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@Tierra

Salvaje
Primera edición: agosto de 2019




























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previa y por escrito del autor.




























Sex stories





















Encuentro casual con mi cuñada

Eran las nueve y media de la noche cuando abandoné el taxi después de pagarle
religiosamente la carrera al conductor que me había llevado de la oficina al
hotel. Con cajas destempladas y bastante contrariado por la pérdida del avión
que debía devolverme a casa junto a mi querida mujercita llegué finalmente a la
recepción de aquel hotel céntrico de Barcelona donde iba a pasar la noche, pues
la reunión con los alemanes se había alargado más de la cuenta obligándome a
quedarme en tierra aquella noche sin posibilidad de salir hasta por la mañana.
El bueno de mi jefe, el señor Salvatierra, me había jodido bien como solía hacer
habitualmente. Lo tenía ya todo bien planeado para poder coger el avión de las
ocho, echar una pequeña cabezada o leer un rato en el avión y llegar a Madrid
sin mayores problemas. Pero no fue así…Aquel negocio, aquel contrato de gran
importancia e interés para la empresa hizo que el señor Salvatierra se mostrara
especialmente amable y cordial con los clientes alemanes de nuestro proveedor
de productos farmacéuticos.
De manera particular se mostró más que amable y cordial con la guapa Erika,
aquella especie de amazona de unos treinta y tantos años y de larga cabellera
rubio platino como correspondía al esquema típico que teníamos los españoles
respecto a la mujer teutona. Aquello era algo que solía producirse de forma
corriente. Todos pensábamos que entre ellos había algo más que simples
negocios aprovechando los viajes a Alemania o a España para pasar agradables
ratos en la intimidad de cualquier hotel y fuera del control de la esposa del señor
Salvatierra la cual aguantaba estoicamente las continuas infidelidades de su
marido.
Erika, la directora comercial de la firma alemana, resultaba realmente una mujer
elegante, discreta y de bellas facciones y cuerpo explosivo así que no resultaba
difícil imaginar que ella y mi jefe estuvieran liados pues cada uno podía ofrecer
todo lo que el otro necesitaba. El señor Salvatierra, cercano a los sesenta pero
todavía de buen ver, podía ofrecerle a ella la seguridad de un hombre maduro y
de buena posición económica además de los muchos regalos con los que la
obsequiaba sin molestarse ni tan siquiera por el qué dirán entre la gente de la
oficina. Ella, por su parte, tenía mucho que ofrecer. Era inteligente, bella y con
un don especial para los negocios. Siempre vestía de forma elegante con
aquellos trajes chaqueta o vestidos de noche bajo los que se escondía aquel
cuerpo de formas bien marcadas y que resultaba el sueño para todos nosotros.
Así pues, aquella tarde viendo que la hora de mi marcha se acercaba
peligrosamente y que aquella reunión no parecía tener fin, mil demonios me
corrían por el cuerpo viendo a mi jefe halagándola y ofreciéndole un café tras
otro lo cual ella rechazaba con la mejor de sus sonrisas y con un brillo en sus
ojos más que evidente de lo que más tarde podía ocurrir. Al acabar la reunión,
comenté que me resultaría imposible coger el último avión de vuelta a casa
diciéndome él que tomara una habitación para la noche y que avisara a mi mujer
para informarla de mi retraso. Con ligera ironía dijo que ella sabría comprender
la situación y mi retraso más que justificado.
De ese modo, allí me encontraba en la tesitura de tener que reservar una
habitación deprisa y corriendo en el hotel al que suelo ir habitualmente. Al entrar
al hall del hotel me encontré con la sorpresa de ver sentada en uno de aquellos
amplios sillones negros de piel a mi querida cuñada, la cual se alegró
enormemente de verme.
Hola Laura, ¿qué haces en Barcelona? –le pregunté mientras unía mi boca a su
mejilla para besarla de manera cariñosa.
¡Qué suerte que te encuentro, Salva! Pues verás, mi avión llegó tarde y no pude
conectar con el vuelo de Madrid y encima para acabarlo de rematar no hay
habitaciones en ningún hotel. Estoy desesperada, ya llamé a todos los del listín
de teléfonos y no encontré ni una habitación libre. ¿Tienes habitación reservada?
–me preguntó preocupada.
Sí, espero que me la hayan reservado –le dije tratando de tranquilizarla.
No sabes el favor que me harías, cuñado. Tendrás que darme albergue por esta
noche, la verdad es que no me haría mucha gracia tener que pasarla en una
butaca del aeropuerto –comentó ella con cara de resignación.
No te preocupes Laura, espérame y deja que nos registremos. Pediré una
habitación para dos.
Lo cierto es que aquello me iba a suponer un inesperado gasto extra pero por
hacer un favor a mi querida cuñada el desembolso bien valía la pena. La joven
recepcionista confirmó mi reserva y me preguntó, sonriéndome mientras miraba
a Laura por encima de mi hombro, si deseaba una habitación con dos camas o
bien una con cama doble.
Con cama doble está bien –le respondí sin hacer caso de la sonrisa cómplice de
la guapa recepcionista.
Regresé con el botones junto a Laura y con nuestro equipaje llegamos a nuestra
habitación dándole una pequeña propina al muchacho el cual se retiró
dejándonos solos.
¿No había con dos camas? –me interrogó al ver que el cuarto sólo disponía de
una cama.
No, no había posibilidad de encontrar ninguna disponible –mentí como un
bellaco. Como mi reserva estaba hecha para una sola persona, tuvieron que
arreglarlo con una habitación con una sola cama ya que no había de dos. Ya lo
tenían todo asignado y no podían solucionarlo de otra manera –le contesté.
¿Y qué le voy a decir a Mario? Si ya es difícil decirle que vamos a compartir
habitación, mucho más lo va a ser que vamos a dormir juntos –me dijo.
Pero no tienes que decirle nada a tu marido. Tan sólo llámale y dile que
afortunadamente conseguiste una habitación para pasar la noche y que mañana
vuelves a Madrid. Ahora voy a llamar a casa y diré lo que acabo de decirte así
que tú deberías hacer lo mismo para no preocupar a tu esposo. Yo no me registré,
de hecho te registré a ti así que la habitación está a tu nombre. A mí ni me has
visto.
Quizás tengas razón –dijo no muy convencida. Bueno, le voy a llamar –exclamó
sacando su móvil del bolso y a los pocos instantes la oí empezar a decir una vez
estableció comunicación con su esposo: Sí, soy yo otra vez cariño. Al fin
encontré una habitación libre para poder pasar la noche. Por suerte hubo una
cancelación en una reserva y el recepcionista se compadeció de mí y me la dio
así que ya no tengo que pasar la noche en el aeropuerto.
De esa manera escuché a mi cuñada hablar con su marido dándole las
explicaciones oportunas antes de despedirse de él:
No, no estoy cansada. Voy a bajar a cenar algo y luego miraré la tele un rato…sí
el avión sale de aquí a las nueve y cuarto así que estaré en Barajas sobre las diez.
Ya cogeré un taxi para que no tengas que ir a por mí. Te llamo cuando llegue.
Bueno, adiós. Un beso, cariño.
Una vez colgó, Laura guardó su móvil nuevamente en el bolso y me miró
divertida.
Al fin, ya está hecho. Espero que nunca se entere de esta pequeña infidelidad -
añadió sonriendo.
Laura es realmente guapísima con su hermoso rostro de finas líneas . Es alta, de
muy buen porte, curvilínea, con grandes pechos, redondas y rotundas nalgas y
con aquella larga melena castaña y ondulada que le caía sobre los hombros de
manera graciosa y descuidada. Lo cierto es que mi cuñadita era una auténtica
belleza de mujer con la que, debo reconocerlo, alguna vez había tenido algún
turbio sueño. Se había casado tres años antes con el hermano de mi mujer y aún
no habían tenido descendencia.
Hagamos una cosa. Para no aburrirnos en el hotel y como todavía es pronto
vamos a un restaurante que hay aquí cerca. ¿Qué te parece? –le pregunté
aceptando ella al instante mi sugerencia.
Durante la cena y ya esperando el segundo plato, ella se abrió a mí y me contó
que su marido le había puesto los cuernos con una amiga suya. Mientras me lo
contaba entre sollozos, sus bonitos ojos se llenaron de lágrimas y yo le cogí la
mano para tratar de calmarla. Esa simple caricia fue el principio de todo lo
demás. Una vez se tranquilizó, la saqué a bailar para que se animara. Yo sentía
como toda una corriente eléctrica me recorría todo el cuerpo. El olor de su suave
perfume me llenaba la cabeza de sensaciones agradables, mi mano apoyada en
su cintura, mi mejilla junto a la suya sintiendo su respiración y el simple roce de
su cabello sobre mi rostro, sus senos descansando sobre mi pecho…Sin poder
evitarlo, mi erección llegó en segundos haciéndose sentir debajo de la tela del
pantalón del traje. Ella la sintió pues resultaba más que evidente allí bailando tan
juntos y apretados aquella lenta balada. Por mi cabeza pasó su reacción
separándose de mí o dándome directamente una bofetada. Sin embargo, Laura
me miró sonriendo al parecer nada molesta por la presión que ejercía entre sus
piernas mi encabritado dardo el cual luchaba ferozmente por salir al exterior. Mi
cuñada acomodó su pubis contra mi entrepierna haciendo así el roce mucho más
profundo e intenso. Ella suspiró ligeramente con un suspiro que quería significar
muchas cosas. Viéndola así de excitada la acompañé en aquel suspiro tan
tentador y sensual.
Salva, esto me parece una verdadera locura pero estando tan lejos de casa no lo
parece tanto. Además seguro que mi marido está con su nueva amiguita
aprovechando mi ausencia así que no voy a perder la oportunidad de echar una
cana al aire contigo –finalizó entre susurros mientras notaba como se apretaba
contra mí aún más.
Con dicha aceptación ambos nos miramos fijamente a los ojos, antes de cogerla
yo del cuello y obligarla a ladear levemente la cabeza para juntar nuestras bocas
en un beso suave y delicado pero que prometía una noche apasionada.
Presionando contra sus labios se los hice entreabrir permitiendo el paso de mi
lengua la cual se unió a la suya mezclándose en el interior de su boca. Mientras
tanto, mis manos no permanecieron quietas ni un solo segundo recorriendo la
parte trasera de sus muslos por encima de la falda que llevaba. Al fin logramos
separar nuestros cuerpos pudiendo ver sus brillantes ojos los cuales mostraban el
deseo que la envolvía.
Cuando regresamos a nuestra mesa, el camarero nos llenó nuestras copas lo cual
aproveché para coger una mano de Laura y hacer un brindis:
Porque esta noche resulte inolvidable para ambos…
Laura no dijo nada, tan sólo volvió a sonreír antes de llevarse a la boca la copa
de vino bebiendo un largo trago. Nada más dejar reposar la copa sobre el tapete,
me acerqué a ella dándole un nuevo beso que ella recibió abriendo los labios
para así permitir que nuestras lenguas se fueran conociendo mucho más. Durante
el resto de la velada estuvimos bebiendo y riendo como si de un par de novios se
tratara, alegres por nuestra precaria libertad, por nuestra audacia de hacer algo
que sabíamos estaba lleno de fuego, de pecado y que seguramente nunca más iba
a volverse a repetir. Yo quería tenerla de nuevo en mis brazos, disfrutar de aquel
cuerpo tan femenino y cálido así que la llevé a la pista reanudando el baile que
me había llevado cerquita del cielo. Con las manos le acaricié la espalda por
encima de su blusa blanca, a través de ella notaba el calor de su cuerpo y,
teniendo su cabeza apoyada en mi hombro, junté mi boca a su oído y en voz baja
apenas pude musitarle:
¿Sientes en estos momentos lo mismo que yo?
Si lo que sientes es mucho calor por todo el cuerpo, debo reconocer que sí –
confesó sin dudarlo un instante.
También siento una gran alegría que no sé explicar –le dije clavando mi mirada
en la suya.
Cuñado, sácame de aquí. Vámonos Salva, vayamos al hotel –me imploró
cogiéndome con fuerza de los hombros.
Tras pagar la cena y camino del hotel Laura me dijo, riéndose con cara de niña
buena, que se sentía un poco borrachita por el vino y el champán y que ojalá no
hiciera ninguna tontería.
A mí sí me gustaría hacer todas las tonterías del mundo contigo –reconocí ya
totalmente lanzado y sin acordarme para nada de mi mujer.
Dicha confesión por mi parte hizo que mi joven cuñada se volviera aún más
loca, mirándome de un modo que ahora sí sabía que era de total aceptación por
parte de ella. Aquella noche iba a poder disfrutar del cuerpo sensual y de
redondas formas de mi querida cuñadita y pensaba aprovecharme de aquella
ocasión todo lo que pudiese.
Haciéndole comentarios ardientes al oído mientras subíamos en el ascensor y,
luego en el pasillo camino de nuestra habitación, llegamos al fin a la misma. La
besé apenas entramos, sólo que ya no fue un beso dulce y tierno sino que fue un
beso cargado de lujuria y malos propósitos por parte de ambos. Nos restregamos
el uno al otro mientras mis manos recorrían su cuerpo, mi boca mordía sus labios
húmedos y ávidos de besos, chupaba su cuello al tiempo que mis manos
acariciaban su espalda y sus pechos por encima de la blusa.
No Salva, no…por favor, vamos a comportarnos –me dijo separándose de mí.
No quiero hacer algo de lo cual después me arrepienta –exclamó en un corto
momento de lucidez.
Lo que tú digas Laura. No quiero obligarte a hacer algo que no quieras pero
nadie debe enterarse de nada –le dije tratando de convencerla de seguir.
Voy a darme una ducha y a ponerme mi pijama en el baño y después me iré a
dormir. Tú deberías hacer lo mismo. Vamos a portarnos bien, ¿eh Salva? –me
dijo metiéndose al baño con su ropa de noche en las manos.
Me desvestí quedando sólo con los calzoncillos pues no suelo usar pijama ya que
así me siento mucho más libre. Me tumbé en la cama y encendí un pitillo
mientras esperaba que saliese del baño. Estuve escuchando diez largos minutos
correr el agua de la ducha imaginándola desnuda y aguantándome las ganas de
ducharme con ella. Yo no estaba preocupado, simplemente me dediqué a darle
tiempo al tiempo, esperando acontecimientos y que la naturaleza actuase por sí
sola. Al fin pude oír cerrarse el grifo de la ducha y después los ruidos que mi
guapa cuñada hacía en el baño vistiéndose para dormir. Laura salió del baño y la
verdad es que estaba preciosa con los cabellos húmedos de la ducha y aquella
bata blanca semitransparente que dejaba ver debajo de ella su pijama de dormir,
igualmente blanco y de fina seda.
Estás guapísima, Laurita –le dije mientras yo me dirigía al baño. Como un
verdadero ángel, un auténtico y hermoso ángel.
Ella sonrió ligeramente dibujándose en su bello rostro una leve nota de rubor y
sin dejar de ver mi más que evidente erección, mi polla que luchaba
denodadamente por escapar de mis calzoncillos. Estaba bien seguro que Laura,
mi querida cuñadita, no podría resistir la tentación de que pasáramos la noche
juntos estando tan cercanos el uno al otro. Así pues me metí en el baño con mi
neceser y allí me lavé los dientes y la cara, me puse un poco de loción en el
cuello y regresé finalmente a la habitación. El cuarto se encontraba en penumbra
y con la lámpara de la mesilla ya apagada. Sólo la luz de la tele medio iluminaba
la estancia y entonces echando un rápido vistazo observé la bata blanca, que
hacía unos instantes cubría el cuerpo de mi cuñada, descansando sobre el
respaldo de la silla. Caminé hacia el gran ventanal centrando mi atención, entre
la soledad de la noche, en los coches parados en espera de que el semáforo se
pusiera en rojo dando rienda suelta a aquellos motores tan necesitados de
ponerse en marcha hasta el próximo semáforo donde deberían detenerse
irremediablemente. Abandonando aquella imagen urbana, levanté la mirada al
cielo topándome a lo lejos con una luna inmensa, entre los huecos de nubes
negras y grises corriendo lentamente por el cielo. Me volví hacia la cama donde
aparecía la silueta de Laura, la hermosa forma de su cuerpo cubierta apenas por
la sábana. Me deshice de mis calzoncillos, dejé caer mi cuerpo sentándome en la
cama, y me metí en la cama cubriéndome con la sábana.
Buenas noches Laura –dije girándome levemente hacia ella.
Buenas noches Salva, que descanses –me respondió. Si quieres puedes ver la
tele, a mi no me molesta.
Al fin había llegado el momento, no había tiempo que perder, era ahora o nunca
–pensé dentro de mi cabeza. Yo lo que quería ver eran otras cosas y sin poderlo
resistir, me volví hacia ella y alargué la mano acariciándole suavemente la
espalda. Ella no dijo nada dándome pie a seguir con mis caricias hasta que la vi
girarse viéndola respirar con cierta dificultad.
Salva, te deseo…te deseo. Sé que luego me arrepentiré pero ahora mismo quiero
que me hagas tuya y me hagas feliz –la escuché decir con voz apenas audible.
Me ofreció su boca, aquella boca jugosa y de labios húmedos que había probado
minutos antes. Acogí entre mis brazos su femenino cuerpo besándonos
nuevamente, primero reconociendo los labios del otro para luego hacer aquel
beso mucho más profundo abriendo ella su boca y metiendo en ella mi lengua
enredándola con la suya en una lucha furiosa que nos hizo estremecer a los dos.
Eres tan bonita –le dije acariciándole la mejilla con mis dedos para después
echar a un lado aquel gracioso mechón de pelo que le cubría el ojo.
Ámame…ámame y hazme feliz entre tus varoniles brazos y tu cuerpo tan
masculino…-respondió ella entrecortadamente y cerrando los ojos en actitud de
clara entrega.
Aparté la sábana a un lado regalándome con la imagen de su curvilínea silueta
cubierta por el pijama que muy pronto haría desaparecer entre mis dedos. Aquel
pijama blanco inmaculado escondía parte de su belleza haciéndola aún más
deseable para mí. Fui desabrochando uno a uno los botones hasta que finalmente
le quité la chaqueta del pijama quedando el torso de Laura ante mí tapado
únicamente con aquel encantador sujetador de color amarillo pálido que ocultaba
a mi vista aquel buen par de razones.
Quítamelo vamos…no me hagas esperar más –me invitó incorporándose sobre
sus codos para ayudarme a que se lo hiciera.
Sin esperar más deslicé los tirantes por sus hombros desabrochando a
continuación el cierre de su espalda para hacer que el sujetador desapareciera
finalmente. Así estuve unos segundos contemplando tanta belleza antes de
lanzarme sobre aquellas montañas las cuales besé con dulzura y suavidad
notando como ella vibraba de emoción. Tras embriagarme con aquel par de
pechos me dirigí a sus oscuros pezones para lamerlos y chuparlos,
mordisqueándolos después con mis dientes hasta escucharla gemir y pedirme
que siguiera con aquella caricia tan turbadora. Noté como ella pasaba su mano
por detrás de mi cuello cogiéndome la nuca y apretándome contra ella
demostrándome el inmenso placer que estaba sintiendo en esos momentos.
Dejando a un lado tan dulce manjar, descendí por su vientre hasta llegar al
pantalón del que la despojé con presteza y rapidez.
Me hinqué entre sus piernas y se las hice doblar tomando después sus muñecas y
extendiendo nuestros brazos en cruz. Ella me miraba anhelante, en silencio,
dejándose hacer y esperando que yo llevara toda la iniciativa. Sin hablar palabra,
sólo con nuestras miradas ambos nos decíamos todo el deseo y la lujuria que
invadía nuestros cuerpos. Sus ojos se clavaban en los míos bajándolos después
hacia mi polla que, completamente erecta, deseaba ser cobijada por la suavidad
del cuerpo de mi joven cuñada. Deshaciéndome de la última prenda que cubría
su desnudo cuerpo fui dejando resbalar sus diminutas braguitas a través de sus
muslos, sus rodillas y sus pantorrillas hasta que finalmente, y con un gracioso
movimiento de sus pies, me ayudó a quitárselas.
Allí tenía a aquella diosa completamente desnuda y entregada para mi total
disfrute. ¡Qué maravillosa vista la de aquella mujer entregada con sus rodillas
bien separadas y su pubis coronado con rizados vellos rodeando aquella raja tan
anhelada! Me tumbé sobre ella y froté mi pene con los labios de su coño
sintiendo como nuestros líquidos se mezclaban entre sí.
Qué hermosa eres cuñadita…igual que un ángel –le dije amorosamente antes de
volver a unir mis labios con los suyos.
Renuncié a sus labios dirigiéndome a su cuello para comérselo con verdadero
deleite chupándoselo y lamiéndoselo hasta que la noté bien preparada para pasar
a follarla. Entonces me incorporé soltando sus brazos, ensalivé mi polla y la
llevé a su agujero el cual ya estaba suficientemente lubricado y empapado como
para acoger mi duro miembro. Ayudándome ella al separar sus labios vaginales
con sus dedos, busqué la entrada y cuando sentí que mi polla estaba en posición,
empujé mi cuerpo dejándome caer y sintiendo como empezaba a penetrarla. La
cara de Laura cambió de ansiedad a una enorme alegría al notarme tan dentro de
ella. Todo lo que vendría a continuación iba a ser un profundo placer disfrutando
por completo de nuestros cuerpos y ambos lo sabíamos. Su bello rostro
congestionado y con los ojos fuertemente cerrados reflejaba su deseo, pero al
abrirlos y ver mi sonrisa ella también me sonrió de puro agradecimiento.
Te voy a hacer sonreír mucho esta noche, preciosa –le dije envolviendo su
orejilla con mis labios y chupándosela con fruición.
¿Mucho, mucho? –me preguntó jadeando de placer y estremeciéndose entre las
revueltas sábanas.
Mucho, mucho –afirmé con completa seguridad.
Como un pistón, mi polla se deslizaba en el interior de su coñito con sumo placer
y facilidad como hace el cuchillo en la mantequilla. Laura gemía y sus gemidos
cambiaban de tono constantemente, tan pronto gemía y sollozaba débilmente
como al instante lanzaba lamentos de mayor volumen. Entonces enlazándola por
la cintura la levanté haciéndome con sus pechos, hermosamente erguidos y se los
besé para darle a mis labios y mi lengua el placer de saborear la piel tersa de mi
cuñada. Ella tenía cruzadas sus piernas por detrás de mis nalgas apretándome
contra ella y marcándome el ritmo de la follada mientras sus manos en mi
espalda hacían que me estremeciera de placer.
¡No pares Salva, me voy a correr ya, estoy a punto de correrme!
Córrete mi amor, córrete. Quiero tu orgasmo, quiero vivirlo –le contesté.
Incrementé mi velocidad para que Laura alcanzase su orgasmo. Definitivamente
no hay nada más bello que una mujer disfrutando del sexo, yo disfrutaba de su
belleza salvaje, de su cuerpo sudoroso, de sus cabellos revueltos cayéndole por
su rostro, de cada choque de mi cuerpo contra el suyo, de las mil sensaciones en
mi cerebro y en mi polla que gozaba del calor de su coño, de su presión, de su
suavidad.
Me estás follando de maravilla –casi gritó ella entre la sinfonía de gemidos y
jadeos en que se había convertido aquella habitación de hotel.
Córrete mujer, dame tu orgasmo, vamos regálamelo.
¡Sí, sí, lo siento llegar…ya viene…oooh…! –ahora sí chillaba como una loca
moviéndose bajo mi cuerpo entre espasmos involuntarios.
Sentí las contracciones de todos sus miembros. Mi bella cuñadita se había
entregado a mí por entero y debo decir que había sido una experiencia realmente
maravillosa. Laura era una hembra en la plenitud de sus condiciones sexuales y
me lo había demostrado con aquella unión tan plena.
¡Más despacio, ya me viene otro…muévete más despacio Salva, por favor!
Te quiero hacer sonreír –le dije orgulloso.
Ella me miró regalándome una media sonrisa forzada debido al intenso placer
que sentía.
Soy tan feliz…me haces sentir tan feliz…-me dijo entregándome sus labios y
mordiendo mi labio inferior hasta hacerme gritar débilmente.
Tú también me haces sentir bien –le contesté memorizando su rostro de
facciones cansadas pero relajadas al mismo tiempo.
Vas a hacer que me vuelva a correr, tu pene me vuelve loca…quiero que te
corras tú también conmigo.
Claro preciosa, te voy a llenar el coño con mi leche.
Tú también eres precioso. ¡Dios, qué placer me haces sentir!
Acercándome más a ella, cogí sus cabellos tirándolos hacia atrás. Ella gimió
nuevamente, sabía que quería ser dominada y así fui aumentando el ritmo de mis
movimientos para que nos corriéramos, sabiendo que no tardaríamos en alcanzar
nuestros orgasmos.
¡Te siento hasta en la garganta, me voy a correr, hazlo conmigo vamos, te quiero
sentir entero, Salva!
Me moví como todo mi cuerpo me lo pedía y llegué al fin a mi orgasmo
explotando en una sensación total de placer. Gimiendo los dos, suspirando,
descansando en su piel sudorosa como también estaba la mía, sintiendo la
suavidad de su piel, su respiración entrecortada, sus contracciones junto a mis
espasmos.
¿Lo has pasado bien? ¿Te hice sonreír cuñada? –le pregunté una vez nos fuimos
recuperando levemente del orgasmo obtenido.
Mucho –me respondió tumbada a mi lado y besándome la cara y el pecho.
Que bello resulta que una mujer haga lo que hace, es tan bello su
agradecimiento, resulta tan espontáneo, tan femenino que casi me resulta
molesto no ser así. Le acaricié su cabello con mis dedos y sus pechos con la otra
mano mientras en silencio me recuperaba lentamente. Yo quería darle algo que
no sabía qué era, algo que nos mantuviese juntos e hiciese el momento mucho
más hermoso.
¿En qué piensas ahora? –me preguntó ella jugando con el vello de mi pecho.
Pienso que esta noche no la voy a olvidar nunca. Que me encontré a una
maravillosa mujer que no quiero perder…
¡Qué fácil respuesta, cabrón! ¡Todos los hombres sois iguales! Después de
follarme es lo único que se te ocurre decirme…después de seducirme como a
una colegiala –me recriminó Laura, medio triste, medio enojada.
Yo asombrado por aquel comentario, no sabía qué responder. Yo creía que mi
respuesta había sido la correcta, así lo sentía y en esos momentos lo que más
deseaba era tomar de nuevo fuerzas para follármela otra vez.
¿Es eso todo lo que tienes que decir? –me preguntó.
Traté de acercarme a ella para besarla y acariciarla para así acallar sus
pensamientos con cariño, pero ella tan sólo quería escuchar algo que yo no sabía
qué era.
Laura, ¿qué quieres que te diga? –le pregunté fijando mi vista en sus bonitos
ojos.
Ella se me quedó mirando como viendo una cosa muy desagradable. Estaba a
punto de contestarme cuando su móvil sonó rompiendo la tensión de aquel
momento.
Contesta, es tu marido –le dije viendo reflejado en la pantalla del móvil el
nombre de mi cuñado.
Hola –escuché decir a mi cuñada. Ya estaba medio dormida, Mario. ¿Qué pasa?
¿Qué hora es? Estoy bien mi amor, no te preocupes que me encuentro bien. Sólo
necesito dormir un rato…el día ha sido muy duro. Yo también te quiero, buenas
noches mi amor –dijo ella antes de cortar definitivamente la comunicación.
Laura, tras dejar reposar el móvil sobre la mesilla, se tumbó en su lado de la
cama sin apartar los ojos del frío techo de la habitación. Sólo se me ocurrió
abrazarla tratando de rebajar la tensión anterior. Apretado junto a ella, con una
semierección entre mis piernas, intenté dormirme pensando en lo que me había
equivocado. Mi cabeza corría a mil por hora cuando sentí la delicada mano de
ella acariciándome el pecho.
¿Estás dormido, Salva? –me preguntó en voz baja como si temiera que realmente
estuviera ya entre los brazos de Morfeo.
No Laura, todavía estoy despierto –respondí dejando caer mi brazo sobre su
cintura y apretándome contra ella haciéndola sentir mi manifiesto nerviosismo.
¿Tu polla está aún dura? ¿Te gustaría metérmela otra vez?
Sí cuñada, está dura y claro que me gustaría metértela otra vez y disfrutar de tus
voluptuosas curvas.
Si realmente lo deseas házmelo de una buena vez…Métemela, quiero tenerla de
nuevo dentro de mí –dijo moviendo sus sensuales nalgas para así animarme para
un nuevo asalto.
Espero que no estés arrepentida que haya sido yo el instrumento de tu venganza
–le dije mientras empujaba buscando entrar mi pene en su agujero.
No…es tan bueno…hace tiempo que no sentía tanto placer y la verdad es que me
gusta tu instrumento y cómo lo sabes manejar.
Para eso están los cuñados, para ayudar a las cuñadas tristes y en desgracia.
Tú de veras me haces sonreír y no tan sólo con tus chistes y comentarios
graciosos…oooh…pero no le vamos a decir nada por el momento, lo primero
que debo hacer es pensar en mis hijos…¿lo entiendes, verdad?
Asentí a sus últimas palabras sin decir palabra, sólo montándola sobre mí y
haciéndola sentir mi excelsa erección presionando contra su pubis, los pelillos
del cual se notaban húmedos de excitación. Sólo deseaba volver a follarme a tan
espléndida hembra como tenía entre mis brazos y estaba completamente seguro
que ella lo deseaba igualmente, cosa que me dejó bien clara cogiéndome la polla
entre sus dedos e intentando introducirla en su estrecha rajita.
Quiero ser tu amante, Salva. Pero en secreto y de forma muy discreta. Debo
pensar qué hacer con mi vida y la de mis hijos…ohhh, así cabrón…métemela
hasta el fondo…¡qué bien me lo haces! –lanzó un fuerte gemido arqueando el
cuerpo por completo y sintiéndose llena con mi gruesa virilidad que empezaba a
golpear una y otra vez haciéndola gozar nuevamente de mi persona.
Muévete…vamos muévete así –le dije junto al oído después que cayera sobre mí
moviendo sus caderas a buen ritmo.
Fóllame cuñadito…fóllame…me haces tan feliz –dijo Laura entre sonoros
jadeos de satisfacción.
Eso quiero, hacerte muy feliz y que disfrutes de mi cuerpo como yo lo hago con
el tuyo –declaré mientras le cogía las tetas con mis manos e incrementaba la
velocidad de mis movimientos.
Sigue así Salva, no te detengas vamos…oooh…estoy otra vez a punto…-me
manifestó ella de forma entrecortada elevándose de nuevo sobre mí y poniendo
los ojos en blanco del profundo goce que sufría.
Tuvimos nuestro orgasmo, un orgasmo tremendo sobre todo el de ella que cayó
encima mío totalmente agotada y recibiendo los postreros embates por mi parte
antes de acabar igualmente eyaculando dentro de ella como culminación a
aquella sesión de sexo tan satisfactoria y salvaje para ambos. Nos besamos y
acariciamos un buen rato sin pronunciar palabra, disfrutando de nuestra nueva
relación de amantes. No sabía cuánto tiempo podríamos gozar de aquella
relación entre cuñados y tampoco quería pensar en ello, pero fuera el tiempo que
fuera lo que tenía bien claro era que pensaba hacer que se prolongara el mayor
tiempo posible.
¿En qué piensas ahora? –le pregunté teniéndola con la cabeza sobre mi pecho y
jugando con sus todavía húmedos cabellos entre mis dedos.
Lo cierto es que aún no lo sé, pero qué buena es la infidelidad –contestó
sonriéndome y rodándole por su bello rostro una lágrima de agradecimiento al
tiempo que bajaba nuevamente hasta mi sexo el cual se metió en su boca
saboreándolo y devorándolo hasta dejarlo bien limpio de restos de semen.
El viaje de vuelta a Madrid lo hicimos en asientos separados. Yo me esperé en
mi butaca para abandonar el avión de los últimos, viéndola a ella desaparecer del
mismo no sin antes volverse hacía mí y echarme una definitiva mirada de
aprobación de aquella nueva relación que acabábamos de iniciar. Cuando llegué
al aparcamiento ella ya se había ido. Yo, muy satisfecho de haber ayudado a mi
cuñada en sus más turbios deseos, me encaminé donde estaba mi coche
montando en el mismo y encendiendo el motor camino de mi casa donde me
estaría esperando mi mujer. Finalmente, pensé que debía estar enormemente
agradecido a mi jefe por haberme hecho pasar aquella noche en Barcelona.
Como diría nuestro querido refranero, no hay mal que por bien no venga, ¿no
creen amigos lectores?


























