todas en este versículo es la palabra griega pánta, que significa “todas las cosas,
todos los asuntos y todas las personas”. Todos las cosas, todos los asuntos y todas las
personas se nos dieron gratuitamente. Debemos creer que todas las cosas cooperan para
nuestro bien. Aun nuestros enemigos existen para nuestro bien.
“¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica” (v. 33). Solamente Dios
puede acusarnos, pero Él no lo hace sino que nos justifica.
“¿Quién es el que condena? Cristo Jesús es el que murió; más aun, el que también
resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros”.
En el versículo 10 vemos claramente que Cristo está en nosotros, pero aquí en el
versículo 34 se nos dice que Cristo está a la diestra de Dios. Así que, en un mismo
capítulo se nos dice que Cristo está en dos lugares distintos: en nosotros y a la diestra de
Dios. ¿Dónde está Cristo? Debido a que Él es el Espíritu (2 Co. 3:17), Él es
omnipresente. Cristo está tanto en los cielos como en la tierra, tanto a la diestra de Dios
como en nuestro espíritu. Según el versículo 26, el Espíritu intercede dentro de
nosotros, pero según el versículo 34, Cristo intercede por nosotros estando a la diestra
de Dios. ¿Acaso tenemos dos intercesores, uno dentro de nosotros y otro a la diestra de
Dios? No; los dos son uno solo. Esto es semejante a la electricidad que se encuentra en
nuestros hogares así como en la central eléctrica; no obstante, la electricidad es una
sola. De igual forma, Cristo intercede por nosotros, estando tanto a la diestra de Dios
como en nuestro espíritu.
Ahora me gustaría dirigir su atención al hecho de que en el versículo 30 todos los verbos
están en tiempo pasado. Leamos este versículo de nuevo: “Y a los que predestinó, a éstos
también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos
también glorificó”. Ya que la glorificación ocurrirá en el futuro, ¿por qué Pablo dice
“glorificó” y no “glorificará”? Aunque la glorificación no ha ocurrido aún, Pablo usa el
tiempo pasado. ¿Qué significa esto? Una vez más vemos que si sólo leemos la Biblia
según las letras impresas, tendremos dificultad para entenderla. Yo le pregunto, ¿ya se
llevó a cabo la glorificación? ¿Por qué el apóstol Pablo aquí dice “glorificó”? ¿Ha sido
usted glorificado? La Biblia dice que ya fuimos glorificados. Todo lo que se menciona en
el versículo 30 es un hecho consumado: fuimos predestinados, llamados, justificados y
glorificados. No hay ningún problema con decir que fuimos predestinados, porque ésa
fue una acción realizada en el pasado. Podemos también decir que fuimos llamados; sin
embargo, muchos todavía no han sido llamados, por lo que debemos predicarles el
evangelio para que puedan así ser llamados. Además, aunque fuimos justificados,
muchos recién convertidos han de ser justificados. Más aun, ninguno de nosotros ha
sido glorificado, incluyendo a Pablo mismo. No obstante, Pablo puso todo en tiempo
pasado.
Debemos tener presente que nosotros estamos limitados por el tiempo. Un gran maestro
dijo que en el cielo no existe reloj, porque Dios es el Dios de la eternidad. Él es el Dios
eterno; para Él no existe el tiempo. ¿Cuándo fuimos glorificados? Fuimos predestinados,
llamados, justificados y glorificados en la eternidad pasada. Ante Dios, y de acuerdo con
Su concepto, todo ya está cumplido. Dígame, si la glorificación no ha sido realizada
todavía, ¿cómo podía el apóstol Juan haber visto la Nueva Jerusalén hace mil
novecientos años? Él no estaba soñando; realmente la vio (Ap. 21:2). ¿Ha notado usted
que casi todos los verbos usados en el libro de Apocalipsis, el cual está lleno de profecías
de eventos futuros, se encuentran en tiempo pasado, indicando que todas esas cosas han
sido realizadas? ¿Por qué menciono esto? Porque esto explica la razón por la cual el
versículo 31 viene después del versículo 30. Nuestra predestinación ha sido asegurada;
no necesitamos ninguna compañía de seguros. Nuestra justificación y glorificación están
plenamente firmes, pues fueron aseguradas en el mismo Dios eterno. En todo el mundo
no existe compañía de seguros que pueda igualarse con Él. Él mismo es la más grande
compañía aseguradora. Nuestra salvación, justificación y glorificación están seguras
porque Él ya lo realizó todo. Nosotros pensamos que la glorificación se llevará a cabo en
el futuro, pero Dios la ve cumplida. En Dios todo es eterno. El hecho de que fuimos
predestinados, llamados, justificados y glorificados, es eterno y no está sujeto al tiempo.
Por eso, estamos asegurados.
D. La glorificación
La creación aguarda con anhelo y espera ansiosamente ver la manifestación de los hijos
de Dios, porque “la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por
causa del que la sujetó, con la esperanza de que también la creación misma será
libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad de la gloria de los hijos de Dios”
(vs. 20-21). Ya vimos que toda la creación está sujetada a vanidad, a cautiverio y a la
esclavitud de corrupción. Su única esperanza consiste en ser libertada de esta esclavitud
y trasladada a la libertad de la gloria de los hijos de Dios cuando los hijos de Dios sean
manifestados. Aunque la creación se encuentra actualmente sujeta a una condición de
vanidad y corrupción, Dios traerá el reino que la reemplazará. La presente condición
está llena de vanidad y de esclavitud de corrupción, pero el reino venidero será un reino
de la gloria de Dios, compuesto principalmente de los hijos de Dios, los cuales para ese
entonces habrán sido manifestados o revelados. Cuando este reino se manifieste, toda la
creación será libertada. La creación aguarda con anhelo y con ansia a que llegue este
reino. Así que, “toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta
ahora” (v. 22). El universo se encuentra gimiendo y con dolores de parto esperando la
manifestación de los hijos de Dios. Además, “nosotros mismos, que tenemos las
primicias del Espíritu”, también gemimos mientras esperamos la filiación, la redención
de nuestro cuerpo (v. 23).
En el versículo 24 Pablo dice: “Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza
que se ve, no es esperanza; porque ¿quién espera lo que ya ve?”. La esperanza
mencionada en este versículo es la esperanza de gloria. Ya que ninguno de nosotros ha
visto jamás esta esperanza, es una esperanza completa y genuina. Si hemos visto cierta
porción de una esperanza, ya no es completa sino parcial. La esperanza de la gloria es
una esperanza completa, porque no hemos visto ninguna parte de ella. Por lo tanto,
estamos esperando tal esperanza, aguardándola “con perseverancia y anhelo” (v. 25).
Romanos 5:2 dice que “nos gloriamos por la esperanza de la gloria de Dios”, y 9:23 dice
que somos “vasos de misericordia, que Él preparó de antemano para gloria”. Ésta es la
gloria que se encontrará en la manifestación del reino venidero, en el cual
participaremos nosotros, los que habremos sido revelados como hijos de Dios. Dios nos
llamó a esta gloria (1 Ts. 2:12; 2 Ts. 2:14; 1 P. 5:10). Cristo mismo es la esperanza de esta
gloria (Col. 1:27), la cual aguardamos y esperamos. Nuestra esperanza es simplemente
Cristo quien será revelado como nuestra gloria. Desde ahora nos gloriamos y nos
regocijamos en esta esperanza de gloria. En el día de nuestra glorificación
participaremos en esta gloria. Cuando Cristo se manifieste, nosotros también seremos
manifestados con Él en gloria (Col. 3:4). Éste es nuestro destino.
Por lo tanto, después de haberse realizado la obra salvadora de Dios, Su amor garantiza
nuestra seguridad. El amor de Dios no es sólo la fuente de nuestra salvación, sino
también la seguridad de nuestra salvación. Muchos cristianos hablan acerca de la
seguridad eterna; la seguridad eterna es el amor de Dios. Dios no puede negar ninguno
de Sus atributos. Nuestra seguridad es Su amor. En el versículo 31 Pablo pregunta:
“¿Qué, pues, diremos a esto?”. ¿Qué diremos acerca de la predestinación, el
llamamiento, la justificación y la glorificación? Lo único que podemos decir es:
“¡Aleluya!”. “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?”. Ahora podemos
entender esta palabra de una manera profunda. Dios es por nosotros debido a que desde
la eternidad Su corazón nos amaba. Así que, Su amor es nuestra seguridad.
Pablo habló acerca de este amor en Romanos 5:8 cuando dijo que “Dios muestra Su
amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. Al
decir esto, Pablo, en realidad, introducía el amor de Dios y lo recomendaba. Cuando
creímos en Jesús, el Espíritu Santo derramó el amor de Dios en nuestros corazones
(5:5). Aunque Pablo mencionó el amor de Dios en Romanos 5, no lo abarcó cabalmente;
esperó hasta que hubo abarcado completamente la inmensidad de la predestinación,
llamamiento, justificación y glorificación efectuados por Dios. Después de terminar toda
esta exposición, llegó al momento apropiado para presentarnos una plena revelación del
amor de Dios. Pablo estaba convencido de que nada podía separarnos del amor de Dios,
porque sabía que este amor no procede ni depende de nosotros, sino de Dios mismo.
Este amor no fue iniciado por nosotros, sino por Dios en la eternidad. Debido a esto
Pablo pudo afirmar que somos más que vencedores en todas las cosas. Él estaba
convencido de que nada nos podría “separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús
Señor nuestro”.
La expresión en Cristo Jesús tiene mucho significado. ¿Por qué dijo Pablo esto? Porque
él sabía que si el amor de Dios se hubiera mostrado aparte de Cristo Jesús, habría
problema. Aparte de Cristo Jesús, incluso un pequeño pecado como el enojarse nos
separaría del amor de Dios. Sin embargo, el amor de Dios no es simplemente el amor de
Dios en Sí mismo, sino el amor de Dios, que es en Cristo Jesús. Ya que el amor de Dios
está en Cristo Jesús, todo está garantizado, y nosotros estamos seguros de que nada
puede separarnos de Él. ¿Está usted seguro? Pablo lo estaba. Yo hablo de estar seguro,
pero Pablo usó la palabra persuadido diciendo: “Estoy persuadido”. Pablo estaba
convencido de que en todas las cosas “somos más que vencedores por medio de Aquel
que nos amó”. Esto no quiere decir que podemos vencer por nuestra propia cuenta, sino
que Dios es amor y que Cristo es victorioso. Dios nos ama y Cristo lo realizó todo por
nosotros. Ya que el amor de Dios es eterno, Su amor en Cristo Jesús es nuestra
seguridad. No sólo hemos recibido la justicia, santidad y gloria de Dios, sino que
también estamos en Su corazón de amor. Ahora podemos entender 2 Corintios 13:14,
que dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu
Santo sean con todos vosotros”. El amor de Dios es la fuente. Por lo tanto, el apóstol
Pablo nos ha conducido a través de la justicia, santidad y gloria de Dios, y nos ha
introducido en el corazón del Dios de amor, donde ya nos hallamos. ¡Aleluya! Ésta es
nuestra póliza de seguro eterna. Ahora usted sabe qué responder a la gente cuando le
pregunta si usted tiene algún seguro de vida. Usted puede decir: “Tengo un seguro. Mi
póliza de seguro se encuentra en Romanos 8:31-39. Estoy asegurado por el amor en el
corazón de Dios”. Estamos asegurados por el eterno amor de Dios en Cristo Jesús.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE VEINTIDÓS
(1)
Hasta aquí hemos abarcado los capítulos del 1 al 8 de Romanos. Los capítulos del 9 al 11
podrían considerarse como un paréntesis, y entonces el capítulo 12 sería una
continuación del capítulo 8. En términos del proceso, o práctica, de la vida, es correcto
decir esto. Sin embargo, no creo que según el concepto de Pablo estos capítulos fueran
parentéticos, pues en ellos se hallan algunos elementos que forman una continuación
entre los capítulos del 1 al 8 y los del 12 al 16. Por lo tanto, en cierto sentido los tres
capítulos forman un paréntesis, pero en otro, constituyen una continuación entre la
sección que termina en el capítulo 8 y la que empieza con el capítulo 12.
La conciencia de Pablo daba testimonio de que él tenía gran tristeza y continuo dolor en
su corazón (v. 2). Esto era la angustia que Pablo sentía por el anhelo de que sus
conciudadanos pudieran ser salvos.
“Porque deseara yo mismo ser anatema, separado de Cristo, por el bien de mis
hermanos, mis parientes según la carne” (v. 3). Ésta es una oración muy seria. Pablo oró
de una manera tan intensa debido a su deseo de que el pueblo de Israel fuera salvo. Era
necesario orar pidiendo que Israel fuera salvo, pero desear ser anatema fue demasiado.
No importa cuán espirituales podamos ser y cuánto podamos estar en nuestro espíritu,
es posible que oremos de una manera que no sea del Señor. Cuando en su oración Pablo
deseaba ser un anatema, separado de Cristo, no creo que esta oración proviniera del
Señor. ¿Cree usted que el Señor motivó a Pablo a orar que él fuera anatema, separado de
Cristo? No creo que el Señor exigiese que él orara así. Entonces, ¿qué lo motivó a orar de
esta forma? Fue el intenso deseo de su corazón. Él oró de esta manera debido a su gran
amor por sus conciudadanos.
Muchas veces tenemos un intenso deseo por algo, y ese deseo nos lleva a orar de una
manera extrema. Un hermano tal vez ore por su esposa, quien se encuentra seriamente
enferma, haciendo súplicas desesperadamente y aun con ayunos. Es posible que el
Señor conteste la oración, pero no de acuerdo con los deseos del hermano. Tal fue el
caso con la oración de Pablo en el versículo 3. Él oró con un gran deseo de que Dios
pudiera dejarlo a un lado y hacerlo un anatema, para que sus hermanos pudieran ser
salvos. Dios contestó la oración de Pablo, pero no en la manera que éste deseaba.
“Que son israelitas, de los cuales son la filiación, la gloria, los pactos, la promulgación de
la ley, el servicio del tabernáculo y las promesas” (v. 4). En este versículo la filiación se
refiere al derecho de heredar. ¿Qué es la gloria mencionada en este versículo? La gloria
de Dios fue manifestada al menos en dos ocasiones al pueblo de Israel: en el desierto
cuando el tabernáculo fue erigido (Éx. 40:34) y en Jerusalén cuando el templo fue
construido y dedicado (2 Cr. 5:13-14). En ambas ocasiones los israelitas vieron la gloria
de Dios. Los pactos son aquellos que Dios hizo con Abraham (Gn. 17:2; Hch. 3:25; Gá.
3:16-17) y con los hijos de Israel en el Sinaí (Éx. 24:7; Dt. 5:2), y en Moab (Dt. 29:1, 14).
Los israelitas valoran mucho estos pactos (Ef. 2:12). La promulgación de la ley se refiere
a la ley dada por Dios (Dt. 4:13; Sal. 147:19), la cual es de sumo valor para los israelitas.
El servicio mencionado en este versículo indudablemente se refiere al servicio sacerdotal
o levítico, porque todo el servicio relacionado con el tabernáculo era dirigido por los
sacerdotes y los levitas. Las promesas son las que Dios hizo a Abraham, a Isaac, a Jacob
y a David (Ro. 15:8; Hch. 13:32).
El versículo 5 dice: “De quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la carne, vino el
Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén”. Los patriarcas
fueron Abraham, Isaac, Jacob y otros. Cristo también, según Su naturaleza humana,
provino de los hijos de Israel. Aquí Pablo dice que Cristo es “Dios sobre todas las cosas,
bendito por los siglos”. Cuando Pablo abordó este asunto en sus escritos, él estaba tan
lleno de la gloriosa persona de Cristo que él simplemente derramó lo que había en su
corazón: “Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén”. El
hecho de que nuestro Señor Jesucristo es el propio Dios quien es sobre todas las cosas y
bendito por los siglos, debe dejar en todos nosotros una profunda impresión, y debemos
comprenderlo y apreciarlo plenamente. Aunque Él es un descendiente del linaje judío
según la carne, Él es el propio Dios infinito. Así que, Isaías 9:6 declara: “Un niño nos es
nacido ... y se llamará su nombre ... Dios fuerte”. Le alabamos por Su deidad y le
adoramos por ser el Dios verdadero por los siglos.
“Pero no es que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de
Israel son israelitas” (v. 6). En el versículo 3 Pablo oró expresando su anhelo de que sus
conciudadanos fueran salvos. Cuando llegó al versículo 6, él habló de la economía de
Dios. En el versículo 3 hizo una oración que brotó de su desesperación, aun deseando
ser “anatema, separado de Cristo”. Pero en el versículo 6 dijo: “No todos los que
descienden de Israel son israelitas”. Según la economía de Dios, no todos los que
descienden de Israel, es decir, no todos los que son nacidos de Israel, son el verdadero
Israel. Todos los judíos nacieron de Israel, pero no todos fueron elegidos por Dios.
Pertenecen a la religión judía, pero no todos son salvos, aunque externamente tengan
todas las buenas cosas, incluyendo a Cristo, prometidas por Dios en Su santa Palabra.
“Ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: ‘En Isaac te será llamada
descendencia’” (v. 7). En los versículos 6 y 7 Pablo, a la luz de la economía de Dios, veía
todo claramente. Por lo tanto, dijo que sólo la parte de la descendencia de Abraham que
está en Isaac es llamada descendencia. Aparte de Isaac, Abraham tenía otro hijo llamado
Ismael. Aunque Ismael nació de Abraham, ni él ni sus descendientes, los árabes, fueron
elegidos por Dios. Son hijos de la carne y no pueden ser contados como hijos de Dios.
Sólo Isaac y una parte de sus descendientes son los elegidos de Dios y contados como
Sus hijos.
El versículo 8 continúa: “Esto es: no los que son hijos según la carne son los hijos de
Dios, sino que los que son hijos de la promesa son contados como descendientes”.
Conforme a la economía de Dios, los hijos de la carne no son los hijos de Dios; los hijos
de la promesa son los contados como descendientes. No todos los descendientes de
Abraham son hijos de Dios. El nacimiento natural no es suficiente para constituirlos
hijos de Dios; necesitan nacer de nuevo (Jn. 3:7). La expresión hijos de la promesa
denota el segundo nacimiento, porque sólo por este nacimiento pueden ser hijos de la
promesa y así ser contados como descendientes.
“Porque la palabra de la promesa es ésta: ‘En este tiempo el próximo año vendré, y Sara
tendrá un hijo’. Y no sólo esto, sino también cuando Rebeca concibió de uno, de Isaac
nuestro padre, aunque no había aún nacido, ni habían hecho aún bien ni mal (para que
el propósito de Dios conforme a la elección permaneciese, no por las obras sino por el
que llama), se le dijo: ‘El mayor servirá al menor’. Según está escrito: ‘A Jacob amé, mas
a Esaú aborrecí’” (vs. 9-13). Estos versículos nos revelan el hecho de que la elección de
Dios no se basa en las obras del hombre, sino exclusivamente en Su persona. Se nos ha
dicho que de un hombre, Isaac, Rebeca concibió y dio a luz dos hijos: Esaú y Jacob.
Antes de que los hijos de Israel nacieran y antes de que ellos hubieran hecho bien o mal,
Dios dijo a Rebeca que el mayor, que era Esaú, serviría al menor, que era Jacob. Esto
demuestra que la elección de Dios depende completamente de Su gusto y deseo. Por eso,
Dios dijo: “Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí” (Mal. 1:2-3). Esta palabra es inequívoca.
Nosotros creemos que Dios solamente ama y que nunca aborrece, pero aquí dice que
Dios aborreció a alguien. “Y amé a Jacob, y a Esaú aborrecí”. Solamente aquellos que
son amados y elegidos por Dios son contados como los descendientes. La elección de
Dios depende completamente de Él mismo, quien llama conforme a Su deseo y gusto
propio, y no depende en nada de las obras de los hombres. Aunque Dios dijo: “En Isaac
te será llamada descendencia” (Gn. 21:12), sólo uno de los dos hijos de Isaac fue elegido
por Dios, lo cual revela que la elección de Dios tampoco depende del nacimiento del
hombre. Dios sólo elige a Su pueblo conforme a Su propia persona.
“¿Qué, pues, diremos? ¿Hay injusticia en Dios? ¡De ninguna manera! Pues a Moisés
dice: ‘Tendré misericordia del que Yo tenga misericordia, y me compadeceré del que Yo
me compadezca’” (vs. 14-15). Cuando Dios dice: “Haré esto”, no debemos argumentar
con Él. Nosotros no somos Dios ni tenemos Su soberanía. Si discutimos con Él
preguntando: “¿Por qué amas a Jacob y aborreces a Esaú?”, Él tal vez responderá: “No
argumentes conmigo; es simplemente un asunto de Mi propia voluntad. Tendré
misericordia de quien tenga misericordia. Todo depende de Mi voluntad”.
“Así que no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (v.
16). El brazo de la misericordia es más largo que el brazo de la gracia. Cuando yo me
encuentro en buenas condiciones, en una posición igual a la de usted, y usted me da un
regalo, eso es gracia. Pero cuando yo estoy en una condición pobre, y mi nivel desciende
por debajo del suyo, y aun así usted me da algo, eso es misericordia. Si yo me acerco a
usted como un querido amigo, y usted me obsequia una Biblia, eso es gracia. Sin
embargo, si soy un pobre mendigo inmundo, incapaz de hacer nada por mí mismo, y
usted me da diez dólares, eso no es gracia, sino misericordia. Así que el brazo de la
misericordia es más largo que el brazo de la gracia. La gracia sólo alcanza una situación
que está a su mismo nivel, pero la misericordia va mucho más lejos, extendiéndose a
una situación pobre que no merece la gracia. De acuerdo con nuestra condición natural,
nos encontrábamos muy lejos de Dios y éramos totalmente indignos de Su gracia;
únicamente estábamos en condiciones de recibir Su misericordia. Por eso, Romanos
9:15 no dice: “Tendré gracia del que Yo tenga gracia”, sino: “Tendré misericordia del que
Yo tenga misericordia”. Tal vez usted cree que no había nada bueno en Jacob, que él era
un individuo totalmente sutil y astuto, y que Esaú era mucho mejor que él. Usted tiene
razón, pero es así como Dios muestra Su misericordia. Jacob era despreciable, pero Dios
tuvo misericordia de él. La misericordia de Dios no depende de la buena condición del
hombre; al contrario, se muestra en la situación deplorable de los hombres. El brazo de
la misericordia de Dios es más largo que el brazo de Su gracia.
Así que, “no es del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia”.
Según nuestro concepto, el que quiere, obtendrá aquello que quiere obtener, y el que
corre, ganará aquello que persigue. Si éste fuera el caso, entonces la elección de Dios
dependería de nuestro esfuerzo y labor; pero no es así. Al contrario, depende
completamente de Dios que tiene misericordia. No necesitamos querer ni correr, porque
Dios tiene misericordia de nosotros. Si conocemos la misericordia de Dios, no
pondremos nuestra confianza en nuestro propio esfuerzo, ni nos decepcionaremos por
nuestros fracasos. La esperanza para nuestra condición tan miserable descansa sólo en
la misericordia de Dios.
“Porque la Escritura dice a Faraón: ‘Para esto mismo te he levantado, para mostrar en ti
Mi poder, y para que Mi nombre sea proclamado por toda la tierra’” (v. 17). En Faraón
Dios mostró Su poder, y no Su misericordia, para que Su nombre fuese proclamado en
toda la tierra. Esto muestra que aun los enemigos de Dios son usados por Él para el
cumplimiento de Su propósito. “De manera que” el versículo 18 dice: “De quien quiere,
tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece”. ¿Qué debemos decir con
respecto a esto? No debemos decir nada, sino adorar a Dios por Su manera de proceder.
Todo depende de lo que Él quiera hacer. ¡Él es Dios!
Pablo añade: “Entonces me dirás: ¿Por qué todavía inculpa? porque ¿quién resiste a Su
voluntad? Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios?”. Todos
tenemos que entender quiénes somos. Somos las criaturas de Dios, y Él es nuestro
Creador. Como tales, no debemos altercar con nuestro Creador. Por cuanto Pablo
pregunta: “¿Dirá el objeto moldeado al que lo moldeó: ¿Por qué me has hecho así? ¿O
no tiene potestad el alfarero sobre el barro, para hacer de la misma masa un vaso para
honra y otro para deshonra?” (vs. 19-21). Dios es el alfarero, y nosotros, el barro. Puesto
que Dios es el alfarero, Él tiene autoridad sobre el barro. Si Él así lo desea, bien puede
hacer un vaso para honra y otro para deshonra. No depende de nuestra elección, sino de
Su soberanía.
Romanos 9:21 revela el propósito con el cual Dios creó al hombre. En efecto, este
versículo es único en su género con respecto a la revelación del propósito de Dios
referente a la creación del hombre. Sin este versículo sería difícil para nosotros entender
que Dios creó al hombre con el fin de hacer de él un vaso que pudiera contenerle. Todos
debemos entender cabalmente que somos envases de Dios y que Él es nuestro
contenido. En 2 Corintios 4:7 se nos dice que “tenemos este tesoro en vasos de barro”.
Somos vasos de barro, y Dios es nuestro tesoro y contenido. Dios, en Su soberanía, nos
creó para ser Sus envases de acuerdo con Su predestinación.
“¿Y qué, si Dios, queriendo mostrar Su ira y dar a conocer Su poder, soportó con mucha
longanimidad los vasos de ira preparados para destrucción?” (v. 22). ¿Qué debemos
decir acerca de esto? No tenemos nada que decir. Él es el alfarero y tiene la autoridad.
Los seres humanos somos simplemente barro.
Los versículos 23 y 24 continúan: “...para dar a conocer las riquezas de Su gloria sobre
los vasos de misericordia, que Él preparó de antemano para gloria, a saber, nosotros, a
los cuales también ha llamado, no sólo de entre los judíos, sino también de entre los
gentiles?”. Todo depende de la autoridad de Dios. Dios tiene la autoridad para hacernos
vasos de misericordia; a saber, a nosotros a quienes Él eligió y llamó no sólo de entre los
judíos, sino también de entre los gentiles, para que sean conocidas, o manifestadas, las
riquezas de Su gloria. Conforme a Su autoridad soberana, Él primero nos preparó para
esta gloria. Fuimos predestinados por Su soberanía para ser Sus envases, vasos de
honra, para que expresáramos lo que Él es en gloria. Éste no sólo es asunto de Su
misericordia, sino también de Su soberanía.
Dios nos eligió con una meta específica: tener muchos vasos que le contengan y le
expresen por la eternidad. Muchos de nosotros tenemos un concepto equivocado del
propósito de Dios, pensando que éste es solamente mostrar Su amor al salvarnos. Sí, es
verdad que Él nos ama. Sin embargo, Su amor no se muestra sólo al salvarnos sino al
hacernos Sus vasos. Dios nos creó de tal modo que tenemos la capacidad para recibirle
en nuestro interior y contenerle como nuestra vida y nuestro suministro de vida, con el
fin de que seamos uno con Él, para expresar lo que Él es, y para que Él sea glorificado en
nosotros y con nosotros. Ésta es la meta eterna de la elección de Dios y es también
nuestro destino eterno.
Este pasaje de la Palabra también revela la cima de nuestra utilidad para Dios, a saber:
no hemos de ser usados por Él simplemente como siervos, sacerdotes y reyes, sino como
vasos que han de contenerle y expresarle. Si hemos de ser usados como Sus vasos,
ciertamente Él tiene que ser uno con nosotros. Somos Sus envases y Su expresión; Él es
nuestro contenido y nuestra vida. Él vive en nosotros para que nosotros podamos vivir
por Él. Finalmente Él y nosotros, nosotros y Él, seremos uno tanto en vida como en
naturaleza. Ésta es la meta de Su elección de acuerdo con Su soberanía, y es también
nuestro destino de acuerdo con Su elección, el cual será plenamente revelado en la
Nueva Jerusalén.
Los versículos 25 y 26 son citas del libro de Oseas y confirman el hecho de que algunos
gentiles han sido elegidos y llamados por Dios para ser Su pueblo.
Los versículos del 27 al 29 son citas del libro de Isaías que confirman el hecho de que no
todo Israel fue elegido, sino que sólo un remanente de entre ellos fue salvo, o sea, una
descendencia preservada por el Señor.
“Mas Israel, que iba tras una ley de justicia, no la alcanzó. ¿Por qué? Porque iban tras
ella no por fe, sino como por obras. Tropezaron en la piedra de tropiezo, según está
escrito: ‘He aquí pongo en Sion piedra de tropiezo y roca de escándalo; y el que crea en
Él, no será avergonzado’” (vs. 31-33). Jamás podremos alcanzar la justicia siguiendo la
ley de la justicia. Los israelitas procuraban establecer su propia justicia, pero tropezaron
en la “piedra de tropiezo”, la cual es Cristo, la “roca de escándalo”. No obstante, “el que
crea en Él, no será avergonzado”.
En relación con esto también necesitamos leer los primeros tres versículos del capítulo
10: “Hermanos, el beneplácito de mi corazón, y mi súplica a Dios por ellos, es para su
salvación. Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme al
conocimiento pleno. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la
suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios”. Es posible ser excesivamente
celosos por Dios y aun así carecer del conocimiento adecuado de Su camino. Los judíos
no han entendido y siguen sin entender cuál es la meta de la elección de Dios, porque
ellos, siendo ignorantes de la justicia de Dios, han intentado establecer su propia justicia
tratando de guardar la ley sin sujetarse a la justicia de Dios, la cual es Cristo mismo. Por
lo tanto, se han extraviado del camino de la salvación que Dios nos provee. Todo intento
por guardar la ley o por hacer el bien para agradar a Dios, siendo un simple esfuerzo del
hombre por establecer su propia justicia, hará que las personas pierdan el camino de la
salvación.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE VEINTITRÉS
(2)
Romanos 10:4 dice: “Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que
cree”. Cristo es el fin de la ley, lo cual significa que Él completó la ley y puso fin a ella. Él
vino para cumplir la ley (Mt. 5:17) y, al hacerlo, puso fin a ella y la reemplazó. Como
resultado, la justicia de Dios es dada a todo aquel que cree en Cristo. Cristo completó la
ley y puso fin a ella cuando murió en la cruz; la ley llegó a su fin en Él. Ya que la ley fue
terminada en la cruz de Cristo, no debemos seguir estando sujetos a ella. Lo único que
debemos hacer es recibir la justicia de Dios al creer en Cristo.
Los judíos valoraban la ley e intentaban guardarla a fin de establecer su propia justicia
ante Dios. Ellos no vieron que Cristo había completado la ley y puso fin a ella. Si
hubieran visto esto, habrían desistido de sus intentos por guardar la ley. Nunca más
habrían tratado de establecer su propia justicia ante Dios, sino que habrían tomado a
Cristo como su justicia.
El principio es el mismo con muchos cristianos hoy en día. Después de ser salvos, se
resuelven hacer el bien para agradar a Dios. Como resultado espontáneo formulan
muchas reglas para sí mismos, que pueden ser consideradas como leyes hechas por ellos
mismos, y se esfuerzan para cumplirlas con esperanzas de agradar a Dios. Al igual que
los judíos, ellos tampoco ven que Cristo es el fin y la conclusión de todos los preceptos, y
que ellos deben tomarle como su vida para poder vivir rectamente ante Dios. Además,
necesitan ver que la justicia genuina delante de Dios es Cristo, Aquel que puso fin a la
ley para ser la justicia viviente para todo aquel que cree en Él. Romanos 10 revela mucho
acerca de Cristo de modo que podamos saber cómo participar de Él y disfrutarle como
nuestra justicia real y viviente ante Dios.
Cristo pasó por un largo proceso desde Su encarnación hasta Su resurrección. En este
proceso Él cumplió con todo lo requerido por la justicia, santidad y gloria de Dios, y
realizó todo lo necesario a fin de capacitarnos para participar de Él. Él fue el Dios
encarnado como hombre, y como tal fue transfigurado por medio de la resurrección y
hecho el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Ahora en resurrección, como Espíritu
vivificante, Él está disponible a nosotros, y podemos recibirle y tomarle en todo
momento y en cualquier lugar.
Por favor, preste atención a lo que Pablo dice en el versículo 8: “Mas ¿qué dice? ‘Cerca
de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón’. Ésta es la palabra de la fe que
proclamamos”. El Cristo resucitado como la Palabra viviente está cerca de nosotros, en
nuestra boca y en nuestro corazón. En este versículo Pablo inesperadamente usa el
término la palabra intercambiándola con el título Cristo, indicando con esto que, sin
lugar a dudas, la Palabra es Cristo mismo. Cristo, como Espíritu vivificante y en
resurrección, es la Palabra viviente. Esto corresponde a la revelación neotestamentaria
de que la Palabra es el Espíritu. Si usted lee Efesios 6:18 en el griego, descubrirá que el
Espíritu es la Palabra. Por lo tanto, Cristo en Su resurrección es tanto el Espíritu como la
Palabra. Él es el Espíritu que podemos tocar y la Palabra que podemos entender.
Podemos recibirle como el Espíritu y como la Palabra. El Cristo resucitado como
Espíritu vivificante es la Palabra viviente que está tan cerca a nosotros. Él está en
nuestra boca y en nuestro corazón. Con nuestra boca le invocamos y con nuestro
corazón creemos en Él. Así que, podemos invocarle usando nuestra boca y podemos
creer en Él con nuestro corazón. Cuando le invocamos somos salvos, y cuando creemos
en Él somos justificados.
Necesitamos leer los versículos del 9 al 13: “Que si confiesas con tu boca a Jesús como
Señor, y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con
el corazón se cree para justicia, y con la boca se confiesa para salvación. Pues la
Escritura dice: ‘Todo aquel que en Él crea, no será avergonzado’. Porque no hay
distinción entre judío y griego, pues el mismo Señor es Señor de todos y es rico para con
todos los que le invocan; porque: ‘Todo aquel que invoque el nombre del Señor, será
salvo’”. Pablo dice que con el corazón se cree para justicia. Para es un equivalente de
una preposición griega que, en muchos casos, quiere decir “dando por resultado”. Por lo
tanto, el resultado de creer con el corazón es la justicia, mientras que el de confesar con
la boca es la salvación. Si queremos ser justificados, es decir, tener la justicia de Dios,
debemos creer en el Señor Jesús. Si queremos ser salvos, tenemos que confesar al Señor
Jesús, lo cual consiste en invocarle.
En Romanos 9:21 y 23 se nos dice que según la elección de Dios, nosotros los llamados
fuimos hechos vasos de misericordia para honra y gloria. Sin embargo, aún debemos
darnos cuenta de que los vasos, por sí mismos, están vacíos; necesitan un contenido.
Aunque Romanos 9 nos dice que somos vasos, no nos da la manera de ser llenos. Es
maravilloso ser un vaso de misericordia para honra y gloria, pero es lamentable estar
vacío. Necesitamos ser llenos, y la manera de ser llenos se halla en Romanos 10. Cada
vaso tiene una boca, una abertura; si no tiene boca, no es vaso. Las herramientas, tales
como los martillos, los cuchillos y las hachas, no tienen boca. Pero nosotros somos vasos
y, como tales, tenemos una abertura: nuestra boca. ¿Sabe usted para qué tiene una
boca? Tiene una boca para poder ser lleno de las riquezas de Cristo. Nuestra boca fue
hecha para invocar el nombre del Señor Jesús. ¡El Señor es tan rico! Él es rico para todo
el que le invoca. Hay un versículo en los salmos que dice: “Abre tu boca, y Yo la llenaré”
(81:10). Por ser vasos vacíos con una boca, debemos abrir nuestra boca para poder
llenarnos de las riquezas del Señor.
A fin de ser salvos es necesario invocar el nombre del Señor. Sin embargo, invocar Su
nombre no sólo nos salva, sino que también nos da la manera de recibir las riquezas de
Cristo. El Señor es rico para todo el que le invoca. Cuando le invocamos, participamos y
disfrutamos de Sus riquezas. ¿Quiere usted participar y disfrutar de las riquezas de
Cristo? Si es así, no debe permanecer en silencio; abra su boca e invóquele. En los
últimos años el Señor nos ha revelado mucho acerca de este asunto de invocar Su
nombre. Hace unos diez años aún sabíamos muy poco acerca de ello, pero agradecemos
al Señor que Él nos ha dado claridad al respecto. Apreciamos el capítulo 10 de Romanos,
en especial el versículo 12: “Porque no hay distinción entre judío y griego, pues el mismo
Señor es Señor de todos y es rico para con todos los que le invocan”. Se ha utilizado
bastante el versículo 13 en la predicación del evangelio, pero también debemos
relacionarlo con el versículo 12, no con miras a la predicación del evangelio, sino a llenar
todos los vasos vacíos con las riquezas de la Deidad. Si usted abre completamente su
boca e invoca al Señor, las riquezas de la divinidad serán su porción. Ahora tenemos la
manera de llenar los vasos vacíos: tenemos una boca con la cual invocarle y ser llenos de
Él, y un corazón con el cual creer en Él y retenerle.
La Biblia revela claramente que la manera de participar y disfrutar del Señor es invocar
Su nombre. Deuteronomio 4:7 dice que el Señor está “cerca a nosotros siempre que le
invocamos” (heb.). Salmos 145:18 dice: “Cercano está Jehová a todos los que le
invocan”. Salmos 18:6 y 118:5 dicen que David invocó al Señor en su angustia. En
Salmos 50:15 el Señor nos pide que le invoquemos en el día de la angustia, y en Salmos
86:7 David lo hizo así. Salmos 81:7 afirma que los hijos de Israel hicieron esto mismo
(Éx. 2:23), y que el Señor les dijo: “Abre tu boca, y Yo la llenaré” (v. 10). En Salmos 86:5
leemos que el Señor es bueno y perdonador, y que está lleno de misericordia para todo
aquel que le invoca. Salmos 116:3-4 dice: “Me rodearon ligaduras de muerte, me
encontraron las angustias del Seol; angustia y dolor había yo hallado. Entonces invoqué
el nombre de Jehová”. El versículo 13 del mismo salmo dice: “Tomaré la copa de la
salvación, e invocaré el nombre de Jehová”. Para tomar la copa de la salvación, esto es,
para participar y disfrutar de la obra salvadora del Señor, necesitamos invocar el
nombre del Señor. Isaías 12:2-6 nos dice que el Señor es nuestra salvación, nuestra
fortaleza y nuestra canción, y que podemos sacar con gozo aguas de los pozos de la
salvación. La manera de sacar agua de las fuentes de la salvación, o sea, de disfrutar al
Señor como nuestra salvación, es alabarle, invocar Su nombre, cantar a Él, y aun clamar
y gritar. En Isaías 55:1-6 encontramos el maravilloso llamamiento de Dios para Su
pueblo. Él llama a los sedientos a venir a las aguas, a disfrutar las riquezas de Su
provisión, tal como el vino, la leche y el buen alimento, y a deleitarse en las grosuras de
Su casa. La manera de obtener esto es buscar al Señor y invocarle “en tanto que está
cercano”. Isaías 64:7 nos muestra que al invocar al Señor nos avivamos y así nos asimos
de Él (heb.).
Según lo relatado en las Escrituras, los hombres empezaron a invocar el nombre del
Señor en la tercera generación del linaje humano. Desde los tiempos de Enós “los
hombres empezaron a invocar el nombre del Jehová” (Gn. 4:26). Luego, Abraham (Gn.
12:8), Isaac (Gn. 26:25), Job (Job 12:4), Moisés (Dt. 4:7), Jabes (1 Cr. 4:10), Sansón
(Jue. 16:28), Samuel (1 S. 12:18), David (2 S. 22:4; 1 Cr. 21:16), Jonás (Jon. 1:6), Elías (1
R. 18:24), Eliseo (2 R. 5:11), Jeremías (Lm. 3:55), todos ellos solían invocar el nombre
del Señor. Además, en Joel 2:32, Sofonías 3:9 y Zacarías 13:9 se profetizó que los
hombres invocarían el nombre del Señor.
La Primera Epístola a los Corintios empieza con la práctica de invocar el nombre del
Señor, lo cual revela que este libro trata sobre el disfrute del Señor. Nos dice que Cristo
es nuestra sabiduría y nuestro poder (1 Co. 1:24), y que Él fue hecho nuestra justicia,
santificación y redención (1:30), además de muchos otros aspectos de Él que podemos
disfrutar. Finalmente, en resurrección Él llegó a ser el Espíritu vivificante de quien
podemos beber (1 Co. 15:45; 12:13). Bebemos de Él como el Espíritu vivificante al
invocar Su nombre. Así que, 1 Corintios 12:3 indica que si nosotros decimos: “Señor
Jesús”, estamos inmediatamente en el Espíritu. Clamar: “Señor Jesús”, es invocar el
nombre del Señor. Jesús es el nombre del Señor, y el Espíritu es Su persona. Cuando
invocamos el nombre del Señor, obtenemos la persona misma del Señor. Cuando
invocamos: “Señor Jesús”, obtenemos al Espíritu. Al invocar el nombre del Señor de
esta manera, no sólo respiramos espiritualmente, sino que también bebemos
espiritualmente. Cuando invocamos el nombre del Señor, le respiramos como el aliento
de vida y le bebemos como el agua de vida. La segunda estrofa del himno 73 de nuestro
himnario inglés dice:
Ésta es la forma de participar y disfrutar del Señor. Todos debemos hacer esto. Que el
Señor nos bendiga en este asunto. Que la práctica de invocar Su nombre sea recobrada
totalmente en estos días.
En Romanos 10:14-15 Pablo dice: “¿Cómo, pues, invocarán a Aquel en el cual no han
creído? ¿Y cómo creerán en Aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien
les proclame? ¿Y cómo proclamarán si no son enviados? Según está escrito: ¡Cuán
hermosos son los pies de los que anuncian las nuevas de cosas buenas!”. Para invocar al
Señor uno necesita creer en Él, para creer en Él es necesario oír de Él, y oír de Él exige la
predicación de las buenas nuevas. Si el evangelio ha de ser proclamado, alguien debe ser
enviado por Dios. Aquellos que son enviados por Dios proclaman las buenas nuevas
para que los demás puedan oír, creer, invocar el nombre del Señor y ser salvos. Después
de haber creído en el Señor e invocarle, debemos también proclamarlo. Cristo ha sido
predicado y oído a través de toda la tierra. Él ha sido proclamado por Sus enviados y
escuchado tanto por judíos como por los gentiles. Muchos son los que han creído para
justicia y han invocado para salvación.
En los versículos del 16 al 21 vemos que Cristo es recibido por unos y rechazado por
otros. Por un lado, Cristo fue recibido por los gentiles, pero por otro, fue rechazado por
Israel.
Los capítulos 9 y 10 de Romanos tratan del mismo tema: la elección de Dios. La elección
de Dios es nuestro destino. La elección es por Dios, quien llama; es por Su misericordia
y Su soberanía; se efectúa por la justicia de la fe; y se tiene por medio de Cristo.
De todos los capítulos del libro de Romanos, el capítulo 10 es el que presenta más acerca
de Cristo. En Romanos 10:4 Cristo es llamado “el fin de la ley”. En ninguna otra parte
del Nuevo Testamento Cristo es designado de tal manera. Por lo tanto, Romanos 10 nos
presenta un título crucial de Cristo, a saber: “el fin de la ley”. Este Cristo se encarnó al
descender de los cielos, y resucitó al subir del abismo. Después de pasar por este
proceso, Cristo, quien es el fin de la ley, llegó a ser la Palabra viviente. Él está cerca a
nosotros, aun en nuestra boca y en nuestro corazón. Estas dos expresiones, en nuestra
boca y en nuestro corazón, dan a entender que Cristo es como el aire. Sólo el aire puede
estar en nuestra boca y en nuestro corazón. El Cristo resucitado es la Palabra viviente,
que es el Espíritu. Él es semejante al aire, o al aliento, que respiramos y recibimos
dentro de nuestro ser. Todo lo que tenemos que hacer es usar nuestra boca para
respirarle, nuestro corazón para recibirle y nuestro espíritu para retenerle. Si hacemos
esto, seremos salvos y recibiremos el suministro de todas Sus riquezas al invocar Su
nombre. También necesitamos proclamar a este Cristo. Cuando lo proclamamos y las
personas oyen nuestro mensaje, algunos creerán en Él y otros le rechazarán.
Romanos 10 presenta una excelente descripción y definición de Cristo, con el fin de que
participemos de Él. No sólo tenemos que creer en Él con nuestro corazón, sino también
invocarle con nuestra boca. Tenemos que invocarle, no sólo para ser salvos, sino
también para disfrutar de Sus riquezas. Fuimos hechos vasos para contenerle, es decir,
fuimos escogidos y predestinados para ser Sus envases. Por nuestra parte, debemos
cooperar al tomarle y recibirle en nuestro interior. Para esto necesitamos abrir todo
nuestro corazón e invocarle desde lo más profundo de nuestro espíritu. Así que, en el
capítulo 9 tenemos los vasos, y en capítulo 10 se nos da la manera de llenar esos vasos
con las riquezas de Cristo. Ésta es la economía de la elección de Dios, el propósito del
deseo de Su corazón.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE VEINTICUATRO
En Romanos 11:1 Pablo pregunta: “Digo pues: ¿Ha desechado Dios a Su pueblo? ¡De
ninguna manera!”. Pablo era un excelente abogado capaz de argumentar y ganar
cualquier lado de un caso. Si no tuviéramos el capítulo 11 de Romanos, ciertamente
pensaríamos que Dios, después de haber escogido a Israel, debió haber cambiado de
parecer con respecto a ellos. Los capítulos 9 y 10 parecen indicar que Dios ha desechado
al pueblo de Israel. Debido a que algunos piensan esto, Pablo pregunta: “¿Ha desechado
Dios a Su pueblo?”. Luego, él mismo contesta la pregunta afirmando categóricamente:
“¡De ninguna manera! Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham,
de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a Su pueblo, al cual conoció de
antemano. ¿O no sabéis qué dice de Elías la Escritura, cómo invoca a Dios contra Israel,
diciendo: ‘Señor, a Tus profetas han dado muerte, y Tus altares han derribado; y sólo yo
he quedado, y acechan contra mi vida’? Pero, ¿qué dice la divina respuesta? ‘Me he
reservado siete mil hombres, que no han doblado la rodilla delante de Baal’ ” (11:1-4).
Elías, un profeta de Dios, invocó a Dios contra Israel. Sin embargo, Dios le respondió
advirtiéndole que no acusara al pueblo delante de Él, porque Él se había reservado siete
mil hombres que no habían doblado la rodilla delante de Baal. Pablo añade: “Así, pues,
también en este tiempo ha quedado un remanente conforme a la elección de la gracia.
Mas si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia” (vs. 5-6).
No hablo orgullosamente, pero me considero a mí mismo como uno de los que el Señor
ha reservado. ¿Cuál es su sentir con respecto a usted? En algunas ocasiones durante los
años pasados llegué a pensar igual que Elías; pero alabo al Señor que gradualmente
descubrí que el Señor había preservado un buen número de santos para Sí mismo. Dios
ha reservado un remanente para Su propósito eterno. Por eso, no debemos
desanimarnos.
El versículo 6 dice: “Mas si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no
es gracia”. Nunca debemos olvidar que hemos sido preservados por gracia. Esto no es el
resultado de nuestra obra, sino totalmente de la gracia. Si fuera de otro modo, la gracia
ya no sería gracia.
“¿Qué pues? Lo que buscaba Israel, no lo ha obtenido; pero los escogidos sí lo han
obtenido, y los demás fueron endurecidos” (v. 7). En principio, la situación de hoy es la
misma. ¿De qué podemos jactarnos? Solamente de la gracia del Señor.
El versículo 8 dice: “Según está escrito: ‘Dios les dio espíritu de sueño profundo, ojos
con que no vean y oídos con que no oigan, hasta el día de hoy’”. ¿Es ésta nuestra
condición? Algunos tienen ojos, pero han perdido la vista; algunos tienen oídos, pero
sus oídos han perdido su función. Ésta es exactamente la situación de nuestros días. En
1937 la obra del Señor me mandó a viajar por el norte de China con el propósito de
compartir con el cristianismo todas las verdades que el Señor nos había dado. Fui
enviado para hacer esta obra bajo el liderazgo del hermano Nee. Se me encargó no
permanecer en ninguna de las iglesias locales, sino viajar a lo largo de todo el norte de
China. Durante ese tiempo viajé mucho realizando tal ministerio peregrino entre las
denominaciones. Debido a esto me di cuenta de la condición tan lastimosa que
prevalecía allí. Muy pocos tenían deseos de seguir fielmente al Señor, y la mayoría no
tenía ojos para ver ni oídos para oír. Después de un tiempo dejé de viajar y me quedé en
Chifú, mi pueblo natal. Claramente recibí la carga del Señor de no viajar más y de
permanecer en esa ciudad con la iglesia local. Después de quedarme ahí durante cuatro
años, ocurrió un gran avivamiento.
Quisiera relatar otra experiencia. Durante 1934 me quedé por un buen tiempo en
Shanghái con el hermano Nee. Un día mientras conducíamos hacia otra ciudad, él me
dijo: “Hermano, las denominaciones nos han rechazado”. Citando la palabra de Pablo en
Hechos 13:46, él añadió: “Vayamos a los gentiles”. Desde ese tiempo la obra en el
recobro del Señor tomó un giro definido hacia los gentiles. Desde el día en que me quedé
por primera vez con el hermano Nee en 1933, hasta el día en que nos despedimos en
1950, él no recibió ni una sola invitación de parte de ninguna denominación en China.
Aunque ninguna denominación lo invitó a ministrar, sus libros son muy populares. A
pesar de toda esa situación, el Señor hoy tiene Su remanente.
Continuemos con el versículo 9: “Y David dice: ‘Sea vuelta su mesa en trampa y en red,
en tropezadero y en retribución para ellos’”. Hemos visto que esto mismo sucede en la
situación actual.
En el versículo 10 leemos: “Sean oscurecidos sus ojos para que no vean, y agóbiales la
espalda sin cesar”. ¿No es lo mismo que sucede en el cristianismo de hoy? ¿No es verdad
que los ojos de muchos están oscurecidos y sus espaldas encorvadas? Les falta la vista
para ver y son incapaces de pararse rectamente.
En Romanos 11:13-14 Pablo dice que honra su ministerio entre los gentiles: “Pero a
vosotros, los gentiles, hablo. Por cuanto yo soy apóstol a los gentiles, honro mi
ministerio, por si acaso puedo provocar a celos a los de mi carne, y hacer salvos a
algunos de ellos”. Aunque Pablo honraba su ministerio entre los gentiles, lo que en
realidad estaba haciendo era debatir a favor de Israel.
Leamos los versículos del 16 al 18: “Ahora bien, si la masa ofrecida como primicias es
santa, también lo es la masa restante; y si la raíz es santa, también lo son las ramas. Pero
si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo olivo silvestre, has sido injertado
entre ellas, y viniste a ser copartícipe de la raíz de la grosura del olivo, no te jactes contra
las ramas; y si te jactas, sabe que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti”. ¿Quién es la
raíz del olivo y quién la masa ofrecida como primicias? Yo creo que la respuesta correcta
es: Abraham, Isaac y Jacob. En 11:28 Pablo dice que Israel es “amado por causa de los
padres”. “Los padres” son los patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob, los cuales eran la raíz
del olivo y la masa ofrecida como las primicias.
En Romanos 9 los escogidos de Dios son comparados con el barro y en Romanos 11 son
comparados con la masa de harina usada para hacer tortas. ¿Cuál de estas dos cosas
piensa usted que es mejor? ¿Le gustaría a usted ser un pedazo de barro o un pedazo de
masa? Aunque yo prefiero ser un pedazo de masa, sigue siendo bueno ser un pedazo de
barro, porque el barro es usado para hacer vasos de misericordia que contienen a Cristo.
Así que, en 2 Corintios 4:7 se nos dice que “tenemos este tesoro en vasos de barro”.
Además, 2 Timoteo 2:20 dice que “hay vasos de oro y plata ... para honra”. Hemos visto
que los vasos de barro en Romanos 9 son llenos al invocar el nombre del Señor según se
revela en Romanos 10. Esto puede aplicarse a los vasos mencionados en 2 Timoteo 2:20.
En el versículo 22 de ese capítulo se nos dice que los que buscan al Señor deben
invocarle con un corazón puro. Por lo tanto, los vasos de honra son llenos invocando el
nombre del Señor.
Romanos 9 nos muestra que somos pedazos de barro moldeados como vasos para
contener a Cristo. Esto es maravilloso. Sin embargo, yo soy aun más feliz de ser un
pedazo de masa, una parte de la harina amasada. El barro no tiene vida, pero la masa sí,
pues procede de la harina, ya que es hecha de la flor de harina de trigo. Aunque el barro
es útil para hacer vasos que pueden contener a Cristo para la gloria de Dios, la masa
sirve para la satisfacción de Dios mismo, pues es ofrecida a Dios como Su alimento para
Su satisfacción. Un pedazo de barro sin vida no puede satisfacer a Dios; únicamente en
la masa tenemos el elemento viviente que satisface a Dios.
Mientras que la masa es para la satisfacción de Dios, la raíz es para nuestra satisfacción.
Romanos 11:17 dice que nosotros, siendo olivo silvestre, fuimos injertados entre las
ramas llegando a ser copartícipes de la raíz y de la grosura del olivo. Cuando
examinemos las vidas de Abraham, Isaac y Jacob en el Estudio-vida de Génesis,
descubriremos que ellos fueron la raíz y la grosura del olivo. El olivo completo depende
de la riqueza de la grosura de ellos. ¡Alabado sea el Señor porque nosotros, el olivo
silvestre, hemos sido injertados en el olivo cultivado por Dios para que podamos ser
copartícipes de la grosura de la raíz! Éste es nuestro disfrute. Dios disfruta de la masa de
harina, y nosotros disfrutamos de la raíz. Tanto la masa como la raíz proceden de la vida
vegetal, la vida que satisface a Dios y al hombre. Tanto el trigo como el olivo producen
disfrute y satisfacción para Dios y para el hombre. ¡Alabado sea el Señor! Una vez más
vemos que Pablo era un escritor de gran profundidad. No hay nada en Romanos que sea
superficial.
En el versículo 17 Pablo dice que nosotros, los gentiles, siendo olivo silvestre, hemos
sido injertados entre las ramas, viniendo a ser copartícipes de la raíz. El injerto depende
de la vida. Cuando una rama de algún árbol silvestre es injertada en un árbol cultivado,
recibe la vida del árbol cultivado. Por lo tanto, no es cuestión de que nosotros los
gentiles cambiemos de religión, sino de que recibamos la vida de la raíz, es decir, la vida
de Cristo. Muchos gentiles han cambiado sus religiones paganas por la religión cristiana
sin recibir jamás la vida de Cristo. Ellos nunca han sido injertados en el olivo cultivado
por Dios con Cristo como su vida. Pero nosotros fuimos injertados en dicho árbol para
disfrutar de las riquezas de la vida de Cristo juntamente con Abraham, Isaac y Jacob.
¡Alabado sea el Señor!
Pablo, hablando a favor de los gentiles, dice en el versículo 19: “Dirás entonces: Algunas
ramas fueron desgajadas para que yo fuese injertado”. Es posible que los gentiles
piensen de esta manera. Pablo contestó: “Bien; por la incredulidad fueron desgajadas,
pero tú por la fe estás en pie. No te ensoberbezcas, sino teme. Porque si Dios no perdonó
a las ramas naturales, a ti tampoco te eximirá. Mira, pues, la bondad y la severidad de
Dios; la severidad para con los que cayeron, pero la bondad de Dios para contigo, si
permaneces en esa bondad; pues de otra manera tú también serás cortado” (vs. 20-22).
¡Cuán sabia es esta palabra de Pablo!
Por lo tanto, por causa del traspié de Israel, es decir, por su tropiezo, la salvación ha
llegado a los gentiles. Sin embargo, Israel no cayó; sólo tropezó. Ésta es la economía de
Dios en cuanto a Su elección.
“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, no sea que presumáis de
sabios: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la
plenitud de los gentiles” (v. 25). “La plenitud de los gentiles” se refiere a los gentiles que
se arrepienten y creen. Ahora es el tiempo cuando muchos gentiles se convertirán; por lo
tanto, “la plenitud de los gentiles” aún no se ha completado, sino que continúa hasta el
día de hoy. “La plenitud de los gentiles” difiere en significado a “hasta que el tiempo de
los gentiles sea cumplido” (Lc. 21:24). Algunos cristianos confunden las dos expresiones.
“Hasta que el tiempo de los gentiles sea cumplido”, se refiere a la profecía relacionada
con el tiempo en que el poder de los gentiles se acaba; “la plenitud de los gentiles”
denota la consumación de la conversión entre los gentiles.
En Romanos 11:26 Pablo declara: “Y luego todo Israel será salvo, según está escrito:
‘Vendrá de Sion el Libertador, y apartará de Jacob la impiedad’”. En ese tiempo todo el
remanente de los israelitas será salvo. “‘Y éste es Mi pacto con ellos, cuando Yo quite sus
pecados’. Según el evangelio, son enemigos por causa de vosotros; pero según la
elección, son amados por causa de los padres” (vs. 27-28). Note las dos veces que se dice
“por causa” en el versículo 28: “por causa de vosotros” y “por causa de los padres”. Ellos
son enemigos por nuestra causa, pero amados por causa de los padres. “Porque
irrevocables son los dones de gracia y el llamamiento de Dios” (v. 29). Los dones de Dios
y Su llamamiento son eternos e irrevocables; nunca cambian. Una vez que Dios da un
don, lo da para siempre. Y una vez que Dios nos llama, nos llama por la eternidad. Él
nunca se retracta de Sus dones ni de Su llamamiento. Cuánto agradecemos a Dios que
en Él “no hay mudanza” (Jac. 1:17). “Pues así como vosotros en otro tiempo erais
desobedientes a Dios, pero ahora se os ha concedido misericordia por la desobediencia
de ellos, así también éstos ahora han sido desobedientes, para que por la misericordia
concedida a vosotros, también a ellos les sea ahora concedida misericordia. Porque Dios
a todos encerró en desobediencia, para tener misericordia de todos” (vs. 30-32). Aquí
vemos que Pablo usa la desobediencia y la misericordia para apoyar su argumento. La
desobediencia del hombre le proporciona una oportunidad a la misericordia de Dios, y
la misericordia de Dios trae salvación al hombre. Así que, vemos una vez más que Pablo
ha ganado todos los casos. Dios encerró a todos en desobediencia para tener
misericordia de todos. Ésta es la economía de Dios. ¿Qué podemos decir? Lo único que
se puede decir es: “¡Aleluya por Su misericordia!”. Él ha usado aun nuestra
desobediencia para encerrarnos a fin de conservarnos como vasos sobre los cuales Él se
muestre misericordioso.
IV. LA ALABANZA POR LA ELECCIÓN DE DIOS
En este punto Pablo elevó una alabanza a Dios por Su elección. “¡Oh profundidad de las
riquezas, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son Sus juicios, e
inescrutables Sus caminos! Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿O quién se hizo
Su consejero? ¿O quién le dio a Él primero, para que le fuese recompensado? Porque de
Él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. A Él sea la gloria por los siglos. Amén” (vs. 33-
36). Parece que en el libro de Romanos, de los capítulos 9 al 11, Pablo nos ha dado un
mapa por el cual podemos trazar los caminos de Dios. Dios recibe alabanza y gloria en
tres etapas: en el pasado, por todo lo que procedió de Él; en el presente, por todo lo que
existe por medio de Él; y en el futuro, por todo lo que será para Él. En el pasado todas
las cosas llegaron a existir procedentes de Dios; en el presente, existen por medio de Él;
y en el futuro, serán para Él. La elección de Dios es conforme a Él mismo, a Su elección,
y no a ninguna otra cosa. Todas las cosas son de Él, por Él y para Él. “A Él sea la gloria
por los siglos. Amén”.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE VEINTICINCO
LA TRANSFORMACIÓN REALIZADA
AL PONER EN PRÁCTICA LA VIDA DEL CUERPO
(1)
En este mensaje llegamos a la sección más práctica del libro de Romanos, a saber: la
sección sobre la transformación (12:1—15:13). La transformación tiene como finalidad la
práctica concerniente a la vida. Ya vimos que la santificación tiene como finalidad el
proceso concerniente a la vida. Desde el momento en que fuimos justificados hemos
participado del proceso concerniente a la vida, el cual nos santificará y finalmente nos
glorificará. La práctica concerniente a la vida es de alguna forma diferente del proceso
concerniente a la vida. Para que se manifieste la práctica concerniente a la vida, se
necesita la transformación, pues en la vida natural nunca se tendría la práctica
apropiada de vida. Nada natural es útil cuando intentamos poner en práctica la vida. El
elemento natural debe ser transformado en un elemento espiritual y santo. Por lo tanto,
por causa de la práctica concerniente a la vida, es imprescindible que seamos
completamente transformados. Además, la santa Palabra revela que dicha práctica se
manifiesta principalmente en la iglesia, en la vida del Cuerpo. La vida de la iglesia local
es, en término concretos, el reino de Dios sobre la tierra hoy en día.
A muchos cristianos que buscan más del Señor no les gusta hablar de la vida de iglesia.
Ellos parecen decir: “Con tal que seamos espirituales y santificados, y crezcamos en
vida, todo estará bien. El Señor un día nos edificará juntos espontáneamente”. Yo les
diría enfáticamente que su libro de Romanos únicamente tiene ocho capítulos, o sea,
sólo la mitad del libro. Es como si no se dieran cuenta de que Romanos tiene dieciséis
capítulos. Sin embargo, en el libro de Romanos tenemos cinco capítulos completos que
se ocupan de la cuestión de la iglesia. La vida divina no se nos da simplemente para que
tengamos vida; más bien, hace posible el Cuerpo. La vida es para la iglesia. Debemos
estar alertas porque aun las mejores cosas pueden ser un velo para nuestra visión.
Alabado sea el Señor porque en el libro de Romanos tenemos cinco capítulos que tratan
de la vida de iglesia. Los pasajes que abarcan los temas de la justificación, la
santificación y la glorificación constan de cinco capítulos y medio, pero el tema de la
vida de iglesia ocupa cinco capítulos enteros.
Deseo subrayar que la iglesia es la palabra final que Pablo presenta en el libro de
Romanos. Cuando escuchamos a alguien, siempre esperamos su palabra final; en el
libro de Romanos esa palabra tiene que ver con la iglesia. Por lo tanto, si nos detenemos
en el capítulo 8, perderemos mucho y pasaremos por alto la palabra final del discurso de
Pablo. Debemos proseguir a través del libro hasta llegar a su conclusión.
¿Por qué escribió Pablo el libro de Romanos? No lo escribió solamente para hablar
acerca de la justificación ni de la santificación ni siquiera de la glorificación, sino con el
propósito final y máximo de presentar la vida de iglesia. La consumación del libro de
Romanos es la iglesia. Alabado sea el Señor porque Pablo tenía un concepto tan claro y
rico con respecto a la iglesia que tomó cinco capítulos de este libro para subrayarla. Usó
cinco capítulos para presentar la vida de iglesia de una forma maravillosa. En Romanos
Pablo no presenta la vida de iglesia de una forma doctrinal, sino de una manera muy
práctica y según la experiencia. Cuando lleguemos a Romanos 15 y 16, veremos que
Pablo describe y presenta las iglesias desde el punto de vista de la experiencia y de la
práctica, y no de la doctrina.
I. LA TRANSFORMACIÓN ES NECESARIA
PARA LA VIDA DEL CUERPO
A. La transformación
Supongamos que una persona tiene un cutis muy pálido y que otra persona desea
cambiar el color de la tez aplicándole algo de rubor. Esto, sin duda, producirá un cambio
externo, pero no un cambio orgánico, es decir, un cambio de vida. Entonces ¿cómo
puede una persona verdaderamente tener un rostro sonrosado? Esto se realiza cuando
dicha persona ingiere diariamente el alimento saludable con los elementos orgánicos
necesarios para su cuerpo. Debido a que su cuerpo es un organismo viviente, cuando
una sustancia orgánica entra en él, la convierte en un compuesto químico formado
orgánicamente por el proceso del metabolismo. Gradualmente por este proceso interno
el tono del cutis cambiará. Este cambio no es externo; es un cambio interno que se
produce mediante el proceso del metabolismo.
Ya hicimos notar que el enfoque de Romanos 12 es la vida del Cuerpo, es decir, la vida
corporativa. La vida del Cuerpo es lo práctico de la vida de iglesia. Sin la vida del
Cuerpo, la vida de iglesia es sólo un término. La vida de iglesia se realiza, llega a ser real,
mediante la práctica de la vida del Cuerpo. Los cristianos de hoy tienen el término
iglesia, pero carecen de la vida del Cuerpo. En efecto, existe una profunda carencia en la
experiencia de muchos cristianos al respecto. Así que, es necesario que sea recobrada la
vida del Cuerpo de Cristo, para que el Señor obtenga la edificación práctica de Su iglesia
en la tierra hoy. Ésta es la razón por la cual anhelamos tanto la vida del Cuerpo.
2. La vida corporativa
La vida del Cuerpo es una vida corporativa. Podemos entender esto al considerar
nuestro cuerpo físico, el cual es una entidad corporativa formada por muchos miembros.
Todos los miembros tienen su vida y su función en el cuerpo. Si algún miembro llega a
separarse o desprenderse del cuerpo, pierde su vida y su función. Ningún miembro
puede ser independiente del cuerpo ni llegar a ser individualista. Debemos entender que
ninguno de nosotros, los miembros del Cuerpo de Cristo, es una entidad completa. Cada
uno de nosotros es simplemente un miembro del Cuerpo. Necesitamos permanecer en el
Cuerpo para tener vida y para ejercitar nuestra función. Muchos cristianos carecen de
las riquezas de la vida y no pueden ejercer su función en absoluto, simplemente porque
se hallan separados del Cuerpo. Romanos 12 revela la importancia de la práctica de la
vida del Cuerpo. Nos muestra que nosotros somos miembros los unos de los otros en un
solo Cuerpo. Nosotros, siendo muchos, somos un solo Cuerpo, una entidad. En el
Cuerpo podemos ejercer nuestra función y expresar a Cristo de una forma corporativa.
Es algo muy lamentable que hoy en día muy pocos cristianos hayan visto la vida
corporativa o están dispuestos a prestar atención a la misma. La mayoría de los
cristianos que buscan más del Señor prestan toda su atención a Romanos 8, procurando
experimentar al Espíritu de vida; pero no se dan cuenta de que las experiencias de
Romanos 8 tienen como finalidad la vida corporativa de Romanos 12. La meta de Dios
es que llevemos la vida del Cuerpo, la cual es una vida corporativa. Tal es la meta de Su
obra de redención, justificación y santificación. Si no prestamos atención a la vida del
Cuerpo, sin lugar a dudas erraremos el blanco con respecto a la meta de Dios. Somos
redimidos, justificados, santificados y conformados a Cristo solamente para que
podamos tener la vida corporativa apropiada. No debemos detenernos en las
experiencias de santificación y de conformación que hallamos en Romanos 8. Debemos
ver que dichas experiencias efectuadas en el Espíritu han de llevarnos adelante hacia
Romanos 12, para que podamos poner en práctica la vida corporativa. Simplemente ser
santificados individualmente o tener una espiritualidad individualista no concuerda con
lo que Dios desea con respecto a la santificación y la espiritualidad. La santificación y la
espiritualidad genuinas son para el beneficio de la vida del Cuerpo. Creemos que en
estos últimos días, el Señor, en Su recobro, ha avanzado del capítulo 8 al capítulo 12 de
Romanos. En la actualidad el recobro del Señor se centra en lo corporativo, o sea, en la
vida del Cuerpo, en la vida de iglesia, y no en la santificación o espiritualidad
individualistas. Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que veamos esto y lo
pongamos en práctica mediante las experiencias de santificación en el Espíritu de vida.
En 2:1 Pablo nos ruega que presentemos nuestros cuerpos “en sacrificio vivo”. En
Romanos 6:13 y 19 nos alienta a presentar los miembros de nuestros cuerpos como
armas para pelear la batalla y como esclavos para servir, porque Romanos 6 trata sobre
la guerra y el servicio. Sin embargo, la vida de iglesia es una cuestión de sacrificio, de
ofrecernos a Dios para Su satisfacción. La vida de iglesia en general es una ofrenda para
la satisfacción de Dios. Aunque son muchos los cuerpos presentados, el sacrificio es uno
solo, y ¿por qué? Porque los muchos miembros constituyen un solo Cuerpo, y los
muchos creyentes son una sola iglesia.
¿Por qué Pablo usa el término sacrificio vivo? Porque él compara este sacrificio con los
sacrificios del Antiguo Testamento. Dichos sacrificios eran inmolados, pero la iglesia no
es una ofrenda inmolada, sino una ofrenda viviente llena de Cristo como vida. En el
capítulo 8 vemos que los creyentes son llenos de Cristo, quien es el Espíritu vivificante.
Cuando en el capítulo 12 se ofrecen en sacrificio a Dios, lo hacen como una ofrenda viva,
llena del Espíritu de vida.
Además, el sacrificio es santo, lo cual quiere decir que está separado de las cosas
mundanas y que posee la naturaleza de Dios. Nuestro Dios es santo; es absolutamente
diferente y está separado por completo de cualquier otra cosa. Esta santa naturaleza
Suya ha sido forjada en los miembros del Cuerpo de Cristo, de manera que este Cuerpo
es santo y único. Es muy diferente de un club, del YMCA [la asociación de jóvenes
cristianos], y de cualquier otro tipo de organización social. El Cuerpo de Cristo es santo,
y nada común puede ser introducido en él. Así que, esta ofrenda es lo único que agrada
plenamente a Dios y que beneficia el Cuerpo de Cristo. Esta ofrenda es necesaria para
poner en práctica la vida del Cuerpo. Tenemos que ofrecer nuestros cuerpos por causa
del Cuerpo de Cristo.
El servicio más racional consiste en ofrecernos a Dios en sacrificio vivo. Las palabras
presentar y sacrificio mencionadas en 12:1 indican que el “servicio racional” es un
servicio sacerdotal. Si tenemos una mente sobria y si nos proponemos ser racionales,
justos y lógicos, entonces ciertamente debemos estar en la vida de iglesia. Las personas
que no quieren participar en la vida de iglesia, son las más necias. Hacer cualquier otra
cosa es necedad, pero renunciar a todo por causa de la iglesia es lo más lógico y racional.
Nada es más racional que esto. Gastar dos dólares en un artículo mundano o en alguna
diversión es necedad, pero invertir dos millones de dólares en la vida de iglesia es
racional. Si yo tuviera cien vidas, las entregaría todas para la vida de iglesia. Sin
embargo, no daría ni la más pequeña fracción de mi vida a las cosas mundanas, porque
hacer eso sería insensato. ¡Qué servicio tan racional es darnos completamente a la vida
de iglesia! Puedo testificar que he estado en la obra del Señor por más de cuarenta años
y no me arrepiento de ello en lo más mínimo. Siempre que pienso en la vida de iglesia
me emociono. Cada vez que pienso acerca de la vida de iglesia y acerca del ministerio
que llevo a cabo por causa de la vida de iglesia, me siento en los cielos. ¡Qué servicio más
racional!
Cuando Pablo empezó a hablar acerca de la vida de iglesia, imploró a los creyentes a
presentar sus cuerpos, porque como seres humanos no hay nada más real y práctico que
nuestros cuerpos. Si el cuerpo de usted no está en la vida de iglesia, por favor ni hable de
cuánto usted se ha dedicado a la vida de iglesia. Durante los años pasados son muchos
los que me han dicho: “Hermano, yo estoy con usted. La carga de mis negocios es muy
pesada y me impide estar en la vida de iglesia; de todos modos soy uno con lo que usted
está haciendo”. Otros han dicho: “Estoy muy cansado para asistir a la reunión. Usted
vaya a la reunión y yo me quedaré en casa y oraré por usted. No puedo estar en la
reunión físicamente porque estoy tan cansado, pero mi corazón y mi espíritu estarán ahí
con usted”. Estas palabras parecen muy agradables, pero son engañosas. Debemos
entender que nosotros vivimos en nuestros cuerpos; donde estén nuestros cuerpos, allí
estaremos nosotros. Supongamos que todos los santos dijeran que están muy cansados
para asistir a la reunión. ¿Qué pasaría con la reunión? Por esta razón Pablo les rogó a los
hermanos que presentaran sus cuerpos. Si usted está resuelto a darse por el propósito
del Señor, debe presentar su cuerpo.
Es bueno asistir a la reunión aun si uno duerme durante la mayor parte de ella. Es mejor
asistir a la reunión y dormir, que no asistir en absoluto. Quizá uno asista a la reunión y
duerma casi todo el tiempo, excepto los últimos minutos. Es posible que durante los
últimos cinco minutos sea inspirado y reciba una gran ayuda. Conozco muchos casos en
que esto ha sucedido.
Quisiera relatar un caso que sucedió en mi provincia natal, Shantung. Yo visitaba cierta
iglesia con un joven aprendiz, un hermano que estaba bajo mi cuidado aprendiendo
cómo servir al Señor. Su nombre era Chao. La esposa del hermano responsable de esa
pequeña localidad amaba mucho al Señor y nos preparaba la comida tres veces al día.
Como resultado de tanto trabajo, ella estaba muy cansada. Sin embargo, no faltaba a las
reuniones. Un día en particular ella fue a la reunión y se sentó en la primera fila. Al
hermano Chao se le pidió que tomara la palabra esa noche. Mientras él hablaba, la
hermana se quedó dormida. Durante todo el mensaje el hermano joven fue muy
paciente. No obstante, cerca del final del mensaje, incapaz de resistirlo más, él se volteó
y dijo a la hermana: “¡Si usted sigue durmiendo, le echaré a puntapiés!”. Cuando él hizo
esto yo me preocupé mucho. Después de la reunión le dije que nunca debía hacer esto
otra vez. Me sentí muy avergonzado cuando volvíamos a la casa de la hermana donde
nos hospedábamos. Sin embargo, la hermana nos saludó alegremente. Esa hermana
asistió a la reunión y durmió casi todo el mensaje, pero durante los últimos minutos
recibió mucha ayuda. Necesitamos asistir a la reunión corporalmente. No digamos que
estamos en la iglesia espiritualmente aunque nuestro cuerpo no esté presente.
Necesitamos presentar nuestro cuerpo.
Romanos 12:2 dice: “No os amoldéis a este siglo, sino transformaos por medio de la
renovación de vuestra mente, para que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios: lo
bueno, lo agradable y lo perfecto”. Pablo nos dice que no debemos amoldarnos “a este
siglo”. No debemos amoldarnos a este siglo o era. ¿Qué es esta era? La era o siglo es la
vida mundana práctica y presente, la cual está en oposición a la vida de iglesia y la
reemplaza. El mundo entero es un sistema satánico, una entidad formada por Satanás.
La palabra griega cósmos traducida “mundo” denota una organización o sistema.
Satanás reclutó a toda persona, asunto y cosa de la vida humana en su sistema. Este
sistema mundial se compone de muchas eras. Tal como la iglesia universal se compone
de muchas iglesias locales, así el mundo se compone de muchas eras. Cada iglesia local
forma parte de la iglesia universal, y cada era forma parte del mundo. Cada era tiene su
propia moda y estilo. La palabra moderno es un equivalente de la palabra griega que se
puede traducir “siglo” o “era”. Las palabras griegas traducidas “no os amoldéis a este
siglo”, pueden ser traducidas “no seáis modernizados”. Por lo tanto, ser modernizado
significa ser moldeado y conformado en concordancia con la era actual. Ya que una era
es la vida del mundo actual y práctica, una parte del sistema del mundo, no podemos
estar en el mundo sin pertenecer a una de sus eras. Al tener contacto con el mundo,
tenemos contacto con alguna de sus eras. Por lo tanto, para renunciar al mundo,
debemos renunciar también a la era en que nos hallamos.
Los cambios de era en el sistema del mundo pueden ser ejemplificados por los cambios
de los peinados de las damas. Hace sesenta años especialmente en el mundo occidental,
era común que las mujeres arreglaran su cabello como una torre alta, cuanto más alta,
mejor. Yo llegué a familiarizarme con esto porque las damas occidentales compraban
redecillas para el cabello importadas del norte de China, donde yo viví cuando era niño.
Repentinamente los pedidos describían redecillas más pequeñas. Yo me preguntaba cuál
era la razón de este cambio. Con el tiempo me enteré de que la era había cambiado y que
la moda y el estilo moderno había experimentado cambios. Cada época tiene su moda y
estilo propio. Hace sesenta años las damas occidentales acostumbraban usar su cabello
en forma de torres muy altas. Más tarde el cabello corto se hizo muy común, el así
llamado “copete corto” se hizo muy popular. En años recientes los jóvenes adoptaron el
peinado “estilo hippie” de acuerdo con la era. Si un joven se deja crecer el cabello largo,
es una prueba de que se ha modernizado.
El mundo está en oposición a la iglesia, y las épocas o eras se oponen a las iglesias. Si
estamos decididos a poner en práctica la vida de iglesia, debemos renunciar a la época.
Ya que la presente era se opone a la vida de iglesia, no podemos seguir la era y ser
moldeados conforme a ella y al mismo tiempo experimentar verdaderamente la vida del
Cuerpo. Una persona que ha sido afectada por la era moderna tal vez pueda asistir a las
reuniones los domingos, pero no podrá practicar la vida de iglesia. Si queremos la vida
del Cuerpo, la práctica de la vida de iglesia, debemos renunciar a esta era y no
amoldarnos a ella. Ésta es la razón por la cual Pablo nos dice que no debemos
amoldarnos a este siglo.
LA TRANSFORMACIÓN REALIZADA
AL PONER EN PRÁCTICA LA VIDA DEL CUERPO
(2)
Romanos 12:3 dice: “Digo, pues, mediante la gracia que me es dada, a cada cual que está
entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que
piense de sí de tal manera que sea cuerdo, conforme a la medida de fe que Dios ha
repartido a cada uno”. En este versículo llegamos a un punto muy práctico y esto es que
cada uno de nosotros tiene un alto concepto de sí mismo. Exteriormente es posible que
parezcamos humildes, pero interiormente tenemos un concepto muy alto de nosotros
mismos, lo cual es un problema para la vida de iglesia. Si hemos de poner en práctica la
vida de iglesia adecuada, lo primero que debemos hacer es derribar el alto concepto que
tenemos de nosotros mismos. Debemos pensar de nosotros “de tal manera que sea
cuerdo”. Si uno tiene un concepto demasiado alto de sí mismo, su mente no es sobria ni
normal, y significa que tiene un elemento anormal en su mente. Su mente necesita ser
calibrada y renovada, y es necesario que la vida absorba todos los elementos negativos
que haya en ella. Entonces tendrá una mente renovada y sobria.
“Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los
miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo Cuerpo
en Cristo y miembros cada uno en particular, los unos de los otros” (vs. 4-5). Debemos
entender que los muchos miembros del único Cuerpo tienen diferentes funciones. Dos
hermanas jóvenes pueden tener casi la misma edad, pero aun así tener diferentes
funciones. Lo que una hermana puede hacer, la otra no puede. Si todos
comprendiéramos esto, no tendríamos un concepto tan alto de nosotros mismos, sino
que respetaríamos a los demás. Espero que muchos de los hermanos jóvenes puedan
decirse unos a otros: “Hermano, lo que yo puedo hacer, usted no puede, y lo que usted
puede hacer, yo no puedo”. Todos tenemos diferentes funciones.
Podemos ver las diferentes funciones de los miembros del Cuerpo en el rostro humano.
Mire su cara: usted tiene ojos, oídos, nariz y labios. El hermano ojo podría decir al
hermano nariz: “¿Sabes que lo que yo puedo hacer tú no puedes, y lo que tú puedes
hacer, yo no puedo?”. Entonces el hermano nariz podría responder: “Sí, hermano ojo,
eso es maravilloso. Y los dos debemos entender que lo que el hermano oído puede hacer
ninguno de nosotros puede hacer”. Entonces quizás el hermano oído añadiría:
“Hermanos, ustedes tienen razón, pero el hermano labios puede hacer lo que ninguno
de nosotros somos capaces de hacer”. El rostro humano ejemplifica este principio que es
aplicable a todo el resto del cuerpo: tenemos muchos miembros y cada uno tiene una
función distinta. Ésta es la manera en que la vida de iglesia debe practicarse. Cuando
veo a los miembros funcionando en las reuniones, me pongo muy feliz porque ellos
pueden hacer lo que yo no puedo. Por supuesto, también es cierto que lo que yo puedo
hacer, ellos no pueden.
El versículo 5 dice: “Así nosotros, siendo muchos, somos un solo Cuerpo en Cristo y
miembros cada uno en particular, los unos de los otros”. Esto quiere decir que aunque
somos muchos, aun así somos un solo Cuerpo. Somos muchos miembros, y no muchas
entidades separadas. Como miembros tenemos que coordinar unos con otros para poder
ser un Cuerpo viviente que funciona. Si no cooperamos unos con otros, entonces
seremos miembros separados, y la vida del Cuerpo no podrá ser realizada
prácticamente. Cuando en el versículo 5 leemos que somos “miembros cada uno en
particular, los unos de los otros”, la expresión en particular no quiere decir “separados”,
sino “diferentes”. Esto quiere decir que usted es un tipo de miembro, y que yo soy otro.
Tal vez usted sea nariz, yo sea ojo y otra hermana sea oído. Por lo tanto, en particular
somos miembros unos de los otros. Esto requiere una coordinación completa.
Necesitamos leer los versículos del 6 al 8. “Y teniendo dones que difieren según la gracia
que nos es dada, si el de profecía, profeticemos conforme a la proporción de la fe; o si de
servicio, seamos fieles en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la
exhortación; el que da, con sencillez; el que preside, con diligencia; el que hace
misericordia, con alegría”. En el versículo 6 Pablo dice que tenemos “dones que difieren
según la gracia que nos es dada”. ¿Qué es la gracia? Como vimos en un mensaje anterior,
la gracia es simplemente Dios en Cristo como nuestro disfrute. Cuando esta gracia, este
elemento divino —que es la vida divina, entra en nuestro ser— trae consigo ciertas
habilidades y capacidades, que son los dones. Los dones, las habilidades espirituales,
provienen del elemento divino que hemos disfrutado. A medida que disfrutamos a Dios,
recibiendo y asimilando Su elemento divino dentro de nuestro ser, este elemento divino
produce en nosotros algunos dones, aptitudes y habilidades. Estos dones difieren según
la medida del elemento divino que hemos disfrutado y asimilado dentro de nuestro ser.
La gracia dada a nosotros corresponde a la gracia que hemos disfrutado y asimilado. Por
lo tanto, los dones mencionados en Romanos 12 son los dones de la gracia que se
desarrollan por medio del crecimiento en vida.
Esto puede demostrarse por medio de otros versículos del libro de Romanos. Romanos
5:17 dice que “reinarán en vida ... los que reciben la abundancia de la gracia y del don de
la justicia”. Este versículo indica que la gracia está relacionada con la vida. Además, en
5:21 Pablo dice que la gracia reina “por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo,
Señor nuestro”. Estos dos versículos de Romanos comprueban que la gracia se relaciona
con la vida. ¿Qué es la gracia? Es la vida divina que se nos da para nuestro disfrute.
Cuando la vida eterna de Dios llega a ser nuestro disfrute, eso es gracia. En 1 Corintios
15:10 Pablo dijo: “He trabajado mucho más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de
Dios conmigo”. La gracia de Dios que estaba con Pablo era la vida divina que estaba en
él y que era su disfrute. De manera que él laboró más que los otros apóstoles, aunque en
realidad no era Pablo mismo, sino la vida divina que él disfrutaba. Así que, la gracia en
Romanos es un asunto de vida.
