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Capítulo I

Las Funciones Ejecutivas


Isabel Introzzi

¿Por qué se habla tanto de las Funciones Ejecutivas?

Nuestra vida cotidiana está plagada de acciones que dependen de las Funciones Ejecutivas (FEs).
La lista de comportamientos o de situaciones en las que intervienen estos procesos cognitivos
puede ser infinita: evitar una fuerte discusión con el jefe para conservar el trabajo, no responder a
un insulto o agresión verbal de un alumno durante el transcurso de la clase, lograr ajustarnos y
mantener el plan de dieta que iniciamos hace una semana, cambiar un hábito poco saludable, lograr
concentrarnos y poder finalizar a término un trabajo complejo y tedioso que debemos entregar en
pocos días, entre otras miles de situaciones en apariencia muy heterogéneas.
Todos estos comportamientos dependen en gran parte de las FEs y éste es el principal
motivo por el que numerosos investigadores y profesionales de distintas disciplinas se encuentran
abocados al estudio de las mismas. En las últimas tres décadas, la evidencia empírica ha permitido
mostrar que las FEs presentan un fuerte impacto sobre la calidad de vida, pues están involucradas
en el aprendizaje, la salud mental y física, la vida social y el rendimiento académico y laboral, entre
otros ámbitos de vital importancia para una vida plena y ajustada a las demandas del medio. Estos
hallazgos, han incrementado el interés de psicólogos, educadores, psicopedagogos y
neurocientíficos generando un notable aumento en la cantidad de publicaciones científicas y de
divulgación general destinadas a su estudio y análisis. En líneas generales, los descubrimientos
científicos iniciales lograron concentrar la atención de gran parte de la comunidad científica,
impulsando de este modo el desarrollo de una multiplicidad de estudios que generaron a su vez
nuevos hallazgos y el desarrollo de diversas líneas de investigación. Parece que este ciclo de
crecimiento, continua reproduciéndose hasta el día de hoy, lo que ha permitido generar un
importante avance en diversas áreas, particularmente en aquellas destinadas a obtener una mejora
en la calidad de vida a través del desarrollo de distintos tipos de aplicaciones y líneas de
intervención. Los programas de entrenamiento y rehabilitación de las principales FEs (ver Diamond
& Lee, 2011; Karbach & Unger, 2014; Rapport, Orban, Kofler & Friedman, 2013), el diseño de
programas educativos y curriculares que incluyen el desarrollo y estimulación de las FEs como un
objetivo prioritario (por ejemplo Diamond, Barnett, Thomas & Munro, 2007; Hermida et al 2015),
la actualización y desarrollo de nuevas técnicas y herramientas de evaluación para la detección de
déficits ejecutivos (ver Lezak, Howieson, Bigler & Tranel, 2012) y los nuevos programas de
modificación de conducta y hábitos disfuncionales que consideran las características operativas
básicas de estas funciones, constituyen claros ejemplos del crecimiento y grado de avance vinculado
a éste campo de estudio. Pero, entonces, ¿qué se entiende por FEs?
Cómo se explicó anteriormente, las FEs están fuertemente implicadas en la mayoría de las
actividades cotidianas. Pero, ¿qué son las FEs? ¿en qué tipo de actividades se manifiestan? ¿cuáles
son sus principales características? y, finalmente ¿en qué se diferencian de otros procesos
cognitivos?. En los apartados siguientes intentaremos dar respuestas a estas preguntas.

¿Qué son las Funciones Ejecutivas?

Definir las FEs no resulta una empresa fácil, ya que existen prácticamente tantas definiciones
como autores dedicados a su estudio. Sin embargo, con el tiempo se ha llegado a un consenso en
relación a la definición de sus principales características y propiedades. Una definición lo
suficientemente amplia, general y aceptada por la mayoría de los investigadores es la que las
conceptualiza como el conjunto de procesos cognitivos que actúan controlando o modulando las
emociones, comportamientos y pensamientos con el objeto de orientar o guiar el comportamiento
hacia el logro de metas u objetivos que resultan valiosos para el individuo (Gioia, Isquith, & Guy,
2001). Con respecto a esta definición, resulta pertinente aclarar que aunque inicialmente las
definiciones e investigaciones se han focalizado prioritariamente en el control que las FEs ejercen

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sobre la cognición y el comportamiento, actualmente se tiende a incluir el control de las emociones
como una de sus funciones más relevantes (ver Schmeichel & Tang).
Las FEs constituyen un constructo complejo, no solo por lo abarcativo de la definición sino
también por una de sus principales características: la multidimensionalidad. Es justamente por esta
característica que hablamos de “Funciones Ejecutivas” y no de “Función Ejecutiva”. El uso del
plural para referirse a este constructo no es arbitrario ni fortuito. Nos referimos a las “Funciones
Ejecutivas” porque se considera que son varios los procesos que contribuyen al comportamiento
guiado por los objetivos. Aunque la autonomía entre estos procesos parece no ser completa (Letho
Juujarvi, Kooistra & Pulkkinen, 2003; Miyake et al. 2000, Miyake & Friedman, 2012) en la
actualidad se distingue entre distintos procesos ejecutivos.
¿Qué significa la ausencia de una completa o total autonomía entre los procesos ejecutivos?
Aunque en principio esta afirmación puede resultar algo confusa para el lector, puede explicarse en
términos sencillos a través de un ejemplo. Pensemos en dos objetos que pertenecen a la misma
categoría semántica como sería el caso de una mesa y una silla. Ambos objetos comparten un rasgo
semántico que los caracteriza y los discrimina de un conjunto de objetos pertenecientes a otras
categorías. Sin embargo, aunque ambos objetos comparten las características comunes a todos los
muebles: tener alguna funcionalidad, ser trasladables, incrementar el confort, etc., también
presentan características que les son propias y distintivas. Lo mismo sucede con los procesos
ejecutivos. Todos los procesos ejecutivos comparten un conjunto de características que los
discriminan de otros procesos no ejecutivos pero a su vez, cada proceso ejecutivo presenta rasgos
únicos que justifican la discriminación entre ellos.

¿Cuáles son las características comunes a todos los procesos ejecutivos?

Existen ciertos aspectos que suelen estar presentes en la mayoría de las conceptualizaciones y
modelos vigentes sobre las FEs. Así, las FEs suelen caracterizarse como:

(a) procesos de control


(b) procesos que intervienen en situaciones nuevas y/o complejas
(c) procesos que actúan sobre otros procesos y
(d) procesos que contribuyen al comportamiento adaptativo.

Pero, ¿qué significa cada una de estas afirmaciones? Para una compresión más completa de
las FEs resulta entonces necesario describir en qué consiste cada una de estas características
vinculadas al funcionamiento de estos procesos.

a. Las Funciones Ejecutivas como procesos de control.


