Sunteți pe pagina 1din 252

Powered by TCPDF (www.tcpdf.

org)
Colección Tercer milenio

Dirección: María Teresa Bollini


Luis Kancyper

ADOLESCENCIA:
EL FIN DE LA INGENUIDAD

Grupo Editorial Lumen


Buenos Aires - México
Supervisión de texto: Pablo Valle
índices: Valeria Muscio
Cubierta: Gustavo Macri

Kancyper, Luis
Adolescencia: el fin de la ingenuidad - 1.a ed. - Buenos Aires : Lumen, 2007.
256 p.; 22x15 cm. (Tercer milenio dirigida por María Teresa Bollini)

ISBN 987-00-0634-5

1. Psicoanálisis. 2. Adolescencia. I. Título


CDD 150.195

ISBN-10: 987-00-0634-5
ISBN-13: 978-987-00-0634-3

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento infor-


mático, ni su transmisión de ninguna forma, ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia,
por registro u otros métodos, ni cualquier comunicación pública por sistemas alámbricos
o inalámbricos, comprendida la puesta a disposición del público de la obra de tal forma
que los miembros del público puedan acceder a esta obra desde el lugar y en el momen-
to que cada uno elija, o por otros medios, sin el permiso previo y por escrito del editor.

© Editorial y Distribuidora Lumen SRL, 2007

Grupo Editorial Lumen


Viamonte 1674, (C1055ABF) Buenos Aires, República Argentina
a 4373-1414 (líneas rotativas) • Fax (54-11) 4375-0453
E-mail: editorial@lumen.com.ar
http:// www.lumen.com.ar

Hecho el depósito que previene la Ley 11.723


Todos los derechos reservados

LIBRO DE EDICIÓN ARGENTINA


PRINTED IN ARGENTINA
A Mark, mi nieto,
comienzo de la ingenuidad.
ÍNDICE
Prefacio 13

Primera parte:
Teoría y técnica 15

1. Adolescencia: el fin de la ingenuidad 17


Introducción. Resignificación, memoria y
confrontación generacional. Fin de la ingenuidad.
El adulto ante el espejo de la ingenuidad

2. Adolescencia y a posteriori 27
Introducción. Adolescencia: desafío
y desenganche. Reestructuración en el yo del
adolescente. Reestructuración en el superyó
y el ideal del yo del adolescente. Reestructuración
en el yo ideal del adolescente

3. El reordenamiento de las identificaciones


en la adolescencia 37
Introducción. Historización y pulsión de muerte.
El remordimiento en el reordenamiento
identificatorio. Ejemplos clínicos. Adolescencia,
creatividad y confrontación

4. La confrontación generacional y la hiperseveridad


del superyó en la adolescencia 49
Introducción. El adolecer y la adolescencia de los
padres del adolescente. El padre "cucharita". Ejemplo
clínico. La confrontación generacional y la

9
1

hiperseveridad del superyó. Los padres "blandos".


Reversión de la demanda de dependencia

5. Narcisismo, resentimiento y temporalidad entre


padres e hijos 61
Padres por destello. Su Majestad el Bebé y su relación
con el sistema narcisista parental. Sus Majestades
los Reyes Magos y su relación con el sistema
narcisista filial. Resentimiento y temporalidad. Dar
y recibir en los sistemas narcisistas
parentales y filiales

6. El campo analítico con niños y adolescentes 73


Introducción. El influjo analítico. El concepto
de campo en el análisis con niños y adolescentes.
El proceso analítico y sus obstáculos

7. La confrontación generacional en la adolescencia


como campo dinámico 83
Introducción. Patología del campo dinámico
en la confrontación generacional y fraterna.
Narcisismo y sadomasoquismo. Los padres serviles.
Los padres distraídos. Los padres
hacedores-sobremurientes. Caso clínico:
el baluarte "distraído". La resignificación
en el adolescente y en los padres
del adolescente. Consideraciones finales

Segunda parte:
Historiales clínicos 107

8. El burrito carguero. El proceso analítico en un


adolescente: metapsicología y clínica 109
Indicadores clínicos y fundamentos metapsicológicos.
Las autoimágenes narcisistas. Los complejos materno,
paterno y fraterno. El reordenamiento de las

10
identificaciones y la confrontación generacional.
Final de análisis.

9. El chancho inteligente. La resignificación


de las identificaciones en la adolescencia 141
Introducción. La resignificación en el recambio
identificatorio de la adolescencia. El adolescente
ante el espejo. Arqueología e historización
en el proceso analítico del adolescente.

10. La resignificación de la adolescencia en el análisis


de adultos 1 53
La resignificación en el adolescente y en sus padres.
La resignificación del complejo fraterno.
Resentimiento, duelo y repetición. Filiación,
historización y confrontación generacional

11. La memoria del rencor y la memoria


del dolor en un adolescente adoptivo 169
Los usos del olvido y las formas de la memoria:
de la memoria del rencor a la memoria del dolor.
Resentimiento y odio. ¿En dónde nací yo?

12. El muro narcisista/masoquista


en un adolescente mellizo 1 89
Esaú y Jacob en la situación analítica. El favorito.
El muro narcisista y masoquista del rencor.
Algo y algia. El siamés imaginario y los vasos
comunicantes. La resignificación de los afectos
en los adolescentes y en sus padres.
La identificación reivindicatoría. Insighty
autoimágenes narcisistas. Epílogo: El analista
como aliado transitorio del adolescente

Bibliografía general 223


Referencias 235

11
índice de autores
índice temático
PREFACIO
La adolescencia es una de las etapas más importantes del ciclo
vital humano: representa un momento trágico en la vida: "el fin de
la ingenuidad".
El término ingenuidad denota la inocencia de quien ha nacido
en un lugar del cual no se ha movido; por lo tanto, carece de ex-
periencia.
Ingenuo es lo primitivo, lo dado, lo heredado y no cuestiona-
do. Deriva de la raíz indoeuropea gn, que significa a la vez cono-
cer y nacer.
La adolescencia es un momento trágico porque, en esta fase del
desarrollo humano, se requiere sacrificar la ingenuidad inherente
al período de la inocencia de la sexualidad infantil y el azaroso lu-
gar ignorado del juego enigmático de las identificaciones alienan-
tes e impuestas al niño por los otros. Estas identificaciones
deberían ser develadas y procesadas durante este período, para
que el adolescente alcance a conquistar un conocimiento, un iné-
dito reordenamiento de lo heredado, y así dar a luz un proyecto
desiderativo propio, sexual y vocacional. Proyecto que, logrado,
estructurará y orientará su identidad, y que, al ser asumido con res-
ponsabilidad por él, pondrá fin a su anterior posición: la de una in-
genua víctima pasiva de la niñez. Es precisamente en esta fase del
desarrollo en donde se alberga el germen para pensarse distinto.
En este libro reúno diversos artículos centrados en el vasto te-
ma de la adolescencia, que en su gran mayoría ya han sido publi-
cados a lo largo de veinte años, en diferentes revistas y libros
psicoanalíticos.
En estos textos sostengo que resulta necesaria la revalorización,
aún mucho más de lo que se ha hecho hasta el presente, de la cua-
lidad de flexibilización albergada en este período, para lograr el

13
cambio psíquico; porque es en esta nueva etapa libidinal en don-
de se producen las transformaciones psíquicas, somáticas y so-
ciales que posibilitan al adolescente la aparición de una
mutación psíquica estructural, en medio de un huracán pulsional
y conflictual.
Estimo que los ejes teóricos sobre los cuales han sido vertebra-
dos estos trabajos son fundamentalmente cuatro: 1) la adolescen-
cia como el momento privilegiado de la resignificación
retroactiva; 2) la confrontación generacional y fraterna como un
acto fundamental que salvaguarda la mismidad, la alteridad y la
reciprocidad del adolescente; 3) el reordenamiento de las identi-
ficaciones, y 4) la adolescencia como un campo dinámico, que
abarca en forma conjunta al adolescente y a sus padres y sus her-
manos, en una inexorable reestructuración narcisista, edípica y
fraterna.
En la segunda parte del libro, presento cinco historiales clíni-
cos en los que intento transmitir, desde la metapsicología y la téc-
nica, las diferentes etapas y sus obstáculos en el proceso analítico.

14
Primera parte:
Teoría y técnica
1. Adolescencia: el fin de la ingenuidad

Introducción

No resulta cierto el apotegma "simplex sigillum veri": la simpli-


cidad es el sello de la verdad.
La adolescencia requiere una explicación de un nivel teórico-
clínico de mayor complejidad.
En ella se contraponen múltiples juegos de fuerzas dentro de un
campo dinámico: los movimientos paradójicos del narcisismo en
las dimensiones intrasubjetiva e intersubjetiva, y las relaciones de
dominio entre padres e hijos y entre hermanos.
Lo que caracteriza a la adolescencia es el encuentro del objeto
genital exogámico, la elección vocacional más allá de los manda-
tos parentales y la recomposición de los vínculos sociales y eco-
nómicos. Y lo que particulariza metapsicológicamente a este
período es que representa la etapa de la resignificación retroacti-
va por excelencia.
La instrumentación del concepto de la resignificación, del a-
posteriori (Nachtraglichkeit), posibilita efectuar fecundas conside-
raciones clínicas.
En este sentido, el período de la adolescencia sería a la vez un
punto de llegada y un punto de partida fundamentales.
A partir de la adolescencia como punto de llegada, podemos
colegir retroactivamente las inscripciones y los traumas que en un
tiempo anterior permanecieron acallados en forma caótica y la-
tente, y adquieren, recién en este período, significación y efectos
patógenos.
Por eso sostengo que "aquello que se silencia en la infancia
suele manifestarse a gritos durante la adolescencia".
Y, como punto de partida, es el tiempo que posibilita la apertu-

17
ra hacia nuevas significaciones y logros a conquistar, dando ori-
gen a imprevisibles adquisiciones.
En efecto, la adolescencia representa el "segundo apogeo del
desarrollo" (Freud, 1926), la etapa privilegiada de la resignifica-
ción y de la alternativa en la que el sujeto tiene la opción de po-
der efectuar transformaciones inéditas en su personalidad.
En esta fase, por un lado, se resignifican las situaciones de trau-
mas anteriores, y por el otro lado, se desata un recambio estructu-
ral en todas las instancias del aparato anímico del adolescente: el
reordenamiento identificatorio en el yo, en el superyó, en el ide-
al, del yo y en el yo ideal, y la elaboración de intensas angustias
que necesariamente deberán tramitar el adolescente, y sus padres
y hermanos, para posibilitar el despliegue de un proceso funda-
mental para acceder a la plasmación de la identidad: la confron-
tación generacional y fraterna (Kancyper, 1997). Ésta requiere,
como precondición, la admisión de la alteridad, de la mismidad y
de la semejanza en la relaciones parento-filiales y entre los herma-
nos. Para lo cual cada uno de estos integrantes necesita atravesar
por ineluctables y variados duelos en las dimensiones narcisista,
edípica y fraterna.

Resignificación, memoria y confrontación generacional

Le viene bien al hombre un poco de oposición.


Las cometas se levantan contra el viento, no a favor de él.
Cervantes

La resignificación activa una memoria particular, aquélla rela-


cionada con las escenas traumáticas de la historia críptica del su-
jeto y, a la vez, entramada con las historias inconscientes y ocultas
de sus progenitores y hermanos.
Historias y memorias entrecruzadas que han participado en la
génesis y el mantenimiento de ciertos procesos identificatorios
alienantes.
La memoria de la resignificación, "esa centinela del alma"

18
(Shakespeare, El rey Lear), abre, en un momento inesperado, las
puertas del olvido y da salida a una volcánica emergencia de un
caótico conjunto de escenas traumáticas que han sido largamente
suprimidas y no significadas durante años e incluso generaciones.
La resignificación de lo traumático acontece durante todas las
etapas de la vida —porque el trauma tiene su memoria y la con-
serva—, pero estalla fundamentalmente durante la adolescencia.
Etapa culminante caracterizada por la presencia de caos y de cri-
sis insoslayables. Porque, en esta fase del desarrollo, se precipi-
ta la resignificación de lo no significado y traumático de etapas
anteriores a la remoción de las identificaciones, para poder ac-
ceder al reordenamiento identificatorio y a la confirmación de la
identidad.
Es durante la adolescencia cuando las investiduras narcisistas
parento-filiales y fraternales que no fueron resueltas, ni abandona-
das, entran en colisión. Éstas requieren ser confrontadas con lo de-
positado por los otros significativos, para que el sujeto logre
reordenar su sistema heteróclito de identificaciones que lo aliena-
ron en el proyecto identificatorio originario. Lo identificado (iden-
tificación proyectiva para unos, depositación y especularidad para
otros) responde siempre a lo desmentido, tanto para el depositan-
te como para el depositario.
Todo sujeto tendrá que atravesar inexorablemente el angustio-
so acto de la confrontación con sus padres y hermanos, en las rea-
lidades externa y psíquica, para desasirse de aquellos aspectos
desestructurantes de ciertas identificaciones. Tendrá que afrontar
con lo que el otro (madre, padre, hermano) nunca pudo confron-
tar.
La confrontación coloca al otro (del cual el sujeto depende) en
la situación de perder a su depositario; es decir, conlleva el peli-
gro de desestructurar su organización narcisista. La desestructura-
ción del vínculo patológico narcisista arrastra y desencadena la
desestructuración narcisista del otro. Este proceso, que amenaza
con un doble desgarro narcisista, puede ir acompañado de inten-
sos síntomas y angustias de despersonalización o desrealización
por ambas partes del vínculo.

19
Las fantasías de muerte que se disparan antes y durante el acto
de la confrontación suelen ser la manifestación de la muerte de es-
tas instalaciones narcisistas y de ciertas idealizaciones e ilusiones;
de la caída, en definitiva, de sobreinvestiduras maravillosas que
suelen subjetivarse como momentos de tragedia en la lógica nar-
cisista.

Las investiduras narcisistas trastocan los roles en la tra-


ma familiar, alterando la configuración del tablero de pa-
rentesco.
Los hijos no llegan a ocupar el lugar simbólico de hijo
ni de hermano y los progenitores no logran rescatarse del
primitivo lugar de hijo o de hermanos, dando lugar a iden-
tificaciones alienantes.
El hijo puede llegar a cargar con la sombra de un duelo
por un objeto no resuelto en los progenitores.
Este objeto es doblemente inconsciente (tanto para el
depositario como así también para el depositante) situación
que sólo la reconstrucción de la historia (primero en la
mente del analista) le puede dar la verdadera representa-
ción que tiene.
Lo no confrontado de estas identificaciones alienantes
de la adolescencia permanece escindido y por lo tanto ac-
tivo en la forma que puede estar lo inconscientemente es-
cindido (Aragonés, 1999).

La resolución de estas identificaciones alienantes requiere ser


aprehendida desde el conjunto del campo dinámico parento-filial
y fraterno, hecho que se podría traducir, en la teoría de la técnica,
en algunos tipos de intervención con los padres y/o hermanos pa-
ra procesar los efectos de lo escindido y de lo resignificado.
La resignificación no es el descubrimiento de un evento que se
ha olvidado, sino un intento, por medio de la interpretación, la
construcción y la historización, de extraer una comprensión nue-
va del significado de ese evento enigmático y ocultado.
La memoria de la resignificación "resiste al tiempo y a sus po-
deres de destrucción: algo así como la forma que la eternidad pue-
de asumir en el incesante tránsito" (Sábato, 1999).

20
El concepto de la resignificación trasciende la polaridad
entre la realidad histórica y la realidad psíquica. Es el mo-
mento en que lo traumático del pasado se liga —con la ayu-
da de las sensaciones, emociones, sentimientos, imágenes
y palabras del presente—; de este modo lo escindido se in-
tegra a la realidad psíquica y puede por lo tanto someterse
recién a la represión y al olvido (Kunstlicher, 1995).

En efecto, es el momento en que el pasado misterioso, repetiti-


vo e incomprensible se torna súbitamente en una realidad más cla-
ra y audible, y al ser integrado y reordenado en la realidad
psíquica, permite al adolescente reescribir su propia historia.
Lo importante en nuestro trabajo clínico no es restituir el pasa-
do ni buscarlo para revivirlo sino para reescribirlo en una diferen-
te estructura. Se trata menos de recordar que de reescribir. El
acento recae más sobre la reescritura que sobre la reviviscencia.
Lo revivido es fundamental pero no suficiente. Es el punto de par-
tida pero no el punto de llegada, que es la reestructuración.
El sujeto se define según cómo se resignifique, es decir, según
cómo reestructure su biografía para transformarla en su propia his-
toria (Kancyper, 1985, 1990, 1991c, 1992a).
Considero que, en la situación analítica, el analista requiere posi-
cionarse en un lugar singular, para poder ejercer la función de un
"aliado transitorio" del adolescente y de los padres del adolescente.
El término transitorio, alude a la función temporal y mediadora
que ejerce el analista durante el proceso analítico, como un alia-
do provisional y perecedero, opuesto a lo perpetuo y perenne. A
la vez, se refiere a su función de tránsito, como aquel otro signifi-
cativo que propicia en el analizante la circulación, el movimien-
to, el trayecto y el cambio en la relación dinámica entre las
realidades intrapsíquica e intersubjetiva.
En efecto, el analista requiere funcionar en la realidad intersub-
jetiva como un aliado transitorio—y no como un cómplice—, tan-
to del adolescente como de sus padres; para que, en el eje
parento-filial de la vida anímica, padres e hijos se animen a librar
la "gran batalla" durante el acto de la confrontación generacional
y fraterna.

21
Al mismo tiempo, el analista requiere operar, durante el proce-
so analítico del adolescente, como un "otro auxiliar" (Freud,
1921), para favorecer el tránsito entre las realidades material y psí-
quica. Y en esta última requiere operar además como el yo mis-
mo, como un "ser fronterizo" (Freud, 1923); mediando el tránsito
del yo con el ello, con la realidad externa y con el ideal del yo, el
yo ideal y el superyó del propio analizante.

Fin de la ingenuidad

La adolescencia es una de las etapas más importantes del ciclo


vital humano; representa un momento trágico en la vida, "el fin de
la ingenuidad".
El término ingenuidad denota la inocencia de quien ha nacido
en un lugar del cual no se ha movido y, por lo tanto, carece de ex-
periencia.
Ingenuo es lo primitivo, lo dado, lo heredado y no cuestiona-
do. Deriva de la raíz indoeuropea gn, que significa a la vez cono-
cer y nacer, "¡ngenuus era en tiempos de los romanos el
ciudadano nativo. Con el tiempo, la idea de nativo se confundió
con la de lugareño, y ésta a su vez tomó la significación de candi-
do, sujeto capaz de creerse cualquier cosa" (Zimmerman, 2000).
La adolescencia es un momento trágico, porque e'n esta fase del
desarrollo humano se requiere sacrificar la ingenuidad inherente
al período de la inocencia de la sexualidad infantil y el azaroso lu-
gar ignorado del juego enigmático de las identificaciones alienan-
tes e impuestas al niño por los otros. Estas identificaciones
deberían ser develadas y procesadas durante este período, para
que el adolescente alcance a conquistar un conocimiento, un iné-
dito reordenamiento de lo heredado, y así dar a luz un proyecto
propio desiderativo sexual y vocacional. Proyecto que, logrado,
estructurará y orientará su identidad, y que, al ser asumido con
responsabilidad por él, pondrá fin a su otrora posición: la de una
ingenua víctima pasiva de la niñez.
Concuerdo absolutamente con Bergeret en que resulta necesa-

22
ría la revalorización, aún mucho más de lo que se ha hecho hasta
el presente, de la cualidad de flexibiIización al cambio psíquico
albergado en el período de la adolescencia; porque es en esta nue-
va etapa libidinal cuando se producen las transformaciones psí-
quicas, somáticas y sociales que posibilitan al sujeto la aparición
de una mutación psíquica estructural, en medio de un huracán
pulsional y conflictual.

No hay adolescentes sin problemas, sin sufrimientos; és-


te es quizá el período más doloroso de la vida. Pero es, si-
multáneamente, el período de las alegrías más intensas,
pleno de fuerza, de promesas de vida, de expansión (Dolto,
1989).
Es en las manifestaciones de esta ineludible crisis de
sentido donde se agazapa la posibilidad de resistencia del
adolescente y el germen de la alternativa para pensarse dis-
tinto (Kononovich de Kancyper, 1999).

El adolescente posee, por un lado —en esta etapa de mayor


maduración emocional y cognitiva—, nuevas herramientas para
reflexionar sobre los enigmas e impresiones del pasado; pero, por
otro lado, adolece también de períodos de turbulencia, y ésta pue-
de ser una oportunidad imperdible para la construcción y la histo-
rización de aquello, que desde los tiempos remotos, permaneció
oculto, misterioso y escindido. En esta fase ruidosa del desarrollo,
tanto el adolescente como sus padres y hermanos requieren trope-
zar con ineluctables y variados escándalos.
El término escándalo, del griego skándalon, significó primitiva-
mente obstáculo, bloque que se interpone en el camino como acto
que provoca indignación y sobresalto (Zimmerman, 2000). Tam-
bién quiere decir estrépito, estupefacción y desorientación; por la
idea de algo colocado expresamente para que los demás tropie-
cen, se sobresalten y pierdan el equilibrio de sus ¡deas o convic-
ciones.
En ese sentido, la falta de escándalos opera como un indicador
clínico elocuente de la psicopatología de la adolescencia; porque
esa ausencia devela, precisamente, la presencia del accionar de

23
severas contrainvestiduras y desmentidas que inhiben y hasta pa-
ralizan el inexorable acto de la confrontación generacional y fra-
terna.
En efecto, el adolescente y sus padres atraviesan, durante la fa-
se de la adolescencia, frecuentes escándalos desencadenados, en-
tre otros motivos, por el recambio pulsional que se suscita en la
adolescencia y la menopausia respectivamente. Situación que re-
significa, de un modo caótico, el arsenal de las anteriores identifi-
caciones, traumas, ideales y creencias.
Al mismo tiempo, tanto el hijo como sus progenitores asisten
pasivamente a la irrupción de cambios corporales y sexuales. Tal
vez, la pasividad y el sufrimiento de estas mutaciones, originadas
fuera del dominio voluntario en el hijo y en los padres, haya de-
sencadenado la represión del significado inicial del término ado-
lescencia, tomado del latín adolescens, hombre joven, participio
activo de adolescere, crecer; y se lo haya oscurecido y homologa-
do a adolecer, como un padecimiento pasivo. Reprimiendo y es-
cindiendo, en cambio, los aspectos cuestionadores y de rebeldía
fulgurante, inherentes a esta etapa de la vida.
Bordelois (2004) sostiene que "si hacemos un rastreo hasta el
origen de las palabras, es muy interesante ver cómo el sentido de
las primeras raíces va cambiando, se van oscureciendo y se van
reflotando significaciones a través del tiempo. La idea no es mirar
lo que nos dice la historia primera de cada palabra para restituir
esa verdad, sino adivinar qué pasó en el camino y por qué se per-
dieron esas verdades. Por eso buscar la etimología de las palabras
es hacer la historia de las represiones.
En un comienzo, las palabras dijeron una cosa y después vinie-
ron las instituciones, la historia, los filósofos, las culturas, noso-
tros... y los sentidos cambiaron.
Ninguna palabra muta su sentido porque sí. Se dan fenómenos
culturales o sociales para que esto ocurra".
En este sentido me interrogo si la represión del término adoles-
cencia como crecimiento, y su sustitución por padecimiento, no
ponen de manifiesto una mirada adultomórfica, que devela la his-
toria de las relaciones de poder, macrofísicas y microfísicas, ma-

24
n¡fiestas y latentes, que se despliegan inexorablemente en el cam-
po intergeneracional entre el hijo que crece y los progenitores que
no logran duelar el paso del tiempo y el afán de inmortalidad.

El adulto ante el espejo de la ingenuidad

1. El adolescente confronta al adulto con una nueva mirada


que, en su aparente y candorosa ingenuidad, desnuda al
adulto y le hace advertir los absurdos a los que se había
acostumbrado.
2. El adolescente se afana por descorrer los velos que tapiza-
ron la verdad del pasado del mundo de los adultos, al que
intenta corregir, para asistir al alba de unos tiempos nue-
vos.
3. El adulto evita mirarse en el espejo del adolescente porque,
al reflejarse en él, debe deponer el ejercicio de su abusivo
poder intergeneracional.
4. El acto de la confrontación desencadena en el adulto una ac-
titud de oposición, porque le inflige una vejación psicológi-
ca: lo enfrenta con su propia vergüenza, culpa y cobardía,
al comprobar su humillante fracaso ante el incumplimien-
to de los ideales y las ilusiones del adolescente que había
sido; y lo fuerza a una revisión cuestionadora del senti-
miento de su propia dignidad:
"A los veinte años, incendiario, ya los cuarenta, bombero."
5. El adolescente intima a que el adulto se confronte consigo
mismo; con lo más íntimo y exiliado de su propio ser, lo
cual resulta altamente resistido por el adulto, porque se vi-
ve presionado a encarar un trabajo psíquico impuesto,
consistente en reflexionar acerca de la validez de sus pro-
pias creencias y certezas. Dicha situación expone al adul-
to a poner a prueba y a enfrentar la estabilidad de sus
propios sistemas intrapsíquico e interpersonal.
6. De lo hasta aquí desarrollado, podemos colegir que el ado-
lescente, en esta nueva fase de su vida, al mismo tiempo

25
que intenta poner fin a su propia ingenuidad, desafía el si-
lencio de la ingenuidad defensiva de los adultos; y, al con-
frontarlos, les aporta una revulsiva oportunidad, para
sumar nuevas adquisiciones y modificaciones, en la cons-
trucción permanente del interminable proceso de la iden-
tidad individual y social.

26
2. Adolescencia y a posterior»

Introducción

El interés por el estudio de este tema surgió desde la práctica


analítica al comprobar, a partir de las enseñanzas recogidas de mis
analizandos, el lugar protagónico que ocupa el concepto freudia-
no de a posteriori en relación con los fenómenos que aparecen en
la adolescencia.
Sostengo que la adolescencia es el momento privilegiado de la
resignificación retroactiva, del a posteriori, pues constituye una
nueva etapa libidinal, en donde se alcanza por vez primera la
identidad sexual genital como un fenómeno psicológico y social.
Comenzaré diferenciando dos conceptos que llegan a ser fácil-
mente confundibles en nuestra teoría y en nuestra práctica analí-
ticas. Me refiero al concepto de desarrollo y al concepto de lo
histórico, en el psicoanálisis en general y en el psicoanálisis del
adolescente en particular.
El desarrollo no tiene nada de histórico, implementa una tem-
poralidad lineal. Apunta a la descripción de una serie de fases que
no tienen nada de individual.
La historia, en cambio, es una serie de acontecimientos, que
son singulares para cada sujeto y marcan la vida de un individuo.
Así como la historia apunta hacia lo subjetivo particular, el desa-
rrollo se dirige hacia lo que hay de semejante.
Ambos conceptos pueden ser complementarios. Pero el analis-
ta no busca el desarrollo sino lo histórico. Puede hacer uso de las
referencias del desarrollo para tener mojones de comparación, pe-
ro no son la meta a conquistar para el paciente.
Lo histórico implica el uso de la temporalidad con resignifica-

27
ción del a posteriori, no de un tiempo lineal, sino de un tiempo en
torsión.
Freud se cuidó muy bien de no ubicar el enfoque genético en
el mismo nivel que el enfoque dinámico, tópico y económico,
porque tal inclusión llevaría a una confusión entre psicoanálisis y
psicología evolutiva. Es importante establecer la diferencia esen-
cial entre los conocimientos propiamente analíticos y los resulta-
dos de las observaciones de la psicología evolutiva.
La psicología evolutiva describe lo general, los acontecimien-
tos según la continuidad genética. En cambio, Freud subraya que
el concepto del a posteriori forma una parte fundamental de su
aparato conceptual en relación con la explicación de la tempora-
lidad y de la causalidad psíquicas.
El 6 de diciembre de 1896, escribió a Fliess sobre la hipótesis
de que nuestro mecanismo psíquico se establece por estratifica-
ción de los materiales existentes en forma de huellas mnémicas,
las cuales experimentan de vez en cuando, en función de nuevas
condiciones, una reorganización, una reinscripción.

a) Lo que se elabora con retroactividad no es lo vivido en ge-


neral, sino electivamente lo que en el momento de ser vivido no
pudo integrarse en un contexto significativo.
b) La elaboración retroactiva viene desencadenada por la apa-
rición de acontecimientos y situaciones, o por una maduración or-
gánica, que permiten al sujeto alcanzar un nuevo tipo de
significaciones y reelaborar sus experiencias anteriores.
c) La evolución de la sexualidad favorece notablemente los
desfasamientos cronológicos que implica en el ser humano el fe-
nómeno de la retroactividad.

En "Los orígenes del psicoanálisis", Freud expresa que todo ado-


lescente guarda huellas mnémicas que sólo pueden ser compren-
didas por él al aparecer las sensaciones propiamente sexuales.
Desde este punto de vista, únicamente la segunda escena con-
fiere a la primera su valor patógeno: se reprime un recuerdo que
sólo a posteriori se volvió traumatizante. El adolescente no puede

28
asumir una defensa normal, lo que se haría evitando una percep-
ción desagradable, porque el displacer no proviene de la percepción
sino del recuerdo.
El concepto de a posteriori apunta a una verdadera elaboración
de un trabajo de memoria que no consiste en la simple descarga
de una tensión acumulada, sino en un complicado conjunto de
operaciones psíquicas.
No se puede reducir la noción de retroactividad a una teoría es-
trictamente económica de la abreacción.
Para que un sentido emerja, se necesitan dos sucesos y un in-
tervalo entre ellos. El sentido habla del encaje de un sentido en el
interior de otro, en cuyo orden se instala.
El a posteriori que podríamos denominar en un comienzo sim-
plemente cronológico va trocando su sentido hacia un a posterio-
ri lógico, en tanto da cuenta de un tiempo lógico como operación
necesaria para que el nuevo acontecimiento se transforme en he-
cho histórico, en un hecho con sentido en el orden del sujeto.
El concepto de a posteriori cobra en la teoría y en la clínica un
papel trascendental.
El principio de continuidad genética implementa un tiempo li-
neal que apunta hacia la concepción de la historia signada por un
destino irrevocable. El sujeto marcado por el simple objeto y el
primer año de vida. De esto deriva que todas las formas ulteriores
del objeto dependan de la forma más primitiva, es decir, de la pri-
mera relación objetal observable: la del lactante con el pecho. Se
ubica entonces el sujeto como un producto sellado, resultante de
acontecimientos externos, los cuales justifican y racionalizan su
estado presente y determinan su futuro, sin salida.
En cambio, el principio del a posteriori, que implementa un
tiempo en continua reelaboración desde el sujeto, apunta a una
concepción psicoanalítica de la historia que reabre la posibilidad,
siempre renaciente, de desafiar aquel destino inmutable prefijado
por los dioses. Es desde el sujeto porque, lejos de ser una resenti-
da víctima poseída por la historia, es a partir de él, agente activo
que organiza y otorga significado a los hechos, configurando él su
propia historia, retrospectivamente.

29
La historia no es el pasado. La historia es el pasado historizado
en el presente, historizado en el presente porque ha sido vivido en
el pasado. Pero es un pasado que "aún es, todavía".
Negar el a posteriori es negar la posibilidad de que el sujeto ac-
ceda a ser, mediante el psicoanálisis, en gran medida, autor res-
ponsable y no espectador pasivo de su propio destino.

Adolescencia: desafío y desenganche

La historia del adolescente nace antes de su nacimiento bioló-


gico. Existe un orden simbólico, orden lógico que precede a su na-
cimiento cronológico. Este orden es el lugar que ocupa el hijo en
la fantasmática individual en cada uno de los progenitores y en la
pareja. Lugar que estará determinado en relación con el sistema
narcisista de la madre y del padre, y que se plasmará en una repre-
sentación. Ser el representante narcisista primario de y para el de-
seo inconsciente de la madre, de y para el deseo inconsciente del
padre, de y para mantener la homeostasis narcisista de la situación
del medio. Es a partir de este momento lógico cuando el adoles-
cente comienza a ser identificado en tal rol y en un determinado
lugar. Punto de partida de su identidad y de su identidad sexual.
El representante narcisista primario operará durante toda la vi-
da como la referencia constante a partir de la cual el adolescente
necesitará efectuar un trabajo de reelaboración diario para con-
quistar su condición subjetiva de un ser vivo con existencia pro-
pia. Leclaire afirma que la práctica psicoanalítica se funda en el
trabajo constante de una fuerza de muerte, la que consiste en ma-
tar al niño maravilloso o terrorífico que de generación en genera-
ción atestigua los sueños y los deseos de los padres. No hay vida
sin pagar el precio del asesinato de la imagen primera, extraña, en
la que se inscribe el nacimiento de todos. Matar la representación
del niño-rey es la condición en la cual en ese mismo instante el yo
empieza a nacer.
Pero este trabajo de muerte, de desenganche y reenganche, de
reinscripción cotidiana, adquiere mayor importancia durante la
adolescencia porque es en este período cuando el sujeto atravie-
sa, al mismo tiempo, una lucha sin tregua, en varios frentes de ba-
talla. Momento en que el territorio de su sentimiento de sí presenta
máxima incertidumbre.
S. Freud (1905) plantea la adolescencia como una nueva etapa
libidinal en la cual las transformaciones que acontecen se deben
fundamentalmente a dos aspectos:

1) La subordinación de todos los orígenes de la excitación se-


xual bajo la primacía de las zonas genitales.
2) El proceso del hallazgo del objeto, con mandato genital y
más allá de las figuras parentales.

Para conquistar este objeto exogámico, el aparato psíquico ne-


cesita sufrir transformaciones especiales. Algunas son comunes a
ambos sexos, y otras, particulares para cada uno de ellos a través
del recambio de las identificaciones. Esto implica un trabajo de
elaboración importante para asumirse no bisexual sino poseyendo
un solo sexo.
Este nuevo embate de su realidad de incompletud centra una
primera batalla narcisista que sacude todas sus instancias psíqui-
cas: el yo, el ideal del yo, el superyó, el yo ideal; y preludia la ne-
cesaria reestructuración. En este sentido y por este sentido, la
adolescencia reinstala la asunción de la problemática de la castra-
ción de la bisexualidad y de la castración simbólica: soportar la in-
completud y por ende la diferencia, tanto en el sistema narcisista
intrasubjetivo del adolescente como en el sistema narcisista inter-
subjetivo de y con los padres.
Pasaré a enumerar basándome en el estudio realizado por va-
rios autores.

31
Reestructuración en el yo del adolescente

El yo es, ante todo, un yo corporal', no es solamente un ser de


superficie, sino que él mismo es la proyección de una superficie.
Freud (1923)

Esta formulación apunta a definir lo corporal, no en términos


de cuerpo anatómico, sino en referencia a la imagen del propio
cuerpo como algo facticio, como una configuración que no está
dada de forma natural, sino que se adquiere mediante una perma-
nente tarea de construcción que opera desde y para el sujeto.
En virtud de las modificaciones corporales características de
esta etapa, el adolescente se ve obligado a asistir pasivamente a
toda una serie de modificaciones físicas y hormonales que se apo-
deran de su cuerpo biológico, acompañadas de demandas de im-
pulsos instintivos y de demandas que surgen desde lo social.
Varios autores han designado este proceso de cambio como
duelo por la pérdida del cuerpo infantil que produce un fenóme-
no de despersonalización por la contradicción entre el cuerpo que
se va haciendo adulto y una mente que se halla aún en la infan-
cia. Las angustias son consecuencia de la pérdida de lo conocido
y de lo acechante ante lo desconocido que surgen desde estos
cambios corporales, mientras que una lectura del a posteriori otor-
ga un sentido diferente a estas angustias.
Las nuevas imágenes provenientes de los cambios del cuerpo
del adolescente conmueven al patrimonio de las autoimágenes
anteriores, las cuales, en esta nueva etapa de maduración orgáni-
ca, adquieren un nuevo tipo de significaciones.
Las inscripciones anteriores, que no habían alcanzado a adqui-
rir una inscripción simbólica en un contexto significativo: orden
simbólico, representante narcisista primario, experiencias traumá-
ticas, cobran en este período de la adolescencia un efecto y un va-
lor patógenos, retroactivamente, a posteriori.
El sentido, dijimos, habla del encaje de un sentido en el inte-
rior de otro, en cuyo orden se instala. En cambio, es en la adoles-
cencia cuando surge con mayor dramaticidad el choque entre
sentidos. Choque por la imposibilidad de relacionar a las nuevas

32
demandas referidas a su identidad e identidad sexual en el interior
de otro sentido, en cuyo orden el adolescente ya había sido inscri-
to desde los deseos ajenos. Orden que al mismo tiempo en que es
resignificado resulta incompatible de articulación. La colisión en-
tre estos sentidos impide al adolescente ordenar un deseo propio,
organizado, y discriminado, y ante dicho fracaso surgen las angus-
tias confusionales y de despersonalización. Angustias provenien-
tes no únicamente de la pérdida del cuerpo infantil, sino, y
fundamentalmente, del choque ante la incompatibilidad de las
nuevas imágenes provenientes de los cambios del cuerpo y el ar-
senal de las imágenes resignificadas de las historia del sujeto.

Reestructuración en el superyó y el ideal del yo del adolescente

Como consecuencia del incremento pulsional, se reactualizan


los deseos preedípicos y edípicos, y se impone una modificación
en el superyó del adolescente que —a diferencia del superyó del
latente, que funcionaba prohibiendo y castigando la actividad se-
xual en general— debe en este período retractarse y auspiciar el
ejercicio genital.
El superyó del adolescente presenta una doble función: impo-
ner nuevamente el tabú del incesto y, al mismo tiempo, permitir la
sexualidad exogámica, no diferir la pulsión instintiva.
Por otro lado, en la adolescencia el superyó ha devenido en
una agencia interna, el adolescente es el responsable y depende
de su propio superyó, mientras que durante la infancia la respon-
sabilidad de su conducta era dirigida por las demandas, las cos-
tumbres y las prohibiciones de los padres. El niño cooperaba con
ellos fundamentalmente para evitar castigos o pérdidas de amor.
En esta etapa, el adolescente debe lograr la independencia res-
pecto de padres y hermanos, en función de una mayor individua-
ción. Su superyó necesita desprenderse de las primeras relaciones
de objeto, suavizando las imagos parentales prohibidoras y recon-
ciliándolas con otras, de padres más reales, sexualmente activos,
permisivos, que lo confirmen en su identidad sexual.

33
Distintos autores consideran que la desestructuración tempora-
ria del superyó durante la adolescencia es debida a que el yo tra-
ta al superyó como si fuera un objeto incestuoso del cual debe
alejarse como hace con sus padres de la infancia.
Este alejamiento, que incluye la renuncia a los viejos lazos in-
cestuosos con los padres, es un proceso doloroso que equivale
parcialmente a la pérdida de un objeto de amor.
Pero, más aún, él debe renunciar también a las normas éticas e
ideales, correspondientes al ideal del yo, las que, aunque interna-
lizadas, están todavía muy ligadas al objeto incestuoso. El adoles-
cente debe tolerar el enfrentamiento con el duelo y la revisión de
los patrones establecidos, para formar y formular opiniones, ¡deas
e ideales de sí mismo que conducen gradualmente a su Weltans-
chauung, a una cosmovisión cuestionadora. Al mismo tiempo, el
modelo materno-paterno resulta perimido y no lo capacita al ado-
lescente para obtener su autoestima en el objeto exogámico.
Lo más claro que resulta para el adolescente es que necesita
alejarse de aquello que hasta ese momento constituyó su fuente de
seguridad: sus identificaciones parentales y su ideal del yo.

Reestructuración en el yo ideal del adolescente

La necesidad que se apodera del adolescente de dejar de ser "a


través de" los padres y los hermanos, para llegar a ser él mismo,
requiere el abandono de la imagen tan idealizada y arcaica paren-
tai, para encontrar ideales nuevos en otras figuras, de alguna ma-
nera más adecuadas a la realidad.
No sólo el adolescente padece este largo proceso, sino que los
padres tienen dificultades para aceptar el crecimiento a conse-
cuencia del sentimiento de rechazo que experimentan frente a la
genitalidad y a la libre expansión de la personalidad que surge de
ella. Esta situación ha sido denominada por varios autores como
duelo por la identidad y el rol infantil, y duelo por los padres de la
infancia.
El yo ideal es concebido como una formación esencialmente

34
narcisista que tiene su origen, según Lacan, en la fase del espejo,
y que pertenece al registro de lo imaginario. Mediante el proceso
de la idealización, el sujeto se propone, como fin, reconquistar el
estado llamado de omnipotencia del narcisismo infantil. Tiene im-
plicancias sadomasoquistas, especialmente la negación del otro
correlativa a la afirmación de sí mismo.
La amenaza de perderla dependencia infantil "pone a prueba"
la estabilidad de los sistemas narcisistas que actúan entre sí en el
plano intrasubjetivo del adolescente y que trascienden al plano in-
tersubjetivo de los padres.
Esta amenaza de desprendimiento no sólo reactiva en los padres
los duelos del paso del tiempo, ante la pérdida del "nene-que-crece"
(temporalidad lineal), sino que al mismo tiempo y fundamental-
mente resignifica en ellos en forma retroactiva la asunción de sus
propias incompletudes que, a través del hijo obturador-siempre-
presente, evitaban asumir.
La relación de los padres con el hijo se sustenta estructuraimen-
te, en diferentes grados, sobre la elección de objeto de tipo narci-
sista. El adolescente representa para cada uno de los padres y
según la ubicación en la fantasmática individual y de la pareja: lo
que uno mismo es, lo que uno mismo fue, lo que uno querría ser
y, privilegiadamente, la persona que fue una parte del sí-mismo-
propio. De aquí que la reestructuración en el yo ideal durante la
adolescencia adquiera una conmoción particularmente dramáti-
ca, por el choque de sentidos, pues reabre a posteriori las heridas
narcisistas no superadas en ambas partes especulares.
El distanciamiento es vivido como un desgarramiento de la per-
sona que fue una parte del sí-mismo-propio, con la amenaza para
el sentimiento de sí de los padres y/o del adolescente de perder al
sostén que mantiene la estabilidad de la propia estructura narcisis-
ta, sostén que se nutre a partir de la imagen de los padres salvado-
res y sobrevalorados para el hijo, y del adolescente idealizado y
mesiánico para los padres; ambas partes se retienen, a través de un
suministro continuo, en una prolongada adolescencia.
Este ideal de omnipotencia que bascula entre el adolescente y
los padres pone en escena las técnicas de desenganche y de reen-

35
ganche entre acreedores y deudores, entre padres e hijo, en un
movimiento pendular a través del desafío.
Desafío que, si conduce al desenganche (a la discriminación y
a la asunción de la incompletud en cada una de las partes com-
prometidas), promueve el crecimiento hacia la individuación del
adolescente.
El desafío como inquietud, que quiebra el silencio de las ver-
dades inmutables y al mismo tiempo que cuestiona lo establecido
crea productos nuevos, lo denomino "desafío trófico", pues está
signado por la pulsión de vida.
En cambio, el "desafío tanático" se halla signado por la pulsión
de muerte, ya que, a través de la provocación sadomasoquista en-
tre ambas partes aliadas, repite compulsivamente el "reengan-
che". El adolescente permanece entretenido en una guerrilla de
desgaste con los padres, para quedar finalmente detenido en una
seudoindividuación.

36
3. El reordenamiento de las identificaciones
en la adolescencia

Introducción

El proceso de identificación congela el psiquismo en un "para


siempre" característico del inconsciente, que se califica como
atemporal (Faimberg, 1985), mientras que el proceso de reordena-
miento libera el "para siempre" de una historia que lo aliena en la
regulación narcisista. Constituye así la condición que posibilita li-
berar el deseo y construir el futuro.
El estado de mortificación psíquica, implícito en los procesos de
reordenamiento identificatorio, adquiere su mayor dramaticidad
durante el período de la adolescencia, porque representa el momen-
to privilegiado de la resignificación retroactiva y de la estructuración
identificatoria en todas las instancias psíquicas de la personalidad.

Historización y pulsión de muerte

Durante el reordenamiento identificatorio, se produce la defu-


sión de la pulsión de muerte, pues se disuelven —desestructura-
ción implícita y transitoria en toda elaboración del proceso de
reordenamiento— los lazos afectivos con determinados objetos,
para posibilitar su pasaje hacia otros, lo cual reabre el acceso a la
configuración de nuevas identificaciones, en una reestructurada
dimensión afectiva, espacial y temporal.
Faimberg aporta una nueva luz al psicoanálisis del misterio de
los orígenes a través de su concepto del telescopaje de las genera-
ciones y de la ampliación del concepto de las identificaciones
alienantes que intervienen en la constitución del psiquismo.

37
Sostiene que estas identificaciones son alienantes porque el su-
jeto se somete, por vía inconsciente, a las historias de un "otro"
que no le conciernen, pero de las cuales permanece finalmente
cautivo. El "otro" significa el narcisismo parental y la identifica-
ción con él. Estas identificaciones se cristalizan en una organiza-
ción escindida o alienada del yo y presentan características
particulares:

1. Son mudas, inaudibles.


2. Se hacen audibles con el descubrimiento de una historia se-
creta del paciente.
3. No son mero dato inicial que no necesita explicación. Las
identificaciones tienen una causa, una historia.
4. La comprensión de su historia permite hacerlas más signifi-
cativas, más audibles.
5. La historia, por lo menos en parte, no pertenece a la gene-
ración del sujeto.
6. Descubrir sus identificaciones alienantes y su historia, que
concierne a tres generaciones, permite al sujeto reconocer
y encontrar su lugar en relación con la diferencia de las ge-
neraciones. Estimo que este tipo de identificación implica
un telescopaje de generaciones.

El telescopaje de generaciones implica un tiempo circular y re-


petitivo. Borges lo ¡lustra en su poema:

Al hijo
No soy yo quien te engendra. Son los muertos.
Son mis padres, su padre y sus mayores...
Siento su multitud. Somos nosotros
Y, entre nosotros, tú y los venideros
Hijos que has de engendrar. Los postrimeros
Y los del rojo Adán. Soy esos otros.
También. La eternidad está en las cosas
Del tiempo, que son formas presurosas.*

* La bastardilla me pertenece.

38
La historización es un proceso esencial del psicoanálisis. Permi-
te reordenar la relación que el sujeto ha establecido con las identi-
ficaciones alienantes de los sistemas narcisistas parentales y explicar
las reacciones paradójicas a partir de la puesta en evidencia de las
funciones de apropiación-intrusión, de desenganche y reenganche,
que se despliegan entre ambos sistemas narcisistas en pugna.
La historia secreta, perteneciente a las historias que conciernen
a las generaciones que precedieron al narcisismo del sujeto, no se
transmite como mensaje explícito, sino que se halla estrechamen-
te relacionada con la modalidad de decir y no decir que utilizan
los padres, a través de una función de apropiación-intrusión.
El régimen narcisista de apropiación-intrusión es el que fuerza
al sujeto a una adaptación alienante por sus identificaciones in-
conscientes con la totalidad de la historia de los padres.
No existe así un espacio psíquico para que el niño desarrolle su
identidad, libre del poder enajenante del narcisismo parental. Se
crea una paradoja del psiquismo, que al mismo tiempo está lleno
y vacío en exceso (Faimberg, 1985). Lleno de alteridad ominosa y
vacío de mismidad, por carecer de espacialidad psíquica discrimi-
nada.
El proceso de intrusión explica el lleno en exceso de un objeto
que no se ausenta jamás. El sujeto queda cautivo de la intrusión
del "otro". Es un objeto excesivamente presente que lo habita y
posee.
La historización resulta ser un proceso esencial, pero no sufi-
ciente, para lograr la reestructuración identificatoria. Pues en la de-
sidentificación participan, además, varios factores fundamentales.
Depende, por un lado, de la instrumentación de la agresividad
en su relación con la intrincación-desintrincación de Eros y Tána-
tos; por otro lado, de las vicisitudes de los sistemas narcisistas in-
trasubjetivo e intersubjetivo en pugna y, además, de los destinos
de la pulsión de muerte liberada durante la elaboración desiden-
tificatoria.
El sujeto requiere la ¡mplementación de una adecuada agresi-
vidad, al servicio de los propósitos de Eros, que le permita "matar"
a ese niño marmóreo (el ¡nfans) para garantizar la inmortalidad

39
propia y de los otros, y acceder así a la desidentificación de las
identificaciones alienantes.
Al dar muerte a la inmortalidad, se condiciona el nacimiento
del yo.
La muerte del infans reanima sentimientos de desvalimiento y
ominosidad, por la pérdida de la fantasía que reasegura la ilusión
de alcanzar, a través de la fusión, el amor eterno e inmutable. En
efecto, la desidentificación del infans pone a prueba la estabilidad
de los sistemas narcisistas en los planos intrasubjetivo e intersub-
jetivo. La desidentificación interviene en el complejo proceso de
reestructuración de todas las instancias psíquicas (yo ideal-ideal
del yo, superyó, yo) de ambos sistemas narcisistas en pugna y en-
tre ellos.
Así, la reestructuración en el yo ideal adquiere una conmoción
particularmente dramática por el choque de sentidos, que reabre
a posteriori las heridas narcisistas no superadas en ambas partes
especulares.
La desidentificación puede ser vivenciada en todas las etapas
de la vida, pero de manera más patética aún durante el período
de la adolescencia, como un desgarramiento de la persona que
fue una parte del sí mismo propio. Lleva consigo la amenaza pa-
ra el sentimiento de sí, tanto del hijo como de ambos padres, de
perder el sostén que mantiene la regulación de la estructura nar-
cisista. Sostén que se nutre a partir de la imagen de los padres sal-
vadores y sobrevalorados por el hijo, y del hijo idealizado y
mesiánico para los padres. Ambas partes se retienen, a través de
un envolvente suministro continuo de ofrecimientos y amenazas
verbales, materiales y afectivas, en una prolongada seudoindivi-
duación de negociaciones narcisistas, dentro de una temporali-
dad ambigua.
Este ideal de omnipotencia, que bascula entre el hijo adoles-
cente y sus padres, pone en escena las técnicas de desenganche y
de reenganche entre acreedores y deudores, en un movimiento
pendular condicionado a los destinos de la agresividad.
Mientras que la agresividad al servicio de Eros tiende a la dis-
criminación del otro, la agresividad al servicio de Tánatos pro-

40
mueve la indiscriminación ominosa con el otro, borrando las fron-
teras entre el yo y el no-yo, entre la realidad psíquica y la realidad
material (Kancyper, 1986).