Los dones de Romanos 12 son dados conforme a la gracia. Esto significa que los dones
son concedidos conforme a la medida de la vida. Si usted ha disfrutado la vida de Dios a
un nivel muy elevado, recibirá un don superior, pero si sólo disfruta de la vida de Dios
de manera limitada, el don que reciba también tendrá ciertas limitaciones, porque la
medida del don recibido depende del grado en que uno haya disfrutado interiormente de
la vida divina como la gracia. Los dones enumerados en Romanos 12 no son dones
milagrosos que vienen a nosotros repentinamente; al contrario, son como las facultades
de los miembros de nuestro cuerpo humano. La medida de facultades depende del nivel
de vida en nuestro cuerpo. Si nuestro cuerpo ha alcanzado cierta madurez con un
considerable crecimiento y con una gran fuerza vital, la vida rebosará de él, y este
rebosamiento de la vida interna del cuerpo producirá sus facultades. Éstas son
semejantes a los dones mencionados en Romanos 12. Todos los elementos incluidos en
los versículos del 6 al 8 son dones de la gracia en la vida divina. Podemos enumerar siete
de ellos: la profecía, el servicio, la enseñanza, la exhortación, el dar, el liderazgo y el
hacer misericordia. Debemos recordar que cada uno de estos siete elementos es un don,
incluyendo el hacer misericordia.
Al parecer muchos cristianos creen que los únicos dones que existen son el hablar en
lenguas, la interpretación de lenguas, la sanidad y los milagros. Sin embargo, es muy
extraño que ninguno de estos dones se mencione en Romanos 12. En este capítulo Pablo
no dice nada acerca del hablar en lenguas, de la interpretación de lenguas, de la sanidad
ni de los milagros, pero sí menciona los dones que son necesarios para la vida del
Cuerpo. Debemos notar que el versículo 6 dice que tenemos “dones que difieren según la
gracia que nos es dada”; no dice que es según el llamado “bautismo”. Quiero repetir una
vez más la definición de la gracia: la gracia es el elemento divino que entra en nosotros a
fin de ser nuestra vida para nuestro disfrute. La gracia no es algo externo, sino el
elemento de la vida divina que es forjado en nuestro ser interiormente y que nos da
ciertas habilidades y capacidades. Ahora consideremos con más detalle los dones de la
gracia que nos son dados conforme a la vida.
La capacidad de dar con sencillez es también un don de gracia en la vida divina. Denota
lo que se da para abastecer a los santos necesitados que haya en la iglesia. En la iglesia
necesitamos personas que dan con sencillez. Necesitamos aquellos que tienen la
capacidad de repartir bienes materiales para suplir a los necesitados, para que la obra
del Señor avance y para cuidar de las necesidades prácticas de la iglesia misma. Por lo
tanto, necesitamos muchos santos con tal medida de vida que tengan el don de dar y que
sean capaces de dar con sencillez.
La expresión el que preside, se refiere a los hermanos responsables de la iglesia. Los que
desean ser hermanos que están al frente del rebaño guiándolo deben primero aprender
a ser diligentes. Si usted es descuidado, no puede participar en el liderazgo. Quisiera
dirigir la atención de todos los hermanos que llevan la delantera a un asunto, a saber: la
primera cualidad del liderazgo es la diligencia. Un hermano que está en la delantera, es
decir, un anciano, necesita ser diligente siempre, en todo y en toda forma. La capacidad,
la función y el don de liderazgo apropiado de todo anciano, depende de su diligencia.
Al agrupar los siete dones enumerados en Romanos 12, descubrimos que éstos son los
dones que se necesitan más en la iglesia local para poner en práctica la vida del Cuerpo.
En la iglesia local primeramente es necesario que alguien hable por Dios bajo Su
inspiración directa. Luego, basándonos en lo hablado por Dios bajo Su inspiración,
tenemos algunas enseñanzas; y basándonos en lo profetizado y lo enseñado, tenemos la
exhortación. Junto con lo mencionado, existen el liderazgo de los ancianos y el servicio
de los diáconos. Además, se hallan los que pueden dar bienes materiales a la iglesia,
atender a los necesitados y promover el avance de la obra del Señor. Finalmente se
encuentran los que hacen misericordia a los demás. En estos tiempos llenos de
dificultades y problemas, ellos tienen la capacidad para compadecerse de otros y tener
misericordia de ellos. Estos siete dones son muy útiles en la práctica de la vida de
iglesia. Pablo era excepcional. Él fue un experto en cuanto a la vida de iglesia; presentó
todos estos asuntos de una forma sencilla pero a la vez todo-inclusiva. ¡Cuánto debemos
adorar al Señor por un apóstol tan maravilloso!
Debe ser grabado en nosotros el hecho de que en Romanos 12 los dones de hablar en
lenguas, de interpretación de lenguas, de sanidad y de milagros no fueron mencionados.
Tales dones son milagrosos, pero en Romanos 12 únicamente encontramos los dones de
la gracia en la vida divina. Un ejemplo de un don milagroso es el hecho de que una asna
de Balaam hablara en lenguaje humano. Aunque el asna no poseía la vida humana,
habló en lenguaje humano. Indudablemente eso fue un don milagroso. Los dones
mencionados en Romanos 12 no son milagrosos; al contrario, son dones de gracia en la
vida divina. Al disfrutar a Dios como vida y al crecer en vida, descubrimos que, a la
medida de que la vida en nosotros crece, adquirimos ciertas habilidades o capacidades.
Ésta es la razón por la cual decimos que éstos son dones de gracia en la vida divina. El
asna de Balaam no requería el crecimiento en vida para hablar en un lenguaje humano.
No importaba si el asna era pequeña o grande, joven o vieja; el don era milagroso y no
dependía del crecimiento del asna. Sin embargo, ser anciano de la iglesia no depende de
ningún don milagroso. Usted no debe pensar que después que un creyente lleva poco
tiempo de ser salvo, puede orar durante algunas horas, recibir el llamado “bautismo”, e
instantáneamente convertirse en un anciano de la iglesia. Si alguien pudiera llegar a ser
anciano de esta manera, esto significaría que el oficio de los ancianos es un don
milagroso. Al contrario, ser anciano no depende de ningún don milagroso, sino del don
de la gracia obtenido mediante el crecimiento en vida. Usted necesita crecer día tras día
y año tras año. Si usted no demuestra el debido crecimiento en vida, no puede ser
anciano. Tampoco puede ser anciano si usted carece de la debida cantidad de vida.
Espero que todos los que leen este mensaje puedan ahora distinguir entre las dos
categorías de dones: los dones milagrosos y los dones de gracia en la vida divina.
Muchos de los dones mencionados en 1 Corintios 12 son dones milagrosos. Sin embargo,
aun ahí hay algunos que no lo son. Por ejemplo, ni la palabra de sabiduría ni la palabra
de conocimiento es un don milagroso. Ya vimos que ninguno de los dones mencionados
en Romanos 12 son milagrosos. Todos los dones que allí se mencionan son dones de
gracia en la vida divina, es decir, éstos requieren el crecimiento en vida. Nuestro
crecimiento en vida nos da cierta cantidad de vida, y mediante esta proporción de vida
ciertas habilidades o dones se manifestarán. Esto nos capacitará para efectuar algún
ministerio o servicio en la vida de iglesia.
Los dones dados conforme a la gracia que obtenemos mediante el crecimiento en vida
son necesarios para la práctica de la vida del Cuerpo. Si descuidamos estos dones, y sólo
prestamos atención a los dones milagrosos, la iglesia será dividida muy pronto. Puedo
asegurarles que nunca lograremos ser uno si sólo hacemos hincapié en los dones
milagrosos, porque éstos tienen tendencia a dividir el Cuerpo, mientras que los dones de
gracia obtenidos por el crecimiento en vida, lo edifican. Pablo tenía mucha experiencia
en la vida del Cuerpo y sabía que los dones de gracia en la vida divina son necesarios
para la edificación de la iglesia. Por lo tanto, en Romanos 12 él no incluyó los dones
milagrosos entre los elementos necesarios para poner en práctica la vida de iglesia.
Nadie puede negar la sabiduría del apóstol Pablo. Aunque menciona el hablar en
lenguas en 1 Corintios, no lo incluye en el libro de Romanos. Ciertamente debe haber
tenido una razón para hacer esto. Por medio de la primera epístola que Pablo escribió a
los corintios, podemos darnos cuenta de que él, siendo experto en la vida de iglesia,
sabía que los dones milagrosos habían causado las divisiones en Corinto. Incluso en 1
Corintios podemos ver que el hablar en lenguas y los demás dones milagrosos tuvieron
un efecto faccioso en la vida de iglesia. Por eso, Pablo no incluyó estos dones en el libro
de Romanos. Él era muy sabio y cuidadoso, y reconocía el hecho de que los dones
milagrosos eran beneficiosos a los cristianos sólo en un aspecto individual. En 1
Corintios Pablo dijo que el hablar en lenguas edificaba a la persona que ejercía ese don,
pero que no edificaba a la iglesia en general (14:4). Él aconsejó a los corintios a que se
ocuparan de la edificación de la iglesia (14:12, 26). En el libro de Romanos su
preocupación no fue tanto por la edificación de los creyentes como individuos, sino por
la edificación corporativa de la iglesia. Por esta razón no incluyó los dones milagrosos en
este libro. Sé que lo que digo tal vez no sea agradable para aquellos que solían hablar en
lenguas en el pasado. No obstante, les pido que sean pacientes y que consideren lo que
sea más provechoso para la vida de iglesia a largo plazo. Si usted en serio desea poner en
práctica la vida de iglesia, no debe tener en tanta estima los dones milagrosos, sino
prestar toda su atención a los dones de gracia en la vida divina, los cuales edificarán la
iglesia.
El libro de Romanos fue escrito poco después de 1 Corintios. Pablo escribió ambos libros
durante su tercer viaje de ministerio. Mientras permanecía en Éfeso durante su tercer
viaje, se enteró de la división y la confusión que se había desenfrenado en Corinto. Así
que, desde Éfeso escribió su primera epístola a los corintios ayudándoles a ver que
abusaban de los dones milagrosos. Después de escribir dicha carta, visitó personalmente
Corinto. Durante su estancia allí, escribió el libro de Romanos. Éstos son hechos
históricos. La Primera Epístola a los Corintios fue escrita alrededor del año 56, 57, o 59
d. de C., y Romanos fue escrito aproximadamente un año más tarde. En 1 Corintios
Pablo corrigió el mal uso del hablar en lenguas y de otros dones milagrosos. Poco
después, cuando escribió el libro de Romanos, no dijo nada acerca de los dones
milagrosos, probablemente porque conocía a fondo la confusión que éstos habían
causado en la iglesia en Corinto. Recordemos que Pablo escribió el libro de Romanos
desde Corinto, el escenario mismo de confusión y del abuso de los dones milagrosos. No
debemos pasar por alto la historia, porque ésta tiene muchas lecciones que enseñarnos.
Es muy significativo que el libro de Romanos fuera escrito desde Corinto. En ese tiempo
Corinto era el foco de los dones milagrosos y, a pesar de eso, Pablo no dijo una sola
palabra acerca de los dones milagrosos en el libro de Romanos, lo cual está lleno de
significado y merece toda nuestra atención.
Quisiera hablar un poco más acerca de los dones que resultan del crecimiento en vida.
Antes de que Pablo mencionara los dones en 1 Corintios 12 y 14, habló extensamente
acerca del crecimiento en vida en el capítulo 3. Pablo dijo a los corintios: “Vosotros sois
labranza de Dios, edificio de Dios” (1 Co. 3:9). Como hemos indicado muchas veces en el
pasado, en la labranza se cultivan los materiales para el edificio de Dios. Todos los
materiales que son necesarios para la edificación de la casa de Dios, son el producto del
crecimiento en la labranza. Luego Pablo dijo que él, como sabio arquitecto, había puesto
el fundamento, y que nosotros debíamos ser cuidadosos de cómo sobreedificamos (1 Co.
3:10). Debemos edificar con oro, plata y piedras preciosas, y no con madera, heno y
hojarasca (v. 12). Si conjugamos todos estos versículos de 1 Corintios 3, veremos que
Pablo mostraba a los corintios la manera apropiada de edificar la iglesia en su localidad.
La manera apropiada de edificar la iglesia no consiste en utilizar los dones milagrosos,
sino en experimentar el genuino crecimiento en vida, lo cual transformará a los santos
en materiales preciosos para la edificación del templo de Dios. Además, Pablo dijo que él
los plantó y alimentó, y que Apolos los regó (1 Co. 3:2-6). Se planta, se alimenta y se
riega algo con el fin de causar el debido crecimiento, el cual a su vez cultivará los
talentos y los dones necesarios para edificar la casa de Dios con los materiales
apropiadamente transformados.
Consideremos a un niño recién nacido. Desde el momento en que nace el niño, ya tiene
todos los órganos que necesita para poder vivir. Sin embargo, son pocos los órganos que
funcionan cabalmente al momento de su nacimiento, porque al niño le falta
desarrollarse y crecer en vida. Cuanto más su madre lo alimente, más el niño crecerá.
Después de algún tiempo, el niño será capaz de caminar, y después de otro período,
aprenderá a hablar. Finalmente, llegará a la madurez, y todos sus talentos habrán sido
plenamente cultivados, lo cual dará por resultado que él podrá utilizarlos prácticamente.
Cuando haya madurado, tendrá todas las habilidades requeridas, y éstas serán los dones
que provienen del crecimiento en vida. Esto es lo que Pablo quería decir con respecto a
los dones en el capítulo 12 de Romanos.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE VEINTISIETE
LA TRANSFORMACIÓN REALIZADA
AL PONER EN PRÁCTICA LA VIDA DEL CUERPO (3)
Y AL ESTAR EN SUJECIÓN,
AL AMAR Y AL PELEAR LA BATALLA
V. LA TRANSFORMACIÓN REALIZADA
AL LLEVAR UNA VIDA NORMAL
1. Amar
Al llevar una vida normal, primeramente debemos amar a los demás. En el versículo 9
Pablo dice: “El amor sea sin hipocresía”, y en el versículo 10 añade: “Amaos
entrañablemente los unos a los otros con amor fraternal”.
2. Conferir honra
El versículo 10 también dice que “en cuanto a conferir honra, adelantándoos los unos a
los otros”. Con respecto a honrar a otros, debemos adelantarnos y ser los primeros en
conferir honra a los demás.
Además, debemos contribuir para las necesidades de los santos y estar prontos a ejercer
la hospitalidad (v. 13).
Luego Pablo nos amonesta diciendo: “Tened un mismo sentir los unos para con los
otros, no ocupándoos en grandezas, sino asociándoos con los humildes. No presumáis
de sabios” (v. 16). Pablo era muy práctico. Cuando nos dice que nos asociemos con lo
humilde, él lo incluye todo. Debemos procurar asociarnos con todo lo que sea humilde.
No busquemos la grandeza, sino que debemos ocuparnos de todo lo humilde.
El versículo 11 describe la manera en que debemos comportarnos ante Dios: “En el celo,
no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor”.
1. No perezosos
En la vida de iglesia debemos ser diligentes. Ninguna persona perezosa puede prevalecer
en la práctica de la vida de iglesia. Por causa del Cuerpo de Cristo nuestra pereza tiene
que pasar por la cruz.
2. Fervientes en espíritu
Para tener la vida del Cuerpo necesitamos presentar nuestro cuerpo, dejar que nuestra
mente sea renovada en la transformación del alma, y ser fervientes en el espíritu. Todo
nuestro ser —espíritu, alma y cuerpo— está incluido en la vida de iglesia. Por causa de la
vida de iglesia, nuestro cuerpo debe ser presentado, nuestra alma transformada, y
nuestra mente metabólicamente cambiada. Nuestra mente debe ser renovada, no
simplemente con enseñanzas, sino al ser transformada, o sea, al dejar que el elemento
de Cristo se extienda en ella, lo cual produce un cambio metabólico. La transformación
de nuestra alma depende en gran parte de la renovación de nuestra mente. Si de todo
corazón queremos poner en práctica la vida de iglesia, necesitamos presentar nuestro
cuerpo, someter nuestra alma al proceso de transformación y permitir que seamos
tocados por el fuego divino para ser fervientes en espíritu. Si de todo corazón estamos en
pro de la vida de iglesia, pero no presentamos nuestros cuerpos a la iglesia, somos poco
práctico. Sin embargo, es posible estar presentes físicamente en la vida de iglesia, y al
mismo tiempo tener una mente que esté llena de viejos conceptos, pensamientos y
tradiciones. Supongamos que nuestra mente está ocupada por nuestra propia habilidad,
imaginación y conceptos naturales. En ese caso estamos corporalmente en la vida de
iglesia, pero traemos con nosotros una mente complicada. Esta misma mente, por no ser
renovada, será un problema para la iglesia. Nuestro cuerpo debe ser presentado, y
nuestra mente debe ser renovada. Supongamos que por la misericordia del Señor
nuestro cuerpo ha sido presentado y nuestra mente ha sido renovada, pero nuestro
espíritu permanece frío. Esto nunca será de provecho para la vida de iglesia. Después de
que nuestro cuerpo sea presentado y de que nuestra mente sea renovada, todavía nos
falta ser fervientes en nuestro espíritu. Cuánto anhelamos ver que todos los santos del
recobro del Señor tengan estas tres características: un cuerpo enteramente presentado
para la vida de iglesia; una mente totalmente renovada por medio de la transformación
metabólica que se efectúa en el alma, esto es, una mente que esté libre de pensamientos
mundanos, naturales y religiosos, plenamente saturada de la mente del Señor, y
totalmente centrada en Él; y un espíritu que permanezca encendido. Si todos los santos
que están en el recobro del Señor fueran así, ¡cuán maravillosa sería la vida de iglesia!
En la vida de iglesia debemos servir al Señor como esclavos. Un esclavo es alguien que
ha sido vendido a su amo y que ha perdido toda libertad. Por causa de la vida del
Cuerpo, nosotros debemos ser tales personas, las que sirven al Señor como esclavos, sin
ninguna libertad para actuar por su propia cuenta. Por lo tanto, no debemos ser
perezosos para con Dios; debemos ser fervientes en espíritu y servirle como esclavos.
1. Gozosos en la esperanza
Nosotros los cristianos debemos estar gozosos porque siempre tenemos el disfrute del
Señor. Si disfrutamos al Señor en Sus riquezas, no sólo estaremos gozosos
interiormente, sino que también exultaremos exteriormente. Aun en tiempos adversos
debemos y podemos gozarnos en la esperanza. No somos un pueblo que anda sin Dios,
sin Cristo y sin esperanza (Ef. 2:12); tenemos a Dios y a Cristo. Así que, a pesar de la
situación, tenemos esperanza y podemos regocijarnos en ella.
2. Sufridos en la tribulación
Nosotros los cristianos también debemos ser sufridos en la tribulación. Debemos ser un
pueblo que puede soportarlo todo. Al gozarnos en la esperanza podemos soportar
cualquier clase de tribulación. Romanos 5:3 dice que podemos gloriarnos en las
tribulaciones. En las tribulaciones no solamente somos sufridos, sino que también nos
gloriamos en ellas.
3. Perseverantes en la oración
Además de todo esto, como el pueblo santo de Dios que somos, debemos aborrecer y
vencer lo malo así como adherirnos a lo bueno. Nosotros los cristianos, los que hemos
sido apartados para Dios, debemos mantener una vida con el más alto nivel de
conducta, un nivel más elevado que el de la gente moral y ética.
Debemos también llevar una vida normal en relación con nuestros perseguidores y
nuestros enemigos.
1. Bendecir y no maldecir
Debemos bendecir a los que nos persiguen y no maldecirlos (v. 14). No importa cuán
mal la gente pueda actuar en contra nuestra, nuestra boca sólo debe expresar bendición,
y no maldición. ¡El Señor nos bendijo cuando éramos Sus enemigos! De la misma
manera debemos bendecir a nuestros enemigos y perseguidores. Éste también es un
aspecto de la vida que sigue las pisadas del Señor.
2. No pagar a nadie mal por mal
No debemos pagar a nadie mal por mal (v. 17). En el tiempo de la ley, se cobraba ojo por
ojo y diente por diente; pero hoy ya no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia, por lo
cual no debemos devolver mal por mal, sino bien por mal, como el Señor ha hecho con
nosotros.
3. No vengarnos
Además, no debemos vengarnos, sino dejar lugar para la ira de Dios, porque la venganza
le pertenece al Señor (v. 19). Mientras llevamos la vida de iglesia y una vida humana
normal, no debemos vengarnos en ninguna forma. Debemos estar dispuestos a sufrir el
agravio de la gente, y a sufrir pérdida. Debemos dejar toda la situación en las manos
soberanas del Señor, dando lugar a que Él haga lo que desee conforme a Su soberanía.
En el versículo 20 Pablo dice: “Antes bien, ‘si tu enemigo tiene hambre, dale de comer;
si tiene sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su
cabeza’”. En realidad, esto significa amar a nuestros enemigos, lo cual amontonará
ascuas de fuego sobre sus cabezas, para volverlos al Señor. La mejor manera de calmar a
nuestros enemigos es darles algo de comer y de beber. Así que, Pablo nos manda que no
seamos vencidos por lo malo, sino que venzamos “con el bien el mal” (v. 21).
Finalmente, debemos vivir en paz con todos los hombres, en cuanto dependa de
nosotros (v. 18). En ocasiones no es posible vivir en paz con todos los hombres porque
los demás no están dispuestos a llevar una vida de paz. En tal caso, no podemos hacer
nada. Por tanto Pablo dice que debemos vivir en paz con todos los hombres, “si es
posible”.
En general, debemos pensar “de antemano en lo que es honroso delante de todos los
hombres” (v. 17). Debemos ser muy cuidadosos delante de todos los hombres con
respecto a las cosas honrosas, y debemos pensar de antemano en ello. A fin de no
ofender a nadie, no debemos oponernos a nada que sea honorable. Sin embargo, no
debemos preocuparnos por las cosas honrosas sin discernimiento, pues podríamos
desviarnos del camino del Señor. Puesto que vivimos no sólo delante de Dios sino
también delante de los hombres, debemos pensar de antemano en lo que es honroso
ante los ojos de los hombres. En 2 Corintios 8:21 dice: “Pues pensamos de antemano en
lo que es honroso, no sólo delante del Señor, sino también delante de los hombres”.
LA TRANSFORMACIÓN REALIZADA
AL ESTAR EN SUJECIÓN, AL AMAR
Y AL PELEAR LA BATALLA
I. AL ESTAR EN SUJECIÓN
Romanos 13:1 dice: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay
autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas”. El
carácter natural es rebelde, pero el carácter transformado es sumiso. Someternos a las
autoridades establecidas por Dios requiere cierto grado de transformación. Hermanas,
si ustedes quieren someterse a sus esposos, necesitan transformación. Si somos sumisos
a las autoridades establecidas por Dios, es un indicio de que tenemos cierta
transformación, porque nuestro carácter y nuestro modo de ser, los cuales son
naturales, son rebeldes. Nacimos siendo rebeldes y nuestra reacción natural a la
autoridad es rechazarla, diciendo: “No”. Así que, la sujeción a la autoridad requiere la
transformación, la cual es producto del crecimiento en vida. “De modo que quien se
opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean
condenación para sí mismos” (Ro. 13:2). No es bueno oponerse a la autoridad, pues el
juicio descenderá sobre usted, ya sea de parte de la autoridad misma, o directamente de
parte de Dios.
En el versículo 5 Pablo dice que “es necesario estarle sujetos, no solamente por temor de
la ira, sino también por causa de la conciencia”. Debido a la conciencia debemos
aprender, al ser transformados, a someternos a las autoridades.
Además, debemos pagar nuestros impuestos y pagar a quienes les debamos. También
debemos pagar temor y honra a quienes se les debe. El hecho de que paguemos
impuestos, temor y honra a quienes se les debe, indica que somos sumisos a la
autoridad.
II. AL AMAR
Los versículos del 8 al 10 dicen: “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros;
porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Porque: ‘No adulterarás, no matarás,
no hurtarás, no codiciarás’, y si hay algún otro mandamiento, en esta sentencia se
resume: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. El amor no obra mal para con su
prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor”. El mandamiento de amar resume
todos los otros mandamientos. Necesitamos que el Espíritu Santo obre en nosotros y
nos conceda cierto grado de transformación en vida para que pongamos en práctica el
amor para con todos los hombres. El amor es la expresión de la vida; no se trata
únicamente de una conducta exterior, sino de la expresión de la vida interior.
Esforzarnos en amar a nuestro prójimo sin recibir el suministro de vida, no funciona.
Para poder amar a nuestro prójimo y cumplir espontáneamente los mandamientos,
necesitamos el suministro de vida y la transformación en vida. Nuestra vida natural no
posee el amor de Dios. Es imprescindible que seamos transformados en vida a fin de que
tengamos la naturaleza de Dios, la cual es una naturaleza de amor, y así amar a los
demás. Si no nos importa el amor que mostramos para con otros, no necesitamos la
transformación en vida, pero si deseamos poner en práctica el amor para con todos los
hombres, es menester que seamos transformados en vida.
Debemos darnos cuenta de que ya es hora de levantarnos del sueño. Aunque la noche es
el tiempo para dormir, “la noche está avanzada” (13:12). Así que, debemos despertar,
estar alerta y no dormir más.
La época actual es la noche. Cuando el Señor Jesús regrese, el día amanecerá. La era
venidera será el día. Ya que la noche está avanzada y el día se acerca, necesitamos no
sólo levantarnos de nuestro sueño, sino también desechar las obras de las tinieblas y
vestirnos con las armas de la luz (v. 12). Esto indica que es un tiempo de guerra.
D. Vestirnos de Cristo
El versículo 14 es muy importante: “Sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para
la carne a fin de satisfacer sus concupiscencias”. En el versículo 12 se nos dice que nos
vistamos “con las armas de la luz”, y en el versículo 14, que nos vistamos “del Señor
Jesucristo”. Si yuxtaponemos estas dos frases, podremos ver que el Señor Jesucristo
mismo es las armas de la luz. Además, la frase “no proveáis para la carne” corresponde a
8:12, donde Pablo dice que “deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme
a la carne”. La batalla mencionada en 13:14 corresponde al conflicto entre las
concupiscencias y el Espíritu, como en Gálatas 5:17. Cristo es el Espíritu (2 Co. 3:17). Así
que, debemos vestirnos de Cristo para poder pelear la batalla contra nuestras
concupiscencias. La batalla mencionada en este versículo difiere de la lucha contra el
diablo y los principados que habitan en el aire según se menciona en Efesios 6:12; al
contrario, se refiere a las concupiscencias contra las cuales debemos pelear vistiéndonos
del Señor Jesucristo como nuestras armas de luz. Esta clase de guerra es diferente a la
mencionada en Romanos 7:23. Allí se habla de la ley maligna que reside en nuestra
carne y contiende contra la ley del bien que se halla en nuestra mente, lo cual no tiene
nada que ver con el Espíritu. Pero en este versículo vemos que nosotros, vistiéndonos de
Cristo, presentamos batalla contra las obras carnales de las tinieblas.
¿Qué significa vestirnos de Cristo? Dado que fuimos bautizados en Cristo y ya estamos
en Él (Ro. 6:4; Gá. 3:27), ¿por qué entonces debemos vestirnos de Él? Vestirnos de
Cristo realmente significa vivir por Cristo y expresarle en nuestro vivir. Aunque estamos
en Cristo, necesitamos vivir por Él y expresarle en nuestro vivir de forma práctica.
Necesitamos un diario vivir que sea por Cristo y que exprese a Cristo. La expresión de
Cristo en nuestro diario vivir es el arma con la cual peleamos contra la carne. Ya que la
batalla mencionada en el versículo 14 no se libra contra el diablo y la maldad espiritual,
sino contra la carne y todas sus concupiscencias, necesitamos vivir por Cristo. Cuanto
más vivimos por Cristo, más Él llega a ser nuestro armamento contra las
concupiscencias de la carne.
E. No proveer nada para la carne
Pablo dice que “no [proveamos] para la carne”. No debemos proveer nada a la carne.
Esto indica que la carne sigue existiendo. Por muy espirituales que lleguemos a ser, la
carne todavía puede revivir, pues está hambrienta y desea ser alimentada. No obstante,
debemos dejarla morir de hambre, no proveyéndole nada que le permita satisfacer sus
concupiscencias.
¿Qué quiere decir proveer para la carne? Ya que a los jóvenes les sea especialmente
difícil entender esto, me gustaría dar algunos ejemplos. La sociedad actual se halla en
tinieblas y está llena de maldad; ella ofrece una abundante provisión para la carne.
Consideremos, por ejemplo, los periódicos con sus fotografías y propagandas. No creo
que nadie sea tan espiritual que no sea afectado al ver una fotografía pecaminosa en la
prensa. Su experiencia misma puede testificar que cuando ha visto algunos anuncios y
fotos malignas en los periódicos, su carne fue estimulada. Las carteleras del cine son una
provisión para la carne, y la televisión también la utiliza mucho el enemigo para
alimentar a la carne hambrienta. No soy tan legalista como para decir que los cristianos
no deben ver televisión, pero sí les aseguro que es mejor alejarse de ella. No piense usted
que es tan fuerte que nada puede afectarlo. Supongamos que cerca hay un pozo muy
profundo. Si no quiero caer en el pozo, debo alejarme y no caminar cerca de él; pero, si
insisto en andar cerca de dicho pozo, aunque hoy tal vez no caiga en él, es probable que
en un futuro pueda caer. Por lo tanto, es mejor protegerme y permanecer lejos del pozo.
De igual manera, es peligroso ver televisión. Si usted desea ver la televisión, debe orar:
“Señor, ve la televisión conmigo. Sé uno conmigo en mi espíritu y ve la televisión
conmigo”. Si usted ora de esta manera, es posible que esté bien que la vea; de otro
modo, tal vez sería mejor que no lo hiciera. En todo caso, la televisión ha sido un
poderoso medio por el cual el enemigo ha hecho provisión para la carne, y muchas cosas
malignas han ocurrido por causa de su influencia.
Como he dicho anteriormente, es difícil determinar en qué sección del libro de Romanos
se debe colocar el capítulo 13. Puede considerarse como continuación del capítulo 12,
porque si en realidad no pertenece al pasaje sobre cómo llevar una vida normal, al
menos sí está estrechamente relacionado con ello. De manera que, el pasaje del 12:9 al
13:14 puede considerarse como un pasaje completo referente a cómo llevar una vida
normal. Sin lugar a dudas, 12:1-8 trata sobre la práctica de la vida del Cuerpo. Junto con
esta práctica, necesitamos llevar una vida normal, la cual es descrita en 12:9-21, y al
parecer también en el capítulo 13. No debemos pasar por alto esta parte de Romanos.
Todos los versículos de esta sección están muy claros, y no necesitamos decir mucho
acerca de ellos. A los jóvenes les ayudaría mucho si memorizaran algunos de estos
versículos, como por ejemplo: “El amor sea sin hipocresía”; “Aborreced lo malo,
adheríos a lo bueno”; y “Amaos entrañablemente los unos a los otros con amor
fraternal”. Estos dichos son casi proverbios. Si los jóvenes memorizan estos versículos,
serán ayudados a experimentar la transformación que les permitirá llevar una vida
normal y así poner en práctica la vida apropiada de iglesia. Si no llevamos una vida
normal, no tendremos la base necesaria para experimentar la vida de iglesia. Creo que
ésta fue la razón por la cual Pablo presenta como requisito el llevar una vida normal
inmediatamente después de describir la práctica de la vida de iglesia. En toda la Biblia,
la mejor presentación de la vida normal se encuentra en estos versículos. Por lo tanto,
necesitamos considerarlos en oración y tener comunión con otros acerca de ellos.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE VEINTIOCHO
(1)
En Romanos 12 Pablo, después de dar un discurso de once capítulos, llega al punto final,
la vida de iglesia. Ya vimos que Pablo usa cinco capítulos para presentar la vida de
iglesia. He indicado previamente que la sección acerca de la vida de iglesia empieza de
manera específica cuando Pablo dice: “Así que, hermanos, os exhorto...” (12:1). Pablo
nos exhorta a presentar nuestros cuerpos, física y prácticamente, para la vida de iglesia.
Después de exhortarnos a presentar nuestro cuerpo para la vida de iglesia, Pablo habla
de la segunda parte de nuestro ser, nuestra alma, y de que necesitamos ser
transformados por medio de la renovación de nuestra mente (12:2). Nuestra alma
requiere un cambio radical, esencial y metabólico, tanto en naturaleza como en forma.
Todo nuestro ser necesita un cambio por causa de la vida de iglesia, porque nada
natural, común, mundano ni moderno es apropiado para la vida del Cuerpo.
Necesitamos una transformación metabólica por el obrar interior del elemento vital y
divino. Necesitamos un cambio radical en nuestra mentalidad, en nuestra parte emotiva
y en nuestra voluntad. Una vez que experimentemos esta clase de transformación
metabólica en todo nuestro ser, seremos aptos para la vida de iglesia. Además, una vez
que nuestro cuerpo haya sido presentado, y nuestra alma haya sido transformada por la
renovación de nuestra mente, nuestro espíritu necesitará ser ferviente. Si poseemos
todas estas cualidades, veremos la manifestación de los dones de la gracia mediante el
crecimiento en vida. Los diferentes dones y funciones empezarán a surgir. No debemos
ser como los “calientabancos” que van a las llamadas iglesias y se sientan ahí como
miembros muertos sin ninguna función. Tales personas nunca podrán participar en la
vida de iglesia. Los miembros de la vida de iglesia deben presentar su cuerpo, deben
dejar que su alma sea transformada por la renovación de la mente, y deben ser
fervientes en el espíritu. Sólo entonces, al ejercitar los dones necesarios, tendremos la
vida de iglesia.
Para tener la vida apropiada de iglesia, necesitamos la debida vida cristiana. Por lo
tanto, a partir de Romanos 12:9 y continuando hasta 13:14, Pablo habla de la vida
cristiana normal. Ya vimos que en este pasaje de Romanos Pablo aborda varios asuntos:
nuestra actitud y conducta para con Dios, así como para con nuestros comiembros,
nosotros mismos, nuestros perseguidores, el gobierno y las autoridades establecidas;
también habla de poner en práctica el principio del amor y de la guerra en contra de
nuestra carne. Para practicar la vida de iglesia, necesitamos llevar una vida diaria
cristiana normal, la cual corresponda a la vida de iglesia. También nuestros cuerpos
deben ser presentados, nuestras almas transformadas, nuestras mentes renovadas,
nuestros espíritus hechos fervientes y nuestros dones ejercitados. Así que, al final de
Romanos 13, la vida de iglesia ha sido plenamente descrita y la vida cristiana
adecuadamente definida.
Sin embargo, aún existe una gran necesidad. Debemos atender el asunto de recibir a los
santos. Al respecto, necesitamos ejercitar el discernimiento que se deriva de la práctica
de la vida de iglesia y de llevar una vida cristiana normal. Si no entendemos claramente
la base sobre la cual se recibe a los santos, perjudicaremos la vida de iglesia y la
reduciremos a pedazos. Seremos como una persona que cuida de todos los detalles
relacionados con su cuerpo físico, pero que descuida un asunto específico y principal
que le puede ocasionar la muerte. Si manejamos este asunto de recibir a los santos sin
una visión clara de ello, la iglesia será gravemente perjudicada. Durante más de
cuarenta años que he estado en la vida de iglesia, he conocido un buen número de
santos queridos que han declarado haber visto el Cuerpo, pero que, después de un corto
tiempo, se han dividido por causa de las doctrinas, perjudicando así la iglesia y
excluyéndose a sí mismos de la comunión de ella. Cuando tuvieron contacto con la
iglesia por primera vez, ellos decían: “Aleluya, he visto la iglesia”, pero algunos meses
después empezaron a disentir. Por lo tanto, quiero advertirles que debemos ser muy
cuidadosos en cuanto a recibir a los creyentes apropiadamente.
Debemos recibir a los santos como Dios los recibe. Tenemos que recibir a todo aquel a
quien Dios recibe. No tenemos alternativa. Tomemos el ejemplo de una familia con
muchos hijos. Algunos de los hijos son buenos y otros malos; unos agradables y otros
necios. Tal vez en esa familia tan grande, algunos de los hijos no estén contentos con
algunos de sus hermanos; sin embargo, ellos deben entender que no depende de ellos
determinar quiénes deben ser sus hermanos y hermanas. Eso depende de los padres. Si
alguno de los hijos de esa familia piensa que su hermano es muy feo y se queja de él, no
debe dirigir su queja al hermano, sino a sus padres que lo engendraron. Nuestro Padre
celestial engendró muchos hijos, muchos cristianos, y Él los recibió a todos. Por lo tanto
nosotros también debemos recibirlos, no conforme a nuestros gustos y preferencias,
sino conforme a Dios.
Sin embargo, en el cristianismo la mayoría de los cristianos no recibe a los demás como
Dios los recibe, sino conforme a sus conceptos doctrinales. Tomemos el ejemplo del
bautismo. Existen muchos conceptos acerca del bautismo: algunos insisten en el
bautismo por aspersión, otros en la inmersión; algunos otros argumentan sobre el
nombre en el que se debe bautizar, y aún otros más se oponen al bautismo físico,
argumentando que el bautismo es solamente espiritual. ¡Cuántas diferentes escuelas de
opinión existen acerca de este único asunto del bautismo! ¡Esto es terrible! Nos tomaría
meses examinar todos los diferentes conceptos doctrinales, tales como la eterna
seguridad de la salvación, la predestinación, el libre albedrío, el arrebatamiento, etc.
Incluso la enseñanza acerca de cubrirse la cabeza ha causado algunas divisiones. Ciertos
grupos cristianos le dan una gran importancia al asunto de que las hermanas deben
cubrirse la cabeza. Hay demasiadas opiniones acerca de este asunto; incluso se discute
sobre el tamaño, el color, la textura y el material que debe usarse en el velo. Sé de un
grupo que insiste en que el velo sea blanco y no permite que sea de ningún otro color.
Aun esta cosa insignificante ha causado división.
Nadie puede decir que las iglesias del recobro del Señor son heréticas. Creemos que la
Biblia es la Palabra de Dios, y que fue inspirada divinamente palabra por palabra.
Creemos que el Señor Jesús es el Hijo de Dios, que fue encarnado como un hombre y
vivió sobre esta tierra, que murió en la cruz por nuestros pecados, que resucitó física y
espiritualmente, que ascendió a los cielos, que como Señor de todo está sentado a la
diestra de Dios, y que a la vez mora en nosotros. Creemos en el único Dios, el Dios
Triuno, el Padre, el Hijo y el Espíritu. Creemos que el Señor Jesús regresará y que
establecerá Su reino en la tierra. No hay nada herético en todo esto. No obstante,
algunos nos critican y encuentran faltas en nosotros porque no estamos de acuerdo con
todas sus opiniones doctrinales. Algunos insisten en bautizar a los creyentes tres veces y
exigen que la iglesia practique esto; pero si adoptáramos tal práctica, nos pondríamos el
nombre “la iglesia que bautiza tres veces”. Otros insisten en el hablar en lenguas.
Indudablemente, la Biblia incluye el hablar en lenguas, pero no podemos hacer que la
iglesia se caracterice por el don de hablar en lenguas. La iglesia debe practicar la
generalidad. En el recobro del Señor muchos queridos santos han intentado convertir la
iglesia en una clase particular de iglesia de acuerdo con su concepto doctrinal, pero
nosotros simplemente no podemos concordar con eso. Por lo tanto, algunos se han
separado de nosotros debido a que eran divisivos con respecto a sus doctrinas o
prácticas particulares.
Pablo sabía cuán importante era el asunto de recibir a los creyentes y, por consecuencia,
dedicó todo el capítulo 14 y una parte del capítulo 15 a este tema. En Romanos 12 vemos
el Cuerpo; en Romanos 14 se nos da una advertencia. Si no prestamos la debida atención
a esta advertencia, corremos el peligro de usar la doctrina como un cuchillo para cortar
en pedazos el mismo Cuerpo revelado en el capítulo 12. Muchos cristianos hablan acerca
del Cuerpo de Cristo conforme a Romanos 12; no obstante, ellos mismos son culpables
de matar al Cuerpo y cortarlo en pedazos al empuñar el afilado cuchillo de las divisiones
doctrinales. Ésta es la razón por la cual el Cuerpo revelado conforme a Romanos 12 debe
ser vivido conforme a Romanos 14. Sin este capítulo somos incapaces de poner en
práctica de manera apropiada el Cuerpo revelado en el capítulo 12. Muchos cristianos
prestan atención a Romanos 12, pero descuidan Romanos 14; es decir, hablan acerca del
Cuerpo, pero permanecen facciosos y en división debido a que continúan aferrándose a
sus conceptos doctrinales. No están dispuestos a abandonar tales conceptos; por esta
razón, les es imposible experimentar la vida del Cuerpo. Es por esto que Pablo, después
de revelar la vida apropiada de iglesia y la vida cristiana normal, aborda el asunto
crucial de recibir a los creyentes. Si no prestamos la debida atención a este asunto,
cometeremos suicidio espiritual en cuanto a la vida de iglesia. A fin de experimentar la
vida del Cuerpo, debemos recibir a los creyentes como Dios los recibe: de una manera
general, y no conforme a nuestros conceptos doctrinales, o sea, de manera particular.
Los conceptos doctrinales más terribles son principalmente aquellos sostenidos por los
creyentes religiosos judíos. Tales conceptos se dividen en dos categorías: el comer y la
observancia de los días de fiesta. Aquellos que sostienen estos conceptos insisten en que
ciertos alimentos son santos y otros son inmundos, y en ciertos días son santos y otros
son comunes. Ellos basan sus reglamentos dietéticos en Levítico 11. Para ellos, los
gentiles son como bestias inmundas que comen de todo. Hechos 10 muestra que aun
Pedro, el primer apóstol, era muy religioso con respecto al alimento. Su naturaleza
religiosa le obligó a Dios a darle la misma revelación tres veces respecto a lo que es
santificado y a lo que es común (Hch. 10:9-16). Cuando el Señor dijo a Pedro “mata y
come”, Pedro contestó: “Señor, de ninguna manera; porque ninguna cosa profana o
inmunda he comido jamás” (Hch. 10:13-14). El Señor respondió a Pedro, diciendo: “Lo
que Dios limpió, no lo tengas por común” (Hch. 10:15). Aquí vemos que Pedro, como
muchos otros, se adhirió a los conceptos doctrinales porque era religioso. Cuando tales
personas argumentan por sus conceptos, piensan que están contendiendo por la verdad
de Dios. En realidad, ellos están frustrando el mover de Dios de edificar el Cuerpo de
Cristo. Ningún concepto doctrinal debe ser nuestra base para recibir a los creyentes. La
única base que tenemos para recibir a los creyentes es la que concuerda con la manera
en que Dios los recibe.
En Romanos 14:1 Pablo dice: “Ahora bien, recibid al débil en la fe”. Algunos creyentes
son débiles en la fe porque aun no han recibido mucho de la transfusión e infusión del
elemento de Dios. Sin embargo, ellos tienen cierta medida de fe, y debemos recibirlos.
Algunos creyentes, por ser débiles en la fe, no se atreven a comer de todo ni a considerar
todos los días iguales. Aun así, ellos tienen cierta medida de fe y son creyentes genuinos
en Cristo. Así que, basados en la medida de fe que tienen ellos y en el hecho de que son
verdaderos creyentes, debemos recibirlos.
B. No para juzgar sus opiniones
Necesitamos leer Romanos 14:1-5: “Ahora bien, recibid al débil en la fe, pero no para
juzgar sus opiniones. Porque uno cree que puede comer de todo, pero el que es débil,
sólo come legumbres. El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come,
no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido. ¿Tú quién eres, que juzgas al criado
ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el
Señor para hacerle estar firme. Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales
todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente”. En Romanos
14 Pablo es un excelente ejemplo de uno que no juzga los conceptos doctrinales de los
demás, porque él no expresó su opinión personal acerca de cuál de esas doctrinas era
correcta y cuál incorrecta. Ciertamente él sabía la doctrina correcta acerca de comer y de
observar los días. No obstante, él no tomó ningún partido, sino que nos encargó ser
flexibles al respecto y no criticar a los demás. Debemos dejar que otros estén libres de
comer lo que ellos quieran y de guardar el día que crean que deben guardar. Para ellos,
un día es más santo que otro, pero para aquellos que son más fuertes en la fe, todos los
días son iguales.
Nosotros también debemos aprender a no juzgar los conceptos doctrinales de los demás.
Cuando nos pregunten acerca de nuestro método para bautizar o de la clase de agua que
usamos para ello, no debemos entrar en discusiones doctrinales. En otras palabras, no
debemos hacer ningún juicio sobre el asunto. La mejor forma de responder a las
preguntas doctrinales es ayudar a otros a volverse de sus conceptos doctrinales a Cristo,
quien es nuestra vida. Por naturaleza todos tenemos la tendencia a convencer a los
demás y a argumentar con ellos acerca de nuestros conceptos, pero debemos evitar esto.
En el versículo 3 Pablo dice: “Porque Dios le ha recibido”. Ésta es la base sobre la cual
recibimos a otros. En tanto que nuestro Padre haya recibido a una persona, nosotros
también debemos recibirla; no tenemos otra alternativa. A pesar de cuán débil o cuán
peculiar pueda ser un creyente, debemos recibirlo.
Leamos Romanos 14:6-9: “El que hace caso del día, lo hace para el Señor; el que come,
para el Señor come, porque da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor no come, y
da gracias a Dios. Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí.
Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues,
sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos. Porque Cristo para esto murió y
volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven”. Todos los
creyentes genuinos pertenecen al Señor. Todos han nacido del mismo Señor, sin
importar la manera en que hayan sido bautizados, la comida que coman o los días que
guarden. Los versículos del 6 al 9 nos muestran lo que es importante y lo que no lo es.
Vivir para el Señor y pertenecerle a Él es importante. Si una persona pertenece al Señor
y vive para Él, todo está bien. No debemos imponerle ninguna otra carga de acuerdo con
nuestros conceptos doctrinales. Por otra parte, si empezamos a argumentar acerca de las
doctrinas, pronto seremos divididos siguiendo nuestros diferentes conceptos. Debemos
poner atención sólo a lo que es verdaderamente importante. Si Dios el Padre nos ha
recibido a todos, y si creemos en el Señor y vivimos para Él, debemos recibirnos unos a
otros.
Además, debemos también recibir a los santos a la luz del tribunal. Necesitamos leer los
versículos del 10 al 12: “Pero tú, ¿por qué juzgas a tu hermano? O tú, ¿por qué
menosprecias a tu hermano? Porque todos compareceremos ante el tribunal de Dios.
Porque escrito está: ‘Vivo Yo, dice el Señor, que ante Mí se doblará toda rodilla, y toda
lengua confesará públicamente a Dios’. De manera que cada uno de nosotros dará a Dios
cuenta de sí”. El “tribunal de Dios” del versículo 10 es el “tribunal de Cristo” de 2
Corintios 5:10. El juicio ante el tribunal de Dios será llevado a cabo antes del milenio,
inmediatamente después del regreso de Cristo (1 Co. 4:5; Mt. 16:27; 25:19; Lc. 19:15), y
la vida y las obras de los creyentes serán juzgadas en ese tiempo (Ap. 22:12; Mt. 16:27; 1
Co. 4:5; 3:13-15; Mt. 25:19; Lc. 19:15). Este juicio no tiene nada que ver con la salvación
del creyente, porque todo aquel que comparezca ante el tribunal de Dios ya habrá sido
salvo. Este juicio juzgará la vida y las obras de los creyentes después de que fueron
salvos. Dicho juicio determinará la recompensa que recibirá el creyente en el reino
milenario (Mt. 25:21, 23; Lc. 19:17, 19; 1 Co. 3:14-15; Mt. 16:27; Ap. 22:12; Lc. 14:14; 2
Ti. 4:8). Los creyentes comparecerán ante este tribunal para dar cuentas a Dios acerca
de su vida y de sus obras. Aquí podemos ver el pensamiento de Pablo: no debemos
discutir con otros ni juzgarlos; al contrario, debemos mirar por nosotros mismos,
porque un día compareceremos ante el tribunal de Dios y daremos cuentas de nuestra
vida y de nuestras obras a partir del tiempo de nuestra salvación. Este juicio se
menciona en la sección que trata de la transformación, porque se relaciona con la
manera en que el creyente ha vivido ante el Señor y con lo que el creyente ha hecho para
el Señor después de ser salvo, y también porque la transformación de los creyentes tiene
mucho que ver con este juicio.
Debido a que la verdad del juicio de los creyentes ha permanecido casi por completo
escondida de los santos, necesitamos leer algunos versículos presentados como
referencia en el párrafo anterior y hacer comentarios sobre ellos. Podemos empezar con
2 Corintios 5:10: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el
tribunal de Cristo, para que cada uno reciba por las cosas hechas por medio del cuerpo,
según lo que haya practicado, sea bueno o sea malo”. Éste no es el juicio eterno de Dios
mencionado en Romanos 2:2, 3, 5, 16 y 3:8, el cual será llevado a cabo en el gran trono
blanco revelado en Apocalipsis 20:11-15. El juicio eterno en el gran trono blanco se
efectuará después del milenio, donde serán juzgados los incrédulos muertos, y está
relacionado con el castigo eterno en el lago de fuego. El juicio que se ejecutará ante el
tribunal de Cristo juzgará la vida y las obras de los creyentes, y determinará si éstos
recibirán recompensa por lo “bueno” o sufrirán una clase de pérdida por lo “malo”.
Luego, 1 Corintios 4:5 dice: “Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga
el Señor, el cual sacará a luz lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los
corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios”. Este versículo también
denota el juicio que se efectuará en el tribunal de Dios o de Cristo. Si hacemos el bien,
recibiremos “alabanza de parte de Dios”. Mateo 16:27 también habla del juicio de los
creyentes: “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de Su Padre con Sus ángeles,
y entonces recompensará a cada uno conforme a sus hechos”. Este versículo nos dice
que cuando el Señor venga, recompensará a cada uno conforme a sus hechos.
Encontramos un pensamiento similar en Mateo 25:19: “Después de mucho tiempo vino
el señor de aquellos esclavos, y arregló cuentas con ellos”. ¿Qué quiere decir esto?
Significa que el Señor revisará nuestro historial, y que nosotros tendremos que rendirle
cuentas a Él de nuestra vida y de nuestras obras desde el momento en que fuimos salvos.
Esto ocurrirá en el tribunal de Cristo. Lucas 19:15 está estrechamente relacionado con
este pasaje: “Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a
aquellos esclavos a los cuales había dado el dinero, para saber lo que habían negociado”.
Una vez más, esto se refiere a las cuentas que hemos de rendir ante el tribunal de Cristo.
Debemos prestar mucha atención a 1 Corintios 3:13-15: “La obra de cada uno se hará
manifiesta; porque el día la declarará, pues por el fuego es revelada; y la obra de cada
uno cuál sea, el fuego mismo la probará. Si permanece la obra de alguno que
sobreedificó, recibirá recompensa. Si la obra de alguno es consumida, él sufrirá pérdida,
pero él mismo será salvo, aunque así como pasado por fuego”. Las palabras sufrirá
pérdida del versículo 15 no quieren decir “perecer”. Nuestra salvación es eterna y no
podemos perecer. Sin embargo, si sufrimos pérdida, seremos salvos, aunque “así como
pasados por fuego”. Muchos cristianos pasan por alto este versículo; en su mayor parte
afirman que por cuanto son salvos, no tendrán ningún problema en el juicio futuro. Si
usted les advierte que pueden sufrir pérdida, ellos insistirán que dicho pensamiento es
herético. No obstante, nosotros debemos prestar oído a la palabra que claramente nos
da el apóstol Pablo en 1 Corintios 3:15, donde afirma categóricamente que si la obra de
alguien es quemada, él sufrirá pérdida. ¿Qué clase de obra será quemada? La madera, el
heno y la hojarasca mencionados en el versículo 12. ¿Qué clase de pérdida será ésta?
Aunque no podemos especificar esto con certeza, sí podemos asegurar que cierta
pérdida ocurrirá. No es la pérdida de nuestra salvación, porque Pablo dice del hombre
cuya obra sea quemada que “él mismo será salvo”. No obstante, no debemos estar
satisfechos con esto, porque Pablo concluye el versículo diciendo que tal persona será
salva “así como por fuego”, una frase que se traduce más exactamente “como pasado por
fuego”. Muchos creyentes, al oír esto, tal vez argumenten que no es otra cosa que la
enseñanza católica del purgatorio. Estoy familiarizado con esa enseñanza y con el hecho
de que en el catolicismo se usa este versículo como base de dicha enseñanza. Enseñan
que uno puede acortar el sufrimiento de un familiar que se halla soportando el fuego
purificador del purgatorio después de su muerte, haciendo contribuciones monetarias a
su favor. Sin embargo, cuando nos referimos a la Palabra pura de la Biblia, no tenemos
en mente este concepto del purgatorio. Al igual que Pablo, estamos simplemente
diciendo que debemos ser cuidadosos, porque cuando el Señor regrese, nos pedirá
cuentas de toda nuestra vida y de nuestras obras. Él nos dirá: “Yo te concedí cierto don.
¿Qué has hecho para Mí? ¿Qué has realizado para Mí desde que fuiste salvo? ¿Qué clase
de edificación has hecho? ¿Has edificado con madera, heno, y hojarasca; o con oro, plata
y piedras preciosas?”. Esto determinará si el Señor nos dará recompensa o no. En 1
Corintios 3 Pablo nos dice claramente que si nuestra obra permanece, recibiremos una
recompensa positiva, pero si nuestra obra es consumida por el fuego, sufriremos
pérdida, aunque seamos eternamente salvos. Yo no me atrevo a decir qué será la
pérdida, pero sé que no será nada agradable. Simplemente le presento la Palabra pura
de Dios. Éste es un aspecto del tribunal de Cristo; es una palabra que la Biblia presenta
claramente, y la Biblia nunca está equivocada. Ser salvo es una cosa; recibir una
recompensa positiva de parte del Señor, la cual se basa en las obras que uno hace, es
otra; y sufrir pérdida por causa de su obra inapropiada, es todavía otra cosa. Éste es un
asunto muy serio, y no debemos ser descuidados al respecto.
Debido a que los cristianos no tienen un entendimiento claro de la Palabra pura de Dios,
se han formado dos escuelas principales de enseñanza: la calvinista y la arminiana. De
acuerdo con la escuela calvinista, una vez que alguien es salvo, será salvo por la
eternidad, y no existirá ningún problema en el futuro. Pero según la escuela arminiana,
es posible perder la salvación si uno no vive y actúa correctamente después de haber
sido salvo. Estas dos escuelas de enseñanza representan dos extremos, y no han podido
encontrar en la Biblia el puente que una los dos extremos de esta gran brecha que las
separa. El puente es el tribunal de Dios. Una vez que hemos sido salvos, somos
eternamente salvos y nunca nos perderemos. Esto contrasta con la enseñanza
pentecostal que declara que la gente no es eternamente salva en esta vida, y que es
posible ser salvo y perderse muchas veces durante el curso de nuestra existencia. Esta
clase de salvación es semejante a un ascensor, el cual sube y baja constantemente. Sin
embargo, la Biblia declara que la salvación es eterna. En Juan 10:28-29 se nos dice que
una vez que recibimos la vida eterna, no pereceremos jamás. No obstante, hay algunos
versículos, como 1 Corintios 3:15, que nos dicen que en el futuro podemos sufrir
pérdida. Cuando el Señor regrese, reunirá a todos Sus siervos ante Él, y tendrán que
rendirle cuentas de su vida y de sus obras. Aunque somos salvos eternamente, todavía
tenemos que rendirle cuentas al Señor de nuestra vida y de nuestras obras ante el
tribunal de Cristo. El Señor verá nuestro reporte y decidirá si recibiremos recompensa o
sufriremos pérdida. En 2 Timoteo 4:8 Pablo pudo decir: “Y desde ahora me está
guardada la corona de justicia, con la cual me recompensará el Señor, Juez justo, en
aquel día”. Sin embargo, esto no significa que todo creyente recibirá tal corona. Si
recibimos o no la corona de justicia, dependerá del resultado del juicio en aquel
tribunal. Finalmente, en Apocalipsis 22:12 el propio Señor Jesús dice: “He aquí Yo
vengo pronto, y Mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra”.
Creo que ahora este asunto del juicio del tribunal de Cristo ha quedado claramente
entendido. Debemos tener cuidado de no juzgar a los demás, porque nosotros seremos
juzgados por Dios.
Debemos recibir a los creyentes a la luz del tribunal de Dios. No debemos criticar a los
demás, pero sí debemos juzgarnos a nosotros mismos. Si no lo hacemos ahora,
tendremos que dar cuentas ante el tribunal de Cristo. Algunos creyentes juzgan a
aquellos que buscan librarse de su vejez mediante la sepultura en agua, pero no se
juzgan a sí mismos por ir a las salas de cine. Si uno critica a otros y no se juzga por ir al
cine, en el día del tribunal el Señor le pedirá cuentas de ello. Algunas hermanas de cierto
grupo se cubren la cabeza con largos velos blancos, y acostumbran juzgar y condenar a
otras hermanas que oran sin cubrirse la cabeza o a las que, a lo mucho, llevan un
pequeño gorro. Aunque estas hermanas se cubren con un largo velo blanco durante las
reuniones, algunas de ellas usurpan la autoridad de sus esposos en sus hogares. Ellas
necesitan juzgarse a sí mismas en este asunto. No juzguemos a otros, sino a nosotros
mismos. Cuando estemos por recibir a otro creyente en el Señor, debemos ejercitar
nuestro discernimiento a la luz del tribunal de Dios, y decir: “Oh, Señor, ten
misericordia de mí. No soy digno de juzgar a mi hermano. Cúbreme Señor; quiero ser
juzgado por Ti. Prefiero juzgarme a mí mismo, como también mi vida y mi manera de
vivir”. Ésta debe ser nuestra actitud.
(2)
Debemos recibir a los creyentes conforme al principio del amor. En Romanos 14:13-15
Pablo dice: “Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien que
vuestro juicio sea esto: no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano. Yo sé, y estoy
persuadido en el Señor Jesús, que nada es inmundo en sí mismo; mas para el que piensa
que algo es inmundo, para él lo es. Pero si por causa de la comida hieres a tu hermano,
ya no andas conforme al amor. No hagas que por la comida tuya se destruya aquel por
quien Cristo murió”. Si recibimos a los creyentes en amor, no juzgaremos a otros, no
pondremos tropiezo ante ellos, no los afligiremos ni destruiremos a aquel por quien
Cristo murió, sino más bien andaremos según el amor. Debemos recibir a todos los
creyentes conforme al principio del amor, ya que Cristo murió por ellos. Debemos
recordar que el libro de Romanos fue escrito por Pablo poco después de que había
escrito 1 Corintios, y que lo escribió mientras estaba en Corinto. Pablo dedicó 1 Corintios
13 al tema del amor, insertándolo entre los dos capítulos que hablan de los dones
espirituales. En el capítulo 13 Pablo presentó la manera más excelente de ejercitar los
dones, y enumeró muchos de los atributos y características del amor. Creo firmemente
que él tenía presente el concepto del amor cuando escribió el capítulo 14 de Romanos.
Por lo tanto, en Romanos parece que Pablo les decía a los santos: “Vosotros debéis
recibir a los demás según el principio del amor. El amor debe gobernaros, o sea, debe ser
el principio gobernante en lo tocante a recibir a los santos”.
Recibir a los creyentes no es un asunto insignificante. Tiene que ver con el tribunal
futuro y está relacionado con la vida del reino en el presente.
La iglesia es el reino de Dios en esta era (Mt. 16:18-19; 1 Co. 6:10; Gá. 5:21; Ef. 5:5).
Entre las diferentes escuelas de enseñanza existe mucha discusión acerca del reino de
Dios. Una escuela de opinión sostiene que el reino de Dios no se encuentra con nosotros
hoy en día. Según esta enseñanza el reino de Dios quedó suspendido en el tiempo
descrito en Mateo 13. Esta escuela afirma que cuando el Señor Jesús vino, trajo consigo
el reino de Dios y lo presentó al pueblo judío. Ya que éste rechazó el reino de Dios, el
Señor lo suspendió hasta el tiempo de Su regreso. Así que, esta escuela enseña que en el
período en que vivimos, el reino de Dios no existe sobre la tierra. Sin embargo, Romanos
14:17 dice: “El reino de Dios es...”. Esto es una prueba contundente de que el reino de
Dios está aquí en la actualidad. Otra evidencia de que hoy día la iglesia es el reino de
Dios, se halla en Mateo 16:18-19, donde vemos que los términos iglesia y reino son
sinónimos, y que el Señor Jesús los usa intercambiablemente. En el versículo 18 el Señor
Jesús dice: “Yo edificaré Mi iglesia”, y en el versículo 19 añade: “Y a ti te daré las llaves
del reino de los cielos”. Por lo tanto, la edificación de la iglesia es en realidad el
establecimiento del reino. Además, Pablo en las Epístolas consideró el reino de Dios
como equivalente de la iglesia (1 Co. 6:10; Gá. 5:21; Ef. 5:5). ¡Cuán incorrecto es decir
que el reino ha sido suspendido y que regresará sólo cuando el Señor regrese! No
debemos aceptar este concepto acerca del reino; al contrario, debemos volver a la
Palabra pura que afirma que la vida de iglesia es el reino de Dios.
La iglesia tiene que ver con la gracia y la vida, mientras que el reino tiene que ver con el
ejercicio en esta era y con la disciplina en la era venidera (Mt. 25:15-30; 1 Co. 3:13-15).
La iglesia, al igual que una cabeza humana, tiene diferente aspecto dependiendo del
ángulo en que se observe. Al observar la parte de atrás de mi cabeza, no se encuentra
ningún orificio en ella; sin embargo, al observarla de frente, se ve siete concavidades u
orificios. Aunque estas dos partes de mi cabeza sean muy diferentes, ambas son aspectos
distintos de una misma entidad. Sucede lo mismo con la iglesia. Si vemos la iglesia
desde un ángulo, observamos que está relacionada con la vida y con la gracia, pero
desde otro ángulo vemos que la iglesia es el reino de Dios y, como tal, incluye el ejercicio
y la disciplina. En la iglesia, por un lado disfrutamos la gracia y experimentamos la vida,
mientras que por otro, experimentamos que requiere cierto ejercicio por nuestra parte.
No debemos pasar por alto el hecho de que necesitamos el ejercicio. Debido a esta
necesidad, la iglesia es el reino actual de Dios. Según algunos de los maestros de entre la
Asamblea de Hermanos, todo creyente entrará en el reino milenario como rey. No
obstante, debemos tomar en cuenta nuestra condición actual, o sea, ¿realmente
parecemos reyes? Si el Señor Jesús viniera y le pidiera a usted ser un rey, creo que usted
se llenaría de temor porque no sabría cómo ser un rey. Usted nunca se ha ejercitado
para ser un rey ni ha sido adiestrado en ello. He escuchado que los reyes de Inglaterra
son adiestrados desde su niñez para llegar a ser reyes. Nacer en la realeza no es
suficiente; un rey debe ser adiestrado y debe ejercitarse en ello. Aunque usted tenga el
potencial para ser un rey, el reinado también depende de que usted se ejercite en lo
relacionado con el reino. No debemos ser negligentes ni descuidados. Si usted no está
dispuesto a ejercitarse en conformidad con el reino en esta era, será disciplinado en la
era venidera. Su destino es ser un rey, y tarde o temprano, un rey es lo que el Señor hará
de usted.
Dios ha dispuesto todos los detalles de la vida diaria de usted con el fin de capacitarle
para que se ejercite en el reino. Cada acontecimiento que sucede en la vida de usted se
debe al arreglo soberano de Dios. Sin la ayuda proporcionada por el ambiente y las
circunstancias, usted no podría conocerse a sí mismo. Al contrario, se creería ángel,
pensando que es agradable y maravilloso, mientras permanece totalmente ignorante de
cuán pobre, vil y natural usted es en realidad. Usted necesita un cónyuge, hijos, los
hermanos y las hermanas de la iglesia, y varias circunstancias para poder percibir un
panorama multidimensional de sí mismo y para ser puesto de manifiesto desde cada
perspectiva. Cuando usted vea este cuadro, exclamará: “¿Ése soy yo? No me había dado
cuenta de lo mal que estoy”. Yo mismo he tenido esta experiencia. Cuando he sido
tentado a culpar a otros de cierta situación, el Señor me ha indicado que debo culparme
a mí mismo. Él me ha dicho que debo dar gracias por esos queridos hermanos que me
ponen al descubierto y me permiten ver mi verdadera condición. Sin ellos lo que soy no
podría ser puesto de manifiesto. Ésta es una experiencia que obtenemos en la vida de
iglesia por el bien del reino.
En cierto sentido, la iglesia es la familia de Dios, la casa de Dios (Ef. 2:19; 1 Ti. 3:15). En
esta casa disfrutamos la gracia y recibimos el suministro de vida; pero en otro sentido, la
iglesia es el reino. ¿Cuál es el significado de la palabra reino? Reino significa “regir”.
Muchos cristianos dicen: “Me gusta asistir a las reuniones, pero no me gusta ser regido.
¿Qué se creen esos ancianos? ¿Por qué tienen ellos que tener el mando?”. Por un lado, la
iglesia es una familia, un hogar lleno de gracia y vida; por otro, la iglesia es un reino, un
gobierno que rige. En la iglesia que es el reino, tenemos el liderazgo y el gobierno bajo la
autoridad de Cristo, la Cabeza, lo cual requiere que nos ejercitemos al respecto. Para
tener la vida de iglesia necesitamos ejercitarnos en el reino. Así que, la iglesia es nuestro
hogar y también es nuestro reino. En nuestro hogar tenemos el disfrute del amor, la
provisión de la gracia y las riquezas de la vida divina. Pero en el reino tenemos la
autoridad que nos rige, el gobierno, el ejercicio y la disciplina. ¡Alabado sea el Señor por
ambos aspectos de la iglesia! He oído a muchos santos decir: “¡Alabado sea el Señor,
estoy en casa!”. Sin embargo, debemos también proclamar: “¡Aleluya, también estoy en
el reino!”.
Romanos 14:17 dice: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y
gozo en el Espíritu Santo”. Cuando usted se disponga a recibir a los santos, tiene que
entender que no los debe recibir de acuerdo con sus conceptos doctrinales o prácticas
religiosas en cuanto a comida o bebida. El reino de Dios no es comida ni bebida, sino
justicia para con nosotros, paz para con los demás y gozo para con Dios en nuestro
espíritu. Si nosotros comemos tortuga o repollo, esto no significa nada. Sin embargo, la
justicia, la paz y el gozo son de suma importancia porque expresan a Cristo. Cuando
Cristo es expresado, Él es nuestra justicia hacia nosotros, nuestra paz hacia los demás, y
nuestro gozo para con Dios. Debemos ser estrictos con nosotros y no justificarnos. Para
con nosotros mismos debemos ser rectos, estrictos y justos en todo lo que hagamos.
Para con otros debemos esforzarnos para procurar la paz, buscando a toda costa estar en
paz con ellos. Sin embargo, algunos hermanos no tienen paz ni siquiera con su esposa, y
algunas hermanas no pueden vivir en paz con su esposo. Debemos procurar mantener la
paz con todo aquel que se relacione con nosotros. Esta paz es Cristo vivido y expresado
en nuestro ser. Además, necesitamos gozo. Todos los días debemos estar gozosos. Si
cada día no podemos decir: “¡Aleluya, alabado sea el Señor!”, esto significa que estamos
derrotados y que no estamos en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es un Espíritu de
gozo. Debemos estar siempre gozosos con Dios, alabándole y diciendo: “Aleluya”. Las
características del reino de Dios hoy son la justicia, la paz y el gozo. Y el reino de Dios es
el ejercicio de la vida de iglesia. La vida de iglesia tiene como fin la vida del reino, y la
vida del reino es un ejercicio de la vida cristiana. Necesitamos tal ejercicio.
Además, Pablo dice en el versículo 19: “Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la
mutua edificación”. Lo que contribuye a la paz es también lo que mantiene la unidad del
Cuerpo. Asimismo, lo que nos edifica es lo que también ministra vida a los miembros del
Cuerpo para la edificación mutua. Debemos seguir ambas cosas. Tenemos que procurar
todo lo que mantiene la unidad del Cuerpo con paz y lo que ministra vida a los demás. A
fin de lograr esto, tenemos que abandonar todos los conceptos doctrinales y vencer
todos los estorbos que se originan en el conocimiento mental. Satanás es muy sutil. A
tráves de todos los siglos él ha usado, y aun sigue usando, los conceptos doctrinales y el
conocimiento mental para estorbar el ministerio de la vida y para dividir el Cuerpo de
Cristo. Por lo tanto, debemos vencer su sutileza siguiendo todo aquello que contribuye a
la paz a fin de mantener la unidad y todo lo que ministre vida a los demás para la
edificación del Cuerpo.
Los versículos del 20 al 21 dicen: “No destruyas la obra de Dios por causa de la comida.
Todas las cosas a la verdad son limpias; pero es malo que el hombre coma haciendo
tropezar a otros. Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni hacer nada en que tu
hermano tropiece”. En todas las personas salvas hay cierta medida de la obra de Dios.
Dios mismo los ha llamado y salvado. Por lo menos Dios ha hecho esta medida de obra
divina en ellos. Si por nuestros conceptos doctrinales hacemos que cualquiera de los
creyentes tropiece, entonces derribamos, destruimos, la obra de gracia que Dios ha
llevado a cabo en él. Debemos cuidar la obra de Dios, y no nuestros conceptos
doctrinales. Todas nuestras prácticas religiosas las debemos hacer a un lado para el
beneficio de la obra de gracia que Dios lleva a cabo en los creyentes. Estamos libres para
comer de todo y para hacer cualquier cosa que no sea pecaminosa, pero no debemos
comer nada ni hacer nada que pueda causar que algún hermano tropiece. Debemos
cuidar de la edificación de los hermanos en la vida, aun a costa de nuestros conceptos
religiosos, los cuales se basan en el conocimiento.
En los versículos 22 y 23 Pablo dice: “La fe que tú tienes, tenla para contigo delante de
Dios. Bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba. Pero el que
duda, si come, es condenado, porque no lo hace por fe; pues todo lo que no proviene de
fe, es pecado”. Si somos fuertes en la fe, debemos tenerla para con nosotros delante de
Dios. Somos bienaventurados si no juzgamos lo que aprobamos hacer, porque tenemos
la fe al hacerlo. Pero los que son débiles en la fe, quienes no tienen la fuerza de fe que
nosotros tenemos, se condenan cuando comen algo acerca de lo cual tienen dudas,
porque no tienen fe al comer. Todo lo que no proviene de fe, es pecado. Así que,
debemos cuidar de los que son débiles en la fe y no provocar que ellos hagan nada
respecto a lo cual no tengan fe.
Pablo era muy sabio. Si no estamos en el espíritu mientras leemos esta parte de
Romanos, no percibiremos la profundidad de lo que Pablo escribió. Pablo empezó la
sección sobre el recibir a los santos enfocando el problema de los conceptos doctrinales
sostenidos principalmente por los judíos religiosos, y lo concluyó hablando del recibir a
los santos conforme a Cristo. No debemos recibir a los santos de acuerdo con nuestros
conceptos doctrinales, sino conforme a Cristo.
Romanos 15:1 dice: “Los que somos fuertes debemos soportar las flaquezas de los
débiles, y no agradarnos a nosotros mismos”. Al recibir a los creyentes debemos
soportar las flaquezas de los débiles, y no agradarnos a nosotros mismos. El Señor Jesús
siempre soporta las debilidades de Sus creyentes (2 Co. 12:9) y no se agrada a Sí mismo.
Debemos recibir a los creyentes con la misma actitud del Señor, no buscando
agradarnos a nosotros mismos, sino soportando las debilidades de los demás.
“Cada uno de nosotros agrade a su prójimo en lo que es bueno para edificación. Porque
ni aun Cristo se agradó a Sí mismo; antes bien, según está escrito: ‘Los vituperios de los
que te vituperaban, cayeron sobre Mí’” (vs. 2-3). No debemos agradar a los demás con
cualquier propósito si no es con el fin de que sean edificados en el Cuerpo. Con miras a
cumplir este propósito, debemos hacer todo lo necesario para agradar a otros sin
escatimar el costo. Cristo no se agradó a Sí mismo; más bien Él agradó al Padre llevando
sobre Sí los vituperios que deberían haber caído sobre el Padre. Del mismo modo,
nosotros no debemos agradarnos a nosotros mismos, sino agradar a otros soportando
sus debilidades a fin de que sean edificados en el Cuerpo de Cristo.
“Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra instrucción se escribieron, a fin
de que por medio de la perseverancia y de la consolación de las Escrituras, tengamos
esperanza. Pero el Dios de la perseverancia y de la consolación os dé entre vosotros un
mismo sentir según Cristo Jesús” (vs. 4-5). La expresión las cosas que se escribieron
antes se refiere a lo que se cita en el versículo 3 con respecto a Cristo, el cual se da para
la instrucción que produce perseverancia y consolación con esperanza. Ciertamente lo
que consta en las Escrituras con respecto a Cristo está lleno de instrucción. Si recibimos
la instrucción, se nos proveen la perseverancia y la consolación de Cristo para que
tengamos esperanza. Al recibir a los creyentes, necesitamos esta perseverancia y
consolación; también, necesitamos soportar sus debilidades. Además necesitamos ser
alentados con la esperanza de que ellos pueden mejorar y ser fortalecidos en la fe por la
gracia del Señor. Al recibir a los creyentes más débiles, debemos saber que nuestro Dios
es el Dios de la perseverancia y de la consolación, quien puede darnos la perseverancia
con que podemos soportar las debilidades de los demás y animarnos con lo que Él puede
hacer en ellos por Su gracia. Al ser alentados así por nuestro Dios, entre nosotros
tendremos el mismo sentir según Cristo Jesús, y no basados en ninguna otra cosa. Ya
que hay un solo Cristo Jesús, si somos según Él, tendremos el mismo sentir entre
nosotros. Sin embargo, si nuestra mente se basa en enseñanzas, conceptos, dones,
prácticas religiosas, o algún otro asunto semejante, estaremos divididos. Ser conformes
a Cristo es la única forma en que podemos tener un mismo sentir. Para recibir a los
creyentes de acuerdo con nuestras enseñanzas, conceptos, dones o prácticas religiosas,
no se requiere ninguna perseverancia ni consolación con esperanza. No obstante, para
recibir a los creyentes según Cristo, se requiere cierta perseverancia y consolación con
esperanza, y el propio Dios de la perseverancia y de la consolación es el que nos lo
suministrará, siempre y cuando procuremos guardar la unidad y luchemos por la
edificación del Cuerpo.
En Romanos 9:5 leemos que Cristo es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos,
lo cual se relaciona con Su divinidad. Pero aquí en el versículo 6 se habla del Dios de
nuestro Señor Jesucristo. Esto tiene que ver con Su humanidad. Conforme a Su
divinidad, Él es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos, pero según Su
humanidad, Dios es Su Dios. Si al recibir a los creyentes actuamos conforme al Señor
Jesús, glorificaremos a Dios como Él lo hace.
El versículo 7 dice: “Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo os
recibió, para gloria de Dios”. Este versículo, a la luz de Romanos 14:3, demuestra que el
recibir de Cristo es el recibir de Dios. Lo que Cristo ha recibido, Dios lo ha recibido.
Cristo nos recibió para la gloria de Dios. Debemos recibir a los creyentes según Dios y
según Cristo, y no basándonos en ninguna otra cosa. Tenemos que recibir a todo aquel
que Dios y Cristo hayan recibido, sin importar cuánto difieran de nosotros en cuanto a
conceptos y prácticas doctrinales. Lo hacemos así para la gloria de Dios.
Necesitamos leer Romanos 15:8-11: “Pues os digo, que Cristo vino a ser siervo de la
circuncisión por la veracidad de Dios, para confirmar las promesas dadas a los padres, y
para que los gentiles glorifiquen a Dios por Su misericordia, según está escrito: ‘Por
tanto, Yo te loaré entre los gentiles, y cantaré alabanzas a Tu nombre’. Y otra vez dice:
‘Alegraos, gentiles, con Su pueblo’. Y otra vez: ‘Alabad al Señor todos los gentiles, y
alabenle todos los pueblos’ ”. En estos versículos vemos que Cristo es todo-inclusivo.
¿Por qué Él llegó a ser siervo de la circuncisión, esto es, de los judíos? Por causa de la
veracidad de Dios, para confirmar las promesas dadas a los padres. Sin embargo, el
versículo 9 indica que Él no solamente es siervo de la circuncisión, sino también de los
gentiles “para que los gentiles glorifiquen a Dios por Su misericordia”. Para la
circuncisión, esto es, para los judíos, Cristo es un siervo por la veracidad de Dios, pero
para los gentiles, Él es un siervo con el fin de que ellos glorifiquen a Dios por Su
misericordia. Cristo es todo-inclusivo. Él es para las naciones, los gentiles, como
también para la circuncisión, los judíos.
En cuanto a los judíos, esto es cuestión de la veracidad de Dios, porque Dios hizo
promesas a sus padres. Cristo llegó a ser siervo para ellos con el fin de confirmar todas
las promesas que Dios había hecho a sus padres. Debido a esto, Dios es veraz. Pero en
cuanto a los gentiles, esto es un asunto de la misericordia de Dios. Cristo llegó a ser
siervo para ellos a fin de que glorificaran a Dios por Su misericordia. Cristo confesó a
Dios y alabó Su nombre entre los gentiles. Él pidió a los gentiles que se regocijaran y
alabaran a Dios por Su misericordia. Para los judíos, Dios es veraz, pero para los
gentiles, Dios es misericordioso. Por esta razón, nosotros los gentiles debemos alabarle
para que Él sea glorificado por Su misericordia.
El versículo 12 revela aun más de lo todo-inclusivo que es Cristo: “Y otra vez dice Isaías:
‘Estará la raíz de Isaí, y el que se levanta a regir los gentiles; los gentiles esperarán en
Él’”. Aunque Cristo es la raíz de Isaí, la fuente de los padres de los judíos, Él regirá a los
gentiles, y en Él los gentiles esperarán. Aquí podemos ver lo todo-inclusivo que Cristo
es. Él es la raíz de Isaí, lo cual significa que Él es la provisión para el pueblo judío. Según
Romanos 11, el hecho de que Él sea la raíz significa que Él es la fuente y la provisión de
los judíos. En el futuro, la raíz de Isaí se levantará para regir sobre todas las naciones
gentiles. Así pues, Él abastece a los judíos y cubre a los gentiles con Su sombra. Al ser la
raíz del pueblo judío y el que cubre con Su sombra a los gentiles, o sea, el que los rige, Él
reúne a los judíos y a los gentiles, y los hace uno. Creo que éste debe de ser el concepto
más profundo del apóstol Pablo en esta porción de Romanos. Cristo incluye tanto a los
judíos como a los gentiles. Al ser Cristo la raíz de los judíos y el que cubre a los gentiles,
Él incluye a ambos pueblos y los integra en un solo Cuerpo, el nuevo hombre, la iglesia.
Cristo lo incluye todo y lo abraza todo. Ya que Cristo es así y une a judíos y a gentiles,
debemos recibir a todos los diferentes creyentes según Él. Nunca debemos decir: “Éste
es un americano, éste es un inglés, éste es un alemán, éste es un japonés, éste es un
filipino y éste es un coreano. No puedo aceptar a tanta gente tan diferente”.
Consideremos a Cristo, quien es la raíz de un pueblo y el gobernante de otro; Él es todo-
inclusivo. Al recibir a los santos debemos igualmente ser abiertos a todos y recibir a la
gente del este, del sur, del oeste y del norte. No importa quiénes sean o qué sean,
debemos acoger a todos los creyentes juntos en el único Cuerpo. Creo que esto es lo que
significa recibir a los santos según Cristo.
En este mensaje y en el anterior tocamos cinco aspectos de la transformación que se
requiere al recibir a los creyentes: conforme a Dios, a la luz del tribunal, según el
principio del amor, con miras a la vida del reino y según Cristo. Debemos tener
presentes todos estos puntos y ponerlos en práctica. Si recibimos a los creyentes de esta
manera, obtendremos la bendición del Señor con esperanza, gozo y paz en el creer. Por
lo tanto, Pablo concluyó esta porción de Romanos con las palabras: “El Dios de
esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el
poder del Espíritu Santo” (v. 13). Al recibir a los creyentes según la manera que se nos
instruye en esta sección de Romanos, experimentamos al Dios de la perseverancia, de la
consolación y de toda esperanza. En la vida de iglesia adecuada, somos llenos de todo
gozo y paz con fe. En tal vida de iglesia experimentamos el poder del Espíritu Santo y
abundamos en esperanza. La vida de iglesia tiene mucho significado para nosotros;
debemos sumergirnos en ella y vivir en ella.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE TREINTA
En los mensajes anteriores, hemos abarcado siete secciones del libro de Romanos:
introducción, condenación, justificación, santificación, glorificación, elección y
transformación. Ahora llegamos a la última parte, la conclusión (15:14—16:27). Aunque
Pablo ha abordado muchos asuntos en el libro de Romanos, en esta sección nos presenta
algunos temas prácticos que podemos experimentar y nos revela plenamente la máxima
consumación del evangelio. Uso la palabra revelar porque muchos asuntos preciosos
habían estado cubiertos con un velo. En este mensaje deseo dar a conocer algunos de los
tesoros que están escondidos y encerrados en la última sección de Romanos.
Ninguna de las otras epístolas de Pablo tiene una conclusión tan larga como la Epístola
a los Romanos. ¿Por qué es tan larga esta conclusión? Dudo que alguno de entre
nosotros escribiera una carta de esta manera. Sin embargo, Pablo fue muy sabio y
profundo, sabiendo que después de la sección sobre la transformación, aun necesitaba
presentar la máxima consumación del evangelio de Dios, la cual es la vida práctica de
iglesia. Además, no escribió acerca de la vida de iglesia de una manera doctrinal, sino de
una forma sumamente práctica. Es por eso que en la conclusión no se halla doctrina
alguna; al contrario, todo lo que se encuentra en esta sección es algo que se puede
experimentar y poner en práctica. Como veremos, en esta sección Pablo nos habla del
celo que tenía por predicar el evangelio y de su deseo por visitar España. Él nos dice que
había recibido la carga de suplir las necesidades materiales de los santos de Judea y que
los creyentes gentiles querían ayudarlos.
En Romanos 16 aparecen cinco veces las palabras iglesia e iglesias. Si leemos este
capítulo cuidadosamente en el espíritu, nos daremos cuenta de que Pablo lo escribió con
un propósito definido. Toda referencia acerca de la iglesia en este capítulo tiene que ver
con la práctica y la experiencia. En Romanos 16:1 Pablo habla de Febe, una diaconisa de
la iglesia en Cencrea. En 16:4 él dice que las iglesias de los gentiles estaban agradecidas
con Prisca y con Aquila porque los dos habían arriesgado sus vidas por Pablo y también
por las iglesias. En 16:5 se menciona “la iglesia que está en su casa”, lo cual quiere decir
que la iglesia que estaba en Roma se reunía en la casa de Prisca y Aquila. En 16:16 Pablo
menciona las iglesias de Cristo y en 16:23 dice que Gayo era hospedador de toda la
iglesia. El versículo 20 es también muy importante: “El Dios de paz aplastará en breve a
Satanás bajo vuestros pies. La gracia de nuestro Señor Jesús sea con vosotros”. ¿De
quiénes son los pies bajo los cuales Satanás será aplastado por el Dios de paz? Son los
pies de aquellos que viven la vida de iglesia, y la gracia del Señor Jesús será
suministrada a ellos. Finalmente, Pablo envía saludos a muchos santos; casi todo el
capítulo se ocupa de esto. Admiro la excelente memoria de Pablo, porque él recordó los
nombres de muchos santos y mencionó sus características personales.
