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Páginas: 588
Titulo: El péndulo de Foucault
Autor: Umberto Ecco
Más adelante, Casaubón se muda a Brasil donde conoce a Amparo, con quien
por curiosidad se introducen en los ritos africanos en los que ninguno de los dos cree,
pero de los que Amparo saca una experiencia que la hace desaparecer de la vida de
Casaubon. Es en esos medios donde Casaubon conoce a Aglie, personaje singular que se
considera a sí mismo un ser inmortal, el mismísimo Conde de Saint-Germain. Hasta Brasil
llega una carta de Belbo, donde le cuenta a Casaubon las ultimas nuevas acerca de la
supuesta muerte de Ardenti. Casaubon regresa a Europa y frecuenta nuevamente el
Pílades, en el cual ha ocurrido un relevo generacional, pero en el que siempre encuentra
el ambiente de antes, el de universitarios discutiendo sus temas de estudio. Es ahí donde
se le ocurre la idea para el negocio que le proveerá el sustento: buscar información a
cambio de una paga.
Al regresar a Milán, empieza a trabajar para Garamond y conoce a Lia, mujer
con quien tendrá un hijo. Aprovechando la época de gran auge de estos temas, Garamond
los implica en un vasto proyecto editorial sobre ocultismo y esoterismo. Durante las
selecciones y críticas editoriales a estas obras decidirán, para diversión, realizar una gran
síntesis de todas las teorías en el llamado «Plan», pero basándose en principio en el
documento de Ardenti. Sin embargo, lo que diseñan como un juego de niños o un
rompecabezas o un pasatiempo se convierte, a partir de un momento, en un dibujo cuyos
siniestros personajes cobran vida, llegándose a la disolución entre lo imaginario y lo real,
tras la que personajes de su fantasía empiezan a aparecer en sus vidas para conducirlos a
una cruel perdición cuyo momento máximo será en el Conservatoire.
Las páginas finales de un libro son una reflexión espiritual acerca de los motivos
que nos llevan a buscar secretos, que nos mueven a buscar seres superiores, que nos hacen
creer en la existencia de un plan prediseñado en el que tenemos escritos nuestros papeles:
para poder sentirnos libres de responsabilidad ante las consecuencias de nuestros errores,
para tener alguien o algo externo a quien culpar de nuestros fracasos. Para tener una
excusa de nuestra mediocridad.