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ENSEÑANZAS SOBRE
Voy a empezar mi artículo citando el Código de Derecho Canónico que da una de las mejores definiciones
sobre este Sacramento Admirable. Considero que es tan grande la grandeza de lo que es el Sacramento de
la Eucaristía que siempre es difícil encontrar una definición adecuada, a pesar de todo Nuestra Madre la
Iglesia nos da la mejor para expresar esa maravillosa realidad contenida en nuestros Sagrarios: el mismo
Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
Dice el Derecho Canónico en su canon 897: “El Sacramento más augusto, en el que se contiene, se ofrece y
se recibe al mismo Cristo Nuestro Señor, es la Santísima Eucaristía, por la que la Iglesia vive y crece
continuamente. El Sacrificio Eucarístico, memorial de la muerte y resurrección del Señor, en el cual se perpetúa
a lo largo de los siglos el Sacrifico de la cruz, es el cúlmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida
cristiana, por el que se significa y realiza la unidad del pueblo de Dios y se lleva a término la edificación del
cuerpo de Cristo. Así, pues, los demás sacramentos y todas las obras eclesiásticas de apostolado se unen
estrechamente a la santísima Eucaristía y a ella se ordenan”.
La Iglesia con todo su poder y autoridad afirma algo que la Tradición y el Magisterio de la Iglesia siempre han
enseñado, así como toda la vida multisecular de los cristianos han vivido: que la Eucaristía es el Sacramento
más augusto ya que en él se contiene, se ofrece y se recibe al mismo Cristo Nuestro Señor.
La Iglesia vive gracias a la Eucaristía, sin la Eucaristía podríamos decir que la Iglesia no tendría razón de ser.
A la hora de hablar de la Eucaristía distinguimos entre la celebración: la Santa Misa que es el mismo Sacrificio
del Calvario, pero sin derramamiento de Sangre. Cada vez que se celebra la Santa Misa se vuelve a repetir y
a renovar el Sacrificio del Calvario, por eso la Santa Misa tiene un valor infinito. Si pudiéramos “entender” algo
de esta gran realidad nos quedaríamos verdaderamente impresionados, al sacerdote cuando celebrar le
“temblarían las piernas” (como ha sucedido en la vida del algunos santos). En la Santa Misa se confecciona el
Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
La segunda distinción está en la Presencia del Señor en las especies del pan y del vino, pan y vino “fruto de la
tierra, de la vid y del trabajo del hombre” que se presenta en el ofertorio de la Santa Misa y que en la
consagración por las palabras del sacerdote se convierten en el mismo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de
Nuestro Señor Jesucristo; siendo alimento del alma, necesario para vivir en gracia y para la salvación. Después
de la Santa Misa queda en nuestros Sagrarios para la adoración, la alabanza, la petición, así se cumplen las
palabras del Señor: “Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
No encuentro palabras para dar gracias al Señor por esta admirable presencia, por este gran regalo que el
Señor nos hizo y que es tan ignorado por los hombres.
Hace años hablando con una comunidad de Carmelitas Descalzas sobre el don inmenso de la Eucaristía, me
decían ellas: “Como dice Nuestra Santa Madre Teresa de Jesús: nuestra vida de Carmelitas bien vivida,
cumpliendo nuestras santas reglas y constituciones como Santa Teresa nos dejo, es un cielo si es que lo puede
haber en la tierra… Pero este cielo (me añadían las carmelitas) es gracias a que entre nosotros tenemos el
Sagrario. Me indicaban: sin el Sagrario… sin la Dulce Presencia del Amado, nuestra vida sería terrible…”
Yo muchas veces cuando viaje por los pequeños pueblos y aldeas de España, tan retirados de las grandes
ciudades y veo una pequeña torre o campanario de una Iglesia pienso: “Que bueno es el Señor que por
nuestro amor se ha quedado en la Eucaristía y en cualquier parte por pequeña que sea donde hay una
Iglesia, un sacerdote y católicos lo encontramos, y esto a pesar de nuestras ingratitudes y de saber el Señor
que no le íbamos a tratar como Él se merece, incluso muchas veces los humanos le tratamos con desprecios,
ingratitudes y sacrilegios”. Al respecto impresiona la queja del Divino Corazón de Jesús a Santa María
Margarita en Parail-le-Monial: “Mira mi Corazón que tanto ha amado a los hombres y no recibe más que
ingratitudes y desprecios en la Santísima Eucaristía, y lo peor de todo es que esto muchas veces viene de mis
almas consagradas” ¡Es impresionante la queja del Señor¡ Yo ahora pregunto: Frente a esta queja del Señor
¿Cómo respondemos? ¿Cómo es nuestra reparación? Es cierto que la devoción al Sagrado Corazón de Jesús
está muy extendida y ha dado mucho frutos, pero hoy me da la impresión que objetivamente (por lo que veo
en mi experiencia como sacerdote) que son muchos más los ultrajes contra la Eucaristía que en aquella
época. ¿Qué nos dirá hoy el Señor?
La Eucaristía, como nos dice la Iglesia, es el cúlmen y la fuente de todo el culto y de toda la vida cristiana,
todo en la Iglesia tiene que tener su fuente y su fin en el Sacramento Admirable.