Necesitamos leer Romanos 15:16: “Para ser ministro de Cristo Jesús a los gentiles, un
sacerdote que labora, sacerdote del evangelio de Dios, para que los gentiles sean ofrenda
agradable, santificada por el Espíritu Santo”. Pablo era un ministro de Cristo, un siervo
público que servía a los creyentes gentiles impartiéndoles la persona de Cristo, o sea,
ministrando a Cristo a los creyentes gentiles. Él era como un mozo que servía las mesas
con deliciosos platillos. Pablo era un camarero en el salón de banquetes universal, y
como tal servía a Cristo a los demás. Todo aquel que se sentaba a la mesa quedaba
satisfecho con Cristo, y Cristo venía a ser el elemento de transformación dentro de su
ser. De manera que los gentiles fueron transformados con la esencia del Cristo
maravilloso y todo-inclusivo, quien es el Espíritu vivificante. Además, este versículo
revela que Pablo era un sacerdote, porque él laboraba como sacerdote “del evangelio de
Dios”. Como tal, él presentaba a los creyentes gentiles a Dios como una ofrenda
agradable con el fin de darle satisfacción. Él presentó como una ofrenda a Dios a los
mismos creyentes gentiles a quienes ministraba a Cristo.
B. Mediante la propagación
de la predicación del evangelio
Los gentiles pudieron ser ofrecidos a Dios como resultado de una amplia y extensa
predicación del evangelio (15:18-23). En 15:19 Pablo dice que “desde Jerusalén, y por los
alrededores hasta Ilírico, [había] cumplido la predicación del evangelio de Cristo”. En
los tiempos de Pablo, Ilírico era la región más remota del extremo nordeste de Europa.
Pablo predicó el evangelio desde Jerusalén, una ciudad culta, hasta la región más
remota e inculta de Ilírico. Además, él tenía el deseo de viajar hasta España (v. 24).
El evangelio que predicamos debe ser elevado. Nuestro evangelio no debe centrarse en ir
al cielo, sino en ministrar a Cristo a otros. Necesitamos predicar a Cristo a fin de que la
gente pueda ser santificada y transformada con la esencia misma de Cristo, de modo que
lleguen a ser una ofrenda agradable para Dios. Siempre y en todo lugar que nosotros,
como iglesia, prediquemos el evangelio, debemos hacerlo con la convicción de que
ministramos a Cristo a las personas, es decir, Cristo es el alimento que servimos a los
pecadores hambrientos. Debemos ministrarles a Cristo a fin de que Él entre en ellos
como el elemento de santificación que cambie totalmente su ser.
En Romanos 15:16 Pablo dice: “Para que los gentiles sean ofrenda agradable, santificada
por el Espíritu Santo”. Ser santificado significa ser separado, ser hecho santo por la
transformación en vida. Pablo consideraba a los creyentes gentiles como una ofrenda
grata para Dios. Anteriormente eran inmundos y estaban contaminados, pero llegaron a
ser santificados y hechos una ofrenda agradable a Dios. Ellos fueron transformados y
conformados a la imagen de Dios y de esta manera eran plenamente aceptados por Él, lo
cual fue el resultado de que Pablo ministrara a Cristo a los gentiles. Cuando Cristo fue
forjado dentro de ellos y así llegó a ser su mismo elemento, los gentiles se convirtieron
en una ofrenda corporativa para Dios, la cual había sido completamente saturada con
Cristo y empapada con Su esencia divina. Por lo tanto, ellos fueron presentados a Dios
para Su satisfacción.
La espiritualidad de muchos cristianos hoy en día no es nada práctica. Ellos dicen: “Yo
estoy por Cristo y lo llevaré a donde yo vaya, y no me preocuparé por el dinero ni por las
necesidades materiales”. El hecho de que usted dijera esto, puede significar que su
espiritualidad no es nada práctica. Considere el ejemplo del apóstol Pablo. Él fue a
Acaya y a Macedonia y ministró a Cristo en esas ciudades. ¿Cuál fue el resultado de
esto? Los creyentes gentiles contribuyeron con sus bienes materiales para cuidar a los
que antes eran sus enemigos, o sea, a sus hermanos judíos en Cristo. Después de que los
gentiles fueron convertidos, regenerados, santificados y transformados, su viejo corazón
les fue extirpado y les fue implantado un nuevo corazón, desde el cual surgió esa
preocupación por sus hermanos judíos. Expresaron su preocupación por ellos de una
manera práctica al darles sus bienes materiales. Ellos no dijeron: “Pablo, somos uno
contigo; cuenta con nuestro apoyo y nuestra oración y lleva nuestros saludos a los
queridos hermanos que están en la tierra santa”. Pablo dio un ejemplo de la vida
práctica de la iglesia al ir con Cristo y al regresar con contribuciones de bienes
materiales. Ésta es la comunión genuina en amor y la expresión práctica de interés por
el bienestar de los santos.
Ya vimos la relación que Pablo tenía con estos dos grupos de creyentes: con los gentiles,
a quienes ministró a Cristo, y con los judíos, a quienes llevó los bienes materiales. Ahora
bien, Romanos 15:29 revela la relación que Pablo tenía con un tercer grupo de creyentes:
los santos de Roma, a quienes esperaba ver en su camino hacia España. En este
versículo vemos que Pablo esperaba visitar a los santos en Roma: “Y sé que cuando vaya
a vosotros, llegaré con la plenitud de la bendición de Cristo”. Pablo no dice esto en
ninguna otra epístola. Él fue a los gentiles con Cristo, regresó a los hermanos judíos con
bienes materiales, y esperaba visitar Roma llevando la plenitud de la bendición de
Cristo. Ésta es la vida de iglesia: está llena de Cristo, llena del amor mostrado por la
repartición de los bienes materiales, y llena de la plenitud de la bendición de Cristo.
Anhelo ver en todas las iglesias del recobro del Señor que Cristo sea ministrado a la
gente por doquier, que esa gente responda con sinceridad y amor contribuyendo con sus
bienes materiales, y que también tengan una participación mutua de la plenitud de la
bendición de Cristo. No debemos sólo compartir enseñanzas doctrinales por doquiera
que vayamos. Adonde vayamos, debemos llevar la plenitud de la bendición de Cristo;
pero antes de que podamos ir con la plenitud de la bendición de Cristo, debemos
primero experimentarla nosotros mismos. Pablo pudo ir por todas partes compartiendo
la plenitud de la bendición de Cristo porque él tenía la plena experiencia de ella. Cuando
viajemos entre las iglesias, no llevemos con nosotros las doctrinas y los dones; más bien,
llevemos la plenitud de la bendición de Cristo. No se trata sólo de contribuir con
nuestros bienes materiales, aunque tal práctica de comunión es una expresión genuina
de la realidad de Cristo. Si tenemos esta realidad, nos derramaremos a nosotros mismos
como una expresión de nuestro amor para con los santos necesitados. Pablo fue muy
sabio al presentarnos un cuadro de la práctica apropiada de la vida de iglesia, no en
doctrina, sino en experiencia. Con Pablo vemos la experiencia de todas las riquezas de
Cristo. El hecho de que él fuese a la gente con la plenitud de la bendición de Cristo,
quiere decir que les ministró todas las riquezas de Cristo.
Ya indicamos que las palabras iglesia e iglesias se mencionan cinco veces en el capítulo
16 de Romanos. Ahora examinemos detalladamente cada una de las ocasiones en que se
mencionan. En el versículo 1 Pablo dice: “Os recomiendo a nuestra hermana Febe, la
cual es diaconisa de la iglesia que está en Cencrea”. Febe era una diaconisa, es decir, una
que servía a la iglesia. Pablo la tenía en tan alta estima que en el siguiente versículo dijo
que “ella ha sido protectora de muchos, y de mí en particular”. El término protectora en
el griego es una palabra de dignidad que denota una persona que ayuda, sustenta y
suministra. Un protector es alguien que está a nuestro lado sirviendo, nutriendo,
atendiendo y supliendo todas nuestras necesidades. El hecho de que Pablo haya usado
este término para referirse a Febe indica cuánto ella era valorada y estimada. Febe era
una hermana que servía a otros a cualquier precio y a cualquier costo. Si colaboramos en
serio con el Señor en la vida de iglesia, también debemos servir a la iglesia y cuidar de
ella sin escatimar el costo. Si no tenemos un corazón para cuidar de iglesia, somos
indignos de practicar la vida de iglesia. El requisito principal para practicar la vida de
iglesia es que le sirvamos. La hermana Febe fue una protectora de la iglesia. De igual
manera nosotros debemos ser unos servidores en la vida de iglesia.
En segundo lugar, Pablo indica que debemos estar dispuestos a arriesgar nuestras vidas
por la iglesia. Pablo, refiriéndose a Prisca y Aquila, dice en 16:4 que ellos “arriesgaron su
vida por mí; a los cuales no sólo yo doy gracias, sino también todas las iglesias de los
gentiles”. Debemos estar dispuestos aun a arriesgar nuestra propia vida por causa de la
vida de iglesia. Prisca y Aquila no estimaron su propia vida como preciosa a ellos, sino
que estuvieron dispuestos a velar por el interés de la iglesia aun a costa de su propia
vida. Por esa razón, todas las iglesias de los gentiles, esto es, de todo el mundo gentil,
estaban agradecidas con ellos. No piense que Pablo habló acerca de Prisca y Aquila de
una forma ligera. Él escribió esto con un propósito definido, indicando que si nosotros
verdaderamente amamos la iglesia del Señor, debemos estar dispuestos aun a arriesgar
nuestra propia vida por ella. Debemos estar dispuestos a pagar el precio no sólo por la
iglesia de nuestra localidad, sino también por todas las iglesias. A algunos santos
queridos sólo les interesa su localidad; esto es completamente erróneo. Prisca y Aquila
tenían el mismo interés por todas las iglesias. Aunque es correcto ser establecidos por el
Señor en alguna localidad específica, nuestro corazón debe ser lo suficientemente
amplio y ensanchado para abarcar a todas las iglesias.
Después de los saludos que muestran la comunión de cuidado mutuo entre los santos y
entre las iglesias, el apóstol declaró que el Dios de paz aplastaría a Satanás, y que lo
aplastaría en breve bajo los pies de los santos que están en la vida de iglesia (16:20). Si
no estamos en la iglesia y no practicamos la vida de iglesia, será difícil que Dios aplaste a
Satanás bajo nuestros pies. La vida de iglesia es el medio más fuerte por el que Dios
vence a Satanás. Siempre que nos separamos de la iglesia, nos convertimos en presa fácil
para Satanás, pues es difícil hacer frente a Satanás individualmente. Pero alabamos al
Señor porque cuando estamos en la iglesia y somos uno con el Cuerpo, Satanás es
puesto bajo nuestros pies y disfrutamos a Dios como el Dios de paz en la vida de iglesia.
Experimentamos y participamos de la paz de Dios al vencer al perturbador, Satanás;
pero mientras que este perturbador no esté bajo nuestros pies, nos será difícil tener paz.
Cuando él es aplastado bajo nuestros pies en la vida de iglesia, disfrutamos de la paz de
Dios como una prueba de nuestra victoria sobre el maligno. Así que, tanto el hecho de
que Satanás sea aplastado como el que disfrutemos de la paz de Dios, son experiencias
que obtenemos en la vida de iglesia.
El apóstol, después de proclamar que Dios aplastará a Satanás bajo los pies de aquellos
que están en la iglesia, les da su bendición, diciendo que la gracia del Señor Jesús estará
con ellos (16:20). Esto indica que en la vida de iglesia la gracia del Señor Jesús es
impartida a todos los santos. Los creyentes en su mayor parte pierden esta gracia
porque ellos están apartados de la vida de iglesia. Todos nosotros podemos testificar de
que tenemos un rico disfrute de la gracia del Señor cuando vivimos en las iglesias y
practicamos la vida del Cuerpo con todos los santos. La iglesia es el lugar donde el Señor
imparte Su gracia y donde podemos participar de ella. La iglesia no es solamente el lugar
donde podemos aplastar a Satanás bajo nuestros pies y experimentar al Dios de paz,
sino también el lugar donde podemos experimentar la rica gracia del Señor.
Leamos Romanos 16:25-27: “Al que puede confirmaros según mi evangelio, es decir, la
proclamación de Jesucristo, según la revelación del misterio, mantenido en silencio
desde tiempos eternos, pero manifestado ahora, y que mediante los escritos proféticos,
según el mandato del eterno Dios, se ha dado a conocer a todos los gentiles para la
obediencia de la fe, al único y sabio Dios, mediante Jesucristo, sea gloria para siempre.
Amén”. Esta alabanza, dada como conclusión, es semejante a una melodía. Pablo hace
mención de Dios como “el que puede confirmaros”. En Romanos 16 nuestra necesidad
ya no es ser salvos ni ser santificados, sino ser confirmados. Todo lo demás ya ha sido
realizado y únicamente nos falta ser confirmados. No somos confirmados por medio de
doctrinas ni verdades relacionadas con las varias dispensaciones, sino por medio del
evangelio, la predicación de Cristo y la revelación del misterio. ¡Oh, en estos días hay
una gran necesidad de que los santos sean rescatados de las doctrinas y prácticas
divisivas y de que sean confirmados por el evangelio puro y completo de Dios, por la
predicación y ministración del Cristo viviente y todo-inclusivo, y por la revelación del
misterio de Dios! Solamente el evangelio puro, el Cristo viviente y la revelación del
misterio de Dios pueden confirmarnos y guardarnos en unidad para la vida de iglesia.
Este misterio, el cual ha sido mantenido en silencio desde tiempos eternos y no ha sido
revelado, consta principalmente de dos aspectos: uno es el misterio de Dios (Col. 2:2),
que es Cristo, quien está en los creyentes (Col. 1:26-27) como su vida y su todo para que
sean miembros de Su Cuerpo; y el otro aspecto es el misterio de Cristo (Ef. 3:4-6), que es
la iglesia que, como Su Cuerpo, ha de expresar Su plenitud (Ef. 1:22-23). Por lo tanto,
Cristo y la iglesia son el gran misterio (Ef. 5:32). Romanos primeramente nos dice cómo
los creyentes han sido bautizados en Cristo (6:3), cómo Cristo ha sido forjado en los
creyentes (8:10) y cómo los creyentes se han vestido del Señor Jesucristo (13:14). Luego
nos revela cómo los creyentes son edificados juntamente en un solo Cuerpo (12:4-5)
para expresar a Cristo. De esta manera las iglesias han llegado a existir en muchas
ciudades de una forma práctica y local, donde todos los santos se aman y tienen
comunión los unos con los otros y con todas las iglesias, expresando así el Cuerpo de
Cristo para el cumplimiento del misterio de Dios. Ésta es la máxima consumación del
evangelio completo de Dios. Por medio de esto Satanás es aplastado bajo los pies de los
santos (16:20), la gracia de Cristo es impartida a todos los santos (v. 20) y la gloria es y
será para Dios por la eternidad (v. 27). El Dios eterno ha dado a conocer este misterio a
todos los gentiles para la obediencia de la fe.
En primer lugar, Romanos nos muestra a Dios en Su obra de creación (1:19-20). Dios es
invisible; sin embargo, las cosas invisibles de Él, Su eterno poder y Su naturaleza divina,
se ven con toda claridad, siendo percibidas por medio de las cosas creadas por Él.
En segundo lugar, Romanos nos revela a Dios en la condenación que ejerce sobre la
humanidad (cap. 2). El hombre, después de haber sido creado, cayó y se convirtió en
pecador, lo cual introdujo la condenación de parte de Dios.
Después de esto, Romanos nos presenta al Dios de la redención (cap. 3). La condenación
que Dios ejerce sobre el hombre revela que éste necesita ser salvo. Sin embargo, el justo
Dios, para poder salvar al hombre pecador, requiere que éste sea redimido.
Además de esto, Dios se revela a nosotros por medio de la identificación con Cristo (cap.
6). Dios no sólo nos reconcilió consigo mismo, sino también nos identificó con Cristo.
Nacimos en Adán, pero Dios nos trasladó de Adán a Cristo. En Romanos 6 Dios llegó a
ser el Dios de la identificación, habiendo ya realizado una gran obra para poder
hacernos uno con Él. Dios nos identificó consigo mismo en Cristo.
El libro de Romanos también revela que Dios puede ser disfrutado por nosotros en la
glorificación (cap. 8). Nos conoció de antemano, nos predestinó, nos llamó y nos
justificó. Ahora nos santifica y en el futuro nos glorificará (vs. 29-30).
Además, Dios se nos revela aun más en Su amor, el cual asegura nuestro destino (vs. 31-
39). Mediante la justificación Él nos hizo partícipes de Su justicia; mediante la
santificación Él forja Su santidad dentro de nuestro ser; y en la glorificación Él nos
introducirá en Su gloria. Su amor es la garantía de todo esto.
Al final, Dios es glorificado en el Cuerpo de Cristo (cap. 12). En este capítulo vemos que
Dios está en el Cuerpo. Aquí Él no es solamente Dios en el espíritu de los creyentes, sino
Dios en una entidad colectiva y corporativa.
Por último, Romanos nos revela que Dios es expresado en la vida de iglesia (cap. 16). El
Cuerpo de Cristo es espiritual y universal, y tiene que ser expresado prácticamente en
distintas localidades como iglesias. Dios es expresado en Cristo, Cristo es expresado en
Su Cuerpo, y el Cuerpo de Cristo es expresado en las iglesias. Cuando llegamos a
Romanos 16, descubrimos que Dios está en las iglesias locales. Por un lado, Dios se
encuentra en nuestro espíritu; pero por otro, Él está en todas las iglesias locales.
Los maestros cristianos en su gran parte dicen: “Miren hacia adelante, hacia el futuro.
Éste es un mundo maligno y esta era está en tinieblas. Por eso, debemos mirar adelante
y esperar en el futuro”. Sin embargo, ésta no es la actitud de Pablo en el libro de
Romanos. Si nosotros hubiéramos escrito Romanos, habríamos añadido otro capítulo en
el cual habríamos dicho: “Queridos hermanos, mirad la situación presente tan
deplorable. Debemos esperar en el futuro, en el día en que seamos arrebatados.
Entonces estaremos en los cielos”. No obstante, Pablo no habló de esta manera en
Romanos y debe haber tenido una razón por la cual no lo hizo. Aunque a los cristianos
les gusta soñar con un futuro en el cielo, Pablo sabía que lo que el Señor desea es que las
iglesias se manifiesten en la tierra. Nosotros miramos hacia el futuro, pero el Señor
desea primeramente que se practique la vida de iglesia en el presente. Pablo sabía que el
Señor estaba satisfecho con obtener iglesias locales sobre la tierra.
Si usted estudia todos los libros del Nuevo Testamento, descubrirá que ningún otro libro
aparte de Romanos termina con una melodía tal como la que encontramos en los
últimos tres versículos del capítulo 16 de este libro. Aunque algunos se refieren a estos
versículos como una doxología o bendición, yo prefiero llamarlos una melodía. Cuando
Pablo escribió estas palabras, estaba entusiasmado, contento y satisfecho. Ni siquiera el
libro de Apocalipsis concluye con semejante melodía. En Romanos 16 tenemos las
iglesias locales, y cuando tenemos éstas, tenemos lo suficiente para estar entusiasmados,
contentos y satisfechos. Una vez que tenemos las iglesias locales, ¿qué más necesitamos?
Después de que Pablo reveló la vida de iglesia, incluyendo muchas de las virtudes y
atributos de los santos queridos, él estuvo muy feliz y concluyó su epístola con una
melodía de alabanza.
Pablo concluyó ofreciendo sus alabanzas y diciendo: “Al que puede confirmaros según
mi evangelio, es decir, la proclamación de Jesucristo, según la revelación del misterio,
mantenido en silencio desde tiempos eternos” (16:25). No necesitamos nada más.
Simplemente necesitamos reconocer que Dios nos ha dado todo, y luego mantener lo
que ya tenemos. Pablo dijo que Dios puede confirmarnos según su evangelio, y no según
el evangelio de Marcos o Lucas. ¿Cuál es la diferencia entre los evangelios de Marcos o
Lucas y el evangelio de Pablo? En Marcos y Lucas tenemos la salvación, pero en ninguno
de ellos encontramos las iglesias. Sin embargo, el evangelio de Pablo incluye las iglesias
y presenta un cuadro de la vida de la iglesia local, mencionando a personas como Febe,
quien servía a la iglesia, y a Prisca y a Aquila, quienes arriesgaron sus propias vidas por
las iglesias. Nunca olvide que el evangelio de Pablo tiene dieciséis capítulos, y no ocho ni
doce.
Vuelvo a decir que Pablo estaba entusiasmado y satisfecho al final del libro de Romanos.
Dios empezó desde la creación y alcanzó la cumbre con las iglesias locales. Por lo tanto,
Romanos es un extracto de toda la Biblia. La Biblia empieza en Génesis con la creación y
concluye en Apocalipsis con la Nueva Jerusalén, la cual es el conjunto de todas las
iglesias locales y la consumación de toda la obra edificadora de Dios. Romanos concluye
con las iglesias locales, y la Biblia en conjunto concluye con la Nueva Jerusalén como la
totalidad de todas las iglesias locales. Ésta es la perspectiva desde el punto de vista de
Dios.
Ahora debemos considerar la perspectiva desde nuestro lado. En el capítulo 1 vimos que
éramos pecadores y que ninguna cultura ni religión podía ayudarnos. Sin importar la
clase de personas que éramos, todos estábamos bajo la condenación de Dios. Nuestros
problemas empezaron a ser resueltos en el capítulo 3 con la redención que Cristo
efectuó. Luego vinieron la justificación, la reconciliación, la identificación, la
santificación, la conformación, y finalmente la glorificación. Después de esto, llegamos
al capítulo 12, donde nos encontramos en el Cuerpo de Cristo, en el proceso de
transformación. Hemos llegado a ser miembros del Cuerpo. Muchos cristianos están
satisfechos con la experiencia de Romanos 8; se conforman con ser santos y espirituales.
Sin embargo, otros van más allá y hablan acerca del Cuerpo según se revela en Romanos
12. No obstante, si uno les pregunta al respecto, descubrirá que muchos de ellos están
desilusionados y dicen: “Nosotros sabemos que sí existe el Cuerpo, pero no podemos
practicarlo. ¿Dónde está el Cuerpo? ¿Cómo podemos experimentarlo y practicarlo?”
Algunos cristianos usan las expresiones la vida del Cuerpo y el ministerio del Cuerpo,
pero lo que entienden por el ministerio del Cuerpo es que unas cuantas personas
ministran en lugar de un solo pastor. Ése es su concepto del ministerio del Cuerpo. Por
lo tanto, debo preguntarles: ¿Dónde está el Cuerpo? Muchos cristianos que buscan más
del Señor simplemente no pueden encontrarlo ni tienen la manera de ponerlo en
práctica.
La mayoría de los que hablan del Cuerpo presentado en Romanos 12, han descuidado la
práctica mostrada en Romanos 14. Sin embargo, es imposible tener la realidad del
capítulo 12 sin tener la práctica del capítulo 14. Sin Romanos 14 no podemos tener el
Cuerpo, porque sin la práctica de recibir a los creyentes revelada en dicho capítulo, los
cristianos permanecerán divididos por sus conceptos doctrinales. Las doctrinas dividen;
la vida une. La historia cristiana ha demostrado plenamente que ninguna doctrina
edifica; toda doctrina es facciosa. Sin importar si la doctrina es bíblica o no, correcta o
incorrecta, aun así divide al Cuerpo. El cristianismo ha sido cortado en miles de pedazos
por causa de tantas doctrinas diferentes. Sin excepción, cada doctrina ha producido una
secta o un grupo disidente. Debemos darnos cuenta de que no solamente las doctrinas
heréticas dividen, sino aun las doctrinas más correctas, sanas, fundamentales, bíblicas y
espirituales. Por lo tanto, no debemos dedicar nuestra atención a las doctrinas. En vez
de eso, deberíamos orar: “Señor, rescátanos de todos los conceptos doctrinales. Señor,
atráenos sólo a Ti. Tú eres nuestro único concepto; nuestro concepto es Cristo”. Cristo es
uno solo; las doctrinas son muchas; Cristo debe ser nuestro único concepto.
Esto fue lo que Pablo quiso decir cuando nos pidió ser de un mismo sentir según Cristo
Jesús (15:5). Los creyentes judíos en los tiempos antiguos observaban muchos
principios doctrinales. También muchos de los creyentes gentiles se adherían a ciertos
conceptos filosóficos. La historia eclesiástica nos muestra que durante los tiempos del
apóstol Pablo, el contexto religioso de los judíos y el trasfondo cultural de los gentiles
provocaron muchos problemas en la vida de iglesia. Aunque los judíos y los gentiles eran
creyentes genuinos del Señor Jesús, trajeron consigo sus conceptos de acuerdo con su
trasfondo y los introdujeron en la vida de iglesia. Los judíos trajeron consigo sus
creencias religiosas, y los gentiles, sus conceptos filosóficos. Algunos llamados creyentes
gentiles consideraron que su filosofía concordaba con muchas de las enseñanzas
bíblicas. Como resultado, a los santos les era difícil ser uno. Así que, Pablo les instó a
abandonar sus conceptos doctrinales por causa de la unidad. Pablo exhortó por igual a
los creyentes judíos y gentiles a que acudieran a Cristo, y que lo tomaran a Él como su
único concepto y como su vida. Pablo dijo a aquellos creyentes que Cristo era para
todos, tanto para los de la circuncisión como para los gentiles. Cristo es la raíz de Isaí, la
fuente de provisión para todos los judíos, como también Aquel que se levanta para
enseñorearse de los gentiles. Cristo rige a los gentiles con dulzura y gracia, trayéndoles
sanidad. Cristo abraza a ambos pueblos, a judíos y a gentiles, y los reúne en un solo
Cuerpo. De manera que debemos olvidar nuestro pasado, ya sea judío o gentil, nuestro
contexto, ya sea filosófico o religioso, y centrarnos en el Cristo que es nuestro concepto
único. No debemos tener nada, sólo a Cristo. Si alguien le preguntara acerca de su
filosofía, usted debe contestar: “No conozco ninguna filosofía; sólo conozco a Cristo”. Y
si alguien le pregunta acerca de su religión, debe responder: “No tengo ninguna religión;
sólo tengo a Cristo. Él es mi vida y mi todo”. Cristo es la raíz de Isaí y también el que
gobernará sobre los gentiles.
¿Cómo podemos discernir a aquellos que vienen a nosotros con palabras lisonjeras? Hay
una sola manera de hacerlo. Debemos preguntarnos si lo que dicen causará división. No
debemos aceptar nada que cause división, a pesar de cuán suaves y agradables puedan
parecernos las palabras. Debemos rechazar todo lo que sea contrario a la enseñanza del
libro de Romanos; debemos renunciar a ello enérgicamente. Además, debemos
alejarnos de aquellos que hablen de tal manera. Si Pablo hizo frente a esa clase de
dificultad en su tiempo, ciertamente la misma también ocurrirá en nuestro tiempo
debido a la sutileza del enemigo. Así que, mientras nos encontremos felices, animados y
alabando al Señor por la vida de iglesia, debemos mantener el ojo vigilante por causa de
aquellos que causan divisiones. No debemos dejarnos engañar por las palabras suaves
de los hombres, sino que debemos formularnos la pregunta: ¿Son estas palabras
contrarias a la enseñanza del apóstol; pueden causar división? Debemos prestar
atención a la advertencia que nos da el apóstol Pablo en el último capítulo de Romanos.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE TREINTA Y DOS
Sin embargo, antes de empezar a examinar dichos asuntos, quisiera decir algo acerca del
concepto básico de este libro. Romanos es un libro bastante largo, formado de dieciséis
capítulos. Indudablemente Pablo hizo lo posible por condensar en estos capítulos todo
lo relacionado con la salvación. En toda clase de literatura se puede encontrar el
pensamiento básico del cual depende toda la obra. Sucede lo mismo con el libro de
Romanos. Ya que Romanos es un libro extenso e incluye muchos puntos, para la
mayoría de los lectores es difícil descubrir cuál es el pensamiento básico.
Ahora necesitamos considerar las secciones principales del libro de Romanos. De todos
los libros de la Biblia, Romanos tiene la mejor organización y, por eso, es fácil
subdividirlo. Está dividido en tres secciones principales: los capítulos del 1 al 8
componen la primera sección, los capítulos del 9 al 11, la segunda, y los capítulos del 12
al 16, la tercera. En este mensaje dejaremos a un lado por el momento la segunda
sección, y sólo consideraremos la primera y la última.
LA SALVACIÓN PERSONAL
La primera sección trata de la salvación personal de los individuos que creen en Cristo.
En otras palabras, esta sección sólo trata sobre la salvación personal; en ella no vemos el
Cuerpo. Tenemos los muchos hermanos de Cristo, pero no vemos los muchos miembros
del Cuerpo. En el capítulo 8 leemos acerca de los muchos hermanos del Primogénito (v.
29). Aunque los muchos hermanos son indudablemente los miembros del Cuerpo de
Cristo, el capítulo 8 no se refiere a ellos como miembros, sino como hermanos del Hijo
primogénito. En el capítulo 8 el concepto no ha avanzado aun lo suficiente para llegar al
tema del Cuerpo; al contrario, sigue siendo un asunto de la vida divina que produce los
muchos hijos. Así que, los muchos hijos no son llamados los muchos miembros del
Cuerpo de Cristo, sino los muchos hermanos del Hijo primogénito.
En el Nuevo Testamento el Hijo de Dios está relacionado con la vida. Si tenemos al Hijo
de Dios, tenemos la vida (1 Jn. 5:11-12). Si no tenemos al Hijo, no tenemos la vida.
Debido a que tenemos la vida divina, hemos llegado a ser hermanos del Hijo
primogénito. Ahora Dios no sólo tiene al único Hijo, el Unigénito, sino que también
tiene muchos hijos, los hermanos del Primogénito.
La última sección de Romanos, del capítulo 12 al 16, trata del Cuerpo, esto es, de la vida
de iglesia. Los muchos hermanos mencionados en el capítulo 8 llegan a ser los
miembros del Cuerpo mencionados en el capítulo 12. Esto no es cuestión de vida, la cual
se trata plenamente en la primera sección, sino de función. El hecho de ser un hijo es
una cuestión de vida, pero el de ser un miembro del Cuerpo tiene que ver con nuestra
función. Todos debemos ejercer nuestras funciones juntamente como el Cuerpo para
expresar a Cristo.
El Cuerpo debe ser expresado de manera práctica en todas las iglesias locales. En otras
palabras, las iglesias locales son la expresión práctica del Cuerpo de Cristo. El Cuerpo de
Cristo es la expresión de Cristo mismo, y Cristo es la expresión de Dios. Dios es
expresado en Cristo, Cristo es expresado en el Cuerpo, y el Cuerpo es expresado en las
iglesias locales. Por lo tanto, en el capítulo 16 tenemos las iglesias: la iglesia que estaba
en Cencrea (v. 1); la iglesia que estaba en Roma, la cual se reunía en la casa de Prisca y
Aquila (vs. 3, 5); las iglesias de los gentiles (v. 4); y las iglesias de Cristo (v. 16). Nosotros
ahora estamos en las iglesias. ¡Aleluya! El Cuerpo está en las iglesias, Cristo está en el
Cuerpo, y Dios está en Cristo. ¡Cuán maravilloso es esto! Si vemos esto, entonces vemos
el concepto básico de este libro.
Este asunto merece toda nuestra atención. La primera sección de Romanos trata sobre
la salvación personal, y la última abarca el Cuerpo, el cual no tiene que ver con la
salvación del individuo, sino con la función corporativa. La primera sección trata sobre
la salvación del individuo, y la última, sobre la función corporativa. Esta función
corporativa es el Cuerpo, el cual se expresa como iglesias locales en cientos y aun miles
de localidades. Ésta es la razón por la cual Pablo escribió el capítulo 16 de una manera
tan maravillosa, es decir, conforme a la experiencia práctica por medio de saludos, y no
conforme a la doctrina. Por medio de estos saludos, Pablo abrió una ventana por la cual
podemos observar las iglesias del primer siglo. Romanos 16 es una ventana. ¡Alabado
sea el Señor por esta ventana! Sin este capítulo, no podríamos saber con claridad lo que
sucedía en las iglesias de aquellos tiempos.
A partir de Romanos 5:12, Pablo no pone en evidencia lo que hemos hecho, sino lo que
somos. Hemos sido constituidos pecadores (5:19). Aun antes de que hubiéramos pecado,
ya habíamos sido constituidos pecadores. Tomemos como ejemplo un manzano. Antes
de dar manzanas, ya es manzano. Este árbol da manzanas porque es manzano. Si no
fuera manzano, no sería capaz de dar manzanas. De la misma manera, nosotros
cometemos pecados porque somos pecadores. No piense que llegamos a ser pecadores
porque cometemos pecados. Al contrario, cometemos pecados simplemente porque
somos pecadores, tal como el manzano da manzanas simplemente porque es manzano.
No diga: “Yo no soy un pecador, pues no hago cosas malignas. Yo siempre me comporto
bien”. Aunque usted sea bueno, aun así es un pecador, porque nació siendo un pecador.
Usted fue constituido pecador aun antes de haber nacido. Cuando llegamos a este
mundo, llegamos como pecadores. No piense que usted llegó a ser pecador después de
haber nacido. No. Usted fue constituido pecador en Adán, mucho antes de nacer. Éste es
el concepto de Pablo. Así que, en nuestra conducta somos pecaminosos, y en nuestro ser
somos constituidos pecadores.
¿Cómo puede Dios hacer hijos de tales pecadores? Él puede hacerlo sólo por medio de
tres cosas: Su justicia, Su santidad y Su gloria. En Romanos Pablo nos dice que Dios
puso Su justicia sobre nosotros y que la contó como nuestra (4:22-24). Esto significa que
Dios nos ha dado Su justicia. Ya que hemos sido vestidos con la justicia de Dios,
podemos decir: “Yo soy justo porque estoy en la justicia de Dios; he sido completamente
cubierto con Su justicia”. ¿Cómo se realiza esto? ¿Cómo puede la justicia de Dios ser
contada como nuestra? Es por medio de la muerte redentora de Cristo. Ya que la justicia
de Dios fue contada como nuestra por medio de la muerte de Cristo, nuestros hechos
pecaminosos han sido borrados de nuestra cuenta, y la justicia de Dios cubre ahora todo
nuestro ser. Ésta es la justicia de Dios dada a nosotros como nuestra cubierta mediante
la muerte redentora de Cristo. Cristo murió en la cruz para que nosotros pudiéramos
obtener la justicia de Dios. Dios puso Su justicia sobre nosotros, tal como el padre puso
la mejor túnica sobre el hijo pródigo que regresó a casa. En la parábola de Lucas 15 el
padre dijo a sus siervos: “Sacad pronto el mejor vestido, y vestidle” (v. 22). Esta
vestidura significa la justicia de Dios, la cual es Cristo. ¡Alabado sea el Señor porque la
justicia de Dios fue puesta sobre nosotros! La justicia de Dios cubre todo lo que hemos
hecho. Esto ha sido plenamente realizado por medio de la muerte redentora de Cristo.
En algunas ocasiones tal vez parezca que esta infusión es temporal, que no penetra tan
profundamente en nuestro ser. Puede parecerse a un arco iris que se asoma por un
momento en el cielo: al tratar de localizarlo, se desvanece. A veces nuestra santidad es
semejante a esto. Podemos ser santos y estar apartados, pero sólo por unos minutos. Por
ejemplo, cierta hermana puede ser muy santa al terminar la vigilia matutina, pero
después de unos minutos puede actuar como el mismo diablo. Sin embargo, por
temporal que pueda parecer nuestra santidad, es un hecho que estamos bajo la infusión
de Dios, y que Él nos satura con Su elemento. Él sigue saturándonos; por eso, no
debemos desanimarnos. Tarde o temprano, el comportamiento diabólico se habrá ido.
Llegará el tiempo en que no seremos capaces de actuar como el diablo aunque nos lo
propusiéramos. Seremos personas plenamente santificadas con la naturaleza de Dios.
EL CORAZÓN DE DIOS
Como hicimos notar en un mensaje anterior, después que Pablo nos muestra cómo obra
la justicia de Dios, cómo Su santidad nos satura, y cómo Su gloria nos glorifica, él nos
muestra el corazón de Dios (8:31-39). Dios hace tanto por nosotros simplemente porque
nos ama. Nos ama con un amor eterno. Desde la eternidad pasada Él nos amó, y nos
sigue amando hasta el día de hoy. Su corazón es nuestra base, nuestra seguridad, y Su
amor es nuestra salvaguarda. Usted no debe dudar en absoluto de su salvación personal.
Dios le ama a usted y Él le asegura que todo lo realizará a su favor. Si usted coopera con
Él, Él lo hará fácilmente, pero si no coopera con Él, Él encontrará algunas dificultades;
no obstante, finalmente conseguirá Su objetivo. Aunque usted le ocasione algunas
dificultades, nunca podrá estorbarlo. Las dificultades no significarán mucho para Él.
Tarde o temprano usted dirá: “Padre, te adoro porque Tú me amas, me escogiste, me
predestinaste, me llamaste y me justificaste. Te alabo, Señor, porque Tú me has
santificado y aun glorificado. Heme aquí, en Tu gloria”. Un día todos oraremos de esta
manera. Dejaremos de alabar a Dios por cosas como carros y casas. En lugar de eso, le
alabaremos por Su justicia, Su santidad, Su gloria y Su amor. Ésta es la estructura de los
primeros ocho capítulos del libro de Romanos.
EN LA CARNE
Después de comprender que morimos con Cristo, debemos también entender que no
tenemos ya nada que ver con la ley. Debido a que hemos muerto, estamos libres,
libertados, de la ley (7:6). No debemos regresar a la ley. Regresar a la ley significa
decidir hacer el bien. Siempre que usted determine hacer el bien, estará volviendo a la
ley. Si usted ora: “Oh, Dios, ayúdame a ser humilde de ahora en adelante”, estará
regresando a la ley. Aunque usted ore a Dios, no acude a Él sino a la ley. Consideremos a
un esposo que se arrepiente de no amar a su esposa. Él hace una determinación de amar
a su esposa de ahora en adelante y pide al Señor que le ayude a amar más a su esposa.
Esta oración indica que él está regresando a la ley. Puedo asegurarle que él no será capaz
de amarla; cuanto más trate de amarla, más fracasara en hacerlo. Él se encontrará a sí
mismo en Romanos 7, en la situación de no poder hacer lo que desea hacer, y de hacer lo
que no quiere (7:19). Aunque usted quiera amar a su esposa, no es capaz de hacerlo. Tal
vez usted determine no enojarse nunca más, pero finalmente usted terminará
enojándose más que nunca. ¿Por qué? Porque acudir a la ley es ir a la fuente equivocada.
Aún no ha comprendido que es un caso completamente perdido y desahuciado.
Debemos rechazarnos a nosotros mismos y decirle al yo: “No confío en ti. No debes
determinar hacer nada por ti mismo. Tú no eres capaz de hacer nada”. Siempre que un
esposo es tentado a tomar la decisión de amar a su esposa, inmediatamente debe decir:
“Satanás, apártate de mí. Yo nunca intentaré hacer esto. En cambio, rechazaré al yo. Mi
yo debe llegar a su fin”.
No debemos proponernos a hacer el bien. Pablo dijo: “Porque el querer el bien está en
mí, pero no el hacerlo” (7:18). Pablo añadió: “Porque no hago el bien que quiero, sino el
mal que no quiero, eso practico” (7:19). Por lo tanto, en el siguiente versículo él
concluyó: “Mas si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en
mí” (7:20). Ya hicimos notar que ésta fue la experiencia de Pablo antes de que fuera
salvo, pero casi todos los cristianos pasan por esta misma experiencia después de ser
salvos. Si no tenemos tal experiencia, no será posible que seamos puestos al descubierto,
y no nos daremos cuenta de que somos un caso sin esperanza.
Tal vez aun hoy usted ha decidido hacer el bien. Es muy natural y fácil ejercitar la
voluntad para hacerlo. Cuando estamos un tanto fríos para con el Señor, tal vez no nos
propongamos hacer el bien por amor de Él. Sin embargo, una vez que estamos avivados
y regresamos al Señor, inmediatamente determinamos hacer el bien. Cada vez que
resolvemos hacer el bien, fabricamos un mandamiento, una ley creada por nosotros
mismos para nosotros mismos. Ésa no es la ley dada por Moisés, sino una ley
establecida por el yo. No obstante, el principio es el mismo. Ya sea la ley dada por
Moisés o la ley estipulada por el yo, el resultado será que estaremos puestos al
descubierto.
Hace muchos años solía orar: “Oh, Señor, no quiero enojarme con mi esposa. Deseo ser
un buen esposo y amar a mi esposa siempre. Señor, ayúdame a amarla”. De acuerdo con
mi experiencia, el Señor nunca ha contestado dichas oraciones mías. De hecho, cuanto
más oraba pidiendo no perder la paciencia, más la perdía. Si no oramos pidiendo esto,
es posible que no nos enojemos por una o dos semanas, pero tan pronto oremos acerca
de ello, nos enojaremos poco después que terminemos de orar. Durante los años
pasados muchas hermanas han venido a mí diciendo que han orado para tener una
buena actitud con sus esposos e hijos, pero que el mismo día en que oraban, sus
actitudes eran peores que nunca. Cuando la gente me hacía tales preguntas en los
primeros años de mi ministerio, me encontraba en la misma situación que ellos.
Hablando doctrinalmente, les contestaba que eso les sucedía para que ellos se dieran
cuenta de lo que eran en realidad. Esto es simplemente una doctrina para nosotros hasta
que un día somos forzados a entender que no somos buenos en absoluto. Una vez que
vemos esto, nunca más volveremos a decidir hacer el bien; y en vez de ello acudiremos a
Romanos 8.
EN EL ESPÍRITU
En el mensaje anterior vimos que el pensamiento central del libro de Romanos consiste
en que Dios transforma a los pecadores haciéndolos hijos con el fin de formar con ellos
el Cuerpo de Cristo. Éste es el concepto básico de este libro, y no la justificación por fe.
Si no tenemos esta perspectiva, recibiremos un entendimiento muy superficial del libro
de Romanos. Finalmente, este libro no es simplemente para nuestra salvación personal;
es para la formación del Cuerpo de Cristo.
CUATRO ESTACIONES
Sin embargo, por la gracia del Señor, otros cristianos persiguen lo que llamamos la vida
más profunda o la vida interior. La justificación sola no les satisface, y por eso persiguen
algo adicional, algo más alto, rico y profundo. Dichos creyentes finalmente llegan a la
estación de la santificación descrita en Romanos 8.
¿En cuál de estas cuatro estaciones se encuentra usted? Yo tengo la plena seguridad de
que estoy en la cuarta estación. Dios ha estado transformando a los pecadores en hijos
de Dios, y sigue haciéndolo. Estos hijos de Dios son los miembros que constituyen el
Cuerpo de Cristo para expresarle. Ya vimos que Dios está en Cristo, Cristo está en Su
Cuerpo, y Su Cuerpo está en las iglesias locales. Éste es el concepto básico y el
pensamiento central del libro de Romanos. Si no lo vemos, sufrimos de miopía
espiritual.
RESOLVER EL PROBLEMA
DE LO QUE HEMOS HECHO Y DE LO QUE SOMOS
Dios primeramente tenía que resolver el problema de nuestros hechos pasados antes de
realizar la tarea de hacer de los pecadores hijos Suyos para formar con ellos el Cuerpo de
Cristo. ¿Aún recuerda las cosas que usted hizo antes de ser salvo? Si usted me hiciera
esta pregunta, yo le contestaría: “Por favor, no me recuerde eso. Lo que yo hice en el
pasado fue demasiado sucio, maligno y detestable. No quiero hablar acerca de ello”. Si
usted piensa que sus hechos pasados no fueron tan malos, permítame preguntarle si
usted alguna vez robó algo. Cuando alguien me dice cuán bueno es, yo le pregunto si
alguna vez ha robado. Ninguno de nosotros puede jactarse de su pasado. Dios no puede
aceptarnos como Sus hijos por causa de nuestro pasado tan maligno; por eso, Él tiene
que terminar con él.
Dios resolvió no sólo el problema de lo que hemos hecho, sino también el que
corresponde a lo que somos. Aun después de ser salvos no somos tan buenos. Todos
causamos problemas para los demás. La esposa es un problema para el esposo, y el
esposo es un problema para la esposa. Los hijos causan problemas para los padres, y los
padres, para los hijos. Yo soy un problema para mis vecinos, para mis parientes políticos
y para mi querida esposa e hijos. ¡Gracias a Dios que Él resuelve el problema de lo que
somos!
La muerte de Cristo en la cruz termina con todos nuestros hechos pasados, y el Cristo
resucitado que vive en nosotros se encarga de lo que somos. Mediante Su muerte
obtuvimos la justicia y, como resultado, estamos justificados ante Dios. Por medio de
esto, el problema de nuestro pasado fue resuelto. Ahora Cristo vive en nuestro interior,
forjando la santidad de Dios en nuestro ser para efectuar en nosotros una santificación
subjetiva. La muerte de Cristo nos trajo la justicia de Dios, pero el hecho de que Cristo
more en nosotros forja la santidad de Dios dentro de nuestro ser. De esta manera Él
resuelve el problema de lo que somos. Al terminar con nuestro pasado mediante Su
muerte y al resolver el problema de lo que somos al vivir en nosotros, Él transforma
pecadores en verdaderos hijos de Dios.
Por maravilloso que esto sea, todavía no es el final del proceso, pues en Su venida el
Señor nos glorificará. Él introducirá nuestro cuerpo mortal en la gloria de Dios,
transfigurando nuestro cuerpo de muerte en un cuerpo de gloria. En aquel momento
seremos introducidos en la plena filiación. Su muerte obtuvo la justicia de Dios a
nuestro favor, Su vivir en nosotros forja la santidad de Dios dentro de nuestro ser, y Su
venida nos introducirá en la gloria divina a fin de que participemos de la plena filiación.
PUESTOS EN CRISTO
Romanos 5:19 dice: “Por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos
pecadores”. Es posible pensar que por ser salvos hemos dejado de ser pecadores. En
cierto sentido estoy de acuerdo con eso. No obstante, aún tenemos el elemento
pecaminoso de nuestra antigua constitución. Somos pecadores constituidos con el
pecado. No somos pecadores porque hemos pecado. Al contrario, somos pecadores
porque fuimos constituidos con el pecado. Aun antes de haber nacido, ya éramos
pecadores. Sin importar si somos buenos o malos, todos los hombres fuimos
constituidos pecadores.
Romanos 6:3 dice que fuimos bautizados en Cristo Jesús, lo cual significa que fuimos
introducidos en Él. Nacimos en Adán, pero fuimos introducidos en Cristo. Nacimos en el
dominio, la esfera y el elemento de Adán, pero fuimos trasladados al dominio, a la esfera
y al elemento de Cristo. Éste es un hecho que no depende de nuestros sentimientos.
Cuando digo que usted nació en Adán, puede ser que usted argumente: “Yo no siento
que haya nacido en Adán”. No importa si lo siente o no, es un hecho. Por ejemplo, es un
hecho que yo estoy en los Estados Unidos, aunque yo sienta que estoy en Taiwán. En
esto podemos ver que nuestros sentimientos pueden ser engañosos. Yo puedo sentir que
soy un rey, pero en realidad no soy un gran hombre. Quizás sienta que soy muy bueno,
pero es posible que en realidad sea muy deficiente. En cuanto a los hechos espirituales,
no debemos depender de nuestros sentimientos.
Romanos 6:6 dice: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente
con Él para que el cuerpo de pecado sea anulado, a fin de que no sirvamos más al pecado
como esclavos”. Por medio de la muerte de Cristo, nuestro viejo hombre fue terminado.
Incluso ya ha sido sepultado. ¿Sabe usted que su viejo hombre fue crucificado y
sepultado juntamente con Cristo? Si creemos que estamos en Cristo, entonces debemos
también creer que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con Él. Ya sea que
sintamos o no que esto es así, es un hecho verdadero que nuestro viejo hombre está
muerto y sepultado. Por lo tanto, Pablo dice: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre
fue crucificado juntamente con Él”. En Cristo, nuestro viejo hombre fue hecho a un lado.
Ya que nuestro viejo hombre fue crucificado y sepultado, “el cuerpo de pecado” fue
“anulado” (6:6). Por causa de la caída, nuestro cuerpo es un cuerpo de pecado. Como tal,
sirve sólo para cometer pecados. En este cuerpo no hay nada sino pecado. Por lo tanto,
en 7:19 y 20 Pablo dice: “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero,
eso practico. Mas si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en
mí”. El pecado que mora en nuestro cuerpo hace que éste sea “el cuerpo de pecado”. Por
más cansados que estemos, nuestro cuerpo es muy activo siempre que se le presenta la
oportunidad para pecar. Por ejemplo, algunas personas pueden participar en juegos de
azar durante tres días y noches sin comer ni dormir apropiadamente. Pero no existe un
empleado que pueda trabajar por setenta y dos horas sin dormir; al contrario, se
quejaría si fuera obligado a hacerlo. Sin embargo, en una mesa de apuestas, nadie jamás
se queja de cansancio, pues todos son muy vigorosos debido a su cuerpo de pecado.
Nunca he sabido de un apostador que haya dicho que está cansado y que quiere retirarse
a descansar. Aun si su esposa le rogara que regresara a casa, él se quedaría jugando
varias horas más. Esto indica que el cuerpo nunca se cansa de pecar, aunque pueda
cansarse fácilmente de hacer otras cosas. Cuando los padres le encargan a sus hijos
hacer su tarea escolar, los hijos a menudo dicen: “Oh, estoy muy cansado, y además no
me siento bien”. Pero en cuanto a hacer lo pecaminoso, su cuerpo está lleno de energía.
Ya que nuestro viejo hombre fue sepultado con Cristo, el cuerpo de pecado ha quedado
desempleado. Ha sido anulado ya que la persona pecaminosa, el viejo hombre, fue
crucificado. El cuerpo no es la persona pecaminosa, sino el instrumento pecaminoso, el
medio por el cual una persona hace cosas pecaminosas. Pero una vez que la persona sea
sepultada, el cuerpo de pecado queda desempleado. Esto quiere decir que hemos sido
librados del pecado. Ya que nuestro viejo hombre fue crucificado y sepultado con Cristo,
estamos libres del pecado. Éste es el asunto principal de Romanos 6.
EL PROBLEMA DE LA LEY
En el momento de la caída del hombre, el pecado entró en él. Sin embargo, el hombre no
se dio cuenta de cuán pecaminoso era. Esto hizo necesario que Dios le diera la ley, con el
fin de exponer la pecaminosidad del hombre. Aunque la ley no debería haber sido un
problema para el hombre, no obstante, llegó a serlo. La intención de Dios al darle al
hombre la ley, era ponerlo al descubierto y convencerlo de su pecaminosidad. Pero
aunque el hombre fue expuesto por los requisitos de la ley, aun así se rehusó a admitir
que era pecaminoso. En lugar de eso, usó la ley de una manera inadecuada, como
queriendo decir: “La ley es excelente. Por tanto yo cumpliré con todos sus requisitos”. La
intención de Dios era usar la ley para poner de manifiesto al hombre, pero el hombre
pensó que él podía guardarla. No obstante, el propósito con el cual Dios dio la ley fue
cumplido: cuanto más el hombre ha tratado de guardar la ley, más la ha quebrantado, y
mientras más la ha quebrantado, más ha quedado puesto al descubierto. Por lo tanto, no
sólo tenemos el problema del pecado, sino también el de la ley.
Ya vimos que el problema del pecado queda resuelto en Romanos 6, pero ¿cómo
podemos resolver el problema de la ley? En Romanos 7 encontramos la manera de
librarnos de la ley. Descubrimos que así como nos libramos del pecado, nos libramos de
la ley, a saber: somos librados mediante la muerte del viejo hombre. En el capítulo 6
nuestro viejo hombre es el pecador, pero en el capítulo 7 este viejo hombre asume el
papel de esposo. El viejo hombre no debía haber asumido el papel de esposo; en realidad
debería ser esposa. El viejo hombre no mantuvo su propia posición, la de esposa, sino
que asumió la posición de esposo. ¡Alabado sea el Señor porque el viejo hombre, como
pecador y esposo pretendido, ha sido crucificado y sepultado! Ahora estamos libres del
pecado y de la ley. Este asunto es presentado en la primera parte de Romanos 7.
EL PROBLEMA DE LA CARNE
LIBRADOS DE LA CARNE
AL ANDAR CONFORME AL ESPÍRITU
Como hemos visto, Romanos 5 dice que nosotros fuimos constituidos pecadores. Como
tales, tenemos los problemas del pecado, de la ley y de la carne. Somos librados del
pecado mediante la crucifixión de nuestro viejo hombre, de la persona pecaminosa.
Somos librados de la ley por la crucifixión de nuestro viejo hombre, de aquel que asume
indebidamente el papel de esposo. Encontramos la manera de ser librados de la carne en
Romanos 8, donde vemos que somos librados de la carne al andar conforme al espíritu.
Cuando andamos conforme al espíritu, espontáneamente somos librados de la carne.
Pero si no andamos conforme al espíritu, permanecemos en la carne, aunque podamos
ser libres del pecado y de la ley. La única manera de librarnos de la carne es estar en el
espíritu y andar conforme a él.
En los capítulos del 5 al 8 vemos cuatro asuntos principales. El asunto principal del
capítulo 5 es que nosotros fuimos constituidos pecadores. En el capítulo 6 el asunto
principal es que nuestro viejo hombre fue crucificado y, por lo tanto, fuimos librados del
pecado. En el capítulo 7 lo principal consiste en que nuestro viejo esposo fue crucificado
y que fuimos librados de la ley. Y lo principal del capítulo 8 es que cuando estamos en el
espíritu y andamos conforme a él, somos librados de la carne y ya no le debemos nada.
“Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la
carne” (8:12).
Necesitamos aplicar esto a nuestra vida diaria. Supongamos que ofendo a un hermano
mientras trabajo con él. Por un lado, yo lo amo sinceramente, pero por otro, no puedo
evitar ofenderlo. Después de ofenderlo, mi conciencia me molesta; entonces voy al
Señor, le confieso mi falta, recibo Su perdón, y Su sangre me limpia. Inmediatamente
después de eso, hago una determinación y digo: “Jamás volveré a actuar de esta manera.
De ahora en adelante nunca volveré a dirigirme a este hermano de la forma en que lo
hice”. Luego me arrodillo y oro: “Oh, Señor, Tú me has perdonado. Señor, te pido que de
ahora en adelante Tú me ayudes a nunca volver a hacer esto otra vez”. Poco después de
orar de esta forma, regreso a trabajar con este hermano. Por alguna razón, el trabajar
con él esta vez me resulta insoportable, por lo que después de unos minutos pierdo la
paciencia y cometo el mismo error. De nuevo me arrepiento, confieso, pido perdón, y
aplico la sangre, pero esta vez me siento avergonzado por haber fallado a la resolución
que había hecho y empiezo a sentir que esta manera no funciona. No obstante, más
tarde durante ese día vuelvo a tomar la determinación de intentarlo de nuevo y pido al
Señor que me ayude una vez más.
Romanos 7:18 dice: “El querer el bien está en mí, pero no el hacerlo”. El querer hacer el
bien y nunca perder la paciencia está siempre en nosotros. Sin embargo, no somos
capaces de cumplir eso que queremos. En 7:19 Pablo dice: “Porque no hago el bien que
quiero”. La manera en que me relacioné con el hermano en el ejemplo antes
mencionado, fue espiritual sólo a medias, pues acudí por una parte a la misericordia y a
la gracia, y por otra, a la ley. Hice una confesión, apliqué la sangre y le pedí al Señor
perdón. Todo esto tiene que ver con la gracia. Pero después hice una determinación de
hacer el bien y oré pidiendo éxito. Hice esto de acuerdo con la ley. Al confesar y aplicar
la sangre, acudí a Romanos 3 y 4, lo cual fue correcto; pero cuando quería hacer el bien,
o sea, cuando hice la determinación de ejercitar mi voluntad, acudí a Romanos 7. Todo
cristiano ha cometido este error, tal vez cientos o aun miles de veces. Cuando era joven
yo cometía este error hasta cincuenta veces en un solo día. Siendo uno que
verdaderamente buscaba la santidad, descubrí que a menudo tenía pensamientos
impuros. Por ejemplo, yo podía estar hablando amablemente con un hermano
externamente, pero en mi interior sentía antipatía o incluso desprecio hacia él. Como
esto era pecaminoso, más tarde oraba: “Oh Dios, Padre mío, perdóname por despreciar
a mi hermano en mi corazón. Límpiame con Tu sangre. De ahora en adelante ayúdame a
no hacer esto más”. Luego hablaba con otro hermano, y volvía a suceder lo mismo. No
obstante, cuando no oraba al Señor de esta manera, no me sentía perturbado; y aun si
trataba de despreciar a un hermano, no podía hacerlo. Pero después de orar acerca de
ello, empezaba a despreciar a los hermanos. Esta situación continuó por años. Un día
descubrí que había estado viviendo en Romanos 7. El querer hacer el bien estaba en mí,
pero no el hacerlo.
¿Qué debemos hacer entonces? No debemos ejercitar más nuestra voluntad. Sin
embargo, no es fácil dejar de hacerlo. Siempre que sea tentado a ejercitar su voluntad,
debe decir: “Diablo, apártate de mí. No dejaré que me engañes ni te escucharé”. En lugar
de ejercitar nuestra voluntad, debemos poner nuestra mente en el espíritu. Ésa es la
clave. Debemos practicar sólo esto: poner nuestra mente en el espíritu y andar conforme
a él. No se preocupe de los que sucederá si algún hermano lo impacienta. Si usted sigue
ejercitando su voluntad, fracasará, pero si pone su mente y todo su ser en el espíritu, y
actúa de acuerdo con el espíritu, será librado de la carne de una manera práctica. ¡Qué
diferencia tan grande usted verá en su vivir diario! Necesitamos practicar esto. No
debemos permanecer en Romanos 5, 6 ni 7, sino en Romanos 8 donde ponemos nuestra
mente en el espíritu, y vivimos, andamos y nos comportamos conforme a nuestro
espíritu. Entonces experimentaremos una plena liberación del pecado, de la ley y de la
carne.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE TREINTA Y CINCO
LIBRADOS DE LA MUERTE
(1)
Ya vimos que el enfoque central de la revelación hallada en este libro consiste en que
Dios transforma pecadores en hijos Suyos con el fin de formar con ellos el Cuerpo de
Cristo. Dios se expresa en el Hijo, el Hijo se expresa en el Cuerpo, y éste se expresa en
las iglesias locales. Antes de que llegáramos a ser hijos, fuimos constituidos pecadores
(5:19), no sólo en nombre y en posición, sino aun en nuestra constitución. Nosotros
fuimos constituidos pecadores debido a que el pecado había entrado en nuestro ser.
Es necesario que cierto elemento sea añadido a un organismo para que esté constituido
de dicho elemento. Conforme a la manera en que Dios nos creó, nosotros fuimos
hombres buenos y justos. Sin embargo, debido a la caída de Adán, el pecado fue
inyectado en nuestro ser. Cuando el hombre cayó, no simplemente cometió un error o
hizo algo indebido; si éste fuera el caso, su caída no habría tenido consecuencias tan
serias. De hecho, en la caída sucedió algo más serio que un simple error, a saber: el
pecado fue inyectado en el propio ser del hombre.
Supongamos que una madre tiene una botella de veneno en casa. Ella lo guarda en
cierto lugar y le advierte a su hijo pequeño que nunca debe tocar esa botella. Un día,
mientras la madre se encuentra fuera de casa, el niño pequeño, preguntándose lo que
habrá en dicha botella, la alcanza, la abre y toma del veneno. Cuando la madre se da
cuenta de lo que ha sucedido, ella no se preocupa tanto por el error que su hijo ha
cometido, sino por el veneno que éste ha ingerido. La mayoría de los cristianos piensa
que el hombre simplemente desobedeció a Dios, que cometió un error al tomar del fruto
del árbol del conocimiento. Muy pocos comprenden que cuando el hombre comió del
fruto del árbol del conocimiento, algo maligno y aun satánico entró en él. En la caída del
hombre, un elemento maligno y satánico se inyectó en éste, el cual en la Biblia es
llamado el pecado. El pecado no es simplemente un asunto de mentir o robar. Tales
cosas son el fruto del pecado, y no el pecado mismo. El pecado es la naturaleza misma
de Satanás, el maligno.
En los capítulos del 5 al 8 de Romanos hay muchos indicios de que el pecado tiene
características de una persona viva: el pecado entró (5:12), reina (5:21), puede
enseñorearse de nosotros (6:14), nos engaña (7:11), nos mata (7:11) y mora en nosotros
(7:17). Una vez que el pecado, el elemento maligno de Satanás, fue inyectado en el
hombre, éste fue constituido pecador. Ahora nosotros, en lugar de ser hombres justos,
somos constituidos pecadores. La cantidad de bien o mal que hayamos hecho no cambia
en nada la situación, porque el pecado está ahora en nuestro ser. Aunque nuestros
hechos no sean tan pecaminosos exteriormente, interiormente tenemos una naturaleza
pecaminosa.
El pecado trae como resultado varias cosas. Ha introducido la carne y la ley. Por lo
tanto, tenemos los problemas del pecado, de la carne y de la ley. Pero tenemos un
problema más, el resultado final del pecado, el cual es la muerte. Donde hay pecado, hay
muerte. En Romanos 5:12 Pablo dice: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por
medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los
hombres, por cuanto todos pecaron”. La muerte entra por el pecado y reina por medio
de él. De aquí que, el pecado trae como consecuencia tres elementos negativos: la ley, la
carne y la muerte.
Romanos 5 revela que nosotros fuimos constituidos pecadores, y Romanos 6 revela que
“el cuerpo de pecado” ha sido “anulado” (6:6) ya que nuestro viejo hombre fue
crucificado con Cristo. Mediante la muerte de este viejo hombre, somos librados del
pecado. Hicimos notar en el mensaje anterior que somos librados del pecado en
Romanos 6, de la ley en Romanos 7, y en Romanos 8, de la carne. Somos librados del
pecado porque nuestro viejo hombre fue crucificado. La muerte del viejo hombre hizo
que el cuerpo de pecado quedara desempleado, anulado. Debido a que el cuerpo de
pecado perdió su empleo, no tenemos que servir más al pecado como esclavos. Esto
quiere decir que hemos sido librados del pecado. De igual manera, fuimos librados de la
ley gracias a que el viejo marido murió y fue sepultado. En el momento de ese funeral,
nos casamos con nuestro nuevo marido. Al perder a nuestro viejo marido y al casarnos
con el nuevo, somos librados de la ley. Según se revela en Romanos 8, somos librados de
la carne al andar conforme al espíritu. En resumen, somos librados del pecado porque
nuestro viejo hombre fue crucificado y el cuerpo de pecado fue anulado; somos librados
de la ley al sepultar a nuestro viejo marido y al casarnos con uno nuevo; y somos
librados de la carne al andar conforme al espíritu.
LA OPERACIÓN DE LA MUERTE
No obstante, ahora debemos enfrentar otro problema, el cual trata de cómo podemos ser
librados de la muerte. Si hemos de saber esto, necesitamos entender lo que es la muerte.
Todo hombre se encuentra bajo el reinado de la muerte y bajo su operación. Dentro de
cada persona viva hay algo que la Biblia llama la operación de la muerte. Supongamos
que cierto hermano ama al Señor. Una mañana, mientras tiene comunión con Él, decide
que desde ese día en adelante él siempre honrará y obedecerá a sus padres, amará a su
esposa y será amable para con sus hijos. Éste es el deseo de su corazón. Además,
también decide nunca más enojarse. Sin embargo, poco tiempo después se levanta una
situación difícil, y pierde la paciencia de nuevo. Tal vez usted diga que esto es fruto de la
operación del pecado. Estoy de acuerdo con eso, pero la consecuencia del pecado es la
muerte; es la muerte la que actúa en nosotros. Después de ser picados por el aguijón de
la muerte, nosotros quedamos tan débiles que no importa cuánto nos esforcemos por
honrar a nuestros padres, o amar a nuestra esposa, simplemente no somos capaces de
hacerlo.
En Romanos 7:7-8 Pablo dice: “Pero yo no conocí, el pecado sino por la ley; porque
tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: ‘No codiciarás’. Mas el pecado, tomando
ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia”. La codicia no es un asunto
externo, sino un deseo interior. Un día un misionero en la China le decía a su cocinero
que todos los hombres eran pecadores. El cocinero discutió con él y le dijo que él era una
persona honrada y que nunca había robado nada a nadie. Al discutir y argumentar entre
sí, se descubrió que aun mientras razonaban acerca de la pecaminosidad y de la
honradez, el cocinero estaba pensando acerca del caballo del misionero y de cómo podía
tomar posesión de él. Al momento el misionero le dijo: “Eso es codicia, y la codicia es
pecaminosa”. En Romanos 7 Pablo también usa la codicia como un ejemplo. ¡Cuán
difícil le es al hombre dominar la codicia! Cuanto más tratemos de no codiciar, más
codiciosos nos volvemos. El apóstol Pablo estaba tratando de ser recto, santo y perfecto.
Pudo tener éxito al menos hasta cierto grado. Pudo abstenerse de robar, pero no pudo
evitar la codicia. De hecho, aprendió que le era imposible controlar su codicia. Por lo
tanto, él clamó: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?” (7:24).
“ESTA MUERTE”
Cuando Pablo mencionó “esta muerte”, ¿qué quería decir? Él quería decir que esa
muerte, en forma de codicia, lo mataba constantemente. De igual manera, algo dentro
de nosotros nos mata a cada minuto del día. Si somos ociosos o descuidados, no lo
percibiremos. Pero si nos esforzamos por ser rectos, santos, espirituales y perfectos,
descubriremos que en lugar de alcanzar la perfección, estamos siendo constantemente
invadidos por la muerte. Para experimentar la muerte no es necesario esperar hasta que
envejezcamos y estemos a punto de morir físicamente. Incluso con la muerte física
morimos poco a poco. Cada día morimos un poco más, aunque sigamos viviendo.
Cuanto más viejos nos volvemos, más morimos. Supongamos que usted recibe setenta
dólares. Si gasta cinco dólares, sólo le quedarán sesenta y cinco. Y cuando usted haya
gastado sesenta y nueve dólares y noventa y nueve centavos, únicamente le quedará un
centavo. De igual manera, nosotros estamos gastando la duración de nuestra vida.
Seamos jóvenes o viejos, estamos muriendo gradualmente. Yo soy un hombre viejo con
muchos nietos, y cuando ellos me dicen cuántos años tienen, a veces pienso: “Ustedes no
están viviendo, sino muriendo”.
La muerte es un asunto muy profundo; mata nuestro cuerpo, alma y espíritu. Ahora
mismo está matando el cuerpo, la mente, la voluntad y la parte emotiva; incluso mata el
corazón y especialmente el espíritu. Ésta es la razón por la cual muchos vienen a las
reuniones de la iglesia en condiciones de muerte. Se sientan en las reuniones sin orar ni
funcionar porque están muertos y sepultados. Es imposible para tales muertos
exclamar: “¡Alabado sea el Señor!”. Algunos hermanos están muertos en las reuniones
porque se han peleado con sus esposas. Aun si usted se siente interiormente infeliz con
su esposa, aunque no tenga ningún altercado externamente con ella, su espíritu estará
muerto. En algunas ocasiones los hermanos que llevan la delantera me preguntan por
qué tantos hermanos y hermanas no funcionan en las reuniones. Yo les he dicho que
esto se debe a que aquellos santos están muertos y en un ataúd. ¿Cómo pueden esperar
que un muerto funcione? No se los puede exhortar ni imponerles reglamentos. En lugar
de eso, es necesario hacer algo que los resucite y que los levante del sepulcro. Entonces
hablarán en las reuniones. Mi argumento es que todos tenemos algo en nosotros que la
Biblia llama la muerte. No debemos pensar que la muerte nos llegará sólo en el futuro.
En realidad la muerte puede estar en nosotros ahora mismo de una manera
prevaleciente. Aunque se le nombra muerte, en realidad es muy activa y fuerte; es
mucho más poderosa que nosotros. Por nosotros mismos nunca podremos derrotarla.
Hemos visto que debido al elemento del pecado que mora en nuestro ser, nosotros
fuimos constituidos pecadores. El fruto del pecado es la muerte, la cual nos mata y hace
que seamos invadidos por la muerte. Hoy no solamente tenemos el problema del
pecado, sino además el de la muerte. El hecho de que el pecado y la muerte se hallan
juntos es demostrado por Romanos 8:2, donde dice: “Porque la ley del Espíritu de vida
me ha librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte”. La ley del pecado y de
la muerte no son dos leyes diferentes, sino una sola ley con dos elementos: el pecado y la
muerte. Donde se encuentra la ley del pecado, también está la ley de la muerte.
EL CUERPO DE PECADO Y
EL CUERPO DE MUERTE
Romanos 6:6 habla del “cuerpo de pecado” y 7:24, del “cuerpo de esta muerte”. El
cuerpo de pecado es muy activo y posee mucha energía para cometer hechos
pecaminosos. Cuando estamos por hacer las cosas de Dios, a menudo nos sentimos
cansados, soñolientos, y tenemos gran necesidad de descanso. Sin embargo, cuando se
nos presenta la oportunidad de hacer algo pecaminoso, el cansancio desaparece porque
el cuerpo de pecado es muy vigoroso. Aunque el cuerpo de pecado es fuerte, el cuerpo de
muerte es muy débil. Si se trata de participar en las diversiones mundanas, el cuerpo de
pecado es muy activo, pero si se trata de asistir a las reuniones de la iglesia, el cuerpo de
muerte es demasiado débil. El cuerpo de muerte puede llevarnos a decir: “No puedo ir a
la reunión, no me siento muy bien; además, mi hijo no me dejó dormir bien anoche. Me
siento muy débil y agotado; necesito quedarme a descansar”. Dependiendo de lo que se
trate, el mismo cuerpo puede ser el cuerpo de pecado o el cuerpo de muerte. En cuanto
al pecado, el cuerpo es muy fuerte, pero en cuanto a Dios, es muy débil. Cuando nuestro
espíritu está avivado, viviente y ejercitado, nuestro cuerpo no siente ningún cansancio.
Pero cuando nuestro espíritu está frío o tibio, no sentimos ningún deseo de ir a la
reunión y preferimos quedarnos en casa a descansar. Algunas hermanas tal vez digan:
“He estado bastante ocupada durante los últimos tres días y me siento exhausta. No
puedo ir a la reunión; necesito descansar”. Aunque esto parece ser muy razonable, en
realidad es una excusa falsa.
Como hemos visto, en 7:24 Pablo clamó: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este
cuerpo de muerte?”. La manera de ser librados de esta muerte se encuentra en 8:2. Es
por medio del Espíritu de vida. Necesitamos volvernos a nuestro espíritu y andar
conforme a él. No debemos hacer caso al cansancio que sentimos, pues la mayoría de las
veces que nos sentimos cansados, dicho cansancio es una falsedad. Cuando llega la hora
de ir a la reunión, no digamos que nos sentimos cansados, pues es una mentira que no
debemos creer. Tampoco debemos esforzarnos por cumplir con cierto requisito, pues no
dará resultados. Lo que tenemos que hacer es en realidad muy sencillo: volvernos a
nuestro espíritu, estar en el espíritu y actuar, comportarnos y andar conforme al
espíritu. Si hacemos esto, el Espíritu de vida infundirá vida incluso a nuestros cuerpos
mortales. Aquellos que se sienten motivados por el Señor para ayunar, pueden pasar
días sin comer ni sentir hambre ni cansancio, porque viven no por su propia fuerza
física, sino por la fuerza que proviene de su espíritu. El espíritu en su ser se convierte en
la fuente de poder para su vida. Si los incrédulos ayunaran de esta manera, estarían
desfalleciendo de hambre después de sólo uno o dos días, pero si nosotros los creyentes
somos guiados por el Señor a ayunar, y si lo hacemos en el espíritu, podemos continuar
por muchos días sin ningún problema. Durante ese tiempo, viviremos no por nuestra
propia fuerza natural, sino por la fortaleza que proviene de nuestro espíritu. Desde
nuestro espíritu, el Espíritu que mora en nosotros imparte vida a nuestro cuerpo mortal.
Según este mismo principio somos librados de la muerte.
Si permanecemos en silencio en las reuniones, es una señal de que somos afectados por
la muerte, es decir, la muerte está operando en nosotros para matarnos. En dichas
ocasiones debemos volvernos a nuestro espíritu y alabar al Señor. Si estamos cansados
de asistir a las reuniones, de orar y de tener comunión con los santos, eso también es
una señal de que somos afectados por la obra aniquiladora y debilitante de la muerte. Si
queremos ser librados de esto, debemos volvernos a nuestro espíritu y decir: “¡Alabado
sea el Señor! ¡Señor Jesús! ¡Aleluya! ¡Amén!”. Inmediatamente sentiremos que el poder
y la fortaleza que brotan de nuestro espíritu estarán siendo transmitidos a nuestro
cuerpo mortal.
Después de que este Cristo vivifique el espíritu de usted, Él quiere vivificar los miembros
de su cuerpo de muerte. Tengo la confianza de que Cristo está en el espíritu de usted y
su espíritu es vida, pero lo que me preocupa es que Cristo no haya podido impartir vida
a los miembros de su cuerpo de muerte, es decir, a su cuerpo mortal. Por una parte,
nuestro cuerpo es un cuerpo de muerte; por otra, es un cuerpo mortal. ¡Alabado sea el
Señor que en Romanos 8:11 vemos la forma en que la vida puede ser suministrada a
nuestro cuerpo de muerte! La manera es permitir que Cristo more en nosotros, que haga
Su hogar en nuestro ser. La palabra griega traducida “morar en” no es la palabra que se
traduce “permanecer”; proviene de la misma raíz que la palabra usada en Efesios 3:17,
donde habla de que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones. Esta raíz significa
“casa” u “hogar”. Por lo tanto, no es la palabra ordinaria que se traduce “permanecer”,
sino una palabra con mayor peso relacionada con el hecho de que Cristo haga Su hogar
en nosotros.
Cristo desea ganar más lugar en nosotros y hacer Su hogar en nuestro interior; pero es
posible que no tenga la libertad para establecer Su hogar en nuestro ser.
Indudablemente, nuestro espíritu es vida, pero tal vez no tengamos vida en nuestro
cuerpo. Podemos tener a Cristo en nuestro espíritu, pero no expresarlo. Algunos han
dicho que clamar y alabar es una práctica vana, pero si esto es verdad, ¿por qué sólo
algunos pueden decir: “¡Alabado sea el Señor!” y otros no pueden? Muchos pastores no
pueden decir esto porque, en cierto sentido, a ellos se les dio muerte. Hace algunos años
un joven se puso de pie en una conferencia y dijo que él no estaba de acuerdo con la
práctica de invocar el nombre del Señor Jesús. Pero mientras él hablaba,
espontáneamente clamó: “¡Oh, Señor Jesús!”. Ha habido muchos casos como éste.
Muchos no alaban al Señor porque su espíritu está débil y su cuerpo, el cual no ha sido
vivificado por el Cristo que mora en los creyentes, está en condiciones de muerte por
causa de la muerte que mora en ellos. Sin embargo, si permitimos que Cristo gane al
menos una pulgada de terreno dentro de nosotros, la vida será suministrada a nuestro
cuerpo mortal. Se extenderá de nuestro espíritu a los miembros de nuestro cuerpo, los
cuales están en condiciones de muerte, y empezaremos a alabar al Señor. Cuanto más
alabemos al Señor, más poder recibirá todo nuestro ser.
No podemos negar que los elementos del pecado y de la muerte están en nosotros.
¡Cómo agradecemos al Señor que tenemos también un elemento llamado “el Espíritu de
vida”! Además, tenemos el elemento del Cristo que mora en nosotros. Con tantos
elementos que están en nuestro ser, la pregunta que surge es: ¿Cuáles elementos
usaremos para “cocinar”? Una ama de casa cuenta con muchos ingredientes en su
cocina, pero todo depende de cuáles elementos ella escoge para cocinar. Necesitamos
siempre volvernos a nuestro espíritu y vivir conforme al espíritu. Si hacemos esto, el
Cristo que mora en nuestro interior será muy real para nosotros, y veremos cuán
ilimitado es Él. Gradualmente Él se extenderá de nuestro espíritu a nuestro cuerpo
mortal. De esta manera seremos completamente librados de la muerte.
Cuando somos librados del pecado, de la ley, de la carne y de la muerte, llegamos a ser
personas que son verdaderamente liberadas. Como tales, ya no estamos bajo el pecado,
la ley, la carne ni la muerte. La manera de ser librados de todas estas ataduras es
permitir que nuestro viejo hombre sea crucificado, que nuestro viejo marido sea
sepultado, y además debemos volvernos al espíritu, poner nuestra mente en el espíritu y
andar conforme al espíritu. Si hacemos esto, con el tiempo seremos completamente
librados. Lo dicho aquí tal vez sea sencillo y breve, pero si lo ponemos en práctica y lo
experimentamos, veremos cuán ilimitado, profundo e insondable es.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE TREINTA Y SEIS
LIBRADOS DE LA MUERTE
(2)
Romanos 5:12 dice: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por medio de un
hombre, y por medio del pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, por
cuanto todos pecaron”. El hecho de que el pecado entrara en el mundo quiere decir que
entró en la humanidad. El pecado entró en la humanidad por medio de un hombre,
Adán. Además, por medio del pecado entró la muerte. El pecado vino primero, y la
muerte después le siguió. Donde esté el pecado, allí está la muerte.
Romanos 5:17 dice: “Por el delito de uno solo, reinó la muerte por aquel uno”. La muerte
no sólo entró en el mundo, sino que vino para reinar. Hasta ahora la muerte reina como
si fuera un rey.
Romanos 6:23 dice: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida
eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. La paga es algo que recibimos por el trabajo que
hacemos. Si lo que hacemos es la obra del pecado, recibiremos la paga que le
corresponde, la cual es la muerte. Por ejemplo, cuando uno se enoja, hace la obra del
pecado, y el pago por hacer esta obra es la muerte. Cuando alguien trabaja tiempo extra,
recibe un salario más alto. De igual manera, si nuestro pecado es leve, recibiremos un
pago menor, pero si pecamos gravemente, recibiremos un pago mucho mayor.
En Romanos 7:11 Pablo dice: “Porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento,
me engañó, y por él me mató”. Según este versículo, el pecado hace dos cosas: nos
engaña, y nos mata. Matar a alguien es darle muerte. Por eso, decimos que el pecado nos
mata, porque nos da muerte. Esto ocurre mediante la ley, porque el pecado toma
ocasión por medio del mandamiento. En cierto sentido, el pecado se aprovecha de la ley
para darnos muerte.
Antes de que fuéramos salvos o sintiéramos el deseo de buscar al Señor, es posible que
nos enojáramos muchas veces sin percibir que nos había invadido la muerte. La razón
de esto era que nunca habíamos decidido no enojarnos más. Pero después de ser salvos
y antes de sentir cierta urgencia de buscar más del Señor, oramos: “Oh, Señor, soy un
creyente que busca más de Ti y, como tal, yo sé que no debo perder la paciencia, ya que
esto daña lo que de Ti testifico ante mi familia y mis amigos. Por lo tanto, decido que de
ahora en adelante nunca más volveré a enojarme”. Al orar de esta manera nos
imponemos una ley muy estricta a nosotros mismos con respecto a no perder la
paciencia. Esta nueva ley llega a ser nuestro onceavo mandamiento. Moisés sólo nos dio
diez mandamientos, pero nosotros creamos un onceavo mandamiento, a saber: no
perder la paciencia. Sin embargo, cuando perdemos la paciencia, después de haber
estipulado tal mandamiento, nuestro mal genio nos da muerte. Nuestro mal carácter
toma ventaja del mandamiento creado por nosotros mismos, para matarnos. Si usted se
enoja en la mañana, puede ser que permanezca en muerte durante todo el día. No
obstante, cuando se enojaba en el pasado, no tenía la sensación de que estaba en
muerte, porque aún no había creado la ley referente a no perder la paciencia.
Este ejemplo nos muestra que debemos ser cuidadosos de no crear nuestras propias
leyes. Cuanto más leyes inventemos, más ellas nos darán muerte. Recordemos que el
pecado siempre toma ventaja del mandamiento para matarnos espiritualmente.
En Romanos 7:24 Pablo proclama: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará del cuerpo de
esta muerte?”. En este versículo Pablo habla de “esta muerte”, y esta muerte es la misma
que se menciona en Romanos 7. Es muy importante saber qué es la muerte según la
revelación y explicación hallada en este capítulo. Siempre que decidimos cumplir la ley,
algo en nuestra carne se levanta, combatiendo contra la ley del bien en nuestra mente, y
nos derrota, llevándonos cautivos y dándonos muerte. Pero si no tomamos ninguna
decisión de esforzarnos por cumplir los mandamientos, tal elemento en nuestra carne
permanece dormido. Sin embargo, siempre que determinamos hacer el bien con el fin
de agradar a Dios, dicho elemento se despierta y parece decir: “¿Qué? ¿Pretendes hacer
el bien para agradar a Dios? Permíteme demostrarte que no eres capaz de hacerlo. Te
venceré y te daré muerte”. Así que, el pecado en la carne se levanta, nos derrota, nos
atrapa y nos da muerte. Esto nos hace sufrir lo que Pablo llama “esta muerte”.
En Romanos 7 el problema no es el infierno ni el diablo, sino “el cuerpo de esta muerte”.
Nuestro cuerpo tiene en él algo horrible llamado “esta muerte”. Para existir necesitamos
un cuerpo, pero nuestro cuerpo ya no es puro, sino un cuerpo terrible: el cuerpo de esta
muerte. Cuando determinamos hacer el bien para agradar a Dios, algo en este cuerpo se
resiste y nos da muerte.
De Romanos 7:24 proseguimos al asunto de la ley del pecado y de la muerte que se nos
presenta en Romanos 8:2. Aunque es difícil encontrar la terminología adecuada que
exprese en qué consiste esta ley, sí nos es fácil tener un entendimiento de ella a la luz de
nuestra experiencia. Por ejemplo, nos es fácil aplicar la electricidad al usar aparatos
electrodomésticos, pero nos es difícil definir la electricidad. Así pues, en lugar de
intentar definir lo que es la ley del pecado y de la muerte, debemos hablar acerca de ella
basándonos en nuestra experiencia.
El pecado y la muerte son dos elementos distintos, pero ambos son regidos por una
misma ley. La ley del pecado es la ley de la muerte, y la ley de la muerte es la ley del
pecado. Ésta es la razón por la que Romanos 8:2 habla de la ley del pecado y de la
muerte. El pecado obra de tal modo que introduce la muerte, y ésta opera siguiendo al
pecado. Estos dos elementos siempre van juntos. Todo pecado, aun la más pequeña
debilidad, introduce la muerte.
PONER LA MENTE EN LA CARNE
Romanos 8:6 dice: “Porque la mente puesta en la carne es muerte”. Poner la mente en la
carne quiere decir ejercitar la mente de tal modo que se ocupe por las cosas de la carne.
