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El Espíritu de sabiduría y de revelación

"Por esta razón, yo también, habiendo oído de la fe que tenéis en el Señor Jesús y de vuestro
amor para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis
oraciones. Pido que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de
sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de él; habiendo sido iluminados los ojos de
vuestro entendimiento, para que conozcáis cuál es la esperanza a que os ha llamado, cuáles las
riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la inmensurable grandeza de su poder
para con nosotros los que creemos, conforme a la operación del dominio de su fuerza. Dios la
ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y le hizo sentar a su diestra en los
lugares celestiales, por encima de todo principado, autoridad, poder, señorío y todo nombre que
sea nombrado, no sólo en esta edad sino también en la venidera. Aun todas las cosas las sometió
Dios bajo sus pies y le puso a él por cabeza sobre todas las cosas para la iglesia, la cual es su
cuerpo, la plenitud de aquel que todo lo llena en todo." (Efesios 1.15-23, RVA)

Una oración pidiendo revelación

Pablo comienza su oración con estas palabras: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre
de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación.” ¿Por qué anhela que los creyentes de Éfeso
tengan el espíritu de sabiduría y de revelación? Muy sencillo, porque quiere que tengan estos tres
conocimientos:

(1) “El conocimiento de él” (v. 17) - conocer al mismo Dios.

(2) “Para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria
de su herencia en los santos” (v. 18) Esto señala hacia el plan eterno de Dios y su realización. El

llamado misericordioso de Dios es un llamado para que seamos hijos suyos, y para que esos hijos
sean su herencia. Este llamado de Dios había sido preestablecido antes de la fundación del
mundo; mientras que las riquezas de la gloria de su herencia en los santos se harán realidad en la
eternidad venidera. En la eternidad pasada, Dios tiene una voluntad, y en la eternidad venidera,
tendrá una posesión. Al juntar estas dos realidades se nos revelan los propósitos eternos y el plan
de Dios. Por lo tanto, lo que Pablo quiere que conozcamos, es el plan eterno de Dios.

(3) “Cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos” (v. 19) Esta
afirmación nos muestra cuál es el poder que Dios va a usar hoy para llevar a cabo sus intenciones
y para realizar su plan. Por ello, se refiere especialmente a nuestra relación con El en el presente;
y también a nuestra relación con sus intenciones en la eternidad.

Necesitamos tener en cuenta estas cosas y recibir revelación sobre ellas ante Dios. Consideremos
cada una de estas tres cosas más completamente

Conocer verdaderamente a Dios

Hemos visto que Pablo le pide a Dios que nos conceda el espíritu de sabiduría y de revelación para
que conozcamos varias cosas. La primera de ellas es “el conocimiento de él” es decir, que
podamos conocer a Dios. ¡Qué maravilloso que podamos llegar a conocer al mismo Dios del
universo!

Cuando Pablo pasó por Atenas, vio un altar que tenía esta inscripción: "AL DIOS NO CONOCIDO."
(Hechos 17.23, RVA). En la mentalidad de los atenienses de aquel tiempo, Dios era considerado
como alguien imposible de conocer, a quien no podrían conocer con la búsqueda de su mente. A
pesar de sus muchas filosofías, seguían sin poder entenderlo. Los atenienses tenían sus
suposiciones y teorías, pero no tenían forma de llegar a conocer al único Dios verdadero. Su
situación no era del todo diferente a la que tienen hoy aquellos que afirman que existe Dios,
aunque no lo conozcan en realidad. Cuando se hallaba a punto de partir de esta tierra, el Señor
Jesús declaró llanamente: "Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero,
y a Jesucristo a quien tú has enviado." (Juan 17.3, RVA). Jesús nos muestra qué es la vida
eterna: dicho sencillamente, es el conocimiento de Dios. Los santos de Éfeso, tal como lo afirman
claramente las Escrituras, ya habían conocido a Dios. Nadie podía discutirlo. Lo habían conocido
realmente, y ya se hallaban en posesión de la vida, eterna. Sin embargo, debemos notar que
Pablo, aun así, hizo por ellos una oración en la que le pedía a Dios que les diera “espíritu de
sabiduría y de revelación en el conocimiento de él”. Por todo esto, podemos llegar fácilmente a la
conclusión de que, mientras los atenienses simplemente no conocían a Dios en absoluto, aun así,
los cristianos, que tienen la vida eterna, y que ya han conocido a Dios, necesitan también
conocerlo más.

Cuando ya hemos creído en el Señor durante varios años o incluso en caso de haber acabado de
creer en El no podemos decir que no lo conozcamos, porque sí lo conocemos. Sin embargo, hay
muchas ocasiones en que seguimos necesitando del apoyo de nuestra mente o de nuestros
sentimientos para seguir adelante. Tenemos un conocimiento escaso de Dios, pero además de ése
pequeño conocimiento creemos que necesitamos la ayuda de muchas ideas, porque sin esas
ideas, sentimos como si nuestro pequeño conocimiento de Dios fuera de poca confianza e
insuficiente. El resultado es que con frecuencia necesitamos de la ayuda de estas ideas para
mantener nuestra vida cristiana. Sin esas ayudas mentales, nos resulta difícil convencemos a
nosotros mismos sobre lo que es conecto en cuanto a razón y doctrina, para seguir adelante.
Además de esto, muchas veces buscamos sentimientos cálidos, gozosos o estremecedores, como
ayuda adicional en nuestro caminar con el Señor.

Sin embargo, puede llegar el día en que Dios nos dé el espíritu de sabiduría y de revelación, al
presentársenos en una forma fresca, especial y más profunda, de tal manera que podamos
afirmar que ahora lo conocemos de verdad. Cuando llegue ese momento, podremos afirmar
llanamente: “Ahora comprendo y veo con claridad. Ya no necesito de la ayuda de las ideas o de
los sentimientos. Ahora conozco a Dios de verdad.”

Es posible que haya quien no pueda comprender completamente lo que se acaba de decir. Porlo
tanto, vamos a aclarar este punto con uno o dos ejemplos. En cierta ocasión, un cristiano daba
testimonio con las siguientes palabras:

-Hace veintidós años que creo en el Señor. Durante los primeros dos años, puse todo mi esfuerzo
en creer. Si me preguntaban si era salvo, lo era. Nadie podía decir que no lo fuera, porque yo
sabía que lo era. También sabía que tenía vida eterna. Sin embargo, tenía un problema. Siempre
que se me preguntaba si creía en Dios, respondía que creía en El ciertamente, pero me daba
cuenta de que decía la palabra “creo” en una forma muy enfática, como si me estuviera forzando
a mí mismo a creer; como si tuviera que asirme de mí mismo conscientemente, no fuera a ser
que en aquel mismo momento dejara de ser creyente. De aquí que mi fe en el Señor Jesús
exigiera un esfuerzo mío propio para creer. ¿Creía en Dios? Sí creía. ¿Lo conocía? Sinceramente,
no sabía si lo conocía. Necesitaba la ayuda de muchos razonamientos y doctrinas para proteger mi
fe. Me sentía seguro, y hasta podía hablar con los demás, mientras mis razonamientos fueran
lógicos y mis doctrinas sólidas. Necesitaba ayuda de la mente para mi vida cristiana. Pero hoy
pueda testificar que ya no soy así. Hoy puedo decir que conozco a mi Dios. Ya no me hacen falta
las ayudas mentales para que me apoyen; no necesito de evidencias externas para proteger mi fe
interior.