La Eucaristía realiza la unidad del pueblo de Dios. Todos los católicos de la tierra estamos estrechamente
unidos en la Comunión, en el Cuerpo de Cristo que recibimos cada día. Es algo maravilloso el saber que
estamos perfectamente unidos (porque la Eucaristía) es lo que más nos une, tanto al Papa, como al último y
más humilde sacerdote de la Iglesia; al monje Benedictino más fervoroso, como al laico más comprometido;
al joven deportista como al anciano enfermo…
Nos insiste la Iglesia en que: “Tributen los fieles la máxima veneración a la santísima Eucaristía, tomando parte
activa en la celebración del Sacrificio Augustísimo, recibiendo este Sacramento frecuentemente y con mucha
devoción. Y dándole culto con suma adoración; los pastores de almas, al exponer la doctrina sobre este
Sacramento, inculquen diligentemente a los fieles esta obligación”.
Creo que sobran comentarios a este canon nº 898. La Iglesia de siempre ha dado una gran importancia a este
Sacramento. Hoy por desgracia vivimos en una época de secularización donde observamos y palpamos que
mucha gente no da importancia a la Eucaristía, incluso muchos sacerdotes y almas consagradas por su forma
de estar ante la Eucaristía, de celebrar la Santa Misa, de hablar a los fieles, etc. dan la impresión de no valorar
este admirable Sacramento. Esto es algo terrible pues está indicando una falta de fe grande.
Sería muy bueno que se potenciara otra vez la Adoración al Santísimo Sacramento en el Sagrario y también
en la Custodia solemnemente Expuesto. Todos hemos comprobado en la historia de la Iglesia el bien que la
Adoración pública a la Eucaristía ha hecho.
Podría decir muchas más cosas y hacer este artículo interminable, no lo quiero pretender. Sólo me queda
invitar a todos los que lo lean a que mediten en las apariciones del Ángel a los pastorcitos de Fátima, la
oración tan rica y profunda donde se invita a la reparación al Santísimo Sacramento por los sacrilegios,
indiferencias, e ingratitudes con que el Señor es ofendido en el Sacramento del Altar. También es
impresionante ver la actitud de los niños ante la Eucaristía y la del Ángel: todos hacen una postración total
ante el Sacramento Admirable. Esto lo ha recogido muy bien el monumento que está en el lugar donde el
Ángel dos veces se manifestó a los niños en la Loca do Cabeço.
Puesto que Cristo mismo está presente en el sacramento del Altar es preciso honrarlo con culto de adoración.
"La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración
hacia Cristo, nuestro Señor"
(CEC 1418)
MI VISITA AL SANTÍSIMO
1. MI VISITA AL SANTÍSIMO
2. Oraciónes al Santísimo
Sacramento
Amén
Adoración Eucarística de Juan
Pablo II
Señor Jesús:
Nos presentamos ante ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos.
"Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Hijo de
Dios" (Jn. 6,69).
Por medio de ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre para
decirle nuestro SÍ unido al tuyo.
Con esta FE, hecha de escucha contemplativa, sabremos iluminar nuestras situaciones
personales, así como los diversos sectores de la vida familiar y social.
Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives "siempre intercediendo
por nosotros" (Heb. 7,25).
Queremos sentir como tú y valorar las cosas como las valoras tú. Porque tú eres el centro, el
principio y el fin de todo.
Apoyados en esta ESPERANZA, queremos infundir en el mundo esta escala de valores
evangélicos por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y en
las actitudes de la vida concreta.
Queremos AMAR COMO TÚ, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres.
Quisiéramos decir como San Pablo: "Mi vida es Cristo" (Flp. 1,21).
Queremos aprender a "estar con quien sabemos nos ama", porque "con tan buen amigo
presente todo se puede sufrir". En ti aprenderemos a unirnos a la voluntad del Padre, porque
en la oración "el amor es el que habla" (Sta. Teresa).
El Espíritu Santo que has infundido en nuestros corazones nos ayuda a decir esos "gemidos
inenarrables" (Rom. 8,26) que se traducen en actitud agradecida y sencilla, y en el gesto
filial de quien ya se contenta con sola tu presencia, tu amor y tu palabra.
En nuestras noches físicas y morales, si tú estás presente, y nos amas, y nos hablas, ya nos
basta, aunque muchas veces no sentiremos la consolación.
Ayúdanos a ser tu Iglesia misionera, que sabe meditar adorando y amando tu Palabra, para
transformarla en vida y comunicarla a todos los hermanos.
Amén.
Juan Pablo II
Oremos:
Segundo punto: Considerar de dónde viene: del Cielo. Consideraré que me hace mayor
don que a los Apóstoles el Jueves de la Cena. Y he de confundirme trayendo a la memoria
lo que haría si esperase a un amigo o hermano que me viniese a ver de tierras lejanas, o si el
Papa o el Emperador hubiese de venir a verme, y lo poco que hago con la venida de
Jesucristo, de los Cielos a mi ánima.
Tercer punto: Ver cómo viene. Consideraré cómo habiéndome dado todas las criaturas, Él
mismo disfrazado se me da en una de ellas, haciéndose pequeñito, conforme a mi
pequeñez.
Cuatro punto: Ver adónde viene. A este mundo donde tantas ofensas y pecados se
cometen contra su divina Majestad.
Quinto punto: Considerar quién soy yo que le he de recibir, y mostrarle mis llagas, pidiéndole
con el leproso del Evangelio que me sane. Así miraré de dónde viene, adónde viene y a
qué viene.
Himnos Eucarísticos
*****
*****
- Esta es mi Sangre,
ofrenda de la tarde:
¡oh gran Misterio!
- Este es mi Cuerpo:
cual víctima me entrego:
¡oh gran Misterio!
Te adoro, Carne,
Pan de hombres y de ángeles:
¡oh gran Misterio!
- Hacedlo en mi memoria
hasta el tiempo sin horas:
¡oh gran Misterio!
- Como víctima única,
mi Carne, Alianza fúlgida:
¡oh gran Misterio!
