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PARA LEER LA BIBLIA CON PROVECHO

Acaba usted de abrir el libro más importante del mundo.


A continuación le daremos algunas sugerencias para leerlo con
provecho y para captar en profundidad qué es lo que hace que la
Biblia tenga tal importancia.
Sea o no su primer contacto con Ella, considere que se trata de la
Palabra de Dios escrita. Es, pues, un testimonio real de la Palabra
Eterna que intercambian en el fuego del eterno amor el Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo. Pero notará usted que habla de historias de hombres
y mujeres, de la historia de un pueblo particular, de máximas y cantos,
de oraciones de muchos géneros y, sobre todo, de Jesucristo.
Efectivamente, cuando haya progresado en su lectura habrá visto que
la Biblia es realmente una colección de escritos y que tiene dos partes
bien diferentes pero profundamente relacionadas entre sí: el Antiguo
Testamento y el Nuevo Testamento. Verá que las historias sobre Jesús
y su Iglesia se entienden como testimonio vivo y entusiasta de la fe de
comunidades y personas profundamente tocadas por el hecho de la
Resurrección, pero insertas en la historia de un pueblo cuyas raíces y
cuyas reflexiones, desde tiempos antiquísimos, prepararon, por así
decirlo, estos acontecimientos definitivos. Se sorprenderá de la manera
piadosa como los autores del Nuevo Testamento citan abundantemente
el Antiguo Testamento, iluminando unas realidades que, aún siendo
cumplimiento y forma definitiva de lo que anunciaron los profetas, de
todas maneras desbordan y sobrepasan sin medida todo lo esperado.
Esta edición de la Biblia que tiene Usted en sus manos ha sido
preparada con mucho amor para Usted y para que podamos cumplir en
breve con un sueño que lo invitamos a compartir: CADA CATÓLICO
CON SU BIBLIA. Le deseamos muchos frutos y mucha alegría en la
aventura que comienza.
QUÉ ES LA BIBLIA. SU CONTENIDO Y SUS AUTORES. LA
INSPIRACIÓN Y SUS CONSECUENCIAS.
Como lo dijimos anteriormente, la Biblia es una colección de
escritos. De hecho, la misma palabra significa eso: “libros”, “libritos”. Se
trata de textos antiguos escritos en un lapso de alrededor de mil años,
o más, en tres lenguas: hebreo, arameo y griego. Contiene historia,
poesía, leyes, relatos ejemplares, testimonios, cartas, etc.
Y también quedó dicho que la Biblia es Palabra de Dios en un
sentido muy específico y concreto. Pero también en un sentido muy
particular. Porque Usted, de hecho, va a leer muchos textos de autores
humanos distintos y, algunos, hasta muy conocidos. ¿Cómo sigue
siendo Palabra de Dios aquello que escribió un autor de esta tierra, que
conocemos?
Sabemos que la Biblia es Palabra de Dios porque Ella misma
indica que todo lo que contiene fue puesto allí por inspiración del
Espíritu Santo (cfr. 2Tim 3,16; 2Pe 1, 20-21), quien es, entonces, su
Autor principal. Pero salta a la vista que Ella tiene también autores
humanos. Así, podemos decir, desde el principio, que la Biblia tiene dos
autores: el Autor divino y los autores humanos inspirados por Él, a
quienes habitualmente llamamos “autores sagrados”.
La inspiración se comprende como una gracia muy especial dada
por Dios a estos autores para poner por escrito lo que efectivamente
escribieron y que hoy conocemos. La variedad y la riqueza de los textos
y de los estilos que va a encontrar Usted en la lectura asidua de la
Escritura Santa le hará entender, además, que los autores que
recibieron esta gracia de la inspiración permanecieron con todas sus
facultades y con toda su libertad mientras eran iluminados,
acompañados y conducidos por el Espíritu Santo.
Por eso sepa que una lectura provechosa de la Sagrada Biblia se
hace, en primer lugar, en y desde el mismo Espíritu que la inspiro. Así,
al comenzar a leer, aunque su intención inicial sea más bien la
curiosidad, acéptenos el reto de hacerlo a partir de un momento de
oración. Pida, con sus propias palabras, la luz y la comprensión de los
textos que va a abordar. Es que se trata de una lectura que ha
transformado muchas vidas y muchas historias personales. Algo muy
grande debe encerrar…
Pero, de la misma manera, entienda que el autor humano es real
y que también dejó su impronta personal, clara y definida, en los textos.
En este sentido será Usted muy sabio si, al leer, mantiene en mente
algo que la simple lógica enseña: que cada persona desarrolla su propio
estilo, es decir, su propia manera de relatar y, eventualmente, de poner
por escrito, lo que quiere. Cada autor sagrado mantiene sus gustos, sus
intereses, sus fortalezas y sus limitaciones. Y cada uno también vive de
manera distinta los acontecimientos. A estas distintas maneras de poner
por escrito las cosas las vamos a llamar “géneros literarios”. El Buen
lector siempre va a hacer el esfuerzo de interpretar lo que está leyendo
teniendo en cuenta el género literario.
En una colección tan variada de autores sagrados es evidente que
hay muchos géneros literarios para conocer y para comprender. Pero
esto, lejos de complicar la lectura, la hace más sabrosa y más fecunda.
Así, cuando Usted lee una poesía, nunca se atreverá a exigir al autor
sagrado que haga una presentación periodística objetiva de un
acontecimiento o una descripción especializada de un fenómeno. Si se
comparan los dientes de la amada con las ovejitas recién salidas del
baño (como lo hace el libro de EL CANTAR DE LOS CANTARES en
4,2) uno va a gozar de la comparación; o si se narra una batalla ganada
con pequeñas exageraciones uno se va a poner del lado del ejército
victorioso y a darle toda la razón cando engrandece las hazañas de sus
héroes y la manera de comportarse hasta de los elementos de la
naturaleza (como en algunas historias del libro de JOSUÉ, por citar sólo
un ejemplo). Un “evangelio” no es una simple biografía y una “carta” no
es un manual de leyes, de la misma manera como un “código legal” no
es una reflexión piadosa o un “salmo” no es una clase de zoología o de
botánica. El Evangelio es un anuncio y su contenido, para llamar a la
adhesión vital de seguimiento radical de Jesucristo, Señor. El salmo es
una oración conservada por su valor particular en la historia del pueblo
de Israel. Los Códigos de Leyes son expresión y testimonio de la
estructura de un pueblo que quiso organizarse para vivir su particular
relación con Dios. Y una Carta es un medio para comunicar enseñanzas
y exhortaciones a grupos especiales de personas.
¿Alguien se atrevería a dudar de “la verdad” de un salmo o de una
poesía amorosa por exagerar un poco?, ¿o a dudar de una advertencia
profética o de una narración evangélica porque su intención no es otra
que suscitar ciertos comportamientos? ¡Nunca! El buen lector de la
Biblia sabe que Ella siempre dice la verdad y no se equivoca en lo que
trasmite de parte de Dios a la humanidad. Pero también sabe que no
podría exigirle absoluta correspondencia científica en distintos campos
como la astronomía, la geografía, la anatomía, etc. La Biblia no es un
manual de ciencias positivas y las ciencias positivas no tienen derecho
de juzgarla como equivocada por algunas incoherencias sencillas que
podría contener. El lector bien informado sabrá distinguir el nivel de
verdad que corresponde a cada texto dentro de su contexto y, por
supuesto, a partir del género literario en que fue escrito. Digámoslo de
una vez por todas: no se puede decir que miente un enamorado o un
valiente guerrero por un par de exageraciones, ni se puede atribuir
verdad científica sin más a lo que es evidente reflexión sobre hechos o
circunstancias de carácter universal, cuya presentación en la Biblia tiene
un carácter eminentemente religioso, no científico. Y no tema, querido
lector, siempre habrá en la Iglesia alguien que le ayude cuando, en este
sentido, le quede alguna duda.
Otra consecuencia lógica e importante de la índole propia de la
Biblia es su santidad y su utilidad para la vida espiritual de los creyentes.
Como se trata de un libro inspirado por Dios mismo, lo que contiene es
Su Palabra. Ahora bien, un Autor tan especial, vivo y por quien existen
y subsisten todos los seres, que responde en todo momento y en todo
lugar por su obra, deja una impronta particularísima sobre esta obra
igualmente singular. En esta Palabra se oyen los ecos de la voz de Dios
y se percibe un amor que no tiene comparación. Por eso la Iglesia
reconoce que “en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se
dirige con amor a sus hijos y habla con ellos; y es tanta la eficacia que
radica en la Palabra de Dios, que es, en verdad, apoyo y vigor de la
Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura
y perenne de la vida espiritual. Muy a propósito se aplica a la Sagrada
Escritura estas palabras: “pues la Palabra de Dios es viva y eficaz” (Heb
4,12), y “puede edificar y dar la herencia a todos los que han sido
santificados” (Hch 20,32).” (Tomado de: VATICANO II: DEI VERBUM,
21)
LA LISTA Y EL ORDEN DE LOS LIBROS EN LA BIBLIA
La Biblia contiene setenta y tres libros, cuarenta y seis en el
Antiguo Testamento y veintisiete en el Nuevo Testamento. La lista de
esos libros ha sido llamada comúnmente “el Canon”. Su conformación
definitiva es un proceso algo complicado ocurrido más o menos entre
los siglos primero antes de Cristo y primero después de Cristo. Por este
mismo tiempo los judíos fijaron la lista de sus libros sagrados en treinta
y nueve, correspondientes a los libros escritos en hebreo. Los cristianos
admitieron en relativa calma un canon más amplio, como lo conocemos
hoy. Y solo en tiempos muy recientes algunos han puesto en duda este
canon y han regresado a la lista de treinta y nueve libros del Antiguo
Testamento. Pero no fue así desde el principio entre los cristianos.
El orden clásico de los libros bíblicos también ha pasado por
algunas variaciones. Esta edición sigue el canon católico tradicional,
cuyo orden ha sido también llamado “alejandrino”.
Los cuarenta y seis libros del Antiguo Testamento se distribuyen así:
Pentateuco, llamado también Torah (La ley):
GÉNESIS, ÉXODO, LEVÍTICO, NÚMEROS,
DEUTERONOMIO.
Libros históricos:
JOSUÉ, JUECES, RUT,1-2 SAMUEL,1-2 REYS, 1-2
CRÓNICAS, ESDRAS, NEHEMÍAS, TOBIAS, JUDIT,
ESTER,1-2 MACABEOS.
Libros poéticos y sapienciales:
JOB, SALMOS, PROVERBIOS, ECLESIATÉS, CANTAR DE
LOS CANTARES, SABIDURÍA, ECLESIÁSTICO.
Libros proféticos:
ISAÍAS, JEREMÍAS, LAMENTACIONES, BARUC, EZEQUIEL,
DANIEL, OSEAS, JOEL, AMÓS, ABDÍAS, JONÁS, MIQUEAS,
NAHÚM, HABACUC, SOFONÍAS, AGEO, ZACARÍAS,
MALAQUÍAS.
Los veintisiete libros del Nuevo Testamento se distribuyen así:
Evangelios y narrativos:
MATEO, MARCOS, LUCAS, JUAN, HECHOS DE LOS
APÓSTOLES.
Cartas y Apocalipsis:
Cartas paulinas:
ROMANOS, 1-2 CORINTIOS, GÁLATAS, EFESIOS,
FILIPENSES, COLOSENSES, 1-2, TESALONICENSES, 1-2-
TIMOTEO, TITO, FILEMÓN, HEBREOS.
Cartas católicas:
SANTIAGO, 1-2 PEDRO, 1-3 JUAN, JUDAS
APOCALIPSIS

CÓMO LEER LA BIBLIA


Siendo un libro voluminoso es posible que Usted se pregunte:
¿Por dónde comienzo? Y, ¿cómo lo hago? Habría muchas posibilidades
y nos permitimos sugerirle lo siguiente.
En primer lugar piense que vale la pena y que muchos lo han
logrado. Sepa que va a obtener innumerables beneficios, tanto
intelectuales como espirituales. Muchos recomiendan comenzar por los
Evangelios y seguir con el resto del Nuevo Testamento antes de abordar
el Antiguo Testamento. Y leer éste último luego, sabiendo que su
sentido más profundo se capta desde y a partir del acontecimiento de
Cristo.
A la lectura de la Sagrada Escritura conviene dedicarle un tiempo
especial cada día, preferiblemente a la misma hora. Y apartar tanto
tiempo cuanto sea necesario para hacer un ejercicio satisfactorio. Le
recomendamos hacer un momento de oración antes de comenzar a
leer, pidiendo al Señor, con sus propias palabras, la luz de la fe y la guía
del Espíritu Santo, así como la capacidad de poner por obra lo que
aprenda. A muchas personas les ha servido tomar algunas notas aparte,
como una especie de diario de lectura.
Podría seguir los siguientes pasos:

1. Tome un capítulo o un párrafo tan abundante como su tiempo se lo


permita y haga una lectura muy serena.
2. Examine un poco su contenido.
a. ¿De qué clase de libro está tomado? ¿Es el testimonio de un
Evangelio, o el relato de una hazaña militar?, ¿se trata de una
carta o es un libro de reflexiones? Trate de ubicarse un poco
con la ayuda de las introducciones o de las notas que
encuentre en su Biblia. Recuerde que cada autor humano ha
dejado “huellas” en su obra y que su manera de decir las cosas
es importante para la comprensión de lo que usted lee.
b. ¿Cuál es el enfoque general del libro? No tiene que hacer
estudios extensos sobre el libro, pero sí debe saber que es
diferente el motivo por el cual se escribe un salmo, o un relato
de los orígenes como reflexión sobre lo que debe haber
ocurrido aunque el autor no estuviera allí presente, etc. Es
importante tratar de comprender si el texto que Usted lee fue
escrito para edificar, o para informar, o para amonestar, o para
orar con él.
c. ¿Qué ocurre o se discute en los pasajes que ha leído?