Lo que afirmaba este creyente, es aquello en lo que consiste realmente el conocimiento de Dios.
Este conocimiento nos viene por revelación: no porque la doctrina sea buena, sino porque la
persona conoce interiormente por revelación. Es algo diferente al tipo de conocimiento que
tenemos inmediatamente después del momento en que somos salvos, porque en aquellos
momentos sentimos que nuestro conocimiento tiene que ser tratado con cuidado exquisito, por
miedo a que se dañe de alguna forma, o incluso se pierda. Para muchas personas, la fe en el
Señor Jesús depende continuamente de su necesidad de caminar con cuidado: siempre están
temerosas de oír algo diferente que pudiera echar abajo su conocimiento de Dios. Pero un día,
Dios les da revelación. Comienzan a conocerlo interiormente, porque lo han visto en verdad, y se
solucionan todos los problemas.

Permítame decirle que si conociera verdaderamente a Dios, ni la fe del mundo entero le serviría
de ayuda para creer, ni la incredulidad de todo el mundo podría sacudir su fe. Es posible que haya
otras personas que afirmen de forma muy convincente que la Biblia es totalmente falsa, y sus
razones para no creer pudieran parecer mucho más abrumadoras que todas las razones para
creer; sin embargo, no importa cuántas razones le puedan presentar, porque su fe no será
sacudida. Al contrario; ahora podrá decir con toda firmeza: “He llegado a conocer a Dios
interiormente. Mi conocimiento es más profundo que el pensamiento y que los sentimientos. Hoy
comprendo interiormente, y por lo tanto, nada que venga del exterior podrá influir en mí.”

Este asunto del que hemos hablado, es ciertamente un gran problema para los creyentes. Muchos
viven demasiado pendientes de los sentimientos. Si se sienten gozosos y felices hoy, dirán que
Dios los ha bendecido verdaderamente. Sin embargo, si se sienten fríos y apagados hoy, casi se
les oirá decir: ¿cómo podría saber dónde está Dios? Así es como muchos creyentes se apoyan en
sus emociones, y tan pronto como éstas les faltan, tambalean. Esto demuestra que no conocen de
verdad al Señor. ¡Qué grande es la necesidad que tienen los hijos de Dios, de que El los lleve
hasta el punto en el que sentirse fríos o calientes, apagados o entusiastas, no signifique problema
alguno, porque han conocido a Dios con un conocimiento que es más profundo que todos los
sentimientos! A pesar de la variedad de las sensaciones externas, ya sean de gozo o de dolor,
ellos “saben” internamente. Solamente este tipo de personas puede soportar todo tipo de
sacudidas. Este es el único tipo de personas que serán usadas por Dios.

Un hermano, poco después de haber creído en el Señor, tuvo que enfrentarse con otra persona
que le dijo que había errores en la Biblia. Estaba tan exasperado que casi lloraba. El creía que la
Biblia era la verdad; ¿cómo podría haber en ella error alguno? Sin embargo, el otro hombre le
señalaba distintos lugares en la Biblia, afirmando que estaban equivocados. De manera que el
hermano se llegó a sentir verdaderamente asustado. Como se sentía estremecido, pensó:
¿Qué podría hacer si esos errores son reales? Después de esto, le presentó el asunto a una
hermana anciana, porque consideró que como esta hermana amaba tanto al Señor y a la Biblia,
seguramente se sentiría agitada si se daba cuenta de que existían esos errores en la Biblia. Sin
embargo, lo raro fue que después de oír todo lo que él le dijo, la hermana seguía totalmente
calmada. Su respuesta a todo lo que él le expuso, fue:

— Eso no es problema.

Entonces, el hermano se dijo a sí mismo estas palabras:

-Aunque esto no le cree a ella problema alguno, sí que me crea un gran problema a mí.

Por lo tanto, le pidió a la hermana que le explicara estos lugares dudosos de la Biblia. No
obstante, todo lo que ella le dijo fue que el conocimiento de Dios no dependía de la solución de
estos problemas. Ante esta afirmación, el hermano reaccionó interiormente pensando en su
corazón: “Es posible que estos problemas no exijan ninguna solución para una persona anciana
como usted, pero es imposible que un hombre joven, con una mente activa como la mía, los pase
por alto.”

El resultado fue que este hermano se pasó un año entero escudriñando las Escrituras con respecto
a estos problemas. Cuando halló evidencias de que los pasajes bíblicos en cuestión estaban
correctos, y no había error en ellos, la pesada carga que había en su corazón cayó, como una
piedra cuando la levantan del hombro de una persona. Sin embargo, si este hermano hubiera
conocido realmente a Dios, no hubiera necesitado estar preocupado durante todo un año.
Si conocemos realmente a Dios, no llevaremos en el corazón una carga tan pesada, ni nos
sentiremos estremecidos aunque nos salgan al encuentro muchas preguntas más. La gente podrá
intentar demostrar esto o aquello, pero nosotros los creyentes podemos probar algo muy
importante: que Dios es ciertamente Dios, y que lo conocemos como alguien muy real. Y al
conocerlo a Él, todos los problemas quedan resueltos. Este conocimiento no se apoya en lo lógicas
que sean las razones, o lo claras que sean las doctrinas; descansa solamente en la revelación.
¡Qué necesaria es una revelación así! Debemos pedirle a Dios que nos dé el espíritu de revelación,
para que lo conozcamos realmente. Este conocimiento es la base firme del creyente, y tiene una
importancia máxima.

El conocimiento del llamado de Dios y de su herencia

Dios no quiere solamente que lo conozcamos, sino también que conozcamos cuáles son su
llamado y su herencia en los santos. En otras palabras, quiere que sepamos lo que Él ha estado
haciendo y continúa haciendo desde la eternidad y hasta la eternidad, en resumen, cuáles son su
plan y sus propósitos eternos.

Debemos tener en cuenta que la carta a los efesios, al mostramos cuál es el plan eterno de Dios,
trata este asunto de eternidad en eternidad. Al mencionar el llamado de Dios, su herencia en los
santos y su poder para con nosotros los que creemos, Pablo trata de decirnos que para que
conozcamos realmente el plan eterno de Dios y lo que El está haciendo desde la eternidad y hasta
la eternidad, necesitamos ver la relación entre el plan eterno de Dios por una parte, y su poder
para con nosotros, por la otra. Sólo con esta comprensión no nos aproximaremos al plan eterno
de Dios en una forma abstracta, ni lo tendremos como algo insignificante. Veamos que este plan
eterno de Dios tiene una estrecha relación con cada uno de nosotros. Cuando hablemos sobre él,
¿lo debemos tratar como algo intangible e incomprensible? Por supuesto que no, porque tiene
mucho que ver con nosotros en la práctica; está relacionado directamente con su llamado, con su
herencia en nosotros, y con su poder para con nosotros. Y todas estas cosas son muy personales.

Estudiemos, primeramente, el llamado y la herencia de Dios, antes de proceder a examinar el


poder de Dios para con aquellos que hemos creído.