Sesión de las seis



Para empezar el relato en cuestión usaré una de las frecuentes fórmulas
utilizadas, así que diré que me llamo Estela y que estoy separada desde hace ya
casi tres años. A mis treinta y seis años y todavía de buen ver pese a sufrir algún
que otro kilito de más, uno de esos típicos días fríos y ventosos de otoño en que
los árboles inundan las aceras con sus hojas caídas, pensé escapar de entre las
cuatro paredes solitarias de mi casa e irme a la Filmoteca a ver una buena
película que me entretuviera durante dos largas horas.
Tras haber comido y descansado, me di una buena ducha de agua caliente y, ya
mucho más relajada, me puse un suéter naranja de angora, unas medias negras
tupidas y una falda verde militar. Con mis botas negras hasta la rodilla y mi capa
de lana igualmente negra y anudada a la cintura recogí las llaves del cajón de la
entrada donde siempre las guardo y luego las metí en el pequeño bolso tras
cerrar convenientemente la puerta de mi domicilio.
Mientras el ascensor descendía camino de la calle miré fugazmente el reloj de
pulsera viendo que aún quedaba una hora hasta el inicio de la película. No debía
entretenerme mucho más si quería llegar puntual, reflexioné encaminando mis
pasos hacia el metro como la forma más rápida de llegar a mi destino. El metro,
como suele ser habitual a esas horas, iba abarrotado de gente así que entre
movimientos bruscos del vagón y apretones del resto de viajeros pude alcanzar
mi parada bajando en la misma.
Quedaba algo menos de media hora cuando llegué a la Filmoteca y no tuve que
hacer mucha cola en la taquilla pues, un miércoles y a las seis de la tarde no
suele ser una sesión muy concurrida que digamos. Ya en la sala busqué asiento
en una de las últimas filas tal como suele ser mi costumbre y, mirando a mi
alrededor, pude ver que prácticamente me encontraba sola. Apenas algún
cuarentón de cabellos canosos, algún que otro espectador vestido con elegante
americana y leyendo la reseña de la película mientras esperaba el inicio de la
misma, un joven con pintas de intelectual desfasado y que se hallaba cercano a
mí y dos parejas sentadas algo más adelante de la fila donde yo iba a sentarme.
En fin, el típico ambiente que suelen formar los entendidos en cine de arte y
ensayo frecuentes en esas desiertas sesiones de entre semana.
Al fin me despojé de la capa y, dejándola a un lado junto al bolso, elegí una de
las butacas centrales para así poder disfrutar mejor de la película que en pocos
minutos empezaría a proyectarse. Mientras esperaba que las luces se apagasen
para dar comienzo a la película, me dediqué yo también a dar un pequeño
vistazo al folleto que había cogido en la entrada. Durante tres meses la Filmoteca
proyectaba un amplio e interesante ciclo sobre el cine británico de los años
sesenta formado por películas de varios de los representantes del free cinema
tales como Lindsay Anderson, Tony Richardson y Karel Reisz, algunas de las
obras de terror de la Hammer, todos los films de James Bond producidos durante
aquel período de tiempo así como películas de otros importantes directores como
eran Richard Lester, Joseph Losey, David Lean, Michael Powell, Jack Clayton y
Stanley Kubrick que, aunque estadounidense, podía incluirse sin el menor
problema en el ciclo gracias a títulos como 2001: una odisea del espacio o
Teléfono rojo. ¿Volamos hacia Moscú?. Es decir y resumiendo, todo un auténtico
placer para cualquier buen cinéfilo que se precie. Seguramente habría que
sacarle buen jugo a todo aquel maravilloso universo cinematográfico, pensé
mientras me acomodaba en mi butaca ricamente tapizada en un vivo tono
escarlata.
En concreto, la película que me disponía a ver era The innocents de Jack
Clayton. Hacía años que la había visto y recuerdo que, en aquellos tiempos de mi
mocedad, fue una de las películas que mayor impresión dejaron en mí.
Reconozco que ya de pequeña me sentí pronto inclinada hacia las historias de
terror en aquellas enormes residencias de estilo victoriano tan llenas de
fantasmas y misterios que encogían mi juvenil corazón hasta dejarlo hecho
trizas. Aquellos relatos cargados de intriga, misterio y horror psicológico
envueltos en una indispensable y densa atmósfera en blanco y negro de creciente
desasosiego y temor. Aquella maravillosa Deborah Kerr convertida en una
recatada, inexperta y puritana institutriz que entra al cuidado de dos hermanos
huérfanos aparentemente inocentes y angelicales. Aquellas miradas y gestos de
la protagonista moviéndose entre sombras y luces en busca de aquel par de niños
de una crueldad latente, envuelto todo ello en una banda sonora inquietante con
su reiterativo tema central, admito que dejaron en mi persona un recuerdo
imborrable y maravilloso.
Pronto las luces de la sala se apagaron dando inicio a las espléndidas primeras
frases del "sauce llorón", antes de dar paso a los títulos de crédito y finalmente a
la película. Habrían pasado unos diez minutos cuando, sin ser plenamente
consciente de ello, empecé a subir y bajar mis manos recorriendo lentamente mi
cuerpo. Abandonando mi interés por la película y con los ojos entrecerrándose,
llevé mis dedos por encima de mis ropas acariciándome los muslos y los pechos
aprovechando las sombras que producía la oscuridad de la sala de proyección.
Hacía días que me hallaba en un estado de cachondez que reclamaba la
necesidad imperiosa de entregarme a alguien pero, hasta entonces, no había
encontrado al compañero ideal pues, pese a la aparente facilidad que tenemos las
mujeres para ello, no encontraba en ese momento algún amigo o conocido que
estuviese dispuesto a pasar un buen rato en compañía de una mujer madura
como yo lo era.
Sé que cualquier persona que me hubiera descubierto me habría tomado por una
perturbada o incluso por cosas peores, viéndome en un lugar público acariciando
mis formas como una cualquiera. Que un hombre haga esas cosas es visto como
algo más normal, dentro de la evidente anormalidad que un hecho como ese
encierra. Pero que una mujer como yo me encontrara en aquella situación,
seguro que no parecería algo tan normal a los ojos hipócritas de mucha gente.
Así pues allí me hallaba en aquella sala de cine empezando a subir mi falda
tratando de dejar mis muslos al aire para así avanzar mucho más en busca de mi
entrepierna la cual notaba excitada y bien húmeda de mis fluidos. Mientras las
yemas de mis dedos tomaban al fin posesión de mi muslo apretándolo una y otra
vez con creciente interés, me sentía nerviosa y con ganas de acariciar mi sexo
por debajo de la diminuta pieza que lo cubría. Imaginando poder ser vista por
alguien, pensando en la imagen de unos ojos depositados en aquello que hacía,
me estremecí sintiendo mi piel erizarse ante el cálido roce que mis dedos
ejercían sobre la misma.
Con mis ojos todavía cerrados y la otra mano sobre mi vientre, pronto elevé mi
cuerpo subiéndola en busca de mi pecho el cual apreté con fuerza a través del
jersey notándolo bien duro e impaciente por unas caricias que lo calmasen
mínimamente. Así lo estuve acariciando un rato, sintiendo aumentar mi placer
cada vez que mi mano lo acogía, haciendo que mi respiración fuese acelerándose
más y más a cada momento que pasaba. Haciéndose mi excitación cada vez
mayor, mis piernas se fueron abriendo apoyando uno de mis pies en el respaldo
de la butaca de delante tratando de conseguir una mejor postura que facilitase mi
lento avanzar. Abrí unos instantes mis ojos observando en la pantalla toda una
serie de imágenes que para mí nada querían decir en ese instante, disfrutando
como estaba de aquel momento de intimidad.
Con ligereza fui dejando resbalar mis manos deteniéndome en mis pechos, en mi
barriguilla, en mis caderas, en mis muslos, en cada rincón de mi ser y, de ese
modo tan estupendo, seguí procurándome un gran deleite cada vez que mis
dedos y mis manos se iban apoderando de mis formas. Metiendo mi mano por
debajo del jersey me hice con uno de mis pechos sintiendo el pezón endurecerse
sin remedio bajo mis dedos y entonces necesité apretarme los labios para que
ningún sonido brotara de mi garganta.
Mientras hacía eso, empecé a pasar la otra mano casi sin darme cuenta por
encima del pubis acariciándolo y buscando mi sexo a través de la fina braguita.
Luego, y como si tuviera vida propia, se introdujo vivaracha y rauda bajo la
minúscula prenda notando mis labios abrirse y humedecerse aún mucho más con
el roce que mis dedos empezaban a procurarles moviéndose arriba y abajo.
Como digo alcancé con mis dedos los labios que se estaban abriendo y mojando
cada vez más y más. Buscando un mejor acomodo y haciendo caer un poco las
braguitas, dejé mi frondoso pubis a la vista de cualquiera que pudiera verme.
Llevándolo a mi boca bañé uno de mis dedos con mi saliva y lo bajé recorriendo
lentamente la rajilla para, iniciando el camino contrario, acabar metiéndolo
dentro de ella con gran placer. Tocándola de manera nada descuidada con mi
dedo corazón, noté mi entrepierna empapada por mis jugos y, hurgando en ella,
sentí la creciente dureza e hinchazón del clítoris respondiendo inquieto al dulce
tormento que mi pasión le proporcionaba. Un rápido escalofrío invadió mi
cuerpo obligándome a agitarme en una fuerte sacudida mientras la incesante
humedad continuaba ocupando mi vulva. Dirigí ahora la palma de mi mano
hacia el palpitante clítoris estimulándolo muy lentamente con mis dedos.
Disfrutando como una loca, mordí mi mano intentando acallar los gemidos que
trataban furiosos de escapar de entre mis labios.
Sobé complacida mis pechos, resultaba grato sentir el suave roce de mis dedos
acariciando los duros pezones. Pasé los dedos por encima de la almeja
llenándolos con mis fluidos y de allí los llevé a la nariz oliéndolos y disfrutando
completamente enloquecida de la calidez de los mismos. Con los ojos cerrados
abandoné todo aquello que me rodeaba gozando únicamente de las agradables
sensaciones que mis manos me regalaban. Poco a poco inicié aquel suave
movimiento de vaivén tan apreciado por mí, en pequeños circulillos y de arriba
hacia abajo. Haciendo el ritmo de mis caricias cada vez más constante, metí el
dedo corazón y luego el índice en mi vagina y así los estuve metiendo y sacando
cada vez más rápido al tiempo que aquellas entradas y salidas repercutían en mi
sensible botoncillo rozándolo una y otra vez.
Cada vez me frotaba más fuerte logrando que aquel placer se fuera haciendo
completamente insoportable para mí. También las caricias en mis pechos
ganaron en intensidad, pellizcándome incluso los pezones de tan caliente como
estaba. Sin cesar un segundo en lo que estaba haciendo, noté mi orgasmo
aproximarse a marchas forzadas. Sentí la irrefrenable llegada de mi placer y
cómo mis dedos se mojaban por entero mientras me agitaba sobre aquella butaca
ahogando como pude el grito que pretendía llenar el silencio de aquella oscura
sala. Y así me corrí alcanzando el mejor de los orgasmos, un maravilloso e
intenso orgasmo que me hizo estirarme golpeando con fuerza la butaca de
delante.
Removiéndome aún en mi asiento de pronto noté una presencia extraña a mi
izquierda, una mano que no era la mía apoyarse en mi brazo y, abriendo los ojos
de golpe, me incorporé sentándome en la butaca. Junto a mí se encontraba una
bonita muchacha mirándome divertida y a la que eché unos veinticuatro o
veinticinco años. No había reparado en ella al entrar, tal vez llegó más tarde.
Media melena castaña, la nariz graciosamente respingona, unos labios gruesos y
con el contorno muy marcado y unos ojos grandes de los que no pude percibir
bien su tono, allí ocultos entre las sombras que nos rodeaban. No tenía la
frescura de la primera juventud, en su rostro se reflejaba una ligera marchitez
aunque quizá precisamente aquello era lo que le otorgaba mayor belleza. Con su
sonrisa llena de encanto, de tanto en tanto mostraba una risa silenciosa, llena de
malicia. Llevaba un bonito vestido de cuello en pico y que apenas le tapaba hasta
medio muslo. Sonriéndome siguió sin apartar su mano de mi brazo, más bien
todo lo contrario pues lo que hizo fue acariciarlo pasando sus dedos arriba y
abajo de manera premiosa. Traté de separarme de su lado buscando taparme
como pude, pero ella siguió recorriendo mi piel pasando sus uñas por encima y
apoyando las yemas de sus dedos mucho más profundamente como si con ese
gesto pretendiese tranquilizarme.
Nunca antes había estado con una mujer y debo decir que me sentí ciertamente
extraña, allí con aquella chica mucho más joven que yo acariciándome y
observándome mientras me recuperaba de aquel orgasmo vivido en aquella
solitaria sesión de cine. Echándome hacia delante busqué escapar pero ella no
me dejó manteniéndome bien pegada a la butaca mientras se acercaba más a mí
embriagándome con la frescura del perfume que llevaba. Aquella chiquita estaba
tratando de provocarme, de seducirme… O tal vez no pero la verdad es que poco
a poco la distancia entre ambas se fue haciendo más y más corta sintiendo su
rostro casi pegado al mío. Ahora sí pude adivinar levemente el tono grisáceo de
sus ojos, unos ojos que parecían querer hipnotizarme por completo.
Déjame, por favor… déjame –supliqué intentando levantarme de nuevo
buscando salir de allí.
Tranquila mujer, relájate… no te preocupes por nada –dijo con voz opaca
mientras sonreía tratando de hacer que me calmara.
Aquel tono grave de voz y la seguridad en sí misma que desprendía, me hizo
empequeñecerme frente a ella quedándome echada en mi asiento con la voluntad
totalmente perdida.
Déjame… nunca he estado con otra mujer –confesé sin tapujos mientras seguía
tapando mi desnudez como podía.
Lo sé… lo supe desde el momento en que vi cómo me mirabas –exclamó
echando su cálido aliento sobre mi mejilla.
Ahora sí estaba completamente segura de que aquella hermosa joven trataba de
hacer el contacto entre ambas mucho más íntimo, intentando seducirme como
fuera. Al parecer me había tomado por una presa admirable, bonita y amable a la
que debía intentar conquistar fuese como fuese. Son los peligros que se corren
estando en el estado en que yo estaba y haciendo lo que yo estaba haciendo.
Podía haber sido un hombre joven y bien parecido o uno mucho más maduro y
seboso pero, sin embargo, quien estaba a mi lado era una bella muchacha de
formas sinuosas y mirada profunda con la que parecía querer traspasarme.
Sorprendiéndome de mí misma, empecé a excitarme nuevamente sin poder
evitarlo. Fijando mi atención en ella observé su joven rostro de bellas facciones
para, de ahí, bajar luego la vista hacia sus muslos los cuales se veían rotundos y
firmes bajo las gruesas medias. La tela del vestido se ceñía a su figura
insinuando provocativa la forma de aquel par de pequeños y redonditos senos.
Como una forma más de seducirme, la muchacha acarició sus cabellos
enredando los dedos en los mismos para después pasar sutilmente la mano cerca
de sus hinchados pechos los cuales echó hacia delante con intención clara de
mostrarlos. No pude dejar de centrar mi mirada en el favorecedor cruzado
mágico que tan bien realzaba la silueta de aquella muchachita. Deseaba dar
aquel paso que no sabía bien dónde podía llevarme, pasar mis manos por encima
de aquella redondez y acariciarla hasta morir.
Y dime cariño, ¿cómo te llamas? –me preguntó pegándose a mí y
envolviéndome una vez más con la suavidad del sensual aroma a almizcle que
desprendía.
Est… Estela –respondí casi temblando y sorprendida de la enorme seguridad que
aquella jovencita demostraba.
Estela, me gusta… –pronunció muy lentamente como si se recreara en cada una
de las letras de mi nombre. Encantada, yo me llamo Anabel –exclamó
mordiéndose ligeramente el labio superior mostrando así el enorme deseo que la
embargaba.
Levanté mi vista hacia ella encontrándome con su mirada fija en mí, en cada
parte de mi cuerpo, desnudándome con aquella mirada tan autoritaria y confiada.
Su sonrisa indicaba que conocía perfectamente los temores y las dudas que
inundaban mi cabeza en esos momentos. Deseaba estar con ella, sentirme amada
por aquella hermosa sílfide pero, por otro lado, algo en mi interior me llamaba a
salir de allí, escapando de entre sus brazos.
Sin dejarme pensar más e irguiéndose sobre mí, acarició mis cabellos mezclando
sus dedos entre ellos caricia que, debo reconocer, me gustó enormemente. Cada
vez me sentía más y más entregada a sus miradas, a sus sonrisas, a sus gestos tan
cargados de seducción…
¡Me gustas cariño! ¡Eres realmente preciosa! –exclamó de pronto con aquella
voz ronca y sensual que tanto me fascinaba.
Y entonces ocurrió lo que tanto tiempo llevaba deseando y temiendo.
Inclinándose sobre mí, recorriendo esos centímetros que nos separaban y sin
dejar de mirarme de aquel modo tan intenso y perturbador, me hizo tirar la
cabeza hacia atrás reclinándola sobre el respaldo de la butaca. Yo no sabía qué
camino tomar, si protestar por su descaro o bien levantarme y escapar
despavorida de allí. Aquella mirada tan profunda y fascinante me tenía
embobada y con el juicio completamente perdido. Me sentía entregada a ella y
sabía que no sería capaz de negarme al más mínimo de sus deseos. Traté de
hablar pero ella me hizo callar, poniendo sus dedos sobre mi boca como si
pretendiese decirme que no pensase en nada y que tan solo disfrutase de aquel
mágico momento. Al fin se acercó a mí y, sin siquiera avisar, me ayudó a ladear
la cabeza mientras acariciaba mi cara con la palma de su mano y, teniéndome
así, me besó con encantadora dulzura, por largo rato, y yo no pude hacer otra
cosa que recibir aquel beso tomando sus brazos entre mis dedos mientras cerraba
los ojos en señal de total rendición. La sentía tan próxima a mí recibiendo en mi
boca aquel cálido y húmedo beso…
Creí estar en la gloria en brazos de aquella hermosa muchacha de bonito cuerpo
y cautivadora mirada. Respondiendo a su ataque la enganché por la cintura y esta
vez fui yo quien juntó mis labios a los de ella agarrándola por el mentón y
besándola de manera desesperada. Nuestras lenguas se unieron enredándose y
enlazándose entre sí en el interior de nuestras bocas. Quise gritar pero ella no me
dejó mezclando su saliva con la mía y haciéndome notar su respiración
desbocada golpeando el aliento por encima de mi mejilla. Mi bella acompañante
aprovechó mi total sumisión para acariciarme un pecho y el trasero por encima
de la ropa.
Te deseo –susurró separándose ligeramente de mi lado sin dejar de comérseme
con la mirada, devorando mi cuerpo, mis pechos que se alzaban prominentes con
cada uno de los latidos de mi corazón.
Aquellas palabras provocaron que una leve risita abandonara mis labios
sintiéndome temblar de puro deseo. Ahogué un sollozo intentando despegar la
vista de ella pero sabiendo que algo me mantenía ahí pegada al asiento,
mirándola pasmada y haciéndome sufrir a mí misma sin motivo aparente.
¿Por qué me haces esto? –pregunté con sonrisa nerviosa y notando un creciente
sonrojo apoderarse de mi rostro.
Eres preciosa, querida. Ssshhh. Cállate, por favor, cállate y déjame que te bese –
me pidió con su voz distorsionada sin dejarme decir nada y, acorralándome entre
sus brazos, volvió a besarme apasionadamente.
Me sentía excitada, poniéndome más y más cachonda a cada segundo que pasaba
abrazada a aquella hermosa muchacha que me sonreía de manera extraña e
insinuante. Acerqué mi nariz a la piel de su cuello y la acaricié casi sin que lo
notara. Mi lengua lo recorrió arriba y abajo dejándolo lleno de mi saliva. Anabel
gimió débilmente y me permitió seguir, echando la cabeza hacia atrás. Mientras
tanto su mano izquierda cayó sobre mi cadera, forzándome a unirme más a ella.
Así estuve unos segundos besándole ferozmente el cuello, para luego bajar a su
hombro que mordisqueé suavemente disfrutando al verla temblar gracias a
aquella caricia que mis pequeños dientecillos le propinaban.
Así, Estela, así… me encanta lo que me haces… vamos sigue –reclamó
retorciéndose de placer.
¿Te gusta? –pregunté sin dejar de besarla y acariciarla.
Me encanta… oh sí, me encanta… eres toda una brujilla…
¿Tú crees? –le dije de la forma más provocativa que pude encontrar.
Me tienes loca –confesó haciéndome sentir el calor de sus palabras junto a mi
oído.
Cerrando mis ojos me estremecí notando su boca hacerse con mi oreja. Así
estuvo unos eternos segundos envolviéndola deliciosamente con sus labios para
lamerla y chuparla como nunca antes me lo habían hecho. Notaba sus labios
llenarla con su saliva y su respiración acelerada mostrándome lo caliente que
estaba. Y todo ello por culpa mía.
Nos miramos calladamente durante unos instantes, examinando cada centímetro
del cuerpo de la otra y finalmente rompimos aquel silencio besándonos una vez
más mientras nos recorríamos las nucas, las arqueadas espaldas, las nalgas.
Ambas no buscábamos más que reconocer nuestros cuerpos, explorar nuestras
bocas sedientas de besos, unir nuestras figuras en un sinfín de emociones, olores
y sabores…
Nuestras bocas se fundieron en un húmedo beso, besándonos lascivamente,
mezclando nuestras salivas, luchando con nuestras lenguas; de mi garganta sólo
salían pequeños gemidos de satisfacción, quería más. Estrechándome con pasión,
sus labios atraparon los míos mientras los míos buscaron los de ella, deseándola
y jugando con nuestras lenguas en el interior de mi boca, apoderándose de ambas
la creciente lujuria. La tenía tan cerca de mí que podía sentir su cálido cuerpo
enganchado al mío, su corazón latiéndole desbocado, como tratando de escapar
del encierro de su pecho.
En ese momento, las manos de Anabel buscaron mi jersey el cual subió hacia
arriba comenzando a magrearme los pechos por encima del sujetador mientras
fijaba su perversa mirada en la mía disfrutando de mi respuesta a su ataque. Sus
manos acariciaban mis senos a través de la tela que los cubría y, apoyando las
mías por encima, se las cogí sintiendo su suave tacto recorriendo mi piel.
Lentamente alcanzó mi estómago deteniéndose unos segundos, que a mí me
parecieron estupendos, en el mismo. Poco a poco aquellas manos se fueron
colando bajo el sujetador y haciéndose mucho más osadas, igual que yo que no
apetecía otra cosa que no fuera gozar de aquel continuo roce.
Finalmente consiguió soltar el cierre delantero del sujetador dejando aparecer
mis jugosos, descarados y turgentes pechos. Mi pulso alterado junto al frescor
del aire acondicionado de la sala hicieron el resto. Lanzándose sobre mis senos,
apretó sus manos notando yo cómo mis pezones se endurecían inevitablemente.
Luego los pellizcó, estrujándolos y tirando de ellos con fuerza. La rudeza de
aquella caricia me excitó igual que a ella. Su boca bajó hacia mis pechos
empezando a chuparlos y lamerlos tan avezadamente que logró hacerme mojar
una vez más al tiempo que un largo suspiro salía de mis labios. Bordeó la
aureola del pezón dejando un rastro húmedo a su paso y así estuvo jugueteando y
adueñándose de aquella pequeña protuberancia, succionándola sin descanso una
y otra vez. De ahí pasó de uno al otro pecho repitiendo las caricias
alternativamente entre mis ahogados lamentos de satisfacción.
Mis dedos se deslizaron entre sus cabellos forzándola a renunciar al calor de mis
pechos. Mientras tanto mis manos aparecieron de debajo de sus ropas y pude
escuchar, como respuesta a aquel abandono, el lamento quejicoso de mi joven
compañera. Tomando yo entonces las riendas, la cogí de los brazos y la llevé
contra la butaca. Me moría de ganas de besarla y así lo hice besándola con furor
y permitiendo que su lengua penetrara en mi boca.
Mordiéndose el labio con cara de deseo, una de sus manos reemplazó a la que yo
tenía sobre mi sexo y con una sonrisa de agradecimiento, dejé que me hiciera lo
mismo que poco antes había estado haciendo yo. Muy lentamente bajó la otra
mano por el torso para luego empezar a arañarme sin dejar de pasar las uñas por
el interior del muslo. De ahí pasó a mi barriguilla recorriéndola por entero para,
después, hacerse con mi ombligo el cual llenó de besitos haciéndome vibrar al
contacto de aquella lengua por encima de mi piel. Mis caderas se removieron,
abriéndose mis piernas sin remedio tratando de provocar el contacto con aquella
diabólica lengua que tanto me hacía sentir.
Con mi mano apoyada sobre la suya sentí hacerse sus caricias más violentas, casi
obscenas. Apartando la tela de la braga, fue introduciendo premiosamente un
dedo en el interior de mi vagina y empezó a meterlo y sacarlo con facilidad
gracias a lo mojada que me encontraba. Manteniendo mis ojos bien cerrados,
abrí aún más las piernas gozando de las entradas de aquel dedo que pronto se vio
acompañado por dos más con lo que mi humedad se hizo imparable.
Entre las sombras que nos rodeaban, pude ver la cabeza de la muchacha hundirse
en busca de mi más íntimo tesoro. Sus manos acariciaron suavemente mis
piernas subiendo y bajando por los glúteos. Un tímido murmullo brotó de mis
labios notando mi entrepierna arder al tiempo que mi excitación aumentar más y
más. Tratando de favorecer sus caricias doblé las piernas dejándolas descansar y
de ese modo mi coñito quedó totalmente al descubierto frente a ella. Sentía mi
vulva quemarme y palpitar deseando recibir el roce de aquella boca que
imaginaba sutil y cariñosa.
Cariño, qué mojada que estás… me encanta –le escuché decir mientras la
descubría humedeciéndose los labios.
Me tienes muy cachonda… cómemelo, no lo aguanto más… -respondí
estirándome hacia atrás todo lo que pude.
Las caricias de sus dedos se hicieron maliciosas recorriéndome el vello púbico
para luego bajar alrededor de la rajita. Un inesperado respingo me invadió al
apoderarse con enorme dulzura de mis labios mayores. Gemí creyéndome morir
de gusto ante aquel placer cada vez más y más intenso que me corría de pies a
cabeza. Anabel pasó la palma de su mano arriba y abajo y aquel contacto logró
que mi sexo se mostrara más lubricado haciéndose la sensación más placentera.
Yo empecé a acariciarme los pechos con decisión, apretándolos con fuerza hasta
lograr una mezcla extraña, mitad profundo dolor mitad sensación agradable, al
notar mis pezones duros y empitonados bajo las caricias que mis dedos les
prodigaban. Los ojos de la muchacha permanecían fijos en mí observando mis
movimientos al tiempo que meneaba su lengüecilla humedeciéndose los labios
para provocarme de aquella manera haciéndome perder la razón.
Levantando las piernas, mis nalgas se elevaron buscando la caricia femenina,
deseando el contacto con aquella boca y aquella lengua que tan loca me volvían.
Removiéndome en la butaca, me excité, mi cuerpo se convulsionaba al notar un
nuevo orgasmo llenarme por entero tan solo imaginando las miles de emociones
que aquella boquita podía llegar a procurarme. Mientras mis músculos se
contraían mordí mis labios evitando una vez más chillar la dicha que me
envolvía. Saboreando mi total entrega, mi joven compañera extrajo los dedillos
del interior de mi vagina para dármelos a probar al instante. Los estuve
chupando un largo rato, primero uno y luego otro más, disfrutando del sabor de
mis propios jugos los cuales descubrí deliciosos y sabrosos.
Es una mierda no poder gritar al mundo el mucho placer que me das.
Es cierto lo que dices pero, por otro lado, piensa en lo morboso que resulta
hacerlo en un lugar público y con el temor de que alguien pueda vernos –
exclamó devorándome con sus ojos de gata y consiguiendo con sus palabras
tranquilizarme un tanto.
Tras mi necesario descanso me agarró de los brazos y, sonriéndome, me levantó
tomándome por la cintura para así ayudarme a volverme de espaldas a ella
mostrándole mis redondas posaderas sin el menor recato. Sabía que eso le iba a
gustar y a mí también, con lo que elevándolas hacia arriba las removí adelante y
atrás tratando de incitarla ahora yo a ella.
Metiendo las manos bajo mis bragas, empezó a masajearme las nalgas con
verdadera maestría haciéndome sentir el contacto de sus dedos por encima de
ellas. Pronto hizo bajar la minúscula prenda dejándola resbalar por mis piernas
hasta acabar quitándomelas con un coqueto movimiento del pie. En ese
momento se lanzó sobre mis redondeces comenzando a chuparlas de manera
golosa recorriendo cada uno de los contornos que tan amablemente se le ofrecían
para su total deleite. Suspiré ante tan inesperado ataque y levanté mi culo lo más
que pude contribuyendo de ese modo al avance de mi experta compañera.
En voz baja no hacía otra cosa que pedirle más y más mientras sus manos
estrujaban mi cuerpo y yo introducía uno de mis dedos en la boca, lamiéndolo de
manera impúdica y soez como nunca había hecho antes. Elevando mi cabeza y
echando la vista atrás entre caricias a mi cabello y mi cuello, observé con agrado
cómo Anabel golpeaba mis nalgas dándoles pequeños cachetes de manera
alternativa. Abriéndome las piernas poco a poco, fue reconociendo cada una de
mis partes echando los labios a los lados y empezando a meter el dedo
escarbando en mi vagina para acabar sacándolo, encontrando entonces mi
clítoris el cual martirizó con movimientos circulares. Notaba el clítoris
excitadísimo y mis piernas temblar cada vez que las yemas de sus dedos
acariciaban mi endurecido botoncillo. Mientras tanto con una de mis manos traté
de calmar mi nerviosismo abarcando mi pecho con toda la amplitud que la palma
me permitía.
Ella ahora sopló sobre mi vello púbico haciéndome sentir su cálido aliento a
través de mis húmedos pelillos. Aquel agradable calorcillo tuvo el feliz resultado
de hacer que me estremeciera por completo notando la delicadeza de aquella
caricia por encima de mi piel. Enseguida gemí discretamente una vez gocé de la
entrada de dos de sus dedos invadiendo las paredes de mi vagina y de sus
sonrosados labios apoyados encima de mi vulva. Mis cansados párpados cayeron
rendidos ante la enorme acumulación de sensaciones que mi joven compañera
me hacía sentir. Besándome el pubis aprovechó para oler mi sexo apoderándose
después de mi clítoris el cual lamió pasando la lengua arriba y abajo. Me encogí
de gusto arqueando la espalda y echando las nalgas más hacia atrás en busca de
toda una serie de nuevos placeres en manos de aquella encantadora brujilla.
Frotando mis glúteos con las manos y explorando mis labios con la lengua, me
estremecí agitándome al notarla golpear mi sexo sin compasión alguna. Así
estuvo envolviendo mi clítoris con los labios y lamiéndolo una y otra vez
mientras me acariciaba con la mano la redondez de mi culo. El ritmo de mi
pobre corazón aumentó con cada una de las caricias que aquella lengua me daba.
A continuación y sin solución de continuidad, penetró suavemente mi conejito
con el dedo hasta acabar metiéndolo por completo. Creí morirme de gusto
notando aquel perverso dedo entrar y salir cada vez más rápido. Me sentía muy
caliente y a cada paso deseaba que aquella hembra me diera más caña. De pronto
paró iniciando un movimiento oscilante mucho más lento pese a mis quejas por
conseguir que lo hiciera de forma más profunda. Nuevamente comenzó a
empujar hábilmente las paredes interiores haciéndome perder el mundo de vista.
Sus dedos hurgaban mi intimidad, estudiándola hasta el fondo, estimulándola y
follándola con el mayor de los cuidados.
Jugando con mi entrepierna estuvo un largo minuto metiendo y sacando su dedo
al tiempo que acariciaba los pocos pelillos que rodeaban mi rajilla. Abriéndome
las nalgas y sin esperármelo, uno de aquellos dedillos buscó espacio en el
interior de mi ano acariciando el anillo de mi entrada tratando de hacer que me
fuera relajando poco a poco.
No, por ahí no… déjame, por favor –supliqué echando el cuerpo hacia atrás.
Tranquila, ya verás que te gustará… te haré correr como una loca –exclamó
haciendo llegar su apacible voz a mi oído una vez me atrajo hacia ella tirando
mis cabellos a un lado y dejando mi orejilla descubierta y desnuda.
Tras esto mi querida Anabel empezó a comerme el pequeño lóbulo percibiendo
yo un escalofrío mayor que los anteriores recorrerme todo el cuerpo. Lancé un
ligero lamento nada más sentir la presión de aquel elemento abriéndose paso en
el interior de mi culito. Gracias a lo muy mojado que estaba, el placentero dedo
fue entrando con facilidad pasmosa consiguiendo que mi estrecho agujerillo se
fuese dilatando hasta acabar permitiendo la total ocupación de mis entrañas.
Notándome llena, sonreí maliciosamente al gozar de los placeres de la sodomía
apreciando el dedo empezar a deslizarse dentro y fuera obligándome a echar
hacia delante para así disfrutarlo más.
Sigue cariño, sigue… qué maravilla, me vas a hacer enloquecer –susurré
meneando mis caderas para lograr de esa manera hacer el placer mayor.
¿Te gusta verdad? –preguntó mientras hacía las entradas y salidas mucho más
ágiles y veloces sodomizándome hasta acabar perdiendo el sentido de mis actos.
Gimiendo e intentando no hacer ruidos que pudieran provocar el escándalo, sentí
la llegada de un nuevo orgasmo y tensándome me corrí ahogando un gruñido de
satisfacción mientras caía derrotada bajo las caricias que mi joven y experta
compañera me había procurado.
Incorporándome como pude la hice tomar asiento ahora a ella para devolverle
todo aquello que me había hecho disfrutar con sus sabias caricias. La verdad es
que no sabía por dónde empezar pero, por otro lado, imaginé que no me
resultaría muy difícil dar con la tecla exacta para hacer que aquella gatita se
retorciese entre mis manos. Como si hubiese leído mis pensamientos,
inmediatamente Anabel se subió el dobladillo del vestido de un golpe
mostrándome, sin la menor vergüenza, su frondosa mata de vello y su
entrepierna desnuda.
¿No llevas bragas? –pregunté sin hacerme a la idea de verla sin nada que
cubriera el más íntimo de sus secretos.
Oh, no te sorprendas por eso. Suelo hacerlo a menudo y además resulta mucho
más cómodo y práctico en situaciones como esta –respondió disfrutando al
verme tan extrañada y confundida.
Mi mirada vagó de la parte baja de su vestido a aquel par de hermosos y
sonrientes ojos. Anabel era bella, de una belleza deslumbrante y sublime o al
menos así me lo pareció en esos momentos viéndola allí tumbada y con una de
sus manos apoyada levemente sobre su rodilla. Me acerqué a su rostro ovalado y
con la punta del dedo acaricié su respingada naricilla, rociada de pecas, para
luego bajar a su boca besándonos profundamente. Dirigiéndome a los pechitos,
se los chupé notando sus erguidos pezones que parecían querer romper la fina
tela del vestido. Estaba tan cachonda con aquello que allí estuve dedicándome un
largo rato lamiéndole los pechos y pasando mis labios y mi lengua por ellos
segundo a segundo.
Se la veía preciosa con aquellos pantis sujetos con liguero que tanto erotismo la
hacían desprender. Allí estuve rozándole el borde del panty hasta que Anabel me
animó a seguir investigando. Elevando mis ojos me la quedé mirando,
embriagándome con el atractivo de su cara, con sus sugerentes gestos y con su
modo de moverse tan provocativo y sensual. Verdaderamente era un sueño de
mujer, la criatura más sensual que había visto nunca. Tenía los párpados caídos y
dejando caer la melena hacia atrás atrapó sus labios, consiguiendo seguramente
de ese modo poder acallar el enorme deseo que sentía.
Doblando las piernas y separando un poquito más los muslos, me mostró su
oscuro y húmedo sexo al mismo tiempo que se mordía coquetamente uno de sus
dedos provocándome con ello como pocas veces lo habían hecho antes.
Evidentemente todo aquello para ella no era más que un juego, para ella
provocar resultaba tan natural que se dedicaba a ello sin importarle nada más.
Nunca con un hombre había podido disfrutar de la complicidad que aquella
muchachita me ofrecía con su frescura y espontaneidad. Abrió los ojos y una
sonrisa maliciosa curvó sus labios.
Bésame cariño, lo necesito –me pidió hablando en un ronco susurro.
La mirada de Anabel encerraba una invitación a la que era imposible resistirse.
Respondí rauda a aquella petición tan bien formulada y, subiendo sobre ella,
incliné mi cabeza y besé su boca mezclando las lenguas en un turbulento
combate sin fin. Pronto retuve su mano, familiarizándome con ella, haciéndole
sentir la pureza del roce de mis dedos recorriendo la palma de un lado a otro. Las
yemas de mis dedos emprendieron camino a través de su cuello
emborrachándose con la calidez de la muchacha. Ella se recostó sumisa,
apoyándose sobre sus codos. Su cuerpo juvenil y elegante estaba totalmente a mi
merced. Exploré lentamente sus bellas formas y un sentimiento lascivo bramó a
través de ella nada más encontrar las zonas que la hicieron retorcerse. Aquellos
labios trémulos de deseo, la piel sensible de la barbilla, la hermosa oquedad de
su garganta. Yo devoraba cada parte de su cuerpo con gran audacia,
saboreándola, degustando su piel, impregnándome con la frescura de su
fragancia femenina. Anabel se movió junto a mí, situando levemente la mano
sobre mi cadera desnuda. Yo me estremecí por completo pero no me separé,
sintiendo una agradable sensación correrme hacia la ingle.
Tenía poco tiempo y debía darme prisa si quería arrancar de mi joven compañera
un orgasmo que tranquilizara mínimamente la enorme cachondez que la
envolvía. Colocándome ahora yo entre sus piernas, descubrí el río de jugos que
brotaba de aquel sexo juvenil en el que destacaba la espesa mata de vello que
cubría el palpitante pubis. Me dispuse a disfrutar de aquella empapada
entrepierna que tan febrilmente se me ofrecía. Aquella iba a ser la primera
vagina que me comiera, algo imaginado hasta entonces por mí como sucio y
reservado sólo para mentes enfermas. Humedecí mis labios como preparación a
todo aquello que estaba por venir, a mi estreno en el sexo oral con otra mujer.
Vamos, no me hagas esperar más. Me encanta ver cómo me miras y la cara de
placer y de deseo que tienes.
Su mano resbaló por encima de su conejillo, acariciándose ella misma y
rodeando con los dedos la humedad de sus labios. Era tremendo el grado de
excitación que podía lograr en mí provocándome de aquel modo. La muchacha
continuó con aquel espectáculo que me estaba dando, metiendo y sacando el
dedillo buscándose lo más hondo de su vagina.
Dime cielo, ¿te gustaría probarlos, verdad? –me preguntó mientras se sacaba el
dedo completamente húmedo de sus fluidos.
Acercándolo a mi boca me lo dio a probar, saboreándolo yo arriba y abajo
deleitándome con el regusto levemente dulzón de sus secreciones. Luego pude
ver cómo lo llevaba hacia la vulva acariciándola haciendo pequeños circulillos
con las yemas de los dedos para, repentinamente, retirarlo como si la hubiera
pillado en falta. Aquella actitud falsamente vergonzosa me encantó, aquella
gatita sabía en cada momento cómo actuar para conseguir hacerme enloquecer
con cada uno de sus gestos.
Apoderándome de su entrepierna, deslicé mi mano recreándome en aquella
caricia y sintiendo el enorme calor que aquella muchachita desprendía. Al fin
introduje mis dedos en su coñito sin que Anabel nada dijera, tan solo elevando
su pelvis hacia mí mientras se acariciaba los senos con las manos. Mis ojos
quedaron fijos en el rosáceo de su brillante coño y decidí entonces que era hora
de encaminar mis pasos hacia el mismo, ahogándome entre sus piernas hasta
acabar con mi lengua pegada a aquella flor tan húmeda y abierta.
Uff… así mi amor, así… verás que bien lo haces, lámelo cariño –dijo con una
pícara sonrisa.
Estoy hambrienta, ¿sabes? –confesé antes de volver a enterrar mi cabeza entre
aquellos líquidos tan viscosos.
Mis dedos quedaron enredados en los crespos y desordenados pelos de su vello
púbico y mi nariz aspiró el fuerte aroma de su sexo. Olía a hembra excitada y
deseosa por sentir unas caricias que la calmasen. Con la lengua indagué por
encima de su empapada vagina y pronto el ataque se hizo más intenso
disfrutándola y empujando dentro de ella. Aquello no fue para mí nada molesto
sino, muy al contrario, una experiencia agradable y fascinante a la que me
entregué con la mayor de mis pasiones. Acariciándome el cuello y cogiéndome
de la cabeza, mi joven amante me apretó con fuerza contra ella reclamando
mayor velocidad por mi parte. Su respiración se hacía más y más vertiginosa.
No vacilé más. Acerqué mi boca a su vulva y empecé a lamer con mi lengua el
ardor de sus labios vaginales, llenándolos con mi saliva y humedeciéndolos aún
más si es que aquello era posible. Busqué apoyo en los dos pilares de sus piernas
y con los pulgares abrí más su vagina dejándola totalmente expuesta.
Relamiéndome de gusto traté de meter la punta de la lengua dentro de ella.
Anabel suspiró tímidamente mientras su cuerpo temblaba de placer. Con los
dedos alcancé su ano, masajeándolo lentamente mientras mis labios envolvían el
clítoris notándolo crecer y enderezarse bajo el roce que mi lengua le daba. Lamí
y chupé su botoncillo de manera enloquecida demostrándole así lo mucho que
me gustaba aquello. Bebí sus jugos mezclándolos con mi saliva y volví a
adueñarme del diminuto órgano devorándolo y dándole pequeños mordisquillos
que encantaron a mi joven compañera.
No tardaría mucho en correrse, estaba bien segura de ello.
Rodeándome con sus piernas. me apretó más a ella sin darme oportunidad de
escapar y obligándome a seguir con lo que estaba haciendo. Separándome de ella
como pude me quedé unos segundos disfrutando de la imagen de su sexo para
rápidamente martirizarla nuevamente dándole fuertes lametones que la hicieron
vibrar. Su desasosiego e inquietud no hacían más que crecer.
Sigue, sigue… cielo, no lo soporto más, creo que voy a terminar –anunció
removiéndose como una culebra, perdido totalmente el control.
Mmmmm –fue la única réplica que le di, tan concentrada estaba en mi dulce
tarea.
Una vez más intensifiqué el ritmo de mis caricias, haciéndolas más violentas,
más acentuadas y respondiendo ella clavando sus uñas en mis brazos como si
fuera su única tabla de salvación. El orgasmo tan esperado la invadía, sus manos
se crispaban sobre mi cabeza aplastándome hasta morir. Tensándose por
completo se corrió sin que yo dejara de chupar su rajilla tratando de sacar todos
los jugos que aquella hermosa hembra pudiera regalarme. Entre temblores y
espasmos de su cuerpo, un orgasmo mucho más intenso se unió al primero
haciéndola gruñir mientras mis manos sorprendían el irrefrenable hormigueo que
le corría por cada una de sus voluptuosas formas. Comprendí entonces la
sensación avasalladora que la naturaleza nos ofrece cuando el orgasmo múltiple
nos visita. Pocas veces había vivido tan explosiva respuesta por mi parte y debo
reconocer que el hecho de habérselo hecho sentir a tan bella hembra, hizo que mi
autoestima se elevara por las nubes.
Mientras Anabel se relajaba, mis labios volvieron a apoderarse del clítoris
saboreando y bebiendo las últimas esencias de su entrepierna derrotada y
cansada. Incorporándome sobre mis pies me levanté envolviendo su figura y,
acariciándola tiernamente, mi lengua penetró en su boca confundiéndose con la
suya.
Uff, ha sido maravilloso –declaró una vez nos separamos al mismo tiempo que
procuraba recuperar el aliento.
¿De veras te ha gustado? ¿lo dices en serio?
¿Bromeas, cariño? Me has vuelto completamente loca –reconoció mientras se
abrazaba entregándose a mí haciéndome notar la calidez de sus sensuales curvas.
Una vez la gente fue abandonando el cine recogimos los olvidados bolsos y, tras
ponernos las prendas de abrigo, me levanté siguiendo el hipnótico contoneo de
caderas de tan espléndida mujer. Al salir a la calle la oscuridad nos saludó y, sin
querer finalizar todavía tan agradable encuentro, invité a Anabel a tomar un café
asintiendo ella al instante. Nos metimos en un concurrido local encontrando una
mesa desocupada en un rincón escondido. Allí estuvimos hablando de diferentes
cosas, la mayoría sin el más mínimo interés. Lo único que nos importaba era
disfrutar de la compañía de la otra, devorarnos sin decir nada, solo deseando una
próxima cita que nos permitiese descubrir nuevas sensaciones.