El remordimiento en el reordenamiento identificatorio

La pulsión de muerte, liberada durante el proceso de la desi-


dentificación, puede sufrir dos destinos. El primero sería volverse
a ligar a nuevas identificaciones; el segundo, permanecer libre y
distribuirse para que una parte sea "asumida" por el superyó y
vuelta así contra el yo, o bien ejercite su actividad muda y omino-
sa como pulsión libre en el yo y el ello.
Las partes ligadas y no ligadas de la pulsión de muerte se ma-
nifiestan a través de la culpa y la necesidad inconsciente de casti-
go, acompañadas de un inquietante halo de sentimiento de
pánico, horror, incertidumbre, inermidad, orfandad, vacío y muer-
te, que corresponden precisamente a lo Unheimlich del accionar
de aquel sector de Tánatos, sustraído del domeñamiento logrado,
mediante ligazón, a complementos libidinales, y que sigue tenien-
do como objeto el ser propio.
La mezcla y la combinación, muy vastas y de proporciones va-
riables, de los sentimientos de culpa y ominosidad, que sobrevienen
necesariamente como resultado del proceso de la desidentifica-
ción durante la adolescencia, suelen expresarse clínicamente en
remordimientos y resentimientos manifiestos o latentes, precisos y
difusos, básicos y fraternos, primarios y secundarios, por culpa y
por vergüenza (Kancyper, 1991 b).
La desidentificación con el objeto cultural endogámico y su
pasaje y unión a objetos culturales pertenecientes a un exogrupo
que no comparte los mismos antecesores míticos, son equipara-
dos — e n la fantasmática del adolescente y de sus padres— a la
destrucción de esa cultura, lo que equivale a consumar el parrici-
dio, y determina intensos sentimientos de culpa, y necesidad de
castigo y ominosidad (Grinberg de Ekboir y otros, 1980).
Cuando la resolución de los remordimientos y los resentimien-

41
tos inherentes a la adolescencia fracasa, en los casos más graves
da origen a estados de desestructuración psicótica. Otras veces,
subyace en severas depresiones, inhibiciones, actings out, fobias
y síntomas obsesivos.
Baranger, Coldstein y Goldstein (1989) diferencian los proce-
sos desidentificatorios de las identificaciones negativas y sostie-
nen que, en el gran desorden identificatorio que acontece en la
crisis de la adolescencia, etapa que oscila entre la desorganiza-
ción de la identidad infantil y la reorganización de la personalidad
adulta, "las desidentificaciones son por lo general más vistosas
que reales, y el mecanismo más utilizado es la identificación ne-
gativa que recubre las identificaciones anteriores sin desalojarlas.
Éstas sobrenadan después de la tormenta y coexisten en una paz
problemática con las nuevas adquisiciones".
Así, los remordimientos y los resentimientos —que se originan
irremediablemente a partir de la reestructuración intrasubjetiva
del adolescente, articulada con la relación intersubjetiva paren-
tai—, en gran medida, complican la tarea de la desidentificación
y conservan estas identificaciones negativas.

Ejemplos clínicos

Transcribo un fragmento de una sesión correspondiente a la


analizante F., de 19 años, que en el sexto año de análisis pone en
evidencia algunos efectos clínicos y varios de los procesos incons-
cientes que subyacen en la desidentificación.

Me pasa algo especial cuando logro "desparecerme" a


mi madre. De pronto, me encuentro que puedo ser yo, que
puedo dejar de estar girando alrededor de ella. Y, ¿ve?, ape-
nas hablo de esto vuelvo a sentir nuevamente angustia. Se
me cierra algo. Me vuelve aquella sensación de vacío, de
orfandad que yo sentía cuando era chica y mi mamá no me
quería tal cual era yo. Y además me vuelvo a olvidar las co-
sas que tienen que ver conmigo. De mis cosas individuales,
de aquello que a mí me hace feliz.

42
X

Siento que yo, de alguna forma, rompí con un determi-


nado sistema. Pero en definitiva ya no forma parte de mí,
porque fui capaz de separarme de muchas cosas que me
unían mucho y me hacían repetir situaciones.
Por eso el sábado me sentí bien, porque elegí lo que
quería. De la misma forma que ayer pude llegar a mi casa
y sentirme sin esa angustia que venía sintiendo todos esos
días (pausa).
Cuando empiezo a sentir los límites de mi cuerpo, me
empiezo a reubicar en mí. Y lo que encuentro me gusta.
El problema es que tengo una tendencia a olvidarme, a
convertirme en una gran mentirosa conmigo, Y vuelvo a de-
positar en mí cosas de odio que tiene mi mamá con su cuer-
po, con su sexualidad, y las vuelco en mí, y hago una
mescolanza. Y de repente me sorprendo diferente de ella, y
esa sorpresa me hace bien.
Esas sorpresas tienen que ver con mi historia. Por ejem-
plo, de chica, cuando salía a correr con mis amigas, era la
que corría peor. Yo siempre sentía que perdía. Perdía por-
que yo empezaba perdiendo. Era la sensación de estar en
último lugar.
Y son efectivamente las cosas que siempre me hizo sen-
tir mi mamá. Porque era lo que sentía ella, sin posibilidades
de éxito. Y el sábado salía correr y me sorprendí porque no
me quedé sin aire. Esa sensación de perdedora no era mía,
era de otra persona.
Yo no niego que había sido mía en algún momento, por-
que estaba muy metida (pausa).
Hace ya mucho tiempo que progresivamente se fue mo-
dificando en mí. ¿Por qué será que siempre miro las cosas
desde un ángulo equivocado? Lo que pasa es que no me
doy cuenta. Y, cuando me doy cuenta, ya estoy metida nue-
vamente adentro. En vez de ver que el desprendimiento de
mi mamá me produce plenitud, un estado de sentirme bien
conmigo misma, con mi espacio, con mi tiempo, lo empie-
zo a ver otra vez del lado del vacío.
Yo siempre tuve los ojos de rechazo de mi mamá y los
de mis hermanos, que no fueron mejores que los de mi ma-
má, sobre lo que hacía y lo que dejaba de hacer. No entien-
do muy bien cómo pude convivir y sufrir con determinadas
cosas durante tantos años.

43
Como bien hemos podido apreciar, el discurso de esta anali-
zante adolescente ilustra con mucha claridad:

1. La importancia de la historización y el empleo de la agresi-


vidad al servicio de Eros, para quebrar la circulación repe-
titiva de la neurosis de destino de fracaso.
2. La alternancia de sentimientos de pérdida (vacío, orfandad,
abandono) y de júbilo por la adquisición de nuevas posibi-
lidades.
3. Los efectos clínicos que surgen a partir de la identificación
con el doble materno masoquista que, como inquilino in-
truso, habitaba su yo.

Otro fragmento de la misma analizante ¡lustra los destinos de la


defusión de Tánatos en el momento en que se produce la desiden-
tificación con el sufrimiento y con la posición de mártir, que identi-
ficaban su grupo familiar con las generaciones que los precedieron.

De repente paso a ser invadida por el caos. No tengo


claridad, no tengo espacio interior para nada, ni forma de
comunicar lo que me pasa. Me pongo muy tensa, me pon-
go agresiva. Hasta siento que cambia el timbre de mi voz.
Me pongo muy intolerante, ante todo conmigo y después
con los demás, por añadidura. Todo se transforma en gris
oscuro y negro.
Me cuesta //desprenderme" de esa imagen de sufrimien-
to que resulta ser la constante en mi familia. En algún mo-
mento, cuando era chica yo pensaba que mi vida era sufrir.
Yo sentí que mi lugar estaba al lado de los que sufrían y no
al lado de los que disfrutaban. A partir del momento en que
veo los mártires en mi familia, quiero ser distinta (pausa).
Yo tenía la fantasía de que era mala. Y creo que es cier-
to, porque yo envidiaba que el otro era siempre más feliz y
más capaz.
Lo que no entiendo es por qué no puedo tener placer
con mi crecimiento. Si las cosas me siguen saliendo bien,
¿cuál va a ser mi castigo? Si a mí me gusta mi crecimiento.
No le tengo miedo, y no es chiste, pronto voy a cumplir 20
años y no es ¡oda. Pero de alguna forma tengo que encon-

44
trar algún método para estar más armada ante las "invasio-
nes de despelote" que se me arman. Además, los niveles de
angustia que se me meten. Tienen un pico, como si fueran
una picana.
Me destruyen todo aquello que me hace feliz. Yo siento
que sigo construyéndome, pero hay una gran tendencia a se-
guir encuadrándome en la incapaz, en la que está hecha pa-
ra sufrir. Hay sesiones que yo odio. Son las sesiones en que yo
siento que no me gusto, que no me gusta lo que tengo aden-
tro. Tengo mierda adentro y no sé cómo me la saco (pausa).
Lo que pasa es que tengo la sensación de que es algo he-
cho, que es una trampa que yo me pongo. Como si frente a
una realidad que me resulta linda, que me hace sentir ple-
na, que mi vida tiene un hilo de conducción, apareciera de
pronto una voz que siempre sentí en mi oído: "¡Ahí Cuida-
do con esto, cuidado con lo otro." No tengo los signos de
que esto bueno va a durar; que no me engolosine con lo lin-
do. Estas palabras ya dejaron de ser de mi mamá, tienen que
ver conmigo.

En su discurso, F. hace audibles no sólo las angustias ominosas,


correspondientes a la parte de la pulsión de muerte no ligada y
muda, que se manifestaban a través de la sensación de caos y de
espanto por la amenaza acechante de una desestructuración po-
tencial, sino también los sentimientos de culpa y de necesidad de
castigo, como resultado de la parte ligada de la pulsión de muer-
te fusionada y acogida por su superyó en los remordimientos in-
conscientes, y que inhibían la posibilidad de su crecimiento.

Adolescencia, creatividad y confrontación

El adolescente que habita en cada adulto es el que


dispone todavía de poderes mágicos liberadores. El
poder creativo es libertad, "una puesta en libertad de los lugares".
M. Heidegger

En todo acto creativo, igual que en el período de la adolescen-


cia, se presentifican los remordimientos y los resentimientos,

45
pues en ambas situaciones se reactivan ciertos psicodinamismos
comunes.
Como el adolescente, también el creador artístico o científico
necesita implementar el desafío para impugnar lo establecido y
crear productos nuevos.
Esta necesaria transgresión reactiva en el creador (y en el ado-
lescente) la oportunidad de realizar mágicamente las fantasías pa-
rricidas y fratricidas que determinan sentimientos de culpa y la
necesidad inconsciente de castigo; reanima además los procesos
narcisistas en pugna y la defusión de las pulsiones de vida y de
muerte anteriormente descritas.
El proceso creador pone a prueba la estabilidad de la organiza-
ción identificatoria, y resulta, por lo tanto, insoslayable la necesi-
dad de convivir con un transitorio estado de padecimiento
ominoso y culposo, inherente tanto a las fases de la gestación co-
mo a las del alumbramiento del proceso creador.
La función del analista es poner en evidencia los remordimien-
tos y los resentimientos manifiestos y latentes, que surgen a con-
secuencia y como resultado de las fantasías parricidas y fratricidas
(sentimientos de culpa) y de excomunión (necesidad de castigo
por un poder parental y fraternal, debido a la traición y la trasgre-
sión de los mandatos endogámicos), que se disparan durante las
fases del proceso creativo y durante los procesos desidentificáto-
rios de la adolescencia.
En cambio, la negativa inconsciente a percibir y explorar los re-
mordimientos y los resentimientos puede involucrar el riesgo de
bloquear la expresión de la capacidad creativa potencial y siem-
pre renaciente de los analizantes.
Numerosos autores psicoanalíticos se han ocupado, desde di-
ferentes ópticas, del tema de la creatividad. La mayoría de ellos
coincide en que la creatividad se caracteriza por el advenimiento
de algo nuevo, de lo original e inédito que sorprende, conmueve
y se opone a la repetición.
Grinberg de Ekboir (1980) sostiene: "El término creatividad
pertenece al léxico común y es, por lo tanto, sumamente ambiguo.
Generalmente designa a una cualidad que poseen ciertas perso-

46
ñas excepcionales, particularmente notoria en los genios creado-
res, pero también presente en grado menor en quienes poseen
ciertos talentos superiores, enigmática en sí misma y de la cual,
misteriosa e injustamente, parecen carecer la mayoría de los mor-
tales que no recibieron ese don de los dioses. Pero, actualmente,
se tiende a ajustar su significado desbrozando sus connotaciones
mágicas y místicas; se la considera como una cualidad o capacidad
de la mente que en algunos se ha desarrollado espontáneamente
en grado sumo, la cual puede ser diagnosticada, estimulada, edu-
cada, sometida a mediciones y, en el área laboral, contratada, en
tanto sería indispensable para el ejercicio de ciertas profesiones ta-
les como las de artistas, investigadores, científicos e intelectuales."
D. Anzieu diferencia la creatividad de la creación. Considera la
creatividad "un conjunto de predisposiciones del carácter y del es-
píritu que se pueden cultivar y que se encuentran, si no en todos,
en muchos". En cuanto a la creación, dice de ella que es "la in-
vención y la composición de una obra de arte o de ciencia que res-
ponde a dos criterios: aportar algo nuevo y cuyo valor sea tarde o
temprano reconocido".
Winnicott sostiene que en todo juego está presente una creati-
vidad primaria que es inherente a él.
La ¡dea de creatividad primaria subyace en muchos de los de-
sarrollos de Winnicott, en particular el self verdadero, el sentido
de la realidad propia y de un vivir creativo con el que relaciona la
autenticidad, es decir, un conocimiento personal de la realidad en
oposición a un conocimiento "convencional", que implica some-
timiento y falsedad.
Este vivir creativo puede coexistir, en la misma persona, con ac-
tividades generalmente consideradas creativas. Winnicott, por lo
tanto, comparte las concepciones sobre la creatividad como dis-
posición universal del sujeto, la que puede ser desarrollada, per-
turbada o inhibida, y cuyo exponente subjetivo es la convicción
vivencial, y el sentimiento de verdad y responsabilidad con relati-
va independencia respecto de las cualidades o la valoración del
producto creado.

47
La auténtica creatividad para mantenerse requiere una auténti-
ca confrontación (vertical con los padres y horizontal con los her-
manos reales e imaginarios y desplazada luego a los pares y
superiores) que—Eros mediante—facilita la ruptura generacional
con lo concebido hasta ese momento.
No existen creación ni confrontación sin riesgos. El adolescen-
te, igual que el creador, tiene derecho a la divergencia, a la posi-
bilidad de estar junto a otros y de pensar distinto, al crecimiento
personal a costa de nadie; a defender su marginalidad, su atipici-
dad, su independencia, sus juegos de imaginación, para poder
fundar una nueva visión, un nuevo orden que den testimonio de
su verdad.

48
4. La confrontación generacional y la hiperseveridad
del superyó en la adolescencia

Es estimulante que la adolescencia esté activa y haga


oír su voz, pero los esfuerzos adolescentes que hoy
se hacen sentir en todo el mundo deben ser enfrentados, deben
cobrar realidad gracias a un acto de confrontación.
Ésta debe ser personal.
Los adultos son necesarios para que los adolescentes
tengan vida y vivacidad.
Oponerse es contenerse sin represalia, sin espíritu de venganza,
pero con confianza... que los jóvenes modifiquen la sociedad
y enseñen a los adultos a ver el mundo de una manera nueva;
pero que allí donde esté presente el desafío de un joven
en crecimiento, haya un adulto dispuesto a enfrentarlo. Lo cual
no resultará necesariamente agradable.
En la fantasía inconsciente, éstas son cuestiones de vida o muerte.
D. W. Winnicott

Introducción

La confrontación generacional es un punto nodal, en el que


confluyen las cuestiones más importantes y diversas; se trata, en
realidad, de un tema complejo en todas las etapas de la vida —y
fundamentalmente durante la fase de la adolescencia— para la ad-
quisición y la plasmación de la identidad individual y social, cu-
yo estudio arroja mucha luz sobre nuestro acontecer anímico.
El desasimiento de la autoridad parental y fraterna es una ope-
ración necesaria pero también angustiante del desarrollo humano,
y puede ser denegado cuando en el vínculo padres e hijos preva-

49
lecen relaciones de objeto de tipo narcisista y/o pigmaliónico, en
las cuales el otro no es considerado diferente ni separado. En es-
tos vínculos, la alteridad y la mismidad quedan total o parcialmen-
te desmentidas con el objeto de garantizar la omnipotencia y la
inmortalidad de los progenitores y la cohesión del medio familiar.
Precisamente es la falta de ese otro discriminado lo que denie-
ga el enfrentamiento y la confrontación intergeneracionales, ya
que nadie puede confrontar con el otro in absentia et ¡n effigie.
La confrontación generacional representa una de las vías prin-
cipales para estudiar de qué manera las relaciones de poder "fa-
brican" sujetos e instauran una multiplicidad de técnicas de
constricción reversibles, que se despliegan asimétricamente y en
dos direcciones: desde los padres hacia el hijo y desde éste hacia
los progenitores. Una de estas técnicas estaría representada por el
uso y abuso del Eros, que sofoca el espacio discriminado del otro
mediante un solapado manejo de poder-seducción; otra sería ejer-
cer el poder-sumisión para rellenar toda carencia, toda falta, todo
apremio objetivo (Ananké) en los hijos, lo que impediría que ma-
nifestasen el odio y la agresividad. El odio y la agresividad son dos
emociones y mociones fundamentales que posibilitan la admisión
del objeto como exterior a uno, y que operan, además, como con-
dición necesaria para que se instale una tensión entre los opuestos,
y así se despliegue el movimiento dialéctico de la discriminación
y la oposición entre las generaciones. '

El adolecer y la adolescencia de los padres del adolescente

Así como los padres son necesarios para que en el hijo se ins-
tituya el complejo de Edipo, también lo son para que el vástago
salga de él y pueda acceder a la elección de objetos sexuales, no
incestuosos ni parricidas, y a nuevos objetos vocacionales más
allá de los mandatos parentales.
Este es un largo, difícil y tortuoso camino donde muchos se de-
tienen antes de la línea de llegada.
Dolto señala que la adolescencia es un movimiento pleno de

50
fuerza, de promesas de vida, de expansión, y que no hay adoles-
centes sin problemas, sin sufrimientos; éste es quizás el período
más doloroso de la vida.
Pero, por otro lado, también representa la etapa de los duelos,
las angustias y las alegrías más intensos para los padres del adoles-
cente, quienes deben enfrentar elaboraciones psíquicas comple-
jas, debido a la reactivación y la resignificación de sus propias
adolescencias, en muchos casos de un modo patético, porque es-
ta fase coincide con la llegada de la menopausia y el avejenta-
miento.
Ellos sufren duelos y angustias por la resignación de los deseos
narcisistas de inmortalidad y de completud investidos en el hijo, y
de sus deseos pigmaliónicos relacionados con las fantasías de fa-
bricación y moldeado del otro a su imagen y semejanza, para ejer-
cer sobre él un poder omnímodo y omnisciente. Debe, además,
admitir la sexualidad floreciente y la potencia de desarrollo en el
hijo que crece, contrapuestas a las de ellos que se encuentran en
franca disminución.
Cada uno de los padres no sólo debe librar múltiples y simultá-
neas batallas en varios frentes, para acceder a la desmistificación
del Narciso, el Pigmalión y el Edipo que se albergan en su alma en
diferentes grados, sino que además debe desmantelar a Cronos,
que devora a sus vástagos. Esta tarea es intrincada y dolorosa pa-
ra los padres, porque apunta a admitir la inexorable irreversibili-
dad del tiempo y la prohibición definitiva de la reapropiación
devorante de los hijos.
Pero ¿qué sucede cuando el padre del adolescente no resigna
su propia adolescencia y, por ende, no puede ejercer su función
paterna?, ¿cuando no puede realizar la elaboración de estos varia-
dos duelos caracterizados por una compleja y múltiple causali-
dad? Entonces se produce el borramiento de la diferencia
generacional, y la necesaria rivalidad edípica deviene en una trá-
gica lucha fraterna y narcisista. En lugar de la confrontación, se
instauran la provocación, la evitación o la desmentida de la bre-
cha generacional, con lo cual se altera el proceso de la identidad.

51
El padre "cucharita"

Mi papá es un pendeviejo. Se la pasa compitiendo con-


migo en la ropa, en el corte de pelo, en los deportes y has-
ta con las minas. Pero para míes un padre cucharita porque
no corta ni pincha.
Mi papá se pone a nivel nuestro. Yo parezco una perso-
na adulta y él parece un pendeviejo, parece mi hermano.
Yo no quiero un padre-hermano; quiero que cumpla el
rol de padre. Quiero que sea más seño. Siento que está in-
vadiendo lo que me pertenece. No me gusta la competencia
con él. Yo siento que él la provoca. Él tierre 52 años y nos
hace sentir que somos tarados, y con ironía nos dice: "Yo co-
rro ocho kilómetros y ustedes no hacen ningún deporte."
Algo pasa que mis hermanos y yo nos borramos del
club, y que además ninguno de nosotros está en pareja. El
se cree que es el más piola. Me avergüenza mi papá.

El padre "cucharita, que no corta ni pincha" en la dinámica fa-


miliar, no instituye la función paterna; como consecuencia, por un
lado, no ejerce el corte en la diada madre-hijo, y por el otro, al fra-
ternizar el vínculo paterno-filial, impide que el hijo acceda al ine-
vitable y necesario proceso de la confrontación generacional,
esencial para la adquisición de la identidad. En ese proceso se
despliegan duelos y reordenamientos identifícatenos dentrp de un
campo dinámico compuesto por los sistemas narcisistas, pigma-
liónicos y edípicos parentales y filiales en pugna.
Su condición primera es la presencia de otro como una alteri-
dad que no es blanda ni arbitraria, y que posibilita la tensión de la
diferencia entre los opuestos, si ambas partes admiten que "opo-
nente" no equivale a "enemigo".
Este arco de tensiones activa el proceso dialéctico de las iden-
tificaciones-desidentificaciones-reidentificaciones que se desplie-
ga durante toda la vida, en especial durante el período de la
adolescencia, etapa que se caracteriza por el definitivo desprendi-
miento mental de los padres a través de la superación del comple-
jo de Edipo y de la culminación del desarrollo sexual (Creen,
1993).

52
Ejemplo clínico

Abel es un adolescente de 20 años que presenta un severo dé-


ficit de identidad.
Es el hijo preferido de sus padres y el nieto predilecto de los
abuelos. Los negocios del padre llevan únicamente su nombre de
pila, y él ha efectuado una elaboración masoquista de su lugar y
condiciones preferenciales.
Estos son algunos de sus comentarios en sesión:

Yo no quiero vivir para zafar. Zafar es alejarse del sufri-


miento o de la realidad, en lugar de vivir para encontrar sig-
nificado a las cosas y para disfrutar lo que uno hace.
Cuando zafás, no resolvés nada. Es como esconder la
cabeza como el avestruz.
Mi papá no sabe cuándo tengo que dar un final en la fa-
cultad, ni con quién me voy de viaje.
Una actitud típica de él es la siguiente: llega cansado y
me dice "¿Cómo te va?, ¿todo bien?, ¿todo en orden?", y si-
gue caminando con su teléfono celular en la mano, sin dar-
me tiempo para que yo pueda contestarle, y se encierra en
su pieza. Allí tiene su baticueva y esconde todo. Él vive ocul-
tando y yo vivo para zafar. Mi papá no se permite muchas
cosas y yo tampoco; ¡cuántas cosas en común tengo con él!
Él tiene una actitud con la gente, que me revienta. Quie-
re quedar bien con todos y no hace lo que quiere. Y yo a ve-
ces hago igual que él. Pero mi papá además es un capo para
hacerte sentir un inservible.
En mi casa nadie se permite estar mejor que el otro. To-
dos nos nivelamos siempre para abajo. No nos permitimos
tener una buena reunión familiar, y tampoco yo me permi-
to nivelarme para arriba porque me sentiría diferente. Pero
yo me quiero diferenciar y no asemejarme a los demás. Pe-
ro al diferenciarme de mis padres y de mis hermanos me
siento mal. Me da pena y culpa ver que mis padres son un
fracaso, que mi hermano, que es mayor que yo, está tirado
en la cama, y que el más chico está perdido en el mundo.
Pero yo sé que puedo ser diferente, que tengo buena
materia prima. Pero en mi casa es difícil ser diferente. Lle-
ga un momento en que todos somos mozos. Todos servimos

53
a todos y nos nivelamos para abajo, y entonces la conver-
sación empieza a girar en derredor de las desgracias y de
los problemas (pausa).
A mí me gustaría desnivelarme para arriba, pero el peli-
gro es estar solo. No estar solo físicamente, porque sé que
el amor de mis padres es incondicional, pero solo simple-
mente por querer ser diferente.

Abel está mejor dotado física e intelectualmente que sus her-


manos, y participa de una alianza narcisista con la madre en con-
tra del padre.
Se ha posicionado en el rol de regulador de la homeostasis fa-
miliar, como el doble ideal e inmortal, para que el padre, al con-
templarse en él, recupere su propia imagen de una belleza
inmutable que niega el paso del tiempo, y para aprehender, al es-
pejarse en el hijo, la evanescente inmortalidad. Y el hijo, en lugar
de enfrentar al padre y situarse en la antítesis de la propuesta iden-
tificatoria proviene del "otro", para efectuar una síntesis propia en
un nuevo reordenamiento identificatorio, termina finalmente fundi-
do y mezclado con las historias que conciernen a los preogenitores
y con demandas inalcanzables que provienen de la desmesura de
su ideal del yo y de un superyó exageradamente severo.
En una nota al pie de página en "El malestar en la cultura",
Freud cita a Franz Alexander, que se refería a los dos principales
métodos patógenos de educación: la severidad excesiva y el con-
sentimiento,
El padre "desmedidamente blando e indulgente" ocasionaría
en el niño la formación de un superyó hipersevero, porque ese ni-
ño, bajo la impresión del amor que recibe, no tiene otra salida para
su agresión que volverla hacia adentro. En el niño desamparado,
educado sin amor, falta la tensión entre el yo y el superyó, y toda
su agresión puede dirigirse hacia fuera. Por lo tanto, si se prescin-
de del factor constitucional, es lícito afirmar que la conciencia
moral severa es engendrada por la cooperación de dos influjos vi-
tales: la frustración pulsional, que desencadena la agresión, y la
experiencia de amor, que vuelve esa agresión hacia adentro y la
transfiere al superyó (Freud, 1930).

54
Nasio señala la presencia de dos tipos opuestos y coexistentes
de superyó. Primero, reconoce un superyó asimilado a la concien-
cia en sus variantes de conciencia moral, conciencia crítica y con-
ciencia productora de valores ideales. Este superyó-conciencia
corresponde a la definición clásica, que designa a la instancia su-
peryoica como la parte de nuestra personalidad que regula nues-
tras conductas, nos juzga y se ofrece como modelo ideal. Así el yo,
bajo la mirada de un escrupuloso observador, respondería a las
exigencias conscientes de una moral a seguir y de un ideal a al-
canzar. La actividad consciente, generalmente considerada como
una derivación racional del superyó primordial, se explica por la
incorporación en el seno del yo no sólo de la ley de prohibición
del incesto, sino también de la influencia crítica de los padres y,
de modo progresivo, de la sociedad en su conjunto. Este superyó,
considerado a la luz de sus tres roles de conciencia crítica, de juez
y de modelo, representaría la parte subjetiva de los fundamentos
de la moral, del arte, de la religión y de toda aspiración hacia el
bienestar social e individual del hombre.
Y un segundo superyó, cruel y feroz, es causa de una gran par-
te de la miseria humana y de las absurdas acciones infernales del
hombre (suicidio, asesinato, destrucción y guerra). El "bien" que
este superyó salvaje nos ordena encontrar no es el bien moral (es
decir, lo que está bien desde el punto de vista de la sociedad), si-
no el goce absoluto en sí mismo; nos ordena transgredir todo lími-
te y alcanzar lo imposible de un goce incesantemente sustraído. El
superyó tiránico ordena y nosotros obedecemos sin saberlo, aun
cuando con frecuencia ello conlleve la pérdida y la destrucción de
aquello que nos es más caro.
Precisamente, es éste el sentido de la fórmula propuesta por La-
can: "El superyó es el imperativo del goce. ¡Goza! El yo, acosado
por el empuje superyoico, llega a veces a cometer acciones de una
rara violencia contra sí mismo o contra el mundo."
Esta autoridad interna, tan desenfrenada en sus intimidaciones,
tan cruel en sus prohibiciones, tan sádica en su dureza y tan celo-
samente vigilante, confunde en su insensata omnisciencia odio
con destrucción y, como consecuencia de esta confusión, niega el

55
inexorable derecho de odiar para liberar la agresividad de la con-
tinua servidumbre a la tiranía del superyó.
Agresividad que opera como la precondición necesaria para el
despliegue del acto de la confrontación parento-filial y fraterna
propiamente dicha, y no la provocación ni su desmentida.
El ejercicio de la libertad y el ejercicio de la confrontación que
posibilita una vida creativa requieren un constante proceso de li-
beración de las amarras ominosas del superyó y de los obstáculos
que provienen del medio ambiental y social.

La confrontación generacional y la hiperseveridad del superyó

Con respecto a la hiperseveridad del superyó, intentaré oponer


la teoría estructural a la teoría económica freudiana. Emplearé el
concepto de dialéctica de las identificaciones, basado en el mo-
delo hegeliano: no hay síntesis posible sin antítesis.
Tesis: "Tienes que ser como tu padre."
Antítesis: "Quiero ser cualquier cosa, salvo como mi padre."
Síntesis: "Quiero ser yo, semejante a mi padre", que significa
adquirir de él algunos aspectos y modificarlos en una diferente y
renovadora reestructuración.
El adolescente debe rechazar ciertas identificaciones para ac-
ceder a otro nivel de identificación que le permita lograr una po-
sición independiente. Pero ese logro no se obtiene por la simple
operación de ejercer el rechazo por el rechazo mismo de los mo-
delos identifícatenos que le ofrecen sus progenitores, sino que es-
te tipo de rechazo promueve un efecto diverso: él rechaza lo
establecido de la tesis parental, para realizar un proceso de sepa-
ración interna, con la finalidad de despojarse de lo que hasta ese
momento ha tomado del objeto. Es como si el sujeto, para desi-
dentificarse, tuviera que efectuar en el segundo movimiento —el
de la antítesis— una suerte de autonomía (Baranger, Goldstein,
Goldstein, 1989), y se encontrara, por lo tanto, como mutilado de
los modelos otrora admirados, valorados y no cuestionados, y así
acceder al tercer movimiento —el de la síntesis— en el que apa-

56
recen sentimientos de esperanza y vivencias de renacimiento, co-
mo consecuencia del nuevo producto que surge del reordena-
miento identificatorio a partir del acto de la confrontación.
Pero los padres "adolescentizados" mantienen vínculos mezcla-
dos con sus hijos, que fluctúan entre la fraternización y la infantil i-
zación, y eclipsan, por ende, el despliegue de la confrontación
generacional.

Los padres "blandos"

El padre "blando" promueve la inversión de la función paterna.


El hijo ocupa su lugar y paternaliza a sus progenitores. Porque el
arco de la tensión vertical entre la tesis y la antítesis queda parali-
zado, y el hijo, al permanecer finalmente fundido con su padre, no
puede efectuar la síntesis de su propio reordenamiento identifica-
torio.
Transcribo un fragmento del discurso de Raúl, de 42 años, que
había consultado por padecer trastornos en su identidad. No po-
día mantenerse en un trabajo estable, cambiaba frecuentemente
de casa, mantenía una ambigua relación con su pareja y no podía
asumir su función paterna. Vivía deprimido y colérico, cautivo de
una relación de objeto narcisista y parasitaria.

Mi papá vivió apoyándose en mí. Acá hubo un robo. Ro-


baron mi vida. Se apropiaron de lo que no les corresponde,
y yo tampoco tuve carácter de dominio. Les fue fácil robar
lo que no tenía dueño. Porque yo tampoco supe defender
mi vida; para mí lo más jodido de mi viejo fue que no me
dio un buen modelo para poder reflejarme. En el fondo, mi
papá no es un adulto responsable, y yo tampoco lo fui, ni
lo soy.

Raúl había desempeñado el rol de padre vicario, porque su pro-


pio padre había padecido de una enfermedad vascular irreversi-
ble. Su padre, enfermo, era demasiado blando como para que le
posibilitara el despliegue de la dialéctica del juego de oposiciones

57
que requiere el proceso del reordenamiento identificatorio. No
podía efectuar la antítesis necesaria que lo condujera a la síntesis
de una posición discriminada y autónoma del modelo parental.
Así, Raúl permaneció en el primer movimiento, en la tesis con el
padre y mezclado una unidad dual con él, en una suerte de sim-
biosis.
El padre lo esclavizó, obligándolo a tomar su función paterna
y a completarlo, y Raúl aceptó participar de esa connivencia nar-
cisista.
El desarraigo de Raúl nos remite a la constelación binaria idea-
lizada de la simbiosis padre-hijo, en la que ambos configuran una
relación centáurica. El hijo funciona como la cabeza de un ser fa-
buloso, y el padre lo continúa con su cuerpo, y viceversa; corola-
rio de una situación persecutoria extrema, que se asemeja a la
función maternante y paternante que mantenía Zeus con Dionisio,
descrito por Eurípides en la tragedia Las bacantes.
Raúl había sido colocado en el lugar de Zeus como el portador
deificado que tenía como misión preservar a ambos progenitores
de la locura y del desamparo. También la madre de Raúl operaba
como una suerte de pseudópodo narcisista del hijo. Dependía
económica y psíquicamente de él. Y Raúl estaba condenado a vi-
vir eternamente la experiencia de errancia.
Alternaba su vagabundeo entre fantasías heroicas y de reivin-
dicación y de redención. Buscaba un lugar propio, una tierra pa-
ra detenerse y construir. U n a espacialidad psíquica discriminada
de las necesidades, las demandas y los deseos parentales que rea-
nimaban a la vez sus propias fantasías de omnipotencia infantil.

Mi papá nunca me acompañó, siempre me pidió. Siempre


sentí la exigencia de tener que cumplir el rol de un prestador
permanente e incondicional. Mi vida quedó entrecruzada
con la vida de mi padre.
Siempre me preocupé por él y eso, en gran medida, di-
ficultó la posibilidad de ocuparme de mis cosas.
Yo siempre viví con mis cosas a medias, transitorias y no
permanentes. Creo que no hay peor enfermedad que el de-
sarraigo.

58
Los padres blandos y los padres "pendeviejos", como hemos
visto, generan un fenómeno particular caracterizado por la rever-
sión de la demanda de dependencia (Zak de Goldstein, 1994).

Reversión de la demanda de dependencia

Esta reversión surge por el desvalimiento y la necesidad de los


propios padres, que inducen precozmente al hijo a operar como so-
porte y revene de los progenitores, con la finalidad de poder garan-
tizar la homeostasis de la dinámica familiar. Esta situación inviste al
hijo de una elevada carga narcisista y masoquista de omnipotencia
e idealización y promueve la hiperseveridad del superyó.
En el caso de Abel, su padre había quedado huérfano de padre
a los 1 7 años y su madre padecía de una patología narcisista gra-
ve. Ella fomentaba connivencias con el hijo para descalificar al
padre, que permaneció detenido en un interminable duelo adoles-
cente.
El padre "pendeviejo", además de no posicionarse como un es-
pejo adulto que confirmara la identidad del hijo, mantenía una lu-
cha narcisista con él; entre ambos se establecía una demanda de
dependencia revertida: el padre buscaba espejarse en el hijo para
hallar en él, y con júbilo, una efébica imagen corporal totalizado-
ra acompañada de una nostálgica protección parental. Y el hijo
permaneció narcisísticamente sobreinvestido en un lugar idealiza-
do con excesivas e inalcanzables demandas superyoicas, que lo
condujeron finalmente a generar severos conflictos entre su idea-
lidad y la pulsionalidad en las dimensiones intrasubjetiva e inter-
subjetiva.

Yo parezco una persona adulta, y él parece un pendejo,


parece mi hermano.
Yo no quiero un padre-hermano. Quiero que cumpla el
rol de padre.

La modalidad de pensamiento y de accionar de los padres


"pendeviejos" se halla, además, favorecida en la actualidad por la

59
ideología imperante del individualismo posmoderno que, al en-
tronizar el culto del cuerpo-imagen y el permanente entusiasmo
de una juventud eterna, narcisiza los vínculos y desmiente la dife-
rencia generacional.

60
5. Narcisismo, resentimiento y temporalidad
entre padres e hijos

Padres por destello

Me cuesta mucho ponerme en padre.


Me sale por destellos.
No puedo mantener una continuidad.
Y pensar que no terminamos de ser hijos,
y sin preparación previa llegamos a ser padres,
y después nos pasamos la vida enmendando errores
y lavando culpas.

Estas palabras le pertenecen a un padre de hijos adolescentes


que padece de una permanente batalla interna que se libra entre
sus deseos y sus angustias, que lo abruman finalmente, intercep-
tando el ejercicio de su función parental.
La decisión de tener un hijo depende, ante todo, de la decisión
de asumir el deseo y la responsabilidad para ejercer la paternidad.
Esta requiere un trabajo de elaboración psíquica constante para
garantizar una cierta flexibilidad adecuada a las necesidades y los
deseos cambiantes del hijo que crece y que se desarrolla, para lo
cual los padres necesitan efectuar un trabajo psíquico ineludible,
a fin de que el hijo adquiera un lugar y un tiempo discriminados y
disponibles en la economía psíquica parental.
La decisión de ser padres se halla condicionada por una com-
binatoria múltiple de deseos conscientes e inconscientes que con-
dicionan los primeros latidos del nacimiento psíquico del hijo en
la espacialidad mental de los progenitores.
En efecto, la historia de cada persona nace antes de su naci-

61
miento biológico. Existe un orden imaginario y simbólico que pre-
cede al nacimiento cronológico. Este orden es el lugar que ocupa
el hijo en la fantasmática individual de cada uno de los progeni-
tores y de la pareja, y es a partir de ese momento lógico cuando el
hijo comienza a ser identificado en tal rol y en un determinado lu-
gar; punto de partida de su identidad y de su identidad sexual.
Desde el vamos se crea un campo dinámico de fuerzas entre
los deseos parentales y filiales en pugna, que opera como un mo-
tor necesario para salvaguardar una estructura de alteridad y de re-
ciprocidad que posibilite el desarrollo y el devenir de la vida
subjetiva y preserve tanto al hijo como a sus progenitores de even-
tuales alienaciones.
La decisión de tener un hijo implica mantener activa la memo-
ria, en los padres, de no ejercer un abuso de poder sobre sus vás-
tagos, para que éstos no operen como un mero objeto antiangustia
que garantice la trascendencia, la inmortalidad y la protección pa-
rental.
Para ello los progenitores deberían posibilitar el ejercicio de la
diferencia y del cotejo intergeneracional en las diferentes etapas
de la vida de sus hijos. Para lo cual los padres, a fin de no clonar-
se indefinidamente en la posición de un Amo sagrado y detentor
de un poder omnímodo, deben desactivar en ellos mismos las re-
laciones de dominio que intentan continuar ejerciendo sobre sus
hijos, por la interminable reanimación de las míticas figuras de
Cronos, Edipo y Pigmalión que moran inexorablemente y pervi-
ven de un modo atemporal en el alma humana.

Su Majestad el Bebé y su relación con el sistema narcisista


parental

Los hijos representan la sede de un esperanzado deseo de com-


pletud para la dinámica narcisista de los padres. A través de Su
Majestad el Bebé, alcanzarán aún a satisfacer sus deseos incum-
plidos.
La relación narcisista entre padres e hijos se sostiene estructu-

62
raímente sobre el sustrato temporal de la dimensión del futuro.
Parafraseando a los poetas: "En el hijo se puede volver nuevo."

El conmovedor amor parental, tan infantil en el fondo,


no es otra cosa que el narcisismo redivivo de los padres
que, en su transmudación al amor de objeto, revela inequí-
voca su prístina naturaleza...
Si consideramos la actitud de padres tiernos hacia sus
hijos, habremos de discernirla como renacimiento y repro-
ducción del narcisismo propio, ha mucho abandonado...
La sobrestimación, marca inequívoca que apreciamos
como estigma narcisista, ya en el caso de la elección de ob-
jeto gobierna, como todos saben, este vínculo afectivo. Así,
prevalece una compulsión a atribuir al niño toda clase de
perfecciones (para lo cual un observador desapasionado no
descubriría motivo alguno) y a encubrir y olvidar todos sus
defectos (lo cual mantiene estrecha relación con la desmen-
tida de la sexualidad infantil)...
Debe cumplir los sueños, los irrealizados deseos de sus
padres; el varón será un grande hombre y un héroe en lugar
del padre, y la niña se casará con un príncipe como tardía
recompensa para la madre (Freud, 1914).

Freud desarrolla la dinámica narcisista que se establece entre


los padres y el hijo para comprobar, mediante esta referencia re-
trospectiva al narcisismo primario, que resulta difícil de asir por
observación directa. Lo realiza en el capítulo II de "Introducción
del narcisismo", a continuación de haber puntualizado los cami-
nos para la elección de objeto, según el tipo narcisista y del apun-
talamiento.
Porque el hijo representa para la realidad psíquica de los pa-
dres tanto lo que uno mismo es, lo que uno mismo fue, lo que uno
querría ser y la persona que fue una parte del sí-mismo propio.
Además, el hijo es investido, en mayor o menor proporción, con
la representación de la mujer nutricia y del hombre protector. Se
pueden encontrar todas Jas mezclas imaginables entre estos dos ti-
pos de elección de objeto, resultando múltiples combinaciones
posibles.
A su vez, Leclaire aporta, mediante su concepto de represen-

63
tante narcisista primario, una diferente visión de la relación inter-
subjetiva entre padres e hijos, al aseverar que "la práctica psicoa-
nalítica se funda en la revelación del trabajo constante de una
fuerza de muerte: la que consiste en matar al niño maravilloso (o
terrorífico) que de generación en generación atestigua los sueños
y deseos de los padres; no hay vida sin pagar el precio del asesi-
nato de la imagen primera, extraña, en la que se inscribe el naci-
miento de todos" (Leclaire, 1975).
Esta imagen primera y extraña nace antes del nacimiento bio-
lógico del niño
El sistema narcisista parental se sostiene, por lo tanto y en gran
medida, sobre el poder marmóreo del niño inmortal. Y a través de
él configura una temporalidad subjetiva de un futuro de ilusión
permanente, para desmentir el "punto más espinoso del sistema
narcisista, esa inmortalidad del yo que la fuerza de la realidad ase-
dia duramente ha ganado su seguridad refugiándose en el niño"
(Freud, 1914).

Sus Majestades los Reyes Magos y su relación con el sistema


narcisista filial

En este momento cabe interrogarse: si bien el hijo opera estruc-


turalmente como el complemento fálico del sistema narcisista pa-
rental, ¿cómo operan, en cambio, los padres en la d i n á m i c a
narcisista de los sistemas intrasubjetivo e intersubjetivo del hijo?
Considero que los padres representan, para el sistema narcisis-
ta del hijo, a los herederos de su narcisismo primario, investidos,
por lo tanto, con todas las perfecciones inherentes a la omnipoten-
cia infantil; siendo además los responsables y deudores de su re-
sentido narcisismo perdido pero siempre renaciente, al cual se
aspira a retornar, constituyéndose, en un mismo movimiento, en
los primeros héroes que pueblan su yo ideal y en la matriz-sede
futura de su resentimiento.

El desarrollo del yo consiste en un distanciamiento res-


pecto del narcisismo primario y engendra una intensa aspi-

64
ración a recobrarlo. Este distanciamiento acontece por me-
dio del desplazamiento de la libido a un ideal del yo im-
puesto desde fuera; la satisfacción se obtiene mediante el
cumplimiento de este ideal (Freud, 1914).

Pero la satisfacción que se obtiene por medio del desplaza-


miento de la libido narcisista hacia el primer doble inmortal inves-
tido sobre los padres, inaugura el fenómeno mismo de una
hiancia, fundante del resentimiento en el hijo; por la imposibilidad
de recuperar a través de ellos, en el movimiento de la traslación
del narcisismo primario, una perfecta coincidencia especular a
través de este nuevo ideal.
En efecto, el resentimiento surge como consecuencia de la im-
posibilidad, por parte del sujeto, de asumir el desmoronamiento
de la imaginaria unidad espacial y temporal sin fracturas.
Resentirse una cosa —señala el diccionario de sinónimos cas-
tellanos— es presentar señales de quebrantarse, separarse, no es-
tar firmes las partes que componen el todo.
La totalidad que se ha quebrado es la unidad mítica de la com-
pletud del narcisismo originario y, en el intento de su recuperación
a través de los padres, reaparece por la necesidad de la naturale-
za humana de poseer una unificación corporal e histórica totaliza-
dora. Pero este propósito se halla inexorablemente resentido por
la presencia de dos realidades que imposibilitan mantener tal es-
tado. Por un lado, las injurias provenientes de las conflictivas nar-
cisista, edípica y fraterna. Por el otro lado, las injurias que los
hechos traumáticos provenientes de la realidad externa inscriben
como capítulos congelados que atascan el flujo temporal de la su-
cesión histórica.
El deseo que nutre al resentimiento con los padres cabalga
sobre el mecanismo de la desmentida; recuperar una rea lidad
imposible: la fusión exacta de los espacios fuera del tiempo,
constituyentes del mito de la totalidad eterna. Para lograr la a-
temporalidad y la a-espacialidad, tiende a implantar un borra-
miento de límites de los cuerpos-espacios, para lo cual el hijo,
luego de inmovilizarse e inmovilizar a su "doble inmortal", inten-

65
ta incorporarlo como su seudopodio, cuya movilidad desde ese
momento es regida según la dirección de los caprichos de su úni-
ca decisión; vaciando al mismo tiempo a sí mismo, Su Majestad el
Bebé, y a la otra majestad desplazada, los Padres-Reyes Magos, de
toda autonomía y diferencia.
Mas, cuando el mantenimiento de tal colonización flaquea por
la aparición de signos de discriminación, tanto por parte del seu-
dopodio como de sí mismo, reacciona nuevamente ante tal dife-
rencia como ante una herida narcisista, pues la mítica unidad del
narcisismo primario, ya abandonada pero compulsivamente rena-
ciente, vuelve a quebrarse, a resentirse: el resentimiento. Si bien
el resentimiento guarda íntima relación con la dinámica narcisis-
ta, también se relaciona con los efectos provenientes del accionar
de la pulsión de muerte singular en cada sujeto, ya que el resenti-
miento es una manifestación del narcisismo tanático.
Podemos colegir, a partir de una lectura desde la teoría de la
pulsión de muerte, que el sujeto resentido contabiliza únicamen-
te las frustraciones por los maltratos padecidos de las situaciones
traumáticas del mundo externo, tanto las presentes como las pre-
téritas, resignificadas y reactivadas. Pero soslaya incluir los efec-
tos provenientes del renovado accionar desde sus propios
impulsos destructivos en el presente, los cuales, a través de la en-
vidia y del resentimiento, atacan a sus propios objetos.
Pasaré a confrontar las diferencias y las articulaciones entre el
resentimiento y la envidia.
El impulso envidioso tiende a destruir al objeto en su capaci-
dad creadora y de goce (Melanie Klein).
El impulso resentido, en cambio, no persigue destruir al obje-
to sino castigarlo. Ambas son manifestaciones cualitativamente
diferentes de la pulsión de muerte y participan, a través de cier-
tas articulaciones entre sí, en los intrincados fenómenos de la
compulsión de la repetición.
El sujeto envidioso no persigue otro fin que atacar lo que el ob-
jeto tiene de valioso, incluida su capacidad de dar.
El sujeto resentido, en cambio, sostiene que este objeto, aun-
que malo en muchos aspectos, conserva para sí lo bueno: una re-

66
tentiva capacidad de dar, de la cual él ha sido "injustamente" pri-
vado, pero que "legalmente" espera aún reconquistar a través de
un castigo reivindicatorío. Es durante esta espera de represalia
cuando el sujeto resentido acreedor anula el paso del tiempo: la
procrastinación desafiante al objeto deudor.
El sujeto resentido, al reforzar lo externo y el injusto pasado, re-
fuerza las proyecciones y las identificaciones proyectivas, y ali-
menta de este modo su "estatus pasivo" de ¡nocente, castigador,
vengativo y arrogante. De allí que clínicamente se exprese a tra-
vés del reproche melancólico, del reclamo obsesivo y de la manía
querellante; por lo tanto, el hijo permanece detenido, retenido y
entretenido en derredor de una temática torturante: lavar el honor
ofendido por los agravios padecidos. Presenta una temporalidad
con características particulares que se expresa en lo manifiesto a
través de una singular relación con la dimensión prospectiva del
tiempo. La perspectiva del provenir se halla invadida por la reivin-
dicación de un "injusto" pasado.