Por ejemplo, poner la mente en las modas mundanas o en los anuncios de los periódicos
equivale a ponerla en las cosas de la carne. De igual manera, poner nuestra atención en
las debilidades de nuestra esposa o esposo, es poner la mente en la carne. El resultado
de esto es muerte.
Claro está que la muerte causada por el hecho de haber puesto la mente en la carne no
es la que le hace a uno morir físicamente y ser sepultado. No; esta muerte tiene otros
síntomas como tinieblas e intranquilidad. Cuando uno siente intranquilidad e inquietud
interior, ésa es una señal de muerte. Otro síntoma de esta clase de muerte es la
insatisfacción. Tal vez durante el tiempo que usted dedica al Señor en las mañanas, se
siente muy satisfecho con Él, pero después del desayuno pone su atención en los
anuncios del periódico. Cuanto más los considera, más insatisfacción siente por dentro.
Esta insatisfacción es una señal de muerte. La debilidad es otra señal. Como todos
sabemos, el grado máximo de la debilidad es la misma muerte. Cuando alguien está tan
débil hasta el grado que no puede respirar más, dicha persona muere. Ésta es la
consumación de la debilidad. De aquí que, la debilidad es una expresión de la muerte.
Otro síntoma de la muerte es que nos sentimos secos. Cuando nos sentimos secos
interiormente, sin la frescura de haber sido regados, es una señal de que estamos en
muerte. Todas estas características —las tinieblas, la intranquilidad, la debilidad y la
sequedad— son señales de que reside en nosotros la muerte espiritual. Siempre que
pongamos la mente en las cosas de la carne, sentiremos uno o más de estos síntomas de
la muerte. Si todas estas cosas nos invaden, estamos llenos de muerte.
Siempre que sufrimos la muerte interior, aquellos que estén en el espíritu serán capaces
de percibirlo. Ellos percibirán inmediatamente que nos encontramos llenos de muerte.
Nuestras oraciones lo indican, pues aunque oremos, no habrá vida en nuestras
oraciones; por el contrario, sólo transmitirán muerte. Dichas oraciones, en lugar de dar
refrigerio a los demás, traerán sequedad.
Romanos 8:9 dice: “Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es que el
Espíritu de Dios mora en vosotros”. Como hemos indicado, la palabra griega traducida
“morar” no es la palabra que comúnmente se traduce “permanecer”. La palabra griega
aquí viene de la misma raíz que la palabra casa, y transmite el pensamiento de hacer
hogar en un lugar, de establecerse allí, y no de simplemente quedarse en un lugar por
cierto tiempo. Si el Espíritu hace Su hogar en nosotros, no estamos más en la carne, sino
en el espíritu.
En Romanos 8:10 Pablo dice: “Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está
muerto a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia”. Debido a que Cristo,
quien es vida, está en nuestro espíritu, éste es vida. Sin embargo, ya que Cristo está
confinado en nuestro espíritu, nuestro cuerpo permanece muerto. La esfera de la vida
divina está restringida a nuestro espíritu. Esta vida aún no se ha extendido a nuestro
cuerpo; por lo tanto, el cuerpo permanece muerto. Según Efesios 2 y Juan 5, una
persona caída está muerta. Efesios 2:5 indica que antes de que fuésemos salvos, no sólo
éramos pecadores, sino que además estábamos muertos. Juan 5:25 dice: “De cierto, de
cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de
Dios; y los que la oigan vivirán”. Este versículo no se refiere a aquellos que están
físicamente muertos y sepultados, sino a aquellos que están muertos en el espíritu. Si
usted lee Juan 5, se dará cuenta de que el versículo 28 se refiere a aquellos que están
físicamente muertos y sepultados en una tumba. Pero en el versículo 25 el Señor habla
de los que están espiritualmente muertos, aunque físicamente vivos. En este mensaje
nos interesan los vivos que están muertos, y no los que físicamente han muerto y han
sido sepultados. Todas las personas que no son salvas, están muertas. Debido a que su
cuerpo fue envenenado por la serpiente, éste se encuentra en condiciones de muerte.
Satanás, la serpiente antigua, inyectó su veneno en nuestros cuerpos, trayéndoles
muerte. Nuestro cuerpo de muerte ha traído muerte también a nuestra alma y aun a
nuestro espíritu. Por consiguiente, las personas que no son salvas están muertas en
cuerpo, en alma y en espíritu. Cada parte de su ser está muerta.
¿Pero qué diremos acerca de nuestro cuerpo y nuestra mente? Es posible que ambos
permanezcan en muerte. Muchos tienen una mente de muerte porque no permiten que
el Cristo que vive en su espíritu se extienda a su mente. Cuando yo leo el periódico,
tengo mucho cuidado de leer únicamente acerca de los asuntos internacionales. Cuando
leo otras noticias, pongo mi mente en la carne, y mi mente se llena de muerte
inmediatamente. Necesitamos permitir que el Cristo que mora en nosotros se expanda
de nuestro espíritu a nuestra mente. Si permitimos que se extienda de esta manera,
finalmente la vida será impartida aun a nuestro cuerpo mortal. Entonces el espíritu y la
mente serán vida, y el cuerpo también será vivificado. Romanos 8:11 indica esto: “Y si el
Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de
los muertos a Cristo vivificará también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que
mora en vosotros”.
LA CARNE DE PECADO
Como hemos hecho notar, en Romanos 8:6 se afirma que la mente puesta en la carne es
muerte. La clase de muerte aquí no es la que ocasiona que la gente muera físicamente y
sea sepultada, sino la muerte que lo sume en una condición de muerte durante todo el
día. Al hacer muchas cosas, usted puede sentirse lleno de energía, pero al orar, está débil
y carente de vida. Esto significa que la muerte en el cuerpo de usted ha extendido su
influencia y poder aniquilador a la mente y al espíritu de usted.
En una ocasión, mientras el hermano Nee estaba hablando, él pidió que las hermanas le
dijeran cuántos capítulos tiene el Evangelio de Mateo. Ellas tuvieron dificultad para
darle el número correcto. Inmediatamente el hermano Nee les dijo: “Ustedes no me
pueden decir cuántos capítulos hay en el Evangelio de Mateo, pero si les preguntara
cuántos vestidos elegantes tienen, me darían el número exacto. No sólo me dirían el
número, sino el color y el estilo de cada uno de ellos”. Muchos cristianos encuentran
difícil recordar un versículo de la Biblia, pero pueden recordar fácilmente cada detalle
de sus pertenencias. Esto indica que su mente ha sido invadida por la muerte. Cuando la
mente está sumida en la muerte, sólo sirve para las cosas mundanas y carnales, pero no
para las cosas espirituales.
Necesitamos permitir que el Cristo que mora en nosotros se extienda de nuestro espíritu
a todas las partes internas de nuestro ser. Debemos orar: “Señor Jesús, permitiré que te
extiendas en cada parte de mi ser. Deseo que te muevas libremente dentro de mí”. Si
usted hace esto, su mente llegará a ser una mente sobria y su memoria será aguda.
Espontáneamente le será fácil recordar versículos de la Biblia.
La muerte opera en una dirección interior, desde nuestro cuerpo hacia nuestro espíritu,
pero la vida actúa en dirección opuesta, desde nuestro espíritu hacia nuestro cuerpo. La
dirección de la obra de la muerte es desde la circunferencia hacia el centro, mientras que
la dirección de la obra de la vida es desde el centro hacia la circunferencia. Por lo tanto,
la muerte y la vida trabajan en direcciones opuestas. Mientras la muerte obra de la
circunferencia al centro de nuestro ser, sume en la muerte a nuestra mente y nuestro
espíritu.
LA MANERA DE SER LIBRADOS DE LA MUERTE
Ya vimos cómo ser librados del pecado, de la ley y de la carne. Pero ahora debemos
descubrir cómo ser librados de la muerte. La base con que cuenta la muerte en nosotros
es la carne. La única forma en que podemos escapar de la muerte y librarnos de ella es
refugiarnos en nuestro espíritu. Nuestra carne es la base de la muerte, pero nuestro
espíritu es nuestro refugio. Necesitamos huir a este refugio y escapar de la muerte. La
muerte es contraria a la vida, y la vida es contraria a la muerte; la muerte está en nuestra
carne, y la vida, en nuestro espíritu. No existe nada que sea capaz de ahuyentar ni
consumir a la muerte, así como nada puede alejar las tinieblas. Sin embargo, cuando la
luz llega, las tinieblas se desvanecen. No tenemos que esforzarnos por ahuyentar las
tinieblas ni ordenarles que se disipen; lo único que debemos hacer es permitir que la luz
entre. Cuanto más luz entra, más las tinieblas se desvanecen. Lo mismo se aplica al
principio de que la vida esté en contra de la muerte. Por nuestro propio esfuerzo no
podemos alejar la muerte ni eliminarla. Sólo la vida puede sorber la muerte y esta vida
se encuentra en nuestro espíritu. Siempre que la vida entra, la muerte se desvanece.
OCUPARNOS DE LA VIDA
QUE ESTÁ EN EL ESPÍRITU
Es mejor cometer errores al ejercer nuestra función en las reuniones que estar muertos y
no cometer ningún error en absoluto. Cometer errores no es tan serio como estar
muerto. Si uno nunca ejerce alguna función, puede ser que esté en lo cierto, pero está en
lo cierto de una manera muerta. Yo preferiría ver que se equivocan estando vivientes,
que verlos en lo cierto pero muertos. No los animo a cometer errores, pero a veces es
mejor preocuparse por estar vivientes que por estar en lo cierto. Necesitamos reconocer
los síntomas de la carencia de vida para saber si estamos muertos o vivos.
En el Evangelio de Juan el Señor Jesús nunca contestó con un “sí” o un “no” a las
preguntas que se le formulaban. Por ejemplo, la mujer samaritana le dijo: “Nuestros
padres adoraron en este monte, mas vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se
debe adorar” (Jn. 4:20). Ella preguntaba al Señor Jesús acerca del lugar indicado para
adorar. ¿Era en el monte de Samaria o en Jerusalén? El Señor Jesús le contestó: “Mas la
hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y
con veracidad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Jn.
4:23). Parece como si el Señor le dijera: “Adorar a Dios está relacionado con la vida, la
cual está en el espíritu. No es cuestión de adorar a Dios en este monte o en Jerusalén.
Ha llegado la hora para adorar a Dios en el espíritu”.
Encontramos otro ejemplo en Juan 9. Ahí vemos a un hombre ciego de nacimiento, y los
discípulos del Señor le preguntaron: “Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que
haya nacido ciego? (Jn. 9:2). El Señor respondió: “No es que pecó éste, ni sus padres,
sino que nació así para que las obras de Dios se manifiesten en él” (v. 3). En Juan, el
libro de la vida, no encontramos respuestas como sí o no; más bien, lo que encontramos
es la vida.
En Juan 7 los hermanos del Señor en la carne le sugirieron que subiera a Jerusalén, pero
el Señor les dijo: “Mi tiempo aún no ha llegado, mas vuestro tiempo siempre está presto
... Subid vosotros a la fiesta; Yo no subo a esta fiesta, porque Mi tiempo aún no se ha
cumplido” (vs. 6, 8). Sin embargo, el versículo 10 dice: “Pero después que Sus hermanos
habían subido a la fiesta, entonces subió Él también, no abiertamente, sino como en
secreto”. Aquí podemos ver que el Señor contestaba y actuaba conforme a la vida.
Todos estamos familiarizados con el caso de Lázaro narrado en Juan 11. Cuando las
hermanas de Lázaro enviaron la noticia al Señor de que Lázaro estaba enfermo, y le
pidieron que viniera, Él se rehusó a hacerlo. Habiendo oído de la enfermedad de Lázaro,
el Señor “se quedó dos días más en el lugar donde estaba” (v. 6). Los discípulos
esperaban que el Señor Jesús fuera a ver a Lázaro, pero Él no fue. No obstante, cuando
ellos tomaron la decisión de no ir, el Señor dijo: “Vamos a Judea otra vez” (v. 7). En
todos estos casos vemos que el Señor siempre actuó según el principio de vida.
En Génesis 2 vemos dos árboles: el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y
del mal. El bien y el mal son también un asunto de sí o no, correcto o incorrecto, bien o
mal, todo esto proviene del árbol del conocimiento. Debemos olvidarnos del concepto de
sí o no, y volvernos a nuestro espíritu. Ésta es la manera de ser librados de la muerte, o
sea, no se trata de hacer ciertas cosas, sino de estar en el espíritu. Si permanecemos en el
espíritu, andaremos y nos comportaremos conforme al mismo. Todo nuestro ser estará
en conformidad con el espíritu, y pensaremos, nos expresaremos y actuaremos en el
espíritu. Entonces no habrá muerte. Ésta es la manera de ser librados de la muerte y de
vencer este último enemigo.
Cualquier muerte que aún permanezca en nuestro ser es una abominación a los ojos de
Dios y, por lo tanto, debemos eliminarla. Debemos escapar de la carne que es la base de
la muerte y refugiarnos en nuestro espíritu, donde está Cristo, quien es nuestra vida.
Debemos permanecer en el espíritu y actuar conforme a él. Si hacemos esto, seremos
librados de la muerte.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE TREINTA Y SIETE
En Romanos 7 y 8 se hallan tres palabras cruciales, a saber: ley, vida y muerte. Es difícil
incluso para los científicos definir lo que es la vida y la muerte. Sin embargo, la Biblia
habla de la vida de una forma muy clara. En 1 Corintios 15:26 se nos dice que la muerte
es el último enemigo, y Apocalipsis 20:14 dice que la muerte será lanzada al lago de
fuego. Afirmar que la muerte será lanzada al lago de fuego, indica que ésta debe ser algo
concreto y tangible. En Apocalipsis 20 vemos que la muerte se relaciona por un lado con
Satanás, y por otro, con el Hades, y que ambos serán lanzados juntamente al lago de
fuego. Esto demuestra que Satanás es una persona real y que el Hades es un lugar
definido. Por lo tanto, la muerte debe también ser algo concreto. A pesar de ello, nadie
puede explicar adecuadamente lo que es la muerte.
CUATRO LEYES
OTRA LEY
Además, en el capítulo 7 se hace referencia a otra ley: “Así que yo, queriendo hacer el
bien, hallo esta ley: que el mal está conmigo” (v. 21). Antes de que podamos saber cuál
es la ley a la que se hace referencia en este versículo, necesitamos entender lo que es la
ley de Dios, la ley de la mente, la ley del pecado y de la muerte (que es la ley del pecado
en nuestros miembros), y la ley del Espíritu de vida. Conocer estas cuatro leyes es
semejante a conocer los principios básicos de matemáticas. La ley hallada en el versículo
21 no es la ley de la mente ni la ley del pecado en nuestros miembros. Podríamos
llamarla “esta ley que...”. Existe esta ley, este principio: siempre que queramos hacer el
bien, el mal estará con nosotros. La ley mencionada en Romanos 7:21 se refiere a este
principio.
Pablo descubrió el principio de que siempre que él trataba de hacer el bien, el mal estaba
consigo. ¿Se había dado cuenta usted alguna vez de la existencia de esta ley? Si no
procuramos hacer el bien, pareciera que el mal no está presente. No obstante, conforme
a esta ley, cada vez que intentemos hacer el bien, el mal estará con nosotros. Por
ejemplo, si usted no se propone ser humilde, pareciera que carece de orgullo; pero en el
momento que decide actuar con humildad, su orgullo aflora. De igual manera, si usted
no determina dejar de enojarse, su mal carácter no se presentará, pero si usted toma la
determinación de no enojarse nunca más, de inmediato brotará su mal genio. Esto es
“esta ley que”. Esta ley no tiene mandamientos; sólo opera bajo este principio de que
cuando nos proponemos hacer el bien, el mal está con nosotros.
Muy pocos creyentes, incluyendo a aquellos que buscan más del Señor, saben que existe
tal ley. Sin embargo, a todos nosotros nos ha inquietado el hecho de que cada vez que
nos proponemos ser pacientes, fracasamos; pues en lugar de ser pacientes, terminamos
enojándonos. De la misma manera, cuando decidimos ser humildes, terminamos
actuando orgullosamente. Antes de que fuéramos salvos y buscáramos al Señor
diligentemente, tal parecía que nos comportábamos bastante bien. Pero más tarde
aprendimos que debíamos ser nuevas personas. Tal fue la enseñanza que yo recibí. Pero
cuanto más trataba de vivir como una nueva persona, más la vieja persona estaba
presente en mí. Luego me dijeron que tenía que considerarme a mí mismo como
muerto, y me esforcé por poner en práctica esta enseñanza. Sin embargo, cuanto más
me consideraba muerto, más vivo estaba. Cuanto más trataba yo de hacer el bien, peor
me volvía.
Creo que todos hemos tenido esta experiencia. Cuando vivíamos de forma
despreocupada, aparentemente todo nos marchaba bien. Pero cuando se nos vino el
deseo de hacer el bien para agradar al Señor, al parecer nuestra conducta empeoró. Por
ejemplo, un hermano tal vez diga: “Como todo creyente que ama al Señor, no debo
enojarme con mi esposa ni maltratarla. Debo pedir al Señor que me ayude en cuanto a
este asunto”. Sin embargo, poco después, pierde la paciencia y se pelea con su esposa.
Yo fui perturbado por asuntos como éste durante ocho años, desde 1925 hasta 1933.
Durante esos años, muchas veces ni siquiera podía comer ni dormir bien, debido a que
estaba preocupado por mi vida cristiana. Algunos, debido a esta situación, han llegado a
pensar que deben dejar de ser cristianos y se han dicho a sí mismos: “No quiero seguir
siendo un cristiano. Se me ha dicho que si soy cristiano debo ser feliz, pero a diario
tengo problemas. Quisiera ser humilde, pero por el contrario soy orgulloso”. Este tipo de
experiencias me puso al descubierto al grado que no podía creer cuán malo era. Por
medio de la lectura de la Biblia y de mis experiencias en la vida cristiana, descubrí que
hay una ley que opera en los seres humanos, a saber, cuando intentamos hacer el bien,
el mal está con nosotros. Cuando descubrí esta ley, me di cuenta de que no debería ser
tan tonto como para seguir tratando de hacer el bien, puesto que era como presionar un
botón que llama al mal. Si no se presiona ese botón, el mal no estará con nosotros; pero
si se presiona, el mal se presentará de inmediato, deseoso de trabajar. Fue en 1933 que
por primera vez dejé de presionar ese botón. Sin embargo, me costó trabajo dejar de
hacerlo, porque lo había presionado durante toda mi vida. Ahora sé que no debo
presionar ese botón, pero debo confesar que a veces todavía lo hago. Probablemente
usted presionó ese botón incluso este mismo día. Es probable que no lo dejemos de
hacer de forma definitiva hasta que seamos arrebatados o hasta que estemos en la
Nueva Jerusalén.
Tal vez usted haya leído Romanos 7 una y otra vez sin haber visto esta quinta ley.
Además de las cuatro leyes que hemos visto, existe una quinta ley que opera cada vez
que nos proponemos hacer el bien. Necesitamos pedir al Señor que nos guarde de
presionar este botón, porque siempre que lo hagamos, el mal estará con nosotros. Si
tratamos de ser pacientes, presionamos el botón y, en vez de ser pacientes, nos
enojamos. Si tratamos de ser humildes, presionamos de nuevo este botón, y nuestro
orgullo se manifiesta. Los creyentes siempre han orado pidiendo que el Señor les ayude
a hacer el bien, a lograr tales cosas como amar a sus esposas o, con respecto a las
esposas, cómo deben someterse a sus esposos. En lugar de ello, debemos orar pidiendo
que el Señor nos guarde de procurar hacer tales cosas. Lo que necesitamos es recibir una
revelación, una visión, que nos guarde de presionar dicho botón que, al fin de cuentas, lo
único que causa es que el mal esté con nosotros.
Ahora necesitamos considerar la ley del bien en nuestra mente, la ley del pecado en
nuestros miembros, y la ley de vida en nuestro espíritu. En el huerto del Edén había dos
árboles: el árbol del conocimiento del bien y del mal y el árbol de la vida. En esos dos
árboles vemos el bien, el mal y la vida, y cada uno de éstos tiene una ley: la ley del bien,
la ley del mal y la ley de vida. Nosotros somos una miniatura del huerto de Edén por
estar en medio de una situación triangular que incluye a Dios, al hombre y a Satanás.
Además, la ley del bien, la ley del mal, y la ley de vida están presentes en nosotros.
Por lo que a las personas se refiere, sólo existen tres seres distintos en el universo: la
persona divina, que es Dios; la persona maligna, que es Satanás; y la persona humana,
que es el hombre. Cada una de estas personas tiene una vida. La persona divina tiene la
vida divina, la persona humana tiene la vida humana, y la persona maligna tiene la vida
maligna. Nuestra vida humana no proviene simplemente de nuestros padres, sino que
proviene de Dios, quien nos creó. Nuestra vida humana fue creada cuando Adán fue
creado, y no cuando nacimos de nuestros padres.
El hombre cayó después de haber sido creado. En el momento de su caída una vida
maligna fue inyectada en el cuerpo del hombre. Ya hicimos notar que cuando el hombre
cayó no sólo cometió un error, sino que también algo maligno entró en su ser. Por
ejemplo, si un niño ingiere veneno, no sólo hace algo malo, sino que cierto elemento
entra en él. Mediante la caída, la vida maligna de Satanás entró en el cuerpo del hombre,
y ahora esta vida maligna está en nuestra carne. Por lo tanto, todo hombre, sea honrado
o ladrón, tiene la vida humana, que es buena, y la vida satánica, que es maligna. Ésta es
la razón por la cual la gente puede ser tanto buena como mala, tanto bondadosa como
diabólica. A nadie le agrada hacer cosas malignas. Por lo tanto, Pablo dice: “Porque no
hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso practico” (Ro. 7:19). Esto quiere
decir que ya no somos nosotros los que hacemos ciertas cosas; al contrario, el maligno
con su vida maligna dentro de nosotros es el que las hace.
Los seres humanos no son sólo hijos de Adán, sino que también son hijos del diablo. En
Juan 8:44 el Señor Jesús dijo a los judíos: “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y
los deseos de vuestro padre queréis hacer”. Cada hombre tiene dos padres: su padre
humano y Satanás. Cierto día, después de dar un mensaje acerca de este tema en
Shanghái, un hermano me aconsejó que no volviera a decir que somos hijos de Satanás.
Yo le aclaré que ésta no era mi enseñanza particular, y lo referí a 1 Juan 3:10, donde se
habla de “los hijos del diablo”. Ya que somos hijos del diablo, entonces el diablo debe ser
nuestro padre. Ésta fue la razón por la que el Señor Jesús dijo a los judíos que ellos eran
de su padre el diablo. Así que, todos los seres humanos caídos tienen dos padres —su
padre humano y Satanás—, y cada uno de ellos tiene una vida diferente: su padre
humano tiene la vida humana, y Satanás, tiene la vida satánica.
Los cristianos somos personas muy complicadas. Cuando yo era joven me enseñaron
que los creyentes tienen dos naturalezas: una vieja y una nueva. Luego aprendí que este
entendimiento no era adecuado. Todo cristiano genuino tiene tres personas y tres vidas.
Dios, Satanás y el yo están en nosotros. A veces estas tres personas pelean entre sí. Es
imposible que estén en armonía o que tengan alguna comunión.
Cada clase de vida tiene una ley. Una ley denota un poder natural con cierta tendencia y
actividad. Por ejemplo, nosotros respiramos porque somos seres vivientes. Mientras
tengamos vida, podemos respirar debido a la ley de esta vida. Podemos usar la digestión
como otro ejemplo. Después de comer, no es necesario preocuparnos por la digestión de
los alimentos porque ésta obedece a una ley. Después de que ingerimos los alimentos, la
ley de nuestra vida física opera digiriendo aquello que comemos.
Lo mismo sucede en la vida animal. Las aves vuelan porque la ley de la vida de una ave
es volar. A una ave no es necesario que le enseñen a volar, porque nace con una vida que
lo hace volar. Por lo tanto, es natural que el ave vuele. Es posible impedir que esta ley
funcione al encerrar el ave en una jaula; pero una vez que la puerta de la jaula se abra, el
ave volará libremente. Por el contrario, un gato jamás podrá volar. Por mucho que se lo
ordenemos, le es imposible. Incluso si se le amenazara, aun así no sería capaz de volar,
porque no tiene la vida que posee la ley cuya tendencia es volar. Sin embargo, debido a
que un gato tiene una vida que acostumbra cazar ratones, es natural que persiga
ratones. Los perros ladran porque tienen una vida cuya ley los hace ladrar. No es
necesario enseñar a un perro a ladrar; éste ladra natural y espontáneamente porque su
vida tiene tendencia a ladrar y aun está llena de la actividad de ladrar.
Cambiando el tema a la vida vegetal, podemos tomar los árboles frutales para
ejemplificar que cada clase de vida tiene una ley. No soy un experto distinguiendo entre
un tipo de árbol frutal y otro. Pero es muy fácil distinguir cada árbol por su fruto. Es de
esperar que un manzano producirá manzanas, y un naranjo, naranjas. ¡Cuán insensato
sería ordenarle a un manzano que diese naranjas y al naranjo que diese manzanas!
Nadie sería tan insensato como para hacer esto. Es obvio que un naranjo produce
naranjas y un manzano, manzanas. El naranjo tiene la vida de un naranjo, y esta vida
contiene una ley que opera de tal manera que se producen naranjas.
De igual manera, no hay necesidad de enseñar al clavel a dar botones de clavel en vez de
brotes de cereza. De hecho, no hay necesidad incluso de enseñarle que debe florecer. Si
alguien intentara enseñar a una planta de clavel a florecer, y el clavel pudiera hablar,
diría: “No pierdas tu tiempo enseñándome a florecer. Simplemente déjame en paz y
permíteme crecer, y con el tiempo floreceré”. El florecimiento proviene de la ley en la
vida del clavel. Todos estos ejemplos demuestran que cada clase de vida tiene una ley.
Debido a que los creyentes tenemos tres vidas, tenemos también tres leyes. Tenemos la
vida humana, que es buena, y juntamente con ella tenemos la ley del bien. Debido a esta
ley, todos por naturaleza deseamos hacer el bien; no es necesario que nos lo enseñen.
Todos nacimos con el deseo de hacer el bien; desde niños poseemos la vida humana
cuya ley es la ley del bien. Sin embargo, como hemos visto, el hombre no sólo tiene la
vida humana, sino también la vida satánica con su ley maligna. En virtud de esa vida
maligna, el niño espontáneamente empieza a decir mentiras, sin que nadie le enseñe a
decirlas. De hecho, todos los padres cristianos enseñan a sus hijos que no deben mentir.
Yo enseñé a mis hijos a no mentir, pero ellos de todos modos lo hicieron. Por ejemplo,
yo enseñé a mis hijos que no debían jugar con el agua destinada para lavar. Cierto día al
volver a casa encontré a uno de mis hijos jugando con esa agua. Inmediatamente él
retiró sus manos del agua y las escondió disimuladamente. En lugar de regañarlo o
castigarlo me dije a mí mismo: “Éste es un hombre caído, ¿qué ganaría con
reprenderlo?”. Aunque usted ordene a un arbusto que no debe producir espinas, de
todos modos las producirá. Ésta es la ley de la vida del arbusto. De igual manera
nuestros hijos dicen mentiras sin que nadie les enseñe a hacerlo, debido a que la vida de
Satanás con su ley de la mentira está en ellos. Al mentir, ellos simplemente están
actuando en conformidad con dicha ley que los induce a mentir. Requerimos ser
enseñados a leer, pero no a mentir. En principio, el hecho de que la gente caída mienta
es semejante a que los gatos cacen ratones. Ambas son actividades propias de la ley de la
vida que está en ellos. Ahora podemos entender por qué hacemos exactamente lo
opuesto cuando nos proponemos hacer el bien. Tenemos dos vidas, la vida humana y la
vida satánica, y cada una de estas vidas tiene su ley. Sólo que la ley de la vida satánica es
más fuerte que la ley de la vida humana.
¡Alabado sea el Señor porque también tenemos la vida divina! De las tres vidas que hay
en nosotros la más fuerte es la vida divina, mientras que la vida humana es la más débil.
Lo que realicemos en nuestro diario vivir depende de la ley por la cual vivimos. Hacer el
bien depende de una ley, hacer el mal depende de otra, y vivir por la vida divina,
también depende de otra. No debemos pensar que podemos hacer algo sin la influencia
de una ley. Todo lo que hacemos en nuestro diario vivir como creyentes obedece a la
función de alguna de estas leyes. Supongamos que tengo un altercado con cierto
hermano. Quizás trate de suprimir mi enojo y me diga a mí mismo: “Aunque estés
enojado con este hermano, no debes mostrarlo. Si pierdes la paciencia, también
perderás tu prestigio además de causar un problema”. Tal actitud no es genuina sino
política y, a la postre, no podrá durar mucho tiempo. Aquellos que acostumbran
reprimir su enojo, terminan sufriendo de serias enfermedades estomacales. Aunque
podemos actuar de una manera política por algún tiempo, finalmente la ley de la vida
satánica causará que nuestro mal carácter aflore. Reprimir nuestro enojo es un juego
político; dejar que se manifieste es obedecer la ley del pecado. Si somos genuinos y
francos, todo lo que hagamos o digamos obedecerá a la función de una de estas leyes.
La ley por la cual vivimos cada día lo determina todo. Si vivimos por la vida humana, la
ley de la vida humana ejercerá su función. Sin embargo, la vida humana es débil, y su ley
es frágil porque la ley de la vida satánica, que es mucho más fuerte, también está
presente. Pero, ¡aleluya! Tenemos la ley más fuerte en nosotros, ¡la ley del Espíritu de
vida! Nosotros debemos vivir por la vida divina y no por nuestra vida humana.
En Romanos 8 Pablo dice que debemos andar conforme al espíritu. Andar conforme al
espíritu es vivir por la vida divina. Cuando vivimos por la vida divina, la ley de esta vida,
la ley más fuerte, actúa en nuestro interior. Ninguna ley puede vencer a la ley de la vida
divina. Esta ley nos libra de toda dificultad. No se preocupe por sus problemas. En tanto
usted ande conforme al espíritu y viva por la ley de la vida divina, esta ley operará en
usted espontáneamente.
Todos debemos recordar que tenemos que presionar el botón correcto, y no el botón que
activa “esta ley que...”. Es mejor que no me enseñe a amar a mi esposa, porque en mi
vida humana simplemente no puedo lograrlo. En lugar de eso, enséñeme a presionar el
botón correcto, esto es, el botón de la ley del Espíritu de vida. Si presiono tal botón,
amaré a mi esposa espontáneamente. De la misma manera, no enseñe a las hermanas a
someterse a sus esposos. Cuanto más les enseñe eso, menos serán capaces de someterse.
En cambio, enséñeles a presionar el botón correcto, y ellas se someterán a sus
respectivos esposos automáticamente.
El secreto para mantener nuestro dedo sobre el botón correcto es saber que tenemos un
espíritu humano y que el Espíritu de vida está en nuestro espíritu. Debemos volver
nuestra mente y todo nuestro ser al espíritu, y fijar nuestra mente ahí. Entonces
andaremos conforme al espíritu. Cuando hacemos esto, todas las cosas negativas son
eliminadas espontáneamente, y nosotros podemos disfrutar de la vida divina. Al hacer
esto, el deseo de hacer el bien de parte de la vida humana y su ley, queda satisfecho, y los
requisitos de la ley de Dios son cumplidos. Además, la ley maligna inherente a la vida
satánica es derrotada. Todo depende de una ley. No tratemos de amar ni hacer el bien
por nosotros mismos. En lugar de eso, volvamos nuestro ser a nuestro espíritu y
mantengamos nuestro dedo sobre el botón correcto, esto es, sobre el Señor mismo,
quien es el todo para nosotros como el Espíritu de vida. Entonces podremos disfrutarle a
Él y vivir por la ley del Espíritu de vida.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE TREINTA Y OCHO
LA VIDA Y LA MUERTE
SEGÚN SE PRESENTAN EN LOS CAPÍTULOS
DEL CINCO AL OCHO DE ROMANOS
En los capítulos del 5 al 8 de Romanos, los cuales podrían ser llamados el meollo de la
Biblia, se usan repetidas veces dos palabras claves: vida y muerte. Vemos en Génesis 2
que la vida es representada por el árbol de la vida, y la muerte, por el árbol del
conocimiento del bien y del mal (v. 9). El producto del árbol del conocimiento del bien y
del mal es en realidad la muerte, y no el conocimiento. De aquí que, podemos llamarlos
respectivamente, el árbol de la vida y el árbol de la muerte.
Algunos cristianos afirman que no debemos preocuparnos más ni por el árbol de la vida
ni por el árbol del conocimiento presentados en Génesis 2. No obstante, la mayoría de
los asuntos presentados en Génesis son semillas de verdades espirituales que se
desarrollan en otras partes de la Biblia y, por tanto, no deberíamos desatenderlos. En
Génesis 2 tenemos la semilla de la vida y la semilla de la muerte; pero al final del libro
de Apocalipsis podemos ver la consumación de ambas semillas, a saber, la muerte, el
último enemigo, es echada al lago de fuego (Ap. 20:14), y la vida abunda en la Nueva
Jerusalén, porque ahí vemos el río de agua de vida en el cual crece el árbol de la vida
(Ap. 22:1-2). Desde el centro hacia la circunferencia, la Nueva Jerusalén es una ciudad
de vida. La semilla de la vida sembrada al principio de la Biblia tiene su consumación en
la cosecha de la vida, y la semilla de la muerte, en la cosecha de la muerte. Debido a que
las semillas de la vida y de la muerte crecen y se desarrollan a través de toda la Biblia,
podemos trazar la línea de la vida y la de la muerte a lo largo de toda la Escritura. En
este mensaje, consideraremos estas dos líneas en el libro de Romanos, del capítulo 5 al
8.
EL REINADO DE LA VIDA
Y EL REINADO DE LA MUERTE
Tracemos estas dos líneas a lo largo de los capítulos del 5 al 8 de Romanos. Romanos
5:12 dice: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por
medio del pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos
pecaron”. Aquí vemos la entrada del pecado y de la muerte. El versículo 14 dice: “Reinó
la muerte desde Adán hasta Moisés”. En estos dos versículos podemos ver la línea de la
muerte. En el versículo 17 encontramos la línea de la vida: “Pues si, por el delito de uno
solo, reinó la muerte por aquel uno, mucho más reinarán en vida por uno solo,
Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia”. Y en el
versículo 21 Pablo declara: “Para que así como el pecado reinó en la muerte, así también
la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro”. El
pecado trajo la muerte, pero la gracia, mediante la justicia, trae la vida. Por lo tanto, en
el capítulo 5 vemos tanto el reinado de la muerte como el reinado de la vida con la
gracia.
LA NOVEDAD DE VIDA
Romanos 6:4 dice: “Así también nosotros andemos en novedad de vida”. En lugar de
permanecer bajo el reinado de la muerte, debemos andar en novedad de vida y
permanecer en la línea de la vida. El versículo siguiente dice: “Porque si siendo
injertados en Él hemos crecido juntamente con Él en la semejanza de Su muerte,
ciertamente también lo seremos en la semejanza de Su resurrección”. De la misma
manera en que hemos crecido juntamente con Él en la semejanza de Su muerte, esto es,
en el bautismo mencionado en el versículo 4, así también creceremos juntamente con Él
en la semejanza de Su resurrección, esto es, en la novedad de vida que se menciona en el
mismo versículo. Crecer juntamente en la semejanza de la resurrección de Cristo
equivale a estar en novedad de vida. Luego el versículo 11 nos dice que debemos
considerarnos muertos al pecado pero vivos para Dios en Cristo Jesús. Estos versículos
indican que también en el capítulo 6 se encuentran la línea de la vida y la línea de la
muerte.
“ESTA MUERTE”
Ahora llegamos a un capítulo que a muchos cristianos les desagrada, es decir, al capítulo
7. Aquí, en lugar de la vida, encontramos aniquilación y muerte. El versículo 11 dice:
“Porque el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me
mató”. El pecado es un asesino que usa la ley como su arma para darnos muerte. Esto
debe ser una advertencia para que no acudamos a la ley. Si lo hacemos, el pecado surgirá
como si estuviera diciendo: “¡Qué bueno es que hayas acudido a la ley! Lo único que has
hecho con eso es darme una excelente oportunidad para usar la ley a fin de matarte”.
Pablo clamó en el versículo 24, como uno que había sido aniquilado de esta manera:
“¡Miserable de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?”. “Esta muerte” se
refiere a la muerte causada por el pecado mediante el arma de la ley.
Al pasar del capítulo 7 al capítulo 8, nos damos cuenta de que en este capítulo la vida es
lo esencial, y no la muerte. Romanos 8:2 dice: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha
librado en Cristo Jesús de la ley del pecado y de la muerte”. ¡Aleluya por la ley del
Espíritu de vida! El versículo 10 continúa el tema, diciendo: “Pero si Cristo está en
vosotros, aunque el cuerpo está muerto a causa del pecado, el espíritu es vida a causa de
la justicia”. Según el versículo 6, si ponemos la mente en el Espíritu, ésta también llegará
a ser vida. Además, si el Espíritu vivificante mora en nosotros, es decir, si hace Su hogar
en nuestro ser, Él incluso impartirá la vida divina a nuestro cuerpo mortal (v. 11). Por
consiguiente, no únicamente nuestro espíritu y nuestra mente serán vida, sino que aun
nuestro cuerpo mortal será vivificado. Según Romanos 8, las tres partes de nuestro ser
—espíritu, alma, y cuerpo— pueden recibir vida. Nuestro espíritu es vida debido a que
Jesucristo entró en él; nuestra mente también puede llegar a ser vida porque el Cristo
que mora en nosotros se está extendiendo de nuestro espíritu a nuestra mente. Además,
esta propagación de la vida divina llegará aun a nuestro cuerpo mortal y lo vivificará.
¡Alabado sea el Señor por la vida que encontramos en Romanos 8!
Ya hicimos notar que en este capítulo se presenta una vida cuádruple: la vida en el
Espíritu divino, la vida en nuestro espíritu humano, la vida en nuestra mente, y la vida
en nuestro cuerpo mortal. Si bien hay una vida cuádruple en Romanos 8, la muerte
todavía está presente. Sólo al llegar a Apocalipsis 20, desaparece la muerte y sólo
permanece la vida. En aquel entonces, la muerte, el último enemigo por vencer, será
echada de la humanidad y arrojada al lago de fuego. Por lo tanto, en la Nueva Jerusalén
sólo se encontrará el elemento de la vida, y no el de la muerte. No obstante, aun hasta
ahora tenemos los dos elementos en nosotros: la vida y la muerte.
Todos los hermanos casados saben que el esposo debe amar a su esposa, y la esposa
debe someterse a su esposo. Aunque en Génesis 2 no encontramos nada específico
acerca de que el marido deba amar a su mujer y la mujer deba someterse a su marido, sí
lo encontramos incluido en el versículo 17; está implícito en la palabra bien. El hecho de
que un esposo ame a su esposa y una esposa se sujete a su esposo, es hacer el bien. Por
el contrario, el hecho de que un esposo odie a su esposa, o el de que una esposa se rebele
contra su esposo, significa hacer el mal. Al final de la Biblia encontramos de nuevo las
palabras vida y muerte, pero no las palabras amor y sumisión. De manera que, tanto al
principio como al final de la Biblia, tanto en Génesis como en Apocalipsis, tenemos la
vida y la muerte. Sucede lo mismo en los capítulos del 5 al 8 de Romanos. En dichos
capítulos Pablo no menciona nada acerca de que el esposo deba amar a su esposa, ni de
que la esposa deba someterse a su esposo. Él trata ese tema en otros pasajes de la
Palabra, pero no en estos capítulos, pues aquí da mucho énfasis a la vida y a la muerte, y
no parece interesarse por el amor o el odio, ni por la sumisión o la rebelión.
Es posible ser muy cariñosos o sumisos, pero al mismo tiempo estar muertos. A Dios en
Su economía no le interesa principalmente el hecho de que seamos buenos o malos,
sumisos o rebeldes, sino únicamente de que estemos vivos o muertos. Toda esposa que
se encuentre muerta y sepultada, ciertamente es sumisa, pues ella jamás expresa su
opinión. Pero Dios no desea una sumisión de muerto; Su deseo es que todos estemos
vivientes. Ésta es la razón por la cual en Romanos, del capítulo 5 al 8, Pablo no habla
nada acerca de la sumisión o la rebelión, pero sí menciona la vida y la muerte. Romanos
8:6 no dice que la mente puesta en el espíritu sea sumisión, ni que la mente puesta en la
carne sea rebelión. Cuando Pablo escribió esta parte de la Biblia, él estaba por completo
en el Espíritu de Dios y en Su economía; por eso, no se preocupó por el bien y el mal,
sino por la vida y la muerte.
La vida está en nuestro espíritu, y la muerte está en nuestra carne. Cuando Adán estaba
en el huerto, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento se encontraban fuera de él.
Pero ahora estos dos árboles están dentro de nosotros; el árbol de la vida está en nuestro
espíritu, y el árbol del conocimiento, en nuestra carne. En la Biblia el término carne
denota no sólo nuestro cuerpo corrupto, sino también todo nuestro ser caído. Por eso, la
Biblia usa el término carne para referirse al hombre caído (Ro. 3:20).
Debido a que muchos cristianos no ven esto, a menudo exhortan a los demás y les
aconsejan lo que deben hacer. Esto anima a la gente a poner su mente en la carne, lo
cual da por resultado la muerte. Al principio de mi ministerio, yo no sólo aconsejaba a
otros, sino que también me amonestaba a mí mismo, lo cual terminó trayéndome
muerte a mí y a los demás también.
¡Alabado sea el Señor porque el Dios de la vida está en nuestro espíritu! Aunque
podemos saber esto, aun nos falta aprender a vivir por este Espíritu vivificante que mora
en nosotros. Lo importante no es cuánto conocimiento tengamos, sino cuánto vivamos
por Cristo.
Quisiera relatar una historia que es útil para ejemplificar esto. En los tiempos de mi
juventud, la mayoría de la gente en mi pueblo natal todavía usaba lámparas de aceite
para alumbrarse, pues todavía no tenían electricidad. A mi corta edad, yo limpiaba las
lámparas, las llenaba del combustible y las encendía. Aun después de que la electricidad
fue instalada en nuestra casa, yo todavía acostumbraba usar las lámparas de aceite. A
veces los demás se reían de mí cuando empezaba a preparar las lámparas y a
encenderlas, y luego me recordaban que simplemente tenía que usar el interruptor de la
luz. Aunque algo nuevo, la electricidad, ya había sido instalado, yo aún no tenía el hábito
de usarlo.
En la vida cristiana el principio es el mismo. Hemos sido criados y educados a vivir por
nosotros mismos. Éste es nuestro hábito. Aun después de que el Señor Jesús fue
instalado en nosotros, continuamos con el hábito de vivir por nosotros mismos. No
obstante, debemos desarrollar un nuevo hábito, el hábito de vivir por Cristo. Debido a
que muchas personas salvas no tienen este nuevo hábito, existe la necesidad de
Romanos 7. Necesitamos tener la visión de que Cristo como vida vive en nuestro
espíritu. Ya que Él vive en nosotros debemos abandonar no sólo las cosas pecaminosas,
sino también nuestra vieja manera de vivir. Debemos dejar de vivir por nosotros mismos
y empezar a vivir por Cristo. Esto requiere que permanezcamos en el espíritu y que
andemos conforme a él.
Romanos 6:11 nos dice que debemos considerarnos muertos al pecado y vivos para Dios.
Sin embargo, la experiencia de esto la encontramos en Romanos 8. Cuando estamos en
nuestro espíritu con el Señor, automáticamente estamos muertos al pecado y vivos para
Dios. Si tratamos de considerarnos así sin estar en el espíritu, descubriremos que cuanto
más intentamos contarnos en esta experiencia, más muerte experimentamos.
Hemos visto que perder contacto con el espíritu es estar en muerte. Por ejemplo, la
razón por la cual usted pierde la paciencia es porque ya existe un aislamiento entre
usted y su espíritu. No es que usted pierda la paciencia y como resultado sea cortado del
espíritu, sino que primero hay un aislamiento del espíritu, y entonces surge el mal genio.
Si no hay ningún aislamiento entre su espíritu y usted mismo, ninguna cosa negativa
será capaz de vencerlo. Por el contrario, la vida divina en su espíritu sorberá toda
muerte. Nuestra experiencia confirma esto. Cuando estamos en el espíritu, la vida divina
en nuestro interior sorbe todo lo negativo; pero cuando estamos aislados y, por lo tanto,
cortados de nuestro espíritu, estamos en muerte y no podemos vencer ni el más pequeño
problema.
Esto es precisamente lo que se muestra en 8:13, donde Pablo dice: “Porque si vivís
conforme a la carne, habréis de morir; mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del
cuerpo, viviréis”. Por medio del Espíritu que reside en nosotros, debemos hacer morir
los hábitos del viejo hombre. Si hacemos esto, viviremos. Oremos acerca de esto,
practiquémoslo y desarrollemos el hábito de permanecer en el espíritu. Cuanto más
desarrollemos este hábito, más vivientes seremos y más nos alejaremos de la muerte.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE TREINTA Y NUEVE
PERMANECEMOS EN CRISTO
AL OCUPARNOS DEL ESPÍRITU
Romanos 8 es el meollo mismo no sólo del libro de Romanos, sino también de toda la
Biblia. Por esta razón, la experiencia presentada en este pasaje de la Palabra debe llegar
a ser nuestra experiencia diaria.
En este capítulo el Espíritu de Dios es llamado el Espíritu de vida así como el Espíritu de
Cristo, términos que no encontramos en el Antiguo Testamento, en los Evangelios ni en
el libro de Hechos. El término el Espíritu de Dios, sin embargo, fue usado en muchos
otros pasajes de la Escritura antes que en Romanos, pero es en Romanos 8 donde se
revela que el Espíritu de Dios es además el Espíritu de vida y el Espíritu de Cristo. En los
versículos 9 y 10 las expresiones el Espíritu deDios, elEspíritu de Cristo y Cristo son
usadas de modo intercambiable. Esto indica que el Espíritu de Dios es el Espíritu de
Cristo, y que el Espíritu de Cristo es Cristo mismo. Hoy Cristo como Espíritu de vida
mora en nuestro espíritu. Podemos experimentar este hecho cuando andamos conforme
al espíritu, y no a la carne.
El versículo 6 dice: “Porque la mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta
en el espíritu es vida y paz”. Aquí vemos que el resultado de ocuparnos de la carne es
muerte, y el resultado de ocuparnos del espíritu es vida y paz. En el comienzo de la
Biblia el árbol de la vida representa la vida, y el árbol del conocimiento del bien y del
mal representa la muerte. Los dos árboles representan dos fuentes diferentes que dan
dos resultados opuestos. El árbol de la vida nos introduce en la vida, y el árbol del
conocimiento, en la muerte. Además, la Biblia concluye con dos consumaciones: el lago
de fuego, que es la segunda muerte, y la Nueva Jerusalén, que es la cuidad de la vida.
Por consiguiente, la Biblia termina como empieza, con la muerte y la vida.
En Juan 15 el Señor Jesús revela que Él es la vid y que nosotros somos los pámpanos. Él
también nos dice que necesitamos permanecer en Él, y que si lo hacemos, Él
permanecerá en nosotros. ¡Qué vida tan maravillosa es cuando nosotros y el Señor
permanecemos el uno en el otro! Aunque Juan 15 nos dice que debemos permanecer en
Cristo, no se nos muestra la manera de hacerlo. Veremos que la manera de permanecer
en Cristo se encuentra en el capítulo 8 de Romanos, el cual es una continuación
progresiva de Juan 15.
EXPERIMENTAR A CRISTO
COMO EL ESPÍRITU VIVIFICANTE
El Evangelio de Juan revela que Dios el Padre está corporificado en Dios el Hijo y es
dado a conocer por medio del Hijo. Juan 1:18 dice: “A Dios nadie le vio jamás; el
unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer”. Cuando Felipe le
pidió al Señor Jesús que les mostrara al Padre a los discípulos, el Señor aparentemente
se sorprendió de que le hiciera tal pregunta y le respondió: “¿Tanto tiempo hace que
estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al
Padre” (Jn. 14:9). El Señor respondió a Felipe de una manera misteriosa, diciéndole que
por cuanto él había visto al Señor, había visto al Padre mismo. En Juan 14:10 el Señor
reveló algo más: “¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí? Las palabras
que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en
Mí, Él hace Sus obras”. Aquí vemos que el Padre está corporificado en el Hijo y visto en
Él.
Juan 14 revela aún más del Dios Triuno. En los versículos 16 y 17 el Señor Jesús habla de
otro Consolador, el Espíritu de realidad. Si consideramos cuidadosamente los versículos
17 y 18, vemos que el Espíritu de realidad es el propio Señor Jesús. El Espíritu de
realidad es el Hijo hecho real para nosotros. El Padre está corporificado en el Hijo,
quien es hecho real para nosotros como Espíritu. Por tanto, en 1 Corintios 15:45 Pablo
pudo decir: “El postrer Adán [fue hecho] Espíritu vivificante”. El postrer Adán, Jesús en
la carne, se transfiguró por medio de la muerte y la resurrección para llegar a ser el
Espíritu vivificante. Por eso, 2 Corintios 3:17 dice: “Y el Señor es el Espíritu”. Para
experimentar al Dios Triuno, todos necesitamos saber que Dios el Padre está
corporificado en Dios el Hijo, y Dios el Hijo es hecho real para nosotros como el Espíritu
que da vida. Por eso, Romanos 8:2 habla del Espíritu de vida, quien es Cristo el Hijo de
Dios experimentado como el Espíritu.
Hemos visto que el Hijo es la corporificación del Padre y que el Espíritu es la realidad
del Hijo. El Espíritu hoy está en nuestro espíritu. Por lo tanto, la totalidad del
maravilloso Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— está en nuestro espíritu para
que lo experimentemos. Esta persona maravillosa es todo lo que necesitamos; para
nosotros Él es vida, alimento, agua viva, luz, fortaleza, bienestar, santidad, victoria,
sabiduría, paz, humildad, sumisión, amor y todo. Esto no es una doctrina; ni siquiera es
un método o un sistema. Por el contrario, es el disfrute y la experiencia del Dios Triuno
viviente que mora en nuestro ser. El Dios Triuno viviente, después de realizar Su obra de
creación y de pasar a través de la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la
ascensión, llega a nosotros y aun viene a morar en nosotros, en nuestro espíritu. Esta
persona tan viviente, Cristo como Espíritu vivificante todo-inclusivo, es aquella persona
a la cual se refiere el pronombre Mí. Él es Aquel en quien debemos permanecer.
Esto hace que el creyente sea una miniatura del huerto de Edén. En el huerto, el hombre
fue puesto frente al árbol de la vida y al árbol del conocimiento. Ahora, por ser los que
fuimos representados por Adán en Génesis 2, nos enfrentamos con algo semejante, pero
esta vez el árbol de la vida está en nuestro espíritu y el árbol del conocimiento está en
nuestra carne. Nos toca a nosotros decidir si vamos a poner nuestra mente en la carne y
así sufrir la muerte o si la vamos a poner en el espíritu y así disfrutar la vida y la paz. Al
poner nuestra mente en el espíritu, permanecemos en Cristo, quien mora en nuestro
espíritu como Espíritu vivificante.
Ninguna doctrina, método, o sistema puede subyugar al elemento satánico que está en
nuestra carne. En todo el universo únicamente Dios es más poderoso que Satanás;
ninguna doctrina puede prevalecer contra él. ¿Cree usted que puede derrotar a Satanás
por medio de enseñanzas ortodoxas, métodos correctos o con un conocimiento amplio
de las Escrituras? ¡Cuán absurdo es esto! Alabado sea el Señor porque el propio Dios
Triuno, quien está ahora dentro de nosotros, ya ha vencido a Satanás. En lugar de seguir
ciertos métodos, simplemente debemos depender constantemente del Señor. Aquí
podemos aplicar lo dicho por el Señor en Juan 15:5: “Porque separados de Mí nada
podéis hacer”. Simplemente necesitamos permanecer en Él poniendo nuestra mente en
el espíritu.
Con el fin de poner nuestro ser en el espíritu mezclado, necesitamos orar. ¡Con cuánta
facilidad somos distraídos del hecho de que el Espíritu divino more en nuestro espíritu!
Nuestra mente fácilmente es distraída por otras cosas. Por esta razón debemos orar, no
sólo para pedirle al Señor que haga cosas para nosotros, sino para mantener nuestra
mente puesta en el espíritu. Usted puede estar completamente seguro de que el Señor
tendrá cuidado de usted y lo hará todo para usted. Así que, al orar, no debe preocuparse
de sus necesidades; más bien, debe pedir que mantenga usted contacto con la persona
viviente que mora en su espíritu. Cuanto más usted se mantenga en contacto con Él,
más lo disfrutará. No ore pidiéndole amor y paciencia. Nuestra experiencia demuestra
que cuanto más oramos de este modo, más somos distraídos del espíritu mezclado y
menos permanecemos en Cristo. Debemos simplemente alabar al Señor porque Él es
nuestro amor, nuestra paciencia y nuestro todo. Si le alabamos así, declarando cuán
bueno es Él, espontáneamente brotarán de nosotros el amor y la paciencia, ya sea que
nos percatemos de ello o no. Todos se sorprenderán del cambio ocurrido en nosotros.
Ellos no verán los resultados temporales de nuestros esfuerzos propios, sino a Cristo, al
Espíritu vivificante, expresado en nuestro vivir. Cuanto más pongamos nuestra mente
en la persona viviente que mora en nuestro espíritu, más Él vivirá a través de nosotros.
En esto consiste la vida cristiana, y basándonos en esto llevamos una vida de santidad y
victoria. Olvidémonos de los sistemas y de los métodos, y en vez de todo ello
volvámonos a la persona viviente que vive dentro de nuestro ser, y pongamos la mente
en Él. Él nos está esperando para que lo hagamos. Ésta es la manera de permanecer en
Él.
SATANÁS ES EL PECADO
QUE MORA EN NUESTRA CARNE
A fin de que quede en nuestro ser una profunda impresión de cuánto necesitamos
permanecer en Cristo al ocuparnos del espíritu, es preciso ver aun más claramente qué
es lo que mora en nuestra carne y qué es lo que mora en nuestro espíritu. La palabra
mora se usa en 7:17, 18 y 20. En los versículos 17 y 20 Pablo dice que el pecado mora en
él, y en el versículo 18, dice que en él, esto es, en su carne, no mora el bien. En el libro de
Romanos, del capítulo 5 al 8, el pecado se revela como la personificación de Satanás. En
cierto sentido, el pecado que mora en nuestra carne, la cual es el cuerpo caído
envenenado por la naturaleza del maligno, es la encarnación de Satanás. Satanás está en
nuestra carne como pecado. En Romanos 7:21 Pablo dice: “Así que yo, queriendo hacer
el bien, hallo esta ley: que el mal está conmigo”. La palabra mal en este versículo denota
la naturaleza maligna de Satanás. Por tanto, podemos ver que Romanos 7 revela que
Satanás como pecado mora en nuestra carne.
En contraste con Romanos 7, el cual pone de manifiesto el pecado que mora en nuestra
carne, Romanos 8 revela que algo maravilloso mora en nuestro espíritu. Los versículos
10 y 11 dicen: “Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está muerto a causa del
pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de
los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo vivificará
también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. Si Cristo está
en nosotros, el espíritu es vida a causa de la justicia, aunque el cuerpo caído permanece
en muerte por causa del pecado. Así que, en el versículo 10 tenemos dos hechos: el
primero es que nuestro cuerpo aún está en muerte, y el segundo, que nuestro espíritu es
vida. En tanto que Cristo esté en nosotros, nuestro espíritu es vida. No existe otro
requisito para que esto sea así. No obstante, nuestro cuerpo permanece en muerte por
causa del pecado que mora en él.
La conjunción y al inicio del versículo 11 reviste mucho significado, pues indica que algo
mejor vendrá. Este versículo afirma que el Espíritu de Aquel que levantó de los muertos
a Jesús mora en nosotros. Primero, Cristo está en nosotros. Ésta es la etapa inicial, el
principio. El hecho de que Cristo como Espíritu more en nosotros, es decir, que haga Su
hogar en nosotros, constituye la continuación progresiva. Debido a que Cristo está en
nosotros, nuestro espíritu es vida, a pesar de que nuestro cuerpo permanece en muerte.
Pero si Cristo, quien está en nosotros, realmente hace Su hogar en nosotros, el Espíritu
que mora en nosotros impartirá vida aun a nuestro cuerpo mortal.
Nuestro cuerpo es vivificado por el Espíritu que mora en nuestro ser. El hecho de que
nuestro cuerpo mortal sea vivificado o no, depende de que permitamos o no al Espíritu
hacer Su hogar en nuestro interior. Ciertamente Cristo, quien es el Espíritu, está en
usted, lo cual hace que el espíritu de usted sea vida. Pero la actitud de usted determinará
si el Espíritu puede hacer Su hogar en usted o no. ¿Está usted dispuesto a que Él haga Su
hogar en usted, o lo confinará a cierto rincón en su interior? Supongamos que cierto
matrimonio me invite a hospedarme en su casa; sin embargo, una vez que llegue a su
casa, ellos me limiten a un solo rincón; no me permitan moverme libremente ni
sentirme como en mi casa. Eso significaría que no tengo la libertad de hacer nada en su
casa. De igual manera, aunque Cristo está en nuestro espíritu, es posible que nosotros
no le demos la libertad de extenderse a nuestro ser. Como resultado, el círculo interior
de nuestro ser, esto es, nuestro espíritu, es vida, pero el perímetro exterior, nuestro
cuerpo, permanece en muerte. Es menester que el Cristo que mora en nuestro ser tenga
plena libertad de extenderse a todo nuestro ser; sólo así puede nuestro cuerpo mortal
ser vivificado. Cristo debe tener la libertad de establecerse en todas las partes internas
de nuestro ser y así hacer Su hogar dentro de nosotros. Si le permitimos hacer esto, la
vida será impartida no sólo a nuestro espíritu, sino también a nuestro cuerpo.
LA POSICIÓN DE LA MENTE
En Romanos 7 y 8 vemos que dos elementos moran en los creyentes. En el capítulo 7
tenemos el pecado que mora en nuestra carne, que es la naturaleza misma de Satanás, y
según el capítulo 8 tenemos al Espíritu que mora en nuestro espíritu, el cual es Cristo
mismo. El pecado es la naturaleza personificada de Satanás que mora en nuestra carne,
y el Espíritu es Cristo mismo que mora en nuestro espíritu. En medio de esto se
encuentra nuestra mente, la cual representa a nuestra persona. Romanos 7:25 dice: “Yo
mismo con la mente sirvo a la ley de Dios”. Por favor, preste atención a las palabras yo
mismo con la mente, pues ellas indican que la mente representa al hombre mismo; es
nuestro mismo yo. Cuando Pablo dijo que con la mente servía a la ley de Dios, él quería
decir que él mismo trataba de guardar la ley, esforzándose por agradar a Dios al
obedecer los mandamientos. Al intentar cumplir los requisitos de la ley, la mente estaba
haciendo algo bueno; sin embargo, estaba actuando de forma independiente.
Romanos 8:6 nos presenta otro aspecto de la mente: “Porque la mente puesta en la
carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”. Hemos visto
claramente que Satanás como pecado mora en nuestra carne, y que Cristo como Espíritu
vivificante mora en nuestro espíritu. Si determinamos hacer el bien, el pecado que mora
en nuestra carne será activado y nos derrotará. La ley del pecado estará en guerra contra
la ley de nuestra mente y nos cautivará por medio de la ley del pecado que está en
nuestros miembros (7:23). Por esto, necesitamos recibir la revelación acerca de que el
pecado mora en nuestra carne y que Cristo mora en nuestro espíritu. Luego debemos
comprender que cuando dependemos de nosotros mismos, no somos capaces de vencer
al pecado que está en nuestra carne. Si hemos de terminar con esto, debemos invocar al
Señor Jesús mismo, quien mora en nuestro espíritu, y mantener nuestra mente puesta
en el espíritu. Esto no es cuestión de seguir un método, sino de tocar al Cristo viviente.
Una y otra vez debemos decir: “Amén, Señor Jesús, te amo”. Cuando hacemos esto, el
pecado que mora en nosotros es subyugado, y Cristo llega a ser todo para nosotros.
Entonces el Señor Jesús es forjado en nuestro ser, empapándonos y saturándonos con
Su persona misma. Éste es el significado de ser santificados, transformados y
conformados a la imagen de Cristo. Ésta es la experiencia de permanecer en Cristo
ocupándonos del espíritu mezclado, según lo revelado en Romanos 8.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE CUARENTA
Con este capítulo comenzamos una serie de mensajes acerca de la vida salvadora de
Cristo. Romanos 5:10 dice: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios
por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos en Su
vida”. Los creyentes prestan mucha atención a la muerte de Cristo, pero muy poca a la
vida de Cristo. Es posible que conozcamos la expresión la vida de Cristo y que estemos
familiarizados con los versículos del Evangelio de Juan donde el Señor dice que Él es
vida y que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia (Jn. 11:25;
10:10), pero aun así debemos admitir que carecemos de la experiencia genuina de tal
vida.
LA JUSTIFICACIÓN Y LA VIDA
En Romanos 1:16 Pablo dice que el evangelio es poder de Dios para salvación a todo
aquel que cree. Luego, en el versículo siguiente añade: “Porque en el evangelio la justicia
de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: ‘Mas el justo por la fe tendrá vida y
vivirá’”. La salvación que Dios nos otorga se efectúa mediante la justificación que
proviene de la fe. A pesar de que todos los cristianos han oído esto, la mayoría no
entiende el asunto esencial presentado en este capítulo. Este asunto no es ni la
salvación, ni la justificación, ni la fe, sino la vida. Notemos que 1:17 dice que “el justo por
la fe tendrá vida y vivirá”.
Dios nos salvó y nos justificó para que tengamos vida. La justificación da por resultado
la vida. Por esto, en 5:18 Pablo habla de “la justificación de vida”. El hecho de que Dios
nos justifica en Cristo depende de la vida. En otras palabras, la justificación trae como
resultado la vida. El propósito de Dios al justificarnos es capacitarnos para que
disfrutemos de Su vida. En Génesis 2 Adán no necesitaba ser justificado porque en ese
tiempo el pecado aún no se había introducido en él. El hombre vivía en un estado de
inocencia ante Dios. Por causa de la caída de Adán y su relación con el pecado, el acceso
al árbol de la vida fue cerrado (Gn. 3:24) hasta que el Señor Jesús murió en la cruz,
cumpliendo así los justos requisitos de Dios. Cristo mismo es nuestra justicia. Cuando
creemos en Él, Él llega a ser nuestra justicia, y somos justificados por Dios. Mediante
esta justificación somos devueltos al árbol de la vida. Por consiguiente, la justificación es
de vida, para vida y da por resultado la vida.
Muchos cristianos se enfocan en la justificación, pero pasan por alto la vida. Por lo
tanto, necesitamos subrayar una expresión de Romanos 5:18: la justificación de vida. La
palabra clave aquí es vida. La justificación no es la meta en sí; la justificación tiene por
objeto la vida. ¿Ha sido usted justificado por la fe en Cristo? Si éste es el caso, entonces
usted debe proclamar enfáticamente que su justificación tiene por objeto la vida. El
justo por la fe tendrá vida y vivirá.
En Romanos 5:10 Pablo dice que nosotros “siendo enemigos, fuimos reconciliados con
Dios por la muerte de Su Hijo”. La muerte de Cristo tiene como finalidad la redención, la
justificación y la reconciliación, pero todos estos asuntos tienen como finalidad la vida.
En el mismo versículo, Pablo continúa el tema, diciendo: “Mucho más, estando
reconciliados, seremos salvos en Su vida”. Hemos disfrutado los beneficios de la muerte
de Cristo; ahora necesitamos disfrutar de Su vida. Aquel que murió en la cruz por
nuestros pecados ahora vive en nosotros y por nosotros como nuestra vida. Así como
participamos de la muerte de Cristo, así también debemos experimentar Su vida. La vida
de Cristo es Él mismo viviendo en nosotros.
Esta vida nos salva de todo tipo de cosas negativas. No obstante, no es la vida de Cristo
la que nos salva del infierno o del juicio de Dios, porque ya fuimos salvos de estas cosas
cuando Cristo murió en la cruz por nuestros pecados. Aunque éramos pecaminosos y
estábamos destinados a ser condenados eternamente por Dios, la muerte de Cristo ya
resolvió este problema. Por consiguiente, fuimos salvos del infierno y del juicio eterno
de Dios por la muerte de Cristo. Él realizó esta salvación una vez y para siempre. No
obstante, Pablo dice que “seremos salvos en Su vida”, indicando que aún necesitamos
experimentar la vida salvadora de Cristo.
¿De qué somos salvos? Si hemos de responder esta pregunta completa y detalladamente,
tendremos que mencionar cientos de factores, incluyendo el mal genio, nuestro modo de
ser, el orgullo y los celos. Todos tenemos problemas con el mal genio, con nuestro modo
de ser natural, con el orgullo o con los celos. Incluso podemos sentir envidia de alguien
que da un buen testimonio en la reunión. ¡Cuánta necesidad tenemos de ser salvos en la
vida de Cristo! Aunque necesitamos ser salvos de cientos de asuntos, en el libro de
Romanos el apóstol Pablo se ocupa sólo de las cosas principales de las que tenemos que
ser salvos. Entre éstas se incluyen el pecado, la mundanalidad, la vida natural, el
individualismo y el ser divisivo.
Con el fin de impresionarle a usted con este hecho, quisiera usar la palabra ley como un
verbo. La ley del pecado nos “leyea”; todos hemos sido “leyeados” por esta ley.
Sencillamente no podemos escapar del “leyear” de la ley del pecado dentro de nosotros.
Según Romanos 8:2, esta ley del pecado es también la ley de la muerte. Cuando esta ley
nos “leyea”, nos involucramos no sólo con el pecado, sino también con la muerte.
Solamente en la vida de Cristo podemos ser salvos de esta ley terrible.
Muchos grandes filósofos, en especial los pensadores éticos chinos, trataron de dominar
esta ley. Ciertos filósofos chinos hablaron de la batalla que existe entre el principio y los
deseos. Esto es exactamente a lo que Pablo se refiere en Romanos 7:23 cuando dice:
“Pero veo otra ley en mis miembros, que está en guerra contra la ley de mi mente, y que
me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. Lo que los pensadores
éticos chinos llaman “el principio”, es la ley del bien, y lo que llaman “los deseos” es la
ley del pecado que nos introduce en la muerte. Por nuestros propios esfuerzos somos
incapaces de vencer la ley del pecado. Se revela en Romanos 8:2 la única manera de ser
libres de esta ley: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la
ley del pecado y de la muerte”.
Romanos 8:2 habla de la ley del Espíritu de vida. Dios no sólo es el Espíritu, sino
también la vida. El propio Dios que es el Espíritu, es la vida que está en nosotros. Ya que
esta vida es el Espíritu, dicho Espíritu es llamado el Espíritu de vida. Cada vida tiene
una ley, y el Espíritu de vida también tiene su propia ley. La ley de la vida del ave es
volar, la del perro es ladrar, la del gato es cazar ratones, la de la gallina es poner huevos,
y la ley del manzano es producir manzanas. No hay necesidad de enseñar a un manzano
a dar manzanas, porque en la vida del manzano se halla una ley que lo “leyea”
haciéndolo producir fruto según su género. Nuestra vida caída también tiene una ley, la
cual es la ley del pecado y de la muerte. Como creyentes en Cristo, tenemos la vida
eterna, la vida divina, la vida que en realidad es Dios mismo. Debido a que esta vida es la
vida más elevada, su ley también es la más alta. La ley del Espíritu de vida es la función
espontánea de la vida divina. Así que, tenemos la vida más alta con la ley más elevada y
la más alta función.
El Evangelio de Juan habla del Espíritu y también de la vida, pero no dice nada de la ley
del Espíritu de vida. En cuanto a este asunto, Romanos 8 es una continuación
progresiva del Evangelio de Juan. En Romanos 8 el concepto de la ley, la función
espontánea de la vida, es añadido al Espíritu y a la vida. Ya que el Evangelio de Juan no
habla de la función de la vida, no nos muestra la manera en que podemos aplicar la vida.
Pero por medio de la ley del Espíritu de vida mencionada en Romanos 8:2, tenemos la
forma de aplicar la vida divina.
La ley del Espíritu de vida nos libra de la ley del pecado y de la muerte. La manera de
cooperar con la ley divina es poner nuestra mente en el espíritu. Cuando su mal genio o
alguna otra cosa negativa se levante en usted, no intente suprimirlo. En lugar de eso,
vuelva su mente, es decir, su ser, al espíritu mezclado, e invoque el nombre del Señor
Jesús. La mente puesta en el espíritu es vida. Esta vida tiene una ley, una función
espontánea, la cual nos libra de la ley del pecado y de la muerte. Al poner nuestro ser en
el espíritu, espontáneamente aplicamos la vida divina a nuestra situación, y somos
librados de ella. Al ser librados de la ley del pecado y de la muerte de esta manera,
tendremos la sensación de estar en los cielos y de que el pecado se encuentra bajo
nuestros pies.
Sin embargo, por naturaleza procuramos vencer los elementos negativos por nosotros
mismos. A veces, aun los niños son tan obstinados que rechazan la ayuda de su madre y
tratan de resolver los problemas por sí mismos. Sería mucho mejor si un niño
simplemente disfruta de lo que su madre puede hacer por él. De igual modo, la forma de
ser salvos de la ley del pecado es fijar nuestro ser en el espíritu y disfrutar la función
espontánea de la vida divina.
Los filósofos se han agotado tratando de resolver el problema del pecado, y no han
tenido éxito. Como hemos visto, la manera de hacerlo se revela en Romanos 8. ¡Alabado
sea el Señor por la vida divina en nuestro espíritu! Nuestro espíritu hoy está mezclado
con el Espíritu divino y ocupado por Él, y podemos poner nuestra mente en este espíritu
mezclado. Al hacer esto, obtenemos la manera de ser librados de la ley del pecado y de la
muerte. Nuestra responsabilidad es simplemente cooperar al fijar nuestra mente en el
espíritu. Cuando ponemos la mente en el espíritu, la ley del pecado y de la muerte es
vencida.
LA SANTIFICACIÓN EN VIDA
La santificación de nuestro modo de ser no sólo depende de la vida, sino que también
nos imparte más vida. La mejor manera de crecer en vida es ser santificados en nuestro
modo de ser por la vida. Cuanto más somos santificados interiormente por la vida, más
vida es impartida a nosotros. Cuanto más cooperemos con el proceso de santificación
interior, más vida disfrutaremos. Por esta razón Romanos 6:22 dice: “Tenéis por vuestro
fruto la santificación, y como fin, la vida eterna”. La santificación es producida por la
vida y además produce más vida; es por completo un asunto efectuado por la vida y
tiene como fin la vida. Cuanto más fijamos nuestro ser en el espíritu, más somos
separados del mundo y de todo lo común. Tal santificación produce más vida con miras
a nuestro crecimiento en vida.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE CUARENTA Y UNO
El único camino que Dios usa para cumplir Su propósito es la vida. En el capítulo 5 la
vida es introducida en el contexto de la experiencia. En 5:10 Pablo dice: “Porque si
siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más,
estando reconciliados, seremos salvos en Su vida”. Debemos notar el tiempo verbal
usado aquí: seremos salvos en Su vida. Después que hemos sido reconciliados con Dios,
todavía necesitamos ser salvos en Su vida. Aunque ya hemos sido salvos, todavía
necesitamos ser salvos. Por una parte, fuimos salvos del infierno y del juicio de Dios.
Esto fue realizado una vez y para siempre mediante la muerte de Cristo en la cruz. Por
otra parte, aún necesitamos ser salvos de muchas situaciones presentes. Muchos
cristianos esperan ir a los cielos. Sin embargo, si ellos fueran transportados
repentinamente a los cielos, al llegar allí seguramente se sentirían indignos de participar
de la gloria de los cielos. El cielo es glorioso, pero nosotros en muchos aspectos somos
menospreciables. ¿Está completamente satisfecho con su propia persona y cómo es
ahora? ¿Está contento con su propia condición? Me alegro de que yo mismo aún me
encuentro en el proceso de la salvación dinámica que Cristo nos otorga. Necesito ser
salvo porque mi vida natural rige mi vida diaria. Aunque no deseo permanecer en el
hombre natural y me esfuerzo sinceramente por librarme de él, debo confesar que sigo
siendo natural. Por lo tanto, necesito ser salvo de mi hombre natural cada día, y aun a
cada momento, en la vida de Cristo.
Según Romanos 5:10 necesitamos ser salvos en la vida de Cristo. Somos salvos no sólo
por Su vida, sino también en Su vida. La vida es la persona misma de Cristo. En el
Evangelio de Juan el Señor dijo definitiva y enfáticamente: “Yo soy ... la vida” (14:6). Por
lo tanto, ser salvos en Su vida en realidad significa ser salvos en la persona de Cristo
mismo.
Ya vimos que en la vida de Cristo somos salvos de la ley del pecado. La ley del pecado
opera en nosotros de manera espontánea y automática. Así pues, no es necesario
esforzarnos para decir mentiras o perder la paciencia, ya que es el producto automático
de la obra espontánea de la ley del pecado. No obstante, la ley del Espíritu de vida en
Cristo Jesús nos libra de la ley del pecado y de la muerte (8:2). Si estamos en Cristo, en
Aquel que es nuestra vida, la ley de Su vida nos libra espontáneamente de la ley del
pecado y de la muerte.
UN CAMBIO METABÓLICO
Además de ser salvos del pecado y de la mundanalidad, necesitamos ser salvos en vida
de todo lo natural. Esto quiere decir que necesitamos ser transformados. No sólo
necesitamos experimentar un cambio externo, sino también un cambio interno. Este
cambio interno es llamado la transformación, la cual trae consigo un cambio metabólico
que se da en nuestro ser. Un nuevo elemento, un elemento divino, santo y celestial, debe
ser añadido a nuestro elemento natural para producir un cambio metabólico y orgánico.
El resultado de dicho cambio es la transformación.
Supongamos que una persona de tez pálida maquilla su cara a fin de mejorar su color.
Tal cambio es sólo externo; de ninguna manera es el resultado de una transformación
interior. Dios obra de manera distinta. Primero, Él nos lava de nuestros pecados a fin de
cumplir Sus justos requisitos. Luego, al transformarnos, Su preocupación principal no
es nuestra apariencia externa, sino lo que somos orgánicamente. Continuando con el
ejemplo del maquillaje, la mejor forma de mejorar el color de nuestro rostro no es
cubrirlo con maquillaje, sino comer alimentos nutritivos. Esta comida producirá un
cambio orgánico que gradualmente mejorará nuestro semblante. Este cambio es la
transformación. Nuestra apariencia exterior cambiará por medio de la transformación
interior.
La transformación orgánica tiene mucho que ver con la edificación del Cuerpo. Aunque
fuimos reconciliados con Dios por medio de la muerte de Cristo, seguimos siendo muy
naturales. En la vida de iglesia hay creyentes de muchas diferentes nacionalidades:
americanos, chinos, mexicanos, japoneses, filipinos, ingleses, franceses, alemanes,
coreanos, ghaneses, etc. No obstante, si permanecemos en nuestro estado natural, no
podemos ser el Cuerpo de Cristo. ¿Acaso pueden los chinos ser edificados con los
japoneses, o los del Oeste con los del Este? No obstante, en el Cuerpo de Cristo debemos
ser uno y ser edificados juntos; por lo cual, necesitamos ser transformados.
Por naturaleza, todos somos varones o mujeres. Sin embargo, aun esta distinción
natural causa problemas en la vida de iglesia. Un hermano que se vale de su estado de
varón, causará problemas a las hermanas en la vida de iglesia. Por lo tanto, incluso con
respecto a ser varón o hembra, necesitamos ser transformados con miras a la edificación
del Cuerpo de Cristo. Si permanecemos en nuestra vida natural, simplemente no
podremos ser edificados con otros. Si somos naturales, los hermanos no podrán ser
edificados con las hermanas, ni las hermanas con los hermanos. Además, si las
hermanas no son transformadas, no podrán ser edificadas unas con otras. En nuestro
estado natural, seamos hombres o mujeres, no podremos ser edificados como el Cuerpo
de Cristo. Una vez más vemos claramente que necesitamos ser transformados, esto es,
ser salvos de nuestro estado natural en la vida de Cristo.
Yo temo ser natural al hablar con los santos o al contestar sus preguntas. No quiero
actuar conforme a mi modo natural de ser. ¿Sabe usted lo que es nuestro modo natural
de ser? Es simplemente nuestra expresión natural, nuestro ser natural. Nuestro modo
natural de ser es la expresión de lo que somos por naturaleza. ¿Cómo puede ser
edificada la iglesia si permanecemos en nuestro modo natural de ser? ¿Cómo pueden ser
edificados como una sola entidad aquellos que difieren en su modo natural de ser? Sin la
transformación, esto es imposible. Algunos que han comprendido esto, se han
desanimado tanto que han pensado que es imposible tener la vida de iglesia de una
manera práctica. En esos momentos ellos incluso han llegado a pensar en abandonar la
vida de iglesia. Sin embargo, debemos saber que es imposible retroceder. El “tren” en el
que nos encontramos va en una sola dirección y nunca retrocede. Aun cuando nos
desanimamos, este “tren” de la vida de iglesia continúa avanzando. No tenemos más
alternativa que seguir adelante. Éste es nuestro destino. Nacimos para esto e incluso
fuimos predestinados para ello. Simplemente tenemos que proseguir, cooperando con lo
que el Señor está haciendo en la vida de iglesia hoy.
Algunos me han dicho que están cansados de ser cristianos y que no desean seguirlo
siendo. No obstante, una vez que llegamos a ser creyentes, es imposible dejar de serlo.
El universo no se encuentra bajo nuestro control. Nosotros somos simples criaturas, y
ciertas decisiones relacionadas con nuestra vida fueron tomadas aun antes de que
naciéramos. No fuimos nosotros los que tomamos la decisión de nacer en este mundo.
Todo este asunto depende solamente de Dios. Éste es Su universo y Su tierra, y nosotros
somos Su pueblo. Conforme a la economía de Dios, como seres humanos típicos
debemos ser cristianos. Como cristianos, hemos visto que debemos estar en la vida de
iglesia. Ya que no tenemos alternativa en este asunto, confiemos simplemente en la
mano transformadora de Dios y permitámosle llevar a cabo Su obra transformadora en
nuestro interior. Nosotros los que estamos casados tenemos exactamente el esposo o la
esposa que necesitamos. Además, en la vida de iglesia tenemos exactamente los
hermanos y las hermanas que necesitamos. Todos los queridos hermanos en la vida de
iglesia son necesarios para nuestra transformación. El Señor es soberano, y debemos
adorarle por Su soberanía; Él nunca se equivoca. A veces estoy tentado a impacientarme
con la lentitud de ciertos hermanos o con los errores que ellos cometen bajo la soberanía
del Señor; pero en tales momentos, el Espíritu que mora en mí me recuerda que todo
esto es para mi transformación. En otras ocasiones, tal vez mi esposa me recuerde que
Dios hace que todas las cosas cooperan para nuestro bien. Todas las cosas cooperan para
bien por causa de nuestra transformación. Necesitamos esta transformación para ser
salvos de nuestro vivir natural.
LA RENOVACIÓN DE LA MENTE
Romanos 12:12 nos dice que debemos ser transformados por medio de la renovación de
nuestra mente. La fuente de nuestros problemas es nuestra mente, la cual ha sido
saturada e impregnada por toda clase de conceptos naturales. Esta mente, llena de
tantos conceptos naturales, es la causa de las dificultades relacionadas con la edificación
del Cuerpo. Los hermanos, las hermanas, los viejos, los jóvenes, todos tienen sus
propios conceptos. Además, aquellos nacidos en el Oriente tienen sus conceptos, y los
nacidos en el Oeste también tienen los suyos. ¿Cómo podemos ser edificados juntos si
nos aferramos a nuestros conceptos diferentes? Para la edificación del Cuerpo
necesitamos la renovación de nuestra mente. No sólo debemos abandonar los conceptos
que no son cristianos, sino también los conceptos cristianos que adquirimos mientras
estuvimos en las denominaciones, las cuales son divisiones formadas en conformidad
con conceptos diversos. Ahora que el Señor, en Su misericordia, nos ha reunido para
tener la vida de iglesia, es necesario que nuestra mente sea renovada. Necesitamos ser
despojados totalmente de nuestros conceptos, lo cual se relaciona con el crecimiento en
vida. Cuanto más crecemos en vida, más somos saturados por dicha vida. Entonces esta
vida transformará nuestra mente orgánicamente, y de forma espontánea todos estos
conceptos serán consumidos por dicho crecimiento.
Hemos aprendido a no discutir con los santos en cuanto a sus conceptos. En lugar de
ello, debemos orar por ellos y ministrarles vida a fin de que crezcan. A medida que ellos
crecen, experimentan la transformación de su alma por medio de la renovación de la
mente. Al crecer nosotros de esta manera en la vida de Cristo, gradualmente llegaremos
a tener un mismo sentir. Entonces seremos uno, no con respecto a nuestros conceptos,
sino conforme a la vida interior.
EL MINISTERIO DE LA VIDA
Hoy en día, para llevar a cabo la edificación de la iglesia, necesitamos experimentar esta
clase de transformación. Cuanto más somos transformados, más somos salvos en la vida
de Cristo. Que todos oremos pidiéndole al Señor que nos conceda una genuina
transformación interior y orgánica. Ésta es nuestra necesidad hoy en día.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE CUARENTA Y DOS
Romanos 5:10 es un versículo clave, porque concluye una sección e inicia otra. En este
versículo se incluye la muerte reconciliadora de Cristo y Su vida salvadora. La
reconciliación incluye la redención y la justificación. Cristo murió en la cruz para
redimirnos; es por medio de esta redención que fuimos justificados por Dios y
reconciliados con Él. Ya no existe separación entre Dios y nosotros. Sin embargo,
todavía tenemos ciertos problemas de orden subjetivo. Por esta razón, incluso después
de haber sido reconciliados con Dios, todavía necesitamos ser salvos en la vida de Cristo.
Puesto que la reconciliación efectuada por la muerte de Cristo es un hecho ya realizado,
Pablo, en 5:10, se refiere a este hecho en el tiempo pasado. Pero debido a que aún nos
encontramos en el proceso de ser salvos en vida, Pablo usa el tiempo futuro cuando
habla de ser salvos en la vida de Cristo. En este mensaje, estudiaremos el hecho de que
la vida divina nos salva del individualismo.
En el libro de Romanos Pablo aborda siete asuntos negativos de los cuales necesitamos
ser salvos. Ya vimos que el primero de éstos es la ley del pecado. En nuestra carne, es
decir, en nuestro cuerpo caído, la ley del pecado actúa en forma automática y
espontánea. Esta ley del pecado es el poder del mal que opera espontáneamente en
nosotros.
El tercer asunto negativo es la tendencia de vivir por nuestra vida natural. Todos
tenemos una vida natural y un modo natural de ser. Nuestra constitución misma es
natural. Todos estos elementos naturales son enemigos de Dios. Él no tiene nada que
ver con nuestro ser natural, con nuestra vida natural, con nuestra fuerza natural, con
nuestro modo natural de ser ni con nuestro poder natural. Estos elementos naturales
están profundamente arraigados en nuestro ser, mucho más profundo que la ley del
pecado. La ley del pecado se relaciona principalmente con nuestra carne, pero nuestro
ser natural es nuestro yo. Por causa del propósito de Dios, necesitamos ser salvos en
vida de tal modo que ya no vivimos por nuestra vida natural.