¿No prolongas tu muerte
por darnos vida siempre?
¡Oh gran Misterio!
Si contigo en el Gólgota,
contigo en la victoria:
¡oh gran Misterio! Amén.
Oración al Santísimo Sacramento
Amén
Comunión Espiritual
Pero tan solo os necesito a Vos, oh Dios mío, tan solo os deseo a Vos, vuestra gracia y la
gracia de usar debidamente vuestras gracias, poseeros en esta vida y poseeros en la otra.
Bendito seáis, oh poder divino de vuestro paternal Corazón, que aunque todo lo podéis, sin
embargo, no podíais darnos un don más precioso que este Santísimo Sacramento.
Oh Pan celestial, gran Sacramento, os adoro y os alabo en todo momento. (repítase
después de cada alabanza.)
Bendita seáis, oh Sabiduría del Verbo Divino, que todo lo sabéis y lo ordenáis, y sin embargo
no sabíais prepararnos una comida más exquisita, que este Santísimo Sacramento.
Bendito seáis, oh Dios mío, que en vuestra inefable dulzura de amor os habéis transformado
en este pan para dárosnos como el más dulce manjar.
Bendito seáis, oh Dios mío, que habéis encerrado todos vuestros misterios en esta humilde
forma de pan terrenal. ¡Oh Trinidad Santísima!
Amén
¡Oh Jesús de mi alma, encanto único de mi corazón!, heme aquí postrado a tus plantas,
arrepentido y confuso, como llegó el hijo pródigo a la casa de su padre. Cansado de todo,
sólo a Ti quiero, sólo a Ti busco, sólo en Ti hallo mi bien. Tú, que fuiste en busca de la
Samaritana; Tú, que me llamaste cuando huía de Ti, no me arrojarás de tu presencia ahora
que te busco.
Señor, estoy triste, bien lo sabes, y nada me alegra; el mundo me parece un desierto. Me
hallo en oscuridad, turbado y lleno de temor e inquietudes...; te busco y no te encuentro, te
llamo y no respondes, te adoro, clamo a Ti y se acrecienta mi dolor. ¿Dónde estás, Señor,
dónde, pues no gusto las dulzuras de tu presencia, de tu amor?
Pero no me cansaré, ni el desaliento cambiará el afecto que me impulsa hacia Ti. ¡Oh buen
Jesús! Ahora que te busco y no te encuentro recordaré el tiempo en que Tú me llamabas y
yo huía... Y firme y sereno, a despecho de las tentaciones y del pesar, te amaré y esperaré
en Ti.
Jesús bueno, dulce y regalado padre y amigo incomparable, cuando el dolor ofusque mi
corazón, cuando los hombres me abandonen, cuando el tedio me persiga y la
desesperación clave su garra en mí, al pie del Sagrario, cárcel donde el amor te tiene
prisionero, aquí y sólo aquí buscaré fuerza para luchar y vencer.
No temas que te abandone, cuando más me huyas, más te llamaré y verteré tantas
lágrimas que, al fin, vendrás... Sí..., vendrás, y al posarte, disfrutaré en la tierra las delicias del
cielo.
Dame tu ayuda para cumplir lo que te ofrezco; sin Ti nada soy, nada puedo, nada valgo...
Fortaléceme, y desafiaré las tempestades.
Jesús, mío, dame humildad, paciencia y gratitud, amor..., amor, porque si te amo de veras,
todas las virtudes vendrán en pos del amor.
Te ruego por los que amo... Tú los conoces, Tú sabes las necesidades que tienen; socórrelos
con generosidad. Acuérdate de los pobres, de los tristes, de los huérfanos, consuela a los
que padecen, fortalece a los débiles, conmueve a los pecadores para que no te ofendan y
lloren sus extravíos.
Ampara a todos tus hijos, Señor, más tierno que una madre.
Y a mí, que te acompaño cuando te abandonan otros, porque he oído la voz de la gracia;
a mí, que no te amo por el cielo, ni por el infierno te temo; a mí, que sólo busco tu gloria y
estoy recompensado con la dicha de amarte, auméntame este amor y dadme fortaleza
para luchar y obtener el apetecido triunfo.
Adiós, Jesús de mi alma salgo de tu presencia, pero te dejo mi corazón; en medio del
bullicio del mundo estaré pensando en Ti, y a cada respiración, entiende. oh Jesús, que
deseo ser tuyo.
Amén
Padre eterno, yo te ofrezco la preciosisima sangre de tu Divino Hijo Jesus, en union con las
misas celebradas hoy dia a traves del mundo por todas las benditas animas del purgatorio
por todos los pecadores del mundo.
Por los pecadores en la iglesia universal, por aquellos en propia casa y dentro de mi familia.
amen.
Nuestro Señor le dijo a Santa Gertrudis la Grande, que esta oración puede librar 1000 almas
del purgatorio cada vez que se rece
(Adoro te devote)
Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A
Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte. Al juzgar de Ti,
se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza; creo
todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta palabra de verdad.
En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad; creo
y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido. No veo las llagas
como las vio Tomas pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en Ti, que en
Ti esperé y que te ame. ¡Oh memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al
hombre: concede a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree tu dulzura. Señor Jesús,
bondadoso Pelícano, límpiame a mí,inmundo, con tu Sangre, de la que una sola gota
puede liberar de todos los crímenes al mundo entero. Jesús, a quien ahora veo oculto, te
ruego que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar tu rostro cara a cara, sea yo feliz
viendo tu gloria. Amén.