Amantes




Llegamos a casa casi de día, con los primeros albores y alguna que otra copa de
más tras haber pasado la noche de manera amigable. Con ella en brazos traspasé
el umbral de la puerta, sin dejar de besarnos para, con un golpe preciso del pie,
acabar cerrándola a mi espalda. Dejándola caer al suelo quedó en pie, viéndonos
así enfrentados ante la escalera que llevaba al piso superior de mi apartamento
de divorciado. Al fin la tenía en casa, dispuesta a todo gracias a los varios
Martinis con limón que había ingerido durante la noche. Cuando despertara en
mi cama, seguro la cabeza le dolería horrores pero por el momento se encontraba
en forma y preparada para continuar lo que habíamos empezado en el coche
donde me había sacado la primera lefada, perdiendo de ese modo la actitud
modosa y recatada que la caracterizaba.
Violeta, mi compañera de trabajo a la que conocía hacía años, estaba casada con
un tipo pusilánime del que en la oficina se decía que no le daba lo que aquella
hermosa mujer debía reclamar. A Alfonso, con el que apenas había cruzado
cuatro palabras, le había tratado de alguna cena de empresa a la que había
acompañado a su mujer. Divorciado hacía dos años como lo estaba, llevaba
tiempo tras ella tratando de seducirla con directas/indirectas más o menos
veladas de las que la guapa treintañera se escabullía siempre con la conocida
serenata. Que si era una mujer felizmente casada y que si nunca le había sido
infiel a su querido esposo; en fin la historia que tan bien conocía de memoria de
las muchas féminas a las que había hecho mías. Pero también sabía bien que
ellas lo desean tanto como nosotros y que solo hay que ser cauteloso y tener
paciencia para esperar el momento preciso en que actuar.
Así fue aquella noche en la que salimos varios compañeros de cena, para luego ir
a bailar y tomar algo. Estuvimos cenando casi hasta la una y ahí me enteré que
su marido estaría unos días fuera por trabajo. Era aquella noche o quizá nunca,
de manera que debía llevármela a mi terreno y camelarla con mis mejores dotes.
Conocido es el dicho de no dejes para mañana lo que puedas comerte hoy y
aquella mujer me excitaba horrores, siendo muchas las pajas que me había
echado a su salud. Debía ser mía fuese como fuese. Caballeroso como siempre lo
he sido, una flor le compré en honor a su nombre, que se llevaba de vez en
cuando a la nariz disfrutando la fragancia de la misma.
Tras la cena fuimos a varios locales, donde fueron cayendo copas por aquí y por
allá animados por el inicio de la noche. Violeta hablaba con uno y con otro, el
vaso en la mano vaciándose a pequeños sorbos. En alguna ocasión quedamos
juntos, hablándonos al oído por el ruido de la música que ambientaba el local.
Sentados a la mesa, con las piernas cruzadas a mi lado, era una imagen
demasiado cercana como para que me pasara desapercibida. Aparte que siempre
se me iba la vista, tras las piernas que solía mostrar gracias a los vestidos más
cortos que largos que llevaba en la oficina. Aquella noche había elegido un
conjunto de lo más sugestivo, con aquel vestido rosa corto que no le conocía,
junto a la cazadora tejana por encima para protegerse de la brisa nocturna.
Maquillada no en exceso, los rubios cabellos recogidos en una corta coleta y un
maxi bolso blanco a juego con los zapatos igualmente blancos y de altísimo
tacón que la hacían ver brillante.
En uno de los locales le perdí un rato la pista, en animada conversación como se
encontraba con Rosa, la directora del departamento comercial autoritaria y hecha
sargento a la que todos rehuíamos tan pronto podíamos. Desde la barra donde
tomé asiento en el alto taburete, pedí la siguiente copa tras guiñarle el ojo a la
joven camarera de encantadora sonrisa profidén. Estaba buena aunque algo
embutida en aquel mono seguramente una o dos tallas menos de las que
necesitaba. La noche continuó, dirigiéndonos a la discoteca donde acabar la
reunión. Volví a hablar con ella, viéndola algo chisposa de tanta copa como
llevaba encima.
Invitándola a bailar, le pasé la mano por la espalda encaminándonos a la zona
más oscura de la pista en la que empecé a atacar ya a degüello. Deseaba terminar
con la fidelidad tenaz de la atractiva treintañera, feliz esposa y madre de una hija
de corta edad a la que había dejado al cuidado de sus padres. Violeta sonreía
tontamente ante los comentarios a cada paso más y más procaces que le
dedicaba. Le acercaba la boca al oído respirando la fragancia que su cuello
desprendía. Suave y fresca y que me empujaba a la seducción. Ella reía, los ojos
brillantes bajo la luz mínima que nos rodeaba y negándose de forma cada vez
más débil a lo que le decía. Tomada por la cintura, mis manos subían y bajaban
por los costados para volver a caer sobre la cintura agarrándola con decisión. Los
bailes movidos se mezclaban con los lentos y era en estos donde aprovechaba
para juntarle el vientre al suyo. Fue en uno de esos ataques donde la escuché
gemir tímidamente, los ojos cerrados y con las manos apoyadas en mis hombros.
Aprovechando la oscuridad, la besé notando los labios temblarle junto a los
míos. Tembló entera entre mis manos, los pies sin responderle de modo que
hubiese caído si no fuera porque la tenía bien cogida por la cintura y la espalda.
Una vez derrotada su actitud de esposa fiel y responsable, descubrí lo mucho que
podía ofrecer pegándose ahora ella a mí elevada sobre los pies para que la
besara. Me encontraba en la gloria, besándola y acariciándola por encima de las
ropas para tratar de excitarla. Palabras cálidas y roncas le dedicaba al oído con
las que hacerla desfallecer. Violeta, la mujer tan deseada, se refregaba levemente
las manos corriendo tan pronto por mis brazos como resbalando sobre la camisa
a la que agarrarse con desesperación. La besaba de forma suave, para enseguida
hacerlo de forma más profunda ofreciéndole la lengua para que la tomara. Nos
besamos apretándome con fuerza el brazo, gimoteando entregada mientras las
lenguas se enredaban una con otra. Ahora en el interior de su boca como al
momento cambiábamos al de la mía, las salivas hechas una buscando su lengua
los rincones más escondidos a explorar.
Sin poder resistir más, llevé las manos al trasero clavando los dedos en el mismo
al notar como quedaba en tensión al elevar la mirada en busca una vez más de mi
boca. En todo ese rato que no debió ser más de cinco minutos y en el que no
intercambiamos palabra, nos recorríamos los cuerpos reconociéndolos bajo los
dedos, palpándonos las pieles bajo el calor asfixiante del local. Tan excitados
estábamos que la pregunta tan esperada escapó de mis labios pidiéndole salir de
allí. Siguiéndome de la mano y sin despedirnos de nadie, enseguida nos recibió
la noche en busca del coche. Seguramente el lunes, los cotillas de la oficina
preguntarían por nosotros. En el coche continuamos los juegos, comiéndonos y
metiéndonos mano hasta acabar entregándole la primera de mis corridas que la
casada, hecha vicio, saboreó con gran placer. La leche llenándole el rostro,
resbalándole por los labios que relamía pasando la lengua por encima, el líquido
espeso y blanquecino le cayó por la comisura para ir a dar cuello abajo. Yo
flipaba viéndola entre mis piernas, lamiéndome el sexo y olvidadas por completo
sus obligaciones de mujer casada.
Como decía y casi de día, la llevé a casa con el deseo de hacerla mía por entero.
Sentada en el coche a mi lado, Violeta se dejaba llevar sin retirar en ningún
momento la mano con la que le acariciaba el muslo arriba y abajo. Tan solo
suspiraba, agradeciendo de ese modo la suavidad del roce con el que la
complacía. La mano muslo arriba, busqué la entrepierna encontrándola húmeda
bajo la braga. Allí metí la mano iniciando el continuo contacto sobre la raja. Así
la fui calentando por el camino a casa, manteniéndola alerta en todo momento
mientras controlaba el tráfico que nos rodeaba. Violeta gemía, suspiraba, pedía
más al abrir las piernas dejando que mi dedo la horadara. Lubricada como
estaba, la vulva se hizo un charco con las entradas que el dedo, acompañado de
otros dos suyos, le imponían. Con el rostro desencajado jadeaba y gimoteaba,
mordiéndose el labio para rebajar el tono de sus lamentos hasta que, estirándose
atrás, alcanzó el orgasmo entre grititos débiles que acalló al reír divertida.
- Eres malo conmigo… mi marido está lejos y tú aquí a mi lado
haciéndome estas cosas.

- ¿Acaso no te gustó?

- Claro que me gustó pero no debo…
Siempre el mismo rollo con todas, todas decían lo mismo pero al final se dejaban
hacer de todo para el mayor de mis disfrutes. Y con Violeta no iba a ser
diferente… me moría por hacerla mía y gozar de ese cuerpo algo rechoncho y
con carnes que tanto me gustaba. Ya en casa continuamos la fiesta pese a sus
anteriores palabras de mujer falsamente arrepentida. La besé tomándola del
cuello, mientras ella respondía abandonando las manos en mi cintura. Nos
morreábamos con deseo inconfesado, comiéndonos las bocas entre juegos de
lengua con los que saborear el calor que nuestras bocas desprendían. Le mordí el
labio inferior haciéndola gemir sonriente, mirándome a los ojos con mirada de
jovencita deseosa de mucho más. Tan cerca el uno del otro, podíamos notar el
aliento quemar por encima del rostro, respirando de forma entrecortada llevados
por la pasión del momento.
- Bésame Emilio, bésame.

- ¿Estás segura? –pregunté sabiendo lo mucho que me jugaba con
aquella pregunta.

- Sí… sé que no debería pero me tienes muy cachonda.
Con su confesión, la besé nuevamente al ver la lengua escapar en busca de la
mía. Golpeamos una con la otra, jugueteando de forma perversa, enredándolas
sin demora para quedar unidas en el interior de su boca que saboreé hasta
alcanzarle el paladar. Con las manos, recorría su cuerpo por encima de la fina
tela del vestido que se pegaba como una segunda piel a su hermosa figura. Era
mía, tanto tiempo deseándola y allí la tenía en mi propia casa y a punto de
entregarse como mujer adúltera. Me apoderé del cuello, elevando ella la cabeza
para dejar que mi boca la excitara haciéndola vibrar bajo mi dominio. La besé
arriba y abajo, recorriéndole la piel sensible entre los suspiros placenteros que
emitía. La muy perra se estaba poniendo como loca, aquello marchaba así que
había que seguir trabajándola del mismo modo. Cada vez que me miraba, su
gesto delataba la entrega inconfesada y muda que la embargaba. En ese estado
resultaba aún más bella para mí. Tomando la flor de entre sus dedos, la dejé
reposar delicada sobre la barandilla de la escalera. Volviéndola a besar bajé la
mano para apoderarme del vestido que empecé a subirle con total complicidad
por su parte.
- Sí… quítamelo por favor.

- Levanta los brazos cariño.

- Oh sí, dime eso… me gusta.

- Qué hermosa eres.

- Ummmmm, bésame Emilio, anda bésame.
El vestido fuera, quedó ante mí con el sensual conjunto en negro y blanco de
sujetador y culote que tan sexy la hacía. Realmente estaba para comérsela, en lo
mejor de la vida y toda para mí que no pensaba en otra cosa que no fuera atrasar
tan mágico momento todo lo posible. Seguimos besándonos, sus manos en mis
hombros un escalón por encima como se encontraba. Ahora notaba su boca
fresca y de labios húmedos sobre los míos. La lengua entrándole en un beso
largo y profundo con el que perder el aliento. Las manos acariciándole las mollas
del trasero, firme y apretado y que masajeé una y otra vez sintiéndola sollozar.
Aquella mujer estaba muy buena, un cuerpo de infarto y no como esos otros
famélicos que tanto se llevan. Las manos continuaron su tarea, llevándola contra
mí y moviéndose en círculos sobre tan bella parte de la anatomía femenina.
- Ummmmm, sigue. Me gusta lo que me haces.

- Tienes un culito precioso.

- Gracias por decirme eso. Mi marido ni se fija en él.

- Menudo estúpido –solté en un exabrupto sin pensar bien lo que decía.

- Tienes razón, es un estúpido que casi no me toca. De hecho y para
decir verdad hace tres semanas que no lo hacemos.
Aquella nueva confesión me hizo desearla aún más. Sin duda alguna iba a
aprovecharme de ello. Una mujer tan hermosa, desatendida por un marido idiota
que no sabía disfrutar de semejante tesoro como tenía. Entre besos llenos de
dulzura, busqué el cierre del sujetador soltándolo para hacer resbalar la prenda
hacia abajo quedando los pechos al aire. Acariciándoselos, las bocas se unieron
en un nuevo ejercicio de vicio y sensualidad. Al masaje de mis manos sobre su
pecho y su nalga, respondía Violeta moviendo la suya por encima de la camisa
para pasar luego a la espalda apretándome fuertemente contra ella. Separándome
de la mujer un breve instante, tomé la camisa por abajo para con urgencia
deshacerme de ella dejándola caer a un lado. Chupé los pechos, besándolos con
dedicación infinita, moviendo las manos para acompañar el roce de mis labios
por encima del par de pitones que eran ahora sus pezones. Los rocé lentamente,
sintiendo su sensibilidad bajo mis labios, envolviéndolos con ellos para hacerlos
vibrar endurecidos. La mujer lo agradecía, un débil gemido tras otro y con las
manos pasando de los hombros a los brazos y nuevamente arriba. Otra vez me
hice con el cuello que sabía tanto le ponía, chupándolo y lamiéndolo hasta
hacerla gritar de emoción.
- ¡Me gusta, me gusta. Sigue, sigue así cariño!
Cogiéndola por las nalgas la levanté con facilidad, haciéndola sentar en el borde
del pasamanos de la escalera. Ella dejó que la posara suavemente en el mismo,
tomando asiento con las manos echadas atrás al notar mi boca en la barriga para
bajar rauda entre sus piernas besándola ávido a través de la fina tela de la
braguilla. La hermosa mujer apoyó la mano en mi cabeza mientras la besaba
olfateando los aromas femeninos. Subiéndole por los costados, para caer luego
sobre los muslos que acaricié rollizos y bronceados por el sol del verano. La
boca entre sus piernas, notaba la excitación entre las mías ante el espectáculo de
belleza que me ofrecía. Levantando la mirada, le sonreí cruzándola con la suya
perdida, postura de abandono y espera por mi siguiente paso.
Gemía y volvía a gemir abandonada a su suerte, las piernas abiertas y dobladas
para un mejor avance. Centrando mi atención en su pierna, la besé subiendo y
bajando por el interior del muslo hasta alcanzar la rodilla y más allá poniéndome
a besarle la pantorrilla provocando en ella un gesto de asentimiento. De la una
pasé a la otra, repitiendo la operación para hundir nuevamente la cabeza en la
entrepierna. Un lamento ahogado escapó de su boca al sentirse asaltada de aquel
modo. Se removía tumbada por entero en la ancha barandilla, que acogía la
sensualidad de su espalda al tiempo que con la mano se acariciaba el redondo
pecho. Con la boca pegada a la braguilla la besaba tratando de encenderla,
absorbiendo con los labios la humedad que me entregaba. Estaba cachonda era
evidente y de ello pensaba aprovecharme remarcando mi interés en aquel punto
que pronto haría mío. Tirando de la prenda, la fui corriendo hasta hacerla
desaparecer piernas abajo.
- Estás cachonda Violeta.

- Sí continúa, vamos continúa.

- Qué mojada estás… voy a comerte entera.

- Dios, diossssssssssssssss. Sí hazlo, hazme el amor no te detengas.
Me entregué a su placer, chupando y lamiendo la vulva empapada en jugos,
pasando y repasando la lengua por encima de la misma como si me fuera la vida
en ello. Como digo estaba muy mojada, bebiendo sus jugos, la nariz metida entre
los labios rosados y abultados. Un mínimo triangulillo presidía el pubis,
triangulillo de vellos castaños que me hicieron enloquecer hasta el delirio.
Abriéndola con los dedos empecé a chupar y lamer, succionando el néctar
femenino cada vez que metía la lengua entre las paredes de la vagina. Violeta se
retorcía, sollozaba, susurraba entrecortada palabras que no entendía tan
embebido en lo que hacía como estaba. Me encontraba hambriento de hembra,
de bella hembra que me tenía sorbido el seso por completo. Continué mi faena,
acariciándole los muslos con rápidos movimientos de las manos arriba y abajo,
subiendo a las caderas y luego al pecho que agarré entre los dedos apretándolo
con denuedo, haciéndome finalmente con el pezón que retorcí provocándole un
grito lastimero. Mientras, seguía amándola en una prolongada limpieza de bajos
con la que hacerla gemir una y otra vez, primero en leves gimoteos que poco a
poco se fueron haciendo más y más escandalosos. Tenerla así a mi merced me
encendía hasta límites insospechados, la tarea de amar a semejante mujer,
lamiéndole muy lentamente para retrasar su placer, me resultaba de lo más
gratificante. Siempre me ha gustado chupar coñitos, meter la nariz y aspirar los
aromas femeninos mientras disfruto el sabor de los jugos es algo que me
encanta, pudiendo estar de ese modo largo rato si mi pareja lo soporta.
Conociéndola como no la conocía aún, me dediqué a lamer con calma infinita
tratando de dilatarle el éxtasis al máximo. Y al parecer Violeta lo agradecía,
jadeando y suspirando los dedos en la boca para no gritar.
- Cómemelo… cómemelo no pares…

- Así sigue… hazme el amor, hazme el amor.
Yo seguía removiendo la lengua vivaracha en busca de sus más íntimos rincones,
metiéndola y sacándola para enseguida continuar follándola esta vez con dos de
mis dedos que metí moviéndolos muy suavemente. La cabeza a un lado y a otro,
las piernas tiradas arriba demostrando lo mucho que lo disfrutaba. Llegó a
descargarlas en mis hombros como forma de apoyo y necesario descanso. Por mi
parte, no dejé de lamer la vulva a descubrir saboreando los cálidos efluvios de la
rubia treintañera que no cesaba de reclamar mayores atenciones. Mordisqueé los
labios, rozándole la nariz por encima de la raja, llegándole finalmente al
diminuto botón del que succioné notándolo crecer tan pronto mis labios se
posaron en él. Eso la hizo gemir descontrolada, es algo que a todas les encanta el
sentir la lengua recorrerles el clítoris sensible. Se agarró a mi cabeza
incorporándose mínimamente, ahogando el grito que le escapaba por el gusto
vivido.
- Ufffff cariño, sigue.

- ¿Te gusta nena? ¿Cómo vas?

- Bien, muy bien. ¡Hacía tanto que no sentía algo así!
Cayó nuevamente atrás mientras mis labios se hacían más ofensivos,
moviéndose al ritmo que mis dedos le imponían. La follaba adentro y afuera, tan
pronto un dedo como dos, escarbando en su interior lubricado de aromas que
marcaban lo muy cachonda que se hallaba. La vi morderse la mano conteniendo
así las miles de sensaciones que debía sufrir. Se la veía tan hermosa y débil,
abriendo la boca en busca del aire que le faltaba en un gesto de total entrega.
Volví a atacar con la lengua, metiendo la punta en movimientos con los que
entreabrir los labios que la envolvían en un abrazo agradable y sincero. No
tardaría en correrse, su actitud la delataba pataleando descontrolada mientras no
paraba de pedir que siguiera. Me apoderé del clítoris trabajándolo a conciencia,
conocedor de que aquel era el punto más sensible y delicado, lamiéndolo una y
mil veces con movimientos circulares o arriba y abajo, tomándolo entre los
labios para tirar del mismo con ánimo desbocado. La pobre se cogía a mí o allí
donde podía, entre violentos espasmos que anunciaban su próximo orgasmo. En
el estado en que se encontraba, ataqué a fondo martirizándola con todas las
armas a mi servicio. La lengua, los labios, las manos por encima de su cuerpo y
al fin la escuché sollozar inquieta al entregarme el manantial de jugos que su
sexo producía. Los bebí deseoso de más, ahogándome entre sus piernas al
disfrutar el primero de los orgasmos que conseguía sacarle en las primeras horas
de la mañana.
- ¡Diosssss, qué bueno… qué bueno cariño!

- ¿Qué tal te encuentras? –pregunté sorprendido por su respuesta de
hembra infiel.

- De maravilla. ¡Cuánto tiempo que nadie me hacía disfrutar así! –la
escuché decir relamiéndose de gusto al entreabrir los ojos vidriosos de
deseo.

- Ven aquí –le dije rodeándola por la cintura para ayudarla a caer
junto a mí.
¡Dios, menudo pedazo hembra me iba a comer! –pensé mientras se dejaba caer
abrazada a mi cuerpo, quedando finalmente en pie besándonos de forma intensa
y sincera. Eres preciosa, volví a decirle y se lo hubiese dicho una y mil veces
pues era lo que realmente sentía. Sus sinuosas formas de hembra bien formada,
pechos redondos y tersos reclamando mis caricias, anchas caderas donde agarrar
junto a los poderosos glúteos de mujer claramente avanzada la frontera de los
treinta. La vista se me iba tras ellos como sobre el resto de la figura sensual que
frente a mis ojos se ofrecía. Tuve que humedecerme ahora yo los labios
imaginando lo que vendría. Lanzados como estábamos ya nada nos iba a parar.
Las manos en la espalda y la nalga y las suyas rodeándome el cuello, la hice
volver sin dejar de besarnos. La muy viciosa se pegaba, notando los pechos
golpear mi torso desnudo. Con las manos me hizo echar atrás, tomando ella las
riendas al bajarlas deseosas de mi entrepierna. Suspiré largamente sabiendo lo
que quería.
- Es mi turno amor ¡A ver qué tienes aquí! –sus palabras perversas me
supieron a música celestial mientras con las manos la veía soltar el cinturón
con premura.

- ¿Qué pretendes?

- Ya lo sabes, no te hagas el tonto ahora.

- ¿Y tu marido? –pregunté excitado, convencido de que ya nada podría
detenerla.

No hablemos más de eso, ¿quieres? –respondió confirmando las sospechas
respecto a mis últimas dudas.
La boca por el torso lamiéndome el pezón, para volver sobre el mismo
atrapándolo suavemente entre los dientes en una caricia que me hizo gemir sin
remedio. Con las manos se afanaba en soltar el cinturón, besándome con la
respiración agitada mientras de forma lenta conseguía al fin bajar la molesta
cremallera. El tejano se derrumbó piernas abajo, los largos dedos corriéndome el
vientre y el pecho para acabar ambos en un morreo cálido y lascivo,
magreándonos los cuerpos desnudos con desespero. Ella gimió contra mi boca,
para enseguida morderme la lengua raspándola entre los dientes. Sentí los labios
plenos de pasión sobre los míos, uniendo las lenguas en un combate feroz que
duró apenas unos segundos. Aquella mujer tan deseada era todo fuego una vez
entregada a la espiral del deseo. La cabeza levantada, se dejaba besar entre
murmullos enmudecidos por mi boca envolviendo sus rosados labios.
Besándonos sin respiro, la mano me acariciaba arriba y abajo a lo largo del
tronco respondón. Una y otra vez creciendo con el lento y agradable movimiento
de sus dedos.
- Me gusta Emilio, notarla dura entre mis dedos.

- Acaríciala cariño, acaríciala así.

- Qué dura la tienes… me encantaaaaaa.

- ¡Menuda brujilla estás hecha!

- Pero te gusta, no digas que no.

- Chúpala nena, chúpala…

- Ummmmmmmmm.
Metiéndosela en la boca calló al momento, cubriendo el hinchado glande con los
labios para a continuación recorrer con la lengua el grueso tronco. La mirada
insinuante clavada en la mía, lamiendo arriba y abajo produciéndome con ello un
creciente placer. Me ponía ver el anillo en su mano mientras con los dedos me
masturbaba acompañando el suave roce de la lengua. Todavía no dura del todo,
el glande aparecía descubierto con la piel echada atrás que la experta rubia se
había encargado de estirar convenientemente. Entrándole en la boca, los ojos
cerrados chupaba de forma lenta y precisa escapando de mis labios gemidos
placenteros. La mano adelante y atrás bien sujeto como me tenía, lo disfrutaba
sin duda entreabriendo momentos después los ojos para cerrarlos nuevamente en
actitud aplicada. Paso a paso fue ganando en confianza y ritmo, tragando más de
la mitad del tronco venoso y amoratado que adquiría mayor rigidez con cada
nueva lamida. En cuclillas entre mis piernas la sacó de la boca para saborearla en
su totalidad, la lengua traviesa bajando a la base para subir una vez más muy
lentamente hasta alcanzar el enorme champiñón brillante y palpitante. Yo la
animaba cogiéndola de la barbilla, los dedos muy cerca de la unión que era su
boca con mi pene ya erecto y firme. Sin poder refrenarme, los llevé a su boca
notando la dureza de mi sexo entrar y salir de entre sus labios.
- Sigue Violeta, sigue chupándola así.

- Ummmmmmmmm.

- Sigue sí, me encanta muchacha.

- ¿Te gusta verdad?

- Claro que me gusta pequeña… lo haces de maravilla.

- Gracias –respondió simplemente antes de volver a metérsela esta vez
mucho más allá tratando de llenarse la boca con mi grueso aparato.
La extrajo para poder respirar, aunque no tardó en probar fortuna una vez más
consiguiendo ahora sí tragarla por entero golpeando con los labios mis huevos
cargados de líquido seminal. Gemidos guturales llenaban la estancia en el
silencio del amanecer cada vez que se la metía y la volvía a sacar. Cerré los ojos,
las piernas flaqueándome por ese placer tan intenso que me hacía sentir. Sabía
chuparla, me lo había demostrado en el coche y además mostraba lo mucho que
le gustaba pasando y repasando la lengua antes de zampársela más de la mitad
sin grandes dificultades. Bajé las manos a la cabeza, enredando los dedos en sus
lacios y rubios cabellos para acompañar el chupar y lamer de su hambrienta
boquita. ¡Uffffff, cómo me estaba poniendo… cómo me estaba poniendo la
recatada y seria mujer casada, lejos los pensamientos de su querido marido! La
otra mano en mi muslo, la bajaba y subía por el costado del mismo,
manteniéndome firme aunque cada vez me costaba más conseguirlo. Y allí entre
mis piernas la veía gozar de mi sexo sin abandonarlo un solo instante, adentro y
afuera y jugando con el glande en pequeños círculos lo que me hacía vibrar de
puro gusto. El glande respondía enderezándose bajo la experiencia femenina,
brillante y húmedo de sus babas, escapándole las primeras gotas de líquido pre-
seminal. La bella Violeta se amorraba al sexo hecho tótem, tótem al que adorar
como si de un dios se tratara. Cada vez más deprisa, la mano moviéndose con
rapidez debía parar aquello si no quería correrme tan pronto. Dos orgasmos en
tan corto período de tiempo me iban a llevar a una difícil recuperación. Y yo
quería estar en plena forma para lo que más tarde vendría. Deseaba follarla y
gozar de su cuerpo de carnes prietas y duras, carnes de mujer avezada en las
lides amorosas.
- Espera, espera cariño… no tan deprisa.

- ¿Qué ocurre? ¿no te gusta?

- Claro que me gusta, ya te lo dije –observé su mirada echando fuego.

- ¿Entonces qué problema hay?

- Ninguno querida. Es solo que no quiero correrme tan pronto.

¿Tienes miedo de no poder responder? –sonrió provocándome con su
postura perversa de hembra que sabe lo que quiere aunque también conoce
que es mejor esperar mejores tiempos.
Unos instantes continuó masturbándome con lentitud extrema, permitiéndome el
respiro que tanto le reclamaba. Sacándola de la boca, se dedicó a comerme los
huevos duros como piedras sobre sus labios. Temblé con el roce que me
dispensaba, chupándolos y apretándolos en el interior de su boca para dejarlos
marchar entre mis jadeos constantes. ¡Dios, qué bueno… qué bueno era aquello!
¡Menudo trueno de señora me había agenciado, una vez conocida no iba a
dejarla escapar tan fácilmente! Desde luego siempre había coincidido con
aquello de que las casadas son las mejores, difíciles de conseguir pero cuando las
seduces no hay quien las pare. Violeta me lo estaba demostrando, en cuclillas
entre mis piernas y ofreciéndome una de las mejores mamadas que nunca había
disfrutado. Si por ella fuera, sin duda me haría correr allí mismo saboreando al
instante el elixir blanquecino que mis huevos almacenaban. Pese a su deseo,
sabía parar en el momento oportuno como para conseguir que no descargara,
moviendo los dedos premiosos sobre mi miembro que agradecía el descanso que
le dispensaba. Yo también lo agradecía, los músculos en tensión y en puntillas
para volver a sentir la lengua golpear con descaro la dureza del glande.
Metiéndoselo en la boca, lo chupó con fruición hasta sacarlo brillante de su
saliva. Gemí ante la grata caricia, la mano en su cabeza para llevarla contra mí
en una muestra de locura.
- Me encanta tu rabo… duro y grande, mucho más que lo que tengo en
casa.

- Sigue nena, sigue… cómetela toda.

- Ummmmmmm, glup, glup… ummmmmmmm.

- Chúpala preciosa, menuda mamona estás hecha.

- Ummmmmm, me encanta sííííííííííííííííííííííííí.
Violeta chupaba con dedicación, para parar cuando me veía temblar cercano al
orgasmo. A duras penas conseguía mantener mis ganas por un orgasmo que
llamaba a las puertas de mi sexo, palpitante y ansioso por nuevas caricias. Y ella
no cesaba en el movimiento de su mano, los ojos cerrados y llevándola a la boca
para golpearla una y otra vez con la punta de su traviesa lengua. Lo disfrutaba,
era claro y yo aún lo disfrutaba más gimiendo y jadeando de puro gusto. La
lengua continuó lamiendo y corriendo el grueso tallo, arriba y abajo y de forma
suave por encima del mismo. Por fin y sin decir palabra, la cogí de la cabeza y la
mano invitándola a poner en pie. Tras un beso corto pero sensual, enlacé su
hermosa figura por la espalda y la nalga para así tomarla en brazos y coger de
forma urgente escaleras arriba camino de las habitaciones donde continuar la
fiesta.
- Vamos arriba preciosa.