Además, necesitamos ser salvos del individualismo, de ser individualistas. Debido a que
todos tenemos la tendencia de ser individualistas, por naturaleza a nadie de nosotros
nos agrada ser uno con los demás. Nuestra vida matrimonial pone al descubierto cuán
individualistas somos. Debido a esto, a ninguna esposa le gusta ser dependiente de su
esposo, y a ningún esposo le agrada depender de su esposa. La intención de Dios no es
tener un grupo de creyentes individualistas; por el contrario, es edificar el Cuerpo para
el cumplimiento de Su propósito. Para esto necesitamos ser salvos del individualismo.
La vida de Cristo también nos salva de ser divisivos. Aunque hablamos mucho acerca de
la unidad, en realidad no nos gusta ser uno, porque esto es ser restringidos, atados y,
finalmente, morir al yo. ¿En dónde está la unidad del cristianismo actual? Durante
siglos ha habido gran escasez de unidad entre los cristianos. En vez de unidad, se ha
dado división tras división. Toda división proviene del elemento divisivo inherente a
nuestra naturaleza caída.
El sexto asunto negativo del que necesitamos ser salvos es el de manifestar la semejanza
del yo. Al hablar de la semejanza del yo, hacemos referencia a la apariencia y expresión
de nuestro yo natural. Necesitamos ser salvos de manifestar la semejanza del yo al ser
conformados a la imagen del Hijo de Dios. En muchos aspectos aún no tenemos la
semejanza de Cristo. En lugar de eso, la semejanza que proyectamos es la del yo. Por lo
tanto, necesitamos ser salvos de manifestar la semejanza del yo y ser conformados a la
semejanza del Cristo glorioso.
¿Se ha dado cuenta de que nosotros mismos somos el mayor obstáculo para la
edificación? Ésta es la razón por la cual el apóstol Pablo no habla del Cuerpo sino hasta
llegar al capítulo 12, después de haber tratado la redención, la justificación, la
santificación y la transformación. Hasta después de todo esto viene la edificación del
Cuerpo. La justificación se halla en los capítulos del 1 al 4; la santificación, en la sección
del capítulo 5 al 8; y la transformación, en el capítulo 12. Luego, a partir de Romanos
12:4, Pablo empieza a mencionar la edificación del Cuerpo. Aquellos que permanecen en
una condición mundana o natural no pueden ser edificados con otros. Es imprescindible
que seamos justificados, santificados y transformados si hemos de ser edificados con
otros.
Todos tenemos problemas con nuestra mente, con nuestras emociones y con nuestra
voluntad. Si permanecemos en ellas, no podremos ser uno. Los pensamientos, conceptos
e imaginaciones peculiares que frecuentemente tenemos, nos impiden ser
conjuntamente edificados. Nuestra parte emotiva es aun más difícil de controlar, y
nuestra voluntad obstinada nos causa muchas dificultades. Debido a estos problemas, la
iglesia no ha sido aún edificada, aunque ha existido por más de mil novecientos años.
ABIERTOS AL SEÑOR
Nuestra vida matrimonial nos muestra cuánto hemos sido edificados. ¿Es usted
verdaderamente uno con su esposo o esposa? En nuestra vida matrimonial tenemos la
oportunidad de aprender lo que significa ser edificados en la vida de iglesia. En varias
ocasiones el Señor me indicó que si no soy capaz de ser edificado con mi esposa, no
puedo esperar ser edificado con otros. Para ser edificados con nuestro esposo o esposa, o
con los demás hermanos que están en la vida de iglesia, primeramente es necesario que
sean resueltas los problemas en nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra
voluntad.
En el recobro del Señor nos hemos dedicado a que la persona de Cristo y la práctica de la
iglesia sean recobradas con miras a que se edifique el Cuerpo. El asunto crucial para
nosotros hoy es la edificación, la cual depende totalmente de la condición de la mente,
las emociones y la voluntad. El problema hoy no tiene que ver con nuestro corazón ni
con nuestros motivos, sino con nuestra mente, con nuestra parte emotiva y con nuestra
voluntad. La razón por la cual no se encuentra armonía en algunas áreas del servicio en
la iglesia es que ciertos hermanos difieren de los demás en sus conceptos y en su sentir.
Otros tienen una voluntad muy fuerte y siempre quieren tener todo bajo su control. Una
voluntad tan fuerte es ajeno al Cuerpo de Cristo. Nuestros conceptos y sentimientos
peculiares son también elementos extraños que dañan al Cuerpo. Debido a que todos
tenemos problemas con la mente, la parte emotiva y la voluntad, necesitamos que el
Señor se muestre misericordioso para con nosotros y que nos dé Su gracia para que
podamos consagrarnos a Él y para que Él haga con nosotros lo que le plazca. Muchos se
han consagrado a Cristo y a la iglesia, pero todavía tienen problemas con la mente, las
emociones y la voluntad, lo cual indica que el problema respecto a la edificación no es
externo sino interno. El ambiente externo de la vida de iglesia pone a prueba nuestro ser
interior, es decir, pone al descubierto lo que somos en nuestra mente, en nuestra parte
emotiva y en nuestra voluntad.
La vida matrimonial también nos pone al descubierto en estos asuntos. Sin cónyuge no
nos conoceríamos a nosotros mismos de una manera adecuada. Debemos dar gracias al
Señor por la vida matrimonial, ya que pone de manifiesto lo que somos. Antes de
casarnos, nos considerábamos unos cristianos bastante santos que amaban al Señor y
siempre buscaban más de Él; pero la vida matrimonial nos puso en evidencia. Toda
nuestra “santidad” se deshizo en mil pedazos, y descubrimos cuán deplorable era
nuestra condición. La vida de iglesia nos pone al descubierto aun más que la vida
matrimonial, porque es más intensa. Sin la vida de iglesia, es posible pensar que no
tenemos problemas y que nos hemos entregado por completo a Cristo y a la iglesia. Sin
embargo, al ser ofendidos por los demás que están en la vida de iglesia, nos damos
cuenta de que tenemos problemas internos relacionados con la mente, la parte emotiva
y la voluntad. Cuando vemos esto, necesitamos pedir al Señor que nos salve en Su vida.
Necesitamos mucho de la gracia del Señor para ser salvos en vida de los asuntos
negativos que se hallan en nuestro ser. Deberíamos orar: “Señor, no confío en mí
mismo; concédeme Tu misericordia. Me pongo en Tus manos para que obres en mí.
Señor, permíteme estar sobre Tu altar y mantenme siempre abierto a Ti. Por causa de
Tu edificación, haz lo que desees con mi mente, mis emociones y mi voluntad”. Si
estamos dispuestos a darnos al Señor de esta manera, podremos ser edificados con
otros. Para ser salvos del individualismo y para ser edificados en el Cuerpo, debemos
estar dispuestos a que el Señor quebrante nuestra mente, nuestra parte emotiva y
nuestra voluntad en conformidad con Su deseo.
Si queremos que la vida de Cristo nos salve, debemos darle plena libertad de vivir en
nosotros. Ciertamente tenemos a Cristo como vida dentro de nuestro ser, pero nuestra
mente, nuestras emociones y nuestra voluntad son muy fuertes. La mayoría de las veces
el problema es que no le damos libertad a Cristo para que viva en nosotros. Ésta es la
razón por la que debemos ponernos en el altar, orar pidiendo que el Señor nos
mantenga abiertos y dispuestos a Él, y permitirle tomar las medidas necesarias con cada
parte de nuestro ser interior. Entonces, Él tendrá completa libertad de vivir en todo
nuestro ser interior.
En Gálatas 2:20 Pablo dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”. El “yo” de este
versículo se encuentra en la mente, las emociones y la voluntad. Los problemas que
existen en la vida matrimonial y en la vida de iglesia son causados por el yo. Podemos
conocer la doctrina de que el yo fue crucificado con Cristo, y podemos proclamar este
hecho con osadía, pero aun así es posible que sigamos con una mente, emoción y
voluntad fuertes. Debemos tener cuidado siempre que nuestra mente esté demasiado
fuerte, que nuestra emoción esté muy despierta, y que nuestra voluntad esté
inquebrantable. En tanto permitamos que el “yo” prevalezca, el Señor Jesús será
destronado dentro de nosotros y no tendrá oportunidad de morar libremente en nuestro
interior. Si destronamos al Señor Jesús de esta manera, el asunto de ser salvos en Su
vida será meramente una doctrina para nosotros. No será Él quien viva en nosotros, más
bien el “yo” continuará viviendo y teniendo el control.
Hemos indicado que la vida de casados nos pone al descubierto. Cuando se presentan
dificultades, el esposo tiende a culpar a la esposa, la esposa tiende a culpar al esposo, y
ambos secretamente tienden a culpar al Señor. Pero si no tuviéramos precisamente la
esposa o el esposo que tenemos, no seríamos plenamente puestos al descubierto.
Cuando algunos tienen dificultades en su matrimonio, inmediatamente piensan en
divorciarse. De igual manera, cuando algunos encuentran que la vida de iglesia no es tan
perfecta, consideran tener un “divorcio” de la vida de iglesia. Muchos sueñan con una
vida de iglesia ideal. Por esto, después de que su “luna de miel” con la vida de iglesia
termina, se desaniman. Cuando enfrentan problemas en la iglesia, empiezan a dudar si
la iglesia en verdad será la iglesia.
Dios nunca se equivoca en lo que Él ha ordenado. Todos los matrimonios son
divinamente ordenados por Dios para el cumplimiento de Su propósito. Siempre que
seamos puestos al descubierto en nuestra vida de matrimonio, deberíamos dar gracias al
Señor, pues nos lleva a nuestra salvación. La intención de Dios es ponernos al
descubierto a fin de salvarnos en Su vida y librarnos de nuestro ser natural. Cuando se
hace manifiesto lo que somos, el Señor tiene la oportunidad de vivir en plena libertad en
nosotros. Tanto en la vida matrimonial como en la vida de iglesia, somos puestos al
descubierto a fin de que el Señor pueda vivir en nosotros. Por lo tanto, no culpe a su
esposa o a su esposo, ni culpe a la iglesia; mucho menos culpe al Señor. En lugar de
hacer eso debe orar: “Señor, cuánto te agradezco por esta situación. Amo a la iglesia, no
porque sea perfecta, sino porque me pone de manifiesto. Señor, mantenme sobre el altar
y quebranta mi mente, emoción y voluntad de tal manera que Tú puedas vivir
libremente en mí”.
En tanto el Señor viva en nosotros, nos salva. Su vida salvadora obrará sólo en tanto Él
tenga la oportunidad de moverse en nosotros. Si Él ha de vivir en nosotros, necesitamos
entregarnos completamente a Él. Tal consagración incluye el quebrantamiento de
nuestra mente, emoción y voluntad.
Todos necesitamos ser salvos en la vida de Cristo. Para esto es necesario un largo
proceso en el cual lo que somos se hace manifiesto, especialmente en lo relacionado con
el individualismo. Para ser conjuntamente edificados, necesitamos que salga a la luz el
estado natural en que se encuentra nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra
voluntad. Una vez que esto se haga manifiesto, rendiremos nuestro ser interior
completamente al Señor, y Él tendrá plena libertad para moverse en nosotros. Entonces
la vida divina nos salvará de ser individualistas. En tanto seamos salvos en Su vida,
llegaremos a ser el Cuerpo y miembros los unos de los otros. Que el Señor tenga
misericordia de nosotros y permita que podamos ver la gran necesidad que tenemos de
ser salvos, en Su vida, del individualismo para la edificación de Su Cuerpo.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE CUARENTA Y TRES
EL ELEMENTO DIVISIVO
Romanos 8 dice que la ley del Espíritu de vida nos libra de la ley del pecado, y Romanos
6 nos dice que la vida de Cristo nos santifica en términos de nuestro modo de ser. En
Romanos 12 leemos que necesitamos ser transformados por medio de la renovación de
la mente. Romanos 12 también nos dice que somos un solo Cuerpo y miembros los unos
de los otros. Ser transformados significa ser salvos de vivir por nuestra vida natural, y
ser edificados en un solo Cuerpo equivale a ser salvos del individualismo. En el capítulo
12 tenemos transformación y edificación, pero al llegar a los capítulos 14 y 15, vemos que
la vida de Cristo puede salvarnos de ser factores que causen división. En estos capítulos
el apóstol Pablo se ocupa de nuestra naturaleza divisiva.
En Romanos 14 Pablo aborda el asunto de recibir a los santos. Debemos estar dispuestos
a recibir a todos los cristianos. Incluso en el primer siglo había distintas clases de
cristianos. Unos solamente comían legumbres, mientras que otros comían de todo. Unos
guardaban ciertos días, mientras que otros consideraban todos los días iguales. Si usted
hubiera vivido en los tiempos del apóstol Pablo, ¿habría sido capaz de recibir a todos
esos tipos de cristianos? Debemos recibir a todo aquel que cree en Cristo. Si una persona
cree que Jesús es el Hijo de Dios encarnado como hombre, que Él murió en la cruz por
nuestros pecados, que resucitó física y espiritualmente, y que Él está ahora a la diestra
de Dios, entonces ciertamente debemos recibirle. De hecho debemos tener una actitud
de que ya los hemos recibido.
Sin embargo, el problema es que tal vez los cristianos que solamente comen verduras,
no reciban a los que comen de todo, y puede ser que los que comen de todo, no reciban a
los que comen sólo verduras. De igual modo, aquellos que consideran todos los días
iguales, quizás no estén dispuestos a recibir a los que guardan ciertos días especiales, y
es posible que los que guardan ciertos días, tampoco reciban a los que consideran todos
los días iguales. No obstante, en tanto alguien crea en el Señor Jesucristo, debemos
recibirle; sin importar lo que coma, o si guarda ciertos días o no lo hace.
Todo creyente cree en el Señor Jesús y en la Biblia. Sin embargo, existen diferentes
entendimientos e interpretaciones de muchos asuntos bíblicos. En el capítulo 14 Pablo
se enfrenta con dos de esas diferencias, el comer y la observancia de los días de fiesta.
Comer algo es recibirlo dentro de nosotros de manera que llegue a formar parte de
nuestro ser, y guardar un día es seguir un rito o reglamento externo. Las diferencias que
existen entre los cristianos de hoy consisten principalmente en las cosas que reciben, y
en los ritos y reglamentos externos que observan. Según Colosenses 2:16-17, los
preceptos bíblicos respecto a observancias externas son tipos y sombras de Cristo. En
Colosenses 2:16 Pablo dice: “Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en
cuanto a días de fiesta, luna nueva o sábados”. En este versículo vemos las dos
categorías mencionadas previamente, el comer y las observancias externas. En el
siguiente versículo Pablo indica que todo esto “es sombra de lo que ha de venir; mas el
cuerpo es de Cristo”. Si yo me paro junto a una luz, una sombra con la forma de mi
cuerpo se proyectará detrás de mí. Mi cuerpo es la realidad de dicha sombra. De igual
manera, los asuntos de comer y beber, y de guardar ciertos días son sombras, pero el
cuerpo, la realidad de esas sombras, es Cristo.
En el Antiguo Testamento Dios mandó a Su pueblo que solamente comiera lo que era
considerado limpio. Ellos no debían comer ninguna cosa inmunda. Sin embargo, la
mayoría del pueblo no entendió que esos preceptos en cuanto a la dieta estaban
relacionados con Cristo. Todas las cosas limpias mencionadas en Levítico 11 representan
distintos aspectos de Cristo. Él es inescrutablemente rico y tiene innumerables aspectos.
Este rico Cristo requiere miles de elementos que lo tipifiquen. Todas las clases de
comida apropiada para el pueblo de Dios, como las mencionadas en Levítico 11, tipifican
diferentes aspectos de Cristo. Además, la comida que Dios prohibió, tipifica lo que no es
Cristo. Todo lo de Cristo es bueno para comer, pero todo lo que no es Cristo, no sirve
para alimentarnos. Esto nos lleva de nuevo a Génesis 2, donde vemos que el árbol de la
vida era bueno para comer, pero no así el árbol del conocimiento del bien y del mal. Sin
embargo, lo que realmente le interesa a Dios no es nuestra comida física, sino Cristo.
Dios sólo se interesa por Cristo.
Con respecto al guardar ciertos días especiales, debemos entender que a los ojos de Dios
todos los días son iguales. Pero con el fin de presentar ciertos aspectos de Cristo, Dios
usa ciertos días como sombras. Por ejemplo, el sabát, el día de reposo, es una sombra de
Cristo como nuestro reposo y satisfacción. Ya que Cristo es la consumación y la
perfección de todo lo que Dios ha hecho, Él es nuestra satisfacción y reposo. De manera
que, Cristo es nuestro sabát. De igual modo, Cristo es nuestra luna nueva, esto es,
nuestro nuevo comienzo. En el Antiguo Testamento, todos los días que al pueblo de Dios
se les ordenó guardar o celebrar, eran sombras de Cristo. Sin embargo, Dios en realidad
no se interesa por esos días; lo que a Él le interesa es Cristo. Por lo tanto, debemos
asirnos de todo lo que es de Cristo y rechazar todo lo que no tiene que ver con Él.
De acuerdo con la ley natural, nuestro cuerpo físico debe tener al menos un día de
reposo a la semana. Al descansar de esta manera, podemos trabajar con más eficacia los
otros seis días. Sin embargo, no importa si este día de descanso es el séptimo día o el
primer día de la semana. Si aplicamos esto a Cristo, veremos que para Él todos los días
son iguales. Éste fue el entendimiento de Pablo tal como se muestra en sus epístolas.
No obstante, Pablo sabía que debemos cuidar de los creyentes más débiles. En Romanos
14:1-2 él dijo: “Ahora bien, recibid al débil en la fe, pero no para juzgar sus opiniones.
Porque uno cree que puede comer de todo, pero el que es débil, sólo come legumbres”.
Aquellos que son fuertes deben cuidar de los más débiles. Aunque usted considere todos
los días iguales y crea que todos los alimentos son buenos, es posible que otros que son
débiles en la fe guarden ciertos días especiales y sólo coman legumbres. Por un lado,
debemos entender que una gran cantidad de cosas materiales y de días especiales son
tipos y sombras de Cristo. Si vemos esto, no nos preocuparemos acerca del comer ni del
guardar ciertos días. Pero por otro lado, muchos cristianos genuinos no son muy fuertes
en su fe acerca de estos asuntos, y nosotros debemos mantener una actitud abierta a
todos ellos; de otro modo, seremos divisivos.
Los creyentes hoy en día no sólo tienen la tendencia a causar división, sino que están
divididos. En lugar de juzgar la actitud divisiva de otros, debemos juzgar nuestra propia
naturaleza divisiva. Hemos visto que todos los cristianos tienen la misma fe salvadora,
pues creen en la persona del Señor Jesús y en Su obra. La fe que nos salva es la misma
en todos los creyentes. Pero como ya hicimos notar, es difícil que todos los cristianos
tengan el mismo entendimiento con respecto a las verdades de la Biblia. Aun nosotros
mismos podemos cambiar nuestro punto de vista en cuanto a ciertos asuntos. Hace
cuarenta años yo interpretaba cierto versículo de una manera, pero ahora lo interpreto
de una forma completamente diferente. ¿Cómo entonces podemos esperar que todos los
creyentes en Cristo estén de acuerdo en su interpretación de la Biblia? Esto es
ciertamente imposible. Por ejemplo, algunos dicen que el bautismo mencionado por
Pablo en Romanos 6 se refiere a un bautismo espiritual, y no al bautismo que se da en
agua. Pero otros, igualmente firmes en su convicción, creen que se refiere al bautismo en
agua. Así que, sobre este particular ha habido fuertes disputas debido a la diferencia de
opiniones. Los cristianos también tienen diferentes opiniones acerca de ofrecer
alabanzas al Señor, de invocar Su nombre y de orar-leer la Palabra. No debemos esperar
que todos los cristianos tengan exactamente el mismo entendimiento de todo lo
contenido en la Biblia. Tal vez no seremos exactamente iguales en todo aspecto sino
hasta que estemos en la Nueva Jerusalén.
Hay una fuerte tendencia natural en todos nosotros de insistir en que todos los
creyentes piensen exactamente igual que nosotros. Esta insistencia no sólo pone al
descubierto nuestra falta de sabiduría, sino que también descubre el mismo elemento
divisivo que se encuentra arraigado muy dentro de nuestro ser natural. Debido a este
elemento, tenemos la tendencia a causar división y a formar nuestra propia clase de
grupo.
En 1957 los hermanos que llevaban la delantera en la iglesia en Taipéi tuvimos la carga
de visitar a los líderes de los grupos cristianos independientes de esa cuidad. Algunos de
esos grupos afirmaban que no pertenecían a ninguna denominación y declaraban
reunirse en el nombre del Señor Jesús. Por tanto, los invitamos a tener comunión con
nosotros. Durante nuestra comunión, los líderes de esos grupos quedaron plenamente
convencidos de que todos los cristianos debían ser uno y que no existía razón para estar
divididos. Sin embargo, dijeron que preferían seguir por su propia cuenta. Aunque
estábamos dispuestos a que ellos tomaran el liderazgo y manejaran todas las
propiedades de la iglesia, aun así prefirieron aferrarse a sus grupos independientes.
Ellos agradecieron nuestra disposición, pero no estuvieron dispuestos a ser uno de
manera práctica. Nosotros estábamos dispuestos a ser uno, pero ellos prefirieron
permanecer en su posición divisiva.
¡Qué gran misericordia es que estemos en la vida de iglesia! Muchos dicen que es
imposible ser uno hoy y que es iluso tratar de practicar la vida de iglesia en una genuina
unidad. Si no contamos con la misericordia del Señor, sería imposible ser uno con otros.
Si el Señor no hubiera tenido misericordia de nosotros en China, no habríamos sido
introducidos a la genuina unidad ni mantenidos en ella. Pero el Señor en Su
misericordia abrió nuestros ojos y nos mostró Su camino. Para seguir adelante, es
menester que andemos por el camino escogido por el Señor. Conforme a la economía de
Dios, nosotros los seres humanos debemos creer en el Señor Jesús y ser cristianos. Si no
fuésemos cristianos, viviríamos nuestra vida en vano. Como los cristianos que somos,
debemos simplemente seguir el camino del Señor en la vida de iglesia; si no, no
podremos seguir adelante. Tal vez querremos argumentar externamente al respecto,
pero interiormente sabremos que hemos errado el blanco. No tendremos reposo interior
ni sentiremos que hemos encontrado nuestro hogar.
NUESTRA POSICIÓN
¡Qué espíritu tan divisivo se halla entre los creyentes hoy en día! Las diferentes
denominaciones y grupos están divididos y son divisivos. No obstante, ellos quieren que
los demás sean uno con ellos. Por ejemplo, ciertos grupos reciben solamente a aquellos
creyentes que han sido bautizados por ellos. ¡Cuán divisivo es esto! Otros grupos le
prohíben a la gente invocar el nombre del Señor Jesús o alabar al Señor en voz alta. Esto
también demuestra una actitud divisiva. Si ponemos como una condición que los
creyentes abandonen o adopten ciertas prácticas para que puedan ser aceptados por
nosotros, seremos divisivos. No nos debe importar ninguna práctica, sino que el que
desee reunirse con nosotros sea un verdadero cristiano. La base sobre la cual hemos de
recibir a los santos no debe ser nada más ni nada menos que Cristo mismo. No importa
qué clase de trasfondo pueda tener un determinado creyente, en tanto sea un verdadero
creyente, nosotros debemos recibirle cono nuestro hermano en el Señor.
A fin de ser salvos de ser los que causan división, necesitamos crecer en vida. No es
suficiente aprender las enseñanzas acerca de la unidad. Cuanto más crezcamos en la
vida de Cristo, más seremos salvos en Su vida. Cuando yo era un cristiano joven,
acostumbraba preguntar a otros cristianos qué creían acerca del bautismo o del
arrebatamiento. Pero cuando obtuve cierto crecimiento en vida, dejé de hacer tal clase
de preguntas. Ahora, cuando tengo contacto con los santos, nunca les hago preguntas de
asuntos doctrinales. En vez de eso, aprecio la medida de Cristo que está en ellos.
Simplemente no me interesan las cosas externas. Si queremos ser salvos de ser los que
causan división, debemos crecer. Cuanto mayor sea nuestra medida de Cristo, menos
seremos divisivos. Debido a que aún estamos en la vieja naturaleza con su elemento
divisivo, no podemos afirmar que estamos completamente libres de ser divisivos.
Debemos estar muy alertas en cuanto al elemento divisivo que está en nosotros.
Además, debemos orar pidiendo que el Señor nos conceda el verdadero crecimiento en
vida, a fin de que podamos ser salvos de ser los que causan división.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE CUARENTA Y CUATRO
(1)
El versículo clave del libro de Romanos es 5:10, que dice: “Porque si siendo enemigos,
fuimos reconciliados con Dios por la muerte de Su Hijo, mucho más, estando
reconciliados, seremos salvos en Su vida”. Ya fuimos reconciliados con Dios por medio
de Cristo, pero ahora y cada día necesitamos ser salvos en Su vida de innumerables
cosas negativas.
La muerte de Cristo en la cruz ya terminó con todas las cosas negativas, y por eso la
llamamos una muerte todo-inclusiva. Dado que la muerte de Cristo terminó con las
cosas negativas, ¿por qué aún necesitamos ser salvos en Su vida? Necesitamos tal
salvación porque aún debemos experimentar lo que Cristo realizó por nosotros. Todo lo
que Cristo efectuó en la cruz es un hecho objetivo, pero necesitamos experimentar ese
hecho de modo subjetivo, lo cual es una experiencia que se tiene en la vida divina. Cristo
murió en la cruz como nuestro sustituto, pero aún existe la necesidad de que seamos
identificados con Él en Su muerte. Sólo al experimentar diariamente a Cristo como
nuestra vida podemos nosotros aplicar de manera práctica lo que realizó Cristo, nuestro
sustituto. Ésta es la identificación que nos introduce en la realidad de este hecho.
En los mensajes anteriores abarcamos cinco elementos de los cuales necesitamos ser
salvos en la vida de Cristo; éstos son: la ley del pecado, la mundanalidad, el vivir
conforme a nuestra propia naturaleza, el individualismo y el ser divisivos. En este
mensaje hablaremos del sexto elemento, el cual es la manifestación de la semejanza del
yo.
LA EXPRESIÓN DEL YO
Todo ser humano es un yo. No solamente nacimos con el yo y en él, sino que así somos
por haber nacido. Si somos naturales, lo único que expresaremos será nosotros mismos.
Ya sea que amemos a otros o los odiemos, lo que expresamos es nuestro yo. Cierta
persona puede ser muy buena, pero tal vez sólo de una manera natural; aunque esté
llena de amor, su amor es natural. En esencia, él es igual a alguien que está lleno de
odio. A los ojos de Dios, uno que por naturaleza es muy amoroso tiene la misma esencia
que uno que por naturaleza está lleno de odio. No piense que su amor natural expresa a
Cristo, y que su odio no lo expresa. Si usted vive por su propia naturaleza y en sí mismo,
lo único que usted expresará será el yo, y no a Cristo. La expresión de Cristo emana
únicamente de Su vida.
Ser salvos del yo equivale a ser conformados a la imagen del Hijo de Dios. Esto significa
que ser salvos del yo equivale a ser hechos verdaderos hijos de Dios. Romanos 8 habla
de los hijos de Dios, de Sus hijos maduros y de Sus herederos (vs. 16, 14, 17). En la etapa
inicial somos hijos recién nacidos, en una etapa más avanzada somos hijos maduros, y
en la etapa de plena madurez somos herederos. Romanos 8:14 dice: “Porque todos los
que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios”. No es sino hasta que
somos guiados por el Espíritu de Dios que somos considerados hijos maduros de Dios.
Hasta ese entonces, somos simplemente niños, aquellos que claman “Abba, Padre” y que
tienen el testimonio del Espíritu en su espíritu. Para ser hechos herederos, debemos
alcanzar la madurez y ser aprobados. En este mensaje nuestro interés no se centra en los
hijos recién nacidos ni en los herederos, sino en los hijos maduros. Romanos 8:29 no
dice que seremos conformados a la imagen de los hijitos de Dios, ni a la imagen de los
herederos de Dios, sino a la imagen del Hijo de Dios.
Mediante este proceso de conformación, el Hijo primogénito obtendrá muchos
hermanos. Cristo, el Hijo de Dios, era único en Su género, el Unigénito; pero, mediante
Su encarnación, crucifixión y resurrección llegó a ser el Primogénito, y los muchos hijos,
quienes son Sus hermanos, son conformados a Su imagen. Romanos 1:3-4 dice: “Acerca
de Su Hijo, que era del linaje de David según la carne, que fue designado Hijo de Dios
con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos,
Jesucristo nuestro Señor”. En estos versículos, Cristo, el Hijo de Dios, es el prototipo,
mientras que en 8:29 los muchos hermanos son la producción en serie del prototipo. En
1:4 el Hijo único es designado, pero en 8:29 los muchos hijos son conformados. La
designación del Hijo único se relaciona con el prototipo, y la conformación de los
muchos hijos es la producción en serie a partir del prototipo. Dios, habiendo obtenido el
prototipo, ahora procura producir en serie muchos hijos conformados a la misma
imagen del Primogénito.
¿Parece usted un hijo maduro de Dios? Aunque es posible parecer un hijo maduro de
Dios en algunos aspectos, lo más seguro es que en la mayoría de los aspectos no lo
parezca. ¡Cuánto necesitamos ser salvos de nuestro yo a fin de que manifestemos la
apariencia de hijos maduros de Dios! En la vida de iglesia estamos en el proceso de
llegar a ser los hijos maduros de Dios.
LA SANTIFICACIÓN, LA TRANSFORMACIÓN
Y LA GLORIFICACIÓN
Como hicimos notar en algunos de los mensajes anteriores, el concepto central del libro
de Romanos no es la justificación por fe, sino lo siguiente: Dios hace de pecadores hijos
Suyos, para formar con ellos el Cuerpo que expresará a Cristo. La meta de Dios no es la
justificación, sino el Cuerpo de Cristo. En el libro de Romanos encontramos diferentes
secciones que hablan de la justificación (3:2—5:11), de la santificación (5:12—8:13) y de
la glorificación (8:14-39). También hallamos una sección que habla de la transformación
(12:1—15:13). Romanos 8:30 dice: “Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los
que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”. En
este versículo Pablo no menciona ni la redención ni la reconciliación. En los capítulos 3,
4 y 5 sí se menciona la propiciación, la redención, la justificación y la reconciliación. La
propiciación tiene como objetivo la redención, la redención tiene como fin la
justificación, y la justificación da por resultado la reconciliación. En Romanos 8:30
Pablo no menciona la propiciación, la redención ni la reconciliación, porque éstas se
encuentran incluidas en la justificación. Por consiguiente, en este libro no se hallan
secciones específicas dedicadas a estos temas. Siguiendo el mismo principio, en
Romanos 8:30 Pablo tampoco menciona la santificación ni la transformación, porque
ambas están incluidas en la glorificación.
En este versículo Pablo dice que Dios nos predestinó y nos llamó. Antes de la fundación
del mundo, Dios nos marcó conforme a Su presciencia divina; nos predestinó en la
eternidad pasada. Luego, en el tiempo, nos llamó. Así que, llamó a los que de antemano
conoció y predestinó. Cuando Dios nos llamó, nos justificó. Por medio de Su obra de
justificación nuestros problemas con Él fueron resueltos. Sin embargo, esto no significa
que la justificación sea el final de la obra que Dios lleva a cabo en nosotros, pues después
de ser justificados todavía necesitamos ser santificados, transformados y finalmente
glorificados. Así pues, la santificación y la transformación tienen como objetivo la
glorificación. En 2 Corintios 3:18 se dice que somos transformados de gloria en gloria en
la misma imagen. Esto demuestra que la transformación tiene como objetivo la
glorificación.
EL PROCESO DE LA GLORIFICACIÓN
Cristo, la semilla orgánica de vida divina, fue sembrado en nosotros. Ahora esta semilla
debe desarrollarse en nuestro ser. De nacimiento somos personas naturales y comunes.
Dios no quiere cambiarnos de malos en buenos, de impacientes en pacientes, ni de
personas llenas de odio en personas llenas de amor. A Dios sólo le interesa hacer de
pecadores hijos Suyos al introducir a Su Hijo como semilla en nosotros. ¡Aleluya, la
semilla de la filiación ha sido sembrada dentro de nuestro ser! Aunque somos personas
comunes, esta semilla producirá un cambio orgánico y metabólico en nuestro ser
interior. Todo lo que es cambiado de esta manera, llega a ser santificado.
Una vez más podemos usar el té como ejemplo. Supongamos que tenemos una taza de
agua simple, con el sabor, apariencia, esencia y características naturales del agua. El
agua es natural, no porque esté limpia o sucia, sino simplemente porque es agua.
Cuando deseamos un té, no nos satisface el agua simple, sino el “agua de té”. Para
cambiar el agua natural en té, debemos poner hojas de té en el agua. Entonces la esencia
del té se disolverá en el agua para “teíficarla”. Por medio del proceso de “teificación” el
agua finalmente adquirirá la apariencia y el sabor del té. De hecho, una vez que el agua
ha sido saturada con la esencia del té, no será llamada más agua, sino té.
Nosotros somos esa taza de agua simple y natural. Sin importar si estamos limpios o
sucios, puros o impuros, somos naturales porque somos “agua”. Pero Dios ha puesto a
Cristo, el “té” celestial, en nosotros, y el elemento orgánico de este “té” está haciendo
que nuestra vida natural sufra un cambio metabólico. Día tras día Cristo nos transforma
con Su esencia.
Dios no sólo obra en nosotros desde nuestro interior, sino también hace que “todas las
cosas cooperen para bien” para aquellos que aman a Dios, esto es, a los que conforme a
Su propósito son llamados. ¡Cuánto adoro a Dios porque Él hace que todas las cosas
cooperen para nuestro bien! Debido a esto, finalmente todos seremos conformados a la
imagen del Hijo de Dios. En la Nueva Jerusalén todos tendremos la imagen de Dios.
Ésta es la obra de Dios, y no la nuestra. Con el fin de lograr esto, Él hace que todas las
cosas cooperen para nuestro bien.
Los versículos 29 y 30 indican que toda la obra es de Dios. Fue Él quien nos conoció de
antemano, nos predestinó, nos llamó, nos justificó y nos glorificó. Debemos notar que
los verbos aquí están en tiempo pasado. De acuerdo con el versículo 30, incluso la
glorificación ya ha sido efectuada. Aunque es fácil creer que hemos sido predestinados,
llamados y justificados, tal vez nos parezca difícil creer que ya hemos sido glorificados.
Sin embargo, para Dios no existe el factor del tiempo; para Él ya estamos glorificados.
Aunque a nadie le agrada sufrir, cuanto más sufrimos, más somos santificados. Cuando
estoy en la presencia del Señor y recuerdo a los santos, oro por ellos; a menudo pido que
puedan tener gozo y paz. A veces no sé cómo orar y lo que hago es gemir ante el Señor,
reconociendo que solamente Él conoce su verdadera necesidad. Romanos 8:26 dice: “De
igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como
conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos
indecibles”. En nuestros gemidos, el Espíritu intercesor ora para que los santos sean
conformados a la imagen del Hijo de Dios.
LA META DE LA GLORIFICACIÓN
Algunas veces es posible que no nos agrade la manera en que el Señor nos trata. Por
ejemplo, un hermano puede estar inconforme con la esposa que él tiene, y puede pensar
que otro hermano tiene una esposa mucho mejor que la suya. Pero la realidad es que
todos tenemos el esposo o la esposa que más nos conviene. Lo que el Padre nos da es lo
mejor; Él sabe lo que necesitamos. Aquellos que sufren están verdaderamente bajo Su
bendición. Cada esposo, cada esposa y cada situación es lo mejor. Todo lo que nos
sucede es lo mejor que Dios tiene para nosotros. Usted debe alabar al Señor no
solamente cuando tiene un excelente trabajo, sino también cuando está desempleado.
Puede haber ocasiones en que estar desempleado es más benéfico para usted que tener
un buen trabajo. El Señor nunca se equivoca en la manera en que trata con nosotros. Él
sabe lo que está haciendo.
(2)
Romanos 1:4 dice que Jesucristo “fue designado Hijo de Dios con poder, según el
Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos”. La divinidad y la gloria
de Cristo, el Hijo de Dios, estaban escondidas en Su carne. Nadie tenía la visión capaz de
penetrar Su carne y descubrir que Él era el glorioso Hijo de Dios. Pero después de haber
pasado por el proceso de la muerte y resurrección, fue designado el Hijo de Dios, esto es,
fue marcado y manifestado como tal.
Esta designación se dio según el Espíritu de santidad. Aquí el Espíritu de santidad está
en contraste con la carne mencionada en el versículo 3, la cual presenta a Cristo como la
simiente de David según la carne. Como la carne mencionada en el versículo 3 se refiere
a la naturaleza humana de Cristo en la carne, también el Espíritu que se menciona en
este versículo alude, no a la persona del Espíritu Santo de Dios, sino a la esencia divina
de Cristo, la cual es “la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9). La esencia divina de Cristo,
Dios el Espíritu mismo (Jn. 4:24), está constituida de santidad y llena de la naturaleza y
de la calidad de ser santo. Por lo tanto, Cristo en la carne fue designado o señalado
mediante la resurrección según esta esencia santa y divina.
Cristo, por medio de Su resurrección, llegó a ser el Hijo primogénito de Dios, lleno de la
esencia de la santidad de Dios, no sólo en Su espíritu, sino también en Su cuerpo. Antes
de la muerte y resurrección de Cristo, la santidad de Dios estaba en el espíritu de Cristo,
pero esta esencia santa no había sido manifestada en Su carne. En otras palabras, dicha
esencia no había impregnado Su carne. La esencia santa de Dios saturó el cuerpo físico
del Señor Jesús mediante la muerte y la resurrección.
Romanos 8:29 dice: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que
fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo, para que Él sea el Primogénito entre
muchos hermanos”. El hecho de que el versículo 29 empieza con la palabra porque
indica que es una continuación del versículo 28, donde leemos que Dios hace que todas
las cosas cooperen para bien. Como veremos, Dios hace que todas las cosas cooperen de
tal modo que seamos designados como hijos de Dios.
Hemos visto que Cristo fue designado el Hijo de Dios según la esencia divina de
santidad mediante el proceso de muerte y resurrección. Siendo personas salvas,
tenemos al Hijo de Dios en nuestro espíritu. Cuando fuimos salvos, Él fue sembrado en
nosotros. Una vez más, el Hijo de Dios se esconde en la humanidad, pero esta vez en la
vida humana, es decir, en nuestra humanidad, en nuestra carne. No hay duda de que el
Hijo de Dios como la esencia divina de santidad se encuentra dentro de cada creyente;
pero esta esencia santa está escondida y encerrada en nuestro hombre natural. Por esta
razón, Dios hace que todas las cosas cooperen para nuestro bien, y de esta manera
somos procesados, o sea, somos transformados de manera metabólica. Nuestro cónyuge,
nuestros hijos y nuestro entorno son la mejor ayuda para este proceso. El Señor Jesús
fue procesado mediante la muerte y la resurrección, y ahora estamos siendo procesados
mediante la cooperación de todas las cosas.
Todas las cosas cooperan para transformarnos de manera metabólica. Cristo, quien es la
semilla orgánica, la esencia orgánica, en nuestro espíritu, tiene que impregnar y saturar
todo nuestro ser. Finalmente, nuestra humanidad será completamente saturada de esta
esencia divina. Dicha saturación es la santificación y también es, en cierta manera,
nuestra designación. Un elemento orgánico actúa en nosotros transformándonos al
impregnarnos y saturarnos de la esencia divina de santidad, la cual es el propio Hijo de
Dios.
LA TRANSFORMACIÓN ORGÁNICA
Para ser salvos de manifestar la semejanza del yo, de la expresión misma de nuestro yo,
necesitamos ser conformados, lo cual nos conducirá a ser glorificados. Para ver este
asunto claramente tenemos que unir Romanos 1:4 con 8:29. Como hicimos notar en el
mensaje anterior, en 1:4 tenemos la formación del prototipo, pero en 8:29 tenemos la
“producción en serie”. En 1:4 tenemos la designación del Hijo de Dios, individualmente,
mientras que en 8:29 tenemos la saturación, la santificación, la designación y la
conformación de los muchos hijos colectivamente. El principio en cada caso es el
mismo.
Con respecto al Señor Jesús, el Espíritu de santidad estaba dentro de Él desde antes de
Su muerte y resurrección. Este Espíritu es la esencia divina de santidad. Mediante el
proceso de muerte y resurrección, esta esencia santa saturó y penetró la humanidad del
Señor, incluyendo Su carne. Nosotros quienes hemos creído en el Señor Jesús también
tenemos la esencia divina de santidad, la cual es el Espíritu de santidad, el propio Cristo,
en nuestro espíritu. Debido a que esta esencia santa aún está encerrada en nuestra
humanidad, necesitamos pasar por un proceso bajo el arreglo soberano de Dios, que
permitirá que esta esencia sature todo nuestro ser. La consumación de este proceso
depende de que muchas cosas cooperen para nuestro bien. En la vida de iglesia nos
ayudamos mutuamente a pasar por este proceso. Usted contribuye al proceso que se
lleva a cabo en mí, y yo al suyo. Para pasar por todo el proceso nos necesitamos los unos
a los otros. Sin la misericordia y la gracia del Señor, sería difícil sobrellevarnos los unos
a los otros. ¡Pero alabado sea el Señor porque estamos procesándonos mutuamente a fin
de ser designados hijos de Dios!
Cuando conocí a cierto hermano hace muchos años, él se comportaba con mucha
amabilidad y cariño pero de una manera natural y común. No obstante, algunos años
después noté que un gran cambio había acontecido dentro de él. Hoy, después de
muchos años de pasar por este proceso, el hermano no solamente es una persona
amable, sino un creyente impregnado y saturado con el Señor. Un cambio tan notable se
ha llevado a cabo en este hermano mediante un largo proceso por el cual él ha pasado en
la vida de iglesia.
Ninguno de nosotros puede permanecer en la vida de iglesia y seguir siendo el mismo,
ya que en la iglesia nos encontramos bajo el proceso de santificación, transformación y
designación. Somos transformados y conformados a la imagen del Hijo de Dios, no
conforme a enseñanzas, reglamentos ni formas, sino conforme al Espíritu de santidad.
Esta esencia divina, la cual es el propio Hijo de Dios, está obrando orgánicamente en
nuestro ser para transformarnos al impregnar y saturar todo nuestro ser.
Hebreos 2:10 dice que Dios lleva a muchos hijos a la gloria. Este versículo indica que
vamos a ser glorificados, porque ahora mismo el Padre nos está conduciendo a la gloria.
El versículo 11 muestra la manera en que el Padre introduce los muchos hijos a la gloria:
“Porque todos, así el que santifica como los que son santificados, de uno son; por lo cual
no se avergüenza de llamarlos hermanos”. El que santifica es Cristo, el Hijo primogénito
de Dios, y aquellos que son santificados son los que han creído en Cristo, o sea, los
muchos hijos de Dios. Decir que así Él como nosotros, de uno somos todos, es hacer
referencia al Padre, quien es la fuente. En la resurrección tanto el Hijo primogénito
como los muchos hijos de Dios nacen del mismo Padre (Hch. 13:13; 1 P. 1:3). Por
consiguiente, el Hijo primogénito y los muchos hijos tienen una misma fuente, vida,
naturaleza y esencia. Ya que el Hijo primogénito y nosotros los muchos hijos somos
iguales en vida y en naturaleza, Él no se avergüenza de llamarnos hermanos. Así que, el
versículo 12, refiriéndose a Cristo, dice: “Anunciaré a Mis hermanos Tu nombre”.
El que santifica es aquel que introduce a los muchos hijos en la gloria. Él nos lleva a la
gloria santificándonos. Cristo no nos santifica por medio de correcciones externas ni de
reglamentos que condicionen nuestra conducta. Por el contrario, Él nos santifica con lo
que Él es, esto es, con Su propia esencia santa que está en nosotros. Cristo hoy es el
Espíritu de santidad, la misma esencia divina de santidad que opera orgánicamente en
nuestro ser. Él nos santifica saturándonos con esta esencia santa, lo cual involucra un
proceso metabólico espiritual. Al santificarnos de esta manera, Él nos introduce a
nosotros, los muchos hijos, en la gloria.
El mismo que santifica es el elemento santificador que opera en nuestro ser. Aunque no
percibamos el mover de Cristo en nuestro interior, ciertamente Él está operando para
saturar nuestro ser con Su esencia santificadora. Capa tras capa, y parte por parte, Él
está impregnándonos consigo mismo.
En los mensajes anteriores hablamos de varias cosas negativas de las cuales debemos
ser salvos en la vida de Cristo; éstas son: la ley del pecado, la mundanalidad, el vivir por
la vida natural, el individualismo, el ser divisivos y la semejanza del yo. Ahora
proseguiremos con el asunto de reinar en vida.
Romanos 5:17 dice: “Pues si, por el delito de uno solo, reinó la muerte por aquel uno,
mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de
la gracia y del don de la justicia”. Éste es el único versículo de la Biblia que habla de
reinar en vida. En conformidad con el versículo 17, el versículo 21 dice: “Para que así
como el pecado reinó en la muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida
eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro”. Tal vez haya oído que la gracia abunda,
pero probablemente nunca se ha percatado de que la gracia reina. Pero ciertamente la
gracia es un rey que rige todas las cosas. Aunque en el texto bíblico el versículo 21
aparece después del versículo 17, en nuestra experiencia aquél viene antes de éste. Según
el versículo 21 la gracia reina para vida eterna, lo cual significa que cuando la gracia
reina, el resultado es la vida eterna. Es en esta vida eterna que podemos reinar.
A pesar de que existen muchos libros cristianos sobre la victoria y el ser vencedores, no
conozco ningún libro que hable acerca de reinar en vida. Ciertamente se han escrito
varios libros acerca del reinar con Cristo en el reino milenario. Sin embargo, el reinar en
vida no debe ser solamente una experiencia que tendremos en el futuro; al contrario,
debemos experimentarlo en nuestra vida diaria. No estoy satisfecho con las promesas
acerca de ser un rey en el futuro, pues deseo reinar en vida como un rey hoy. En 5:17
Pablo no se refiere al reino milenario. Si consideramos este versículo en su contexto,
descubriremos que Pablo está hablando de nuestra vida diaria actual. ¡Alabado sea el
Señor porque desde hoy podemos ser reyes en vida!
Antes de explorar más el asunto de reinar en vida, debemos considerar la relación que
existe entre el Evangelio de Juan y el libro de Romanos. El libro de Romanos es una
continuación del Evangelio de Juan. En Juan 1:4 leemos: “En Él estaba la vida”, y el
versículo 14 del mismo capítulo dice: “Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre
nosotros ... lleno de gracia y de realidad”. En el versículo 16 se añade: “Porque de Su
plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. Por tanto, en el primer capítulo del
Evangelio de Juan tenemos la vida y la gracia. En 10:10 el Señor Jesús dice: “Yo he
venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. En Juan 8 se habla
de ciertas cosas negativas, tales como el pecado y la muerte. El versículo 24 dice: “Si no
creéis que Yo soy, en vuestros pecados moriréis”. Esto quiere decir que aquellos que no
creen en el Señor Jesús permanecerán en muerte. Además, en el versículo 34 el Señor
dice algo acerca de ser esclavos del pecado: “De cierto, de cierto os digo, que todo aquel
que comete pecado, esclavo es del pecado”. En el versículo 36 el Señor habla acerca de
ser hechos libres: “Así que, si el Hijo os liberta, seréis verdaderamente libres”. Aquellos
que se encuentran bajo la esclavitud del pecado en la esfera de la muerte pueden ser
libertados por el Hijo de Dios, quien es la realidad viviente. Por lo tanto, en el Evangelio
de Juan tenemos vida, gracia, abundancia de vida, pecado, muerte, esclavitud y el ser
hechos libres del pecado y de la muerte.
Todos estos asuntos se encuentran también en Romanos, donde la verdad con respecto
a ellos se desarrolla aún más. Aunque tanto el Evangelio de Juan como el libro de
Romanos presentan muchos de los mismos temas, y muchas veces aun utilizan los
mismos términos, el Evangelio de Juan no habla de que la gracia reine ni de la
necesidad de reinar en vida. El uso de la palabra reinar en Romanos con respecto a la
gracia y la vida, muestra un desarrollo significativo de lo presentado en el Evangelio de
Juan. Aunque el Evangelio de Juan es muy rico y profundo, y aunque habla de la
abundancia de la vida, no dice nada acerca del reinado de la gracia ni del reinado de la
vida. Debido a que Pablo reinaba en gracia y en vida, pudo mencionar tales cosas en
Romanos. A diferencia de muchos cristianos de hoy, Pablo no esperaba el milenio para
reinar con Cristo.
En Romanos 5 se nos dice que la gracia reina y que aquellos que reciben la abundancia
de la gracia pueden reinar en vida. Ya que la gracia reina para vida eterna, nosotros
también podemos reinar en dicha vida.
Pablo habla de estos enemigos en el libro de Romanos. En 8:2, donde se habla de la ley
del pecado y de la muerte, vemos dos de nuestros enemigos: el pecado y la muerte.
Luego, en 16:20 Pablo menciona a Satanás, diciendo: “El Dios de paz aplastará en breve
a Satanás bajo vuestros pies”. No se debe esperar ser el rey del cónyuge. Maridos, por lo
que a su esposa se refiere, el Señor los ha designado cabeza, pero no para ser un rey,
para que la domine. Asimismo los padres no debemos actuar como si fuésemos reyes
que rigen sobre nuestros hijos, pero sí debemos reinar sobre el pecado, la muerte y
Satanás. Con respecto a los miembros de nuestra familia, y a los hermanos y hermanas
que están en la vida de iglesia, somos siervos; pero con respecto al pecado, la muerte y
Satanás, somos reyes.
Si queremos saber el significado de que la gracia reine para vida eterna, necesitamos
primero el debido entendimiento de lo que es la gracia. La gracia es Dios mismo dado a
nosotros en Cristo e impartido a nuestro espíritu como nuestra porción. Si entendemos
la Biblia de manera cabal, sabremos que Dios no tiene la intención de darnos ninguna
otra cosa aparte de Sí mismo. Cualquier otra cosa aparte de Dios es vanidad. Salomón, el
rey sabio, dijo: “Vanidad de vanidades; todo es vanidad” (Ec. 1:2). En las palabras del
apóstol Pablo, todas las cosas aparte de Cristo son basura (Fil. 3:8). Nuestra única
porción es Dios mismo, y la gracia es Dios dado a nosotros como nuestra porción para
que participemos de Él, le experimentemos y le disfrutemos.
Si consideramos Juan 1:1 y 1:14 dentro de su contexto, veremos que la gracia es Dios que
viene a nosotros para impartirse en nosotros a fin de ser nuestro disfrute. Leemos en
1:16: “Porque de Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia”. En Romanos 5:17
Pablo habla de recibir no sólo la gracia, sino también la abundancia de la gracia. Debido
a que la gracia es viviente y siempre está en crecimiento, es superabundante. Esta gracia
abundante también reina. La gracia no es un elemento inanimado, sino una persona
viviente, Dios mismo.
DOS REYES
Tal vez usted desee saber cómo puede obtener la abundancia de la gracia. La única
manera de tenerla es recibirla, y esto sin laborar ni pagar ningún precio; simplemente la
recibimos. Tanto el Evangelio de Juan como el libro de Romanos hablan de recibir la
gracia. Hemos visto que Juan 1:16 dice que de Su plenitud recibimos todos, y gracia
sobre gracia. En Romanos 5:17 Pablo habla de que recibamos la abundancia de la gracia.
Debemos acudir al propio Dios, quien es la gracia, y recibir esta gracia una y otra vez
hasta que estemos llenos de ella. Solamente cuando estemos llenos de esta gracia
podemos experimentar el reinado de la gracia. Cuando permitimos que esta gracia nos
llene, abundará en nosotros y luego reinará en nosotros. La gracia reinante siempre
procede de la gracia que abunda en nosotros.
El propósito de Dios al crear al hombre fue que éste lo expresara conforme a Su imagen
y lo representara con Su dominio, Su autoridad. Esto quiere decir que Dios tiene la
intención de que el hombre le disfrute como vida y que reine en dicha vida. Según
Génesis 1, el hombre ha de reinar sobre la tierra y en particular sobre todo lo que se
arrastra, en especial sobre la serpiente. Génesis 1:28 dice que Dios le dio al hombre el
encargo de sojuzgar la tierra, o sea, de conquistarla. Conquistar implica derrotar a un
enemigo y apoderarse de sus posesiones. Cuando nosotros derrotamos al enemigo y nos
apoderamos de sus posesiones, reinamos sobre él. Por lo tanto, en el principio, Dios se
propuso que el hombre fuera un rey, uno que reinara en Su vida sobre Satanás, aquel
que se arrastra.
LA GRACIA Y EL PECADO
Anteriormente, Satanás era el único enemigo de Dios. En cierto momento, este enemigo
se inyectó como pecado en el hombre de una manera ilegal y maligna. Cuando Satanás
inyectó su naturaleza maligna en el hombre, se convirtió en el pecado. El pecado es algo
originado por Satanás; en realidad es Satanás mismo inyectado y encarnado en el
hombre.
Es muy provechoso ver la diferencia que existe entre el pecado y el mal, los cuales se
mencionan en Romanos 7. En Romanos 7:20 Pablo dice: “Mas si hago lo que no quiero,
ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí”. En nuestra carne mora algo llamado
pecado. Luego, en el versículo 21 Pablo añade: “Así que yo, queriendo hacer el bien,
hallo esta ley: que el mal está conmigo”. En el versículo 20 Pablo habla del pecado, pero
en el versículo 21 él habla del mal.
Para entender la diferencia entre el pecado y el mal, debemos darnos cuenta de que
desde antes de que Dios creara al hombre, Satanás, el diablo, era Su único enemigo. El
hombre, en los principios de su creación, era puro, limpio e inocente. Luego Satanás se
inyectó en el hombre y se convirtió en el pecado que mora en el hombre. Como ya
hicimos notar, el pecado es Satanás mismo encarnado en el hombre.
Romanos 5:21 habla del pecado, la gracia, la muerte y la vida: “Para que así como el
pecado reinó en la muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna
mediante Jesucristo, Señor nuestro”. Según este versículo, el pecado reina en la muerte,
y la gracia reina para vida eterna. Aquí podemos ver un contraste gráfico entre el
reinado del pecado y el reinado de la gracia. Existe también un contraste entre la muerte
y la vida. Como el pecado es Satanás encarnado, también la gracia es Dios encarnado.
Esto se demuestra en Juan 1:14, donde dice que el Verbo se hizo carne, lleno de gracia y
de realidad. Por consiguiente, la gracia es Dios encarnado en nosotros los hombres; es
Dios mismo que viene a morar en el hombre. Si Dios hubiese permanecido fuera del
hombre, no existiría la gracia. Aunque existen otros atributos divinos aparte de este
hecho de que Dios entre en el hombre, si Dios no hubiera venido para encarnarse en el
hombre, no existiría la gracia. La gracia se manifiesta cuando Dios y el hombre se unen
al grado de mezclarse el uno con el otro. Es muy difícil encontrar un versículo en la
Biblia que hable de la gracia como si fuera algo separado de la relación que se tiene entre
Dios y el hombre. En efecto, hay muchos versículos que sí presentan la gracia como algo
íntimamente envuelto en la relación que existe entre Dios y el hombre.
Según el mismo principio, cuando Satanás está separado del hombre, no existe el
pecado. Sin embargo, una vez que Satanás entra en nosotros los hombres, el pecado está
presente. Por lo tanto, el pecado es Satanás mismo relacionado con el hombre
subjetivamente. ¡Cuán valioso es este entendimiento de la gracia y el pecado!
EL PECADO Y EL MAL
Romanos 5:12 dice: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por medio de un
hombre, y por medio del pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, por
cuanto todos pecaron”. Este versículo revela que el pecado trajo consigo la muerte. De
acuerdo con Hebreos 2:14, el que tiene el imperio de la muerte es el diablo. Estos dos
versículos indican que el pecado y la muerte están relacionados con Satanás. Satanás, el
pecado y la muerte son los tres enemigos de Dios. En 1 Corintios 15:26 se declara que la
muerte es el último enemigo. En Génesis 1 Dios tenía un sólo enemigo, Satanás, pero
después de que el hombre cayó, el pecado y la muerte llegaron a ser también Sus
enemigos.
Cuando yo era un cristiano joven, pensaba que la muerte era algo relacionado con el
futuro; no lo consideraba como algo para el presente. Pero según 1 Juan 3:14, podemos
estar en muerte ahora mismo: “El que no ama (a su hermano) permanece en muerte”.
Este versículo no dice que el que no ama a su hermano, morirá; más bien, dice que el
que no ama a su hermano permanece en muerte ahora mismo. Si no estamos en la
esfera de la vida, entonces ciertamente estamos en muerte. Romanos 8:6 también
afirma que podemos estar en muerte ahora mismo: “Porque la mente puesta en la carne
es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”.
Romanos 8:2 dice: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la
ley del pecado y de la muerte”. En este versículo tenemos la ley, el pecado y la muerte,
en contraste con la ley, el Espíritu y la vida. Debemos ver que la vida es contraria a la
muerte, y el Espíritu es contrario al pecado. El pecado es Satanás corporificado en
nosotros, y el Espíritu es Dios que vive en nosotros. El Dios que está corporificado en
nosotros es la gracia, pero el Dios que vive en nosotros es el Espíritu. Así que, la gracia
presentada en Romanos 5 es el mismo Espíritu mencionado en Romanos 8. En el
capítulo 5 se trata de la gracia en contraste con el pecado, pero en el capítulo 8 se trata
del Espíritu en contraste con el pecado. Romanos 8:2 no habla de la ley de la gracia de
vida, sino de la ley del Espíritu de vida. Cuando Dios está corporificado en nosotros, Él
es nuestra gracia; pero cuando vive en nosotros, Él es el Espíritu. En Hebreos 10:29 el
Espíritu es llamado el Espíritu de gracia. Así que, el Espíritu es el propio Dios que,
corporificado en nosotros como la gracia, vive y actúa en nuestro interior.
En el libro de Romanos no podemos encontrar que Dios tenga otros enemigos aparte de
Satanás, el pecado y la muerte. Romanos 16:20 dice: “El Dios de paz aplastará en breve a
Satanás bajo vuestros pies”. Después de declarar que Satanás será aplastado bajo
nuestros pies por el Dios de paz, Pablo inmediatamente añade en el mismo versículo:
“La gracia de nuestro Señor Jesús sea con vosotros”. Cuando Satanás es aplastado, la
gracia está con nosotros.
En cierto sentido Satanás, el enemigo de Dios, opera hoy como pecado y como mal para
introducir a las personas en la muerte y para encerrarlas allí. Ésta es la obra maligna del
enemigo de Dios. Satanás no está satisfecho simplemente con provocarnos en asuntos
tales como perder la paciencia. Su intención es introducirnos en la muerte. Pero Dios
está operando como vida para vencer el pecado, la muerte y a Satanás y, como resultado,
nosotros reinaremos en vida.
El capítulo 5 de Romanos nos provee una introducción al tema de reinar en vida. Según
lo indica el versículo 17, nosotros los que recibimos la abundancia de la gracia
reinaremos en vida. Los capítulos del 6 al 16 definen claramente el significado de reinar
en vida: reinar en vida equivale a andar en novedad de vida (6:4). En el capítulo 7
tenemos una descripción de uno que es acosado por el pecado y el mal, y cautivo en la
muerte. Éste clama desesperadamente: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará del cuerpo
de esta muerte?” (v. 24). Pero en el capítulo 8 este cautivo es librado de la ley del pecado
y de la muerte mediante la ley del Espíritu de vida. En el capítulo 7 vemos una guerra,
pero en el capítulo 8 tenemos tanto la victoria como el reinado. Aun en 6:14 se nos dice
que el pecado no debe enseñorearse de nosotros, porque no estamos bajo la ley, sino
bajo la gracia. Debido a esto, el pecado no debe regirnos como si fuera un rey. Ahora que
Dios ha entrado en nosotros como gracia, el pecado no debe enseñorearse más de
nosotros.
Hoy en día estamos en el proceso que nos convertirá en reyes. La santificación forma
parte de este proceso, el cual también incluye la transformación, la conformación y la
glorificación. Hoy nos encontramos en camino hacia el ámbito en el cual reinaremos
como reyes en vida. Gradualmente el reinado saturará todo nuestro ser y será
manifestado. En ese momento reinaremos en vida de una manera plena.
Reinar en vida no significa ejercer control sobre la esposa o los hijos. Usted puede reinar
sobre sus hijos aun sin ser un rey. Reinar sobre otros es un concepto humano
relacionado con los reyes. No obstante, el entendimiento apropiado en este respecto es
que reinamos en la vida divina sobre el pecado, la muerte y Satanás, quien finalmente
será aplastado bajo nuestros pies. A fin de reinar en vida de esta manera, necesitamos
ser santificados, transformados, conformados y glorificados. La vida que reina está en
nosotros, pero aún no ha sido liberada en todo nuestro ser. Por el contrario, está
limitada a nuestro espíritu; nuestro hombre exterior aún no ha sido santificado. Para ser
santificados, necesitamos primero ser saturados con la vida reinante que está ahora en
nuestro espíritu. Nuestra alma y nuestro cuerpo serán santificados sólo cuando seamos
completamente saturados con esta vida interior y reinante. Esta vida no sólo nos
santifica, sino que también nos conforma a la imagen misma del Hijo primogénito de
Dios. En esto consiste la conformación. Además, mientras somos saturados de la vida
reinante, también somos transformados. La transformación es otra manera de referirse
a la santificación. Gradualmente, nuestro cuerpo vil será transfigurado, es decir, será
plenamente saturado e impregnado con la gloria de la vida reinante de Dios. Entonces
todo nuestro ser estará saturado e impregnado de la vida reinante, la cual expresaremos
plenamente cuando seamos manifestados como hijos de Dios. En ese tiempo,
reinaremos no solamente por la vida interior, sino también por la gloria exterior.
El asunto de reinar en vida también está relacionado con el hecho de ser uno con los
santos. La unidad no se trata meramente de celebrar reuniones durante la semana
donde declaramos que somos uno. El tabernáculo presentado en el Antiguo Testamento
es un cuadro de la unidad genuina por la que el Señor Jesús oró en Juan 17. Dicho
tabernáculo estaba edificado con cuarenta y ocho tablas recubiertas de oro. Éstas
estaban unidas mediante unas barras de oro que pasaban por los anillos de oro, los
cuales estaban adheridos a las tablas. De esta manera las cuarenta y ocho tablas
conformaban una sola edificación. Esta edificación corresponde a la edificación de la
humanidad y la divinidad. Las tablas de madera representan la humanidad, y el oro que
recubría las tablas representa la divinidad. Todas las tablas estaban recubiertas con oro
y unidas por él. Esto representa la unidad genuina.
El hecho de ser uno con los santos en términos de la edificación es un aspecto de reinar
en vida. Es difícil vencer nuestro mal genio, pero es mucho más difícil vencer nuestra
naturaleza, la cual es divisiva. Hace muchos años comprendí que si soy un hombre, debo
ser un cristiano, y si soy cristiano, debo estar en la iglesia. Para mí ésta es simplemente
la mejor manera de seguir adelante con el Señor. Por lo tanto, he tomado una firme
decisión de que, aunque no me sienta siempre contento con la manera en que estén las
cosas en la vida de iglesia, permaneceré en ella y seré uno con los santos. Mantener la
unidad equivale a reinar en vida. Solamente en la vida divina, y no en nuestra naturaleza
humana, podemos guardar la unidad genuina. En la vida divina tenemos la gracia, que
es Dios corporificado en nosotros, y también al Espíritu viviente. En este Espíritu
vivimos y reinamos en vida.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE CUARENTA Y OCHO
En los dos mensajes anteriores vimos que por la gracia podemos reinar en vida sobre el
pecado, la muerte y Satanás. En este mensaje estudiaremos lo que significa reinar en
vida sobre la muerte.
Sin embargo, antes de hacer esto, debemos hacer un repaso acerca de la diferencia que
existe entre el pecado y el mal, y la diferencia que existe entre la gracia y el Espíritu. El
pecado es la naturaleza de Satanás inyectada en el hombre, y el mal es el pecado en
acción. El pecado se originó cuando Satanás se inyectó en el hombre; pero este pecado,
cuando está presente y activo en nosotros, es el mal. Según el mismo principio, la gracia
es la entrada que Dios hace en el hombre así como Su misma corporificación en él; pero
esta gracia, cuando está presente y activa, es el Espíritu.
La Biblia revela que la muerte procede del pecado. Romanos 6:23 dice que “la paga del
pecado es muerte”, lo cual quiere decir que la muerte es el resultado del pecado. Es
posible que nuestro entendimiento de la muerte sea meramente doctrinal. Cuando era
joven me enseñaron que existían dos clases de muerte: la muerte física del hombre y el
lago de fuego, que es la muerte segunda. No consideraba la muerte como algo en lo que
estaba envuelto diariamente. Sin embargo, poco a poco descubrí que en la Biblia varios
versículos indican que la muerte opera en nosotros hoy. La muerte es como un gusano
que constantemente nos está comiendo. El pecado nos causa ruina, pero no se alimenta
de nosotros. En cambio, la muerte es el “gusano” que nos devora día tras día.
EL AGUIJÓN DE LA MUERTE
UN CONTRASTE
Ahora, puede ser de provecho examinar el marcado contraste que existe entre el lado
negativo y el lado positivo de esto. Satanás se opone a Dios. Cuando Satanás se inyecta a
sí mismo en el hombre, su naturaleza se convierte en el pecado mismo en el hombre. Por
el contrario, el Dios que se forja a Sí mismo en el hombre llega a ser la gracia en él. Por
consiguiente, el pecado se opone a la gracia. Cuando el pecado está presente y activo
dentro de nosotros, se convierte en el mal; pero cuando la gracia está presente y activa,
llega a ser el Espíritu. El resultado de la actividad del mal es la muerte, mientras que el
resultado de la actividad del Espíritu es la vida. De ahí que Satanás, el pecado, el mal y la
muerte se oponen a Dios, a la gracia, al Espíritu y a la vida.
Romanos 8:2, que relaciona el Espíritu con la vida, habla del Espíritu de vida. Según el
mismo principio podemos hablar de “el mal de la muerte”. La vida es el Dios que vive en
nosotros. El propio Dios que vive en nosotros es el Espíritu. Cuando Dios, la fuente, está
lejos de nosotros, Él es el Padre; pero cuando viene a vivir en nosotros de una manera
práctica, Él es el Espíritu. Sin embargo, a menos que el Espíritu que mora en nosotros
opere en nuestro interior, nosotros no podremos experimentar la vida. Como los
creyentes que somos, todos sabemos que el Espíritu está dentro de nosotros, pero entre
nosotros son pocos los que tienen una experiencia rica de la vida divina. Por lo tanto,
aunque tenemos al Espíritu, podemos ver que aún estamos escasos de la vida divina,
porque el Espíritu que mora en nosotros no tiene mucha oportunidad de vivir
libremente en nuestro ser. Ciertamente el Espíritu está en nosotros, pero es posible que
no le brindemos la atención adecuada. En algunas ocasiones estamos muy ocupados con
nuestras actividades y no tenemos tiempo para nada más. De igual forma, es posible que
nuestro ser esté ocupado por tantas cosas que no tenemos el tiempo ni el deseo de
hacerlo. Pareciera que no tenemos la capacidad suficiente para permitir que el Espíritu
que mora en nosotros tenga toda libertad en nosotros. Tal parece que dijéramos al
Espíritu: “Yo comprendo que Tú eres muy querido para mí, pero simplemente no tengo
mucho interés en Ti”.
Hace muchos años leí un libro en el cual se representaba la obra del Espíritu mediante
dibujos. Una paloma que representaba al Espíritu, se presentaba descendiendo y
entrando en aquellos que creían en el Señor, y alejándose de ellos cuando pecaban. Ya
que este libro afectaba a muchos creyentes chinos que buscaban más del Señor,
invertimos bastante tiempo para refutar la enseñanza incorrecta acerca de que el
Espíritu abandone al creyente que peca. Efesios 4:30 dice: “Y no contristéis al Espíritu
Santo de Dios, en el cual fuisteis sellados para el día de la redención”. Puede ser que
contristemos al Espíritu que mora en nosotros, pero aun así nunca nos dejará. El
Espíritu permanece siempre en nosotros, aunque es posible que no le demos la
oportunidad de moverse como la vida en nuestro ser, que es lo que Él desea hacer. Por lo
tanto, tenemos al Espíritu, pero quizás no experimentemos mucho de la vida divina.
Cuando algunos nos oyen decir que podemos poseer al Espíritu sin experimentarle
como la vida, argumentan que esto es imposible. Sin embargo, es un hecho que cuando
no le permitimos al Espíritu vivir libremente en nosotros, no experimentamos la vida
divina de una manera real y práctica, aunque de hecho tenemos la vida en cuanto a
posición o en nombre. Por ejemplo, ¿acaso expresa usted la vida divina cuando se enoja?
En dicha situación usted se encuentra en muerte, y no en vida. Hablando en términos
doctrinales, todo creyente tiene la vida divina. Pero en realidad la vida es el Espíritu
viviente. Así que, sólo cuando el Espíritu vive en nosotros, así como también mora en
nuestro interior, podemos experimentar la vida de una manera práctica. Primeramente,
Dios es la gracia para nosotros, y luego esta gracia empieza a operar como Espíritu de
manera activa dentro de nuestro ser. Como resultado, nosotros experimentamos la vida.
El principio es el mismo con Satanás, con el pecado, con el mal y con la muerte.
Primero, Satanás es el pecado que reside en nosotros, y luego el pecado, al volverse
activo, se convierte en el mal, lo cual da por resultado la muerte. Llegamos a este
entendimiento de la vida y la muerte tomando como base nuestra propia experiencia.
EL SENTIR DE LA MUERTE
Es posible que diariamente esta muerte aun nos afecte a nosotros mismos, quienes
hemos creído en Cristo. En nuestra experiencia, el pecado se convierte en el mal, y éste
viene a ser la muerte. Por ejemplo, cuando chismeamos fácilmente entramos en muerte.
Podemos reconocer los síntomas de la muerte y saber cuándo ella está obrando en
nosotros. Algunos de los síntomas de la muerte son las tinieblas, la vaciedad, la
inquietud y la sequía espiritual. Nosotros quienes ministramos la Palabra sabemos que
sólo un poco de muerte dentro de nosotros puede impedir que proclamemos la Palabra.
Si yo me enojo un poco antes de ministrar, puedo tener dificultad para hablar en la
reunión. Ciertamente la sangre de Cristo me lava y me limpia, pero se requiere tiempo
para que la muerte sea consumida. Siempre que sentimos la muerte dentro de nosotros,
debemos acudir al Señor, solucionar completamente el problema de la muerte delante
de Él, y experimentar no solamente la limpieza efectuada por la sangre, sino también la
unción, la cual es el Espíritu que vive y se mueve en nuestro interior. El resultado de la
unción es la vida. Entonces, si hablamos en conformidad con el Espíritu viviente,
nuestras palabras estarán llenas de vida.
Muchas hermanas entran en una condición de muerte no sólo al chismear, sino también
al ir de compras. Las hermanas que vencen en este asunto, verdaderamente reinan en
vida por la gracia. Las tiendas representan una gran prueba para ellas. Por esta razón,
sería difícil que durante tres meses una hermana se abstuviera de ir a las tiendas de
departamentos. Pero si tan sólo dejaran de hacer viajes de compras innecesarios, se
darían cuenta de la gran diferencia que esto haría en su experiencia de vida. Si las
hermanas pueden vencer el chisme y las compras, rebosarán de vida en las reuniones de
la iglesia.
Romanos 8:2 dice: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la
ley del pecado y de la muerte”. En nuestra experiencia, a veces descubrimos que la ley
del Espíritu de vida no siempre funciona tan eficazmente como lo indica Pablo en este
versículo. Esto se debe a que hemos determinado que la ley de vida nos haga vencer
ciertas cosas como por ejemplo nuestro mal genio, pero tal vez no le demos la
oportunidad para hacer lo que se ha propuesto llevar a cabo en nuestro ser. Puesto que
aborrecemos nuestra tendencia a enojarnos, deseamos que la ley de vida lo venza. Por lo
tanto, le asignamos tal tarea a la ley de vida. Pero no debemos asignarle tareas
específicas y al mismo tiempo prohibirle que haga otras cosas. Por el contrario, debemos
darle plena libertad para actuar de la forma que desee. Aunque la ley del Espíritu de vida
es sólo una, es capaz de gobernar miles de asuntos. Por ejemplo, tiene la capacidad de
regirnos en cuanto a la manera en que cortamos nuestro cabello y a la forma en que
vivimos en casa.
Si no cooperamos con la ley del Espíritu de vida que está en nosotros, inmediatamente
entraremos en una condición de muerte. A los ojos de Dios la muerte es más detestable
que el pecado mismo. En realidad, la muerte es abominable para Dios; Él la odia. Tal vez
el chismear en sí no sea pecaminoso, pero debido a que nos conduce a la muerte, es
abominable a los ojos de Dios. Así pues, el chisme es un insulto para el Dios viviente.
Día tras día insultamos al Dios viviente, quien mora en nosotros. Debido a que muchos
cristianos están sumidos en condiciones de muerte, les resulta imposible tener una
continua experiencia de vida.
Lo único que es capaz de subyugar a la muerte es la vida de Dios, la vida que no fue
creada. Nuestra vida, la vida creada, no puede resistir la muerte, pero la vida divina —
representada por los huesos del Señor, los cuales no le fueron quebrados cuando Él
estaba en la cruz— no puede ser vencida por la muerte, pues ésta no es capaz de
vencerla. El hecho de que los soldados no quebraran las piernas del Señor, indica que Su
vida increada es inquebrantable. Cualquier forma de vida creada, ya sea vegetal, animal
o humana, puede verse afectada por la muerte. La vida increada es la única vida que no
es afectada por la muerte.
Así como la luz disipa la oscuridad, la vida increada sorbe la muerte. Las tinieblas
solamente pueden ser vencidas por la luz. Así que, nosotros no deberíamos tratar de
echar fuera las tinieblas; lo que debemos hacer es simplemente prender la luz. Tan
pronto como la luz viene, las tinieblas se desvanecen. Según el mismo principio, cuando
la vida increada llega, la muerte desaparece. La muerte le teme a la vida increada de
Dios. A fin de reinar en vida, necesitamos la abundancia de la gracia y del Espíritu
viviente. En tanto tengamos la vida divina, todo indicio de muerte desaparecerá.
No debemos esforzarnos por vencer nuestro mal genio, nuestro hábito de ir de compras
ni el de chismear. En cambio, debemos simplemente abrir nuestro ser a Dios y permitir
que Su gracia fluya en nosotros y nos llene. Esta gracia que fluye se manifestará como
Espíritu, el propio Espíritu que es la vida en nosotros. Entonces, esta vida subyugará a la
muerte y la sorberá. Éste es el significado de reinar en vida sobre la muerte.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE CUARENTA Y NUEVE
Reinar en vida consiste en subyugar a los tres enemigos principales: Satanás, el pecado y
la muerte. En este mensaje examinaremos lo que significa reinar en vida sobre Satanás.
Satanás es la fuente del pecado. Ya hicimos notar repetidas veces que el pecado es la
naturaleza de Satanás inyectada en el hombre. Según lo revelado en la Biblia, Satanás
como pecado está en nuestra carne, esto es, en nuestro cuerpo caído y contaminado.
Romanos 7:18 dice: “Pues yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien”.
Cuando Dios creó al hombre, le dio un cuerpo completamente puro. Pero cuando
Satanás se inyectó como el pecado en el cuerpo humano, éste se corrompió. Por lo tanto,
en la Biblia el cuerpo del hombre es llamado carne.
En nuestra carne somos uno con Satanás, porque la carne es el lugar donde éste mora.
Asimismo, nuestro espíritu es el lugar donde el Señor mora en nosotros. Una persona
salva es bastante complicada, porque Satanás como pecado está en su carne, y el Señor
como Espíritu vivificante está en su espíritu.
Satanás, el pecado y la carne siempre van juntos. Cuando Satanás inyectó su naturaleza
maligna en el hombre, él vino a ser el pecado que mora en el hombre. Cuando la
naturaleza del pecado fue inyectada en el cuerpo del hombre, el cuerpo se transmutó, se
cambió, en carne. Por lo tanto, Satanás, el pecado y la carne están todos
interrelacionados dentro del hombre. Si hemos de vencer a Satanás y reinar en vida
sobre él, debemos reconocer que él como pecado mora en nuestra carne.
Debido a que Satanás es la fuente tanto del pecado como de la muerte, él es el mayor
enemigo. No es suficiente reinar sobre el pecado y la muerte sin subyugar a Satanás,
pues debemos también terminar con la fuente. Entonces verdaderamente podremos
reinar en vida.
Ahora veamos la manera en que podemos vencer a Satanás. La señora Jesse Penn-Lewis
escribió extensamente acerca de la manera de vencer a Satanás. Sin embargo, aunque yo
puse en práctica sus sugerencias, éstas no dieron resultados. Lo que ella escribió con
respecto a este asunto era correcto, pero yo no sabía cómo aplicarlo. Han pasado más de
cincuenta años desde el tiempo en que la señora Penn-Lewis escribió sus mejores libros.
Por la misericordia y la gracia del Señor, durante todos estos años los santos han
seguido avanzando y han visto la visión de dos asuntos importantes relacionados con la
guerra espiritual: el Cuerpo y la vida.
A principios de los años 40 el hermano Nee dio varios mensajes en Shanghái acerca del
Cuerpo de Cristo. Nos dijo que la guerra espiritual no es un asunto individual, sino
corporativo. Satanás es el enemigo del Cuerpo. Por lo tanto, para poder vencerlo
debemos mantenernos firmes en el Cuerpo. El libro, El hombre espiritual, concluido en
1928, presentó la guerra espiritual como si fuera un asunto individual y no algo
relacionado con el Cuerpo. Por esta razón, después de que el hermano Nee recibió la
visión acerca del Cuerpo, nos dijo a algunos de nosotros que no quería reimprimir ese
libro.
No sólo hemos recibido la visión del Cuerpo, sino que además hemos visto la posición
que la vida divina ocupa en la batalla contra el enemigo de Dios. La vida no es otra cosa
que el Dios Triuno impartido a nosotros para ser nuestro contenido. De acuerdo con el
libro de Romanos, la vida y el Cuerpo son uno; son inseparables. Si no hay vida,
entonces no puede existir el Cuerpo. La vida es el contenido, y el Cuerpo es la expresión.
La expresión práctica del Cuerpo puede llegar a ser algo real solamente por medio de la
vida divina. Podemos tener la experiencia de la redención y la salvación, pero si no
experimentamos la vida divina, nos será imposible tener la expresión práctica del
Cuerpo, pues éste se edifica con Cristo como vida. Así que, Satanás es derrotado
únicamente por la vida y por el Cuerpo.
En 1 Juan 5:4 dice: “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo”. En este
versículo, la expresión todo lo que se refiere a una cosa, y no a una persona. En
contraste, en 1 Juan 3:9 todo se refiere a cualquier individuo que sea nacido de Dios. Si
entendemos 1 Juan 5:4 a la luz de 1 Juan 3:6, entenderemos que lo nacido de Dios es “el
espíritu humano”. Juan 3:6 dice que “lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Por
tanto, 1 Juan 5:4 se refiere a nuestro espíritu regenerado. Es el espíritu que ha nacido de
nuevo, el que no peca, y es este espíritu el que vence al mundo.
En 1 Juan 5:18 leemos: “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el
pecado, pues el que es nacido de Dios se guarda a sí mismo, y el maligno no le toca”. ¿A
qué se refiere las palabras el que es nacido de Dios, y quién es aquel que “se guarda a sí
mismo”? Este versículo quiere decir que el que es nacido de Dios está guardándose. Algo
que está dentro de mí ha nacido de Dios y es lo que me guarda. Todos los creyentes
tienen algo en su interior, que ha nacido de Dios. Según el mismo principio, todos
nosotros tenemos algo maligno dentro de nosotros que ha sido engendrado por Satanás.
Después que Adán cayó, se hizo uno con Satanás. ¡Pero alabado sea el Señor porque
ahora podemos proclamar con toda confianza que dentro de nosotros hay algo que ha
nacido de Dios!
Este versículo también dice que “el maligno no le toca”. Si somos guardados por aquello
que ha nacido de Dios, el maligno no nos toca. Estamos protegidos, y lo que nos protege
del maligno es esa parte dentro de nosotros que ha nacido de Dios. Como hemos
indicado, aquel que es nacido de Dios, es decir, del Espíritu Santo, es nuestro espíritu
humano. Por consiguiente, nuestro espíritu regenerado es nuestra protección.
Debido a que tenemos al Hijo, tenemos la vida (1 Jn. 5:11-12). ¿Sabe usted en qué parte
de nuestro ser mora el Hijo de Dios? Él está en nuestro espíritu. Así que, nuestro
espíritu es el lugar de protección; es como una torre alta. La misma vida en la cual
vencemos a Satanás y con la cual lo vencemos, está ahora en nuestro espíritu
regenerado. Si permanecemos en nuestro espíritu regenerado, Satanás, el maligno, no
podrá tocarnos. Ésta es la manera de vencer a Satanás.
Si descuidamos nuestro espíritu y permanecemos en la carne, nos asociaremos con
Satanás. Siempre que estamos en la carne, Satanás es nuestro compañero, pero cuando
estamos en el espíritu, Cristo lo es. Satanás como pecado está en nuestra carne, pero
Cristo como Espíritu está en nuestro espíritu. Por lo tanto, debemos escoger quedarnos
en nuestro espíritu con Cristo.
Romanos 8:4 dice que si andamos conforme al espíritu y no conforme a la carne, los
justos requisitos de la ley serán cumplidos en nosotros. Cuando andamos conforme al
espíritu, Cristo es nuestro compañero, el que es verdaderamente vida para nosotros.
Cuando permanecemos con Él en nuestro espíritu estamos protegidos dentro de una
torre alta, y el maligno no puede tocarnos.
Sólo podemos estar o en el espíritu o en la carne; no hay término medio. Por lo tanto,
cuando nos salimos del espíritu, espontáneamente nos encontramos en la carne, donde
Satanás mora como el pecado.
No debemos tratar de vencer a Satanás por nuestra propia cuenta. Los escritos de la
señora Penn-Lewis con respecto a la guerra contra Satanás no estaban equivocados,
pero daban demasiado énfasis al aspecto negativo. Ella dijo que la manera de vencer a
Satanás es ver que fuimos crucificados con Cristo. De acuerdo con el Nuevo Testamento,
es un hecho que la cruz de Cristo destruyó al diablo (He. 2:14). No obstante, cuanto más
tratamos de crucificar nuestra carne, más activa y viviente se vuelve. Lo que la señora
Penn-Lewis vio fue principalmente el aspecto negativo, el de considerarnos muertos,
pero vio muy poco del aspecto positivo. Vencer a Satanás no es asunto de tomar la
determinación de poner nuestra carne en la cruz, sino de ver que el mismo Cristo quien
es vida para nosotros está ahora en nuestro espíritu, y que debemos permanecer en Él.