¿Por qué se define a los procesos ejecutivos como “procesos de control”?. ¿En qué tipo de
situaciones intervienen?
El acto de control asociado al concepto de FEs se refiere a la habilidad de las personas para
reemplazar un impulso o tendencia prepotente por otro tipo de respuesta más débil aunque más
apropiada a la situación. Baumeister y Heatherton (1996), se refieren a esta operación de una
manera sencilla y muy ilustrativa; “como la puesta en marcha de un proceso interno capaz de anular
o impedir la ejecución de otro” (p. 2). Es decir, existe un conjunto de respuestas que se activan
como parte de programas innatos, hábitos y aprendizajes bien establecidos y/o de la motivación, y
existe otro tipo de respuestas u operaciones internas cuyo principal objetivo, es la anulación de los
anteriores. Este, es el tipo de control que permiten las FEs, y es por ello que para la mayoría de los
autores constituyen el principal recurso de la autorregulación, es decir, del comportamiento
orientado hacia objetivos futuros y con un elevado valor para el individuo (Bauer & Baumeister;
Hofman, Schmeichel & Baddeley, 2012).
En los últimos años, se han desarrollado distintas teorías basadas en paradigmas duales que
intentan explicar la manera en que funciona un acto de control ejecutivo (ver Hofmann, Friese &
Strack, 2009; Metcalfe & Mischel, 1999; Strack, Werth & Deutsch, 2006). Este tipo de explicaciones
aporta una descripción clara de la clase de situación en las que intervienen o en las que se activan las
FEs. En líneas generales, plantean que, en determinados contextos, el comportamiento de las
personas puede explicarse como el resultado de la activación de dos sistemas diferentes, que

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podrían considerarse como dos caras de la misma moneda: el sistema impulsivo y el sistema
reflexivo. El contenido del sistema impulsivo, son los impulsos, es decir, la inclinación a ejecutar
una acción específica en un contexto particular (Baumeister & Heatherton, 1996). Los impulsos son
específicos, se activan de manera automática, requieren escasa deliberación consciente y su
gratificación suele estar próxima espacial o temporalmente (Hofmann et al., 2009). Por otra parte,
los esquemas del sistema reflexivo consisten en un conjunto de reglas, normas y objetivos
personales (p.e.: “mi dieta no me permite comer esa porción de torta de chocolate”) que favorecen
la activación de un conjunto de operaciones ejecutivas complejas y de alto orden como la inhibición
o supresión de respuestas prepotentes (Strack & Deutsch, 2004). Este tipo de esquemas, necesitan
su propia fuente de energía para activarse y operar. Sin embargo, debido a su compleja naturaleza,
suelen ser complejos y difíciles de poner en funcionamiento aunque una vez iniciados son
tremendamente poderosos. Como explica Vohs (2006), podríamos pensar que la principal fuente de
energía que alimenta a este sistema proviene de los recursos de autorregulación, cuyo componente
principal son las FEs (Bauer & Baumeister 2011; Hofmann et al., 2012).
De acuerdo a estos enfoques, la manifestación o expresión conductual de ambos tipos de
sistemas resulta incompatible (Strack & Deutsch, 2004). Supongamos que experimentamos un
fuerte impulso de comer una deliciosa porción de torta de chocolate, pero sabemos que eso no es
conveniente debido a que estamos intentando bajar de peso. Esta situación implica un conflicto
interno que puede definirse por la acción de dos fuerzas que pujan en sentido contrario y dónde
finalmente solo una logrará tener acceso al control de la conducta. Todo depende de la activación
relativa de cada sistema. En síntesis, en esta lucha solo existe un ganador: el impulso o la reflexión (que
favorece la activación del control ejecutivo): o me como la porción de torta o logro contener el
impulso en pos de mi objetivo que es bajar de peso- ambas conductas no pueden manifestarse de
manera simultánea
Está claro entonces que el ámbito natural de las FEs es el conflicto. Cuando se presenta un
conflicto entre un impulso o tendencia prepotente y una meta u objetivo, resulta necesaria la
autorregulación, un mecanismo de naturaleza compleja y general que nos permite conducir nuestro
comportamiento hacia la meta deseada y, para varios autores, las FEs constituyen una de las
principales herramientas de la autorregulación (Bauer & Baumeister 2011; Diamond, 2013,
Hofman, Schmeichel & Baddeley, 2012; Miyake & Friedman, 2012)
La autorregulación en general y el control ejecutivo en particular, tienen importantes
beneficios para el normal desempeño en nuestra vida cotidiana y la vida en sociedad (ver Diamond,
2013; Tangney, Baumeister & Boone, 2004). Actualmente, nadie duda del enorme beneficio que
implica un buen control ejecutivo, sin embargo, el uso de las FEs también tiene un costo. El
funcionamiento ejecutivo necesario para el autocontrol, consume una cantidad de recursos que son
finitos. La energía con la que contamos para ejecutar nuestros actos de control, es limitada. Por este
motivo, cuanto más usamos menos tenemos para emprender futuros actos de autocontrol.
Baumeister y sus colegas, han proporcionado innumerables ejemplos -a través de ya más de 60
publicaciones científicas- de cómo la ejecución en alguna tarea ejecutiva afecta negativamente el
desempeño en una tarea subsiguiente que también demanda un elevado autocontrol. Se supone que
la primer actividad consume una cantidad de recursos que ya no estarían disponibles para el
desempeño en la segunda actividad y es justamente por este motivo que en ésta última, el
rendimiento es inferior (ver Baumeister, Schmeichel & Vohs, 2007; Bauer & Baumesister, 2011;
Baumeister, Heatherton & Tice, 1994). Sin embargo, las FEs no solo suponen un costo en términos
de recursos, también se caracterizan como procesos conscientes que implican la percepción
subjetiva de esfuerzo. Durante un acto de control, las personas somos muy conscientes de que
estamos haciendo algo que no deseamos o que no estamos haciendo algo deseado o que no
estamos haciendo algo que queremos intensamente –p.e. no ingerir la porción de torta- (Vandellen,
Hoyle & Miller, 2012). Además, en una situación de conflicto, al activarse las FEs percibimos
claramente que estamos haciendo un gran esfuerzo. Como explica Diamond (2013), “es mucho más
fácil continuar haciendo algo que veníamos haciendo que generar algún cambio, funcionar en piloto
automático que reflexionar acerca de cuál será nuestro próximo paso o simplemente caer en la
tentación en vez de resistirnos a ella” (p.136). Todos estos actos requieren control ejecutivo y un
gran esfuerzo respecto a sus principales competidores, a saber, comportamientos más fáciles de
ejecutar y de carácter más automático.