Resentimiento y temporalidad

Este injusto pasado requiere el esclarecimiento, dentro de la


estratificación superpuesta del rencor, de dos tipos de resentimien-
tos, para deslindar el resentimiento intersubjetivo del resentimiento
intrasubjetivo.
El primero es reactivo a las frustraciones del medio ambiental,
producto de las situaciones traumáticas desencadenadas en la re-
lación intersubjetiva entre los padres y el hijo, que clama por el
desahogo de una furia agresiva para saciar su sed de venganza por
las secuelas que han dejado aquellos maltratos inmerecidamente
padecidos.
El resentimiento intrasubjetivo, en cambio, es un exponente del
accionar de la propia pulsión de muerte en el hijo, que en su arti-
culación con las propias fijaciones narcisistas repite compulsiva-
mente una insaciable actitud litigante, sin tregua. Es necesario en
cada caso evaluar, al modo de las series complementarias, lo que

67
viene del medio ambiental como frustración y lo que nace del pro-
pio hijo como resentimiento, sopesando cuidadosamente el entre-
cruzamiento de uno y otro.
En el resentimiento se repiten los sentimientos y las representa-
ciones como automatismo de repetición, sin configurar un recor-
dar acompañado de un revivenciar afectivo, integrado en una
estructura diferente con una nueva perspectiva temporal. En lo
manifiesto, se presenta como una ausencia del porvenir. En lo la-
tente, este aparente sin-sentido del porvenir está obturado por la
presencia de un contra-sentido. El sentido de un futuro que puja,
el porvenir de la venganza, de la revancha de un pasado.
El niño resentido con sus padres no permanece anclado en la
atemporalidad, sino amarrado a un pasado con ellos, con el cual
aún no ha saldado sus cuentas.
Presente y futuro son hipotecados para lavar el sentimiento de
sí ofendido de un pasado singular que se ha apoderado de las tres
dimensiones del tiempo.
Los procesos activos, destinados a mantener la dimensión del
pasado fuera de la integración temporal dialéctica con el presen-
te y el futuro, están condicionados a las vicisitudes de los proce-
sos de la desmentida, de la idealización y de la agresividad al
servicio de Tánatos, los cuales, mediante sus enlaces recíprocos,
estructuran el resentimiento. Refuerzan la continuidad de una re-
lación indiscriminada en el vínculo objetal y perturban, por ende,
el proceso del trabajo del duelo.
Según sostiene Freud en "Duelo y melancolía", se requiere la
presencia de dos posibilidades: el desahogo de la furia y la desva-
lorización del objeto por carente de valor para poder efectuar un
duelo:

Así como el duelo mueve al yo a renunciar al objeto de-


clarándolo muerto y ofreciéndole como premio el perma-
necer con vida, de igual modo cada batalla parcial de
ambivalencia afloja la fijación de la libido al objeto desva-
lorizando éste, rebajándolo, por así decir, también victi-
mándolo. De esta manera se da la posibilidad de que el
pleito se termine dentro del inconsciente, sea después de

68
que la furia se desahogó, sea después de que se resignó el
objeto por carente de valor.

En cambio, el sujeto resentido no puede resignar el objeto por


carente de valor; al contrario: sobrevalora el objeto a través de la
desmentida y de la idealización, atribuyéndole cualidades de per-
fección y posibilidades de realización de las que, en realidad, és-
te carece. Anuda su libido al objeto en lugar de desatarla. Al
mismo tiempo que su agresividad no ha "desahogado suficiente-
mente su furia" porque todavía retiene un saldo de humillaciones
que necesita aún saldar; intervienen de este modo la idealización,
la desmentida y la agresividad para garantizar la continuidad de
un vínculo indiscriminado con un objeto que, a pesar del tiempo,
no pierde su sobrevaloración. Es un objeto muerto-vivo en posibi-
lidades múltiples y vigentes, y a través de él, el pasado vuelve a
reanimarse.
La idealización es un proceso que envuelve al objeto: sin variar
su naturaleza, éste es engrandecido y realzado psíquicamente.
La idealización en el sujeto-hijo resentido recae tanto en el cam-
po de la libido yoica cuanto en el de la libido de objeto-parental.
En el ámbito de la libido yoica: el hijo resentido presenta un au-
mento de su sentimiento de sí, de su Selbstgefühl, a partir de una
herida narcisista que no cicatriza, fuente de un orgullo fanático que
nutre una vulnerabilidad arrogante, legalizando ante sí mismo y
ante los otros sus justificados y omnipotentes derechos.
En el ámbito de la libido de objeto, el objeto-padres del resenti-
do es un objeto idealizado, heredero del narcisismo infantil; posee-
dor, por ende, en un presente atemporal, de todas las perfecciones
valiosas, para lo cual sus castraciones son desmentidas: tanto las in-
completudes, como las impotencias y las imperfecciones.
De este modo, la libido vuelve a anudarse por la idealización
que recae tanto sobre el yo como sobre el objeto. Y simultánea-
mente, a consecuencia de la desilusión que proviene de la impo-
sibilidad de mantener una idealización permanente, resurge el
resentimiento, atizando la dimensión temporal del pasado a través
de la reivindicación.

69
Para ello, el sujeto-hijo resentido adhiere viscosamente su libi-
do al objeto-parental deudor, con el fin de realizar un triunfo de
desquites sobre él, mediante el despliegue de autolegalizadas fan-
tasías asintóticas de venganza y/o efectivizando el pasaje del re-
sentimiento al acto vengativo.
Este renaciente aunque inalcanzable deseo narcisista de comple-
tud en la satisfacción sádica de represalias se halla inexorablemen-
te expuesto nuevamente a la frustración; frustración proveniente de
la desilusión de alcanzar una exacta coincidencia especular de re-
vanchas por los agravios padecidos.
Resurge automáticamente el resentimiento con una agresividad
vengativa tendiente a restablecer un estado ilusorio de perfección
anterior.
Esta agresividad suscita sentimientos conscientes e inconscien-
tes de culpabilidad con necesidad de castigo, que se manifiesta
clínicamente en las provocaciones sadomasoquistas, encerrando
al hijo resentido en un ligamen viscoso con los padres, anclados
en un tiempo circular dentro de un laberinto: el muro narcisista.
Por lo tanto, el hijo se ubica en la posición de un acreedor ra-
paz por haber perdido su perfección originaria y ubica a los pa-
dres como los eternos responsables y deudores, porque como yo
ideal recae sobre ellos el amor de sí mismo de que en la infancia
gozó el yo real.
El narcisismo del hijo aparece desplazado a este nuevo yo ide-
al que, como el infantil, se encuentra en posesión de todas las per-
fecciones valiosas.

Dar y recibir en los sistemas narcisistas parentales y filiales

Ya en 1908 Freud había señalado, en "La novela familiar del


neurótico", que "aun el íntegro afán de sustituir al padre verdade-
ro por uno más noble no es sino expresión de la añoranza del niño
por la edad dichosa y perdida en que su padre le parecía el hom-
bre más noble y poderoso y su madre la mujer más bella y amo-
rosa. Entonces se extraña del padre a quien ahora conoce y

70
regresa a aquel a quien creyó durante su primera infancia. Así, la
fantasía no es en verdad sino la expresión del lamento por la de-
saparición de esa dichosa edad.
Por tanto, la sobrestimación de los primeros años de la infancia
vuelve a campear por sus fueros en estas fantasías. Una interesan-
te contribución a este tema proviene del estudio de los sueños. En
efecto, su interpretación enseña que aún en estados posteriores al
emperador y la emperatriz esas augustas personalidades significan
en los sueños padre y madre. Por consiguiente, la sobrestimación
infantil de los padres se ha conservado también en el sueño del
adulto normal".
Por lo tanto, los padres devienen, para la dinámica narcisista
del hijo, en Sus Majestades los Reyes Magos; aquellos míticos po-
seedores de todo lo valioso, pero que avaramente lo reparten a
cuentagotas, una sola vez por año y a veces nunca, suscitando el
resentimiento, ya sea en forma manifiesta o latente, acompañado
de sentimientos de culpabilidad por albergar fantasías y mociones
vengativas. Pues el hijo permanece en la aseveración de que los
padres —mediante su propia sobrestimación proyectada— retie-
nen sus bondades y posibilidades múltiples para sí mismos: "Tie-
nen pero a propósito e injustamente no me quieren dar."
Estas funciones cualitativamente diferentes que ejercen los hi-
jos para la realidad psíquica de los padres, así como éstos para la
estructura psíquica de los hijos, producen efectos singulares que
se manifiestan a través del sentido diferente que cobran el dar y el
recibir en los sistemas narcisistas parentales y filiales. Mientras que
el dar de los padres a los hijos está signado privilegiadamente,
aunque no en todos los casos, por el remanso de la ilusión en el
poder recuperar aún, a través de cada uno de sus vástagos, las par-
celas incompletas de su territorio narcisista.
El otro dar, aquél relacionado con el dar del hijo a los padres,
se halla condicionado, en cambio, a las vicisitudes del desplaza-
miento de su narcisismo perdido y resentido; aspira, por lo tanto,
no a dar a, sino a recibir de los padres aquello que injustamente le
ha sido privado y que legalmente espera todavía recuperar a tra-
vés de ellos, pues supone que en los padres se encuentra retenido.

71
El primer dar reabre una temporalidad de futuro con el desplie-
gue de la afectividad: del amor, de la ternura, de la capacidad de
perdonar y de tolerar en forma ¡limitada, pues el hijo opera como
la esperanza trófica que garantizará un porvenir reparatorio del
narcisismo parental.
El otro dar, en cambio, reanima la temporalidad del pasado, ya
que en el mismo movimiento del dar filial se resignifica y reactiva
el injusto quitar atribuido a los padres, injuria que no se puede ol-
vidar; este dar presente cabalga sobre el quitar pretérito: el desqui-
te, la revancha de un pasado que no se puede o no se quiere
amnistiar, permaneciendo sus afectos en hibernación. El dar a los
padres resulta, por consiguiente, una operación compleja, forzo-
sa y "antinatural"; el hijo se sitúa estructuralmente ante los padres
en la posición del demandante con reproches auto-legalizados,
porque la relación dinámica narcisista filial-parental, condiciona-
da al déficit originario que se relaciona con el estado de desampa-
ro de la prematuración del ser humano, así lo instituye.
La sabiduría popular, al ocuparse de este tema, aseveraba:

Una madre puede cuidar a diez hijos.


Diez hijos no pueden cuidar a una madre.

72
6. El campo analítico con niños y adolescentes

Introducción

El análisis de niños y adolescentes se sustenta sobre los precep-


tos fundamentales que constituyen el método psicoanalítico como
tal. Pero presenta una particularidad en el ámbito de la configura-
ción de la situación analítica entre el analizando y el analista, por
la intervención en ésta de los padres. Particularidad inherente a la
condición de la dependencia emocional, económica y social que
se establece entre el hijo y los progenitores.
Situación singular, que no puede por ende ser reducida estruc-
turalmente a la situación analítica del psicoanálisis de adultos.
Los padres ejercen una presencia continua en el horizonte del
campo analítico; configurando con el analizando y con el analista
una singular estructura, que promueve funciones y efectos propios
en el analizando y a su vez en el analista. Pues, a través del traba-
jo analítico, el analista resignifica a su propio niño o adolescente
en relación con los padres de su historia personal. Al mismo tiem-
po que la relación vincular en la pareja analítica, hijo-analizando
con el analista, resignifica aquellas situaciones narcisistas, fraternas
y edípicas no resueltas de la historia individual de cada uno de los
progenitores y de la pareja conyugal; ejerciendo en ellos continuas
reestructuraciones que a su vez inciden en las vicisitudes del pro-
ceso analítico del hijo.

El influjo analítico

En el año 1932, Freud sostiene (en la conferencia N.° 34, per-


teneciente a las Nuevas conferencias de introducción al psicoaná-
lisis). que

73
el niño es un objeto muy favorable para la terapia ana-
lítica, los éxitos son radicales y duraderos. Desde luego es
preciso modificar en gran medida la técnica del tratamien-
to elaborada para adultos. Psicológicamente, el niño es un
objeto diverso del adulto, todavía no posee un superyó, no
tolera mucho los métodos de asociación libre, y la transfe-
rencia desempeña otro papel, puesto que los progenitores
reales siguen presentes. Las resistencias internas que com-
batimos en el adulto están sustituidas en el niño, las más de
las veces, por dificultades externas. Cuando los padres se
erigen en portadores de la resistencia, a menudo peligra la
meta del análisis o este mismo, y por eso suele ser necesa-
rio aunar en el análisis de niños [y yo agregaría también en
el análisis de adolescentes] algún influjo analítico sobre sus
progenitores.

Freud considera la necesidad de crear algún "influjo analítico"


sobre los progenitores, porque la resistencia en ellos hace peligrar
el desarrollo del proceso analítico. Pero ¿qué entiende Freud por
influjo analítico? ¿Y qué entenderíamos, actualmente, nosotros?
¿Orientación informativa, orientación pedagógica de los padres,
psicoanálisis de la pareja parental en relación con la problemáti-
ca del hijo, psicoanálisis de cada uno de los integrantes, terapias
vinculares, terapia familiar?
De todos modos, aunque Freud no explícita la técnica a desa-
rrollar, establece un nexo estructural en el campo ¡ntersubjetivo
entre las resistencias de los padres y las resistencias del hijo en
análisis. En esta descripción no se incluye cómo, a su vez, las di-
ficultades ejercidas por la situación parental operan en las contra-
rresistencias del analista. Ni tampoco cómo, en ciertos casos, las
resistencias de los progenitores provienen del "influjo" provocado
iatrogénicamente, desde una complicidad involuntaria que se es-
tablece entre aspectos inconscientes del niño o adolescente y los
aspectos inconscientes del propio analista, que surgen de una
contratransferencia ignorada o negada.
M. Klein y sus seguidores establecen el mismo encuadre que
Freud estipuló para el psicoanálisis de adultos; reduciendo a los
padres a un área problemática, como uno de los grandes obstácu-

74
los a superar. Sin incluir a los padres como un elemento estructu-
ral insoslayable, y hasta enriquecedor "aliado" del analista y del
analizando durante el desarrollo del proceso analítico. Lo cual
condujo a la marginación forzosa de los padres, o a entrevistas de
orientación informática o pedagógica. La situación analítica se re-
ducía a una recortada y aséptica relación bipersonal, alejada de la
contaminación parental.
Entiendo por influjo analítico sobre los progenitores la posibi-
lidad que tiene el analista de niños y adolescentes de instrumen-
tar una herramienta de alto valor heurístico que le permite
incluir —dentro de su lectura del campo analítico— los nexos
que se establecen, y en una doble dirección, entre la conflictiva
intrasubjetiva del analizando hijo y la relación intersubjetiva pa-
rental. Esta posición teórica posibilita diferentes estrategias tera-
péuticas.
Me refiero a replantear el concepto de orientación pedagógica
e informativa de los padres, que tiene por finalidad adecuar el me-
dio ambiental a las necesidades del crecimiento y desarrollo del
hijo.
Yo, en cambio, propongo no sólo apuntar a la necesidad, sino
también a desentrañar la trama identificatoria de los deseos de vi-
da y de muerte que han recaído sobre el analizando; y que, si no
son abordados técnicamente por el mismo analista, continúan
ejerciendo su influencia como focos sépticos vigentes, pues el hi-
jo vive con sus padres y va urdiendo con ellos una cierta trama de
engaños en complicidad inconsciente. Para lo cual indicaría que
el mismo analista que analice al hijo entreviste a los padres, el nú-
mero de sesiones necesario, con la finalidad de crear espacios y
tiempos mentales discriminados en la economía libidinal de los
propios padres, para que el hijo tenga un terreno propio en el te-
rritorio sin frontera de los inconscientes parentales.
Sostengo que es función del analista de niños y de adolescen-
tes liberar a los padres y al analizando del cautiverio narcisista en
que ambas partes participan y padecen, a través de entrevistas
psicoanalíticas con ambos padres, con o sin participación del hi-
jo —según la singularidad de cada caso— que apunten a:

75
1. Descifrar inhibiciones, síntomas y angustias en el ejercicio
de la maternidad y de la paternidad.
2. Otorgar un lugar a la enfermedad del hijo dentro del espa-
cio mental de cada uno de los progenitores, con el fin de
poder albergarla y no expulsarla, ya que nadie combate al
enemigo "¡n absentia et ¡n effigie".
3. Recortar y articular la problemática del hijo, dentro de la
dinámica narcisista y edípica de cada uno de los progeni-
tores, de la pareja y de la familia.

Necesito aclarar que esta lectura psicoanalítica del rol parental


y su abordaje terapéutico están al servicio de complementar y de
enriquecer la comprensión del campo transferencial-contratrans-
ferencial del analizando niño o adolescente con su analista. No es
una terapia sustitutiva del análisis individual del hijo. Porque, si
bien la relación intersubjetiva hijos-padres es un sistema dialéctico
siempre actuante, el analizando en cuestión corre el riesgo de ser
ubicado, por el analista, por los padres y por el analizando mis-
mo, en la posición de una angelical-víctima-pasiva-inocente, sos-
layando incluir su propia responsabilidad como participante en
los intrincados contratos narcisistas y edípicos que operan de un
modo activo y permanente en la estructuración-desestructuración
de su propia historia.

El concepto de campo en el análisis con niños y adolescentes

Los insoslayables efectos que ejercen los progenitores en la es-


tructura dinámica inconsciente que subyace en el diálogo entre el
analista y el analizando, niño y adolescente, complejiza la estruc-
tura bipersonal del concepto de campo acuñado por los Baranger
para el tratamiento de adultos.
Estos autores sostienen:

El trabajo consciente e inconsciente del analista se de-


sarrolla dentro de una relación intersubjetiva en la cual am-

76
bos participantes se definen el uno por el otro. Cuando ha-
blamos de campo analítico, entendemos que se está dando
una estructura, producto de los dos integrantes de la rela-
ción, pero que a su vez los involucra en un proceso diná-
mico y eventualmente creativo.
El campo es una estructura distinta de la suma de sus
componentes, como una melodía es distinta de una suma
de notas.
La ventaja de poder pensar las cosas en términos de
campo reside en que la dinámica de la situación analítica
se encuentra inevitablemente con muchos tropiezos que no
se deben a la resistencia del paciente o a la del analista, si-
no que manifiestan la existencia de una patología específi-
ca de esta estructura. El trabajo del analista, en este caso,
utilice o no el concepto de campo, cambia de centro: una
segunda mirada se dirige conjuntamente al paciente y a sí
mismo funcionando como analista. No se trata simplemen-
te de tomar en cuenta las vivencias contratransferenciales
del analista, sino de reconocer que tanto las manifestacio-
nes transferenciales del paciente como la contratransferen-
cia del analista se originan en una misma fuente: una
fantasía inconsciente básica que, como creación del cam-
po, se enraiza en el inconsciente de cada uno de los parti-
cipantes. El concepto de fantasía inconsciente básica remite
al concepto kleiniano de fantasía inconsciente, pero tam-
bién a lo que describió Bion en sus trabajos sobre grupos.
Por ejemplo, cuando Bion habla del supuesto básico de "lu-
cha y fuga" en un grupo, se refiere, a nuestro entender, a
una fantasía inconsciente que no tiene existencia fuera de
esta situación de grupo en ninguno de los participantes. Es
lo que queremos decir con fantasía inconsciente básica en
el campo de la situación analítica.

Pero el campo analítico con niños y con adolescentes se com-


plejiza por los efectos que surgen del trípode constituido por los
progenitores, el analizando y el analista, y requiere por parte de
éste mantener una lectura más abarcativa que aquella que instru-
menta en el proceso analítico de adultos; porque deberá incluir los
efectos que ejercen las fantasías inconscientes de los padres en la
determinación y la creación de la fantasía inconsciente básica del
campo.

77
Bezoari y Ferro (1990) señalan que la fantasía inconsciente que
organiza el campo analítico de adultos descrito por los Baranger
1.° es una fantasía bipersonal, irreductible a la concepción de la
fantasía inconsciente tal como se formula clásicamente (por ejem-
plo, por S. Isaacs), o sea como expresión de la vida pulsional del
individuo, y 2° que la fantasía inconsciente bipersonal está cons-
tituida, en cambio, por un grupo cruzado de identificaciones pro-
yectivas que implica, en varias medidas, sea al analizando, sea al
analista.
Asumir este modelo radicalmente bipersonal, el de la identifi-
cación proyectiva, produce cambios importantes también en la
concepción de las dinámicas.de transferencia y contratransferen-
cia. Según los Baranger, la que clásicamente se define como neu-
rosis (o psicosis) de transferencia tendrá que ser considerada,
dentro de la noción de campo, como neurosis (o psicosis) de
transferencia-contratransferencia, o sea como función de la pare-
ja. La patología del paciente como tal no entra en el campo sino
en relación con la persona del analista, quien a su vez contribuye
activamente (aunque, es de esperar, en medida inferior) a la cons-
titución de aquella patología del campo que será el objeto concre-
to de la elaboración analítica.
Los Baranger denominan baluartes a las áreas del campo rela-
cional donde, debido a identificaciones proyectivas cruzadas, se
produce entre analista y paciente una colusión inconsciente que
tiende a inmovilizar a ambos y se opone a la evolución del proce-
so analítico.
Pero, en el campo dinámico con niños y adolescentes, los obs-
táculos en el proceso analítico suelen estar además determinados
por la contribución activa de ciertas transferencias de los padres
sobre la relación bipersonal, pudiendo llegar al extremo de poner
en peligro la continuidad del tratamiento.

78
El proceso analítico y sus obstáculos

Cuando el proceso tropieza o se detiene, el analista no


puede sino interrogarse acerca del obstáculo englobando
en una segunda mirada a sí mismo y a su analizando en una
visión conjunta: esto es el campo. O sea que el campo in-
volucra en una misma configuración la transferencia del
analizando y la contratransferencia del analista. El afecto
contratransferencial es lo que obliga a echar una segunda
mirada a la instrumentación del afecto hacia el campo, in-
cluyéndose el analista mismo como objeto de una pregun-
ta. A título de ejemplos: "aquí no pasa nada, ¿dónde está la
traba?, o ¿por qué siente tanta irritación?, o ¿de dónde vie-
ne esta angustia que nada justifica?" (W. Baranger, 1992b).

La descripción de los interrogantes de la señal afectiva surgida


a partir de la experiencia del psicoanálisis de adultos en la situa-
ción bipersonal requiere la inclusión, por parte del analista del ni-
ño o del adolescente, de una tercera variable: la resonancia de las
transferencias masivas de los padres sobre la transferencia del
analizando-hijo, como también sobre la contratransferencia del
analista; y de qué modo y en qué medida participan en la situa-
ción de atascamiento del proceso.
Se requiere el uso de un "diccionario contratransferencial am-
pliado y corregido" para clarificar las:

1. Traducciones simultáneas de las reacciones afectivas del


analista y su incidencia en las reacciones afectivas en el
analizando ante las vivencias de los padres.
2. La contraidentificación del analista frente a la identificación
proyectiva de los padres.
3. Enganche inconsciente del analista con algún aspecto de la
"transferencia" del analizando niño o adolescente o por al-
gún aspecto de la transferencia de los padres sobre el ana-
lista, o por la intervención de los aspectos inconscientes de
ambos componentes, los cuales resignifican en el analista
aspectos inconscientes no superados de su propia niñez o
adolescencia, cristalizándose en la formación de un cam-

79
po patológico; por ejemplo: la instauración de una alianza
en contra de los progenitores.

La alianza entre el analista y su analizando contra los padres


nos remite, en la historia del movimiento psicoanalítico, al pacto
que se había establecido en contra de Melanie Klein entre su hija
(no adolescente), Melitta Schmiedeberg, y su analista, Edward
Glover. P. Grosskurth (1990) escribe:

A fines de 1933 era evidente para otros miembros de la


Sociedad que Glover y su analizanda habían unido fuerzas
en lo que cada vez parecía más una campaña para obsta-
culizar y desacreditar a Melanie Klein. "Edward Glover y yo
habíamos acordado aliarnos para luchar", escribió más tar-
de Melitta. Reunión tras reunión, Glover y Melitta comen-
zaron a atacar a Klein abiertamente, hasta el punto que
incluso hoy los miembros de la Sociedad Británica conti-
núan preguntándose los motivos de esa súbita violencia.
Como los ataques coincidían con el análisis, es indiscutible
que tenían que ver con el material que emergía durante el
mismo o con la transferencia y la contratransferencia.

El reconocimiento de la contratransferencia es absolutamente


necesario para evitar los procesos de neurosis contratransferencia-
les y la creación de baluartes, tan propensos a desarrollarse con
mayor frecuencia en el análisis de niños y adolescentes neuróticos
que en adultos neuróticos, por el uso más intenso y cualitativa-
mente distinto de la identificación proyectiva.
Los términos cualitativos diferentes de la identificación proyec-
tiva se refieren a la cualidad de los objetos proyectados.
En el análisis de niños y adolescentes, esos objetos son más frag-
mentados y menos discriminados. En los adultos, en cambio, este
tipo de proyección es más uniforme y, salvo en estados muy regre-
sivos, no pierde la ambigüedad esencial de la situación analítica.
A su vez, el analista de niños y adolescentes se halla más ex-
puesto que el analista de adultos a perder las fronteras de su asime-
tría funcional como analista para diluirse en un plano de
maternaje, paternaje o pedagógica actuación; condicionado ade-

80
más por las fantasías de depositación de funciones parentales y de
pigmalionización (Kancyper, 1995), que ciertos padres proyectan
en forma manifiesta o latente sobre el analista. Por ejemplo: a)
"Doctor, le deposito mi hijo en sus manos, espero que lo encami-
ne en el estudio y en la elección definitiva de una sana pareja; o b)
Doctor —expresa con ansiedad una madre—, pensé en usted, por-
que en mi casa hay una falta de límites, mi hijo necesita de un buen
padre." c) Considero que, también en los célebres casos clínicos de
las dos adolescentes de 18 años de edad, descritos por Freud —en
el caso Dora y en "Sobre la psicogénesis de un caso de homosexua-
lidad femenina"—, se habrían producido ciertas connivencias en-
tre los padres de las analizandas y Freud, determinando en cada
una de ellas —junto con otros y variados factores— la renuencia y
la interrupción de sus respectivos procesos analíticos.
La formación de un baluarte en el análisis con niños y adoles-
centes muestra no sólo la interacción entre la transferencia del
analizando y la contratransferencia del analista, sino además la
creación de un fenómeno de campo que no podría producirse si-
no entre este analista con este analizando en relación con estos
padres; formando metafóricamente, entre estos tres elementos en
interacción, un precipitado. Produciéndose un atascamiento de la
dinámica del campo y una paralización de su funcionamiento.
En éste, como en todos los fenómenos que se manifiestan co-
mo obstáculos graves al proceso analítico —parasitación, impasse
y reacción terapéutica negativa—, el analizando, el analista mis-
mo y los padres del analizando están involucrados como partici-
pantes activos del campo, y es función del analista abordarlos en
una visión conjunta. Este reconocimiento será "consciente y silen-
te" en el analista, "consciente y manifiesto" al analizando y a sus
padres, a través de diferentes estrategias terapéuticas, condiciona-
das por la particular disposición que presentan los progenitores y
el analizando, para facilitar la reestructuración dinámica del pro-
ceso analítico del hijo.

81
7. La confrontación generacional en la adolescencia
como campo dinámico

Introducción

La confrontación generacional requiere ser tomada en una vi-


sión conjunta, producto de una relación intersubjetiva en la cual
los padres y los hijos se definen los unos por los otros, involucra-
dos en un campo dinámico.
Pero ¿por qué introducir el concepto de campo dinámico en la
descripción del acto de la confrontación generacional?
El concepto de campo tiene precedentes en la psicología de
la Gestalt y en el trabajo de Kurt Lewin, luego reformulado por
Merleau-Ponty para establecer una psicología del hombre "en situa-
ción" capaz de observar y comprender los hechos psíquicos a través
de sus significados en el contexto de sus relaciones intersubjetivas.
M. y W. Baranger (1 961 -1 962) y más tarde Baranger, Baranger
y Mom (1978) incorporaron este concepto a la situación analítica
como un campo bipersonal.

El campo analítico y su funcionamiento es un terreno


compartido entre paciente y analista que da lugar a fenó-
menos originales, distintos de los observables en cada uno
de los participantes y de la suma de lo que aportan ambos.
En esta perspectiva, el objeto de estudio no es el paciente,
ni su interacción con el analista, sino el campo de la situa-
ción analítica como productor de fenómenos y patologías
originales.
Lo que se busca develar entonces son los movimientos
que se dan en este campo, en gran parte inconscientemente,
y que serán los puntos de partida de nuestras elaboraciones
clínicas y teóricas (Baranger y Baranger, 1961-1962, p. 129).

83
En este trabajo, extiendo el concepto de campo fuera de la si-
tuación analítica y lo empleo en la dinámica de la confrontación
parento-filial y fraterna.
Los padres y el hijo, y los hermanos entre sí, implicados en el
acto de confrontación, no pueden ser descritos ni entendidos co-
mo personas aisladas, sino como una totalidad estructurada, cuya
dinámica resulta de la interacción de cada integrante sobre el otro
y de la situación sobre ambos en una causación recíproca dentro
de un mismo proceso dinámico.
Esta diferente lectura posibilita una ganancia en entendimien-
to de complejidad creciente, asignable a los fenómenos progresi-
vos y regresivos que se presentan en los entrecruzamientos
generacionales y a la dinámica que se origina entre la intrasubje-
tividad, la intersubjetividad y sus incidencias en la estructuración-
desestructuración de las instancias psíquicas en cada uno de los
participantes.
La funcionalidad del campo de la confrontación generacional
exige una disimetría radical entre la función parental y filial. Pero
tanto los padres como el hijo requieren atravesar por diferentes y
complejas elaboraciones psíquicas:

1. Duelos en las dimensiones narcisistas, edípicas y pigmalió-


nicas (Kancyper, 1995).
2. Duelos por la irreversibilidad temporal que incluye en un
mismo movimiento la caída progresiva de la inmortalidad
y la omnipotencia de los padres que envejecen y la admi-
sión del poder en ascenso de la nueva generación que
cuestiona las certezas anteriores y las relaciones de domi-
nio en la familia, las instituciones y la sociedad.
3. Desidealización gradual y paroxística de la imagen de los
padres maravillosos para el hijo'y del hijo maravilloso que
no alcanza a satisfacer el cumplimiento de los ideales pa-
rentales (Kancyper, 1985, p. 535).
4. Procesos de reordenamiento identificatorio y de resignifica-
ción, tanto en el hijo como en los progenitores.

84
El concepto de campo posibilita el abordaje de la existencia de
muchos tropiezos en la confrontación generacional como mani-
festaciones de la presencia de una patología específica de esa es-
tructura en donde ambos, padres e hijos, participan de un modo
complementario y en diferentes grados.
Este campo dinámico intergeneracional depende, por un lado,
de los efectos que surgen a partir de los sistemas narcisistas paren-
tales y filiales, que no son simétricos entre sí, con sus configura-
ciones fantasmáticas de inmortalidad, omnipotencia, idealización
y del doble, y por otro lado, de las fantasías incestuosas, parrici-
das y filicidas del complejo de Edipo y de las fantasías furtivas, de
excomunión y de confraternidad inherentes a los complejos frater-
nos. Quiero subrayar que el complejo fraterno no representa una
mera consecuencia del complejo de Edipo; presenta su propia es-
pecificidad y puede o no articularse con el complejo nodular de
las neurosis (Winnicott, 1993, p. 192).
Podemos clasificar diferentes alteraciones en el campo dinámi-
co de la confrontación generacional y fraterna según predomine:
a) la sofocación, b) la desmentida, c) la parálisis, d) la inversión, e)
la provocación, f) la evitación del entrecruzamiento generacional
(Baranger, 1992b).
Estos diferentes campos dinámicos están condicionados por la
singular interacción conjunta que se despliega entre las particula-
ridades del hijo y las características de los padres: a) hacedores, b)
"pendeviejos", c) autoritarios, d) blandos, e) padre-hermano, f)
distraídos, g) serviles.

Patología del campo dinámico en la confrontación generacional


y fraterna

Llamo "campo" a la estructura que se crea entre los progenito-


res y el hijo, o entre los hermanos, y permite el desarrollo de la
confrontación generacional y fraterna.
Este campo comprende tres aspectos: formal, dinámico y fun-
cional.

85
I. Un aspecto formal o regla del juego (la presencia de otro
diferenciado que posibilita la tensión entre los opuestos).
II. Un aspecto dinámico: la evolución de la relación paterno-
filial y fraterna a medida que van emergiendo los diferen-
tes cambios y conflictos inherentes a las distintas etapas
evolutivas.
III. Un aspecto funcional, en la medida en que su dinámica
permite asumir la diferencia, el despliegue y la evolución
del cotejo entre generaciones y hermanos.

Tal vez un campo dinámico que no funciona es un campo don-


de el proceso de la confrontación se ve paralizado o reemplazado
en una forma u otra e intercepta el proceso de la identidad.
La perversión del campo de la confrontación generacional y
fraterna se instala cuando su fin estructurante ha pasado a consti-
tuirse esencialmente en una actividad de tipo perverso que relega
a segundo plano la finalidad declarada de este acto que apunta a
la asunción creciente de la semejanza, la diferencia y la comple-
mentariedad entre los integrantes.
Esto acontece cuando la confrontación es vivida y administra-
da con modalidades que gratifican aspectos perversos de la pare-
ja parento-fiIial o fraterna a través de la ¡mplementación de un
desafío tanático que conduce a una pseudoindividuación.
El aspecto perverso del campo sadomasoquista o voyeurista-
exhibicionista es a menudo objeto de racionalización por parte de
los padres y de los hijos, o entre los hermanos (véase, por ejem-
plo, la teoría que exalta las virtudes de la tolerancia y altruismo
para acallar la satisfacción sacrificial masoquista; o la teoría que,
tras la entronización de la espontaneidad y la transparencia libe-
radoras, encubre la satisfacción perversa exhibicionista, apoyada
en esquemas referenciales de teorías que vienen a consolidar a la
vez la cristalización del "baluarte").

El "baluarte" es una estructura inmovilizada que entor-


pece o paraliza el proceso.
Ella se caracteriza por no aparecer nunca directamente
en la consciencia de ambos participantes, manifestándose

86
tan sólo por efectos indirectos: proviene de una complici-
dad entre ambos protagonistas en la inconsciencia y el si-
lencio para proteger un enganche que no debe ser
develado. Esto desemboca en una cristalización parcial del
campo, en una neoformación constituida alrededor de un
montaje fantasmático compartido que implica zonas im-
portantes de la historia personal de ambos participantes y
que atribuye a cada uno un rol imaginario estereotipado.
Aveces el baluarte queda como un cuerpo extraño está-
tico mientras el proceso sigue aparentemente su curso. En
otras situaciones, invadiendo completamente el campo y
restando toda funcionalidad al proceso, transforma el cam-
po en su totalidad en un campo patológico (Baranger, Ba-
ranger y Mom, 1978).

Estimo que el concepto barangeriano suele ser erróneamente


equiparado a la mera existencia de la transferencia del analizante
y de la contratransferencia del analista. No es sólo eso; el campo es
creador de un conjunto fantasmático original: de una fantasía in-
consciente básica, concepto que despierta variadas resistencias en-
tre los analistas. Pero ¿en qué se diferencia esta fantasía de otras?
Esta fantasía surge en el proceso analítico creado por la situa-
ción de campo, y por su intermedio las cosas se suceden. No es la
consecuencia de una comunicación inconsciente, ni de un mecá-
nico entrecruzamiento de identificaciones proyectivas e introyec-
tivas, sino su condición. La fantasía inconsciente básica es una
producción original y originada en el campo, y por su mediación
se estructura su dinámica; incluye zonas importantes de la histo-
ria personal de los participantes que asumen un rol imaginario es-
tereotipado.
Esta fantasía no tiene una clara existencia fuera de la situación
del campo, si bien se enraiza en el inconsciente de cada uno de
los integrantes.
A partir de esta fantasía inconsciente de campo, se puede co-
menzar a desentrañar el funcionamiento psíquico y la historia in-
trasubjetiva en cada uno de los participantes.
Desde la intersubjetividad a la intrasubjetividad. Desde el hic
et nunc al pasado y al porvenir. Desde este precipitado aparen-

87
temente atemporal a la temporalidad de la resignificación. La
admisión del estatus del concepto de fantasía inconsciente bási-
ca de campo se halla condicionada a la superación de varios
obstáculos:

a. Este concepto asesta una nueva herida al narcisismo y al po-


der del analista, porque éste vuelve a perder la ilusión de la omni-
potencia y de la soberanía de la autosuficiencia. En el vínculo con
el otro y con los otros, la fantasía creada en y por la situación de
campo "despliega sus alas", es autónoma y ejerce sus propios in-
flujos sobre los sujetos, a semejanza del inconsciente, que tiene
sus propias leyes y psicodinamismos independientes del dominio
consciente y racional.
b. Aceptar su presencia en toda relación más o menos estable
y duradera exige la inevitable asunción de un trabajo complejo y
agregado. El analista no puede continuar sosteniendo la posición
de un pasivo observador de una situación que injustamente lo
aliena y frustra, sino que requiere efectuar un cambio posicional.
El también participa en grados asimétricos, a través de su propio
funcionamiento psíquico, condicionado a sus series complemen-
tarias, en el desenlace de los destinos tróficos o destructivos de los
vínculos.
c. El trabajo psíquico agregado impone la resignación de la au-
tomática tendencia a depositar el torrente de proyecciones e iden-
tificaciones proyectivas en los otros o a la vuelta masiva de éstos
sobre sí mismo, para admitir que, finalmente, cada uno de los in-
tegrantes del campo participa en la producción de la fantasía in-
tersubjetiva, que además es originada y original por la particular
situación de ese campo.

La fecundidad de este concepto abre caminos nuevos: el adve-


nimiento de la mismidad correlativamente con la consolidación
de la alteridad; permite la revisión de te historia propia y de la ajena,
y el reconocimiento de los puntos de anudamiento, de semejan-
za, de diferencia y de complementariedad entre los participantes.

88
Narcisismo y sadomasoquismo

Los vínculos sadomasoquistas entre padres e hijos generan un


campo dinámico perverso en el que la confrontación y la confir-
mación son reemplazadas por el acto de la provocación.
Provocación que retiene a los componentes del campo en
un desafío tanático que intercepta los procesos de separación-
individuación y la complementariedad solidaria entre las genera-
ciones.
Estos vínculos presentan un movimiento bidireccional. Si bien,
en la gran mayoría de los casos, el acento de la polaridad sádica
recae sobre los progenitores autoritarios, por el ejercicio, uso y
abuso de una asimétrica relación de dominio condicionada por la
dependencia biológica, psíquica y social del hijo, en otros casos
son precisamente los hijos —independientemente de la edad cro-
nológica— los que operan en una relación de complementariedad
sádica, como los tiranos domésticos de los padres que devienen fi-
nalmente en meros esclavos-serviles de sus hijos-amos.
Describiré tres distintas categorías de progenitores que satisfa-
cen sus propias mociones sadomasoquistas y narcisistas durante el
ejercicio de sus funciones parentales.
Clínicamente presentan notables diferencias entre sí y, según la
perspectiva de la dinámica del narcisismo y su nexo con el com-
ponente masoquista y con el establecimiento de los diferentes
campos que estructuran con sus hijos, los clasifico en: padres ser-
viles, padres distraídos y padres hacedores-sobremurientes.

Los padres serviles

Los padres serviles satisfacen de un modo privilegiado las pro-


pias necesidades masoquistas de castigo y obtienen un beneficio
narcisista en la satisfacción del cumplimiento de un ideal regido
por la lógica del sacrificio del héroe trágico.
Son los padres abnegados y sufridos que todo lo pueden aguan-
tar y que además racionalizan sus desmesuradas capacidades de

89
servicio incondicional tras la entronización de una ideología que
exalta la virtud del altruismo ilimitado, pero que encubre en rea-
lidad una ganancia económica del sufrimiento en sus relaciones
parento-filiales. Cuanto más padecen, mejores padres son ante la
imagen de sí mismos y de los otros: el beneficio narcisista secun-
dario del masoquismo parental.
Los padres serviles suelen padecer de un "delirio de insignifi-
c a c i ó n " , tal como describe Freud en " D u e l o y melancolía" el
Selbstgefühl del melancólico. Se viven indignos de todo respeto y
consideración por parte de los hijos, padecen de múltiples deudas
impagas que precipitan a estos padres culposos en actos de repa-
ración compulsiva, y los hijos suelen explotar, consciente y/o in-
conscientemente, las angustias y las culpas de estos "padres en
falta", asumiendo el complementario rol de verdugos hogareños y
depredadores que maltratan a los padres sacrificados.
Los "padres serviles" materializan, a través del sadismo de los
hijos, las propias fantasías masoquistas de "Pegan a un niño-padre"
moral y/o erógenamente.
Operan como servidores incondicionales y ejecutan ceremo-
niales estrictos: genuflexión, fórmulas de cortesía y regalos varios,
entregados como ofrendas para granjearse la simpatía y el maltra-
to de sus hijos maravillosos, los príncipes y condes que residen en
la mansión, gozando de todos los privilegios y de ningún deber.
Se origina una patología del campo dinámico: el campo perverso
sadomasoquista.

Los padres distraídos

Los padres distraídos conforman un campo patológico con sus


hijos. Mantienen con ellos un "pacto de silencio" que resulta ser
el subproducto de una connivencia narcisista entre los progenito-
res y los hijos.
Entre ambos se conforma una alianza,para no hablar, para no es-
cuchar y para no ver. El mecanismo fundamental en este campo di-
námico no es la indiferencia sino el ignorar como mecanismo activo.

90
Lo que prevalece no es tanto la culpa sino la angustia que sue-
le manifestarse mediante severos síntomas en cada uno de los par-
ticipantes.
Los padres serviles y los padres distraídos se hallan amordaza-
dos ante los propios hijos. Pero existe una diferencia notable entre
ellos en referencia al acto de la confrontación intergeneracional.
Mientras que en los primeros la confrontación es reemplazada
por el acto de la provocación que somete y maltrata a cada uno de
los integrantes del campo perverso a través de un desafío tanático
(el caso Dora; Freud, 1901), en los segundos —los padres distraí-
dos— se asiste a la parálisis del acto de la confrontación.
La fantasía básica bipersonal en el campo dinámico entre los
padres y los hijos distraídos es la de "huida y fuga" (por ejemplo:
no digo nada porque si hablo me desbordo o le pego o lo mato o
me mata retaliativamente); los hijos suelen vivir esta inhibición pa-
rental como si fuera desinterés de los padres, y los padres a la vez
suelen padecer de angustias por la imposibilidad de quebrar el
muro del silencio. En estos casos, se puede llegar a constituir un
campo de extrema evitación que paraliza el enfrentamiento entre
las generaciones.
Recordemos que, en el caso de la joven homosexual descrito
por Freud en el año 1920, la adolescente se "hacía a un lado" de
la madre y del hermano y "daba la espalda" a su padre; en lugar
de confrontarlos, procuró a través de la venganza —masoquismo
mediante— provocar al padre y huir de una madre "distraída" que
narcisísticamente competía con la hija.
Entre ambas, podríamos decir, se había configurado un fenó-
meno particular de campo y una fantasía bipersonal enraizada en
el inconsciente de cada una de las participantes: la fantasía de
"hacerse a un lado".

La muchacha de nuestra observación tenía poquísimas


razones para sentir ternura por su madre. Para esta mujer,
ella misma todavía juvenil, esa hija que había florecido de
súbito era una incómoda competidora, la relegó tras los
hermanos, restringió su autonomía todo lo posible y vigiló

91
con especial celo para que permaneciera alejada del padre.
Por eso la necesidad de una madre más amorosa pudo es-
tar fortificada desde siempre en la muchacha.
La madre apreciaba todavía el ser cortejada y festejada
por hombres; entonces, convirtiéndose ella en homose-
xual, le dejó los hombres a la madre, "se hizo a un lado",
por así decir, y desembarazó del camino algo que hasta en-
tonces había sido en parte culpable del disfavor de la ma-
dre (Freud, 1920b, p. 150).

En otro párrafo de este mismo historial, Freud señala:

La madre se mostraba tolerante como si viera una defe-


rencia de su hija en el hecho de que se "hiciera a un lado"
y el padre rabiaba, como si sintiera el propósito de vengan-
za contra su persona.
Sublevada y amargada, dio la espalda al padre y aun al
varón en general.
Tras este primer gran fracaso desestimó su feminidad y
procuró otra colocación para su libido (p. 153).

Freud señala, en una nota al pie de página de este mismo artí-


culo, la función esencial que ejerce la confrontación generacional
y fraterna en el plasmación de la identidad de la adolescente. Su-
braya que este "hacerse a un lado", en lugar de confrontarse con
los padres por un lado, y además con los hermanos, descubre con-
diciones psíquicas muy complejas que no sólo intervienen en la
elección amorosa, sino que además se extienden en el ámbito de
la elección vocacional.

Como hasta ahora ese "hacerse a un lado" no se había


señalado entre las causas de la homosexualidad, ni tampo-
co con relación al mecanismo de la fijación libidinal, quie-
ro traer a colación aquí una observación analítica similar,
interesante por una particular circunstancia. Conocí cierta
vez a dos hermanos mellizos, dotados ambos de fuertes im-
pulsos libidinosos. Und»de ellos tenía mucha suerte con las
mujeres, y mantenía innumerables relaciones con señoras
y señoritas. El otro siguió al comienzo el mismo camino,
pero después se le hizo desagradable cazar en coto ajeno,

92
ser confundido con aquél en ocasiones íntimas en razón de
su parecido, y resolvió la dificultad convirtiéndose en ho-
mosexual. Abandonó las mujeres a su hermano, y así "se hi-
zo a un lado" con respecto a él. Otra vez traté a un hombre
joven, artista y de disposición inequívocamente bisexual,
en quien la homosexualidad se presentó contemporánea a
una perturbación en su trabajo. Huyó al mismo tiempo de
las mujeres y de su obra. El análisis, que pudo devolverle
ambas, reveló que el motivo más poderoso de las dos per-
turbaciones —renuncia, en verdad— era el horror al padre.
En su representación, todas las mujeres pertenecían al pa-
dre. Esta clase de motivación de la elección homosexual de
objeto tiene que ser frecuente; en las épocas primordiales
del género humano fue realmente así: todas las mujeres
pertenecían al padre y jefe de la horda primordial.
En hermanos no mellizos, ese "hacer a un lado" desem-
peña un importante papel también en otros ámbitos, no só-
lo en el de la elección amorosa. Por ejemplo, si el hermano
mayor cultiva la música y goza de reconocimiento, el me-
nor, musicalmente más dotado, pronto interrumpe sus estu-
dios musicales, a pesar de que anhela dedicarse a ellos, y
es imposible moverlo a tocar un instrumento. No es más
que un ejemplo de un hecho muy común, y la indagación
de los motivos que llevan a hacerse a un lado en lugar de
aceptar la competencia descubre condiciones psíquicas
muy complejas (p. 152).

En este historial presenciamos una patología de la dinámica del


campo: un campo perverso a través de la provocación vengativa
con el progenitor masculino ("dar la espalda al padre") y un "ba-
luarte distraído" con la madre y hermano ("el hacerse a un lado").
El pacto de silencio entre la madre de la joven homosexual y su
hija obstaculizaba el acto de la confrontación generacional. Pro-
venía de la colusión entre ciertos aspectos de la madre y aspectos
correspondientes del inconsciente de la hija. Se había creado una
zona de desconocimiento en que ambas participantes compartían,
como si se hubieran puesto de acuerdo entre sí para no ver lo que
pasaba en ella. Se puede decir que entre ambas se había estructu-
rado un "enganche", un "distraído baluarte" intersubjetivo.
Si bien, como mencioné más arriba, el concepto de baluarte

93
descrito por los Baranger es un concepto que se refiere a una for-
mación artificial, como un subproducto de la técnica analítica, se
lo puede también extender al campo bipersonal entre padres e hi-
jos y entre los hermanos.