Señor mío Jesucristo, que por amor a los hombre estás noche y día en este sacramento,
lleno de piedad y de amor, esperando, llamando y recibiendo a cuantos vienen a visitarte:
creo que estás presente en el sacramento del altar. Te adoro desde el abismo de mi nada y
te doy gracias por todas las mercedes que me has hecho, y especialmente por haberte
dado tu mismo en este sacramento, por haberme concedido por mi abogada a tu
amantísima Madre y haberme llamado a visitarte en este iglesia.
Adoro ahora a tu Santísimo corazón y deseo adorarlo por tres fines: el primero, en acción de
gracias por este insigne beneficio; en segundo lugar, para resarcirte de todas las injurias que
recibes de tus enemigos en este sacramento; y finalmente, deseando adorarte con esta
visita en todos los lugares de la tierra donde estás sacramentado con menos culto y
abandono
Sagrario del Altar el nido de tus más tiernos y regalados amores. Amor me pides, Dios mío, y
amor me das; tu amor es amor de cielo, y el mío, amor mezclado de tierra y cielo; el tuyo es
infinito y purísimo; el mío, imperfecto y limitado. Sea yo, Jesús mío, desde hoy, todo para Ti,
como Tú los eres para mi. Que te ame yo siempre, como te amaron los Apóstoles; y mis
labios besen tus benditos pies, como los besó la Magdalena convertida. Mira y escucha los
extravíos de mi corazón arrepentido, como escuchaste a Zaqueo y a la Samaritana.
Déjame reclinar mi cabeza en tu sagrado pecho como a tu discípulo amado San Juan.
Deseo vivir contigo, porque eres vida y amor.
Por sólo tus amores, Jesús, mi bien amado, en Ti mi vida puse, mi gloria y porvenir. Y ya que
para el mundo soy una flor marchita, no tengo más anhelo que, amándote, morir
Desagravios al Señor
(tomados de la)
Novena a Jesús Nazareno centro de todo amor en el piadoso paso de la cruel bofetada
Que sufrió en la casa del Pontífice Anás ¡Oh de mi vida, amor ensangrentado!
Oración: Mi Dios, mi Amor, mi Jesús y todo mi bien; lucidísimo sol inflamado en amor de los
hombres, y por eso de mis entrañas vida, y de mi alma amante esposo: estampa en mi
corazón estas afrentas e injurias que padeciste en el tribunal de Anás, y pues eres mi
cabeza, Dios de infinito amor y yo tu miembro, aunque pecador, úneme todo contigo, para
que mis pensamientos, obras y palabras, sean gratas a tus divinos ojos. Imprime en mi alma
las virtudes que enseñaste, cuando te estrelló contra la tierra, al golpe de un bofetón el
alevoso Malco, para que saliéndome de corazón y voluntad toda su práctica, que es señal
de ser perfectas, por ellas te desagravie y logre la dicha de ver tu hermosura en la patria
celestial. Amén.
Traspasa, dulcísimo Jesús y Señor mío, los senos más escondidos de mi alma con el suavísimo
y saludabilísimo dardo de tu amor y de una verdadera y pura caridad, tal como la que
llenaba el corazón de los Santos Apóstoles, a fin de que desfallezca y se derrita sólo en
amor tuyo y en deseo de poseerte. Que ansíe por Ti, que desfallezca en tus atrios, y que no
aspire más que a verse libre para unirse contigo. Haz que mi alma tenga hambre de Ti, oh
Pan de los Ángeles, alimento de almas santas, pan nuestro cotidiano, lleno de fortaleza, de
dulzura, de suavidad, que a cuantos con él se nutren hace sentir las delicias de su sabor.
¡Oh Jesús a quien los Ángeles desean siempre contemplar, haz que mi corazón sin cesar
tenga hambre de Ti, se alimente de Ti, y lo más profundo de mi alma sea regalado cpn la
dulzura de tus delicias. Que mi corazón tenga siempre sed de Ti, oh fuente de vida,
manantial de sabiduría y de ciencia, río de luz eterna, torrente de delicias, abundancia de
la casa de Dios. Que no ambicione otra cosa sino poseerte, que te busque y te encuentre,
que a Ti me dirija y a Ti llegue, en Ti piense, de Ti hable y todo lo haga en loor y gloria de tu
nombre, con humildad y discreción, con amor y deleite, con facilidad y afecto, con
perseverancia hasta el fin; y que Tú sólo seas siempre mi esperanza, toda mi confianza, mis
riquezas, mi deleite, mi contento, mi gozo, mi descanso y mi tranquilidad, mi paz, mi
suavidad, mi olor, mi dulcedumbre, mi alimento, mi comida, mi refugio, mi auxilio, mi
sabiduría, mi heredad, mi posesión, mi tesoro, en el cual esté siempre fija, firme y
hondamente arraigada mi alma y mi corazón. Amén.
A Jesús Crucificado
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Oración
¡ Oh Dios, que nos dejaste la memoria de tu Pasión en este admirable Sacramento !
Concédenos que de tal suerte veneremos los sagrados misterios de tu cuerpo y sangre, que
experimentemos continuamente en nosotros el fruto de nuestra redención. Que vives y
reinas con Dios Padre, en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos.
Amén.
¡Oh santísima e inmaculada Virgen María!, Virgen de las vírgenes y Madre nuestra
amantísima, purifica cada día mi corazón y mi alma, pide por mí el temor del Señor y una
particular desconfianza en mis propias fuerzas.