En lo que respecta a nuestro llamado, lea de nuevo este aspecto de la oración de Pablo:
"…..iluminados los ojos de vuestro entendimiento, para que conozcáis cuál es la esperanza a que
os ha llamado,…." (v. 18, RVA). Nos preguntamos si muchos creyentes saben que hay una
esperanza delante de ellos. Sin embargo, la esperanza de muchos que sí lo saben, resulta ser el
cielo solamente. Gracias a Dios, existe la esperanza del cielo. Pero no es éste el propósito del
llamado divino, ni es nuestra esperanza, a la que El nos ha llamado. Entonces, ¿qué es este
llamado misericordioso? "Asimismo, nos escogió en él desde antes de la fundación del mundo,
para que fuésemos santos y sin mancha delante de él. En amor nos predestinó por medio de
Jesucristo para adopción como hijos suyos, según el beneplácito de su voluntad," (Efesios 1.4-5,
RVA). Este es el llamado de Dios. Nos llama a ser como Él, declarado en forma positiva, a ser
santos; en forma negativa, a ser sin mancha.

¡Qué grandioso es su llamado tan Heno de gracia! Si usted nunca ha caído o ha sido débil, es
posible que no aprecie este llamado de calidad única. Pero en caso de que conozco algo de la
profundidad de su debilidad y su inutilidad, con cuánto cariño lo aceptará. Entonces, usted dirá:
“Gracias, Dios mío, Tú me llamas a ser santo, a ser sin mancha, a ser perfecto como Tú.” Demos
gloria a Dios, porque un día, su intención al escogemos se verá realizada. A pesar de lo débiles,
inútiles y dignos de culpa que somos en la actualidad, un día seremos llevados por Dios al lugar
en el cual nos podremos poner de pie ante El, santos y sin mancha, como El es. Esto es para lo
que Dios nos ha escogido y nos ha llamado. Puesto que El así lo ha deseado, así se hará con toda
seguridad. Y así sabemos ante El cuál es nuestra bendita esperanza, la de ser como el mismo
Dios.
A continuación debemos considerar él asunto de la herencia de Dios en los santos. Nuevamente,
leamos la parte pertinente en la oración de Pablo: "habiendo sido iluminados los ojos de vuestro
entendimiento, para que conozcáis cuál es la esperanza a que os ha llamado, cuáles las riquezas
de la gloria de su herencia en los santos," (Efesios 1.18, RVA). ¿Cuál es la herencia de Dios en los
santos? Aquí el significado no es que Dios les vaya a dar herencia a los santos, sino que los
mismos santos son la herencia de Dios. Pablo declara que la herencia que Dios recibe en los
santos es gloriosa; ¡son las riquezas mismas de la gloria!

Tanto en Efesios 1:5, como en 1:11, se utiliza la palabra “predestinados’. En el versículo 5


leemos: "En amor nos predestinó por medio de Jesucristo para adopción como hijos suyos,
según el beneplácito de su voluntad," (RVA). Esto nos muestra que estamos predestinados a ser
sus hijos. El versículo 11 declara lo que sigue: "En él también recibimos herencia, habiendo sido
predestinados según el propósito de aquel que realiza todas las cosas conforme al consejo de su
voluntad," (RVA).” Esto nos indica que estamos predestinados a convertimos en herencia suya. De
manera que lo que dicen el versículo 5 y el 11, aunque sean cosas diferentes, deben ir unidas.

Desde la eternidad, y hasta la eternidad, Dios tiene un plan. Esto es, quiere hijos. Muchos
creyentes no pueden llegar a comprender la grandeza de esta filiación. Sin embargo, por las
Escrituras sabemos que la intención de Dios es llegar a tener hijos, y que su plan está relacionado
con los hijos. Bastarán dos pasajes para demostrarlo: (1) "Y por cuanto sois hijos, Dios envió a
nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clama: "Abba, Padre." (Gálatas 4.6, RVA). Este
versículo nos dice cómo Dios pone el Espíritu de su Hijo en nosotros para que seamos hijos suyos.
Además, (2) "Porque le convenía a Dios -por causa de quien y por medio de quien todas las cosas
existen- perfeccionar al Autor de la salvación de ellos, por medio de los padecimientos, para
conducir a muchos hijos a la gloria." (Hebreos 2.10, RVA). Este fragmento de las Escrituras revela
que cuando las intenciones de Dios queden realizadas, habrá muchos hijos en la gloria, porque el
Hijo amado de Dios llevará muchos allá. La intención de Dios es la de conseguirse hijos, y estos
hijos, a su vez, son su herencia. Por esta razón, Dios nos revela en el primer capítulo de Efesios
que El ha preestablecido que, por una parte, tendrá hijos (v. 5) y por otra, adquirirá una herencia
en ellos (v. 11).

¿Qué significa la herencia de Dios? Herencia de Dios significa que algo le pertenece a Él. Dios nos
ha predestinado a los santos para que seamos su posesión heredada, así como hijos suyos. Todos
los santos le pertenecemos. Pablo espera de nosotros que tengamos los ojos alumbrados para que
veamos las riquezas de la herencia de Dios en los santos. ¿Qué es esta gloria? Muy sencillo: ser
como Dios; ser capaces de glorificarlo. Esto es lo que El quiere. Por lo tanto, Dios nos ha escogido
para que seamos suyos: hijos suyos y herencia suya. ¡Quiera el Señor abrir nuestros ojos para
que podamos percibir lo glorioso que es esto!

Dios quiere que comprendamos que no sólo debemos conocerlo a Él, sino también su obra, su
plan y sus intenciones. Este conocimiento requiere visión. Sin visión, todo lo que vemos es
fragmentario y temporal. Por ejemplo, con respecto al ministerio espiritual, con frecuencia fijamos
la vista en ¡4 pequeña parcela de trabajo que tenemos en la mano. Nos sentimos triunfantes
cuando nuestra pequeña obra parece ir bien; sin embargo, nos sentimos descorazonados cuando
esa obra no marcha con tanta suavidad. Con frecuencia, nuestra vista se halla limitada a una
perspectiva muy pequeña. No somos capaces de ver cosas mayores ante Dios. ¡Qué limitada es
nuestra comprensión! Es como un niño pequeño que tuviera en sus manos un billete nuevo de
diez dólares. Se siente inmenso. ¡Mira el billete como si fuera toda su herencia!

Es frecuente que nuestra visión sea tan pequeña y tan limitada como la de este niño. Ni lo vemos
todo, ni vemos lo eterno. Sin embargo, es necesario que sepamos que la visión de Dios se
extiende desde la eternidad hasta la eternidad. Quiera el Señor abrir nuestros ojos, para que no
seamos personas pequeñas, con una visión también pequeña de las cosas espirituales.
¡Qué pequeño es el hombre! Somos demasiado pequeños, y las obras de nuestras manos
también. Dios desea que salgamos de esta esfera de acción tan pequeña, para que veamos y
conozcamos experimentalmente cuál es la esperanza de su llamado y cuáles son las riquezas de la
gloria de su herencia en los santos. No obstante, esto no es solamente algo que satisface las
necesidades de los hombres; más bien es algo relacionado con las necesidades de Dios. ¿Por qué
predicamos el Evangelio? No es solamente porque los hombres tienen una necesidad, sino porque
Dios también tiene una necesidad. No deduzca de esto que el Evangelio de la gracia y el Evangelio
del Reino son dos evangelios. De ninguna manera; no son dos. Sólo existe un Evangelio, mirado
desde dos ángulos diferentes. Captado desde la perspectiva de los hombres, es el Evangelio de la
gracia; mirado desde la perspectiva de Dios, es el Evangelio del Reino. Puesto que Dios desea que
muchos lleguen a Él y realicen su propósito, nuestra obra debe estar dirigida por su visión, tanto
como por la visión de los hombres. Dios quiere hombres; quiere que muchos lo glorifiquen. De
manera que al predicar el Evangelio, también tenemos por meta conseguir personas para
satisfacer la necesidad divina. Por lo tanto, los hijos de Dios necesitan visión: necesitan esta
visión eterna. Esta visión cambiará nuestras obras, nuestro punto de vista, y hasta nuestra vida
de creyentes. Una vez que la hayamos tenido, no podremos permanecer dentro de los estrechos
límites de nuestras pequeñas obras del pasado, ni podremos aferramos a nuestras antiguas
formas y puntos de vista. No podremos seguir ocupándonos de las pequeñas ganancias de aquí o
las pequeñas pérdidas de allá, como en días anteriores.