Los padres hacedores-sobremurientes (Kancyper, 1994b)

Los padres hacedores se posicionan en una dimensión narcisista


y masoquista a la vez. Son deudores crónicos ante sus propias ins-
tancias ideales de la personalidad: yo ideal-ideal del yo-superyó.
Ante sus hijos se ubican en una actitud sacrificial: se ofrecen co-
mo una sustancia mágica que tiene la facultad de resolver cual-
quier conflicto, pero al mismo tiempo intercepta en el otro el
origen y el desarrollo del circuito del deseo propio, anulando ade-
más la función indispensable que ejerce la angustia-señal-afecto
para detectar peligros.
Esta angustia señal es un dispositivo puesto en acción del yo,
como si fuera un órgano sensorial especializado en percibir las
realidades externa e interna; esta función requiere ser ejercida y
desarrollada por cada sujeto. En cambio, los padres hacedores
suelen asumirla ellos en nombre de sus hijos, y de ese modo los
privan de esta señal de alarma que notifica y organiza, análoga a
la función simbólica del pensamiento, que posibilita el tanteo de
las tensiones del mundo externo e interno.
Estos padres, tras la aparente omnipotencia, encubren sus pro-
pias e intensas angustias que surgen a partir de las imaginarias si-
tuaciones de incertidumbre que los acechan, por el peligro
potencial de que sus hijos los abandonen por una catastrófica fa-
talidad: por enfermedad, por accidente, por secuestro o por muer-
te. Ciertos hijos — e n la intercambiabilidad de roles— suelen
ejercer un poder abusivo, que explota precisamente las angustias
y las culpas manifiestas y latentes de estos progenitores todopode-
rosos que devienen mendigos sometidos*a la tiranía de sus propias
criaturas.
Los padres hacedores son además "sobremurientes" porque

94
edifican su cosmovisión sobre los cimientos defensivos de los me-
canismos de la huida, del control del ataque, para preservarse de
la castración-muerte; porque en este medio familiar las angustias
y los sentimientos de culpa se erigen en el eje central y regulador
de la vida psíquica de sus integrantes. Viven para salvarse median-
te un permanente reaseguramiento para no sufrir. Pero pagan sus
derechos a la existencia con una cuota constante de padecimien-
to: "dolo ergo sum"; prefieren la evitación de displacer a la bús-
queda de placer, pero no cesan de sufrir (Kancyper, 2000, p. 125).
Y es precisamente esta tensión de la incertidumbre, que provie-
ne de la mortificación del accionar de las angustias ominosas, la
que los preserva de la ausencia total de tensión que rige el princi-
pio de nirvana. Parafraseando a los poetas: "Morirse la vida, vivir-
se la muerte."
Los padres "hacedores-sobremurientes" generan relaciones
adictivas con sus hijos, y entre ambos se esclavizan recíprocamen-
te, creando un péndulo retaliativo que se sostiene por la vigencia
de este nexo entre la angustia y el poder ominosos.
Una de las formas del poder de estos padres syele vehiculizarse
mediante la aplicación de técnicas de embrujo, de fascinación a
través de ofrecimientos compulsivos (materiales, verbales y afecti-
vos), para mantener neutralizadas las amenazas que provienen de
sus propias angustias, con la finalidad de garantizar la presencia in-
condicional de sus hijos-objetos para que no se ausenten jamás.
Los padres hacedores-sobremurientes se posicionan como pro-
genitores deificados que asisten a sus hijos cubriendo toda Anan-
ké. Se ubican en la posición fálica y ubican al hijo como a un
-objeto anti-angustia desvalido, y que jamás se distancia para ga-
rantizar la presencia de otro especular y maravilloso para que, al
espejarse en su propia obra, refleje su propia omnipotencia como
el "Hacedor", el padre pigmaliónico que modela y fabrica a su
propia criatura. La repetición de las angustias de estos progenito-
res convierte a los padres hacedores en esclavos domésticos, en
servidores incondicionales de los hijos demandantes pero envuel-
tos —ante la propia mirada y la de los otros— con ropajes de pa-
dres semidioses.

95
En este punto, los padres hacedores-sobremurientes se diferen-
cian de los padres anteriormente descritos porque se posicionan
desde el vamos en el yo ideal, como los padres todopoderosos: los
"Reyes Magos" que proveen mágicamente un mundo a-conflictivo,
intentando compaginar la perfección narcisista infantil con su có-
moda negación de un mundo real bastante desagradable y la exis-
tencia interna o intrínseca de pulsiones destructivas y
autodestructivas básicamente incompatibles con la felicidad nar-
cisista.
La' necesidad de los padres hacedores de sentirse superiores es
tan intensa que les posibilita la desmentida del elevado pago de
sufrimiento y de displacer que resultan de sus comportamientos
masoquistas, al servicio de permanecer sosteniendo la lógica fáli-
ca del narcisismo en el vínculo con los hijos. A la relación que se
establece entre el narcisismo y el componente tanático entre los
padres hacedores-sobremurientes y sus hijos la denomino "di-
mensión masoquista del narcisismo parental"; y, en cambio, a la
relación entre los hijos y los padres serviles y distraídos, "dimen-
sión narcisista del sado-masoquismo parental" (Kancyper, 1998b,
p. 13).
A continuación presentaré un caso clínico para ilustrar el pac-
to de silencio "distraído" entre Jackie y su hija adolescente.

Caso clínico: el baluarte "distraído"

Jackie tiene 49 años. Es una exitosa profesional y una atractiva y


elegante mujer. El tema de "lo estético" tiene una relevancia signifi-
cativa en el discurso familiar. La hija, Nancy, tiene 18 años y se des-
taca en la esfera intelectual, pero tiene un sobrepeso de 20 kilos.
Los fragmentos de sesiones que transcribo corresponden al ter-
cer año del proceso psicoanalítico individual de Jackie, luego de
asistir a una demostración de danza jazz invitada "gentilmente"
por su hija, ante la cual sintió un impacto de rechazo y de ver-
güenza que resignificó su propia adolescencia y sus conflictos
narcisistas y edípicos no resueltos.

96
Yo hago de mamá, no soy la mamá, porque hago todos
los deberes, hago todos los gestos, hago todo el ceremonial
de la hora del té pero me falta tomar el té, como las geishas
que hacen todo para el otro pero no sé si participan.
Yo siento a veces, en relación a Nancy, que voy, vengo,
hago cosas, pero me parece que me falta algo más visceral.
Anoche, después de haberla visto en el escenario no me
podía dormir.
Estaba en la cama con mucha angustia, con un dolor en
el estómago. Siento que no puedo acercarme bien a ella. El
tema estético de su gordura es más fuerte que yo. Es como
si mi cabeza pudiera conectarse únicamente con la cabeza
de Nancy. Yo soy muy buena mamá con la cabeza pero no
puedo con su cuerpo. Hay algo incompatible entre mi cuer-
po y su cuerpo. Esto sucedió en el momento en que Nancy
hizo una especie de explosión. Le crecieron los pechos des-
proporcionadamente y empezó a engordar y a engordar
(pausa).
Me parece además que hay algo entre Juan y yo, que es-
perábamos una niña muy bonita y perfecta, y ella no fue
nuestro bebé soñado y ahora se agregan los kilos.
Estos kilos rompen una idea de perfección, y esto es lo
que a mí me resulta más doloroso.
Pero no son los kilos de ella sino mi idea de la perfec-
ción la que me hace sentir culpable. Yo rechazo esta ¡dea
mía de la perfección y me da bronca.
Analista: Usted no puede abandonar la ¡dea de una ma-
dre y de una hija perfectas.
Yo tengo en mi cabeza lo que debiera ser una mamá per-
fecta. Entre la mamá soñada que quisiera ser y la mamá que
soy, encuentro a veces que hay un abismo. Me da dolor por
ella y por mí. No fui una mamá que la ayudó.
A: Tal vez su dolor se relaciona en parte con el rechazo
que usted siente por su hija y con el rechazo que su madre,
según lo que recordó la semana pasada, sentía por usted
cuando era adolescente.
Absolutamente. Me da dolor estar repitiendo la misma
historia. Es una especie de callejón sin salida. Repetirlo que
uno vivió.
No puedo ser de otra manera como fue mi mamá con-
migo. Es terrible. Como que hay algo del destino, qué sé yo,
que es algo inevitable.

97
Me parece que su gordura está dirigida, dedicada a mí.
Que es una rebelión contra mí. Si yo no tuviera tanta ener-
gía puesta en la estética, sería menos evidente.
Me parece que no podemos seguir haciéndonos los dis-
traídos. Aquí hay responsabilidades tanto mías como de
Juan. Pienso que él se va al otro extremo. Le molesta mu-
cho lo que le pasa a Nancy pero hace la vista gorda. Yo en
cambio no la puedo mirar, sino con esa mirada hipercrítica
que asusta mucho, pero no le digo nada.
A: O sea que hay un pacto de silencio entre usted, su
marido y su hija. El silencio está en las palabras pero no en
las miradas.
En las miradas soy idéntica a mi mamá. Es terrible, pero
es así.

La resignificación en el adolescente y en los padres del


adolescente

En la adolescencia se exteriorizan las consecuencias patógenas


de ciertos "procesos primarios postumos", es decir, de aquellas ex-
periencias, impresiones y huellas mnémicas de la infancia que
han permanecido en el psiquismo sin haber constituido en sí un
trauma, en el sentido de que no han producido efectos patógenos
y que se resignifican recién en esta etapa de recomienzo del desa-
rrollo sexual por la presencia de la maduración orgánica, del in-
cremento pulsional, de la reestructuración de las instancias del
aparato anímico y de las nuevas demandas del mundo social.
Estos nuevos acontecimientos de la adolescencia se anudan
con los esbozos infantiles en un tiempo en torsión y posibilitan la
manifestación retroactiva de las consecuencias psíquicas.
No se trata aquí simplemente de una acción diferida, de una
causa que permaneciera latente en la infancia hasta la oportuni-
dad de manifestarse en la adolescencia, sino de una causación re-
troactiva: desde el presente hacia el pasado. La introducción de la
Nachtraglichkeit marca los momentos en los cuales Freud aban-
dona el modelo de la causalidad mecánica y la temporalidad li-
neal según el vector pasado-presente, a favor de un concepto

98
dialéctico de la causalidad donde el futuro y el pasado se condi-
cionan recíprocamente en la estructuración del presente.
En esta ocasión podemos constatar hasta qué punto la perspec-
tiva de Freud es más estructural que genética, y la adolescencia,
en este sentido, representaría el proceso privilegiado de la reac-
ción sobrevenida con posterioridad (Nachtraglichkeit) (Kancyper,
1983).
El otro período significativo está representado en la menopau-
sia, por las elocuentes reestructuraciones que se generan en este
período.
En "Análisis terminable e interminable", Freud (1937a) señala:

Por dos veces en el curso del desarrollo individual emer-


gen refuerzos considerables de ciertas pulsiones: durante la
pubertad y, en la mujer, cerca de la menopausia. En nada
nos sorprende que personas que antes no eran neuróticas
devengan tales hacia esas épocas. El domeñamiento de las
pulsiones, que habían logrado cuando éstas eran de menor
intensidad, fracasa ahora con su refuerzo.

Y en ese mismo capítulo enuncia el valor fundamental que tie-


ne el concepto del a posteriori para nuestra práctica analítica: la
rectificación con posterioridad (Nachtraglich) del proceso represi-
vo originario, lo cual pone término al hiperpoder del factor cuan-
titativo, sería entonces la operación genuina de la terapia
analítica.
Baranger, Baranger y Mom sostienen que "esta causalidad y es-
ta temporalidad son las que sostienen la posibilidad de una acción
terapéutica específica del psicoanálisis; si no existiera esta retróac-
tividad en la constitución del trauma (y yo añadiría: en la consti-
tución de las identificaciones en dos tiempos), tampoco existiría la
posibilidad de modificación de nuestra historia" (1987, p. 771).
De aquí la importancia que asume la historización en el trata-
miento de los adolescentes, para reintegrar los elementos de las si-
tuaciones traumáticas a las situaciones del pasado a las que
pertenecen y poder ingresar en una diferente dinámica temporal;
a pesar de las resistencias que generalmente presentan los adoles-

99
centes a recordar los acontecimientos traumáticos de la infancia,
y a la tendencia de instrumentar la técnica defensiva de la huida
de los orígenes, como un mecanismo frecuente que los impulsa a
buscar y crear a cambio una neoespacialidad y una neotempora-
lidad que se exterioriza a través de la programación y la realiza-
ción de viajes a las realidades material y psíquica mediante
distanciamientos geográficos y/o de la droga.
Dijimos que la adolescencia significa un período de turbulen-
cia, no únicamente para el hijo que crece; incluye además a los
padres del adolescente, quienes asisten a la resignificación de sus
propios momentos evolutivos y de sus esbozos infantiles y adoles-
centes, que han dejado como secuela —en calidad de precipita-
dos históricos— algunos capítulos olvidados de sus relaciones con
sus propios padres y hermanos, y que se reaniman inexorable-
mente a partir de la confrontación generacional con el hijo ado-
lescente.
Estos precipitados históricos cobran y manifiestan su efectivi-
dad psíquica mediante los reclamos de las "boletas indexadas"
que los hijos suelen demandar a sus padres, a sus hermanos, y por
extensión a la sociedad, con altos intereses punitorios, por los
agravios narcisistas y por las situaciones traumáticas padecidas en
la infancia y que han permanecido escindidos y reprimidos duran-
te la fase de la latencia.
Pero también ciertos padres suelen reaccionar en esta etapa
con severos contraefectos de autoritarismo, en respuesta a los
efectos del incremento progresivo del poder de autonomía que os-
tentan los hijos adolescentes.
Esta situación de rivalidad puede llegar a condicionar la resig-
nificación de los complejos edípicos y fraternos no resueltos en las
historias parentales, denegando el cotejo generacional e implan-
tando, en cambio, un interminable desafío tanático entre padres e
hijos (Kancyper, 1994a).

100
Sesión previa al viaje de egresados de Nancy

Ayer estuve todo el día angustiada.


Estuve en cama de dolor. Tenía un dolor en el alma te-
rrible. Y otra cosa que me pasa es que me debato entre las
ganas de ir y de no ir a despedirla. Pongo excusas por el tra-
bajo. Algo pasa que me cuesta despedirla. Yo odio las des-
pedidas, pero tengo una sensación de angustia infernal.
Quisiera que pase el día de mañana y lo que siento es
que realmente va a ser bueno este viaje a Bariloche para
Nancy.
Me gustaría ser una madre menos exigente con la mira-
da y no con las palabras. Trato, pero me cuesta. Ésta es una
gran autocrítica que siento que tengo que hacer y que ten-
go que modificar.
Analista: ¿Qué le pasa cuando la mira actualmente a su
hija?
Me pasan varias cosas: me da tortura; me da bronca que
esté gorda. Me cuesta acercarme muchas veces. Siento un
poco de tristeza y otro poco de lástima (pausa).
Yo no tengo claro dónde termina la confrontación y
dónde empiezan el maltrato y la agresión.
Hay un punto donde se me confunden. En mi cabeza la
confrontación tiene que ver con la desvalorización. Por eso
la evito.
Siento que le tengo miedo a mi hija. Temo dañarla. Me
acuerdo que mi mamá me hacía sentir que no valía, que era
horrible porque estaba gordita, y que las hijas de sus ami-
gas eran fantásticas.
Había un mecanismo en ella, no sé bien cuál es, que en
vez de decirme bien las cosas, me las decía mal. Por ejem-
plo: "Estuvimos hablando con tu papá y con otra gente y me
parece que..." Como ella no se bancaba sola, lo compartía,
traía mucha gente al diálogo, terminábamos peleadas y en
donde yo finalmente me sentía una porquería que no tenía
que adelgazar ni que cuidarme.
Y yo, para no llegar con mi hija a este punto, no la con-
fronto y la dejo pasar (pausa).
Yo a su edad tenía un sobrepeso de 5 kilos, pero ella tie-
ne 20 kilos de más, y para no irritarla me atraganto de rabia
y hago un pacto de silencio, le digo a todo que sí. Entonces
es como no decirle nada, porque no encuentro el límite jus-

101
to con mi hija. Siento que entre enojarme y lastimarla hay
un límite muy fino. Porque decir "no" es una posibilidad de
que ella se sienta mal, de que yo pueda plantarme* y decir-
le algo que tenga mala onda y que le provoque un dolor tan
profundo, como mi mamá solía hacer conmigo.
Yo siempre salía golpeada cuando me enfrentaba con
mi mamá y me enojaba muchísimo con ella.

Ei pacto de silencio entre Jackie y su hija obstaculizaba el acto


de la confrontación generacional. Operaba como una estructura
cristalizada o una modalidad de relación inamovible entre ambas
participantes. Provenía de la colusión entre aspectos inconscien-
tes de la madre y aspectos correspondientes del inconsciente de la
hija (Nancy tenía su propio proceso psicoanalítico individual). Se
había creado una zona de desconocimiento en que ambas com-
partían de un modo "distraído".
Este pacto, producto de una "charla tan civilizada" y a la vez
distraída de la manifestación frontal de un compromiso afectivo,
es un fenómeno de repetición encubierto por una identificación
negativa con su propia madre, bajo la forma de un desprecio aca-
llado hacia la hija (Kancyper, 1985, p. 535).
Desprecio que opera como una fuente de angustia y de culpa
que inhibe el ejercicio de la función de madre, acompañada de una
serie de reproches y de reclamos contra sí misma que proviene de
la propia instancia superyoica, lo cual acrecienta la inhibición: "Yo
me quedo finalmente ahogada, llena de rabia y de silencio."
Esta inhibición materna genera la ausencia de otro necesario
para que la hija pueda desplegar la necesaria confrontación.
Jackie requirió transitar por una compleja elaboración de pro-
cesos durante su tratamiento psicoanalítico, para acceder al reco-
nocimiento de la alteridad de Nancy y reconocer la diferencia de
las generaciones.
Para establecer los límites entre ella y su hija, requirió — c o m o
precondición necesaria— discriminar y descifrar el juego repetiti-
vo de identificaciones con el agresor y con la agredida a la vez,

* Coloquialmente, "perder el juicio, salirme de las casillas".

102
para alcanzar a desanudar su propia historia de hija adolescente
agraviada con su propia madre. Situación que precisamente se ha
resignificado en el momento de la adolescencia de Nancy (Baran-
ger, Goldstein y Goldstein, 1989).
Existe una identificación de las situaciones de ella con su ma-
dre y de la hija con ella misma. Y, además, esta doble identifica-
ción es negativa, en el sentido de rechazar la relación con su
propia madre que la desvalorizaba y le generaba una respuesta
hostil hacia ella y contra sí misma.
Pero, en un nivel más profundo, la repetición es total (Baranger,
1994). Al comparar en el escenario a su hija con otras adolescen-
tes, se avergüenza de ella y la desprecia visceral mente: "Yo estaba
en la cama con mucha angustia, con un dolor en el estómago.
Siento que no puedo acercarme bien a ella. El tema estético de su
gordura es más fuerte que yo."
Es probable que la hija haya percibido este desprecio de la ma-
dre, como ésta percibió el desprecio de su propia madre.
El progresivo desanudamiento de las identificaciones de la su-
perposición de ambas historias, la elaboración de las situaciones
de peligro que asociaba a la manifestación de los sentimientos
hostiles con su hija posibilitaron acceder al develamiento de la
existencia de un baluarte "estético" en las dimensiones intrasubje-
tiva e intersubjetiva.

Para el analizado, el baluarte intrasubjetivo representa


un refugio inconsciente de poderosas fantasías de omnipo-
tencia. Es enormemente diverso entre una persona y otra
pero nunca deja de existir. Es lo que el analizando no quie-
re poner en juego porque el riesgo de perderlo lo pondría
en un estado de extremo desvalimiento, vulnerabilidad, de-
sesperanza.
En ciertas personas, el baluarte puede ser su superiori-
dad intelectual o moral, su relación con un objeto idealiza-
do, su idealización, su fantasía de aristocracia social, sus
bienes materiales, su profesión, etc. La conducta más fre-
cuente de los analizandos en defensa de su baluarte consis-
te en evitar mencionar su existencia.
El analizando puede ser muy sincero en cuanto a una

103
multitud de problemas y aspectos de su vida. Pero se vuelve
esquivo, disimulado y aun mentiroso cuando el analista se
aproxima a un baluarte (Barangery Baranger, 1961-1962).

En el caso de Jackie, descubrimos que la adolescencia de la hi-


ja resignificó su propia adolescencia conflictiva con su madre y la
persistencia de su baluarte de la estética corporal que develaba su
conflictiva identidad sexual.
A partir del momento en que tomó conciencia de la existencia
del baluarte intrasubjetivo e intersubjetivo, comenzó a rescatarse
de su posición masoquista y sádica. La sesión que a continuación
transcribiré ¡lustra el momento singular en que se inicia la caída
del manto del silencio a partir del cual comenzó a efectivizarse el
pasaje del sometimiento a la confrontación generacional (Kancy-
per, 1991b, 1992c, 1994b).

Ayer tuve por fin una pelea frontal con mi hija. Antes no
podía confrontarla porque ella no hablaba, se encerraba en
su pieza. Esta vez lloró y se angustió y nos gritamos bastan-
te y nadie se rompió; al contrario, fue un alivio para las dos.
Venimos con mucha experiencia de callar, de cuidarnos
demasiado. De mucha charla civilizada. Esto me alivia, es-
ta posibilidad de que tenga con quien pelearme. Tengo
quien me responda, que no hay un mutismo y que no me
responda con un discurso racional.
Esto me sorprende y me gustó, a pesar que en un mo-
mento me asustó cuando me amenazó con irse de casa si
yo me sigo metiendo en su vida.
Yo me intereso por lo que a ella le pasa con sus amigas
que le llenan la cabeza con fabulaciones. Yo llamé a la ca-
sa de su amiga para saber si realmente tenía una enferme-
dad sospechosa y me dijeron que para nada.
Mi hija me amenazó que por mi culpa se iba a romper
la amistad, y yo le contesté que de ninguna manera. Yo no
siento que me metí en su intimidad, sólo quería hablar de
madre a madre, porque son cosas muy serias y los padres
deben y tienen derecho a intervenir.
A la noche cenamos lo más bien en casa y no se tocó
más el tema; yo esperaba que mi hija iba a estar ofendida y
fue todo lo contrario.

104
Consideraciones finales

La confrontación generacional requiere ser tomada en una vi-


sión conjunta, producto de una relación ¡ntersubjetiva, en la cual
padres e hijos se definen los unos por los otros involucrados en un
campo dinámico.
En este trabajo — c o m o he dicho—, extiendo el concepto de
campo fuera de la situación analítica y lo empleo en la dinámica
de la confrontación parento-fil¡al y fraterna.
Los padres y el hijo, y los hermanos entre sí, implicados en el
acto de la confrontación, no pueden ser descritos ni entenderse
como personas aisladas, sino como una totalidad estructurada cu-
ya dinámica resulta de la interacción de cada integrante sobre el
otro y de la situación sobre ambos en una causación recíproca.
Esta diferente lectura posibilita una ganancia en entendimiento
de complejidad creciente, asignable a los fenómenos progresivos
y regresivos que se presentan en los entrecruzamientos generacio-
nales.
La funcionalidad del campo de la confrontación generacional
exige una disimetría radical entre la función parental y la filial. Pe-
ro tanto los padres como el hijo deben atravesar por diferentes y
complejas elaboraciones psíquicas.
Clínicamente, los sujetos pueden agruparse dentro de tres cate-
gorías:

- Los que son incapaces de confrontar a padres y hermanos.


- Los que se perpetúan en una interminable confrontación a
través de un desafío tanático (el campo perverso).
- Los que han superado el desafío tanático y han logrado
efectuar un desafío trófico, obteniendo los efectos estructu-
rantes para la plasmación de la identidad provenientes de
la confrontación generacional y fraterna.

105
Segunda parte:
Historiales clínicos
8. El burrito carguero.
El proceso analítico en un adolescente:
metapsicología y clínica

Freud nos pone en guardia contra la tentación


de considerar como paralelos el proceso generador
de la neurosis y el proceso de curación.
Los combates no se libran en los mismos lugares
ni de la misma manera en la derrota neurótica
y en la reconquista analítica, porque el analista,
al elegir la interpretación, al detectar los "puntos de urgencia",
al orientar el proceso, contribuye a la edificación
de la neurosis de transferencia.
Willy Baranger (1992b)

Dentro del vasto abanico que este tema convoca, me centraré


específicamente en uno: aquél relacionado con los indicadores
clínicos y los fundamentos metapsicológicos que orientan acerca
de la existencia de un proceso o de un no proceso en el psicoaná-
lisis con adolescentes.
El resorte del proceso analítico se define como una repetición
transferencial, cuya interpretación permite una rememoración de
lo reprimido y escindido, y su eventual elaboración.
El proceso analítico presenta una alternancia de momentos de
proceso y de no proceso, como trabajo de recuperación de obstá-
culos que determina su fracaso o su éxito.
El no proceso analítico es cuando el proceso tropieza o se de-
tiene; sus manifestaciones más complejas se descubren por la apa-
rición de los indicadores positivos utilizados para disimular la
existencia de un proceso que, en realidad, se disfraza de movi-
miento, pero permanece estereotipado.

109
El proceso analítico apunta a un cambio estructural del adoles-
cente, a la reestructuración de la personalidad por medio de la
elaboración.
La elaboración representa lo esencial del proceso analítico.
Confiere al tratamiento psicoanalítico su sello distintivo.
Si bien el método psicoanalítico reconoce como objeto funda-
mental "el hacer consciente lo inconsciente", éste, en realidad, es
el punto de partida. No confundir este comienzo con el análisis to-
do. El resorte y el paso más importante del proceso de análisis los
marca la durcharbeiten, el trabajo de elaboración. Freud lo consi-
dera como el principal factor de la eficacia terapéutica ("Recordar,
repetir y elaborar", 1914).
Laplanche y Pontalis definen la elaboración como "proceso en
virtud del cual el analizante integra una interpretación y supera las
resistencias que ésta suscita. Se trata de una especie de trabajo psí-
quico que permite al sujeto aceptar ciertos elementos y librarse
del dominio de la insistencia de los mecanismos repetitivos".
La necesidad de la reelaboración se basa en poder vencer la
fuerza de la compulsión a la repetición, la atracción que ejercen
los prototipos inconscientes sobre el proceso pulsional reprimido.
Se interrogan si parte de la elaboración la cumple también el ana-
lista para ayudar a adquirir el ¡nsighten forma más duradera.
Porque todos sabemos que un insight aislado no hace verano
(Braier, 1990). Se requiere el trabajo silencioso y prolongado de la
elaboración.
Esta pregunta nos enfrenta a una confrontación de los diferen-
tes esquemas referenciales teóricos, que originan profundas distin-
ciones entre los analistas; cómo enfoca cada analista la situación
analítica en la adolescencia y los roles del analizante, de sus pa-
dres y del analista en ella, y el interjuego que se establece entre las
realidades externa y psíquica, y dentro de esta última, cómo en-
tiende la dialéctica entre lo intrasubjetivo y la intersubjetividad.
Algunos analistas privilegian exclusivamente la dimensión in-
tersubjetiva sobre la intrasubjetiva, haciendo tabla rasa con un
postulado freudiano fundamental: aquel que formula que el sínto-
ma es un producto transaccional, efecto del conflicto entre los sis-

110
temas psíquicos; conflicto definido por la represión y, en última
instancia, por el carácter de las representaciones sexuales que
operan atacando constantemente al sujeto bajo el modo de com-
pulsión a la repetición, es decir, de la pulsión de muerte. Mientras
que otros enfatizan en exceso los influjos de la realidad externa,
pudiendo llegar a la disolución del carácter intrasubjetivo del con-
flicto psíquico que da lugar al síntoma.

Indicadores clínicos y fundamentos metapsicológicos

Según Freud, los indicadores que informan acerca de la exis-


tencia o no de un proceso analítico se revelan por el vencimiento
de la amnesia infantil, la recuperación de los recuerdos reprimidos
y escindidos, y el análisis sistemático de las resistencias. Y, ade-
más, no olvidemos que el sentido de la historia constituye un in-
dicador esencial de lo que hay que develar en psicoanálisis.
El concepto de campo analítico, acuñado por Willy y Madé Ba-
ranger, aporta valiosos indicadores clínicos para la evaluación de
la existencia o no de un proceso. Señalan que "la fluidez de un dis-
curso no bastaría si no se acompaña de la presencia de una circu-
lación afectiva dentro del campo".
La vivencia pura no cura. Sólo la convergencia de ambos indi-
cadores (variación del relato y circulación afectiva) nos informa
cabalmente sobre la existencia del proceso, para lo cual el analis-
ta requiere escuchar al analizante con su mente y con sus afectos.
La dialéctica entre producción y resolución de la angustia y las
transformaciones cualitativas de ésta jalonan el proceso.
El indicador más valioso son los momentos de ¡nsight, pero to-
davía queda por diferenciar el ¡nsight verdadero y el seudoinsight,
destinado por el sujeto a autoengañarse y engañarnos acerca de su
progreso.
El ¡nsight verdadero se acompaña de una nueva apertura de la
temporalidad. La temporalidad circular de la neurosis se abre ha-
cia el porvenir.
La clínica y la metapsicología son interdependientes. Los inten-

111
tos de simplificación se pagan con una severa limitación en el al-
cance explicativo de la vasta complejidad de los procesos aními-
cos, y la adolescencia nos invita a la búsqueda y la reformulación
de la metapsicología a partir de los interrogantes que nos formula
nuestro quehacer analítico.
A continuación, expondré cuáles son, en mi esquema referen-
cial, teórico, los cuatro ejes metapsicológicos más salientes que
me orientan en la detección de la existencia de un proceso o de
un no proceso en el psicoanálisis con adolescentes. Estas guías
metapsicológicas, apuntan a revisar si han sido suficientemente
elaborados los siguientes temas:

a) Las autoimágenes narcisistas.


b) Los complejos materno, paterno y fraterno.
c) El reordenamiento de las identificaciones.
d) La confrontación generacional.

Las autoimágenes narcisistas

Las autoimágenes narcisistas son soportes figurativos que re-


presentan el "sentimiento de sí", el sentimiento de la propia digni-
dad (Selbstgefühl). Operan como los puntos de partida desde los
cuales el adolescente se relaciona consigo mismo, con el otro y
con la realidad externa. Intervienen como los referentes constan-
tes que de un modo continuo participan, mediante el a posteriori,
en la estructuración y la desestructuración de su singularidad.
Estas imágenes persisten e insisten de una manera autónoma a
la voluntad, no cesan de funcionar; el adolescente queda paradó-
jicamente girando alrededor de sus propias autoimágenes, como
dando vuelta atado a una noria, pues las autoimágenes narcisistas
son desconocidas, fundamentales y singulares para cada sujeto.
Desconocidas, por estar constituidas por una multiplicidad de
procesos inconscientes que permanecen vigentes, desconociendo
por lo tanto su valor dinámico. Fundamentales, por ser estructu-
rantes del aparato psíquico. Singulares, porque se resume en ellas

112
la historia psicoanalítica que particulariza a cada sujeto. Éste asi-
mila las autoimágenes y se transforma total o parcialmente sobre
el modelo de éstas. Es decir, se identifica: él es tales imágenes.
Las autoimágenes narcisistas son representaciones-encrucijadas
que satisfacen al yo la necesidad de encontrar y organizar una fi-
gurabilidad de convergencia-coherencia.
En el año 1909, Freud emplea el término "imagen viva de sí
mismo", extraído del Fausto de Goethe, parte I, escena 5: "Él ve en
la hinchada rata, claro está, la viva imagen de si mismo." Y descri-
be entonces al "Hombre de las ratas", quien "frecuentemente ha-
bía sentido compasión de esas pobres ratas. Él mismo era un tipejo
así de asqueroso y roñoso, que en la ira podía morder a los demás
y ser por eso azotado terriblemente. Real y efectivamente podía
hallar en la rata la viva imagen de sí mismo".
Considero que en todo proceso analítico se requiere poner en
evidencia y elaborar las autoimágenes narcisistas que particulari-
zan a cada analizante y sus fluctuaciones. Revelar los procesos in-
conscientes que han intervenido en la constitución de las
autoimágenes y el núcleo de verdad histórica, en singular o en
plural, en torno de los cuales se han construido.
El quehacer analítico exige desmontar las autoimágenes narci-
sistas y la polisemia ligada a ellas, y revelar las creencias psíquicas
que subyacen en ellas. Condiciones esenciales de nuestra tarea
analítica para que el analizante, al desactivarlas, acceda a reestruc-
turar su biografía, para transformarla en su propia historia y por en-
de ser, en gran medida, autor suficientemente responsable, y no
espectador pasivo e inerme víctima de un inmutable destino.
Adrián veía en el "burrito carguero" la viva imagen de sí mismo.
Ésta era una de sus autoimágenes narcisistas más privilegiadas, en
la que convergían una multiplicidad de procesos inconscientes
que develaban y sostenían a la vez su Selbstgefühl, su sentimien-
to de autovaloración y de dignidad que satisfacía sus mociones
narcisistas y masoquistas. Él era el que soportaba estoicamente el
sobrepeso de los mandatos parentales y las obligaciones fraterna-
les, para redimir las angustias y las culpas del medio familiar. El
Hacedor martirizado.

113
Las autoimágenes narcisistas son de compleja edificación y de
aclaración difícil.
Adrián me había consultado a partir de la reiterada insistencia
de su madre, a los 1 8 años, por el recrudecimiento de los accesos
asmáticos que ya no remitían ante los tratamientos médicos. Ade-
más, estaba desorientado en su elección vocacional (cursaba en
aquel entonces el último año de sus estudios secundarios) y por la
ingobernable violencia familiar que, según la versión de ambos
padres, se presentaba en forma progresiva por la escalada agresi-
va que se presentaba entre Adrián y Flavia, su hermana mayor en
tres años. Alejandra, que tenía 12 años, no participaba aparente-
mente de la vida familiar, "se hacía a un lado", inhibiendo de un
modo elocuente su crecimiento.
El padre, de 50, y la madre, de 48 años, eran profesionales exi-
tosos y exigentes consigo mismos.
Atareados por las demandas económicas y por elevadas aspi-
raciones intelectuales, no podían detener la violencia familiar que
se originaba, en la mayoría de las ocasiones, a partir de la conduc-
ta provocativa, desestructurada y desestructurante de la hija ma-
yor.
Faltaba una función parental vertebrante, para sostener y regu-
lar los desbordes de angustia y los pasajes al acto que solían pre-
cipitarse, de un modo súbito, en los progenitores y entre los
hermanos.
El conflicto fraterno tuvo efectos muy relevantes en la historia
del "burrito carguero". La presencia de una hija y hermana pertur-
bada alteró profundamente la vida anímica de todos los integran-
tes, ocupando y anegando la economía libidinal de los espacios
mentales parentales y, como consecuencia, alterando la estructu-
ración psíquica de Adrián y Alejandra.
El desafío tanático fraterno había sido uno de los ejes temáticos
más repetitivos y conflictivos a lo largo de todas las fases de este
proceso analítico.
Este caso reafirma que el complejo fraterno no es un mero de-
rivado del complejo de Edipo, ni tampoco un simple desplaza-
miento de las figuras parentales sobre los hermanos. Presenta su

114
propia envergadura estructural. Representa una "vía regia" para
acceder a la posible elucidación y procesamiento de las conflicti-
vas edípica y narcisista, con las que además se articula.
Así como cada sujeto posee una estructura edípica singular-
particular, caso mixto de la combinación de la forma llamada del
Edipo positivo y negativo, configura también un irrepetible com-
plejo fraterno, con sus componentes destructivos y constructivos.
La psicodinámica de la fratría se hizo presente desde las prime-
ras sesiones. Su trabajo de elaboración se extendió a lo largo de
todas las fases del proceso analítico, eclipsando el centro de la
atención de Adrián.

Los carteles

Yo les tengo bronca a mis padres. Le consienten todo a


Flavia, y ella todo el tiempo exige cosas. Yo me pago todas
mis cosas. Mi hermana se la pasa todo el tiempo jodiendo,
exigiendo y pidiendo.
Mi vieja toma una actitud tan pelotuda. No la enfrenta.
Jamás le dice nada. O si no se pelea a muerte con ella, pe-
ro después le termina comprando de todo.
Yo veo una injusticia con ellos mismos. Cuando a veces
le plantean algo que Flavia no acepta, puede terminar la
discusión en trompadas. Creo que muchas veces no le plan-
tean las cosas para no pelearse, y entonces es siempre lo
mismo. Termina obteniendo lo que quiere, y después yo me
lleno de bronca con ella y ellos. Siento que mis viejos no
pueden decirle: no. Yo trato de tomar parte, pero es muy
poco.
Con mi hermana guardo un conjunto de sentimientos
que no se los puedo expresar. Es algo especial. No me de-
sahogo.
Le interpreto hasta en qué medida él, a semejanza de
aquello que critica a sus padres, termina finalmente aho-
gando sus sentimientos y pensamientos, y se somete tam-
bién a los vaivenes de los caprichos de su hermana,
postergando lo propio.
Tengo un sentimiento de impotencia con todos. Como
cuando vos ves que en el gobierno se transa y se transa, se

115
coimea y se afana. Siento que a los viejos, cada vez que les
digo algo, es como si no les hubiera dicho nada, y mi her-
mana es imposible. Cuando tenés una hermana famosa,
que ocupa mucho espacio, te agarra envidia. Pero, cuando
tenés una como la mía, que crea una situación tóxica, te da
ganas de que desaparezca, o que se vaya lejos. Me da tam-
bién un poco de lástima por ella, porque está perdiendo to-
do. Ya no estudia, no puede formar una pareja, No toca más
música, qué sé yo, anda con esa locura de la indiferencia.
Cuando estamos bien, compartimos un montón de co-
sas. Así oscilo con ella, en la lucha entre la pasión y el odio.
Yo siento que la quiero, pero es tóxica, ¿me entendés? Es
como un hisopo radiactivo que emana radiactividad y todo
lo contamina. ¿Qué querés que te diga? Me siento impoten-
te con ella y con mis viejos.
Le señalo que, tal vez, su estado de impotencia guarde
cierta relación con etapas anteriores compartidas con su
hermana, cuando ambos eran chicos y en donde la diferen-
cia de tres años de edad marcaba entonces una disparidad
muy grande de poderes y derechos.
De chico, mi hermana me pegaba mucho. Mis padres a
veces intervenían y a veces no. Yo nunca me quedé de bra-
zos cruzados cuando me pegaba. Pero ella era más grande
y me mandoneaba. Me acuerdo que yo tenía que correr a
la mañana para ir al colegio muy temprano, porque a ella
se le antojaba llegar la primera. En cuarto grado me enteré
de que entraban a clase a las 8 y 20, y ella me decía que era
a las 8, y si no salíamos bien temprano me hacía un escán-
dalo, que por mi culpa iba a llegar tarde, y yo salía ponién-
dome el guardapolvo con miedo y corriendo por la calle.
Mi hermana me sometía. Me castigaba. Ella era muy gran-
de, pero ahora no la veo más grande, sino como un centro
habilidoso de dominio. Da y quita hábilmente para tener
todo controlado. Todavía ella maneja la cancha en algunas
situaciones.
Ahora la situación es completamente distinta que antes.
Ya puedo abrirme más de su dominio, es un arte que lo es-
toy aprendiendo de a poco; pero siento que voy a poder. Le
estoy tomando más la mano a su forma de ejercer el domi-
nio sobre los demás (pausa).
Flavia se ha colgado el cartel de que a ella no se le pue-

116
de pedir nada. Ella se lo ha ganado cagándose en todo el
mundo.
Y yo tengo el cartel del "che pibe", del "burrito cargue-
ro" que todo lo puede solucionar y cargar.
Y mi hermana Alejandra es otra intocable, no se puede
contar con ella para nada. Se puso el cartel que dice "chi-
quita y boba" y no es ni chiquita ni boba. Y mis viejos les
ponen luces a los carteles. (Cambia el tono de voz y con
una mezcla de resignación y congoja dice:) Me parece que
mis viejos no van a cambiar la situación de mis hermanas,
pero yo sí. Me siento en medio de un remolino, y la única
solución es salir del remolino porque, si no, me voy a ir al
fondo.

En esta sesión se ponen de relieve la especificidad y la articu-


lación del complejo fraterno con las dinámicas narcisista y edípi-
ca. Sus influjos se ejercían incluso en la estructuración de la
hiperseveridad de su superyó y en la determinación de la elección
vocacional. El leitmotiv de sus pensamientos era no ser como Fla-
via, oponiéndose reactivamente a ella, en lugar de buscar activa-
mente un proyecto desiderativo propio.

Como mi hermana no quiero ser (repetía en varias sesio-


nes). Antes yo actuaba muy en oposición a lo que era Fla-
via. Me acuerdo de hasta conscientemente plantearme
hacer algo completamente distinto a lo que ella hacía. Lo
peor que me podía hacer mi viejo era decirme: Sos igual a
tu hermana. Otra variante de lo mismo era cuando me mez-
claba con ella Yo creo que mi padre se equivocó al mez-
clarnos a mi hermana y a mí. Creo que era un mal recurso
para buscarle la vuelta a su relación con mi hermana.
Mi hermana se la pasa pidiéndole guita y no le recono-
ce nada. ¡Es tan jodido lo que hace, que a mí me da bron-
ca! Si yo fuese mi viejo, la golpearía. Mi viejo no sabe qué
hacer. Si no le da guita, dice que se va de la casa. Si le da,
le cuestiona porque recién ahora le da. Entonces mi viejo
hace este planteo: No hay guita para nadie; hay una econo-
mía de guerra para todos. Creo que allí hay una deuda con
nosotros. No porque nos deba algo, sino porque merece-

117
mos el reconocimiento de la diferencia. Alejandra sufre la
misma circunstancia que yo. Esto me despierta mucha
bronca, mucho rencor con mis viejos. Yo entiendo, pero es-
tá mal. Sé que es una postura difícil la de ellos, porque se
han propuesto todo el tiempo resolverlo. Tratan de llevar
mejor su relación y hay momentos en que se tranquiliza.
Pero ante cualquier situación se dispara y se va al mundo.
Está en el culo del mundo, llama por teléfono que se está
muriendo de hambre, y mis viejos van donde ella está, le
mandan la tarjeta de crédito, y encima ella dice que es la
expulsada de la familia. Genera sentimientos de mierda y
usufructúa de la situación. Ella se lanza a filosofar que es
como un anexo de la familia. Pero es ella la que tiene un
funcionamiento totalmente aparte. Viene, entra, sale. Es co-
mo un parásito, con la diferencia de que encima pide pla-
ta. Ya hace años que lucho para sacármela de encima, pero
todavía no me la saqué del todo. Siempre me cargo con un
sentimiento de culpa por todos.

En el tercer año del proceso analítico, los padres me anuncian


que, independientemente del tratamiento individual de Adrián,
han decidido comenzar una terapia familiar porque la situación
era ya insostenible.
Acuerdo con la propuesta, pero Adrián se resiste a participar al
principio.

Yo creo que mis padres piden esta terapia porque es una


manera de globalizar el problema para no ver que hay pro-
blemas puntuales. Probablemente su problema nos afecta a
todos pero le pertenece a ella.
Ella es muy intrusiva, sobre todo es súper-hinchapelota,
se mete en todo, ¡qué carajo le importa lo que hago! Yo soy
como mi viejo, muy impulsivo. Cuando me enojo, me pon-
go muy violento. Mi hermana es muy sutil para sacarme de
quicio. Me exaspera, me violenta, y después el violento pa-
rezco yo.

A los pocos meses de iniciada la terapia familiar, Adrián deci-


de, independientemente de Alejandra, no concurrir más a las se-

118
siones, y me relata cómo había enfrentado a Flavia y a sus padres
ante la presencia del analista.

Y entonces le dije a Flavia: Yo no quiero que te metas


más en el medio, no me mezcles. Vos te seguís borrando de
los problemas y vivís comparándote conmigo. A mí, el vie-
jo me presta el coche porque sabe que yo se lo cuido y que
puede confiar en mí. Pero vos lo dejás tirado en cualquier
lugar, ya se lo chocaste dos veces y no te hacés cargo de las
responsabilidades. Entonces venís a casa y empezás a hacer
escándalos: que es injusto, que a mí me dan el coche y a
vos no, y me empezás a mezclar con vos, y el viejo final-
mente tampoco me lo presta a mí.
Entonces le dije: Mirá, Flavia, si querés tener tus cosas,
pelealas desde vos. Pelealas para vos y hacete cargo de lo
tuyo, pero no me metas en el medio. Mi relación con el vie-
jo es problema mío. Si querés llegar a un acuerdo con él,
solucionalo vos. Por favor, nunca más me incluyas en una
conversación de ese tipo. Por favor, no me jodas más.
Después me despaché con mis viejos y les dije: Ustedes
me cargan con la responsabilidad de proteger a Flavia y a
Alejandra. Y mte siento una mala persona cuando no quie-
ro asumir esas obligaciones. El embrollo con todo esto me
saca de foco. Yo no quiero seguir siendo el encargado de
ellas. Ellas no se hacen cargo de lo que les corresponde. Se
siguen lavando las manos, y finalmente me siento yo una
basura, una bosta. Yo aquí no vengo más.

La oposición de Adrián a continuar con la terapia familiar (Ale-


jandra siguió asistiendo dos años más) despertó ofensas y resisten-
cias, principalmente en el padre, que comenzó a atrasar el pagó
del tratamiento, en el preciso momento fecundo del proceso ana-
lítico individual en el que empezaba a desidentificarse de la mi-
sión redentora del infans, de sobrellevar sobre sus espaldas culpas
y responsabilidades de otros que no le concernían. Desidentifica-
ción que posibilita liberar y "matar" a ese niño marmóreo que ga-
rantiza la inmortalidad propia y la de los otros, para acceder así a
la desidentificación de identificaciones alienantes.
La "muerte" de la inmortalidad condiciona el nacimiento del
yo. Leclaire, al aludir a este asesinato, dice:

119
... es necesario e imposible de aquel niño maravilloso o
terrorífico que hemos sido en los sueños de los que nos han
hecho nacer o visto nacer. Para vivir debe matar la repre-
sentación tanática del infans en mí, a fin de que otra lógica
aparezca, regida por la imposibilidad de efectuar ese asesi-
nato de una vez por todas y la necesidad de perpetuarlo en
toda oportunidad en la que se hable verdaderamente, en to-
do instante, en eí que se comienza a amar.

Los complejos materno, paterno y fraterno

Otra de las funciones básicas del proceso analítico es hacer


consciente lo inconsciente y fomentar el trabajo elaborativo de los
complejos materno, paterno y fraterno en el puzzle mental de ca-
da analizante. De qué modo se presentan, se articulan y recubren
entre sí, destacándose su valor estructurante y permanente.
"Un hombre —escribió Freud a Ferenczi— no debe luchar pa-
ra eliminar sus complejos, sino para reconciliarse con ellos, son le-
gítimamente los que dirigen su conducta en el mundo", y el
proceso analítico requiere poner el acento, lo más detallada y ex-
haustivamente posible, en la interpretación, construcción y elabo-
ración de las distintas posiciones adoptadas por el adolescente en
la asunción y la resolución de estas estructuras fundantes de la sub-
jetividad.

Hijo progenitor-hermano progenitor

Porque estamos muy próximos, y el niño


Es el progenitor de quien lo ha tomado
En sus manos de adulto una mañana y lo ha alzado
En el consentimiento de la luz
Ivés Bonnefoy (1997)

El estado de mortificación psíquica, implícito en todo proceso


desidentificatorio, adquirió durante el tercer año del proceso ana-

120
lítico de Adrián una mayor dramaticidad. Acompañado de momen-
tos de depresión, a consecuencia de los procesos de los duelos nar-
cisistas ante la desidealización de su yo ideal y su ideal del yo, por
deponer una relación de poder, deseada y a la vez temida, que rea-
nimaba su sentimiento de omnipotencia infantil mientras ejercía la
paradójica y revertida dependencia de sus padres hacia él.
Adrián había sido alzado en las manos de sus padres a la cate-
goría de "la luz" que los ilumina y sostiene: el hijo progenitor de
los propios padres, a quienes debía prodigar vitalidad y esperan-
za, pero de los cuales requería, a la vez, ser sostenido y cuidado.
Situación paradójica que sobreinvestía su idealidad con fanta-
sías de autoengendramiento y de neoengendramiento a expensas
de la pulsionalidad. Y, como consecuencia, su agresividad nece-
saria para confrontar con los padres y los hermanos permanecía
sofocada, y sus afectos, hibernados y/o vueltos contra sí mismo,
solían exteriorizarse a través de síntomas psicosomáticos y tor-
mentos mentales.
Además recaía sobre "el burrito carguero" el peso de otra
creencia inconsciente, hasta ese momento inamovible y no cues-
tionada: que él, como el "hijo varón y sano", tenía además la mi-
sión de operar ante sus hermanas como un vicario doble parental:
el hermano progenitor. Ambas encumbradas posiciones identifica-
torias reanimaban la hiperseveridad de su superyó y la desmesura
de ideales de redención, perfección y dominio.
El trastocamiento de los roles se sostenía, en gran medida, por
la pervivencia de una particular fantasía que circulaba entre todos
los integrantes de la familia y que denominé "la fantasía de los va-
sos comunicantes".