Todas ustedes Vírgenes santas, que siguen por doquier al Cordero divino, sean siempre
presurosas con respecto a mí pecador para que no peque en pensamientos, palabras u
obras y nunca me aleje del castísimo corazón de Jesús. Amén
Oración inicial
¡Corazón de mi Jesús Sacramentado! Con mucha pena de no ser como Tú quieres que sea
y con muchos deseos de ser como Tú quieres que sea, vengo a tener contigo este ratito de
conversación afectuosa junto a Ti, a los pies de tu Sagrario, donde has querido quedarte
por mí, para Tu mayor gloria, honor de mi Madre Inmaculada y provecho de mi alma. San
José, enséñame a escuchar y a hablar a Jesús.
(Se repite cinco veces en honor a las cinco llagas de Nuestro Señor)
Comunión espiritual
Creo, Jesús mío, que estás presente en el Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre
todas las cosas y deseo recibirte dentro de mi alma. Mas, no pudiendo hacerlo ahora
sacramentalmente, ven espiritualmente a mi corazón y como si ya hubiéseis venido, te
abrazo y me uno a Ti. No permitas Jesús mío que jamás me aparte de Ti. Así sea.
Te adoro con fervor, deidad oculta, que estás bajo de estas formas escondidas; a ti mi
corazón se rinde entero, y desfallece todo si te mira. Se engaña en ti la vista, el tacto, el
gusto. Mas tu palabra engendra fe rendida; cuanto el Hijo de Dios ha dicho, creo; pues no
hay verdad cual la verdad divina. En la Cruz la deidad estaba oculta. aquí la humanidad
yace escondida; y ambas cosas creyendo y confesando, imploro yo lo que imploraba el
ladrón arrepentido. No veo, como vio Tomás, tus llagas, mas por su Dios te aclama el alma
mía: haz que siempre, Señor, en ti yo crea, que espere en ti, que te ame sin medida. Oh
memorial de la pasión de Cristo, oh pan vivo que al hombre das la vida: concede que de ti
viva mi alma, y guste de tus célicas delicias. Jesús mío, pelícano piadoso, con tu sangre mi
pecho impuro limpia, que de tal sangre una gotita puede todo el mundo salvar de su
malicia. Jesús, a quien ahora miro oculto, cumple, Señor, lo que mi pecho ansía: que a cara
descubierta contemplándote, por siempre goce de tu clara vista. Amén.
Oración final
Gracias, Jesús mío, por la bondad con que me habéis recibido y permitido gozar de vuestra
presencia y compañía amorosas.
Dadme vuestra bendición y concededme todas las gracias, que necesito, para amaros y
serviros con la mayor fidelidad.
Bendice, Señor, a nuestro Santísimo Padre el Papa, vuestro Vicario en la tierra; ilumínale,
santifícale y líbrale de todos sus enemigos.
Bendice a vuestra Iglesia Santa y haced que su luz brille en todas las naciones; y que los
paganos conozcan y adoren al único verdadero Dios y a su Hijo Jesucristo.
Bendice a todos nuestros familiares y haced que vivan todos en vuestra gracia y amistad y
que un día nos reunamos en la Gloria.
Da el descanso eterno a todas las almas de los fieles difuntos que están en el Purgatorio.
Da la salud a los enfermos. Convierte a todos los pecadores. Danos a todos vuestro divino
amor, para que la fe que nos impide ahora ver vuestro santísimo rostro se convierta un día
en luz esplendorosa en la Gloria, donde en unidad con el Padre y el Espíritu Santo te
alabemos y bendigamos por los siglos de los siglos. Amén
Y para ti, ¿no necesitas alguna gracia? Hazme, si quieres, una lista de tus necesidades, y
ven, léela en mi presencia. Dime francamente que sientes -soberbia, amor a la sensualidad
y al regalo; que eres tal vez egoísta, inconstante, negligente... ; y pídeme luego que venga
en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos, que haces para quitar de ti tales miserias.
No te avergüences, ¡pobre alma! ¡Hay en el cielo tantos justos, tantos Santos de primer
orden, que tuvieron esos mismos defectos! Pero rogaron con humildad... ; y poco a poco se
vieron libres de ellos.
Ni menos vaciles en pedirme bienes espirituales y corporales: salud, memoria, éxito feliz en
tus trabajos, negocios o estudios; todo eso puedo darte, y lo doy, y deseo que me lo pidas
en cuanto no se oponga, antes favorezca y ayude a tu santificación. Hoy por hoy, ¿qué
necesitas? ¿qué puedo hacer por tu bien? ¡Si supieras los deseos que tengo de favorecerte
!
¿Traes ahora mismo entre manos algún Proyecto? Cuéntamelo todo minuciosamente.
¿Qué te preocupa? ¿qué piensas? ¿qué deseas? ¿qué quieres que haga por tu hermano,
por tu amigo, por tu superior? ¿qué desearías hacer por ellos?
¿Y por Mí? ¿No sientes deseos de mi gloria? ¿No quisieras poder hacer algún bien a tus
prójimos, a tus amigos, a quienes amas mucho, y que viven quizás olvidados de Mí?
Dime qué cosa llama hoy particularmente tu atención, qué anhelas más vivamente, y con
qué medios cuentas para conseguirlo. Dime si te sale mal tu empresa, y yo te diré las causas
del mal éxito. ¿No quisieras que me interesase algo en tu favor? Hijo mío, soy dueño de los
corazones, y dulcemente los llevo, sin perjuicio de su libertad, adonde me place.
¿Sientes acaso tristeza o mal humor? Cuéntame, cuéntame, alma desconsolada, tus
tristezas con todos sus pormenores. ¿Quién te hirió? ¿quién lastimó tu amor propio ? ¿quién
te ha despreciado? Acércate a mi Corazón, que tiene bálsamo eficaz para curar todas
esas heridas del tuyo. Dame cuenta de todo, y acabarás en breve por decirme que, a
semejanza de Mí todo lo perdonas, todo lo olvidas, y en pago recibirás mi consoladora
bendición.