3. Vuelva a leer el texto escogido. Identifique palabras o frases


importantes o que se repitan, identifique las personas que
intervienen, lo que hacen, lo que dicen y lo que significa eso que
dicen o que hacen, posibles comparaciones, etc.
4. Pregúntese, de nuevo, cuál es la intensión o propósito del pasaje.
Trate de encontrar lo que el autor está queriendo decir. Debe ser
honesto; no busque para encontrar sólo lo que quiere oír. La Biblia
contiene mensajes que pueden cambiar vidas.
5. Y pregúntese: ¿Qué he aprendido acerca de Dios en este pasaje?
¿Qué he aprendido acerca de la naturaleza humana? Pregúntese
cómo se aplica este mensaje a su propia vida: ¿Hay algo en mi vida
que necesite cambiar para llegar a ser mejor hijo o hija de Dios y
amarlo más?, ¿o para amar más y mejor a mi prójimo? Pregúntese
qué le enseña el Maestro al discípulo. Y pídale a Dios que le ayude
a hacer los cambios necesarios en su vida para llegar a ser una
persona mejor, más fiel y amante de la Iglesia.
6. Lea el pasaje una vez más. ¿Hay algún versículo que quiera
memorizar? ¿Por qué no lo escribe en una tarjetica y lo lleva con
Usted todo el día para repasarlo?
7. Dé gracias a Dios por lo que le ha mostrado y pídale su ayuda hoy,
cuando trate de aplicar a su vida la lección aprendida.
8. Procure compartir con otras personas lo que ha aprendido y no tema
consultar con los sacerdotes más cercanos los pasajes que no haya
comprendido bien.

CÓMO INTERPRETAR LO QUE SE LEE EN LA BIBLIA

Como la Biblia es un libro inspirado, una regla fundamental para su


recta interpretación es: “La Escritura se ha de leer e interpretar con el
mismo Espíritu con que fue escrita” (DEI VERBUM, 12,3). Y para que
esto sea posible hay tres reglas imprescindibles:
1ª. Prestar gran atención al contenido y a la unidad de toda la
Escritura, pues, en efecto, por muy diferentes que sean los libros
que la componen, la Escritura es una en razón de la unidad del
designio de Dios, del que Cristo nuestro Señor es el centro.
2ª. Leer la Escritura en la Tradición viva de toda la Iglesia, puesto que
la Iglesia conserva en su tradición la memoria viva de la Palabra
de Dios, y el Espíritu Santo le da la interpretación espiritual de la
misma. Lo que se ha creído serenamente durante casi dos mil
años es poco probable que tenga que dejarse de creer ahora,
¿verdad? Y más bien, lo que hoy puedo leer es lo que la Iglesia
siempre ha reconocido como testimonio de ésta o de aquella
verdad o realidad de nuestra fe católica.
3ª. Como en la Biblia hay desarrollos históricos y hay distintas
maneras de explicar algunas cosas, es sabio prestar atención a la
cohesión de las verdades de la fe entre ellas y en el proyecto total
de la Revelación. Así, por ejemplo, varios libros de la Biblia hablan
del misterio de la creación con distintos acentos pero todos
complementarios. Y hay varios pasajes que se refieren a la
resurrección de los muertos. La fe de la Iglesia es el ambiente
propicio para interpretar esos textos y poco a poco
comprenderemos su conexión y su importancia.

CÓMO ORAR CON LA BIBLIA. LA “LECTIO DIVINA”.


En la Sagrada Escritura Dios nos sale al encuentro para conversar
con nosotros (cfr. DV 21) y, por lo tanto, la mejor manera de hacer una
lectura provechosa de los textos sagrados es la lectura orante. Basta,
entonces, una actitud de fe sincera y el deseo de entrar en conversación
con Dios, de acuerdo con lo que leemos y con lo que su gracia nos vaya
poniendo en el corazón en cada momento. Hay que hablarle a Dios de
lo que Dios nos habla.
Pero hay un método privilegiado para realizar esta lectura orante.
Se trata de la lectio divina, recomendada especialmente por los últimos
Papas. Es un método generoso y amplio, fácil y adaptable a muchas
situaciones, principalmente practicado en la oración personal diaria pero
que también puede realizarse en comunidad. Es una experiencia que
nos ayuda a elevarnos, desde el texto leído y meditado con delicadeza,
hasta el encuentro con el Señor en la oración y en la contemplación.
Como experiencia de encuentro con el Señor que nos habla, conduce a
cambios de vida notables con consecuencias muy concretas en la vida
personal y en la vida de la sociedad.
Lectio Divina es una expresión latina que se puede traducir como
“lectura (de la Biblia) en Dios” y más exactamente “en el Espíritu Santo”.
Algunos la traducen simplemente como “lectura orante” o como “lectura
santa”. En su forma clásica tiene cuatro pasos: lectura, meditación,
oración y contemplación.
Antes de desarrollar el método, conviene hacer una oración
preparatoria sencilla y sincera, que reconozca en la fe y en el amor a
Aquél con quien vamos a entrar en conversación y le dedique unas
palabras espontáneas para alabarlo y para ofrecerle total disponibilidad
y prontitud al servicio. Con las propias palabras se pedirá siempre la luz
y la gracia necesarias para comprender cada vez mejor la Sagrada
Escritura. Es sólo un momento previo para entrar propiamente en el
ejercicio de la lectio divina, paso por paso, como sigue:
1. Lectura
No siempre es fácil leer y, muchas veces, cuando decimos que
hemos leído algo, no hemos hecho más que darle un primer
vistazo. A veces obtenemos algún dato pero pocas veces
obtenemos verdaderas enseñanzas. Y, ¡qué pocas veces
gustamos lo mismo que el autor del escrito saboreó! Todos
sabemos que hay textos que exigen una lectura en profundidad,
que tome en cuenta las palabras que se dicen y la manera como
se dicen. De lo contrario no se captan, ni el sentido de lo que está
escrito, ni la intención de quien lo escribió, ni las proyecciones que
puede tener el texto que se lee. Tenemos que esforzarnos por
captar lo que realmente dicen los textos y estar en condiciones de
dar razón de ellos. Por eso, porque lo que nos ocupa es la Palabra
de Dios, en la lectio divina se requiere una lectura muy consciente
y cuidadosa.

La lectura, como primer paso de la lectio divina, debe llevarnos a


una compenetración inicial con el texto, de manera que éste nos
entregue su don y cumpla en nosotros la finalidad para la cual fue
escrito. Por lo cual, al nivel más práctico, recomendamos que el
aparte seleccionado sea leído dos o tres veces, muy
serenamente, cada vez con mayor conciencia. Y habiendo hecho
una lectura generosa y compresiva, conviene que destaquemos
las palabras más significativas, los términos emparentados o que
se repiten, las frases más llamativas, el estilo empleado y otras
características del texto. Todo lo cual nos lleva naturalmente al
segundo paso.

2. Meditación
En este paso se repasan con calma y profunda atención, como
“rumiándolas”, por así decirlo, las palabras y las frases
significativas, las calidades de los personajes y hasta los
sentimientos que el texto suscita. Nos pueden ayudar preguntas
como éstas: ¿Quién o quiénes intervienen aquí? ¿Qué es lo que
dicen y hacen estos personajes? ¿Por qué lo dicen y lo hacen?
¿Qué significan en el conjunto de la Sagrada Biblia? Y poco a
poco dejarnos llevar hacia las preguntas que actualizan el
mensaje, como por ejemplo: ¿Y qué me dice a mí hoy? ¿Qué
sentido tienen estas reflexiones? ¿A qué me conducen?, ¿Qué
me piden? ¿Y qué dice todo esto acerca de Dios, acerca de mí,
o acerca de la realidad en la que vivimos hoy?
Por eso la meditación es la búsqueda del sentido, o mejor dicho,
de los sentidos que tiene un texto bíblico. En otros términos, es
descubrir lo que Dios nos dice a través del autor inspirado. Por
lo mismo, la meditación es la captación del “hoy” de la Palabra
para mí, o para la Iglesia, así como cuando Jesús en la
Sinagoga de Nazaret dijo: “Hoy mismo se ha cumplido la
Escritura que ustedes acaban de oír” (Lucas 4,21).Ahora
estamos en condiciones de responder: ¿Qué me dice el Señor
por medio de su Palabra?

Y paulativamente vamos siendo iluminados: se nos revela, a


través de esta página de la Escritura, un rasgo nuevo del rostro
de Dios y un aspecto particular de nosotros mismos. En otras
palabras, la meditación nos coloca honestamente ante la
verdad de Dios y del hombre.

Ha comenzado la escucha sincera… La meditación no es


elucubración mental abstracta ni tampoco reconstrucción
psicológica de un texto. Es más bien el inicio de un diálogo en
el cual percibimos como un “Tú” al Dios revelado como un “Él”
durante el primer paso.

3. Oración
Y comienza también espontáneamente la oración como
conversación con Dios que nos ha salido al encuentro y nos
tiende abiertos los brazos. Ya estamos hablándole a Dios, al
Padre, o al Hijo, o al Espíritu Santo, y tratándolo como un “Tú”
cariñoso y cercano. También nosotros le abrimos los brazos.
Nuestra meditación ha cedido el paso a una respuesta serena y
sencilla. Sentimos necesidad de agradecer, de alabar o de
felicitar, de compartir una intimidad más honda, de comentar
algo, de pedir una gracia particular relacionada con lo que
venimos leyendo y meditando.

Recordando que desde el principio la lectio divina ha sido un


ejercicio de oración y que éste ha sido animado por el Espíritu
Santo, ahora podemos decir que hemos llegado al momento
más intenso del camino. Nuestra oración ya no puede ser la
misma de antes. Es el Señor mismo quien la provoca en
nosotros y a través de ella se derrama nuestro ser entero en su
presencia. Hasta el final de la lectio divina, nuestro corazón hará
muchos esfuerzos por hablarle a Dios de lo que Dios nos ha
hablado y, por eso, la pregunta guía de este momento podría
ser: ¿Qué le decimos al Señor motivados por su Palabra?

Pero desde el momento en que nos hemos puesto en contacto


con la Palabra de Dios hay algo que supera toda humana
comprensión. Estamos en comunicación con un Autor que no
ha dejado su obra y sale a nuestro encuentro por medio de ella.
Y ese encuentro objetivo y real es ya contemplación.

4. Contemplación
La contemplación es una forma de orar, más allá de las
palabras, a veces con el suave esfuerzo del corazón que repasa
los hechos, las palabras y los rasgos de los personajes del texto
bíblico, y otras veces con el simple abandono en las manos de
Dios que se deja como sentir en una especie de necesidad de
una quietud que no se puede expresar con palabras humanas.
Dios sabe cuándo conceder estas gracias a quienes perseveran
en la oración y la contemplación.

San Juan de la Cruz definía la contemplación como un sencillo


“estar amando al Amado”, porque en ella Él viene a nuestro
encuentro y nos regala su amistad: “Mira, yo estoy llamando a
la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su
casa y cenaremos juntos” (Apocalipsis 3,20). Y de todas
maneras, como enseña San Ignacio de Loyola, conviene aplicar
nuestros sentidos interiores, con la ayuda de nuestra memoria
y de nuestra imaginación, a ver y oír, a sentir y a compartir, lo
que descubrimos en la Palabra que contemplamos.

Por eso, por la contemplación se llega a la imitación de nuestro


Señor Jesucristo. Éste es el camino de los que logran alcanzar
la mente de Cristo y pensar como Él piensa, con sus criterios;
actuar como Él actúa, con su audacia y su infinita caridad; y
hasta sonreír como Él sonríe.

Pero el término “contemplación”, que indica “visión” de Dios, en


el camino de la lectio divina puede tener además un matiz
novedoso. Dado que lo que Dios nos revela en la Escritura es a
Sí mismo y también sus designios de salvación, entendemos
que no solamente lo “vemos” a Él sino que con Él vemos la vida
y la historia. En otras palabras, comenzamos a ver el camino
con nuevos ojos y junto con el Señor hacemos, cada día, un
proyecto de vida. De esta manera, la contemplación va unida a
la acción: en comunión con el Señor y en obediencia a Él
discernimos las acciones concretas que configuran más nuestra
vida con la suya y, apoyados en la fuerza que Él nos da,
comenzamos a realizarlas. Aquí se hacen verdaderas las
palabras de Jesús: “¡Dichosos quienes escuchan lo que Dios
dice, y lo obedecen!” (Lucas 11,28).

Por eso la doble pregunta guía de esta última etapa sería: ¿Qué
me muestra el Señor de Él mismo (de sus misterios, de su
Iglesia)?; en consecuencia, ¿qué debo hacer?
El resultado progresivo de la lectio divina, practicada
asiduamente, es una especie de encarnación del “Verbo” en
nosotros: como que nos vamos transfigurando; entendemos el
mundo y la historia de una nueva manera; nos unimos más
estrechamente a la Iglesia; vivimos más intensamente los
sacramentos, especialmente la Confesión y la Eucaristía;
testimoniamos, nuestras opciones, nuestro servicio.

De esta manera vamos construyendo sólidamente nuestra vida,


como nos lo enseña la parábola de la casa sobre la roca (Mateo
7, 24-26).

MISIÓN CONTINENTAL

Esta edición de la Biblia que Usted tiene entre manos, es católica.


Y ha sido preparada con mucho amor por un grupo de especialistas
católicos y no católicos, cuyo único propósito es difundir por todo el
mundo la Palabra de Dios. Sale a la luz en el contexto de la Misión
Continental y quienes se la ofrecemos pensamos que es el mejor regalo
que puede ofrecernos este tiempo de Gracia. Si todos conocemos y
amamos más la Palabra de Dios, ciertamente estaremos más unidos en
la caridad fraterna del mismo y único Cuerpo de Cristo y difundiremos
con ardor misionero incontenible la Verdad única que salva al mundo.

MARÍA Y LA ESCUCHA FIEL

Y para leer la Biblia con provecho es necesario otro detalle. Se


trata de recordar a Aquélla que supo ponerse a la entera disposición de
la Palabra, hasta el punto de poder llevarla encarnada en su seno
virginal. María prestó atención no contaminada a lo que Dios decía,
recibió la Palabra de la Antigua Alianza y esperó piadosamente su
cumplimiento. Y tuvo la alegría (cfr. Lc 2,47) de ver realizadas las
promesas hechas a los Padres. Por su clarísima conciencia de
discípula, Ella pudo responder al Ángel: “Yo soy la esclava del Señor;
que Dios haga conmigo como me has dicho.” (Lc 1,38) Y llevó en su
corazón; meditándolo (cfr. Lc 2,51), todo lo que vio y oyó de su Hijo,
nuestro Señor Jesucristo. Por eso “fue asociada” (es la fervorosa
expresión de la Iglesia) y acompañó con fidelidad insuperable los
momentos más importantes de nuestra salvación: la encarnación del
Hijo Eterno, su muerte (Jn 19,25) y su resurrección, y la efusión
poderosa del Espíritu en Pentecostés (Hch 2,1-13). Y ahora, gloriosa
junto a su hijo, siempre en papel subordinado y sin pretender ninguna
grandeza que opaque siquiera de lejos la Gloria del Señor, radiante de
belleza, “envuelta en el sol como en un vestido, con la luna bajo sus pies
y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (Ap 12,1), es modelo
perfecto de toda la Iglesia y de cada cristiano en particular.