Los vasos comunicantes

Esta fantasía está basada sobre el modelo físico de un sistema


hidrostático compuesto de dos o más recipientes comunicados
por su parte inferior.

121
En los vasos comunicantes puede verificarse experimentalmen-
te el hecho de que, en todos los tubos de distinta forma, el agua u
otro líquido vertido toma el mismo nivel en todos los vasos, ya que
en realidad los vasos y el tubo de comunicación forman un solo
recipiente lleno de líquido.
La aplicación de este funcionamiento a la fantasía fisiológica
de la consanguinéidad configura la representación de los herma-
nos como si fueran tubos comunicantes, relacionados entre sí por
lazos de sangre y unidos al tubo de comunicación parental, que
opera como una fuente inagotable que nutre y a la vez distribuye
a todos los integrantes del sistema de un modo unitario, para que
finalmente todo se mantenga en un perfecto equilibrio.
Este sistema premia la nivelación y condena la diferencia.
Nivelación no es solidaridad. Es la negación de la alteridad y
de la mismidad, y eclipsa el derecho al disenso y a la apertura ha-
cia imprevisibles posibilidades y realizaciones que pueden surgir
a partir de la confrontación generacional y fraterna.
Pero toda confrontación requiere, como condición primaria, la
admisión del desnivel del arco de tensiones que marca la diferen-
cia de generaciones entre padres e hijos y entre cada uno de los
hermanos. Pero el principio de la nivelación de esta fantasía hi-
drostática bipersonal o multipersonal de los vasos comunicantes,
basado sobre el intercambio "arterial y venoso" y la interpresta-
ción de "órganos" entre los componentes del sistema, suele desen-
cadenar intensos sentimientos de culpa y necesidad de castigo
cuando se quiebra su homeostasis, precisamente por parte de aquel
que por sus propias condiciones se desnivela de los restantes, pu-
diendo situarse —si es que media una elaboración masoquista—
en la posición de la "privilegiada víctima" que permanece agaza-
pada a la espera acechante del desquite del otro u otros resentidos
que, como víctimas privilegiadas, podrían conspirativamente ven-
garse de él; se establece así un péndulo retaliativo de reproches y
ocultamientos, de quejas y remordimientos.
Estos vínculos conflictivos entre hermanos suelen desplazarse
a la relación con los amigos y con la pareja; y presentificarse ade-
más dentro del mismo sujeto, fluctuando de un modo repetitivo

122
entre ambas posiciones: de víctima privilegiada a privilegiada víc-
tima, con pensamientos y actos de contrición.
Una preocupación permanente en este proceso era evitar la in-
terpretación y la elaboración excesivas de la dimensión intersub-
jetiva sobre la intrasubjetiva. El postulado freudiano fundamental
formula que el conflicto psíquico que da lugar al síntoma es un
producto transaccional entre los sistemas psíquicos y las estructu-
ras psíquicas, y en última instancia, manifestación de la intrinca-
ción y la desintrincación de las pulsiones de vida y de muerte.
Adrián pedía ser liberado de sus representaciones obsesivas. La
lucha contra esas ideas le impedía la concentración en sus estudios.
Argumentos y contraargumentos en relación con la elección voca-
cional se peleaban entre sí. Lo asaltaban de nuevo las dudas acerca
de seguir esforzándose en el estudio de la misma profesión que ejer-
cía su padre. Ya estaba cursando el segundo año de la Facultad de
Biología, pero había fracasado en varias materias. No podía mante-
ner el ritmo de estudio de sus compañeros, y en el trasfondo lo ase-
diaba de continuo un conflicto de lealtades en relación con el
complejo paterno. Sentía que debía ser como el epígono del padre
y a la vez se sublevaba. Terminaba martirizado con toda clase de
pensamientos obsesivos, y simultáneamente aparecían sanciones
que tenía que infligirse por el incumplimiento de los deberes y los
ideales para la satisfacción de sus necesidades de castigo.

Siempre tengo la sensación de estar haciendo un poco


menos de lo que podría estar haciendo y que puedo hacer
un poco más.
La actitud de mi papá me activa el dedo con el moño ro-
jo (el dedo con el moño rojo era la representación figurati-
va con la que nominaba el accionar de la hiperseveridad de
su instancia superyoica).
Entra mi papá y me dice: ¿Qué estás haciendo? Nada, le
digo. ¿Cómo estás haciendo nada ? Y allí siento la presión y
empiezo a obsesionarme, porque en verdad no estoy ha-
ciendo nada. Estoy perdiendo mi tiempo, y en el momento
aparece el dedo con el moño rojo de atrás.
En cambio, la vieja no es así. Cuando me ve hacer que
estoy haciendo nada, me pregunta: ¿Qué estás haciendo?

123
Nada. ¡Uy qué suerte!, me dice. Mi papá cree que su pre-
sión es lo mejor. Mi viejo y mi tío son de hacerse mala san-
gre por las cosas. Empiezan a los gritos y así andan los dos,
con la presión alta y con estrés. Yo también soy de hacer-
me bastante mala sangre. Empiezo a darme con el látigo.
Cuando me sale algo mal, me reprocho mucho. Me morti-
fico. Lo que pasa es que a veces es la única manera que ten-
go para ponerme las pilas. Sin mala sangre no hay motor, y
si no, revoleo la chancleta y no hago nada. No encuentro
el punto medio.
Ayer no pude estudiar nada y me sancioné. No me per-
mití dormir siesta, por levantarme tarde. Antes era peor
conmigo mismo. Me castigaba, no permitiéndome salir el
sábado a la noche por no haber estudiado lo suficiente.
No soporto que las cosas me salgan mal. Me saco. Ten-
go una tortura mental.
Le interpreto que él se impone tener un control tan se-
vero que lo asfixia y lo fatiga y, al no cumplir con sus pro-
pios ideales de perfección, se manda solo al rincón de las
penitencias; y que opera además como un buen verdugo de
sí mismo.
(Se ríe.) ¡Sí, buenísimo! Pero ahora me estoy sacando
cosas. Yo era un hervidero por dentro y no volcaba nada
afuera. Ahora estoy más tranquilo por dentro. Pero igual si-
go siendo muy reprochón conmigo. No me perdono. Me
castigo. A veces me muerdo el dedo porque no me salió
bien una cosa que quería sacar con la guitarra. O me gol-
peo la cabeza con el puño cuando me taro y no entiendo
lo que leo, y las cosas no me salen. Me aplico un correcti-
vo, un pequeño golpe de ánimo (se ríe). /\ veces, me pego
fuerte con una regla de madera, y me queda doliendo la ca-
beza. Si no, a veces golpeo las puertas que son de roble du-
ras. Se bancan porque tienen bastantes sacudidas. A veces
es una forma de descargar tensiones, y me las agarro con las
puertas, pero mi hermana se agarra con todos los que tiene
a su alrededor. Ella es como un volcán que está apagado y
deja salir un hilito de humo, pero uno no sabe cuándo pue-
de hacer erupción.
Le interpreto que dentro de él existen también ciertas si-
tuaciones de angustia que, como un volcán, no las puede
dominar, y que, cuando hacen erupción, lo hacen más por
implosión que por explosión. Hasta el extremo de quedar

124
fatigado y arrollado por un alud de sanciones, autorrepro-
ches y accesos de asma bronquial.

La flexibilización gradual de la figura feroz y cruel de su super-


yó ha sido la consecuencia del análisis y la elaboración exhausti-
vos, acerca de su ubicación en la dialéctica subjetiva de las
relaciones estructurales; de su posicionamiento al deseo del deseo
del Otro, tanto en el Edipo, como complejo nuclear de la neuro-
sis, cuanto en el complejo fraterno y en la dinámica narcisista del
doble en el complejo del semejante (Nebenmensh).

Ahora no me reprocho tanto. Hago más las cosas a con-


ciencia y no por obediencia. Hace mucho tiempo que no
tengo noticias del dedo con el moño rojo. Le voy a sacar el
moño. Lo voy a cambiar por una agenda. Ni me hago tanto
drama por las cosas. Estoy tomando la actitud de no hacer-
me tanto problema hasta que realmente no haga falta. An-
tes me preocupaba mucho pero no me ocupaba. Ahora
trato de cómo ver la solución. Estoy más tranquilo conmigo
mismo. El domingo, pude tomar unos mates sin hacer la lis-
ta de lo que tenía que hacer. Quisiera merecer tener gratifi-
caciones, no como un premio, sino como algo natural.

Finalmente, Adrián decidió abandonar la Facultad de Biología


y eligió, luego de varios meses de incertidumbre, ingresar a la Fa-
cultad de Arquitectura. Este cambio fue respetado y apoyado por
sus padres. Recién entonces comenzó a disfrutar del estudio y ce-
dieron sus inhibiciones intelectuales.
Su vida afectiva y social no presentaba mayores dificultades.
Mantenía desde hacía años una estable pareja con Mariela, ".su
princesita de siempre", con ternura y satisfacción sexual. No temía
amar y permitía ser amado; al mismo tiempo que conservaba una
relación fluida con sus pares. Practicaba deportes, y con dos de
sus amigos constituyeron una pequeña sociedad. Al poco tiempo
se produjeron conflictos con el socio mayor, reeditando con él su
relación de tormento con Flavia. Se disolvió la sociedad, pero la
continuó con el otro compañero y con buenos resultados.
A continuación, me referiré a los otros dos de los cuatro ejes de

125
referencia metapsicológicos que me orientan acerca de la existen-
cia de un proceso o de un no proceso en el tratamiento analítico
con adolescentes.

El reordenamiento de las identificaciones y la confrontación


generacional

El reordenamiento de las identificaciones durante la cura ana-


lítica atraviesa por variados procesos y subprocesos de desidenti-
ficación y reidentificación. Subprocesos de desligazón y de
nuevas ligaduras que se acompañan inexorablemente con angus-
tias, fantasías ominosas y recrudecimientos sintomáticos. Estos
subprocesos, inherentes a los procesos del reordenamiento del he-
teróclito sistema de las identificaciones, facilitan la emergencia
conjunta de intensas angustias y fantasías también en el analista,
quien deberá evaluar, según su marco referencial teórico, los mo-
vimientos regredientes y progredientes de estas fases elaborativas.
Para adoptar un ejemplo que logre ¡lustrar de qué modo la me-
tapsicología y la observación clínica se fecundan recíprocamente,
emplearé un concepto teórico relacionado con la temporalidad
analítica: el a posteriori, la resignificación retroactiva, como guía
que tiene un valor heurístico en los procesos elaborativos de cier-
tas identificaciones alienantes y cómo inciden además en la eva-
luación de las diferentes resistencias que se oponen al cambio.
Resistencias que provienen de la realidad psíquica y de la realidad
externa, avasallando al yo.

Resignificación y memoria

La memoria, "esa centinela del alma".


Shakespeare, El rey Lear

En estos procesos y subprocesos del reordenamiento de las


identificaciones, se reaniman múltiples y variadas resistencias que

126
se oponen a la continuidad del trabajo elaborativo. Resistencias
que, en cada caso, requieren un estudio, lo más preciso posible,
para distinguir las cinco formas clásicas de su naturaleza. En pri-
mer lugar, "distinguir" las cinco formas clásicas de la resistencia
señaladas por Freud al final de "Inhibición-síntoma y angustia"
(1926), tres de ellas atribuidas al yo: la represión, la resistencia de
transferencia y el beneficio secundario de la enfermedad que se
basa en la integración del síntoma en el yo. Además hay que con-
siderar la resistencia del ello y la del superyó, y las otras resisten-
cias que pueden llegar a constituirse en el campo dinámico por
una complicidad que engloba tanto la resistencia del analizante
como la contrátransferencia del analista, comunicadas incons-
cientemente entre sí y operando juntas. Y, en tercer lugar, la parti-
cipación de ciertas resistencias generadas por la presión actuante,
en la realidad externa, de ciertos influjos desestructurantes que
avasallan al yo. Momento puntual, que demanda un cambio téc-
nico en la estrategia terapéutica clásica. Cambio que apunta a la
inclusión de otros significativos en la realidad material en el traba-
jo clínico con o sin la presencia del analizante, a través de la im-
plementación de sesiones vinculares, de pareja, entre hermanos,
entre padres e hijos y/o familiares.
Por lo cual el analista que es, forzosamente, como "el yo mis-
mo una criatura de frontera" (Freud, 1923) requiere revisar por se-
parado el accionar del origen y la naturaleza de cada una de estas
resistencias, y luego necesita hacer un esfuerzo por concebirlas en
conjunto e indagar, al mismo tiempo, en la íntima relación exis-
tente entre ellas; y fundamentar metapsicológicamente, como re-
sultado, sus modificaciones técnicas según el particular momento
que atraviese ese proceso o no proceso analítico.
En el cuarto año del proceso analítico, resolví citar a ambos pa-
dres a algunas sesiones con Adrián, porque comenzaba a peligrar
la continuidad del tratamiento. Se había configurado un prolonga-
do conflicto de lealtades parento-filial y conmigo, en el que parti-
cipaban resistencias generadas de los padres y de Adrián.
Al comienzo, mi propuesta no fue aceptada por Adrián. No los
quería molestar. Consideraba que él iba a poder solucionar el

127
aplazamiento del pago del padre, que acrecentaba la deuda con-
migo, obstaculizando la prosecución del proceso, y las deudas y
culpas en él, porque su diferenciación era equiparada a una trai-
ción que afectaba la tradición de la ideología sacrificial, sostenida
por la fantasía familiar de los vasos comunicantes. Sus resistencias
se exteriorizaron a través de reiterados olvidos, aburrimiento y si-
lencios prolongados durante las sesiones, y su insistente oposición
a la inclusión de los padres posibilitó poner en evidencia cómo,
en la reedición transferencial, intentaba posicionarse ante mí co-
mo un hijo y hermano progenitor. Poseedor de una ilimitada ca-
pacidad de transformar al otro y aguantarlo todo sobre sus
espaldas, como un "burrito carguero", sin evaluar el precio del su-
frimiento y del peligro que le deparaban esa misión redentora.
Le señalé que a mí no me tenía que salvar ni cuidar; y que yo
consideraba que, para mantener la prosecución de nuestro tra-
bajo conjunto, era necesario citar a los padres, con la finalidad
—dentro de lo posible— de despejar ciertos obstáculos que esta-
ban actuando en el campo analítico.
Finalmente, Adrián aceptó mi propuesta. Cité a los padres y
ambos concurrieron.
El padre, tenso, comenzó a hablar con irritación, argumentan-
do que su hijo antes de comenzar la terapia era diferente. Y que,
si bien reconocía y agradecía que ya casi no presentaba accesos
asmáticos y que el cambio de Facultad había sido una medida
adecuada, porque estudiaba con entusiasmo y con buenos resul-
tados, le resultaba inadmisible su egoísmo creciente. Levantó el
tono de voz y me dijo:

Perdone, doctor, si lo puedo llegar a ofender con lo que


le voy a decir. Pero ¿no será que usted influye para que
nuestro hijo tome esa actitud con su hermana y con noso-
tros? En mi familia, si bien eran otros tiempos, todos ponía-
mos el hombro cuando alguien lo necesitaba. Yo lo sigo
haciendo con mi propio hermano. Y mi mujer, ni le cuen-
to. Ella mucho más que yo. Con su hermana, con amigos.
Pero Adrián se corta solo.

128
Luego ambos padres me comentaron acerca del profundo do-
lor que tenían con la hija mayor, por sus viajes intempestivos y au-
sencias reiteradas, y relataron sus escenas de angustia.
Les señalé que esta entrevista era para hablar acerca de las di-
ficultades que últimamente se habían presentado en el tratamien-
to de Adrián, por la postergación del pago y porque, tal vez, esta
dilación mantenía cierto nexo con el enojo y con el afán de repre-
salia al hijo y a mí, por su oposición a participar en la terapia fa-
miliar. Pero que ellos conocían los sentimientos solidarios que
Adrián tenía con todos y que su lucha por ser diferente no signifi-
caba ser oponente ni enemigo. En ese momento se me ocurrió pre-
guntarles si conocían la parábola del hijo pródigo; porque supuse
que, a través de su relato, podría hacerse visible lo invisible del te-
rreno secreto en el que transitan las fantasías, los afectos y las re-
laciones de poder entre padres e hijos cuando uno de sus
integrantes adolece y desestructura a los demás.
No la conocían. Entonces me dirigí a mi biblioteca, busqué el
Nuevo Testamento y comencé a leer.

Parábola del hijo pródigo

También dijo: Un hombre tenía dos hijos;


Y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte
de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes.
No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor,
se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició los
bienes viviendo perdidamente.
Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran ham-
bre en aquella provincia, y comenzó a faltarle.
Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella
tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacenta-
se cerdos.
Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían
los cerdos, pero nadie le daba.
Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de
mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de
hambre!

129
Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he peca-
do contra el cielo y contra ti.
Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a
uno de tus jornaleros.
Y levantándose, vino a su padre.
Y cuando estaba lejos, le vio su padre, y fue movido a
misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello, y le besó.
Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y con-
tra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.
Pero el padre dijo a sus siervos:
Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en
su mano, y calzado en sus pies.
Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y haga-
mos fiesta;
porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había
perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.
Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y
llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas;
Y llamando a uno de los criados le preguntó qué era
aquello.
El le dijo: Tu hermano ha venido;
y tu padre ha hecho matar al becerro gordo por haberlo
recibido bueno y sano.
Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su
padre, y le rogaba que entrase.
Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos
años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca
me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos.
Pero cuando vino éste tu hijo, que ha consumido tus bie-
nes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo.
El entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y to-
das mis cosas son tuyas.
Mas era necesario hacer fiesta y regocijamos, porque es-
te tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido,
y es hallado (S. Lucas, XV).

El papá entendió inmediatamente el mensaje de esa dinámica


particular que se tramaba entre los hermanos y entre el hijo mayor
y aquel padre. Comprendía intelectualmente, pero no aceptaba la
posición de Adrián. Mientras que la mamá, después de secarse las
lágrimas, me miró con desesperanza y dijo: Comprenda, doctor,

130
que nuestra situación es muy difícil y a veces terrible.
Les señalé que comprendía y admitía la dolorosa y preocupan-
te situación, pero que Adrián se oponía a continuar girando alre-
dedor del eje de Flavia y de las angustias que ésta generaba en los
padres, pues le originaban a él excesivas responsabilidades y cul-
pas que lo afectaban mental y físicamente. Y que esto no significa-
ba, de ninguna manera, una ruptura de sus lazos solidarios con los
componentes de la familia.
Los padres me saludaron con amabilidad y con dolor.
Luego, tuve dos sesiones a solas con ellos e inferí que les resul-
taba casi imposible procesar el duelo narcisista, por el peligro que
acarreaba para la homeostasis familiar el abandono de la instala-
ción narcisista depositada en el hijo varón como el vicario doble
especular de ellos.
Cuando cerré la puerta de mi consultorio, volvieron a resonar
en mí las palabras de la madre de Adrián: "Comprenda, doctor,
que nuestra situación es muy difícil y a veces terrible." Fue en ese
momento cuando se despertó en mí el deseo de escribir, como un
intento de dar cuerpo a mi experiencia clínica y a las inferencias
metapsicológicas acerca de los efectos que, en ciertas vidas, sue-
le ejercer la presencia de un hijo-hermano perturbado o muerto.
Recordé la importancia que tienen los complejos fraternos en los
procesos identificatorios y sublímatenos en tres eminentes creado-
res —Vincent van Gogh, Salvador Dalí y Ernesto Sábato— y las
marcas que ha dejado en sus vidas y en sus obras el infausto acon-
tecimiento de haber nacido luego y para reemplazar a un herma-
no muerto, y ser además los portadores del mismo nombre del
doble consanguíneo fallecido, a la vez que ominoso y maravillo-
so, mortal e inmortal.
Me pregunté, parafraseando a Freud cuando aseveraba que la
anatomía es el destino, si el orden del nacimiento de los hermanos
también era un destino. C o m o respuesta, me vino una cita de
Freud a la mente: "La posición de un niño dentro de la serie de los
hijos es un factor relevante para la conformación de su vida ulte-
rior y siempre es preciso tomarlo en cuenta en la descripción de
una vida" (1916a).

131
Los meses transcurrían y las resistencias del padre cedían muy
poco. Cada pago mensual representaba una batalla que desgasta-
ba a Adrián y al proceso analítico. A comienzos del quinto año del
análisis, recuerda en una sesión:

Yo de chico tenía un traje del Zorro. Era el que imponía


el orden, la paz y la justicia. Ayer lo encaré al viejo en un
round (se ríe). Me estuve entrenando a la tarde pegando al
saco. Nos gritamos de todo. Me escuchó pero creo que ya
es suficiente.
Mi vieja está conmigo, quiere que no deje el tratamien-
to. Yo quiero seguir un poco más pero no mucho más. Él si-
gue jodiendo con la plata. Yo sé que no es la plata. Pero la
maneja él.
Cambia el tono de voz y mientras juguetea con su llave-
ro reflexiona:
Antes, había seres más o menos intocables: mis viejos y
mi hermana. Y ahora pegas la vuelta y ves que en la reali-
dad el armatoste es un enanito. Ves el verdadero ser que es-
taba escondido detrás de ese muñeco grandote e intocable.
Yo me sentía con impotencia, sobre todo con mi herma-
na, que era tan autoritaria y tan acaparadora. Ella lo sigue
siendo, y mis padres se lavan las manos. Fue como descu-
brir que son todos seres vulnerables con sus pros y sus con-
tras.
Antes, eran medio superiores a mí; tenían una táctica
para cada situación. Ya les encontré la vuelta. Y pensar que
me había empacado en que los iba a cambiar.

Como podemos apreciar, en el fragmento de esta sesión se po-


ne en evidencia la desidealización gradual y no paroxística del
objeto, del yo y del vínculo. Proceso fundamental, sin el cual no
existen cambio psíquico ni crecimiento posibles.
El proceso de desidealización conduce, prueba de la realidad
mediante, al retiro de la elevada investidura (maravillosa u omino-
sa) que había recaído tanto sobre el objeto sobrevalorado (positi-
va o negativamente) como sobre la omnipotencia del yo, con la
consiguiente reestructuración en el vínculo objetal.
La prueba de la realidad permite diferenciar lo que es "simple-

132
mente representado" de lo que es percibido y, por ende, instituye
la diferenciación entre el mundo interior y el mundo exterior; ade-
más posibilita comparar lo objetivamente percibido con lo repre-
sentado, con vistas a rectificar las eventuales deformaciones de
esto último.
La rectificación valorativa del objeto, del yo y del vínculo en-
tre ambos, que surge como efecto del proceso de la desidealiza-
ción, puede presentarse en forma abrupta (paroxística) o instalarse
de un modo lento y progresivo (gradual).

Desidealización paroxística

La desidealización paroxística, que se produce cuando el pro-


ceso de la desidealización ha operado anteriormente en un papel
defensivo para neutralizar la persecución, puede llevar a un de-
rrumbe melancólico del Selbstgefühl. En estos casos, la desideali-
zación se convierte en una denigración total del objeto y del yo, y
no prepara el camino para acceder a un nuevo proceso, el de la
reparación, que conduciría a saldar las deudas interna y externa
que se personifican en los resentimientos y remordimientos.

Desidealización gradual

El pago de estas deudas está condicionado a un trabajo previo,


proceso de desidealización gradual, que implica la discriminación
y el reordenamiento valorativo del yo y de objeto.
Este giro (Wendung) valorativo se produce cuando el sujeto lo-
gra asumir que, en la realidad efectiva, aquel objeto originario,
otrora sobrevalorado y desplazado hacia múltiples objetos actua-
les (el deudor externo), carece de los atributos de perfección con
que el propio sujeto lo había investido desde su principio del pla-
cer infantil. Al mismo tiempo, se atenúan los sentimientos de cul-
pa y las conductas autopunitivas ante los acreedores internos,
representantes del ideal del yo-superyó.

133
La desidealización del poder omnímodo del yo se produce a
partir de que el sujeto accede a resignar la inalcanzable misión de
dar cumplimiento a los ilimitados ideales de perfección y de com-
pletud que provienen de su autoimagen idealizada y desde los
ideales parentales. Pero conserva el vínculo con el objeto según
pautas más realistas y estables.

Antes había seres más o menos intocables: mis viejos y


mi hermano... Y pensar que me había empacado en que los
iba a cambiar.

Las condiciones para lograr la desidealización se produce sólo


después que el sujeto ha librado múltiples batallas de ambivalen-
cia, logrando desujetarse de las amarras provenientes de las cap-
turas narcisistas de su yo ideal y del ideal del yo, instancias
psíquicas ideales de la personalidad en donde moran los restos de
la omnipotencia divina en los hombres que llevan una misión de
crear y/o remodelar el objeto y el yo a su imagen y semejanza.

Final de análisis

Hablar sobre el final del análisis en la adolescencia actualiza


una problemática compleja. Implica considerar los conceptos ex-
plícitos e implícitos de enfermedad y de curación, de analizabili-
dad y de proceso analítico en general y en esta fase en particular.
Este conjunto de factores se refleja en la manera de categorizar
los elementos que se consideran pertinentes como indicadores clí-
nicos sobre el final del análisis.
La literatura de los últimos años se ha ocupado más de interrup-
ciones, situaciones de impasse, que de terminaciones propiamen-
te dichas en el análisis con adolescentes.
Las teorías clásicas del final de análisis en general se centraban
del lado del analizante y del analista, pero incluir el concepto de
campo analítico en la adolescencia se sitúa también del lado de
los padres del analizante.

134
Ante todo, el final de análisis con adolescentes impone la exi-
gencia de un trabajo psíquico adicional, por la necesidad de pro-
cesar una multiplicidad de duelos en las tres dimensiones:
narcisista, edípica y fraterna en el analizante, en sus padres y tam-
bién en el analista.
Se pueden distinguir dos criterios, que no son excluyentes, en
relación con el final de análisis.
Uno privilegia el modelo "médico de tratamiento" que supone
supresión de síntomas y cambios de los rasgos patológicos de ca-
rácter.
Otro prefiere utilizar el modelo "proceso", que apunta a una
modificación estructural concebida como lo esencial: la adquisi-
ción de nuevas estructuras de funcionamiento que jamás se hubie-
ran logrado de no mediar el análisis.
No sólo los indicadores clínicos varían según su lugar de ori-
gen. También los conceptos teórico-técnicos se modifican de
acuerdo con el nivel elegido para su conceptualización.
Para considerar la noción del fin del análisis, creo pertinente
hacerlo desde la noción de proceso de cambio psíquico estructu-
ral, coherente con la perspectiva desde la cual abordo esta rela-
ción; proceso que es un conjunto interminable. Lo interminable es
la permanente reestructuración a la que se ve enfrentado el anali-
zante en todas sus instancias psíquicas, en interrelación perma-
nente con la realidad material y social.
Lo interminable sería la interminabilidad del proceso, la bús-
queda del crecimiento mental y de la integración a través del aná-
lisis y del autoanálisis ulterior.
Freud, en el capítulo VII de "Análisis terminable e intermina-
ble", sostenía:

No tengo el propósito de aseverar que el análisis como


tal sea un trabajo sin conclusión. La terminación de un aná-
lisis es, opino yo, un asunto práctico. Uno no se propondrá
como meta limitar todas las peculiaridades humanas en fa-
vor de una normalidad, ni demandará que los "analizantes
a fondo" no registren pasiones ni puedan desarrollar con-
flictos internos de ninguna índole. El análisis debe crear las

135
condiciones psicológicas más favorables para las funciones
del yo; con ello quedará tramitada su tarea.

Por fin, no olvidemos que la relación entre analista y paciente


se funda en el amor a la verdad, es decir, a la aceptación de la rea-
lidad, libre de toda ilusión, engaño. Verdad, tolerancia al dolor
psíquico producido por el rechazo de toda ilusión o engaño se de-
finieron entonces como meta general del psicoanálisis.
Esta división instrumental entre metas curativas y transforma-
ciones estructurales con relación a verdad, dolor, conocimiento,
aprendizaje e identificación podría proveer de datos evaluables y
procesables.
Pero, en el mismo capítulo, Freud sostenía que no sólo la cons-
titución yoica del paciente, también la peculiaridad del analista
demanda su lugar entre los factores que influyen sobre las pers-
pectivas de la cura analítica, y dificulta ésta tal como lo hacen las
resistencias.
En este sentido, resultaría útil tomar en consideración lo concer-
niente a la personalidad del analista, sus remanentes neuróticos y/o
psicóticos, el papel de la contratransferencia, las vicisitudes en la
interacción de la pareja paciente-analista. Resultaría útil, por
ejemplo, poder detectar las motivaciones inconscientes que ac-
túan en el analista; sea para querer "retener" al analizante, prolon-
gando su análisis, o bien para desear la terminación prematura de
éste para "librarse" de aquél o para apresurar la terminación de un
análisis considerado "satisfactorio" por razones narcisistas.
Analizar significa etimológicamente des-ligar, des-atar, romper
algún falso enlace, revelar un autoengaño, destruir una ilusión o
una mentira. Lo que caracteriza al proceso analítico es el movi-
miento conjunto de profundización dentro del pasado y construc-
ción del porvenir. Si un trabajo analítico es posible, es porque el
sujeto y el analista piensan que la exploración del pasado permi-
te la apertura del porvenir.
Porque las series complementarias no constituyen un determi-
nismo mecánico y porque se puede salir por la interpretación y la

136
construcción del eterno presente atemporal de las fantasías in-
conscientes. No olvidar que la historia del sujeto constituye una
dimensión esencial de lo que hay que develar en un psicoanálisis.
El término final del análisis apunta por sí mismo a un concepto
relacionado con la temporalidad.

Final del análisis como un momento de pasaje diferenciado


durante el proceso analítico

Siempre que analista y analizante puedan estar libres de todo


tipo de presiones, el tema de la terminación surgirá solo y en for-
ma espontánea en el momento oportuno y como consecuencia
natural de la interacción dinámica desarrollada entre ambos par-
ticipantes o de la evolución alcanzada en el proceso analítico. Pa-
ra lo cual se requiere tener una actitud de atención flotante frente
al problema de la terminación del análisis, ya que éste debiera ser,
como todo momento del proceso al que se llega sin que nadie se
lo proponga, algo que no está sujeto a ningún otro saber que no
sea el de la escucha. Esto nos enfrenta a determinar la fecha de fi-
nalización del análisis a partir del material que nos presenta el pa-
ciente.
Partimos de la suposición de que existió un momento de dispa-
ro, a partir del cual arranca un período cualitativamente distinto
que inaugura un segmento específico del proceso analítico: un pe-
ríodo de terminación.
El disparador del proceso de terminación sería un salto cualita-
tivo que se expresa mediante un cambio fenoménico observable
tanto en la variación del relato como en la diferente circulación
afectiva. Coincide con un clima afectivo mucho más laxo y expre-
sivo que en los primeros años del tratamiento.
El relato apunta a experiencias que se "cierran" o se "terminan",
no planteadas en forma manifiesta en relación con el tratamiento.
Además el analizante retira funciones yoicas que había depositado
en el analista y las recrea dentro de sí, ejerciéndolas en la sesión
misma; reflexiona además sobre el transcurso del análisis.

137
El final de análisis es una dura prueba para el narcisismo del
analizante, de los padres del analizante y del analista, y reactiva a
la vez antiguos síntomas.
En el mes de mayo de su quinto año de análisis, Adrián mani-
fiesta su estado de bienestar y comienza a efectuar una mirada re-
trospectiva acerca de su proceso analítico.

A los doce años tuve un fuerte ataque de asma sin inter-


nación y a los dieciocho tuve otro episodio agudo en don-
de me internaron y me dieron corticoides. Fue en ese
momento cuando mi mamá me intimó a que me analizara.
Yo no quería, tenía prejuicios. Para mí los que se psicoana-
lizaban eran locos. Ahora, después de cinco años de trata-
miento, siento que se está cerrando un ciclo. Es una
sensación, el ciclo se ha cumplido y está llegando a su fin.
Últimamente me da un poco de fiaca venir, no siento
necesidad, me siento bien.

Yo también percibo un cambio. Existe una variación en el ca-


rácter dinámico de la situación analítica en los dos niveles: el con-
tenido ideativo por un lado y la circulación afectiva por el otro.
Evoco cómo había llegado deformado por la ingesta de corticoi-
des y lo comparo con su actual expresión, alegre y diáfana.
Acuerdo que podemos empezar a pensar acerca de la finaliza-
ción de esta fase y empiezo a percibir los movimientos inaugura-
les del trabajo del duelo concerniente a la finalización de nuestro
vínculo en la tarea psicoanalítica. Comienzo a interrogarme si yo
me he modificado a partir de nuestra relación y evidentemente ad-
vierto que Adrián ha generado mutaciones en mí.

Irme de casa y emanciparme es toda una decisión. Ne-


cesito conseguir emanciparme económicamente. Tengo
ganas de hacer un proyecto junto a Marieta, tengo ganas de
irme a vivir con ella y asumir una serie de responsabilida-
des que no sé si quiero asumir. No sé si quiero irme con Ga-
briel primero a Europa por dos o tres meses. No sé bien qué
quiero.
Le pregunto si tal vez él no sepa si quiere terminar el tra-
tamiento conmigo.

138
Irme de acá es como empezar una nueva carrera, y no
es tan terminante. Uno puede ir marcha atrás, creo que acá
puedo volver, no es irreversible. Esta situación es diferente
que irme y volver a casa, no me gustaría volver a vivir con
mis viejos y con mis hermanas, lo sentiría como una derro-
ta; en cambio, volver acá no sería una derrota sino un cam-
bio de estrategia simplemente.
Todavía me cuesta un poco asumirme más adulto, me
gustaría sentirme todavía adolescente. (Se ríe con picardía.)
Yo todavía soy un adolescente porque quiero lisa y llana-
mente. Uno pasa a ser adulto cuando llega a ser adulto y no
podés evitarlo y es irreversible. No sé, es preferible que nos
separemos antes que nos coma la rutina. La rutina es des-
tructora.
Le interpreto que hoy empiezan una serie de despedidas
y que tal vez él prefiera saltearlas.
Creo que sí. El problema es que no me queda otro cami-
no. Siento que el ciclo aquí se está cerrando y yo estoy tra-
tando de evitarlo lo máximo posible. Son etapas que uno
pasa, como te pasa en el secundario.
Cuando estás en el último año decís "quiero terminar" y
cuando terminás decís "quiero volver"; pero bueno, tengo
estos vaivenes también acá. Mi vida es como un barco que
va y viene según como me levante.

Le señalo que hoy acordamos transitar la última etapa del pro-


ceso analítico. Etapa que se extendió a lo largo de cuatro meses en
los cuales se elaboraron algunos de los duelos inherentes a la fina-
lización del análisis en él, en sus padres y en mí.
A las dos semanas que hemos convenido iniciar la fase de la
terminación, la madre fue internada en un sanatorio por una seria
enfermedad. Transcribo a continuación y como cierre de la pre-
sentación del proceso psicoanalítico de Adrián, un fragmento de
una sesión en la que, en cierta medida, se ponen en evidencia el
trabajo elaborativo y de superación de la fantasía familiar de los
vasos comunicantes y la desactivación de la autoimagen narcisis-
ta del burrito carguero.

Una cosa es tener que bancar una situación y otra cosa


es llevarla encima.

139
A mi vieja le encanta cargar con culpas ajenas.
Cualquier culpa que ella ve por allí se la carga en el lo-
mo y se la lleva como si fuera un burrito culpero...
Ella es muy generosa, no puede decir no. Lo máximo
que puede decir es: Vamos a ver. Tiene un instinto de decir
a todo sí.
Uno tiene papeles en la medida en que los acepta.
Cuando a uno no le gusta más ese papel, no se deja car-
gar con todas las culpas.
Yo no me quiero hacer más cargo de los problemas de
mi hermana. En casa, entramos en un revoltijo en donde de
pronto todos somos culpables de todo.
Todo se mezcla, se revuelve todo, y el problema pasa a
ser una cuestión familiar, universal, global. Y así se echa la
culpa del problema al sistema y no a uno.
Yo quiero terminar con ese boludeo. Quiero ser frontal.
Hoy le dije a mi mamá: Vos sos la enferma porque te tocó
estarlo, pero no sos culpable de estar enferma. Hasta se
siente culpable porque la atendemos y estamos tristes. Yo
creo que la excesiva preocupación la enfermó. Por eso me
enojo con ella, para que no siga preocupándose más.
Por todo se preocupó y sigue preocupándose. Mi vieja
es el burrito carguero de la familia. Yo, ya no. Se acabó. No
soy responsable de las actitudes de los otros, sí de las mías.
Antes, cualquier culpa que flotaba y que no tenía dueño me
la agarraba yo. Esta vez no tengo nada que ver. Basta, se ter-
minó.

140
9. El chancho inteligente.
La resignificación de las identificaciones
en la adolescencia

Y el fin de nuestra búsqueda será llegar adonde


comenzamos y el lugar conocer por vez primera. Por la
desconocida puerta que recordamos.
T. S. Eliot

Introducción

Octavio Paz (1990) señala:

... la libertad es la dimensión histórica del hombre. La li-


bertad es una perpetua invención. Los agentes del destino
son los hombres, y los hombres conquistan la libertad cuan-
do tienen conciencia de su destino.
La libertad se disipa si no se realiza en un acto. Le pasa
lo que a la paloma de Kant: para volar necesita tanto la re-
sistencia del aire como la atracción hacia el suelo, la fuer-
za de la gravitación. La libertad, para realizarse, debe bajar
a la tierra y encarnarse entre los hombres. No le hacen fal-
ta alas sino raíces. Es una simple decisión —sí o no— pero
esta decisión nunca es solitaria; incluye siempre al otro, a
los otros.

Intentaré desarrollar los orígenes, las raíces de la genealogía de


ciertas identificaciones arcaicas que alienaron a Amalia S., o "el
chancho inteligente", en las historias secretas de las generaciones
que precedieron a su nacimiento.
Identificaciones alienantes, porque ha permanecido cautiva de

141
ellas para cumplir una misión singular al servicio de regular al
"otro". "El 'otro'significa: el narcisismo parental y la identificación
con el mismo" (Faimberg, 1985).
A medida que se recurre al estudio de los orígenes, se aborda
el descubrimiento del ser. La indagación sobre la identidad parte
del estudio de las raíces.
El hombre no crece sino hundiendo sus raíces en la historia que
lo alimenta. Aquel que no puede mantener viva la comunicación
con el pasado se asemeja a un árbol que se va en ramas pero no
da frutos.
Recordemos que Freud asevera en sus dos últimos artículos
técnicos, "Análisis terminable e interminable" y "Construcciones
en psicoanálisis":

El trabajo terapéutico consistiría en librar el fragmento


de verdad histórico-vivencial de sus desfiguraciones y
apuntalamientos en el presente real objetivo, y resituarlo en
los lugares del pasado a los que pertenece. En efecto, este
traslado de la prehistoria olvidada al presente o al futuro es
un suceso regular también en el neurótico (1937a, p. 269)...
la rectificación con posterioridad (Nachtraglich) del proce-
so represivo originario, la cual pone término al hiperpoder
del factor cuantitativo, sería entonces la operación genuina
de la terapia analítica (1937b, p. 230).

A continuación plantearé: a) la importancia de la resignifica-


ción en las identificaciones del adolescente, y b) la arqueología y
la historia en el proceso psicoanalítico.
Ilustraré estos temas a través de la transcripción de las entrevis-
tas de una adolescente de 18 años que, luego de siete años de su
consulta inicial, no ha tomado la decisión de comenzar un trata-
miento psicoanalítico, sin el cual jamás accederá a librarse de sus
amarras de ciertas identificaciones alienantes y no podrá, por en-
de, acceder a la necesaria confrontación.
Un mes antes de la finalización de sus estudios secundarios,
Amalia S. me consulta por iniciativa propia. Varios son los moti-
vos manifiestos: su dificultad para formar una pareja, su excesivo

142
sobrepeso (23 kilos) y, fundamentalmente, saber si su decisión de
iniciar estudios terciarios fuera del país es realmente una situación
de huida o una auténtica elección. Me aclara que ya tiene la fecha
para partir y el lugar reservado en la universidad. Finalmente de-
sea saber si a través de las entrevistas ella requerirá comenzar con
un tratamiento psicoanalítico en el exterior. Vive con su madre de
44 años, su padre de 50, y con un hermano un año menor que ella.
Su hermana, casada y sin hijos, es cuatro años mayor.

A los 13 años, un mes antes de que me desarrollé, em-


pezó la época catastrófica. No sabía a qué clase pertenecer,
si estar junto con mi hermano o junto con mi hermana. No
terminé de ser nada. Mi papá me decía que yo soy un chan-
cho inteligente. Me llevaba a pesarme todos los días en la
balanza que él tiene en su dormitorio. Yo quiero desengan-
charme de mis padres porque no los quiero bien. Los vivo
agrediendo, vivo pateándolos.
Yo quisiera que mi vida sea paralela a la de ellos, que
ellos hagan sus vidas y yoyla mía.
Así como las paralelas no se unen, tienen una relación
constante pero no se cruzan. Así como existe una referen-
cia entre las dos, pero sin llegar a ser una dependencia,
también así yo pongo o interpongo mi cuerpo entre ellos y
salgo golpeada.
Yo entendía las cosas con el bocho pero no podía prac-
ticarlas. "Tengo para largo", me dije, "tengo que convivir
conmigo", y entonces aprendí a estar sola. Pero no quiero
estar sola. Estando sola, empecé a deprimirme y a comer.

En la segunda entrevista comenta:

Mi nombre es Amalia Sonia. Sonia es el nombre de la


mamá de mi padre, que murió cuando mi papá tenía 13
años. Yo firmaba Amalia y el apellido, y él me obligaba a
poner la S. con el punto.
Yo no sé por qué a mí nunca me gustaba poner la S. Yo
creo que voy a hacer mi desenganche fuera de este país. El
viaje es un catalizador de procesos. El problema es el tiem-
po que pierdo todavía en pateara mis padres, esto ya no tie-
ne sentido. Ellos estuvieron por separarse el año pasado y la

143
otra vez hace tres años. Pero estoy segura de que no se se-
paran porque se quieren. No, no creo que lleguen a sepa-
rarse. Yo siento que todo esto no me deja crecer. Quisiera
conseguir que cuando yo haga algo me importe un pepino
lo que opinen los demás. Soy una persona que me preocu-
pa mucho lo que mi papá va a pensar. Me agarra taquicar-
dia cuando me pregunta, un tipo de inquisición. Tiene que
haber un desenganche de mí, de cuerpo y alma.
Por eso quiero que este viaje no sea una huida, pero
además sé que debo irme. Qué lío, ¿no? (Pausa.)
¿Por qué será que mi papá es tan ordenado y meticulo-
so? Todo en la vida tiene que encarpetar. Él me objeta en to-
do lo que hago que no sea para ellos. Aparece una escena
de celos. Cualquier cosa que yo pueda brindar a los demás,
me dice que es una estupidez, que me va a quitar tiempo,
siempre encuentra un reproche y un porqué. Con mi mamá
es igual. Ella lo tuvo que superar más o menos con el nego-
cio que se puso para respirar un poco de él.
Hace dos meses me dijo que si no adelgazo no me voy
del país. Él lo puso como incentivo para que yo rebaje de
peso. Desde hace dos años, desde los 16, me controlaba
una vez por semana. Cuando él tenía ganas me decía "¡Ma-
ñana te voy a ver en mi balanza!". Todos en mi familia son
grandes pero flacos. Yo no tengo miedo de ser obesa. Yo ten-
go que demostrarle que sus métodos son ridículos. Entonces
le escribí una carta de dos hojas, muy grande, puntualizan-
do punto por punto. Que por qué tiene necesidad de verme
sobre la balanza, que a mí me da ganas de hablarle, que no
tiene sentido lo que él hace. Que me entienda que no pue-
de ser. Que mi cuerpo es mío. Él puede aconsejarme, pero
no puede estar haciéndome como un control de calidad.
Después de esta carta no lo hizo nunca más (pausa).
¿De qué me sirve vivir pateándolos? ¿De qué me sirve
comer para agredirme? Si hay cosas que ya están. No me
gusta verme así, gorda, ni en una actitud de ataque. Yo
quiero vivir al tanto de lo que a ellos les pasa. Ellos hicie-
ron sus vidas como quisieron y son enteramente responsa-
bles. Yo no puedo cargar con las responsabilidades de sus
vidas también. Porque yo siento que la carga depende un
poco de mí. De cómo ellos puedan andar entre ellos. Co-
nozco casos peores que el mío. Pero, bueno, tengo que so-
lucionar el mío. mí siempre me costó hacer cosas por mí.

144
Después de cinco años de vivir en el extranjero, Amalia S. me
llama por teléfono porque desea concertar una entrevista. Me
aclara que se encuentra de paso por Buenos Aires.
Entra contenta, elegantemente vestida, se quita el chai y el
abultado abrigo con lentitud, suspira con resignación y sonriendo
me dice:

Sigo peleándome con mi cuerpo, ¡qué puedo hacer!


Hay momentos en que bajo de peso pero soy muy incons-
tante. Durante estos años logré recibirme de licenciada en
trabajo social. Me encanta lo que hago.

Luego comenta que finalmente sus padres se han separado ha-


ce seis meses, y que fue el padre el que le envió un pasaje para
que viniera a visitarlos. Incluso le ofreció comprar un departamen-
to para que se instalara cerca de ellos. Amalia S. no aceptó la pro-
puesta; desea vivir lejos del país. Durante estos años mantuvo
relaciones "nada serias" con algunos compañeros de la universi-
dad y, aunque no tomó la decisión de iniciar un tratamiento ana-
lítico a pesar de mis sugerencias, persiste en ella una pregunta que
la acecha desde siempre: "¿Por qué será que cuando me veo en el
espejo empiezo a insultar a mi padre? ¡Es más fuerte que yo!" A
continuación saca de la cartera una fotocopia con el árbol genea-
lógico de la familia del padre y comenta que fue precisamente su
papá el que se encargó de armarlo en forma minuciosa. Se entera
entonces de que su abuela Sonia se casó a los 30 años. Que no pu-
do ocuparse bien de la crianza de sus hijos porque después de ca-
sada se enfermó de asma y que además era muy obesa; fue el
abuelo quien se hizo cargo de la educación de su padre y de su
tío. "Porque, no sé, doctor, si usted recordará que ella murió cuan-
do mi papá tenía 13 años. Mi abuelo no volvió a casarse, falleció
ocho años después." Expresa su deseo de formar en un futuro una
familia con varios hijos, pero sin apuro.
Le reitero la necesidad de no postergar más la iniciación de un
proceso analítico.
Luego de dos años me envía una carta:

145
Querido Luis:
¿Cómo está? Pasé por Buenos Aires por un mes para vi-
sitar a mi familia y conocer a mi nueva sobrina. Este año no
sentí necesidad de pedirle una sesión, pero no quería irme
sin dejarle al menos un saludo por escrito.
Quiero comentarle que poco antes de venir a Buenos
Aires de visita concreté la compra de un pequeño departa-
mento, por lo que estoy muy contenta.
En mi trabajo me va muy bien. Trabajo hace casi un año
en un servicio social para la municipalidad de mi ciudad y
no casualmente me especializo en "violencia de la fami-
lia". Poseo la autoridad para participar (personalmente o
por medio de informes escritos) en juicios de divorcio, te-
nencia de menores, régimen de visitas, matrimonio de me-
nores, etcétera.
Como ve, avanzo a pasos agigantados, aun para el ritmo
de ascenso de este país. Esto no me extraña, ya que, fuera
de enorme capacidad, yo siempre corrí más rápido que la
pelota..., ¿no?
Reciba mi saludo cariñoso.

Previo a su advenimiento al mundo, Amalia S. ya estuvo pre-


destinada, desde los deseos del padre, a ser la obesa de la familia,
porque había sido programada para ocupar el lugar de su obesa
abuela fallecida cuando el padre de Amalia S. tenía 13 años.
La abuela paterna se había transformado en un "muerto-vivo"
del padre, y a los 13 años Amalia S. la materializó en su propio
cuerpo. Reeditaba así entre ella y su padre la relación sadomaso-
quista que el propio padre mantuvo y aún mantiene con su madre
en un interminable duelo que no logra resignar.
Amalia S. permaneció finalmente identificada como el "chan-
cho inteligente", resignificando en su adolescencia esta marca
identificatoria que precedió a su nacimiento biológico. Este caso
ilustra que la identificación arcaica es producto de una situación
identificatoria compleja que se despliega en dos tiempos, a seme-
janza de la situación traumática.

