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I. Introducción
“La bioética es una disciplina que dista mucho de estar en paz. Existen en ella tensos
enfrentamientos entre quienes defienden y quienes atacan, por ejemplo, la destrucción de
embriones humanos o el suicidio médicamente asistido, solo para mencionar algunos
ejemplos de la larga lista de prácticas objeto de disputa.”1
Siguiendo a Alfonso Gómez-Lobo, propongo que “la razón de esto es que la bioética no es
en realidad una disciplina propiamente tal, con un sistema propio de axiomas y métodos.
La bioética no es sino ética aplicada y, por ende, los desacuerdos reales se producen en un
nivel más abstracto, en el nivel de las teorías filosóficas de ética y también de ontología.”2
En estas breves líneas procuraré ilustrar lo anterior mostrando que las controversias
bioéticas contemporáneas tienen su origen – en definitiva - en las diferentes concepciones
antropológicas que subyacen a los planteamientos de los diversos autores. Es sabido que a
lo largo de la historia de la humanidad se han planteado diversos modelos antropológicos,
que siguen teniendo amplia difusión en la bioética hoy. En lo sucesivo presentaré en forma
algo esquemática y sin entrar en detalles dos modelos antropológicos particularmente
relevantes en el debate bioético contemporáneo: los modelos que identifican a la persona
con la capacidad actual de ejercer alguna de las llamadas “propiedades mentales” (modelos
‘actualistas’) y la concepción ‘personalista’, que admite la existencia de una ‘naturaleza
humana’ (o ‘diseño inteligente’). Más que profundizar en cada una de estas concepciones,
lo que me interesa es ilustrar por qué la adherencia a un determinado modelo de
fundamentación antropológica puede dar origen a controversias en los tópicos particulares
de la bioética contemporánea.
1
tanto en pensadores del Empirismo Inglés, como en la filosofía trascendental de Kant. Así,
por ejemplo, un representante del Empirismo Inglés que propone definir a la persona como
“auto-conciencia persistente en el tiempo” es Locke.4 Para ese autor, “como el tener una
misma conciencia es lo que hace que un hombre sea él mismo para él mismo, de eso
solamente depende la identidad personal, con independencia de que se circunscriba a sólo
una sustancia individual o que pueda continuarse en una sucesión de distintas sustancias.”5
Por tanto, esta concepción antropológica lleva implícita la idea de que existen seres
humanos que no son personas. Es así como se llega a afirmar que no todos los seres
humanos son sujetos de derechos, sino sólo aquellos que son personas. De acuerdo al
planteamiento de Engelhardt7, por ejemplo, solamente podrían ser reconocidos como
personas “en sentido estricto” aquellos miembros de la especie humana que son capaces de
ejercer actualmente las capacidades propias de las personas (como son la conciencia de sí
mismo, el raciocinio, la ‘capacidad moral’, etc.). Por tanto, no serían personas “en sentido
estricto” aquellos miembros de la especie humana que carecen del uso de razón y de la
‘capacidad moral’, ya sea porque todavía no los han adquirirlo (ej. embriones, fetos, bebés,
4
Locke, J: Ensayo sobre el entendimiento humano. Editora Nacional: Madrid 1980. vol I, Libro Segundo.
5
Ibid.
6
Kant, I: Crítica de la razón pura. Alfaguara. Madrid 1978. Paralogismos de la razón pura.
7
Engelhardt, H.T: Los Fundamentos de la Bioética, Paidós, Barcelona-Buenos Aires, 1995. pp. 151 – 183.
2
etc.), porque nunca llegarán a desarrollarlos (ej. retardados mentales) o porque los han
perdido permanentemente (ej. pacientes en estado vegetativo persistente).