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Por otro lado, para entender cómo y en qué tipo de situaciones se activan las FEs, podemos
pensar a modo de ejemplo, en la situación de un conflicto entre jefe y empleado. Supongamos que
nuestro jefe es una persona bastante desagradable, injusta y hostil y que estamos intentando
exponer nuestras ideas en una reunión de trabajo. Mientras intentamos completar la presentación,
nos interrumpe y critica de manera continua en un tono ofensivo y amenazante. Lo más probable,
es que nuestro impulso más fuerte e inmediato sea el de insultarlo, llorar desconsoladamente, salir
corriendo de la sala de reuniones o simplemente abalanzarnos sobre él y darle un golpe certero. Sin
embargo, sabemos que a través de su historia y experiencia individual, los seres humanos van
elaborando de forma progresiva un complejo entramado de objetivos que se organizan de manera
jerárquica y que orientan su conducta a más corto, mediano o largo plazo. La estructura de este
entramado es jerárquica, pues muchos de estos objetivos (usualmente lo más elevados, abstractos y
de alcance a más largo plazo) están supeditados y dependen del cumplimento de muchos otros (más
concretos y de alcance a más corto y/o mediano plazo) (Fishbach & Converse, 2011). Regresemos
ahora al ejemplo del jefe. En nuestra estructura de objetivos, satisfacer las necesidades básicas de
nuestra familia, funcionaría como un objetivo de orden superior, conservar el trabajo sería un
objetivo de nivel inferior supeditado al anterior y, evitar discutir con el jefe, correspondería a un
nivel más bajo, altamente dependiente de los anteriores. El tema es que evitar discutir o agredir al
jefe requiere de control ejecutivo. En este ejemplo, existe un claro conflicto entre nuestro impulso
de agredir o insultar al despiadado jefe y un conjunto de objetivos de orden superior.
Lamentablemente, el impulso de agredir al jefe es mucho más próximo, acotado y limitado, y por
ende, más fácil de concretar que los otros objetivos y esto, es precisamente lo que complica la
situación, y demanda la intervención del control ejecutivo. Claramente, cualquiera de las opciones
de respuesta descritas: -llorar, salir corriendo o agredir al jefe- están muy al alcance de nuestras
manos, es decir que son fácilmente accesibles y realizables, pero en mayor o menor medida,
pondrían en peligro, uno de los principales objetivos jerárquicos mencionados: conservar el trabajo.
Por lo tanto, es justamente en este tipo de situaciones donde deben intervenir las FEs. Si decidimos
que lo prioritario para nosotros continúa siendo conservar el trabajo deberemos ejercer un acto de
control que permita regular o controlar nuestras emociones, pensamientos y conductas con el
objeto de proteger nuestra principal meta u objetivo. Y esta última, es precisamente la principal
función y el contexto natural en el que se desenvuelven las FEs.

b. Las Funciones Ejecutivas intervienen en situaciones nuevas y complejas.


En el apartado anterior, se caracterizó a las FEs como procesos de control que suelen activarse en
situaciones de conflicto. Sin embargo, y en relación al contexto o tipo de situaciones en las que
intervienen las FEs, suelen encontrarse ligeras diferencias que dependen de la disciplina
involucrada. Mientras las conceptualizaciones y desarrollos teóricos vinculados a disciplinas como la
psicología social y de la personalidad suelen destacar el conflicto entre los impulsos y metas como la
condición que por excelencia dispara el funcionamiento ejecutivo (ver Carver & Sheier, 2011), las
líneas más tradicionales vinculadas a las neurociencias, la psicología cognitiva y la neuropsicología,
ponen el foco en la intervención de las mismas en problemas que se caracterizan por ser nuevos y
complejos. Los modelos sobre FEs derivados de estas disciplinas consideran que el ámbito natural de
las FEs son las situaciones nuevas y complejas (Norman & Shallice, 1986; Stuss, 1992; Stuss,
Shallice, Alexander & Picton, 1995). ¿Qué tienen en común este tipo de situaciones? Básicamente,
que no podemos abordarlas a través de rutinas, hábitos o respuestas automáticas bien establecidas
(Shallice, 1990; Walsh, 1978) lo que genera la activación de una serie de procesos psicológicos que
integran las fases típicas de la solución de problemas -representación, planificación, ejecución y
evaluación- (Zelazo & Muller, 2002; Zelazo, Carter, Reznick & Frye, 1997).
Pensemos en alguna situación nueva. En primer lugar, y aunque la aclaración pueda parecer
obvia, lo que resulta nuevo y de cierta complejidad para una persona puede no serlo para otra.
Supongamos que hemos invitado a un grupo de amigos a cenar y que hemos decidido hacer un
postre que demanda cierta elaboración para sorprenderlos. Nunca lo hemos hecho antes, por lo que
recurrimos a la receta que nos pasaron hace unos días. Así, mientras esta actividad resulta nueva y
de cierta complejidad para nosotros, es probable que para el cocinero experimentado que la prepara
todos los fines de semana, constituya una tarea sencilla que no demanda mayor esfuerzo. Por el
contrario, y debido a nuestra falta de experiencia seguramente tendremos que leer varias veces la
receta antes de comenzar a trabajar, repasar con cuidado la secuencia de todos los pasos, verificar si

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disponemos de los utensilios e ingredientes necesarios, estimar el tiempo que nos llevará el proceso,
calcular las proporciones correctas de los ingredientes, etc . Todos estos procesos requieren de
control ejecutivo. Es decir que para ejecutar eficientemente todas estas actividades debemos ser
capaces de controlar aquellos pensamientos, acciones y emociones que puedan generar alguna
interferencia sobre nuestro objetivo principal: hacer el postre. Esto significa que mientras
verificamos si disponemos de los ingredientes, calculamos el tiempo que requerirá la tarea o
reflexionamos sobre la proporción en que incrementaremos cada ingrediente, deberemos estar muy
concentrados. Para ello, necesitamos evitar cualquiera de las siguientes y posibles situaciones: (a)
caer en la tentación de pensar en otros asuntos pendientes no relacionados, (b) dejarnos atrapar por
algún estímulo externo fuertemente distractor (p.e. un programa de TV que escuchamos desde la
cocina) o (c) experimentar emociones muy intensas que puedan generar malestar e interferir con la
tarea (p.e. un nivel elevado de ansiedad debido a que en la reunión planeamos plantear al jefe la
posibilidad de un ascenso).
Por lo tanto, la situación descrita puede caracterizarse como una situación nueva dado que
los pasos necesarios para la preparación de postres que hemos realizado en otras ocasiones no
sirven para resolver en este momento de manera adecuada esta tarea. En consecuencia, esta
situación podría describirse de manera general como un proceso de resolución de problemas, que
requiere en gran medida de la intervención de las funciones ejecutivas o control ejecutivo (ver
Garon, 2008).
Supongamos ahora que nuestro postre tuvo un gran éxito por lo que comenzamos a
prepararlo en distintas ocasiones. ¿Cuál es el efecto de la práctica sobre el funcionamiento de los
procesos ejecutivos? En general, el principal efecto se manifiesta en el incremento de la velocidad al
efectuar la tarea y en la disminución de los errores. Entonces, lo más probable es que luego de
preparar varias veces el postre logremos hacerlo más rápido y hasta nos arriesguemos a efectuar
algunas modificaciones a la receta original. Ahora la receta ya no es nueva para nosotros, la
efectuamos casi sin pensar, de manera automática y con escaso esfuerzo. Tomamos los utensilios e
ingredientes sin siquiera leer las anotaciones o la secuencia de pasos. Hasta somos capaces de
discutir con un amigo o repasar los puntos centrales de un examen mientras la preparamos. Nos
hemos convertido en expertos, por lo que la tarea no puede calificarse como nueva y en
consecuencia, demanda una menor participación de las FEs.