CADA CATÓLICO CON SU BIBLIA

Amable lector, amable lectora: Esta edición de la Biblia es una


parte de nuestro gran programa “Cada Católico con su Biblia”.
Esperamos le sirva para que Usted tenga un contacto fructuoso y feliz
con la Palabra de Dios. Y lo invitamos a compartir con nosotros el
entusiasmo por difundir el texto bíblico y su conocimiento. Cuando
nuestra patria abra su corazón a Dios florecerá, como una nueva
primavera, la paz que todos anhelamos.

Sólo la escucha atenta y fiel del Mensaje divino puede renovar


personas, estructuras y sociedades. Esperamos que pronto podamos
hacer otras ediciones para este mismo programa y que cada uno de los
católicos tenga su Biblia, la lea y ore con ella habitualmente.

+José Miguel Gómez Rodríguez


Obispo de Líbano – Honda
Presidente Comisión Episcopal
De Catequesis y Animación Bíblica de la Pastoral

ANTIGUO TESTAMENTO
Antiguo Testamento (=AT) es el nombre dado por los cristianos a las
escrituras sagradas del pueblo de Israel.
Esas escrituras son un conjunto de libros muy variados desde todo
punto de vista: literario, histórico, teológico.

EL ANTIGUO TESTAMENTO COMO LITERATURA

El Antiguo Testamento ocupa un lugar destacado entre las literaturas


antiguas y es, sin duda, el conjunto literario más importante entre las
producciones del antiguo Medio Oriente. Los egipcios, los sumerios, los
asirios y los babilonios, el pueblo ugarítico, los hititas, los persas y otros
pueblos de esta región produjeron numerosas obras literarias a través
de su historia. Sin embrago, ninguna tiene la amplitud, la variedad y el
nivel artístico de la literatura bíblica, por no hablar de su valor religioso.

Como ya se ha dicho, el Antiguo Testamento es una colección de


escritos de diversas épocas y de autores diferentes.

Literariamente, estos escritos pueden dividirse de manera muy general


en prosa y pesia.

DIVERSAS FORMAS DE PROSA

Sin entrar en mayores detalles, se pueden distinguir en el AT las


siguientes clases de prosa:

-Relatos de los orígenes: que se encuentran en Gn1-11.

-Relatos sobre la historia: están relacionados, de una u otra manera,


con la historia del pueblo de Israel, comenzando desde Abraham. Se
encuentran a partir de Gn12, sobre todo en libros narrativos. Pueden
estar centrados en algún personaje especial (Abraham, Moisés, David)
o en el pueblo en general. Dentro de este género amplio, hay muchas
formas particulares, como las genealogías (cf., por ejemplo, 1 Cr1-9),
los relatos de los patriarcas (Gn 12-50), los relatos de carácter épico
(como los relativos a la salida de Israel de Egipto, en el Éxodo), los
relatos de carácter familiar (como el libro de Rut), las crónicas oficiales
(como muchos de los relatos de los libros de los Reyes), los relatos
didácticos (como el libro de Jonás).

-Prosa legislativa: ocupa parte importante del Pentateuco, desde


Éxodo hasta Deuteronomio.

DIVERSAS FORMAS DE LITERATURA POÉTICA

Igualmente, sin entrar en muchos pormenores, pueden señalarse las


siguientes formas principales:

-Poesía litúrgica: es la poesía usada principalmente en los actos de


culto y consignada, sobre todo, en los Salmos. A estos se pueden añadir
otros textos semejantes, como el de Lamentaciones.

-Literatura profética: aunque la literatura profética incluye textos en


prosa (cf., por ejemplo, Is36-39; Jer 26-29), gran parte de los libros de
los profetas tienen forma poética. Es característico de estos textos el
que el profeta presente su mensaje con la conciencia de tener una
misión especial de Dios.

-Literatura sapiencial: es reflexión y enseñanza sobre la vida diaria.


Puede presentar la forma de dichos breves, en que los temas se van
sucediendo sin ningún orden especial (libro de Proverbios) o como
reflexiones más amplias sobre algunos pocos temas (libro de
Eclesiastés).

Para entender correctamente un texto es conveniente reconocer el


género literario al que pertenece, según su forma y su intención
particular, y según las tradiciones literarias de las antiguas culturas
orientales, distintas de las nuestras. Así, por ejemplo, es importante
observar que la intención principal de los relatos históricos es mostrar
el sentido de la historia, más que la materialidad de los hechos. Los
profetas se preocupan por recordar al pueblo las grandes verdades
religiosas, mientras que los sabios se fijan en aspectos particulares de
la vida diaria.
ORIGEN DE LOS LIBROS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

En cuanto al origen de los escritos bíblicos, se pueden distinguir dos


tipos diferentes:

Libros con autor definido: en estos se percibe el influjo de un


personaje individual, que marca la obra con su sello personal. Tal
sucede con muchos de los libros proféticos. En algunos casos, los
escritos de los profetas se conservaron en círculos nacidos bajo su
inspiración, donde se desarrolló y amplió el mensaje original.

Literatura Tradicional: en ella la importancia no recae sobre el autor


individual, sino sobre el uso de tradiciones. Estas tradiciones se
conservan en el pueblo o en determinados medios, se profundizan, se
transmiten y se actualizan y adaptan a nuevas circunstancia. A este tipo
pertenece la mayor parte de la literatura narrativa, litúrgica y sapiencial.

TRANSMISIÓN DEL TEXTO DEL ANTIGUO TESTAMENTO

Teniendo en cuenta los usos de las épocas antiguas, se puede suponer


que los libros del AT se escribieron en rollos de pergamino o papiro (cf.
Jer 36). Sin embargo, ninguno de los manuscritos autógrafos ha llegado
hasta nosotros, lo que es un hecho común a toda la literatura antigua.
El texto se ha transmitido hasta nuestros días a través de las copias
hechas a mano a lo largo de muchos siglos, hasta cuando el uso de la
imprenta permitió hacerlas mecánicamente.

Las copias más antiguas de los textos hebreos son de alrededor del
siglo I a.C., y provienen de Qumrán y otras localidades al occidente del
Mar Muerto. Allí se encontraron copias, algunas bastante completas,
otras muy fragmentarias, de casi todos los libros de la Biblia hebrea y
de otros escritos antiguos. En estos manuscritos se puede ver que el
texto hebreo se escribía solamente con consonantes, práctica común a
varias lenguas semíticas.
Los sabios judíos, sobre todo a partir de fines del siglo I d.C. se
dedicaron a unificar el texto hebreo de la Biblia y a fines del siglo V d.C.
se desarrolló, principalmente en Babilonia y Tiberias, un sistema para
precisar la manera de leer el texto. De ahí resulto el llamado “texto
masorético” (es decir, el texto determinado por los masoretas, “los que
transmites la tradición”). En este sistema se indican las vocales
(añadidas como signos debajo, encima o en medio de las consonantes)
y los signos de entonación para la lectura pública.

La copia más antigua de toda la Biblia hebrea proviene del siglo X d.C.
(Códice de Alepo), que refleja la tradición tiberiense. Se debe tener en
cuenta que era costumbre entre los judíos no conservar los manuscritos
que ya estaban deteriorados sino destruirlos. Sin embrago, era notable
el cuidado con que se hacían y conservaban las copias de los textos
bíblicos.

Como de todas maneras es inevitable que al hacer las copias se


introduzcan algunas faltas, los estudiosos del texto de la Biblia disponen
además de otras ayudas, como son la copia samaritana del Pentateuco
(texto hebreo en escritura samaritana) y las versiones (traducciones)
antiguas. De estas, las principales son: las versiones griegas, entre las
cuales la más importante es la llamada de los Setenta (o Septuaginta),
hecha en Alejandría (Egipto) entre los siglos III y I a.C. y que fue usada
en muchos casos por los autores del NT; las versiones parafrásticas al
arameo (llamadas Targum); las versiones latinas, sobre todo la Vulgata,
hecha, del hebreo, por San Jerónimo; las siríacas, coptas y otras. Este
material se encuentra disponible en las ediciones críticas del texto
hebreo.

EL MEDIO AMBIENTE

LA TIERRA
El territorio donde se desarrollaron los principales acontecimientos de la
historia del pueblo de Israel, después que tomó posesión de la tierra que
Dios había prometido a Abraham y sus descendientes, y de la historia
de Jesús y de la primera comunidad cristiana, corresponde, en grandes
líneas, al actual estado de Israel, en la costa oriental del mar
Mediterráneo.

El nombre más antiguo aplicado a este territorio en los documentos


bíblicos es el de “tierra de Canaán” (Gn 11,4). Más tarde se conoció
como “tierra (territorio o país) de Israel” (1 S 13,10; Ez 11,17; Mt 2,20).
Los griegos y los romanos usaron el término “Palestina” derivado del
nombre “filisteo”, pueblo que habitaba antiguamente la región de la
costa. En tiempos romanos también se usó el nombre de “Judea”, para
referirse por lo menos a una parte de ese territorio.

Durante la mayor parte del período monárquico (931-587 a. C.), el país


estuvo políticamente dividido en dos regiones: el reino de Judá en el
sur, con Jerusalén como su capital, y el reino de Israel o del Norte, con
Samaria como capital. Con la conquista de este último reino por Asiria
(721 a.C.), se acentuó la diferencia entre las dos regiones.

En tiempos del NT, este territorio aparece compuesto por cuatro


grandes regiones: Judea, al sur, Perea, al oriente del río Jordán,
Samaria, al norte de Judea, y Galilea, aún más al norte. Este territorio
tiene una extensión cercana a los 25.000 Km cuadrados.

Desde el punto de vista físico, se pueden distinguir en este territorio tres


grandes zonas paralelas, que se extienden de sur a norte.

A lo largo del mar Mediterráneo hay una llanura baja, en cuya parte sur
estaban establecidos antiguamente los filisteos, con Gaza, Ascalón y
Asdod como ciudades principales; fuera ya del territorio filisteo se
encuentran ciudades como Jope (actualmente un suburbio de Tel Aviv),
Cesarea (construida en tiempos romanos) y, más al norte, Haifa (de
origen más reciente). Esta llanura es interrumpida por el monte
Carmelo, al norte de Cesarea, y se hace más estrecha en la parte de
Galilea.

Más al oriente se encuentra la zona montañosa, que se prolonga por el


sur hasta el desierto de Négueb y por el norte hasta las montañas del
Líbano. Esta cadena montañosa se ve interrumpida por la llanura de
Jezreel (o Esdrelón), que separa a Samaria de Galilea. El punto más
alto en la parte de Judea corresponde a una montaña cerca de Hebrón
(1020 m), al sur de Jerusalén. En Galilea la altura máxima (1208 m)
corresponde al monte Meirón. En esta zona se encuentran las
principales ciudades de Judea y Samaria y algunas de Galilea.
Jerusalén está a unos 800 m de altura sobre el nivel del mar.

Más al oriente todavía se encuentra una cuenca o depresión, donde


está el río Jordán, que nace al norte de Galilea, en el monte Hermón, y
corre hacia el sur formando en su camino el Lago de Galilea (cuyo nivel
está 212 m más bajo que el Mediterráneo), y después de recorrer un
valle de 100 km de longitud, desemboca en el Mar Muerto. El nivel del
Mar Muerto es 392 m más bajo que el del Mediterráneo.

Al oriente de esta depresión el terreno vuelve a elevarse y alcanza


alturas mayores, sobre todo en la parte norte, con el monte Hermón, el
más alto de toda esta región (2758 m), ya fuera de Palestina.

Las llanuras de la costa y del norte eran en general terreno fértil, apto
para la agricultura. En las zonas montañosas abunda la piedra y solo
son parcialmente cultivables. Al oriente y al sur predominan las zonas
desérticas. En general, el agua no es abundante en esta región, y se
utilizan cisternas para conservar el agua de lluvia. Los textos bíblicos
distinguen básicamente dos estaciones: invierno y verano (cf. Gn 8,22;
Mt 24, 20,32), que se caracterizan tanto por las temperaturas más bajas
o más altas como por la abundancia o falta de lluvias.

EL AMBIENTE HISTÓRICO Y CULTURAL DEL ANTIGUO


TESTAMENTO

La formación del pueblo de Israel fue lenta y gradual. Ocurrió en medio


de las antiguas civilizaciones que se desarrollaron al oriente del
Mediterráneo, desde Egipto hasta la región comprendida entre los ríos
Tigris y Éufrates. Su existencia se remonta hasta antes del siglo X a.
C., pero originalmente estaba constituido por varias tribus que no
llegaron a unificarse sino hasta que David estableció un estado
monárquico con Jerusalén como capital. Las fuentes históricas relativas
a esa época son muy fragmentarias, lo que nos impide conocer en todos
sus detalles los orígenes del pueblo hebreo.

LA ÉPOCA DE LOS PATRIARCAS

La historia de Israel, tal como nos la narra la Biblia, fue en sus


comienzos una historia familiar. Empezó con la partida de Abraham de
Mesopotamia y con su llegada a Canaán. En Canaán nació Isaac quien,
a su vez, fue padre de Jacob. Más tarde, y a causa de una hambruna
que asoló a la tierra, Jacob y sus hijos –los orígenes de las doce tribus-
bajaron a Egipto, donde, después de una época de paz y prosperidad,
fueron sometidos a la esclavitud.

En su viaje a Canaán, Abraham pasó por Siquem. Hai y Betel, donde


construyó altares (Gn12, 7-8); pero se estableció cerca de Hebrón al sur
de Palestina, en un lugar llamado Mamré, por el nombre del dueño del
bosque de encinas que allí había (Gn 13,18; 18,1; 23,19). En este lugar,
Abraham vivió como extranjero (Gn 23,4) y adoró a Dios llamándole El
Shadai (que probablemente significa “Dios de la montaña”). Al final de
su vida, su única propiedad en la Tierra prometida fue un sepulcro
familiar (Gn 23,20), en el cual él mismo fue sepultado (Gn 25,9-10).

El patriarca Isaac aparece vinculado al desierto del Négueb (Gn24, 62)


y a los alrededores de Beerseba (Gn 26,23), en la frontera meridional
de Palestina. Los relatos que se refieren a él describen muy bien lo que
era la vida seminómada en el segundo milenio a. C.: búsqueda de
campos de pastoreo, asentamiento transitorio en las cercanías de
alguna ciudad fronteriza y altercados con la población local,
especialmente a causa de los pozos de agua para dar de beber al
ganado (cf. Gn 26).

