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INTRODUCCIÓN

En los últimos 20 años, la trata de seres humanos con fines de explotación


sexual ha capturado la atención y ocupado las agendas políticas nacionales e
internacionales dadas las implicaciones de las redes trasnacionales de traficantes,
ya que cifras de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), señalan que 2.4
millones de personas en el mundo están sujetas a la explotación como resultado
de la trata de seres humanos; convirtiéndose en uno de los negocios más
lucrativos después del tráfico de armas y el tráfico de estupefacientes, con
ganancias que oscilan entre los 8 y 10 mil millones de dólares al año.

Entre las diferentes realidades destacan la disposición de niñas para los


matrimonios forzados, de niños para la mendicidad, de mujeres indígenas para la
explotación laboral, de mujeres y hombres para la prostitución ajena, de personas
adultas mayores para trabajos y servicios forzados, de bebés para adopciones
ilegales, de jóvenes para utilizarlos en actividades delictivas o en conflictos
armados, algunas nos quedan más cerca que otras, y esto nos obliga a detener
nuestro andar, abrir los ojos y pensar que a cualquier le puede pasar, nadie está
exento.

El problema podría radicar en, por un lado la lucha por construir una cultura
de derechos humanos y por otro lado vivir una cotidiana injusticia, que se deriva
de la ausencia del Estado. Porque está tipificado, sin embargo las estadísticas
manifiestan que las condiciones de ubicación geográfica de México, sumado a las
condiciones de extrema pobreza, desigualdad, marginación, falta de
oportunidades y la presencia del crimen organizado, lo convierten en un país de
origen, tránsito y recepción de migrantes, cabe recalcar que las personas
victimizadas por este delito son exclusivamente de sectores tradicionalmente
golpeados por todas las manifestaciones de violencia: mujeres, y menores de
edad.

Pocas cosas han cambiado. La denominación del delito, que ahora visibiliza
la explotación no sólo de un género específico de mujer u hombre, sino que
engloba todo aquel abuso que puede ser sufrido por cualquier persona. Pero,
aunque esfuerzos internacionales y nacionales han dado pie a normas para su
sanción y erradicación, las redes de protección, de corrupción, la indiferencia que
como seres humanos tenemos por el dolor de otros y la ceguera social, han
propiciado que este delito, prohibido desde la Constitución Política de los Estados
Unidos Mexicanos, sea hoy en nuestro país uno de los más recurrentes.

I
Datos del Observatorio de Trata de Personas, sitúan actualmente a México
en el segundo lugar a nivel mundial en la comisión de este delito, sólo superado
por Tailandia. Las entidades con mayor índice en éste ilícito son Quintana Roo,
Yucatán, Jalisco, Chiapas, Oaxaca y Guerrero, que están entre los 18 estados del
país que concentran 90 por ciento de dicho fenómeno delictivo a nivel nacional,
según la Procuraduría General de la República (PGR).

En 2007, México armonizó su legislación nacional a los compromisos


internacionales que lo obligan a legislar contra la trata de personas. A partir de ese
trabajo legislativo, una cadena de esfuerzos tanto de política pública como
legislativa se han materializado: reformas a los diferentes ordenamientos
regulativos en la materia, la promulgación de leyes especializadas en el delito, la
creación de organismos de orden federal y local, la fomentación de la colaboración
y cooperación entre los órdenes de gobierno y la participación activa en los
distintas convenciones y negociaciones en el ámbito internacional; unas y otras
con el mismo fin, INVESTIGAR, SANCIONAR Y ERRADICAR LA TRATA DE
PERSONAS.

II

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