c. Las Funciones Ejecutivas actúan o intervienen sobre otros procesos


Otra de las características distintivas vinculadas al funcionamiento ejecutivo, es que actúan
modulando y regulando otros procesos psicológicos. Pero ¿cuáles son los procesos sobre los que
actúan las FEs? o lo que es lo mismo ¿qué es lo que permiten regular las FEs?
Desde hace ya más de 30 años disciplinas como las Neurociencias, la Neuropsicología y la
Psicología Cognitiva han destacado el rol de las FEs sobre distintas funciones cognitivas tales como
la comprensión lectora, la resolución de problemas matemáticos y la atención, entre otros (ver
capítulos V, VI, VII, VII, IX y X) En consecuencia no sorprende la estrecha relación documentada
por distintos estudios respecto a la relación entre el funcionamiento ejecutivo y el desempeño
académico. Las FEs intervienen de manera activa sobre un conjunto de procesos u operaciones
cognitivas específicas vinculadas a las funciones anteriormente descritas. Por ejemplo, en el
dominio de la memoria, las FEs se encuentran estrechamente relacionadas con los procesos
mnésicos de codificación, almacenamiento y recuperación de la información (Freedman y Cermak
(1986; Gershberg & Shimamura, 1995; Parkin & Lawrence, 1994). Por otra parte, y en relación a la
comprensión lectora, en los últimos años distintos estudios han señalado la importancia de las FEs
en la construcción de inferencias elaborativas –operaciones cognitivas esenciales para la
comprensión de un texto complejo- (ver capítulos IX y X). Con respecto al razonamiento
matemático, las FEs parecen estar especialmente involucradas en la comprensión del conocimiento
conceptual de las relaciones entre las operaciones aritméticas implicadas en la resolución de los
problemas matemáticos (ver capítulo VIII). Finalmente, el control ejecutivo también tiene un rol
protagónico en la atención dirigida o voluntaria. Como explican Schmeichel y Baumeister (2010),
este tipo de atención implica un acto de autocontrol ya que éste se define de manera amplia como
“cualquier situación o condición en la que una respuesta dominante se sustituye de manera
deliberada por otra subdominante” (pp. 30-31). Por lo tanto, en relación al campo de estudio de la
atención, el término control atencional o atención ejecutiva se refiere a la posibilidad de sustituir o

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modificar alguna tendencia o respuesta dominante. Por ejemplo, frente a un fenómeno de captura
atencional, donde los estímulos logran atraer nuestra atención automáticamente y sin esfuerzo, no
es necesario el acto de control. Tal como explicaba William James (1892) hace ya más de 100 años,
existe un conjunto de estímulos tales como situaciones u objetos extraños o hermosos, cosas en
movimiento o metálicas, animales salvajes y sangre, entre otros, que logran captar nuestra atención
fácilmente y de manera involuntaria. Por ejemplo, si nos encontramos en una clase y de manera
inesperada ingresa al aula un hombre disfrazado de payaso a los gritos, es probable que ningún
compañero deba advertirnos ¡presta atención al payaso! Lo haremos de manera automática,
involuntario y sin esfuerzo. Sin embargo, si estamos cansados porque la noche anterior fuimos a
una fiesta y no hemos dormido, y además el tema de la clase nos resulta poco interesante,
seguramente debamos hacer un gran esfuerzo por concentrarnos y seguir al profesor. En esta
última situación, tendremos que prestar atención deliberadamente, evitando que nuestra mente
divague por temas no relacionados con el tratado en clase. En este caso, sentiremos claramente el
esfuerzo que genera sustituir la tendencia atencional dominante –dejar que nuestra mente fluya
sobre temas no relacionados- por la tendencia subdominante, centrar el foco atencional en lo que
dice el profesor. Por este motivo, para algunos autores los distintos tipos atencionales (atención
dividida, selectiva y sostenida) constituyen distintas formas de autocontrol (ver capítulo VII).
Por lo tanto, las FEs actúan regulando un conjunto de procesos cognitivos específicos que
constituyen componentes esenciales de distintas funciones cognitivas tales como; la atención, la
comprensión lectora, la memoria y la resolución de problemas aritméticos.
Sin embargo, el campo de actuación de las FEs extiende sus límites un poco más allá para
incorporar también el control del comportamiento o de las respuestas motoras. Seguramente, todos
hemos experimentado en algún momento la sensación imperiosa de hacer o decir algo en un
contexto donde lo más apropiado o conveniente era no hacer ni decir nada. En ocasiones, lo más
prudente es no actuar de acuerdo a nuestros impulsos o deseos. No atacar con improperios al jefe
odioso, contener la urgencia de salir corriendo frente a una situación embarazosa o estresante, no
tomar esas copas de más cuando somos el conductor designado, evitar comentarios hirientes e
injustificados en una discusión, quedarnos en nuestro lugar durante una clase aburrida, no comer
esa porción de torta cuando estamos a dieta…
En síntesis, gracias al control ejecutivo somos capaces de frenar o suprimir aquellas
respuestas que no resultan apropiadas en un contexto dado, lo que contribuye de manera
significativa al comportamiento adaptativo (Diamond, 2013; Hasher & Zacks, 1988; Logan &
Cowan, 1984; Nigg, 2000; Rubia et al., 2001).
Cuanto mejor funcionan estos procesos, más reflexivas y razonadas serán nuestras respuestas
o acciones, pues al controlar nuestros impulsos inmediatos estamos en condiciones de pensar y
analizar nuestras opciones antes de actuar (Barkley, 2011). Es por ello, que el control del
comportamiento resulta de vital importancia para la toma de decisiones en cualquier situación y por
ende, para el logro de las metas personales.
Pero las FEs, tampoco se limitan de manera exclusiva al control del comportamiento y la
cognición, sino que también participan en la regulación de las emociones. Históricamente, el
estudio de las FEs ha pertenecido casi de manera exclusiva al ámbito de la Neurociencia y la Ciencia
Cognitiva, por lo que, debido a la naturaleza de estas disciplinas el foco ha tendido a centrarse de
manera prioritaria en el rol de las FEs en la regulación de la cognición y del comportamiento (ver
Schmeichel & Tang, 2013). En consecuencia, la mayoría de los estudios efectuados por estas
disciplinas se han ocupado de analizar la participación de las FEs en tareas cognitivas complejas
clásicas como la tarea de Stroop (ver MacLeod, 1991) o la tarea de clasificación de tarjetas de
Wisconsin (ver Anderson 1998), lo que ha generado relevantes hallazgos en el ámbito de la
cognición.
Pero, ¿qué sucede con el procesamiento emocional? ¿cuál es la contribución de las FEs a la
vida emocional de las personas? Las FEs también regulan las emociones. Aunque constituye un
campo de menor desarrollo en relación a los anteriores, se han hecho descubrimientos interesantes.
El control emocional - dicho de manera muy sintética- se refiere a cualquier tipo de modificación o
alteración que podamos efectuar sobre el curso de nuestras emociones o respuestas emocionales
(Gross, 1998). La regulación de las emociones tiene un claro valor adaptativo. El ser humano
necesita regular sus emociones para lograr un ajuste adecuado a su contexto y alcanzar sus metas y
objetivos personales. De hecho, las personas con una escasa capacidad de regulación emocional

