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abstractos (“Hay que hacer...”), sino que citados, por ejemplo. Como el lector podrá
se manifiestan corporalmente en la regu- ya imaginarse, Díaz de Rada es abier-
laridad de nuestras acciones. Al describir tamente crítico con los usos reificadores
tales reglas de un modo abstracto se pone (por ejemplo, en “Ministerio de Cultura”)
en evidencia, en cambio, su carácter y responsabiliza de ellos principalmente
indeterminado: deben ser interpretadas a nuestros prejuicios, sean etnocéntricos
contextualmente y, por tanto, no se prestan o puramente narcisistas. Al fin y al cabo,
a un análisis causal de la acción. De ese buena parte de lo que se denuncia en este
juego de interpretaciones, que es parte libro es que nos servimos del concepto de
de la propia interacción cultural, emerge cultura de un modo parcial e interesado,
la antropología como análisis sistemático normalmente el que nos resulta de mayor
de la conexión entre reglas. El principio conveniencia. Y de ahí la originalidad de
que preside este análisis es el holismo: no este libro como empresa divulgativa: si
es posible separar categorialmente unas triunfase entre el público y adoptase su
reglas de otras, ya que el juego de interpre- propuesta, podríamos empezar a hablar
taciones puede conectar, potencialmente, de la cultura en un sentido menos confuso
cualquiera de ellas. y algo más neutral.
Para Díaz de Rada, las reglas son con- Aun simpatizando con todas las con-
venciones que van siendo reformuladas a secuencias prácticas que Díaz de Rada
medida que los sujetos les dan uso. De ahí extrae de su concepto, este lector es más
su nominalismo sobre la cultura: el antropó- bien escéptico respecto a su propósito de
logo sólo puede referirse a interpretaciones persuadirnos de que es mejor no renunciar
puntuales de cada una de sus reglas, al concepto de cultura. No es, desde luego,
señalando su aquí y ahora. Reificarlas, pre- porque su propia versión no resulte intelec-
tendiendo que una interpretación particular tualmente atractiva: a mí al menos me lo
constituye la cultura de un grupo, es, ante parece, digamos que por afinidad filosófica.
todo, un error metodológico. Se trata, de Pero uno esperaría algo más de una ciencia
hecho, del primero de los muchos errores social: los economistas, por ejemplo, ven
que el autor denuncia en la parte final del mercados por todas partes, pero si acep-
libro: no puede haber gente sin cultura; no tamos este concepto no es por lo precisa
hace falta la escuela para “tener” cultura; la que resulte su definición, sino por el tipo
diversidad cultural no se reduce a diversi- de análisis que posibilita. Un viejo debate
dad lingüística; la cultura es una propiedad entre científicos sociales enfrenta a quienes
de cualquier forma de acción social (y no defienden un uso instrumentalista de sus
de una clase particular de ellas); la cultura modelos y teorías en contra de quienes
no es tampoco propiedad distintiva de un defienden que el realismo es necesario. Los
individuo ni de un grupo de ellos. primeros dirían que no importa tanto qué
Los capítulos finales abordan sin sea la cultura, sino qué podemos sacar de
ambigüedad alguna los aspectos más nuestro trabajo de campo con uno u otro
declaradamente políticos del concepto: concepto. Para los realistas, en cambio,
el multiculturalismo o el relativismo ya es necesario que nuestros conceptos se