¿Temes por ventura? ¿Sientes en tu alma aquellas vagas melancolías, que no por ser
infundadas dejan de ser desgarradoras? Échate en brazos de mi providencia. Contigo
estoy; aquí, a tu lado me tienes; todo lo veo, todo lo oigo, ni un momento te desamparo.
¿Sientes desvío de parte de personas que antes te quisieron bien, y ahora olvidadas se
alejan de ti, sin que les hayas dado el menor motivo? Ruega por ellas, y yo las volveré a tu
lado, si no han de ser obstáculo a tu santificación.
¿Y no tienes tal vez alegría alguna que comunicarme? ¿Por qué no me haces partícipe de
ella a fuer de buen amigo ?
Cuéntame lo que desde ayer, desde la última visita que me hiciste, ha consolado y hecho
como sonreir tu corazón. Quizá has tenido agradables sorpresas, quizá has visto disipados
negros recelos, quizá has recibido faustas noticias, alguna carta o muestra de cariño; has
vencido alguna dificultad, o salido de algún lance apurado. Obra mía es todo esto, y yo te
lo he proporcionado: ¿por qué no has de manifestarme por ello tu gratitud, y decirme
sencillamente, como un hijo a su padre: « ¡Gracias, Padre mío, gracias!»? El agradecimiento
trae consigo nuevos beneficios, porque al bienhechor le gusta verse correspondido.
¿Volverás a ser dulce, amable y condescendiente con aquella otra a quien, por haberte
faltado, has mirado hasta hoy como enemiga?
Ahora bien, hijo mío; vuelve a tus ocupaciones habituales, al taller, a la familia, al estudio... ;
pero no olvides los quince minutos de grata conversación que hemos tenido aquí los dos,
en la soledad del santuario. Guarda, en cuanto puedas, silencio, modestia, recogimiento,
resignación, caridad con el prójimo. Ama a mi Madre, que lo es también tuya, la Virgen
Santísima, y vuelve otra vez mañana con el corazón más amoroso, más entregado a mi
servicio. En mi Corazón encontrarás cada día nuevo amor, nuevos beneficios, nuevos
consuelos.
Recomendación: Lea todos los días los 15 minutos en compañía de Jesús Sacramentado
Reflexiones
Esa pequeña cárcel de amor es también Belén, un Belén perenne. «Belén» significa«casa del pan». El Sagrario
es lugar donde se guarda el Pan de la Palabra, el mismo Verbo de Dios, la Palabra única del Padre que nos
habla del Amor. Es el pan de los ángeles, pan del cielo, medicina de inmortalidad (cfr. CEC, n. 1331), que no
de otra cosa se alimentan los Ángeles que del Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero.
En el Belén de nuestros templos se halla, para nutrir a los hombres, no sólo el Cuerpo y la Sangre redentores,
sino también el Espíritu de Cristo que, desde el Sagrario, se difunde en nuestros corazones al hacer, como
solemos, una comunión espiritual. Porque la Humanidad Santísima de Jesús es el verdadero Templo donde
habita la plenitud de la divinidad corporalmente (Col 2, 9). Su alimento es la Voluntad del Padre, y el aire que
respira es el Espíritu Santo. Por eso, al soplar, se difunde, en una incesante y siempre nueva Pentecostés, el
Paráclito.
¿No se percibe siempre, dondequiera que estemos, como una brisa que desde el Sagrario más cercano viene
a aliviar el esfuerzo de nuestro trabajo, que pone, si es el caso, dulcedumbre en el sacrificio, sosiego en el
dolor, más gozo en la alegría de amar y saberse infinitamente amados por un Corazón de carne, como el
nuestro, que palpita con vigor divino?
El Espíritu Santo, con su lazo de Amor, estrecha, une, funde nuestros corazones hasta poder exclamar: ¡ya no
soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí! (Cfr. Gal 2, 20). Es asombroso, el cristiano se endiosa, inmerso en lo
Infinito, como canta el villancico de un clásico:
HOMBRE
· Por más que esté dividido
· Os hallo entero, mi Dios.
DIOS
· Sí, amigo; que entre los dos
· Nunca ha de haber pan partido.
HOMBRE
· ¿Qué igualdad se puede dar
· Entre la nada y el todo?
DIOS
· ¿Queréis saber de qué modo?
· Comiendo de este manjar.
HOMBRE
· Luego, después que he comido,
· ¿Vengo por gracia a ser Dios?
DIOS
· Sí, amigo, que entre los dos
· Nunca ha de haber pan partido.
HOMBRE
· ¿A quién habrá que no asombre
· Tan excesivo favor?
DIOS
· Eso es lo que puede amor,
· Haceros Dios, y a Mí hombre.
HOMBRE
· ¿Qué a tal alteza he venido,
· Y a tanta bajeza Vos?