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tienden a presentar distintos tipos de problemas como violencia, bajo desempeño académico o
laboral, limitada competencia social, problemas vinculares y trastornos psicopatológicos, lo que
obviamente afecta su calidad de vida y bienestar psicológico (Gross & Muñoz, 1995; Werner &
Gross, 2010; Schmeichel & Tang, 2013). Por lo tanto, está claro que necesitamos regular nuestras
emociones y uno de los principales recursos que sirven a este objetivo son las FEs (Gross &
Jazaieri, 2014). Pensemos nuevamente en la situación del jefe. Últimamente, se ha ensañado con
nosotros y nos molesta con minucias la mayor parte del tiempo, lo que claramente interrumpe y
afecta nuestro trabajo. Cuando estamos despidiéndonos de nuestros compañeros para emprender el
regreso a casa, nos comunica que como no hemos terminado con la actividad del día, deberemos
trabajar unas horas más antes de irnos. De manera inmediata, sentimos que vamos a estallar. Un
calor nos recorre todo el cuerpo. Nos sentimos furiosos. Estamos por insultarlo y pensamos en la
posibilidad de arrojarle el pisapapeles del escritorio, pero nos contenemos.
En solo fracciones de segundos se inicia la siguiente secuencia de pensamientos: si actúo en
base a mis emociones, me despediría inmediatamente y no habría lugar para reclamos. Tampoco, me conviene hacerme
el digno y renunciar. ¡Dónde conseguiría un trabajo con este sueldo…! Además, mi sueldo ya está comprometido en
pagar la cuota del préstamo hipotecario que es muy alta. Hay cosas peores que un jefe molesto…. Mejor me aguanto.
Lo cierto es que en este ejemplo, como en la mayoría de las situaciones de la vida diaria,
intervienen un conjunto diverso de FEs que permiten ejercer distintos tipos de actos de control o
regulación. La verdad, es que la secuencia de pensamientos solo es posible si logramos controlar
primero el impulso de abalanzarnos sobre el jefe y de arrojarle algún objeto contundente. Para
varios autores, este es el primer paso para poder ejecutar los actos subsiguientes de control (Barkley,
2011; Mischel, Shoda & Rodríguez, 1989). Cómo se ha planteado, uno no puede dirigir sus acciones
o conductas en la dirección que desea si está respondiendo de manera impulsiva a todos los eventos
ambientales o situacionales. La posibilidad de contener la respuesta impulsiva e inmediata permite
entonces la actuación de otros procesos de control que intervienen modificando el curso normal y
espontáneo de las emociones. Por lo tanto, el control del impulso comportamental, genera una
pausa, un tiempo necesario para la intervención del control emocional. En el ejemplo, el control
emocional actúa disminuyendo la intensidad y la fuerza del enojo, lo que a su vez, disminuye la
probabilidad de actuar en base a esta emoción. Para ello, el empleado pone en marcha una
secuencia de pensamientos que actúan resaltando el objetivo más relevante de su estructura
jerárquica de metas y objetivos, es decir, el pago de las cuotas del crédito. Al orientar la atención
hacia cuestiones más prioritarias que su discusión o conflicto con el jefe, el sentimiento de enojo
pierde intensidad: puesto en perspectiva, este evento ha pasado tener una importancia menor. De
este modo, la reflexión acerca de cuestiones y metas más relevantes funcionan como escudo
protector de las embestidas (interferencia) que genera el impulso de agredir al jefe, claramente
opuesto al objetivo prioritario del empleado (Hofmann, Schmeichel & Baddeley, 2012).
Otra particularidad vinculada a las FEs, es que están estrechamente relacionadas con el
funcionamiento del lóbulo frontal, un área que ocupa un tercio de la corteza cerebral en el humano.
El lóbulo frontal no actúa como una unidad funcional, sino que se divide en distintas regiones cuya
citoarquitectura, filogenia, especificidad funcional e interconexiones son diferentes. En general el
lóbulo frontal suele dividirse en el cortex precentral, el cortex prefrontal o anterior y el cortex
cingular. Sin la intención de profundizar en este tema, las alteraciones en las FEs se han
considerado prototípicas de la patología del lóbulo frontal, fundamentalmente de las lesiones o
disfunciones que afectan a la región prefrontal dorsolateral, motivo que ha llevado a postular esta
área cerebral como el asiento prototípico de las FEs (ver Anderson, Jacob & Anderson, 2011).
En síntesis, tal como se ilustra a través de los ejemplos anteriormente descritos, las FEs
permiten regular y coordinar un conjunto de procesos vinculados al procesamiento emocional,
cognitivo y comportamental, condición que contribuye de manera sustancial a la capacidad de
adaptación de la personas y a su bienestar psicológico.

d. Las Funciones Ejecutivas contribuyen al comportamiento adaptativo


Año a año, se registran nuevas e interesantes publicaciones acerca del funcionamiento ejecutivo.
Las disertaciones, los libros y las revistas sobre este tema plantean nuevas líneas de investigación
que retroalimentan el interés de los investigadores y especialistas y generan nuevos aportes. En
síntesis, lejos de disminuir, la producción científica vinculada al estudio de las FEs avanza de
manera ininterrumpida. ¿Qué impulsa o motiva este interés? ¿Cómo se explica el crecimiento

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continuado? Para responder a esta cuestión deberíamos modificar levemente este interrogante y
plantear: ¿Para qué sirven las FEs?
Esta pregunta puede dar lugar a diferentes respuestas. Podríamos responder, y no estaríamos
en un error, que las FEs son los procesos que sirven de manera directa al autocontrol del
pensamiento, las emociones y la conducta, y de allí su enorme importancia (ver apartado c). Pero
también, podríamos dar un paso más allá y decir que las FEs contribuyen al logro de un
comportamiento ajustado al contexto y al cumplimiento de nuestras metas y objetivos, lo que no
contradice o anula para nada la afirmación anterior. En realidad, estas respuestas más que
excluyentes son complementarias. Ninguna de ellas es errónea, ya que una podría definirse como un
medio o prerrequisito para el logro de la otra. Dicho de otra manera, las FEs sirven al autocontrol y
éste último al comportamiento adaptativo y al logro de las metas personales. El logro de un
comportamiento ajustado al contexto implica la adecuación a las normas y reglas sociales necesarias
para la convivencia y la vida en sociedad. Sólo por citar algunos ejemplos, la mayoría de los
problemas sociales de esta época como embarazos tempranos, violencia, criminalidad y adicciones,
entre otros, pueden explicarse, al menos en parte, por una baja capacidad de autocontrol que limita
y afecta seriamente el ajuste a las normas sociales (Tangney, Baumeister, & Boone, 2004).
Por otra parte, si nos centramos en la perspectiva de la persona, la sensación de felicidad o
bienestar parece estar íntimamente ligada a la percepción personal de que existe cierta armonía o
ajuste con el ambiente (Rothbaum, Weisz, & Snyder, 1982). Esto implica la convicción o creencia
de que nos encontramos en línea con nuestros objetivos y proyectos personales, ya sea por haber
obtenido lo que buscábamos o por sentir que tenemos la posibilidad de lograrlo.
En síntesis, el comportamiento adaptado a las normas sociales y la posibilidad de alcanzar
nuestras metas y proyectos depende de nuestra capacidad de autocontrol (Baumeister, Heatherton
& Tice, 1994) y esta última, a su vez, del funcionamiento eficiente de las FEs (Hofmann et al., 2012;
Hofmann, Friese, Schmeichel & Baddeley, 2011).
Ahora, para finalizar y avanzar un poco más en relación al concepto del autocontrol,
intentemos analizar un conjunto de experiencias seguramente muy familiares para muchos. Con
frecuencia, a lo largo de la vida nos encontramos frente a una encrucijada que exige una respuesta
entre alternativas que resultan mutuamente excluyentes: callar en vez de expresar lo que sentimos,
dedicar el fin de semana a completar una tarea tediosa en vez de salir con amigos, cumplir con el
horario de trabajo en vez de ir a la playa, optar por la ensalada en vez de esa porción de torta de
chocolate, atender al profesor en vez de pensar en la discusión con mi pareja, tomar la clase que
ayudará a aprobar la materia en vez de salir a tomar un café con un amigo, focalizar mi atención en
las señales de tránsito en vez de repasar mentalmente los puntos esenciales de la clase mientras
conduzco, mostrar interés en vez de expresar mi enorme aburrimiento frente al relato de mi
compañera acerca de sus experiencias con el novio nuevo, centrarme en el viaje que planifique para
dentro de unos días en vez de evocar experiencias felices vinculadas a mi ex pareja y que me
generan sentimientos de tristeza y melancolía. ¿Qué tienen en común todas estas situaciones? ¿Por
qué se presentan como una encrucijada o mejor dicho, como un conflicto?
Cada una de estas situaciones podría definirse en éstos términos: o me dejo llevar por las
tentaciones, deseos o impulsos más inmediatos o postergo su satisfacción en pos de metas u
objetivos personales o socialmente más relevantes y a más largo plazo (Hofmann, Baumeister,
Forster & Vohs, 2012; Tangney et al., 2004) o, dicho de manera más general, todas estas situaciones
implican la capacidad para sustituir una respuesta dominante por otra subdominante (Schmeichel &
Baumeister, 2010). Note que, en todos los ejemplos, para alcanzar nuestras metas más relevantes
(bajar de peso, mantener una buena relación con mi compañera, concentrarme en la clase, etc.)
debemos resistir un conjunto de tentaciones más concretas y momentáneamente más atractivas, que
dependen de la capacidad de autocontrol o, como expresan otros autores, del control de la interferencia que
generan las tendencias más prepotentes (Nigg, 2000).
Pero ¿cómo logramos superar las tentaciones que interfieren con nuestros objetivos o metas
más valoradas? O lo que es lo mismo, ¿cuáles son los procesos ejecutivos y no ejecutivos que
permiten resistir o superar las tendencias prepotentes?