Algunos hermanos, es posible que hayan oído sobre el propósito y el plan eterno de Dios, pero
cuando están comprometidos en la predicación del Evangelio, o en algún otro ministerio, podrían
decir algo así: “No sé cómo unir mi tabor con el plan de Dios. Como estoy muy comprometido en
una obra, pierdo de vista con rapidez las intenciones eternas de Dios, de las cuales he oído
hablar. Poco a poco, se van desvaneciendo y ocultando, hasta que se pierden de vista. Cuando oí
por primera vez hablar de ellas, me parecía un asunto bastante claro; pero después lo olvidé con
facilidad.”

Nótese aquí; que lo que oímos se nos puede olvidar con facilidad, pero lo que vemos, no es tan
fácil de olvidar. Es fácil olvidar una doctrina, pero es difícil olvidar una visión. Por lo tanto, la
pregunta de rigor es esta: ¿Ya ha visto? ¿Ya se abrieron los ojos de su corazón por la acción de
Dios? Si usted ha visto verdaderamente su llamado y su herencia, su propósito y su plan,
entonces, cualquier obra que emprendan, grande o pequeña, se unirá de forma completamente
natural al plan de Dios. Cuando una obra no se una a su plan, no podrá ser considerada como
obra de Dios.

Necesitamos que el Señor nos abra los ojos para poder tener visión. Esta se convertirá en una
gran liberación, porque nos hará libres de nosotros mismos y de nuestros estrechos horizontes. A
partir de ese momento, tendremos la profunda sensación de que mientras esta obra eterna no
esté completa, no podremos tener descanso. Mientras el plan eterno de Dios no esté terminado,
no tendremos día alguno de satisfacción. La carga que hay en nuestros corazones, y la obra en la
que se hallan comprometidas nuestras manos, no son otras que lo que Dios desea tener aunque lo
que nos ocupe sólo sea el trabajo de mover una pequeña piedra. Esta, sin embargo, quedará
dentro de la inmensa obra que va desde la eternidad hasta la eternidad. Pidámosle a Dios que nos
mantenga bondadosamente en esta visión. Cuán fácil nos es salimos de esta visión; con cuánta
rapidez nuestra obra puede convertirse en algo más pequeño que el alcance de esta visión. Es
posible que Dios no nos llame a hacer grandes cosas, pero quiere que la obra que hagamos esté
incluida en su grandiosa visión. Esta obra debe unirse a sus grandes propósitos para formar parte
de su gran obra. Por pequeño que sea el servicio que el Señor le ponga a realizar, si es lo que El
lo llama a hacer, es grande en realidad, porque forma parte de la obra de Dios, que va desde la
eternidad hasta la eternidad.
El conocimiento del poder de Dios

La carta a los efesios nos revela el misterio desde la eternidad hasta la eternidad. Por una parte,
lo que vemos es la eternidad del pasado, y en esa eternidad, Dios tiene una predestinación, un
plan y una voluntad. Por la otra, lo que vemos es la eternidad del porvenir, y la forma en que Dios
llevará a cabo su propósito en ella y conseguirá lo que se ha propuesto. Sin embargo, entre esas
dos eternidades hay un período al que llamamos tiempo, en el cual Dios nos revela cómo llevará a
cabo la voluntad predestinada que tenía en la eternidad pasada, hasta que la haga realidad en la
eternidad que ha de venir.

Pablo en su oración toca tanto lo objetivo como lo subjetivo. Eh la parte objetiva, el apóstol ora
pidiendo que sus lectores conozcan al mismo Dios y la esperanza de su llamado, y las riquezas de
la gloria de su herencia en los santos; en el aspecto subjetivo, desea que sean alumbrados ".…los
ojos de vuestro entendimiento, para que conozcáis cuál es la esperanza a que os ha llamado,
cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos," (Efesios 1.18, RVA)
1
“los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál la supereminente grandeza de su poder
para con nosotros los que creemos” (1:18). Después de que hayamos conocido al mismo Dios,
junto con su obra de eternidad a eternidad, entonces el aspecto subjetivo, es decir, su poder,
comienza a ser exhibido en nosotros. Primero, la visión objetiva; después, la obra subjetiva.
Muchos creyentes, sin darse cuenta, cambian el orden; dan una media vuelta. Echan a un lado el
conocimiento de Dios y de sus intenciones eternas, y consideran como de primera importancia la
obra interior— que 3° pueda ser santo, que yo tenga más victoria, o que yo pueda ser más
espiritual. Lo que estos creyentes están poniendo de relieve es todo lo que se halla en la parte del
yo, y no lo que se halla en el lado de Dios. Pero el orden qut el Señor espera es este: que por
haberlo conocido primero a El y a su voluntad eterna, como consecuencia, El pueda obrar en
nosotros para alcanzar ese fin. La obra en nuestro interior se realiza para llevar a cabo los
propósitos eternos de Dios. Nuestra victoria personal, y nuestra
obra personal tienen lugar para cumplir con esos propósitos eternos
Entre los hijos de Dios hay muchos que han invertido el orden. Lo que ponen de relieve es su
problema personalt cómo pueden obtener victoria, cómo llegar a la santidad personal, o las
respuestas a sus oraciones personales. Por supuesto, hay quienes no buscan a Dios en absoluto,
pero entre esos santos que sí buscan lo espiritual y desean caminar con el Señor, muchos parecen
no tener más que una meta:
cómo resolver sus problemas personales ante el Señor. Todo lo que esperan, tiene que ver con
sus problemas. Lo que desean tener, y esperan con ansias ver de Dios, no es más que una serie
de liberaciones, para poder vivir una vida pacífica y feliz, Demasiadas personas de estas sólo
están centradas en ellas mismas. Todo en sus vidas da vuelta alrededor de ellas hasta un grado

tal, que todo lo que les preocupa es su propia persona.