DIOS
· Sí, amigo; que entre los dos
· Nunca ha de haber pan partido
(ALONSO DE LEDESMA)
¡Qué justo es, Dios mío, que estés en cárcel de amor! Desde ahora mismo compartiremos todo: corazón,
pensamientos, afanes, trabajo, penas, alegrías, amores. El Sagrario será mi tesoro, mi Belén, mi Pentecostés... y
mi Betania: espacio de encuentro, lugar de sosiego, donde se ama de veras a Jesús, con admiración, con
respeto, con cariño; donde se escucha sin prejuicios su palabra y donde Jesús, en elocuente silencio,
escucha. Incluso se atreve uno a «reprocharle» cariñosamente que no «haya llegada a tiempo» de curar a
Lázaro: «Señor -dice María-, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano». Pero por nada del mundo
se pierde la fe: «aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios te lo concederá»; «yo creo que Tú eres el Mesías, el
Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». Y María, capaz de provocar en el corazón mezquino de todos
los Judas, un escándalo mayúsculo, derrama el salario anual de un obrero, en su perfume de preciosa
fragancia, a los pies de Jesús, y los enjuga con su cabellera hermosa. Y Lázaro -alma serena, corazón jugoso,
mirada penetrante, llena de luz-, contempla, conversa con el Maestro, siente el orgullo de su sangre noble,
generosa; pondera en silencio su honda amistad con el Maestro.
«Es verdad que a nuestro Sagrario le llamo siempre Betania... -Hazte amigo de los amigos del Maestro: Lázaro,
Marta, María. Y después ya no me preguntarás por qué llama Betania a nuestro Sagrario» (BEATO JOSEMARÍA,
Camino, n. 422). Y andarás par el mundo «asaltando» Sagrarios (Ibid., 269 y 876); gozando al descubrir alguno
nuevo «en tu camino habitual par las calles de la urbe» (Ibid., 270), y no dejarás nunca la Visita al Santísimo:«La
Visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia
Cristo, nuestro Señor» (CEC, n. 1418).
«La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento
del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y
abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración» (JUAN PABLO II). Así
siempre «tendrás luces y ánimo para tu vida de cristiano». Y dirás a los Ángeles que, de algún modo,
comparten nuestro mismo «Pan»: «Oh Espíritus Angélicos que custodiáis nuestros Tabernáculos, donde repose
la prenda adorable de la Sagrada Eucaristía, defendedla de las profanaciones y conservadla a nuestro amor
(Camino, 569)»
Te propongo una visita al Santísimo
Y encontrarás el amor de Jesús, que cura del mal y llena de fuerza la vida.
1- Abra la Biblia en el Nuevo Testamento, y lea algo de lo que dice y hace Jesús entre los
discípulos y la gente.
2- Después de leer algo de Jesús entre los discípulos y la gente, piense en el sagrario. El
sagrario es el lugar más importante de las capillas y los templos católicos, porque ahí se
reservaron las hostias consagradas en la santa misa, y por lo tanto, allí en el sagrario está
Jesucristo, presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía. Es el misterio de
nuestra fe...
3- Física o espiritualmente delante del sagrario piense: ‘Ese Jesús que aparece en el
Evangelio, que nació de María Virgen, que murió por el perdón de los pecados, resucitó al
tercer día y subió al cielo a prepararnos un lugar; ese Jesús del evangelio es el mismo Jesús
del sagrario que hoy me ofrece su Amor generoso, desmedido. Acepto el amor de Jesús,
me cura del mal y me llena de la fuerza de la vida.
El Amor del Hijo de Dios me cambia el corazón, me dice lo que soy, me da la identidad más
importante, me marca hondo por el Bautismo, con el signo imborrable de hijo adoptivo de
Dios. El amor de Jesús, Hijo de Dios, me da la pertenencia a la familia la Iglesia y me misiona
a vivir en el amor a Dios y al prójimo.
Señor Jesús, quiero hacerme prójimo, quiero amar y servir al que hoy está a mi lado. Me
propongo amar dando la vida por el otro, como hiciste tu y como tu nos pides que
hagamos nosotros. Te ruego Jesús que vengas a mi corazón y habites en él como en un
sagrario vivo.
Una vez más estoy ante ti, Señor, Jesús Sacramentado. Ante el milagro y misterio de tu gran
amor por todos los seres de este mundo sin distinción de clases sociales, de colores, razas y
credos.
Tu amor abarca a todas las criaturas, santos y pecadores.... ¡Qué misterio tan profundo y
qué poco pensamos en él!.
Con ese amor, con ese deseo de ser correspondido, llamas a nuestra puerta, a la puerta de
nuestro corazón para que te abramos, y llamas siempre a lo largo de todo el día, en todos
los instantes, en los momentos que menos podemos imaginar... siempre llamas, siempre
estás. No te cansas, no abandonas, no te rindes. Porque lo único que persigues es que te
abramos y puedas entrar para entregarnos tu Corazón lleno de amor.
¿Y qué nos pasa?. Tal vez tenemos miedo de que si te "dejamos entrar" nos vas a pedir que
cambiemos nuestro modo de vivir, que nos apartemos de esa persona que...., que dejemos
ese rencor que hasta nos parece que lo necesitamos para así, no perdonar..., que nos vas a
"obligar" a cosas que... ¡nos cuestan tanto!
Somos cobardes, Jesús, cobardes y acomodaticios. Tal vez nos asusta ese amor tuyo tan
inmenso, tan desbordado, tan auténtico, ¡tan loco, casi diría yo, porque entregaste tu vida
y te quedaste encerrado en ese "trocito de pan y en ese vino" para ser nuestro alimento!. El
Papa Juan Pablo II nos decía siempre: "¡No tengaís miedo, abirdle las puertas a Cristo!".
Y pensando en estas cosas, ahora que estoy frente a Ti, mi Señor, voy recordando las
palabras del gran poeta Lope De Vega, en su verso que hace que el corazón duela porque
habla de nuestra ingratitud para ese tu gran AMOR, por todos,...por mi.
Deja que te lo diga, Señor, de rodillas y con el corazón contrito porque esas palabras son mi
verdad....