16
Los recursos no ejecutivos de la autorregulación

Antes de caracterizar las distintas FEs, resulta importante destacar que, aunque las FEs se
presentan como mecanismos imprescindibles al momento de controlar las interferencias internas o
externas (Nigg, 2000; Miyake & Friedman, 2012) no son los únicos recursos con los que contamos
para alcanzar nuestras metas y objetivos y para controlar la conducta. Por suerte, la posibilidad de
controlar los embates de las tentaciones más proximales y concretas, constituye sólo uno de los
mecanismos de los que nos podemos valer para alcanzar nuestros objetivos más abstractos y
valorados (Alberts, Martijn, Greb, Merkelbach, & De Vries, 2007; Ferguson, 2008; Fishbach,
Friedman, & Kruglanski, 2003; Fujita, 2011).
Por lo tanto, para favorecer el logro de nuestras metas también podemos implementar otros
mecanismos o estrategias no ejecutivos. Como explican algunos autores (ver Fujita, 2011) dos buenos
ejemplos de estos mecanismos son: la activación automática de asociaciones negativas y la regulación de la
accesibilidad de las tentaciones.
La activación automática de asociaciones negativas se refiere a la habilidad para activar de manera
automática, un conjunto de pensamientos negativos relativos a aquellas tentaciones que amenazan
el logro de nuestros objetivos. Supongamos que cada vez que nos encontramos con el jefe,
logramos activar de manera veloz, automática y sin esfuerzo, aquellos pensamientos negativos
relativos a las consecuencias más inmediatas del impulso prepotente de insultarlo y golpearlo. Por
ejemplo, podrían activarse un conjunto de imágenes y representaciones negativas vinculadas a un
probable despido; como por ejemplo importantes dificultades para cubrir las necesidades
económicas de la familia, para adquirir la vivienda a través del crédito, para encontrar otro empleo,
etc... Aunque en un primer momento la implementación de este mecanismo pueda requerir de
esfuerzo y por ende del funcionamiento de distintos procesos ejecutivos, es probable que con la
práctica y la repetición comiencen a activarse de manera automática y sin esfuerzo, prescindiendo
de este modo, del funcionamiento ejecutivo. La regulación de la disponibilidad o accesibilidad de las
tentaciones es otro de los mecanismos que sin ser procesos ejecutivos, favorecen el autocontrol,
contribuyendo consecuentemente al logro de nuestras metas y objetivos personales.
¿Y si no tuviera la necesidad de controlar mis pensamientos conductas o emociones a través
de las FEs?
Esto sería en cierta forma un alivio dado el esfuerzo y el elevado costo que implica la
implementación de estos procesos para el individuo. Lo ideal sería entonces, evitar aquellas
situaciones que sabemos disparan o activan estos impulsos. De esta forma, algunas acciones tales
como; esquivar al jefe, no tomar el camino donde está mi panadería preferida cuando estoy a dieta,
o evitar ir a los mismos lugares que frecuentaba con mi ex tras la separación, podrían ahorrarme la
energía que implica tener que lidiar con pensamientos, conductas y emociones prepotentes y
nocivas (ver Fujita, 2011).
En síntesis, estos son sólo algunos de los medios que las personas pueden implementar para
superar las tenciones y/o tendencias prepotentes pero que implican una mínima o escasa
participación de las FEs. La gran diferencia entre estos mecanismos de autocontrol y los que
implican el control ejecutivo, es que, mientras los primeros requieren poco esfuerzo y control
cociente los segundos se caracterizan por un elevado requerimiento de esfuerzo voluntario y
consciente.
Como ya mencionamos, el esfuerzo o control consciente y deliberado es una característica
compartida por todas las FEs (Baumeister, Bratslavsky, Muraven & Tice, 1998; Davidson, Amso,
Anderson & Diamond, 2006; Diamond, 2013). Pero, ¿cuáles son las FEs? ¿de qué manera sirven al
logro de nuestros objetivos? ¿cuáles son sus principales características operativas?

¿Cuáles son las principales Funciones Ejecutivas?

