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2. Meditación
En este paso se repasan con calma y profunda atención, como
“rumiándolas”, por así decirlo, las palabras y las frases
significativas, las calidades de los personajes y hasta los
sentimientos que el texto suscita. Nos pueden ayudar preguntas
como éstas: ¿Quién o quiénes intervienen aquí? ¿Qué es lo que
dicen y hacen estos personajes? ¿Por qué lo dicen y lo hacen?
¿Qué significan en el conjunto de la Sagrada Biblia? Y poco a
poco dejarnos llevar hacia las preguntas que actualizan el
mensaje, como por ejemplo: ¿Y qué me dice a mí hoy? ¿Qué
sentido tienen estas reflexiones? ¿A qué me conducen?, ¿Qué
me piden? ¿Y qué dice todo esto acerca de Dios, acerca de mí,
o acerca de la realidad en la que vivimos hoy?
Por eso la meditación es la búsqueda del sentido, o mejor dicho,
de los sentidos que tiene un texto bíblico. En otros términos, es
descubrir lo que Dios nos dice a través del autor inspirado. Por
lo mismo, la meditación es la captación del “hoy” de la Palabra
para mí, o para la Iglesia, así como cuando Jesús en la
Sinagoga de Nazaret dijo: “Hoy mismo se ha cumplido la
Escritura que ustedes acaban de oír” (Lucas 4,21).Ahora
estamos en condiciones de responder: ¿Qué me dice el Señor
por medio de su Palabra?
3. Oración
Y comienza también espontáneamente la oración como
conversación con Dios que nos ha salido al encuentro y nos
tiende abiertos los brazos. Ya estamos hablándole a Dios, al
Padre, o al Hijo, o al Espíritu Santo, y tratándolo como un “Tú”
cariñoso y cercano. También nosotros le abrimos los brazos.
Nuestra meditación ha cedido el paso a una respuesta serena y
sencilla. Sentimos necesidad de agradecer, de alabar o de
felicitar, de compartir una intimidad más honda, de comentar
algo, de pedir una gracia particular relacionada con lo que
venimos leyendo y meditando.
4. Contemplación
La contemplación es una forma de orar, más allá de las
palabras, a veces con el suave esfuerzo del corazón que repasa
los hechos, las palabras y los rasgos de los personajes del texto
bíblico, y otras veces con el simple abandono en las manos de
Dios que se deja como sentir en una especie de necesidad de
una quietud que no se puede expresar con palabras humanas.
Dios sabe cuándo conceder estas gracias a quienes perseveran
en la oración y la contemplación.
Por eso la doble pregunta guía de esta última etapa sería: ¿Qué
me muestra el Señor de Él mismo (de sus misterios, de su
Iglesia)?; en consecuencia, ¿qué debo hacer?
El resultado progresivo de la lectio divina, practicada
asiduamente, es una especie de encarnación del “Verbo” en
nosotros: como que nos vamos transfigurando; entendemos el
mundo y la historia de una nueva manera; nos unimos más
estrechamente a la Iglesia; vivimos más intensamente los
sacramentos, especialmente la Confesión y la Eucaristía;
testimoniamos, nuestras opciones, nuestro servicio.
MISIÓN CONTINENTAL
ANTIGUO TESTAMENTO
Antiguo Testamento (=AT) es el nombre dado por los cristianos a las
escrituras sagradas del pueblo de Israel.
Esas escrituras son un conjunto de libros muy variados desde todo
punto de vista: literario, histórico, teológico.
Las copias más antiguas de los textos hebreos son de alrededor del
siglo I a.C., y provienen de Qumrán y otras localidades al occidente del
Mar Muerto. Allí se encontraron copias, algunas bastante completas,
otras muy fragmentarias, de casi todos los libros de la Biblia hebrea y
de otros escritos antiguos. En estos manuscritos se puede ver que el
texto hebreo se escribía solamente con consonantes, práctica común a
varias lenguas semíticas.
Los sabios judíos, sobre todo a partir de fines del siglo I d.C. se
dedicaron a unificar el texto hebreo de la Biblia y a fines del siglo V d.C.
se desarrolló, principalmente en Babilonia y Tiberias, un sistema para
precisar la manera de leer el texto. De ahí resulto el llamado “texto
masorético” (es decir, el texto determinado por los masoretas, “los que
transmites la tradición”). En este sistema se indican las vocales
(añadidas como signos debajo, encima o en medio de las consonantes)
y los signos de entonación para la lectura pública.
La copia más antigua de toda la Biblia hebrea proviene del siglo X d.C.
(Códice de Alepo), que refleja la tradición tiberiense. Se debe tener en
cuenta que era costumbre entre los judíos no conservar los manuscritos
que ya estaban deteriorados sino destruirlos. Sin embrago, era notable
el cuidado con que se hacían y conservaban las copias de los textos
bíblicos.
EL MEDIO AMBIENTE
LA TIERRA
El territorio donde se desarrollaron los principales acontecimientos de la
historia del pueblo de Israel, después que tomó posesión de la tierra que
Dios había prometido a Abraham y sus descendientes, y de la historia
de Jesús y de la primera comunidad cristiana, corresponde, en grandes
líneas, al actual estado de Israel, en la costa oriental del mar
Mediterráneo.