La aplicación de estos dos criterios utilitaristas al debate actual sobre dilemas concretos de
la bioética lleva a respuestas que - para algunos – pueden resultar contra-intuitivas. “Puesto
que supone que la investigación en células madre embrionarias traerá como consecuencia
la eliminación del dolor causado por numerosas enfermedades degenerativas, un utilitarista
sostiene que la destrucción de embriones cuyas consecuencias se espera que sean benéficas
es éticamente justificable. Para ser del todo convincente, un utilitarista consistente debe
sostener también que un embrión no tiene experiencias conscientes y por eso no se le
puede hacer un mal, no se le puede dañar. Esta estrategia de justificación moral puede
extenderse, por ejemplo, al infanticidio de recién nacidos discapacitados o a la extracción
de órganos de personas en estado vegetativo persistente. En general, mientras más
halagüeñas sean (o parezcan ser) las consecuencias, más se podrá justificar.”9
“La máxima dificultad que enfrenta el utilitarismo es que no logra justificar los casos que
intuitivamente consideramos instancias de injusticia. Si alguien piensa que un acto puede
tener buenas consecuencias pero que es intrínsecamente injusto, como el ejecutar a un
inocente con el fin de calmar una turba amenazante, ha abandonado un aspecto crucial del
utilitarismo. Y eso tendrá consecuencias inmediatas en bioética: si la destrucción de
embriones promete curar enfermedades pero es injusta, entonces será éticamente
inaceptable.”10
Vemos así, que al no reconocer la condición de persona a algunos seres humanos, las
concepciones antropológicas ‘actualistas’ llevan a privar a esos individuos
simultáneamente de su dignidad y de los derechos que les son propios. De este modo, ya
no bastaría que alguien sea miembro de la especie humana para que se le reconozcan
automáticamente los derechos humanos, sino que habría que demostrar que posee en acto
ciertas cualidades por las cuales otros puedan identificarlos como persona o que los
8
Singer P. (1999). Practical Ethics. Segunda edición. Cambridge: Cambridge University Press.
9
Gómez-Lobo, o.c.
10
Gómez-Lobo, o.c.
3
trasformen en “parte interesada” de la deliberación ética, mediante la expresión de
“preferencias”.
Los estos ejemplos descritos nos confrontan con el antiguo problema de definir la
identidad de un ente, en este caso de un organismo vivo, y la persistencia de dicha
identidad a través del tiempo. Se percibe así con cierta claridad que no es posible hacer
bioética en forma reflexiva sin un conocimiento crítico de las opciones defendidas en
filosofía moral y en antropología, de las cuales derivan los principales desacuerdos que
existen hoy en la aplicación de la ética al dominio de la vida.
Queda en evidencia, entonces, que preguntas como: “¿son todos los seres humanos
personas?”11, “¿todos los seres humanos poseen igual dignidad?” cobran hoy gran
relevancia, no sólo desde un punto de vista teórico, sino también práctico. Como suele
ocurrir cuando se cuestiona alguna verdad que históricamente ha sido aceptada como
evidente, las nuevas teorías que se han propuesto en el campo de la bioética nos obligan a
profundizar en los fundamentos teóricos de algunas nociones básicas, como son los
conceptos de persona, dignidad y derechos humanos.
11
Spaemann, o.c.
12
Mounier, E: El personalismo, ABC, Madrid 1997. Mounier, E:¿Qué es el personalismo? En: Obras
completas. Sígueme: Salamanca 1990.
13
Spaemann, o.c.
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Spaemann, o.c.
4
hace más específicamente “humanos”; es decir, aquellas aspiraciones más profundas que
caracterizan “lo propiamente humano”. El análisis experiencial-fenomenológico lleva a
identificar como las dimensiones más específicamente humanas la posibilidad de conocer
la verdad; de auto-determinarse al bien; de amar; de apreciar la belleza; y de trascender.
Por último, se pueden enumerar otros rasgos que no podemos desarrollar aquí, pero
también de gran trascendencia: la importancia de las relaciones interpersonales, el carácter
narrativo de la persona (muy útil en algunas discusiones bioéticas), la relevancia de la
subjetividad, el uso del método fenomenológico, etc.
Se llega así en el Personalismo a una concepción de persona como una unidad corpóreo-
espiritual, que es esencialmente sustancia y relación y que posee un valor intrínseco
fundado en su unicidad irrepetible y en su naturaleza racional, libre, afectiva, sexuada y
comunitaria.
15
Scheler, Max: El puesto del hombre en el cosmos. Losada, Buenos Aires 1938.
16
Von Hildebrand, D: El corazón (4ª ed.), Palabra, Madrid 2004.
17
Burgos, J.M: El personalismo hoy o el sentido de una asociación. En: Burgos J.M., Cañas J.L, Ferrer U.
(Eds.) Hacia una definición de la filosofía personalista. Palabra, Madrid, 2006.
18
Wojtyla, Karol: Amor y responsabilidad. Ed. Razón y Fe, Madrid 1978.