- ¿Adónde me llevas?

- Tranquila, ya verás que estaremos a gusto.

- Llévame donde quieras… tengo ganas de que me hagas tuya.

- Vamos entonces –acabé diciéndole poco antes de terminar en un beso
mojado y lleno de dulzura.
En el largo pasillo que llevaba al dormitorio, encontré el baño al que me metí
con ella en brazos. Dejándola en el suelo, eché una buena cantidad de jabón en la
redonda bañera para a continuación poner en marcha el grifo. Necesitaba relajar
los músculos y calmar la continua tensión en que me encontraba ya desde el
coche. Con una sonrisa cómplice me hizo saber que ella también lo necesitaba.
Ayudándola a entrar en la bañera, me metí tras ella quedando sentado a su
espalda al agarrar la esponja entre las manos. Muy lentamente, empecé a
acariciarle la cálida y sensual espalda, el cuello y los hombros arrancándole con
ello un gemido satisfecho.
- ¡Me encanta cariño… qué buen lugar para follar!

- Espero que te guste.

- Seguro que sí, anda Emilio bésame.




En el baño y de forma muy, muy lenta la vi deshacerse de las ceñidas medias
blancas que tan sexy la hacían ver. Ante mí, la pierna doblada y el culo puesto en
pompa las fue dejando resbalar con suaves movimientos de dedos sobre la fina
tela. No sé cómo logré mantener la compostura y no lanzarme en ese mismo
momento sobre ella, pero lo conseguí la mano en el miembro masturbándolo
arriba y abajo en espera de nuevas noticias. Con sonrisa burlona, me guiñó el ojo
invitándome a unirme a ella, acompañando los besos la continua sinfonía de
caricias sobre los cálidos cuerpos. La cabeza tomada entre mis manos, ladeó el
rostro dejándose besar cariñosa. Por abajo, entre los dedos me pajeaba ahora ella
tomándoselo con calma y disfrutando el ir y venir sobre mi sexo que,
irremediable, volvía a responder ante tan agradable trasiego.
- Espérame aquí, ahora vengo nena.

- ¿Adónde vas?

- A la cocina a por una botella de vino blanco y unas copas.

- No debería beber más.

- Tranquila, está frío y suave. Verás que te sentará bien.

- Está bien pero una copa solo. Te espero aquí… no tardes.
Con la botella y las copas volví raudo junto a la mujer. Ayudándola a entrar en la
bañera, me metí tras ella quedando sentado a su espalda mezclados entre el agua
espumosa. Abriendo la botella, llené las copas brindando ambos por nosotros. A
Violeta le gustó el sabor algo fuerte aunque dulzón del vino que le ofrecí. Los
labios húmedos, dejamos las copas a un lado. Agarrando la esponja entre las
manos, muy lentamente empecé a acariciarle la cálida y sensual espalda además
del cuello, para luego besarle el hombro escuchándola gemir aliviada. Cayendo
sobre mí se dejó enjabonar, el agua corriéndole el cuerpo con el tráfago de la
esponja.
El cuello, los pechos, siguiendo hacia abajo llegué a la barriga que llené dejando
caer una buena cantidad de agua lo que la hizo lanzar un grito divertido. La
esponja arriba y abajo humedeciendo el cuerpo deseado, el cuello, los brazos,
nuevamente la barriga para acabar ahora en el pubis hundido bajo el agua. Gimió
débilmente, la espalda apoyada en mi torso y los ojos cerrados disfrutando la
caricia. Me ponía, me ponía aquello mucho, tenerla entre mis manos gozando lo
que le hacía. Volviéndose a mí me dio la boca para que la besara, cosa que hice
sacando la lengua para encontrarla junto a la suya. Ambos nos removíamos
dentro del agua, excitados por la cercanía extrema, temblando el uno y la otra sin
remedio.
Los dos juntos dándonos un mínimo respiro, la acaricié pasando suavemente los
dedos por el pecho. Violeta nada decía, solo notando el roce erizándole la piel.
Abriendo ella los ojos y enfrentando las miradas, no pudimos evitar la necesidad
de un nuevo beso, abriendo las bocas para unirlas de forma leve en un tímido
pico, pico hecho delicia por aquella boca fresca y sensual que me embelesaba.
Seguimos besándonos, reclamando ahora ella mis caricias sobre su cuerpo, la
mano en el cuello para bajarla al pecho que encontré duro entre los dedos. La
mujer gimoteó una vez más, la mirada perdida y los labios abiertos y
temblorosos. Una tentación horrible era tenerlos ante mí, trémulos en su
debilidad de hembra entregada al deseo. Los cubrí en un nuevo beso que pronto
se hizo mucho más largo y lascivo, las lenguas una sobre otra, enredadas en el
combate del amor.
- Sigue Emilio, sigue… me siento tan a gusto contigo.

- Me gusta verte así.

- ¿Así cómo?

- Así tan hermosa y débil, tan entregada y excitada.

- Gracias cariño, bésame otra vez.
Nuevos besos esta vez tibios y delicados, disfrutando el calor de las bocas, las
salivas mezcladas humedeciendo los labios tan juntos. Al tiempo que mi mano
corría sobre su pecho acariciándolo inquieta, la de ella me abrazaba el cuello
llevándome contra ella, pidiéndome continuar sin decir palabra. No hacía falta
decir nada, los dos sabíamos lo que queríamos y deseábamos. Por mi parte, solo
deseaba que aquel mágico momento no acabara nunca y tenerla a mi lado para
siempre. Con los ojos me miraba pérfida, pasando la lengua al relamerse para
finalmente morderse el labio inferior jadeando entre lamentos. Me encantaba
tenerla a mi lado, tan dispuesta a seguir, besándonos con ternura saboreando
cada nuevo beso que nos dábamos. Los dedos apoyados en su pecho, los
mantenía quietos, moviéndolos solo un poco en pequeños círculos por encima
del pezón. Mientras, las lenguas continuaban su trabajo golpeándose entre ellas,
la mía tratando de buscar la suya en el interior de la boca.
Nos separamos y nuevamente me encontré con aquella mirada insinuante y llena
de sugerencias, provocándome con su boca abierta en la que destacaban los
pequeños dientes blancos y bien cuidados. Observó la mano bajarle entre los
pechos, subiendo para jugar con la espuma sobre el grueso botón. Me miraba
agradeciendo la suave caricia, gesto excitado e indicativo de querer seguir. Le
acaricié el pezón obligándola a cerrar los ojos, pasando al otro pecho para
apretárselo entre los dedos, retorciéndolo levemente como continuación al
masaje que le dedicaba. Apretando los pezones la hice gritar y gemir al tiempo
que le comía desaforado el cuello, goloso, de forma tan intensa que llegué a
marcarle el chupetón sobre la delicada piel. Prueba inequívoca y que en los
próximos días debería ocultar a miradas maliciosas en la oficina. Gimió
quejándose por mi osadía pero no se retiró, señal clara invitándome a prolongar
el momento.
- Ummmmm cariño… con cuidado, no seas tan impulsivo.

- Perdona, me dejé llevar por la pasión.

- Te comprendo, pero soy una mujer casada con obligaciones que
atender.

- Iré con cuidado pero es que me pones tanto.

- Tú a mí también mi amor… vuelve a besarme anda…
Llegué a pensar que lo de la mujer casada era una excusa con la que excitarme
aún más, algo que le daba morbo para conseguir encenderme con ese simple
comentario. Tal vez un juego en el que se escudaba viendo el éxito que sobre mí
producía. Y seguramente también sobre ella, sabiendo lo poco considerada que
en casa estaba. Volviendo sobre el cuello, lo lamí y besé arriba y abajo,
mordiéndole la barbilla, el labio inferior sin poder disimular Violeta el
azoramiento que la embargaba. Parecía una muchachita indefensa en su primera
cita, su cuerpo de diosa envuelto en espuma y agua, la cabeza apoyada en el
borde de la bañera. Allí tan débil y hermosa, me la comía con los ojos cayendo
una vez más sobre su boca jugosa que besé y chupé con sensualidad obscena, las
salivas hechas una, las lenguas batallando feroces, atrapándole el labio entre los
dientes. La rubia treintañera respondía sin parar de suspirar y sollozar, las uñas
corriéndome la espalda y el hombro, bajando raudas al brazo que tomada la
tenía. Me llevó contra ella la boca hecha un puro lamento, temblando
irrefrenable como una colegiala inexperta. Y así estuvimos largo rato,
besándonos y sintiéndonos las pieles como si el tiempo hubiese parado su
transcurrir. Los dos solos disfrutando el uno del otro, en agradable compañía y
en completo silencio ya con las primeras luces del día invadiendo la estancia.
Era ella, la mujer sumisa y hecha deseo, la que me buscaba con la mirada,
aquellos ojos que no podía dejar de mirar como si me tuvieran hechizado.
Incorporada hasta quedar arrodillada dejó que la amara, enganchándole el pezón
que cubrí con los labios succionando del mismo. Lamiéndolo con gula lo sentí
crecer, enderezándose bajo el roce de mi lengua, de mis labios apoderándose del
oscuro botón. Jugando con la aureola en círculos para enseguida ser el pezón el
centro de mis atenciones, mordisqueándolo, chupándolo, dándole el placer que
reclamaba.
- ¡Chúpalo sí… me gusta eso… sigue, cómetelo bandido!

- Oh sí, cómo me gusta eso… continúa chupando mi amor.

- Está duro…

- Lo está, me tienes muy cachonda.

- Así quiero verte cariño… caliente y excitada.
Seguí comiéndole el pezón y luego el otro conocedor del éxito de mi empresa,
devorándolo entre los labios, notándolo rebelarse ante el cálido ataque. Duro
como una castaña, la lengua continuaba maltratándolo con fruición y ella sólo se
dejaba hacer, gozando muda los placeres carnales. La piel húmeda, la boca y los
dedos corrían con facilidad tratando de conseguir en ella nuevas emociones.
Continué chupando y lamiendo, no me cansaba de hacerlo tan mimosa la veía.
Con la mano en mi cabeza y la otra sobre su pecho, yo no paraba de acariciarla
de forma lenta, sin prisa como si cada roce fuera una nueva aventura. Por abajo,
los dedos descansaban sobre su sexo, mojado por la humedad de la bañera y por
otras cosas. Los dos en silencio, sólo se escuchaba el suave lameteo en la piel
sensible, haciendo el momento cada vez más complicado para ambos.
- ¡Sí… cómo me pones Emilio, cómo me pones!

- Tú sí que me pones a mí.

- ¿De verdad lo dices?

- Claro que sí, ¿acaso crees que puedo mentirte con eso?

- No sé… los hombres sois como una veleta, en cuanto se os pone otra
por delante… –respondió encendiéndome aún más con su respuesta.

- Ven aquí nena… deja que te bese.
Nuevos juegos de lenguas, me encantaba probar el ardor de sus labios.
Besándonos con audacia, las bocas se cerraban para volverse a abrir permitiendo
el roce constante entre las lenguas. Tan pronto enlazadas como separadas,
golpeando una con otra provocándonos con el turbio combate. Tomada por la
cintura, nos morreábamos como adolescentes mordiéndonos con descaro, los
dedos femeninos bajándome el pecho sin dejar de juguetear con los rizados
vellos. Acariciándole la raja sin ir aún a más, retrasando todo lo posible el
esperado instante. Empezó ahora sí a gemir deseando que lo hiciera, deseando
ser penetrada por mis dedos o tal vez por un objeto mucho más contundente y
conocido. Insistí en lo anterior, el pezón como punto principal de interés
succionando del mismo, pasándole la lengua una y otra vez sin decir palabra
pero perfecto sabedor de la respuesta inequívoca que provocaba en ella. Gemía
ronroneando, apretando los labios para no gritar, los ojos cerrados al protestar el
leve mordisco ultrajante. Avancé entre sus piernas haciéndose los gemidos más
perceptibles aunque débiles, moviendo los dedos adelante y atrás sobre la
empapada vulva. No quise todavía penetrarla, buscando hacerla rabiar con el
retraso. De ese modo, estuve acariciándola por encima, abriéndole los labios a
los lados para pasar de largo como al descuido. Ella suspiraba y jadeaba alterada,
cada vez más alterada por la necesidad de algo más.
- ¡Fóllame por favor, fóllame!

- Por favor cariño, no me hagas sufrir más.

- Estás muy cachonda nena, así me gusta verte.

- Ummmmm, sigue… fóllame vamos, no seas malo conmigo…

- Me encanta hacer que lo desees.

- Oh sí mi amor, fóllame… fó… llame.
La cabeza echada abajo observaba lo que le hacía, respirando entrecortada,
comiéndole y llenándole de besos el pezón mientras entre las piernas comenzaba
a tocarla con mayor firmeza. La masturbé moviendo los dedos por encima de la
rajilla, arrancándole con ello un largo suspiro satisfecho. Adelante y atrás y de
forma lenta, muy lentamente recreándome en su creciente placer. Moviéndolos
cada vez más rápido, masturbándola y pasándole los dedos para luego meterlos
suavemente favorecido por el agua jabonosa y la lubricidad femenina. Violeta
sollozaba, el gesto hecho un poema, temblando toda ella al sentirse llena de mis
dedos. Dos de ellos la penetraban traviesos, adentro y afuera para escapar sobre
la tierna abertura hecha un charco. Yo aprovechaba para así correr sin darle un
segundo de respiro, follándola con decisión hasta lo más hondo, saliendo de ella
al besarla y así acallar la tensión que sufría.
- Deprisa cariño, deprisa.

- Estás muy mojada.

- Culpa tuya –exclamó con voz ronca antes de sonreír inquieta por la
caricia que la devoraba.

- Bésame Emilio… ¡dios, qué bien lo haces!
Los dedos hechos un demonio la traspasaban, dejándola sin respiración al
penetrarla profundamente. Elevándose bajo los dedos para de ese modo tratar de
escapar al suplicio. Pero no se lo permití, sabía bien lo cachonda que se
encontraba y que no le quedaba mucho para un nuevo orgasmo. Continué
follándola una y otra vez, masturbándola luego por encima del sensible botón
que creció perverso con el contacto que mis dedos le dispensaban. Violeta se
agarraba a mí, gimiendo ahora sí desgañitada, jadeando sin control de sí misma,
los ojos entreabiertos y fijos en un punto nebuloso y lejano. Parecía encontrarse
muy lejos de allí, quizá solos ella y mis dedos que la acariciaban con premura y
violencia. Ufanos se deslizaban entre las paredes de la bella damisela que no
paraba de pedir más y más.
- Me vuelves loco nena.

- ¡Oh sí, continúa con eso… es fantástico!
Con la mano se agarraba al borde de la bañera, echada atrás y buscando alivio a
su tormento. La mirada perdida y llena de lujuria, mostrando los dientes al
respirar la pasión que la dominaba. Cerró los labios humedeciéndolos
brevemente, para volver a respirar con dificultad extrema removiendo las
caderas alrededor del dedo acusador. En su total desazón la follaba cada vez con
mayor descaro, viéndola sollozar y gritar exigiendo mayor ritmo en mi penetrar.
Los dedos llenos de sus jugos, se los di a probar cosa que hizo con evidente
placer. La tenía muy perra, a punto de correrse una vez más pero soportando aún
el martirio.
- ¡Ahhhhhhhhhhhhhhh sí… fóllame cariño, así así!
Se corrió abrazada y derrotada sobre mí, respirando con dificultad el aire que le
faltaba. Le aparté el flequillo a un lado, viéndola cansada pero feliz, gozando la
imagen de placer que presentaba. Caímos en un beso con el que acallar su
delirio, morreándonos entre gemidos del uno y del otro, tan excitados nos
sentíamos. La boca en sus peras, devorándolas de forma alternativa para de ese
modo resistir el deseo que me oprimía por dentro. La deseaba tanto, tanto como
a pocas mujeres había deseado antes. El pezón empitonado entre mis labios,
succionando del mismo como un bebé y bajando después rodeando el ombligo y
más allá hasta alcanzar los pelillos del pubis. Escalofríos de puro gusto le corrían
de la cabeza a los pies al sentir el aliento cubrirle la piel, echándole el calor de
mi boca sobre el húmedo sexo. La mujer se quejaba hermosa en su desnudez,
gimoteando sonoramente con el constante ir y venir de mis dedos tratando de
hundirse en la hendidura abierta.
Adoptando la mejor posición comencé a comerle el chichi, golpeando con la
lengua los labios que se abrían como la flor al rocío. Hambriento, lamía y
devoraba la vulva femenina pasando la punta una y otra vez en pequeños
círculos por la rosada hendidura. Húmeda y jugosa se veía y a ella me amorré
como un bendito, ofreciendo a la mujer un trabajo de lo más delicado y afanoso
al tiempo. La lengua corriendo entre las paredes, se hundía mínimamente
favorecida por lo muy mojada que Violeta se encontraba. Los pelillos se
mezclaban en mi boca, subiendo al pubis para volver a bajar a la entrepierna que
se dejaba llevar por mi ávida boca. La mujer tan entregada, gemía
prorrumpiendo en un cúmulo de gemidos y lamentos que tuvieron la virtud,
como no podía ser de otro modo, de animarme en mi labor. Entre los labios tomé
el suyo abultado, tirando del mismo para enseguida continuar el movimiento
continuo de mi lengua provocando multitud de estímulos en la zona afectada.
Rápidos lametones que la hicieron gemir complacida y de forma mucho más
ruidosa. Con los dedos acaricié la humedad, hundiéndolos para que se tensionara
en un suspiro ahogado. Comencé a follarla, adelante y atrás, adentro y afuera
observando la dulce ternura responder al ataque recibido. Ella se elevaba
nerviosa ante la caricia, agradeciendo cada nuevo roce con aquel gesto que tanto
me excitaba.
- Así mi amor, así… muévelos más deprisa, no pares…

- Disfruta preciosa, qué rica estás.

- Fóllame mi vida, fó… llame toda… qué ganas tenía de algo así…

- Deja que te acaricie pequeña.

- Oh sí, hazlo. Ponme muy perra, lo deseo.
¡Qué encantadora resultaba, qué encanto gozar de su belleza y debilidad!
Mostrándome su cuerpo desnudo, la besé chupándole luego las tetas mientras
con la mano atrapaba la vulva enterrándole los dedos en la vagina. Cariñosa
susurraba, exigiéndome continuar. Entre los dedos y bajo el agua me acariciaba,
masturbándome muy lentamente como recreándose en ello. Se estremeció
involuntariamente con la fuerza irrefrenable de mi sexo, la otra mano sobándome
el brazo para rauda pasar al torso bronceado y fornido. Los ojos vidriosos, me
sonrió coqueta e insinuante y yo le sostuve la mirada con lascivia contenida.
- ¡Te deseo Violeta, te deseo! –pronuncié en voz baja al mirarle los
senos con insultante descaro.

- Agggggggggggggggggggggggh, sí.
Muy puta volvió a sonreír ante mis cálidas palabras, removiendo provocativa las
nalgas y notándose mojada e inquieta. La mujer me imaginó tomándola y solo
ese pensamiento la hizo estremecer, diciéndomelo directamente y jadeando
entrecortada sin poder controlar su pasión. La empujé echándola atrás y
tomándola por la cintura, la besé entrándole la lengua en la boca sin pedir
permiso, ya no había necesidad de ello. Le apreté las nalgas entre las manos,
clavándole los dedos al notarla querer separarse. El beso se hizo largo y
profundo, tentador y ardiente, respondiendo ella sin recato, más bien todo lo
contrario. Le comí las tetas a la vez que le manoseaba las nalgas redondas y
prietas. Violeta gimoteaba complacida por el atrevimiento que le mostraba. Los
pezones se le pusieron duros como piedras y ella misma empezó a enjabonarse la
entrepierna moviendo la esponja con horrible dilación, despacio muy despacio
distraída con el continuo frotar. Se masturbó, aflorándole de los rosados labios
un lamento sofocado. Se masturbó con mayor rapidez, moviendo la esponja
sobre la vulva jabonosa, cubriéndole la flor femenina con el blanco reparador.
Así se corrió una vez más, sollozando sobre sí misma, mordiéndose el labio
hasta hacer brotar un mínimo hilillo de sangre del mismo.
A través del cristal de la pared, observé el trasero en pompa con lo que no pude
evitar un ramalazo entre las piernas. A la mujer le agradó ser contemplada con el
inconfesable deseo que mis ojos mostraban. Volvimos a besarnos, besos
apasionados, deliciosos, llenos de apetito por el otro. El aroma a fresca fragancia
me subyugaba el entendimiento. Las manos me acariciaron la espalda
apretándome a ella y yo solo las apoyé sobre las caderas, bajando seguidamente
a los muslos lozanos de potranca a la que someter. Con los dedos tocó mi sexo
llevando la piel atrás, haciendo el glande palpitar en su delicada sensibilidad.
Gemí emocionado al sentir el lento ir y venir de los dedos a lo largo del tronco.
Descapullándolo y cubriéndolo de forma alternativa, gemía como un bendito
embaucado por la caricia femenina.
Cambiando de posición, quedó ahora sentada a mi espalda que pronto empezó a
lamer pasando la lengua a lo largo de la columna. Eso me hizo temblar de la
cabeza a los pies. Pero aún me hizo temblar más al hacerme sentir la respiración
pegada, agitada sobre la nuca y el cuello para finalmente caer sobre la oreja
izquierda que llenó de babas. Gemí loco de excitación por el exquisito roce, que
continuó besándome suavemente la otra oreja y llevando después la locura al
extremo al mordisquearla con levedad. Un escalofrío nervioso me recorrió nada
más notar el tímido rozar de los dientes. Un susurro en forma de palabras
obscenas escuché en su voz ronca. Con las piernas dobladas Violeta me
envolvía, apoyando yo las manos en los muslos que acaricié con el agua
jabonosa. Cogiéndome la polla bajo el agua, me masturbó mientras por detrás
me provocaba con insana deferencia. Nuevas palabras procaces a las que
respondí del mismo modo, girándome hacia ella para besarnos con urgencia
malsana.
- ¿Estás excitado Emilio?

- Sí nena, sí… sigue con lo que haces.

- ¡Qué dura se te ha puesto… me encanta!

- Sigue, sigue… continúa…

- ¿Dime, te hago sufrir con eso?

- ¡Eres mala querida, continúa pajeándome así despacio.
El beso se hizo eterno en el interior de su boca, los jadeos alterados y con la
mano tomándole los cabellos alborotados. Nos frotábamos el uno contra el otro,
con fuerza y rapidez, los pechos clavados en mi espalda como si de dos
pequeñas dagas se tratara. Y mientras con la mano removía mi sexo adelante y
atrás, bien sujeto entre los dedos y haciendo saltar el agua a su alrededor.
Curvado mi miembro escandalosamente en forma de plátano lubricado, el glande
aparecía brillante y enhiesto, orgulloso en su hinchazón.
- ¡Qué grande y hermosa!… deja que te la coma un rato, ¿quieres?

- Uffffff, menuda arpía estás hecha.

- Vaya, ¿es que no quieres que te lo haga? ¿No sabes que me tienen
muy abandonada? –preguntó con voz de falso desencanto.
Haciéndome poner en pie quedé ante ella, el miembro curvado hacia arriba y
deseoso de una boca que lo calmara. Violeta lo miró golosa, humedeciéndose los
labios por el festín que iba a darse. Arrodillada, lo tomó con firmeza iniciando
un lento lengüeteo a lo largo del pene. La lengua corría traviesa y mirándome a
los ojos, cerró los suyos metiéndosela en la boca más de la mitad. Tuve que
cogerme a ella para soportar el ataque, los dedos junto a su boca notando el
suave deslizar de la gruesa barra. Sacándola se dedicó a chuparme los dedos,
saboreándolos como si de mi sexo se tratase. Disfrutando su delirio, chupaba con
desenfreno para enseguida cambiar al hinchado capuchón que envolvió con los
labios produciéndome una extraña desazón.
- Ummmmm, qué polla más rica… dámela toda sí.

- Chupa nena, chupa.

- Ummmmm sí… me encanta.

Sigue pequeña, ¿te gusta comer polla, eh?

Sí me encanta, ya me gustaría comer más de la que como.

¡Qué guarra eres!

Ummm, ummmmmmmmmmmmm.
La lengua por encima del tronco, lo lamía con maestría haciéndolo palpitar entre
los dientes. La piel venosa aparecía oscura bajo sus labios que la recogían
moviéndose arriba y abajo. Tan pronto rápido como mucho más lento,
entretenida en lo que hacía, la chupaba con delicadeza disfrutando el grueso
músculo que se comía. Yo gemía impaciente y sintiendo fallarme las piernas ante
el ataque desbocado al que me sometía. Apoyado en ella seguí el ritmo de la
felatio, adelante y atrás para de pronto sacarla volviendo a los rápidos lengüeteos
de la juguetona lengua.
- Así así, deprisa.

- Agggggggggggggggggghhhh, me llena la boca… qué grande es.

- Me tienes loco guarrilla, sigue más deprisa sí.

- ¡Glups, glups!
Le llenaba la boca tal como ella decía, el pómulo ensanchado por la naturaleza
descontrolada que lo maltrataba. Le costaba respirar cada vez más pero no por
ello lo dejaba estar. De ese modo, se lo metía hasta lo más hondo produciéndole
arcadas, los huevos golpeándole el labio lastimado. La tuvo unos segundos
aguantando la respiración, para luego sacarla mostrando todo el vicio que la
embargaba. Con el miembro sujeto, cayó sobre los huevos y el escroto a los que
ofreció un placer de lo más agradable, entretenida en el juego de pasar y repasar
la lengua por encima para seguidamente metérselos en la boca con fruición. Los
chupó succionando de los mismos produciéndome con ello un agradable
cosquilleo, el placer instalado en mí gracias a la boquita de la casada. Los ojos
entrecerrados, los abría para clavarlos en los míos volviendo a meterse mi sexo
con total complacencia. La mano en mi muslo se la veía cómoda en su quehacer.
Adentro y afuera, adentro y afuera y así una y mil veces humedeciéndola con sus
babas que le corrían por la comisura del labio.
Aquella perra lo disfrutaba era claro, lo que su marido no gozaba lo gozaba yo
con creces. Me había costado pero allí la tenía entre mis piernas y
completamente entregada, dándome una felatio que recordaría por mucho
tiempo. No se cansaba de lamer muy lentamente y yo lo agradecía alargando mi
placer. La punta de la lengua jugueteando con el glande que demandaba un
mayor interés. Tremendo trabajo de labios y lengua me estaba dando, experta en
su delicada suavidad. Con la mano acompañaba la dulce mamada, metiéndosela
hasta la mitad y acariciando el largo tronco que respondía inquieto a la doble
caricia. Nunca había visto una mujer tan dedicada a su tarea y eso que es algo
que les encanta, pero Violeta era especial succionando hambrienta pero reposada
sabiendo que cuanto más lo alargara más me haría disfrutar. Un ritmo ágil que
parar convenientemente, ávida por aquel músculo que la fascinaba. De nuevo la
lengua subiendo desde la base al glande en premiosos lametones con los que
hacerme vibrar. Y vuelta a tragar, viéndolo desaparecer en la boca que lo
devoraba como el mejor de los manjares. ¡Dios, qué placer me daba!
- Muy bien nena, la chupas muy bien.

- ¿Te gusta? –abrió los ojos al escuchar mis palabras.

- Lo haces de maravilla, se nota que te gusta.

- Me encanta, no hay nada mejor.

- Cómetela así… cómetela despacio.

- Ummmmm… glups, glups.
El miembro erecto brillaba con la luz de la mañana reflejada a través de la
ventana. Sentado en el borde y las manos echadas atrás, sólo podía disfrutar lo
que aquella brujilla me hacía. Gimiendo a cada paso con mayor ardor, me
resultaba difícil mantener el tipo con el ritmo que ahora llevaba. Rápido, veloz,
la lengua humedeciendo el glande que quedó oculto ante la insistencia de la
boquita maligna. La redondez del culo femenino quedaba a mi vista como una
tentación a tomar. Sin embargo, Violeta no me soltaba tan ocupada se encontraba
en dar placer a mi pobre sexo. Deprisa, deprisa, la mano arriba y abajo junto a la
boca que no cejaba en su empeño de procurarme mayor deleite. Mis gemidos se
hicieron constantes ante el saber hacer de la experta mujer. Buscaba que se lo
diera y yo estaba dispuesto a regarla con mi abundante lefada. Con pocas ganas
de aguantar y sí en cambio de soltarlo todo.
- Así nena así… me vengoooooo.

- ¿Te queda poco? ¿vas a correrte?

- Si sigues así no lo dudes pequeña.

- Bien, eso es lo que quiero.
Nuevamente ciega en su pasión, chupaba y comía con fuerzas renovadas como si
el aviso de mi próxima corrida fuera un aliciente para ella. Aún me dio un
mínimo respiro al pasar la lengua y los labios a lo largo del tallo, la mano
masturbándome camino de un punto sin retorno. Se lo hice saber pero no me
hizo caso, engullendo el grueso plátano hasta ahogarse con el mismo. Lo soltó
dejándolo ir pero solo fue un instante. Mis suspiros se mezclaban con los sonidos
guturales que Violeta producía, tragando polla una y otra vez. No podía más, iba
a correrme sin remedio. Quitándosela de entre los dedos, me pajeé furiosamente
hasta que con un gruñido animalesco acabé eyaculando y echándoselo todo por
encima. El semen blanquecino y viscoso saltó por el meato, por el mínimo canal
escapando a su prisión, buscando la ansiada libertad en brazos de la hermosa
mujer que lo acogiese. La dejé perdida, el primer goterón alargándose por cara,
ojo y hasta el pelo. Tuvo que cerrar el ojo con celeridad para no verse
sorprendida por la abundante corrida. Las peras cubiertas de semen pastoso y
aún tuve fuerzas para dos nuevos lefazos que le fueron a dar en la boca abierta y
de la que escapaba la lengua en espera de mucho más. En completo frenesí, la
mirada nublada y sujeto a su cabeza el orgasmo se hizo tumultuoso recogido por
los ronroneos de la casada mimosa.
- Córrete nene, córrete… dámelo todo, dámelo todo.

- Agggggggggggggggggg.

- Sí qué bueno, qué bueno… qué corrida más buena muchacho.

- Ufffff sí, tómalo todo brujilla, todo para ti.

- Sí lo quiero, lo quiero todo.
Relamiéndose de gusto y con el rostro hecho vicio, degustó los fluidos mientras
con los dedos se limpiaba llevando el resto al interior de la boca. Con la otra
mano esparció el semen sobre sus pechos, enriqueciendo la piel y los pezones al
dejarlo absorber. Temblé todo yo con los últimos espasmos del orgasmo,
creyendo perder el equilibrio antes de mantenerme firme gracias a sujetarme a
ella. Violeta sonreía con sonrisa aviesa el desastre que había cometido.
- Ummmmmm, qué bueno qué bueno… menuda corrida más rica,
estabas bien cargado.

- ¡Maldita guarra, mira como me pusiste! –exclamé sin saber bien lo
que decía.

- ¿Guarra dices? Hace un momento no decías lo mismo –dijo
sonriendo con la misma malicia al mostrarme el denso esperma reposar en
la lengua.
Con un golpe y los ojos en blanco lo tragó como punto culminante a su locura,
como punto y final necesario a la estupenda relación vivida. Respiré con fuerza
tratando de separarme de ella. Pero Violeta no pensaba lo mismo o al menos
parecía tener otros planes respecto a lo nuestro.

- ¿Te quedas hasta mediodía o tienes cosas que hacer en casa?

- ¿Te gustaría que me quedara?

- Me gustaría sí.

- Pues no lo había pensado, pero la oferta la verdad es que es de lo más
tentadora. Mi marido como te dije está fuera y mis hijos con mis padres así
que no tengo obligaciones que atender.

- Quédate Violeta, prepararé zumo y tostadas para desayunar.

- Buena idea tengo la boca pastosa de anoche, bebí demasiado para lo
que en mí es habitual.

- Espera aquí, voy a la cocina y traigo una bandeja con todo.

- Un café bien cargado te lo agradecería, tengo la cabeza hecha un
bombo. Pero antes, quédate un rato más conmigo. Tenemos tiempo para
todo.
Abrazados en la bañera, nos acariciábamos viendo avanzar la mañana por la
ventana. Solo las nueve y media de manera que quedaba mucho para disfrutar de
la misma. Con los besos y las caricias femeninas, apenas tres cuartos de hora
más tarde volví a estar en forma para seguir. La suavidad de los dedos
moldeando la forma horrible adelante y atrás, haciéndola responder con el
agradable tratamiento. Antes flácida y derrotada, empezaba ya a dar muestra de
querer más.
- Me encanta un buen baño y follar por la mañana, no hay nada mejor.

- Un buen rato de relax con el que reponer las fuerzas perdidas
durante la noche –reafirmé manoseándole el muslo firme.

- Ummmmm cariño, ya vuelves a estar listo.

- Listo para ti.

- Me encanta, nos queda mucho por probar.

- ¿Más aún?

- Claro, no sabes lo perra que puedo llegar a ser si me lo propongo.
Comenzaba a imaginarlo con lo disfrutado junto a ella. Yo también tenía ganas
de conocerla mucho más y saber todo lo bueno que podía ofrecerme. Deseaba
hacerla mía con urgencia y mi pene parecía decir lo mismo, curvado nuevamente
entre mis piernas, a media erección pero ya con un tamaño más que respetable.
Lo miró mordiéndose el labio, la pasión reflejada una vez más en su rostro.
Luego la lengua pasándola por los labios, al tiempo que movía los dedos muy
lentamente provocando en mí un chispazo de electricidad. Dándome un pico, se
separó de mí para ponerse en pie cuán hermosa era. Saliendo de la bañera secó
con fruición y enérgicos golpes de manos el bonito cuerpo que pensaba
agenciarme a la menor oportunidad que tuviese.
- Voy a secarme –dijo saliendo de la bañera para dirigir los pasos al
lavabo, frente al espejo del mismo se miró las huellas de la noche pasada.

- ¿Vas a dejarme así? –protesté aturdido por el estado lamentable en
que me hallaba, la polla a media asta y esperando seguir.

- Todo a su debido tiempo, no te impacientes querido.
Paseando contoneándose ante mí, los brazos arriba y echando los pechos
adelante, el espectáculo resultó de lo más sugerente. De puntillas y removiendo
el culillo la vi cruzar el baño haciéndome tragar saliva para soportar la turbación
que me atenazaba. Los amarillentos cabellos entre las manos, los echó atrás
dejando el rostro libre de los mismos. Luego los removió con firmeza cayéndole
por encima de los hombros. Un mechón tapándole el ojo, los rubios rizos entre
los dedos en busca de acomodo.
- Estoy hecha un desastre, necesito lavarme ¿Tienes un cepillo de
dientes y toallas limpias?

- En el otro baño, voy a buscarlas y enseguida te traigo todo.

- Bien, no tardes –respondió poniendo el grifo en marcha para
empezar a lavarse los restos de semen sobre los labios.
Allí la dejé para, con premura, coger del armario de mi habitación un par de
toallas con las que volver en busca de mi enamorada. La encontré lavándose, el
culo echado atrás en posición perfecta para las mayores perversiones. Observé su
trasero firme y elevado y, sin poder evitarlo, tuve que llevar la mano entre las
piernas en busca de un mínimo consuelo. Gotas de agua cubriéndole el rostro,
pasé a su lado antes de tomar el cepillo del cajón del armario junto al espejo.
- Aquí tienes el cepillo y las toallas –dije ofreciéndoselo entre los dedos
para que lo tomara.