El ciclo de Jacob es más complejo. La primera parte está consagrada a


relatar los conflictos interpersonales con su hermano Esaú, anticipando
así las difíciles relaciones que habrían de existir entre Edom,
descendiente de Esaú, e Israel, heredero de Jacob. Luego relata la
huida del patriarca a la región del río Éufrates, donde consigue amasar
una considerable riqueza, y cómo, gracias a su astucia, logra superar
sus conflictos con el arameo Labán. Decide regresar con su familia a la
Tierra prometida, y en su desplazamiento va ocupando las regiones del
este y el oeste del Jordán. Es precisamente al este del río, en Penuel
(Gn 32, 2,30), donde Dios le cambia el nombre de Jacob por el de Israel
(Gn32, 28); y es en lado oeste, cerca de Betel, donde el Señor se le
revela, lo bendice y le renueva sus promesas (Gn 35, 1-14). La historia
de Jacob finaliza con el viaje que hace con su familia a Egipto, donde
reside su hijo José y donde es recibido en medio de alegrías y honores.
Muere rodeado de todos sus hijos.

Los patriarcas hebreos eran jefes de clanes seminómadas; se


desplazaban fuera de las zonas pobladas buscando pastos y agua para
sus rebaños. En algunas ocasiones se detuvieron en antiguos
santuarios cananeos, donde recibieron revelaciones de Dios (cf. Gn 6-
7; 28,10-22).

Los relatos del Génesis sobre los patriarcas ofrecen datos históricos de
inestimable valor para conocer los orígenes del pueblo hebreo. Bajo las
apariencias de una historia familiar se oculta un proceso mucho más
complejo: el surgimiento y formación de las tribus y clanes de Israel.

EL ÉXODO DE EGIPTO

No hay documentos que informen acerca de la situación de estas tribus


en el período que va desde la muerte de José hasta Moisés. Pese a ello,
puede afirmarse con certeza que durante esos siglos, la situación
política y social del Cercano Oriente se modificó de manera
considerable. Los egipcios tuvieron un tiempo de prosperidad después
de la derrota y expulsión de los hicsos, pueblo que había invadido Egipto
pasando por Canaán. Mientras tanto, en la costa oriental del
Mediterráneo no se había constituido ningún poder político hegemónico,
de manera que ese territorio dependía de Egipto. Al nordeste de
Palestina, la Mesopotamia estaba dividida en dos partes: en el sur se
encontraban los babilonios y en el norte los asirios, dos pueblos que
más tarde habrían de influir decisivamente en los destinos de Israel.
Cuando la familia de Jacob llegó a Egipto, es posible que el poder haya
estado en manos de los hicsos; de ahí que los israelitas, llegados
también de Canaán, hayan recibido un trato favorable (cf. Gn 47, 1-12).
Eso explicaría igualmente por qué algunos de ellos, como José,
pudieron alcanzar tan altas posiciones (cf. Gn 41,37-43).

Pero una vez los hicsos fueron derrotados y expulsados de Egipto, los
israelitas, como otros extranjeros, fueron sometidos a opresión. Es
probablemente a este cambio en la situación política al que alude el
texto bíblico, cuando dice: “Más tarde hubo un nuevo rey en Egipto, que
no había conocido a José” (Ex1,8). Como consecuencia de ello, los
israelitas fueron obligados a trabajar duramente en la construcción de
las ciudades de Pitón y Ramsés (Ex 1,11).

En estas circunstancias tuvo lugar un acontecimiento que habría de


quedar grabado para siempre en la memoria de Israel: Dios llamó a un
hebreo llamado Moisés, que había recibido una educación esmerada en
la corte del faraón. En su encuentro en el desierto, Yahvé le reveló su
nombre, que en el texto bíblico se explica con la frase “Yo soy el que
soy” (véanse Ex 3,14-15 y notas correspondientes), y le encomendó la
misión de liberar a su pueblo de la opresión.

Bajo este imperativo, Moisés regresó a Egipto, de donde había tenido


que huir. Allí se enfrentó a la resistencia del faraón, que se negaba
obstinadamente a dejar salir al pueblo. Pero al fin logró su objetivo y
salió al frente de la multitud israelita camino del desierto. Al abandonar
Egipto, llevaron con ellos a muchísima gente de toda clase (Ex12, 38),
que también quería liberarse de la servidumbre egipcia. A partir de
entonces, esta experiencia de liberación quedó inseparablemente unida
al nombre de Yahvé, y se convirtió en artículo fundamental de la fe de
Israel (Ex 20,2; Sal 81,11; Os13,4; Ez20,5)

Según algunas cronologías bíblicas, el éxodo ocurrió en una fecha más


o menos cercana al año 1450 a.C.; sin embargo, un número cada vez
más numeroso de investigadores modernos prefieren fijarlo en el siglo
XIII a.C. (1250/30 a.C.).En este caso, el faraón del éxodo habría sido
Ramsés II, conocido por sus monumentales proyectos de construcción.
En su marcha por el desierto hacia la Tierra prometida, la experiencia
fundamental del pueblo fue la alianza o pacto del Sinaí (Ex19). Así se
estableció una relación singular entre Yahvé e Israel, y sus
estipulaciones fundamentales quedaron consignadas en la ley
promulgada por Moisés, particularmente en el Decálogo, conocido
también como los Diez mandamientos (Ex 20,1-17).

LA CONQUISTA DE CANAÁN Y EL PERÍODO DE LOS


JUECES

Luego de la muerte de Moisés (Dt 34), la conducción del pueblo pasó a


manos de Josué. Le correspondió a él llevarlo a cruzar el río Jordán y
penetrar en la tierra de Canaán. Comenzaba, con este hecho, un nuevo
período histórico, cuya importancia habría de ser decisiva para la
constitución definitiva de la nación israelita (cf. Jos 1-3).

El asentamiento en Canaán fue un proceso lento y de difícil ejecución


(cf. Jue1). En algunas ocasiones fue necesario combatir con los pueblos
enemigos (cf., por ejemplo, Jue 4-5), aunque por lo general se efectuó
en forma pacífica y gradual. Los cananeos no fueron eliminados
totalmente, sino que en su mayoría terminaron por ser absorbidos por
el pueblo de Israel (cf. Jos 9).

En el tiempo en que tuvo lugar la conquista y la toma de posesión de la


Tierra prometida, los grandes imperios de Egipto y Mesopotamia habían
entrado en decadencia, Canaán, por su parte, estaba ocupado por
distintas poblaciones, en su mayoría de raza semita. La organización
política de estos pueblos se caracterizaba por la existencia de una serie
de pequeños estados que comprendían, por lo general, una ciudad y las
regiones vecinas. Estos pequeños estados habían sido hasta entonces
vasallos de Egipto. Su economía se basaba principalmente en la
agricultura. Su religión se distinguía por los ritos en honor de los dioses
de la fertilidad, y entre sus divinidades superiores estaban El, Baal,
Asera y Astarté.
La etapa posterior a la muerte de Josué, llamada habitualmente
“período de los jueces” puede fecharse con bastante precisión entre el
1200 y el 1050 a.C. En esta época, los grupos israelitas no tenían un
gobierno central, sino que estaban distribuidos en tribus relativamente
independientes. Con esta precaria organización político-administrativa
tuvieron que enfrentar frecuentes conflictos tanto internos como
externos. En esas circunstancias surgieron los “caudillos” designados
tradicionalmente con el nombre de “jueces”. En más de una ocasión,
estos tuvieron que guiar al pueblo en sus batallas contra los pueblos
vecinos. El cántico de Débora, por ejemplo, celebra el triunfo de una
coalición de grupos israelitas contra los cananeos (Jue 5).

Por esta misma época entraron en acción los filisteos, que procedían de
Creta y de las islas griegas (de allí el nombre de “pueblos del mar”). En
un primer intento trataron de penetrar en Egipto, pero cuando fueron
rechazados se establecieron, hacia el 1175 a.C., en la costa sur de
Palestina. Allí formaron la famosa “Pentápolis filistea” (véase 1 S 4,1b
nota c). Por su poderío militar y su monopolio del hierro (1 S 13,19-22),
la presencia de este pueblo en la llanura costera se convirtió en una
grave amenaza para Israel.

LA MONARQUÍA: SAÚL, DAVID, SALOMÓN

La precaria organización política de los israelitas no podía responder a


los desafíos de aquel momento histórico. Esto los obligó a organizarse
como nación con un gobierno unificado y estable. Surgió entonces la
monarquía, que al principio encontró no poca resistencia (cf.1 S 8), pero
que con el paso del tiempo logró consolidarse.

Saúl fue aclamado rey después de una victoria militar (cf1 S 11). Al
comienzo de su reinado alcanzó otras victorias importantes, pero nunca
pudo derrotar definitivamente a los filisteos. El final de su reinado estuvo
marcado por una serie de episodios trágicos (cf. 1 S 28, 3-25), hasta
que murió con casi todos sus hijos en la batalla de Guilboa.
La muerte de Saúl dejo el camino abierto para que David ascendiera al
trono. Proclamado rey en Hebrón por los hombres de Judá, comenzó
David su reinado sobre las tribus del sur (2 S 2,1-4), para ser
posteriormente reconocido por las tribus del norte. De ese modo, Israel
y Judá quedaron unidos bajo el cetro de un solo monarca. Durante su
reinado, Israel conoció un periodo de gran esplendor: Incorporó algunas
ciudades cananeas que hasta entonces se habían mantenido
independientes, sometió a los pueblos vecinos y conquistó la ciudad de
Jerusalén, convirtiéndola en centro político y religioso.

En su lecho de muerte, David designó a Salomón como su sucesor. El


reinado de Salomón se caracterizó por su incomparable magnificencia.
Las relaciones comerciales le procuraron enormes riquezas, y con ellas
pudo realizar grandes construcciones, como el palacio real y el templo
de Jerusalén. En toda la historia de Israel, ningún otro rey llegó a tener
tanta fama y prestigio como Salomón (cf.1 R 5-10).

EL REINO DIVIDIDO

El imperio creado por David comenzó a resquebrajarse durante el


reinado de Salomón. El uso opresivo de la mano de obra y los pesados
tributos destinados a proveer recursos para llevar a cabo las grandes
construcciones provocaron el descontento y la rebeldía en distintas
partes del reino. Las antiguas rivalidades entre el norte y el sur
comenzaron a resurgir, y a esto se sumó la insensata actitud de
Roboam después de la muerte de Salomón (1 R 12,1-24). Como
consecuencia de toda esta situación la división del reino davídico resultó
inevitable: las tribus del norte aclamaron a Jeroboam, constituyéndolo
así rey de Israel; la tribu de Judá, por su parte, permaneció fiel a
Roboam, el hijo y heredero e Salomón, quien retuvo como capital a
Jerusalén.

El reino de Judá subsistió durante más de trescientos años (hasta el 587


a.C.), y el poder estuvo siempre en manos de un descendiente de David.
El reino del norte, en cambio, no gozo de tanta estabilidad. La capital
cambió de sede en varias ocasiones, hasta que al final se instaló en
Samaria (1R 16,24). Los intentos de formar dinastías estables
resultaron infructuosos y terminaron casi siempre en forma violenta (cf.
Os 6,3-7).
La destrucción del reino de Israel por los asirios ocurrió en forma
paulatina. Primero, Menahem debió pagar un pesado tributo (2 R 15,
19-20); luego se redujeron las fronteras del reino y el rey pasó a ser
vasallo de Asiria (2 R 15,29-31); finalmente Samaria fue destruida y
parte de la población llevada al exilio. En el territorio conquistado se
instaló una clase gobernante extranjera.

El imperio asirio continuo ejerciendo su dominación en Palestina hasta


que fue derrotado por los medos y los caldeos. La estrepitosa caída de
Asiria (cf. Nah 1-3) hizo que Judá, bajo el reinado de Josías, sintiera
renacer sus esperanzas de recuperar la independencia política. Pero
Josías cayo en la batalla de Meguido, y a partir de esa derrota el reino
se precipitó rápidamente a la ruina. Esta culminó cuando
Nabucodonosor, al mando del ejército de Babilonia, sitió y conquistó
Jerusalén. Las consecuencias de este desastre (587 a.C.) fueron la
pérdida de la independencia, el fin de la dinastía davídica, la destrucción
del templo y de la ciudad santa y el destierro a Babilonia de una buena
parte de la población (2 R 25,1-21).

Al perder su autonomía como nación, Judá, según parece, quedó


incorporada a la provincia babilónica de Samaria. El país estaba en
ruinas, porque a la devastación causada por el ejército invasor se sumó
el saqueo llevado a cabo por algunos pueblos vecinos, como Edom (Abd
11) y Amón (Ez 25, 1-4). Y aunque la mayoría de la población
permaneció en Palestina, un núcleo considerable fue llevado al exilio.

EL EXILIO

Los babilonios permitieron a los exiliados formar familias, construir


casas, cultivar huertos (Jer 29, 5-7) y consultar a sus propios jefes y
ancianos (Ez 20, 1-44). También les permitieron vivir juntos en un lugar
llamado Tel Abib, a orillas del río Quebar (Ez 3,15). Paulatinamente, se
acostumbraron a la nueva situación, aunque las prácticas religiosas
fueron el mayor vínculo de unión entre ellos.

Por aquella época comenzaron a aparecer las sinagogas, donde el


pueblo oraba, leía la ley, cantaba los salmos y comentaba los escritos
proféticos. Además, un grupo de sacerdotes trabajaba activamente con
el fin de recoger y preservar los textos sagrados que constituían el
patrimonio espiritual de Israel. Entre ellos hay que mencionar
especialmente a Ezequiel, quien en su doble condición de sacerdote y
profeta (cf. Ez 1,1-3; 2,5) ejerció una influencia singular.

En medio de estas condiciones favorables, muchos exiliados desistieron


de volver a Palestina; otros en cambio, conservaron la esperanza y el
deseo de retornar a la patria. Entre estos también había quienes no
ocultaban su resentimiento contra Babilonia, por los muchos males, que
les había infligido (Sal 137,8-9; cf. Is47,1-3). Estos estuvieron
seguramente entre los principales animadores del movimiento de
retorno.

RETORNO Y RESTAURACIÓN

La esperanza de una pronta liberación se avivó entre los deportados


cuando Ciro, rey de Anshán, emprendió su carrera de conquistador y
fundador de un nuevo imperio. Apenas ascendió al trono de Persia (559-
530 a.C.), sus cualidades de estratega y político le permitieron atravesar
rápidamente por las siguientes tres etapas decisivas: la fundación del
reino medo-persa con su capital en Ecbatana (553 a.C.); la conquista
de casi toda el Asia Menor, que culminó con su victoria sobre el rey de
Lidia (546 a.C.); y su entrada triunfal en Babilonia, sin encontrar
resistencia (539 a.C.). Así quedó constituido el imperio persa, que
dominó durante más de dos siglos el panorama político del Cercano
Oriente.