146
La resinificación en el recambio identificatorio
de la adolescencia

El individuo humano tiene que consagrarse a la gran tarea de


desasirse de los padres; solamente tras esa suelta puede dejar de
ser niño para convertirse en miembro de la comunidad social...
Esta tarea se plantea para todas las personas;
es digno de notar cuán raramente se finiquita de la manera ideal,
es decir, correcta tanto en lo psicológico como en lo social.
Freud (1916b)

La teoría de la identificación en dos tiempos es nodular e inse-


parable del proceso de historización.
De los dos tiempos de la identificación del "chancho inteligen-
te", el primero, el de la infancia, permanece latente hasta que el
segundo, el de la adolescencia, ligue las protoidentificaciones la-
tentes y las haga aparecer como identificación.
El primer tiempo de la identificación permanece mudo hasta
que la Nachtraglich le permite hablar. El tiempo mudo, "protoi-
dentificación" de la identificación, es tan inasimilable, irrepresen-
table, innombrable como la misma pulsión de muerte. El análisis
se podría definir, según Baranger, Baranger y Mom (1987) como
"historización versus la repetición de la pulsión de muerte".
El proceso identificatorio es siempre complejo; pone en juego
tanto el mundo interno como el mundo externo; activa toda una
fantasmática en sus aspectos universales y en la forma que ha
adoptado en la historia individual, y altera los equilibrios alcanza-
dos en la lucha de la libido con la pulsión de muerte.
En la medida en que la constitución de la identificación se des-
pliegue —resignificación mediante— en dos tiempos, el segundo
movimiento en torsión operará en sentido regresivo, dando por
una parte significado traumático a la identificación potencial y,
por otra parte, inaugurando el movimiento de la libido, que tien-
de a abandonar sus posiciones más adelantadas y a regresar a eta-
pas anteriores. Es así como se produce una separación de los

147
elementos que estaban mezclados: se anulan los eróticos que es-
taban ligados a los elementos destructivos característicos de las fa-
ses sádicas, y estos últimos, al liberarse, imponen al sujeto nuevos
esfuerzos defensivos.
Recordemos que Amalia S. intentó emplear la distancia geográ-
fica con el viaje a un país muy lejano, como medio defensivo para
alejarse de su historia traumática de "chancho inteligente" —histo-
ria que en realidad concernía a su padre, pero con la cual perma-
neció identificada— y poder así acceder a una vida exogámica.

Soy una persona que me preocupa mucho lo que mi pa-


pá va a pensar. Me agarra taquicardia cuando me pregunta,
un tipo de inquisición. Tiene que haber un desenganche de
mí, de cuerpo y alma.
Por eso quiero que este viaje no sea una huida, pero
además sé que debo irme. Qué lío, ¿no?

Esta situación paradójica retiene al sujeto en una relación am-


bigua con el otro, con su cuerpo y con la temporalidad. Situación
que reanima el sentimiento ominoso por el desvalimiento que pre-
senta el yo ante la repetición, no deliberadamente elaborada, que
le impone lo fatal e irreversible de ese "otro", que no es efectiva-
mente algo nuevo o ajeno sino algo familiar a la vida anímica, só-
lo enajenado de ella por el proceso de la represión. Ese otro,
destinado a permanecer en lo oculto, ha salido a la luz: lo Un-
heimlich del doble (Freud, 1919a).

Doctor, persiste en mí una pregunta que me acecha des-


de siempre: ¿por qué será que cuando me veo en el espejo
empiezo a insultar a mi padre1 Es más fuerte que yo.

El adolescente ante el espejo

El yo es, ante todo, un yo corporal; no es solamente


un ser de superficie sino que él mismo es la proyección
de una superficie.
Freud (1921)

148
A los 13 años empezó la época catastrófica. Un mes an-
tes de que me desarrolle. Me sentía algo rara, que no enca-
jaba bien en ningún lugar. No sabía a qué clase pertenecer,
si estar junto con mi hermano o junto con mi hermana. No
terminé de ser nada, porque no. Me quedé en esa cosa gor-
da que al final no era nada. Mi papá me decía que yo soy
un chancho inteligente, me llevaba a pesarme todos los
días en la balanza que él tiene en su dormitorio.

Amalia S. permaneció retenida en un desafío tanático con sus


padres, aunque la distancia geográfica le permitió alejarse de los
ofrecimientos y las seducciones verbales, afectivas y materiales de
su padre, que aún en la actualidad operan como técnicas de reen-
ganche para seguir ejerciendo el control y el maltrato por los su-
puestos agravios no superados que padeció de su propia madre, a
semejanza de la dinámica del juego del carretel descrito por Freud
en "Más allá del principio del placer".
El viaje de Amalia S. no catalizó el proceso de desenganche de
sus padres. Sus preguntas, formuladas hace siete años, continúan
aún sin respuesta, porque requieren un proceso analítico que im-
plemente la historización y neutralice la compulsión repetitiva de
la pulsión de muerte.

¿De qué me sirve vivir pateándolos? ¿De qué me sirve


comer para agredirme? Si hay cosas que ya están. No me
gusta verme así, gorda, ni en una actitud de ataque. Yo
quiero vivir al tanto de lo que a ellos les pase.

Arqueología e historización en el proceso analítico


del adolescente

Laplanche señala que en el análisis partimos de dos vías com-


plementarias desde el comienzo: la vía arqueológica y la vía his-
tórica.
La vía arqueológica es la exhumación y el conocimiento de los
vestigios materiales dejados por el pasado. Estos vestigios "mate-
riales" son, en el caso del psicoanálisis, recuerdos más o menos la-

149
cunares, más o menos fragmentarios, de escenas, de personajes.
Al lado de esta vía arqueológica, de exhumación, está la vía his-
tórica, de reconstrucción de la síntesis del pasado, del estableci-
miento de conexiones significativas; por ejemplo, conexiones
causales.
La investigación y la cura psicoanalíticas tienen un doble as-
pecto, arqueológico e histórico, tal vez inseparable: exhumación
de restos de las famosas "escenas", es decir, puesta en relación. Es-
tamos convencidos de que ambos son indispensables, pero la ex-
humación sin volver a dar forma no es nada, puesto que
finalmente habría una subordinación del aspecto arqueológico al
aspecto histórico, por ser la relación analítica un verdadero reteji-
do de una historia, una función nueva de elementos enfriados, en
una situación caliente (la transferencia) (Laplanche, 1983).
El telescopaje de generaciones implica un tiempo clausurado y
repetitivo. Dice Laplanche:

La evolución del niño no es lineal ni autónoma. No pue-


de describírsela como una pura y simple sucesión cronológi-
ca. Muy pronto, de entrada, el niño está sometido a la
irrupción, por parte de los adultos, de actos, de comunicacio-
nes, de prescripciones que sabe que tienen un sentido, pero
no puede decir cuál es ese sentido. Si ustedes quieren, el ni-
ño tiene el texto sin el diccionario, la cerradura sin la llave...
La mayor parte de los recuerdos arcaicos de nuestros
analizandos están en algún lado marcados por este carác-
ter: la verdadera intrusión de mensajes enigmáticos, como
venidos de otro planeta, en el mundo infantil.

Mi nombre es Amalia S. Sonia es el nombre de la mamá


de mi padre, que murió cuando mi papá tenía 13 años. Yo fir-
maba Amalia y el apellido, y él me obligaba a poner la S. con
el punto. Yo no sé por qué a mí nunca me gustaba poner la
S. Yo creo que voy a hacer mi desenganche fuera del país.

El padre le entrega, luego de cinco años de su partida, un deta-


llado árbol genealógico, porque intuye que las raíces de encade-
namiento de los pesares en las que ambos están inmersos guardan
ciertas conexiones con el mito de sus orígenes.

150
Ya señalé (1986b) que el conocimiento del mito de los orígenes
representa una necesidad estructurante para todo sujeto, porque
sólo así se reconocerá diferenciado de las historias secretas de las
generaciones que lo precedieron. Y podrá acceder a configurar
una temporalidad subjetiva y discriminada. La posibilidad de des-
cubrir, interpretar e integrar el mito subyacente en la cultura, en la
familia y en el individuo es lo que permite superar la radical esci-
sión de la condición humana (Montevechio, Rosenthal, Smulever
y Yampey, 1986).
Pero tanto el padre como la hija están impedidos de desentra-
ñar por sí mismos, sin la ayuda de la historización en un proceso
analítico transferencial con el analista, la naturaleza del mito de
sus orígenes, por la imposibilidad de integrar sus reminiscencias,
que han permanecido aisladas y coartadas de sus lazos y cadenas.
Recordemos que Freud dice que el neurótico sufre no de re-
cuerdos sino de reminiscencias. Esto tiene la apariencia de ser una
mera distinción terminológica, una distinción, incluso, filosófica,
ya que el término "reminiscencia", ha sido tomado de Platón. Sin
embargo, es de una extrema profundidad. ¿Qué quiere decir este
término "reminiscencia", tanto en la teoría de Platón como en la
de Freud? La reminiscencia es un recuerdo sin sus orígenes, corta-
do de sus raíces. Se trata de algo vago a veces; recuerdo, diríamos,
de otra vida, de otro planeta. Un recuerdo sin saber de dónde vie-
ne, sin saber incluso que se trata de un recuerdo. Precisamente en
el neurótico, y más en particular en la histérica, ya que la fórmula
es que la histérica sufre de reminiscencias de algo que proviene
del pasado pero que no está ligado a él, sino que está allí y la ha-
ce sufrir en el presente (Laplanche, 1983).
En este caso, el "chancho inteligente" opera como una reminis-
cencia o como un cuerpo extraño interno, y se convierte tanto pa-
ra el padre como para la hija en el punto de partida de sus
comportamientos más incomprensibles y generadores de sufri-
mientos innecesarios, que prohiben en ambos la posibilidad de
acceder a comprometerse, sin zozobrar y con arraigo, a una vida
exogámica libre de este objeto anacrónico, enigmático y rebelde
a la historización.

151
Localizar, exhumar y descubrir la tumba de Tutankamón —que
en este caso específico sería ubicar la fuente de los síntomas de
angustia y también de deseo desde la doble aspiración psicoana-
lítica (arqueológica e histórica) que representa la muerte de la ma-
dre para el padre, los efectos patógenos resignificados en el
vínculo narcisista con su hija y la incidencia de esta prehistoria
paterna en la historia identificatoria de Amalia S.— constituirían
tareas privilegiadas para librar el fragmento de verdad histórico-
vivencial de las desfiguraciones y los apuntalamientos en el pre-
sente real objetivo (materializado en el cuerpo de A m a l i a S.),
restituirlo a los lugares del pasado a los que pertenece (al vínculo
ambivalente, en la situación histórica a la vez culpógena y resen-
tida del huérfano niño-padre con su madre muerta), y señalar, ade-
más, en qué medida y cómo la adolescencia participó y participa
en la plasmación y la vigencia de este inútil combate, que alber-
ga una vana e insistente esperanza transmitida a lo largo de un in-
terminable duelo transgeneracional.
Si bien Amalia S. efectúa una reparación sublimatoria de su si-
tuación traumática familiar, a través del ejercicio profesional co-
mo trabajadora social, para que reinen la paz, la justicia o la razón
en familias desavenidas, no logra, en cambio, promover una bús-
queda de reparación de sí misma mediante el pedido de trata-
miento psicoanalítico.
Se podría suponer que entraría en juego el telescopaje de una
culpa tan profunda y enigmática que inhibe sus derechos al cam-
bio, a quebrar la sentencia compulsiva de su padre y de su abue-
la con un destino inexorable de sufrimiento.
¿Será que A m a l i a S., a pesar de mis reiteradas indicaciones
acerca de la conveniencia de no dilatar más el comienzo de una
terapia analítica, intenta reeditar conmigo el vínculo sadomaso-
quista que mantiene con su padre, para que yo la obligue y la so-
meta a subir varias veces por semana a la balanza-diván y sentirse
violentada en su elección?
¿O será más conveniente esperar, acompañándola en este vín-
culo epistolar hasta que maduren en ella el deseo y la necesidad
de recibir la ayuda de un tratamiento psicoanalítico?

152
10. La resignificación de la adolescencia en el análisis
de adultos

La resignificación en el adolescente y en sus padres

"Yo los heredo todos los días." Éstas son palabras textuales de
Javier, un analizante de 38 años que, en su cuarto año de análisis,
recordó que cuando cumplió sus 13 años empezó una verdadera
campaña de destrucción por parte de su padre, quien, entre otras
causas interdependientes, había resignificado los complejos edípi-
cos y fraternos no superados de su historia infantil y adolescente
con su propio hermano menor, Miguel, quien precisamente tenía
1 3 años cuando falleció el abuelo de Javier.

"Yo no tengo más obligaciones ni responsabilidades",


así me dijo mi padre cuando cumplí 13 años. En esa época
comenzó una etapa de competencia y descalificación per-
•manente.
Lo único que le importaba era demostrar que él era más
que yo. Me comparaba con su cultura y con su educación
europeas.
Cuando volvía del colegio, me hacía preguntas y más
preguntas sobre lo que estudiaba, y cuando no lograba res-
ponderle, terminaba sintiéndome lastimado e impotente.
Hay algunas frases que no puedo olvidar:
"Vos vas a hablar conmigo cuando sepas la mitad de lo
que yo me he olvidado."
Cuando me iba mal en un examen, me decía burlona-
mente: "Si te fue mal, no te preocupes, yo ya tengo un
quiosco preparado para vos." Otras veces nos decía, a mi
hermana y a mí, que los hijos son como cuervos ("Cría
cuervos y te sacarán los ojos"), y que él nos tuvo únicamen-
te a nosotros porque era suficiente con traer dos hijos al
mundo para sufrir.

153
También mi madre se comparaba con nosotros.
Cuando me compraba algún juguete, decía: "Te lo doy,
pero yo no tenía nada de esto en mi casa." Ella siempre me
recordaba su infancia de pobreza y me hacía sentir re-mal
(pausa).
Mi adolescencia fue un verdadero holocausto.
Mi papá tenía 15 años cuando falleció su padre; mi tío
Guillermo, 17, y mi tío Miguel, 13.
Miguel era el privilegiado de mi abuela, y mi papá siem-
pre hablaba muy mal de él: que era un loco, que era un va-
go; pero lo que yo recuerdo de él era que siempre trabajó.
Yo también era un vago para mi papá. Siempre estable-
cía un paralelismo entre mi tío y yo.
Creo que había algo de hermanos entre nosotros dos, y
a los dos mi papá desvalorizaba. Yo no fui un hijo para él,
fui simplemente un competidor más (pausa).
A mi tío Miguel siempre lo desvalorizaban y le hacían el
dos contra uno. Mi papá se unía en complicidad con mi tío
Guillermo y lo provocaban, lo "gastaban".
Mi tío Miguel me contó que mi papá y mi otro tío no le
permitieron entrar en la sociedad de la familia. Le prome-
tían pero no lo cumplían, y lo mismo pasó conmigo; mi pa-
dre no me dio lugar en la empresa y me trató de vago, y
también yo fui creando resentimientos contra él.
Me acuerdo que una vez mi tío Miguel vino decidido a
matar a mi tío Guillermo porque siempre lo dejaba mal pa-
rado. En cambio, mi papá iba menos al frente, era más zorro.
No sé por qué será, pero en este momento me acuerdo
del día en que me llamaron para que reconociera el cadá-
ver de mi tío Miguel, que murió a los 55 años.
En aquel momento no me había dado cuenta de cuán-
tas cosas en común tengo yo con él, por lo menos en los pa-
decimientos.

En otra sesión comenta:

Tengo 38 años y sigo enganchado en esta trampa de re-


sentimiento y de impotencia.
El rencor me traba. Lo tengo con mi papá, con mi ma-
má, con mi hermana, con mi exmujer, con mis hijos y con
mis socios.
Tengo bloqueados mis sentimientos hacia ellos.

154
Creo que tengo sentimientos, por eso digo "bloquea-
dos", y creo además que me quitan mucha energía. Todo
este tema interno me paraliza (pausa).
Siempre estoy tenso, alerta para saber de dónde va a ve-
nir la próxima burla o ataque.
No se merecen que yo sienta cariño por ellos.
Porque me entrenaron muy bien para hacer las cosas
por compromiso, para aparentar.
Yo con ellos quedo bien por fuera, pero por dentro "los
heredo todos los días".
Analista: O sea que por dentro los mata todos los días. Y
de ese modo permanece prendido a ellos a través de un re-
clamo y de una esperanza interminables.
El tema de la herencia en mí desempeña un papel im-
portante, porque siento que el día que se muera me va a de-
volver lo que me quitó.
Mi papá siempre manejó el poder con el dinero. El me
prometió comprarme un auto cuando cumpliera los 18
años y me traicionó.
Desde los 13 años empezó el bendito tema del auto.
Y no sé por qué sigo esperando que él cambie y que fi-
nalmente me lo regale.
El tema del auto ya es como una obsesión para mí. No
me lo puedo sacar de la cabeza. Lo que más me molesta
son sus burlas y sus promesas incumplidas (cambia el tono
de voz).
Lo peor es que me doy cuenta, en este momento, de que
yo también a mis hijas les prometo muchas cosas y no siem-
pre las cumplo.
Con ellas intento quedar bien por fuera, pero no las pue-
do querer libremente.

El caso Javier nos permite colegir cómo ciertas situaciones trau-


máticas pueden llegar a transmitirse de generación en generación
—resentimientos y resignificación mediante—, instalando la com-
pulsión repetitiva de una neurosis de destino en cadena.

155
La resignificación del complejo fraterno

Resulta muy importante señalar el nexo entre la metapsicología


transgeneracional y los fenómenos de la compulsión a la repeti-
ción, por un lado, y subrayar, por otro lado, la relación entre due-
lo, resentimiento y repetición.
Este caso ilustra la pervivencia de los complejos fraternos no
resueltos en el padre del analizante y desplazados sobre la perso-
na del hijo, hasta el extremo de funcionar como un padre-hermano
resentido que castiga a un hermano menor. Y Javier, identificado
en ese lugar desde el comienzo, pero en forma potencial y muda,
ha exteriorizado el significado traumático de la identificación con
su tío Miguel en el segundo tiempo del reordenamiento identifica-
torio que se produce en la etapa de la adolescencia.
Y fue precisamente la adolescencia de Javier el momento cuan-
do la identificación con su tío Miguel —que había sido programa-
da inconscientemente desde el proyecto identificatorio del
padre— salió a la luz (lo Unheimlich).
En otra sesión Javier comenta:

Mi papá me decía que cuando era chico me quería mu-


cho. Pero cuando cumplí 13 años me dijo que allí terminó
su misión de padre. Al principio mi papá era mi padre. Pe-
ro después se comportó como si yo fuera un hermano al
que no terminó de aceptar.

Los efectos patógenos del complejo fraterno suelen desplazar-


se en los vínculos de padres e hijos, sellando el destino de ambas
generaciones.
En efecto, esto acontece cuando el progenitor, tras la aparente
función paterna, permanece en el ámbito de lo latente en el nivel
de organización horizontal de la relación fraterna y se ubica en la
posición del hermano resentido, que denigra y reprocha en su hi-
jo las heridas no superadas con su propio hermano, concernientes
a su historia infantil. Entonces se crea entre padre e hijo un víncu-
lo que acumula sus "ajustes de cuentas", tras la esperanza de pre-
cipitarse finalmente en actos de venganza.

156
El hijo, remordido y resentido por haber sido injustamente mal-
tratado por el padre en su intercambio de roles, de un objeto hu-
millado pasa a ser ahora un sujeto atormentador; a su vez, el
sujeto torturador anterior, durante la venganza, se convierte en un
objeto humillado deudor. Se mantiene así la misma situación de
inmovilización dual sometedor/sometido, hermano mayor resen-
tido/hermano menor remordido, con apariencia de movilidad.
Ese falso enlace, producto de la transferencia de los componen-
tes destructivos del complejo fraterno del padre en la persona del
hijo, se halla sustentado por un inalcanzable y renaciente deseo
de represalia, tanto en el yo como en el objeto. Este deseo, a su
vez, está expuesto inexorablemente a una nueva frustración en el
padre, por la imposibilidad de saciar su histórica furia vengativa,
a través de la búsqueda de una exacta coincidencia de desquites
en el hijo.
Padre e hijo permanecen anclados en una temporalidad repe-
titiva, dentro de un laberinto fraterno: el muro del narcisismo ta-
nático.
El falso enlace —que nos permite colegir la profecía de Jere-
mías (31, 29): "Los padres comieron las uvas agrias y los dientes
de los hijos tienen la dentera"— paraliza la confrontación genera-
cional, porque borra su condición primera: la presencia de otro
discriminado que posibilite el careo y el cotejo de las diferencias.
El padre de Javier se hallaba imposibilitado para asumir su fun-
ción paterna, porque él mismo permanecía retenido y entretenido
con sus propios duelos enquistados por el rencor hacia su herma-
no y a sus padres, que había sentido durante su infancia. El padre-
hermano no representa la dimensión narcisista del conflicto
edípico, sino que opera obstaculizando la función estructurante
del complejo de Edipo (Faimberg, 1985).
Edipo cae, y se erige Narciso. Y éste se manifiesta a través de la
imposibilidad de admitir objetalmente al hijo diferenciado de sus
heridas narcisistas y fraternas. Y esta indiscriminación propicia la
constitución de vínculos ominosos, generadores de un campo pa-
ranoide y sadomasoquista. En lugar de establecerse una estructu-
rante rivalidad entre el padre y el hijo, se desencadena una lucha

157
fraterna trágica, que sustituye la confrontación por la provocación
y/o la evitación; exteriorizándose a través de la reiteración de
comparaciones maníacas y paranoides, pródigas en convicciones
excesivas en sostener verdades cristalizadas que impiden despejar
toda duda y minan el sentimiento de sí del hijo.
Comparaciones patogénicas generadoras de situaciones de
violencia, en las que el progenitor opera como el verdugo de una
ejecución en la que simultáneamente ocupa el sitial de víctima.
Comparaciones hostiles, que suelen fomentar profundos trastor-
nos en la construcción de la identidad.
Estas patogénicas comparaciones parento-filiales evocan las
humillantes comparaciones padecidas y denunciadas con dolor
por Stanislaus Joyce en su libro Mi hermano James Joyce:

Mi padre me llamaba el chacal de mi hermano, y cuan-


do se cansaba de repetir esto me explicaba científicamente
que yo no tenía luz propia, sino que brillaba con la ajena,
como la luna. Con este símil me molestó amorosamente
hasta que le repliqué que, en lugar de atormentarme con la
luna, hiciera algo con su nariz, que comenzaba a brillar
con luz propia (p. 215).

En su obra Los visitantes del yo, Mijolla (1986) analiza el nexo


entre la metapsicología transgeneracional y la compulsión a la re-
petición, a través de los efectos que ha ejercido el complejo fra-
terno no resuelto de la madre de Simone de Beauvoir en el
proyecto identificatorio de su hija.
Pero, a diferencia del padre de Javier, que lo invistió como un
doble ominoso ("Cría cuervos y te sacarán los ojos"), la madre de
la escritora la invistió como su doble especular y maravilloso.
Simone de Beauvoir, en el conmovedor librito que ha consa-
grado a la memoria de su madre, nos presenta una muestra perfec-
ta de la repetición, impuesta a tantos niños, de un drama
conflictivo transmitido por la generación precedente: " D e mi
abuelo, mamá me decía a menudo con resentimiento: 'No veía
más que por los ojos de tu tía Lili.'" Cinco años más joven que ella,
rubia y sonrosada, Lili suscitaba en su hermana mayor unos celos

158
ardientes e imborrables. "Hasta las proximidades de mi adoles-
cencia, mamá me atribuyó las más altas cualidades intelectuales y
morales: se identificaba conmigo; humillaba y rebajaba a mi her-
mana: era la menor, sonrosada y rubia, y sin darse cuenta se toma-
ba con ella su revancha."
No nos engañemos, Simone de Beauvoir ha sacado múltiples
ventajas conscientes e inconscientes de esta proyección en el pa-
sado de los conflictos que la oponían a su propia hermana menor,
aunque sólo fuese negando de esta forma su deseo personal de
verla "humillada y rebajada". Pero el juego de prestidigitación que
nos describe se produce con mucha más frecuencia de lo que pen-
samos en familias donde los hermanos vuelven a representar en-
tre ellos las escenas de tiempos pasados de los que, de hecho, sólo
han adquirido un conocimiento fragmentario, transmitido y defor-
mado por sus padres (Mijolla, 1986).
Pero volvamos a Javier, quien permaneció detenido en duelos
no elaborados y atizados por la memoria incandescente del ren-
cor contra su padre, y que luego fueron desplazados —a través de
relaciones sadomasoquistas— a su pareja conyugal, sus hijas y sus
compañeros de trabajo. En todos estos vínculos se posicionó en el
lugar de un adolescente díscolo, provocador de un compulsivo
maltrato moral y erógeno.

Resentimiento, duelo y repetición

Las batallas ambivalentes de amor y odio pueden llegar a inter-


ferir la elaboración del duelo, pero éste se paraliza cuando el re-
sentimiento y el remordimiento reemplazan al odio en este
complejo proceso.
El resentimiento congela el movimiento pendular de desligadu-
ra y religadura que se despliega durante el recambio objetal en el
trabajo del duelo y, como consecuencia, la temporalidad subjeti-
va permanece inmovilizada y la efectividad paralizada, tras un
aparente estado de hibernación de los afectos. Esta situación sos-
tiene en realidad una sórdida "guerra fría contra los injustos deu-

159
dores", que puede llegar a extenderse, de forma indefinida, a tra-
vés del tiempo y del espacio, debido a la pervivencia de la memo-
ria, y almacena una vana y patética esperanza repetitiva: la pasión
del desquite.
En ciertos casos, esta esperanza, nunca derrotada, se cristaliza
como rasgo de carácter, como un motor estructurante y tanático a
la vez de aquellos sujetos que, al no poder asumir la autonomía
del objeto, se atrincheran en la posición de la víctima privilegiada
que reprocha, reclama y no se reconcilia jamás (Kononovich de
Kancyper, 1999).
El sujeto resentido intenta infructuosamente negar y rechazar
sus sentimientos páticos (pasionales). Pero la apatía no es indife-
rencia.
En la apatía está presente un pathos, pero contenido o bloquea-
do, que corresponde a sentimientos paranoides provenientes de
las fantasías hostiles que sumergen al sujeto resentido en una cul-
pa incoercible, por el monto de las acusaciones superyoicas. To-
do esto conduce a la reproyección de la agresión y convierte al
sujeto atacado en un repetitivo y peligroso perseguidor, a quien se
le adjudican todas las maldades propias, y sobre el cual recae una
desmentida doble: desmentida y escisión de los aspectos buenos
que le pertenecen, y desmentida de toda posibilidad de amar al
objeto.
Estas fantasías hostiles precipitan al sujeto resentido a una irre-
frenable búsqueda, orientada a encontrar o "fabricar" un verdugo
externo que, al castigarlo con crueldad, logre aliviar el peso de la
sobrecarga de una deuda interna.
En otra sesión Javier comenta:

El resentimiento me resulta indominable. Es como una


mancha que tapa, que bloquea mis sentimientos, y no me
puedo brindar. Es una pasión al revés. En vez de estar apa-
sionado por el amor, quedo apasionado por el odio y por
las ganas de desquitarme. Cuando empiezo a sentir rencor,
junto basura y mierda. Y, cuando me salta la válvula, des-
parramo la mierda a borbotones, y no me puedo frenar: in-

160
sulto, reprocho, me peleo. Es como una tormenta que no se
puede calmar, y termino finalmente atormentado.

El sujeto resentido alberga mociones sádicas hacia el otro, las


que —vueltas sobre sí mismo— pueden devenir en remordimiento.
Otro de los destinos posibles de ciertos tipos de resentimiento,
según predomine la excesiva culpa persecutoria o su ausencia,
puede manifestarse al transformarse en lo contrario, en una repa-
ración compulsiva, maníaca u obsesiva, que promueve—en lugar
de una confrontación edípica y fraterna que posibilite la asunción
de la identidad— una persistente provocación intergeneracional.
Entonces, ambos sujetos permanecen enfrentados en un intermi-
nable duelo que impide el acceso a la discriminación y a la asun-
ción del paso del tiempo: el tiempo de la repetición.
Javier consulta a los 34 años por severos trastornos en la iden-
tidad: "No sé quién soy ni qué quiero ser. Siento que he fracasado
en mi matrimonio y como padre."
También en el área laboral presenta dificultades. Cambia de so-
cios de modo repetitivo, y participa en actividades comerciales de
dudosa honestidad.
Manifiesta: "Quiero empezar el tratamiento para dignificarme
y para acabar con el ocultamiento y con la vendetta. No me pue-
do comprometer con la gente. No me conecto bien con nada. Me
cuesta mucho planificar."
En el resentimiento, la temporalidad presenta características
particulares; manifiestamente, una singular relación con la dimen-
sión prospectiva.
La repetición es la forma básica de la imposibilidad del por-
venir.
El sujeto resentido está enfermo de reminiscencias. No puede
dejar de recordar, no olvida. Es decir, está abrumado por un pasa-
do que no resigna, un pasado que no puede separar ni mantener
distante de su conciencia.
En la represión (esfuerzo de suplantación), el sujeto desaloja
acontecimientos no tan traumáticos; en cambio, en el resenti-

161
miento, lo traumático es más intolerable para el yo en términos de
Selbstgefühl. Son como cuerpos extraños, aislados del curso aso-
ciativo con el resto del yo.
Al no poder entrar en la cadena de significación simbólica, es-
tos recuerdos no acceden a ser reprimidos, sino que persisten, es-
cindidos. Lo escindido se mantiene fuera de circulación psíquica
y, por consiguiente, no puede evolucionar: se cristaliza.
El sujeto resentido no permanece detenido en la atemporalidad
ni en el tiempo suspendido del arte, tiempo fuera del tiempo que
quiebra las dimensiones temporales del pasado, el presente y el
futuro; no permanece entretenido en una vivencia de eternidad en
la contemplación del objeto interno maravilloso para desmentir el
paso del tiempo esquizoide ni en la identificación patológica del
duelo no elaborado en el depresivo, sino que es, fundamental-
mente, producto de la insistencia del castigo reivindicatorío, que
de un modo repetitivo se erige como estructura de deseo domi-
nante sobre el sustrato temporal del rencor de un agravio cuyas
cuentas aún no ha saldado. El porvenir en el sujeto resentido está
basado en la posibilidad de castigar, a través de la repetición en la
vía regresiva del tiempo, al objeto responsable de los agravios. Es-
ta esperanza destructiva es esencial: una vez más intenta saciar su
sed de venganza, para restituir infructuosamente su propia digni-
dad al sentimiento resentido.
La vivencia del tiempo en el sujeto resentido es el permanente
rumiar indigesto de un dolor que no cesa, expresión de un duelo
que no logra superar.
En "Pulsiones y destinos de pulsión" (1915b), Freud describe
las tres oposiciones del amar: "... el amor-indiferencia, el amor-
odio y la mudanza del amar a un ser amado." Yo agrego un cuar-
to par de opuestos: el amor-resentimiento.
La permanencia del resentimiento paraliza el proceso del due-
lo, y esto explicaría aquello que Freud señala al final de "El tabú
de la virginidad" (1917a): cuando la mujer no ha consumado sus
mociones vengativas en el marido, no puede, a pesar de sus es-
fuerzos, desasirse de él.
Ahora bien, es interesante que en calidad de analistas encon-

162
tremos mujeres en quienes las reacciones contrapuestas de servi-
dumbre y hostilidad hayan llegado a expresarse permaneciendo
en estrecho enlace recíproco. Hay mujeres que parecen totalmen-
te distanciadas de sus maridos, a pesar de lo cual son vanos sus es-
fuerzos para desasirse de ellos.
Toda vez que intentan dirigir su amor a otro hombre, se inter-
pone la imagen del primero, a quien ya no aman. En tales casos,
el análisis enseña que esas mujeres dependen como siervas de su
primer marido, pero ya no por ternura. No se liberan de él porque
no han consumado su venganza en él, y en los casos más acusa-
dos la moción vengativa ni.siquiera ha llegado a su conciencia
(Freud, 1917a, p. 203).
El resentimiento puede operar como defensa, ejerciendo una
función antiduelo, porque abandonar ese vínculo objetal "signifi-
caría el derrumbe definitivo de la ilusión y la admisión de que se
ha perdido real y verdaderamente el objeto" (Amati Mehler y Ar-
gentieri, 1990).
En la estructuración del resentimiento, interviene una serie de
procesos — l a desmentida, la idealización y la agresividad al ser-
vicio de Tánatos— que promueven y mantienen un vínculo obje-
tal indiscriminado e interfieren en la elaboración del duelo
(duellum y dolus, combate y dolor), que conlleva la resignación de
un objeto para efectuar el pasaje y el recambio hacia otros obje-
tos. Momento puntual que confiere a la dimensión temporal del
sujeto la vivencia subjetiva de un tiempo en traslación. Su com-
pulsión a la repetición expresaría una frustrada tendencia restitu-
tiva para ligar y establecer la situación anterior a la herida
originada por el trauma o el agravio narcisistas. Esta herida se pre-
senta refractaria a la cicatrización y se alimenta de una repetitiva
esperanza reivindicatoría.
El sujeto resentido funda —a través de sus fantasías vengati-
vas— una legalidad propia. La venganza justifica el carácter impe-
rativo de la ley del Talión, que legitima, aparentemente sin culpa,
el derecho a punir y a atormentar. Reanima los impulsos destruc-
tivos, que llegan a prevalecer sobre los impulsos amorosos: esto
implica un cambio en los estados de intrincación entre las pulsio-

163
nes de vida y de muerte, cambio que desencadena la compulsión
a la repetición, inherente al reinado de Tánatos.
La intelección de este circuito que se establece entre el narci-
sismo, la pulsión de muerte y el resentimiento permite instrumen-
tar un abordaje más optimista que el sostenido por Freud en 1917,
en su Conferencia 26:

En las neurosis narcisistas la resistencia es insuperable.


A lo sumo podemos arrojar una mirada curiosa por encima
de ese muro, para atisbar lo que ocurre del otro lado, por lo
tanto nuestros presentes métodos técnicos tienen que ser
sustituidos por otros; todavía no sabemos si lograremos tal
sustituto.

Sin embargo, una diferente toma de posición en el punto de


partida permite echar una mirada distinta, no para "atisbar por en-
cima" del muro (tomándolo como un bloque en una totalidad ina-
barcable, que se erige por lo tanto como obstáculo inmovilizador),
sino para instrumentar otra mirada que apunta técnicamente a
desmantelar, pieza por pieza, los elementos constitutivos de su es-
tructura interna. Es la interpretación detallada de la singular rela-
ción del objeto con el sujeto resentido un camino para poner en
evidencia varios componentes de este sistema reticular repetitivo
que, en resumidas cuentas, está al servicio de fortificar y mantener
los duelos enquistados en el muro narcisista.
El sujeto resentido sostiene una creencia psíquica que coman-
da a su yo ideal tanático relacionado con la certeza de que ese ob-
jeto deudor, aunque malo en muchos aspectos, retiene para sí lo
bueno; una posesión y un estado de los cuales ha sido "injusta-
mente" privado, pero que legalmente espera aún reconquistar me-
diante un castigo reivindicatorío. Es durante esta esperanza de
represalia cuando el sujeto resentido acreedor anula el paso del
tiempo: la procrastinación desafiante al objeto.
Para lograrlo, la relación objetal que sustenta el resentimiento
presenta una configuración que se singulariza por: a) inmoviliza-
ción del objeto; b) maltrato al objeto, y c) preservación del obje-
to, evitando su desaparición.

164
- Inmoviliza al objeto con el fin de perpetuar una presencia
continua.
- Maltrata al objeto de descarga pulsional, complaciente de
una relación sádica, por los agravios y daños que "inme-
diatamente" el sujeto ha padecido.
- Preserva al objeto, paradójicamente maltratado con cruel-
dad pero con una alta dependencia de cuidado.

Este cuidado dominante se ejerce en función de vigilar su pre-


sencia, porque garantiza la esperanza del reencuentro con aquel
objeto primario frustrador. Su destrucción, en cambio, conduciría
a una doble amenaza: asumir la incompletud, si el objeto ilusio-
na! de completud desaparece, o transformarse él mismo, enton-
ces, en el depositario de sus propias ilusiones, lo que acarrearía el
peligro de su disgregación psicótica.
Tanto la idealización como la desmentida y la agresividad al
servicio de Tánatos refuerzan la continuidad de una relación indis-
criminada en el vínculo objetal, interfiriendo, por ende, en el tra-
bajo de duelo normal que conduciría a la resignación del objeto y
al pasaje hacia otros objetos.

Filiación, historización y confrontación generacional

El trabajo del proceso desidentificatorio de la filiación paranoi-


de de Javier —en gran medida, producto de un falso enlace pro-
veniente de los complejos fraternos no resueltos del padre y
desplazados sobre su persona— fue complejo y arduo.
La posibilidad de acceder a consecuencias desestructurantes
de las sentencias paternas ("Cría cuervos y te sacarán los ojos",
"No te preocupes, yo ya tengo un quiosco preparado para vos") y
la elaboración de sus resentimientos y remordimientos manifiestos
y latentes contra sus padres, desplazados luego hacia su exmujer
y sus hijas, pudieron lograrse mediante un minucioso trabajo de
historización de la resignificación de sus traumas, que en realidad
había padecido el padre de Javier en su historia infantil, aún vigen-

165
te, y que había dado lugar a la identificación alienante de Javier
con su tío Miguel.
En la resignificación se reabre abruptamente el arcón histórico
y retornan en tropel los demonios de épocas pasadas. Para ello
dispuse de elementos de distinta índole que permitieron una re-
construcción a posteriori. Utilicé los recuerdos disponibles y al-
canzables mediante el levantamiento de represiones y el análisis
de sueños y recuerdos encubridores.
En la situación analítica resurgían su sofocado sometimiento y
su agazapado deseo de represalia a través de una reactiva y adic-
ta "obediencia debida".
Esta absoluta parálisis de la "confrontación transferencial" me
había permitido resituarla en su contexto histórico y desmenuzar
los mecanismos en juego.
Javier, en lugar de enfrentar su verdad y afrontar las situaciones
y los obstáculos que debía sortear, se "hacía a un lado": evitaba,
ocultaba, mentía y coleccionaba en secreto afrentas, aguantando
notables humillaciones para tomar —después de un cierto tiem-
po— sus represalias y legalizar ante sí mismo y ante los demás sus
actos de venganza.
Estas secuencias repetitivas se habían cristalizado como rasgos
de carácter, moldeando una trágica y desesperanzada neurosis de
destino.
Su posición como víctima resentida y privilegiada había sido
paulatinamente "desgastada" por la repetición transferencial me-
diante la historización progresiva y la puesta en evidencia, por un
lado, de los mecanismos de desmentida de la idealización, la
proyección y la escisión, que sostenían y atizaban sus resenti-
mientos, y por otro lado, a través del análisis de las consecuen-
cias patógenas de su identificación c o m o el hijo-hermano
ominoso de un padre-hermano rival y sus efectos en su relación
con el sistema de filiación.
La filiación, la confrontación generacional y fraterna y la plas-
mación de la identidad están íntimamente ligadas entre sí. La filia-
ción no es reductible al engendramiento biológico (Héritier-Augé,
1992).

166
Rosolato (1981) sostiene:

Ser padre, ser madre no se resume de ninguna manera


en una simple constante biológica, sino que implica un re-
conocimiento simbólico que es también una pertenencia
social a un linaje, una filiación con los lazos afectivos, los
deseos y los ideales, los deberes y los derechos. En el naci-
miento de un niño se experimentan y se reacomodan las re-
laciones de los nuevos padres con la generación que los
precede, a través de una identificación más completa con
el fin sexual y con una toma de distancia autónoma.
Para el niño, la filiación instituye una clase portadora de
transmisiones.
[...] La antropología moderna mostró con Héritier-Augé
que todas las sociedades sin excepción estructuran sus sis-
temas de parentesco según los ejes reconocidos por el psi-
coanálisis; la diferencia de sexos, la diferencia de las
generaciones (así como las sustituciones que se realizan
por las diferencias de edad) y la dominancia masculina por
la cual se puede designar la función simbólica del padre
(pp. 32, 33).

En el marco de la psicopatología, podemos observar diferentes


rupturas del sistema de filiación que tienden a realizarse en las es-
cenificaciones imaginarias de autoengendramiento, neoengendra-
miento y partenogénesis. Estos fantasmas de omnipotencia son
expresiones de la desmentida de los orígenes del sujeto, de forma
gradual o parcial, con uno o con ambos progenitores.
En el caso de Javier, el proceso de su desidentificación como
el doble consanguíneo y hermano ominoso del padre se mani-
festó en el cese de la rumiación de sus reproches y furias, que ex-
teriorizaban la hipermnesia del rencor. Ese rencor, al mismo
tiempo que sostenía el mecanismo de la desmentida de su perte-
nencia al sistema de filiación, lo retenía en un interminable de-
safío tanático.
La provocación fue lenta y progresivamente abandonada, y ce-
dió paso a la confrontación generacional y fraterna.
Estas mutaciones operaron como un punto de inflexión en Ja-
vier, a partir del cual depuso su rol adolescente de víctima inge-

167
nua y tomó una posición activa: la de agente responsable que
afronta la construcción compleja y jamás concluida de su propia
identidad.

168
11. La memoria del rencor y la memoria del dolor
en un adolescente adoptivo

Mi memoria, señor, es un vaciadero de basuras.


Borges, "Funes el memorioso"

El resentimiento y su nexo con la temporalidad y el poder nos


permiten diferenciar la memoria adictiva del rencor de la memo-
ria del dolor.
La memoria del rencor se atrinchera y se nutre de la esperanza
del poder de un tiempo de revancha por venir, mientras que la me-
moria del dolor se continúa con el tiempo de la resignación. No
se basa ciertamente en la subestimación del pasado, ni en la am-
nesia de lo sucedido, ni en la imposición de una absolución super-
ficial, sino en su registro como hecho histórico asumido con pena,
con odio y con dolor como inmodificable y resignable, para efec-
tuar el pasaje hacia otros objetos, lo cual posibilita procesar un tra-
bajo de elaboración de un duelo normal.
La memoria del dolor admite el pasado como experiencia y no
como lastre; no exige la renuncia al dolor de lo ocurrido y lo sabido.
Opera como un no olvidar estructurante y organizador —pulsión
de vida mediante—, como una señal de alarma que protege y pre-
viene la repetición de lo malo y da paso a una transformación y a
una renovada construcción.

Es la memoria un gran don,


calidá muy meritoria;
y aquellos que en esta historia
sospechen que les doy palo,
sepan que olvidar lo malo
también es tener memoria.
José Hernández, Martín Fierro
169
En cambio, la repetición en la memoria del rencor reinstala
—pulsión de muerte mediante— la compulsión repetitiva y hasta
insaciable del poder vengativo.
En el rencor, la temporalidad presenta características particula-
res: manifiestamente, una singular relación con la dimensión pros-
pectiva. La repetición es la forma básica de interceptar el porvenir
y de impedir la capacidad de cambio. La memoria del rencor, a di-
ferencia de la memoria del dolor, está regiOda no por el principio
de placer-displacer ni por el principio de realidad, sino por el prin-
cipio del "tormento".
El sujeto rencoroso (resentido y remordido) es un mnemonista
implacable. No puede perdonar ni perdonarse. No puede olvidar
Recordemos que Freud dice que el neurótico no sufre de re-
cuerdos sino de reminiscencias. Esto tiene la apariencia de ser una
mera distinción terminológica, una distinción incluso filosófica,
ya que el término "reminiscencia" ha sido tomado de Platón. Sin
embargo, es de una extrema profundidad. ¿Qué quiere decir este
término, "reminiscencia", tanto en la teoría de Platón como en la
de Freud? La reminiscencia es un recuerdo sin sus orígenes, corta-
do de sus raíces. Se trata de algo vago, a veces; recuerdo, diría-
mos, de otra vida, de otro planeta. Un recuerdo sin saber de dónde
viene, sin saber incluso que se trata de un recuerdo. El neurótico
sufre de algo que proviene del pasado pero que no está ligado a
él, sino que está allí y lo hace sufrir en el presente.

Los usos del olvido y las formas de la memoria: de la memoria


del rencor a la memoria del dolor

Algún necio humanista podrá decir lo que quiera; pero la


venganza ha sido desde siempre y seguirá siendo el último
recurso de lucha y la mayor satisfacción espiritual de los oprimidos.
Zvi Kolitz, Rákover habla a Dios

El rencor abriga una esperanza vindicativa que puede llegar a


operar como un puerto en la tormenta en una situación de desva-

170
limiento. Como un último recurso de lucha, tendente a restaurar
el quebrantado sentimiento de la propia dignidad, tanto en el cam-
po individual como en el social.
El poder del rencor suele promover no sólo fantasías e ideales
destructivos. No se reduce únicamente al ejercicio de un poder
hostil y retaliativo. También puede llegar a propiciar fantasías e
ideales tróficos, favoreciendo el surgimiento de una necesaria re-
beldía y de un poder creativo, tendentes a restañar las heridas pro-
venientes de los injustos poderes abusivos originados por ciertas
situaciones traumáticas. El sentido de este poder esperanzado
opera para contrarrestar y no sojuzgarse a los clamores de un ine-
xorable destino de opresión, marginación e inferioridad.
Estas dos dimensiones antagónicas y coexistentes del poder del
rencor se despliegan en diferentes grados en cada sujeto, y se re-
quiere reconocerlas y aprehenderlas en la totalidad de su comple-
ja y aleatoria dinámica. Si el sujeto sólo permanece fijado a las
ligaduras de la memoria del rencor, quedará finalmente retenido
en la trampa de la inmovilización tanática del resentimiento de un
pasado que no puede resignar. Pasado que anega las dimensiones
temporales del presente y del futuro. Sólo el lento e intrincado tra-
bajo de elaboración de los resentimientos y remordimientos posi-
bilitará un procesamiento normal de los duelos para efectuar el
pasaje de la memoria del rencor a la memoria del dolor. A partir
de este procesamiento, el sujeto rencoroso depondrá su condición
de inocente víctima que reclama y castiga, y logrará acceder a la
construcción de su propia historia como agente activo y responsa-
ble, y no como reactivo a un pasado que no puede olvidar ni per-
donar.

Resentimiento y odio

Mi viejo, mi buen amigo, no olvidemos que las pequeñas


emociones son los grandes capitanes de nuestras vidas
y que las obedecemos sin saberlo.
Vincent van Gogh, Cartas a Theo

171
En "Pulsiones y destinos de pulsión", Freud (1915b) pone de
manifiesto una teoría metapsicológica de la agresividad. La con-
versión aparente del amor en odio no es más que una ilusión: el
odio no es un amor negativo; tiene su propio origen en las pulsio-
nes de autoconservación, mientras que el amor se origina en las
pulsiones sexuales. Su tesis central es que los genuinos modelos
de la relación de odio no provienen de la vida sexual, sino de la
lucha del yo por conservarse y afirmarse. Y además asevera que el
objeto es conocido inicialmente por medio del odio: "El odio es,
como relación con el objeto, más antiguo que el amor, brota de la
repulsa primordial que el yo narcisista opone en el comienzo al
mundo exterior prodigador de estímulos."
El odio permite al sujeto un enfrentamiento con el objeto y su
ulterior desligadura; desligadura que promueve la génesis y el
mantenimiento de la discriminación en las relaciones de objeto.
En cambio, el odio se muda en resentimiento cuando es reforza-
do por la regresión del amor a la etapa sádica previa, de modo que
el resentimiento cobra un carácter erótico y se perpetúa un víncu-
lo sadomasoquista; además, el resentimiento produce una serie de
construcciones fantasmáticas que a la vez lo sustentan.
El contenido de representación de las escenificaciones imagi-
narias inherentes al resentimiento se halla al servicio del apodera-
miento y la retención del objeto para poder desplegar sobre él sus
mociones de venganza o para neoengendrarlo y moldearlo según
un modelo ideal diseñado a imagen y semejanza del Hacedor. És-
te ejerce pigmaliónicamente una relación de dominio sobre el
otro mediante el despliegue de sus poderes mágicos y castigado-
res, con la finalidad de garantizar la presencia incondicional de un
objeto parcial o total, desvalido y dependiente de un A m o y Señor.
Recordemos que la palabra "emoción", que deriva del latín
movere, significa "poner en movimiento", y que "afecto" —tomado
del latín affectus, participio pasivo de afficere, derivado de facere,
"hacer"— es poner en cierto estado.
El resentimiento promueve un movimiento circular y repetitivo.
Resentimiento es volver a sentir ciertas injurias narcisistas, edípi-
cas y/o fraternas que no se pueden o no se quieren olvidar ni am-

172
nistiar; remordimiento es volver a morder o morderse por el accionar
del poder de una culpa singular, repetitiva, que se caracteriza por
ser siempre pródiga en nuevos desquites revertidos sobre la propia
persona. En cambio, el odio puede promover un movimiento cen-
trífugo de la libido, oponiéndose a la circularidad regresiva y sádi-
ca del rencor, y permitiendo entonces la discriminación del objeto
y su recambio ulterior.
Mientras que a partir del resentimiento surge una agresión ven-
gativa, a partir del odio puede llegar a desatarse una agresión al
servicio de la desalienación, liberando la agresión hacia nuevos
cometidos y ligándola a nuevos objetos que reabren una diferen-
te espacialidad y temporalidad; en este sentido, odiar puede vincu-
larse con los propósitos de Eros. Aunque en ciertos casos el odio,
que raramente se encuentra en forma pura, puede promover des-
de un alejamiento y una indiferencia ante el objeto hasta la hosti-
lidad despiadada y cruel (Kancyper, 1992c).
En "Duelo y melancolía", Freud (191 7a) señala la importancia de
la ambivalencia entre amor y odio como una de las premisas de la
melancolía. En cambio, yo considero que la ambivalencia entre el
amor y el resentimiento, y no la oposición entre el amor y el odio,
opera como una de las premisas fundamentales en el desencadena-
miento del automartirio y del desquite de los objetos originarios des-
plazados sobre los objetos actuales. Las batallas de ambivalencia de
amor y de odio pueden llegar a interferir la elaboración del duelo,
pero éste se paraliza cuando el resentimiento y el remordimiento
reemplazan al odio en el complejo proceso del duelar.
Para citar un ejemplo, transcribiré algunas sesiones de Julián,
quien presentaba una elaboración rencorosa de sus tempranos
traumas y duelos de los orígenes y por los orígenes.