5
Sin embargo, es importante destacar que, a diferencia de las concepciones antropológicas
‘actualistas’, para el Personalismo no es la capacidad actuar de ejercer las actividades más
propiamente humanas lo que le da la condición de persona a un ser, sino el simple hecho de
pertenecer a una especia cuyos miembros son personas.19 En otras palabras, se afirma la
existencia de un modo de ser propio de los seres humanos, que es permanente y
cognoscible: la “naturaleza humana” o “diseño inteligente”. En sus elementos básicos, esta
naturaleza humana, en cuanto permanente y cognoscible, es lo que nos permite formular
normas morales válidas para todas las personas, independientemente de la etapa o
condición de vida en que se encuentre.
Cabe aún preguntarnos ¿de dónde le viene a la persona humana su dignidad? Es indudable
que la respuesta a esta pregunta reviste una enorme complejidad y excede con mucho las
posibilidades de estas breves líneas. Por tanto, recogiendo los aportes de algunos autores,
como Sulmasy21 y Seifert22, me limitaré a distinguir diferentes dimensiones de la dignidad
humana.
19
Spaemann, o.c.
20
Wojtyla, K: El hombre y su destino. Palabra, Madrid, 1998. Cf. también del mismo autor: Wojtyla, K: Mi
visión del hombre. Palabra, Madrid, 1997; y Wojtyla, K: Persona y acción. BAC, Madrid, 1982.
21
Sulmasy D. Dignity and Bioethics: History, Theory, and selected applications (chap. 18). In: Human
Dignity and Bioethics: Essays Commisioned by the President’s Council on Bioethics. Washington DC, 2008.
22
Seifert, J: Las fuentes de la dignidad humana. Manuscrito inédito de una conferencia dictada en la
Universidad de Navarra, Pamplona, el 22 de octubre de 2001.
23
Spaemann, o.c.
24
Cicerón: Sobre los deberes. Madrid, Tecnos, 1989.
25
Sulmasy, o.c.
6
por el ejercicio de la vida consciente de la persona (autoconsciencia) y por la capacidad de
ejercer su racionalidad en los diferentes actos de conocimiento de la verdad, de raciocinio,
etc. (dignidad de la vida consciente o “floreciente”). Sulmasy y Seifert distinguen, además,
otra fuente de la dignidad humana que deriva del ejercicio de la libertad de acuerdo con el
verdadero bien de la persona, lo que lleva al desarrollo moral de la persona (dignidad
moral), cuya manifestación máxima la encontramos en los héroes y los santos. Por otro
lado, Seifert postula la existencia de una nueva fuente de la dignidad humana que se
adquiere por el desarrollo de aquellos talentos especiales de los que una persona pueda estar
dotada - como, p.ej., un talento intelectual, artístico o deportivo excepcionales – y, sobre
todo, por el amor que le otorgan otras personas (dignidad otorgada).
La “norma personalista de la acción”, que nos recuerda que la persona debe ser afirmada
por sí misma y por su dignidad, deriva de una de las formulaciones del imperativo
categórico de Kant, que afirma que la persona nunca debe ser utilizada como un mero
medio, sino siempre al mismo tiempo como un fin en sí mismo.27 En efecto, Kant percibió
con extraordinaria claridad el deber moral de respetar a la persona por sí misma. A partir de
esta intuición filosófica kantiana, el concepto de persona pasó a ser central en la
fundamentación de los derechos humanos.28 Siguiendo esa línea argumental, Guerra29
muestra como todos los derechos humanos se fundan – en definitiva - en la dignidad
intrínseca u ontológica que posee toda persona humana, en cualquier etapa o condición de
vida. No obstante, el ejercicio de algunos de estos derechos fundamentales puede quedar
reservado a las personas que efectivamente pueden actualizar ciertas capacidades, como son
las llamadas “propiedades mentales”, la “capacidad moral” o la “capacidad relacional”.
Concluyo estas reflexiones recalcando sólo una idea: el verdadero alcance de la Bioética
contemporánea se puede apreciar recién cuando descubrimos el riquísimo legado humano e
26
Seifert, o.c.
27
Kant, I: Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Espasa-Calpe, Madrid, 1996.
28
Guerra, R: Afirmar a la persona por sí misma. La dignidad como fundamento de los derechos de la
persona. Comisión Nacional de los Derechos Humanos, México D.F., 2003.
29
Guerra, o.c.
30
Sgreccia, E.: Manual de Bioetica. BAC, Madrid, 2009.
7
intelectual que nos han dejado ilustres filósofos a lo largo de la historia de la humanidad,
especialmente en los campos de la ontología y de la filosofía moral. Comprendemos así que
el verdadero trabajo en Bioética consiste en perpetuar un servicio a la sociedad,
especialmente en lo referente al descubrimiento del valor y el sentido profundo de la vida
humana, en cualquier etapa o condición.