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Versión 2019-1

Semana 14: La comunidad política y la cooperación internacional.

“La política tiene una función social. Y precisamente porque los políticos están
más altamente colocados, porque tienen una labor directa, de ellos ha de venir al
país un ejemplo de la moralidad privada y pública, de honradez, de sobriedad de
vida, de trabajo, de consagración al bienestar nacional”.
(San Alberto Hurtado)

Objetivo de aprendizajes: Señalar desde la DSI las ideas fuerza que otorgan
relevancia a la comunidad política y a la cooperación internacional para el logro
del bien común y la paz.

Conceptos claves: actividad política, cooperación internacional, dignidad


humana.

1. La política al servicio del ser humano y de la civilización del amor.

La palabra “política” es muy común en el lenguaje diario. Lo mismo


podemos decir de la frecuencia en que se relatan “hechos políticos” en las
noticias. Como por ejemplo, la política puede aportar al bien común: el postnatal
de seis meses, lo que implica que la madre, o si se prefiere el padre, pueden
pasar mucho más tiempo con sus hijos recién nacidos. También la implementación
de un seguro de cesantía que permite a las personas que han perdido su trabajo
tener algunos meses el dinero necesario para subsistir. Estos ejemplos son el
resultado de decisiones políticas. Sin embargo, al escuchar la palabra “política” de
seguro no tendremos una buena opinión. Al parecer nos quedamos en los
escándalos provocados por algunos que se dedican a esta actividad sin
desarrollar esta tarea con plena honestidad.

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Podemos decir que la política es una actividad humana que se refiere a la


toma de decisiones que conducirán el actuar de una sociedad. De esta forma,
debemos entenderla como la actividad que busca generar una mejor convivencia
social a través de los principios permanentes y valores sociales que propone la
DSI. En este sentido, no debemos confundir la política con el partidismo, pues la
acción política es mucho más amplia que estar ligado a un partido político. El
quehacer político es un elemento esencial del desarrollo humano. Esto se origina
en la condición racional del ser humano y su dimensión de sociabilidad. Es por eso
que hay una organización social que se determina por los ciudadanos, que recibe
el nombre de Estado y que gobierna la sociedad a través de sus tres poderes. En
efecto, es precisamente esta dimensión social la que lleva a la persona a formar
una comunidad y que lo impulsa a salir al encuentro del otro reconociéndolo con
su dignidad propia de persona y su derecho a la participación en la vida social. Por
este motivo, la persona humana es considerada como el fundamento y el fin de la
convivencia política. Esta visión se encuentra ya presente en los escritos de la
filosofía antigua. Aristóteles plantea en su libro La Política que la persona es un
“ser político” por naturaleza. Se entiende entonces que la comunidad política surge
de la misma naturaleza humana, en cuanto que las personas se reúnen para
organizarse y administrar los bienes necesarios para alcanzar la plenitud.

La relación entre la comunidad política y la sociedad civil se ordena


mediante el principio de subsidiaridad. Recordemos que este principio enlaza los
organismos mayores, como el Estado, con los menores, como la junta de vecinos.
Estas instancias se ayudan mutuamente para conseguir el desarrollo y perfección
propios de cada uno de sus miembros, en definitiva, para la colaboración en la
construcción del bien común del cual la sociedad es el primer responsable. Este
bien común buscado en forma individual sería imposible de alcanzar. Pensemos
en que cada familia tenga que crear una escuela para que los hijos aprendan. Por
ello, la organización social provee de los elementos requeridos para el desarrollo
personal.
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Cabe entonces preguntarse, ¿por qué la Iglesia interviene en el quehacer