Ahora bien, es derto que necesitamos la obra de Dios en nuestras vidas, y sí necesitamos mucho
de la victoria personal y de la santidad; no hay duda de que necesitamos poder y fortaleza, y
también emancipación y liberación personal Sin embargo, el corazón del problema no está aquí.
Dios espera de nosotros que primeramente tengamos la visión, que sepamos cuál es la meta de
su trabajo, y después El obrará en nosotros, para alcanzar esos propósitos. La intención de Dios
no consiste simplemente en damos una victoria o una santidad personal porque su objetivo no
puede ser tan limitado. El quiere que veamos que desde la eternidad hasta la eternidad, El tiene
una obra pendiente, y toda persona redimida tiene una parte en ese plan suyo. Dios obra en
nosotros con la fortaleza de su poder para que podamos cumplir con su plan eterno.
24 El Espfritu de sabiduría y de revelación
El Espíritu de sabiduría y de revelación 25

1 Santa Biblia : Reina-Valera Actualizad. 1989; Published in electronic form by Logos Research
Systems, 199 (electronic ed. of the 1989 editio). Logos Library Syst. El Paso: Baptist Spanish
Publishing House.
• Por lo tanto, tenemos que comprender este principio tan importante: que el trabajo subjetivo
debe basarse en la visión objetiva, y que el poder subjetivo procede de esa visión objetiva.
Primero la visión, y después el poder; primero lo objetivo, y después lo subjetivo. Si una persona
no tiene visión, no puede esperar que Dios obre en ella. Supongamos, por ejemplo, que un padre
envía a su hijo a comprarle algo. Debe darte algo de dinero. La motivación del padre no es que su
hijo pueda tener unos cuantos dólares en el bolsillo, sino que le compre esas cosas. De una forma
similar, Dios nos da poder, no sólo para damos el gozo espiritual personal, sino para alcanzar su
meta. Este es un asunto que hemos de resolver completamente ante El.
Es posible que haya quienes consideren que este problema es demasiado grande. Admitido; es
grande, es algo que está directamente relacionado con nuestro futuro espiritual. Cuántos son los
que no llegan a recibir la obra de Dios en ellos en forma subjetiva, porque no han obtenido la
visión, porque toda la obra subjetiva de Dios se basa en la visión que El mismo ños proporciona.
Primero viene esa visión, y después la obra subjetiva. Inicialmente, se ve de forma objetiva. A
continuación, se experimenta la obra; primero viene el conocimiento del llamado de Dios y de las
riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y después el conocimiento de la supereminente
grandeza de su poder para con nosotros. Por censiguiente, en realidad debemos pedirle a Dios
misericordia, para que podamos comprender que no basta con ser sirvientes en su casa, y cumplir
con un pequeño servicio, sino que debemos ser amigos suyos para comprender su pensamiento.
Debemos ver, debemos conocer, debemos tener visión tanta, que nuestro corazón deberá quedar

cautivado por ella. Porque


sólo entonce nos daremos cuenta de que la obra de Dios es también nuestra.
Sin embargo, una vez recibida la visión, también debemos saber cuál es la obra de Cristo en
nosotros. A menos que conozcamos el poder de Dios en nosotros, seremos inútiles ante El. La
visión nos hace ver el plan de Dios, mientras que el poder nos hace capaces de llevar a cabo ese
plan. La visión nos da entendimiento con respecto al plan de Dios, pero el poder nos ayuda a
realizarlo. De aquí que el apóstol nos muestre que debemos saber “la supereminente grandeza de
su poder para con nosotros los que creemos”, además de conocer la esperanza de su llamado y
las riquezas de la gloria de su herencia en los santos. No sólo necesitamos conocer a Dios, y su
plan y su propósito, sino también la fortaleza de su poder.
No podemos decir que conocemos verdaderamente a Dios, si su poder no ha obrado en nosotros.
Tampoco podemos decir que conocemos realmente su plan y su propósito, si no hemos podido
experimentar su poder en nosotros. Conocer solamente a Dios y su plan y propósito sin conocer al
mismo tiempo lo supereminentemente grande que es su
poder, nos dará únicamente algo objetivo, sin que tengamos ninguna experiencia subjetiva. Por lo
tanto, deberíamos conocer el poder de resurrección de Dios, además de su plan y su propósito.
“Y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos” (y. 19). Este
poder es verdaderamente grande. Es tan grande, que a menos que Dios nos abra los ojos, no
seremos capaces de ver lo inmenso que es. Es tan gigantesco que los santos d Efeso no se daban
cuenta de las dimensiones de su grandeza. La inmensidad del poder de Dios se hallaba más allá
de su comprensión.
26 l Espíritu de bidur y de 1 El Esritu de bidur relad6 2?
Necesitaban que Pablo orara por ellos, para que Dios les concediera el espíritu de sabiduría y de
revelación y les iluminara los ojos del corazón, para que pudieran darse cuenta de su grandeza.
No tenemos forma de determinar lo grande que este poder es; sólo podemos decir que es grande
—mucho más de lo que pudiéramos imaginar jamás.
No pensemos que hay muy poco valor en los vasos de barro, metáfora que usa Pablo para
referirse a nuestros cuerpos mortales. Aprendemos de la segianda carta de Pablo a los creyentes
de Corinto, que hay un inmenso tesoro en nuestros vasos de barro (ver 2 Corintios 4:7). Sin
embargo, ¿creemos realmente que es así? El tesoro se halla en el vaso de barro, y este tesoro es
precioso por encima de toda comprensión nuestra. Necesitamos que el Señor nos abra los ojos,
para verlo precioso que es. Por Una parte, vemos este vaso de barro la casa terrenal de nuestro

tabernáculo que pronto habrá de disolverse y por otra parte vemos ¡a supereminente grandeza

del poder del Señor para con nosotros.


Los hijos de Dios necesitan saber ¡oque obtuvieron en el momento en que nacieron de nuevo. Es
posible que haya bastado con sólo un minuto para recibir al Señor y nacer de nuevo, pero van a
hacer falta treinta o cuarenta años a partir de ese momento para descubrir lo que cada uno de
nosotros recibió en aquel momento precioso. La experiencia de aquel minuto se convierte
rápidamente en historia, pero harán falta treinta o cuarenta años para examinarla y para
experimentarla una y otra vez, para que se abran nuestros ojos y veamos lo maravilloso que es el
don que Dios nos hizo en aquel minuto, y para que conozcamos lo inmensamente grande que es
el poder que El habrá de manifestar en nuestra vida desde ese momento.
La regeneración parece ser algo muy comente, y sin embargo, para la gente que tiene los ojos
abiertos, el poder que Dios ha demostrado en su vida está más allÍ de toda medida. Es posible
que la regeneración tenga lugar dentro del marca de un Corto tiempo, pero aquellos que tienen
los ojos alertas, declararán que esta vida es de eternidad, y que la vivirán para siempre en

