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Universidad de Granada
Uno de los hechos importantes del reinado de los Reyes Católicos fue la
incorporación del reino de Granada al conjunto de territorios que se integraban en la
Corona de Castilla. Su importancia deriva no sólo del acontecimiento en sí mismo, sino,
además, de las consecuencias de todo orden, interno y externo, que marcarían después la
evolución posterior de la política de la Monarquía.
Esta incorporación, producida tras larga y costosa guerra, resultó traumática, ya que,
en un proceso de progresiva e irreversible aceleración, supuso para los granadinos una
dolorosa ruptura con su pasado. En 1492, Granada iniciaba su entrada en el Occidente
europeo; esto significó la imposición de un nuevo sistema de valores y la estructuración
de su existencia dentro de unas coordenadas bien diferentes a las que habían imperado
en los siglos anteriores.
Fue, por tanto, en esta Granada en vías de cambio y de transformación -del Islam a
la Cristiandad-, la ciudad en la que, a su vez, se iban a manifestar las tensiones y
conflictos que la cultura cristiana estaba conociendo con la transición del Gótico al
Renacimiento o, si se quiere una expresión más amplia, de los tiempos medievales a la
época moderna. La Capilla Real y el Palacio de Carlos V, o el mismo conjunto
catedralicio, pueden servir de símbolo de la presencia de estas dos tendencias que
finalizaría con el triunfo de las nuevas ideas. Y esos mismos monumentos son, sin duda,
también símbolos, tanto en su concepción como en su emplazamiento, del triunfo de la
Cristiandad sobre el Islam, triunfo que llevó consigo la completa imposición de la
primera sobre el segundo y, a medio plazo, condujo a la desaparición de este último de
las tierras peninsulares.
Así pues, los años en los que se inició y se desarrolló el Renacimiento en las tierras
granadinas, no pudieron estar cargados de mayor complejidad, por lo que presentaron
muy peculiares tensiones ausentes de otras áreas de Occidente, lo que le confiere al
estudio y conocimiento de este momento histórico granadino una particular atracción.
Es entonces cuando desempeñaron un papel fundamental sus principales protagonistas,
Boabdil, el Rey Chico, y los Reyes Católicos, Isabel y Fernando.
La guerra de Granada
Con anterioridad a la llegada al poder de los jóvenes monarcas Trastámaras, las
relaciones entre el emirato nazarí y Castilla, aunque no habían dejado de conocer
periodos de paz, estuvieron caracterizadas en múltiples ocasiones por el recurso al
enfrentamiento bélico, la mayoría de las veces con frecuentes expediciones que desde
ambos lados de la frontera hacían muy peligroso el modo de vida para los habitantes de
las comarcas limítrofes; no obstante, los distintos monarcas cristianos no se decidieron a
emprender la conquista definitiva del último bastión islámico de al-Andalus, entre otras
razones, por la inestabilidad política y social de la propia Castilla. El panorama
experimentó un cambio definitivo cuando Fernando e Isabel, tras poner término al
conflicto sucesorio, impusieron la autoridad real entre sus súbditos. En ese momento
una serie de factores, entre los que no faltaron los relacionados con la política exterior,
lanzaron a los Reyes Católicos a la conquista final del reino de Granada, cuya sola
existencia suponía una permanente inquietud y potencial peligro debido a que sus tierras
podían servir de cabeza de puente al nuevo poder expansivo islámico presente en el
Mediterráneo, el que representaba el Imperio otomano.
Hay que indicar asimismo que en Castilla, de acuerdo con ciertas tendencias
presentes también al otro lado de los Pirineos, se estaban gestando nuevas tendencias
político-ideológicas que propugnaban la unidad de creencias religiosas entre los
súbditos como uno de los instrumentos imprescindibles para construir una nueva
Monarquía, absoluta y centralizada, en la que no era posible la coexistencia con el
Islam, lo que no sólo iba a influir en la contienda bélica, sino, de un modo más claro, en
los acontecimientos inmediatamente posteriores.
La guerra exigió un gran esfuerzo económico, acrecentado por tener que movilizar
en sucesivas campañas un considerable contingente de hombres ante la tenaz resistencia
de los granadinos, quienes, ayudados por la intrincada orografía de su territorio, se
defendieron con inusitado ardor.
A pesar de que las crónicas de la época nos han transmitido que en algunos
momentos los ejércitos cristianos se compusieron de ochenta mil hombres, hay que
tener presente que una mayoría de sus integrantes no eran combatientes propiamente
dichos, sino fuerzas auxiliares dedicadas a la intendencia o a la destrucción de los
territorios asediados. Fue una guerra de corte medieval, con escasas batallas en campo
abierto. Las principales operaciones militares consistían en asedios de ciudades y
fortalezas, que eran conquistadas tras la devastación de los campos cercanos para evitar
su abastecimiento; en caso de no producirse la rendición, se efectuaba el asalto, al que
precedía un bombardeo artillero, uno de cuyos fines principales era lograr la
desmoralización de la población. Este uso sistemático de la artillería fue uno de los
pocos rasgos relativamente modernos, técnicos y tácticos, de la guerra granadina.