Ya que Cristo está en nuestro espíritu, debemos permanecer en el espíritu si queremos
permanecer en Él. Si nos mantenemos en nuestro espíritu, tenemos la realidad de estar
crucificados con Cristo y tenemos a Cristo como la vida que reina. Por nuestro esfuerzo
no podemos reinar sobre Satanás, pero en Cristo, quien es la vida que reina, sí lo
podemos hacer.
No se esfuerce por vencer a Satanás, pues él es demasiado fuerte y poderoso para usted.
Cuanto más trate de vencerle, más será derrotado por él. Ninguno de nosotros es la
excepción. La única manera de vencer a Satanás es permanecer en la torre alta de
nuestro espíritu regenerado. Cuando estamos en esta torre, podemos reírnos de Satanás
y decirle: “Satanás, ¿no sabes que yo estoy aquí en la torre alta de mi espíritu? ¿Qué me
puedes hacer aquí? Dentro de muy poco serás aplastado bajo nuestros pies”.
SER EDIFICADOS EN EL CUERPO
Nunca debemos descuidar nuestro espíritu regenerado, que es la torre alta que está en
nosotros, donde podemos refugiarnos de Satanás. Cuando seamos tentados a
argumentar con nuestro cónyuge, debemos correr y refugiarnos en esta torre. Las
disputas en la vida matrimonial provienen de la mente, la cual es auxiliada por la carne.
Siempre que un hermano tiene pensamientos negativos acerca de su esposa, la carne
tratará de provocarlo a discutir con ella, lo cual indica que la carne está siempre lista
para ayudar a la mente de una manera negativa. ¿Qué debemos hacer con respecto a
esto? Debemos escapar a la torre alta de nuestro espíritu regenerado, el lugar donde
Satanás no puede tocarnos, y donde podemos disfrutar a Cristo como nuestra vida y
experimentar la realidad del Cuerpo. Cuando estamos en dicho lugar, Satanás no nos
puede hacer nada.
LA CARNE Y EL ESPÍRITU
En los mensajes anteriores hemos visto que debemos reinar en vida sobre el pecado, la
muerte y Satanás, que son nuestros enemigos principales. Siendo el evangelio de Dios, el
libro de Romanos se ocupa de estas tres entidades negativas. En los capítulos del 5 al 8
se tratan cabalmente el pecado y la muerte. Donde está el pecado, está también la
muerte, porque el pecado introduce la muerte. En Romanos 16:20 Pablo habla acerca de
Satanás, diciendo que el Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo nuestros pies.
Pablo no menciona el nombre de Satanás sino hasta el final del libro porque enfrentar a
Satanás no es un asunto individual, sino corporativo. Si uno intenta por su propia
cuenta subyugar a Satanás, será derrotado. Sólo el Cuerpo vence a Satanás, el enemigo.
Por lo tanto, mediante las iglesias locales como expresión práctica del Cuerpo de Cristo
es posible enfrentar a Satanás. Pablo menciona que Satanás será aplastado sólo después
que enfoca de manera práctica el tema de la iglesia en los capítulos 15 y 16, indicando
con esto que Satanás será aplastado bajo los pies de las iglesias locales.
En este mensaje quiero señalar que los tres enemigos principales —el pecado, la muerte
y Satanás— se encuentran concentrados en la carne del hombre. Nuestra carne es el
“lugar de reunión” donde se concentran el pecado, la muerte y Satanás; estos elementos
negativos están siempre juntos. Hay un lugar en nuestra constitución donde los tres
enemigos se reúnen, a saber: nuestra carne. Desde el momento de la caída del hombre,
ellos se han estado reuniendo continuamente en la carne del mismo.
Sin embargo, debemos saber que el Señor no actúa de la misma manera que nosotros.
Reflexionemos sobre la condición de Adán cuando estaba en el huerto de Edén antes de
la caída. En aquel tiempo, no tenía la carne, porque el pecado aún no había entrado en el
cuerpo de Adán y, por eso, su cuerpo no se había transmutado en la carne todavía. Un
día el Señor me mostró que no sería adecuado ser como Adán en el huerto, sin tener
ningún problema con la carne. Me di cuenta de que mi problema principal no residía en
la carne, sino en la escasez de Espíritu. Es verdad que en el huerto de Edén Adán no
tenía la carne, pero tampoco tenía al Espíritu de Dios en su interior. Ciertamente él era
inocente, pero también es verdad que estaba vacío. Este vacío le dio oportunidad al
enemigo para que entrara en el hombre. Si el Señor quitara nuestra carne y nos dejara
vacíos, no seríamos capaces de mantenernos puros por mucho tiempo, y Satanás, el
sutil, tarde o temprano se infiltraría en nosotros. Por lo tanto, necesitamos darnos
cuenta de que el problema básico es la falta de Espíritu, y no la presencia de la carne.
Romanos 7:18 dice: “Pues yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien”.
Nuestra carne es el lugar donde las cosas malignas hacen su morada. No importa cuán
buena pueda ser una persona, por lo menos una parte de él, su carne, es maligna. No
seamos engañados por alguien que aparentemente es muy amable, bondadoso, honesto,
humilde y simpático; pues ciertamente en él como en todos los demás hombres, nada
bueno mora en su carne.
A través de los años he descubierto que todos los hombres se consideran mejores que los
demás. Un esposo puede considerarse a sí mismo superior a su esposa, y una esposa
puede tener un concepto más elevado de sí misma que de su esposo. Por causa de
nuestra falsa humildad, tal vez no declaremos que somos mejores que otros, pero
muchas veces esto es lo que creemos. Sin embargo, no importa cuán buenos seamos,
todavía tenemos la carne. Por la misericordia del Señor he podido ver Su enseñanza
santa de que en mi carne no mora nada bueno.
EL COMPUESTO PECAMINOSO
Para poder ayudar a los creyentes que buscan más del Señor pero que a menudo se
desaniman por su poco progreso espiritual, es necesario hacer hincapié en el hecho de
que nada bueno mora en la carne. Cuanto más deseen la santidad, menos santos
parecerán ser. Ellos anhelan ser uno con el Señor, pero finalmente terminan haciendo
muchas cosas que no son del Señor. También desean vencer el pecado que los asedia,
pero al parecer el pecado los vence a ellos. Como resultado, se desaniman y se
impacientan consigo mismos.
Es necesario que los creyentes busquemos al Señor genuinamente, que aspiremos a ser
espirituales y que venzamos todas las cosas negativas. No obstante, nos estorba y nos
impide un compuesto pecaminoso que reside en nosotros, el cual es nuestra carne
mezclada con el pecado, la muerte y Satanás. Es sumamente difícil vencer este
compuesto maligno. Cuando el pecado, la muerte y Satanás son añadidos al cuerpo
humano, el producto es la carne. Este compuesto no está solamente en nosotros; más
bien, forma parte de nuestro propio ser.
Tal vez usted se pregunte así como yo me pregunté en el pasado, ¿por qué el Señor
simplemente no quita de nosotros este compuesto pecaminoso? El Señor es muy sabio y
Él sabe lo que está haciendo. Aunque la carne es muy pecaminosa y detestable, el Señor
a propósito se rehúsa quitarla de nosotros. Al dejar la carne en nosotros, Su intención no
es desanimarnos constantemente; Él permite que la carne permanezca en nosotros con
el fin de que seamos compelidos a buscar Su ayuda. Si no fuera por la carne, no
tendríamos una gran necesidad de invocar el nombre del Señor. Y si no fuera porque
tenemos el problema de la carne, dudo que oraríamos lo suficiente.
Todos sabemos que es malo enojarnos con nuestro esposo, esposa o niños. Pero si
amamos al Señor y le buscamos sinceramente, incluso nuestro mal genio nos servirá
bien, porque nos forzará a acudir al Señor. Después de habernos enojado,
probablemente nos sentimos avergonzados por varias horas, sin ganas de orar. Pero
finalmente, nuestro intenso deseo por el Señor nos impulsará a orar, y terminaremos
orando de una buena manera. En este sentido la carne verdaderamente nos ayuda.
En los primeros años de mi ministerio, solía preocuparme por ciertos santos que no
avanzaban espiritualmente. Más tarde aprendí que no debía perturbarme por esto.
Comprendí que si siempre estuviéramos bien, no entraríamos a nuestro espíritu lo
suficiente. Si usted no tuviera fallas, tal vez pasaría mucho tiempo pensando en lo bueno
que es, y no estaría desesperado por volverse a su espíritu. Ésta fue la razón por la que el
Señor no exterminó a todos los enemigos del pueblo de Israel en cuanto ellos entraron a
la buena tierra (Jue. 2:21—3:4). Dios deliberadamente permitió que ciertos enemigos
permanecieran allí con el propósito de fortalecer a los hijos de Israel y adiestrarlos en
pelear. Según el mismo principio, se nos ha dejado la carne para nuestro provecho. Esto
no significa que debamos hacer el mal para que el bien venga, pero sí quiere decir que el
Señor en Su sabiduría y soberanía usa la carne con un propósito positivo.
La carne es un problema para todos los que buscan más del Señor, pues hace que todos
nosotros tengamos muchos fracasos. Pero por medio de nuestros fracasos algo del Señor
es forjado en nuestro ser. Puedo dar testimonio de que año tras año Dios se ha estado
incrementando en mí, principalmente por medio de los fracasos que he experimentado.
No me atrevo a decir que cuanto más fallemos, mejores seremos. Sin embargo, puedo
afirmar que Dios usa nuestros fracasos para ayudarnos a crecer en el Señor, pero sólo si
amamos al Señor y le buscamos. Si buscamos al Señor genuinamente podemos estar en
paz, ya sea que tengamos éxitos o fracasos.
VOLVERNOS AL ESPÍRITU
Hablando de lo doctrinal, es fácil decir que debemos volvernos a nuestro espíritu, pero
es bastante difícil ponerlo en práctica. Algunos tal vez creen que es difícil volverse al
espíritu cuando su situación es pobre, pero yo no estoy de acuerdo con ello. En tal caso,
puede ser difícil volvernos al espíritu delante de los hombres, pero es más fácil tocar
genuinamente el espíritu en nuestro interior. Si nuestra condición nunca es pobre,
puede ser que nos volvamos al espíritu sólo de manera superficial. Pero cuando tenemos
grandes fracasos, verdaderamente nos volvemos a nuestro espíritu.
En nuestra experiencia cristiana necesitamos tanto la noche como el día. Por esta razón,
Dios permite que en ocasiones fracasemos. En el día estamos siempre felices, pero nos
desanimamos y nos desilusionamos cuando llega la noche. No obstante, necesitamos la
noche tanto como el día. Ya sea de día o de noche, Dios sigue obrando en nosotros.
Romanos 8:4 dice que debemos andar conforme al espíritu, y no conforme a la carne. Es
muy fácil hablar acerca de esto, pero no es tan fácil practicarlo. Para entrar en la
realidad de este versículo necesitamos pasar por muchos fracasos. Entonces nos
hallaremos cada vez más en el espíritu. La única forma de enfrentar la carne y de ser
salvos de su influencia es volvernos al espíritu y entrar en él.
A menos que encendamos la luz, no hay manera de disipar las tinieblas. No importa
cuánto intentemos acabar con las tinieblas, éstas permanecerán hasta que la luz llegue.
Asimismo, no podemos terminar con la carne si carecemos del Espíritu. Cuanto más
enfrentemos a la carne aparte del Espíritu, más fuerte y activa se vuelve ésta. Por
nuestros propios esfuerzos no podemos vencer la carne. La única manera de rescatarnos
de ella es volvernos a nuestro espíritu y permanecer en él.
Nuestro problema estriba en que raramente nos volvemos al espíritu de buena gana. Así
que, necesitamos los fracasos que nos hacen dispuestos a volvernos. Una vez que lo
hacemos, espontáneamente andamos conforme al espíritu. Todos nosotros necesitamos
algo que nos compela, que nos orille, hacia el espíritu. Con respecto a este asunto
nuestra propia voluntad no es adecuada.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE CINCUENTA Y UNO
En Romanos 1:9 Pablo dice: “Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en
el evangelio de Su Hijo”. Muchos creyentes creen que el evangelio es simplemente las
buenas nuevas de que Cristo es el Salvador que murió para que los pecadores pudieran
ser perdonados y un día ir al cielo. Pero el evangelio es mucho más rico y profundo que
esto. El evangelio presentado en 1:9 incluye todo el libro de Romanos.
En este libro Pablo menciona el evangelio más a menudo que en sus otras epístolas. En
2:16 él dice: “Dios juzgará los secretos de los hombres, conforme a mi evangelio, por
medio de Jesucristo”. De acuerdo con nuestro concepto natural y religioso, Dios juzgará
a la gente conforme a la ley. Sin embargo, en este versículo Pablo afirma que Dios los
juzgará conforme a su evangelio.
Romanos 15:16 dice: “Para ser ministro de Cristo Jesús a los gentiles, un sacerdote que
labora, sacerdote del evangelio de Dios, para que los gentiles sean ofrenda agradable,
santificada por el Espíritu Santo”. Para Pablo la predicación del evangelio era un
ministerio o servicio sacerdotal. Nosotros somos sacerdotes y, como tales, todos
debemos servir a Dios en el evangelio de Su Hijo.
Ahora debemos hacernos una pregunta básica y esencial: ¿Qué es el evangelio? Lo que
Pablo dice acerca del evangelio en el libro de Romanos es sumamente profundo. La
palabra evangelio significa “buenas nuevas” o “buenas noticias”. El evangelio es las
noticias que alegran a todo aquel que las escucha, las buenas nuevas de Dios
provenientes de los cielos. En 1:2 Pablo dice que el evangelio de Dios fue “prometido
antes por medio de Sus profetas en las santas Escrituras”. Esto indica que a fin de
entender que el contenido del evangelio son las buenas nuevas, debemos conocer el
Antiguo Testamento. El Antiguo Testamento no es meramente una reseña de la historia
y la creación, pues en él son revelados algunos elementos cruciales del evangelio.
El primero de estos elementos se encuentra en Génesis 1:26, donde se nos dice que el
hombre fue creado a la imagen de Dios. La imagen de Dios es parte del contenido del
evangelio. ¡Cuán maravilloso es que nosotros, hombres creados del barro, podemos
llevar la imagen de Dios! ¡Qué buenas nuevas son éstas! ¿Qué corazón no va a alegrarse
con tales buenas noticias? Si en verdad comprendemos el significado de ser hechos a la
imagen de Dios, alabaremos al Señor.
En Génesis 3 vemos que la serpiente se interpuso y sedujo al hombre para que comiese
del árbol del conocimiento del bien y del mal. No obstante, este capítulo también nos
anuncia buenas nuevas: el versículo 15 dice que la simiente de la mujer aplastará la
cabeza de la serpiente. Aunque la serpiente se interpuso, este versículo profetiza que la
simiente de la mujer algún día pondrá fin a la serpiente.
Un cuarto elemento se encuentra en el capítulo siguiente. Génesis 4:4 dice que Abel
“trajo también de los primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró
Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda”. Esto indica que, por medio de las ofrendas
apropiadas, nosotros los pecadores caídos somos aceptos ante Dios.
En el primer capítulo de Génesis vemos más aspectos del contenido del evangelio. El
versículo 9 dice que las aguas se juntaron en un solo lugar, y que la tierra seca apareció.
El versículo 11 añade: “Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé
semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la
tierra. Y fue así”. Muchas clases de vida —la vida vegetal, la animal y aun la vida
humana— están relacionadas con esta tierra, la cual tipifica al Cristo todo-inclusivo.
Esto también forma parte de las buenas nuevas que Dios nos da.
En Génesis 2:18 el Señor dijo: “No es bueno que el hombre esté solo”. El hombre al que
se refiere este versículo es un tipo de Cristo. Decir que no es bueno que el hombre esté
solo, equivale a decir que no es bueno que Cristo esté solo. Como Novio, Cristo anhela
obtener una novia, alguien que sea Su complemento. El hecho de que Dios produzca una
novia para Cristo es también un elemento del evangelio prometido en el Antiguo
Testamento.
SE TRATA DE UNA PERSONA MARAVILLOSA
En Romanos 1:3 Pablo dice que el evangelio está relacionado con el Hijo de Dios,
Jesucristo nuestro Señor. El tema principal del evangelio no es el perdón de pecados, ni
que las almas sean ganadas, ni que los pecadores sean salvos para que vayan al cielo;
más bien, es la persona misma de Cristo, el Hijo de Dios. El evangelio no consta de
doctrinas, enseñanzas ni religión; antes bien, se trata de una persona maravillosa.
El versículo 4 dice que Él fue “designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de
santidad, por la resurrección de entre los muertos”. El Espíritu de santidad aquí
mencionado está en contraste con la carne mencionada en el versículo 3. Tal como la
carne mencionada en el versículo 3 se refiere a la esencia humana de Cristo, así también
el Espíritu mencionado en este versículo no alude a la persona del Espíritu Santo de
Dios, sino a la esencia divina de Cristo, la cual es “la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9). La
esencia divina de Cristo, la cual es Dios el Espíritu mismo (Jn. 4:24), está constituida de
santidad y llena de la naturaleza y de la cualidad de ser santo. Es según este Espíritu que
Cristo fue designado, señalado, Hijo de Dios con poder, por la resurrección de entre los
muertos. Por medio de la encarnación, Cristo, el Hijo de Dios, se hizo un hombre en la
carne; pero mediante la resurrección, Cristo, un hombre en la carne, fue designado el
Hijo de Dios según el Espíritu de santidad.
El evangelio trata sobre una persona maravillosa, quien se hizo carne y fue designada el
Hijo de Dios según el Espíritu de santidad. El hecho de que Cristo fuera designado el
Hijo de Dios según el Espíritu de santidad, es distinto al hecho de que Él era el Hijo de
Dios en la eternidad pasada. Como el eterno Hijo de Dios que es, Él no tenía la
naturaleza humana. Sin embargo, el hecho de ser designado Hijo de Dios en
resurrección está estrechamente relacionado con Su naturaleza humana. Jesucristo, un
hombre en la carne, fue designado el Hijo de Dios.
El mensaje central del libro de Romanos consiste en que los hombres carnales y
pecaminosos son hechos hijos de Dios y conformados a la imagen del Hijo de Dios. De
esta manera Cristo llega a ser el Primogénito entre muchos hermanos. Así que, el
mensaje central del evangelio no es el perdón de pecados, sino la producción de los hijos
de Dios, los muchos hermanos del Hijo de Dios.
MUCHOS HIJOS CONFORMADOS
A LA IMAGEN DE CRISTO
Cristo es el modelo, el “patrón” del evangelio. Él nació en la carne, pero fue hecho Hijo
de Dios por Su resurrección en el Espíritu de santidad. Los tres primeros capítulos de
Romanos revelan nuestra pecaminosidad; el capítulo 4 revela nuestra justificación; el
capítulo 6, nuestra muerte y sepultura; y el capítulo 7 revela nuestro problema con la
carne y con la vida natural. Pero el capítulo 8 revela que estamos siendo conformados a
la imagen de Cristo, el Primogénito entre muchos hermanos. Cristo fue designado Hijo
de Dios, y nosotros también hemos sido designados los muchos hijos de Dios. Éste es el
punto principal del evangelio.
Hoy en día, los cristianos hablan mucho acerca de ir al cielo; sin embargo, no podemos
encontrar este concepto en ninguna parte del libro de Romanos. Otros cristianos un
poco más avanzados hablan acerca de la llamada vida más profunda y la espiritualidad;
no obstante, ni aun la vida más profunda ni la espiritualidad es el resultado final del
evangelio. Según el libro de Romanos, muchos de los que una vez fueron carnales
llegarán a ser designados hijos de Dios. En cierto sentido, yo no tengo mucho interés en
la espiritualidad. Muchos de los que declaran ser espirituales no expresan la imagen del
Hijo de Dios. Romanos revela que seremos conformados no a la espiritualidad, sino a la
imagen del Hijo de Dios.
Alguien puede ser amable y humilde sin ser conformado a la imagen de Cristo. Los
demás pueden ver su amabilidad, pero no pueden percibir la imagen del Hijo de Dios en
él. De nuevo digo que el mensaje principal del evangelio es nada menos que nuestra
conformación a la imagen del Hijo de Dios. ¡Aleluya porque un día, nosotros, los
hombres en la carne, seremos manifestados como los gloriosos hijos de Dios!
EL PODER DE DIOS
Un día me di cuenta de que fui salvo no solamente por el amor de Dios y por Su gracia,
sino por Su justicia. Podía decirle con toda confianza al Señor: “Señor, ya sea que estés
contento conmigo o no, por causa de Tu justicia estás obligado a salvarme. Incluso si no
me amaras, estarías comprometido a salvarme porque eres justo. Tu amor ciertamente
es eterno, pero la base de mi salvación no es Tu amor, sino Tu justicia”. ¡Aleluya, éste es
el poder del evangelio!
A veces al predicar el evangelio nos enfrentamos con ciertas objeciones por parte de
personas que en gran seriedad toman en cuenta estos asuntos. Después de haber
escuchado el evangelio con respecto al amor de Dios, algunas personas nos decían: “Sí,
Dios es amor, pero yo no soy tan adorable. Ustedes aseguran que el amor de Dios es
incondicional, pero ¿cómo puedo saber que Su amor por mí no cambiará, especialmente
si hago algo pecaminoso?”. Antes de que fuéramos iluminados en cuanto a la justicia de
Dios, teníamos dificultad en responder a preguntas tales como éstas. No obstante, ahora
podemos proclamar con toda confianza que el poder de Dios en el evangelio es Su
justicia. Debido a que Dios es justo, se ve obligado a perdonarnos si acudimos a Él por
medio de Cristo, sin importar cómo Él se sienta acerca de ello.
El libro de Romanos es una revelación completa del evangelio. Mi carga en este mensaje
es indicar que el punto central del evangelio es que Dios está realizando una obra de
transformación mediante la cual pecadores en la carne son designados hijos de Dios en
el espíritu. Si hemos de servir a Dios en el evangelio, debemos tomar esto mismo como
nuestra meta. ¿Por qué predicamos el evangelio? Lo hacemos no simplemente para que
los hombres sean salvos o perdonados de sus pecados o hechos espirituales, sino para
que lleguen a ser hijos de Dios. Éste es nuestro objetivo.
LA DESIGNACIÓN
A muchos de nosotros se nos enseñó que nosotros éramos pecadores, que Dios nos
amaba y que envió a Su Hijo a morir en la cruz para redimirnos. Además, se nos dijo que
por ser cristianos, debíamos vivir para la gloria de Dios y procurar tener comunión con
Él. También nos enseñaron que finalmente seríamos llevados al cielo. Muy pocos
creyentes hemos oído que la meta de Dios es producir muchos hijos para Su expresión
corporativa. Por la eternidad, Dios será expresado por medio del Cuerpo, una entidad
corporativa compuesta de Sus muchos hijos glorificados. Éste es Su propósito.
Cristo, el modelo, tiene dos naturalezas: una que es conforme a la carne y otra que es
conforme al Espíritu de santidad. En el versículo 4 santidad se refiere a la esencia o
sustancia de Dios. Antes de encarnarse, Cristo no tenía humanidad, es decir, la
naturaleza según la carne; sin embargo, por medio de la encarnación, Él se vistió de la
naturaleza humana. No obstante, cuando se vistió de la naturaleza humana no perdió Su
naturaleza divina. Así que, cuando Él estuvo en la tierra, era un verdadero misterio.
Conforme a Su apariencia externa, era íntegramente un ser humano. Sin embargo,
mucho de lo que Él dijo e hizo fue extraordinario, pues realizó lo que ningún ser
humano podría hacer ni decir. Por ejemplo, en el Evangelio de Juan el Señor dijo que Él
era la vida y la verdad (14:6). También dijo: “Yo soy la luz” (8:12) y “Yo soy el pan de
vida” (6:35). Además, dijo que el que no creyera en Él, no tendría vida eterna (3:36).
Ningún filósofo se atrevería a hacer tal declaración. Debido a que Cristo es divino y
humano, cuando Él estaba en la tierra la gente se preguntaba acerca de Su identidad.
Conocían a Su familia, pero no podían explicarse cómo Él podía hacer ciertas cosas (Mt.
13:54-56). Su perplejidad se debía a que el Hijo de Dios se había vestido de humanidad.
Cristo, el Hijo de Dios designado, todavía tiene dos naturalezas: la divina y la humana.
Pero la humanidad que Él tiene ahora no es natural, sino que ha sido elevada en
resurrección. Aun Su carne misma ha sido designada el Hijo de Dios; Él ha sido
designado el Hijo de Dios con ambas naturalezas: la divina y la humana. Como esta
persona tan maravillosa, Él ha llegado a ser el modelo, el patrón, según el cual se
conforman todos aquellos que están siendo designados hijos de Dios, pues un hijo de
Dios debe tener tanto la naturaleza divina como la naturaleza humana resucitada,
glorificada y elevada.
Según este principio, nosotros somos designados hijos de Dios por un cambio en vida
mediante el proceso de resurrección. El día viene cuando llegaremos a la etapa del
“pleno florecimiento”. Ése será el momento de la redención, la glorificación, de nuestro
cuerpo, lo cual será la plena filiación (8:23). Ciertamente, la vida misma del Hijo de Dios
ha sido implantada en nuestro espíritu. Ahora nosotros, al igual que la semilla de clavel
que es sembrada en tierra, debemos pasar por el proceso de la muerte y la resurrección.
Este proceso consume al hombre exterior, pero permite que la vida interior crezca, se
desarrolle y finalmente florezca. Esto es la resurrección. Alabado sea el Señor porque
somos llevados a la muerte diariamente para poder participar de la resurrección de
Cristo de manera práctica. ¡Aleluya! ¡Por la resurrección nosotros seremos designados
hijos de Dios!
Puede ser que muchos de nosotros no tengamos la plena confianza de decir que somos
hijos de Dios. No tenemos ni siquiera la apariencia ni la expresión que son propias de
hijos de Dios. Somos como la planta de clavel que aún no ha producido flores. No
obstante, estamos en el proceso de ser designados por la resurrección y, con el tiempo,
después de que hayamos sido plenamente procesados, todo el mundo sabrá que somos
hijos de Dios. Toda la creación gime a una esperando esto. Nosotros también gemimos
porque aún no tenemos la apariencia que debemos tener. Sabemos que seguimos siendo
deficientes en muchos aspectos, y que todavía cometemos muchos errores y sufrimos
fracasos. Sin embargo, bajo la soberanía del Señor, incluso nuestros fracasos son usados
como parte de este proceso. El Señor permite que fallemos una y otra vez para que
podamos ser procesados. Por medio de nuestros fracasos, nuestro detestable yo es
derribado, y el Señor tiene más oportunidad de trabajar en nosotros.
¡Alabado sea el Señor por este proceso divino! Estamos en camino a la resurrección. No
sólo fuimos injertados en Cristo para entrar en una unión vital con Él en Su muerte, sino
que también disfrutamos de Su resurrección. Ahora todos nos encontramos en el
proceso de ser designados hijos de Dios por medio de la resurrección.
LA SANTIFICACIÓN
LA TRANSFORMACIÓN
No sólo somos santificados, sino también transformados. La santificación tiene que ver
con la sustancia, mientras que la transformación, con la forma, es decir, con un cambio
de una forma a otra. Ser santificados significa que más de Cristo se nos añade. Ser
transformados equivale a ser moldeados a cierta forma al recibir más de la sustancia
divina. La transformación es el segundo aspecto de la resurrección. Cuanto más somos
transformados, más experimentamos la resurrección.
LA CONFORMACIÓN
LA GLORIFICACIÓN
Hemos indicado que el último paso del proceso de resurrección es la glorificación, esto
es, la transfiguración de nuestro cuerpo. La vida divina que está en nosotros finalmente
será expresada plenamente por medio de nuestro cuerpo físico y lo transfigurará en un
cuerpo glorioso. De esta manera, lo mortal será consumido por la vida divina que está en
nosotros. Entonces seremos completamente santificados, transformados, conformados y
glorificados, o sea, estaremos absolutamente en resurrección, y la vida y la naturaleza
divinas habrán impregnado todo nuestro ser. En esto consiste la plena filiación (8:23).
Todos tenemos el sentir interior de que nuestra filiación aún no ha llegado a su plenitud.
Sin embargo, irá creciendo más y más hasta que llegue a su plenitud en el momento de
nuestra glorificación, cuando seamos plenamente resucitados y así designados los hijos
de Dios tanto en naturaleza como en aspecto. En espíritu, alma y cuerpo seremos los
hijos de Dios no sólo en nombre, sino también en realidad. De la manera en que una
semilla de clavel crece desde que es una simple semilla hasta ser una planta madura en
pleno florecimiento, así también nosotros seremos procesados mediante la resurrección
hasta que seamos plenamente glorificados y así designados los muchos hijos de Dios.
Ahora mismo nos encontramos en el proceso de resurrección con el fin de ser
santificados, transformados, conformados y glorificados. Este proceso continuará hasta
que seamos hijos de Dios en plenitud. Éste es el objetivo central del evangelio.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE CINCUENTA Y TRES
LA FILIACIÓN PRESENTADA EN
EL LIBRO DE ROMANOS
En Romanos 1:9 Pablo dijo que servía a Dios en el evangelio de Su Hijo. Esto indica que
todos debemos servir a Dios en el evangelio de Cristo, pero para hacerlo primero
necesitamos saber qué es el evangelio.
La intención eterna de Dios es ser expresado por medio de un Cuerpo constituido de Sus
hijos glorificados. Originalmente Dios tenía un solo Hijo, Su Unigénito; pero por medio
de la resurrección de Jesucristo, Él ahora tiene muchos hijos. Mediante la muerte y la
resurrección de Cristo, millones de pecadores han sido hechos hijos de Dios. Éste es el
propósito eterno de Dios. Así que, el libro de Romanos revela que el objetivo del
evangelio es la filiación, la producción de los muchos hijos de Dios.
Mediante esta designación, el Cristo que ya era el Hijo de Dios antes de Su encarnación,
llegó a ser el Hijo de Dios de una manera nueva. Antes de encarnarse Él ya era el Hijo de
Dios, pero sólo tenía divinidad; pero, mediante Su resurrección, Él fue designado el Hijo
de Dios con divinidad y en Su humanidad. Si Cristo nunca se hubiera vestido de la
naturaleza humana, no habría sido necesario que fuera designado Hijo de Dios, porque
en Su divinidad ya era el Hijo de Dios, incluso desde la eternidad.
Romanos 8:3 dice que Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado, dando a
entender que Cristo no tenía la pecaminosidad de la carne, sino sólo la semejanza de la
carne de pecado. Con respecto a esto, Él era semejante a la serpiente de bronce que fue
levantada sobre un asta en el desierto (Nm. 21:8-9). La serpiente de bronce ciertamente
tenía la forma de una serpiente, mas no la naturaleza venenosa de ella. Según el mismo
principio, Cristo tenía la forma, apariencia y semejanza de la carne de pecado, pero no
tenía la naturaleza pecaminosa de tal carne de pecado.
Debido a que Cristo, el Hijo de Dios, se había vestido de carne, era necesario que Su
naturaleza humana fuese designada Hijo de Dios con poder por la resurrección. La
muerte en Adán es terrible, pero la muerte de Cristo es maravillosa. Esto se debe a que
Su muerte puso fin a todas las cosas negativas y abrió el camino a la resurrección. Por
medio de la resurrección Cristo fue transfigurado y designado el Hijo de Dios.
Salmos 2:7 dice: “Mi hijo eres Tú; Yo te engendré hoy”. Si Cristo ya era el Hijo de Dios,
¿porqué tuvo que ser engendrado como el Hijo de Dios? Hechos 13:33, que cita Salmos
2:7, indica que Cristo fue engendrado como Hijo de Dios en el día de Su resurrección.
Pero, ¿no era ya el Hijo de Dios antes de ese día? Ciertamente lo era. No obstante, Él
aún necesitaba ser engendrado por la resurrección, por cuanto se había vestido de
humanidad. En cuanto a Su divinidad, no era necesario que Él fuera engendrado, pero
en cuanto a Su humanidad, sí lo era. En el día de Su resurrección, la carne de Cristo fue
elevada y transfigurada en una sustancia gloriosa. En esto consiste ser engendrado con
poder por la resurrección. Además, este engendramiento fue también Su designación.
Así pues, Jesús, el Hombre en la carne, fue engendrado y designado Hijo de Dios.
Según este mismo principio, cuando Cristo resucitó de entre los muertos, fue designado
con poder por la resurrección, según el Espíritu de santidad que estaba en Él. Ahora Él
es el Hijo de Dios de una manera aun más maravillosa que antes, porque ahora tiene
tanto la naturaleza divina como la naturaleza humana, la cual ha sido resucitada,
transformada, elevada, glorificada y designada.
Cristo, por ser el Hijo de Dios que posee la divinidad y la humanidad, es ahora el patrón
y el modelo, en el cual se basa la producción en serie de los muchos hijos de Dios.
Hemos visto que el deseo de Dios no consiste en tener un solo Hijo, Su Unigénito, sino
muchos hijos, quienes han de ser la producción en serie del Primogénito. En el capítulo
1 tenemos el modelo o patrón, pero en el capítulo 8 tenemos la producción en serie. El
capítulo 8 revela claramente que el Hijo unigénito ha llegado a ser el Primogénito entre
muchos hermanos.
Ahora debemos ver cómo son producidos los muchos hijos de Dios. La clave para
entender esto se encuentra en Romanos 1:3-4. En estos versículos se mencionan un
buen número de términos y expresiones cruciales, tales como: según la carne, el
Espíritu de santidad, poder, resurrección e Hijo de Dios. En cierto sentido la estructura
de todo el libro de Romanos se basa en estas expresiones. De hecho, los versículos 3 y 4
del capítulo 1 constituyen un resumen de todo el libro de Romanos, el cual es un relato
de cómo los pecadores en la carne son hechos hijos de Dios con poder por la
resurrección. En Romanos 3:20 leemos que “por las obras de la ley ninguna carne será
justificada delante de Él”. Esto indica que la carne, esto es, el hombre caído, no tiene
remedio. El capítulo 7 revela cuán detestable y problemática es la carne. Luego, el
capítulo 8 describe la incapacidad total de la carne en cuanto a guardar la ley de Dios.
Antes de ser salvos no éramos más que carne; estábamos desahuciados, causábamos
problemas y estábamos débiles. Sin embargo, Cristo fue hecho a la semejanza de la
carne de pecado, y en Su crucifixión Él llevó esta carne al madero, y allí puso fin a ella.
Es imposible ser designados hijos de Dios según la carne; es sólo según el Espíritu de
santidad que nosotros podemos llegar a ser Sus hijos. Como creyentes de Cristo que
somos, tenemos no sólo la carne, la cual recibimos de nuestros padres biológicos, sino
también al Espíritu de santidad, quien Dios nos lo dio. Al igual que el Señor Jesús,
nosotros también tenemos dos naturalezas, la humana y la divina. Ahora podemos decir
con gran confianza: “Señor Jesús, Tú tienes dos naturalezas, y nosotros también. Tú
fuiste hecho carne, y nosotros somos carne. Dentro de Ti se hallaba el Espíritu de
santidad, y dentro de nosotros también se encuentra”. ¡Oh, en nosotros está el Espíritu
de santidad, quien es realmente la maravillosa persona de Cristo. La santidad es la
sustancia, la esencia, el elemento la naturaleza misma de Dios. Esta naturaleza santa es
completamente diferente de toda otra cosa y está apartada de ellas. El Espíritu de
santidad alude a la esencia misma de Dios. Así que, al tener al Espíritu de santidad,
tenemos la sustancia misma de Dios dentro de nosotros. Según este Espíritu somos
designados hijos de Dios.
INJERTADOS EN CRISTO
Por ser creyentes de Cristo, nosotros hemos sido injertados en Él. Supongamos que una
rama de un árbol silvestre es injertada en un árbol de más calidad. Mediante este
proceso de injerto, la rama silvestre es conformada en una buena rama, parte del buen
árbol. Nosotros, por haber sido injertados en Cristo y en la semejanza de Su muerte,
estamos ahora en el proceso de resurrección. Según 1 Pedro 1:3, fuimos regenerados por
la resurrección de Cristo, lo cual significa que cuando Cristo fue resucitado, nacimos de
nuevo. En realidad, nacimos de nuevo mucho antes de nuestro nacimiento natural.
Ahora estamos experimentando la resurrección de lo que ya fue resucitado y la
liberación de lo que ya fue liberado. Por esta razón podemos decir que estamos en
proceso de ser resucitados.
En los primeros años de mi ministerio, tenía el hábito de corregir y regular a otros. Pero
gradualmente aprendí que Dios en Su economía no actúa así. Debido a que tenemos al
Espíritu de santidad dentro de nosotros, no hay necesidad de efectuar enmiendas
externas. Si nos volvemos al Señor y tenemos contacto con Él, experimentaremos Su
muerte y Su resurrección. Esta resurrección se efectúa según el Espíritu de santidad.
¡Aleluya! La vida de resurrección juntamente con el poder de la resurrección ¡están en
nosotros!
¡Cuán absurdo sería tratar de ayudar a una flor a crecer corrigiéndola exteriormente! La
manera apropiada es simplemente regar la planta. Según el mismo principio, debemos
regarnos los unos a los otros. Leemos en 1 Corintios 3:6 que Pablo sembró, Apolos regó,
pero el crecimiento lo da Dios. Debemos regar a los hermanos y hermanas y nutrirles.
Entonces la vida interna crecerá, y finalmente una bella “flor” brotará de ellos. En esto
consiste la resurrección.
LA SANTIFICACIÓN Y LA TRANSFORMACIÓN
Consideremos una vez más el ejemplo del té. Cuando el sobre de té es añadido al agua, el
agua es “teificada”. Éste es un ejemplo de la santificación. Cristo es el “té” celestial y
nosotros somos el “agua”. Cuanto más “té” divino se añade a nosotros, más somos
“teificados”. Cuanto más Cristo se añade a nosotros, más somos santificados. La
santificación no es un simple cambio de posición, sino un cambio de nuestro modo de
ser. En el ejemplo del té, la característica del agua y aun su esencia cambian a medida
que el agua es “teificada”.
EL PROCESO DE LA FILIACIÓN
Hoy nuestro espíritu está en la filiación, pero nuestro cuerpo todavía no. Según el
espíritu nosotros somos hijos de Dios, pero según nuestro cuerpo físico no estamos
todavía en la filiación. La transfiguración, o sea, la redención, de nuestro cuerpo que
tendrá lugar en la venida del Señor, será la última etapa de la filiación. En ese tiempo
seremos introducidos total y completamente en la filiación. En cada parte de nuestro ser
—espíritu, alma y cuerpo— seremos los verdaderos hijos de Dios. Entonces seremos
glorificados. Alabado sea el Señor porque hoy estamos en el proceso de la filiación, el de
llegar a ser los hijos de Dios.
Hemos visto que Pablo dice en Romanos 1:1 que él fue “apartado para el evangelio de
Dios”, y luego añade que el tema del evangelio de Dios es el Hijo de Dios, Jesucristo
nuestro Señor (1:3). Esto indica que el evangelio de Dios es el evangelio de la filiación.
La meta de este evangelio es transformar pecadores en hijos de Dios con miras a la
formación del Cuerpo de Cristo.
EL PROCESO DE LA RESURRECCIÓN
LA EXPERIENCIA DE LA RESURRECCIÓN
En este mensaje necesitamos examinar en detalle el tema de la resurrección, y no sólo
desde el punto de vista objetivo y doctrinal, sino también desde el punto de vista
subjetivo, el de la experiencia de vida. Romanos 6:5 habla de la experiencia de la
resurrección, afirmando que participamos de la semejanza de la resurrección de Cristo.
Algunos estudiantes de la Palabra han dicho que la resurrección mencionada aquí se
refiere a la primera resurrección, la cual se menciona en Apocalipsis 20:4-5. Pero yo no
creo que aquí éste haya sido el entendimiento de Pablo acerca de la resurrección. Pablo
no dice que debamos esperar hasta el milenio para participar de la resurrección de
Cristo. En 6:5 Pablo dice que hemos crecido juntamente con Cristo en la semejanza de
Su muerte y que también lo seremos en la semejanza de Su resurrección. Esto no se
refiere a la resurrección objetiva que tendrá lugar en el futuro, sino a nuestra
experiencia actual de la vida de resurrección de Cristo. No debemos considerar la
resurrección meramente como un evento futuro, tal como lo hizo Marta en Juan 11,
cuando el Señor Jesús le dijo que Él era la resurrección y la vida (v. 25). Lo dicho por el
Señor aquí, indica que no es necesario esperar hasta un día futuro para conocerle a Él
como la resurrección. La resurrección no es un asunto relacionado con el tiempo ni con
cierto lugar, sino con la persona de Cristo. Si le tenemos a Él, tenemos la resurrección;
pero si no, tampoco tenemos la vida de resurrección, ni ahora ni en el futuro. ¡Aleluya!
¡La resurrección es Jesús, el Hijo de Dios! Si tenemos a Jesucristo, tenemos la
resurrección, no importa dónde estemos.
¡Qué diferencia tan grande existe entre la enseñanza doctrinal acerca de la resurrección
y la revelación subjetiva de Cristo como nuestra resurrección! Lo que necesitamos hoy
no es recibir una enseñanza objetiva acerca de la resurrección, sino experimentar a
Cristo como resurrección de manera subjetiva, viviente y actual.
Afirmar que Cristo es la resurrección quiere decir que Él es el poder de vida, pues la
resurrección es el poder de vida. Juntamente con la vida tenemos la esencia de vida, la
forma de vida y el poder de vida. Primero recibimos la esencia de vida y luego el poder
de vida. Más tarde nos conformamos a la vida, o sea, obtenemos la forma, la figura, de
vida. La resurrección es el Cristo que es nuestro poder de vida. Éste es un asunto muy
significativo.
Cuando visité una de las universidades más importantes de China en 1936, uno de los
estudiantes me confesó que le era difícil creer en la resurrección. Me dijo que debido a
su conocimiento científico moderno no podía creer en ella. Para él la resurrección estaba
en contra de la verdad científica. Afuera del salón donde estábamos reunidos había un
campo de trigo. Llamando su atención hacia el campo de trigo, le indiqué que ese trigo
se había producido a partir de unas semillas que fueron sembradas. Le dije que, en
cierto sentido, esas semillas habían muerto y que ahora habían salido en resurrección
manifestándose como el trigo. Mediante este ejemplo de la muerte y la resurrección,
aquel joven fue salvo. Ahora él es uno de los colaboradores principales de Taiwán. Este
ejemplo muestra que la resurrección es un asunto del poder de vida.
En 1 Corintios 15:26 Pablo dice que “la muerte, el último enemigo, es abolida”,
indicando con esto que la muerte es el enemigo más poderoso. Un enemigo tan fuerte
sólo puede ser derrotado por la resurrección. Por lo tanto, la primera función que
cumple la resurrección, que cumple el poder de vida, consiste en derrotar las cosas
negativas, en particular, la muerte. Mientras más la resurrección tiene contacto con una
situación de muerte, más oportunidad tiene para ejercer su función de derrotar la
muerte.
Sorbe la muerte
En principio, semejante cambio tiene lugar en los niños. Cuando un niño crece, su
cuerpo adquiere cierta forma. Mientras el poder de vida lo transforma, también lo
conforma. Cuanto más crecemos, más moldeados o conformados somos. Por
consiguiente, la resurrección nos hace crecer, nos cambia y nos moldea hasta darnos
cierta forma.
Libera lo positivo
La resurrección también libera todo lo positivo. El hecho de llevar fruto es una especie
de liberación producida por esta función de la resurrección. Cuando un árbol da fruto, la
esencia de vida que está en su interior es liberada, lo cual indica que las riquezas de la
vida del árbol son liberadas mediante la fructificación. Mediante la función liberadora
del poder de vida, todo lo que la semilla contiene —raíz, tallo, ramas, hojas, flor y fruto—
es liberado. A medida que la semilla brota en resurrección, todo lo positivo que procede
de ella es liberado.
A menudo hablamos de las riquezas de Cristo. En este respecto Cristo, como semilla, se
ha sembrado a Sí mismo en nosotros junto con todas Sus riquezas. Podemos ver esto en
la parábola del sembrador en Mateo 13. Conforme a esta parábola, Cristo se ha
sembrado a Sí mismo en nosotros como semilla de vida, y esta semilla incluye todo lo
positivo: el amor, la santidad, la justicia, la humildad, la paciencia y la perseverancia. En
dicha semilla se encuentran tanto los atributos divinos como las virtudes humanas; lo
único que falta por efectuarse es su liberación. La resurrección libera la esencia de todas
las riquezas de Cristo desde el interior de la semilla.
La resurrección también posee el poder innato para levantarse por encima de todo. La
resurrección, así como el cálamo usado en la preparación del aceite de la unción en
Éxodo 30, se levanta surgiendo por encima del “pantano” de toda situación adversa.
Dicho cálamo es un cuadro del poder en Cristo que es capaz de levantarse por encima de
todo.
Cristo está dentro de nosotros los creyentes como resurrección, y esta resurrección es
nuestro poder de vida. Día tras día este poder cumple la función de derrotar a la muerte.
Los numerosos aspectos de la muerte incluyen la debilidad, el rencor, las tinieblas, el
orgullo, la crítica y las murmuraciones. Aun si usted murmura y participa un poco en los
chismes, tocará la muerte. Todo lo negativo se incluye en la muerte. Sin embargo, la
resurrección dentro de nosotros vence y sorbe todo tipo de muerte, incluyendo nuestro
orgullo, nuestra crítica y nuestra falsa humildad. Además, este poder vital causa el
crecimiento, la transformación y la conformación. También libera lo positivo y nos hace
trascender toda situación “pantanosa”.
Aun si no percibimos que este poder de vida se encuentra en nosotros, de todos modos
poseemos la realidad de este poder. Si analizamos nuestra experiencia pasada con el
Señor al paso de los años, veremos que dentro de nosotros la resurrección ha ido
venciendo la muerte y sorbiendo todo lo negativo. Por nuestra experiencia también
testificamos que este poder de vida nos ha hecho crecer, ser transformados, y hasta
cierto punto ser conformados y amoldados a la imagen de Cristo. Además, nuestra
experiencia revela que el poder de vida ha liberado muchos elementos positivos desde
nuestro interior. A medida que la resurrección nos libera, se levanta en nuestro ser.
Romanos 8:11 dice: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en
vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo vivificará también vuestros cuerpos
mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. En este versículo la resurrección está
relacionada con el Espíritu, quien es la realidad misma de la resurrección. El Espíritu de
aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en nosotros como la realidad de la
resurrección. Si cierta persona no tiene al Espíritu Santo, es imposible que tenga la
resurrección. La resurrección que experimentamos es de hecho el Espíritu Santo mismo.
Si tuviéramos Romanos 6 sin Romanos 8, no podríamos participar de Cristo como la
resurrección de una manera práctica. En Romanos 8 tenemos la realidad de la
resurrección, o sea, experimentamos que el Espíritu Santo mora en nosotros. Nunca
debemos separar la resurrección y el Espíritu.
EL PROCESO DE DESIGNACIÓN
Quisiera continuar con el ejemplo de la semilla de clavel. No es por una etiqueta que la
semilla es designada, sino al ser sembrada en la tierra y al crecer poco a poco hasta
convertirse en una planta plenamente crecida y floreciente. La semilla es designada por
su crecimiento. Cuanto más crece, más se manifiesta su designación. Cuando está en
pleno florecimiento, es designada de modo completo, lo cual significa que el pleno
florecimiento de la planta de clavel constituye su designación completa. Al igual que la
semilla de clavel, todos nosotros nos encontramos en el proceso de designación. Cuanto
más crecemos y somos transformados, más somos designados hijos de Dios.
CONFORME AL ESPÍRITU
Cuando vivimos conforme a la carne, todos causamos problemas tanto para la iglesia
como para aquellos con quienes vivimos. Los esposos son una molestia para las esposas,
y las esposas para los esposos. Pero no tenemos por qué vivir conforme a la carne,
porque tenemos la opción de andar conforme al Espíritu. Cuando los hermanos y las
hermanas viven conforme al Espíritu, son maravillosos y gloriosos. El hecho de vivir
conforme a la carne o conforme al Espíritu nos toca a nosotros decidir. Por nuestra
propia voluntad podemos optar por vivir conforme a la carne o conforme al Espíritu.
Que el Señor tenga misericordia de nosotros a fin de que nuestra elección sea vivir
conforme al Espíritu. Urgentemente necesitamos aprender a andar conforme al
Espíritu. Si andamos conforme a la carne, la vida de iglesia se volverá muy
desagradable; pero si andamos conforme al Espíritu, la vida de iglesia estará en los
cielos.
La filiación es llevada a cabo por medio de la resurrección y en el Espíritu. El Espíritu
que mora en nosotros es el Espíritu que nos hace trascenderlo todo. Día tras día este
Espíritu nos designa cada vez más hijos de Dios.
El universo aguarda la manifestación de los hijos de Dios (8:19), la cual no tendrá lugar
por casualidad, sino en forma de la consumación del proceso de designación, tal como la
flor de clavel florece como la consumación de un largo proceso de crecimiento y cambio.
Cuanto más crecemos, más somos designados por la resurrección. Un día, en el
momento de nuestra glorificación, floreceremos plenamente y seremos manifestados
como los hijos de Dios en plenitud.
Muchos creyentes dedican toda su atención a las enseñanzas objetivas acerca de las
llamadas dispensaciones que se hallan en las Escrituras. Sin embargo, de acuerdo con la
Biblia, la palabra dispensación no denota una era, sino la acción de impartir, de
dispensar, en el sentido de distribuir, repartir y suministrar. La revelación del Nuevo
Testamento debe llegar a ser muy subjetiva para nosotros. No creo que una persona que
vive alejada de la presencia del Señor, repentinamente será arrebatada y llevada a Su
presencia. El hecho de ser introducidos en la presencia del Señor envuelve un proceso
que incluye la santificación, la transformación, la conformación y la glorificación.
LA SANTIFICACIÓN SUBJETIVA
LA CONSUMACIÓN DE LA TRANSFORMACIÓN
Ser transformados equivale a ser amoldados a la forma propia de la vida por medio del
poder de vida y con la esencia de vida. Supongamos que en un jardín crecen dos tipos de
plantas, un clavel y un lirio. A medida que estas plantas crecen, el clavel toma una
forma, y el lirio toma otra. Cada una llega a su debida forma por el poder de vida y con la
esencia de vida que están dentro de ella.
Cada tipo de vida tiene su propia forma. Por ejemplo, un perro tiene una forma y una
gallina, otra. El crecimiento de cierta clase de vida determina la forma consumada de
esa vida. Ahora somos hijos de Dios, pero aún no tenemos la forma consumada, la
apariencia completa, de hijos de Dios. Por lo tanto, necesitamos ser conformados a la
imagen de Cristo por medio del crecimiento y la transformación. Finalmente, seremos
plenamente conformados a Su imagen. En aquel entonces poseeremos la plena forma de
vida que proviene del poder de vida y la esencia de vida. El clavel, la gallina y el perro
tienen distintas formas de vida según la esencia de vida de cada cual. Un clavel toma la
forma del clavel porque tiene la esencia de la vida del clavel. La esencia del clavel se
desarrolla en la forma del clavel por medio del poder de vida que está en su interior.
¡Alabado sea el Señor porque tenemos la esencia de vida y el poder de vida dentro de
nosotros! Este poder de vida está conformándonos a la imagen del Hijo de Dios.
Mediante la función moldeadora del poder de vida, seremos plenamente conformados a
la imagen de Cristo.
Cuanto más tengamos contacto con el Señor invocando Su nombre, más sentiremos Su
presencia y más percibiremos Su unción interior. Al invocar el nombre del Señor, somos
regados, refrescados, santificados, satisfechos y fortalecidos. De esta manera somos
introducidos en Su presencia y estamos preparados para Su regreso. La clase de
enseñanzas que necesitamos hoy no son las enseñanzas objetivas acerca de la profecía o
las dispensaciones. Al contrario, necesitamos las que se centran en el hecho de que
somos designados hijos de Dios al disfrutar y experimentar a Cristo como el poder de
vida. Si tenemos esta clase de enseñanza, nos daremos cuenta de que por nuestro propio
esfuerzo no podemos lograr nada, que somos un caso perdido y que, por lo tanto, no
debemos tratar de mejorarnos; más bien, debemos ejercitar nuestro espíritu para tener
contacto con el Señor de modo que podamos disfrutar de Su unción y participar en el
proceso de designación mediante la resurrección.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE CINCUENTA Y CINCO
Todas estas siete etapas ya mencionadas se llevan a cabo mediante el Espíritu y con la
vida divina. Dios nos designa Sus hijos y hace que experimentemos el proceso de
resurrección por medio de Su Espíritu y con Su vida. Además, Dios nos santifica, nos
transforma, nos conforma, nos glorifica y nos conduce a la plena manifestación de la
filiación por el Espíritu y con Su vida. Tanto el Espíritu como la vida divina se revelan en
el libro de Romanos.
¿Cuál es la razón por la cual en Romanos 1:4 Pablo menciona al Espíritu de santidad y
no al Espíritu Santo? Se debe a que existe una diferencia entre los dos. La santidad es la
esencia divina, la sustancia misma de Dios. Por lo tanto, el Espíritu de santidad es el
Espíritu de la sustancia divina, mientras que el Espíritu Santo es la persona misma del
Espíritu. Nosotros somos hombres caídos y, como tales, estamos llenos de
pecaminosidad por nuestra propia constitución. Pero Cristo el Hijo de Dios está
constituido de la santidad. La santidad es Su propio elemento constitutivo. En este
versículo, la santidad no significa una perfección en la que uno está libre del pecado ni
una separación en cuanto a posición; más bien, significa la esencia divina, la sustancia
misma del ser de Dios. Fue conforme al Espíritu de santidad que Cristo fue designado
Hijo de Dios.
Una vez más podemos usar la vida de las plantas como un ejemplo. Cuando un clavel y
un lirio echan sus primeros brotes, se parecen mucho entre sí; pero a medida que
crecen, son gradualmente designados según la esencia de la vida que está en ellos. Bajo
el mismo principio, el Espíritu de santidad es la esencia vital que está en el Señor Jesús.
Cuando Él vivió sobre la tierra en la carne, tenía esta divina esencia de vida en Su
interior. Debido a que esta esencia vital era conforme al ser de Dios, era también la
esencia de santidad. De acuerdo con nuestro entendimiento, la palabra santidad se
refiere a ser separados y diferentes de todo lo común. Puesto que la esencia de Dios es
única, Dios está separado de todas las cosas ajenas a Él. La santidad mencionada en el
versículo 4 es la esencia divina que estaba en el Señor Jesús cuando Él vivió en esta
tierra. Tal como la flor del clavel es designada según la esencia vital que está en ella, así
el Señor fue designado por la resurrección conforme a la esencia de la vida divina que
estaba en Él.
Hemos indicado que todos debemos servir a Dios en el evangelio de Su Hijo. Servir a
Dios en el evangelio es servirle no sólo en lo que concierne a la redención, la
justificación y el perdón de los pecados, sino especialmente en lo que atañe a de la
filiación. Todo servicio que se efectúa en las iglesias locales debe llevarse a cabo en el
evangelio de la filiación. Según este evangelio, los pecadores en la carne pueden ser
transformados en hijos de Dios en el Espíritu. ¡Cuán buenas noticias son estas!
Es posible que Satanás, el sutil enemigo de Dios, permita que la gente sepa que Cristo es
el Hijo de Dios que se encarnó como hombre, murió en la cruz para nuestra redención,
resucitó y ascendió a la diestra de Dios; pero a la vez ciega a los creyentes acerca de la
verdad vital de que Cristo es el Espíritu vivificante. En 2 Corintios 3:6 se nos dice que la
letra mata, mas el Espíritu vivifica. De acuerdo con 2 Corintios 3:17, el Señor es el
Espíritu mismo, y donde el Espíritu del Señor está, allí hay libertad. El versículo 18
añade: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la
gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por
el Señor Espíritu”. En este versículo vemos un título compuesto: el Señor Espíritu.
Pocos cristianos han prestado atención a este título del Señor. Nuestro entendimiento y
experiencia de Cristo como el Señor Espíritu necesita ser recobrado. Es un gran gozo
para mí invocar el nombre del Señor Jesús, pero es especialmente al Señor Jesús com
Señor Espíritu a quien disfruto tocar. El Señor Jesús hoy es el maravilloso Espíritu
vivificante.
Este Cristo, quien es el Espíritu vivificante, está ahora en nuestro espíritu. Romanos
8:16 dice: “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu”. Esto
revela claramente que el Espíritu Santo es uno con nuestro espíritu humano regenerado.
Cristo hoy como Espíritu vivificante es el Dios Triuno que nos es aplicado y hecho real, y
esto ocurre en nuestro espíritu.
Nuestro ser es como un edificio. En este edificio Cristo, la electricidad celestial, está
instalado. Alabamos al Señor porque en este edificio el electricista divino ha puesto un
interruptor: nuestro espíritu humano. Podemos comparar a nuestro espíritu con un
interruptor con el cual aplicamos la electricidad celestial. Qué frustración sería para
nosotros si la electricidad celestial hubiera sido instalada en este edificio, mas sin
interruptor con el cual aplicar la corriente. ¡Alabamos al Señor por el interruptor que es
nuestro espíritu humano! Usar este interruptor es la clave para experimentar al Espíritu
como la aplicación del Dios Triuno. Una y otra vez debemos acordarnos que Cristo, el
Dios Triuno hecho real, es el Espíritu vivificante en nuestro espíritu.
De acuerdo con el libro de Romanos, el Espíritu como realidad del Dios Triuno por lo
menos está relacionado con diez elementos, y todos éstos se relacionan con nuestra
experiencia de la realidad de la resurrección.
La santidad
Primeramente el Espíritu está relacionado con la santidad (1:4). Hemos hecho notar que
Pablo incluso emplea la expresión el Espíritu de santidad en 1:4. Si queremos participar
de la santidad de Dios, es decir, de la esencia misma de Dios, debemos tener contacto
con el Espíritu.
La vida
En 8:2 el Espíritu es llamado el Espíritu de vida. Muchos cristianos hoy hablan acerca
de la vida sin entender que la vida se relaciona con el Espíritu. Es extremadamente
difícil definir qué es la vida. En efecto, es mejor hablar de la vida desde el punto de vista
de nuestra experiencia. Romanos 8:6 dice que la mente puesta en el espíritu es vida.
Estar en vida quiere decir que nuestro ser interior es viviente. Si ponemos la mente en el
espíritu, seremos hechos vivientes; pero si ponemos la mente en nuestra condición o en
nuestro medio ambiente, nuestro ser interior será oprimido por la muerte. Pero si
volvemos nuestra mente al espíritu y la fijamos ahí, seremos vivificados de nuevo. Esto
indica que la vida se manifiesta como vitalidad, la cualidad de ser viviente.
La vida también nos infunde energía. La vida divina dentro de nosotros nunca se agota.
Puedo dar testimonio de que mientras hablo en el ministerio del Señor, la vida divina
interiormente me infunde energía.
Además, la misma vida nos fortalece y satisface. Cuando experimentamos la vida, nunca
nos sentimos vacíos interiormente; antes bien, somos ricamente satisfechos. Por
consiguiente, por medio de la vida llegamos a ser vivientes, vigorosos, fortalecidos y
satisfechos. Cuanto más tocamos al Espíritu invocando el nombre del Señor Jesús, más
vivientes, vigorosos, fortalecidos y satisfechos nos volvemos.
La ley
Según Romanos 8:2, el Espíritu está también relacionado con la ley. Este versículo habla
de la ley del Espíritu de vida. Aquí Pablo nos dice que esta ley nos libra de la ley del
pecado y de la muerte. La ley del Espíritu de vida es contraria a la ley del pecado y de la
muerte. Debido a que la ley del Espíritu de vida es más elevada que la ley del pecado y de
la muerte, puede librarnos de esta ley.
Hemos hablado acerca del Espíritu de santidad y del Espíritu de vida. En realidad el
Espíritu es la santidad y la vida. Bajo el mismo principio, el Espíritu es la ley que nos
libra de la ley del pecado y de la muerte. Esta ley en realidad es un poder espontáneo y
automático. Siempre que tocamos al Espíritu, tocamos esta ley, este poder automático y
espontáneo. Si vemos esto, comprenderemos que todo nuestro esfuerzo por mejorar es
totalmente vano. En lugar de esforzarnos, simplemente debemos contactar al Espíritu y
dar lugar en nuestro ser a la operación espontánea de la ley del Espíritu de vida.
La paz
Este Espíritu también se relaciona con la paz. La mente puesta en el Espíritu no sólo es
vida sino también paz. La paz no solamente incluye el reposo, sino sobre todo el
disfrute. Sin el disfrute no podemos tener una paz genuina. El silencio sin el disfrute no
equivale a estar en paz. El Espíritu es nuestra paz; por eso, cuando tenemos contacto
con el Espíritu, tenemos una paz viviente y genuina.
El gozo
Romanos 14:17 dice que “el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y
gozo en el Espíritu Santo”. Este versículo demuestra que el Espíritu también está
relacionado con el gozo. Cuando estamos en el Espíritu, estamos tan gozosos que incluso
gritamos alabanzas al Señor. En algunas ocasiones podemos irrumpir con tanto gozo
que nuestras alabanzas fluyen espontáneamente desde nuestro interior.
La esperanza
Romanos 15:13 dice: “El Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para
que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo”. No tenemos por qué estar
sin esperanza, porque cada vez que tocamos al Espíritu, se nos infunde la esperanza.
Salmos 3:3 dice: “Mas Tú, Jehová, eres ... el que levanta mi cabeza”. El Señor es aquel
que levanta nuestra cabeza, lo cual significa que Él nos infunde esperanza. Cuando
estamos en el Espíritu, nuestra cabeza es levantada, y somos llenos de esperanza.
El amor
Romanos 5:5 indica que el Espíritu también se relaciona con el amor: “El amor de Dios
ha sido derramado en nuestros corazones mediante el Espíritu Santo que nos fue dado”.
Además, en Romanos 15:30 Pablo habla de “el amor del Espíritu”. Cuando tenemos
contacto con el Espíritu, experimentamos el amor.
El poder
En Romanos 15:13 y 19, Pablo menciona el poder del Espíritu. Este poder es como una
dínamo que nos infunde energía interiormente. Cuando estamos en el Espíritu,
espontáneamente recibimos energía por medio del poder del Espíritu.
El servicio
Romanos 7:6 dice que debemos servir como esclavos “en la novedad del Espíritu y no en
la vejez de la letra”. Este versículo indica la relación que existe entre el Espíritu y el
servicio. Si no estamos en el Espíritu, no podemos servir al Señor. En 1:9 Pablo declaró
que servía a Dios en su espíritu en el evangelio. Cuanto más estamos en el espíritu, más
servimos al Señor como esclavos dispuestos. Entonces diremos: “Señor Jesús, estoy
dispuesto a servirte incondicionalmente como Tu esclavo”.
Tal vez usted nunca haya visto antes que la santidad, la vida, la ley, la paz, el gozo, la
esperanza, el amor, el poder, el servicio y la predicación del evangelio están relacionados
con el Espíritu. De hecho, el Espíritu mismo es la realidad de todos estos elementos en
nuestra experiencia. Si tenemos al Espíritu, entonces también tenemos todos estos
maravillosos elementos. El conjunto de estos elementos equivale a la santificación, la
transformación, la conformación y la glorificación; y todo esto es la realidad de la
resurrección. Cuanto más experimentamos estos diez elementos, más disfrutamos la
resurrección mediante el Espíritu y con la vida. Lo que necesitamos hoy no son las
enseñanzas objetivas, sino el contacto práctico con el Señor al encender el interruptor.
Al invocar el nombre del Señor, tocamos al Espíritu, quien es el Dios Triuno hecho real y
aplicado a nosotros. De esta manera tenemos la experiencia de ser designados hijos de
Dios por medio del Espíritu y con la vida divina.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE CINCUENTA Y SEIS
DESIGNADOS MEDIANTE
EL ESPÍRITU MEZCLADO
Aparte del Espíritu, quien es la corriente, el fluir, Dios no puede aplicarse a nuestras
vidas. Dios es muy rico, y todas Sus riquezas son para nosotros, pero se necesita el fluir
del Espíritu para que las riquezas de Dios sean aplicadas a nuestra experiencia. Este
fluir es la unción, el mover, del ungüento en nuestro interior. Todo lo que Dios es en
Cristo, y todo lo que Dios realizó, obtuvo y logró en Cristo está en esta corriente, en este
fluir, en este ungüento. Ahora en nuestro espíritu tenemos el fluir de la corriente divina,
el mover de la unción. Dentro de nosotros hay algo que está en constante movimiento.
Este elemento en movimiento incluye la divinidad, la humanidad, el vivir humano de
Cristo, la eficacia de Su muerte, el poder de Su resurrección, la fragancia de Su
resurrección, Su ascensión, Su entronización, el hecho de que Él fue dado por Cabeza,
Su señorío, Su autoridad y Su reino. Así que, la unción interior es un ungüento todo-
inclusivo. ¡Alabado sea el Señor porque esta corriente fluye en nosotros!
También hemos visto el papel importante que nuestro espíritu juega cuando se trata de
aplicar la corriente del Dios Triuno. Nuestro espíritu es como un interruptor de
corriente. Cuando ejercitamos nuestro espíritu, nos conectamos con la electricidad
celestial que ha sido instalada en nosotros. Si no tuviéramos un interruptor o si no
supiéramos dónde encontrarlo, no podríamos aplicar la electricidad. Bajo el mismo
principio, aparte de nuestro espíritu, este interruptor, no hay otra forma de aplicar la
electricidad celestial. ¡Alabado sea el Señor porque tenemos un interruptor y sabemos
dónde se encuentra! Este interruptor se encuentra en nuestro espíritu, el cual es la
cámara interior de nuestro ser. La manera más sencilla de conectar esta corriente es
invocar el nombre del Señor Jesús.
En Romanos 1:9 Pablo dijo: “Porque testigo me es Dios, a quien sirvo en mi espíritu en
el evangelio de Su Hijo”. Servimos a Dios en nuestro espíritu y no en nuestra mente.
Raramente se oye a los demás hacer mención de su espíritu, diciendo: “Mi espíritu”. Es
más común oírlos hablar de su corazón, su alma, su mente, sus emociones o su
voluntad, pero no de su espíritu. Sin embargo, Pablo era alguien que servía a Dios en su
espíritu. Debemos cultivar el hábito de referirnos a nuestro espíritu, el hábito de decir:
“Mi espíritu”. Como Romanos 8:16 declara: “El Espíritu mismo da testimonio
juntamente con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”. Debemos hablar más
acerca de nuestro espíritu volvernos a nuestro espíritu y usarlo en todo lo que hagamos.
La razón por la cual algunos no oran ni ejercen su función en las reuniones es porque no
ejercitan su espíritu. Muchos parecen haber dejado su espíritu en casa cuando asisten a
las reuniones. Cuánto difieren a Pablo, quien tenía la capacidad de asistir a las
reuniones en su espíritu, aun cuando no estaba físicamente presente (1 Co. 5:3). No
realizamos nuestra función en las reuniones porque no ejercitamos nuestro espíritu.
Asimismo experimentamos muchas fallas en nuestra vida diaria porque no nos valemos
de nuestro espíritu. Por ejemplo, nos enojamos y nos deprimimos porque no ejercitamos
nuestro espíritu. Bajo el mismo principio, la falta de ejercicio que produce un espíritu
entumecido también nos puede hacer incapaces de conocer la voluntad de Dios o de
obtener la vida contenida en la Palabra. Mediante el ejercicio de nuestro espíritu, todos
nuestros problemas se resuelven y todas nuestras necesidades se llenan. Todo lo que
Dios es y todo lo que ha realizado se halla en el Espíritu todo-inclusivo que ha sido
instalado en nuestro espíritu. Por lo tanto, volviendo a nuestro espíritu y ejercitándolo,
obtenemos el suministro que satisface plenamente nuestras necesidades.
Todo lo que Cristo es, todo lo que Él ha realizado, y todo lo que ha obtenido y logrado, se
halla en el Espíritu todo-inclusivo. Este Espíritu contiene todo lo que necesitamos: la
resurrección, el poder, la vida, la dirección, la luz, el amor y la humildad. Además, este
maravilloso Espíritu todo-inclusivo ha sido instalado en nuestro espíritu. ¡Aleluya! El
Cristo viviente, quien es el Espíritu todo-inclusivo, está ahora en nuestro espíritu.
Podemos aplicar esta persona maravillosamente rica, simplemente al usar nuestro
espíritu.
La libertad
En el Espíritu tenemos libertad. Romanos 8:2 dice que la ley del Espíritu de vida nos ha
librado de la ley del pecado y de la muerte. El versículo 21 del mismo capítulo habla
acerca de la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Hoy nosotros estamos bajo el
proceso que nos conduce a tal libertad. El universo, juntamente con todo lo que hay en
él, se encuentra en condiciones de esclavitud. En Romanos 8 a esta esclavitud, a este
cautiverio, se le llama la esclavitud de corrupción, la cual trae muerte, pero el Espíritu
nos libra de dicha esclavitud. Un día nos encontraremos plenamente librados de la
esclavitud de la corrupción y entraremos plenamente en la libertad de la gloria.
Un anticipo
La filiación
Romanos 8:14 dice: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son
hijos de Dios”. Aquí podemos ver la guía o dirección que nos brinda el Espíritu.
Nosotros los hijos de Dios somos guiados por el Espíritu; algo en nosotros actúa
espontánea y automáticamente concediéndonos la dirección del Señor. No obstante,
debemos cooperar prestando toda nuestra atención a ésta dirección, y honrándola. A
veces decimos que no sabemos lo que el Espíritu nos indica, pero en lo más profundo de
nuestro ser lo sabemos muy bien. Tal vez no lo sepamos en nuestra mente, pero sí lo
sabemos en nuestro espíritu. Quizás usted se pregunte si es o no la voluntad del Señor
participar en cierta actividad. No venga a preguntarme a mí lo que tiene que hacer,
porque yo le diré que dentro de su espíritu usted cuenta con la dirección del Espíritu
Santo. Contando con esta dirección, simplemente debe honrarla y obedecerla.
Romanos 8:16 dice: “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu,
de que somos hijos de Dios”. Este versículo indica que tenemos el testimonio del
Espíritu. El Espíritu da testimonio de que somos hijos de Dios.
Además, el Espíritu da testimonio de que, como hijos de Dios, no debemos usar cierta
clase de ropa ni ir a lugares mundanos. Muchas veces este testimonio nos incomoda. Por
un lado nos asegura que somos hijos de Dios; pero por otro lado, nos convence cuando
hacemos algo que no es propio de un hijo de Dios. Esto indica que los hijos de Dios
siempre nos encontramos limitados y restringidos. Sin embargo, esta limitación y
restricción no es un sufrimiento, sino una protección. Gracias al Señor que somos
preservados y protegidos por el testimonio interior del Espíritu.
La intercesión
El versículo 28 dice que a los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto
es, a los que conforme a Su propósito son llamados. En este versículo “todas las cosas”
están relacionadas con la intercesión del Espíritu presentada en los versículos 26 y 27.
Debido a la intercesión del Espíritu, todas las cosas cooperan para nuestro bien. Por
ejemplo, supongamos que usted malgasta su dinero, o sea, no lo usa de manera que
beneficie los intereses del Señor. Esto causará que el Espíritu interceda por usted con
gemidos. Finalmente, el Padre responderá a dicha intercesión permitiendo que usted
experimente una escasez de dinero. Este problema financiero le ayudará a ser
conformado a la imagen del Hijo de Dios. El momento en que debemos proclamar que
todas las cosas cooperan para bien no es cuando nos encontramos disfrutando de bienes
materiales, sino cuando pasamos por una situación difícil. Dios no nos regeneró para
que disfrutemos del mundo, sino para que seamos hijos Suyos. Para llegar a la plena
filiación, necesitamos la intercesión del Espíritu.
La renovación
Después tenemos la renovación del Espíritu. Es por la renovación del Espíritu que
obtenemos la novedad de vida mencionada en Romanos 6:4. Todos debemos andar en
esta novedad.
La novedad del Espíritu
En Romanos 7:6 Pablo dijo que debemos servir “en la novedad del espíritu y no en la
vejez de la letra”. Hoy servimos a Dios en novedad del espíritu.
La resurrección
La santificación
Para los traductores es difícil decidir si en el capítulo 8 se escribe la palabra Espíritu con
mayúscula o con minúscula. La razón de esta dificultad reside en el hecho de que en este
capítulo “el Espíritu” se refiere al espíritu mezclado, es decir, al Espíritu Santo mezclado
con nuestro espíritu humano. Por lo tanto, en el capítulo 8 andar conforme al espíritu es
andar conforme al espíritu mezclado. Día tras día debemos aferrarnos al espíritu
mezclado y actuar conforme a él. Siempre que andamos según la carne, somos
pecadores, no importa si nos consideramos buenos o malos; pero no es necesario andar
conforme a la carne porque podemos andar conforme al espíritu. Cuando practicamos
esto, disfrutamos todas las riquezas de Cristo.
El Espíritu que está mezclado con nuestro espíritu, conforme al cual hemos de vivir, es
el maravilloso Espíritu del Dios Triuno. Este Espíritu, que es la realidad y aplicación del
Dios Triuno, se encuentra ahora mezclado con nuestro espíritu. Romanos 8 no presenta
simplemente al Espíritu divino, ni únicamente el espíritu humano, sino al Espíritu
divino mezclado con el espíritu humano. ¡Aleluya por esta mezcla tan maravillosa!
EL ESPÍRITU MEZCLADO
Y LA EDIFICACIÓN DE LA IGLESIA
Sin embargo, aunque este espíritu mezclado y tan maravilloso está en nuestro ser,
posiblemente no le prestamos la debida atención. Pero yo creo que el Señor en Su
recobro recobrará la experiencia de andar conforme al espíritu mezclado, ya que sin esta
realidad es imposible poner en práctica la vida adecuada de iglesia. Si no vivimos ni
andamos conforme al espíritu, no podremos ser útiles en la vida de iglesia. Si no somos
capaces de ayudar a otros a vivir conforme al espíritu, la iglesia no podrá ser edificada,
no importa cuánto prediquemos, enseñemos o ministremos. Lo que cuenta no son las
enseñanzas, sino que vivamos conforme al espíritu mezclado y ayudemos a otros a hacer
lo mismo. Es en el espíritu mezclado donde disfrutamos de las riquezas de Cristo y
donde la iglesia como expresión genuina del Cuerpo de Cristo llega a ser real para
nosotros. Cuanto más andamos conforme al espíritu, más la iglesia es edificada de
manera práctica.
Romanos 8:4-5 nos da la clave para experimentar a Cristo y la vida de iglesia, a saber:
andar conforme al espíritu mezclado. Todo lo que Cristo es y todo lo que Él ha realizado
se encuentra en el espíritu mezclado. Nuestro espíritu ha sido regenerado y ahora es la
morada del maravilloso Espíritu vivificante. Además, está mezclado con este Espíritu
todo-inclusivo. No se preocupe por sus debilidades ni por sus deficiencias; más bien,
centre su atención en la maravillosa herencia que usted posee, la cual es el Espíritu
todo-inclusivo que mora en su espíritu regenerado. Hoy vivimos bajo la impartición del
Espíritu todo-inclusivo. El ungüento compuesto ha sido preparado por el perfumista
divino, y nosotros ahora tenemos la unción de este ungüento dentro de nosotros, en
nuestro espíritu. El espíritu de toda persona regenerada está mezclado con el Espíritu
todo-inclusivo y es la morada del Espíritu. Todo lo que necesitamos hoy en día es
ejercitar nuestro espíritu para estar conectados con la electricidad celestial. De este
modo, y no recibiendo más enseñanzas, tocamos y disfrutamos al Señor, quien es el
Espíritu vivificante. Al usar el interruptor podemos andar conforme al espíritu
mezclado.
Hemos hecho notar que aun el Señor Jesús, según la carne, tuvo que ser designado el
Hijo de Dios. Antes de Su designación, según la carne, Él era solamente del linaje de
David, lo cual comprueba que esa parte de Su ser aún no era designada Hijo de Dios.
Pero por medio de la resurrección Él fue designado Hijo de Dios según el Espíritu de
santidad. Bajo este mismo principio, según la carne nosotros somos pecadores. Pero
ahora, gracias a que hemos sido regenerados, podemos vivir conforme al espíritu.
Cuanto más andamos conforme al espíritu mezclado, más experimentamos el proceso
de la designación. Día tras día somos resucitados, santificados, transformados y
glorificados. La manera de ser designados hijos de Dios no es adquirir más enseñanzas,
sino vivir conforme al espíritu mezclado.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE CINCUENTA Y SIETE
Hemos visto que el tema del libro de Romanos es el evangelio de la filiación. Sin
embargo, en este libro también se presenta otro asunto muy importante, el cual es la
justicia. En 1:16-17 Pablo dice que el evangelio es el poder de Dios para salvación a todo
aquel que cree, porque en el evangelio se revela la justicia de Dios. En este mensaje
veremos por qué la justicia es el poder del evangelio, y por qué la justicia es necesaria a
fin de que Dios produzca muchos hijos mediante el evangelio.
Dios, en la eternidad pasada, nos predestinó para que fuésemos Sus hijos. Sin embargo,
aun siendo predestinados, caímos y participamos del pecado. Por esta razón entra en
juego la justicia de Dios. Si no hubiéramos caído, no necesitaríamos preocuparnos por la
justicia. Sin embargo, debido a nuestra caída, Dios se ve obligado a tratar con nosotros
conforme a Su justicia. ¿Qué debía hacer Dios con los que Él predestinó para que fuesen
Sus hijos? Algunos tal vez digan que Dios nos ama y, por lo tanto, no puede echarnos al
lago de fuego. Sí, Dios nos ama, pero por otra parte odia el pecado. Aunque Dios no
quiere abandonarnos ni lanzarnos al lago de fuego, tampoco puede perdonarnos a
menos que Su justicia haya sido satisfecha. Si Dios nos otorgara Su perdón de una
manera ligera, Él estaría tomando una posición injusta. Por ser un Dios justo y recto, no
puede perdonar a los que pecan sin que se cumplan las exigencias de Su justicia.
Cristo, el Hijo de Dios, se hizo carne para que Dios pudiese perdonarnos. Como dice
Romanos 8:3, Dios envió a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado. Mediante
la encarnación, el Señor tomó la semejanza de carne de pecado y se identificó con los
pecadores, quienes están en la carne. Por causa de la justicia de Dios, el Señor Jesús fue
inmolado en la cruz. Allí, sobre la cruz, fue hecho pecado por nosotros, y allí también,
Dios condenó al pecado en la carne. El Señor, al morir en nuestro lugar, realizó la
redención y cumplió con todos los justos requisitos de Dios. Por eso, ahora Dios tiene la
posición para perdonarnos justamente. De hecho, Él no sólo tiene la posición en la que
puede perdonarnos, sino que, por causa de Su justicia, está obligado a hacerlo. Dios nos
perdona no solamente porque nos ama, sino porque está comprometido a hacerlo por
causa de Su justicia.
Juan 3:16 dice que debido a que Dios nos ama, dio a Su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en Él crea, no perezca, mas tenga vida eterna. Este versículo indica que Dios
nos salva porque nos ama. Además, en Efesios 2:5 y 8 se nos dice que somos salvos por
gracia. Sin embargo, el libro de Romanos revela que somos salvos no por gracia ni por
amor, sino por la justicia. Ni el amor ni la gracia son asuntos legales. Usted no puede
exigir que por causa de la ley, una persona está obligada a amarle o mostrarle gracia.
Sólo tenemos la posición de reclamar algo de manera legal con aquello que se deriva de
la justicia.
Por ejemplo, supongamos que usted es el propietario de la casa que yo alquilo. Cada mes
tengo que pagarle cierta cantidad por concepto de renta. Si no le pago por dos meses,
usted tiene la posición justa de reclamarme el pago del alquiler. Por mi parte, debo
pagar el alquiler, no por amor ni por gracia, sino por la justicia; estoy legalmente
obligado a pagar el alquiler. Entonces, si lo hago, soy justo, pero si no lo hago; soy
injusto.
En cierto sentido, fueron los judíos y los romanos quienes le dieron muerte al Señor
Jesús; pero en otro sentido, fue Dios mismo quien le dio muerte. Nuestro Señor estuvo
en la cruz por seis horas. Durante las primeras tres horas, Él sufrió la persecución por
parte de los hombres, quienes le causaron muchos males. Pero durante las últimas tres
horas, Dios cargó todos nuestros pecados sobre Él, y luego le juzgó, le castigó y le dio
muerte. Esto se comprueba en Isaías 53. Dios le dio muerte a Cristo debido a que,
durante las últimas tres horas en la cruz, Cristo tomó nuestro lugar. Por medio de la
muerte de Cristo todos los justos requisitos de Dios fueron satisfechos. Es por esto que
el Señor pudo expresar las palabras: “Consumado es” (Jn. 19:30). Al decir esto, el Señor
indicaba que la obra de redención se había consumado, lo que se comprueba en el hecho
de que el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo (Mt. 27:51). Además, la escena
alrededor del lugar donde Cristo murió, se volvió reposada y quieta. Posteriormente, un
hombre rico pidió a las autoridades el cuerpo de Jesús para sepultarlo (Jn. 19:38). Así
que, cuando Sus sufrimientos terminaron, el Señor descansó en el sepulcro. La muerte
de Cristo cumplió con los justos requisitos de Dios, y Dios fue satisfecho. Tres días
después, como prueba de Su satisfacción, Dios levantó a Cristo de entre los muertos. Por
lo tanto, la resurrección de Cristo viene a ser la prueba de que Dios fue satisfecho con la
muerte que Cristo realizó en favor nuestro.
Antes de que Cristo muriera en la cruz, Dios incluso podía cambiar de parecer con
respecto a perdonar nuestros pecados. Él podía habernos desechado a todos con justa
razón. Pero después de que Cristo murió en la cruz bajo el juicio de Dios, ya no le
quedaba esta posibilidad.
A DIOS NO LE QUEDA OTRA ALTERNATIVA
Ahora que Cristo ha muerto y ha resucitado de entre los muertos, a Dios no le queda
otra alternativa más que perdonarnos. Por eso, nosotros tenemos la base para decirle:
“Oh Dios, me ames o no, tienes que perdonarme. Antes de que Cristo muriera en la cruz,
bien podías decidir no hacerlo, pero debido a que Él ha muerto y Tú le has resucitado, ya
no tienes la base legal para negarme el perdón. Oh Dios, puesto que has perdido tal
derecho, ahora estás obligado a perdonarme. Ahora estás comprometido a perdonarme
por causa de Tu justicia”. Es en este sentido que la justicia es el poder del evangelio.
Tanto el amor como la gracia pueden variar, pero la justicia es sólida e inalterable. Dios
tiene la libertad de decidir si nos va a amar o no; pero en cuanto a Su justicia, no tiene
esta libertad. El hecho de que Cristo haya muerto cumpliendo así los justos requisitos de
Dios, obliga a Dios, de manera legal, a brindarnos Su perdón. Ya sea que nos ame o no,
Él tiene que perdonarnos debido a Su justicia. Así que, el cimiento de nuestra salvación
no es Su amor ni Su gracia, sino Su justicia. Salmos 89:14 dice: “Justicia y juicio son el
cimiento de Tu trono”. El cimiento del trono de Dios es también el cimiento de nuestra
salvación. ¿Puede ser sacudido el cimiento del trono de Dios? Claro que no. De igual
modo el cimiento de nuestra salvación no puede ser sacudido, porque este cimiento no
es el amor ni la gracia, sino la justicia.