Al inicio del capítulo, nos hemos referido al conjunto de características y propiedades más
relevantes compartidas por las distintas FEs. Ahora, haremos todo lo contrario, nos centraremos en
el análisis en la descripción de las principales FEs enfatizando en cada caso, sus características más
distintivas y específicas.
Aún no hemos hecho referencia explícita a ninguna FEs en particular, solo mencionamos
que en la actualidad, la mayoría está dispuesta a considerar a las FEs como un conjunto de procesos

17
cognitivos cuyo principal objetivo consiste en controlar las emociones, pensamientos y
comportamientos prepotentes que interfieren con la tarea en curso o con las metas más relevantes
Actualmente, existe cierto acuerdo en considerar a la inhibición, la memoria de trabajo y la
flexibilidad cognitiva, como los principales componentes ejecutivos (Diamond, 2013; Lehto,
Juujarvi, Kooistra, & Pulkkinen, 2003; Miyake et al., 2000), es decir como los procesos de orden
más básico o inferior que contribuyen de manera diferencial en la ejecución de distintas tareas
ejecutivas complejas (Miyake et al., 2000).
En los últimos años, se han efectuado numerosas investigaciones destinadas a analizar la
estructura y organización de las principales FEs. La pregunta principal que ha guiado a este tipo de
estudios es si se debe distinguir entre distintos subprocesos o subcomponentes ejecutivos (enfoque
fragmentado, no unitario o multidimensional) o si esto no resulta necesario (enfoque unitario). En
otros términos, mientras los enfoques o modelos unitarios proponen la existencia de un factor
común (un único proceso o componente ejecutivo) capaz de explicar el desempeño en las distintas
tareas ejecutivas (Cohen & Servan-Schreiber, 1992; Duncan, Emslie, Williams, Johnson, & Freer,
1996; Kimberg, D’Esposito, & Farah, 1997), el enfoque fragmentado plantea la necesidad de
discriminar entre distintos factores (componentes o procesos ejecutivos) en base al supuesto de una
varianza única –no compartida- y específica para cada uno de ellos (Brocki & Bohlin, 2004; Lehto,
1996; Levin et al., 1996; Pennington, 1997; Robbins et al., 1994; Welsh, Pennington & Groisser,
1991). Hoy en día, la gran cantidad de evidencia empírica obtenida a través de distintas técnicas y
análisis estadísticos ha llevado a la mayoría de los investigadores a aceptar lo que podría definirse
como una postura intermedia y que se conoce como el modelo integrativo de la unidad y diversidad de las
FEs (ver Miyake et al., 2000). De manera sintética, esta postura propone que la flexibilidad, la
inhibición y la memoria de trabajo, aunque se correlacionan moderadamente, son independientes.
Es decir, considera que existe un factor común a estos procesos – que representa la unidad y explica
la correlación obtenida– pero también factores específicos que representan la diversidad de las FEs y
que explican la ausencia de una correlación perfecta entre las distintas variables latentes. Esto
último, es precisamente lo que justifica la distinción entre los procesos o componentes ejecutivos
analizados. Sin embargo, aunque en la actualidad también se han reportado resultados compatibles
con modelos unitarios o de dos factores (ver Ven, Kroesbergen, Boom & Leseman, 2013) distintos
tipos de análisis (en su mayoría factoriales) efectuados en niños en edad escolar (Lehto et al., 2003);
en adolescentes y preadolescentes (Huizinga, Dolan & Van der Molen, 2006; Rose, Feldman, &
Jankowski, 2011), en adultos jóvenes (Miyake et al., 2000) y adultos mayores (Vaughan &
Giovanello, 2010) han obtenido evidencia empírica a favor del modelo integrativo que platea la
unidad y diversidad de las FEs. Por este motivo, a continuación se describirán de manera sintética los
tres principales procesos ejecutivos.

¿En qué consisten estos procesos ejecutivos y cuál es su específica y principal contribución
a la capacidad de autocontrol?

La inhibición es un proceso clave para el autocontrol (para una descripción más detallada de este
proceso ver capítulo III). Su característica distintiva es que nos permite detener, frenar o disminuir
la activación de aquellos comportamientos, emociones y pensamientos que tienden a imponerse
con fuerza y por ende a interferir con el logro de nuestros objetivos (Diamond, 2013). Por lo tanto,
constituye un mecanismo clave para el aprendizaje y el comportamiento adaptativo, pues sin él no
seríamos capaces de modificar pautas de respuestas que pueden ser perjudiciales y nocivas para
nuestra vida social e incluso hasta para nuestra salud física.
La inhibición participa en múltiples situaciones y de diferentes formas: resistiendo la
interferencia generada por estímulos distractores del ambiente, suprimiendo las respuestas
prepotentes que obstaculizan el éxito de una tarea e interrumpiendo pensamientos o
representaciones que no resultan relevantes para el logro de nuestros objetivos (Andres, Guerrini,
Phillips, & Perfect, 2008; Collette, Germain, Hogge & van der Linden, 2009; Friedman & Miyake,
2004; Miyake et al., 2000; Nigg, 2000). Aunque todas ellas son claramente funciones inhibitorias, la
mayor parte de los investigadores ha tendido a centrar su interés en solo una de una de ellas: la
supresión de las conductas prepotentes o inhibición comportamental. Por ello, en la literatura sobre
el tema es común que al utilizarse el término inhibición se esté haciendo referencia a esta función
inhibitoria en particular (ver Nigg 2000). Aunque el significado y relevancia de esta FEs serán

18
tratados con mayor profundidad en el capítulo III, los siguientes ejemplos ilustran con claridad la
importancia de la inhibición en nuestra vida cotidiana. Situaciones en apariencia muy heterogéneas
como; evitar golpear al jefe, ocultar una expresión emocional no deseada, lograr concentrarnos
frente a una clase aburrida, persistir en tareas tediosas o complejas, sostener conductas valoradas
socialmente y modificar hábitos poco saludables como la ingesta excesiva de alcohol o fumar, serían
imposibles sin este mecanismo.
En síntesis, la principal característica y contribución de la inhibición al control y orientación
del comportamiento consiste en crear una barrera de contención contra la interferencia de
pensamientos, emociones y comportamientos que resultan incompatibles con nuestras metas y
proyectos personales. De allí, su enorme importancia.
La memoria de trabajo (para una descripción más detallada de este proceso ver capítulo II)
constituye otro de los principales componentes o procesos ejecutivos. En líneas generales, los
psicólogos cognitivos suelen utilizar este término para referirse a la habilidad de las personas para
mantener y procesar de manera simultánea información relevante para el logro de nuestros
objetivos (Baddeley, 1986; 2012). Actualmente, la mayoría de los modelos desarrollados acerca de la
memoria de trabajo coinciden en aceptar que este sistema está integrado por al menos dos mecanismos
que trabajan de manera conjunta o interrelacionada; uno vinculado al almacenamiento de la
información y otro involucrado en el control cognitivo o ejecutivo (Miyake & Shah, 1999). Los
estudios efectuados en los últimos 15 años muestran que la memoria de trabajo constituye un proceso
clave para la cognición de alto nivel pues participa en un conjunto de habilidades cognitivas que
resultan esenciales para el desempeño en distintas actividades de la vida diaria. Por ejemplo, la
resolución de un problema matemático, la comprensión de un texto complejo y la resolución de
problemas, imponen un alto requerimiento a la memoria de trabajo. Dicho de manera sencilla y solo a
modo de ejemplo, si necesitamos efectuar mentalmente el siguiente cálculo “4 + 6 + 7 – 2”, además
de computar las operaciones de suma y resta, también deberemos ser capaces de recordar los
subproductos de cada operación. De este modo, es probable que primero procedamos a calcular el
resultado de las suma de los tres primeros términos (4 + 6 + 7) para luego restarle “2” a este
subproducto “17”. Para ello, deberemos ser capaces de mantener activada o en un estado de fácil o
rápida accesibilidad la información que se considera relevante para este fin, es decir el resultado de
la operación de suma para luego efectuar la resta, pero también, una vez efectuada la suma, recordar
que debíamos restarle 2. Éste, constituye un ejemplo sencillo de cómo opera la memoria de trabajo
en el dominio de la cognición o de la regulación del pensamiento. Como explicamos anteriormente,
una de las características distintivas de las FEs es que participan en el control o regulación de las
tendencias prepotentes. Por lo tanto, ¿cómo se manifiesta en este ejemplo, la operación típica de
control vinculada a las FEs? Básicamente, el control interviene específicamente protegiendo aquella
información que se considera relevante para el logro de nuestro objetivo. En este caso, y,
especialmente en las operaciones que incluyen varios términos, estaremos obligados a mantener la
información de los subproductos en un estado activo y libre de la interferencia generada por las
distintas operaciones de adición o sustracción que vamos realizando. Por lo tanto, debemos ser
capaces de dirigir de manera controlada nuestra atención de los resultados parciales a las
operaciones aritméticas de manera sucesiva y sin perder información relevante. Pero la memoria de
trabajo también interviene en la regulación o control de las emociones y comportamientos. Al igual
que en el ámbito de la cognición y el pensamiento, la función principal de la memoria de trabajo
consiste en mantener fuertemente activadas las representaciones relevantes (objetivos, metas e
información) en el foco de nuestra atención, protegiéndolas de este modo, de la interferencia que
generan las tendencias o respuestas prepotentes. La dirección y reorientación de la atención hacia
nuestras metas y objetivos más preciados permite realzarlos, como si un haz de luz se depositara
sobre ellos, iluminándolos y dejando aquello que no resulta prioritario en la oscuridad. Por ello,
algunos autores sostienen que la memoria de trabajo podría caracterizarse como una forma de inhibición
pasiva o indirecta (ver Hofmann, Schmeichel & Baddeley, 2012). El término inhibición pasiva se refiere
a la idea de que las representaciones o contenidos irrelevantes o distractores pueden inhibirse
también de manera indirecta, es decir a través de la activación de los contenidos, metas u objetivos
que resultan relevantes. De este modo, al incrementarse el nivel de activación de los contenidos
relevantes, éstos adquieren una ventaja sobre sus competidores protegiendo a modo de escudo esos
contenidos de los efectos de la interferencia. Volvamos al ejemplo del conflicto con el jefe. Nos
comunica que debemos quedarnos un par de horas más para completar un trabajo, lo que