Con los recursos de que disponían los monarcas católicos -a pesar de ser muy
superiores a los nazaríes- era imposible la permanente movilización de grandes
contingentes de hombres; de ahí que la guerra tuviera lugar en campañas anuales
iniciadas con la llegada del buen tiempo. Se combatía durante algunos meses en
primavera y verano y luego retornaban a sus hogares. Cada una de estas campañas
supuso un recorte de la reducida superficie (30.000 kms2.) del reino nazarí.
El sultán Abul-Hasam Alí (el Muley Hacén de los cronistas cristianos) tuvo que
enfrentarse a la insubordinación del poderoso clan de los Abencerrajes; además, otras
circunstancias contribuyeron al descrédito del viejo soberano: su dura fiscalidad, su
pasión senil por la cautiva cristiana Isabel de Solís y su incapacidad para reconquistar
Alhama, caída en el primer empuje de los castellanos. El resultado fue que el sultán,
junto a su hermano Muhammad al-Zagal, tuvo que refugiarse en Málaga, mientras que
el trono granadino pasaba a ser ocupado por su hijo Muhammad XII (Boabdil).
La historia ha colocado a este último emir granadino, Boabdil, el hombre que tuvo
el triste destino de ser el interlocutor que debía acordar la desaparición del reino nazarí,
frente a unos engrandecidos monarcas cristianos, forjadores de una nueva Monarquía
catapultada de inmediato a ser uno de los ejes sobre los que iba a girar el mundo político
de Occidente. El contraste, pues, entre un monarca, soberano de un reino en estado de
agonía, y unos reyes, titulares de una Corona pujante, enaltecidos por una mayoría de
sus súbditos y en plena gloria personal, no podía ser más fuerte.
La firma por Boabdil del pacto no pudo ser más negativa para su actuación futura,
como bien pronto pudo darse cuenta, ya que a su regreso de la cautividad no encontró
entre los granadinos el apoyo que esperaba; por el contrario, se hizo patente su
desprestigio.
Se instaló en Guadix, la cual sería su capital durante dos años, y pretendió ganarse
adeptos entre quienes estaban cansados de la actividad bélica, sirviéndose como
propaganda de considerarse el único capaz de asegurar una paz honorable con Castilla.
No obstante, entre los musulmanes granadinos se hallaba más extendida la opinión de
que los acuerdos firmados no sólo eran vergonzosos, sino que suponían una traición
contra el reino.
Por tanto, parecía llegado el momento de exigir a Boabdil el cumplimiento del pacto
de vasallaje en vigor. Los Reyes Católicos anunciaron el fin de la guerra y prepararon su
entrada solemne en Granada, a la vez que reclamaban la entrega de la ciudad al monarca
nazarí. En el mes de enero de 1490 se iniciaron incluso negociaciones al respecto; sin
embargo, las mismas se interrumpieron de inmediato y se entró, una vez más, en una
situación de enfrentamiento. Se especula con las razones que motivaron la nueva
postura del último emir granadino. Se ha sostenido que la causa principal fue el intento
de los reyes de no respetarle la integridad de los territorios que se le habían prometido
en 1487; otros defienden que la razón última estuvo en la fuerza que tenían en la capital
los partidarios de la resistencia hasta sus últimas consecuencias. No olvidemos que una
constante de su actuación política estuvo en su ambigüedad, adaptándose en cada
momento a la postura que pensaba más favorable a sus intereses personales.
Pero, en definitiva, fuesen cuales fuesen los verdaderos motivos, el hecho es que
Boabdil se inclinó ante la voluntad de éstos últimos resistentes y se dispuso a luchar
hasta el fin. De este modo, a partir de la primavera de 1490 el soberano nazarí, en una
postura reivindicativa -ahora sí- del papel que debía desempeñar ante su linaje y ante su
pueblo, emprendió una serie de expediciones ofensivas para recuperar territorios
perdidos y conseguir un levantamiento de los musulmanes granadinos que ya eran
súbditos de los Reyes Católicos. Pero fue un desesperado canto de cisne, que condujo a
conquistas efímeras, a la cautividad de aquellos pocos mudéjares que se le sumaron y al
agotamiento definitivo de sus recursos humanos y materiales.
Las capitulaciones
Las capitulaciones habían sido tan generosas, especialmente las últimas, las que
afectaban a la capital granadina, que se puede dudar si los Reyes pensaban cumplirlas
en su integridad o eran una estratagema para conseguir una rápida entrega de la ciudad;
al menos, la benevolencia de los términos de la rendición pueden interpretarse como una
clara muestra de los fervientes deseos de los monarcas cristianos por terminar una
guerra que había costado demasiadas vidas y dinero.