La Biblia no dice que el amor sea el poder del evangelio, ni que la gracia lo sea, pero sí
revela que la justicia de Dios es el poder del evangelio. Si nos examinamos, nos daremos
cuenta de que no somos adorables ni somos merecedores de la gracia de Dios.
Simplemente no merecemos nada que provenga de Dios. No obstante Él es justo: hizo
que Cristo muriera por nosotros y aceptó la muerte de Cristo como el pago íntegro de
nuestra deuda. Además, el Cristo resucitado que está sentado a la diestra de Dios es el
comprobante de pago. Ya que Dios ha expedido este recibo, ¿cómo podría Él justamente
reclamar otro pago de nuestra parte? Si Él hiciera esto, nosotros podríamos dirigir Su
atención a Cristo y recordarle que Él debe mantener Su posición justa, es decir, el
cimiento de Su trono.
¿Ha orado usted alguna vez de esta manera? A Dios le agrada este tipo de oración; pues,
ésta es una oración que apela a la justicia de Dios. El evangelio de Cristo es el poder de
Dios porque Su justicia es revelada en él.
LA JUSTICIA DE DIOS
ES MANIFESTADA Y DEMOSTRADA
En Romanos 3:21 Pablo da una palabra adicional acerca de la justicia: “Pero ahora,
aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, atestiguada por la ley y por los
profetas”. Decir que la justicia de Dios ha sido manifestada aparte de la ley, quiere decir
que la justicia de Dios no está basada en nuestros hechos, es decir, no se basa en que
guardemos la ley.
No debemos fijarnos en nuestra condición; en lugar de esto, debemos fijar nuestros ojos
en el Cristo ascendido. Hebreos 1:3 dice que Cristo, después de haber efectuado la
purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas. El Cristo
ascendido sentado a la diestra de Dios es nuestro recibo de pago que garantiza nuestro
perdón. Éste es un asunto de suma importancia, pues se trata del cimiento de nuestra
salvación. Siempre que nuestra conciencia nos condene por causa de nuestras faltas,
debemos recordar mantenernos firmes sobre el cimiento de la justicia de Dios. Es
posible que hoy seamos fervientes seguidores del Señor, pero que en el futuro le
fallemos y por ello nos decepcionemos de nosotros mismos en gran manera, hasta el
grado de que aun dudemos que Dios pueda perdonarnos. Si permanecemos con este
sentir de condenación y desánimo, no seremos capaces de volver a levantarnos, sino que
estaremos sujetos a la sutileza y engaño del enemigo. En tal momento, lo que debemos
hacer es alabar a Dios por Su justicia. Debemos decirle que a pesar de lo mucho que le
hemos fallado, Cristo está aún a Su diestra como el recibo de pago por todas nuestras
deudas. Nuestra experiencia puede fluctuar, pero Dios siempre es justo. Siempre que
nos valgamos de la sangre de Jesús y apelemos a la justicia de Dios, Él no tiene otra
opción que perdonarnos (1 Jn. 1:9).
EL FUNDAMENTO DE NUESTRA
EXPERIENCIA EN CRISTO
Nuestra experiencia en Cristo se basa en el cimiento de la justicia de Dios. Jamás
debemos confiar en nosotros mismos, pensando que no podemos desviarnos ni fallarle
al Señor. No seamos como Pedro que aseguró que aunque todos negaran al Señor, él
siempre le sería fiel. El fundamento no yace en el hecho de que seamos fervientes o
victoriosos, sino en la justicia de Dios, el inconmovible cimiento del trono de Dios. Dios
ha demostrado Su justicia al pasar por alto los pecados de los santos del Antiguo
Testamento y al perdonar nuestros pecados en la era neotestamentaria. Al hacer esto
Dios ha demostrado que Él es justo. Ahora esta misma justicia es nuestro cimiento. La
obra de ser designados hijos de Dios se edifica sobre este cimiento. No obstante,
debemos entender claramente que el cimiento no es el proceso mismo de designación,
sino la justicia de Dios.
En 2 Corintios 5:21 Pablo dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado,
para que nosotros viniésemos a ser justicia de Dios en Él”. Según este versículo, no sólo
somos justos ante Dios, sino que venimos a ser la justicia misma. En Cristo, somos
hechos la justicia de Dios. Ésta es una experiencia subjetiva y profunda. En 1 Corintios
tenemos el asunto de la justicia objetiva, pero en 2 Corintios tenemos la justicia
subjetiva. Esto significa que a los ojos de Dios no sólo somos justos, sino que somos la
justicia misma de Dios.
Ser justos significa estar bien con Dios en todo aspecto. Esto quiere decir que a los ojos
de Dios, en ningún sentido estamos errados ni somos injustos. Para Dios, cada parte de
nuestro ser es recta. Somos tan justos y rectos como Dios mismo. Éste no es
primordialmente un asunto relacionado con nuestro comportamiento, carácter o
conducta externos, sino con nuestro ser interior. A los ojos de los demás podemos ser
muy buenos, pero al venir ante Dios nos damos cuenta de que no somos buenos en lo
absoluto. Tal vez seamos mejores que otros, pero con certeza no somos tan buenos como
Dios. Ser justificados por Dios significa ser iguales a Él. Cuando fuimos salvos, fuimos
revestidos de Cristo como nuestra vestidura de justicia. Ésta es la justicia objetiva. Pero
ahora Dios está laborando para hacer que nuestra persona, nuestro ser, sea la misma
justicia de Dios. Esto no es meramente un vestido que nos cubre objetivamente, sino el
propio elemento de Cristo forjado en nosotros subjetivamente. De este modo, no sólo
tenemos el cimiento, sino también el edificio.
No obstante, debemos alabar al Señor por nuestra posición justa. Por muy pobre que sea
nuestra manera de ser, aun así tenemos una posición de justicia. Debido a que tenemos
esta posición y este fundamento, tenemos la confianza para decirle a Dios que Él no
tiene derecho de abandonarnos. Bien podemos decirle: “Padre Dios, aun si no te agrado,
tienes que aceptarme. Tú enviaste al Señor Jesús a la cruz y lo juzgaste en mi lugar.
Además, lo levantaste de entre los muertos y le has hecho sentar a Tu diestra como
prueba de que recibiste Su muerte como pago por mis pecados. Creo que me amas, pero
aunque no fuera así, todavía tendrías que recibirme en conformidad con Tu justicia”.
Fuimos salvos por el amor y la gracia de Dios, pero especialmente por Su justicia. El
amor y la gracia de Dios pueden cambiar en relación con nosotros, pero es imposible
que Su justicia cambie. Antes de que Cristo muriera en la cruz, Dios podía haber
cambiado Su actitud para con nosotros. En el último momento Él podía haber decidido
que todos pereciéramos, y podía haber creado un linaje nuevo para el cumplimiento de
Su propósito. Pero como hemos indicado, ya que Cristo murió por nuestros pecados y
resucitó para nuestra justificación, Dios no puede cambiar de parecer para con nosotros.
Él ha firmado el testamento y, por eso, ahora está legalmente comprometido. Por lo
tanto, en cuanto a nuestra salvación, nuestra base no es el amor ni la gracia de Dios,
sino Su justicia.
El libro de Romanos habla tanto del amor de Dios como de Su gracia. Sin embargo, no
dice que el amor o la gracia de Dios sean el poder del evangelio. En cambio, en este libro
Pablo dice claramente que el poder del evangelio es la justicia de Dios. Estoy
profundamente agradecido con Dios por Su amor y Su gracia. Pero mi posición ante
Dios está fundada en Su justicia, la cual es el cimiento de Su trono. Su justicia no puede
ser conmovida. Si hemos de ser designados hijos de Dios con miras al cumplimiento de
Su propósito eterno, debemos conocer este cimiento inconmovible y basarnos
firmemente en él.
Muchos cristianos alaban a Dios por Su amor y Su gracia, pero muy pocos le alaban por
Su justicia. ¡Alabémosle porque el cimiento de nuestra salvación es Su justicia! También
debemos alabarle porque en Cristo, Él nos transforma, haciéndonos Su propia justicia.
Finalmente, Dios será capaz de decir: “Satanás, mira a Mis hijos. Para Mí ellos no sólo
son justos, sino que han llegado a ser Mi propia justicia”. Una vez que somos salvos
conforme a la justicia de Dios, jamás sufriremos la perdición. Si entendemos claramente
la justicia de Dios que se revela en el evangelio, tendremos paz, sabiendo que la justicia
de Dios es nuestra seguridad eterna.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE CINCUENTA Y OCHO
LA ELECCIÓN DE LA GRACIA
En Romanos 1:9 Pablo dice que él servía a Dios en el evangelio del Hijo de Dios. Este
evangelio incluye muchos elementos maravillosos: la filiación, la designación, la
resurrección, la justificación, la santificación, la transformación, la conformación, la
glorificación y la manifestación. En este mensaje tomaremos en cuenta un elemento
adicional: la elección de la gracia. Si queremos conocer cabalmente el evangelio de Dios,
debemos entender que la elección de Dios se incluye en Su evangelio. Ésta es la elección
de la gracia. Como dice 11:5: “Así, pues, también en este tiempo ha quedado un
remanente conforme a la elección de la gracia”.
En el capítulo 9 Pablo se refiere al caso de Jacob y Esaú para mostrar la manera en que
Dios nos elige. Antes de que ellos nacieran, Dios dijo a Rebeca: “El mayor servirá al
menor” (9:12). La elección de Dios se determinó aun antes de que ellos nacieran, antes
de que hicieran algo bueno o malo. Esto fue así “para que el propósito de Dios conforme
a la elección permaneciese, no por las obras sino por el que llama” (v. 11). No obstante,
cuando Jacob estaba en el vientre de su madre, luchaba por nacer primero. Fue la
misericordia de Dios la que hizo que Jacob no tuviera éxito. Si hubiera tenido éxito, tal
vez Dios no lo habría elegido.
De hecho, todos nosotros somos como Jacob en el sentido de que luchamos por ser los
primeros. Desde el momento de nuestro nacimiento, hemos tenido el concepto de que
debemos luchar si hemos de obtener algo para nosotros mismos. Aunque fracasemos
una y otra vez, continuamos luchando. Somos iguales a Jacob, el suplantador, a quien
Dios predestinó para ser el segundo, pero quien seguía luchando por ser el primero.
¡Alabado sea Dios porque la mano de Su misericordia, la cual siempre nos restringe, nos
ha guardado de tener éxito en nuestros esfuerzos! Él nos restringe porque nos eligió
mucho antes de que naciéramos.
LA ELECCIÓN, LA PREDESTINACIÓN
Y EL LLAMAMIENTO
Si reflexionamos sobre nuestro pasado, terminaremos por adorar al Señor, pues nos
daremos cuenta que nuestros pasos no han dependido de nosotros mismos, sino de Él.
Aun antes de que naciéramos, Él nos eligió, nos predestinó y dispuso todas las cosas
relacionadas con nosotros, incluyendo el tiempo y el lugar de nuestro nacimiento. Más
aún, Él ha señalado todos nuestros días y todos los lugares donde hemos de estar.
Conforme al arreglo divino, yo nací en el siglo XX. Además, nací en una región donde
era fácil tener contacto con cristianos. Esto fue en su totalidad previsto y dispuesto por
Dios. También mi vida con el Señor demuestra que nuestro camino ha sido determinado
por Él, y mi experiencia es un testimonio de que no es del que quiere ni del que corre,
sino de Dios que tiene misericordia. Todo lo que nos sucede depende de la misericordia
divina.
LA PRUEBA DE QUE DIOS NOS HA ELEGIDO
Hay algo en nosotros que nos hace creer en el Señor; queramos o no, creemos en Él.
Esto proviene de la elección de la gracia. Aunque queramos “divorciarnos” del Señor, Él
se niega a firmar el acta de divorcio. Dios no se preocupa por ningún intento que
hagamos para escaparnos de Él; pues Él sabe que por más que lo intentemos, jamás
podremos escapar. Ésta es la prueba más fuerte de que hemos sido elegidos por Dios.
¡Cuán maravillosa es la elección divina de la gracia!
Con respecto a Su recobro, Dios tiene misericordia del que tenga misericordia. No
estamos en el recobro del Señor porque seamos más inteligentes que otros ni porque
busquemos al Señor más que otros. El hecho de que estemos aquí se debe por completo
a la misericordia de Dios. Si reflexionamos sobre la forma en que el Señor nos condujo a
la vida de iglesia que disfrutamos en Su recobro, le adoraremos por Su misericordia. Yo
creo que los que estamos en el recobro del Señor formamos parte del remanente
conforme a la elección de la gracia (11:5). En cuanto al evangelio, el ministerio de vida y
la vida de iglesia que disfrutamos en el recobro del Señor, Dios ha tenido misericordia
de nosotros. ¡Cuánto le alabamos por Su misericordia soberana!
Si hemos de servir al Señor, es menester que conozcamos al Espíritu, la vida que se tiene
en el Espíritu y la justicia de Dios. Además, debemos conocer la misericordia de Dios en
la elección de la gracia. En el pasado soñé tener una obra floreciente en el norte de la
China, la cual extendía aun hacia el interior de Mongolia y Manchuria. Sin embargo, ese
sueño nunca se cumplió; antes bien, por la misericordia del Señor me encuentro hoy en
este país. Espero que el Señor nos impresione profundamente con el hecho de que Él
nos eligió en virtud de Su misericordia. No confíe en lo que usted es ni en lo que piensa
hacer; al contrario, póstrese ante el Señor y adórelo por Su misericordia. Cuanto más
adoremos al Señor por Su misericordia, más nos sentiremos por encima de todo, y en
lugar de afanarnos tratando de llevar la responsabilidad que nos corresponde, nos
daremos cuenta de que el Señor, en Su misericordia, es quien nos sostiene. Todos
tenemos que conocer al Señor de esta manera. ¡Qué misericordia que Él nos haya
escogido, predestinado, llamado y traído a Su recobro! En cuanto a nuestro futuro, no
confiamos en nosotros mismos, sino en Él y en Su maravillosa misericordia. Todo lo que
se relaciona con nosotros ha sido iniciado por el Señor. Todo depende de Él, y nada de
nosotros mismos. Puedo dar testimonio de que cuanto más adoramos a Dios por Su
misericordia, más nos internamos en Su corazón y más nos hacemos uno con Él.
El hecho de que sigamos adelante con el Señor no depende de nuestro querer o correr,
sino de la misericordia de Dios. Nuestro querer es inútil y nuestro correr es en vano. Sin
embargo, la misericordia de Dios opera de una manera maravillosa. Nosotros somos
muy inestables y fluctuantes. Parece que nuestra condición espiritual es tan variable
como el clima; por lo tanto, necesitamos ver que la elección de la gracia no depende de
nosotros, sino de que Dios nos haya elegido desde antes de la fundación del mundo. Lo
que estamos experimentando hoy tiene que ver con la elección que Dios hizo en la
eternidad pasada. Si vemos esto, volveremos nuestros ojos de nosotros mismos y de las
circunstancias, y fijaremos nuestros ojos en Él.
EL EVANGELIO DE LA GRACIA
LA PRÁCTICA
DE LA VIDA DEL CUERPO
LA FILIACIÓN TIENE
COMO OBJETIVO EL CUERPO
Hemos visto que servimos a Dios en el evangelio de Su Hijo (1:9). Éste es un evangelio
de filiación, la cual incluye la designación, la resurrección, la justificación, la
santificación, la transformación, la conformación, la glorificación y la manifestación.
Actualmente nos encontramos bajo el proceso de la designación, es decir, que estamos
siendo designados hijos de Dios mediante el poder de la resurrección, lo cual se lleva
cabo con miras a obtener el Cuerpo. Para ser miembros del Cuerpo de Cristo, debemos
ser hijos de Dios.
Hemos hecho notar que el capítulo 12 es en realidad la continuación directa del capítulo
8, y que los capítulos del 9 al 11 constituyen un paréntesis cuyo tema es la elección que
se basa en la gracia. El capítulo 8 revela que estamos siendo conformados a la imagen
del Hijo de Dios (v. 29). Dicha conformación nos hace aptos para practicar la vida del
Cuerpo.
EL CUERPO PRESENTADO,
EL ALMA TRANSFORMADA Y EL ESPÍRITU FERVIENTE
El versículo 2 habla acerca de la mente, que es la parte principal del alma: “No os
amoldéis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestra mente”.
Cuando nuestra mente sea renovada, nuestra alma será transformada. Por lo tanto, es
necesario que nuestro cuerpo sea presentado, y nuestra alma, transformada.
En este versículo Pablo nos exhorta para que no nos amoldemos a este siglo. El mundo,
el sistema de Satanás, es un cosmos formado por muchos siglos, muchas eras. El siglo
XIX fue una era, y el siglo XX es otra. De hecho, aun dentro del mismo siglo XX han
existido varias eras diferentes. La presente era es una sección del sistema mundial de
Satanás. Esta era no incluye solamente el mundo secular, sino también el mundo
religioso. Si somos conformados a la religión de hoy, no seremos útiles con respecto a la
práctica de la vida del Cuerpo.
Amoldarse a la era en la cual vivió Pablo, ante todo, tenía que ver con amoldarse al
judaísmo. El judaísmo resultó ser un grave impedimento para la práctica de la vida del
Cuerpo en el primer siglo. Tal como el judaísmo formaba parte de la era en los tiempos
de Pablo, así el cristianismo, como organización religiosa, forma parte del siglo
presente. Si uno se amolda al cristianismo organizado, llegará a amoldarse al siglo
presente. En lugar de amoldarnos a esta era, debemos ser transformados por medio de
la renovación de nuestra mente.
En Romanos 12:11 Pablo habla acerca del espíritu, exhortándonos a ser “fervientes en
espíritu”. Nuestro espíritu debe ser ferviente y ardiente. Si nuestro cuerpo está
presentado al Señor, si nuestra alma está en el proceso de transformación, y si nuestro
espíritu es ferviente, seremos capaces de practicar la vida del Cuerpo de una manera
apropiada.
LA PLÁTICA Y LA PRÁCTICA
Muchos hablan acerca de la vida del Cuerpo en Romanos 12, pero no la ponen en
práctica. Por ejemplo, algunos han visto que en el Cuerpo de Cristo somos “miembros ...
los unos de los otros” (12:5). No obstante, no pueden mencionar un solo nombre de un
miembro del Cuerpo con quien se relacionen específicamente. Por consiguiente, cuando
dicen que son miembros los unos de los otros, no hacen más que hablar. No nos hemos
entregado al recobro del Señor simplemente para hablar acerca de la vida del Cuerpo,
sino para ponerla en práctica.
Algunos dicen que en el recobro del Señor somos de mentalidad muy cerrada. Pero esto
no es el caso, pues estamos dispuestos a recibir a todo tipo de cristianos. Nosotros
recibimos a aquellos que bautizan por inmersión y a los que bautizan por aspersión.
¿Quiénes entonces son los cerrados? ¿Somos los que estamos en el recobro del Señor o
aquellos que sólo aceptan en su comunión a los que cumplen ciertos requisitos
especiales relacionados con su doctrina o práctica?
Las divisiones que existen entre los cristianos provienen de las diferentes opiniones que
retienen en cuanto a doctrina o a práctica. Por ejemplo, los creyentes están divididos
sobre asuntos tales como el cubrirse la cabeza, el lavamiento de los pies, y la observancia
del día del Señor o del día de sábado. Este hecho debe volvernos de nuevo a Romanos
14, donde Pablo nos instruye a recibir a todo aquel que tiene la fe en Cristo y a no
juzgarlos en cuanto a cuestiones secundarias. Si alguien viene a nosotros con una
opinión diferente acerca de cierto asunto, como quiera debemos recibirle como a un
hermano en el Señor. Como Pablo dice en 15:7: “Por tanto, recibíos los unos a los otros,
como también Cristo os recibió, para gloria de Dios”.
La importancia de recibir a todos los creyentes es ejemplificada por una experiencia que
tuvimos en Los Ángeles durante los primeros días de la vida de iglesia. Tres grupos
cristianos querían unirse a nosotros para practicar la vida de iglesia. Un grupo procedía
de los pentecostales, y otro, de la enseñanza bíblica fundamentalista. Cuando me enteré
de su deseo y entusiasmo por unirse a nosotros, les recordé que durante siglos los
cristianos han estado divididos por causa de sus diferentes opiniones en cuanto a
doctrinas y prácticas. Además, les dije que si ellos se reunían con nosotros para tener la
vida de iglesia de acuerdo con Romanos 14, tenían que dejar sus opiniones y recibir a
todos los verdaderos creyentes en Cristo, sin importar cuán diferentes fueran sus
doctrinas o sus prácticas. Ellos estuvieron de acuerdo en hacer a un lado sus diferencias
y a reunirse con nosotros en unidad por causa de la vida de iglesia. En el lugar de
reunión colgamos unas pancartas. Una de ellas decía: “Variedad contra uniformidad”;
otra decía: “Unidad en medio de variedad”; y una más decía: “Todos somos uno en
Cristo”. Sin embargo, después de un corto período de tiempo, aquellos que procedían de
la tradición pentecostal empezaron a insistir en las prácticas de hablar en lenguas y de
tocar panderos en las reuniones. Aquellos que venían de un contexto de enseñanza
bíblica no podían tolerar esto, por lo que rechazaron aceptarlo. Yo les pedí a los que se
oponían al hablar en lenguas y a tocar los panderos que fueran pacientes con los que se
inclinaban por estas cosas; no obstante, ellos se negaron a hacerlo. Luego, les pedí a los
que defendían dichas prácticas, que consideran el sentir de los demás. Pero éstos
también se rehusaron argumentando que no había nada incorrecto en lo que ellos
hacían. Finalmente, debido a que ambos partidos se mostraban incapaces de aceptar a
los creyentes que se aferraban a diferentes doctrinas y prácticas, estos grupos no
pudieron seguir reuniéndose juntos en unidad con el fin de practicar la vida de iglesia.
El Señor puede testificar a nuestro favor que al poner en práctica nosotros la vida de
iglesia, siempre hemos procedido con una actitud de generalidad, recibiendo a todos los
diferentes tipos de creyentes. Por ejemplo, no les impedimos a los santos que hablen en
lenguas, pero tampoco insistimos en dicha práctica. No obstante, hemos sido acusados
de ser cerrados. En realidad, son aquellos que están en las denominaciones los que son
cerrados, porque no reciben a todo tipo de cristiano. Durante los años que estuvimos en
Los Ángeles, jamás rechazamos a ningún creyente genuino en Cristo. Además, nunca
hemos corregido a ninguno. Por el contrario, hemos aprendido simplemente a ministrar
vida a todo aquel que viene.
Para poner en práctica la vida del Cuerpo de manera adecuada, necesitamos tener
semejante actitud de generalidad. No debemos imponer ninguna práctica a los demás ni
oponernos a ciertas prácticas. Tomemos el ejemplo de alabar al Señor en voz alta.
Algunos podrían oponerse a ello y condenarlo, argumentando que es escandaloso gritar
así; mientras que aquellos que están a favor de ello, podrían tratar de imponerlo a otros.
Ambas actitudes son incorrectas. Si preferimos estar en silencio en las reuniones, no
debemos imponer nuestro punto de vista a los demás. De igual modo, si preferimos
gritar, no debemos imponer esto a nadie. Lo mismo se aplica a la práctica de orar-leer; si
algunos quieren ponerlo en práctica, tienen plena libertad; pero si a otros no les interesa
esta práctica, no se les debe forzar a ello.
Puede haber muchas diferencias, no sólo entre los creyentes de una iglesia local, sino
también entre las distintas iglesias locales. Por ejemplo, tal vez la iglesia en cierta
localidad suela orar-leer, mientras que otra iglesia local no lo hace. Si usted visita una
iglesia que tiene diferente práctica que la iglesia de su localidad, no trate de corregirla ni
de cambiar nada. Dondequiera que usted vaya, simplemente debe ser uno con la iglesia
en esa localidad. Si es una iglesia local, usted debe estar de acuerdo con ellos, sin
imponer nada ni oponerse a nada. Admito que es fácil hablar de esto, pero que es difícil
ponerlo en práctica. No obstante, todos debemos estar dispuestos a aprender esta
lección. Entonces tendremos no sólo la doctrina del Cuerpo según Romanos 12, sino
también la práctica de la vida del Cuerpo conforme a Romanos 14.
Romanos 14:17 dice: “Porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y
gozo en el Espíritu Santo”. Conforme a este versículo, el reino de Dios se relaciona con el
Espíritu. Si tenemos justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo, no debemos preocuparnos
por las diferencias en doctrina o práctica.
Romanos 16:1 dice: “Os recomiendo nuestra hermana Febe, la cual es diaconisa de la
iglesia que está en Cencrea”. Este versículo revela un aspecto adicional del sentido
práctico de la vida del Cuerpo: el carácter local de la iglesia. Si hemos de experimentar la
vida del Cuerpo de una manera práctica, no sólo debemos recibir a los creyentes, sino
también cuidar del carácter local de la iglesia. Conforme a Romanos 16, el sentido
práctico de la vida del Cuerpo consiste en el carácter local de la iglesia. Este capítulo no
sólo habla de la iglesia local, la iglesia en Cencrea, sino también de las iglesias. En el
versículo 4 Pablo menciona a las iglesias de los gentiles, y en el versículo 16, a las iglesias
de Cristo.
HOSPEDADORES DE LA IGLESIA
En el versículo 23 Pablo dice: “Os saluda Gayo, hospedador mío y de toda la iglesia”.
Aquí Pablo menciona a un hermano que brindaba hospitalidad a toda la iglesia.
Obviamente Pablo se refiere a la iglesia local, y no a la iglesia universal. Es importante
que Pablo dijera que Gayo hospedaba a toda la iglesia, y no a todos los santos, porque
hay una diferencia entre brindar hospitalidad a la iglesia y brindarla a los santos, pues
podemos interesarnos por los santos y descuidar la iglesia. Pero el concepto de Pablo en
este libro está relacionado principalmente con la iglesia, y no solamente con los santos.
Al practicar la hospitalidad debemos estar conscientes de la iglesia y tenerla en mente.
Cuando usted hospeda a otros, ¿bajo qué concepto lo hace? ¿Mantiene usted el concepto
de que está brindando hospitalidad a los santos o a la iglesia? Si usted tiene el concepto
apropiado, descubrirá que su hospitalidad no está dirigida únicamente a ciertos santos,
sino a toda la iglesia.
Si en estos días hemos de poner en práctica la vida del Cuerpo de manera adecuada,
debemos tener una actitud de generalidad al recibir a toda clase de creyentes. Si una
persona cree genuinamente en el Señor Jesús, debemos recibirle, aun si sus opiniones
con respecto de doctrinas y prácticas son diferentes a los nuestros. Además, debemos
estar en una iglesia local y honrar el carácter local que ella tiene. ¡Cuánto le
agradecemos al Señor por el capítulo 16! En este capítulo el Espíritu Santo nos indica
con claridad que, si hemos de poner en práctica la vida del Cuerpo, es preciso que
estemos en una iglesia local. En cualquier lugar que estemos, debemos estar en la iglesia
de esa localidad.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE SESENTA
El propósito eterno de Dios es obtener un Cuerpo para Cristo. Este Cuerpo es la iglesia
universal, la cual debe expresarse en diversas localidades en las iglesias locales. El hecho
de que Dios se imparta a Su pueblo con miras a que se cumpla Su propósito eterno, tiene
mucho que ver con las iglesias locales. A fin de cumplir Su propósito, es necesario que
Dios se imparta en Su pueblo escogido. Esto es exactamente lo que Dios hace en
nosotros hoy.
Dios tiene que ser triuno si ha de impartirse a Sí mismo en nuestro ser. Dios es triuno no
para que exista una doctrina o teología, sino para que Él pueda impartir todo lo que Él
es a Su pueblo, con el fin de obtener un Cuerpo que exprese a Cristo.
Si Dios ha de impartirse en Su pueblo escogido, Él tiene que ser triuno, es decir, tiene
que ser Dios el Padre, Dios el Hijo y Dios el Espíritu. Aunque nuestro Dios es triuno,
rechazamos el triteísmo, el cual es la doctrina que consiste en que los tres de la Trinidad
son tres Dioses distintos. No tenemos a tres Dioses, sino a uno solo, el Dios Triuno: el
Padre, el Hijo y el Espíritu.
Hemos hecho notar que la Trinidad de la Deidad no se revela para que tengamos una
teología, sino para que recibamos Su impartición. Dios no desea estar solo; más bien,
anhela impartirse en los hombres que Él creó, escogió y llamó. ¡Aleluya! Nosotros somos
esos hombres, y ¡Dios quiere impartirse en nosotros! Esta verdad queda implícita en el
libro de Romanos. Ahora reflexionaremos sobre el Dios Triuno, quien se revela en este
libro, y luego abarcaremos el tema de Su impartición.
Romanos 9:5 habla de “Cristo, quien es Dios sobre todas las cosas, bendito por los
siglos.” Muchos cristianos han leído el libro de Romanos sin notar lo proclamado en este
versículo, es decir, que Cristo es Dios, bendito por los siglos. Por ser Dios Cristo es sobre
todas las cosas: el hombre, los ángeles, los cielos y la tierra. Cristo es el mismo Dios
quien ha sido bendito y será bendito por los siglos y quien es sobre todo. El Cristo quien
es nuestro Salvador y nuestra vida, es el propio Dios. Es vergonzoso que los cristianos
argumenten acerca de la deidad de Cristo y discutan si Cristo es Dios o no lo es. Según
este versículo, Cristo es el Dios que es sobre todas las cosas, bendito por los siglos.
Romanos 8:3 dice que Dios envió a Su propio Hijo. Por supuesto, el Dios mencionado en
8:3 es el mismo que se menciona en 9:5. Cristo es el Hijo de Dios. ¿Cómo podemos
explicar entonces que el único Dios pudiera enviar a Su propio Hijo, cuando Cristo es
tanto el Hijo de Dios como Dios mismo? Según Romanos 9:5, Cristo es Dios, pero
conforme a 8:3, Dios envió a Su propio Hijo, quien es Cristo. Esto indica que Cristo es
Dios así como el Hijo de Dios. Esto nos recuerda lo que dice Isaías 9:6, que un niño es
llamado Dios fuerte y un hijo es llamado Padre eterno. Aquí podemos ver el misterio del
Dios Triuno, que aunque Dios es tres, sigue siendo uno.
Romanos 1:3-4 dice que el Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor, quien era del linaje de
David según la carne, fue designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de
santidad, por la resurrección de entre los muertos. Todos los títulos relacionados con
Cristo en estos versículos tienen que ver con la impartición de Dios. Si no fuera por el
hecho de que Dios quiere impartirse en el hombre, no sería necesario que el Hijo de
Dios fuera Jesucristo. Fue con miras a dicha impartición que el Hijo de Dios tuvo que
hacerse hombre (Jesús) y llegar a ser el Ungido (Cristo). Además, sólo por medio de
dicha impartición podría el Hijo de Dios, Jesucristo, llegar a ser nuestro Señor. Ahora,
gracias a que Cristo se ha impartido en nosotros, ya no es solamente el Señor, sino
nuestro Señor.
Conforme al versículo 3, el Hijo de Dios era del linaje de David según la carne. Aquí
podemos ver el elemento de la carne. El versículo 4 nos dice que Cristo fue designado
Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los
muertos. Aquí podemos ver el elemento del Espíritu. Aunque Cristo ya era el Hijo de
Dios, aún necesitaba ser designado el Hijo de Dios en resurrección.
Las diversas frases en estos versículos señalan al Dios Triuno en Su impartición. Aunque
la palabra impartición no se encuentra ni aquí ni en el resto del libro de Romanos, el
hecho de la impartición sí se halla implícito. Todo lo relacionado con Cristo en Romanos
1:3-4 tiene como fin la impartición de Dios.
Pablo usa los términos Dios, el Espíritu de Dios y el Espíritu de Cristo de manera
intercambiable. Él empieza con Dios, sigue con el Espíritu de Dios, y luego habla del
Espíritu de Cristo. Pero en lugar de detenerse ahí, en el versículo 10 él habla acerca de
Cristo, diciendo que Cristo está en nosotros. En el transcurso de unos cuantos
versículos, cuatro títulos divinos son mencionados de una forma intercambiable: Dios,
el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo y Cristo. Estos cuatro términos denotan un solo
ser, el propio Dios Triuno.
El Espíritu de Dios es Dios mismo. No debemos interpretar este título de tal modo que
pensemos que el Espíritu es una entidad distinta a Dios. En el Nuevo Testamento, las
frases tales como el amor de Dios y la vida de Dios significan que el amor y la vida son
Dios mismo. Bajo el mismo principio, el título el Espíritu de Dios quiere decir que el
Espíritu es Dios mismo. Lo mismo se aplica al Espíritu de Cristo, pues este título
significa simplemente que el Espíritu es Cristo. De acuerdo con el contexto, el Espíritu
de Cristo es el Espíritu de Dios.
Después de que Pablo menciona al Espíritu de Cristo, luego hace mención de Cristo. Así
que, Pablo nos lleva de Dios a Cristo a través del Espíritu de Dios y del Espíritu de
Cristo. El pensamiento de Pablo va de Dios al Espíritu de Dios, del Espíritu de Dios al
Espíritu de Cristo, y del Espíritu de Cristo a Cristo mismo. Por consiguiente, tenemos a
Dios, al Espíritu de Dios, al Espíritu de Cristo y a Cristo. Sin embargo, cada uno de estos
cuatro títulos se refiere al único Dios Triuno.
El versículo 10 dice que Cristo está en nosotros. La preposición en aquí es muy notable.
¡El maravilloso Cristo está realmente en nosotros! Para que Cristo esté en nosotros, Dios
tiene que ser el Espíritu de Dios, el Espíritu de Dios debe ser el Espíritu de Cristo, y el
Espíritu de Cristo debe ser Cristo. Si Dios fuera simplemente Dios, no podría entrar en
nosotros. Hay dos razones por ello. La primera es que Dios es divino, infinito y
todopoderoso. Sin embargo, nosotros somos humanos, y Dios no puede entrar en
nosotros sin una mediación humana. La segunda razón es que nosotros somos
pecaminosos e impuros. Por causa de la caída del hombre, cada parte de nuestro ser está
contaminada. Es imposible que un Dios tan santo more en unas personas tan
pecaminosas. Para subsanar la brecha que existe entre la divinidad y la humanidad,
Dios tuvo que hacerse un hombre llamado Jesús. El nombre Jesús significa “Jehová el
Salvador”. Como tal, Él murió en la cruz por nuestros pecados, derramando Su sangre
para limpiarnos de toda contaminación. ¡Aleluya, el Dios infinito se hizo un hombre
finito para morir en la cruz por nosotros! Esto derribó las barreras que impedían que
Dios pudiera venir al hombre. Ahora en Cristo este Dios santo e infinito puede entrar en
nosotros. Ésta es la razón por la cual Pablo, en el versículo 10, declara que Cristo está en
nosotros.
Es muy significativo que Pablo no diga que Dios está en nosotros, sino que Cristo está en
nosotros. El Espíritu aquí une a Dios con Cristo, ya que el Espíritu es tanto el Espíritu de
Dios como el Espíritu de Cristo. ¡Cuán profundos e inagotables son estos tres términos!
El versículo 11 dice: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en
vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo vivificará también vuestros cuerpos
mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. Según el versículo 10, Cristo está en
nosotros. Pero según el versículo 11, el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a
Jesús, mora en nosotros; es decir, Su Espíritu hace Su hogar en nosotros. En este
versículo tenemos al Dios Triuno: el que levantó a Jesús de entre los muertos (el Padre),
Cristo Jesús (el Hijo) y el Espíritu. Aquí podemos ver que el Dios Triuno se imparte en
nuestro ser. Además, Él hace Su hogar en nosotros y aun vivifica nuestro cuerpo mortal.
En esto consiste la plena impartición del Dios Triuno en todo nuestro ser.
En el versículo 11 Pablo habla del Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús.
Esto no sólo implica la impartición de Dios, sino también el proceso requerido para
hacer posible dicha impartición. La impartición requiere cierto proceso, y el hecho de
que Dios levantó a Cristo de entre los muertos fue parte de este proceso. Por
consiguiente, para que el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús morara
en nosotros, Dios tuvo que involucrarse en un proceso. Pablo no dice simplemente que
el Espíritu mora en nosotros. Decirlo así habría sido muy directo. En cambio, él dice que
el Espíritu de aquel que levantó a Jesús, mora en nosotros, lo cual da a entender cierto
proceso.
La preparación de los alimentos ejemplifica el proceso que se necesita para que Dios
pueda impartirse en el hombre. La mayoría de los alimentos que tomamos deben ser
procesados antes de que podamos comerlos. Por ejemplo, a la hora de la comida mi
esposa no sirve en la mesa el pescado recién comprado del mercado. En lugar de ello, mi
esposa siempre lo prepara como es debido, y sólo entonces podemos comerlo.
Asimismo, el Dios Triuno ha pasado por un proceso para poder morar en nosotros.
Nuestro Dios, quien ahora mora en nosotros, ha pasado por un proceso completo. El
Espíritu que mora en nosotros es el Hijo hecho real para nosotros, Aquel que es la
corporificación del Padre. El Padre está corporificado en el Hijo, el Hijo es hecho real
como Espíritu, y el Espíritu mora en nuestro ser. Éste es el Dios Triuno quien pasó por
el proceso de encarnación, crucifixión y resurrección, quien está impartiéndose en
nosotros y quien ahora mora en nuestro ser.
El versículo 11 indica que el Dios Triuno no sólo se imparte en nuestro espíritu, que es el
centro de nuestro ser, según lo muestra el versículo 10, sino también en nuestro cuerpo
mortal, que forma la circunferencia de nuestro ser. Esto quiere decir que la impartición
del Dios Triuno satura todo nuestro ser. Cuanto más experimento y disfruto Su
impartición, más energía se me infunde espiritual, psicológica y físicamente.
Basándome en mi experiencia, puedo dar testimonio de que la impartición del Dios
Triuno no es solamente una doctrina. El Espíritu de aquel que levantó a Cristo Jesús de
entre los muertos, vivifica aun nuestros cuerpos mortales. ¡Cuán asombroso es esto! Por
lo tanto, podemos ver que el versículo 11 implica mucho: el Dios Triuno, el proceso, la
impartición, y el hecho de que todo nuestro ser sea saturado con la vida divina. Ésta es
la impartición del Dios Triuno.
LA IMPARTICIÓN DEL DIOS TRIUNO
REDUNDA EN LA FILIACIÓN
Esta impartición redunda en la filiación; hace que los pecadores sean transformados en
hijos de Dios. Anteriormente éramos pecadores y enemigos de Dios, pero ahora somos
hijos de Dios.
El versículo 14 dice: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son
hijos de Dios”. Sabemos que somos hijos de Dios por el hecho de que somos guiados por
el Espíritu de Dios. Día tras día somos guiados por el Espíritu que mora en nosotros.
Quizás usted quiera ir a cierto lugar, pero en vez de eso, el Espíritu lo guía a la reunión
de la iglesia. Frecuentemente tenemos tendencia a hacer cosas que son contrarias a la
naturaleza de Dios, pero el Espíritu que mora en nuestro ser es más fuerte que nosotros.
Finalmente Él nos da dirección, y nosotros le seguimos. Dichas experiencias son una
señal y una comprobación de que somos hijos de Dios.
El versículo 23 revela que también tenemos las primicias del Espíritu. Éstas son la
primera prueba, el anticipo, del Espíritu. Hoy el Espíritu que mora en nuestro interior es
el anticipo de lo que disfrutamos de Dios. Tal anticipo nos da la seguridad de que el
disfrute pleno se aproxima.
Según el versículo 29, como resultado de la impartición del Dios Triuno en nosotros los
hombres, el Hijo unigénito de Dios llegó a ser el Primogénito entre muchos hermanos.
Dicha impartición nos hace los muchos hijos de Dios, los muchos hermanos del
Primogénito y, por ende, somos los miembros del Cuerpo de Cristo, o sea, los
constituyentes del mismo. Por lo tanto, podemos decir que el resultado final de la
impartición del Dios Triuno es el de producir muchos hijos, quienes son los miembros
que constituyen el Cuerpo de Cristo. Ésta es la forma en que Dios cumple Su propósito
eterno, un propósito que no se logra con enseñanzas ni por medio de cierta
organización, sino al impartirse a Sí mismo, el Dios Triuno procesado, dentro de nuestro
ser.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE SESENTA Y UNO
LA IMPARTICIÓN DE DIOS
SE BASA EN LA JUSTICIA DE DIOS
El Dios Triuno en Su economía desea impartirse a Sí mismo en las tres partes del
hombre, esto es, en su espíritu, en su alma y en su cuerpo. Sin embargo, Dios no puede
impartirse en nosotros si no satisface los requisitos de Su propia justicia, ya que la
impartición de Dios en el hombre tiene que llevarse a cabo en conformidad con Su
justicia.
La Biblia revela que existe una relación entre Dios y el hombre, en la cual toman lugar
varias transacciones. Éstas siempre deben basarse en la justicia. Por consiguiente, para
que se realice la impartición de Dios, el primer requisito básico que se debe cumplir es el
de Su justicia.
Tres de los atributos divinos —la justicia, la santidad y la gloria— imponen ciertos
requisitos sobre nosotros. La justicia es contraria al pecado. Creo que todos nosotros ya
sabemos cuáles son los requisitos de la justicia de Dios, pero es posible que no sepamos
que la santidad y la gloria de Dios también exigen algo de nosotros. En Romanos 3:23
Pablo indica que todos hemos pecado y carecemos de la gloria de Dios, lo cual significa
que no hemos cumplido los requisitos de Su gloria.
Génesis 3:24 indica que tan pronto como el hombre cayó, no pudo satisfacer los
requisitos de la justicia, santidad y gloria de Dios. Este versículo dice que Dios colocó “al
oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por
todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida”. Esta espada representa la
justicia de Dios, la llama representa la santidad divina, y los querubines representan la
gloria de Dios. La espada cumple la función de aniquilar; el fuego, la de consumir; y los
querubines, la de observar. Debido a que el hombre cayó y se volvió pecaminoso, el
camino que conducía al árbol de la vida fue bloqueado por la justicia, la santidad y la
gloria de Dios. Alabado sea el Señor porque mediante la obra redentora de Cristo,
fueron satisfechos los requisitos de la justicia de Dios, de Su santidad y de Su gloria,
abriendo nuevamente el camino que conduce al árbol de la vida. Estos tres requisitos
tenían que cumplirse para que el hombre pudiera tener una apropiada relación con
Dios.
La justicia, santidad y gloria de Dios forman la estructura básica del libro de Romanos.
Romanos puede dividirse en varias secciones. Después de la introducción (1:1-17) y la
sección que trata de la condenación (1:18—3:20), encontramos las secciones que tratan
de la justificación (3:21—5:11), la santificación (5:12—8:13) y la glorificación (8:14-39).
Estas secciones están relacionadas respectivamente con la justicia de Dios, con Su
santidad y con Su gloria. Por lo tanto, estos tres atributos divinos se relacionan con la
estructura misma del libro de Romanos.
¿En cuál de estas tres secciones nos encontramos actualmente? La respuesta correcta es
que estamos en la sección de la santificación. Ya hemos sido justificados, pero aún no
hemos llegado a la glorificación. Además, se ha determinado que pasaremos nuestra
vida cristiana aquí en la tierra en la sección de la santificación. Yo ya llevo más de
cincuenta años en esta sección. No se desanime por el período de tiempo que debe pasar
en esta sección. Tal vez le parezca a usted un tiempo largo, pero para el Señor no es así,
pues para con el Señor un día es como mil años (2 P. 3:8).
A pesar de que aún no hayamos llegado a la etapa de la glorificación, hasta cierto grado
podemos disfrutar de la glorificación mientras nos encontramos en la sección de la
santificación. Podemos disfrutar el anticipo, las primicias, de la glorificación. En
ocasiones cuando estoy a solas con el Señor, experimento un anticipo de la glorificación
que ha de venir. Todo cristiano apropiado debe tener experiencias semejantes.
Ciertamente Dios es nuestro Padre y sí nos ama. Sin embargo, según la parábola de
Lucas 15, no se nos permite acercarnos a Él directamente. El hijo pródigo necesita que el
pastor (el Hijo) lo busque hasta encontrarlo y necesita que la mujer (el Espíritu) lo
ilumine para que pueda volver en sí, arrepentirse, y tomar la decisión de regresar a casa,
al Padre. Solamente en virtud de que el Hijo busque a los pecadores y los encuentre y
que el Espíritu los ilumine, pueden ellos volver al Padre. De no ser por la obra redentora
del Hijo y por la iluminación que recibimos del Espíritu, no podríamos volver a casa, a
nuestro Padre. Además, si el Hijo no hubiera muerto por nosotros, el Padre no tendría la
base para recibirnos. Pero el Padre, gracias a la muerte redentora de Su Hijo, sí tiene la
base y puede recibir a todo aquel que acuda a Él por medio de Cristo. Esto indica que el
hecho de que el Padre nos reciba, tiene que concordar con Su justicia. Aparte de la
encarnación y crucifixión de Cristo, el justo Dios no podría recibirnos ni impartirse a Sí
mismo en nosotros. Si Dios se impartiera a Sí mismo en nosotros sin que se cumplieran
los requisitos de Su justicia, se pondría en condiciones de injusticia. Es por esta razón
que la impartición del Dios Triuno debe llevarse a cabo en conformidad con Su justicia.
La justicia de Dios requería que nosotros muriéramos por causa de nuestros pecados.
Sin embargo, si hubiéramos muerto, habríamos perecido para siempre. Ya que Dios no
desea que perezcamos, Él mismo nos proveyó a Cristo para que fuese nuestro Sustituto.
Cristo murió por nosotros en la cruz en conformidad con la justicia de Dios a fin de
satisfacer los requisitos de Dios. El propósito de la muerte de Cristo en la cruz no fue
permitirnos ir al cielo al morir; más bien, el propósito fue satisfacer los justos requisitos
de Dios, de tal manera que Él pudiera impartirse en nuestro ser.
Supongamos que usted quiere verter jugo en un vaso, pero descubre que el vaso no está
limpio. Si usted vierte el jugo en el vaso sucio, el jugo no se podrá beber. Por eso, antes
de verter el jugo en el vaso, tiene que limpiar el vaso. De igual modo, antes de que Dios
pudiera entrar en nosotros, Su Hijo se hizo hombre y murió por nosotros en la cruz y
derramó Su sangre para limpiarnos de nuestros pecados. Esto nos hizo vasos limpios
que estaban en condición de ser llenos del Dios Triuno. Así pues, antes de que Dios
pudiera impartirse en nosotros, era necesario que nosotros fuésemos lavados con la
sangre de Cristo, lo cual está en conformidad con la justicia de Dios.
Hemos indicado que Cristo murió en la cruz para satisfacer los justos requisitos de Dios.
Ahora debemos ver algo más, a saber: Dios desea que también nosotros vayamos a la
cruz y muramos. A menos que seamos personas crucificadas, los justos requisitos
divinos no pueden ser cumplidos en nosotros de una manera práctica. A los ojos de
nuestro justo Padre, nada sería más justo que nosotros muriéramos en la cruz. Si
morimos, seremos justos en todos los aspectos. Sin embargo, si rehusamos morir, no
habrá justicia de nuestra parte en nuestras relaciones con los demás, ni aun con las
cosas materiales. Tal vez tratemos a otros injustamente, y es posible que no
administremos de manera adecuada nuestros bienes materiales. Por lo tanto, para ser
justos delante de Dios, no sólo necesitamos ser lavados, sino que también necesitamos
morir. Cuando morimos, somos espontáneamente justificados. Un cristiano apropiado
es uno que ha muerto con Cristo y que se conduce diariamente en conformidad con este
hecho. Si un creyente vive de una manera natural, él será injusto, pero si experimenta la
muerte de cruz, será justo en todas las cosas, para con todos y en todo sentido.
Hemos subrayado el hecho de que la justicia de Dios exige la muerte tanto de Cristo
como de nosotros mismos. Nosotros estábamos incluidos en la muerte de Cristo.
Cuando Él murió, nosotros también morimos, pues morimos en Él. Esta muerte todo-
inclusiva se efectuó para satisfacer los justos requisitos de Dios. Puesto que los justos
requisitos de Dios han sido satisfechos, Dios tiene una base justa para impartirse a Sí
mismo en Su pueblo redimido y crucificado.
Dios no puede impartirse en las personas que siguen viviendo en su vida natural, sino
sólo en aquellas que han muerto. Si usted aún vive de una manera natural, si sigue
viviendo en el pecado y en el mundo, Dios no tiene base sobre la cual impartirse en
usted. Solamente la muerte de Cristo y nuestra muerte con Cristo, satisfacen los
requisitos de la justicia de Dios y le proveen a Dios una base justa sobre la cual
impartirse en nosotros. Esto se aplica no sólo al momento en que fuimos salvos, sino
también a nuestra experiencia diaria con el Señor. Si queremos experimentar la
impartición del Dios Triuno, tenemos que presentarnos ante Él como personas
crucificadas. Debemos creer y declarar el hecho de que morimos con Cristo en la cruz.
Ya que morimos con Cristo de una manera práctica, Dios puede ahora impartir todo lo
que Él es en nosotros junto con todas Sus riquezas. Ésta es la impartición de Dios
conforme a Su justicia.
LA SANTIDAD Y LA RESURRECCIÓN
En Romanos 6:19 Pablo habla de “la justicia para santificación”. Esto indica que la
justicia nos conduce a la santidad, a la santificación. La impartición del Dios Triuno se
efectúa por medio de Su santidad. La santidad de Dios está relacionada con el proceso
de Su impartición. Tal como la muerte de Cristo tenía como objetivo la justicia, Su
resurrección tiene como objetivo la santidad. De hecho, el Cristo resucitado es el mismo
elemento de santidad dentro de nuestro ser. Esta santidad nos hace germinar, nos
genera y nos santifica. Todo esto depende absolutamente de la vida divina.
Leemos en 8:11: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora en
vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo vivificará también vuestros cuerpos
mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. Debemos notar que en este versículo
Pablo primero menciona a Jesús y luego a Cristo. El nombre de Jesús tiene que ver con
Su muerte, y el título Cristo se relaciona con la resurrección y la impartición de vida. Por
consiguiente, el nombre Jesús tiene que ver con la muerte, y el título Cristo tiene que ver
con la impartición de vida.
La muerte de Jesús tenía como fin satisfacer la justicia de Dios, pero la resurrección de
Cristo tiene como objetivo la santidad de Dios. La justicia denota el proceder de Dios, es
decir, la manera en que Él hace las cosas; mientras que la santidad denota Su naturaleza
misma. El justo proceder de Dios se halla respaldado por la muerte de Cristo, pero la
naturaleza de Dios nos es impartida mediante la resurrección de Cristo. Una vez que la
justicia de Dios es respaldada mediante la muerte de Cristo, Dios está en posición de
impartirse a nosotros por medio de la resurrección de Cristo. Al entrar en nosotros el
Cristo resucitado, Él imparte la naturaleza de Dios en nuestro ser. Entonces, esta
naturaleza santa nos hace germinar, nos genera y nos santifica. El Cristo resucitado que
está en nosotros es el elemento de santidad que nos vivifica. Este elemento nos hace
germinar, nos vivifica y luego nos santifica. En esto consiste la santificación. La
santificación implica un largo proceso que comienza a partir del momento en que somos
salvos y continúa a lo largo de nuestra vida cristiana. Mediante este proceso somos
transformados e incluso conformados a la imagen del Hijo Primogénito de Dios.
LA ASCENSIÓN Y LA GLORIFICACIÓN
¡Cuánto alabo al Señor por abrir las profundidades de este libro a nosotros! En
Romanos 3 y 4 vemos que Cristo murió por nosotros, y en Romanos 6, que nosotros
morimos en Cristo. Vemos, además, que esta muerte fue efectuada en conformidad con
la justicia de Dios y con miras a Su justicia. En Romanos 6 y 8 vemos que estamos
siendo santificados por el Cristo resucitado que vive, actúa, se mueve y opera en nuestro
ser. Después de que este Cristo resucitado nos hace germinar y nos genera, nos santifica.
La santificación incluye la transformación y la conformación. Mientras estamos bajo el
proceso de santificación, empezamos a experimentar la glorificación realizada por Dios.
El fruto producido por la impartición del Dios Triuno en nosotros es la gloria. Si
diariamente mantenemos nuestra posición como quienes hemos muerto con Cristo,
ciertamente tendremos la experiencia subjetiva de la justicia. Luego si permitimos que
Cristo viva en nosotros, obtendremos la experiencia subjetiva de la santidad. El
resultado de todo esto será la gloria, esto es, Dios expresado desde el interior de nuestro
ser.
Cada iglesia local debe ser una réplica en miniatura de tal expresión gloriosa del Dios
Triuno. Nosotros, los que estamos en las iglesias, debemos ser capaces de decir:
“Satanás, mira la iglesia; en ella se halla la justicia de Dios así como Su santidad y Su
gloria”. Cuando Satanás vea esto, será forzado a reconocer que esto es el resultado de la
impartición del Dios Triuno. Ya que todos hemos muerto en Cristo y, por lo tanto,
somos justos a los ojos de Dios, Satanás no tiene base para acusarnos ni condenarnos.
Ahora Cristo está viviendo en nosotros con el fin de santificarnos, transformarnos y
conformarnos a la imagen de Cristo. El fruto de este proceso será la gloria. Éste debe ser
el testimonio de todas las iglesias en el recobro del Señor. En cada iglesia debe estar
presente la justicia de Dios como base, la santidad de Dios como proceso, y la gloria de
Dios como meta. En esto consiste la impartición del Dios Triuno, la cual se lleva a cabo
en conformidad con Su justicia, por medio de Su santidad y para Su gloria, según se
revela en el libro de Romanos.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE SESENTA Y DOS
Antes de abordar el tema de la vida del Dios Triuno impartida en el hombre tripartito,
debemos decir algo más acerca de la impartición del Dios Triuno, la cual se lleva a cabo
en conformidad con Su justicia, por medio de Su santidad y para Su gloria. Hemos visto
que la justicia es el procedimiento de Dios, la santidad es la naturaleza de Dios y la
gloria es la expresión de Dios. Por lo tanto, la impartición de Dios se lleva a cabo en
conformidad con el procedimiento justo de Dios, por medio de Su naturaleza santa y con
el fin de expresar a Dios mismo. La expresión de Dios se halla principalmente en la
iglesia. Así que, la meta de la impartición del Dios Triuno es que Dios sea expresado en
la iglesia.
LA JUSTICIA SUPREMA
En el mensaje anterior hicimos notar que la justicia de Dios se relaciona con la muerte
de Cristo, la cual dio fin a todas las cosas negativas. Por causa de la caída del hombre,
todas las cosas de la creación se volvieron injustas. Por ejemplo, es injusto que los
mosquitos nos molesten. Además, existe injusticia en cada aspecto de la sociedad. Dado
que Adán era la cabeza de la antigua creación, cuando él cayó, todo lo que estaba bajo Su
autoridad como cabeza se volvió injusto a los ojos de Dios. La muerte de Cristo puso fin
a todas esas cosas injustas y cumplió con los requisitos de la justicia de Dios. Por lo
tanto, la muerte de Cristo es la justicia suprema.
Cuando Cristo murió en la cruz, nosotros también morimos, pues morimos en Él.
Fuimos identificados con Cristo en Su muerte. Esto significa que no solamente la muerte
de Cristo es justa, sino también nuestra muerte en Cristo es justa a los ojos de Dios.
LA SANTIDAD EN ACCIÓN
Sin embargo, la muerte de Cristo no fue el final, pues ésta abrió paso para la
resurrección mediante la cual Dios nos hace germinar y nos genera. Además, junto con
la resurrección de Cristo se halla la función de la santificación, la cual incluye la
transformación y la conformación. Finalmente, mediante el proceso de la santificación
somos conformados a la imagen del Hijo de Dios, lo cual constituye la experiencia
subjetiva de la santificación. La santificación es la actividad subjetiva realizada por la
santidad; es la santidad misma en acción. La santificación es en realidad el Cristo
resucitado que forja en nuestro ser la naturaleza santa de Dios. Esto es completamente
distinto al concepto de santidad que existe entre aquellos del llamado Movimiento de
santidad.
LA GLORIFICACIÓN: EL RESULTADO
DE LA SANTIFICACIÓN
El Señor Jesús empezó Su oración en Juan 17 con las palabras: “Padre, la hora ha
llegado; glorifica a Tu Hijo, para que Tu Hijo te glorifique a Ti” (v. 1). ¿Cómo glorifica el
Hijo al Padre? Él lo glorifica por medio de la unidad. La unidad mencionada en Juan 17
es la iglesia. La unidad de los santos es la vida apropiada de iglesia. Cuando la unidad se
hace realidad de manera cabal, el Hijo glorifica al Padre en la iglesia. Esto indica que
dondequiera que hay una vida de iglesia apropiada, el Padre es glorificado, porque la
vida de iglesia expresa al Padre. Por lo tanto, si nos reunimos como iglesia de una
manera normal, percibiremos la gloria que llena nuestras reuniones. La vida de iglesia
está estrechamente relacionada con el asunto de la glorificación. La iglesia es la meta de
Dios, y no solamente el procedimiento de Dios ni el medio que Él utiliza para lograr Su
objetivo. La intención de Dios es ser glorificado en Su iglesia.
Ahora llegamos al asunto más precioso, a saber: la vida del Dios Triuno impartida en el
hombre tripartito. ¡Cuán maravilloso es que Dios sea triuno y que nosotros seamos
tripartitos!
Romanos 8:2 habla acerca de la vida del Dios Triuno. El versículo 10 revela que esta vida
ha sido impartida en nuestro espíritu y ha causado que éste llegue a ser vida. Además, de
acuerdo con el versículo 6, esta vida puede ser impartida a nuestra mente y es capaz de
hacer que también nuestra mente llegue a ser vida. Finalmente, según lo revela el
versículo 11, la vida divina puede incluso ser impartida a nuestro cuerpo mortal. En
estos versículos podemos ver las tres partes del hombre: el espíritu, el alma
(representada por la mente) y el cuerpo. El espíritu es el centro, el cuerpo es la
circunferencia, y la mente se encuentra en medio de éstos. Desde el centro hacia la
circunferencia, incluyendo la parte intermedia, la vida del Dios Triuno es impartida a
cada parte de nuestro ser.
La vida que ha de ser impartida en las tres partes del hombre es la vida del Dios Triuno.
En Romanos 8:2 Pablo habla acerca del Espíritu de vida en Cristo Jesús. En esta frase
está implícito el Dios Triuno. Tanto el Espíritu como Cristo el Hijo son mencionados
explícitamente, mientras que Dios el Padre se revela de forma implícita en el hecho de
que el Espíritu es el Espíritu de Dios. Por lo tanto, aquí tenemos a Dios, a Cristo y al
Espíritu. Sin embargo, lo principal no es el Dios Triuno, sino la vida. Hablar del Espíritu
de vida es en realidad decir que el Espíritu es vida. La vida aquí denota la vida misma
del Dios Triuno.
Cuando fuimos regenerados, recibimos otra vida, una vida adicional a nuestra vida
natural. Existen varias clases de vida: la vida vegetal, la vida animal, la vida humana y la
vida divina. Como seres humanos, todos tenemos una vida física y una vida psicológica.
Las palabras griegas bíos y psujé indican, respectivamente, la vida física y la vida
psicológica. Sin embargo, cuando Pablo habla de la vida en Romanos 8, él usa otra
palabra griega, la palabra zoé. En la Biblia zoé denota la vida de Dios, esto es, la vida
divina, la cual es infinita, increada y eterna. Ésta es la vida que recibimos al creer en el
Señor Jesús. Como se nos dice en Juan 3:36: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna”.
En los versículos 2, 6, 10 y 11 de Romanos 8, Pablo usa esta palabra griega traducida
“vida” para dar a entender que la impartición de Dios consiste en impartir la vida zoé a
nuestro ser. En otras palabras, Dios desea impartirse a Sí mismo como zoé a las tres
partes del hombre.
UN LARGO PROCESO
Con el fin de que la vida divina sea impartida en nuestro ser, esta vida primero tuvo que
pasar por un largo proceso, el cual incluye la encarnación, el vivir humano, la
crucifixión, la sepultura, la resurrección, la ascensión y el descenso. La vida que nos es
impartida es realmente el Dios Triuno procesado. En Génesis 1:1 dicha vida no podía ser
impartida en el hombre, porque aún no había pasado por las etapas necesarias; pero en
la actualidad es completamente posible que esta vida tan maravillosa sea impartida en
nuestro ser. Ahora esta vida se halla presente y disponible, y podemos recibirla
simplemente al invocar el nombre del Señor Jesús.
Romanos 8:10 dice: “Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está muerto a
causa del pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia”. Aquí Pablo pone en contraste
el cuerpo con el espíritu para demostrar que en este versículo el espíritu no se refiere al
Espíritu Santo. Pablo afirma que el cuerpo está muerto, mientras que el espíritu es vida.
No nos parecería extraño que él dijera que el espíritu vive; no obstante, aquí dice que el
espíritu es vida, esto es, la vida zoé. Cuando invocamos el nombre del Señor Jesús, zoé
entra en nuestro espíritu y efectúa un cambio: hace que nuestro espíritu sea zoé. Ahora
no solamente el Dios Triuno es vida, sino que nuestro espíritu también es vida.
Saber que nuestro espíritu es zoé nos será de gran ayuda en nuestra vida diaria. Cuando
usted sea tentado a enojarse, no reprima su ira; simplemente declare: “¡Mi espíritu es
zoé!” De igual modo, si su cónyuge le causa molestia, no tiene por qué discutir,
simplemente dígale al que le causa dicha molestia que su espíritu es zoé. Declarar esto
nos capacita para resistir las tentaciones de Satanás. ¡Alabado sea el Señor porque
nuestro espíritu es zoé!
La razón por la cual soy tan viviente y lleno de energía es porque mi espíritu es zoé. Sin
embargo, permanecí por años en el cristianismo organizado, y nadie me dijo que mi
espíritu era zoé. Fui instruido en diversas prácticas religiosas, y jamás se me dijo que mi
espíritu fuera vida. Pero ahora sé que la vida divina zoé ha sido impartida en mi espíritu,
en el mismo centro de mi ser. ¡Ahora sé que mi espíritu ha llegado a ser zoé!
Confucio fue un gran filósofo ético que enseñó a sus discípulos a desarrollar lo que él
llamó “la virtud luminosa interior”. Lo que él denominó “la virtud luminosa interior” es
en realidad la conciencia. Los discípulos de Confucio pueden haber tenido una brillante
virtud, pero nosotros tenemos la vida divina. De hecho, el mismo Ser divino ha entrado
en nosotros para ser nuestra vida. No existe comparación entre esta virtud brillante y el
Dios Triuno, quien es la vida divina.
Debido a que nosotros nos dimos cuenta de que nuestro espíritu era vida, pudimos
convencer a un gran número de maestros filósofos en la China, para que creyeran en el
Señor Jesús. Ellos se jactaban de conocer la manera de desarrollar la virtud luminosa
interior; pero después de escucharlos por un rato, les decíamos que lo que ellos poseían
no tenía comparación alguna con lo que nosotros poseíamos. Algunos de ellos se
sorprendían mucho y nos preguntaban sinceramente acerca de esto. Entonces nosotros
les explicábamos que como creyentes que éramos, nosotros teníamos al Dios Triuno en
nuestro interior como nuestra vida. Les decíamos que lo que ellos tenían podía ser una
gran virtud, algo creado por Dios, pero que lo que nosotros teníamos era al propio
Creado, quien creó esta brillante virtud. Les ayudamos a ver que este Creador había
pasado por el proceso de encarnación, vivir humano, crucifixión y resurrección, y que
ahora Él estaba en ascensión y al mismo tiempo estaba disponible para entrar en todo
aquel que invocara Su nombre. Como resultado de este testimonio, muchos de aquellos
filósofos abrieron su ser al Señor, invocaron Su nombre y lo recibieron dentro de ellos
como su vida. Entonces ellos mismos testificaban de la diferencia entre la virtud
luminosa y la vida divina. Al predicar el evangelio en esta forma tan elevada, logramos
conducir al Señor un buen número de profesores, médicos, enfermeras y abogados.
Hemos subrayado el hecho de que nuestro espíritu ha llegado a ser vida debido a que
Cristo mora dentro de nosotros. Pero ¿qué diremos acerca de nuestra alma y nuestro
cuerpo? Examinemos el versículo 6: “Porque la mente puesta en la carne es muerte,
pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz”. Aquí vemos que nuestra mente
también puede ser zoé. Cuando ponemos la mente en el espíritu, nuestra mente, la cual
representa a nuestra alma, llega a ser zoé. No es necesario que sigamos los pasos de
Confucio en el sentido de cultivar una virtud brillante; antes bien, debemos
simplemente poner nuestra mente en el espíritu, y ésta llegará a ser vida. En esto
consiste la impartición de la vida divina en nuestra alma.
En nuestra vida diaria debemos volver nuestra mente continuamente a nuestro espíritu.
¿Se encuentra usted a punto de chismear? Vuelva su mente al espíritu. ¿Está a punto de
enojarse? Torne su mente al espíritu. Abandonemos las enseñanzas éticas y religiosas y
regresemos a la Palabra viviente de Dios, la cual revela que la vida del Dios Triuno se ha
impartido en nuestro espíritu para transformarlo en vida, y que la mente puesta en el
espíritu también es vida. Tenemos algo más elevado que la virtud luminosa, la ética y la
moralidad; tenemos al Dios Triuno mismo, quien se ha impartido en nosotros. ¿Qué
puede compararse con esto? Esto no es filosofía ni enseñanza religiosa, sino la vida zoé
que ha sido impartida a nuestro espíritu y a nuestra mente.
LA VIDA ES IMPARTIDA
AUN A NUESTRO CUERPO MORTAL
Todos necesitamos recibir la visión de que la vida del Dios Triuno está siendo impartida
a las tres partes de nuestro ser. Si vemos esta divina visión, nuestro concepto natural de
ética y moralidad será hecho añicos. Necesitamos decir al Señor: “Señor, te doy gracias
porque desde que Tú entraste en mi ser, mi espíritu ha llegado a ser vida. Ahora, al
poner mi mente en mi espíritu, ésta también llega a ser vida. ¡Oh, Señor, cuánto te
alabo! Mediante Tu Espíritu que mora en mí, Tu vida zoé puede ser impartida a mi
cuerpo mortal! Señor, te adoro por esto, lo disfruto, y soy uno contigo en tal impartición.
En esto consiste la impartición de la vida del Dios Triuno en el hombre tripartito.
Mediante tal impartición el Dios Triuno llega a ser uno con el hombre tripartito, y el
hombre tripartito llega a ser uno con el Dios Triuno. Es por medio de esta impartición
de la vida divina que nosotros llegamos a ser hijos de Dios. Además, es por esta
impartición que somos transformados y conformados a la imagen de Cristo. En esto
consiste la vida cristiana y la vida de iglesia.
HOMBRES DE VIDA
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE SESENTA Y TRES
La economía de Dios gira en torno a que la vida divina sea impartida en nuestro ser.
Como resultado de esta impartición, nosotros, los escogidos de Dios, poseemos tanto la
vida humana como la vida divina. Toda clase de vida, incluso la vida vegetal más
primitiva, es un misterio. Ningún científico puede explicar plenamente cómo una
pequeña semilla crece hasta transformarse en una bella flor. Dentro de la semilla se
encuentra un elemento de vida capaz de producir una flor con una forma y color
específicos. ¡Cuán maravilloso es esto!
Entre las diversas formas de vida creada, la más maravillosa es la vida humana.
Contrariamente a lo que muchos creen, la vida angélica no es más maravillosa que la
vida humana. Es erróneo pensar que la vida angélica es mejor que la vida humana. Dios
no dispuso que la vida angélica contuviera la vida divina; antes bien, Él creó la vida
humana como un vaso que había de contener la vida divina. Aunque tal vez usted se
considere a sí mismo inferior a los ángeles, Dios lo considera a usted superior a ellos. A
pesar de esto, puede ser que algunos de nosotros, especialmente las hermanas,
inconscientemente deseen ser ángeles. Sin embargo, la Biblia no habla del amor que
Dios tiene por los ángeles, pero sí revela el amor que tiene por el hombre. Los ángeles
son simplemente servidores de Dios. A los ojos de Dios la vida más maravillosa de entre
todas Sus criaturas es la vida humana.
Génesis 1:26 dice: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme
a nuestra semejanza”. Esto indica que los ángeles no fueron creados a la imagen y
semejanza de Dios; únicamente el hombre lo fue. ¿Comprende que usted fue creado a la
imagen de Dios y conforme a Su semejanza? Nosotros no descendemos de los monos,
sino del hombre que fue creado a la imagen de Dios. Simplemente por tener la imagen
de Dios y por llevar Su semejanza, nos parecemos a Él. Ésta es la revelación que se
presenta claramente en la Palabra santa. Debido a que el hombre fue creado conforme a
Dios, la vida humana es la mejor de todas las clases de vida creada. Por consiguiente,
podemos jactarnos del hecho de que somos seres humanos. ¡Alabado sea el Señor por el
hecho de que somos hombres y no ángeles!
Un día, por medio de la encarnación de Cristo, Dios mismo se hizo hombre; y de esta
manera Dios se identificó a Sí mismo con el hombre. Jesús —el Dios encarnado— era
tanto Dios como hombre. La encarnación de Cristo no sólo trajo a Dios al nivel del
hombre, sino que también elevó al hombre al nivel de Dios. Mediante la creación el
hombre obtuvo la imagen la y semejanza de Dios, pero aún no tenía la realidad de Dios.
La encarnación introdujo la realidad de Dios en el hombre. El Señor Jesús no sólo tenía
la imagen y la semejanza de Dios, sino que también era la corporificación misma de la
realidad de Dios, ya que Dios estaba en Él. Bajo el mismo principio, esto se aplica a todo
aquel que ha sido regenerado. Como personas regeneradas, no solamente tenemos la
imagen y la semejanza de Dios, sino que también tenemos en nuestro interior la realidad
misma de Dios.
La Biblia revela que el hombre fue creado como un vaso que había de contener a Dios.
En Romanos 9:21 Pablo habla de los vasos de honra, y en 9:23, de los vasos de
misericordia preparados para gloria. Ciertamente, Dios mismo es la verdadera honra y
gloria. Por lo tanto, el hecho de que seamos vasos de honra preparados para gloria,
quiere decir que fuimos diseñados para contener a Dios, nuestra propia honra y gloria.
Cuando usted se pone un guante diseñado con la forma de su mano, su mano se siente
cómoda dentro del guante. De igual manera, Dios se siente cómodo en el hombre, pero
Él no se sentiría cómodo dentro de un animal, ni siquiera dentro de un ángel.
Únicamente dentro del hombre Dios puede sentirse a gusto y reposar. El cielo podrá ser
la morada temporal de Dios, pero Su verdadero hogar es el hombre.
Todos nosotros somos “guantes” que fueron diseñados para contener a Dios, quien es la
mano divina. Conforme a nuestra creación, poseemos la forma adecuada para ser el
lugar de la morada de Dios. Dios tiene una mente, una voluntad y emociones, y nosotros
también. Como seres humanos no debemos ser como las medusas, es decir, seres sin
una voluntad fuerte. Un ser humano apropiado no sólo debe tener una mente y una
voluntad, sino que también debe estar lleno de emoción. Nos debe ser fácil reír o llorar.
No debemos ser como las estatuas que, por muy intensa que sea la situación, no son
capaces de expresar ningún sentimiento. La Biblia revela que Dios abunda en emoción.
Él odia, ama y se enoja. De acuerdo con Juan 11:35, el Señor Jesús, el Dios encarnado,
lloró. Por lo tanto, cuando Dios creó al hombre como un vaso que iba a contenerle, le dio
emociones. La emoción es extremadamente importante, ya que Dios mismo abunda en
emoción; Él no es un Dios de piedra.
Todas las virtudes humanas fueron creadas en conformidad con los atributos de Dios.
Por ejemplo, la bondad humana es una imagen de la bondad de Dios. Lo mismo se
aplica a la apacibilidad. La apacibilidad del hombre es conforme a la semejanza de la
apacibilidad de Dios.
Somos “guantes” hechos a la semejanza de la mano divina. Esto quiere decir que aunque
no tenemos la realidad del pulgar, sí tenemos la semejanza de éste; tampoco tenemos la
realidad de los dedos, pero sí su semejanza. Por ejemplo, nuestra apacibilidad es un
recipiente cuyo fin es contener la apacibilidad de Dios. Nuestra apacibilidad es sólo la
forma externa, mientras que la apacibilidad de Dios es la sustancia, la realidad misma.
Ya que fuimos creados conforme a la semejanza de Dios, poseemos la capacidad para ser
como Él. Los animales nunca pueden ser como Dios, porque ellos no fueron hechos
conforme a Su semejanza y no pueden contenerle. Pero en nuestro amor, bondad y
gentileza, nosotros podemos manifestar la piedad, la cual es ser como Dios.
Dios creó al hombre como un vaso que podría contenerle, con la intención de entrar en
este vaso y llenarlo consigo mismo. Cuando Dios entra en los vasos que Él creó,
encuentra que dichos vasos corresponden a Él. Por ejemplo, Él tiene emoción, y Su
recipiente también la tiene. Por lo tanto, en este recipiente Dios encuentra un lugar
donde puede verter, impartir, Su propia emoción. De esta manera, la emoción humana y
la divina llegan a ser una. La emoción divina es el contenido, mientras que la emoción
humana es el recipiente y la expresión.
A pesar de que esta revelación se encuentra en la Biblia, muy pocos la han visto.
Alabamos al Señor porque en Su recobro esta revelación nos ha sido hecha muy clara.
Ya no existe un velo sobre el hecho de que el hombre es un vaso cuyo fin es contener a
Dios, y que Dios se siente en casa dentro de este vaso maravilloso. Si vemos esto,
podremos entender el tema de este mensaje: No se trata de una vida intercambiada, sino
de una vida injertada.
Hemos visto que cuando la vida divina entra en la vida humana, la vida divina llega a ser
el contenido, y la vida humana, el recipiente y la expresión. Pero no se realiza un
intercambio o trueque de vidas. Esto quiere decir que no intercambiamos la vida
humana por la vida divina. En lugar de un intercambio, se efectúa una impartición: la
mano llena el guante vacío. Usando otra figura retórica, podemos decir que el hombre es
como una llanta que requiere ser llena de aire. El aire es impartido en la llanta y la llena,
pero este aire no es intercambiado por la llanta. De igual manera, el aire divino, el
pnéuma celestial, se imparte en nosotros y no se intercambia por nuestra vida humana.
Por el contrario, como veremos, es impartida en nuestro ser y se mezcla con nosotros.
En el libro de Romanos Pablo usa tres ejemplos para ilustrar en qué consiste la
impartición de la vida divina en nuestro ser. En cada uno de estos ejemplos vemos que
la vida cristiana no es una vida intercambiada. El primer ejemplo es el de los vasos.
Cuando algo se vierte dentro de un vaso, no se efectúa ningún intercambio; por el
contrario, tiene lugar una impartición, o sea, el contenido se imparte al vaso. Es posible
que el vaso sea terrenal, nada honorable ni glorioso, mientras que el contenido sea
totalmente honorable y glorioso. Cuando tal contenido se dispensa en el vaso terrenal, el
vaso llega a ser un vaso de honra, un vaso de gloria. Esto no es un intercambio, sino una
impartición.
En las bodas en todo el mundo, las novias acostumbran cubrirse la cabeza, lo cual indica
que en la unión matrimonial debe haber una sola cabeza. Por consiguiente, el
matrimonio es una unión de dos personas bajo una sola cabeza. En tal unión no se trata
de un trueque o intercambio, sino de una identificación. La esposa ha de identificarse
plenamente con su esposo. En esta unión, en dicha identificación, la esposa es uno con
el esposo, y el esposo es uno con la esposa. Ésta es una unión de vidas, y no un
intercambio de vidas.
En Romanos 7:4 Pablo menciona que nosotros nos casaremos con Cristo: “Así también a
vosotros, hermanos míos, se os ha hecho morir a la ley mediante el cuerpo de Cristo,
para que seáis unidos a otro, a aquel que fue levantado de los muertos”. Cristo es
nuestro Esposo, y nosotros somos Su novia. Entre el Novio y la novia no se lleva a cabo
ningún intercambio de vida; en cambio, se efectúa una unión maravillosa. Nosotros
somos uno con Él en persona, en nombre, en vida y en existencia. Si un hombre y su
esposa han de tener un matrimonio apropiado, tienen que aprender a ser uno de esta
manera. De igual modo, nuestra vida cristiana es una vida de identificación con Cristo y
de unidad con Él.
EL INJERTO
La estrofa de un himno escrito por A. B. Simpson (Himnos, #200) habla acerca del
injerto:
El secreto de la siega,
Muerto el grano vida da;
Y el árbol injertado,
Rica vida obtendrá.
No hay duda de que cuando el Señor Simpson escribió este himno tenía en mente
Romanos 11. No creo que A. B. Simpson enseñara que la vida cristiana es una vida
intercambiada. Según este himno, él comprendía que ésta era una vida injertada, una
vida en la cual dos partes se unen para crecer juntas orgánicamente.
A fin de que una clase de vida sea injertada en otra, las dos vidas deben ser similares.
Por ejemplo, no es posible injertar una rama de árbol de plátano en un árbol de durazno.
Sin embargo, sí es posible injertar algunas ramas de un árbol de durazno de menor
cualidad, en otro árbol de durazno sano y productivo, porque las vidas de estos dos
árboles son muy similares. Podemos aplicar el mismo principio al hecho de que la vida
divina se imparta en el hombre. La vida divina no puede ser injertada en la vida de un
perro, porque no hay ninguna semejanza entre estas dos vidas. Pero nuestra vida
humana sí puede ser unida a la vida divina, debido a que fue creada a la imagen de Dios
y conforme a Su semejanza. Aunque nuestra vida humana no es la vida divina, es muy
semejante a ella. Por lo tanto, estas vidas pueden ser injertadas y crecer juntas
orgánicamente.
Según la estrofa del himno escrito por A. B. Simpson, el árbol injertado obtendrá una
vida más dulce y rica. La vida del árbol de menor cualidad no desaparece; más bien, ella
y la vida del árbol rico y dulce crecen como una sola entidad. Una vez más vemos que
ésta no es una vida intercambiada, sino una vida injertada.
En Juan 14:20 el Señor Jesús dijo: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi
Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. El día al que se refiere este versículo es el día
de la resurrección de Cristo. En este versículo el Señor decía que en el día de Su
resurrección, Sus discípulos conocerían que Él estaba en el Padre, que ellos estaban en
Él, y que Él estaba en ellos. Ésta no es una vida intercambiada por otra, sino una mezcla
de vidas. El Señor está en nosotros, y nosotros estamos en Él. Ésta es la mezcla que se
produce por la impartición e infusión de la vida del Dios Triuno en nosotros.
La mezcla mencionada en Juan 14:20 es semejante a la mezcla del aceite con la flor de
harina en la preparación de la ofrenda de harina (Lv. 2). La flor de harina está en el
aceite, y el aceite está en la flor de harina. En esto consiste la mezcla.
La mezcla produce el permanecer mutuo. Por lo tanto, en Juan 15:4 el Señor Jesús dijo:
“Permaneced en Mí, y Yo en vosotros”. Cuando hablamos de la vida mezclada, nos
referimos a este permanecer mutuo de nosotros en el Señor y del Señor en nosotros.
Además, esta vida mezclada es una vida injertada.
Juan 6:57 dice: “Como me envió el Padre viviente, y Yo vivo por causa del Padre,
asimismo el que me come, él también vivirá por causa de Mí”. En este versículo el Señor
dice que Él vive por causa del Padre, lo cual indica que estas dos personas viven por una
misma vida y que tienen un mismo vivir. El Hijo y el Padre son dos, pero no tienen dos
vidas diferentes ni viven dos vidas diferentes, sino que tienen una sola vida y un mismo
vivir. El Hijo vive por el Padre, y el Padre vive a través del Hijo. En este versículo el
Señor también dice que el que le coma, también vivirá por causa de Él. Esto indica que
tal como el Hijo y el Padre son dos personas con una sola vida y un mismo vivir, así
también nosotros y el Señor debemos tener una sola vida y un mismo vivir. Una vez más
podemos ver que ésta es una vida injertada y no una vida intercambiada.
En Gálatas 2:20 Pablo habla de su propia experiencia cristiana, diciendo que él fue
crucificado juntamente con Cristo y que ahora Cristo vive en él. De nuevo vemos dos
personas, Pablo y Cristo, quienes tienen una sola vida y un mismo vivir.
Hemos indicado que la vida superior absorbe los defectos y las deficiencias de la vida
inferior. Esto significa que la vida divina absorberá los defectos y las deficiencias de
nuestra vida humana. Esto es posible ya que en la vida de Cristo se halla el poder
aniquilador de Su crucifixión. Recordemos que la vida de Cristo fue procesada por
medio de la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección. Ahora Su vida
incluye todos estos elementos. Para ejemplificar esto podemos usar los antibióticos. Así
como los antibióticos matan los microbios que causan la enfermedad, el elemento
aniquilador que está en la vida de Cristo pone fin a las cosas negativas de nuestro ser.
Es posible que prefiramos simplemente ceder nuestra vida humana y permitir que sea
reemplazada por la vida de Cristo; o tal vez sintamos que nuestra vida está llena de
“microbios” y, por eso, deseamos que sea reemplazada por la vida divina. Ésta puede ser
nuestra manera de actuar, pero Dios no procede así en Su economía. Él ha dispuesto que
la vida de Cristo absorba todos los defectos, deficiencias y “gérmenes” que haya en
nosotros. Cuanto más le digamos al Señor Jesús que le amamos y que queremos ser uno
con Él, más experimentaremos el poder aniquilador de los antibióticos espirituales.
EL PRINCIPIO DE ENCARNACIÓN
(1)
En los mensajes anteriores hemos abordado la impartición del Dios Triuno y la vida
injertada. En este mensaje examinaremos la función de la vida injertada. Con el fin de
ver esto, debemos pedir al Señor que quite todos los velos, pues nos impiden recibir un
verdadero entendimiento de este libro. Podemos leer el libro de Romanos una y otra vez
sin darnos cuenta de que nos cubren una capa tras otra de velos. Debido a que muchos
lectores de este libro tienen estos velos, no pueden ver la impartición de la vida del Dios
Triuno ni la vida injertada ni tampoco el hombre tripartito tal y como se revelan en
Romanos 8. Por lo tanto, es preciso que los velos nos sean quitados, y luego tenemos
que leer este libro como si nunca antes lo hubiéramos hecho.
NUESTRO DESTINO
Hemos hecho notar que una vida injertada es una vida mezclada. El injerto es eficaz
solamente si las dos vidas que han de ser injertadas son similares. El que la vida
humana y la vida divina se asemejen en sobremanera, se demuestra por el hecho de que
Dios creó al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza (Gn. 1:29). Él hizo esto con
el propósito de que la vida humana fuera muy semejante a la vida divina. Una vez más
usemos el ejemplo del guante. En cuanto a su forma, semejanza y función, el guante es
igual a la mano; de otro modo, la mano no encajaría en el guante. Todos nosotros somos
guantes hechos conforme a la semejanza de la mano divina. ¡Cuánto debemos alabar a
Dios por habernos creado a Su imagen y conforme a Su semejanza! ¡Alabémosle por
habernos hecho vasos cuyo fin es contenerle! Dios nos creó de este modo
intencionadamente a fin de que Él pudiera depositar a Su Hijo en nosotros.
