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Así ellos deben recordar que Dios los ha conducido, y toda la forma en la cual Él
los condujo. Lejos de exaltarlos en el mundo, Él los ha humillado, y los ha puesto a
prueba en cuanto a si serían obedientes o no. Él había permitido que tuvieran
hambre, y los alimentó con maná, para que pudieran comprender su dependencia
de Él y de la verdad y suficiencia de Su Palabra.
Josué
Por consiguiente, la Palabra de Dios debe ser nuestra meditación "de día y de
noche" (Josué 1:8). Y Josué es un tipo de "Cristo en Vosotros" (Colosenses 1:17),
es decir, en todos Sus santos, conduciéndoles en victoria sobre todo el poder del
enemigo.
Permitamos que, por medio de la fe, nuestros pies se posen en esa buena tierra, y
la hagamos nuestra por experiencia.
Génesis
2. Enoc nos enseña acerca del caminar y del traslado. Él caminó con Dios, y "por
fe Enoc fue trasladado," (Hebreos 11:5 - VM), un tipo de los santos que serán
arrebatados a la venida del Señor.
3. Noé ilustra las obras y la salvación. Su obra fue una obra de fe, y su salvación
fue entrar a un mundo nuevo, un tipo de aquellos creyentes salvados durante la
Tribulación para la tierra del milenio.
6. Jacob ilustra la disciplina y la previsión. Los tratos de Dios son vistos en su vida
al asegurar el sometimiento de Jacob y llevándole a la adoración mientras se
acercaba la muerte.
Samuel
Una mirada panorámica a los dos libros de Samuel (que en realidad son una sola
obra, en dos tomos) descubre al punto la presencia sobresaliente de tres nombres
de la historia de Israel: Samuel, Saúl y David, y de un acontecimiento que no por
efímero resulta menos importante: la integración de las tribus israelitas en un
cuerpo nacional gobernado por un único soberano.
Con Samuel se cierra la etapa de los jueces o caudillos de Israel. Él fue el último
representante de los tiempos de anarquía en que las tribus carecían de cohesión
entre sí, y las “juzgó” a lo largo de toda su vida (1 S 7.15). Sin embargo, Samuel
no solo significó el punto final de aquel periodo, sino que, al iniciar la serie de los
grandes profetas de Israel con el ungimiento (es decir, la consagración) de sus
dos primeros reyes, Saúl y David (1 S 9.27-10.1; 16.13), dio paso a la institución
de la monarquía y a la dinastía davídica.
Los comienzos del reinado de Saúl (c. 1040-1010) quedaron felizmente señalados
con una fulgurante victoria sobre los amonitas, antiguos enemigos de Israel (1
S11); pero no pasó mucho tiempo sin que la imagen de fortaleza y valor del Saúl
joven empezara a desvanecerse. El rey se hizo inestable y pusilánime. En su
derredor, especialmente a causa de David, veía continuas amenazas contra su
autoridad y, sin duda, contra su propia su vida (1 S 18.6-11).
A David (c. 1010-972 a.C.), que representa para los israelitas el monarca ideal, es
a quien en verdad se debe la unidad y la independencia de la nación. Valeroso,
decidido y dotado de clara inteligencia, combatió mis allá de sus fronteras para
consolidar y extender el reino y, dentro de ellas, para sofocar conjuras contra su
gobierno, como la promovida por su propio hijo Absalón (2 S15-18). La religiosidad
profunda de David es una constante de su biografía (2 S 6.14,21-22;7.18-29),
como también lo es su preocupación por asentar sobre bases firmes la
administración de justicia y la organización del reino (2 S 8.15-18).
En uno de los muchos enfrentamientos con los filisteos, Israel resultó vencido, “el
Arca de Dios fue tomada y murieron los dos hijos de Eli” (1 S 4.11; cf. 4.1b-5.2). El
conocimiento de estasdes gracias precipitó la muerte del anciano sacerdote (1 S
4.18). Entonces Samuel, a quien Dios ya había llamado a ser profeta (1 S 3),
comenzó a dirigir a Israel también como juez (1 S 7. 2-17), lo cual hizo hasta que
el pueblo expresó el deseo de tener “un rey que nos juzgue, coma tienen todasl as
naciones” (1 S 8.5).
Por eso, a renglón seguido de aquella concesión, las palabras del profeta Samuel
exhortan con vehemencia al pueblo: “Si teméis a El Señor y lo servís, si escucháis
su voz y no sois rebeldes a la palabra de El Señor, si tanto vosotros como el rey
que reinas obre vosotros servis a El Señor, vuestro Dios, haréis bien” (1 S 12.14).
Saúl, el primer rey de Israel, fue preso de un fuerte desequilibrio emocional,
manifestado de modo violento en la persecución de que hizo objeto a David, tan
encarnizada que obligó a este a convertirse en fugitivo y hasta a ofrecerse como
mercenario a los filisteos (1 S 16-30).
El relato del dramático final del rey, con que se cierra el Primer libro de Samuel (1
S), prosigue al comenzar el segundo. Aquí se muestra a un David emocionado
que, en homenaje póstumo a Saúl y a su hijo Jonatán, pronuncia una endecha
donde resuena vibrante el estribillo: “Cómo han caído los valientes” (2 S 1.19,
25,27; v 17-27). Más tarde, pasados esos acontecimientos, David se dirigió a
Hebrón, donde fue proclamado “rey sobre la casa de Judá” (2 S 2.1-4), y más
tarde sobre Israel (2 S 5.1-5).