En sus relaciones con los pueblos sometidos, Ciro puso en práctica una
política de tolerancia cultural y religiosa que resulto sumamente
beneficiosa para los judíos. Fruto de tal actitud fue el edicto – del que la
Biblia conserva dos versiones (Esd 1,2-4; 6,3-5) – por el que se permitió
a los deportados regresar a Palestina y reconstruir el templo de
Jerusalén con la ayuda económica del imperio (538 a.C.). Además, Ciro
autorizó la devolución de los objetos sagrados que Nabucodonosor
había llevado a Babilonia.

El retorno a Palestina fue difícil y lento. Un primer grupo llegó a


Jerusalén bajo el mando de Sesbasar (Esd 5-11), que actuaba como
funcionario de las autoridades persas. Poco después fue reedificado el
templo (520-515 a.C.) gracias a la acción conjunta de Zorobabel y del
sumo sacerdote Josué, quienes recibieron un poderoso respaldo de los
profetas Ageo y Zacarías.

Pero con el paso del tiempo, la situación fue deteriorándose


gradualmente. Entre los factores que más contribuyeron a ello hay que
incluir, además de las graves dificultades económicas, las divisiones
dentro de la comunidad israelita y, muy particularmente, la hostilidad de
los samaritanos.

Al enterarse de las penurias que padecían sus hermanos en Palestina,


Nehemías, un judío que había llegado a ser copero del rey persa
Artajerjes I, solicitó ser nombrado gobernador de Judá para acudir en
ayuda de su pueblo (445 a.C.). Gracias a la eficaz intervención de este
gran reformador, no solo fueron reconstruidas las murallas de
Jerusalén, sino que toda la vida de la comunidad judía, experimentó una
profunda reestructuración (cf. Neh 10).

En este contexto se sitúa también la misión de Esdras, sacerdote y


escriba que fue investido con poderes extraordinarios por el monarca
persa. Esdras debió ocuparse no solamente del templo y del esplendor
del culto, sino también de reunir bajo la Ley de Dios (Esd 7,25) a los que
habían vuelto de Babilonia y a los que se habían quedado en el país
(Esd 7,12-26). Aún no se ha podido establecer con precisión en qué
momento se llevó a cabo esta misión. Según algunos historiadores,
habría que fijarla a partir del séptimo año de Artajerjes I (Esd 7, 7); es
decir, en el 458 a.C. Otros, en cambio, sostienen que fue en el 398 a.C.
(séptimo año de Artajerjes II) o en el 428 a.C.
Con la reforma religiosa y moral promovida por Esdras, toda la vida del
pueblo judío quedó centrada en la Ley (la Torá), a tal punto que Israel
se convirtió en “el pueblo del libro”. De ahí que la figura de Esdras
ocupe, en las tradiciones judías, un lugar comparable al de Moisés.

LA ÉPOCA HELENÍSTICA

Las conquistas de Alejandro Magno (356-323 a.C.) acabaron con el


dominio persa en el Cercano Oriente. Así quedó inaugurada la época
helenística, que se extendió hasta el 63 a.C. La fundación de este nuevo
imperio contribuyó decisivamente a derribar las barreras entre Oriente
y Occidente, pero los sucesores de Alejandro no lograron mantener la
unidad política en los inmensos territorios conquistados por él. Como
consecuencia de estas divisiones, Palestina fue dominada primero por
los tolomeos o lágidas de Egipto, y luego por los seléucidas de Siria,
dos dinastías fundadas por dos generales de Alejandro.

Durante la época helenística, el gran número de judíos de la dispersión


(o diáspora) hizo necesaria la traducción de la Biblia hebrea al griego.
Esta traducción respondía a las necesidades religiosas de las
comunidades judías de habla griega. Se conoce como versión de los
Setenta o Septuaginta (LXX).

En tiempos de Antíoco IV Epífanes, rey de la dinastía seléucida (175-


163 a.C.), el intento de helenizar a la comunidad judía de Palestina
produjo una gran división en el pueblo. Por un lado, muchos judíos
adoptaron públicamente costumbres propias de la cultura griega,
reñidas con las prácticas tradicionales de su propio pueblo; otros, por el
contrario, se mantuvieron fanáticamente adheridos a la Ley. Las
tensiones entre ambos grupos alcanzaron su punto culminante en la
rebelión de los macabeos.

La rebelión comenzó cuando un anciano sacerdote de nombre Matatías


y sus cinco hijos se organizaron para luchar contra el ejército sirio.
Después de la muerte de su padre, Judas “el macabeo” (apodo que
probablemente significa “el martillo”) quedó al frente de la resistencia y
muy pronto se convirtió en héroe militar. En el año 164 a.C., el grupo de
Judas Macabeo reconquistó el templo de Jerusalén, que había sido
profanado, y procedió a su purificación. La fiesta de la Dedicación o
Hanuká (cf. Jn10, 22) recuerda esta gesta heroica. Con el triunfo de la
rebelión macabea comenzó un período transitorio de independencia
judía.

Luego de la muerte de Simón, el último hijo del sacerdote Matatías, su


hijo Juan Hircano I (134-104 a.C.) fundó la dinastía asmonea. Durante
ese período, Judá amplió sus límites territoriales, pero vivió al mismo
tiempo una etapa de disturbios e insurrecciones. Finalmente, en el 63
a.C., el general romano Pompeyo conquistó Jerusalén e hizo de Siria y
Palestina una provincia del imperio romano. La vida religiosa judía
estuvo entonces dirigida por el sumo sacerdote, pero este, a su vez,
estaba sujeto a la autoridad de Roma.

La época del NT coincidió con la ocupación romana de Palestina. Esa


situación perduró hasta que comenzó la guerra judía de los años 66-70
d.C., guerra que concluyó dramáticamente con la caída de Jerusalén y
la destrucción del segundo templo.

VALORES RELIGIOSOS DEL AT

El cristianismo, que ve en Cristo la plenitud de la revelación, se pregunta


por el valor religioso del AT.

Pueden señalarse, en forma breve, algunos aspectos importantes que


deben tenerse en cuenta.

1. El AT, como toda la Biblia, nace de una autentica experiencia del


verdadero Dios; un Dios que Israel descubrió en su historia
concreta, y que se fue revelando cada vez más claramente, en
contraste con las religiones de los pueblos vecinos, como el Dios
único, Creador y Señor del universo, Señor de la historia, que no
se identifica con imágenes hechas por los hombres. Es el Dios de
la vida, que da a todos la existencia; un Dios salvador, que está
siempre con el pueblo, pero que no se deja manipular por él; un
Dios exigente, que impone obligaciones morales y sociales, que
no se deja sobornar, que protege a los débiles y ama la justicia;
un Dios que se acerca al pueblo de manera especial en el culto;
un Dios que perdona y quiere la vida del pecador, pero que
también juzga e impone el castigo sobre los malvados. Ese Dios
es el mismo Dios del NT, el Padre de Jesucristo, el Dios que
quiere que todos lleguen a conocer la verdad y se salven.

2. Para Jesús y la iglesia apostólica, las “sagradas Escrituras” son


las escrituras del pueblo de Israel. La persona y la enseñanza de
Jesús, así como los escritos del NT, no se pueden entender sin el
trasfondo del AT. Las ideas y el lenguaje del AT influyen
profundamente en el NT.

3. El AT se fija de manera especial en las relaciones de Dios con el


pueblo de Israel. Uno de los aspectos principales a este propósito
es el de la alianza o pacto que hace Dios con el pueblo, por el cual
Dios se compromete a ser el Dios de Israel y escoge a este pueblo
como posesión peculiar, imponiéndole la obligación de cumplir los
deberes religiosos y sociales que especifican las leyes. La fe, el
culto, las leyes, ejercen una acción aglutinadora del pueblo. Y
aunque políticamente no siempre hubo unidad, la religión tenía un
gran poder unificador. En la mayor parte de la historia de Israel,
era más importante crear una identidad religiosa definida,
separándose de los otros pueblos, que proclamar un mensaje
universal.

4. No todos los aspectos del AT conservan igual validez para el


cristiano. Este los debe interpretar a la luz del criterio último, que
es Jesucristo. El AT tiene el carácter de preparación histórica.
Dios quiso llevar por etapas a la humanidad hasta la plenitud de
la revelación (cf.Heb 1,1-2). El NT expresa con frecuencia la idea
de que las promesas hechas por Dios a Israel en el AT tienen su
cumplimiento en los tiempos mesiánicos (cf., por ejemplo, Mt 1,23;
Lc 3,4-6; Hch 2,16-21; Ro 15,9-12), y así ciertas instituciones
dejan ya de tener validez o son sustituidas por otras realidades
(cf. Hch 15; Gl 3,23-29; Col 2,16-17; Heb 7,11-10,18). Los
diversos aspectos de la ley, del culto y de la doctrina sobre el
destino personal del ser humano y de la comunidad deben ser
interpretados a la luz de la revelación más plena encontrada en
el NT.

NUEVO TESTAMENTO
El Nuevo Testamento (NT) está compuesto por veintisiete escritos
redactados en griego durante los primeros tiempos de la iglesia
cristiana, es decir, durante el período correspondiente, en líneas
generales, a la segunda mitad del siglo I d.C. Estos escritos, de
dimensiones y formas literarias muy diferentes, han sido considerados,
desde su origen, como obras de autoridad religiosa superior a la de
cualquier otro libro. De manera más o menos directa, nos hablan de
Jesucristo, de su obra redentora y de las consecuencias de esa obra en
los seres humanos. Sin embrago, las maneras concretas de exponer
estos temas son muy variadas.

Al llamar a estos escritos Nuevo Testamento, se hace referencia a la


“alianza” o “pacto” sellado entre Dios y la humanidad.

Este uso tiene su origen en la convicción, expresada ya en textos como


Lc 22,20; 2 Co 3,6 y Heb 9,15, de que por medio de Jesús, y
especialmente con su muerte, se había sellado ese nuevo pacto o
alianza que Dios había anunciado antiguamente (cf. Jer 31,31), y que
sustituía al antiguo (cf. 2 Co 3,14; Heb 8,13).

Los primeros cristianos, como los demás judíos, utilizaban los escritos
sagrados del pueblo de Israel (lo que nosotros llamamos Antiguo
Testamento), que designaban con el nombre genérico de las Escrituras
(cf.1 Co 15,3), a veces con la expresión más específica de “la ley de
Moisés, los escritos de los profetas y los salmos” (cf. Lc 24,44), o más
brevemente como “la ley y los profetas” (cf.Mt 5,17), y aun simplemente
“la ley” (cf. Jn 10,34). Los términos Antiguo y Nuevo Testamento solo
empezaron a usarse a fines del siglo II d.C. para designar los libros de
la Biblia.

PARTES DEL NUEVO TESTAMENTO

El NT, como ya se ha indicado, es una colección de diferentes


escritos. En las Biblias actuales están agrupados según
algunos aspectos comunes.

En primer lugar se encuentran los cuatro evangelios (según


san Mateo, san Marcos, san Lucas y san Juan). Todos ellos
narran los principales acontecimientos de la vida, la pasión, la
muerte y la resurrección de Jesús, interpretados desde el
contexto particular de cada autor y de su respectiva
comunidad.

Después se encuentra el libro de los Hechos de los Apóstoles,


que es continuación de Evangelio según san Lucas y se refiere
a la difusión del mensaje cristiano durante los primeros años
de vida de la iglesia.

En seguida viene el grupo de las cartas, veintiuna en total. En


primer lugar están trece cartas de Pablo; después siguen: una
carta sin mención del autor (a los Hebreos), una carta de
Santiago, dos de Pedro, tres de Juan y una de Judas. Muchas
de estas cartas están dirigidas a comunidades o personas
particulares; otras tienen un carácter más general.

Finalmente está el libro de Apocalipsis, que en cierta manera


se presenta también como una carta.
Debe tenerse en cuenta que esta colocación no corresponde
al orden en que los libros fueron redactados y que en algunos
manuscritos antiguos el orden es diferente.

Estos escritos, como es natural, no formaban desde el principio


una unidad literaria. Seguramente ya a fines del siglo I
empezaron a reunirse (cf. 2 P 3,15-16), hasta constituir una
sola colección (siglo II) y formar, junto con el AT, las Escrituras
de la iglesia o la Biblia, es decir, “los libros” por excelencia.

Debe observarse, sin embargo, que la reunión material de


todos estos escritos en un único libro solo se hizo más tarde.
Los ejemplares más antiguos de Biblias completas que se
conocen son los códices Vaticano y Sinaítico (del siglo IV).

La fijación exacta del número de libros del NT que se recibían


con autoridad indiscutida (el llamado “canon”), fue un proceso
que duró bastante tiempo, sobre todo cuando empezaron a
aparecer numerosas obras que no representaban las
enseñanzas auténticas de la iglesia (la llamada “literatura
apócrifa”). Sobre algunos escritos, especialmente algunas
cartas y Apocalipsis, las discusiones se prolongaron por más
tiempo. Puede afirmarse que en el siglo IV ya se fue haciendo
general la lista o canon de escrito del NT que ahora se
encuentran en las Biblias cristianas.

Para entender mejor los escritos del NT, es necesario tener en


cuenta que nacieron en un ambiente histórico concreto y
hablan de acontecimientos que sucedieron en un ambiente
determinado. Se indicaran aquí algunos de los aspectos más
importantes.
EL MEDIO HISTORICO Y CULTURAL

Los escritos del NT fueron redactados en un medio histórico y


cultural concreto. La indicación que se lee en Jn 19,19-20,
según la cual el letrero colocado sobre la cruz de Jesús estaba
escrito en hebreo, latín y griego, refleja de manera sintética los
tres grandes componentes del mundo histórico y cultural en
que nació el NT.

El elemento judío. Lo primero que es necesario tener presente


para entender el medio ambiente del NT es el aspecto judío.
Jesús perteneció al pueblo judío. Él y sus discípulos hablaban
arameo. Su historia se desarrolló principalmente en Galilea y
en Judea. Su muerte tuvo lugar en Jerusalén. Los apóstoles
pertenecieron a ese mismo pueblo, al igual que una buena
parte de los personajes que aparecen en los evangelios y otros
del NT. Ha de tenerse en cuenta, de manera especial, que gran
parte de los autores de los escritos del NT fueron judíos.

La situación del pueblo judío que vivía en Palestina en tiempos


de Jesús y de la primera comunidad cristiana se comprende
mejor si nos fijamos en los aspectos religioso, social y literario.