- Oh gracias cariño, eres un cielo –exclamó con una sonrisa con la que
desamarme por completo.
Perdiendo interés en mí, empezó a limpiarse los dientes produciendo abundante
espuma sobre los mismos. Rápidos movimientos de mano a un lado y otro por
encima de una dentadura y de la otra para acabar enjuagándose la boca, dejando
correr la mezcla acuosa por el desagüe. Yo continuaba observándola en silencio,
la pasión corriéndome el cuerpo sin freno. La pierna doblada y el culo atrás,
parecía tentarme con sus lentos movimientos arreglándose ahora el pelo con los
dedos. El cepillo cogió del baño para empezar a peinarse con secos tirones con
los que desenredar los finos cabellos húmedos. Los ojos recorriéndole la figura,
me notaba cada vez más excitado y con deseo de lanzarme sobre ella. Sin
embargo, resistí la tentación esperando mi momento. Una vez acabó de
arreglarse, su mirada se clavó en la mía que no dejaba de devorar las bellas
formas que frente a ella se mostraban. Violeta sonrió volviendo a remover el
culillo de forma perversa.
- ¿Estás excitado nene?

- Eres un bocado demasiado apetecible como para no estarlo –respondí
con voz áspera al notar la garganta reseca.

- ¿Demasiado apetecible? ¿Te parezco apetecible, dime qué te gustaría
hacerme?

- Muchas cosas, ya lo sabes. Comerte toda, chuparte, lamerte,
follarte…

- ¿Follarme? Ummmmmm, qué bien suena eso –aseguró tomando un
dedo entre los dientes mientras continuaba contoneando las caderas en
busca de mi deseo.
Alargando la mano me empujó a acercarme a ella. Me agaché hundiendo la
cabeza entre sus piernas. Así comencé a comerle el coño y el culo, pasándole la
lengua de forma alternativa entre las redondeces que me ofrecía. La mujer se
quejaba riendo divertida cada vez que le lamía el agujero estrecho y oscuro. Yo,
complacido con su respuesta, lamía y chupaba el anillo anal con mayor ahínco
tratando de abrir con ello el esfínter. Ella emitía largos suspiros satisfechos, los
muslos en tensión por un placer que la hacía estremecer. Quedando inmóvil,
aguantó la respiración al notar mi lengua introducirse en la hendidura rosada de
su sexo. Violeta levantó la pierna, permitiéndome de ese modo un fácil acceso.
- Sí cariño sí, cómemelo todo… vamos sí.

- Vuelves a estar mojada.

- Siempre lo estoy… te sorprenderías de lo rápido que puedo
excitarme.

- ¿Y yo te lo hago bien?

- No está mal la verdad, sabes mover bien la lengua y otras cosas –
comentó con voz entrecortada empezando a mostrar los primeros síntomas
de calentura.
Acariciándose ella misma el coño al tiempo que le pasaba y repasaba la lengua
por encima del ano humedecido ya por mis babas, la mujer gemía levemente
abriendo aún más las piernas con el trasero totalmente expuesto a mis caricias.
Le besé el culo prieto y firme, mordiéndoselo con suaves mordiscos que la
encendieron haciéndola vibrar. La boca sobre el par de redondas y abultadas
nalgas, lamiéndoselas, metiéndole la lengua en la raja abierta. La bella mujer se
abría con los dedos, dejándose chupar y succionar entre gemidos ahogados con
los que animarme a seguir. Con la boca la besaba mientras la lengua le lamía
hasta lo más profundo. Ella gemía soportando el ataque con complacencia,
removiendo las caderas alrededor de mi boca. El roce constante le hacía el coño
contraerse, la lengua saliendo para volver a penetrarla tímidamente. Los pezones
le dolían de tan duros como los tenía, acariciándoselos entre las manos como el
mejor de los bálsamos. Continué ahora en su culo presionando sobre el anillo
que, poco a poco y gracias a mis salivazos, se fue abriendo dilatándose para
acoger la lengua traviesa. Mientras, con los dedos la masturbaba moviéndolos
por encima de la raja empapada, acompañando los juegos que ella misma se
dedicaba. Acariciándole el ardiente clítoris, pasé por el mismo en pequeños
círculos para abandonarlo entre sus jadeos de protesta.
- Sigue Emilio, así sí… qué bueno, sigue.
La lengua arriba y abajo, adelante y atrás saboreando el dulce néctar de la rubia.
Abriéndole los labios con los dedos, los encontré abultados para chuparlos una y
otra vez, raspándole el clítoris con la punta de la lengua, lengüeteando con
rapidez entre sus grititos agradecidos. Así se corrió cayendo en un orgasmo largo
y silencioso, apretando los labios para no gritar su placer, estremecida al
agarrarse al grifo del lavabo para no caer. La hermosa Violeta se corrió sin
remedio y con un placer infinito, sintiendo la lengua pasearse arriba y abajo de la
almeja que no paraba de producir jugos que bebí satisfecho. Pese a ello continué
sin cejar en mi empeño, chupando y chupando el endurecido botón hasta
conseguir que se agitara completa, un escalofrío viajándole por el cuerpo hasta
volver a correrse en mi boca como una nenita indefensa. Ahora sí gruñía sin
saber dónde sujetarse, las piernas y el vientre temblorosos de tanto gusto sufrido.
Gimoteando mordiéndose los nudillos hasta producirse dolor, la mujer adúltera
se sacudía removiendo las caderas, jadeando entrecortada, reclamando un
momento de cordura. Su deleite fue tan profundo que el gesto se le turbó, el
rostro descompuesto que poco a poco fue relajando al mostrar una sonrisa
callada y cómplice. A mi lado, la escuché gemir y jadear en su debilidad,
recuperándose tras el tormentoso combate mantenido. Cerrando los ojos emitió
un suspiro inaudible, empezando a removerse de nuevo. Volvió a abrirlos y en su
mirada solo pude ver lujuria y ganas de sexo. Estaba para comérsela,
arrebatadora en su desnudez. De ella me encantaban sus formas sensuales, su
mirada lasciva pero delicada al tiempo, de niña mala y pícara pero a la vez de
perfecta mujer casada a la que le gusta provocar, insinuar matándote con su caída
de ojos.
- Uffff cariño, cómo me has puesto… ha sido fantástico –declaró
humedeciéndose los resecos labios.

- ¿Te ha gustado?

- Claro que sí, ya te digo que ha sido fantástico… bésame lo necesito.
Desnudo junto a ella, mi miembro aparecía palpitante y tenso por la exigencia de
algo más. Necesitaba hacerla mía, los dos lo necesitábamos. Sin parar de
besarnos, los dedos se movían masturbándome con decisión, la erección
haciéndose presente con tan exquisito roce. De ese modo, el músculo viril quedó
largo y grueso, listo para una nueva fase en la que explayarse convenientemente.
- ¡Joder Emilio, qué polla más larga y gorda… es enorme! –exclamó
los ojos como platos ante la presencia rebelde que se le brindaba.
Junto a su boca mi sexo se contraía, las venas marcándose desmedidas en espera
de que me la chupara. Cogiéndome firmemente escupió descontrolada sobre la
polla volviendo a comérsela y lamerla, demostrándome con ello lo muy
aficionada a ello que era. Con esa era la tercera vez que me lo hacía,
corriéndome en su boca dos veces. Aunque no habría una tercera, pues pensaba
dárselo esta vez en un lugar más variado para mis intereses. Estuvo de ese modo,
acuclillada con la cabeza metida entre las piernas en una felatio profunda y
agradable que duró apenas dos minutos, lo suficiente para hacerme gimotear
inquieto gracias a aquella boquita que tan bien sabía hacer trabajar.
- ¿Tienes un condón? No quiero tener problemas luego por la locura de
un momento.

- Aquí tengo alguno -respondí cogiendo un par del cajón del lavabo.
Siempre estaba preparado para ocasiones como aquella.

- Muy bien, deja que te lo ponga querido.
Acuclillada nuevamente me lo puso con la boca, haciéndolo estirar hasta dejar el
mandoble completamente cubierto. Lo hizo con maestría, con la misma maestría
que ya había podido comprobar en ella. Pese a lo muy desconocida que había
sido hasta entonces, Violeta no paraba de sorprenderme con nuevas muestras de
su destreza. Tras ella y con las manos en sus caderas, me dediqué a pasarle el
miembro erecto por el hueco que formaban las dos montañas de sus nalgas. Eso
la hacía excitar viendo tan cercano el momento de la penetración. Yo me
entretenía moviéndome adelante y atrás, disfrutando la redondez de aquel par de
cachetes que pronto haría míos. Adelante y atrás, adelante y atrás, el grueso
bálano se elevaba orgulloso con el roce de la piel femenina. La mujer gemía en
voz baja, los ojos cerrados y el mismo gesto de entrega que le conocía. Era
preciosa, el cabello echado por detrás de la oreja y la boca abierta en espera de la
copula. Apoyada en el lavabo, las piernas abiertas y el culo en posición era una
tentación demasiado grande como para no aprovecharla. Así y de un solo envión
se la metí más de la mitad, quedando parado unos segundos para que se
acomodara al tamaño del grueso animal.
- Despacio cabrón… con cuidado, es demasiado grande.

- ¿Te gusta pequeña?

- Me gusta sí pero ve con cuidado para no lastimarme –dijo en voz
baja soportando la presencia que la horadaba.

- Toma polla, verás que te gustará…
La vulva empapada se abrió bajo el empuje de mi sexo, las paredes envolviendo
el lento deslizar adentro y afuera. Ella gemía, sollozando levemente con cada
nuevo golpe. Pronto los gemidos y lamentos fueron ganando en intensidad según
el ritmo crecía en vigor. Los movimientos se hacían fáciles en el interior de
aquel coñito tragón. Muy acostumbrado se veía a las lides del amor, muchas
pollas había tragado en su larga aventura amorosa. Empujando con mayor brío,
podía ver los rostros reflejados en la luna del espejo. Las miradas alteradas por el
constante ir y venir. Follándola ahora lentamente, caí sobre ella besándole el
hombro con suavidad lo que ella agradeció tirando el culo atrás para sentirse más
llena. Llené el hombro de lentos y suaves besos, para luego subir por el delicado
cuello que besé y mordí al escucharla pedir que siguiera. Lo pedía casi a gritos,
removiendo las caderas en círculos alrededor de mi poderoso eje. Yo lo
disfrutaba follándola despacio y deprisa según lo requería, según la veía
responder a mis asaltos. Le comí la oreja cubriéndola del ardor de mis babas y de
mis indecentes palabras que solo lograron hacerla responder del mismo modo.
- Fóllame cabrón, fóllame… deprisa, deprisa no te pares.

- Tómala nena, tómala… mueve el culillo vamos.

- Oh sí, la siento la siento toda… métela hasta el fondo cabrón.

- ¿Te duele?

- Un poco, pero tranquilo que pronto pasará.
Continué moviéndome en el interior de aquel coñito que tanto me apasionaba.
La mano corriéndole por la espalda arriba y abajo, subiéndole después al hombro
acompañando el agradable follar. De ese modo la tenía bien sujeta, pudiéndome
mover con la agilidad necesaria. Los gemidos y sollozos de mi compañera se
hicieron más ruidosos, retumbando rotundos contra el espejo que servía de mudo
espectador a nuestro cálido encuentro. La posición de perrito me facilitaba el
dominio de la situación, llevando el ritmo que mejor me convenía. Entrándole
hasta el fondo, los huevos cargados golpeaban su piel sensible una y otra vez,
una y otra vez. Las manos se hicieron con los pechos que acaricié
manoseándolos con devoción. Ayudando en su mayor excitación al notarse
devorada por mis dedos, que le apretaban ahora con fuerza haciéndola caer hacia
delante.
- Uffff, qué bueno… sigue así, me harás correr otra vez.

- Sí nena, me encanta tu coñito… mueve las caderas y dame placer.

- Sí –el puño tapándose la boca para no gritar el deseo que la oprimía.
Moviéndonos al tiempo la follada se hizo acompasada, empujando yo para
responder Violeta echando el culo atrás aguantando la daga que la traspasaba.
Los grititos y jadeos se mezclaban con mi alterado respirar al gozar de aquel
coñito estrecho que tanto me conmovía. Allí la tenía entre mis manos, jodiéndola
tratando de alargarlo todo lo posible. Las dos corridas anteriores me permitían
aguantar los lentos y rápidos movimientos con los que complacer a mi bella
compañera. Girando la cara me ofreció la boca que envolví con mi aliento hecho
delirio, antes de tomar sus labios besándola apasionadamente. Haciéndola abrir
los labios le metí la lengua hasta el paladar.
- ¡Te deseaba tanto nena, me la he pelado tantas veces por ti!

- ¡Qué apasionado eres… me encantaaaaa!

- Muévete pequeña, muévete… toma polla, toma polla.

- Dame sí, dame con fuerza… hazme tuya, ¡hazme lo que quieras, me
muerooooo! –dijo ya totalmente doblegada y cachonda como una perra.
Aquella perra gritaba sin control, chillando desbocada ante la cercanía del
orgasmo. Yo ayudé a ello golpeando con saña el interior de la rajilla que se
dilataba bajo el empuje de mi ardiente cabalgar. Adentro y afuera, resbalando
entre la comodidad de aquellas paredes ya bien abiertas al lento mete y saca. Al
parar en mis embestidas, frenaba también su placer haciéndoselo más largo e
intenso suspirando hondamente. Con el ceño fruncido sonreía al cruzar la mirada
con la mía. Me volvía loco su gesto de total placer.
- ¡Fóllame mi amor, fóllame no te pares… hasta el fondo, hasta el
fondo!
Salí de ella unos instantes que la hicieron prorrumpir en multitud de
imprecaciones, animándome a entrar en ella.
- ¡No la saques, no la saques malditooooo!
Cogiéndome la polla entre los dedos, la llevó a la entrada para al momento
acogerla entre sus pliegues abriéndose como una flor. Los huevos se pegaron a
ella, con un golpe seco que la hizo sollozar dolorida.
- ¡Ummmm cabrón, qué apasionado y fogoso eres… me vas a matar!

- Tómala, tómala toda y gózala hasta el final. Qué ganas tenía de sentir
tu coñito caliente y jugoso.

- Oh sí, qué cosas me dices… vamos empuja, empuja.
La muy puta removía el culo, provocándome multitud de sensaciones con su
lento movimiento adelante y atrás. Se retorcía hablando entrecortada, sin poder
entender bien lo que decía cada vez que la traspasaba con un nuevo golpe seco.
Entre las manos le apretaba las nalgas, clavándole los dedos sin recato,
manoteándolas luego con rabia hasta hacerlas enrojecer. La pobre Violeta solo
gritaba, sollozando del vivo dolor que sufría. Un orgasmo borrascoso le corrió el
cuerpo agarrada al baño, el trasero vibrándole sobre mi vientre ahora parado
dejándola disfrutar su placer.
- ¡Me corro Emilio, me corro… dios, es fantástico! –chilló hecha una
furia, el cuerpo medio vuelto para sujetarse a mi brazo con desesperación.
Me voy, me voyyyyyyy cariño, qué polla más rica.
Volví a besarla acallando mínimamente sus placenteros jadeos. Las manos en sus
caderas y muslos, la llevé contra mí haciéndola notar mi arma en su interior. La
hermosa hembra gemía con evidente dificultad, recuperando el aliento a marchas
forzadas, tan cansada se sentía. Mi torso caído sobre ella, dejé que se repusiera
comiéndole la oreja para hacerle el momento más delicioso.
- ¡Qué bueno maldito, qué corrida más rica me has hecho tener.

- Me encantas muñeca, me encantas.

- Sí, qué polvo más rico… y tú no te has corrido aún –confirmó los
dedos sobre la raja rozando mi sexo con su lento remover.
Era verdad. Tras ella me mantenía firme pese a la tormentosa relación vivida, la
atractiva Violeta agotada pero feliz entre mis brazos, suspirando de pura
emoción. Aún empujé tímidamente contra ella, la mano en su pecho para
resbalar enlazándole la cintura. Desde los muslos, las manos le subían por la
espalda reconociéndole el contorno, esculpiéndole la silueta sin dejar de
restregarme contra su trasero. Por delante jugaba con su sexo produciéndole
pequeños espasmos en el vientre. Al oído le musité:
- Estás hecha un charco, perfecta para follarte de nuevo.

- Ummmmmmmm hazlo –reclamó los ojos brillándole de deseo.
De puntillas para tomar impulso la penetré furiosamente, dejándola sin
respiración y con la mirada perdida. Puesta de lado le levanté la pierna para
entrarle con mayor comodidad. Nuevo empujón que la hizo palidecer, la cabeza
echada atrás al sentirse tan llena de mí. Agarrada a mi cuello se dejaba follar,
entrándole y saliendo al empujar dentro de ella sin compasión. El sufrimiento se
mezclaba con el goce en su rostro, aullando de placer, jadeando desgañitada. Se
sentía muy puta, con un deseo, una pasión, una lujuria incontenible corriéndole
el cuerpo. Los ojos le brillaban viéndome empujar enloquecido, feliz de verse
poseída de aquel modo tan salvaje. Me dijo que me amaba y no sé cuántas cosas
más, cosas que muchas veces no entendía en la total locura que la embargaba.
- ¡Oh fóllame macho mío, fóllame… es tan grande!

- Sí dios… empuja, dámela toda… la quiero toda.

- Qué polla tan enorme, rómpeme… rómpeme todaaaaaaaaaaaa.

- Toma zorrita, toma… toma polla, tómala.

- Sí, quiero ser tu zorrita… sigue Emilio, más fuerte.
El rápido mete y saca se escuchaba al chocar los cojones contra ella, de forma
brusca y fundidos el uno en el otro. Del muslo la tenía bien cogida y no paraba
de taladrarla sin compasión, haciéndola gritar emocionada por aquel placer que
parecía no acabar nunca. Tomándola del cabello la acerqué quedando ambos
unidos en un beso largo y ardiente, enredados en el ardor que nos consumía.
Violeta gritaba, vociferaba hecha un mar de nervios, aullando su inquietud por
aquel polvo increíble y agotador. ¡El primer polvo que echábamos y menudo
polvo! Era todo un placer poseer a semejante hembra, si me lo cuentan no lo
hubiera creído y sin embargo allí la tenía entre mis brazos y entregada con
descaro a mis más turbios pensamientos.
- ¡Sí cabronazo, qué polvo… qué polvo más bestia cabrón!

- Goza puta, goza… toma rabo, toma.

- Sí, más fuerte… me vas a romper ummmmmmmm.

- ¡Me voy, me voy otra vez… joder, joder!
El orgasmo se instaló en ella, enlazando un primero con un segundo muy
seguido, aullando y berreando como la perra en que la había convertido. Los
cabellos sudorosos cayéndole por el rostro herido por un dolor intenso,
devastador e insoportable para la pobre mujer. Era ya mía, completamente mía y
no iba a renunciar a ella tan fácilmente. El cornudo de su esposo debería
compartirla de forma habitual, pensaba repetir aquello siempre que pudiera. La
hembra adúltera valía mucho la pena, no había duda de ello.
Sacando la polla húmeda de sus jugos, brillante y apuntando al techo en posición
autoritaria, la encontré de nuevo apoyada en el lavabo con el culo en pompa.
Demasiada belleza para los sentidos. Empecé a comerle la raja y el culo,
pasando la lengua como antes en una tarea que me encantaba. Al pasar la lengua
rozándole el agujero del ano, la mujer dio un respingo placentero removiéndose
sin parar de gimotear. Se juntaba a mí, ahogándome al darme a probar sus tersas
nalgas que chupé y mordí con impaciencia. Me lo pedía con voz bronca y
quebradiza, pidiéndome que la chupara, que su marido nunca se lo hacía. Yo le
chupaba el anillo anal haciendo caso a sus súplicas mientras por delante le
acariciaba el irritado chichi produciéndole grititos de éxtasis.
Tomada por la dureza de los muslos, la llevé al suelo cayendo junto a ella. Por
detrás le hundí un dedo en la vagina para sacarlo al momento bien lubricado de
sus jugos. Se lo di a probar saboreándolo Violeta con evidente placer. Lo llevé al
culo empezando a presionar ligeramente, dio un brinco satisfecho al sentir la
presión buscando ir más lejos. Me preguntó si quería follarle el culo y le dije que
sí a lo que respondió cerrando los ojos en gesto de sumisión. Abriéndola con
dificultad fui metiéndome en el culo, pidiéndome la mujer que se lo hiciera
despacio, que no estaba acostumbrada. Lo tenía apretado, no se relajaba y
costaba dilatarlo. Traté de tranquilizarla con suaves palabras al oído mientras
continuaba apretando sin descanso. Se la veía nerviosa, pero también excitada
por continuar con aquello. Poco a poco fui entrándole hasta conseguir tenerlo
más de la mitad. Mi bella amante lanzó un lamento dolorido al notar como la
penetraba ya con su total consentimiento. Empecé a follarla, moviendo el dedo
lentamente mientras sus quejas se hacían débiles. Así estuve largo rato,
trabajándola a conciencia para el próximo paso. Con el culo mojado y abierto, le
hice levantar la pierna al quedar tras ella. Cogiéndome la polla, busqué la
entrada con desazón y deseo por poseer el estrecho agujero.
- Voy a follarte el culo.

- Despacio…

- Pídemelo nena.

- Con cuidado cariño –solo dijo gimoteando pero sin apartarse como si
ella también lo deseara.

- -Relájate anda, verás que fácil.
Temblaba toda ella, el gesto fruncido y el pelo por la cara. Pasándole la cabeza
por la raja y el anillo, comencé a empujar lo que resultó ciertamente difícil.
Protestaba, gritaba tratando de separarse en una última muestra de cordura. Pero,
más fuerte que ella, tomé pronto las riendas de la situación agarrándola con
ánimo para que no escapara. Le dolía pero seguí enchufándola centímetro a
centímetro en el férreo canal. Quedé quieto para que se dilatara y poco a poco así
fue, notándola aflojar los músculos en actitud de entrega. Ahora sí, con más de
media polla dentro empecé a follarla con gran placer, muy despacio y
disfrutando cada nuevo envión. Violeta gritaba, sollozaba apretando los dientes
hasta hacerlos rechinar. Los ojos vidriosos, declaraba su intenso dolor. Le
quemaba según sus propias palabras. No por ello cejé en mi empeño ahora que la
tenía entre mis brazos, sodomizándola con suavidad para que se fuera haciendo
al enorme invitado que la rompía. Me encantaba aquel culo redondo y firme,
poseer sus formas voluptuosas mientras con las manos le agarraba las tetas
hechas dos flanes.
- ¡Me quema bellaco, vas a rompermeeeeeee!

- Tranquila muñeca, verás que pronto te gustará

- ¿Tú crees cabronazo? –preguntó poniendo en duda mis palabras.

- Seguro que sí, solo relájate y todo será más fácil.

- Mmmmmmmmmmmm, me dueleeeeeee.
Paso a paso el ritmo se hizo más decidido, ganando en brío y dinamismo. Ella
fue acomodándose a la cadencia que le imponía, abriendo más las piernas y
moviendo el culillo contra mí. Con un golpe brusco de riñones se la metí entera.
La rubia abrió la boca con desesperación nada más sentir la grosera estocada.
Gritando y chillando rota bajo mi peso. Un pequeño grito le escapó después de
entre los labios, mitad dolor mitad placer con el que suspirar al tenerme dentro.
- ¿La sientes?... ¿dime la sientes dentro de ti?

- Me vas a matar maldito… es demasiado grande para mi pobre culito.
Una manotada le di para que pensara en otra cosa, repitiendo con otras dos hasta
dejarle la nalga encarnada. Cogida del cabello y la cadera, volví a los fuertes
empujones. Entrando y saliendo más fácilmente, los huevos chocaban contra sus
nalgas rompiéndoselas entre sus lamentos doloridos. Le daba sin hacer caso a
sus súplicas, abandonada a su suerte y sin que mi miembro diera muestras de
cansancio.
- Ah, me duele me due… le… ¡ayyyyyyyyyyyy!

- Toma perra… me encanta follarte el culito… qué rico lo tienes.
Gritos inundaron el baño como un torrente irrefrenable, aguantando mis
embates, duros, violentos. Mis dedos en su clítoris pareció disfrutar,
removiéndose con el roce, echando el vientre adelante para que la rozara. Las
quejas dieron paso a suspiros de goce, aguantando inmóvil y siendo ella la que
tomaba su sexo acariciándolo con premura. Empezó a excitarse, yo tras ella sin
moverme esperando que se calentara. Se metía los dedos en el agujero
empapado, follándose ella misma, pajeándose con el semblante demudado.
- ¡Me voy, me voyyyyyy… me corro cabrónnnnnnn! –avisó moviendo
los dedos frenéticamente, mordiéndose el labio sin parar de suspirar y
jadear de puro gusto.
El gusto que le corría el cuerpo, agotada conmigo encima acariciándole el pecho
y jugando con el pezón duro como una piedra. Chilló retorciéndose y
estremecida por un nuevo placer que le abandonaba entre las piernas. Tomando
el relevo y sin dejarla descansar, empujé contra ella sodomizándola una y otra
vez, saliendo y entrando con fuerza en busca de mi propio placer. Me dolían los
huevos y necesitaba descargar. Violeta estaba tan encendida que ya no podía
decir que no. Además el morbo podía con ella, la mujer casada entregada por
entero al amante de aquella noche de copas. Empecé a darle más duro, con
fuerza desenfrenada, abriendo el ano ya roto por la infame enculada. La mujer se
quejaba ya sin fuerzas, derrotada, hecha un guiñapo.
- ¡Ayyyyyy, mi culo… me quema pedazo de burro!

- ¡Me voy a correr nena, no aguanto más!

- -¡No pares… sigue dándome con fuerza, me matas pero necesito que
sigas… jódeme, jódeme el culo! –exclamó perdida la razón.
Parado entre sus nalgas, empecé a correrme llenando la goma con el semen que
me quedaba. La cabeza me dolía y el cuerpo no me respondía, tan cansado
estaba. Grité yo también al notar la leche brotar, apretado por el estrecho agujero
que me ordeñaba hasta sacármelo todo. Le comí la nuca y el cuello, el aliento
entrecortado por un orgasmo profundo que me había llevado a un estado
desconocido hasta entonces. Caí sobre ella, agotado y cubriéndola con mis
piernas, rodeándola para quedar fundidos en uno. La rubia se dejó abrazar,
dándome la boca para besarnos con lascivia, tocándonos los miembros laxos por
el esfuerzo. Respirando ahogadamente, el uno junto al otro caímos derrengados
en el suelo, mi cuerpo encima de ella con la polla todavía dentro hasta que
finalmente la saqué con un leve gruñido por su parte.
- Maldito hijo de puta, eres un animal… no tenías bastante con mi
coño que tuviste que romperme el culo.

- No te quejes que te gustó.

- Me gustó sí, al principio me dolió horrores pero luego me gustó –
aseguró removiendo el culo en señal de asentimiento. El tonto de mi marido
nunca me lo hizo.

- Menudo gilipollas –enfaticé mis palabras lanzándome sobre ella para
acabar unidos en un beso largo y sincero con el que mostrar mi amor
incondicional por ella.
Violeta solo reía, encogida entre mis brazos y mi cuerpo que la rodeaban en su
feminidad. Tras un baño reparador con el que relajarnos, dormimos hasta bien
tarde para reponer las fuerzas perdidas en tantas horas de asueto. Su marido se
encontraba ahora muy lejos de sus pensamientos.












Casting porno




Aquel martes por la mañana me encontraba en una espaciosa habitación de
iluminación eléctrica, esperando la entrevista para la que me habían convocado
la semana anterior. Sin posibilidad que ofreciese luz de la calle, y sentado en una
de las típicas sillas que encontramos en cualquiera de las oficinas que todos
hemos podido pisar en alguna ocasión, había llegado a la cita con unos diez
minutos de antelación. De las paredes de un celeste luminoso, colgaban varios
cuadros con láminas de lo más anodino e insulsas como si en ellas no se pudiese
encontrar el más mínimo mensaje o al menos ciertamente no se lo descubría. Me
encontraba tranquilo aunque necesitaba el trabajo. Un mes antes, la empresa en
la que llevaba un tiempo largo trabajando, cerró las puertas por falta de
actividad. Así pues, con veintisiete años y el alquiler de dos meses por pagar, me
eché a la calle en busca de algo rápido al menos hasta que saliera una cosa
mejor. Un anuncio en uno de los periódicos de tirada nacional, solicitaba
hombres para fotografías y videos de contenido erótico.
La bella joven de la recepción, me indicó amablemente que me sentase antes de
ser recibido. De unos veintipocos años, rubita de nariz chata y grandes ojos
azules, parecía la habitual muchacha falta de experiencia y de la que el jefe podía
fácilmente haberse encaprichado. Desde donde me encontraba, podía verla
sonreírme cada vez que levantaba la mirada de la revista a la que en realidad
poco caso estaba haciendo. Me había fijado y seguí fijándome en ella como no
podía ser menos. Pese a su evidente torpeza, tenía uno o dos polvos sin duda
alguna. Rubita de un rubio platino que molestaba a la vista, rostro ovalado en el
que destacaban aquel par de grandes ojos repletos de rímel, la vi levantarse en
busca de un café que pronto sacó de la máquina que reposaba en la pared de la
derecha, justo frente a donde me encontraba. Ahora sí podía contemplarla por
entero. Enfundada en un mono negro ceñido que remarcaba su bonita figura,
estaba como digo para darle un buen revolcón. Ensimismado como estaba en el
cuerpo de la joven, no tardé en notar a mi inseparable amigo responder bajo el
tejano. El rápido taconeo me sacó pronto de mis libidinosos pensamientos,
viéndola volver a su butaca. Apenas un minuto más tarde, pude escucharla
hablar a través de la centralita telefónica, colgando a continuación e
indicándome con una encantadora sonrisa la puerta donde me entrevistarían.
Devolviéndole la sonrisa al ponerme en pie, tomé la mochila que llevaba para
dirigirme a la puerta en la que golpeé con los nudillos. Tras la misma, escuché
una voz femenina invitarme a pasar.

- Hola… Hola, soy Berta.

- Soy Salva, encantado –acepté la mano que me ofrecía.

- Igualmente… Perfecto, siéntate.

- Gracias.

- ¿Salva?
Buscando la comodidad del asiento y echándome adelante, respondí su pregunta
con un tímido asentimiento de cabeza. Quedando rápidamente enfrentado a la
mujer, al momento retomó la palabra continuando con las primeras fórmulas de
encuentro.
- Muy bien Salva. Primero de todo, las preguntas irán dirigidas a
conocernos un poco. Quiero que te sientas cómodo en todo momento y que
si no es así me lo indiques para el buen funcionamiento de la entrevista…
preferiría que nos tuteásemos, espero que no haya ningún problema.

- No, ningún problema.

- Ok, empezamos entonces. Dime… ¿qué edad tienes?

- Veintisiete.

- ¿Veintisiete? ¿En serio?

- Sí, ¿por qué? ¿Parezco mayor?

- No, no quise decir eso. Al contrario, pareces más joven.

- Oh gracias, es todo un cumplido.

- Ok, está bien.
La amplia sonrisa de la mujer pareció querer romper la tensión de los primeros
momentos. Tirada hacia atrás y con las piernas cruzadas, apuntaba cada una de
mis respuestas en la libreta que mantenía apoyada en el muslo. Un ordenador a
su lado sobre la mesa blanca de formica y en la que dejaba reposar el brazo
mientras tomaba nota. De ese modo y siguiendo sus instrucciones, poco a poco
fuimos entrando en materia.
- Y ahora dime… ¿qué hobbies tienes?

- ¿Hobbies? ¿Quieres decir a qué me dedico, mi trabajo o…?

- Sí, quizá eso esté mejor. ¿A qué te dedicas?

- Bien ahora mismo… la verdad que acabo de dejar de trabajar.

- ¿Por qué motivo?

- Bien, la empresa cerró totalmente por falta de actividad… así que
pensé que sería una buena idea probar algo nuevo. Y esto era algo que
siempre he tenido en mente…

- ¿Algo nuevo? ¿A qué te refieres con algo nuevo? ¿Qué andas
buscando? ¿Cuál es el motivo principal de que estés aquí?

- ¿Qué por qué estoy? Pienso que sabes la razón por la que estoy aquí.

- Ummmm… Sólo pretendía que tú me lo dijeras. No importa,
cambiemos de tema. ¿de dónde eres?

- Vengo de Madrid.

- Ah, ok.

- He pasado estos dos últimos años en Madrid y vengo a Barcelona por
una temporada. Ya sabes, nuevos retos y un cambio de aires para conocer
gente nueva.

- Ah bien, eso está muy bien… cambiar de aires de vez en cuando.

- Eso es…

- ¿Dónde exactamente de Madrid? ¿En el centro, a las afueras?

- Bueno, no exactamente en Madrid. Los alquileres están carísimos.
Compartía piso en Collado Villalba con unos amigos, al norte de Madrid.

- Oh sí, Collado Villalba… conozco un poco esa zona. No está mal.

- Es un bonito pueblo y bien comunicado con Madrid.
Segundo a segundo, minuto a minuto me iba sintiendo más cómodo y a gusto
junto a ella. La mujer que tenía frente a mí resultaba agradable y hermosa. La
verdad es que todas me parecen hermosas pero, en concreto, Berta era de
aquellas mujeres en las que uno repara nada más verla. Una mujer de bandera,
morena con el pelo recogido en una larga coleta que le caía por encima del
cuello, de rostro anguloso y alargado se humedecía de forma constante los labios
que cada vez me apetecía más besar. Los ojos castaños y rasgados, quedaban
ocultos tras los pequeños y diminutos lentes de elegante montura roja. La mirada
limpia y tremendamente atractiva, pese a alguna que otra mínima pata de gallo
así como ciertas arrugas que trataba de disimular con algo de maquillaje. A bote
pronto le eché unos treinta y cinco años, quizá alguno más.
Blusa color caqui con los dos botones de arriba sueltos dejando el cuello al aire,
junto a unos vaqueros blancos y unos botines grises era el conjunto que vestía.
En el respaldo de una silla cercana reposaba la americana de inmaculado tono
blanco. Sin parar de preguntar y anotar mis respuestas, Berta cruzaba y
descruzaba las piernas de forma descuidada aunque a mí me pareció de lo más
femenina y seductora. Toda mi atención se centraba en ella y en su figura con
algún que otro kilo de más aunque no en exceso. Los brazos rollizos y la tripita
abultada. Los muslos también rollizos quedaban marcados por el tejano ceñido.
Pocas lorzas en las caderas y la nalga parada, redonda y dura que el cruce de
piernas dejaba entrever. Tras responder la última de sus preguntas, mi mirada se
perdió de forma inevitable sobre el par de pechos que parecían querer romper la
fina tela de la blusa. Pechos redondos y todavía firmes para su edad. Ahora fui
yo quien tuvo que humedecerse los labios frente a semejante hembra.
- Muy bien Salva. Una vez nos hemos conocido un poco mejor creo que
es hora de entrar en materia respecto al por qué estás aquí… dime, ¿te
gusta el sexo?

- Sí claro, es por lo que estoy aquí.

- ¿Mucho?

- Sí, por supuesto.

- ¿Y lo has hecho antes? ¿Tienes experiencia sobre ello?

- Ummmmm, frente a la cámara la verdad que no mucho. Pero por
teléfono he estado con chicas, pero nada especial. Sí he visto mucho porno.

- ¿En serio? ¿Qué tipo de porno? ¿Porno duro o más bien suave…
supongo que ya sabes a qué me refiero? ¿Cuál es tu favorito?

- Bien, cuando veo porno me gusta fijarme en la chica. Lo mismo en
internet, entro si la chica es hermosa y no tanto si la historia es dura o
suave… no es algo importante para mí. Me gusta ver a la chica follando. Si
la chica me gusta, me apetece verla follando. Si es una escena dura o suave,
mientras lo haga bien consigue excitarme.