¿En dónde nací yo?

Julián tenía 13 años en el momento de la consulta. Sus padres


me habían pedido una entrevista con carácter de urgencia, rela-
tándome por teléfono la severa situación del cuadro clínico del hi-

173
jo, que había desconcertado no sólo a ellos sino también a varios
profesionales.
El médico clínico, el neurólogo y el psiquiatra, luego de un mi-
nucioso estudio, descartaron finalmente la posibilidad de la exis-
tencia de factores orgánicos en los ataques convulsivos que se
presentaban varias veces durante el día, sin pérdida de conciencia,
y que eran además espantosos por la dramaticidad y por el peli-
gro que acarreaban. Estos ataques comenzaban con contraccio-
nes leves en la cara, que se extendían luego a los brazos y,
finalmente, perdía el equilibrio motor. Se caía y, con fuertes mo-
vimientos tónico-clónicos, se libraba una lucha en su cuerpo, un
combate entre fuerzas antagónicas que se anudaban entre sí con
contorsiones caóticas durante varios minutos, escenificando fan-
tasías de una elevada mortificación psíquica y originando una si-
tuación de desesperación y desconcierto en sus padres y
profesores. Estas manifestaciones corporales comenzaron a pre-
sentarse primero ante la puerta del colegio, luego dentro del aula
y en la casa. Cedían durante los fines de semana y recomenzaban
nuevamente los domingos por la noche. Corría el mes de junio, y
había fracasado en los exámenes en todas las materias en el pri-
mer año del colegio secundario. El tema del aprendizaje había si-
do desde tiempo atrás un "tormento" familiar; lo llamaban "el
contra". Nunca aceptaba las reglas que se le imponían. Todo era
no. Vivía peleándose con los chicos y con los padres. Mentía con
frecuencia. Tuvo encopresis hasta los 6 años. No respetaba las
pautas de aprendizaje. Ya tenía en su haber dos tratamientos psi-
coanalíticos previos. Presentaba resistencias para comenzar un
nuevo tratamiento, pero estaba dispuesto a intentarlo.
Para mí resultó, desde el vamos, un desafío terapéutico. Yo sa-
bía, por el colega que me derivó la consulta, que Julián era hijo
adoptivo. Los padres me ocultaron ese dato y recién lo comunica-
ron en la tercera entrevista.
Julián es muy simpático y afectuoso, me expresa que es des-
confiado y que no tiene la menor idea de lo que le pasa ni por qué
le pasa. Pero sabe que le pasa. Está asustado y deprimido, y muy
enojado con el médico psiquiatra que lo medica: "Si vuelvo a ver-

174
lo, le estampo una piña a ese pelado. No quiero continuar más
con la medicación"; y acepta "probar" tener conmigo una serie de
entrevistas.
Los ataques convulsivos se acompañaban además de cefalal-
gias persistentes y de deshidrosis en las palmas de las manos, que
se agudizaban durante el período de los exámenes trimestrales.
Desde los comienzos se había establecido un campo analítico de
transferencia positiva en el que circulaban afectos tiernos.y respe-
tuosos.
Destaco el adjetivo "respetuosos" porque considero que en la
transferencia asumí ante ellos la figura respetuosa que tenía el
abuelo de Julián. Este abuelo ya fallecido, padre del padre, era re-
cordado con cariño por todos.
Transcribo a continuación dos fragmentos de sesiones de su pri-
mera etapa de análisis.

¿En dónde nací yo? Tendría que averiguar quiénes fue-


ron los hijos de puta que me dejaron. Creo que debe estar
en los papeles de adopción. Pero no tengo acceso a esos
papeles. Si se lo pregunto a mi mamá, ella se va a deprimir,
pero no es mala idea hacer la investigación, averiguar quié-
nes fueron. A mime quedaron picando en mi cabeza las ga-
nas de saber quiénes fueron.
Este año ya tuve ocho citaciones en el colegio, porque
me las agarro con todos. Le juro que si los encuentro les di-
go de todo, los mato, los corro por todos lados y los meto
presos. /Hijos de puta!, por culpa de ellos me jodieron la vi-
da. Si no me querían tener, ¿para qué me tuvieron? Sería
bueno hacer una investigación, pero no sé por dónde em-
pezar. ¿Habría que hablarle a mi mamá de esto, o con los
dos? Yo se los planteé alguna vez, y mamá me dijo que no
toque más el tema porque nos lastimamos todos. Ellos sa-
ben más de lo que dicen. Habría que averiguarlo, pero ne-
cesito que alguien hable con ellos y que no sea yo. Yo no
me animo a decírselos, ¿vos podrías hacerlo? Mamá se va a
angustiar mucho, pero papá no, él es de hierro (pausa).
¿Será por esto que yo vivo desafiando? Papá dice que yo
siempre desafío y soy muy duro. Que yo hago mi mundo y
no acepto reglas. Desde chiquito fui así. Él me decía: "Hay

175
una sola forma de sumar 2 más 2", y que yo no lo voy a
cambiar. Y yo quiero cambiarlo, a mi forma.

Julián no puede admitir que su novela familiar es compleja y


compuesta, que en ella intervienen dos pares de padres: los que lo
han engendrado y los que lo han adoptado. No obstante, él quie-
re cambiar esta sumatoria o no los puede sumar, o no acepta su-
marlos. El exceso de la presencia de los genitores ausentes le
impide efectuar el pasaje de la memoria del rencor a la memoria
del dolor. Rencor que paraliza el proceso de los duelos por los orí-
genes y que lo retiene en la esperanza de la venganza y del poder
retal iativo: "Le juro que si los encuentro les digo de todo, los ma-
to, los corro por todos lados y los meto presos. ¡Hijos de puta!, por
culpa de ellos me jodieron la vida."

En la Torá —me dijo en una sesión posterior—, dice que


cada persona tiene un lugar determinado, un objetivo al
que llegar. Nadie sabe cuál es su destino. Yo no sé a qué vi-
ne a esta tierra. Por algo vine. Uno siempre viene a hacer
algo, y eso es el destino. Yo no sé. ¿Para qué vine al mun-
do? Pero estoy en busca de eso. Por una época quise ser
médico, ahora quiero ser veterinario como jack Hanna, pa-
ra que los animales anden sueltos. Hace poco, también qui-
se ser administrador de empresas para realizar mi ilusión de
dominar el mundo. Uno siempre viene a hacer algo. Si us-
ted no hubiese venido al mundo, yo no hubiera estado en
este momento con usted.
A lo cual yo le respondí: Si, es cierto, en este momento
estás conmigo, y yo con vos. Estamos aquí juntos en la se-
sión; pero me llama la atención que hoy llegaste bastante
tarde. ¿Será que también el desafío va a triunfar sobre no-
sotros, y uno de nosotros dos va a quedarse en el lugar del
abandonado?
Se sonríe, me mira fijo y dice: Te digo que antes mentía.
Ahora no miento más, nunca más. Es verdad. Hoy no tenía
ganas de venir. Me acordé de los otros tratamientos que ha-
bía empezado y dejado y me dije: "No, no voy a cometer
el mismo error. No voy a dejar el tratamiento", y me vine,
aunque sé que llegué tarde.
Me sonríe con picardía y me extiende su brazo, y yo le

176
respondo con el mío, y en lugar de tensar nuestros brazos
como en una pulseada entre dos desafiantes en pugna, en
la que finalmente uno es vencido por el otro, sumamos
nuestras fuerzas en un pacto analítico para intentar, entre
ambos, desanudar los traumas pretéritos y los duelos con-
gelados. Y le señalo que existe una forma diferente de estar
juntos. No únicamente desde la memoria del desquite por
el ayer, sino a través de un trabajo con él y con sus padres,
para poder entre todos enfrentar los sufrimientos de antes
pero también los conflictos actuales, y poder así avanzar
como agente activo y no como mera víctima para conquis-
tar su propio destino.

Según Pelento (1998), "los duelos acontecidos en la primera in-


fancia no pueden recuperarse a través del recuerdo, lo que exige
un trabajo psíquico extra: el trabajo de saber y no de recordar. Sa-
ber para ser".
Trabajo de búsqueda de indicios, señales y comentarios hechos
por otros, para saber acerca de lo acontecido en relación con el
objeto de amor perdido. Trabajo de simbolización que dependerá
a la vez del efecto generado en el contexto familiar.
El posicionamiento simbólico de los adultos puede inducir,
exacerbar u obstruir la pulsión epistemofílica, la que empuja a un
examen de la realidad con el deseo, en parte ilusorio, de llenar un
vacío de imagen y de saber.
En cambio, Julián es "trabajado" por el duelo de los orígenes
que le tocó vivir y que le promovió un trabajo psíquico agregado:
el trabajo de no querer saber y de intentar desmentir sus orígenes.
El mecanismo de la desmentida se ve facilitado cuando se le
niega al niño información, o cuando se participa de un pacto de
silencio con algún progenitor para desmentir la prueba de reali-
dad. Pero la posibilidad de elaborar una pérdida requiere precisa-
mente la prueba de realidad, la que desata el proceso del duelo y
el establecimiento de la categoría de presencia y ausencia. Cate-
goría fundamental porque revela que el niño puede transitar por
una experiencia de dolor psíquico.
Viñar (2002) señala que la minusvalía del adoptado no es por
lo que le falta en Ja biología, sino por lo que le sobra como estig-

177
matización social (y, sobre todo, internalizada). El asunto central
es la constitución de algo radicalmente inconfundible, el signifi-
cante negativo, exclusión radical que por eso mismo se convierte
en acicate de una búsqueda sin fin y sin punto de llegada, y que a
veces abruma.
Julián permaneció abrumado por el trauma narcisista de la
adopción, y también sus padres permanecieron anegados, tanto
por duelos no procesados debidos al trauma de la esterilidad, co-
mo por las fantasías de robo y persecución ante los genitores y las
amenazas de la sociedad. Situación particular de la adopción que
no puede ser desconocida ni trivializada en la clínica por el ana-
lista, quien debe evitar la homologación del duelo de los orígenes
con el duelo por los orígenes.
En el trauma y el duelo construidos entre el hijo adoptivo y los
padres adoptantes, al duelo de los orígenes —que es estructural y
constitutivo a todo sujeto— se le suma y potencia un singular due-
lo por los orígenes.
El duelo de los orígenes se relaciona con lo insimbolizable, con
el enigma y la opacidad inherentes a toda historia, y opera además
como motor de deseo de búsqueda de un reordenamiento identifi-
catorio permanente. En cambio, el duelo por los orígenes guarda un
nexo con la sempiterna y agonal ambivalencia entre la inmortalidad
y la mortalidad que subyace en el sistema narcisista parento-filial.
Pero en el caso de la adopción se pierde la posibilidad de sostener
el anhelo de reinstaurar la continuidad biológica entre las genera-
ciones, que confirmaría la indestructibilidad de los lazos sanguí-
neos, garantizando así la transmisión de la eterna inmortalidad.
Por lo tanto, el trauma y el duelo del adolescente adoptivo es-
tán entretejidos con el trauma y el duelo de los padres adoptantes,
que suelen ser resignificados con mayor intensidad que en otros
adolescentes no adoptivos durante el ineludible acto de confron-
tación generacional para acceder a la plasmación de la identidad.
La fantasía de ser hijo adoptivo está presente en la novela fami-
liar de todo sujeto, fantasía de ajenidad; a través de ella, el niño
satisface sus "deseos" de desasirse, por un lado, del poder paren-
tai para acceder a investir otras figuras exogámicas. Por otro lado,

178
devela el uso de la agresividad y de la desidealización para desin-
vestir la sobreinvestidura que había recaído sobre las figuras origi-
narias, posibilitando el pasaje a nuevos modelos identificatorios.
Pero este trabajo de desligadura y re-ligadura, de deconstruc-
ción y reconstrucción de las identificaciones, es un trabajo de
transformación asumido activamente por el yo. A diferencia del yo
del hijo adoptivo, que pasivamente ha padecido la ruptura de la
continuidad de la trama de su historia por el duelo por los oríge-
nes generado a partir de la pérdida de sus padres genitores y su pa-
saje a los padres adoptantes. Duelos especiales en el adolescente
adoptivo, que dependen íntimamente de los duelos procesados o
no por los padres adoptantes ante sus propios traumas y duelos por
la esterilidad conyugal y por la frustración ante la evidencia de la
falta del encuentro espejado de sus rasgos corporales en el cuerpo
de sus hijos.
Estigmas corporales que testimonian la ajenidad y que reaniman
la herida narcisista por la efracción en la continuidad sanguínea-
intergeneracional, a la que se suma la estigmatización social.
En muchos casos, la denominada "familia biológica" suele
transformarse en una identidad amenazante para la familia adop-
tiva. El deseo de conocer acerca de aquélla vehiculiza el temor de
que ese saber destruya los vínculos constituidos por el acto de
adopción, confirmando la legitimidad de los lazos sanguíneos y la
fragilidad de los simbólicos.
Entre Julián y sus padres se había instalado un reiterado desafío
tanático que cegaba sus ojos con encono y venganza. La ofensa y
la arrogancia defensivas, por las tempranas situaciones traumáti-
cas padecidas, cosían sus párpados con hilos de acero. Sus heri-
das narcisistas volvían a reinfectarse por la resignificación de los
duelos de los orígenes y por los orígenes en sus actuales padres
adoptantes. Éstos requerían, a la vez, procesar sus duelos por la
adopción. Duelos no resueltos, que se habían silenciado durante
los años de la infancia de Julián y que también se habían resigni-
ficado en este período de la adolescencia, con dolor, desilusión y
una desatada agresión, generándose entre ambos una insistente
provocación sadomasoquista parentofilial.

179
En una entrevista con ambos padres, la madre comenta:
El comportamiento que tiene Julián con nosotros es para mí
como una amputación. Tengo un dolor profundo. Me sien-
to defraudada, abandonada por él. Me da mucha rabia el
trato que nos da. Nos hace todo subrepticiamente. Su agre-
sión me da mucha violencia. ¿Por qué no mira todo lo que
encontró en nosotros y le hemos dado? Nuestras posibilida-
des de accionar ahora sobre él son más limitadas por su
propio crecimiento. No es lo mismo enfrentarse en estas si-
tuaciones que cuando él tenía seis años.
El está convencido íntimamente de que tiene razón en
todo lo que dice y hace, y no tiene ningún empacho con
amenazarnos que quiere irse de la casa y que no quiere vi-
vir más con nosotros.
Para cada cosa tiene el argumento perfecto (llora). Me
siento muy desmoralizada, con la sensación de no haberle
sabido transmitir un mínimo de responsabilidad. Nunca lo-
gré que incorpore ciertas pautas. De chico siempre mentía
o contaba cosas fantasiosas pero no estaba en la realidad.
El padre agrega: Toda la actitud de este "tipo" es para
romper, para desgarrar la cohesión familiar. Se me hace la
imagen de un toro que golpea con los cuernos sobre la pa-
red. Las cosas que él hace meten ruido. Hay momentos que
a este "tipo" no lo aguanto más. Me dan ganas de abrirle la
tranquera y que se vaya.
Le señalo al padre que me llama la atención que no
nombra al hijo por su nombre, sino que lo llama "este tipo"
y que además reemplaza la palabra "puerta" por "tranque-
ra". El me responde: Sí, cuando se pone violento, lo veo co-
mo si fuera un potro salvaje, y lo único que quiero es que
se vaya en ese momento. Estoy harto de él y me siento des-
garrado.

La presencia de la pérdida temprana de un progenitor o de un


hermano promueve fenómenos transferenciales y contratransfe-
renciales particulares, tanto en el niño y el adolescente como en
los padres y en el analista, determinando procesos analíticos in-
trincados, por la presencia de una complejidad particular de trau-
mas, duelos, identificaciones y síntomas especiales originados
durante las primeras etapas de la constitución del psiquismo. Pe-

180
ro en el caso de Julián se habían agravado los destinos de sus due-
los y traumas construidos con los padres, por la insistencia com-
pulsiva en él de la mentira, de la oposición al saber y de la sed de
venganza. Elementos que se habían cristalizado en un tipo de ca-
rácter dilucidado por Freud en el año 1916, al que designó con el
nombre de "las excepciones".
Julián se había posicionado ante sí mismo y ante los demás co-
mo un acreedor rapaz. Vivía de sus reclamos de resarcimiento, co-
mo de una pensión por accidente, sin saber ni por asomo el
fundamento de sus pretensiones. La pretensión de excepcionali-
dad se enlaza íntimamente con tempranas afrentas al narcisismo,
por el cual se exige total resarcimiento.

Dicen que han sufrido y se han privado bastante, que


tienen derecho a que se los excuse de ulteriores requeri-
mientos y que no se someten más a ninguna necesidad de-
sagradable, pues ellos son excepciones y piensan seguir
siéndolo (Freud, 1916a).

Considero que en estos casos el analista se halla expuesto a


permanecer seducido por el estado traumático y de identificación
del niño adoptivo y de los padres adoptantes, remontando todo el
sufrimiento psíquico a los tiempos pretéritos. De ese modo, la
adopción puede llegar a operar como un baluarte en el proceso
analítico, para eludir precisamente los conflictos actuales y ac-
tuantes con la propia sexualidad y agresividad consigo mismo,
con los otros y con las demandas del medio social.
Otro riesgo es transformar la adopción en una categoría noso-
gráfica, en una entidad particular, extrayendo de la situación trau-
mática una subidentidad defensiva.
Chasseguet-Smirgel (1987) señala que con frecuencia ciertos
pacientes necesitan transformar el dolor y la tensión de la herida
o trauma narcisista (que resulta imposible de borrar) en una bús-
queda ilimitada de excitación, para evitar así la elaboración psí-
quica de esa tensión que, de permanecer ligada a la herida
narcisista, habría dado origen a afectos intolerables.
La descarga de la excitación preserva al mismo tiempo la au-

181
toestima a través de fantasías y mociones de venganza, en la que,
a través del triunfo del desquite, se ejerce una relación de domi-
nio sobre el otro por lo padecido pasivamente.
La búsqueda de la excitación constituiría sobre todo un repeti-
do esfuerzo por movilizar todo el aparato somatopsíquico, con el
fin de evacuar las tensiones y, por lo tanto, está vinculada con la
propensión al acting out (Chasseguet-Smirgel, 1987, p. 778).
Las manifestaciones convulsivas con las que se presentó Julián
operaban enigmáticamente como unas máscaras que, al mismo
tiempo que encubrían, ponían al descubierto su lacerante vulne-
rabilidad narcisista.
El incumplimiento de la satisfacción de los ideales parentales y
propios acerca de su rendimiento intelectual se había transforma-
do en condena, sentencia y mandato mortíferos. La caída de sus
ideales desmesurados de perfección y sus fracasos reiterados en
sus relaciones amorosas deprimieron severamente su Selbstgefühl.
No podía hacer el duelo narcisista por esa imagen grandiosa, y es-
te duelo ha sido traumático si admitimos que lo que define al trau-
ma es el efecto desorganizador sobre los aparatos mental y
somático. Los traumas se definen por la cantidad de desorganiza-
ción que producen.
Julián padeció de un prolongado estado de depresión, a conse-
cuencia de la tensión originada entre las aspiraciones narcisista-
mente cargadas, por un lado, y la incapacidad real o imaginaria
de alcanzar esas metas, por otro, provocando en él un elevado su-
frimiento psíquico, acompañado de angustias, vergüenza, remor-
dimiento y necesidad inconsciente de castigo.
La compleja y gradual elaboración de estos traumas y duelos
narcisistas y edípicos que participaban en la producción de los
síntomas y las identificaciones patógenas posibilitaron la supera-
ción de sus síntomas corporales y el reingreso al colegio, con la
condición de rendir las materias a fin de año. Con la aceptación,
por parte de Julián, de permitir ser ayudado por profesores parti-
culares, rindió sus exámenes y pasó al segundo año, en el que se
afirmó en el aprendizaje y en la socialización.
Pero, al comenzar el tercer año, Julián tuvo repetitivos fracasos

182
amorosos que resignificaron sus traumas y duelos tempranos no
resueltos. Acompañado ahora por un grupo de compañeros del
colegio, retornó —aunque en menor medida— a reiterados ac-
tings out, provocando a los profesores y a sus padres, y oponién-
dose al estudio.
Transcribo a continuación momentos de las sesiones individua-
les, luego de una entrevista que mantuve con Julián y sus padres
en forma conjunta, hecho desencadenado por una serie de menti-
ras que ponían en peligro la continuidad de su pertenencia al co-
legio y la prosecución de su proceso analítico.

Yo siempre mentía. En la primaria escondía las notas.


Nunca me interesaba saber. Siempre me aburría y molesta-
ba a los chicos. No podía concentrarme. Miraba el reloj pa-
ra saber cuándo tocaba el timbre. Ni tenía amigos porque
fabulaba y al final no me creían. Tenía fantasías exageradas
y perdía la confianza de mis compañeros. Pero las mentiras
me salían solas. Salía sola, la actuación. No reflexionaba lo
que iba a decir. Uno para mentir lo tiene que pensar. Yo no
lo pensaba. Lo hacía permanentemente y era como un hábi-
to. Siempre fui así, antes era peor y por mucho tiempo. No
quiero que exista más. Porque ya sale sola la mentira. Cuan-
do me siento en apuros fluye. No sólo miento a los demás,
sino a mí mismo cuando necesito encontrar una solución.
Por ejemplo, digamos que yo me corté y me digo que no
me corté. Pero los otros ven la sangre y que me corté, yo no
lo quiero ver, para que no exista más.
A: ¿Qué es lo que querés que se corte?
La mentira. No quiero que exista más.
A: ¿Qué pasa con la mentira aquí, entre nosotros dos?
Yo sé que vos no vas a contar a nadie lo que te digo y,
como sé que no vas a decir la verdad mía a mis amigos, yo
te cuento verdades mías para que haya una solución mejor.
Para que pueda cambiar algo. Cuando yo digo la verdad, te-
mo que haya una consecuencia para mal. Pero es peor. Hay
un refrán que dice "La mentira tiene patas cortas". Pero al
final el otro se entera. No hay manera.
A: Supongamos que vos sos mi amigo. Yo te lo digo a
vos y corro el riesgo que a vos se te escape. Como sé que a
vos no se te escapa, te lo cuento. Pero me acuerdo que an-

183
teayer me dijiste que para vos todos los mayores tienen sus
caretas y que por eso no confiás en ellos. ¿Qué pasa con la
careta en tu tratamiento conmigo? ¿Yo me pongo la careta,
o vos te la ponés? ¿Es éste un tratamiento careta? No, la ca-
reta esconde la verdad. Yo no miento aquí. Pero me llama
mucho la atención que hoy entraste sonriendo a la sesión y
vos sabés que la situación del tratamiento está delicada. Tus
padres ayer se cuestionaron con dolor para qué seguir con
tu tratamiento, con el colegio pago y con los profesores de
refuerzo, si finalmente la estafa le gana a la verdad.
Ni digas esa palabra. Estafa. Me cae mal.
A: Es la palabra que salió ayer en la sesión con tus pa-
dres.
Pero con mis padres ayer se empezó a arreglar la cosa.
Esta vez fue la gota que rebalsó el vaso. Hoy estoy conten-
to porque hoy es mi cumpleaños y voy a poder festejarlo
con mis padres. Pensaba que no me iban a perdonar las ca-
gadas que me mandé. Entendé, Doc, antes era peor. Papá
ayer te lo dijo. Hoy fui al colegio y estaba todo bien.
A: No, no está todo bien. Eso es poner una careta a la si-
tuación. Y aquí tampoco está todo bien. Peligra la continui-
dad del tratamiento (pausa). Hace quince años que las
cosas siguen saliendo mal. Nunca salieron bien. Cuando
saliste, cuando naciste, no salió bien la situación de entra-
da con los padres biológicos, pero enseguida fuiste tomado
y criado por tus padres actuales.
Pasaron tres días, hasta que mis padres me tomaron, no
sé si fue el 10 o el 9, y llegué el 13 a la casa de mis padres.
Me contaron que me recibieron con una fiesta.
A: ¿Sabés que pasó durante los tres días?
No, no lo sé.
A: Sería bueno que lo sepas. Te sugiero que lo pregun-
tes para saber, para informarte mejor. ;
Yo dejé de creer en todo. No me importa más la religión.
Me desagrada. Estoy enojado en serio con eso que se dice
de Dios, porque no existe. Dicen que supuestamente él
quiere lo mejor. (Eleva el tono de de voz, empieza a gesti-
cular con las manos. Yo comienzo a sentir una pena enor-
me.) No tengo nada. Porque no puedo ser feliz con mis
padres. Siempre que llego a algo y lo tengo, me pregunto:
"¿Para qué lo quiero?"
A: Seguís queriendo tener a los padres que te engendra-

184
ron y sin darte cuenta te desquitás en tus padres actuales y
en vos. En tu cuerpo y en tu mente.
Siempre quiero tener lo que no tengo, y lo que tengo lo
uso tres días y lo dejo. Me pasa lo mismo con las minas. Yo
la adoro a Jacqueline y no sé por qué la cago con otras, y
ella termina pateándome y me dice que no me entiende y
que no soy confiable. Estoy enojado con Dios porque todo
lo que dice es falso. Porque no hay Dios, no existe. Ni creo
en nadie. Dios es como el viento. El viento sopla y se fue.
Así todo lo que quiero se va, no existe. Es un fraude.
A: Vos tenés algo de ese viento que sopla y que se va. Y
yo también tengo algo de ese Dios que defrauda.
No me da la impresión. Creo que no.
A: Pero hay algo en que tal vez yo te defraudo. Aunque
jamás te lo he prometido, yo no puedo ayudarte a encontrar
a los que te han engendrado, pero sí revisar con vos qué es
lo que te pasa con tus padres actuales, con tu hermano, con
tu cuerpo, con tus sentimientos, con tus fracasos y logros en
el colegio, con las minas. Julián, tu deseo de desquitarte si-
gue aún muy despierto y te retiene a vos en el ayer. Me pre-
gunto si esta búsqueda tan imperiosa y necesaria tendría
ante vos mismo y ante los demás algo de careta para tapar
los conflictos tuyos actuales y para justificar el no enfrenta-
miento con un montón de cosas que te pasan hoy (pausa).
Sí, yo ya lo sé.

A la sesión siguiente Julián dice:

Jacqueline fue un amor a primera vista. La vi y me pare-


ció hermosa, hermosa. Ya ella yo le parecía lo mismo. Ella
se quedó reenganchada conmigo y me la transé. ¡No lo po-
día creer! Soy un héroe, ella era mi objetivo de vida. Es la
mejor del colegio. Es más buena que el pan. No existe me-
jor. Todos mis amigos me lo dicen, que soy un boludo por-
que la cagué. A los tres días la cagué con otra. Ni sé por qué
lo hice. No sé si fue por bronca. Soy un estúpido. Hace un
mes que ni me chateo con ella y no me la puedo sacar de
la cabeza. Hoy la vi y le dije: "¿Por qué no me hablás?"
"Porque no fuiste una buena persona conmigo. Por todo lo
que me hiciste." Tiene toda la razón del mundo y me dijo:
"Te quiero sacar de mi vida, porque todo lo que tuve con
vos fueron problemas. Un problema tras otro." Yo le metí
los cuernos.

185
A: ¿Vos le metiste los cuernos?
Sí, varias veces, no sé por qué lo hago.
A: ¿O la metida de cuernos es en realidad una careta
que tapa tu propia desconfianza, tu dificultad para confiar,
para amar y para que te amen? Así te parecés a un viento
que sopla y que se va.
Cuando todo está tranquilo, desconfío de que esté todo
muy tranquilo.
A: Desconfiás de la confianza, ¿y conmigo, qué pasa
con la desconfianza?
No sé, yo aquí me confío.
A: Vos me dijiste en la última sesión que vos creés que
naciste el día 10, y que el 13 te entregaron a tus padres ac-
tuales. Podríamos pensar que pasaron tres días de confian-
za con tu madre biológica, ¿y después de los tres días qué
pasó? (Abre los ojos y se acerca a mí.)
Cuando estaba bien con Jacqueline, duró sólo tres días
y después de los tres días no era lo mismo que antes y nos
separamos.
A: ¿De quién me estás hablando?
De Jacqueline.
A: Y también de tu mamá biológica, con la que estuvis-
te tres días y que luego se separaron.
¡Uy, uy, esto es muy fuerte! (S sonríe y se acerca un po-
co más a mí. Yo siento dolor en mi cuerpo y me conmuevo
ante la sorpresiva formulación de mi propia construcción.
Le pregunto si esa sonrisa no es en realidad una careta pa-
ra no sentir otras cosas.) No quiero llorar. Yo siento por den-
tro. También durante tres días la buena relación con mis
padres y después de los tres días, el lunes, empieza de vuel-
ta todo mal. Descubro que el tres es para mí el número de
la mala suerte.

El sujeto resentido resignifica en los objetos actuales las mocio-


nes vengativas que estaban dirigidas hacia los objetos anteriores y,
tras las máscaras del amar, ejerce el apoderamiento del otro Lieb-
machtigungy su aniquilación como sujeto. Si bien en un comien-
zo el acento de la pulsión de apoderamiento (Bemachtigungstrieb)
recae sobre el objeto externo sin finalidad sexual, sólo secunda-
riamente se une a la sexualidad, y su fin consiste en dominar el ob-

186
jeto externo por la fuerza. Por otra parte, conviene señalar que,
junto al término Bemachtigung, se encuentra en la teoría freudia-
na y con bastante frecuencia el de Bewaltigung, de significación
bastante similar. Freud lo utiliza casi siempre para designar el he-
cho del control de la excitación propia, sea ésta de origen pulsio-
nal o externa, y ligarla (Laplanche y Pontalis, 1971).
Si bien esta distinción terminológica no es absolutamente rigu-
rosa, el apoderamiento asegurado sobre el objeto externo (Be-
machtigungstrieb) puede operar como un intento defensivo ante la
amenaza de peligro de la pérdida del gobierno y el control de la
propia excitación (Bewaltigung) en el propio sujeto y ante la pre-
sencia de otro por el surgimiento de afectos y representaciones,
tanto placenteras como displacenteras.
En la realidad psíquica, los afectos crean objetos. Son precur-
sores de fantasías e ideales. A partir de ellos se establece y propi-
cia el ejercicio de variadas formas de poder (Kancyper, 1999). Así,
a través del amor, el sujeto se une al objeto, y en el enamoramien-
to se fusiona con él. En el odio, se separa y discrimina del objeto,
y en la envidia intenta su destrucción.
El poder de la pulsión de dominio (Bemachtigungstrieb) reani-
ma el sentimiento de omnipotencia infantil y reactiva el pensa-
miento mágico-animista, caldo de cultivo de un complejo sistema
de ideales a partir del cual ciertos sujetos se elevan —sobreestima-
ción narcisista mediante— a la condición de categoría de las ex-
cepciones (Freud, 1915b): detentadores de un poder omnímodo
que les concede derechos para avasallar la inviolable órbita de la
dignidad y hasta de la libertad del otro.
Dorey (1986) asevera:

El status metapsicológico de la pulsión de dominio es


ambiguo en la obra de Freud. El dominio no puede ser con-
siderado como la acción de una tendencia única, sino que
corresponde a una formación compleja de la relación con
el otro dentro de la cual se ubica en forma precisa la inte-
racción dialéctica (Eros-Tánatos). La finalidad de esta rela-
ción es siempre el deseo del otro, en la medida en que
resulta fundamentalmente ajeno y por su propia naturaleza

187
elude cualquier posibilidad de ser capturado.
Las organizaciones perversas y obsesivas representan
dos modelos de este tipo.
En la perversión el deseo del otro es capturado a través
de la seducción; en la neurosis obsesiva el deseo se destru-
ye en efecto por una operación de destrucción.

Foucault (1991) señala que las relaciones de poder no obede-


cen a la sola forma de prohibición y de castigo, sino que son "mul-
tiformes". Nos advierte que uno de sus peligros, aun cuando esté
al servicio de una causa justa, es que genera adicción...
El resentimiento puede también operar como defensa, ejercien-
do una función anti-duelo, porque abandonar ese vínculo objetal
significaría "el derrumbe definitivo de la ilusión y la admisión de
que se ha perdido real y verdaderamente el objeto" (Amati Mehler
y Argentieri, 1990). Resurge el ejercicio del poder de dominio pa-
ra destruir el deseo del otro como un intento defensivo, para can-
celar o apaciguar la irrupción amenazante del dolor, de angustias
(Freud, 1926) y de otros afectos y representaciones intolerables
para el sentimiento de la propia dignidad y para el mantenimien-
to de la estructuración psíquica; retornando a la memoria del ren-
cor para huir del enfrentamiento y de la asunción de la propia
responsabilidad ante los conflictos actuales y actuantes.
A diferencia de la memoria del dolor, la memoria del rencor
reintroduce el tiempo circular repetitivo de los duelos intermina-
bles y comanda el destino trágico de los sujetos y de los pueblos.
En efecto, los resentimientos y remordimientos conscientes e
inconscientes, suscitados por el narcisismo de las pequeñas dife-
rencias entre las religiones, los pueblos y las naciones, han origi-
nado y continúan aún engendrando una recurrente y ominosa
cadena de venganzas.

188
12. El muro narcisista/masoquista
en un adolescente mellizo

Sin consideración, sin piedad, sin pudor


en torno mío han levantado altas y sólidas murallas.
Y ahora permanezco aquí en mi soledad.
Meditando mi destino: la suerte roe mi espíritu;
tanto como tenía que hacer.
Cómo no advertí que levantaban esos muros.
No escuché trabajar a los obreros ni sus voces.
Silenciosamente me tapiaron el mundo.
Kavafis, "Murallas"

La experiencia clínica nos ha revelado que el carácter dinámi-


co de la situación analítica se registra simultáneamente en dos ni-
veles: el contenido ideativo por un lado y la circulación afectiva
por el otro. La dimensión afectiva es relevante en las interacciones
que se dan momento a momento entre el analizante y el analista
que escucha con tu mente y con sus afectos. Los afectos posibili-
tan dirigir una segunda mirada hacia el campo intersubjetivo y sir-
ven de base o brújula para el entendimiento del discurso del
analizante. Para lo cual se requiere mantener la actitud de aten-
ción flotante recomendada por Freud.

Flotar en este sentido —decía W. Baranger— equivale a


darme la libertad de asociar pensando a la par del analizan-
te, pero también de poner a disposición del proceso una
permeabilidad afectiva con el analizante y con uno mismo,
que floten los afectos míos, que resuenen en mi cuerpo, que
me pongan sobre aviso de lo que subyace en el discurso del
analizante. A lo mejor se trata de crucigramas pero con
cuerpo de por medio.
189
Recordemos que ya en 1920 Freud había observado:

No quiero dejar pasar esta oportunidad sin expresar,


otra vez, mi estupefacción por el hecho de que los seres hu-
manos puedan recorrer tramos tan grandes y tan importan-
tes de su vida amorosa sin notar mucho de ella y aun, a
veces, sin tener de ella la mínima vislumbre: o que, cuan-
do eso les llega a la consciencia, equivoquen tan radical-
mente su juicio. Y esto no acontece sólo bajo las
condiciones de la neurosis, donde estamos familiarizados
con el fenómeno: parece ser lo corriente. [...] Así, nos ve-
mos precisados a dar la razón a los creadores literarios que
nos describen de preferencia personas que aman sin saber-
lo, o que no saben si aman, o creen odiar cuando en ver-
dad aman. Parece que justamente el saber que nuestra
consciencia recibe de nuestra vida amorosa puede ser in-
completo, lagunoso o falseado con particular facilidad
(Freud, 1920b, p. 159). V_

Considero que, en este momento histórico signado por la ob-


solescencia rápida y fugacidad en la vida amorosa, asistimos a una
creciente miopía de los afectos y a un aumento de la narcisización
que, a su vez, incrementa un analfabetismo emocional.
A continuación intentaré desarrollar los siguientes temas par-
tir de la presentación del proceso analítico de un adolescente
mellizo:

a) El muro narcisista y masoquista comandado por los resen-


timientos y remordimientos propios e impuestos.
b) La resignificación de los afectos en el adolescente y en sus
padres.
c) Las colusiones parento-filíales y sus efectos en la dinámica
fraterna.
d) La identificación reivindicatoría.
e) El insighty las autoímágenes narcisístas.
f) Epílogo: El analista como aliado transitorio del adoles-
cente.

190
Esaú y Jacob en la situación analítica

En los relatos bíblicos y en las tragedias griegas, son los dioses


los que mueven los destinos de los personajes.
En el caso de Hernán, hermano mellizo de Román, son los
efectos patógenos ejercidos por los procesos inconscientes los que
lo condenaron a permanecer identificado en el seno familiar, en el
lugar mítico de Esaú; como el primogénito despojado de derechos,
pero impuesto a suscribir con el padre un contrato narcisista de in-
mortalidad y una colusión paterno-filial en contra de la madre y el
hermano.
Laura, su madre, de 45 años de edad, fue la que por propia ini-
ciativa solicitó una entrevista diagnóstica:

Doctor: Mi hijo Hernán está muy para adentro, sin incen-


tivo alguno. Nada lo motiva. No participa en las reuniones
familiares. En casa no emite sonido. Vive aislado. Se encie-
rra muchas horas en su cuarto fabricando maquetas de avio-
nes. Mientras que Román vive pasado de revoluciones. Es
inquieto y curioso. Mis dos hijos son dos polos opuestos.
Román es demasiado ambicioso y avasallador. El cree
que no tiene que pedir permiso a nadie y que puede dispo-
ner de las cosas de su hermano como si fueran de él.
Me exaspera el hecho de que Hernán no se hace cargo
de lo propio; no lo cuida.
No dice: Esto es mío, es de mi responsabilidad. Nosotros
le dimos un coche a Hernán. Es de su propiedad, sólo de él.
Pero no lo cuida y se deja avasallar por su hermano. Inclu-
so cuando ve televisión, Román le puede cambiar el canal
y él no se le opone. Entre ellos no discuten. No hay peleas.
Hernán cede siempre su lugar.
Al principio, siempre me ocupe de ser justa y equitativa
con los dos. Me organizaba de tal modo que, cuando lo ba-
ñaba a uno primero, al otro día empezaba por el otro. Lo
mismo hacía con la comida. No les di pecho, les di leche.
Yo estuve muy atenta siempre. No quería marcar dife-
rencia entre ellos. Hasta que a los dos años Román, tuvo
convulsiones febriles por anginas recurrentes que termina-
ron con una enfermedad reumática.
Allí perdí mi equilibrio y empecé a preocuparme muchí-

191
simo por Román, y sin darme cuenta lo desatendí bastante
a Hernán.
Además, Román era desde siempre muy demandante, y
mi marido se dedicó más desde el vamos a Hernán.
Hernán fue el mayor, el primero en nacer. Tiene rasgos
semejantes a él. Me preocupa que, como a su papá, a Her-
nán le da todo igual. No reacciona. No pelea por sus cosas.
Las deja pasar. En cambio, Román es todo lo contrario. Me
exaspera verlo así a mi hijo. Le repito, doctor: yo no tenía
preferencias, quería repartirme por partes iguales. Pero no
sé qué pasó, que el padre siempre tuvo devoción por Her-
nán. Él lleva su mismo nombre. Cuando crecieron, le ha-
blaba sólo a Hernán en la mesa y yo, para compensar, me
dedicaba a Román. Trataba de hacer el contrapunto. Que-
ría encontrar un equilibrio, pero en verdad me siento en fal-
ta con Hernán.
Yo nunca me pude dedicar a uno con tranquilidad
(pausa).
Hace 5 años que estoy separada del padre de los chicos.
Y esta diferencia que ya estaba entre ellos se acentuó. El pa-
dre cuando habla por teléfono pregunta directamente por
Hernán, y a Román casi nunca le habla. Tampoco Román
va a ver al padre.
Doctor: necesito que lo vea cuanto antes a Hernán. No
estudia nada de nada. Ni sale con amigos. Nadie lo llama.
No practica deportes. Está robotizado.

El favorito

Hernán tiene 1 6 años en el momento de la consulta. Es un ado-


lescente muy delgado, de elevada estatura y portador de una mi-
rada inteligente y a la vez huidiza.
Admite que está muy mal y que no sabe el porqué. También co-
menta que jamás hubiera consultado por propia iniciativa. Me
aclara que el padre no está de acuerdo con que él consulte a un
psicólogo; pero que igual está dispuesto a probar conmigo, con la
condición de concurrir solamente una vez por semana.
Se expresa con fluidez y precisión, y con una marcada distan-

192
cía afectiva. Jamás me tuteó en los cuatro años de su experiencia
analítica.

Yo sé que soy el favorito de mi padre. Él tiene preferen-


cia por mí desde que nací. Yo estoy anotado, en el número
de documento, antes que mi hermano. Mi número termina
con el 79 y el de mi hermano con el 80. Nacimos por cesá-
rea. Quizá el que nació antes es al que agarran antes. Pero
de todos modos yo soy el primero, y él el segundo.
No siento que mi mamá tenga preferencia por Román.
No sé si demuestra su preferencia por alguno. No sé si la
tiene por alguien. Tampoco me daba cuenta de la preferen-
cia que tiene mi viejo por mí. Pero mi hermano sí que la
sentía. Una vez él me dijo: "Papá te prefiere a vos"; y yo me
quedé así, me pareció raro.
Pero igual no sé por qué soy el favorito yo. Tampoco sé
qué atributos tengo para ser el preferido.
Analista: ¿Te sentís mal por ser el favorito?
Preferiría que mi hermano no lo supiera. Tampoco sé si
yo quiero ser el preferido de mi viejo. Yo no veo ninguna
ventaja, ni ninguna desventaja. Puede ser que la desventa-
ja es que mi hermano se enoja conmigo por eso. Yo nunca
hice nada, ni tengo planeado hacer nada; nada de nada.
A veces no sé lo que siento. Me da lo mismo.

En otra entrevista comenta:

La mayoría de las cosas que me hacen pensar, me hacen


sentir mal. Trato de no pensar mucho en algunas cosas.
Muchas veces evito el pensar porque no quiero sentir
cosas malas. Yo no pienso en cosas buenas, ni siento cosas
buenas. Yo no sé si tengo cosas.

El padre se resistió a concurrir al consultorio pero, ante el rei-


terado pedido de Hernán, aceptó venir a una sola entrevista.
Se presentó con una franca actitud querulante. Manifestaba
oposición a que su hijo consultara por problemas emocionales
porque, según su parecer, él no registraba trastorno alguno. El te-
ma central de su discurso giraba en denunciar a su exmujer como
la única causante del divorcio conyugal; y además había renun-

193
ciado, aparentemente sin culpa, a que Román mantuviera algún
vínculo con él.
Desde el momento de la separación, el padre depuso su res-
ponsabilidad en la asistencia material de sus hijos.
La entrevista que mantuve con Hernán y sus padres me evocó,
en un principio, el mito de Jacob y de Esaú. Y comencé a cotejar
las semejanzas y las diferencias entre los hermanos y sus padres
con la dinámica estructural de los personajes en el relato bíblico.
Desde los inicios se ponen en evidencia los influjos ejercidos por
el singular complejo fraterno en los mellizos y su articulación con
las dinámicas narcisista y edípica, por los particulares psicodinamis-
mos que se entretejen, inconscientemente, entre los padres e hijos.
Tanto en el mito como en la familia de Hernán, se presentifican
las rivalidades encubiertas y manifiestas entre los sexos de la pa-
reja, la división del "botín filial" entre ellos y las alianzas entre el
padre y el hijo mayor, y entre el hijo menor y la madre;
Pero, a diferencia del relato bíblico, en el que se instaló una co-
lusión materno-filial entre Rebeca y Jacob, en este caso se estable-
ció una colusión padre-hijo en contra de la madre y del
hijo-hermano menor.
En efecto, el padre de Hernán lo había investido narcisística-
mente como a su elegido, como a su doble especular reivindica-
torio. Hernán-padre, a semejanza del patriarca Isaac, padecía
también de una ceguera, pero ésta era psíquica. No percibía el
profundo padecimiento de su hijo. Tenía un escotoma mental que
le impedía visualizar el profundo estado regresivo en el que su hi-
jo permanecía retraído y dolido.
Hernán-hijo había sido identificado a sobrellevar una misión
reivindicatoría. Su deber consistía en saciar, en nombre de su pa-
dre y en su propio nombre, una insaciable sed de represalias.
Esta colusión padre-hijo, en la que interviene un sistema heteró-
clito de identificaciones primarias, narcisistas, alienantes e impues-
tas por el padre y asumidas por Hernán, generaba en él un tormento
de lealtades, interceptando los procesos de la narcisización y de la
constitución y la elaboración de los complejos de Edipo y fraterno.
Deseo aclarar que el abordaje terapéutico de un adolescente
mellizo no supone modificaciones en la técnica, con respecto a

194
los ya conocidos y aplicados al adolescente en análisis en general.
Pero resulta evidente, a partir de las entrevistas y de las sesiones
que presentaré a continuación, que la situación de mellizos re-
quiere ser historizada como un punto de partida importante, como
un factor relevante relacionado con un singular complejo fraterno;
pero no como factor único sino como otro entre los diversos fac-
tores determinantes del destino de una vida.
Si bien la condición de ser mellizo tiene una potencialidad
traumática, ya que existe de entrada y determina a su vez conduc-
tas particulares entre los hermanos y en la dinámica de los proge-
nitores hacia ellos, sólo se convertirá en trauma en la medida en
que el niño y sus padres no la puedan tramitar y, en consecuencia,
pueda generar efectos paralizantes y desorganizantes en la mente
y/o el cuerpo.
Lo importante es que el analizante y el analista no conviertan
la situación inicial de mellizos en una categoría particular que
concede, a través de una serie de racionalizaciones, derechos y
concesiones particulares, como para erigirse en una subidentidad
de excepcionalidad. En estos casos, esta subidentidad puede lle-
gar a tener un valor defensivo en la medida en que el sujeto logra
armarse y anquilosarse a partir de ella, como una condenada víc-
tima resentida y remordida, acreedora o deudora de un pre-fijado
e inmutable destino.

El muro narcisista y masoquista del rencor

En estas oscuras piezas, donde paso


Días agobiantes, voy y vuelvo arriba abajo
Para hallar las ventanas. —Cuando se abra
Una ventana habrá un consuelo—.
Mas las ventanas no están, o no puedo
encontrarlas. Y mejor quizás que
no las halle.
Acaso la luz sea un nuevo tormento.
Quién sabe qué cosas nuevas mostrará.
Kavafis, "Ventanas"

195
Freud diferencia, en la Conferencia 26, "La teoría de la libido
y el narcisismo", las neurosis de transferencia de las neurosis nar-
cisistas. Esta distinción marcaría una línea divisoria entre lo anali-
zable y los bordes de la analizabilidad.
En ese mismo texto señala la oposición entre interés y libido, y
describe el muro narcisista y las resistencias que se erigen para
oponerse al cambio psíquico.

Las neurosis narcisistas son apenas abordadas con la


técnica que nos ha servido en el caso de las neurosis de
transferencia. Siempre nos ocurre que tras un breve avance
tropezamos con un muro que nos detiene. Como ya saben,
también en las neurosis de transferencia tropezamos con
barreras parecidas que oponía la resistencia, pero pudimos
desmontarlas pieza por pieza. En las neurosis narcisistas la
resistencia es insuperable; a lo sumo, podemos arrojar una
mirada curiosa por encima de ese muro para atisbar lo que
ocurre del otro lado. Por tanto, nuestros presentes métodos
técnicos tienen que ser sustituidos por otros; todavía no sa-
bemos si lograremos tal sustituto.