1. El aspecto religioso es lo que más une a la iglesia cristiana


con el pueblo de Israel. La fe cristiana tiene su punto de
partida en las creencias y las esperanzas de ese pueblo.
Las Escrituras de Israel, donde habían quedado
consignadas su experiencia religiosa, su fe y sus
esperanzas, continuaron siendo las Escrituras de la iglesia.
En un primer momento, solo ellas; más tarde se
complementaron con los escritos del NT. Además, muchas
de las tradiciones religiosas del pueblo judío o de algunos
de sus sectores más influyentes quedaron incorporadas en
la fe del NT (cf. Mt 22,23-33; Hch 23,6-8; 1 Co15, 12-58).
2. En segundo lugar, hay que tener en cuenta la situación
social. En la sociedad israelita del tiempo de Jesús había
diversas clases, que pueden caracterizarse brevemente
así:
Una clase alta formada, sobre todo, por las familias de los
jefes políticos y religiosos, los grandes comerciantes, los
terratenientes y los cobradores de impuestos.
Una clase media compuesta de pequeños comerciantes y
artesanos, con trabajo estable. Gran parte de los sacerdotes
y maestros de la ley pertenecían a esta clase.
La clase pobre, la más numerosa, estaba formada por los
jornaleros que vivían del trabajo que podían encontrar cada
día (cf. Mt 20, 1-16). Muchos, que por alguna razón no podían
trabajar, tenían que vivir de la limosna (cf.Mc10, 46).
Jurídicamente, el lugar más bajo lo ocupaban los esclavos,
aunque su situación real dependía en gran medida de la
posición y del carácter de sus amos. Los esclavos israelitas,
en principio, podían recuperar su libertad en el año sabático
(que ocurría cada siete años). Los esclavos no israelitas no
tenían este derecho.
Las principales profesiones ejercidas eran la agricultura, la
ganadería, la pesca (en la región del Lago de Galilea),
trabajos artesanales (alfarería, zapatería, carpintería,
albañilería, etc.) y el comercio. El culto del templo, por otra
parte, daba ocupación a un gran número de sacerdotes y
levitas.
Algunos calculan que la población total de Palestina en
tiempos de Jesús podía llegar a un millón de personas.
El pueblo judío de esa época no formaba un bloque
homogéneo en los aspectos religiosos y político, aspectos
que estaban estrechamente relacionados. El NT y otras
fuentes históricas mencionan varios de estos grupos.
(a) Los fariseos, con intereses especialmente religiosos,
eran los defensores de la estricta observancia de la ley
de Moisés y de las tradiciones (cf. Flp 3,5-6). Tenían
gran influjo en el pueblo, y después de la destrucción del
templo representaron la tendencia que predominó en el
judaísmo.
(b) Los saduceos formaban un grupo menor en número,
pero con poder político. A ellos pertenecían, sobre todo,
miembros de las familias sacerdotales. En el NT se
caracterizan más que nada por su rechazo de la doctrina
de la resurrección y por la negación de la existencia de
ángeles y espíritus (cf. Mt22, 23-33; Hch 23,6-8).
(c) Otros grupos menores eran los partidarios de Herodes
(cf. Mt 22,16), los esenios, no mencionados en el NT
pero conocidos por otras fuentes y los celotes, que
fueron los principales instigadores de la rebelión contra
Roma en el año 66.
(d) Los maestros de la ley (llamados también “escribas”,
“letrados” o “rabinos”) eran los que habían asumido el
oficio de la instrucción religiosa del pueblo, centrada en
la explicación de las Escrituras y en la transmisión de las
tradiciones. Pertenecían a diversas tendencias y eran
predominantemente laicos. Su enseñanza la impartían
bien sea en el templo (cf. Lc 2,46) o, más
frecuentemente, en las sinagogas (cf. Hch 15,21). La
llamada “literatura rabínica”, que se escribió después del
NT, conserva el conjunto de sus enseñanzas y
explicaciones.
3. La literatura cristiana, y en concreto el NT, tiene sus raíces
en las tradiciones literarias del AT y del judaísmo
contemporáneo. Los evangelios, a pesar de estar escritos
en griego, se asemejan más a los libros narrativos del AT
que a las obras de los historiadores griegos. La manera
como Pablo argumenta en sus cartas no tiene sus
paralelos más cercanos en los filósofos griegos, sino en los
escritos del judaísmo. Apocalipsis pertenece a un género
literario usado por escritores del AT o del judaísmo tardío.
Muchas de las tradiciones que quedaron consignadas en
el NT se transmitieron primero en forma oral, en arameo.
Algunas palabras o frases arameas han quedado
conservadas en el NT (abbá, maranata, etc.).
Con todo esto, sin embargo, no se quiere negar o quitar
importancia a los elementos nuevos y originales que tiene el
NT. Aunque la iglesia cristiana era en sus comienzos una parte
del pueblo judío (cf. Hch 2,46), poco a poco fue distinguiéndose
de este, hasta su completa separación. La decisión de que no
era necesaria la incorporación al pueblo judío para poder
participar de los beneficios de la obra sanadora de Jesucristo
(cf. Hch 15,1-35) y la cantidad cada vez mayor de personas no
judías que abrazaron el evangelio (cf. Ro 11,11-12)
contribuyeron a esta separación definitiva entre la iglesia y el
pueblo judío.
De todas maneras, la fe en Jesús, el Hijo de Dios, solo existe
porque en su vida, en su muerte, en su resurrección y en su
presencia y actuación subsiguientes se ha llevado a cabo un
acontecimiento esencialmente nuevo. Es como una nueva
creación (cf. Mc 1,27; 2,21-22; Jn 13,34; Gl 6,15; Ef 2, 15). Esta
novedad se reflejó también, de alguna manera, en nuevas
formas de transmitir el mensaje, sin precedentes exactamente
iguales, como fueron los evangelios, o en la renovación y
transformación de géneros literarios tradicionales como las
cartas.
El elemento griego. Con las conquistas militares de Alejandro
Magno en Asia (año 332 a.C.), se inició una gran difusión de la
cultura griega por toda la región occidental de Asia, el norte de
África y el sur de Europa, sin excluir a la misma Roma. En el
siglo I d.C. la lengua griega se había convertido en el medio de
comunicación entre todas las personas cultas del área del mar
Mediterráneo y aun llegó a ser la lengua popular en muchas de
estas regiones.
Uno de los fenómenos más importantes en la historia del
pueblo judío en esa época fue la existencia de numerosos
grupos que vivían fuera de Palestina, a los que se daba el
nombre de judíos de la “diáspora” o dispersión. Ellos, aunque
seguían fieles a sus tradiciones religiosas, habían adoptado el
griego como lengua propia. En la diáspora judía de Alejandría
(Egipto) se tradujeron al griego las Escrituras del pueblo de
Israel. La principal de estas traducciones lleva el nombre de
traducción de los Setenta (o Septuaginta [=LXX]), y se convirtió
en el texto común de los cristianos de habla griega. Se
desarrolló, además, una importante literatura judeo-
helenística.
En la misma Jerusalén se formó un grupo de cristianos de
origen judío pero de habla griega (cf. Hch 6,1), que
indudablemente contribuyó en gran medida a la difusión del
evangelio entre los judíos de la diáspora y aun entre los
paganos (cf. Hch 11,19-20). El representante más notable de
estos judíos de fuera de Palestina convertidos al cristianismo
fue Pablo de Tarso. Su actividad misionera se extendió por
gran parte del Asia Menor y sus cartas constituyen una sección
muy importante del NT.
De esta manera, no es extraño que los escritos del NT estén
todos en lengua griega. Aunque algunas traducciones
anteriores pudieron haberse formado originalmente en arameo
(también se ha pensado en la posibilidad del hebreo
propiamente dicho), la redacción final del NT se hizo en lengua
griega, y en esa lengua se ha conservado.
El elemento romano. Ya a principios del siglo II a.C. el poder
militar de Roma se había impuesto en toda el área del
Mediterráneo, y a partir del año 63 a.C. Palestina quedó bajo
el influjo militar y político de Roma.
En un primer período, los gobernantes judíos conservaron el
título de reyes, aunque estaban sometidos al poder romano. El
más notable de estos reyes fue Herodes, llamado el Grande,
quien reinó en Palestina durante los años 37-4 a.C. y bajó cuyo
gobierno nació Jesús (cf. Mt 2,1-20; Lc 1,5). A su muerte, el
reino se dividió entre tres de sus hijos: Arquelao gobernó en
Judea y Samaria hasta el año 6 d.C.; Herodes Antipas en
Galilea y Perea, hasta el año 39 d.C.; y Filipo gobernó las
regiones al nordeste del Jordán, hasta el año 34 d.C. (cf. Mt
2,22; Lc 3, 1).
En el año 6 d.C. Arquelao fue depuesto por el emperador
Augusto, y Judea y Samaria pasaron a ser gobernadas
directamente por autoridades romanas (con el nombre oficial
de “prefectos” y, más tarde, de “procuradores”). El más
conocido de estos gobernadores (prefectos) romanos de
Judea fue Poncio Pilato (26-36 d.C.), quien condenó a muerte
a Jesús (cf. Mt 27,1-26).
En el año 37, el rey Herodes Agripa sucedió a Filipo en el
gobierno de su región; y en el año 40, a Herodes Antipas en
Galilea y Perea. En el año 41 obtuvo también el gobierno de
Judea, reconstituyendo así un reino semejante al de su abuelo
Herodes el Grande (cf. Hch 12,1-19). Pero murió en el año 44
(cf. Hch 12,19-23), y todo el territorio de Palestina quedó bajo
el gobierno de un procurador romano, situación que duró hasta
el año 66 (cf. Hch 23,24; 24,27).
El creciente descontento del pueblo judío y sus deseos de
independencia lo llevaron en el año 66 a la rebelión contra el
gobierno romano, en la que tomaron parte importantes grupos
de patriotas fanáticos conocidos con el nombre de “celotes”.
Palestina pasó entonces a ser regida por generales romanos,
con el título de “legados”. El primero de ellos fue Vespasiano,
quien en el año 69 fue proclamado emperador.
La llamada “Guerra judía” se prolongó hasta septiembre del
año 70 cuando los ejércitos romanos conquistaron la ciudad de
Jerusalén y destruyeron el templo (cf. Mt 24,2; Lc 21,20). Esta
derrota se debió no solo a la superioridad militar de los
romanos, sino también a las irreconciliables divisiones internas
de los judíos.
Hasta ese año, el pueblo judío había conservado cierta medida
de autoridad propia en asuntos internos, sobretodo religiosos,
ejercida por la Junta Suprema o Sanedrín. Esta junta estaba
presidida por el Sumo sacerdote, y a ella pertenecían también
otros personajes importantes de las familias sacerdotales, más
los llamados “ancianos”, es decir, hombres notables de familias
no sacerdotales, y un grupo de maestros de la ley, hasta
completar el número de 71 (cf. Mc 15,1). La competencia del
Sanedrín en tiempo de Jesús parece que no comprendía la
ejecución de penas capitales (cf. Jn 18,31).
Con la destrucción de Jerusalén y del templo, el Sanedrín
perdió su poder político, y el cargo de sumo sacerdote dejó de
existir, lo mismo que el culto del templo.
La vida religiosa y cultural del pueblo judío de Palestina se
reorganizó más tarde, sobretodo en Galilea, alrededor de las
escuelas rabínicas, que recogieron y organizaron las diversas
tradiciones.
Fuera de Palestina, la iglesia cristiana encontró en el imperio
romano elementos que favorecieron su rápida propagación por
el mundo pagano. La unidad política y cultural ofreció a los
evangelizadores cristianos la posibilidad de predicar la buena
noticia en la mayoría de las provincias y ciudades del imperio
(cf. Ro 15, 19,28; 1P 1,1). Además, en su primer período, la
religión cristiana gozaba de la misma tolerancia que se
concedía a la religión judía. Así, no es de extrañar que en Ro
13,1-7; Tit 3,1 se refleje una valoración positiva de la autoridad
del estado.
No obstante esto, la fe y la conducta característica de los
cristianos no tardaron en llevar a conflictos muy agudos.
Las medidas que las autoridades romanas tomaron en algunas
ocasiones contra los judíos tuvieron sus repercusiones
también sobre los cristianos (cf. Hch 18,2). La obligatoriedad
del culto oficial de Roma, que incluía un culto especial al
emperador, inevitablemente llevo al enfrentamiento entre los
cristianos y las autoridades romanas. La persecución de los
cristianos por sus creencias y actitudes fue, en un principio, de
carácter local y limitado. Después, sobre todo a partir del siglo
II, se hizo más general y sistemática. Esta situación ya se
refleja en textos como 1P 4,12-16 y, sobre todo, en Apocalipsis,
donde el imperio romano aparece como el enemigo por
excelencia de Cristo y de sus seguidores (cf. Ap 13,7).
TRANSMISIÓN DEL TEXTO
Los libros del NT fueron escritos, con toda probabilidad, en
rollos de papiros (algunos quizá de pergamino), más o menos
largos, según la longitud del escrito. Sin embargo, ninguno de
estos escritos ha llegado hasta nosotros en el autógrafo o
manuscrito original. Lo mismo sucede, por lo demás, con toda
la producción literaria de la antigüedad.
El texto del NT ha llegado hasta nosotros en copias
manuscritas que se fueron haciendo en diversos lugares y en
distintas épocas. Si prescindimos de algunos fragmentos muy
pequeños, sin importancia para la reconstrucción del texto, las
copias más antiguas del NT que se conservan son de alrededor
del año 200 y provienen de Egipto. Estas copias ya tienen la
forma de libros (códices). Otras copias posteriores (siglo IV en
adelante) están hechas en pergamino (cuero de oveja, cabra o
becerro), material más fino y duradero. Las condiciones del
clima de Egipto, muy seco, son especialmente favorables para
la conservación de manuscritos.
Son aún más numerosas las copias que se conservan de los
siglos siguientes. El número total de manuscritos anteriores a
la utilización de la imprenta en occidente, hechos en papiro o
pergamino y que contienen todo o parte del NT, pasa de cinco
mil.
Si a esto añadimos las versiones antiguas, tales como las
traducciones al latín, al siriaco, al copto y otras lenguas, hechas
en los primeros siglos de la era cristiana, y los testimonios de
los escritores antiguos (citas, alusiones, comentarios), el
material que sirve para reconstruir el texto del NT es muy
voluminoso.
Dado el número tan grande de testimonios y las limitaciones
de toda obra humana, no es extraño que se presenten
variantes en el texto de estos testigos tan diversos.
Por eso existe toda una rama de la ciencia bíblica (la crítica
textual) que se dedica al estudio de estos testimonios y a la
reconstrucción del texto en su forma más primitiva posible.
Los resultados de estos estudios aparecen publicados en las
ediciones críticas del texto griego del NT. La presente
traducción se basa en la edición publicada por K. Aland, M.
Black, B. Metzger, C. M. Martini y otros, The Greek New
Testament 3a. edición corregida, Sociedades Bíblicas Unidas,
1984.
En las notas se indican algunas de las variantes más
importantes que se encuentran en los manuscritos.