síntesis, que este poder es supercmi nentemente grande. No hay ningún hijo de Dios sobre la
tierra, que pueda conocer por completo, hasta donde llega lo que Dios le dio en el momento de su
regeneración. Sin embargos bienaventurados aquellos que saben algo más de lo ordinario.
Nuestro progreso espiritual no se juzga por la cantidad de poder que obtenemos del Señor, sino
porque vemos más, qué tipo de poder es éste que El nos ha dado: esto es, la supereminente
grandeza de su poder. Aunque sea en el momento de la regeneración cuando Dios pone ese
tesoro dentro de nuestro vaso de barro, nos llevará toda una vida descubrir lo grandioso y lo
precioso que es ese tesoro.
La persona no hace progreso alguno si lo quevio del tesoro en el día del nuevo nacimiento, y lo
que ve ahora, después de diez o veinte años, es exactamente lo mismo. Aunque hayan pasado
realmente diez o veinte años, este creyente sigue siendo como un niño ¡edén nacido. Sin embargo
Dios quiere que miremos, por medio de la revelación del Espíritu Santo, la supereminente
grandeza de su poder para Con nosotros. Nuestra fortaleza o debilidad dependen en realidad de
que veamos más o menos. El que vea, se hará fuerte, mientras que el que no vea, se hará débil;
Por lo tanto, nuestra clave de hoy es ver. Dios no obra en nosotros como consecuencia de que le
hayamos pedido que nos dé algo. De ninguna manera. Lo que El nos podía dar ya nos ha sido
dado y se haya, en
28 El Espíritu de sabiduría y de revelación
El Espíritu de sabiduría y de revelación 29
malidad, en nosotros ya. Lo que debemos pedir hoy es que Dios nos conceda el espíritu de
sabiduría y de revelación para que podamos ver, porque al ver entraremos en la experiencia.
Cuando muchos santos del pasado tenían que atravesar una crisis espiritual, en lugar de que Dios
les concediera una cantidad adicional de fortaleza, saltaban de gozo exclamando: “Gracias a Dios,
ya la tengo!” En aquellos tiempos, no rogaban insistentemente pidiendo lo que no tenían; más
bien, estos ‘santos llegaban a ver que ya podían lograr lo que buscaban. Por eso podían alzar su
voz en alabanza y acción de gracias. Nadie que no haya visto puede comenzar a imaginarse tan
siquiera lo inmenso que es este poder del que habla Pablo.
Entonces, ¿cuán supereminentemente grande es este poder? “Según la operación’del poder de su
fuerza, la cual operó en Cristo” (versículos 19b,20a). Vamos a fijamos especialmente en la
palabra “según’. Debemos comprender que el poder que Dios les muestra a los que creen, es
según la operación del poder de su fortaleza en Cristo. En otras palabras, en la misma extensión
en que la supereminente grandeza del poder de Dios obró en Cristo, en esa misma capacidad
obrará esa supereminente grandeza en la Iglesia. Fuera cual fuera el grado de poder con que Dios
obró en Cristo, obrará al mismo nivel en nosotros los que creemos, Ambas operaciones serán en
realidad la misma! ¿Lo ha visto? Si no, debe orar. No pretenda que por haber leído la carta a los
efesios vaxias veces y porque es capaz ahora de recitar de memoria los versículos 19 y 20 del
capítulo primero, ya lo tiene todo. La memoria no cuenta aquí, sino tan sólo la revelación.
Pablo• oró aquel día por los santos de Efeso, para que fueran capaces de verla supereminente
grandeza
del poder que Dios ya les había dado. Ahora bien, si nosotros hoy no vemos que el poder que está
en nosotros y el que estaba en Cristo son un solo y misito poder, nosotros también necesitamos
orar pidiendo ver. Si el poder manifestado en nosotros es menor que el poder que se manifestaba
en Cristo, deberíamos reconocer que aún hay muchas cosas que no hemos visto. Confesémoslo
humildemente y oremos para que Dios nos haga ver. Ahora bien, veamos
o no, sigue siendo cierto que el poder que Dios obra en aquellos que creen es según la operación
del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo. Aleluya! Esta es la realidad espiritual. Pidámosle a
Ojos que nos abra los ojos para que podamos percibir y comprender verdaderamente. No le
pidamos que derrame sobre nosotros más poder desde el exterior; no, sólo le pediremos que nos
haga descubrir y ver mejor lo que ya está dentro de nosotros. Cuando Dios nos abra los ojos para
que veamos, lo alabaremos cada vez más por lo que El nos ha dado.
Ahora veamos lo que este poder ha hecho por nosotros. “Según la operación del poder de su
fuerza, la cual operó en Criso, resucitándole de los muertos” (versículos 19b,2Oa) £ste poder hizo
que Cristo fuera levantado de entre los muertos. Cada vez que meditamos en la resurrección,
palpamos lo preciosa que es. La resurrección es aquello que la muerte no tiene poder para retener
(ver Hechos 2:24). La muerte no puede contenerla.
Ningún hombre ha entrádo en la muerte para regresar a la vida de nuevo. Los seres humanos han
ido muriendo a través de todas las épocas y las generaciones de la humanidad. Todos los que han
entrado en la muerte, han sido retenidos por ella y no han regresado. Pero hay un hombre que
salió de la muerte. Este hombre es el Señor Jesucristo. Jesús
30 El Espíritu de sabiduría y de revelación
El Espíritu de sabiduría y de revelación 31
dijo: “Yo soy la resurrección y la vida” (Juan 11:25). El es vida; por lo tanto, todos los que crean
en El nunca habrán de morir; El es resurrección, y por lo tanto todos los que crean en El. aunque
mueran, vivirán. En retrospectiva; todos aquellos que han entrado en la muerte, han sido
retenidos por ella; ninguno ha regresado jamás. Pero hay un poder que puede entrar en la muerte
y salir de ella. Este es el poder de Dios. Cuando contemplamos la muerte de una persona que
quisiéramos ver viva, comenzamos a comprender lo grande que esel poder de la muerte. Es muy
fácil que las personas entren en la muerte, pero es imposible que salgan de ella. La persona podrá
rechazar la vida, pero no puede rechazar la muerte.
Satanás obra por una parte por medio de las tinieblas, y por otra parte a través de la muerte. Sin
embargo, Ray un -poder que viene de Dios. Este poder
es capaz de pasar por la muerte y no ser retenido por ella. El poder del diablo no puede vencerlo,
ni tampoco el poder del Hades puede engullirlo. Se llama “resurrección”. Lo que puede pasar por
la muerte sin ser afectado por ella, se flama resurrección. Y el poder que se halla ahora en
nosotros es este mismo poder! Este poder, que levantó a Cristo de los muertos, también hará que
nosotros pasemos por la muerte y no seamos retenidos por ella. Porque así como este poder
levantó una vez al Señor Jesús de entre los muertos, así también nos levantará a nosotros.
Ahora bien, este poder de Dios no hizo solamente que Cristo se levantara de entre los muertos,
sino que también lo sentó “a su diestra (de Dios) en los lugaes celestiales, sobre todo. y (Dios)
..

sometió todas ls cosas bajo sus pies y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia”
(versículos 20b-22)LAquí aprendemos que Dios ha puesto a Cristo por cabeza sobre
todas las cosas, y que esto es por la Iglesia. Cristo fue
hecho cabeza sobre todas las cosas para que la Iglesia saliera beneficiada. Por consiguientes la
Iesia podrá recibir del Señor este poder. Como el poder que está en nosotros es este poder, y
tenemos este tesoro dentro, ¿qué más puede Dios damos si seguimos fracasando en nuestro
cristianismo? Deberíamos decirle: “No nos des más, porque Tú ya lo has hecho todo.” Veamos que
hay poder hoy dentro de nosotros, y por lo tanto, no hay problema que los cristianos no podamos
resolver ni tentación que no podamos vencer. Porque el poder que está dentro de nosotros los
creyentes7 es la resurrección misma, ese poder que sobrepasa a todo lo demás y que pone todas
las cosas en sujeción bajo los pies de Cristo. Es el que obra según la operación del poder de la
fuerza de Dios, la cual operó en Cristo.
Cuando escribió la carta a los efesios, Pablo fue extremadamente cuidadoso. Sospechaba que
podríamos entender mal esta obra subjetiva, como si fuera un asunto totalmente personal; por
eso añadió inmediatamente este fragmento a sus palabras: la “. .

iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (versículo 23). Esta
obra personal no se lleva a cabo sólo por razones personales, sino mucho más por el bien del
cuerpo que por otro motivo. Además, esto indica que Dios quiere que sepamos en qué forma su
plan eterno está relacionado con la Iglesia, y no solamente con los personas individuales. Lo ‘que
se halla asociado con los propósitos eternos de ¡Dios es la I&esia; la Iglesia en la eternidad
pasada, en la eternidad por venir y en la obra de Dios hoy. Es la Iglesia en forma prominentes y
no el creyente individual.
Comprenda, por favor, que cuando se manifiesta
poder en usted hoy, es para la Iglesia7 y no para su
32 El Espíritu de bidur y de r,eciÓn [ El Espíritu de bidur y de reción 33
propia persona en primer lugar. Dios quiere que sea la Iglesia, y no sólo determinada persona, la
que tenga ese poder. Dése cuenta de que usted no puede obtener el poder solo. Por esta razón
debemos buscar en Dios la gracia de poder ver lo que es el cuerpo de Cristo. Nuestra vida
necesita la protección del cuerpo entero; los miembros aislados son inútiles.
La preservación de la vida consiste tanto en que no sea destruida la mía, como en que no lo sean
las de los demás. Hablando en forma negativa, si se rompe un vaso sanguíneo y sangra de forma
incesante, todo el cuerpo terminará por morir. En cambio, en lo positivo, si el oído oye, todo el
cuerpo oye; si el ojo ve/todo el cuerpo ve. Lo que un miembro recibe, todos los otros miembros lo
comparten. Así tenemos que aprender a vivir en el cuerpo: aprendamos a no pensar de nosotros
mismos más alto de lo que debemos, aprendamos a atesorar la Iglesia y a canilnar con todos los
hijos de Dios. Al hacerlo, veremos que el cuerpo es el vaso para la preservación de la vida. Pablo
dijo: “La iglesia. es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.” Este poder
supereminentemente grande es el que han experimentado quienes conocen a la Iglesia. Ninguno
de los que no vean a la Iglesia ni se nieguen a sí mismos, tendrá capacidad para experimentar
este gran poder. Por este motivo, cuando hablamos sobre la obra subjetiva de Dios en nosotros,
debemos tomar la Iglesia como unidad, y no el individuo.
Quiera el Señor abrimos los ojos, para que podamos ver lo que El está haciendo en nosotros. El
poder supereminentemente grande no nos viene como una gracia adicional; más bien lo
experimentamos al ver. De manera que la cuestión esencial es la revelación. Esta está en ver; ofr
simplemente ? %nútil. Usted habrá oído mucha enseñanza, pero s no tiene revela-
dón, no presenciará su poder en su vida. Lo que usted ha oído, es como una cuenta muerta que
nunca podrá ser cobrada. Que Dios nos libre de estas cueñtas muertas, que es lo que con
frecuencia puede llegar a ser la enseñanza. Debemos pedirle que nos dé el espMtu de sabiduría y
de revelación, para poder ver realmente.
Necesidad de la revelación
Ya hemos explicado algo con respecto a la oración de Pablo por los santos, que aparece en el
primer capítulo de Efesios. El asunto principal de esta oración es que el pueblo de Dios pueda
recibir de El el espíritu de sabiduría y de revelación, para de esta forma tenerlos ojos abiertos y
poder ver varias cosas.
Lo que nos descubre de manera especial el capítulo primero de Efesios es el hecho de que todas
las obras de Dios han sido hechas y de que lo que necesitamos hoy no es que El las haga de
nuevo, sinoque nos dé revelación sobre lo que ya ha realizado Dios ya tiene u plan y su vóluntad;
-

sus hijos de hoy necesitan saber cuáles son. ‘Es necesario que el que se acerca a Dios crea que le
hay” (Hebreos 11:6), Debemos ver que, porque Dios es, no cambia nunca. Por tanto, la oración
del apóstol en el capítulo primero de Efesios, pide que el Señor nos dé el espíritu de sabiduría y de
revelación. De esta forma conoceremos verdaderamente a este Dios que ya es y conoceremos en
realidad la obra que ya ha hecho, así como el plan que ya se ha trazado.
Mucha gente tiene ante Dios este pensamiento: que lo mejor sería que en el plan de Dios pudiéra
haber nuevas decisiones y nuevas obras divinas. Sin embargo, el apóstol nos muestra que no es
así que no es cuestión de si sería mejor que su plan se ejecutan de esta u otra forma, porque

Dios ya ha decidido, y a
34 El Espíritu de sabiduría y de revelación
El Espíritu de sabiduría y de revelación 35
nosotros sólo nos toca descubrir lo que El ha decidido. Necesitamos el espíritu de sabiduría para
comprender la labor que El hace, y el espíritu de revela.ción para conocer la obra que ya ha
-