político? Ciertamente la comunidad política y la Iglesia son realidades distintas,
sin embargo, inspiradas en el evangelio, da su opinión al igual que cualquier otro
actor social. Como sus implicancias sociales “abarcan toda la realidad humana: la
Iglesia, sintiéndose íntima y realmente solidaria del género humano y de su
historia reivindica la libertad de expresar su juicio moral sobre estas realidades,
cuantas veces lo exija la defensa de los derechos fundamentales de la persona o
la salvación de las almas”1.
La política debe estar al servicio del ser humano, ese es su fin más sagrado
y nunca las sociedades al servicio de la política. Por esta razón Jesús rechaza el
poder opresivo y despótico de los jefes de las naciones y su pretensión de hacerse
llamar benefactores. Jesús jamás rechaza directamente las autoridades de su
tiempo. Más bien, rechaza el mal empleo de la política, pero no a la política como
tal. En este sentido, la autoridad política debe resguardar el bien de las personas y
promover los derechos fundamentales, y también respetar los valores esenciales
de la persona. Así, el cristiano tiene el deber moral de participar en la actividad
política, y de rechazar los gobiernos que atentan contra la dignidad humana.

La autoridad debe emitir leyes justas, es decir, conforme a la dignidad humana.


Cada ciudadano está obligado como miembro de dicha sociedad a cumplirlas.
Pero los ciudadanos no están obligados a seguir mandatos de la autoridad civil si
las leyes son contrarias a las exigencias del orden moral, a los derechos
fundamentales de las personas o a las enseñanzas del evangelio. Cuando esto
sucede, estas leyes pasan a ser injustas y tenemos el derecho a denunciar esa
injusticia.

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Cfr. Compendio DSI, n° 426.

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En efecto, una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes


investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren en la
medida suficiente su actividad y su trabajo al bien común de la sociedad.
Lamentablemente, debido a la corrupción y alejamiento de distintas autoridades de
los reales intereses de sus ciudadanos, hemos ido perdiendo poco a poco el
interés en la actividad política. Sin embargo, aquello no es excusa para restarnos
de la participación. Este principio ya lo hemos revisado en la clase de la semana
n° 8, pero cabe señalar, que en este contexto, la participación no solo es un
derecho, sino ante todo un deber. Lamentablemente la participación en las cosas
del ámbito público ha bajado de manera considerable, así lo vemos no solo en las
votaciones, sino en organizaciones sociales, voluntariados, etc. Recordemos que
el logro del bien común es siempre una tarea de cada uno y de todos los
integrantes de la sociedad. En suma, la política debe estar al servicio del ser
humano y cooperar para la conformación de una civilización en donde reine el
amor y la paz.

2. Cooperación internacional: el dilema de los migrantes.

A nivel internacional los dilemas que vive la humanidad no son pocos. Entre
los temas más importantes están la paz mundial, la justicia, la migración, el
cuidado del medio ambiente y la economía. Estas dos últimas problemáticas ya las
hemos visto en clases anteriores. Nos gustaría ahora centrarnos en especial en el
tema de la migración y cómo desde la DSI se puede promover una cooperación
internacional al respecto.

La centralidad de la persona humana y la natural tendencia de los humanos


a asociarse y de los pueblos a trabajar en conjunto, es buscar el bien común en la
comunidad internacional. Lamentablemente aquella realización de esta comunidad
no se ha desarrollado en plenitud, pues los intereses de las naciones, en algunas
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ocasiones, no pasan por el respeto a la dignidad humana, ni a la justicia, ni por la


solidaridad. Se trata más bien de privilegiar sus intereses económicos, culturales,
religiosos y políticos. En efecto, lo que debe mover a las naciones son los mismos
valores que mueven a las personas: la justicia, la solidaridad y la libertad. En este
sentido, el mensaje cristiano ofrece una visión universal de la vida de los seres
humanos y de los pueblos sobre la tierra, que hace comprender la unidad de la
familia humana, pues todos somos hijos de Dios creados a su imagen y
semejanza. En este sentido, la globalización puede ayudar positivamente a la
cooperación entre las naciones, pero resguardando la identidad de cada pueblo.
Bien sabemos que un problema complejo que está viviendo el mundo en la
actualidad es la migración. Hemos visto con mucho dolor como miles de migrantes
se trasladan en precarias embarcaciones cruzando mares y muchos de ellos no
alcanzan a llegar con vida a sus destinos. Otros caminan kilómetros y kilómetros
tratando de buscar nuevas oportunidades de desarrollo o simplemente huyendo de
la guerra para salvar sus vidas. Las causas son muchas: caos social, escasez de
comida, inestabilidad política, guerras, problemas medioambientales, etc. En
efecto, ante el tema de la inmigración, nuestro país no ha quedado ajeno. Algunos
piensan que ellos vienen a quitarnos el trabajo; otros creen que se vienen a
aprovechar de la salud y de los beneficios que ofrece nuestra nación; otros
sencillamente quieren que se vayan del país. Sin embargo, debemos hacer un
esfuerzo por comprender su situación. Debemos entender que vienen a buscar
trabajo y nuevas oportunidades para ellos y sus familias. Ellos se ven obligados a
salir de su lugar de origen porque allí no pueden acceder a los medios necesarios
para vivir dignamente y lo hacen con la esperanza de un futuro mejor y más
seguro. Muchos vienen huyendo de condiciones duras y opresivas. Nuestro deber
como cristianos es estar atentos a sus necesidades y acogerlos fraternalmente.