Debido a que la vida humana y la vida divina son similares, se pueden conjugar. Esto
quiere decir que estas vidas pueden “casarse”. El día en que fuimos salvos nos casamos
con Cristo (Ro. 7:4). Por lo tanto, ser cristiano no es solamente un asunto de ser salvo y
regenerado, sino también de casarse con Cristo. La vida mencionada en Romanos 8 es
una vida injertada, una mezcla de dos vidas que son distintas pero muy similares a la
vez. La transformación y la conformación se llevan a cabo por medio de tal vida
injertada. Durante más de cincuenta años de ser cristiano he aprendido que la vida que
está transformándome y conformándome a la imagen del Hijo de Dios es una vida
injertada.
Cuando era un joven creyente, me hubiese gustado estar vivo cuando el Señor Jesús
estaba en la tierra; hubiera deseado haberlo visto, oído y tocado en la carne. Aun me
quejé con el Señor acerca de esto y le pregunté por qué razón Él no permitió que yo
hubiera vivido en el tiempo que Él estuvo sobre la tierra, para así haber estado
físicamente en Su presencia. Aún no me daba cuenta de que es mucho mejor que Cristo
esté dentro de mí que simplemente estar a Su lado. ¿Prefiere usted que el Señor esté
físicamente entre nosotros o que esté en nuestro ser interior como Espíritu? Tal vez con
su boca usted declare que prefiere que Él esté en usted, pero en su ser interior usted
probablemente preferiría que el Señor estuviera a su lado, tal como Él estaba con Sus
primeros discípulos. Si el Señor Jesús apareciera repentinamente en una forma física,
nos maravillaríamos. Esto demuestra que preferimos que Cristo esté entre nosotros, en
lugar de que Él esté en nuestro ser. Pero si Cristo todavía estuviera solamente entre
nosotros, Su vida no podría ser injertada junto con la nuestra, debido a que Él no estaría
en nosotros. Él podría realizar milagros entre nosotros, pero nosotros seguiríamos
siendo iguales, sin que ningún cambio ni transformación se realizara en nosotros.
Podríamos abrazarlo, pero no podríamos ser injertados en Él. Por lo tanto, Cristo
prefiere estar dentro de nosotros a fin de que podamos mezclarnos con Él. Cristo desea
que permanezcamos en Él, para que Él pueda permanecer en nosotros (Jn. 15:4). Ésta es
la mezcla que produce la vida injertada. Es esta clase de vida la que nos transforma y nos
conforma a la imagen de Cristo.
Con el fin de ser hecho apto para entrar en nosotros, Cristo tuvo que pasar por los
procesos de encarnación, vivir humano, crucifixión, resurrección y ascensión. Además,
como Espíritu tuvo que descender sobre nosotros. Entonces lo único que nos queda por
hacer es invocarle con fe. Cuando decimos: “Oh, Señor Jesús, creo en Ti”, Su vida, que
ahora ha sido hecha apta para ello, entra en nuestra vida, que fue dispuesta para ello, y
así las dos vidas se unen. De este modo, nuestra vida es injertada en la Suya.
Tal vez usted haya sido un cristiano por muchos años sin darse cuenta de que la vida
cristiana es una vida injertada, una mezcla de la vida divina con la vida humana. Tanto
la vida divina como la vida humana son bastante complejas. La vida divina es en
realidad Cristo mismo. Cristo es Dios y, como tal, es el Creador de todas las cosas. Un
día Él se encarnó y se vistió de la naturaleza humana. ¡Qué gran misterio que la
divinidad y la humanidad pudieran mezclarse como una sola entidad! Después de
encarnarse, Cristo tuvo un vivir humano y pasó por la crucifixión, la resurrección y la
ascensión. Todos estos elementos están ahora incluidos en la vida divina. Esta vida tiene
el poder de poner fin a todas las cosas negativas y, además, cuenta con el poder de la
resurrección, que tiene la capacidad de generar, de germinar, de transformar y de
conformar. Esta vida compleja y apta es la misma vida que recibimos cuando creímos en
el Señor Jesús.
Pero ¿qué diremos acerca de la vida humana con la cual se ha mezclado esta vida tan
maravillosa? La vida humana creada por Dios vino a ser caída, corrupta, entenebrecida,
mundana y satánica. Como consecuencia de esto, está lleno de los elementos
demoníacos, malignos y negativos.
Juan 3:16 nos dice que Dios amó al mundo. Por años yo no pude entender por qué la
Biblia no dice que Dios amó a la humanidad. A los ojos de Dios el hombre caído vino a
ser el mundo. Esto quiere decir que la humanidad caída, corrupta, mundana y satánica,
es en realidad el sistema satánico mismo. Antes de que fuéramos salvos, formábamos
parte de ese sistema. Pero, a pesar de lo maligno que es este sistema, la Biblia declara
que Dios amó al mundo. La razón por la que Dios ama al mundo es porque en el mundo
se encuentra la vida que Él creó a Su imagen y conforme a Su semejanza con el
propósito de que lo contuviera a Él como vida.
Tanto la vida divina como la vida humana son complejas. La vida divina es compleja en
un sentido positivo, mientras que la vida humana lo es en un sentido negativo. Dios,
conforme a Su economía, desea injertar esta vida humana que es negativamente
compleja, en Su propia vida, la cual es igual de compleja, pero en un sentido positivo.
Cuando nosotros creímos en el Hijo de Dios e invocamos el nombre del Señor, Su vida
que es positivamente compleja entró en nosotros, y así nuestra vida que es compleja en
un sentido negativo fue injertada en Él.
En los mensajes anteriores señalamos que, de acuerdo con el principio ordenado por
Dios, la vida inferior no es capaz de subyugar a la vida superior; más bien, es la vida
superior la que elimina los aspectos negativos de la vida más deficiente. La vida divina
es como una dosis de medicina todo-inclusiva. En esta dosis está incluido el poder
aniquilador de la crucifixión de Cristo que pone fin a los elementos negativos de nuestra
vida humana. Además, el poder de resurrección de Cristo resucita y eleva todos los
elementos apropiados de esta vida humana, es decir, los elementos que Dios creó a Su
imagen y conforme a Su semejanza. Cuando Dios creó al hombre, le dio una mente, una
parte emotiva y una voluntad. Sin embargo, todas estas partes de nuestro ser se
corrompieron por la caída. Cuando la vida divina entra en nosotros y somos injertados
en esta vida, el poder aniquilador que está en ella pone fin a la corrupción que se halla
en nuestra mente, en nuestra parte emotiva y en nuestra voluntad. Luego, la vida divina,
con miras a cumplir el propósito de Dios, resucita los elementos que Dios había creado a
Su imagen y conforme a Su semejanza. La vida divina no anula lo que ha sido creado por
Dios. Por el contrario, esta vida divina resucita nuestra vida creada y la restaura.
Los maestros de la Biblia pueden decir que como aquellos que hemos sido crucificados
con Cristo, debemos rechazar nuestra alma. Sin embargo, cuanto más tratamos de
rechazar el alma, más presente está con nosotros. Por ejemplo, después de haber sido
salvos, podemos volvernos muy tiernos con relación a nuestra parte emotiva. De
acuerdo con mi experiencia, cuanto más negaba mi alma, que incluye mi mente, parte
emotiva y voluntad, descubría que mi mente se volvía más aguda, mi parte emotiva más
sensitiva y mi voluntad más fuerte. Antes de ser salvo, yo era como una medusa, pero
ahora mi voluntad es extremadamente fuerte. ¿Cómo podemos explicar este fenómeno?
¿No han sido crucificadas nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad?
¿No las hemos negado? Claro que sí. Pero recordemos que la Biblia no sólo dice que
hemos sido crucificados con Cristo, sino que también hemos resucitado con Él. La
crucifixión y la sepultura no son el fin. Una vez que nuestra alma ha sido crucificada y
sepultada, también resucita, porque ha sido injertada en la vida divina. Debido a que la
vida divina y la vida humana han sido injertadas, el poder aniquilador de la vida divina
nos crucifica, y el poder de resurrección que está en ella, nos eleva.
Nuestra crucifixión con Cristo, efectuada hace más de 1900 años, es hecha real y se
puede experimentar hoy por medio de la vida divina que está en nosotros. Esto mismo
se aplica a la resurrección. Tanto la eficacia de la crucifixión como el poder de la
resurrección están incluidos en el Espíritu vivificante todo-inclusivo. Desde el momento
en que creímos en el Señor Jesús y fuimos injertados en Su vida todo-inclusiva, los
diferentes ingredientes de esta vida han estado operando dentro de nosotros. Cuanto
más le decimos al Señor Jesús que le amamos, cuanto más nos consagramos a Él para
contenerle, y cuanto más tiempo pasamos con Él en la Palabra, cuanto más disfrutamos
de comunión con Él, más actúan los ingredientes de esta vida divina con miras a darnos
fin y resucitarnos. Esto hace que nuestra mente sea sobria, nuestra parte emotiva se
vuelva tierna y nuestra voluntad, llegue a ser fuerte. El elemento corrupto de nuestra
vida humana es crucificado y sepultado, pero el elemento positivo es elevado por la
resurrección. Por consiguiente, ya no vivimos nosotros, mas vive Cristo en nosotros (Gá.
2:20). Aquí vemos la función que cumple la vida injertada, función que consiste en
llevar a cabo la transformación, la cual da por resultado que seamos conformados a la
imagen de Cristo. Mientras experimentamos interiormente la crucifixión, la sepultura y
la resurrección, somos transformados y conformados a la imagen de Cristo. La
transformación y la conformación son el resultado de la obra interior que realiza la vida
injertada.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE SESENTA Y CINCO
(2)
Como creyentes de Cristo que somos, nuestra relación con el Señor está totalmente
ligada a la vida. A partir de Romanos 5:10, Pablo tiene mucho que decir acerca de la
vida. En este versículo él dice que “seremos salvos en Su vida”, y en 5:17 afirma que
“reinaremos en vida”. En 6:4 leemos: “Así también nosotros andemos en novedad de
vida”. En 8:2 Pablo habla del Espíritu de vida, y en 8:10 él declara que “el espíritu es
vida a causa de la justicia”. Además, la mente puesta en el espíritu es vida (8:6), y la vida
divina es impartida a nuestro cuerpo mortal por el Espíritu de aquel que levantó de los
muertos a Cristo Jesús (8:11).
LA META DE DIOS
A medida que la vida divina crezca y cumpla su función en nosotros, Dios logrará Su
meta de producir muchos hijos que conformarán el Cuerpo y así expresarán a Cristo.
Actualmente Cristo, el Hijo de Dios, ya no es simplemente el Hijo unigénito, sino
también el Primogénito entre muchos hermanos (8:29). Como Hijo primogénito, Él es el
prototipo y modelo de la filiación para todo aquel que en Él cree. Finalmente, todos los
hijos de Dios formarán un organismo viviente, el Cuerpo, con el fin de expresar a Cristo.
La vida mediante la cual somos transformados es una vida injertada, la mezcla de la vida
humana con la vida divina. En conformidad con la soberanía de Dios en la creación, la
vida humana es similar a la vida divina tal como un guante es similar a la mano. A
menos que exista la mano, el guante será inútil y no tendrá propósito. Bajo este mismo
principio, la vida humana será inútil y no tendrá propósito a menos que contenga la vida
de Dios. La vida humana fue creada a la imagen de la vida divina y conforme a su
semejanza con el propósito de que contenga la vida divina. Si la vida humana no
contiene la vida divina, viene a ser como un guante vacío que no tiene propósito. Así que
el significado de la vida humana es que ha de contener la vida divina.
La vida humana es muy compleja. No sólo fue creada por Dios, sino que cayó, se
corrompió y se mezcló con las cosas satánicas y diabólicas. No obstante, el elemento
bueno creado por Dios aún permanece en el hombre. Por esta razón Dios ama esta vida
humana tan compleja.
Para estar en condiciones de ser recibida por la vida humana, la vida divina tuvo que
pasar por un proceso que incluye la encarnación, la crucifixión, la resurrección y la
ascensión. Por medio de la encarnación Cristo se vistió de un cuerpo físico para poder
así derramar Su sangre en la cruz por nuestros pecados. En la cruz Él no sólo efectuó la
redención, sino que también puso fin a todas las cosas negativas del universo. Después
de ser crucificado y sepultado, Cristo entró en resurrección con Sus elementos divinos,
lo cual lo capacitó para germinarnos, hacernos germinar y transformarnos. Más aún, en
Su ascensión Cristo fue exaltado, glorificado y entronizado; además, se le dio por Cabeza
sobre todas las cosas y se le ha dado el señorío y el reinado. Ahora la vida divina es
plenamente apta y está debidamente preparada para ser recibida por la vida humana.
El día en que recibimos la vida divina dentro de nosotros en nuestro ser, se llevó a cabo
un maravilloso matrimonio en nuestro ser: el matrimonio de la vida humana y la vida
divina. Mediante este matrimonio llegamos a ser personas muy especiales. Ésta es la
razón por la cual Pablo nos dice en 1 Corintios 3 que todas las cosas son nuestras. Los
cielos fueron creados para la tierra, y la tierra fue creada para el hombre. Nosotros los
que tenemos una vida que es casada con la vida divina, somos el centro, el enfoque
central, de todo el universo. Dentro de nuestro ser hemos experimentado el injerto de la
vida humana con la vida divina. La mezcla de estas dos vidas producirá hijos útiles para
el cumplimiento del propósito de Dios. Por medio de esta vida mezclada e injertada
seremos plenamente transformados y conformados a la imagen del primogénito Hijo de
Dios.
EL PROCESO Y LA META
EL ESPÍRITU COMPUESTO
El Nuevo Testamento declara explícitamente que hemos sido crucificados con Cristo y
resucitados con Él (Ro. 6:6; Gá. 2:20; Ef. 2:5-6; Col. 3:1). Cuando era joven traté de
explicarme cómo podía haber sido crucificado con Cristo y sepultado con Él, ya que Su
crucifixión y sepultura se llevaron a cabo hace más de 1900 años. Finalmente, leí un
libro que explicaba que para Dios no existe el factor tiempo. Nosotros estamos limitados
por el tiempo, pero Dios, siendo eterno, no está limitado por tal elemento. Aunque
significó mucha ayuda para mí entender esto, no tuvo ningún efecto práctico en mi vida.
Yo podía creer que había sido crucificado y resucitado con Cristo, pero aún así estaba
perturbado e insatisfecho, pues el mero hecho no tenía ningún efecto práctico en mi
vivir. Simplemente no me satisfacía la doctrina ni la teoría.
Más tarde, empecé a ver que en el Espíritu vivificante se hallan muchos elementos,
muchos ingredientes. En Éxodo 30 tenemos el aceite compuesto, un ungüento hecho
con aceite de olivo, que representa al Espíritu Santo, al cual se le añadían cuatro
especias distintas. Estas especias representan principalmente la humanidad de Cristo,
Su muerte, y Su resurrección. En tiempos del Antiguo Testamento, antes de que el
Espíritu fuera un Espíritu compuesto, era simplemente el Espíritu de Dios, el cual era
representado por el aceite. El Espíritu aún no había llegado a ser el ungüento, el Espíritu
compuesto elaborado por la adición de las especias. Pero al pasar Cristo por el proceso
de encarnación, crucifixión y resurrección, Su humanidad, Su muerte y Su resurrección
fueron añadidas al Espíritu de Dios y formaron así una entidad compuesta. Por lo tanto,
el Espíritu Santo hoy es el Espíritu compuesto, el ungüento compuesto con los
elementos de humanidad, de muerte y de resurrección.
Suponga que tenemos un vaso de agua simple. Luego le añadimos ciertos ingredientes
nutritivos al agua para hacer una bebida deliciosa. Por consiguiente, es imposible tomar
el agua sin tomar también tales ingredientes. En ocasiones una madre suele añadir
algún medicamento a una bebida para su hijo enfermo. Aunque el niño se rehúse a
beber la medicina sola, él la tomará cuando se le ofrece como una bebida preparada. De
este modo, la medicina, cuando se añade a una deliciosa bebida, entra en él y
espontáneamente actúa dentro de él.
Hoy el Espíritu vivificante es una dosis todo-inclusiva de “medicina” divina, preparada
con varios ingredientes. Esta dosis es en realidad el mismo Dios Triuno procesado en
calidad de Espíritu vivificante todo-inclusivo. En este Espíritu se encuentran la
divinidad, la humanidad y la encarnación de Cristo, así como Su vivir humano,
crucifixión, resurrección y ascensión. Por consiguiente, cuando invocamos el nombre del
Señor Jesús, este Espíritu todo-inclusivo con todos estos ingredientes maravillosos
entra en nosotros.
Ahora llegamos a un asunto crucial. En Romanos 6:5 Pablo dice: “Porque si siendo
injertados en Él hemos crecido juntamente con Él en la semejanza de Su muerte,
ciertamente también lo seremos en la semejanza de Su resurrección”. Como creyentes
en Cristo, hemos crecido juntamente con Él en la semejanza de Su muerte. Crecer en la
semejanza de la muerte de Cristo tiene que ver con el bautismo. Además, tendremos la
semejanza de Su resurrección, lo cual también alude al asunto de crecer junto con
Cristo, según se entiende en la primera parte de este versículo. Por lo tanto, Pablo está
diciendo que si hemos crecido juntamente con Cristo en la semejanza de Su muerte,
también creceremos juntamente con Él en la semejanza de Su resurrección, es decir, en
la novedad de vida mencionada en el versículo anterior.
Romanos 6:5 incluye dos pasos de nuestro crecimiento en Cristo. Ahí vemos que el
primer paso ya se ha realizado, mientras que el segundo es progresivo. Por un lado,
hemos crecido juntamente con Cristo, pero por otro, creceremos en la semejanza de Su
resurrección. Hemos crecido en el bautismo, pero aún creceremos en la novedad de
vida.
De acuerdo con 6:5, Pablo presentó el bautismo como un paso de nuestro crecimiento
en vida. Sin embargo, muy pocos cristianos ven la relación que existe entre el bautismo y
este crecimiento. No obstante, ser bautizado es crecer juntamente con Cristo. Según la
palabra griega usada aquí, hemos “co-crecido” con Él. Esto significa que mientras
estábamos siendo bautizados, estábamos creciendo juntamente con Cristo. Es crucial
que logremos captar esta verdad para poder entender qué es la transformación que se
lleva a cabo por la vida injertada. Después de nuestro bautismo, habíamos crecido
juntamente con Cristo en la semejanza de Su muerte.
Cuando nos arrepentimos, invocamos el nombre del Señor Jesús y creímos en Él, la vida
divina, que es compleja, pero en un sentido positivo, entró en nosotros, y como
resultado de ello, tuvo lugar un matrimonio, un injerto entre la vida humana y la vida
divina. De inmediato esta vida injertada empezó a crecer. En otras palabras, nosotros
empezamos a crecer en nuestra vida cristiana juntamente con Cristo. Además, cuando
fuimos bautizados en agua, continuamos creciendo juntamente con Él. El bautismo es el
mejor terreno para el crecimiento espiritual. Cuando fuimos sumergidos en el agua,
éramos como una semilla plantada en la tierra. Luego brotamos en resurrección,
habiendo crecido juntamente con Cristo en el bautismo. En efecto, el bautismo no es un
simple ritual ni una mera formalidad.
La vida cristiana es una vida de bautismo. El bautismo, por un lado, se realizó de una
vez por todas y, por otro, continúa aplicándose a nosotros hasta que seamos plenamente
transformados y conformados a la imagen de Cristo. Por tanto, hasta que esta meta se
logre, continuamos llevando una vida de bautismo. Esto quiere decir que diariamente se
nos aplica la muerte de Cristo al experimentar nosotros la eficacia de Su muerte, la cual
es ahora uno de los ingredientes o elementos que se hallan en el Espíritu todo-inclusivo.
Si nuestro esposo o esposa nos mortifica, podemos experimentar en ese mismo
momento la aplicación de la muerte de Cristo. En lugar de discutir podemos
experimentar la muerte de todos los elementos negativos que se encuentran dentro de
nuestro ser. Esto no se lleva a cabo por cierta doctrina o práctica, sino por el elemento
aniquilador de la muerte de Cristo, el cual está incluido en la vida divina todo-inclusiva.
UN ANTIBIÓTICO CELESTIAL
La vida divina es un antibiótico celestial. Discutir con nuestro esposo o esposa es como
estar enfermos de “tos”. Siempre que discutimos con nuestro esposo o esposa, estamos
“tosiendo”, y la muerte de Cristo es el único antibiótico capaz de eliminar el germen que
causa dicha enfermedad.
El antibiótico celestial no sólo nos crucifica, sino que también nos resucita y renueva las
facultades de nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Tal resurrección
y renovación son el crecimiento y transformación verdaderos.
EL PROCESO DE LA TRANSFORMACIÓN
Si hemos de ser transformados, constantemente debemos buscar más del Señor, orar,
leer la Palabra e invocar Su nombre. De este modo, comemos, bebemos y respiramos el
rico suministro de Cristo recibiéndolo en lo más profundo de nuestro ser. Entonces, este
suministro producirá un cambio metabólico donde los elementos viejos y negativos son
desechados y reemplazados por elementos nuevos y positivos. Este cambio metabólico
es la transformación.
EL CRECIMIENTO Y LA SANTIFICACIÓN
Tengo la carga de que todos los santos puedan disfrutar plenamente de la vida divina
todo-inclusiva y experimentar la transformación y la conformación. No necesitamos
enseñanza ni esfuerzo propio; más bien, requerimos una visión. Oro para que el Espíritu
ilumine a los santos y les revele estos asuntos de modo que los puedan experimentar en
su vida diaria.
Toda clase de vida tiene cuatro características básicas, a saber: la esencia de vida, el
poder de vida, la ley de vida y la forma de vida. Cada tipo de vida tiene su propia esencia.
Aunque la esencia de cierta vida pueda ser abstracta y misteriosa, la vida misma es
poderosa de una manera muy sustancial. Consideremos una semilla de clavel. Después
de que una semilla de clavel ha sido sembrada y germina, gradualmente rompe la
superficie de la tierra y empieza a crecer notablemente. Cada vida tiene también su
propia ley, esto es, el principio que rige su función y desarrollo.
Debido a que la ley de cada vida controla su propio crecimiento, una planta de clavel no
producirá rosas, sino claveles. No hay necesidad de que oremos acerca de esto; la misma
ley de vida que es propia del clavel opera automáticamente dirigiendo su desarrollo.
Además, cada tipo de vida tiene su forma particular. Por ejemplo, las manzanas de
Washington tienen una forma específica. Los agricultores no necesitan enseñar a los
manzanos a producir un fruto con una característica determinada. La vida misma del
manzano da su forma automáticamente al fruto. Esto puede aplicarse a cada clase de
vida.
MOLDEADOS CONFORME
AL MODELO DEL HIJO PRIMOGÉNITO
La conformación denota la forma de la vida. A medida que la vida divina crece dentro de
nosotros, espontáneamente nos moldea de acuerdo con el modelo, la imagen, del Hijo
primogénito de Dios. Muchos cristianos, ajenos a esta realidad, intentan moldearse a sí
mismos a la semejanza de Cristo. Dicho esfuerzo propio nunca da resultado. En este
respecto solamente una cosa es prevaleciente: la vida divina que crece en nosotros, nos
santifica, nos transforma y nos moldea. No hay necesidad de que nos moldeemos a
nosotros mismos, que actuemos o que nos esforcemos por mejorar nuestra conducta. Lo
que necesitamos es tener una experiencia más completa de la vida injertada. La vida
divina tiene su propia esencia, poder, ley y forma. Como aquellos que estamos pasando
por el proceso de transformación, estamos siendo moldeados gradualmente a la imagen
del Hijo de Dios mediante la función de la vida divina todo-inclusiva, la cual se ha
mezclado con nuestra vida humana. Por lo tanto, podemos descansar en paz.
En segundo lugar, la vida divina nos resucita. No importa cuán caída sea nuestra
condición, seguimos siendo la creación de Dios. Todo lo que Dios creó es bueno. En
lugar de desechar Su creación, Dios la recuperará y restaurará mediante el poder de
resurrección de la vida divina. A medida que la vida divina desecha todas las cosas
negativas de nuestro ser, opera para resucitar la creación original de Dios. Cuando Dios
nos creó, nos dio una mente, una parte emotiva, una voluntad, un corazón, un alma y un
espíritu, y Su intención es introducir en la resurrección todos estos aspectos de nuestro
ser. Antes de que fuésemos salvos, tal vez tuvimos una mente torpe, emociones
desequilibradas y una voluntad problemática. Pero cuanto más contacto tenemos con el
Señor y más le experimentamos, más se aclara nuestra mente y recupera su sobriedad,
más equilibradas se vuelven nuestras emociones, y más calibrada es nuestra voluntad.
Esto ya no es un carácter natural, sino un carácter resucitado. Alabado sea el Señor
porque la vida divina que está en nosotros logra resucitar todas las partes de nuestro ser
que fueron creadas por Dios.
A medida que la vida divina resucita nuestras facultades, las eleva al nivel más alto. Esto
produce en nosotros un carácter más noble y superior. Los cristianos no deben tener un
carácter débil. Dondequiera que nos encontremos debemos mostrar el carácter más
excelente, porque nuestras facultades naturales han sido elevadas por la vida divina.
Para experimentar esto de manera cabal, debemos ser fieles en tener contacto con la
vida divina que se encuentra dentro de nosotros. Si somos fieles en hacer esto, se elevará
notablemente la condición de nuestro carácter.
Además, a medida que la vida divina desecha lo negativo, resucita la creación original de
Dios y eleva nuestras facultades, les suministra las riquezas de Cristo a cada una de
nuestras partes internas. Es por eso que muchos que aman al Señor llegan a tener una
mentalidad muy aguda. También es por eso que muchos hermanos y hermanas, a pesar
de haberse consagrado para asistir a todas las reuniones de la iglesia, siguen siendo
estudiantes sobresalientes. Esto se debe a que sus facultades resucitadas y elevadas
reciben el suministro continuo de las riquezas de Cristo.
Por último, la vida divina saturará todo nuestro ser. Ser saturados es mucho mejor que
ser inspirados. Finalmente, todo nuestro ser será saturado de la vida divina. El resultado
de esto será la transformación. Las riquezas de Cristo saturarán nuestro ser y
producirán un verdadero cambio metabólico. Una vez que la vida divina nos sature de
esta manera, seremos conformados a la imagen de Cristo.
La vida divina está preparada y capacitada para llevar a cabo tal labor dentro de
nosotros; pero nosotros tenemos que ejercitarnos acerca de lo que el Señor nos ha
mostrado. Debemos ser fieles en tener contacto con Él, en orar a Él, en leer la Palabra, y
en inhalarlo a Él. Hacer estas cosas es poner nuestra mente en el espíritu (8:6). Cuando
ponemos nuestra mente en el espíritu, ninguna parte de nuestro ser interior
permanecerá separada del espíritu. Esto le proporcionará a la vida divina toda la
libertad para desechar todo elemento negativo, resucitar, elevar y abastecer nuestras
facultades, y saturar cada parte de nuestro ser. Con respecto a esto, necesitamos orar
por nosotros mismos, por los demás y por todas las iglesias locales. Que seamos fieles en
vivir y andar conforme a lo que hemos visto en estos mensajes.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE SESENTA Y SEIS
En el capítulo 7 Pablo, el escritor del libro de Romanos, nos dice que entre las distintas
partes de su ser se estaba librando una batalla. Una parte de su ser quiere guardar la ley
de Dios de una manera completa y perfecta. Esta parte anhela deleitarse en Dios,
agradarle y satisfacerle. Por ello, en 7:22 Pablo dice: “Porque según el hombre interior,
me deleito en la ley de Dios”. Sin embargo, cuando esta parte de nuestro ser se propone
hacer el bien y cumplir la ley, otra parte se levanta para oponerse. Esta última siempre
derrota a la parte que se deleita en la ley de Dios. Por tanto, en 7:23 Pablo dice: “Pero
veo otra ley en mis miembros, que está en guerra contra la ley de mi mente, y que me
lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”. La parte buena siempre es
derrotada. Podemos tomar partido por esta parte buena y ponernos de su lado a fin de
luchar contra la parte contraria, pero aun así, siempre seremos derrotados y perderemos
tal batalla.
Hemos señalado que en 7:23 Pablo habla de ser llevado cautivo a la ley del pecado que
está en sus miembros. Estar bajo tal clase de cautiverio, ¿no es acaso encontrarse en una
situación lamentable en extremo? No obstante, es imprescindible que comprendamos
que aún en nuestra condición de cristianos es posible para nosotros ser llevados cautivos
a la ley del pecado todos los días. Quienes nos llevan en cautiverio no son enemigos
gigantescos que son ajenos a nuestro propio ser, sino adversarios aparentemente
pequeños que operan en nuestro interior, adversarios tales como nuestro mal humor. A
menudo decimos que perdimos la paciencia, sería más acertado decir que fuimos hechos
cautivos de la ley del pecado. En realidad, no es que simplemente perdemos nuestra
paciencia, sino que somos hechos cautivos de la ley del pecado que está en nuestros
miembros.
Romanos 7:24 dice: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?”.
Este clamor se relaciona con la condenación mencionada en 8:1. Ésta no es la
condenación objetiva delante de Dios, sino la condenación subjetiva, la condenación
dentro de nosotros. Además, esta condenación no es un problema que aflija a Dios, sino
un problema que nos aflige a nosotros.
Pocos incrédulos experimentan esta clase de condenación, pero todos los cristianos que
buscan más del Señor son afligidos por ella. Mientras uno no busca al Señor, sino que en
lugar de ello ama al mundo, no tiene este problema; pero en cuanto uno comienza a
amar al Señor y a buscarle, espontáneamente se propone mejorar su carácter e incluso
se esfuerza por alcanzar la perfección, así como amar al Señor al máximo. Esta decisión
provoca la guerra descrita en el capítulo 7. Al determinar nosotros hacer el bien y
procurar mejorarnos a nosotros mismos, instigamos la ley del pecado que está en
nuestros miembros. Esto hace que todos los pequeños enemigos que operan en nuestro
ser se levanten y peleen contra nosotros. En nuestro ser existen muchos de estos
pequeños enemigos. Sin embargo, si un cristiano no ama mucho al Señor o si no se
propone serle grato, no tendrá que enfrentar la oposición de estos enemigos. Pero en
cuanto se proponga hacer el bien, estos enemigos se opondrán.
A continuación, en el versículo 25 Pablo dice: “Gracias sean dadas a Dios, por medio de
Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con la mente sirvo a la ley de Dios, mas con
la carne a la ley del pecado”. Ésta es la conclusión del capítulo 7. Puesto que en este
capítulo no se nos da la manera en que podemos ser librados de la condenación
subjetiva, se hace necesario el capítulo 8.
NO HAY CONDENACIÓN
Pablo comienza el capítulo 8 dándonos una palabra sobre la condenación: “Ahora, pues,
ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. Una vez más quisiera
decir que la condenación a la que aquí se hace referencia, es una condenación interna.
En este versículo el escritor de esta epístola puede alabar al Señor y declarar que ya no
hay condenación para los que están en Cristo Jesús. Cuando algunos leen este versículo,
pueden decir: “Yo estoy en Cristo Jesús, pero ¿por qué no puedo dar ese grito de
victoria, sino que aún me encuentro suspirando y gimiendo?”. La razón para ello es que
probablemente, en términos reales y prácticos, todavía estemos en 7:24 y no en 8:1. Es
probable que mientras disfrutamos al Señor en una reunión de la iglesia tengamos el
sentir de que somos victoriosos; entonces nos encontramos en 8:1, pero después de la
reunión es posible que nuevamente nos sintamos derrotados y nos encontremos
nuevamente viviendo la experiencia descrita en 7:24.
Debemos prestar atención al tiempo verbal de 8:1. Este versículo está en tiempo
presente, y no en tiempo futuro. Pablo no dice: “No habrá condenación”; más bien, él
dice: “Ninguna condenación hay”. Cuando surja un problema, simplemente debemos
recordar esto y declarar: “Ahora, pues, ninguna condenación hay”. Por ejemplo, cuando
usted vuelve a casa después de la reunión, y su cónyuge está por dirigir su atención a
algún asunto problemático, en ese momento recuerde que no hay ninguna condenación.
Si declaramos el versículo 8:1 en medio de nuestras situaciones diarias, comprobaremos
cuán eficaz es la palabra de Dios.
En 8:3 el pecado no se refiere a hechos pecaminosos como robar, por ejemplo. Por
supuesto, el robar es pecado, pero éste no es el pecado al que se refiere este versículo.
Para entender la palabra pecado en este versículo debemos remitirnos al capítulo 7.
Según el capítulo 7 el pecado debe ser una persona, porque es capaz de pelear contra
nosotros, engañarnos, matarnos y hacernos cautivos. El versículo 11 dice: “Porque el
pecado, tomando ocasión por el mandamiento, me engañó, y por él me mató”. El hecho
de que el pecado pueda engañar y matar indica que no sólo se trata de una
personalización del pecado, sino que es en realidad una persona. De acuerdo con los
capítulos 5, 6, 7 y 8 el pecado no es simplemente una cosa o un asunto, sino una persona
viva y poderosa que puede hacernos sus cautivos y aun matarnos. Es cierto que este
pecado es mucho más poderoso que nosotros. ¿Quién entonces es esta persona llamada
pecado? ¿Quién es el pecado viviente capaz de engañarnos, hacernos cautivos y
matarnos?
Fue en relación con este pecado que Dios envió a Su Hijo en semejanza, en forma, de
carne de pecado. Esto indica que el pecado mora en cierto elemento, y dicho elemento es
la carne del hombre. Así que, nuestra carne es la habitación del pecado, ya que el pecado
mora en ella. Además, el pecado en realidad ha llegado a ser uno con la carne, haciendo
de nuestra carne virtualmente la encarnación misma del pecado.
Ahora debemos ver que cuando Dios el Padre envió a Dios el Hijo en cuanto al pecado
para darle fin y abolirlo, Él envió al Hijo no en la realidad de la carne de pecado, sino
únicamente en la semejanza o apariencia de la carne de pecado. Esto quiere decir que lo
envió en semejanza de carne, la cual se había convertido en la encarnación misma del
pecado. En resumen, Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado en cuanto al
pecado para poner fin al pecado, para condenarlo.
Romanos 8:3 no termina con un punto, sino con una coma, lo cual indica que el
versículo 4 es una continuación del versículo 3. De acuerdo con estos versículos, Dios
condenó al pecado en la carne “para que el justo requisito de la ley se cumpliese en
nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al espíritu”.
Romanos es un libro que habla tanto de la vida cristiana como de la vida de iglesia. Con
respecto a la vida cristiana y a la vida de iglesia, el capítulo 8 de Romanos es crucial. Si
no nos apropiamos de la experiencia revelada en este capítulo, nos será imposible tener
una vida cristiana y una vida de iglesia apropiadas. Hoy en día, entre los millones de
cristianos, muy pocos llevan una vida cristiana y una vida de iglesia adecuadas, porque
muy pocos conocen el secreto tan crucial que se encuentra en el capítulo 8.
En el universo existen dos mundos, dos esferas, un mundo espiritual y uno físico. En el
mundo espiritual se hallan los demonios, espíritus malignos y muchos otros elementos
negativos que nos molestan. Pablo recibió una revelación de este mundo espiritual. En
Colosenses 2:14-15 él señala que cuando el Señor Jesús fue crucificado, Él despojó a los
principados y potestades, y los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos. Aquellos
que crucificaron al Señor Jesús no se percataban de lo que estaba ocurriendo en el
mundo espiritual mientras el Señor estaba clavado a la cruz. No obstante, los demonios
y los ángeles malignos sí comprendían que estaban siendo derrotados por medio de la
muerte del Señor Jesús en la cruz. Según Colosenses 2:15, Dios el Padre intervino para
que nada impidiera que se consumara la crucifixión de Cristo. Por lo tanto, mediante la
muerte de Cristo en la cruz, los principados y potestades fueron vencidos. Esto indica
que durante Su crucifixión Cristo combatía contra los poderes malignos. Estos poderes
malignos no pudieron prevalecer sobre Cristo en la cruz.
Después que el Señor Jesús murió, fue sepultado. En cierto sentido los ángeles malignos
se alegraron de que fuera sepultado. Sin embargo, cuando estaba por levantarse de entre
los muertos, tales enemigos de Dios una vez más intentaron impedírselo. Los poderes
malignos hicieron todo lo posible por retenerlo en la muerte, pero, de acuerdo con
Hechos 2:24, era imposible que la muerte lo retuviera. Él se levantó de entre los muertos
y ascendió a los cielos. Cuando Él ascendió, despojó a las potestades malignas y las hizo
cautivas. Les digo estas cosas a fin de hacerles notar que la vida cristiana no sólo se
relaciona con el mundo físico, sino que también toca el mundo espiritual.
En 8:4 Pablo se hace referencia tanto al mundo físico como al mundo espiritual. Él dice
que “no andamos conforme a la carne sino conforme al espíritu”. La expresión
“conforme a la carne” se refiere a la esfera física, pero la expresión “conforme al
espíritu” se refiere al mundo espiritual. La vida del cristiano es compleja: por un lado,
tenemos una parte física relacionada con el mundo físico y, por otro, tenemos una parte
espiritual —nuestro espíritu— el cual se relaciona con el mundo espiritual. Debemos
entender que la vida cristiana está relacionada con ambos mundos, y que estos dos
mundos existen dentro de nosotros. Tenemos la carne, y también tenemos el espíritu.
Debemos reflexionar sobre si estamos viviendo en la carne, en el mundo físico, o si
estamos viviendo en el espíritu, en el mundo espiritual. ¿Andamos conforme a la carne o
conforme al espíritu?
En 8:3 vemos que, en cuanto al pecado, Dios realizó una gran obra por medio de la
encarnación del Hijo de Dios; Dios resolvió el problema del pecado, condenando al
pecado en la carne. El versículo 3 incluye tanto la encarnación como la crucifixión. Dios
envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado; esto se refiere a la encarnación de
Cristo. Luego Dios condenó al pecado en la carne; esto tiene que ver con la crucifixión de
Cristo.
Dios condenó al pecado en la carne para que los justos requisitos de la ley pudieran ser
cumplidos en nosotros. Debemos notar que en el versículo 4 Pablo usa la palabra
cumplidos, y no guardados. Si él hubiera usado la palabra guardados en lugar de
cumplidos, este versículo implicaría que debemos guardar la ley. Sin embargo, Pablo
aquí no se refiere a guardar la ley, sino al cumplimiento de los justos requisitos de la ley
en aquellos que andan conforme al espíritu. Esto quiere decir que los requisitos de la ley
son cumplidos no por aquellos que guardan la ley, sino por los que andan conforme al
espíritu.
EL DIOS PROCESADO
COMO LA LEY DEL ESPÍRITU DE VIDA
En Romanos 8:1 Pablo dice: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están
en Cristo Jesús”. Y en el versículo 2 Pablo procede a explicar por qué no hay
condenación: “Porque la ley del Espíritu de vida me ha librado en Cristo Jesús de la ley
del pecado y de la muerte”. Aquí Pablo habla acerca de la ley del Espíritu de vida. Es
muy importante que sepamos cómo opera esta ley y cómo nos libera de la ley del
pecado.
Todo lo que Pablo abarca en el resto del capítulo 8 se relaciona con la operación de la ley
del Espíritu de vida. Si leemos este capítulo con el debido detenimiento, nos daremos
cuenta de que el tema de este capítulo no es en realidad el Espíritu, sino la ley del
Espíritu de vida.
Aquí debemos preguntarnos qué es la ley del Espíritu de vida. Aun debemos ir más allá y
hacernos una pregunta muy crucial: ¿Qué es esta ley? Si leemos detenidamente el
capítulo 8 y lo comparamos con los capítulos 5, 6 y 7, veremos que la ley del Espíritu de
vida es el propio Dios Triuno procesado que llegó a ser el Espíritu vivificante para poder
morar en nosotros. Esto quiere decir que el propio Dios Triuno procesado es la ley del
Espíritu de vida. Así como el pecado es una persona, Satanás, esta ley también es una
persona, el propio Dios Triuno.
Romanos 8 habla del proceso, incluso los procesos, por medio del cual el Dios Triuno
llegó a ser el Espíritu vivificante que mora en nuestro espíritu. En el versículo 3 Pablo se
refiere a la encarnación y a la crucifixión, diciendo: “Dios, enviando a Su Hijo en
semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado, condenó al pecado en la carne”. La
frase Dios envió a Su Hijo en semejanza de carne de pecado, se relaciona con la
encarnación. El hecho de que Dios enviara a Su Hijo en cuanto al pecado para condenar
al pecado en la carne, hace alusión a la crucifixión de Cristo. Además, el versículo 11
también alude a la crucifixión, porque dice que el Señor Jesús fue levantado de entre los
muertos. No obstante, lo que este versículo nos revela de manera más clara y directa es
el proceso de la resurrección, pues dice: “Y si el Espíritu de aquel que levantó de los
muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo vivificará
también vuestros cuerpos mortales por Su Espíritu que mora en vosotros”. En el
versículo 34 Pablo hace referencia a la ascensión cuando nos dice que Cristo está a la
diestra de Dios intercediendo por nosotros. Por consiguiente, en este capítulo se nos
presentan los cuatro procesos por los que pasó el Dios Triuno: la encarnación, la
crucifixión, la resurrección y la ascensión.
LA VIDA ES IMPARTIDA
A TODAS LAS PARTES DE NUESTRO SER
En Romanos 8:1-11 vemos que el Dios Triuno, después de haber pasado por varios
procesos, llegó a ser Espíritu vivificante, es decir, el Espíritu que da vida. En el versículo
11 Pablo dice claramente que aquel que levantó a Cristo de entre los muertos vivifica
nuestros cuerpos mortales, “por Su Espíritu que mora en [nosotros]”. Este Espíritu
ahora mora en nuestro espíritu.
El Dios Triuno procesado, como Espíritu vivificante, mora en nosotros para darnos vida
de una manera triple. El primer aspecto de esta impartición de vida se halla en el
versículo 10: “Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está muerto a causa del
pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia”. Este versículo afirma que si Cristo está
en nosotros, nuestro espíritu es vida. Aquí, Cristo es el propio Dios Triuno, quien ha
llegado a ser el Espíritu que mora en los creyentes. Debido a que este Cristo está en
nosotros, nuestro espíritu es vida, pues Él mora en nuestro espíritu como Espíritu
vivificante, lo cual hace que nuestro espíritu sea vida. Éste es el primer aspecto de la
impartición de vida revelado en Romanos 8.
El Dios Triuno, quien pasó por un proceso y se impartió en nosotros los seres humanos
tripartitos, es, Él mismo, la ley del Espíritu de vida. Cuando Pablo habla de la ley en
Romanos 8, si bien en aquel entonces la ciencia aún no se había desarrollado, él usa el
término ley de una manera científica. Al hablar de la ley en 8:2, Pablo se refiere a un
principio que opera espontáneamente.
Se encuentra esta concepción de lo que es una ley también en todo el capítulo 7. Por
ejemplo, en 7:21 Pablo dice: “Así que yo, queriendo hacer el bien, hallo esta ley: que el
mal está conmigo”. En este versículo la ley denota un principio que actúa automática y
naturalmente. Ésta es una concepción científica de lo que es una ley.
El Dios Triuno, con el fin de llegar a ser la ley del Espíritu de vida que opera en nosotros,
tuvo que pasar por un proceso, impartirse a nuestro ser y, finalmente, morar, residir, en
nosotros. La palabra griega usada para describir la morada en 8:9 y 11 proviene de la
raíz que significa “hogar”. El Dios Triuno pasó por un proceso y se impartió en nuestro
ser, y ahora Él hace Su hogar en nuestro ser tripartito. Hoy este Ser divino es una ley
maravillosa y positiva, la ley del Espíritu de vida. Pero la ley negativa, la ley del pecado y
de la muerte, es también una persona: Satanás, el diablo, aquel que tiene el imperio de
la muerte. Él es esta ley maligna. Por consiguiente, estas dos leyes son dos personas.
Era necesario que tanto Satanás como el Dios Triuno entraran en nuestro ser para que
fueran hechos respectivamente la ley negativa y la ley positiva, las cuales operan en
nuestro ser. Si Satanás no hubiera entrado en el hombre, él no podría ser la ley del
pecado y de la muerte dentro del hombre. Bajo el mismo principio, si el Dios Triuno
hubiera permanecido fuera de nosotros, Él no podría ser para nosotros la ley del
Espíritu de vida. ¡Alabémosle porque Él ha pasado por un proceso, se ha impartido en
nosotros, está haciendo Su hogar en nuestro interior y ha llegado a ser la ley del Espíritu
de vida en nosotros! ¡Aleluya porque tenemos esta ley tan maravillosa implantada en
nuestro ser!
Como seres vivientes, todos vivimos conforme a leyes definidas. Por ejemplo, la
respiración es una ley. ¿Respira usted por haber emprendido una actividad deliberada o
por la ley espontánea de la respiración? ¿Acostumbra usted decirse a sí mismo:
“Entiendo que requiero oxígeno; por lo tanto, debo ejercitarme para respirar”? Esto
haría de nuestra respiración una actividad que emprendemos deliberadamente. Sin
embargo, al respirar, nosotros lo hacemos por la ley natural de la respiración, y ésta no
es una actividad que emprendemos deliberadamente. Esto quiere decir que respiramos
aun sin tener plena conciencia de ello. Respiramos continuamente día y noche, no
importa dónde estemos. No respiramos porque decidamos hacerlo; de hecho, ni siquiera
nos damos cuenta de que estamos respirando. Además, los padres no tienen que
ordenar a sus hijos que respiren. Al contrario, la respiración es un principio automático
que funciona espontáneamente en nuestro cuerpo físico. En tanto estemos vivos,
continuaremos respirando. La respiración es una ley espontánea.
De igual manera, la digestión es una ley. Después de comer, ¿decide usted efectuar la
digestión de sus alimentos? ¿Se esfuerza acaso por digerir la comida? No, la digestión no
es una actividad, sino una ley, al igual que la respiración es un principio natural que es
espontáneo y automático y opera en nuestro cuerpo físico. Estos ejemplos de la
respiración y la digestión nos ayudan a entender lo que queremos decir cuando
hablamos de una ley.
El cometer pecados también es una ley. Esto quiere decir que cometemos pecados por
causa de la operación automática de la ley del pecado. Nadie jamás ha asistido a una
escuela para aprender a pecar. De igual modo nadie necesita ser enseñado a robar o a
mentir. Los padres saben que cuando los niños crecen, mienten sin que nadie les haya
enseñado. Decir mentiras proviene de la acción automática de la ley del pecado y de la
muerte. Algunos pecados, tales como el odio y los celos, también se deben a la operación
de esta ley.
¡Alabamos al Señor porque otra ley, el Dios Triuno como la ley de vida, ha sido instalada
en nosotros! ¡Cuán maravilloso es que después que el Dios Triuno pasó por un proceso,
Él fue instalado en nuestro ser y ahora opera en nosotros, no como una mera actividad,
sino por medio de una ley! Ahora, Él es una ley que opera en nuestro ser. Él opera en
nosotros no simplemente como el Dios todopoderoso que es, sino como una ley que
opera automáticamente.
LA VIDA ES IMPARTIDA
A TODAS LAS PARTES DE NUESTRO SER
En Romanos 8:1-11 vemos que el Dios Triuno, después de haber pasado por varios
procesos, llegó a ser Espíritu vivificante, es decir, el Espíritu que da vida. En el versículo
11 Pablo dice claramente que aquel que levantó a Cristo de entre los muertos vivifica
nuestros cuerpos mortales, “por Su Espíritu que mora en [nosotros]”. Este Espíritu
ahora mora en nuestro espíritu.
El Dios Triuno procesado, como Espíritu vivificante, mora en nosotros para darnos vida
de una manera triple. El primer aspecto de esta impartición de vida se halla en el
versículo 10: “Pero si Cristo está en vosotros, aunque el cuerpo está muerto a causa del
pecado, el espíritu es vida a causa de la justicia”. Este versículo afirma que si Cristo está
en nosotros, nuestro espíritu es vida. Aquí, Cristo es el propio Dios Triuno, quien ha
llegado a ser el Espíritu que mora en los creyentes. Debido a que este Cristo está en
nosotros, nuestro espíritu es vida, pues Él mora en nuestro espíritu como Espíritu
vivificante, lo cual hace que nuestro espíritu sea vida. Éste es el primer aspecto de la
impartición de vida revelado en Romanos 8.
El Dios Triuno, quien pasó por un proceso y se impartió en nosotros los seres humanos
tripartitos, es, Él mismo, la ley del Espíritu de vida. Cuando Pablo habla de la ley en
Romanos 8, si bien en aquel entonces la ciencia aún no se había desarrollado, él usa el
término ley de una manera científica. Al hablar de la ley en 8:2, Pablo se refiere a un
principio que opera espontáneamente.
Se encuentra esta concepción de lo que es una ley también en todo el capítulo 7. Por
ejemplo, en 7:21 Pablo dice: “Así que yo, queriendo hacer el bien, hallo esta ley: que el
mal está conmigo”. En este versículo la ley denota un principio que actúa automática y
naturalmente. Ésta es una concepción científica de lo que es una ley.
El Dios Triuno, con el fin de llegar a ser la ley del Espíritu de vida que opera en nosotros,
tuvo que pasar por un proceso, impartirse a nuestro ser y, finalmente, morar, residir, en
nosotros. La palabra griega usada para describir la morada en 8:9 y 11 proviene de la
raíz que significa “hogar”. El Dios Triuno pasó por un proceso y se impartió en nuestro
ser, y ahora Él hace Su hogar en nuestro ser tripartito. Hoy este Ser divino es una ley
maravillosa y positiva, la ley del Espíritu de vida. Pero la ley negativa, la ley del pecado y
de la muerte, es también una persona: Satanás, el diablo, aquel que tiene el imperio de
la muerte. Él es esta ley maligna. Por consiguiente, estas dos leyes son dos personas.
Era necesario que tanto Satanás como el Dios Triuno entraran en nuestro ser para que
fueran hechos respectivamente la ley negativa y la ley positiva, las cuales operan en
nuestro ser. Si Satanás no hubiera entrado en el hombre, él no podría ser la ley del
pecado y de la muerte dentro del hombre. Bajo el mismo principio, si el Dios Triuno
hubiera permanecido fuera de nosotros, Él no podría ser para nosotros la ley del
Espíritu de vida. ¡Alabémosle porque Él ha pasado por un proceso, se ha impartido en
nosotros, está haciendo Su hogar en nuestro interior y ha llegado a ser la ley del Espíritu
de vida en nosotros! ¡Aleluya porque tenemos esta ley tan maravillosa implantada en
nuestro ser!
Como seres vivientes, todos vivimos conforme a leyes definidas. Por ejemplo, la
respiración es una ley. ¿Respira usted por haber emprendido una actividad deliberada o
por la ley espontánea de la respiración? ¿Acostumbra usted decirse a sí mismo:
“Entiendo que requiero oxígeno; por lo tanto, debo ejercitarme para respirar”? Esto
haría de nuestra respiración una actividad que emprendemos deliberadamente. Sin
embargo, al respirar, nosotros lo hacemos por la ley natural de la respiración, y ésta no
es una actividad que emprendemos deliberadamente. Esto quiere decir que respiramos
aun sin tener plena conciencia de ello. Respiramos continuamente día y noche, no
importa dónde estemos. No respiramos porque decidamos hacerlo; de hecho, ni siquiera
nos damos cuenta de que estamos respirando. Además, los padres no tienen que
ordenar a sus hijos que respiren. Al contrario, la respiración es un principio automático
que funciona espontáneamente en nuestro cuerpo físico. En tanto estemos vivos,
continuaremos respirando. La respiración es una ley espontánea.
De igual manera, la digestión es una ley. Después de comer, ¿decide usted efectuar la
digestión de sus alimentos? ¿Se esfuerza acaso por digerir la comida? No, la digestión no
es una actividad, sino una ley, al igual que la respiración es un principio natural que es
espontáneo y automático y opera en nuestro cuerpo físico. Estos ejemplos de la
respiración y la digestión nos ayudan a entender lo que queremos decir cuando
hablamos de una ley.
El cometer pecados también es una ley. Esto quiere decir que cometemos pecados por
causa de la operación automática de la ley del pecado. Nadie jamás ha asistido a una
escuela para aprender a pecar. De igual modo nadie necesita ser enseñado a robar o a
mentir. Los padres saben que cuando los niños crecen, mienten sin que nadie les haya
enseñado. Decir mentiras proviene de la acción automática de la ley del pecado y de la
muerte. Algunos pecados, tales como el odio y los celos, también se deben a la operación
de esta ley.
¡Alabamos al Señor porque otra ley, el Dios Triuno como la ley de vida, ha sido instalada
en nosotros! ¡Cuán maravilloso es que después que el Dios Triuno pasó por un proceso,
Él fue instalado en nuestro ser y ahora opera en nosotros, no como una mera actividad,
sino por medio de una ley! Ahora, Él es una ley que opera en nuestro ser. Él opera en
nosotros no simplemente como el Dios todopoderoso que es, sino como una ley que
opera automáticamente.
El que el Dios Triuno opere como una ley dentro de nosotros puede ser ejemplificado
con la electricidad que ha sido instalada en nuestra casa. Una vez que la electricidad es
instalada en nuestra casa, no hay necesidad de que llamemos a la planta de energía toda
vez que necesitemos que la energía eléctrica opere en cierto aparato electrodoméstico.
¿No sería insensato telefonear a la compañía de luz para rogar que alguien conecte la
corriente eléctrica a fin de que funcionen los aparatos en nuestra casa? Si hiciéramos
esto, la gente de la planta eléctrica nos diría que no es necesario que les llamemos. Lo
que tenemos que hacer es simplemente hacer uso del poder de la corriente eléctrica al
encender el interruptor que ha sido instalado en nuestro hogar. Ninguna persona con el
conocimiento más elemental de la electricidad, llamaría nunca a la planta de luz para
rogarles que le conecten la corriente eléctrica. Todo aquel que sabe que la electricidad ya
ha sido instalada en su hogar, simplemente accionará el interruptor y hará uso del poder
de la corriente eléctrica.
A menudo nosotros los cristianos somos como aquellos que llaman a la planta de luz
pidiendo electricidad, sin percatarnos de que lo único que tenemos que hacer es activar
el interruptor. El Dios Triuno ha sido instalado en nosotros. No obstante, cuando
nuestro mal genio nos perturba, puede ser que clamemos: “Oh Dios, Padre
misericordioso, ten misericordia de mí y ayúdame a no perder la paciencia. No quiero
volver a enojarme. Por favor, líbrame de esto”. Esta clase de oración nunca es
contestada. De hecho, cuanto más oremos de esta manera, más problemas tendremos
con nuestro mal carácter. Si continuamos orando de este modo, es posible que el Señor
diga: “Hijo necio, ¿no sabes que Yo he sido instalado dentro de ti y que estoy operando
en tu interior como una ley? No hay necesidad de que clames a Mí ni de que ores acerca
de esto”.
En uno de los mensajes próximos señalaremos que ya que estamos en el espíritu, no hay
necesidad de que tratemos de entrar en él; más bien deberíamos simplemente
permanecer en este espíritu. Así que, en lugar de volvernos al espíritu, simplemente
deberíamos permanecer en el espíritu. Muchas veces hemos cantado el himno que dice:
“Vuélvete a tu espíritu”. Sería mejor cambiar este himno y decir: “Quédate en tu
espíritu”. ¡Aleluya porque el Dios Triuno procesado como ley está en nuestro ser, y
tenemos un espíritu regenerado! Siempre y cuando permanezcamos en el espíritu, esta
ley operará en nosotros automáticamente.
Romanos 8:3 dice: “Porque lo que la ley no pudo hacer, por cuanto era débil por la
carne, Dios, enviando a Su Hijo en semejanza de carne de pecado y en cuanto al pecado,
condenó al pecado en la carne”. La expresión Dios envió a Su Hijo en semejanza de
carne de pecado se refiere a la encarnación, el primer paso del proceso por el que el Dios
Triuno pasó. Aquí en el versículo 3 el sujeto de la oración no es el Hijo de Dios, sino Dios
mismo. En este versículo Pablo no dice que el Hijo de Dios vino en semejanza de carne
de pecado; más bien, dice que Dios mismo envió a Su Hijo en semejanza de carne de
pecado. Esto quiere decir que conforme a este versículo, es Dios quien hace esto. Él
envió a Su Hijo por medio de la encarnación en la semejanza de la carne de pecado.
Después del primer paso de este proceso, la encarnación, Dios procedió a condenar el
pecado mediante la crucifixión. Cuando el Hijo de Dios fue crucificado en la forma, la
semejanza, de la carne de pecado, Dios condenó al pecado en la carne. Por lo tanto, la
muerte del Hijo en la cruz fue el acto por el cual Dios condenó al pecado.
En la eternidad Dios se había propuesto llevar a cabo Su propósito. Podríamos decir que
Dios tenía una vía abierta ante Él para poder avanzar y cumplir así Su deseo. Pero un
enemigo llamado “pecado” apareció y bloqueó dicha vía. Por lo tanto, Dios envió a Su
Hijo y condenó al pecado en la carne con el fin de quitar ese obstáculo del camino.
Mediante la encarnación y la crucifixión de Cristo, Dios condenó al pecado y lo eliminó.
Como resultado de ello, esta vía fue despejada de nuevo. El resultado de quitar el pecado
y reabrir aquella vía es que los justos requisitos de la ley de Dios son cumplidos en
nosotros.
Debemos notar que Pablo aquí no dice que los justos requisitos de la ley sean cumplidos
en el Hijo de Dios. Al contrario, dice que son cumplidos en nosotros, en aquellos que
han sido escogidos, redimidos, visitados, alcanzados y tocados por Dios. Aquellos
designados por el pronombre nosotros en el versículo 4 son personas muy importantes,
porque los justos requisitos de la ley son cumplidos en ellos. ¿Quiénes son éstos? Son los
escogidos de Dios, aquellos que Él seleccionó.
¿Se da cuenta de que ha sido usted escogido por Dios? De entre millones de personas
que han poblado esta tierra desde el tiempo de Adán, Dios lo seleccionó a usted.
Podemos usar un ejemplo sencillo que nos ayudará a entender la selección de Dios.
Cuando usted va al supermercado a comprar manzanas, se encuentra ante un montón
grande de ellas. Usted escoge y compra sólo una docena de ellas de entre aquel gran lote
de manzanas, seleccionando las que más le gustan. De una manera similar Dios nos ha
elegido. En vez de considerarnos muy valiosos y creernos indispensables, tal vez
despreciemos y aborrezcamos nuestro yo. Sin embargo, Dios no nos aborrece. En la
eternidad usted le cayó bien, y Él lo seleccionó. Si usted le preguntara por qué le cae
usted bien, Él contestaría, diciendo: “Simplemente me caes bien”. Nosotros somos el
pueblo elegido de Dios. Además, somos aquellos que Él ha redimido, alcanzado y
tocado. De acuerdo con los cuatro Evangelios, ser tocados por Dios reviste gran
trascendencia. Ser tocados por Él nos hace diferentes. Puedo testificar que Él me tocó
hace más de cincuenta años, y que inmediatamente me convertí en otra persona. Así
pues, nosotros mismos estamos incluidos en el pronombre nosotros usado en el
versículo 4, pues hemos sido tocados por Dios.
Con respecto al asunto de andar conforme al espíritu, debemos recordar que hay dos
mundos, dos esferas: la esfera física y la esfera espiritual. En la esfera espiritual Dios
lleva a cabo todo por medio de Su hablar. Una vez que Dios dice algo, el asunto está
solucionado. En 4:17 se nos dice que Dios llama las cosas que no son como existentes.
Esto quiere decir que por medio de Su hablar, Él da existencia a las cosas. Por ejemplo,
de acuerdo con Génesis 1:3, Dios dijo: “Sea la luz”, y la luz fue.
HABLAR EN FE
Como hijos de Dios que somos, debemos darnos cuenta de que cuando hablamos algo
que brota de un corazón sincero, nuestra situación será conforme a nuestro hablar.
Supongamos que alguien le pregunta si usted es salvo. Usted debe contestar
definitivamente: “Sí, yo soy salvo”. No debe titubear y decir: “Permítame pensar acerca
de esto por algún tiempo. Ciertos indicias me muestran que tal vez yo sea salvo”. Si
usted dice que cree ser salvo, entonces tal vez usted sí sea salvo. Pero si contesta que
ciertos indicios le muestran que es posible que usted no sea salvo, entonces podríamos
dudar que usted es salvo. Ahora que somos hijos de Dios, debemos ser muy cuidadosos
en nuestro hablar, porque nosotros somos lo que decimos ser. En un mensaje anterior
dijimos que nosotros somos lo que comemos; pero ahora deseo afirmar que somos lo
que decimos.
La Biblia se refiere a los creyentes como santos. ¿Es usted un santo? Si usted reflexiona
sobre esta pregunta y dice: “Bueno, no soy tan santo como Teresa o Francisco. En
verdad, no me considero muy santo. ¿Cómo entonces podría afirmar que soy un santo?”.
Si usted habla de esta manera, entonces su condición sigue siendo la de un lastimoso
pecador. Pero si usted contesta declarando: “¡Sí, soy un santo!”, entonces
verdaderamente usted es un santo.
Debemos aprender a hablar no conforme a nuestra sinceridad natural, sino por fe. Pablo
nos dice que hablamos porque tenemos un espíritu de fe: “Y teniendo el mismo espíritu
de fe conforme a lo que está escrito: ‘Creí, por lo cual hablé’, nosotros también creemos,
por lo cual también hablamos” (2 Co. 4:13).
Con respecto a estar en el espíritu y recibir al Espíritu, muchos de nosotros hemos sido
educados erróneamente. Algunos enseñan que si un cristiano ha de recibir al Espíritu,
debe primero arrepentirse, confesar sus pecados y orar con ayunos. Entonces, después
de cierto período de tiempo, él repentinamente recibirá al Espíritu. Debido a la
influencia de nuestro pasado religioso, es posible que vacilemos al responder cuando
alguien nos pregunta si hemos recibido al Espíritu Santo. Si hemos sido instruidos
apropiadamente acerca de las verdades espirituales, seremos capaces de contestar
inmediatamente: “Sí, ya recibí al Espíritu Santo”.
TRES PREGUNTAS
Ahora me gustaría hacer tres preguntas. Primero: “¿anda usted conforme al espíritu?”.
Segundo: “¿es usted según el espíritu?”. Y tercero: “¿está usted en el espíritu?”. Andar
conforme al espíritu es hacer las cosas de acuerdo con el espíritu, pero ser según el
espíritu implica que todo nuestro ser es conforme al espíritu. Además de andar
conforme al espíritu y ser según el espíritu, debemos estar en el espíritu. ¿Tiene la
confianza de decir que usted anda conforme al espíritu, que es según el espíritu y que
está en el espíritu? ¿No es cierto que en ocasiones pierde la paciencia? ¿Cómo entonces
puede usted declarar que está en el espíritu? Cómo puede declarar que anda conforma al
espíritu y que usted es según el espíritu, cuando todavía tiene problemas con su mal
genio? La forma de contestar tal pregunta es decir: “¡Sí, yo estoy en el espíritu! Sin
embargo, cuando perdí la paciencia cometí un error momentáneo, pero inmediatamente
me arrepentí y recibí el perdón de Dios. Así que, aún tengo suficiente confianza para
declarar que estoy en el espíritu”.
¿Comprende usted que está en el espíritu? Romanos 8:9 nos permite declarar con
absoluta confianza que estamos en el espíritu. “Mas vosotros no estáis en la carne, sino
en el espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el
Espíritu de Cristo, no es de Él”. La expresión si es que es una traducción correcta. Sin
embargo, la palabra si denota una condición, algo que es condicional. La expresión ya
que también se refiere a una condición, pero a una condición que ya ha sido cumplida, la
cual ahora es un hecho consumado. Por ejemplo, podría decir a un hermano: “Si usted
viene, le daré una Biblia”. En este caso la palabra si indica una condición por cumplirse.
Sin embargo, también podría decir: “Puesto que usted ha venido, le daré una Biblia”. En
esta oración la expresión ya que indica una condición que ya ha sido cumplida y es un
hecho consumado. Así que, al decir: “Si usted viene”, indico cierta condición por
cumplirse, pero al decir: “Ya que usted ha venido”, doy a entender una condición que ha
sido cumplida. En el versículo 9 el significado de la expresión si es que concuerda con el
segundo caso, el de una condición ya cumplida. Así que, Pablo está diciendo que
estamos en el espíritu ya que el Espíritu de Dios mora en nosotros. Es un hecho que el
Espíritu de Dios mora en nosotros. Esto no es una condición por cumplirse, sino una
condición ya cumplida que ha llegado a ser un hecho consumado. Por lo tanto, ya que el
Espíritu de Dios mora en nosotros, estamos en el espíritu.
Tengo la plena certeza de que, por ser nosotros creyentes, el Espíritu de Dios mora en
nosotros. Éste es un hecho que nadie puede negar. De acuerdo con Romanos 8:9
podemos tener la plena certeza de que el Espíritu de Dios no sólo morará en nosotros, o
simplemente ha morado en nosotros, sino que ahora mismo Él mora en nuestro ser.
¡Oh, es un hecho maravilloso que el Espíritu de Dios more en nuestro ser! Debido a este
hecho, podemos declarar con toda confianza que estamos en el espíritu.
POSICIÓN Y CONDICIÓN
Por un lado, en el versículo 9 Pablo dice que nosotros estamos en el espíritu, ya que el
Espíritu de Dios mora en nosotros; por otro, dice que si alguno no tiene el Espíritu de
Cristo, no es de Él. Suponga que decimos: “Ya que el Espíritu de Dios mora en mí, yo soy
del espíritu”. Y suponga que añadimos: “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no
está en Él”. Estos cambios en las preposiciones harían una gran diferencia.
Es erróneo decir que ya que el Espíritu de Dios mora en nosotros, somos del Espíritu.
También es erróneo afirmar que si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no está en Él.
Aquí la preposición de se refiere a la posición, mientras que la preposición en se refiere a
la condición. Si no tenemos al Espíritu de Cristo, no somos de Cristo, pues esto atañe a
nuestra posición. Todo aquel que no tiene al Espíritu de Cristo, no es de Cristo ni le
pertenece. Como creyentes que somos no tenemos ningún problema con respecto a
nuestra posición. Tenemos al Espíritu de Cristo y, por consiguiente, somos de Él. No
obstante, puede ser que se suscite algún problema con respecto a nuestra condición,
según se indica con la preposición en. Todos podemos declarar con confianza que somos
de Cristo y que le pertenecemos a Él. Sin embargo, como hemos hecho notar, es posible
que titubeemos antes de declarar que en este momento estamos en el espíritu.
Nuestra posición, según la cual pertenecemos a Cristo, es eternamente inmutable. Por
esta razón sería erróneo decir que en algunas ocasiones somos de Cristo y que en otras
ocasiones no lo somos. Mejor dicho, siempre somos de Cristo, así como siempre somos
de la familia en la que nacimos. No importa dónde podamos ir, siempre perteneceremos
a nuestra familia. Esto atañe a nuestra posición y no está sujeto a cambio alguno. Pero
aunque somos siempre de una familia en particular, es posible que en ocasiones no
estemos en esa familia. Tanto estar en una familia como estar en el espíritu son asuntos
que atañen a la condición en la que nos encontramos. Debemos reconocer que en
ocasiones tenemos problemas con respecto a la condición de estar en el espíritu. Repito,
nunca tenemos problemas con respecto a nuestra posición, la cual consiste en ser de
Cristo. Sin embargo, en ocasiones tenemos problemas con respecto a la condición de
estar en el espíritu. En este mensaje estamos hablando de la condición en la que nos
encontramos, y no sobre la posición que tenemos. Todo lo relativo a nuestra posición ya
fue determinado de una vez por todas. ¡Aleluya porque todos nosotros somos de Cristo!
Todos somos de Él. No obstante, la condición en la que nos encontramos, lo cual
concierne a estar en el espíritu o no, puede no ser firme ni estable. Por lo tanto, en el
próximo mensaje veremos cómo lograr estabilidad en lo referido a la condición de estar
siempre en el espíritu.
ESTUDIO-VIDA DE ROMANOS
MENSAJE SESENTA Y NUEVE
ESTAMOS EN EL ESPÍRITU
PARA EXPERIMENTAR LA OBRA DEL ESPÍRITU
En Romanos 8:9 Pablo dice: “Mas vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, si es
que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es
de Él”. En el mensaje anterior indicamos que ser de Cristo concierne a la posición que
nos ha sido dada, mientras que estar en el espíritu concierne a la condición en que nos
encontramos. En lo relativo a nuestra posición, el hecho de que somos de Cristo es un
hecho consumado e irreversible; pero en lo relativo a nuestra condición, ésta es
fluctuante debido a que podemos estar en el espíritu o no. Por esta razón, debemos
reflexionar sobre la manera de lograr una condición estable según la cual siempre
estemos en el espíritu.
Una manera de hacer estable nuestra condición es declarar que estamos en el espíritu.
Aprenda a decir: “¡Yo estoy en el espíritu!”. En el pasado yo le animé a clamar: “Oh,
Señor Jesús”. Ahora le animo a declarar: “Yo estoy en el espíritu”. En ocasiones
podemos tener contacto con el Señor simplemente, diciendo: “Oh”. No es necesario que
siempre digamos: “Oh, Señor Jesús”. Bajo el mismo principio no es necesario que
siempre digamos: “Estoy en mi espíritu”, tal vez sea adecuado simplemente decir la
palabra en. Si usted está a punto de perder la paciencia, ejercítate para decir: “Oh” o
“en”. Esto le ayudará a permanecer en el espíritu. De acuerdo con el versículo 9, estamos
en el espíritu ya que el Espíritu de Dios mora en nosotros. Ahora podemos permanecer
en esta condición declarando el hecho de que estamos en el espíritu.
Entre los cristianos hoy en día, hay muchas enseñanzas acerca de cómo experimentar el
Espíritu. Puedo testificar que esas enseñanzas pueden impedir que experimentemos la
obra del Espíritu. En Romanos 8 Pablo no dice: “Para ser librados de la ley del pecado y
de la muerte debemos orar y ayunar. La ley del pecado es terrible y es demasiado
poderosa para que usted pueda vencerla. Ésta es la razón por la cual yo exclamé:
‘Miserable de mí, ¿quién me librará?’”. Pablo no enseñó esto a los creyentes. Ni tampoco
enseñó que los creyentes deben confesar todos sus pecados a Dios y a los hombres como
una condición para experimentar la obra del Espíritu.
Para entender el asunto de estar en el espíritu según se revela en el versículo 9, será de
mucha ayuda considerar cómo fuimos salvos. Cuando oímos la proclamación del
evangelio, lo reconocimos y lo admitimos por ser lo que era. No hubo necesidad de
decir: “De ahora en adelante debo comportarme de una manera que agrade a Dios.
Anteriormente hice muchas cosas pecaminosas, pero si confieso mis pecados y hago la
decisión de mejorar mi conducta, seré salvo”. Esto es un error. Este concepto erróneo
puede afectar la vida de un cristiano por años. Después que una persona escucha la
proclamación del evangelio, ella simplemente debe pronunciar un fuerte “¡Amén!” y
decir: “Gracias, Señor Jesús”. Todo aquel que de corazón esté dispuesto a aceptar, a
reconocer, lo que le ha sido proclamado mediante la predicación del evangelio,
ciertamente será salvo.
ADMITIR LA PROCLAMACIÓN
DEL EVANGELIO COMO TAL
Tal reconocimiento de la salvación de Dios no sólo ayuda al hombre a ser salvo, sino que
también le es de gran ayuda para su vida cristiana en el futuro. Cada aspecto de la vida
cristiana requiere este tipo de reconocimiento. Siempre que una persona admite la
salvación de Dios, dice amén al evangelio y da gracias al Señor Jesús, el Espíritu de Dios
entra en ella inmediatamente. Esto es demostrado por Efesios 1:13 y 14, donde se nos
dice: “En Él también vosotros, habiendo oído la palabra de la verdad, el evangelio de
vuestra salvación, y en Él habiendo creído, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la
promesa, que es las arras de nuestra herencia, hasta la redención de la posesión
adquirida, para alabanza de Su gloria”. En estos versículos vemos que cuando el
evangelio es predicado, proclamado, a nosotros, y lo admitimos como tal,
inmediatamente somos sellados con el Espíritu de Dios. De ese momento en adelante el
Espíritu entra en nosotros y viene a morar en nuestro ser. Esto quiere decir que el
Espíritu comienza a morar en nuestro ser desde el momento en que admitimos el
evangelio como tal. Esto es verdad aun si alguien débilmente admite el evangelio, dice
amén y agradece al Señor por la proclamación de Su salvación. En ese preciso momento
el Espíritu de Dios entra en él y empieza a morar en su interior.
Si un predicador del evangelio es uno con Dios y es conforme a Dios, explicará al recién
salvo que ya que ha creído en Cristo y recibido al Espíritu, él debe permanecer en el
espíritu. Puede ser que diga al nuevo creyente: “Ahora usted no sólo pertenece a Cristo y
al Espíritu, sino que usted mismo se encuentra en el espíritu. Sólo permanezca en el
espíritu de ahora en adelante. Siempre que se le presente un pensamiento o deseo de
hacer algo que no está de acuerdo con el Señor, usted debe declarar: ‘Estoy en el
espíritu’. Esto será de gran ayuda para usted en su vida cristiana”.
El conocido coro de un canto del evangelio, dice: “Ésta es mi historia y mi canción,
siempre alabando al Salvador”. Si hablamos del hecho de que estamos en el espíritu,
nuestra historia y nuestra canción será que estamos en el espíritu. Todo el día podemos
alabar al Señor porque, puesto que el Espíritu de Dios mora en nosotros, ahora estamos
en el espíritu. Esto será una vacuna muy eficaz contra todos los “microbios” enviados
por el enemigo para molestarnos y perturbarnos en nuestra vida cristiana.
Muchos cristianos han recibido enseñanzas que los distraen del espíritu. A muchos se
les enseñó y se les dijo lo siguiente: “Ahora que usted es un hijo de Dios, debe portarse
bien y glorificar a Dios. Sin embargo, el diablo está muy activo y nunca descansa. Él lo
tentará, lo seducirá y le provocará hacer muchas cosas malignas. Anteriormente usted se
encontraba bajo su control. Ahora que usted se ha convertido en un hijo de Dios, el
enemigo no lo dejará en paz, sino que hará todo lo posible por causarle problemas. Por
consiguiente, debe orar y ayunar y esforzarse al máximo por llevar una vida cristiana
apropiada”. Hemos aprendido por experiencia que esta clase de enseñanza nos distrae,
apartándonos del espíritu. Cuanto más resolvemos comportarnos de manera que demos
gloria a Dios, más seremos como el hombre miserable descrito en Romanos 7.
Es posible que los cristianos que son derrotados y buscan el consejo de los predicadores,
sean exhortados a orar más y a leer más la Biblia. Pero incluso estas actividades, cuando
únicamente representan nuestros propios esfuerzos, pueden hacer que “desconectemos”
nuestro espíritu de la electricidad divina. Ciertamente la electricidad divina ha sido
instalada en nosotros, y una vez que ha sido activada no debiéramos apagarla; pero el
caso es que muchos cristianos, por medio de sus actividades inocentes, “han apagado el
interruptor”; como resultado de ello, algunos de ellos empiezan a dudar de su salvación
o de tener realmente al Espíritu. Esto puede hacer que vayan de un grupo cristiano a
otro en busca de ayuda espiritual. Ésta es la situación en que actualmente se encuentran
muchos cristianos.
Esta clase de situación difiere mucho de las buenas nuevas del evangelio. El mensaje del
evangelio es: Dios nos eligió, nos predestinó y nos marcó desde la eternidad. Luego, un
día, el Hijo de Dios vino a realizar todo lo necesario para nuestra salvación. Él pasó por
el proceso de la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección, y
finalmente llegó a ser el Espíritu vivificante. Cuando usted oyó la proclamación de las
buenas nuevas y la admitió como tal, este Espíritu vivificante entró en usted y empezó a
morar en su espíritu. Ahora lo único que tiene que hacer es permanecer en el espíritu.
No haga nada que lo separe del espíritu. Por el contrario, sólo declare que usted se
encuentra en el espíritu. Proclame este maravilloso hecho: “El evangelio me fue
proclamado y yo lo reconocí; así que, ahora el Espíritu de Dios mora en mí, y yo estoy en
el espíritu”. Si declaramos esto en fe, nada será capaz de derrotarnos. Por el contrario,
todo estará bajo nuestros pies. Éstas son las buenas nuevas, el evangelio de Cristo y el
evangelio de Dios. ¡Cuán maravilloso es esto!
Aquellos que han sido cristianos por largo tiempo aún pueden guardar recuerdos de
fracasos y derrotas. Así que cuando ellos escuchen nuestra proclamación del hecho de
que, debido a que el Espíritu de Dios mora en nosotros, estamos en el espíritu, es
posible que ellos formulen una serie de preguntas acerca de diversos asuntos. Tal vez se
pregunten de esto o aquello. Debemos olvidarnos de todos esos asuntos y proclamar que
estamos en el espíritu. No debemos decir: “¿Y qué acerca de mis problemas en el trabajo
y en la casa?”. En lugar de ello, debemos decir: “Yo estoy en el espíritu”.
Cuando era un joven cristiano que buscaba al Señor, compré muchos libros sobre temas
con respecto a cómo orar, cómo ser santos y cómo vencer el pecado. Siempre estaba
interesado en “cómo ser o hacer esto y aquello”: cómo ser espiritual, cómo ser
victorioso, cómo agradar a Dios, cómo predicar el evangelio, etc. Sin embargo,
gradualmente aprendí que estos libros no podían ayudarme. En lugar de leer libros
sobre cómo hacer esto o aquello, haríamos mejor en leer y orar-leer Romanos 8,
versículo por versículo. Hacer esto nos causará gran disfrute. Debemos prestar especial
atención al versículo 9, principalmente a las palabras en el espíritu. Una y otra vez
debemos orar esta frase y declarar el hecho de que estamos en el espíritu.
EL ESPÍRITU MEZCLADO
Ahora prosigamos a considerar los diferentes aspectos de la obra bendita que realiza el
Espíritu según Romanos 8. En primer lugar, el Espíritu al que se hace referencia aquí es
el Espíritu que mora en nosotros (vs. 9, 11). El hecho de que el Espíritu more en nuestro
ser reviste gran importancia y trascendencia. Supongamos que el presidente de los
Estados Unidos viniera a visitar la ciudad de usted y se quedara en su casa por algún
tiempo. Esto sería un gran honor y un gran privilegio para usted. Pero alguien mucho
más importante que el presidente mora en nuestro interior: ¡el mismo Espíritu de Dios
mora en nuestro espíritu!
La segunda función que cumple el Espíritu es darnos vida. Mientras el Espíritu mora en
nosotros, no permanece inactivo; más bien, está muy ocupado impartiéndonos vida.
Este Espíritu que mora en nosotros es el Espíritu vivificante, el Espíritu que da vida.
La tercera función que cumple el Espíritu se halla descrita en el versículo 13, que dice:
“Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; mas si por el Espíritu hacéis
morir los hábitos del cuerpo, viviréis”. De acuerdo con este versículo, el Espíritu no
solamente da vida, sino que también mata o hace morir. Por el lado positivo, el Espíritu
nos da vida, pero por el lado negativo, mata y elimina todas las cosas negativas en
nuestro interior.
Romanos 8:15 nos habla de la quinta función que cumple el Espíritu: “Pues no habéis
recibido espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido
espíritu filial, con el cual clamamos: ¡Abba, Padre!”. El Espíritu clama: “¡Abba, Padre!”
de una manera muy dulce. Siempre que clamamos: “¡Abba, Padre!”, nos sobrecoge una
sensación de dulzura, y consolación; ciertamente este Espíritu es un Espíritu que clama.
Como ya hemos hecho notar, de acuerdo con el versículo 16, el Espíritu da testimonio
juntamente con nuestro espíritu. Por tanto, esto hace referencia al Espíritu que testifica.
Debido a que el Espíritu da tal testimonio, nosotros tenemos la confirmación y
poseemos el testimonio en nuestro ser de que somos hijos de Dios. En nuestro ser hay
una persona viva, el Espíritu que mora en nosotros, el cual da testimonio dentro de
nosotros de que somos hijos de Dios.
En séptimo lugar, el versículo 26 dice: “Además, de igual manera el Espíritu nos ayuda
en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el
Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”. Aquí vemos que el
Espíritu cumple la función de unirse a nosotros para ayudarnos en nuestra debilidad. Si
no fuéramos débiles, el Espíritu no se uniría a nosotros para ayudarnos; pero
simplemente debido a que somos débiles, Él se hace compañero nuestro a fin de
ayudarnos en nuestra debilidad y compadecerse de la misma. Ésta es una bendición tan
maravillosa que no hay palabras humanas que la expliquen adecuadamente.
Aquí permítame hacer una pregunta: ¿Es el Espíritu quien gime, o somos nosotros
quienes gemimos? El versículo 26 dice que el Espíritu intercede con gemidos indecibles.
Ciertamente nosotros somos los que gemimos, pero nuestro gemir es la intercesión que
realiza el Espíritu. Esto indica una vez más que el Espíritu y nosotros, nosotros y el
Espíritu, somos uno. Nuestro gemir viene a ser la intercesión del Espíritu. Además, la
intención del Espíritu, es decir, Su mente, ya forma parte de nuestro corazón. ¡Cuán
maravilloso es que el Espíritu no sólo está mezclado con nuestro espíritu, sino que
además Su mente se ha mezclado con nuestro corazón, e incluso Su intercesión viene a
ser nuestro gemir! ¡Cuán maravilloso es que Él sea uno con nosotros de esta manera!
Finalmente, conforme al versículo 23, tenemos “las primicias del Espíritu”. Lo que
estamos disfrutando hoy es solamente un anticipo de la cosecha, y no la cosecha en
plenitud. Las primicias son una muestra, un anticipo y una garantía del pleno disfrute
que está por venir. Según lo indica el versículo 23, tal disfrute pleno y completo tiene
que ver con la redención de nuestro cuerpo. Hoy disfrutamos al Dios Triuno en nuestro
espíritu y, en el mejor de los casos, también en nuestra alma. Pero nuestro cuerpo aún
no es partícipe del pleno disfrute del Dios Triuno. Por lo tanto, necesitamos la redención
de nuestro cuerpo. Mientras disfrutamos de las primicias del Espíritu hoy, estamos
llenos de expectativa, pues en el futuro tendremos el pleno disfrute, la redención de
nuestro cuerpo.
Cuando vemos todos estos aspectos de la obra del Espíritu, no hay necesidad de ayunar
ni de orar. En lugar de ello, lo que tenemos que hacer es decir amén a cada una de las
funciones que cumple el Espíritu, diciendo: “Estoy en el espíritu, amén. El Espíritu mora
en mí, amén. Me vivifica, amén. Hace morir lo negativo en mí, amén. Me guía, amén.
Clama, amén. Da testimonio, amén. Se une a mí, amén. Intercede, amén. Es las
primicias, amén. Amén, estoy en el espíritu, disfrutando de la obra que el Espíritu
realiza en mí”. Quisiera alentarle a usted a decir un fuerte amén a cada uno de los
versículos de Romanos 8, en especial a la frase en el espíritu. Si proclama el hecho de
que está en el espíritu y dice amén a cada aspecto de la obra del Espíritu, experimentará
un cambio en su vida cristiana. Esto los transformará, edificará y le proporcionará el
crecimiento en vida.