A lo largo del mar Mediterráneo hay una llanura baja, en cuya parte sur
estaban establecidos antiguamente los filisteos, con Gaza, Ascalón y
Asdod como ciudades principales; fuera ya del territorio filisteo se
encuentran ciudades como Jope (actualmente un suburbio de Tel Aviv),
Cesarea (construida en tiempos romanos) y, más al norte, Haifa (de
origen más reciente). Esta llanura es interrumpida por el monte
Carmelo, al norte de Cesarea, y se hace más estrecha en la parte de
Galilea.
Las llanuras de la costa y del norte eran en general terreno fértil, apto
para la agricultura. En las zonas montañosas abunda la piedra y solo
son parcialmente cultivables. Al oriente y al sur predominan las zonas
desérticas. En general, el agua no es abundante en esta región, y se
utilizan cisternas para conservar el agua de lluvia. Los textos bíblicos
distinguen básicamente dos estaciones: invierno y verano (cf. Gn 8,22;
Mt 24, 20,32), que se caracterizan tanto por las temperaturas más bajas
o más altas como por la abundancia o falta de lluvias.
Los relatos del Génesis sobre los patriarcas ofrecen datos históricos de
inestimable valor para conocer los orígenes del pueblo hebreo. Bajo las
apariencias de una historia familiar se oculta un proceso mucho más
complejo: el surgimiento y formación de las tribus y clanes de Israel.
EL ÉXODO DE EGIPTO
Pero una vez los hicsos fueron derrotados y expulsados de Egipto, los
israelitas, como otros extranjeros, fueron sometidos a opresión. Es
probablemente a este cambio en la situación política al que alude el
texto bíblico, cuando dice: “Más tarde hubo un nuevo rey en Egipto, que
no había conocido a José” (Ex1,8). Como consecuencia de ello, los
israelitas fueron obligados a trabajar duramente en la construcción de
las ciudades de Pitón y Ramsés (Ex 1,11).
Por esta misma época entraron en acción los filisteos, que procedían de
Creta y de las islas griegas (de allí el nombre de “pueblos del mar”). En
un primer intento trataron de penetrar en Egipto, pero cuando fueron
rechazados se establecieron, hacia el 1175 a.C., en la costa sur de
Palestina. Allí formaron la famosa “Pentápolis filistea” (véase 1 S 4,1b
nota c). Por su poderío militar y su monopolio del hierro (1 S 13,19-22),
la presencia de este pueblo en la llanura costera se convirtió en una
grave amenaza para Israel.
Saúl fue aclamado rey después de una victoria militar (cf1 S 11). Al
comienzo de su reinado alcanzó otras victorias importantes, pero nunca
pudo derrotar definitivamente a los filisteos. El final de su reinado estuvo
marcado por una serie de episodios trágicos (cf. 1 S 28, 3-25), hasta
que murió con casi todos sus hijos en la batalla de Guilboa.
La muerte de Saúl dejo el camino abierto para que David ascendiera al
trono. Proclamado rey en Hebrón por los hombres de Judá, comenzó
David su reinado sobre las tribus del sur (2 S 2,1-4), para ser
posteriormente reconocido por las tribus del norte. De ese modo, Israel
y Judá quedaron unidos bajo el cetro de un solo monarca. Durante su
reinado, Israel conoció un periodo de gran esplendor: Incorporó algunas
ciudades cananeas que hasta entonces se habían mantenido
independientes, sometió a los pueblos vecinos y conquistó la ciudad de
Jerusalén, convirtiéndola en centro político y religioso.
EL REINO DIVIDIDO
EL EXILIO
RETORNO Y RESTAURACIÓN
En sus relaciones con los pueblos sometidos, Ciro puso en práctica una
política de tolerancia cultural y religiosa que resulto sumamente
beneficiosa para los judíos. Fruto de tal actitud fue el edicto – del que la
Biblia conserva dos versiones (Esd 1,2-4; 6,3-5) – por el que se permitió
a los deportados regresar a Palestina y reconstruir el templo de
Jerusalén con la ayuda económica del imperio (538 a.C.). Además, Ciro
autorizó la devolución de los objetos sagrados que Nabucodonosor
había llevado a Babilonia.
LA ÉPOCA HELENÍSTICA
NUEVO TESTAMENTO
El Nuevo Testamento (NT) está compuesto por veintisiete escritos
redactados en griego durante los primeros tiempos de la iglesia
cristiana, es decir, durante el período correspondiente, en líneas
generales, a la segunda mitad del siglo I d.C. Estos escritos, de
dimensiones y formas literarias muy diferentes, han sido considerados,
desde su origen, como obras de autoridad religiosa superior a la de
cualquier otro libro. De manera más o menos directa, nos hablan de
Jesucristo, de su obra redentora y de las consecuencias de esa obra en
los seres humanos. Sin embrago, las maneras concretas de exponer
estos temas son muy variadas.
Los primeros cristianos, como los demás judíos, utilizaban los escritos
sagrados del pueblo de Israel (lo que nosotros llamamos Antiguo
Testamento), que designaban con el nombre genérico de las Escrituras
(cf.1 Co 15,3), a veces con la expresión más específica de “la ley de
Moisés, los escritos de los profetas y los salmos” (cf. Lc 24,44), o más
brevemente como “la ley y los profetas” (cf.Mt 5,17), y aun simplemente
“la ley” (cf. Jn 10,34). Los términos Antiguo y Nuevo Testamento solo
empezaron a usarse a fines del siglo II d.C. para designar los libros de
la Biblia.
SAN MATEO 1 – 2
SAN MATEO
ANTIGUO TESTAMENTO