hecho, tan pronto como veamos esto, tendremos una experiencia nueva y seremos personas
útiles en sus manos.
Pablo nos revela ahora que la obra de Dios tiene dos partes: la primera la llevó a cabo antes de la
fundación del mundo; la otra la ejecutó en la cruz. Todo lo que tiene que ver con su plan eterno
fue hecho antes de la fundación del mundo, mientras que todo lo relacionado con la caída y la
derrota del hombre fue llevado a cabo en la cruz. Dios ya tiene en la eternidad un llamado, una
elección y una predestinación. Todo lo que tiene la intención de hacer, ya ha sido decidido antes
de la fundación del mundo. Allí fue escogido y predestinado, y nada podrá conmoverlo.
De hecho, después de la creación del mundo, el hombre cayó y Satanás entró en escena para
destruir la obra de Dios. Sin embargo, gracias al Señor, qué supererninentemente grande es el
poder que El manifiesta para con aquellos que creemos: existe ciertamente la caída, pero también
hay redención. Existe en verdad la muerte, pero también hay resurrección. Dios tiene un plan
eterno, y tiene una redención por medio de la cruz. Su plan eterno parecería haberse desvanecido
al caer el hombre; no obstante, lo que su caída podía hacer desvanecerse, la resurrección lo
puede rescatar y restaurar. 1a cruz puede enfrentarse a la caída, y la resurrección tiene capacidad
para deshacerse de la muerte. La obra de Dios se realiza por medio de la cruz y de la
resurrección.
Algunas veces los hombres tienen la tentación de decir: “Si antes de la fundación del mundo Dios
hubiera tomado tal y tal decisión, qué bueno hubiera sido.” Pero Pablo nos dice que lo que Dios ha
predeterminado antes de la fundación del mundo es perfecto y completo. Es posible que los
hombres tengan hasta la tentación de decir: “jSi Dios hiciera hoy esto y aquello!” Sin embargo,
Dios quiere que comprendamos que todo ya ha sido hecho en la cruz y en la resurrección.
Por eso no encontramos a Pablo orando para que Dios haga un poco más a favor nuestro ni para
que haga un poco más rica su gracia para con nosotros, O manifieste su poder en nosotros un
poco más. No:
Pablo ora para que Dios nos dé espíritu de sabiduría y de revelación en el pleno conocimiento de
El, alumbrando los ojos de nuestro entendimiento para que sepamos cuál es la esperanza a la que
El nos ha llamado, cuáles son las riquezas de la de su herencia en los santos, y cuál la
supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos. Lo que Pablo anhela
para nosótros no es que podamos recibk más de Dios, sino que podamos ver cuán gorioso, rico y
grandioso es lo que ya hemos recibido. Entonces, aquello que hemos de recibir como
consecuencia de la oración de Pablo en el primer capítulo de Efesios, es la visión.
Cuántos creyentes hay que aún están esperando algo, como si Dios nunca hubiera ctrado en su
vida, ni les hubiera dado algo! Sin embargo, lo que tiene de especial el capítulo primero de Efesios
es el deseo que tiene Pablo de mostrarles a los creyentes que Dios lo ha hecho todo, y según
esto, no le queda nada por hacer. Lo hizo en la eternidad, y lo hizo en la cruz y en la resurrección
con la consecuencia de que hoy sólo nos queda una cuestión pendiente: la de si vemos o no. El
problema de hoy no es “Obrará Dios?”, sino “Vemos lo que Dios ha obrado ya?” La
36 El EsØHtu de bidur y de rci 1 El Espirítu de sabidúr y dé relación 37
diferencia entre estas dos preguntas es inmensa.
Supongamos que cierto hermano tiene muy mal carácter (por el momento usaremos esta pobre
ilustración como ejemplo). Intenta vencerlo una vez, pero no puede. Trata de luchar con él por
segunda vez, pero fracasa. Por tercera vez trata de resistirse, pero nuevamente no tiene éxito.
Como consecuencia, piensa en su corazón: ¿Por qué Dios no hace algo para ayudarme con mi
carácter? Parece culpar al Señor por no hacer algo.
Aquí vemos que el problema de este hermano está en que espera que Dios haga una obra a favor
de su carácter. Piensa que con que Dios mueva la mano solamente, ya todo va a ir bien. Sin
embargo, en eJ primer capítulo de Efesios dice que Dios “nos bendijo con toda bendición espiritual
en los lugares celestiales en Cristo” (versículo 3). “Bendijo” quiere decir que
-ya fue hecho. El pensamiento de Dios no es que le
• pidamos que haga más; al contrario, quiere abrir nuestros ojos para que podamos ver lo que ya
El ha hecho. Sin embargo, tenemos la tendencia a orar así:
“Dios mío, ¿por qué no me das más poder para alejar de mí el mal carácter y muchas otras cosas
desagradables?” Le pedimos un poder mayor, y no obstante la Biblia nos dice que no necesitamos
más poder, sino el espíritu de sabiduría y de revelación para que podamos damos cuenta de la
supereminente grandeza del poder que ya está en nosotros. Si un día el Señor nos abre los ojos
para que veamos la grandeza del poder
-que está en nosotros, entonces gritaremos en triunfo que no hay nada mayor.
¿Nos damos cuenta de que el poder de resurrección es el mayor poder de Dios? En la Biblia, Dios
nos ha manifestado este hecho: que la resurrección permanece como la consumación de su obra.
En la resurrección, Dios hizo su obra mayor y, por consiguiente,
quiere que se nos abran los ojos, para que podamos yer que no puede hacer nada más allá de la
resurrección, porque lo que hizo en Cristo es la cima de su obr& y no le queda nada por hacer.
Alabemos de verdad a nuestro Dios porque su obra ya está completa y no se le puede añadir
nada. Que el Señor nos abra hoy los ojos para que podamos ver esto. Una vez que veamos la
supereminente grandeza de su poder lo experimentaremos de inmediato en nuestra vida.
Qué realidad tan triste es entre los hijos de Dios que la liberación que muchos de ellos esperan es
una liberación futura Es posible que suceda mañana, o quizá el año próximo Sin embargo, Dios
desea intensamente que sus hijos vean una liberación que ya ha tenido lugar, y que no necesita
de espera para ser cumplida. En la mente de muchos santos, su victoria es algo del mañana. La
respuesta a su esperanza1 expectación u oración, se halla en el futuro. Pero si tenemos
revelación, podremos ver el acto de Dios ya realizado. La revelación nos hace ver lo que el Señor
ya ha hecho; no lo que va a hacer. No obstante, muchos esperan ser liberados en algún día futuro
de la debilidad o el fracaso que tienen en su vida.
Con que sólo dejaran que Dios les abriera los ojos, les bastaría para comprender que esta
debilidad oeste fracaso ya fueron denotados en la cruz. Entonces alabarían al Señor diciendo:
“Dios mío, te doy gradas y te alabo, porque ya lo hiciste, Gracias a ti, alabado seas, esto está
totalmente vencido.”
En cuanto a aquellos de nosotros que ya hemos experimentado esto, con frecuencia palpamos ¡o
precioso que es el capítulo primero de Efesios, porque nos muestra que el perdón de nuestro
pecado1 nuestra redención y la recepción del Espíritu Santoya
38 E! Espíritu de bur y de r,elación 1 E1spíritU de biduría y de reIación 39
son hechos realizados. Este pasaje nos sugiere firmemente que ya tenemos todas las cosas, y que
sólo nos falta una, la revelación. Si este elemento faltante se halla presente, todo irá bien. ¿Por
qué tenemos todavía tanta debilidad? Porque no vemos. ¿Por qué somos todavía tan inútiles?
Porque no vemos. ¿Por qué cuando el Señor Jesús se hallaba sobre la tierra, tenía un poder tan
grande y. sin embargo, nosotros nos hallamos continuamente faltos de poder? De nuevo la
respuesta es: porque no vemos.
El poder que Dios les muestra a aquellos que creen, es según esa operación del poder de su
fuerza, la cual obró en Cristo. Este es el poder que Dios nos da a nosotros. El único problema está
en el hecho de que no vemos como el Señor ve.La distinción no está en él tipo oel grado de
podetino en si vemos o no. Lo que nos falta hoy es revelación. Todo irá bien si la tenemos.
Por eso hayque hacer hincapié en la necesidad de revelación. Escuchar simplemente mensajes
sobre este asunto es algo inútil; el elemento de la visión debe estar presente. Revelación, y no
simplemente doctrina. Podremos estudiar el primer capítulo de Efesios hasta saberlo de memoria,
pero no por eso vamos a experimentar el poder del que habla. Hasta que un día veamos:
entonces seremos transformados realmente.
Pablo oró pidiendo que “el Dios de nuestro Señor Jesucristo nos diera “espíritu de sabiduría y de
revelación”. Sin el Espíritu Santo, ¿qué provecho hay en que la enseñanza sea muy clara? El
Espíritu Santo es el que nos abre los ojos para que veamos. Cuando nos los abre de verdad,
inmediatamente podemos decir: “Gradas a Dios, la obra está hecha.” No debemos esperar que el
Señor nos dé un poder mayor: simplemente hemos de percibir lo grande que es
el poder que El ya nos ha dado. El espíritu de sabiduría nos hará comprender y el de revelación
nos hará ver; la sabiduría aclarará las cosas y la revelación noslas traerá hasta nosotros.
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Quizá hayamos oído muchas veces hablar de los propósitos eternos de Dios, y del lugar de la
Iglesia en sus planes eternos. No obstante, ¿cuándo comenzamos a identificamos con los planes
divinos? Comenzamos con la revelación, porque nos muestra lo que El llevó a cabo en la cruz,
además de lo que ha preordenado desde la eternidad pasada. Esta revelación es la que nos hace
ver la predestinación eterna y la obra de la cruz. También esta revelación nos hace ver y conocer
el poder de Dios manifestado en nuestra vida. Es ella también la que nos hace formar parte de la
Iglesia y nos convierte en vasos útiles en manos de Dios.
Estas palabras han de sonar muy familiares para algunos; sin embargo, tenemos que darnos
cuentá una vez más ante el Señor, de la importancia de la revelación. Creemos que Dios en el
cielo está ocupado actualmente en su revelación, porque ya hizo todo lo que tenía intención de
hacer. Por tanto, no necesitamos pedir nada, sino más bien orar por nuestros hermanos y
hermanas, para que vean. En esa misma forma oró Pablo por los hermanos de su tiempo. Que
Dios nos dé a todos el espíritu de sabiduría y de revelación. Oremos humildemente ante El: “Dios
mío, ¡4il&o ver, quiero ver!”

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