Contenido y finalidad del Nuevo Testamento


Como ya se ha dicho, el NT está centrado en la persona, en la
historia y en la obra salvadora de Jesucristo. Este tema, por
una parte, da unidad a los diversos libros que lo forman, y, por
otra, lo distingue del AT.
Jesús no redactó ninguno de los escritos del NT. Estos fueron
redactados por aquellos que lo reconocieron como el Mesías,
como la persona que Dios había escogido y enviado para
realizar su obra de salvación en favor de la humanidad, y a
quienes Dios llamó para comunicar a otros el testimonio de su
fe.
El NT existe porque Jesús mostró su gloria; y sus discípulos
creyeron en él (Jn 2,11). Aunque Jesús no fue reconocido por
la mayor parte de su pueblo (cf. Jn 1,11), un grupo privilegiado
fue testigo de sus acciones, de su muerte y de su resurrección.
Jesús les envió el Espíritu, y así se cumplió lo que él les había
dicho: cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes recibirán
poder y saldrán a dar testimonio de mí, en Jerusalén, en toda
la región de Judea y de Samaria, y hasta en las partes más
lejanas de la tierra (Hch 1,8).
Ellos mismos, y los discípulos que fueron formando, sintieron
la necesidad de comunicar a todos los pueblos la fe que
profesaban y la esperanza que los animaba. Los que
aceptaban este mensaje fueron construyendo el nuevo pueblo
de Dios, beneficiario de la nueva alianza que Dios había
prometido hacer con los hombres, el nuevo pueblo al cual
estaban llamados los hombres y las mujeres de todas las
naciones.
El NT quiere expresar a todos, sin ambigüedades, quién es
Jesús. Una manera de hacerlo es por medio de los títulos que
le aplica.
El título con el que más comúnmente el NT expresa su fe en
Jesús es el de Cristo (“Mesías”, “Ungido”). Este título se
relacionaba con las esperanzas del pueblo de Israel, pero se
aplicó a Jesús con un contenido y un alcance nuevos.
Títulos de significado semejante son los de Hijo de David y
Rey. Según los evangelios, el título que Jesús prefería para
referirse a su misión era el de Hijo del hombre, que, por una
parte, expresaba su condición plenamente humana y, por otra,
aludía a su carácter de Juez glorificado.
Otro título muy usado en el NT es el de Señor. Este título se
aplicaba en el AT de preferencia a Dios, y fue la forma que
sustituyó de ordinario al nombre de Yahvé; entre los griegos,
se daba a los reyes y a los dioses. El NT lo usa para expresar
la soberanía de Jesús resucitado.
El título de Hijo de Dios se daba a veces al rey de Israel, como
también lo daban los romanos al emperador. Pero para el NT,
expresa lo que solamente se verifica con toda propiedad en
Jesús: una relación única con Dios, como su Padre, y al mismo
tiempo, el fundamento para que los que estén unidos a él por
la fe puedan ser hijos de Dios y llamarse como tales.
Además de estos, que son los más comunes, el NT aplica a
Jesús otros títulos que el lector encontrará en los textos.
Pero la fe de la iglesia primitiva en Jesucristo no se expresa
únicamente en los títulos que le atribuye. Con igual valor se
expresa en la manera como describe su obra salvadora.
El NT proclama que Jesús, por su acción en la tierra, por su
muerte y su resurrección, y por su presencia activa y continua
en el mundo, ha hecho presente el poder de Dios y su amor
salvador. Esta obra se describe de diversas maneras, entre las
cuales se encuentran expresiones como salvar de los pecados,
dar su vida en rescate por una multitud, liberar de la esclavitud
del pecado, reconciliar con Dios, y muchas más.
Esta obra salvadora de Dios por medio de Cristo afirma el NT
realiza una transformación en la persona humana, exige un
cambio de vida, pide una respuesta de fe, lleva a una vida de
esperanza, crea una comunidad de hermanos, que se
distingue por practicar la justicia y vivir en el amor.
El NT no pretende ser una legislación que sustituya a la ley de
Moisés. Sin embargo, el cristiano encuentra en el NT los
principios permanentes por los cuales puede regir su vida y su
conducta. En diversos lugares, el NT los sintetiza en la ley del
amor (cf. Mt 22,34-40 y paralelos; Jn 13,34-35; Ro 13,8-10).
El NT adquiere su sentido más profundo como testimonio
permanente de estas convicciones, de estas esperanzas y de
este llamado.
En el Índice temático que se encuentra al final de esta edición
aparecen enumerados de manera más completa y, cuando es
necesario, explicados brevemente los términos más
importantes del NT.

SAN MATEO 1 – 2
SAN MATEO

Los antepasados de Jesucristo (Lc 3.23-38)


1 1
Ésta es una lista de los antepasados de Jesucristo, que
fue descendiente de David y de Abraham:
2
Abraham fue padre de Isaac, éste lo fue de Jacob y éste
de Judá y sus hermanos. 3 Judá fue padre de Fares y de
Zérah, y su madre fue Tamar. Fares fue padre de Hersrón y
éste de Aram. 4 Aram fue padre de Aminadab, éste lo fue de
Nahasón y este de Salmón. 5 Salmón fue padre de Booz,
cuya madre fue Rahab. Booz fue padre de Obed, cuya madre
fue Rut. Obed fue padre de Jesé, 6 y Jesé fue padre del rey
David.
El rey David fue padre de Salomón cuya madre fue la que
había sido esposa de Urías. 7 Salomón fue padre de
Roboam, éste lo fue de Abías y éste de Asá. 8 Asá fue padre
de Josafad, éste lo fue de Joram y éste de Ozías. 9 Ozías fue
padre de Jotam, éste lo fue de Acaz y éste de Ezequías. 10
Ezequías fue padre de Manasés, éste lo fue de Amón y éste
de Josías. 11 Josías fue padre de Jeconías y de sus
hermanos, en el tiempo en que los israelitas fueron llevados
cautivos a Babilonia.
12
Después de la cautividad, Jeconías fue padre de Salatiel
y éste de Zorobabel. 13 Zorobabel fue padre de Abihud, éste
lo fue de Eliaquim y éste de Azor. 14 Azor fue padre de Sadoc,
éste lo fue de Aquim y éste de Eliud. 15 Eliud fue padre de
Eleazar, éste lo fue de Matán y éste de Jacob. 16 Jacob fue
padre de José, el marido de María, y ella fue madre de Jesús,
al que llamamos el Mesías.
17
De modo que hubo catorce generaciones desde Abraham
hasta David, catorce desde David hasta la cautividad de los
israelitas en Babilonia y otras catorce desde la cautividad
hasta el Mesías.

Origen de Jesucristo (Lc 2.1-7)


18
El origen de Jesucristo fue éste: María, su madre, estaba
comprometida para casarse con José; pero antes que
vivieran juntos, se encontró encinta por el poder del Espíritu
Santo. 19 José, su marido, que era un hombre justo y no
quería denunciar públicamente a María, decidió separarse
de ella en secreto. 20 Ya había pensado hacerlo así, cuando
un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José,
descendiente de David, no tengas miedo de tomar a María
por esposa, porque su hijo lo ha concebido por el poder del
Espíritu Santo. 21 María tendrá un hijo, y le pondrás por
nombre Jesús. Se llamará así porque salvará a su pueblo de
sus pecados.»
22
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor
había dicho por medio del profeta:
23
«La virgen quedará encinta y tendrá un hijo al que
pondrán por nombre Emanuel» (que significa: «Dios con
nosotros»).
24
Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del
Señor le había mandado, y tomó a María por esposa. 25 Y sin
haber tenido relaciones conyugales ella dio a luz a su hijo, al
que José puso por nombre Jesús.

La visita de los sabios de Oriente


2 1
Jesús nació en Belén, un pueblo de la región de
Judea, en el tiempo en que Herodes era rey del país.
Llegaron por entonces a Jerusalén unos sabios de Oriente
que se dedicaban al estudio de las estrellas, 2 y preguntaron:
-¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos
salir su estrella y hemos venido a adorarlo.
3
El rey Herodes se inquietó mucho al oír esto, y lo miso les
pasó a todos los habitantes de Jerusalén. 4 Mandó el rey
llamar a todos los jefes de los sacerdotes y a los maestros
de la ley, y les preguntó dónde había de nacer el Mesías. 5
Ellos le dijeron:
-En Belén de Judea; porque así lo escribió el profeta:
6
“En cuanto a ti, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más
pequeña entre las principales ciudades de esa tierra; porque
de ti saldrá un gobernante que guiará a mi pueblo Israel.”
7
Entonces Herodes llamo en secreto a los sabios y se
informó por ellos del tiempo exacto en que había aparecido
la estrella. 8 Luego los mandó a Belén, y les dijo:
-Vayan allá, y averigüen todo lo que puedan acerca de ese
niño; y cuando lo encuentren, avísenme, para que yo
también vaya a rendirle homenaje.
9
Con estas indicaciones del rey los sabios se fueron. Y la
estrella que habían visto salir iba delante de ellos, hasta que
por fin se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño. 10
Cuando los sabios vieron la estrella, se alegraron mucho.

BREVE DESCRIPCIÓN DEL CONTENIDO DE LOS


LIBROS SANTOS

Para que Usted tenga a su disposición algunos elementos


sobre los contenidos de los libros bíblicos, presentamos a
continuación una breve descripción de cada uno de ellos. Hay
que advertir que no es una reseña completa de cada libro y que
algunos de ellos tienen tal riqueza y variedad de materiales que
sería imposible presentar de ellos un simple resumen. Queda
a Usted la tarea de acercarse más a cada uno de ellos y
conocerlos. Recuerde que toda esta colección tiene ciertas
estructuras internas y que hay libros relacionados íntimamente
con otros de diversas maneras. Pero eso lo conocerá poco a
poco.

