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El sistema federal argentino

El federalismo como forma de Estado, y la descentralización como modo


de desconcentrar el poder, son temas centrales en las democracias
modernas, pues plantean cuestiones de relevancia tanto respecto a los
alcances de las competencias jurídicas de las unidades territoriales que
conforman una Nación, como a lo que concierne al plexo de relaciones e
interacciones complejas que genera la gestión del Estado en los distintos
niveles de gobierno. En primer lugar, aludir al origen histórico de la forma
de Estado que adoptó la Constitución Nacional. En la Argentina, esa forma
de estado responde a dos tradiciones. Una vertiente es la que expuso Juan
Bautista Alberdi, finalmente adoptada por la Constitución de 1853, que
consiste en la adopción de una fórmula mixta, en la que se conjugan los
antecedentes unitarios y federales de nuestra vida política. La otra, de
fuerte contenido federal, es la que se origina con motivo de la unificación
de Buenos Aires con las demás provincias en 1860, después de su
secesión. Juan Bautista Alberdi es uno de los padres de la Constitución
Nacional. La expresión que acuñó la fórmula mixta es “unidad federativa”.
Nótese que las Constituciones de 1819 y 1826 fueron ambas de carácter
unitario. En aquella etapa fundacional del país se pretendió conciliar dos
políticas. La primera, la de Buenos Aires mediante el resguardo de los
fuertes intereses económicos que le brindaban su posición geográfica y su
puerto como llave de la economía del país; y, la segunda: la afirmación por
las provincias de sus individualismos locales. Pero esa realidad se
transformó rápidamente en los años siguientes por la gran movilidad de la
sociedad argentina en todos sus campos. Así, los particularismos
provincianos cedieron frente a los cambios introducidos por la inmigración
europea primero y más tarde por las migraciones internas. A su vez, la
creación de polos de desarrollo en el interior del país, como contrapunto a
la fuerza centrípeta de Buenos Aires, precipitó un proceso, que reinstaló la
fórmula mixta que entrevió Alberdi y que en su sentido profundo
comporta una solución compromiso entre los intereses del Estado federal
y el propio de los estados provinciales. La adopción de la forma federal de
estado implica que el ejercicio del poder soberano recae en el gobierno
federal, y el poder autónomo que conservan las provincias, en sus
respectivas autoridades.
Surge con toda claridad que son las provincias las que dan contenido a la
Nación, de manera que no se trata de sujetos de derecho público
desasociados, sino de estados unidos por un destino común y la finalidad
de progreso compartido.

En su condición de entidades preexistentes a la Nación, dotadas de


autonomía política y autarquía económica, las provincias argentinas
conservan todos los atributos originarios que no delegaron en el Estado
Nacional, correspondiendo en caso de duda, ofrecer la solución más
acorde con los intereses provinciales, atendiendo a los grandes objetivos
que determinaron la unión nacional: el respeto a la libertad y a la dignidad
del hombre.

El federalismo en la teoría de la división de los poderes.

División de poderes es también una garantía del federalismo


Sabido es que a la división horizontal del poder, que presuponía la
diferenciación de las funciones en la rama ejecutiva, legislativa y
judicial, se añadió más tarde la innovación profunda que significó, en el
orden político, la sanción de la Constitución de los Estados Unidos de
América en 1787, que implementó la división vertical del poder. Es decir
una forma de estado que distribuía las competencias entre un gobierno
central y gobiernos locales, con actuación armónica y coordinada sobre
un mismo espacio territorial. Si bien la teoría del proceso político acierta
en la necesidad del control judicial de la división de poderes en el caso
del gobierno federal, cabe interrogarse, qué ocurre en cuanto a la
división del poder entre la Nación y las provincias. En este caso, la
principal garantía de la soberanía o autonomía de las provincias no es
asegurar la división de funciones en su nivel propio de gobierno, sino la
participación de sus representantes en la formación del gobierno
federal.

Fallos: 311:2478, voto del juez Augusto César Belluscio, considerando


Fuente de la Constitución histórica de 1853/60. Una de las funciones del
Poder Judicial e mantener “activa” la división de poderes. La cuestión
de fondo consiste es profundizar la representación de los intereses de
las provincias en el proceso político nacional, de allí la importancia del
Senado como “caja de resonancia” y expresión de la soberanías
estaduales, cámara en la que, desde su origen, el menor de los estados
miembros tiene la misma representación que la de los estados más
importantes. Por ende, el aumento del ejercicio de funciones de carácter
legislativo por parte del Poder Ejecutivo disminuye la necesaria
participación de los representantes de las provincias en el proceso
político, extremo que permite sostener que la división de poderes es
también una garantía del federalismo. Bajo estas condiciones: división
de poderes y forma de estado federal, es dable afirmar que los derechos
individuales y sus garantías se ven fortalecidos. Se ha sostenido con
agudeza que el federalismo se identifica con la descentralización en la
medida que ésta suponga reconocer derecho a la decisión antes que
delegar poder de decisión