- Muy bien, resulta interesante. ¿Sólo chicas o también hombres?
¿podría tal vez interesarte hacer fotografías con chicos o incluso algún video
gay?

- No, solo chicas… hice un trío con una pareja madura pero solo estuve
con ella. Los hombres no me van…
La conversación comenzaba a excitarme sin remedio. El pene dormido bajo el
pantalón empezaba a responder, encabritándose tímidamente como antes lo había
hecho con la joven muchacha de la recepción. Ciertamente, no estaba nada mal
el material femenino que por allí corría. También yo me sentía escudriñado de
arriba abajo por la mujer que no paraba de observarme con mirada inquisitiva,
seguramente seleccionando el candidato a elegir.
- Sigamos con la entrevista. ¿podrías quitarte la ropa?

- Sí claro. ¿Todo?

- Sí, por favor. Ponte en pie. Bueno no sé si porque…

- ¿Por qué?

- Bueno… no está mal. Es grande…

- ¿Algún problema por ello?

- No, pero es algo grande para nuestras películas.

- Perdón pero… ¿qué significa grande?

- Tu polla.
Me fui quitando la ropa poco a poco y sin vergüenza alguna, la verdad es que
nunca tuve problemas con mi desnudez frente a otras personas. La camisa fuera,
luego las deportivas y finalmente los tejanos y el slip siguieron el mismo camino
hasta quedar completamente desnudo ante ella. Con la mano apoyada bajo la
barbilla, Berta contemplaba la escena con aparente tranquilidad. Imaginé que no
era el primer hombre al que veía desnudo a tan corta distancia. Una sonrisa
cubrió su rostro sin dejar de observar mi sexo con detenimiento, el bolígrafo
entre los dientes mientras hablaba conmigo. El miembro ya con un tamaño más
que aceptable se veía caído, apuntando hacia abajo y con la piel cubriéndolo en
su totalidad. Con un buen tratamiento estaba seguro que pronto mostraría la
dureza habitual en el mismo. Imaginaba un montón de posibilidades junto a tan
bella hembra, en ese momento no me hubiera importado para nada tener algo
con ella. Más bien era algo que deseaba con todas mis ganas. Con tan cálidos
pensamientos y su presencia tan próxima noté el pene endurecerse, estirándose
sin remedio entre las piernas.
- ¿Mi polla es grande?

- Aja, eso creo sí.

- Bueno, no creo que sea grande… quiero decir que he visto mucho
porno y suelen ser grandes. No creo que la mía sea un problema para poder
actuar.

- ¿Estás seguro?

- Sí claro.

- ¿Puedo tocarla aunque solo sea un poco?

- Por supuesto, ningún problema.
Alargando la mano me la tocó con suavidad provocando en mí una alerta
instantánea. Esa suavidad de dedos, acariciándome de forma lenta y deliciosa al
rozarme a lo largo del tronco, haciéndose poco a poco al cada vez mayor grosor.
Empezó a masturbarme sin mirarme siquiera, concentrada por entero en lo que
hacía. Lenta, muy lentamente movía los dedos por encima del miembro
atrapado, deslizando la piel adelante y atrás hasta descubrir la rosada cabeza del
glande. Gemí disfrutando la caricia y entonces sí la vi mirarme, elevando la cara
al sonreírme con gesto cómplice. Continuó su tarea habituándose al nuevo amigo
que entre los dedos encerraba.
- Es realmente grande.

- ¿Eso crees?

- No sé…

- Bueno, quizá te asuste pero estoy seguro que las chicas que hacen
porno están acostumbradas a algo así. ¿Estoy equivocado?

- Sí, seguramente tienes razón.

- ¿No has hecho ninguna escena alguna vez? ¿nunca has actuado?

- No nunca. Sólo me dedico a las entrevistas y a buscar los mejores
candidatos.

- ¿Tal vez? No sé… ¿te gustaría probarlo ahora?

- ¿Hablas en serio?

- Sí claro, ¿por qué no?

- Debes estar loco al plantearme algo así. Tengo pareja con la que soy
feliz y esto es solo un trabajo…
Me notaba cada vez más excitado con lo que me hacía y solo pensaba en
aprovechar la oportunidad que fácilmente podía darse. Aquella mujer me ponía
mucho, deseándola desde apenas las primeras palabras que habíamos cruzado
momentos antes. Ese mundo era propicio para esas cosas y por qué no con ella.
Pese a sus palabras, seguía sentada frente a mí moviendo los dedos arriba y
abajo haciendo el roce cada vez más intenso. Evidentemente parecía gustarle
aquello pues para nada hacía ademán de abandonar su presa. Lancé un gemido
estentóreo animándola con ello a continuar. La hermosa mujer reía llena de
malicia y nerviosa con mis palabras, mostrándose al menos tan nerviosa como
yo lo estaba. Quedó quieta y callada unos segundos, la mano corriéndole sobre el
muslo y la rodilla. Sin aguantar por más tiempo el deseo que me quemaba por
dentro, le alargué la mano incitándola a acompañarme. Un grito exaltado emitió
aceptando Berta el ofrecimiento, permaneciendo en pie a mi lado hasta quedar
ambos unidos.
- ¡Ey, para muchacho! No, por favor… eres malo conmigo.

- ¿Malo por qué?

- Déjame, déjame. No debería hacer esto… ya te lo dije.

- Déjate llevar mujer, tú sólo déjate llevar.

- No, por favor… déjame, dé… jame…

- Calla mujer, calla.

- ¡No, por favor… ahhhh… esto es una locura para!
Tomándola del cabello, la atraje para hacerla callar con el primero de mis besos.
Saboreé por primera vez aquellos labios húmedos y jugosos, sintiéndolos arder
junto a los míos. Removiéndose inquieta, se quejaba tratando de desasirse,
musitando palabras apagadas por el deseo. Poco a poco fue abandonándose a su
suerte, presentando menor resistencia hasta quedar entregada entre mis brazos.
La madura treintañera se pegaba ahora como una lapa, la mano en mi pecho
mientras la tenía enganchada por la espalda. Bajando la mano a la cintura, llevé
la otra a la nalga encontrándola dura y prieta al estrujarla entre los dedos. Berta
se elevó buscando mis labios de forma desesperada. Nos besamos dándonos las
lenguas al hacer el abrazo mucho más decidido. Sacando la lengua, la obligué a
abrir los labios pudiendo así enlazarla junto a la suya. Un beso de tornillo era
una buena forma de conocer lo muy rendida que se encontraba. Seguí
explorando el interior de la boca, pasando la lengua sobre la suya, notando los
dientes rasparme, las cálidas salivas mezcladas una con otra. La escuché gemir
con fuerza al volver mis manos sobre su culo, tratando de elevarla del suelo. Los
dedos entre sus cabellos, me sorprendió al ser ella la que sacaba la lengua para
volver a besarnos de nuevo.
- Déjame, déjame por favor… No debo, no debo…

- ¡Calla, calla!

- No, eres malo conmigo bandido.

- ¿Acaso no te gusta?

- Claro que me gusta, es solo que…

- ¿Qué?

- Nada, nada… vuelve a besarme, bésame Salva.
La lucidez volvía a ella por momentos, pareciendo echar por tierra tan agradable
encuentro. Entre hipidos se resistía de forma leve, abrazada a mí sin muchos
esfuerzos por separarse. Por mi parte, la tenía bien sujeta con la firme idea de no
dejarla escapar. Aquel cuerpo tan bien formado me estaba haciendo perder los
estribos, acariciándola con descaro por encima de las ropas sin parar de mover
las manos arriba y abajo. Buen cuerpo, buenas tetas, era imposible mantener la
compostura ante semejante monumento de mujer. Con todo en su sitio y carne
donde coger como a mí me gustaba, uno debía estar loco para dejar pasar una
ocasión como aquella. Del cabello bajaba por la espalda hasta alcanzar la cintura
que enlacé con el brazo. La besé con ternura, sintiendo los labios temblarle como
le temblaba el resto del cuerpo. Cogiéndome la cabeza, volvió a abrir la boca
para caer en un beso apasionado y sensual, las lenguas luchando entre ellas en un
contacto feroz. Más baja que yo, los ojos cerrados y con el gesto entregado, se
agarró a mis brazos al elevarse sobre los pies demandando que la amase. Lo
hice, aquella mujer valía mucho la pena y debía aprovecharlo. Un latigazo me
corrió entre las piernas al ver la fuerza con que me apretaba los brazos.
- Bésame, bésame cariño.

- Eres preciosa.

- Oh sí, dime cosas bonitas anda.

- Me gustas Berta. Me gusta tu cuerpo de formas redondas y
curvilíneas.

- Así sí, continúa diciéndome esas cosas.

- Me gusta tu cuello largo y delicado, me encantaría comértelo hasta
hacerte rabiar.

- Sí chúpamelo… eso me pone un montón.

- Te deseo nena, te deseo. Me muero de ganas de hacerte el amor.

- Ummmmm qué directo… sí, ámame chico malo…
Atrapé su cuello, empezando a chuparlo y lamerlo con fruición. Haciéndola
suspirar y removerse con cada nuevo roce sobre su sensible piel. Temblaba toda
ella dejándose hacer, riendo y agradeciendo las constantes caricias que le
prodigaba. Era cierto que aquello le ponía un montón, no me había engañado y la
prueba clara es que parecía perder el sentido con los chupetones y besos que le
daba. Subía y bajaba para volver a subir, pasando y repasando la lengua de
manera procaz. Mientras lo hacía llegándole a la barbilla y luego al labio inferior
que mordí provocándole un gemido lastimero, con las manos le corría la espalda
resbalando por los costados hasta hacerme con el redondo y prieto trasero que
manoseé haciéndome al tamaño notable del mismo. Traté de soltarle el botón del
pantalón pero ella no me dejó diciéndome con voz mimosa que esperase y que
ahora quería otra cosa.
- Espera nene, espera. No seas impaciente, ¿quieres?

- Lo que tú mandes preciosa.

- Ummmmm, me chifla que me digas eso…

- ¿Qué quieres hacer?

- Me gustaría excitarte con mis manos y mi boca.

- ¿Eso quieres? ¿Quieres chupármela?

- Oh sí, me gustaría. Aunque es realmente grande.

- No te preocupes por eso. Seguro que sabrás hacerlo bien.
Obligado a echarme hacia atrás, quedé sentado con las piernas abiertas en las
que se hundió tomando mi sexo entre los dedos. Arrodillada y riendo divertida
con los ojos brillantes de deseo, pronto se apoderó de mis bolas lamiéndolas
dulcemente para con extrema lentitud subir por el tallo endurecido y ya más que
hinchado. Todo ello sin dejar de clavar la mirada en la mía, quedando un
segundo con la boca abierta antes de atraparla entre los labios produciéndome un
placer infinito. Aquello era más de lo que podía haber esperado. Cuando llegué
unos minutos antes nunca hubiera podido imaginar algo así. Pero me encantaba,
una mujer como Berta a mis pies y empezando a darme el placer que tanto
necesitaba. Con la boca llena y ayudándose de la mano, produjo un gemido
hambriento comenzando con ello a mover la cabeza arriba y abajo. Comía de
forma experta, chupando sin dejarla escapar un solo momento para, de pronto,
echarse con la mano a un lado el cabello que le molestaba, masturbándola dentro
de la boca que acariciaba suavemente con los labios envolviendo el grueso
champiñón. Gemí sin remedio ante la experiencia que la hembra madura
atesoraba.
- ¡Oh dios, sigue nena!

- Ummmmmmmmmmm.

- ¿Ves como lo haces perfecto?

- ¿Te gusta cariño?

- Me encanta… la chupas de maravilla.

- Eres un zalamero, al fin y al cabo eso decís todos.

- Lo digo en serio mujer, no te miento puedes creerme.

- Está bien… dejémonos de tanta charla. Esto me gusta, tienes buena
polla muchacho.
Entre los dedos empezó a masturbarme con dedicación y suavidad, moviendo la
mano arriba y abajo de forma lenta, sin prisa alguna al disfrutar la respuesta que
mi sexo daba. La piel descapullando y cubriendo el glande de forma alternativa
según la mano me trabajaba. Y mientras lo hacía, mantenía la mirada
entreabierta y sensual, sacando la lengua de vez en cuando para pasarla por los
labios de forma perversa. Los humedeció en claro gesto de apetito, estimulando
el tronco con el incesante ir y venir de sus dedos de largas uñas negras. La mano
en su bonito pelo lacio, jadeé largamente al cerrar los ojos. Berta chupaba ahora
a mayor velocidad, sacando y metiendo más de la mitad del tronco hasta verse
obligada a dejarlo para poder respirar. Con la mano se ayudaba, haciéndome el
placer mucho más profundo. Le pedí que me mirara y entonces pude gozar su
mirada pasional y depravada, masturbándome sin descanso entre mis débiles
gemidos. Sacó la lengua para lamer ligeramente el glande. Sin decir palabra, la
hermosa madura continuaba su tarea, el miembro bien agarrado entre sus dedos
de lentos movimientos. Abriendo la boca volvió a tragársela, esta vez mucho
más al fondo, notando la lengua por encima de mi sexo lamiéndolo con deleite.
Se notaba que lo disfrutaba, metiéndola y sacándola, envolviéndola con aquellos
labios que me hacían vibrar de emoción. Apareciendo brillante de sus babas,
lamió el hinchado capuchón en pequeños círculos, sonriendo su malicia para de
nuevo metérsela centímetro a centímetro.
- Mírame nena, mírame.

- ¿Te gusta lo que te hago?

- Continúa, continúa… me encanta la boquita que tienes.

- Se te ve nervioso, eh. Eso está bien.

- Chúpala muñeca, chúpala… me tienes loco.

- ¡Qué polla tan fantástica, muchacho… me llena toda!
Tras dejar de masturbarme volvió a tragarla hasta llenar el carrillo. Dejándole el
largo cabello suelto, se lo tuve que apartar hacia atrás para poder ver lo que me
hacía. Y la imagen que la madura ofrecía era de lo más sensual y llena de vicio.
Me miraba provocándome con el brillo de sus ojos, relucientes y sacando la
lengua para enseguida continuar jugando con el tronco largo y duro, dándole
besitos y luego recorriéndolo sin dejar trozo por lamer. Arriba y abajo,
escupiendo sobre el mismo y esparciendo las babas con la mano mientras
murmuraba en voz baja sin llegar a entender lo que decía. Con los dedos
acompañaba el lento movimiento de su boca, bien sujeta de la cabeza y sin parar
de gemir y jadear mi placer. ¡Hija de puta, qué gusto me estaba dando! Pero aún
podía aguantar sin correrme. Bien enganchada y sin dejar de contemplarla, me
masturbaba ahora a buen ritmo y sin decir palabra. Solo mis gemidos placenteros
se escuchaban en la cálida habitación en la que nos encontrábamos. Rodeando el
miembro con la lengüecilla y subiendo al glande, abrió los ojos dirigiéndome
una dulce proposición que me supo a música celestial.
- ¿Quieres lamerme el coño?

- Claro nena… me encantaría.

- ¿Seguro?

- Sí.

- Bien, lo tengo muy mojado…
Sus palabras apenas un susurro, los ojos vidriosos por la emoción que la
embargaba, la lengua pasándome por encima para acabar con un suave roce de la
punta, subió una vez más a lo largo de mi sexo curvado. Temblé con esta última
caricia, enloquecía con cada nuevo roce de aquella ávida lengua. El silencio se
podía cortar con un cuchillo, solo mis débiles suspiros como respuesta a mi
anhelo por sentir mucho más. La hice levantar, soltándole el botón del pantalón
para conseguir bajárselo mínimamente. De pie y pegada a mí, me apoderé del
trasero clavándole los dedos en el mismo. Berta gritó de puro gusto, riendo mi
descaro. Me encantaba aquel culo, desnudo bajo mis manos, duro, redondo y
apetecible al tacto. Apoyada en mis hombros, la hermosa mujer se dejaba hacer
lanzando el cálido aliento sobre mi rostro. La rodeé por la cintura, atrayéndola
para caer sobre la redondez de uno de sus pechos. Gimió al notar mis manos
manosearla, apretándole el culo mientras la llenaba de besos por encima de la
blusa. La respiración entrecortada, se la veía muy caliente y receptiva a mis
caricias. Nos besamos con delicadeza y al separarnos me pidió que le quitara el
pantalón.
- ¿Me lo quitas?

- Claro cariño, será un placer.
Una vez fuera los botines y el pantalón a lo que ayudó con suaves movimientos
de pies, me hizo acompañarla al enorme sofá de tres plazas que presidía la pared
del fondo. De un blanco luminoso resultaba perfecto para lo que queríamos.
Quedando tumbada boca arriba y despojándola del diminuto tanga de un suave
color granate que le cubría el sexo, descubrí finalmente el tesoro que tanto
apetecía hacer sufrir. De abundante y bien cuidado vello ensortijado, el
triangulillo que le formaba resultaba deseable a la vista. Me humedecí los labios
imaginando el festín que me esperaba. Berta, con la mirada desencajada y
abandonada a su suerte, dobló las piernas mostrándose de ese modo por entero.
Con los dedos se abrió los labios apareciendo ante mí la flor rosada que era su
sexo. Gimió desfallecida, indicándome con voz ronca que la acompañara.
- Estoy muy cachonda… cómemelo todo…

- ¿Eso quieres?

- Oh cariño, hazlo. No me hagas sufrir más.

- Menuda guarra estás hecha.

- ¡Sí soy tu guarra. Vamos cómemelo!
Sin apartar la mirada de la mía, la vi masturbarse con las piernas completamente
abiertas. Me encantó verla así. Moviendo los dedos muy despacio por encima del
clítoris, se abrió después los labios para meter uno de los dedos y luego otro más
entre las paredes de la vagina. Los metía y sacaba, alternando caricias en el
sensible botón con una follada lenta y agradable buscándose los rincones más
apartados de su sexo. Mientras lo hacía, la veía sacar la lengua provocándome
con ello al pasarla por los labios de manera grosera. Sin poder poner freno a mi
excitación, tuve que tocarme el pene palpitante y lleno de impaciencia. En
posición de descanso gracias a la tregua que me daba, Berta se incorporó un
instante hasta alcanzarme y coger mi pene entre sus dedos. Empezando el
amable movimiento de la paja, pronto respondí pasando de la suave flacidez a
una presencia desafiante y firme que la hizo admirar. Llevándome a ella nos
morreamos, comiéndonos las bocas al correr las manos descontroladas, la suya
sobre mi sexo mientras las mías se complacían con la dureza de sus muslos.
Continuamos besándonos, acallando con ello su respiración alterada por la
pasión. Entre gemidos placenteros se removía, estirando las piernas, echándose
atrás para una mejor posición, abriéndose el coñito para volver a meter los dedos
en el mismo. Así se masturbó, ganando en velocidad camino de su propio placer.
Se follaba metiéndose los dedos hasta el final, dos dedos en su vagina para pasar
luego al culo que penetró con uno de ellos. El estrecho esfínter se acostumbró
con facilidad al intruso que lo transgredía. Aquella novedad me pareció de lo
más interesante y de la que seguramente me aprovecharía a no mucho tardar.
Con los dedos en la boca, los chupó para llevarlos una vez más a su sexo
continuando con la feliz follada que se daba. La habitación olía a hembra
cachonda, los gemidos fueron aumentando de volumen con el movimiento cada
vez más rápido por encima de la vulva, acariciándose el clítoris con fruición
hasta acabar derrotada por un orgasmo, que se hizo un segundo casi simultáneo
con la virtud de hacerla llorar de emoción.
- Bésame amor, bé… same.
La besé entrando en su boca hasta el final, prorrumpiendo contra el paladar sin
pedir permiso, llevado por el deseo que me embargaba. La madura jadeaba,
ronroneaba como una gata en celo, gritando al agarrarse con fuerza al
almohadón sobre el que reposaba la cabeza. Los cabellos sudorosos cayéndole
sobre el rostro, mostraba un morbo ante el que ningún hombre se hubiera
negado. La besé una vez más, pasándome ella las manos por la espalda. Grité de
dolor al notar las uñas clavarse en mí, lacerándome la piel al bajar los dedos
hacia abajo. Ya en el culo, me hundió los dedos en él con desesperación,
gruñendo el horrible deseo que la atenazaba. Entonces le comí el cuello
volviéndola loca con ello.
- ¡Ufffff, cómo me tienes. Cómeme el coño… cómemelo despacio, no
puedo más!
Abalanzándome sobre la mujer, hundí la cara en su coño devorándoselo con
gula. Chupándole la vulva hecha un charco, pasándole la lengua por encima del
clítoris, empapándome con la abundancia de jugos que su raja producía.
Lamiéndola una y otra vez, Berta se retorcía con mis primeras caricias. Si era así
nada más empezar, me moría de ganas por seguir y ver como respondía. Con la
mano me apretaba entre sus piernas, sollozando entrecortada, estallando en todo
un arsenal de sonidos descontrolados. Enganchando la humedad de sus labios
con mi boca, tiré de ellos para conseguir meter la lengua atacando las paredes de
la vagina. Una vez me apoderé de ella, la follé metiendo y sacando la punta entre
los continuos gemidos que emitía. Gemía, sollozaba, reclamaba que continuara,
se agarraba tan pronto a mi cabeza como allí donde podía.
- Perdona, estoy muy excitado.

- Tranquilo es normal.
Bebía el calor femenino, ahogándome en ella sin dejar un momento de succionar
y lamer la abierta raja. Con los dedos la acaricié, haciendo crecer el pequeño
botón que era su clítoris. Creció húmedo de mis babas que lo cubrían por entero.
Me encanta eso, ver cómo aumenta el órgano más sensible del elemento
femenino. Es todo un placer chuparlo y verlo sufrir, respondiendo a la caricia.
Era el de Berta, un chocho bien abierto que más tarde supe había dado tres hijos.
Entre sus piernas volví a comérselo, pasando del coño al agujero estrecho de su
ano que lengüeteé unos momentos haciéndola sollozar, ahogándome después en
el manantial que era su sexo hasta que, exhalando grititos desolados, la escuché
correrse una vez más, cayendo derrotada entre espasmos de puro placer. La
pobre bufaba tratando de recuperar el aliento, suspirando de gusto como si se
estuviera muriendo. Y realmente así era. Mirando la flor herida y rosada, me
deleité cerrando los ojos al inspirar el intenso olor a hembra.
- ¡Estás riquísima Berta… quiero ver tus pechos!

- Oh sí chúpamelos, hazlo mi amor.

- ¡Realmente encantadora!

- Ummmmmm, continúa dándome placer…
Soltándose ella misma los botones restantes, disfruté del bonito sujetador que
escondía el par de buenas razones que la mujer tenía. Abriendo la blusa a los
lados, tomé el sostén causándole un grito de sorpresa al bajarle las cazoletas con
un seco golpe de mis dedos. Echándose atrás me miró con ojos fulgurantes,
produciendo un ronco gemido al verse acompañada. Subiendo sobre ella,
quedamos pegados y con las manos en el cuerpo del otro. Me hice con sus
pechos, notándolos duros y tentadores. Puntiagudos y de oscuros pezones, inicié
unos suaves lametones con el fin de humedecerlos. En pequeños círculos, le lamí
primero uno y luego el otro, rodeando la aureola para acabar en el sensible pezón
que atrapé entre los dientes. Tiré del pezón, mordiéndolo débilmente lo que
provocó en ella un suspiro ahogado. Le gustaba, era evidente así que continué
lamiendo y succionando buscando la excitación femenina. Bajo mis labios, las
tetas aparecían tersas y paradas. Volviendo a jadear me pidió que siguiera,
vibrando con el ir y venir de mi lengua por encima de su piel. Masajeándolas
entre los dedos, las manoseé suavemente haciéndome al tamaño de aquellas
preciosidades. Acercando la boca al pezón, soplé sobre el mismo viéndolo
erizarse. Lo mismo hice con el otro, la madura estirada junto a mí con los ojos
entrecerrados en actitud de total abandono.
- ¡Me tienes loco nena!

- Cómo me encanta. Me haces sentir como una puta viciosa.

- Eres preciosa, cualquier hombre moriría por ti.

- Continúa diciéndome esas cosas.

- Te deseo, te deseo…

- Oh sí, hazme tuya mi amor.

- ¿Quieres que te folle?

- Sí lo quiero. Empuja hasta el final… dámela toda, no me hagas
esperar más.
Entré en ella hasta las bolas. Estaba tan mojada y abierta que fue fácil la
penetración, quedando quieto en su interior gozando el coño tan deseado. Un
lamento satisfecho emitimos ambos, la mujer con una mueca de cansancio pero
ansiosa por continuar. Insaciable y hermosa, las piernas abiertas que yo sujetaba
con las manos. Con los ojos cerrados y la boca abierta, gimió débilmente al
sentirse llena. Salí de ella para volver a entrar con una fuerte estocada, quieto de
nuevo escuchándola quejarse. Gimió nuevamente al ver cómo me movía, ahora
de forma lenta mientras le tenía cogida la pierna. Entre los labios le chupé los
dedillos de los pies, ocasionándole con ello una risa nerviosa al verse amada de
aquel modo. Centrándome por entero en su sexo, la follé a buen ritmo, entrando
y saliendo hasta hacerle la respiración difícil. Gemía y jadeaba entrecortada,
gritando con cada nuevo golpe que le endiñaba. Aquel coño tan empapado en
jugos resultaba de lo más tragón y perverso, expulsando y recogiendo mi pene de
manera amable y cómoda. Yo la follaba gozando el rostro desencajado y
sudoroso de Berta, sonriente y luego dolorido al notarse llena de mí. Se apretaba
los labios para no gritar, aguantando el aliento mientras recibía el movimiento
continuo de la copula. Por mi parte, soportaba bien las ganas por correrme que
realmente eran muchas pero también lo era el deseo por retrasar mi placer. Eso
fue algo de lo que la mujer se benefició sin duda alguna, disfrutando la follada
tan pronto lenta como al instante más rápida.
- ¡Es grande!

- ¿Te gusta?

- Me gusta sí… fóllame cariño, fó… llame…

- ¡Qué cara de viciosilla tienes!

- Es por tu culpa, me has puesto bien cachonda bribón.
Nos fuimos acoplando el uno al otro, el pubis de la mujer recogiendo el ataque
de mi dura herramienta que le entraba, una, dos, tres veces, sacudiéndola sin
descanso entre los lamentos mitad doloridos, mitad placenteros que la hermosa
hembra producía. Enganchada del muslo y la rodilla, aumenté la follada
amándola del mejor modo que supe. Me tenía loco, aquella mujer me tenía loco
y hubiera estado con ella horas y horas si mi naturaleza me lo hubiese permitido.
Por desgracia no iba a ser así muy a mi pesar, de modo que pensé en disfrutarlo
todo el tiempo que pudiese. Los gritos y sollozos de Berta se hacían más
notorios, removiéndose con mi mano que le acariciaba el pecho sopesándolo con
devoción. Todo el miembro al fondo, acomodado entre las paredes de la vagina
que parecía querer absorberme hasta quedar fundidos en uno solo.
- ¿Demasiado grande para ti?

- No tranquilo, está bien sigue. Sí sigueeeeeeee.
El movimiento ganó en intensidad, el pie apoyado en mi hombro y yo
percutiendo sobre ella una y mil veces. Entreabría los ojos para cerrarlos con
fuerza seguidamente, desfallecida por el montón de sensaciones que debía sufrir.
Como las sufría yo al disfrutar de su delicado sexo. Parando para darnos un
mínimo respiro, retomé el mete y saca escuchándola aullar como una perra. El
cabello cubriéndole la cara, la cabeza reposando en el amplio almohadón al
tiempo que clavaba las uñas en la tela del blanco sofá. Alargando la mano al
incorporarse, se agarró a mi muslo apretándolo con desesperación. De ahí hizo
fuerza en mis riñones, espoleándome para que la traspasara. Cayó de nuevo
atrás, levantando la vista para ver mi sexo golpearle. Una vez más chupé y lamí
su pequeño pie, pasando y repasando luego por la planta lo que produjo
cosquillas en ella haciéndola reír. Me encantaba su sonrisa franca y fresca
reposando en mis ojos que en esos momentos imaginé brillantes de deseo. Deseo
por aquella bella hembra que me tenía sorbido el seso por completo. Besándole
la pierna, continué adorando el pie que tanto me excitaba. Mientras el polvo se
hacía duradero para ambos, moviéndonos al ritmo que nuestros sexos imponían.
Le di con decisión, los ojos de la mujer en blanco perdido el control de sí misma.
Gruñía, los sonidos inconexos no producían palabras comprensibles para el oído
humano. Llevando la mano a su sexo, Berta se masturbó furiosamente mientras
le martilleaba haciéndola chillar. Masturbándose el clítoris entre gritos
desconsolados, los dedos acariciándola camino de un nuevo orgasmo. De ese
modo encontró el éxtasis quedando rendida y agarrada a mis brazos, pataleando
como alienada, la mirada abandonada en un punto perdido de la habitación.
- Uffffff muchacho, eres incansable.

- ¿Qué tal te encuentras?

- Agotada pero feliz.

- ¿Con ganas de seguir?

- Pues claro, siempre estoy dispuesta para eso.

- Perfecto pues, sigamos si te apetece… pero mejor vuélvete, ¿quieres?
Buscándome para atraerme hacia ella, me hizo besarla al cruzar las piernas tras
de mí. Los labios en los míos, noté la pasión irrefrenable que la envolvía. Fue
aquel un beso lascivo y depravado con el que agradecerme el placer que le había
hecho sentir. Escapando de la madura mujer oyéndola protestar, acallé sus quejas
con un beso de lengua que pronto se mezcló con la suya. La mano en mi rostro y
los dos doblados el uno sobre el otro, el morreo se alargó unos segundos como
muestra de evidente entendimiento. Haciéndola volver, quedó en pompa ante mí,
la redondez del trasero como muestra tentadora a la que hincarle el diente. Lo
removió maliciosa, la mirada atrás sonriéndome para continuar. ¿Quién se
hubiese podido negar ante semejante ofrecimiento hecho pecado? Arrodillado en
el suelo, le tomé las piernas para que las abriera y entonces empecé a echarle el
aliento en la hambrienta rajilla. Eso le gustaba poniéndola más nerviosa de lo
que ya lo estaba. La linda Berta se encontraba caliente a morir, acercando mis
labios a los suyos hasta tocarlos suavemente. Me froté en ellos, rozándola con mi
barba creciente por encima de la delicada piel. Sacando la lengua, lamí la vulva
de abajo arriba. Chorreante de efluvios, me empapé en ellos haciéndola
retorcerse y reclamar más. Poco a poco mis roces se fueron haciendo más
perversos, succionando la totalidad del coño al pasar la lengua por encima del
clítoris para luego meterla en la húmeda vagina. La conminé para que se relajara,
la larga melena sobre la almohada y cayéndole a un lado. Enterré la cara en su
coño, chupándolo hasta el final, follándola entre los gimoteos que emitía.
Abriéndoselo con los dedos, movía la cabeza en forma circular clavándole la
lengua entre sus paredes, adentro y afuera para acabar escupiendo sobre él y
relamerme de gusto al saborearlo.
- ¡Chúpamelo maldito, chúpamelo vamos!

- ¿Te gusta zorrita?

- Aggggggggggggggg, me tienes cardíaca cabrón…

- Estás empapada, qué coñito más rico y sabroso.

- Aggggggggggggggg, sigue.
Le metí dos dedos penetrándola, mientras gozaba el eléctrico botón comiéndolo
con saña. Un dedo más le entré viendo que su coño lo soportaba. La masturbé
con celeridad, metiendo y sacando los dedos, follándola hasta encontrar lo más
hondo de ella. Parecía mearse de gusto y entonces fue cuando arremetí contra el
culo. La lengua corriéndole por encima del sexo, tenía las nalgas tan dispuestas
que el pasar a ellas resultó de todo punto inevitable. Entre las manos se las
mordisqueé, hundiéndoles los dedos para enseguida indagar en busca del
estrecho agujero. Se lo lamí durante largo rato, tratando de introducir la lengua.
Berta, las sensuales piernas echadas atrás, bramó encogida hecha un animal
herido. A partir de ahí creí no reconocerla, tan obscena, loba y sucia se puso que
no parecía la serena entrevistadora que me había recibido minutos antes. Una
guarrilla que se mordía el labio inferior, soportando la feliz transgresión del
oculto esfínter. Voceaba alterada pero no se retiraba, animándome con ello a
continuar. Chupándole el jugoso coñito, cambiaba al ojete traspasando el anillo
al humedecerlo para de nuevo volver a su sexo succionándolo con deleite. Le
introduje un dedo en el oscuro canal y entonces se fue una vez más, estoy seguro
que había perdido ya la cuenta de las veces que se había corrido.
- Me vas a matar maldito… eres realmente bueno. Creo que el puesto
es tuyo con seguridad.

- ¿Te atreves a más?

- Aún no te has corrido, falta la traca final.

- ¡Qué guarra eres!

- Sí, soy tu guarra chico malo.
Sin dejarla descansar y a cuatro patas como estaba, le llené el coño hasta las
bolas para enseguida salir escuchándose un ruido como cuando se descorcha una
botella. Gritó dolorida, rugiendo de emoción al tiempo. Escalofríos le corrían el
cuerpo y a mí de verla así de perra. Con voz ronca reclamó un dedo en su culo,
cubriéndolo de babas para facilitar la entrada. Tras el primero, ataqué con un
segundo y un tercero que le entraron sin problemas relajándose el anillo al darles
paso. Mientras, la hermosa madura se removía inquieta por lo que sabía le
esperaba. Deseaba follarle el culo, estaba bien seguro que los dos lo deseábamos.
Tal vez incluso ella más que yo, al menos eso me hacía pensar su rostro
desvergonzado por la lujuria. Escupiendo sobre los dedos, la follé con suavidad
sodomizándola favorecido por la humedad de la saliva. Berta se removía
pidiendo más, la mirada turbia y nuevamente derrotada. El momento tan
codiciado al fin había llegado.
- ¡Jódeme anda… fóllame el culo con fuerza!

- ¿Estás lista?

- Eso creo sí… métela despacio al principio.

- Está bien, abre las piernas querida…

- Mmmmmmmmmmmmm, la quiero toda.
Quedé mirando con apetito voraz su redondo y cautivador trasero. Un trasero
firme removiéndose al ritmo de las caderas, invitando en silencio a ser
penetrado. Se le remarcaba, elevado y en pompa y yo no pensaba en otra cosa
que no fuera hacerlo mío. Berta gimió de forma ahogada, abriéndose los
cachetes a los lados para mostrarse aún más. Creí marearme ante tanta belleza,
tomé aliento y con la polla entre los dedos me dispuse ahora sí a sodomizarla.
Entré de forma lenta y centímetro a centímetro escuchándola emitir un tímido
hilillo de sorpresa. Un breve instante quieto disfrutando lo apretado que sus
paredes me tenían, y pronto inicié el movimiento penetrándola con ritmo
pausado. Cogido a sus caderas, fui resbalando empezando a empujar con mayor
comodidad. Tirando de ella la hacía caer hacia delante, apoyada en la pared y
soportando los primeros golpes que le propinaba. Fijé la mirada en la hermosura
de su cuerpo, tan exquisito y entregado a mí como estaba. Todo mi pene dentro,
la sodomicé con golpes secos parando dentro de ella para volver a salir y
empujar nuevamente de forma brusca. Esto la hacía palidecer de gusto,
gimoteando herida en lo más hondo de su ser. Yo lo gozaba como el mejor de los
tesoros, aquel culo de carnes prietas me tenía hechizado por completo. Las
nalgas se pegaban a mí cada vez que nos fundíamos, los huevos sacudiéndola
con buena cadencia, adelante y atrás y adentro y afuera. La pobre Berta vibraba
de placer, la boca abierta en busca de aire y el ceño fruncido por el dolor que
sentía.
- ¡Vamos muchacho, fóllame!

- Muévete nena, mueve ese culillo que tienes. ¡Me encanta!

- Qué malo eres. ¿Te gusta follarme el culo, eh?