19
claramente constituye un abuso de su parte. En ese momento, necesitamos controlar nuestra furia y
el impulso de arrojarle algún objeto. ¿Cómo actuaría la memoria de trabajo en esta situación?
Básicamente, incrementando el nivel de activación de los objetivos e información relacionada que
resultan prioritarios para nuestra vida. Esto supone dirigir la atención de manera selectiva hacia
determinados pensamientos, como por ejemplo, la importancia de contar en la actualidad con un
trabajo estable, la necesidad de hacer frente al crédito hipotecario, contar con las prestaciones
sociales y otros tipos de beneficios, etc…De esta forma, la activación del objetivo principal, es
decir, -mantener el trabajo- termina ocupando el foco de nuestra atención, lo que de manera
indirecta actúa atenuando la intensidad emocional y el impulso o respuesta prepotente.
La flexibilidad cognitiva también se ha identificado como una de las principales FEs (para una
descripción más detallada de este proceso ver capítulo IV). Esta función se refiere a la habilidad
para alternar veloz y eficazmente entre entre diferentes pensamientos o acciones en función de las
demandas específicas vinculadas a distintos contextos y situaciones (Geurts, Corbett & Solomon,
2004). Una de las características más distintivas del mundo actual, es que se encuentra en un estado
de cambio casi permanente y continuo. La mayoría de estos cambios resultan imprevistos y
sorpresivos, y nos obligan a efectuar grandes o pequeños ajustes en nuestros comportamientos,
pensamientos y emociones a fin de adaptarnos a la situación. El mundo es dinámico y cambiante y
es precisamente por ello que necesitamos contar con recursos que nos permitan enfrentar de
manera exitosa cualquier imprevisto. Si las condiciones actuales y los requerimientos de una
situación se modifican, debemos estar preparados para efectuar un cambio ya que la estrategia o
pauta de comportamiento utilizado hasta el momento puede dejar de ser eficaz en este nuevo
contexto. En este sentido, la flexibilidad cognitiva constituye un recurso esencial del organismo para
enfrentar los cambios y adaptarse a las situaciones. Aunque esta función será tratada con mayor
profundidad en el capítulo IV, el ejemplo del jefe puede ser útil para ejemplificar su importancia
para el comportamiento adaptativo. Pensemos ahora por un momento en el ejemplo. Supongamos
que con el claro objeto de conservar el empleo, logramos inhibir el impulso de arrojar al jefe algún
objeto del escritorio y disminuir la intensidad de nuestra ira en respuesta a las demandas molestas e
innecesarias de nuestro empleador. Dimos un primer paso hacia nuestro objetivo –fuimos capaces
de controlar aquellas tendencias prepotentes que interfieren fuertemente con el logro de la meta
principal-. No obstante, aunque esta condición es necesaria, no resulta suficiente pues, una vez que
logramos controlar nuestra emoción y comportamiento debemos reemplazarlo por alguna
alternativa más viable, funcional y adaptativa. Esto da lugar al inicio del segundo paso: ¿Qué puedo
hacer en lugar de agredir al jefe y de enojarme tanto? ¿De qué manera puedo reemplazar este
comportamiento poco adaptativo por otro más útil o beneficioso? Podría por ejemplo, contar hasta
mil, imaginarme mi futuro hogar, cantar para mis adentros mi canción favorita o pensar en mis
próximas vacaciones, mientras me describe de manera tediosa e infinita sus aventuras de fin de
semana o sus problemas con otros empleados. Sin embargo, si el jefe comienza a tener la
costumbre de pedir nuestra opinión acerca de sus aventuras y experiencias personales, deberemos
cambiar de estrategia y, con mucho esfuerzo, concentrarnos en el relato para no quedar al
descubierto. Esto nuevamente requiere de flexibilidad cognitiva, es decir, de nuestra capacidad de
cambio. En este caso, tal vez lo más adecuado sería inventar un compromiso urgente cada vez que
se nos acerca con claras intenciones de compartir sus experiencias o quedar fuera de su vista a fin
de evitar la conversación o el contacto.
En síntesis, las FEs intervienen en la mayoría de las actividades de nuestra vida cotidiana.
Cada vez que nos detenemos a reflexionar acerca de una situación se activa alguna o todas de las
FEs anteriormente descritas. Cada vez que decidimos hacer algo distinto, modificar una actitud o
comportamiento, evitar un conflicto, adquirir una nueva habilidad, resolver un problema,
concentrarnos en la clase y leer comprensivamente un texto complejo, usamos nuestras FEs. Por
otra parte, también resulta sencillo imaginar la otra cara de la moneda, es decir, la dificultad para
resolver problemas y la rigidez cognitiva, las dificultades en la comprensión lectora, la
distractibilidad y los problemas interpersonales como el resultado, aunque más no sea en parte, de
un funcionamiento deficiente de las FEs. De allí, el objetivo principal de este libro: describir las
principales FEs, explicar los ámbitos y situaciones en las que participan, identificar sus principales
características operativas y comprender su relevancia para el logro de un comportamiento ajustado
al mundo actual.

20
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