El artículo 1° declara que “La Nación Argentina adopta para su gobierno


la forma representativa republicana federal, según la establece la
presente Constitución.” Y el artículo 5°, por su parte, ordena que “Cada
provincia dictará para sí una Constitución bajo el sistema representativo
republicano, de acuerdo con los principios, declaraciones y garantías de
la Constitución Nacional; y que asegure su administración de justicia, su
régimen municipal, y la educación primaria.
Ello implica que las provincias, al ceder parte de su soberanía en la
Nación se avienen a adecuar sus instituciones a los principios rectores
de la Constitución Nacional, y bajo esos términos ésta les asegura la
“garantía federal”, como expresión de la unidad del Estado. De allí que los
gobernadores de provincia, elegidos libremente por el voto popular y de
acuerdo a los previsto en las constituciones de cada estado, sean agentes
naturales del gobierno federal para hacer cumplir la Constitución y las leyes,
según lo dispone el artículo 128. Con respecto al modo en que se realizan ambos
órdenes de potestades, federales y provinciales se ha sostenido que los poderes
reservados de las provincias son originarios e indefinidos y los delegados a la Nación
son definidos y expresos. Importa interpretar el alcance de las facultades de las
Provincias delegadas en el Gobierno Federal y los poderes que aquéllas se han
reservado.

la Corte ha observado la necesidad que esta delicada relación entre la Nación y los
estados locales se desenvuelva armónicamente, cuidándose una de no entorpecer la
acción exclusiva de la otra y viceversa. Según el principio de reparto establecido en el
artículo 121, las provincias conservaron para sí todo el poder no delegado por la
Constitución al Gobierno Federal. En razón de su autonomía ostentan -entre otras
atribuciones el dominio de los bienes públicos y la potestad ejercer el poder de policía
en su territorio. De otro lado, las provincias delegaron en el Gobierno Federal ciertas
facultades que ejercen el Congreso de la Nación o el Presidente, conforme lo
determina la Ley Fundamental. Así por ejemplo en su carácter de Jefe de Estado
compete al presidente de la República el manejo de las relaciones internacionales. Las
provincias conservan competencias diversas que no han sido delegadas en el gobierno
federal” (artículos 121 y siguientes de la Constitución Nacional).
En un precedente de 1869 la Corte Suprema reconoció que “es un hecho y también un
principio constitucional, que la policía de las provincias está a cargo de sus gobiernos
locales, entendiéndose incluido en los poderes que se han reservado; el de proveer lo
concerniente a la seguridad, salubridad y moralidad de sus vecinos; y que por
consiguiente, pueden lícitamente dictar leyes y reglamentos con estos fines. “Las
provincias no ejercen el poder delegado a la Nación. No pueden celebrar tratados
parciales de carácter político; ni expedir leyes sobre comercio, o navegación interior o
exterior; ni establecer aduanas provinciales; ni acuñar moneda; ni establecer bancos
con facultad de emitir billetes, sin autorización del Congreso Federal; ni dictar los
Códigos Civil, Comercial, Penal y de Minería, después que el Congreso los haya
sancionado; ni dictar especialmente leyes sobre ciudadanía y naturalización,
bancarrotas, falsificación de moneda o documentos del Estado; ni establecer derechos
de tonelaje; ni armar buques de guerra o levantar ejércitos, salvo el caso de invasión
exterior o de un peligro tan inminente que no admita dilación dando luego cuenta al
Gobierno federal; ni nombrar o recibir agentes extranjeros.”

El experimento unitario
El Congreso de Tucumán proclamó la independencia del país, pero no resolvió
el problema de la organización nacional. La Constitución de 1819 reafirmaba la
supremacía de Buenos Aires, reducía la autonomía política y fiscal de las
provincias, y excluía al pueblo de la vida política de la Nación. Las provincias
del litoral fueron las primeras en desafiar a la autoridad del Congreso de
Tucumán y la dirección de Buenos Aires. Lo que trababa la organización
Nacional era que el gobierno de Buenos Aires no renunciaba a sus
pretensiones de autoridad fuera de los límites de la provincia. La igualdad
absoluta de las provincias era fundamental.
El problema de la organización nacional provocó el surgimiento de partidos
políticos basados en doctrinas. Existían dos: la doctrina unitaria y la federal. La
primera establecía un sistema estatal centralizado, y la segunda, establecía la
unión de provincias encabezadas por un gobierno federal.
En el caso de la doctrina unitaria, aseguraban una distribución equitativa de los
beneficios obtenidos. Las provincias quedarían reducidas a la posición de
distritos administrativos cuya autonomía seria vigilada y fiscalizada por el
gobierno central.
Aunque apoyaban la nacionalización de los derechos de la aduana, se oponían
a toda acción destinada a dividir la autonomía fiscal de las provincias. Eran una
minoría compacta y homogénea, muy unida, consciente de sus objetivos y
colocada en una posición estratégica en la sociedad y en la economía.
La doctrina federal, en cambio, defendía la más amplia autonomía económica,
fiscal y política para cada provincia.
Mediante el pacto interprovincial (Tratado de Pilar), se dejaba a BA el manejo
del puerto más grande del país, o sea de la fuente más importante de ingresos
de la nación.

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