En este sentido, la cooperación es un imperativo ético. En esta lógica, la


Iglesia como actor destacado de la sociedad civil, podrá aportar su experiencia y
red de apoyo e información, así como una visión antropológica centrada en la
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dignidad de las personas. A su vez el Estado podrá desplegar su capacidad para


sumar esfuerzos con distintos actores sociales y articular políticas públicas de
larga duración para abordar esta realidad. Por otro lado, la sociedad civil y las
empresas pueden generar redes de apoyo a inmigrantes de tal manera que se
sientan acogidos y así las barreras sean cada vez menores, teniendo un trabajo
digno y también acceso a la educación, salud y vivienda.

Desde el punto de vista cristiano, el migrante no es un extranjero para


nosotros, sino un hermano o hermana, un conciudadano del reino de Dios.
Además de sensibilizar e instar a los líderes nacionales y a toda la comunidad
internacional a poner en práctica políticas humanas y adoptar medidas concretas
para abordar la crisis migratoria, los cristianos pueden mostrar la solidaridad con
los migrantes a través de acciones concretas, por ejemplo el apoyo a los
esfuerzos de ayuda humanitaria, colaboración con fundaciones e instituciones de
apoyo y, evidentemente, con la oración. Los migrantes son también el rostro de
Jesús, porque Cristo quiso identificarse con cada persona especialmente con
aquellos más necesitados “porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y
me dieron de beber; era forastero, y me acogieron; estaba desnudo, y me
vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y fueron a verme"2. Así pues, lo
que hacemos a ellos lo hacemos a Jesús y lo que negamos a ellos, se lo negamos
también a Jesús. Los inmigrantes permiten descubrir que la evangelización no se
realiza solo en los denominados territorios misioneros, sino en todo momento y
lugar de nuestras vidas.

El Papa Francisco nos ilumina con cuatro verbos para hacer frente a la
problemática: acoger, proteger, promover e integrar. Acoger significa, ante todo,
ampliar las posibilidades para que los inmigrantes y refugiados puedan entrar de
modo seguro y legal en los países de destino. En ese sentido, sería deseable un

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Mt 25, 35-37.

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compromiso concreto para incrementar y simplificar los trámites y autorizaciones


por motivos humanitarios y por reunificación de las familias que han sido
obligadas a separarse. El segundo verbo, proteger, se conjuga en toda una serie
de acciones en defensa de los derechos y de la dignidad de los emigrantes y
refugiados, independientemente de su estatus migratorio. Promover quiere decir
esencialmente trabajar con el fin de que a todos los emigrantes y refugiados, así
como a las comunidades que los acogen, se les dé la posibilidad de realizarse
como personas en todas las dimensiones que componen la humanidad querida
por el Creador. El último verbo, integrar, se pone en el plano de las oportunidades
de enriquecimiento intercultural generadas por la presencia de los inmigrantes y
refugiados. La integración no es una asimilación, que induce a suprimir o a olvidar
la propia identidad cultural. El contacto con el otro lleva, más bien, a descubrir su
“secreto”, a abrirse a él para descubrir su valor y contribuir así a un conocimiento
mayor de cada uno y de la riqueza que puede aportar.

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