- Me encanta. Lo tienes estrecho, me haces sentir apretado.

- Trátalo con cuidado y cariño. Verás que poco a poco se irá dilatando.

- Lo sé. Vamos, echa el culo atrás.

- Sí, continúa así mi amor.
Poniendo remedio a mi deseo, aticé su redonda nalga con un fuerte manotazo
que la hizo gritar fascinada. Dos más y quedaron ambas rosáceas bajo mis dedos,
que fueron ahora a sus muslos atrayéndola hacia mí. Se incorporó echada atrás,
el cuello ofrecido que chupé con suavidad y delicadeza. Suspiró largamente, los
dos parados mientras mis manos se apoderaban de los tersos senos. Aspiré el
aroma de su fragancia, viéndola contraerse entre mis brazos. La oreja junto a mí
respiré sobre ella, provocándole un cálido estremecimiento. Estremecimiento
que se acentuó al apoderarme de ella, comiéndosela con fruición, pasándole la
lengua por encima hasta llenarla de babas. Tumbándola y poniéndola de lado le
hice levantar la pierna, enterrándome de forma brusca en su interior. Protestó
notándome tras ella, empezando los dos a movernos con calma infinita. De ese
modo la fui sodomizando, con la facilidad que su agujero dilatado permitía.
Escapando a mi control, nos separamos respirando uno y otro alterados. La
excitación podía con nosotros, así que la busqué encontrándola entre mis brazos.
La sostuve a mi lado, el grueso aparato intentando penetrarla una vez más.
Girando la cara me besó hundiendo la lengua en mi boca, un beso con el que
perder el aliento entre continuas caricias.
- ¡Me voy a correr… me voy a correr otra vez!

- ¿Vas a correrte?

- Sí, córrete conmigo cariño. Dámelo todo.

- Me encantas perra…
Volvimos a besarnos, hundiéndole la lengua ahora en su boca como respuesta a
la avidez de su beso. Berta gemía, vociferaba, rugía entre los espasmos que su
hermosa figura producía. La penetré probando su coño deseoso del invasor que
lo calmara, follándola de manera apasionada sin respiro alguno. Ella se dejaba
llevar, enlazada por la cintura viendo como el pene la atravesaba, las piernas
separadas y el sexo escocido de tanto mete y saca. Estuvimos un rato que me
pareció interminable, jodiéndola dentro y fuera para cambiar de agujero
metiéndosela sin pedir permiso. Aulló desencajada, el agujero cubierto por
entero continuando con el ritmo de la copula. La sodomicé acometiéndola al
clavarme en ella cada vez más. La encantadora madura se agarró a mi brazo
susurrándome que se la metiera hasta los huevos. Era ella quien tiraba el culo
atrás pretendiendo sentirse llena. Me introduje gruñendo de satisfacción. A punto
de eyacular, la perversa Berta me hizo desistir al apretarme las bolas entre sus
dedos provocándome un grito desgarrado. Quedé parado y encogido en mí
mismo, soportando el dolor y con el miembro flácido por tan inesperado
trastorno.
- ¡Dios, qué dolor cabrona!

- Era necesario cariño, no quería que te fueras todavía.

- ¿Y por eso lo hiciste?

- -Para gozar hay que sufrir o acaso no lo sabes querido.

- Eres una perra.

- Pero te encanto. Ya verás como no tardarás en estar en forma de
nuevo.
De nuevo provocándome de aquel modo que tanto me ponía. Me costaba respirar
pero al tiempo el deseo me devoraba por dentro. Desnuda frente a mí, el
sujetador caído y los pechos de pezones puntiagudos y oscuros, me miraba como
mujer fatal tumbada en el sofá con las piernas dobladas. Los cabellos cayéndole
a los lados, mi pene por su lado palpitaba con vida propia pese al dolor que
sentía. Poco a poco fue remitiendo, imponiéndose la pasión carnal con lo que
noté el miembro endurecerse siguiendo su dictado. Ella sonrió viéndome una vez
más excitado, invitándome a continuar con lo nuestro.
- ¿Ves cómo va tomando cuerpo poco a poco?

- Tú eres el mejor estímulo.

- Gracias, me gusta que me digas eso.

- Es verdad. Me pones mucho te lo aseguro.

- Lo sé… y tú a mí solo que tengo pareja.

- Podemos arreglar eso, ¿no crees?

- Ya veremos…
De pie ante ella, lo tomó entre los dedos llevándolo con urgencia a su boca.
Empezó con los huevos, lamiéndolos y cubriéndolos de suaves caricias con las
que arreglar el estropicio de antes. Gemí tensionado, un pie elevado para
soportar tan tierno roce. Me los acarició con los dedos, pasándolos por encima
de forma delicada al sopesar todo lo que pronto le daría. Estaban duros, tanto
tiempo esperando descargar no era para menos… Con la lengüecilla fuera y
tirando la piel atrás, jugó con el glande que lentamente iniciaba el tan deseado
aumento. Lo lamió una y otra vez, bajando hacia abajo para volver a subir muy
lentamente, mirándome con sus bellos ojos hechos fuego. Era hermosa, hubiese
estado con ella toda la vida, una mujerona de primera y experta a la que poseer.
Berta continuó con lo suyo, emocionada como se la veía. Cogido con la mano
me masturbaba levemente, deslizando los dedos a lo largo del tronco. La lengua
arriba y abajo hasta aparecer el miembro brillante e hinchado. Los gemidos
escapaban de mi boca, débiles y satisfechos ante la suavidad femenina. Al fin y
cerrando ella los ojos, la vi zamparse el trozo de carne saboreándolo de forma
golosa. Con la mano en su pelo lo tiré a un lado para disfrutar la imagen
imborrable que me ofrecía. Empezó a chupar teniéndome bien enganchado, los
dedos arriba y abajo al ritmo que la cabeza imponía.
- Ummmmmm, me encanta tu polla muchacho.

- Y a mí cómo lo haces.

- ¡Me encanta, me encanta!

- Cómetela nena, vamos cómetela.

- Sí dámela, dámela… la quiero toda.
Me sentí en la gloria, la mamada haciéndose más profunda a cada momento. La
madura se la tragó hasta el fondo, golpeándole el paladar al quedar quieto en su
interior. La sacó de la boca con una fuerte bocanada con la que ganar aire, pero
enseguida volvió a metérsela continuando con la agradable sensación. Adentro y
afuera, a ritmo tan pronto lento como mucho más rápido, notaba los dientes
rozarme lo que me producía un placer creciente. Sacándola y pelándomela sin
descanso, ladeó la cara antes de dirigirse a los huevos que chupó metiéndoselos
en la boca. Los envolvía con los labios chupándolos y dejándolos ir en una
caricia de lo más turbadora. Haciéndose nuevamente con el grueso tallo, las
venas marcándose escandalosamente, sentí un suave cosquilleo correrme el
cuerpo espalda arriba. Atrapé su cabeza con las manos ante el empuje furioso de
la boca que se llenó de mi sexo, succionando una y mil veces como si no fuera a
haber un mañana. Deprisa, cada vez más deprisa ayudándose de la mano para
hacerme insufrible el instante. Rodeándola con la lengua de forma morbosa,
subiendo luego al glande que vibraba conmovido de gusto.
- Vamos nena, vamos… sigue así vamos.

- Ummmm, qué polla más rica. Me llena toda.

- Qué cara guarrona gastas.

- Oh, por favor. No me digas esas cosas.

- Sigue puta, sigue. Me tienes loco.
El orgasmo me llegaba ahora sí irrefrenable e intenso, las piernas fallándome
bajo el empuje de su mano que no paraba de moverse en busca de mi explosión
final. La obligué a soltarla siendo yo quien me pajeaba desatado, adelante y atrás
de forma frenética. Una, dos, tres veces hasta quedar parado de puntillas, una
agradable sensación precipitándose de la cabeza a las pelotas. Tanto era el rato
que llevaba aguantando mi placer, que un abundante lefazo saltó por los aires
como necesario final. Bramando como un toro herido, un espasmo tras otro
escapando la leche sobre ella. El líquido viscoso y blanquecino golpeó furioso en
el bello rostro de la mujer, acertándole la nariz y los jugosos labios que quedaron
impregnados de semen. Dos últimos estertores fueron a parar sobre sus tetas,
resbalando parte al frío suelo de terrazo ajedrezado. Entre mis piernas pude ver a
Berta gimoteando triunfante con la espesura cubriéndole toda. Grité emocionado
con la imagen de la madura, llena de vicio recogiendo el semen de la nariz para
llevarlo a la boca degustándolo complacida. Elevando la mirada turbia por la
pasión, un mínimo resto en la frente la hacía parecer lastimosa. Los fluidos aún
en su boca, se derramaban cayéndole por la comisura del labio. Sacó la lengua
lasciva, mostrándolos para con un golpe de garganta engullir mi placer esófago
abajo. Quedé pasmado al comprobar como lo tragaba voraz.
- ¿Ya?

- ¿Es que no tuviste bastante?

- Bueno, la verdad es que no estuvo mal. Te comportaste bien soldado.

- ¿Valgo pues para esto?

- Desde luego que sí, las chicas quedarán contentas contigo.

- Me agrada escuchar eso.

- -Salva, tómate esto en serio. Es un trabajo duro pero que compensa.

- Queda tranquila, no te fallaré.

- Eso espero… vamos, ayúdame a levantar.
Cogidos de la mano, nos unimos el uno al otro, dándonos un beso lleno de
ternura que poco a poco se hizo más sensual abriendo las bocas y mezclando las
lenguas con desenfreno. La apreté por la espalda haciéndola gemir entregada a
su placer. Berta, por su parte, bajó la cabeza para apoderarse de mi pecho
velludo que besó con dedicación suprema. Lamió los pezones, lo que agradecí
con un nuevo beso rozándole apenas la comisura del labio tras tomarla por la
barbilla. Separándonos, me fui vistiendo tras recoger mis cosas. Una vez
arreglado, me despedí prometiéndome la hermosa mujer recibir pronto noticias
suyas. Salí de la habitación para toparme con la muchacha de la recepción. Con
cara de pánfila me sonrió abiertamente. La saludé con un guiño perverso, algún
día me tiraría a aquella rubita a poco que se diese la oportunidad.

























Conociendo a Pedro




Pregunta por Pedro -fueron las únicas palabras que Clara le dirigió tras sacar una
tarjeta con un número de teléfono de su pequeña bolsa.
No pudo preguntar nada viéndola bajarse de la cinta para coger la toalla y
ponerla alrededor del cuello y los hombros. Le echó una mirada sonriente antes
de darle la espalda y encaminar sus pasos hacia el vestuario. No tardaría en
seguirla pues en apenas diez minutos acababa su ejercicio diario.
Divorciada y cuarentona como ella, se conocían desde dos años antes cuando
había entrado al gimnasio al que iba. Ya saben, el típico gimnasio en el que
quemar el mucho estrés acumulado durante el día. Muchos meses atrás habían
coincidido en uno de los ejercicios y desde entonces mantenían una estrecha
amistad pues varias eran las veces que habían salido a tomar algo, al cine o
incluso a mover el esqueleto. También habían podido disfrutar de alguna que
otra aventura nocturna con algún desconocido que les había salido al paso.
Estuvo un rato más hasta notar la máquina moverse lentamente marcando el final
del ejercicio. Se bajó de la cinta, tomando la toalla para secar el sudor del rostro.
Echando un vistazo al reloj de pulsera vio que marcaba las ocho y media así que
recogiendo sus cosas se dirigió al vestuario como había hecho la otra. Volvió a
secarse la frente y el rostro mientras cruzaba el largo pasillo que llevaba al
vestuario femenino. Por el camino se cruzó con alguna que otra amiga con la que
solían coincidir en horarios. Dos besos y unas palabras, para enseguida
despedirse con ciertas prisas pues no quería hacer tarde para la cena. Sola en
casa y ya sin hijos de que ocuparse, le gustaba mantener su rutina metódica sin
escapar mucho de ella.
Entró al vestuario en el momento en que Clara abandonaba la ducha con su
melena morena y lacia mojada y la toalla cubriéndole el cuerpo. Se la quitó
quedando completamente desnuda ante ella. No era la primera vez que la veía
así, era norma habitual entre ellas mostrarse a la otra sin reparo alguno. Sentada
en el banco, la vio coger sus ropas de la taquilla para disponerse a vestir. Rocío
seguía secándose el sudor que le cubría el rostro y los brazos. Había sido una
provechosa sesión la de aquella hora y media, media hora de abdominales, media
de bicicleta y otra media en la cinta. Se dispuso a deshacerse de las mallas y las
zapatillas. Deseaba una ducha de agua caliente que la relajara del esfuerzo
llevado a cabo.
Mañana, vendré a primera hora de la mañana. Tengo dos días libres y
aprovecharé para hacer cosas y ver a mis hijos.
¿Dos días libres? Ummm, qué suerte tienen algunas.
Sí, me deben días en el trabajo y aproveché para pedirlos. Ya sabes, ventajas de
ser funcionario.
A mí me los dan con cuentagotas –exclamó la morena poniéndose el tejano
después de haberlo hecho con el fino jersey de punto que ya le conocía.
Mientras su amiga se vestía, ella hizo el camino contrario desvistiéndose con
rapidez y urgencia. Pronto quedó tan desnuda como Clara lo había estado
instantes antes. A esa hora había pocas mujeres en el vestuario, apenas tres o
cuatro más.
Nena, quien tuviera tus pechos a tu edad –dijo fijando la vista en ellos.
La verdad, a sus casi cincuenta años se mantenían todavía en un estado más que
aceptable. Al menos mucho más tersos y duros que los de muchas mujeres de su
edad. La misma Clara los tenía más pequeños y en peor estado pese a los seis
años que se llevaban. Y de ahí su comentario.
Pese a sentirse halagada, no hizo tampoco mucho caso. La conocía bien y
aquellos comentarios eran habituales entre ellas. Algún escarceo habían tenido,
no mucha cosa pero sí lo suficiente para saber de su deseo por ella. Clara era
tímida pero decidida al mismo tiempo, sabía lo que quería y se lo hizo saber una
noche en que se encontraban en su casa. Se ducharon juntas, acariciándose y
reconociéndose los cuerpos abundantes y maduros. Las caricias llevaron a algo
más, besándose sin casi darse cuenta de lo que hacían. A Rocío le gustó sentir
los labios sobre los suyos y las manos acariciándole llenas de espuma. Salió de
su casa y estuvo toda la noche pensando en ello. Habían pasado tres meses y
desde entonces no había sucedido nada.
Con algún que otro amigo iba ya bien servida, nada serio de todos modos. Desde
su divorcio no quería nada a lo que atarse, solo encuentros ocasionales con los
que saciar la necesidad de hombre. Luis, su compañero de trabajo siempre estaba
dispuesto a un buen revolcón. Trece años más joven que ella le daba lo que
necesitaba sin pedir nada a cambio, solo un rato de sexo y diversión.
Bueno cari, ya estoy lista –anunció Clara ya calzada y arreglándose el pelo con
las manos.
¿Tienes la tarjeta que te di antes? –preguntó de pie junto a ella.
La tengo sí.
No dejes de ir. Y pregunta por Pedro.
¿Quién es?
Ya lo verás. Tú pregunta solo por él, da los mejores masajes de la ciudad no te
digo nada más –respondió con una sonrisa enigmática y los ojos brillándole de
un modo especial.
Guardó la tarjeta en el bolso sin mucho interés y, tras dejarla sola, se metió en
una de las duchas. Se duchó con calma, gozando del calor del agua corriendo
sobre su piel cansada. Tenía dos días para ella sola, sin preocupaciones laborales
y sin que sus hijos la necesitaran para nada. Rocío acabó en casa, viendo una
película insulsa tras haber cenado y pronto marchó a dormir, quedando
rápidamente traspuesta entre las sábanas.
El segundo de sus días libres decidió hacer caso a su amiga y visitar el centro
que le había recomendado. Estuvo dudando en hacerlo pero se sentía con alguna
molestia y pensó que un buen masaje sería su salvación. Tras volver del
gimnasio, tomó el móvil y marcó el número que aparecía en aquella sosa tarjeta
en la que solo se veía el nombre y la dirección del centro.
Hola buenos días, llamo de parte de una amiga para pedir cita para un masaje.
Perfecto, ¿a qué hora le va bien pasar? –escuchó la voz joven de mujer preguntar
al otro lado de la línea.
Ummm, había pensado en esta tarde. ¿sobre las seis va bien?
Sí, sí claro… a esa hora tenemos un hueco libre. Deme sus datos y le tomo nota.
Tras dar los datos y quedar en la hora, colgó no sin antes decirle que deseaba
estar con Pedro tal como su amiga le había recomendado. Escuchó algo parecido
a una risilla nerviosa, contestándole seguidamente que no había problema en ello
y que aquella era una magnífica elección.
El tiempo de espera se le echó encima con rapidez. Liada por casa, no tardó en
ver la hora de marchar. Apenas una hora para la visita concertada, se vistió de
sport con unos leggings negros y elásticos, blusa, jersey gris y largo por encima
para disimular las cartucheras y unos mocasines planos con los que ir cómoda.
Cubriéndose con una chaqueta fina de piel y agarrando el bolso y las llaves de
casa, no tuvo que esperar mucho la llegada de un taxi.
El camino se hizo corto, era una dirección en la zona alta de la ciudad. Una zona
tranquila y a la que llegaron sin mayor contratiempo. Por el camino el taxista, un
hombre como de sesenta años, la hizo sentir molesta con sus continuas miradas a
través del retrovisor. Una ya no era una niña pero al parecer resultaba
mínimamente interesante para aquel tipo medio calvo y de sonrisa apacible. Al
fin llegaron, apeándose del taxi tras haber pagado a aquel besugo sin darle
propina por supuesto.
El centro era un local de planta baja y de fachada moderna que a Rocío le causó
buena impresión al menos desde fuera. Amplios ventanales con los estores
echados pues a aquella hora daba el sol todavía con fuerza. Le abrieron, entrando
en un amplio hall de paredes verdosas al fondo del cual se encontraba una joven
muchacha como de veintipocos años. La muchacha que le había tomado nota por
teléfono –pensó al acercarse con paso seguro.
Buenas tardes, tengo cita para un masaje.
Hola buenas. Deme sus datos, por favor – le pidió con una sonrisa amable la
joven de cortos cabellos pelirrojos.
Tras dárselos, enseguida apareció en la pantalla del ordenador la cita programada
durante la mañana.
Ok perfecto, aquí está. ¿Pidió masaje con Pedro, verdad?
Si es posible, lo prefiero. Una amiga me lo recomendó…
Ummm, ¿una amiga suya? ¿Cuál es su nombre?
Al responder el nombre de Clara, la joven volvió a sonreír con una sonrisa de
oreja a oreja. Un cuadro sin demasiado gusto colgaba tras la butaca en la que se
encontraba sentada. Echándole una mirada más interesada, resultó ser un paisaje
montañoso y que no supo muy bien qué pintaba allí.
Sí, sé de quien habla, suele venir de vez en cuando por aquí. Es una de las
mejores clientas de Pedro…
Rocío no dijo nada, revisando la estancia como si quisiera hacerse al lugar. Dos
nuevos cuadros, igual de horrorosos que el otro, la hicieron desistir en su
examen. Centrándose de nuevo en su interlocutora, la vio teclear de forma rauda
y eficiente. Tras abrirle ficha en el ordenador como nueva clienta, la hizo
seguirla por un largo pasillo con diversas puertas a los lados. Frente a ella,
reparó en el contoneo coqueto al andar de la muchacha. Era alta y estilizada,
unos veintiocho años le echaba tras haber hablado con ella. De pelo corto y
revuelto, vestía un elegante conjunto de chaqueta y falda en color negro que
complementaba con zapatos negros de medio tacón cuyo sonido marcaba los
pasos por encima del suelo de parqué. La falda por encima de la rodilla, dejaba
ver la parte baja de las piernas cubiertas por unas finas medias.
Alcanzaron una puerta que la joven abrió con la llave que había tomado del
cajón del escritorio. Pasaron al interior, hallándose con un cuarto alargado y de
paredes en rosa chillón, destacando gracias a la luz que entraba por el ventanal
que daba a la calle. La muchacha tiró de la cuerda para entornar del todo los
estores, quedando así la habitación más oscura e íntima.
Bienvenida, siéntase en su casa y cualquier cosa que necesite me tiene a su
disposición. En el armario tiene toallas de sobra y también perchas para la ropa.
Desnúdese y dese una ducha si lo desea… Pedro no tardará en venir –comentó
guiñándole el ojo de forma cómplice, antes de despedirse y cerrar la puerta
dejándola sola.
Rocío se encontró entre aquellas cuatro paredes, volviendo a revisar todo de
arriba abajo. La habitación poco tenía para ver. Tan solo un armario empotrado,
dos sillas, la camilla para el masaje y una percha de pie a un lado. Un ficus de
buen tamaño descansaba en uno de los rincones dando así alegría y verdor al
cuarto.
Una vez reconocida la habitación, se empezó a desnudar con calma y
parsimonia. Quería disfrutar de ese momento, lejos del estrés del día a día. Había
dejado cosas pendientes en el trabajo pero ya se encargaría Laura de que todo
fuese bien. Ahora solo quería relajarse y gozar de un buen masaje. Sentía los
músculos contraídos por el cansancio y el estrés diario, unas buenas manos
serían el mejor bálsamo sobre todo para su espalda algo dolorida.
Tras deshacerse de la chaqueta que la tapaba, se descalzó dejando los zapatos en
uno de los estantes del armario. Luego desaparecieron los leggings, quedando al
aire las piernas de muslos prietos y rollizos, y por último el jersey y la blusa con
lo que se vio cubierta tan solo con el conjunto de sujetador y braguita en débil
tono salmón. Se miró en el espejo que colgaba de la pared viéndose hermosa en
su madurez. La edad no suponía para ella una molestia como en otras mujeres,
sabía llevar el paso de los años de la mejor manera posible.
Soltó el cierre del sujetador, saltando los pechos hacia abajo aunque no mucho.
Como le había dicho su amiga eran aún bonitos y firmes, de pezones oscuros y
grandes que volvían locos a los hombres. Entre las manos los amasó
suavemente, manteniéndolos elevados en un gesto de vanidad femenina. Llevó
las manos sobre la barriga y las caderas, allí donde se concentraba la grasa que
todas las féminas tanto temen. Las subió por los costados de nuevo hacia los
senos. A través de la luna del espejo, echó una breve mirada a los muslos con
celulitis.
De todos modos y considerando su edad, Rocío era una mujer aún apetecible y
bella, con la belleza propia que dan los años bien llevados. Resultaba atractiva
con sus facciones de marcada simetría. Con alguna que otra arruga, aunque
pocas cubriéndole el rostro, guardaba la tersura y suavidad de una piel bien
cuidada y heredada de su madre la cual la había dejado hacía un tiempo como
consecuencia de una larga y dolorosa enfermedad.
Una vez se hubo quitado la braga, recogió la corta melena con un coletero y
hecho esto se dirigió a la ducha anexa. Estuvo probando el agua antes de entrar,
buscando la mezcla necesaria para un buen baño tibio. Al fin se introdujo en la
pequeña ducha, dejando que el agua empezara a humedecer su cuerpo. La
sensación resultaba de lo más agradable, notando el líquido elemento caer por
los brazos y las manos, entre los pechos y el vientre; las piernas también
recibieron el necesario tratamiento doblando la madura mujer primero una pierna
y luego la otra para así esparcir la espuma por ambos muslos. Pasó la mano
enjabonándose el cuerpo de forma lenta. Disfrutaba la caricia gracias al agua
caliente primero, con la que relajar los músculos y liberar la tensión del día a día.
Luego el contraste del agua fría para favorecer la circulación sanguínea. Poco a
poco notó relajarse los músculos cansados.
Escapó del cubículo agarrando el gran toallón que había dejado en el colgador
junto a la ducha. Ya seca, encaminó los pasos hacia la camilla en la que se tumbó
boca abajo esperando la llegada del masajista. Música suave de jazz envolvía el
cuarto gracias al hilo musical que alguien había encendido. Le encantaba ese
tipo de música, de manera que la elección no había podido ser más acertada.
Desnuda y fresca, se encontraba ahora mucho más a gusto que cuando llegó.
No habían pasado dos minutos cuando escuchó el sonido de unos nudillos sobre
la puerta. Era su masajista pidiendo permiso para entrar, a lo que accedió dando
paso en voz alta y bien audible. El hombre ingresó a la habitación saludando a la
mujer de forma cortés y atenta. Rocío elevó mínimamente el torso, girando la
cabeza para devolverle el saludo. Una sorpresa inesperada le supuso la visión de
su nuevo acompañante.
Pedro era un hombre como de treinta y tantos años, de piel completamente negra
y brillante. Un negro como de 1,90, que para nuestra querida protagonista era
mucho más de lo que podía esperar. Al menos era seguro que no esperaba algo
así. Envuelto en un largo albornoz color azul verdoso, no era especialmente
atractivo aunque sí interesante con aquella sonrisa encantadora y fresca
cubriéndole la cara en todo momento. Los dientes blancos y bien cuidados
destacaban en el oscuro de su piel así como el blanco de los ojos, negros
negrísimos por lo demás. Tras saludarla, se encaminó a la percha donde colgó el
albornoz mostrando su anatomía musculosa y fornida, de complexión corpulenta
y atlética. De espaldas a ella, Rocío pudo apreciar brevemente la espalda fuerte y
ancha, para bajar rauda la vista hacia la zona trasera cubierta por aquel pantalón
beige corto y ceñido a su figura más que generosa. Fue un breve momento pero
lo suficiente para que la mujer sintiera un latigazo correrle todo el cuerpo.
La madura mujer no pudo menos que morderse el labio con la imagen
espléndida del que iba a ser su masajista. Ahora agradecía enormemente la
recomendación que Clara le había hecho. La verdad que no estaba nada mal pero
tumbándose completamente en la camilla no quiso pensar más en ello.
¿Rocío verdad? –preguntó mientras preparaba lo necesario para el masaje.
Sí, así es… ¿tú eres Pedro no?
Lo soy, sí señora. Y dígame, ¿alguien le recomendó nuestros servicios o fue por
iniciativa propia que nos conoció?
Al responder que venía de parte de Clara, el hombre exclamó preguntando por su
amiga y diciendo que hacía un tiempo que no les visitaba. La música hacía la
estancia plácida y atrayente. La mujer se dejó llevar por las notas débiles del
piano manteniendo un ritmo repetitivo y machacón. El apuesto treintañero,
volvió junto a ella proporcionándole una pequeña almohada en la que reclinar
suavemente la cabeza. Rocío giró la cabeza quedando la mirada a un lado. Cerró
los ojos esperando la labor del hombre.
Pedro tapó convenientemente el trasero femenino con una pequeña toalla, no sin
antes echarle un vistazo al cuerpo desnudo de su clienta. Las formas de la mujer
le parecieron atractivas y sensuales, con sus curvas bien marcadas y sus kilos de
más. Una cuarentona madura a la que relajar de la tensión diaria –pensó mientras
agarraba el frasco de aceite. Varias eran las mujeres de esa edad que requerían
los servicios del centro. Mujeres casadas, divorciadas, separadas y solteras,
maduras como aquella y otras más jóvenes, ejecutivas agresivas o simples
dependientas de boutique o de cualquier otro tipo de negocio. La gente se
sorprendería al saber el número de hembras que echan mano de este servicio, no
exclusivo únicamente para hombres. La imagen de aquellas piernas gruesas y
macizas hizo que el eficiente masajista notara un pequeño estremecimiento entre
las piernas. Tirando del tapón abrió finalmente el bote.
El moreno comenzó echando una buena cantidad de aceite a lo largo de la
espalda femenina, provocando en ella un grito de sorpresa.
¡Está frío! –exclamó al notar el líquido correrle por la espalda.
Tranquila, pronto pasará –dijo él con voz serena.
Dio inicio al masaje llevando las manos al cuello y los hombros, moviéndolas de
forma decidida y experta. Rocío emitió un tímido gemido demostrando el efecto
que aquel roce le causaba. Necesitaba aquello, unas manos que la trabajaran
dándole el descanso que reclamaba. El masaje continuó lentamente por la
espalda para de nuevo volver al cuello apretando los músculos con fuerza. Las
manos se abrieron a los lados, esparciendo el aceite a lo largo de los hombros.
Una vez más hacia abajo, pasando los dedos por el hueco de la espalda lo que
sirvió de agradable bálsamo para la mujer que gimió nuevamente disfrutando la
caricia. Pedro buscó los costados repartiendo el segundo chorreón de aceite.
Presionaba los dedos con energía para conseguir el alivio de la madura hembra.
Rocío notó la circulación activársele, una sensación de calor le corría por la
espalda. Con las manos bien llenas de aceite continuó el masaje restregando con
la misma fuerza los músculos contraídos. Las manos resbalaban arriba y abajo,
en círculos y de forma suave haciendo el contacto de lo más agradable.
Nuevamente gimió débilmente, ya completamente abandonada a aquellas manos
maravillosas.
¿Qué tal se encuentra? ¿Siente alivio?
Sí, me siento bien… continúa, por favor.
Relájese señora –la voz del hombre era un simple susurro en sus oídos.
Boca abajo, con los ojos cerrados y la boca mínimamente entreabierta, Pedro la
observaba mientras seguía con su trabajo. Ciertamente resultaba bella, apetecible
para cualquier hombre que se la encontrara. Poco a poco, la cabeza del moreno
empezó a cavilar. Escudado en la tranquilidad de la mujer, las miradas se
hicieron más insistentes por encima de las piernas y el resto del cuerpo. Bajando
a una de las piernas, esparció el líquido oleoso moviendo la mano por toda ella
hasta dejarla humedecida y brillante. Haciéndola doblar la pierna, tomó el
diminuto pie para acariciarlo de forma lenta y sutil. Trabajó a conciencia cada
una de las partes del pie, tomándose su tiempo, masajeándolo con movimientos
tan pronto suaves como más firmes, apretándolo con los dedos. No había prisa
alguna, deseaba que la mujer disfrutase sus caricias y para ello el masaje debía
ser lo más delicado posible.
Uuuuuummmm, qué bien lo haces. Qué a gusto me encuentro –indicó en voz
baja y apenas susurrando.
Aquello marchaba así que se entregó con mayor vigor al masaje. Vio los labios
de la mujer temblorosos bajo el roce de sus manos, evidentemente lo estaba
disfrutando. Siguió frotando los pequeños dedillos de uñas pintadas de un oscuro
tono rojizo, lubricándolos uno a uno entre el placer que Rocío recibía.
Bien muchacho, lo haces realmente bien. ¿Hace mucho que te dedicas a esto?
Unos tres años –respondió él sin dejar un segundo su frenética tarea. En el centro
llevo unos dos años.
Eres bueno sí… sigue así vamos…
Continuó un rato más masajeando la totalidad del pie viendo que aquello
agradaba a la madura. El empeine, el talón y el tobillo notaron sus caricias de
una suavidad extrema. Dejando el pie a un lado, las manos subieron por la pierna
hasta alcanzar el gemelo que trabajó con interés al sentirlo rígido y tenso.
Necesitaba de sus cuidados y eso hizo, apretándolo una y otra vez hasta
conseguir domarlo de su dureza. Una vez hecho y pasando de largo, llegó al
muslo que tanto le atraía. Con evidentes rasgos de celulitis, resultaba sin
embargo de lo más interesante para Pedro. Presionando con los pulgares, estuvo
acariciando las mollas sin descanso, entretenido en aquello que tanto le gustaba.
Las manos sobre el muslo, la mujer tumbada ante él suspiraba y gemía con cada
caricia que le daba. Realmente aquel masaje estaba valiendo la pena, iba a volver
a casa de lo más relajada y con las pilas cargadas para el trabajo.
Cogiendo más aceite, las manos se deslizaron ágilmente gracias a la acción
lubricante. Arriba y abajo, las manos se movían con descaro y facilidad
obteniendo de la mujer la mejor de las respuestas. Aún no había abierto los ojos
desde el inicio del masaje, tan distendida se hallaba. Pedro tuvo cuidado de no
sobrepasar la toalla que cubría el trasero de su hermosa clienta. Le hubiera
gustado chuparlo y lamerlo. Todo llegaría a su debido tiempo –pensó para sí
mientras continuaba masajeando el poderoso muslo. Mientras, Rocío notó una
sacudida correrle el cuerpo, confiada como estaba a aquellas manos que sentía
por encima, llenándolo de caricias y lentos masajes.
Continúa con la otra pierna, ¿quieres? –exclamó en un hilillo de voz. Cada vez
su voz se hacía más débil y callada.
Obediente, el muchacho se colocó al otro lado de la camilla tras haber llenado
una vez más las manos de aceite. Repitiendo el mismo ritual, la totalidad de la
pierna, el pie y el muslo disfrutaron de aquellas masculinas y encantadoras
manos, acariciándola con suavidad infinita. Especialmente, a la mujer le
gustaron las caricias en el pie descubriendo una extraña excitación con cada roce
entre sus dedillos. El hombre también empezaba a sentirse excitado, el deseo se
instalaba en él sin poder poner freno a ello. Aquella mujer le ponía, muchas eran
las mujeres a las que había hecho gozar pero con Rocío y pese a haberla
conocido apenas unos minutos antes, era algo distinto. Sin embargo, debía
mantenerse profesional en todo momento. No podía perder de vista la posición
de cada uno, si no era ella quien lo reclamaba Pedro debía mantenerse lejos de
cualquier acción que le delatara. Entre las piernas una respuesta inconfundible
empezaba a producirse…
Buscando olvidar aquello, se entregó a la furiosa tarea de frotar y frotar la
espalda desde el cuello hasta los riñones, cubriendo la piel femenina que
apreciaba cálida y tersa. Ella pedía mayor atención por su parte, suspirando
largamente y sin poder evitar mostrar su deleite. Resbalando por toda la espalda,
los dedos recorrieron la columna vertebral para acabar en la cintura. Era aquella
una de las zonas sensibles del bello cuerpo de la mujer que respondió emitiendo
ahora sí un gemido prolongado que al hombre le hizo estremecer. Insistió dos o
tres veces más, pasando por la misma zona y consiguiendo igual respuesta por
parte de ella.
¿Le gusta eso? –preguntó también él en voz baja.
Me encanta sí… es fantástico.
Pedro sonrió viendo el éxito obtenido. Había que ser paciente, cada vez la cosa
parecía ir mejor. Las manos corrían por los costados, teniendo buen cuidado en
no alcanzar los pechos que tanto deseaba probar. Le costaba horrores no hacerlo
pero confiaba que la espera valiese la pena. El roce aumentaba a cada segundo
que pasaba, haciéndose más profundo e intenso hasta arrancarle a la mujer un
gemido placentero. Rocío notó un cosquilleo agradable entre las piernas. ¿Se
estaba calentando? –pensó sintiéndose alterada con las manos estupendas de
aquel moreno.
Al hombre no le pasó desapercibido ese nerviosismo creciente que ella mostraba.
Era imposible de ocultar y la pobre Rocío no pensaba en otra cosa que el
momento cercano de tener que volverse. Ahí le iba a resultar aún mucho más
difícil todo. Había estado con algún que otro hombre y también con mujeres pero
con aquel chico todo era diferente. No sabía si era deseo o solo una simple
atracción, quizá aquellas manos que tan bien sabían trabajarla.
¡Dios, qué a gusto me siento muchacho! ¡Es tan relajante! –tuvo que reconocer
abriendo los ojos al levantar tímidamente la cabeza.
Las miradas se cruzaron tras mucho rato, los ojos grandes y hermosos de la
hembra con los oscuros y muy negros del hombre. Ninguno de los dos dijo nada,
solo se miraron un breve instante para volver a caer ella sobre la camilla
lanzando un sonoro suspiro. Acarició la desnuda espalda, masajeando los
hombros para bajar después por la misma hasta alcanzar el final. Rocío deseaba
que siguiera, que avanzara mucho más hasta hacerse con su redondo trasero.
Pero él no lo hizo subiendo nuevamente para notar la piel erizarse bajo sus
dedos.
Estaba bien seguro que lo deseaba tanto como él, la mirada de la mujer no
engañaba. Las conocía demasiado bien y sabía cuándo estaban listas y
preparadas para todo. Sin embargo también sabía que cuánto más la hiciera
esperar, más perra estaría y más deseosa de sus cuidados. Aquella madurita era
hermosa y de carnes duras y llenas, tal como a Pedro le gustaban. Le gustaban
las mujeres curvilíneas y con algo de chicha, con cuerpos que tuvieran donde
coger, fuertes y agradables al tacto como aquel lo era.
Cambiando su interés atrapó una de las piernas, acariciándola y pasando la mano
con deseo creciente. El bulto que descansaba bajo el corto y ceñido pantalón era
ya imposible de ocultar. Por suerte, la guapa clienta se encontraba con la cabeza
echada al otro lado, ajena por completo a la excitación del muchacho. Echando
la toalla a un lado, aparecieron ante él las redondas montañas femeninas. Quedó
unos instantes observando el fascinante trasero que se le ofrecía a la vista.
¡Fascinante, verdaderamente fascinante! –pensó teniéndose que llevar una de las
manos a la entrepierna para buscar algo de alivio. Dejando caer una gran
cantidad de líquido se dedicó a llevarla por una y otra nalga, moviendo las
manos con dedicación y energía extremas. Ella gimió creyendo morir con
aquello, aquellas expertas manos la estaban volviendo loca con cada uno de los
roces que le daba. El hombre estuvo largo rato repitiendo la misma operación,
rozando los dedos por encima de la humedad de sus cachetes. Rocío sintió la
excitación correrle entre las piernas, se notaba cachonda y mojada con el lento ir
y venir de aquellas suaves manos por encima de su culo. El trabajo sobre el
mismo continuó, disfrutando el muchacho de aquel par de nalgas que a cualquier
hombre harían vibrar. Las llenó de aceite, extendiéndolo por toda la zona para
lubricarlas por entero. Las manos resbalaban con facilidad entre aquellas gruesas
montañas. Los débiles gemidos femeninos fueron ganando en intensidad con
cada apretón que él le propinaba. Era imposible no responder a semejantes
estímulos sobre su piel.
¿Qué tal se encuentra? –escuchó la voz del moreno sacándola del
ensimismamiento en que se encontraba.
De maravilla… ¿dónde aprendiste a hacerlo así? –notó la voz temblarle.
Secreto profesional –respondió él haciéndola sonreír con su respuesta.
Bueno esto ya está. ¿Quiere volverse por favor? –pidió con la amabilidad que le
caracterizaba.
Tomando más crema, comenzó apretando los hombros y el cuello femenino
haciendo fuerza con los dedos y las palmas de las manos. De ahí descendió al
bonito y abundante pecho de la mujer. Eran un par de pechos de gran tamaño,
agradables al tacto y suntuosos que tuvieron la virtud de conseguir una respuesta
positiva por parte del chico. Se excitó Rocío con rapidez al sentir las fuertes pero
delicadas manos del muchacho por encima de sus senos. Del mismo modo se
excitó Pedro acariciando con cuidado aquellas montañas de piel firme y tersa.
Una respuesta se creó entre sus piernas que no pasó desapercibida ahora para
ella. Observó que le excitaba y aquello la hizo humedecerse mínimamente los
labios aprovechando que él no la miraba.
Sí, así muy bien… sigue me gusta…
Abandonando los pechos con gran dolor por parte de ambos, el hombre bajó a la
barriga haciendo aquella caricia bien erótica para ella. La masajeaba muy
suavemente, estirando las manos hacia los costados para luego retroceder al
mismo punto de partida. La mirada se le iba sobre los pechos de grandes y
oscuros pezones. Deseaba chuparlos y morderlos, lo deseaba como ninguna otra
cosa… La madura de carnes voluptuosas deseaba algo más pero se mantenía
inmóvil, gozando el contacto de las manos sobre su piel. La vagina aparecía
mojada y lubricada, ansiando un cálido encuentro que nunca llegaba. Era
imposible que no se diera cuenta de cómo estaba.
Los dedos aceitosos volvieron sobre los senos rozándolos con desparpajo. El
contacto con los pezones hizo que estos se elevaran y endurecieran obligando a
Rocío a sollozar como una bendita. La tenía loca, la tenía loca… ¿cuándo iba a ir
más allá? Él bajó a los muslos, acariciándolos lentamente por encima y por la
parte interna para descender seguidamente piernas abajo. Abiertas tímidamente
las piernas, Pedro podía ver el pubis cubierto de pelo bien recortado que la mujer
presentaba. No era un coño poblado pero sí lo suficiente como para hacerlo
bonito. Siguió acariciando los muslos esta vez con mayor entusiasmo.
Entusiasmo que no pasó desapercibido para ella, emitiendo un claro gemido de
satisfacción. Se encontraba empapada en jugos, pensó que era el momento de
atacar.