ANTIGUO TESTAMENTO

GÉNESIS: Este libro, de los “comienzos”, en sus primeros


once capítulos hace una reflexión profundamente religiosa
sobre el hecho de la creación del mundo y de la humanidad,
sobre las relaciones de Dios y el hombre, así como de las
razones por las cuales se introdujo el pecado en el mundo. Y
en los capítulos siguientes narra las historias de los patriarcas,
desde la promesa de Dios a Abraham y a sus descendientes.
ÉXODO: El nombre éxodo quiere decir “salida”. Este libro narra
el nacimiento, la vocación y la misión de Moisés y cuenta cómo
Dios liberó a los israelitas de una vida de penurias y esclavitud
en Egipto. Dios hizo un pacto (o alianza) con ellos y les dio
leyes para ordenar y gobernar sus vidas.
LEVÍTICO: El nombre del libro se deriva de una de las doce
tribus de Israel, Leví, y promulga todas las leyes y
reglamentaciones concernientes a rituales y ceremonias.
NÚMEROS: Los israelitas vagaron por el desierto cuarenta
años antes de entrar a Canaán “la tierra prometida”. El nombre
del libro se deriva de los dos censos levantados durante ese
tiempo en el desierto. Al final se dan a conocer varios
preceptos sobre la ocupación de la Tierra Prometida.
DEUTERONOMIO: Como recurso pedagógico propone tres
discursos de despedida de Moisés poco antes de morir. En
ellos se repasan todas las leyes de Dios para los israelitas. El
nombre del libro viene de ese “repaso” o “segunda ley”. Los
capítulos finales contienen la designación de Josué como
sucesor de Moisés en la conducción del pueblo hasta la Tierra
Prometida.
JOSUÉ: Josué, sucesor de Moisés, fue el líder de los ejércitos
israelitas en sus victorias sobre sus enemigos los cananitas. El
libro termina con la repartición de la tierra entre las doce tribus
de Israel.
JUECES: Narra la vida y los hechos más significativos de
algunos de los Jueces de Israel. Los israelitas a menudo
desobedecían a Dios y caían en manos de países opresores.
Se arrepentían y Dios les enviaba jueces para librarlos de la
opresión. Es la historia del período contenido entre la muerte
de Josué y la judicatura de Samuel.
RUT: Contiene la encantadora historia de una familia del
tiempo de los Jueces. La moabita Rut, peregrina con su suegra
Noemí, se dedica a ella con amor y dulzura y merece así
bendiciones particulares en la historia de la salvación.
1 SAMUEL: Samuel fue el líder de Israel en el período
comprendido entre los Jueces y Saúl, el primer rey de Israel.
Cuando el liderazgo de Saúl falló, Samuel ungió a David como
rey.
2 SAMUEL: Bajo el reinado de David la nación se unificó y se
hizo fuerte, pero después de los pecados de David, adulterio y
asesinato, sufrieron mucho tanto la familia como la nación.
1 REYES: Este libro comienza con el reinado de Salomón en
Israel. Después de su muerte el reino se dividió a consecuencia
de la guerra civil entre el norte y el sur, dando como resultado
el nacimiento de dos naciones: Israel en el norte y Judá en el
sur.
2 REYES: Israel fue conquistada por Asiria en el 721 a.C. Judá
por Babilonia en el 586 a.C. Estos eventos se consideran como
castigo al pueblo por desobedecer las leyes de Dios.
1 CRÓNICAS: Este libro comienza con las genealogías de
Adán hasta David y luego repite las glorias y los incidentes del
reinado de David.
2 CRÓNICAS: Este libro cubre el mismo período que dos reyes
pero con énfasis en Judá, el reino del sur y sus gobernantes.
ESDRAS: Después de estar cautivo en Babilonia por algunas
décadas, el pueblo de Dios retorna a Jerusalén. Al período que
entonces se inaugura se llama “post-exilio”. Uno de sus
principales líderes fue Esdras. Este libro relata una emotiva
renovación de la alianza con Dios y contiene el reto que Esdras
propuso al pueblo para que siguiera y honrara la ley de Dios.
NEHEMÍAS: Después que el templo fue reconstruido, también
lo fue la muralla de Jerusalén. Nehemías fue quien dirigió esta
empresa animando extraordinariamente a todo el pueblo de
Dios. También trabajó con Esdras para restaurar el fervor
religioso en el pueblo, que sigue siendo depositario de las
promesas de Dios.
TOBÍAS: Conocido también como libro de Tobit, narra
ejemplarmente el drama de un israelita piadoso que pierde sus
bienes y se queda ciego, pero que recupera su fortuna y la vista
gracias a la intervención del ángel Rafael.
JUDIT: Este libro narra ejemplarmente cómo Dios se vale de
una mujer para salvar a su pueblo de una gran calamidad que
lo amenaza. Es la personificación del pueblo de Dios,
perseguido y desesperado. El celo de Judit, una mujer, vale
más que un ejército porque Dios, y no los hombres, es quien
conduce la historia.
ESTER: Este libro relata la historia de una reina judía de
Persia, que se enfrentó a un complot para destruir a sus
compatriotas y así los libró a todos de ser aniquilados. La
traducción griega de ESTER contiene algunas adiciones que
acentúan el contenido religioso del libro y mencionan varias
veces el nombre de Dios que estaba ausente en el texto
hebreo.
1 MACABEOS: Relata la rebelión y la lucha del sacerdote
Matatías y de sus hijos (los Macabeos o Asmoneos) contra el
rey perseguidor del pueblo elegido.
2 MACABEOS: Es una obra paralela a la anterior y más
restringida, centrada en torno a la figura de Judas Macabeo.
JOB: La pregunta: “¿por qué sufren los inocentes?” es tratada
en esta narración ejemplar.
SALMOS: Estas 150 oraciones e himnos fueron usados por
los hebreos para expresar su relación con Dios y sirven a los
cristianos para su oración personal y comunitaria. Cubren todo
el campo de las emociones humanas: desde la alegría hasta la
furia, de la esperanza a la desesperación.
PROVERBIOS: Este es un libro de dichos sabios, de
enseñanzas éticas y de sentido común acerca de cómo vivir
una vida recta. Sabiduría práctica que desciende hasta los
detalles de la vida de cada día.
ECLESIASTÉS: En su búsqueda de la felicidad y del sentido
de la vida, este escritor, conocido, como “el predicador” o “el
filósofo”, hace preguntas que aún están vigentes en la
sociedad de hoy.
CANTAR DE LOS CANTARES: Estos poemas describen el
gozo y el éxtasis del amor. Simbólicamente ha sido aplicado al
amor de Dios por Israel, al amor de Cristo por la Iglesia y al
amor de Jesús por cada alma. Muchos santos y santas han
descubierto en su simbología verdaderas profundidades del
amor divino.
SABIDURÍA: Este libro sapiencial exalta las excelencias de la
sabiduría y da una serie de instrucciones para ordenar
rectamente la vida. Tales instrucciones se refieren no sólo a
los individuos sino también a la sociedad.
ECLESIÁSTICO: Un sabio israelita, en un estilo semejante al
de Proverbios, comunica en este libro el fruto de sus
experiencias, estudios y reflexiones. Escrito originalmente en
hebreo, fue conservado durante muchos años solo en su
versión griega. Su finalidad es la enseñanza de la sabiduría, es
decir, los medios para hallar la felicidad en la relación con Dios.
ISAÍAS: El profeta Isaías trajo el mensaje del juicio de Dios a
las naciones, señaló a un futuro rey, como David, y prometió
una era de paz y tranquilidad. Este libro contiene las profecías
de tres grandes profetas: Isaías I (capítulos 1 a 39), Isaías II
(capítulos 40 a 55) e Isaías III (que posiblemente recoge la
predicación de varios profetas de la misma escuela, entre los
capítulos 56 y 66). En este libro se encuentran las profecías del
Siervo Doliente, impresionantes en su relación con la pasión
de nuestro Señor Jesucristo. Y concluye el libro con un
universalismo que prácticamente prepara el universalismo de
la misión de la Iglesia Católica.
JEREMÍAS: Mucho antes de que Babilonia destruyera a Judá,
Jeremías predijo el justo juicio de Dios. Aunque su mensaje era
mayormente acerca de la destrucción, también habló del nuevo
pacto con Dios, anunciando que no sería una alianza con
mandatos externos sino grabada en los corazones de los
creyentes.
LAMENTACIONES: Tal y como Jeremías había predicho,
Jerusalén cayó cautiva de Babilonia. Este libro canta cinco
“lamentos” por la ciudad caída, que expresan en la forma más
conmovedora el amarguísimo dolor del profeta. El dolor de la
caída de la ciudad santa es símbolo del dolor del creyente ante
la temible posibilidad de la caída y de la ofensa a Dios nuestro
Señor.
BARUC: Este libre quiere infundir un sincero espíritu de
conversión a Dios y recuerda a los israelitas que la verdadera
sabiduría está en cumplir la voluntad de Dios expresada en su
Ley. La Carta de Jeremías, que es un apéndice añadido al
libro, previene a los que viven en el destierro contra los peligros
de la idolatría.
EZEQUIEL: El mensaje de Ezequiel fue dado a los judíos
cautivos en Babilonia. Ezequiel usó historias y parábolas para
hablar del juicio, la esperanza y la restauración de Israel. Tiene
pasajes que se han empleado ampliamente en la educación de
los cristianos en la fe.
DANIEL: Daniel se mantuvo fiel a Dios aun enfrentando
muchas presiones estando cautivo en Babilonia. Este libro
incluye las visiones proféticas de Daniel. Las antiguas
traducciones griegas de DANIEL añaden al final dos relatos
que ridiculizan el culto a los falsos dioses.
OSEAS: Oseas usó la lección de su dedicación a su esposa,
aun enfrentando su infidelidad, para ilustrar el sentido del
adulterio que es el pecado que Israel había cometido contra
Dios, y cómo el amor fiel de Dios por su pueblo nunca cambia.
Los acentos de su predicación son ecos del amor ofendido de
Dios que siempre espera complacerse en el retorno de quienes
se han separado de su amor eterno.
JOEL: Después de una plaga de langostas, Joel amonesta al
pueblo para que se arrepintiera. Y les anuncia el “día del
Señor” y el juicio de las naciones.
AMÓS: Durante un tiempo de prosperidad, este profeta de
Judea predicó a los ricos líderes de Israel acerca del juicio de
Dios; insistía en que pensaran en los pobres y oprimidos antes
que en su propia satisfacción.
ABDÍAS: Abdías profetizó el juicio de Edom, un país vecino a
Israel. Anuncia la restauración de Israel por intervención de
Dios.
JONÁS: Relato teológico para mostrar cómo la obra de Dios
se lleva a cabo a pesar de las reticencias de los humanos.
Jonás no quería predicar a la gente de Nínive, que era enemiga
de su propio país. Y cuando finalmente, a regañadientes, llevó
el mensaje enviado por Dios, sus habitantes se arrepintieron y
obtuvieron el perdón divino.
MIQUEAS: El mensaje de Miqueas a Judá era de juicio, a la
vez que de perdón, esperanza y restauración. Especialmente
notable es un versículo en el que se resume lo que Dios quiere
de nosotros (6,8).
NAHÚM: Nahúm anunció que Dios destruiría al pueblo de
Nínive por su crueldad en la guerra.
HABACUC: Este libro presenta un diálogo entre Dios y
Habacuc sobre la justicia y el sufrimiento.
SOFONÍAS: Este profeta anunció el día del Señor, que traería
juicio a Judá y a las naciones vecinas. Ese futuro día sería de
destrucción para muchos, pero un pequeño remanente,
siempre fiel a Dios, sobreviviría para bendecir al mundo entero.
AGEO: Después de que el pueblo volvió del exilio, Ageo
recordó que era necesario darle prioridad a Dios y reconstruir
el Templo antes que sus propias casas.
ZACARÍAS: Al igual que Ageo, Zacarías instó al pueblo a
reconstruir el Templo, asegurándole la ayuda y bendiciones de
Dios. Sus visiones apuntaban hacia un futuro brillante.
MALAQUÍAS: Después del retorno del exilio, el pueblo llegó
de nuevo a descuidar su vida religiosa. Malaquías trató de
inspirarlos de nuevo hablándoles de “el día del Señor”.
NUEVO TESTAMENTO
SAN MATEO: San Mateo narra la historia de Jesús desde su
nacimiento hasta su resurrección y pone énfasis especial en
las enseñanzas del maestro. Este Evangelio cita muchos
pasajes del Antiguo Testamento. De esta forma es atractivo al
auditorio judío ante el que se presenta a Jesús como el Mesías
prometido en las Escrituras hebreas.
SAN MARCOS: San Marcos escribió un Evangelio corto,
conciso y lleno de acción. Su meta era profundizar en la fe y
en la dedicación de los creyentes de la comunidad para la que
escribía.
SAN LUCAS: En este Evangelio se enfatiza cuán al alcance
de todos está la salvación en Jesús. El evangelista lo hace
describiendo a Jesús en contacto con la gente pobre, con los
necesitados y con los que viven rechazados por la sociedad.
San Lucas es quien más datos trae acerca de la infancia de
Jesús. Ha sido llamado “el Evangelio de la Misericordia”.
SAN JUAN: El Evangelio de San Juan, por su forma, se coloca
aparte de los otros tres. Se reconoce por su profundidad desde
el extraordinario prólogo que anuncia la encarnación de la
Palabra que es Dios. San Juan organiza el mensaje
enfocándolo en siete señales que apuntan a Jesús como Hijo
de Dios. Su estilo literario es reflexivo y lleno de imágenes y
figuras. El sexto capítulo es profundamente eucarístico. En
20,20-23 recuerda la institución del Sacramento de la
Confesión.
HECHOS DE LOS APÓSTOLES: Este libro comienza con una
descripción sintética de los cuarenta días previos a la
Ascensión de Jesús. Narra brevemente la Ascensión y luego
describe los acontecimientos de Pentecostés y el inicio de la
predicación apostólica, con la multitud de conversiones que la
siguió. Este libro fue escrito por San Lucas como complemento
a su Evangelio y relata eventos clave en la historia y trabajo de
la iglesia cristiana primitiva y cómo se propagó la fe en el
mundo Mediterráneo de entonces.
ROMANOS: En esta importante carta, San Pablo escribe a los
romanos acerca de la vida en el Espíritu, que es dada por la fe,
a los creyentes en Cristo. El Apóstol les reitera la gran bondad
de Dios y les declara que a través de Jesucristo, Dios nos
acepta y nos libra de nuestros pecados.
1 CORINTIOS: Esta carta trata específicamente con los
problemas que estaba enfrentando la iglesia de Corinto:
disensión, inmoralidad, problemas de forma en las reuniones
litúrgicas y confusión acerca de los dones del Espíritu. Destaca
con claridad meridiana la tradición por la cual recibió el
mandato de celebrar la Eucaristía.
2 CORINTIOS: En esta carta San Pablo escribe sobre su
relación con la iglesia de Corinto y los efectos que algunos
falsos profetas habían producido en su ministerio. Contiene
instrucciones diversas para el bien de la comunidad y para la
gran colecta que Pablo hizo a favor de los pobres de Jerusalén.
GÁLATAS: Esta carta expone la libertad del creyente en
Cristo, con respecto a la ley. Pablo declara que por la fe en
Cristo todos los creyentes son reconciliados con Dios.
EFESIOS: El tema central de esta carta es el propósito eterno
de Dios: juntar de muchas naciones y razas a la iglesia
universal de Jesucristo.
FILIPENSES: El énfasis de esta carta es sobre el gozo que el
creyente en Cristo encuentra en todas las circunstancias de la
vida. San Pablo la escribió estando en la cárcel.
COLOSENSES: En esta carta San Pablo les dice a los
creyentes de Colosas que hagan a un lado sus supersticiones
y que pongan a Cristo en el centro de sus vidas.
1 TESALONICENSES: San Pablo da consejos a los cristianos
de Tesalónica en cuanto al regreso de Jesús al mundo.
2 TESALONICENSES: Como en su primera carta, San Pablo
habla del retorno de Jesús al mundo. También trata de
preparar a los creyentes para la venida del Señor.
1 TIMOTEO: Esta carta le sirve de guía a Timoteo, un joven
obispo de la iglesia primitiva ordenado por el mismo Apóstol.
San Pablo le da consejos sobre la predicación y el culto
sagrado, sobre su propio ministerio y sobre las relaciones
dentro de la iglesia.
2 TIMOTEO: Es ésta la última carta escrita por San Pablo. En
ella lanza un último reto a sus compañeros de trabajo.
TITO: Tito estaba prestando sus servicios como Obispo en
Creta. En esta carta San Pablo le aconseja cómo ayudar a los
nuevos cristianos.
FILEMÓN: Filemón es instado a perdonar a su esclavo,
Onésimo, quien había tratado de escaparse; también a
aceptarlo como un amigo en Cristo.
HEBREOS: Esta epístola exhorta a los nuevos cristianos a ir
más allá de los rituales y ceremonias tradicionales y a darse
cuenta de que en Cristo todas han encontrado su
cumplimiento.
SANTIAGO: Santiago aconseja a los creyentes a poner en
práctica sus creencias y además ofrece ideas prácticas de
cómo vivir su fe. Algunos pasajes profundamente sociales
llaman fuertemente la atención del cristiano sobre sus deberes
para con los pobres.
1 SAN PEDRO: Esta carta fue escrita para confortar a los
primeros cristianos que estaban siendo perseguidos por causa
de su fe. Por su riqueza de contenidos algunos la consideran
una homilía bautismal.
2 SAN PEDRO: En esta carta San Pedro advierte a los
creyentes sobre los falsos maestros y los estimula a seguir
leales a Dios. Menciona la dificultad de la lectura de algunos
textos de Pablo.
1 SAN JUAN: Esta carta, profundamente teológica, explica
verdades básicas acerca de la vida cristiana con énfasis en el
mandato de amarse unos a otros.
2 SAN JUAN: Esta carta, dirigida a “la señora escogida y a sus
hijos” advierte a los creyentes sobre los falsos maestros.
3 SAN JUAN: En contraste con su Segunda Carta, ésta habla
de la necesidad de recibir a aquellos que predican a Cristo.
Parece reflejar difíciles sufrimientos pastorales de Juan.
SAN JUDAS: Judas advierte a los creyentes sobre la mala
influencia de personas ajenas a la hermandad de los cristianos.
APOCALIPSIS: Este libro, atribuido a San Juan y datado hacia
final del siglo I d.C., fue escrito para alentar a los creyentes que
estaban siendo perseguidos y para afirmar su fe en que Dios
cuidaría de ellos. Usando símbolos y visiones, el escritor ilustra
el triunfo del bien sobre el mal y la creación de una tierra nueva
y un cielo nuevo. Es libro de profunda esperanza. Su
simbología resulta un poco compleja para el lector actual así
que se aconseja buscar un poco de ayuda para una mejor
comprensión.

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