Me siento cansado, agobiado y hoy vengo a ti, en recuerdo, aunque lejano de un tiempo
pasado,
Las personas en medio de este mundo caótico se sienten solas y esa soledad abraza su
espíritu con un abrazo de ahogo y tristeza infinita.
Así me sentía yo... y hoy vengo ante ti, mi amado Jesús, y el recuerdo, aunque lejano de un
tiempo pasado, de una tarde como esta ante tu Presencia en el Sacramento de la
Eucaristía, buscando lo que solo Tu podías entender, mis dolores, mis agobios... voy
recordando:
Despacio llegué hasta Ti...me puse de rodillas y suavemente fue brotando este pequeño
verso ante aquel Sagrario, que ya nunca olvidaré...
Este mi pequeño verso es mi mejor reflexión para adorarte y bendecirte, mi amado Jesús
Sacramentado.
¡Qué bueno que hoy no pasé de largo !
Yo soy una de esas personas que el otro día pasó de largo, si esa, la que tu esperabas, la
que no entró y se alejó... pero con la soledad y el peso de la cruz.
Las puertas están cerradas.... es porque hace frío. Hago el intento de que se abran y una de
las hojas cede y en silencio me invita a entrar...
Hoy es jueves pero en la Capilla no hay nadie, pero TÚ si estás. Tu siempre estás.
Yo soy una de esas personas que el otro día pasó de largo... si esa, la que tu esperabas, la
que no entró y se alejó perdiéndose en el ir y venir de la gente... entre mucha gente, entre
mucho tráfico, pero con mi soledad y el peso de mi cruz.
Y ahora que estoy frente a Ti... no es fácil....no siento nada. Una frialdad que me llena de
incertidumbre porque mi corazón se ha endurecido, porque no valgo nada y tu no me
puedes amar porque estoy muy lejos de Ti y nada puedo ofrecerte. Todo un abismo.... entre
tú y yo, Señor. Mis pensamientos se diluyen y mi corazón está helado, tanto o más como la
tarde que está afuera... ¿qué me pasa? ¿para qué vine?... no sé qué decirte y sin embargo
se que estás ahí...que te quedaste por mi y porque sabías que HOY no iba a pasar de
largo....¿no será demasiada presunción?.
Tengo el alma enferma, no soy persona buena...¡te olvido y ofendo tantas veces, Señor!
Dime, ¿qué tenía Mateo? que le dijiste: ¡Sígueme!- y él dejándolo todo, se levantó y te
siguió. Sigo recordando este pasaje de tu vida "cuando habitaste entre nosotros" y Mateo te
ofreció un gran banquete y fuiste. Allí estaban los fariseos y los escribas y te criticaban
diciendo: ¿Por qué come y bebe con publicanos y pecadores?. Y tú, Jesús, les
respondiste: No son los sanos lo que necesitan médico, sino los enfermos. No he venido a
llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan. Lc 5,27-32
Tu hablabas de mi, tu pensabas en mi, en los que te olvidamos, en los que tú querías y
quieres curar como el médico a los enfermos y dijiste: no vengo por los justos sino por los
pecadores, para que se conviertan ¡Qué gran amor el tuyo, Jesús!.
Yo, que hace un momento no sabía cómo orar, no sabía que decirte, ahora siento la
humedad del llanto en los ojos y con tus palabras has hecho latir fuerte mi corazón, antes
como dormido, al reclamo de tu voz que me dice:
Yo estoy aquí para curar tus males, esos males que te avasallan y te aniquilan, para darte la
paz de mi amor, para decirte que vine por ti y por todos los que se sienten hoy como tú.
Mira, un día estuve muriendo en una cruz y fue por ti y por ti me quedé con los brazos
abiertos para esperarte diciéndole al Padre: ¡perdónalos porque no saben lo que hacen.
Sí, Señor, tu eres mi Dios y entregaste tu vida para que por tu muerte tenga un día un lugar
en el Cielo y sé lo que valgo para ti, que hasta la vida diste por mí. ¡ Qué bueno que entré,
Señor, para hacerte compañía buscando tu ayuda, tu perdón y consuelo!.
Desconéctame, Señor, de las cosas de mi vida que tanto amo....quiero que tu me ayudes a
vivir en la humildad.
Desconéctame, Señor, de las cosas de mi vida que tanto amo.... quiero que tu me ayudes
a encontrar esa "perla escondida" que es aprender a vivir en la humildad.
A veces pienso, al acercarme a ti, que es el único momento en que siento mi nada, mi
pequeñez, porque cuando te dejo y me voy a mis ocupaciones me parece que piso firme,
que hago bien las cosas, muchas de ellas, muy bien y casi sin darme cuenta reclamo
aplausos, reclamo halagos y me olvido de ser humilde, de aceptar, aunque me duela, mis
limitaciones, mis errores, mis faltas y defectos de carácter, que siempre trato de disimular
para que no vean mi pequeñez y cuando llega el momento de pedir perdón... ¡cómo
cuesta! Qué difícil es reconocer que nos equivocamos, qué juzgamos mal, que lastimamos y
rogar que nos perdonen.
Ante ti, Señor, buscando alcanzar esa HUMILDAD, que tanta falta me hace, me atrevo a
rezarte la hermosa:
No puedo perdonar, el rencor me quema, las críticas me lastiman, los fracasos me hunden,
las rivalidades me asustan.
Ayúdame, Señor, a pensar menos en mi y abrir espacios en mi corazón para que los puedas
ocupar Tu y mis hermanos.
Cristo Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo. Asi sea.
(P. Ignacio Larrañaga)