Se permitía asimismo a los granadinos emigrar libremente al otro lado del mar
durante el plazo de tres años, periodo durante el cual podían enajenar sus propiedades.
En caso de que optasen por permanecer en sus tierras, disfrutarían de franquicias
fiscales durante dicho período, transcurrido el cual, volverían a tributar de acuerdo con
el régimen impositivo nazarí. También se acordaba que el derecho islámico sería
seguido en todo pleito entre granadinos musulmanes; en caso de fricción con cristianos,
las partes litigantes deberían someterse a la decisión de jueces mixtos nombrados al
efecto. Incluso, con objeto de facilitar el desarrollo de la vida colectiva, los monarcas se
apresuraron a nombrar una especie de «Ayuntamiento» o «concejo» musulmán
integrado por 21 regidores, de los que dos eran alfaquíes, tres escribanos, un intérprete y
una larga serie de «alamines» que representan a los distintos oficios existentes en la
ciudad.
Mudéjares y repobladores
La conquista había significado para la mayor parte de los granadinos su paso a la
condición de mudéjares, regulada por los términos contenidos en las capitulaciones. En
general, dichas capitulaciones permitieron mantener la tranquilidad hasta fin de siglo,
pues su letra se cumplió en parte, aunque con la conciencia, entre los vencedores, de que
la conquista no había terminado mientras no se consolidase la implantación castellana.
Por ello no fue extraño que en algunos casos pronto comenzara a alterarse el espíritu de
las mismas; estos incumplimientos, en principio leves, hicieron sin embargo inevitable
el empeoramiento de la situación de los musulmanes, agravada porque desde la misma
Corona comenzaron a ser tratados, dentro de la legalidad, con la peor medida posible.
Mientras que la población musulmana del antiguo reino, primero por la guerra y,
después por la emigración, vio disminuidos sus efectivos de modo considerable, la
entrada de repobladores cristianos fue intensa entre 1485 y 1499: se han calculado entre
treinta y cinco mil a cuarenta mil, con sus familias la inmensa mayoría, que llegaron de
Andalucía y, en menor proporción, de Castilla la Nueva y Murcia.
La actitud de la Iglesia
La Iglesia que se implanta en Granada fue una Iglesia vencedora y triunfante: la
advocación de muchos templos a la Encarnación -uno de los dogmas cristianos más
inasimilables por la mentalidad islámica- muestra bien la firmeza con la que se quería
cimentar el nuevo edificio religioso, al que se veía como restauración de la cristiandad
anterior a la invasión islámica.
Por otro lado, la concesión pontificia de Patronato Real no sólo convirtió a la Iglesia
granadina en modelo de lo que iba a ocurrir después en las Indias, sino que involucró de
modo más profundo y directo a la propia Corona con el proceso de asimilación religiosa
iniciado desde el primer momento de la conquista. La atracción hacia el cristianismo de
los vencidos comenzó sin violencia debido a lo estipulado en las capitulaciones y,
también, a la mansedumbre evangelizadora desplegada por el arzobispo Talavera.
Hacia 1499, cuando volvieron los Reyes Católicos a la ciudad, ya se habían produ-
cido conversiones al cristianismo entre los mudéjares, pero en cantidades poco impor-
tantes, lo que convirtió a Talavera en blanco de críticas severas ante lo escasamente
conseguido con sus métodos de cristianización.
Poco antes de la nueva marcha de los Reyes de Granada, llegó a la corte fray
Hernando Jiménez de Cisneros, ya arzobispo de Toledo, quien se convierte en el adalid
del sector que preconiza unas medidas más duras para conseguir que los musulmanes
granadinos aceptasen el bautismo. Su celo se iba a manifestar de modo especial con los
«elches» o renegados y sus descendientes, tomándose sobre ellos radicales medidas
evangelizadoras, apoyadas en un principio por los monarcas. Si las relaciones entre
vencedores y vencidos habían atravesado hasta entonces tensiones y pruebas difíciles, la
intransigente actuación de Cisneros iba a resultar determinante de la inmediata
insurrección armada de los mudéjares.
Para el otoño de 1500 la situación parecía controlada. Pero, en enero del año
siguiente se sublevaron los mudéjares de las sierra de Ronda y Marbella, quienes
obtuvieron una importante victoria sobre las tropas cristianas -marzo de 1501-. Para
estas fechas los Reyes decidieron que ya no quedaba otra opción que la planteada años
antes a los judíos: o los mudéjares, rebeldes o no, aceptaban el bautismo, o se verían
obligados a salir del territorio peninsular. Forzados por las circunstancias, la inmensa
mayoría se inclinó por la conversión.