¿Desea alguna otra cosa la señora?
¿Alguna otra cosa? –preguntó haciéndose falsamente la tonta.
Sí ya sabe, algo mucho más relajante. A Clara le encanta acabar con algo mucho
más intenso –dijo llevando la mano entre las piernas de la mujer.
¿Así que a eso se refería? Sabía bien lo que le ofrecía y que esas cosas ocurrían
en lugares como aquel, pero no esperaba ser ella a quien le pasara aunque se
hallara ansiosa por ello.
Aquella pregunta que en otro momento le hubiese molestado, supuso en ese
instante la tecla con que activar la excitación de la mujer. Pedro lo había
preguntado de un modo tan exquisito, sin mostrar apremio ni aparente interés
que a Rocío la animó a probar. La había puesto cachonda perdida, deseándolo
con locura. Sabía bien a lo que se refería, no era una niña ni una mojigata como
para llevarse las manos a la cabeza. El muchacho era hermoso y bien formado y
por qué no pasar un buen rato con él. Ahora comprendía perfectamente las
palabras y risas de Clara y de la chica de recepción. Sin decir nada aunque con
un gesto de la mirada, el hombre supo lo que la bella mujer quería.
Me pones cariño –dijo mostrándole total confianza.
¿Sí, qué le pone? Cuénteme…
Me pone… tu cuerpo musculado, tu saber estar, tu aparente tranquilidad…
Bien, a mí me pone su cuerpo maduro, su boca jugosa y necesitada de besos.
Rocío gimió sin poder aguantar aquellas palabras. La excitaban, la excitaba
sentirse deseada por su acompañante. Dejó que la besara con suavidad, posando
los labios en los suyos mientras las manos caían sobre sus muslos acariciándolos
muy lentamente.
Bésame muchacho… bé… same…
Notó su vagina humedecerse bajo el calor de aquel beso. El deseo la envolvía
por completo, el deseo por aquella boca de gruesos labios. La lengua masculina
consiguió romper la resistencia de sus labios y así adentrarse en el interior de la
boca. La sintió muy ardiente y llena de saliva, mezclada junto a la suya. Empezó
a gemir dejándose besar y tocar por aquellos dedos que la devoraban de arriba
abajo. Tan pronto en las piernas como en el vientre o en los pechos, ninguna
parte de su cuerpo quedó sin sobar. Un estremecimiento se apoderó de ella
mientras la humedad crecía entre sus piernas hechas ya manantial. Se había
corrido como una jovencita, pronto había sucumbido a los encantos del
muchacho que tenía allí a su lado, amándola, acariciándola, besándola una y otra
vez.
Notando las manos muy cerca de su sexo pero sin tomarlo, tembló entera del
placer que sentía. Se moría porque la rozara, por notar aquellos dedos encima de
su rajilla y luego entrando y saliendo hasta hacerla correr de nuevo. Sin
embargo, Pedro parecía querer hacerla sufrir pues nada de eso hacía. La vagina
no paraba de producir jugos, cayendo los mismos sobre la piel de la camilla. El
apuesto masajista volvió a hacerse con su boca besándola hasta dejarla sin
aliento. Luego jugaron con las lenguas, entrando y saliendo de las bocas,
envueltas en un juego de lo más agradable y excitante. Rocío gimió nuevamente,
uniéndose su gemido a la cálida respiración del hombre. Separando las caras
levemente, ambos se miraron con deseo inconfesado por el otro.
Él observó las tetas, palpitantes por el nerviosismo que la poseía. Aquellas tetas
resultaban enormes y de lo más apetitosas para saborearlas y comerlas. Y la
mujer se encontraba a su merced y con los ojos cerrados como esperando que
tomara la iniciativa. Estuvo unos segundos empapándose con la belleza
femenina, recorriendo de abajo arriba la sensual figura de la mujer. El cuerpo
lleno de aceite, brillando bajo la débil luz de la habitación. Especial interés
prestó a los oscuros pezones que parecían dispuestos a todo. La entrepierna del
hombre respondió ante la imagen turbadora. Se lamió los labios con fruición. La
música suave de fondo era de lo más relajante y propicia para lo que se
avecinaba.
Al fin acercó los labios al pecho llenándolo de lentas lamidas y besos. Succionó
el pezón sintiéndolo crecer inexorablemente bajo sus labios. Ella gimió de forma
más rotunda, gozando la caricia de aquella lengua sobre tan sensible zona de su
anatomía. Tomó la cabeza masculina por detrás de la nuca, apretándolo más a
ella para animarle a seguir. El seno aparecía rotundo pero tierno bajo sus labios.
Yendo más allá, mordisqueó ligeramente el pezón tirando del mismo y aquello
hizo que la madura emitiera un grito de puro placer.
¡Sí muchacho así… chúpalo, lo tengo muy sensible!
Lo chupó, lamiéndolo con descaro, pasando la lengua por encima para
humedecerlo por entero. El pezón se veía receptivo al máximo y a ello se
entregó chupándolo como un bebé entre los jadeos y lamentos que ella lanzaba.
Lo mordisqueó una vez más y aquello gustaba a la mujer pues con sus palabras
así lo demostraba. Le gustaba aquella mezcla de dolor y placer, aquel rozar de
los dientes por encima del pezón ya bien erguido. Se percibía durísimo y grueso
gracias al tratamiento maligno y continuo. Lo mismo ocurrió con el otro pezón
llevando a la mujer a un estado cercano al éxtasis. Mientras y con las manos,
Pedro se entretuvo masajeando y dando placer al cuerpo que se le ofrecía.
Con las piernas algo entreabiertas, el coño se veía expuesto a la mirada
penetrante del hombre. El pubis húmedo y abierto era toda una invitación a la
locura. Por su parte, el volumen varonil también respondía a los estímulos que se
le presentaban. Rocío notó las manos arrimarse peligrosamente a su entrepierna.
Se le veía tan excitado como ella lo estaba. Los líquidos femeninos caían
descontrolados, mojándola entre las piernas sin remedio. El bulto masculino
aumentaba y aumentaba de tamaño haciéndose incontrolable para la prenda que
lo cubría.
La madura, tan cachonda como estaba, se abrió ofreciéndose ahora sí
enteramente al muchacho. Aquel silencio se hacía eterno, necesitaba una caricia
que la apaciguara. La mano ascendió tranquila por el muslo hasta alcanzar las
proximidades de su sexo. Tanto ascendió que por fin rozó levemente la flor tan
deseada. Acarició toda la zona arrancándole un largo gemido satisfecho. Ella
reclamó mayor atención, abriendo todo lo posible las piernas dobladas. Pedro
pasó los dedos entre los pelillos del pubis, provocando en ella pequeños aullidos
que la hicieron pedir más.
Más, más… acaríciame cariño, acaríciamelo entero…
Abriendo los labios entró en ella con tres de sus dedos. Quedó con los ojos en
blanco, creyendo no poder aguantar tanto placer. Los dedos se movieron con
rapidez en su interior, tan mojada estaba que la follada se hizo rápida y profunda.
El movimiento adelante y atrás provocó que el sonido bien conocido se hiciera
perceptible, ayudando en la excitación de ambos. Salió de la mujer buscando el
clítoris con los dedos empapados. Lo acarició con sumo cuidado, masturbándola
muy lentamente para poco a poco ir avanzando al sentir la respuesta del pequeño
botón. El clítoris se encabritó con el roce recibido. Era tan bello y delicado…
Sigue muchacho, así muy bien… qué cachonda me estás poniendo.
¿Le gusta señora? –preguntó moviendo los dedos por encima del botoncillo
encendido.
Me gusta sí, claro que me gusta maldito. ¡Y no me hables de usted, ¿quieres?!
El roce se hizo reiterativo y tenaz, masturbándola sin descanso, metiéndole dos
dedos mientras con el otro acariciaba el órgano más receptivo de la mujer. Rocío
se removía encima de la camilla, pataleando y gimiendo de tanto gusto como
soportaba. La cosa se acentuó aún más, cuando al masaje de los dedos se unió el
de la lengua pasándola por la vulva para humedecerla mucho más de lo que ya lo
estaba. La mujer cerró los ojos aguantando el nuevo ataque sobre su sexo,
raspándole los labios vaginales hasta conseguir abrirlos para meter la punta de la
lengua. La folló con delicadeza moviendo la lengua adentro y afuera hasta
hacerla rabiar de gusto. Se acarició el pecho, buscando acercarlo a la boca para
chuparlo de forma lasciva. El orgasmo le llegó sin avisar y sin que pudiera
frenarlo. Se corrió llevando la mano a la boca para no gritar cosa que logró a
medias, tan enloquecida se hallaba.
El rostro de placer de la mujer indicaba la emoción que la embargaba. Le costaba
respirar, las piernas una por cada lado, sin control sobre ellas ni sobre el resto del
cuerpo. El moreno bebió los jugos femeninos, degustando el sabor amargo que
desprendían. Luego subió a su rostro besándola con dulzura para calmar aquel
delirio que parecía no acabar nunca.
Puedes gritar todo lo que quieras, tranquila que nadie te oirá. La habitación está
insonorizada para la total discreción de los clientes.
Un gran orgasmo había sido aquel, largo e intenso como los que le gustaban y
que por desgracia no solían ser habituales. Cayó sobre la camilla, posando
suavemente la cabeza en la almohada mientras de su boca no paraban de escapar
lamentos y sollozos cada vez más apagados.
Ha sido fantástico, eres realmente bueno muchacho. ¿tienes muchos secretos
guardados como este?
Me alegro que te haya gustado. Una mujer tan hermosa no merece menos. –
exclamó echándole a un lado los cabellos caídos sobre su rostro cansado y
ardiendo en sudor.
Ven cariño bésame… lo necesito –le obligó a besarla cogiéndolo con fuerza del
brazo hasta tenerlo a su lado.
Las manos mezcladas en los cabellos del chico, gimoteando agradecida por un
placer tan intenso y salvaje. Él la besaba chupándole la lengua y dejándola
hundirse hasta el final de su boca, estaba tan loca que no había quien la parara.
Pedro devoró las caderas con las manos para después hacerse con las nalgas en
las que hundió los dedos, produciendo en ella un nuevo gemido.
Volviéndose boca abajo y apoyada en los brazos, no pudo evitar centrar la
mirada en el bulto que se apreciaba bajo el pantalón. Levantando la vista cayó en
falta al encontrar los ojos del hombre clavados en los suyos. Era aquella la señal
que él tanto esperaba. Los ojos grandes y de un verde intenso pedían ese algo
más que el varonil masajista supo comprender con su larga experiencia en
mujeres como aquella.
Junto a ella, dejó caer a los pies el pantalón y el bóxer quedando totalmente
desnudo ante la guapa madura. Agachándose se deshizo de ambas prendas
dejándolas a un lado. Rocío acogió el pene que se le mostraba, metiéndoselo en
la boca de forma hambrienta. Lo chupó lentamente, moviendo la cabeza adelante
y atrás y con los dedos sobre las duras bolas. Él le tomó la cabeza con la mano,
agarrándola hasta dejar la corta melena suelta. Así le parecía mucho más bella,
los cabellos sueltos y sedosos la hacían parecer más joven. La mujer pronto se
acostumbró al tamaño del pene masculino. El hombre, con la mano sobre la
espalda femenina, empezaba a disfrutar el trabajo que su amiga le regalaba. Los
primeros gemidos animándola comenzaron a salir de su boca. Ella chupaba y
chupaba con los ojos cerrados y metida media polla en la boca. El moreno alargó
la mano hacia el trasero femenino, para enseguida doblarse sobre ella
comenzando a lamer y chupar las redondas montañas. Así los dos se daban
placer, ella comiéndole sin descanso y él jugando con el culo que tanto le ponía.
Lamió el agujerillo escuchándola gemir al tiempo que continuaba con la
mamada. Sacándola de la boca, Rocío observó la barra de carne que se le
ofrecía. Negra muy negra, gruesa muy gruesa, con el glande inflamado y
levantado y las venas marcándose a lo largo del tronco. Se humedeció los labios
pasando la lengua por encima. También sintió la humedad correrle entre las
piernas, cada vez estaba más caliente y dispuesta a todo. Deseaba entregarse al
chico, que la follara y la amara hasta dejarla agotada y feliz.
Le sonrió con cara de mala, cuando llegaba a ese punto se convertía en una leona
sin control sobre sí misma. Haciéndolo caer a su lado, metió la lengua en el oído
del chico, lamiéndolo de forma lasciva y llenándolo de sus babas. Eso le excitó
sobremanera, no esperaba aquello de la mujer. La enloquecida madura fue más
allá, mordiendo levemente la oreja del guapo masajista hasta provocar en él un
torbellino de sensaciones.
¿Te gusta esto eh? –preguntó antes de meterle ahora la lengua en la boca
alcanzándole el paladar.
Estuvo unos cortos instantes así, introduciendo y sacando la lengua de la boca
del hombre, dándosela para juntarla a la de él. Mientras lo hacía, la mano le
acariciaba el pecho reconociéndolo en todo su esplendor. La fue deslizando en
pequeños círculos, arañándole con las uñas y llamándole para que la besara. El
muchacho disfrutaba el morbo que aquella mujer desprendía. Con los ojos
brillantes y los castaños cabellos cayéndole por encima de los hombros, se la
veía hermosa y llena de pasión. Se besaron mezclando las lenguas entre
ahogados gemidos. Separándose de él, descendió con los labios por el pecho y el
vientre, jugueteando con el interior del muslo y pasando de largo del miembro
que tanto la atraía. Al fin acercó la boca, comenzando a darle besitos por encima
del largo instrumento que respondió elevándose aún más. Aquella boca lo ponía
loco y sabía cómo llevarlo a un placer intenso. Le miraba con cara de viciosa,
sonriéndole cada vez que le pasaba la lengua humedeciendo su sexo. Cuanto más
la miraba más le gustaba aquella madura tan lasciva y maliciosa. Le dio un
ligero lametón haciendo estremecer al guapo hombretón.
Cogiéndole la oscura polla con la mano, le chupó mirándole en todo momento,
provocándole con sus miradas llenas de morbo y saber hacer. Se amorraba al
sexo masculino, lamiéndolo y succionando de forma hambrienta. Le gustaba
jugar con la lengua, pasándola por encima del tronco que se veía cada vez más
grande y duro. Le apetecía hacerle una buena limpieza de bajos, se lo merecía
por lo considerado que había sido con ella. Enfrentó aquel miembro enorme,
curvado y apuntando orgulloso hacia arriba. Se le hizo la boca agua imaginando
chuparlo de manera lenta y lasciva. ¡¡Menudo pedazo mango gastaba!!
Le comió los testículos, envolviéndolos con los labios para chuparlos con
fruición, enloqueciendo al notarlos tan duros y cargados. Al mismo tiempo, le
masturbaba moviendo los dedos arriba y abajo a lo largo del pene. Con gesto
satisfecho, observó escapar las primeras gotas del glande. Con la lengua las
recogió, degustándolas, relamiéndose con el sabor del líquido masculino. Le
pareció rico y sabroso, no veía el momento en que le entregara todo lo que
guardaba. Envolviéndolo con los labios, succionó centrándose en ello al ver
como temblaba y pedía más.
A la mujer le gustaba aquello, mamar una buena polla era una de sus aficiones
favoritas, entregándose a ello siempre que podía. Aquel hombre era hermoso y
necesitaba de sus mejores caricias. Experta como lo era se dedicó a ello tragando
y chupando con interés malsano. La lengua se removía inquieta a lo largo del
tronco, subiendo y bajando por el mismo para humedecerlo convenientemente.
El hombre disfrutaba el contacto de aquella lengua y aquella boca, haciéndole
diabluras sin parar. Aquellas mujeres eran las mejores, dándolo todo sin pedir
nada a cambio, solo gozar de un buen rato de vicio y perversión. Desde su
posición tenía una visión perfecta del rostro de la mujer, abriendo y cerrando los
ojos cada vez que se metía la inflamada cabeza en su boquita. Menuda mamona
estaba hecha y qué bien lo hacía. No deseaba otra cosa que no fuera que siguiera
y siguiera.
Le gustaban las mujeres fogosas y para eso las maduras eran las mejores. Nada
como una buena madura que supiera lo que quería. Rocío era una de esas, como
lo era su amiga Clara a la que se beneficiaba cada vez que visitaba el centro. Las
dos mujeres eran distintas. Clara era una putita encantadora mientras que Rocío
era otra cosa, tenía clase y elegancia en cada uno de sus movimientos, una de
esas féminas a las que apetece amar con cariño y dedicación.
Ella se masturbaba con los dedos propinándose el placer que su cuerpo pedía.
Mientras tanto, chupaba aquella morcilla con apetito insano, destrozándola hasta
sacarle todo el jugo que pudiera guardar. Tenía hambre atrasada y no quería dejar
pasar el placer de saborear aquella barra de carne tan apetitosa y viril. Con los
ojos cerrados y tirando los cabellos hacia atrás, mantenía un buen ritmo
mamando tan pronto de forma lenta como mucho más rápido después. Lo metía
y sacaba de la boca, ensalivándolo entero para acabar adorándolo en toda su
solidez granítica. El muchacho la vio atragantarse, teniendo que expulsar el
miembro para evitar las arcadas que le daban. Cuando notó que se corría, no se
apartó sino que se mostró con la boca abierta y la lengua fuera esperando la
corrida del hombre.
Pedro explotó dándole a probar el primero de sus disparos, seguido de un
segundo igual de abundante y viscoso. La leche le cayó por la cara, obligándola
a cerrar los ojos con premura. La notó por el rostro, cubriéndole la frente, el
pómulo y la barbilla. Cuando creyó acabar todo, abrió los ojos tímidamente
viendo los últimos goterones caer corriéndole entre las tetas. El moreno gruñía
su placer, estremecido al disfrutar el orgasmo que le había sacado. Rocío se
frotaba la leche por encima, esparciéndola al mover las manos sobre su piel
húmeda de jugos. También ella se había corrido, acompañando el orgasmo del
guapo masajista. Pedro quedó junto a ella, resoplando y jadeante aún.
¿Qué tal? –preguntó la mujer volviendo a su sonrisa morbosa.
Muy bien… tienes vicio pequeña.
Los papeles parecían haber cambiado, siendo ella la profesional y él quien
recibía su placer. Aquella mujer era una caja de sorpresas, mostrándose muy
distinta a como en realidad era. Si el hombre le gustaba y sabía trabajarla, Rocío
podía convertirse en una hembra fogosa y sin límite. Se besaron asegurando ella
que había estado muy bien. Alargando la mano, volvió a tocar el sexo del
hombre sintiendo un calorcillo subirle por el cuerpo.
¿Quieres más? –preguntó él con un hilillo de voz.
¿Puede ser? –contraatacó la madura con un temblor en su pregunta.
¿Podrás con un segundo? –interrogó mientras movía los dedos por encima del
flácido miembro.
Acercándolo a la boca, acarició el pene con un suave lametón que le hizo vibrar.
La mujer notaba los pezones duros y su sexo ardiendo. Necesitaba que la amara,
entregarse a él y disfrutar del poder de aquel miembro tan enorme. Tras lavarse
en el baño, volvieron a las andadas dándose las bocas necesitadas de besos.
Aunque ella estaba cachonda perdida, el apuesto moreno necesitaba un rato de
recuperación así que aprovecharon para besarse y acariciarse. Se abrazaban con
fuerza, corriendo las manos por las espaldas y los miembros receptivos a nuevas
caricias. Él le tomaba las caderas, subiendo por los lados para hacerse con el
cuello que comió dándole suaves chupetones que la hicieron desearlo más. La
mujer, por su parte, tenía el culo entre sus manos apretándolo con lujuria
creciente. Le gustaban los culos, era lo que más la excitaba de un hombre y
aquel era redondo y prieto. Sin esperar pasó al pene que acarició entre sus
dedillos notándolo débil y agradable al tacto.
Túmbate en la camilla –pidió el chico al hacerla separarse un tanto.
¿Otra vez la camilla? –preguntó ella que esperaba otra cosa.
Sin embargo, le hizo caso quedando su bello cuerpo nuevamente estirado y a la
vista. Gimoteó divertida al sentir al muchacho subir sobre ella. Quedó encima
haciéndole notar su peso. Sentado, ambos podían gozar del roce del otro. Pedro
abrió el bote de aceite y dejó caer una gran cantidad sobre la espalda y el trasero
de la mujer. Después hizo lo mismo sobre su pecho y barriga, esparciéndolo con
las manos hasta quedar cubierto por completo. Se dejó caer sobre la madura,
resbalando de forma lenta y arriba y abajo. La guapa Rocío gimió con la osadía
del muchacho. Sentía el peso sobre su cuerpo, deslizándose de forma agradable
para producirle un nuevo placer en todo el cuerpo. El aceite facilitaba el
movimiento del hombre, excitándolos con el suave vaivén.
Cariño, qué bueno es esto.
¿Te gusta mi amor?
Me encanta… verás que pronto vuelves a estar en forma –rio divertida al pensar
en la respuesta del hombre.
Y era verdad, apenas unos minutos más tarde y con aquel lento deslizar, el pene
no tardó en responder al estímulo que se le ofrecía. Aquel cuerpo era demasiado
deseable como para no volver a excitarse. Echándose sobre ella, le hizo notar su
aliento cálido junto al rostro, respirándole su pasión.
Me pones nena… me pones loco… me vuelven loco tu cuerpo y tus curvas.
La mujer sollozó ante las palabras que le dedicaba. El miembro se sentía duro
sobre sus nalgas, moviéndose adelante y atrás para un mejor acomodo.
Tú también me pones maldito… no sabes lo perra que me pones…
Ladeando ligeramente la cara, dejó que mezclara los dedos entre los suyos al
tiempo que la besaba de forma sensual y apasionada. El joven macho resbalaba,
excitándolos con la humedad del aceite. Los dos se encontraban cardíacos,
aumentándoles el deseo con cada roce de aquella danza exquisita. El pene le
dolía por la presión mientras que ella sentía la vagina mojada a rabiar. Deseaba
que la follara, necesitaba su sexo dentro de ella apagando aquel fuego que la
consumía.
Te deseo muchacho… te de… seo…
Él entendió el estado en que se encontraba y se dispuso a complacerla. Rocío se
estremecía, la tensión que sentía la devoraba. Deseaba que la besara, que la
mordiera follándola con desesperación. Pedro se separó, emitiendo ella un
profundo lamento de protesta. Lo quería junto a ella pero el chico fue en busca
de la necesaria goma. Se la puso con urgencia, cubriendo con el preservativo la
dureza que era ya su pene. Inclinándose sobre ella le dio un pequeño mordisco
en la nalga con el que le arrancó un tímido suspiro de emoción. Echado encima,
la cubrió por entero para besarla en lo alto de la espalda, besándole luego la
nuca, el cuello y la diminuta orejilla.
Joder Pedro, qué bueno eres… me tienes cachonda perdida…
La mujer abría la boca disfrutando el empuje del macho. Buscando la entrada de
su sexo tras abrirle las piernas, la penetró de forma lenta pero continua. Ella
lanzó un grito al sentir el miembro abrirse paso entre las paredes de su vagina.
Sentado tras ella, podía probar el pene pegado a sus nalgas. Lo notaba enorme y
aterrador. Tumbándose sobre ella cuán largo era la cubrió con su inmensa
humanidad. Rocío se sintió pequeña y desprotegida ante aquel fuerte macho. No
podía moverse, teniéndolo quieto encima de ella. El pene le entró con facilidad
gracias a lo muy mojada que estaba. Las bolas se pegaron a ella, haciéndole
sentir todo el sexo en el interior de su coñito.
Ahogó su grito, besándola hasta meterle la lengua en la boca. Quedaron quietos
un mínimo instante, iniciando sin más los agradables movimientos de la copula.
La mujer aguantaba el poderío de su amante como podía. La penetraba
resbalando dentro de ella, primero de forma lenta para poco a poco ir tomando
velocidad. Lo empapada de la vagina favorecía el suave balanceo en el interior.
¡Tómala, tómala… ¿te gusta?
¡Oh sí, sí… más fuerte, más fuerte… no… te… paresssss!
Las nalgas se removían con el lento entrar y salir, permitiendo el necesario
avance de aquel exquisito miembro. Al muchacho le encantaba el culo redondo y
prieto de la madura, aquella mujer tenía varios polvos y resultaba de lo más
excitante para su mente perversa. Cogida con fuerza a la camilla, Rocío no
cesaba en sus quejas de placer reclamando mayor empuje por parte del moreno.
De su boca no paraban de brotar leves sollozos, cada vez que el miembro la
llenaba. El joven macho golpeaba ahora con descaro, hundiéndose hasta el fondo
de aquel agujero tan húmedo y carnoso. Los gemidos del uno se combinaban con
los de la otra, golpeando las paredes de la habitación con la emoción de aquel
placer que les atormentaba.
Te siento… te siento… fóllame fuerte, más fuerte cariño.
Sí nena… me encanta follarte… - exclamó junto a su oído haciéndola retorcerse.
El orgasmo ya la había visitado, cayendo derrotada bajo el empuje del macho.
Salió de ella produciendo un sonido parecido al descorche de una botella.
Echada en la camilla con las piernas abiertas, la cogió de los muslos hasta
dejarlas apoyadas en los hombros. Lo notó entrar, comenzando de nuevo el
movimiento de mete y saca que tanto los excitaba. Tomada de la pierna sintió la
presión sobre su vulva, abriéndose paso con decisión hasta alcanzar el final.
Aquella polla le quemaba, notaba su sexo arder por un placer infinito y que la
llevaba a la locura. Le dolía pero gritó con aquella mezcla extraña que la
dominaba. Placer y dolor se habían instalado en ella produciéndole sensaciones
distintas. Empujó con fuerza, enterrándose poco a poco hasta quedar
completamente encajado entre las paredes de la mujer. Rocío gimió débilmente
notando la penetración abrirla. Cruzando las piernas, acompañó los rápidos
movimientos con que su amante empezaba a hacerla gozar.
¡Me matas maldito… qué bueno eres cabrón… sigue, vamos sigue!
No sabía dónde agarrarse, las acometidas eran tan profundas que creyó que la
rompería con su fuerza. Por suerte, el movimiento se hizo lento y pausado
ofreciéndole una mínima pausa. Las manos del hombre se apoderaron de sus
pechos, masajeándolos con dulzura para luego hacerse con los pezones duros
como la piedra. Los apretó entre los dedos, tirando de los mismos entre los
grititos que ella emitía. La follada se acentuó, teniéndola cogida tan pronto de las
caderas como de los pechos. Se entregó a ella alcanzándole un pezón que
succionó con maestría. Lo chupaba y lamía, rodeando la aureola para pasar
seguidamente al sensible pezón. Y mientras, la polla continuaba su tortura
adentro y afuera y así una y otra vez. Lo cogió del cuello haciendo que la besara,
unidos en un beso lleno de cariño y amor. Con las piernas dobladas, la
penetración se hacía más fácil llegándole a lo más profundo de su ser. Las manos
en la espalda masculina, sintiendo la piel fina y delicada bajo sus dedos. Elevó
las piernas permitiendo una mayor entrada en su interior. Rocío se retorcía como
una posesa, incapaz de soportar tanto placer. La folló de forma salvaje,
golpeándola con los huevos sin darle un momento de respiro. Le daba tan fuerte
que se sentía elevada en el aire con cada nuevo golpe. Los ojos en blanco,
gimiendo y jadeando como una perra, aquel tío era bueno follándola del modo
que hacía mucho que no la follaban.
Salió del coño tomándose un breve respiro. Aquel coño era estrecho así que
quería disfrutarlo tanto como pudiera. Girándola de espaldas, la dejó con el culo
en pompa en espera de un nuevo ataque. El hombre se quedó embobado
mirándolo y ella rio como una tonta deseando una nueva unión. Cogiéndose la
polla, se puso a follarla tomada de las caderas. El grueso miembro resbalaba en
el territorio ya conocido. Volvieron a jadear y llenar la habitación de palabras
perversas y sucias. Ella se movía echando el culo hacia atrás para hacer la
penetración más aguda. Reía, sollozaba, gimoteaba y se quejaba con el lento
movimiento del hombre, clavándola y desclavándola sin descanso, a cada paso
con mayor fuerza e ímpetu. La agarró de la cadera y el hombro tratando de
alargar su placer aunque cada vez le costaba más. Las manos cayeron en el
muslo y el pelo tirando del mismo entre las quejas de la madura. Dobló la pierna
para permitir una mejor entrada. De ese modo, la vulva quedaba a la vista de
Pedro que veía la polla enterrarse.
Y el hombre inició un nuevo movimiento diabólico sin parar en ningún
momento, todo lo contrario la golpeaba sin descanso como si aquello no fuera a
acabar nunca. Teniéndola agarrada de las nalgas, dejaba que se moviera y que
fuera ella misma quien se buscara el placer. Luego fue él quien tomando la
iniciativa la elevaba en el aire con sus arremetidas de macho joven y viril. Rocío
bufaba en su locura, flipando con el incansable polvo que le estaba dando.
Realmente valía la pena el haber probado “ese algo más” que Pedro le había
ofrecido.
Un nuevo orgasmo se avecinaba, lo supo experta como lo era en las lides
amorosas. El rostro congestionado por el placer la hacía ver bella. Nada mejor
que una mujer en el momento cercano al éxtasis, su rostro cansado y sudoroso
con los cabellos caídos sobre el mismo.
¡Métemela… métemela toda, mi amor!
Elevó el cuerpo quedándole los senos colgando, sintiendo el orgasmo llegarle
imparable. Saliendo de la mujer el muchacho se deshizo con rapidez del
preservativo, para dejar escapar el orgasmo sobre la nalga derecha de su
extenuada compañera que se corrió entre gritos desesperados y gestos de
auténtico placer. Jadeando entrecortada, ronroneaba como una gatita al remover
el trasero cubierto del semen masculino.
Eres bueno muchacho, realmente bueno –exclamó con dificultad, recuperándose
lentamente del polvo disfrutado.
El pecho palpitándole, las piernas temblándole bajo el peso del hombre que se
encontraba pegado a ella y con el brazo enlazándola por la cintura. Se besaron
inclinando levemente la cabeza y agachándose el moreno sobre ella para
saborear sus jugosos labios.
Me gustaría volver a verte, ha estado muy bien. Hacía tiempo que no me corría
así.
Ha estado bien sí… A mí también me gustaría verte, ya sabes dónde
encontrarme…
Separándose del muchacho, se encaminó a la ducha para cobrarse un refrescante
baño. Se sentía agotada, con los músculos tumefactos por un encuentro
inesperado pero intenso. Una vez salió de la ducha, Pedro ya había desaparecido.
Se vistió con prisa, recogiendo sus cosas y arreglándose con los dedos el cabello
revuelto. Los labios inflamados y las mejillas sonrosadas fueron la excusa para
la sonrisa cómplice con que la muchacha de la recepción la obsequió. Pagó
religiosamente, escapando de allí como alma que lleva el diablo. Volvería,
seguro que volvería. Tenía que contarle aquello a Clara -pensó sintiendo un
cosquilleo entre las piernas mientras esperaba la llegada de un taxi que la
recogiera.

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