Al describir la migración libidinal entre el yo y los objetos,


Freud señala que, cuando la libido se vuelve narcisista, no puede
hallar el camino de regreso hacia los objetos, pierde su movilidad,
se obstaculiza y pasa a ser patógena.
Dice: "Parece que la acumulación de la libido narcisista no se
tolera más allá de cierta medida. Y aun podemos imaginar que se
ha llegado a la investidura de objeto justamente por eso, porque
el yo se vio forzado a emitir su libido a fin de no enfermar con su
estasis" (Freud, 1914, p. 87). Las megalomanías en la paranoia, la
manía y la melancolía, que en ésta toman la forma de delirio de
insignificancia, son manifestaciones de la estasis libidinal en el yo
por reflujo del narcisismo secundario.
En " U n a dificultad del psicoanálisis", Freud (1917b) escribe:
"Al estado en que el yo retiene junto a sí la libido lo llamamos nar-
cisismo, en memoria de la leyenda griega del joven Narciso, que
se enamoró de su propia imagen especular." Pero Hernán, lejos de
enamorarse de su propia imagen especular, la aborrecía.

196
Sus autoimágenes narcisistas como representantes figurativos
de su "sentimiento de sí" estaban sobreinvestidas de omnipoten-
cia negativa. El era, según sus palabras, una "mitad" y una "nada".
Él era el yo ideal negativo de otro doble especular y maravilloso,
investido como el yo ideal positivo. Entre ambas mitades escindi-
das no se lograba configurar una unidad integrada.
Hernán partía desde un certero lugar de impotencia y sufri-
miento, acompañado de humillaciones morales y erógenas.
Él era el verdugo de sí mismo: "Yo soy la herida y el cuchillo, la
mejilla y el bofetón" (Baudelaire, 1982); el soporte de las fantasías
de "Pegan a un niño" (Freud, 1919b), revertidas sobre su propia
persona. Estas fantasías y autoimágenes narcisistas lo condenaban
a permanecer retenido dentro de un clausurado destino kafkiano
de retracción e impotencia.

No creo que esté deprimido, pero no quiero hacer nada.


Siento que me falta algo, una vida. No porque crea que es-
té eso de no querer vivir, ni nada de eso. Le falta vivir a mi
vida.
Cuando digo "vivir", es tener más amigos, salidas, mi-
nas, un objetivo a futuro que me entusiasme. Quiero vivir
la vida con más diversión. Yo tenía organizado para ser pi-
loto. Sigo con la guitarra, con el profesor que me gusta mu-
cho. Pero no sé qué es lo que me pasa, que llega un
momento en que me desanimo y largo todo.
También el estudio a mime pesa. Yo voluntariamente no
hago lo contrario a lo que hace mi hermano. Pero obvia-
mente las cosas salen así. Román no tiene problemas con
las mujeres. A mí me gustan las mujeres, pero tengo dificul-
tades que tienen que ver con la conquista o no sé cómo lla-
marlo mejor: con el levante. Él no tiene problemas con el
levante (pausa).
Ya estoy harto de las comparaciones. Me rompen las pe-
lotas. Siendo mellizo, la comparación está siempre. Aun-
que no te lo digan. Mucho más que cuando tenés un
hermano. Muchas veces no se habla de la comparaciones
pero se las piensa.

197
Hernán permanecía robotizado y retraído regresivamente, co-
mandado por el rencor, en un doloroso mundo aislado y atormen-
tado por representaciones y afectos hostiles contra sí mismo.

Yo soy un resentido con la vida, para adentro. Me pare-


ce injusta la vida en realidad. Es que en realidad me merez-
co más de lo que tengo.

Estas quejas y reclamos para adentro engrosaban el espesor de


las paredes de su muro narcisista-masoquista.
A lo largo del trabajo analítico con Hernán, pudimos colegir
que él presentaba una severa afección narcisista, no por estasis li-
bidinal, sino por una falta en la constitución inaugural del narci-
sismo. Sería una afección pre-narcisista, por carencias tempranas
en el proceso de la narcisización originaria.

Algo y algia

En "Introducción del narcisismo", Freud señala que "es un su-


puesto necesario que no esté presente desde el comienzo en el in-
dividuo una unidad comparable al yo; el yo tiene que ser
desarrollado. Ahora bien, las pulsiones autoeróticas son iniciales,
primordiales; por tanto algo tiene que agregarse al autoerotismo,
una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se constituya".
Freud no llega a especificar en qué consiste ese "algo" de la
nueva acción psíquica. El nuevo acto psíquico tiene el valor de un
cambio estructural: organizar las pulsiones parciales en una ima-
gen unitaria del sí mismo.
Aquí cobra fundamental relevancia cómo el infans ha sido mi-
rado o no por la madre y la identificación con esa mirada.
Lacan (1976) y Winnicott (1967) se han ocupado con profundi-
dad de este tema. O sea que ese algo mantiene sus nexos con los
efectos estructurantes, de ligadura, que provienen de las primeras
relaciones de objeto. En el caso de Hernán, podemos colegir, a
partir de las entrevistas que mantuve con ambos padres, que éstas
habrían sido insuficientemente desarrolladas, originando fallas en

198
la textura psíquica temprana. Sustituyendo el "algo" por la "algia":
el dolor de la nostalgia y del rencor primigenios por aquello que
injustamente no se logró estructurar.
Como si la presencia de la algia intentase reemplazar y obturar
ciertas carencias tempranas. Teniendo en estos casos, la algia, una
función de ligadura, de "pegar" la fallida estructuración del narci-
sismo originario; y formándose como consecuencia una neocrea-
ción. En lugar de erigirse un muro narcisista por estasis libidinal,
se forma un muro narcisista-masoquista, elevadamente sobrein-
vestido para el sujeto porque, por su alto valor defensivo, opera
como un guardián de vida para el sujeto.
En estos casos, el masoquismo aporta a través de la formación
cicatrizal del dolor, de la algia, una función vicariante de ligadura
y de complementación para dar cohesión y estructura; conjuran-
do el peligro de la fragmentación de las pulsiones primordiales,
autoeróticas y operando como una neo-acción psíquica para que
"el narcisismo se constituya" (Freud, 1914).
Hernán permanecía retraído regresivamente en un muro-celda
del rencor. Durante largas horas se autosecuestraba en su habita-
ción, infligiéndose humillaciones con accesos de desaliento, des-
confianza y dolor.
El desánimo erosionaba su vitalidad y "lo convertía en una fi-
gura átona, cuasi-inanimada que impregnaba de manera muy
honda las investiduras y gravitaba sobre el destino del futuro libi-
dinal, objetal y narcisista" (Green, 1986).
Su profundo desánimo generaba una ausencia de expectativa
vital.
Escindía y proyectaba masivamente la esperanza y la confian-
za en el posible cambio psíquico en mi persona, mientras que él
se mantenía en la situación de un persistente desaliento.

Yo me desaliento muy pronto. Cuando me desanimo, no


puedo mantener las ganas. A mí me cuesta tener esperanza.
Yo la veo, pero no creo lo que veo. Yo veo y sé que hay una
forma de salida y que es fácil. Sé que la acción es algo sen-
cillo, pero no siento que yo lo voy a cambiar eso. Yo sólo sé
que no puedo.

199
Analista: Tal vez esperas que yo pueda y haga por vos,
y que además te inyecte una buena dosis de esperanza en
cada sesión.
Sí, puede ser. Yo a la esperanza la veo, pero no la sien-
to. Yo intento hacer cosas justamente para cambiar. Pero, al
ver que las cosas que hago no salen bien, termino diciendo
"Bueno, ¡qué sé yo! No sirvo para nada".
En general, cuando me voy a dormir pienso que maña-
na voy a avanzar y a ver todo. Pero veo todas las cosas mal.
Yo sé que es un mecanismo que tengo que cambiar, que
tengo que ver las cosas buenas, pero cuando me comparo
me superan las malas.
A: Vuelve nuevamente el tema de la comparación.
Yo creo que salgo perdiendo en la comparación con
cualquiera, porque veo lo malo en mí. Yo veo que en la vi-
da social Román tiene muchos éxitos, y esto es para mí lo
más importante. Con el estudio no le va bien. Cambió otra
vez de facultad. Ahora estudia teatro y va a talleres de lite-
ratura. Él no trabaja. Yo sí. Le digo que no es que yo no vea
el cambio. Yo sé que puede ser de otra forma. Pero no veo
que yo llegue a ser de otra forma. Tampoco digo que me
sienta agotado. Pero hay días que sí. No tengo nada orde-
nado, ni en el estudio, ni en la vida. Las cosas no me salen
bien.
A: Tal vez tengas una fantasía, que yo sea como una es-
pecie de clon tuyo y que ejecute ciertas cosas por vos.
(Se sonríe y sus ojos se cubren de pronto con una mira-
da juguetona.)
Me gustaría, ¿por qué no? Que el clon vaya a los boli-
ches y se levante a todas las minas. O que vaya a dar los
exámenes por mí. Yo tengo un millón de cosas que me gus-
taría hacer y no las hago.
Me gustaría aprender y hacer plastimodelismo, pero no
lo hago bien. Pero con la guitarra me llevo bien. Es una de
las pocas cosas que puedo y hago bien.
A: Parecería como si, de pronto, en un momento dado,
se mete de repente un palo en la rueda y te frena.
No, en la rueda no. Se me mete un palo en el culo.
A: ¿Y quién te puso ese palo?
Me mira fijo, se pone serio y una voz grave dice: Yo es-
taba así; cuando miré para atrás.

200
El sujeto que permanece refugiado y encerrado detrás de un
muro narcisista-masoquista, comandado por resentimientos y re-
mordimientos, se halla retraído en un mundo secreto de violencia
en que una parte del sí mismo se volvió contra otra parte, en que
partes del cuerpo fueron identificadas con partes del objeto ofen-
sor, y además esta violencia resultó en extremo sexualizada (B. Jo-
seph), con necesidades conscientes e inconscientes de castigo
moral y erógeno.

El siamés imaginario y los vasos comunicantes

Brusset señala que

el análisis de la relación fraterna puede ser central en el


trabajo psicoanalítico y que la observación objetiva de las
interrelaciones afectivas no permite necesariamente detec-
tar los procesos realmente determinantes que se organizan
en relación al hermano.
Que tenga, desde el punto de vista pulsional, un estatuto
lateral no implica que juegue un papel marginal; muy por el
contrario, puede favorecer una gran proximidad y conferirle
un papel fundamental desde el punto de vista de la constitu-
ción del yo. La relación de objeto fraterna se distingue de las
relaciones de objeto parentales por la operativización de la
proyección (sobre todo bajo la forma de la identificación
proyectiva) en la proximidad de una relación simétrica, pró-
xima, inevitable, enfrentando directamente al sujeto con la
alteridad de un objeto que es simultáneamente un doble de
sí y un extraño. El racismo es lo opuesto, o si se quiere el
contenido latente, de la ideología de la fraternidad.
En la lógica de las relaciones fraternas querer compren-
der al hermano es intentar comprenderse a sí mismo, defi-
nirse en negativo, pero ¿cómo estar seguro de no ser él? Es
conocida la broma de Mark Twain (Twin): "Yo tenía un her-
mano gemelo. Nos parecíamos tanto que, habiendo muer-
to uno de nosotros en el nacimiento, nunca pude saber si
era él o yo..." El desdoblamiento narcisista está directamen-
te figurado por los gemelos y la indiferenciación parcial por
los "siameses".

201
El "gemelo imaginario", descripto por Bion (1967) a par-
tir de numerosos casos, representaba las partes disociadas
de la personalidad, personificadas de esta forma. Este doble
puede ser buscado directamente en el analista. La capaci-
dad de personificar las partes disociadas de la personalidad
puede, según Bion, ser vinculada a la capacidad para for-
mar símbolos, en el sentido en que M. Klein describe su im-
portancia en el desarrollo del yo. La visión juega aquí un
papel esencial (1987, p. 319).

El "siamés imaginario" y la fantasía que describí de "los vasos


comunicantes" representan las partes más indiscriminadas de la
personalidad.
Estas dos fantasías se escenifican en los sujetos que presentan
un funcionamiento mental simbiótico en las relaciones de pareja
y de familia.
En la fantasía de "los vasos comunicantes", intervienen diferen-
tes formas de sentimientos de culpabilidad que no se reducen sólo
a la culpabilidad edípica; además se anuda a ella la culpabilidad
fraterna y narcisista.
A continuación transcribiré una sesión que titulé "El clon". A
través de este significante, se ponen en evidencia momentos rele-
vantes del trabajo de elaboración, superación y resignificación de
estas fantasías, durante el proceso analítico de Hernán.

Hernán: Sería bueno que haya un clon para que com-


plemente todo lo que me falta a mí. Pero que ese clon sea
yo, si no no tiene gracia. No otra persona sino yo mismo.
Un clon en mí pero no en otro.
Yo quiero un montón de cosas, pero no paso a la acción.
Lo que me pasa es que me desaliento rápido. No tiene sen-
tido que alguien haga las cosas por mí. No sirve que otro lo
haga por mí. No sirve. Pero qué me pasa que directamente
no hago las cosas.
Le señalo que tal vez, al ser mellizo, mantiene una se-
creta esperanza de que su hermano sea para él, en su fan-
tasía, como un clon y actúe por él.
Esto que usted me dice, no lo sé. Lo que sí le digo es que
nosotros no nos peleamos mucho. Le puede parecer raro,

202
pero no nos saludamos. Saludarnos estaba de más. A veces
pasa una semana que no lo veo y yo no lo saludo, ni él tam-
poco a mí.
El hecho de no saber dónde está mi hermano no es por-
que no me importa, sino porque es su vida. Yo no voy a in-
terrogar adonde va. Si dice adonde va, está bien y si no, no.
Cuando mi vieja viene y me pregunta si él está en casa,
yo no sé si está o si salió; y ella se enoja y no lo puede en-
tender. Desde que tengo memoria siempre fue así.
Lo que pasa es que no había necesidad de saludarnos.
Si nos veíamos todo el día. Saludar estaba de más. Compar-
tíamos los mismos amigos, la escuela. Siempre estábamos
juntos.
Le interpreto que tal vez los dos no se diferenciaban
bien, y los dos eran una suerte de uno, o el otro una parte
de uno mismo. Uno no saluda a una parte del propio cuer-
po. Esa parte es propiedad de uno mismo y ejecuta funcio-
nes para uno.
(Se representa así la fantasía del siamés imaginario y de
los vasos comunicantes.)
Él tiene mi misma sangre. También él es A positivo. Yo
no le puedo decir a usted, ni sí, ni no. Puedo decirle que su
teoría explica bien, pero no le puedo decir: sí.
Le interpreto que además el hermano, por lo que él me
describe, está permanentemente en acción, cambiando de
amigos y de estudio, y ya trajo a la casa varias parejas; y
que, además de vivir acelerado, parece estar muy entusias-
mado, mientras que vos...
Sí, usted me explica el fenómeno, bien. La teoría expli-
ca perfectamente que uno sería el opuesto del otro. Pero es
algo que yo no pienso, que yo no hago por oponerme a él.
Yo elegí estudiar ingeniería electrónica, no porque él ahora
estudia teatro y literatura. Si hay algo detrás de todo eso, no
lo sé. No le puedo decir que yo quería ser lo opuesto de Ro-
mán (pausa).
Yo creo que mi hermano podría haber sido otro, pero yo
hubiera sido igual. Yo no soy el opuesto a él. Creo que está
muy lejos de eso. Creo que yo soy así por un montón de co-
sas (pausa).
Yo a mi hermano no le decía nada, porque no quería dis-
cutir con él. Él era como una pared; y a mí no me daba ga-
nas de empujar.

203
Él cambió algunas cosas, porque él quiso cambiar. Yo no
le dije nada porque creía que no iba a lograr nada. El accio-
nar que tiene él es parte de su personalidad. Él es así. Pero
no es tan molesto, por lo menos con mis cosas. No sé si con
otras personas será distinto. Cuando se trata del otro, me
parece que por lo que le pueda decir no se consigue nada.
Yo nunca le puedo afirmar su teoría. Digo teoría no pa-
ra descalificarlo. Yo no tengo una explicación tan general
como para descartarla.
Como teoría me cierra, pero no la haría ley.
No tengo una explicación tan general como para con-
tradecirlo a usted.
Me mira fijo y sorprendido. Registro una circulación
afectiva inédita en la dinámica de la sesión. Una diferente
atmósfera emocional de distensión, como consecuencia
del cese de la sofocación de la agresión y de los afectos de
amor y ternura. Como si recién, luego de las múltiples ba-
tallas en el combate analítico del campo dinámico entre
nosotros, comenzasen a despuntar con claridad los prime-
ros momentos de la inevitable confrontación intergenera-
cional. Le señalo entonces que es la primera vez que él me
confronta en la sesión y se mantiene en una posición firme.
Y que además necesito aclararle que su oposición no sólo
no me ataca, ni quita; sino que, al contrario, me sirve y en-
seña.

En la siguiente sesión comenta:

Estaría bueno que las cosas le llegaran a uno así de arri-


ba, pero puede llegar a ser aburrido. Es como querer tener
solucionado todo, más allá de que uno pierde el logro y la
satisfacción por no haberse esforzado. Yo tenía la esperan-
za de conseguir las cosas de una manera fácil, a través de
otro que me ayude en algo. Que los otros me solucionen las
cosas.
Por allí pensé, creo, que si no hago las cosas alguien las
va a hacer por mí. Pero me doy cuenta de que, si yo no ha-
go, no lo hace nadie. Es como poner la expectativa en otro
y no en mí. Pero ahora ya lo tengo claro.
(Aquí comprobamos la elaboración y el abandono de
las fantasías del gemelo imaginario, del siamés imaginario
y de los vasos comunicantes.)

204
Durante el proceso analítico, Hernán solía depositar esa expec-
tativa en mí. Esperaba que yo operara como un doble de él o par-
te de su sí mismo propio y en nombre de él, escindiendo el pasaje
al acto de sus deseos irrealizados en mi persona. Mientras tanto,
Hernán permanecía condenado y sufriente tras el muro defensivo
narcisista-masoquista.
Esperaba ese "algo" de mí, que yo me ocupara de ese nuevo
acto psíquico para que su narcisismo como estructura se consti-
tuyera. Ese algo estaba personificado a través de un imaginario
doble que fluctuaba entre lo materno y lo fraterno, y que, al no
materializarse en la realidad efectiva, se transmutaba por la frus-
tración en algia. La algia, paradójicamente, lo ligaba, pegaba y
narcisizaba; y de esa manera volvían a religarse el masoquismo y
el narcisismo.

La resignificación de los afectos en los adolescentes


y en sus padres

Lo más significativo en la afección narcisista de Hernán era


que, a pesar de estar atravesando por la etapa de la rebelión ado-
lescente, no se oponía ni confrontaba con sus progenitores y su
hermano.
Permanecía atemporalmente retraído y sufriendo en un muro
narcisista-masoquista del rencor, como si hubiera sido programa-
do para la obediencia y la sumisión. No se le ocurría rebelarse, ni
cómo hacerlo. Ante la violencia de esta imposición, se retraía, en-
cerrándose en un enconado caparazón imaginario. Carecía de
otros reflejos que no fueran los de la huida, no hacia afuera, sino
hacia adentro.
El tenso silencio de Hernán, cargado de rencor, había sido su
alimento cotidiano. Vivía y existía abrigando en secreto una espe-
ranza reivindicatoría.
En efecto, el rencor representaba un eje vital para Hernán; se
había armado alrededor de él.
Surgían entonces las siguientes preguntas:

205
a. ¿Cómo ceder y renunciar a la idolatría del rencor y de la ven-
ganza propias, y a las prestadas e impuestas por su padre y asumi-
das por él a través de una identificación reivindicatoría, si ya
formaba parte del sentido de su vida?
b. ¿Cómo procesar, en la situación analítica, los remordimien-
tos y resentimientos, y liberar el necesario odio al servicio de los
propósitos del Eros, para lograr la discrimininación de los objetos
con los que se mantenía confundido y en colusión tanática cons-
ciente e inconsciente? Porque, mientras persistan los resentimien-
tos y remordimientos, se paralizan los procesos del duelo y de la
desidentificación.
c. ¿Cómo esclarecer, dentro de la estructura superpuesta del
rencor, la presencia de dos tipos de resentimientos y remordimien-
tos para deslindar el resentimiento y remordimiento intersubjetivo
del resentimiento y remordimiento intrasubjetivo?

El primero es reactivo a las violencias y las frustraciones del


medio ambiental, producto de las situaciones traumáticas desen-
cadenadas en la relación intersubjetiva entre los padres y el hijo,
que clama por el desalojo de una furia agresiva para saciar su sed
real de venganza.
En cambio, el resentimiento y remordimiento intrasubjetivo
son un exponente del accionar de la propia pulsión de muerte en
el hijo que, en su articulación con las propias fijaciones narcisis-
tas, repite compulsivamente una actitud litigante insaciable, sin
tregua. Es necesario en cada caso evaluar, al modo de las series
complementarias, lo que viene del medio parental como violen-
cia y frustración traumáticas, y lo que nace del propio hijo como
resentimiento, sopesando cuidadosamente el entrecruzamiento
de uno y otro (Lacan, 1976, p. 11).
Hernán era un enigmático mnemonista implacable. En él pre-
valecía la memoria del rencor sobre la memoria del dolor.
La memoria del rencor lo atormentaba y no propiciaba el sur-
gimiento de aquella necesaria rebeldía adolescente como para
promover un cambio y no sojuzgarse ante las identificaciones im-
puestas por sus padres y por su condición de mellizo.

206
Hernán, a diferencia del Ricardo III de Shakespeare, que repre-
senta el paradigmático personaje del resentimiento, se atormentaba,
atizando remordimientos. Éstos se exteriorizaban en las sesiones a
través de los temas reiterados de la queja y de las comparaciones.
Hernán se comparaba no sólo por estar mal, sino para volver a
estar mal.
En efecto, el remordimiento y el resentimiento se asemejan en
la realidad psíquica a una cárcel, condenan al sujeto a permane-
cer detenido en una danza macabra sadomasoquista. Cancelan la
libertad y "siembran cardos en el jardín del alma" (O. Wilde).
Hernán, en lugar de dar batalla como adolescente para liberar-
se de su muro-cárcel, hacía una elocuente militancia de sus fraca-
sos. Los contabilizaba de un modo compulsivo y así v o l v í a a
compararse y a quejarse. La experiencia de su impotencia se con-
virtió en una defensa hostil y omnipotente.

Cuando me comparo con otro, me fijo cuánto tengo de


menos y nunca cuánto tengo de más.
Analista: ¿Y eso qué te produce?
Me deprimo.
Sonrío y le señalo que él es un buen artesano para crear
argumentos que finalmente lo frustran y, de ese modo, pue-
de luego llegar a infligirse algunas palizas.
Él también sonríe y repite: Sí, soy un buen artesano. Pe-
ro me sale así. Siempre miro cuánto me falta y no cuánto
consigo. Me sale así. Está incorporado en mí. Yo sé que
pierdo en la comparación. Es que, en realidad, nunca con-
seguí nada. Nunca tengo un logro significativo. Yo me de-
sanimo muy rápido.

En la siguiente sesión:

Yo dejo de hacer, y después me quejo de lo mal que me


va. No es que yo me proponga fracasar en algo. Y no digo:
Voy a hacer todo lo posible para que me vaya mal; sino que
me sale quedarme, como salga, así nomás.
A: ¿Qué significa "quedarme"?
Quedarme significa no accionar. Me quedo y dejo que
vaya sola la situación. No la voy manejando. Voy siempre
igual, derecho, y no busco alternativa.

207
A: Entonces te mantené^ rígido y no se produce ningún
cambio. Sólo aumentan loS fracasos.
Exactamente. Yo tengo, no sé cómo decirlo: dos formas
de vivir. Una es la vida que uno tiene, por decirlo de algu-
na manera. Creo que tengo muchas posibilidades para lo
que quiera: tengo techo, comida, plata para estudiar en
cualquier universidad. Ésta es la vida que tengo, y la otra es
la que vivo, es la que uno hace.
Es distinto. Esta segunda parte de la vida depende de las
opciones que yo elija, de las decisiones que tome, dentro
de esta parte entra la relación con personas. Esto depende
de mí. La otra vida depende de mi mamá.
Pero también podría definirse así: una vida es la mate-
rial y la otra es la espiritual, porque no encuentro otra pala-
bra.
Yo me podría ir a vivir solo, si tuviera un trabajo que me
permitiera mantenerme, y podría estar bien económica-
mente. Pero me faltaría la otra parte también.
A: ¿La parte de la vida de los afectos?
No sé si hay una falta en mis afectos; pero algo anda
mal. Es la manera de interactuar con otros afectos. Todo ter-
mina finalmente muy chato, muy mediocre.
A: Creo que con el resentimiento no sos tan mediocre.
(Se sonríe.) Por lo menos en eso soy fuerte. Pero yo no
estoy resentido contra nadie en particular. Yo no digo que
todo es una mierda y que todos están en contra mío y que
la culpa es de los demás.
Yo me resiento conmigo. Antes me puteaba un montón.
Ahora no lo hago tanto pero me queda una bronca contra
mí.
A: Esa bronca contra vos se llama: remordimiento.
(Abre los ojos con sorpresa y mueve rápidamente sus la-
bios repitiendo en silencio la palabra "remordimiento".)
Hoy aprendí una palabra nueva, remordimiento, y esto
le pone nombre a algo que yo sentía. Esta palabra me cla-
rifica lo que siento.

Hernán, como adolescente, "requiere enfrentar, a partir de su


metamorfosis corporal, una realidad que le impone un reordena-
miento afectivo y representacional, para realizar la tarea de acep-
tar su nuevo cuerpo, renunciando a las satisfacciones infantiles, e

208
ir/al encuentro de nuevos instrumentos objetales que, sin romper
su trama histórica, le permita acceder a nuevas posiciones identi-
ficatorias" (Olmos, 2000).
Una de las tareas primordiales del analista sería:

a) Registrar y nominar los afectos escindidos del analizante.


b) Ofrecer una figuración hablada en ese momento en que el
adolescente parece enfrentado con un sufrimiento cuasi impensable
c) Favorecer el trabajo de simbolización y autosimbolización.

En efecto, Hernán a partir de su insight afectivo nos dice: "Hoy


aprendí una palabra nueva, remordimiento, y esto le pone nombre
a algo que yo sentía. Esta palabra me clarifica lo que siento."
Real y efectivamente, la detección y la nominación de los afec-
tos clarifican. Operan como un foco y una brújula que iluminan y
orientan los pensamientos y las acciones.
Aisemberg agrupa los afectos en tres categorías, teniendo en
cuenta su destino:

a. Afectos ligados al inconsciente reprimido, cuyos tres destinos


describe Freud en la metapsicología. Remiten al funcionamiento
neurótico y pueden ser articulados con el discurso del paciente.
Son afectos integrados en la cadena de las representaciones. Se
trata de la inervación motriz de la conversión histérica, del despla-
zamiento de la neurosis obsesiva y, por último, de la transforma-
ción en angustia en las fobias y en las depresiones.
b. La transformación en angustia en las neurosis actuales, don-
de hay un funcionamiento en el que predomina la cantidad con
déficit de ligadura y de representación.
c. Afectos relacionados con el inconsciente escindido, afectos
expulsados de la psique.

Es lo que McDougall (1989) denomina como la desafectación,


o el cortocircuito que señala Green (1995, p. 113) con pasaje al
acto o al soma. Estos afectos son un factor de desorganización
traumática. Son afectos escindidos.

209
Si bien Hernán no presentaba fenómenos psicosomáticos, se
precipitaba de un modo paroxístico en pasajes al acto contra sí
mismo: atricherándose durante varias horas en su habitación y
abrumándose con angustias, sentimientos de culpa y necesidad de
expiación.

La identificación reivindicatoría

La identificación reivindicatoría tenía una particular gravita-


ción en este proceso analítico.
En ella debemos diferenciar la identificación impuesta de la
alienante.
En la identificación reivindicatoria-alienante, el sujeto se some-
te, por vía inconsciente, a las humillaciones, las injurias narcisis-
tas, los resentimientos y los remordimientos que conciernen a las
historias secretas de las generaciones que precedieron a su naci-
miento, pero de las cuales permanece cautivo e identificado en el
cumplimiento de una misión singular: lavar el honor ofendido de
un "otro" mediante la venganza.
El "otro" significa el narcisismo parental y la identificación con
él mismo.
El régimen narcisista parental de apropiación-intrusión es el
que fuerza al sujeto a una adaptación alienante, por sus identifi-
caciones inconscientes con la totalidad de la historia de los padres
que se alojan en él como la apropiación de los deseos reivindica-
torios del otro. Éste representa un objeto excesivamente presente
que habita en el yo ideal del sujeto, apoderándose de sus cualida-
des. Así deviene un encumbrado héroe que lo liberará, mediante
la vendetta, el desquite, la vindicta, de las heridas no cicatrizadas
provocadas por las historias parentales.
Este yo ideal, "concebido como un ideal narcisista de omnipo-
tencia", sirve de soporte a lo que Lagache ha descrito con el nom-
bre de "identificación heroica con personajes excepcionales y
prestigiosos"; en el caso de la identificación reivindicatoría, pone
de relieve los aspectos destructivos del narcisismo.

210
El procéso de apropiación explica el vacío de una espacialidad
psíquica propia, porque por parte del sujeto hay una falta de reco-
nocimiento en la relación de objeto.
El se constituye a través del remordimiento y del resentimiento.
Él es, mientras cumple la función de victimario y de víctima en
nombre de un "otro". Es una identificación que lo estructura a par-
tir de esa paradoja, de un lleno de rencores y de culpas que no le
pertenecen, pero que igualmente lo poseen; y de un repudio a to-
da realidad que pueda comprometer su identificación alienada
por la sumisión a su tarea redentora.
La identificación reivindicatoría reanima el sentimiento omino-
so debido al desvalimiento del yo ante la repetición, no delibera-
da, impuesta, fatal e irreversiblemente, por ese otro que no es
"efectivamente algo nuevo o ajeno, sino algo familiar de antiguo
a la vida anímica, sólo enajenado de ella por el proceso de la re-
presión. Ese otro que, destinado a permanecer en lo oculto, ha sa-
lido a la luz". Lo Unheimlich del doble (Freud, 1919).
Esta situación paradójica detiene al sujeto en una relación am-
bigua con el otro, con su cuerpo y con la temporalidad (Kancyper,
1989), relación de ambigüedad con un objeto enigmático y vincu-
lado con una historia críptica de situaciones traumáticas inheren-
tes al sistema narcisista ¡ntersubjetivo y desarrollado por el sujeto.
Y es precisamente el carácter enigmático y no verbalizado de sus
objetos internos pertenecientes a otras generaciones lo que fasci-
na y detiene al sujeto en una historia que no le concierne.
Las identificaciones reivindicatorías, alienantes, pertenecen a
la categoría de las patógenas y requieren que el trabajo analítico
pase necesariamente por la reconstrucción de las situaciones trau-
máticas que las han producido.
El acceso a tales situaciones no puede lograrse sin un trabajo de
historización progresiva de los hechos traumáticos relacionados
con los progenitores en interacción con el sujeto, el reconoci-
miento de los mecanismos en juego y de la puesta en evidencia de
los efectos patógenos.
La identificación reivindicatoría alienante se diferencia de la
impuesta, por la presencia en ésta de un sujeto que, en la realidad

211
externa y mediante una explicitada verbalización, presiona e im-
pone a un otro el mandato de asumir una función reivindicatoría
en la realidad material, promoviendo entre ambos diversas colu-
siones conscientes e inconscientes.
En el caso de Hernán, la personalidad conflictiva del padre pe-
saba fuertemente sobre el sistema de sus vínculos subjetivos en
contra de su madre y su hermano. Este padre funcionaba como un
"objeto enloquecedor" (García Badaracco, 1986, p. 217). Lo ha-
bía identificado, desde su nacimiento, como a su elegido primo-
génito, invistiéndolo por momentos como su doble especular e
inmortal y, en otras situaciones, como una parte siamesa de su sí
mismo propio.
Hernán-padre se espejaba en Hernán-hijo. Éste debía poner en
acto diversas represalias, como su representante elegido, para
ejercer la función del polo efector vengativo, restañando de este
modo las afrentas narcisistas de su progenitor.
Esta identificación reivindicatoría era, a la vez que alienante,
impuesta.
En efecto, la memoria del rencor de Hernán-padre resignifi-
caba la fantasía de "Pegan a un niño" (Freud, 1919b) en Hernán-
hijo.
Las tres fases de esta fantasía masoquista —I) mi padre pega a
un niño al que yo odio, II) yo soy pegado por mi padre, III) una mu-
jer pega a otros niños— eran convalidadas con certezas, en la rea-
lidad fáctica, por el rechazo manifiesto que mantenía el padre
hacia Román y hacia su mujer.
Situación que: a) resexualizaba el complejo paterno en Her-
nán, b) reanimaba su Edipo negativo y c) reactivaba las culpabili-
dades edípica, fraterna y narcisista, c o m o c o n s e c u e n c i a de
permanecer confirmado como el hijo único que destrona a su her-
mano mellizo y triunfa a la vez sobre su madre.
Estas diferentes fuentes del sentimiento de culpabilidad portan
sus propias dinámicas y necesidades de expiación. Requieren ser
discriminadas y no ser meramente subsumidas en la culpa edípi-
ca. Estas diversas fuentes del sentimiento de culpabilidad, que se
articulan y refuerzan entre sí, pueden ofrecer una respuesta y elu-

212
ciclar lo formulado por Freud en "Dostoiewski y el parricidio"
(1927): '

Según una conocida concepción, el parricidio es el cri-


men principal y primordial tanto de la humanidad como del
individuo. En todo caso, es la principal fuente del senti-
miento de culpa; no sabemos si la única, pues las indaga-
ciones no han podido todavía establecer con certeza el
origen anímico de la culpa y de la necesidad.

A continuación transcribiré un fragmento de una sesión vincu-


lar madre-hijo, en la que Hernán sorpresivamente presenta un /n-
sightde la impuesta y alienante identificación reivindicatoría que
inconscientemente mantenía con su padre.

Madre: Yo te impulsé a que empezaras a tratarte, porque


veía que estabas muy mal, pero vos no te dabas cuenta.
Hernán: Sí, es verdad que no me daba cuenta, pero no
me digas que me impulsaste. Vos me impusiste.
M: ¿Yo te impuse? No estoy de acuerdo.
H: Vos sos una persona muy autoritaria.
(Esta frase la pronuncia con un tono alto y muy planta-
do en sus palabras, situación inédita en él. Se produce lue-
go una larga pausa, y exhala de repente un secreto
inconfesable. Dice:) Pensé decir "un poco", pero dije "muy
autoritaria".
Analista: O sea que dijiste algo diferente de lo que en
realidad pensabas acerca de tu mamá.
H: Sí.
A: ¿Quién dijo y dice que tu mamá es muy autoritaria?
H: Mi viejo.
A: Hasta qué medida, Hernán, vos hablás a veces en
nombre de un otro que te impuso sus propios pensamientos
y sentimientos, y con el cual mantuviste y mantenés una
suerte de pacto con él.
H: Puede ser.
Luego dirige lentamente una mirada tierna a su madre y
ésta a él lo mira con dulzura. A continuación ella dirige su
mirada hacía mí con una expresión de alivio. Todos perma-
necemos callados. Yo siento una atmósfera de distensión en
el campo analítico. La madre vuelve a dirigir hacia mí una

213
mirada y silencio de gratitud, y le pregunto, entonces, en
qué se quedó pensando y sintiendo.
M: Siento que Hernán está mucho mejor, que ahora
puede decir lo que siente. Que ya no se calla como antes y
que a mí me gustaría mucho que aumente la frecuencia de
las sesiones. Pero no como imposición, porque pienso que
las necesita.
H: No es que yo no esté de acuerdo con venir una vez
más, pero es por la plata.
M: Por la plata, no te preocupes (silencio).
A: Hasta qué medida vos también me ves a mí como si
fuera una mamá que te quiere imponer una segunda sesión.
Yo sólo te la indico y no la impongo, porque existen mo-
mentos en un proceso analítico en que se requiere aumen-
tar la frecuencia de las sesiones. Yo te sugiero que lo
pienses, porque ya hace tiempo que venís repitiendo que
hay algo que te impide pasar a la acción, que hace falta un
algo más.
H: Lo voy a seguir pensando.

En esta sesión se abre un diferente abanico de miradas, repre-


sentaciones y afectos. A través del intercambio de las miradas en-
tre el hijo y la madre, se visualizan las movimientos de cambio de
los lugares dentro de la estructura familiar.
Hernán ya no mira a la madre con los ojos acusadores del pa-
dre, sino con su propia mirada tierna. Son miradas que hablan.
Cada uno recupera su propia mirada. También la madre cam-
bia la amedrentada posición que mantenía ante su hijo. Lo empie-
za a discriminar de Hernán-padre y comienza a perdonarse a sí
misma por sus antiguas culpas y autoacusaciones que solía infli-
girse por su originaria y fallida función materna.
Todo esto acontece luego que Hernán-hijo se ha desprendido
de la identificación reivindicatoría alienante e impuesta por el pa-
dre y asumida por él.
En efecto, en esta sesión, Hernán y su madre manifestaron el re-
gistro de la discriminación y de la separación.
Hernán, al desidentificarse de su padre, ya no permaneció con-
fundido con él; y al mismo tiempo la madre no asumió la deposi-
tación de la hostilidad que Hernán sofocaba hacia su padre y que

214
solía desplazar masivamente sobre ella y, en la situación transfe-
rencial, sobre mi persona.
En esta sesión, se produjo una mutación sobre la fantasía in-
consciente básica del campo analítico, que estaba representada
fundamentalmente, por la escenificación de una fantasía sadoma-
soquista de dominio.

Insight y autoimágenes narcisistas

El insight no es el repentino resplandor que despunta a partir de


una mágica epifanía; es producto y conclusión de un paciente tra-
bajo de elaboración gradual, en el que se tramitan progresivas
transformaciones. En un momento dado, éstas cuajan y se reorde-
nan de un modo súbito, iluminando y discriminando la realidad
interna.
Para M. Baranger, el insight, como visión interior estructurada,
implica a la vez un momento de discriminación e integración. "Es
la discriminación que permite evolucionar a la estructura por re-
distribución de sus elementos e inclusión de elementos nuevos en
una estructura ampliada." El insight no es la causa de la discrimi-
nación sino su registro y verbalización, porque ya se ha produci-
do previamente una modificación estructural interna.
En la sesión que transcribo a continuación, presenciaremos el
insightde ciertas identificaciones con el "objeto-padre" con el cual
Hernán permanecía confundido, indiscriminado e identificado.
Cuando al comienzo de la sesión anuncia "que nada va a cam-
biar", es porque esta expresión ya devela la presencia en él de un
cambio interno y la resistencia a éste. Siente el cambio que ya se
ha producido y lucha para negarlo.
En esta sesión se produce un cambio estructural a partir de la
desidentificación de sus identificaciones patógenas, y de la deve-
lación y la superación de sus autoimágenes narcisistas.

Yo trato de no ilusionarme con nada para que no duela


tanto la caída. Ya estoy vacunado. No espero nada. No me

215
quiero meter en la vida de los demás. Nada va a cambiar.
Yo trato de bajar siempre las expectativas para no desilusio-
narme; lo hago conscientemente.
Analista: ¿No esperas ningún cambio de quién?
Y, principalmente, de mi viejo. Siempre está como ata-
cando a mi vieja y a la familia de mi vieja. Todo lo que vie-
ne de parte de ella él lo ve mal.
A: También fue una idea de tu mamá que vinieras a ana-
lizarte conmigo.
Sí, él cree que la psicología es como una moda de aho-
ra y que yo no necesito de ningún psicólogo.
A: Eso decís que lo dice tu papá. ¿Pero vos, en algún
sentido, pensás parecido a él con respecto a los beneficios
del psicoanálisis?
Yo conscientemente no lo tomo a mi viejo como ejem-
plo o como imagen, aunque puede ser que tenga cosas de
él y no me doy cuenta.
A: Quizás hacés cosas en dirección opuesta a él, pero
que en el fondo son similares a las de él. Por ejemplo, me
decís que tu papá vive quejándose para afuera.
Y yo me quejo para adentro. Es verdad, me parece que
tiene el mismo fin. Él se pone así para quedarse como la
víctima, como "el pobre viejo", y yo por ahí, inconsciente-
mente, me quejo para adentro diciendo: "Bueno, ¡qué in-
justa es la vida que me tocó!", como poniéndome yo
mismo en víctima mía. Yo soy mi víctima, pero en realidad
yo me hago víctima de mí. Yo sé que yo soy el que hago las
cosas. Si las hago mal, yo sé que no tengo por qué quejar-
me. Qué sé yo. Quedarme en la queja; y... no sirve para na-
da. No sirve. Parece que cambian las apariencias con mi
viejo, pero tengo puntos en común con él. Yo quiero dejar-
la a la queja. Siempre hago la mitad de las cosas.
A: Hernán, durante los últimos meses te vengo indican-
do la necesidad de tomar dos sesiones semanales, y vos te
resistís. Venís una sola sesión. Venís la mitad de la frecuen-
cia de las sesiones que considero la adecuada para este mo-
mento.
Sí, y voy a la facultad pero no estudio. Hago las cosas
por la mitad. Siempre tengo buenas intenciones, pero nun-
ca las materializo.
Tengo la mitad de un trabajo, ya que laburo sólo cuatro
horas por día.

216
Tengo la mitad de una familia, porque se separaron uno
de cada lado.
Tengo también la rriiiad de la atención de la familia (se
ríe).
Tendríamos que juntarnos con mi hermano a ver si ha-
cemos entre los dos uno entero. Y acá tiene razón, yo uso
la mitad de las sesiones.
A: Parece que el mellizo que no tuvo un espacio y un
tiempo enteros para él, sino sólo una mitad, sigue aún es-
tando presente.
Sí, está allí.
A: ¿Qué significa: está allí?
Está en todos lados.
A: Vos desde el vamos fuiste mellizo. Esto fue un acon-
tecimiento evidente de tu vida, ¿pero este hecho va a tener
que marcar por siempre todos tus actos?
Espero que no.
Me mira con distensión. Lentamente aproxima su cuer-
po al escritorio que nos separa y percibo correlativamente
un cambio en la circulación de las mociones afectivas y de
las relaciones de dominio en el campo dinámico de la si-
tuación analítica transferencial-contratransferencial.
Estas mutaciones se expresan a través del registro de la
caída tensional percibida en mi cuerpo.
Luego de dosificar una breve pausa, le señalo que ya ha
pasado un suficiente tiempo de forcejeo entre nosotros, pa-
ra que finalmente podamos compartir algo diferente. No só-
lo la mitad del tiempo y del espacio analíticos, sino un
tiempo más entero y distendido. Y le propongo un cambio;
tomar entonces dos sesiones la próxima semana, para pro-
bar cómo nos sentimos.
Hernán responde inmediatamente: Bueno. Acepto ve-
nir.
Le pregunto si le gustaría darse un tiempo más para pen-
sarlo.
No, no me hace falta. Quiero probar. Voy a venir las dos
veces.

En esta sesión, mi escucha analítica ha sido sorpresivamente


marcada por la frase pronunciada por Hernán luego de su insight
acerca de su identificación y confusión con el complejo paterno.

217
Parece que cambian las apariencias con mi viejo, pero
tengo puntos en común con él. Yo quiero dejarla a la que-
ja. Siempre hago la mitad de las cosas.

Y fue puntualmente la palabra "mitad" la que focalizó mi aten-


ción y resonó en mi cuerpo con la gravitación del peso de una
"palabra-detalle".
Digo "palabra-detalle" porque "los detalles", según Marai, de-
jan todo bien atado y aglutinan la materia prima de los recuerdos.
Este autor sostiene que "es preciso conocer los detalles porque a
través de ellos podemos conocer lo esencial de los libros y de la
vida".
Walter Benjamín sostiene que el contenido de las verdades vi-
ve y se esconde en los pliegues de los detalles, pero nunca se es-
tabiliza en ellos, pasa de uno a otro, y sobre todo emerge en su
contraste.
En efecto, la palabra-detalle, como recurso de iluminación,
suele elucidar y focalizar lo inusual y lo particular; con la certeza
de que allí, en la aparente insignificancia de los abstraídos y recor-
tados detalles, subyacen ciertas claves que capturan lo fugitivo y
preparan el camino para aprehender los esencial y el núcleo de
verdad contenido en ellos.
En esta sesión la palabra-detalle "mitad" representa una de las
autoimágenes narcisistas más salientes de Hernán.
Las autoimágenes narcisistas son de compleja edificación y de
aclaración difícil, y en el mejor de los casos, cuando han sido li-
beradas de la atemporal prisión del inconsciente, aunque sólo
sea por un momento, conservan su recuerdo; las autoimágenes
narcisistas pueden quedar aplastadas por las cadenas en las rea-
lidades efectiva y/o psíquica; pero, prisioneras inmortales, una
vez develadas conscientes y elaboradas, gastan los hierros de su
cautividad.
Hernán se veía a sí mismo como la mitad de su hermano me-
llizo y en la mitad dentro de la dinámica del triángulo edípico.
Fluctuaba entre ser un todo reivindicador del padre y/o una nada
de la madre.

218
Su oscilante autoimagen narcisista lo detenía dentro de estruc-
turas diádicas que interferían su pasaje hacía la triangulación. Real
y efectivamente, su autoimagen narcisista se exteriorizaba fáctica-
mente en la realidad efectiva, y en la situación analítica.

Siempre tengo buenas intenciones, pero nunca las ma-


terializo.
Tengo la mitad de un trabajo, ya que laburo sólo cuatro
horas por día.
Tengo la mitad de una familia porque se separaron uno
de cada lado.
Tengo también la mitad de la atención de la familia.
Tendríamos que juntarnos con mi hermano a ver si ha-
cemos entre los dos uno entero.
Y acá tiene razón. Yo uso la mitad de las sesiones.

Al afirmar luego, con elocuente precisión, que su hermano "es-


tá en todos lados", Hernán arroja una viva luz sobre la importan-
cia y la ubicuidad que tiene el c o m p l e j o fraterno en la vida
anímica.
Su proceso analítico confirma con particular claridad lo soste-
nido por Freud a lo largo de toda su obra: que el núcleo genuino
y el complejo nuclear de las neurosis está representado por el
complejo de Edipo (Freud, 1919b). Pero no debemos equiparar lo
nuclear con lo exclusivo y único. No podemos descuidar, precisa-
mente, la presencia actuante, en la vida anímica, de diversos fun-
cionamientos psíquicos que, además del c o m p l e j o de Edipo,
comportan sus propias lógicas, relacionadas con las estructuras
míticas de Narciso, de Caín-Abel y de Jacob-Esaú. Estas diferentes
lógicas se ponen de manifiesto no sólo en la clínica psicoanalíti-
ca; sus significados inconscientes han generado y continúan gene-
rando sus influjos en la psicología de las masas.
Sus notables efectos estructurantes y desestructurantes se exte-
riorizan en la fluctuación de las relaciones sadomasoquistas y de
confraternidad que se han suscitado y continúan suscitándose en-
tre las religiones y entre los pueblos.

219
Epílogo: El analista como aliado transitorio del adolescente

El término "transitorio" alude a la función temporal y mediado-


ra que ejerce el analista durante el proceso analítico, como un
aliado provisional y perecedero, opuesto a lo perpetuo y perenne.
A la vez, se refiere a su función de tránsito, como aquel otro sig-
nificativo que propicia en el analizante la circulación, movimien-
to, trayecto y cambio en la relación dinámica entre las realidades
intrapsíquica e intersubjetiva.
En efecto, el analista requiere funcionar en la realidad intersub-
jetiva como un aliado transitorio, tanto del adolescente como de
sus padres, para que en el eje parento-filial de la vida anímica se
acceda, durante un incesante tránsito, a un acto ineludible en to-
das las etapas de la vida: la confrontación generacional y fraterna.
Pero este acto lo es fundamentalmente durante la etapa de la
adolescencia, porque en ésta se requiere librar inexorablemente
"la gran batalla" para desasirse del poder de las identificaciones y
las creencias parentales, y reordenar un proyecto desiderativo
propio; condición necesaria para acceder a la plasmación y el
mantenimiento del interminable proceso de la identidad.
Al mismo tiempo, el analista opera durante el proceso analíti-
co del adolescente como un "otro auxiliar" (Freud, 1921) que fa-
vorece el tránsito entre las realidades material y psíquica. Y en esta
última funciona además como el yo mismo, como un "ser fronte-
rizo" (Freud, 1923); mediando el tránsito del yo con la libido del
ello, la realidad externa y la severidad del superyó del analizante.
Durante el tránsito del quinto año del proceso analítico de Her-
nán, registré, a partir de la sesión que transcribiré a continuación,
una sorpresiva conmoción en mi cuerpo.
El contenido ideativo y afectivo de su discurso había resplande-
cido súbitamente con el esplendor de la poesía y comencé a perci-
bir, con asombro, cómo sus afectos y pensamientos empezaban a
brotar desde sus aparentes pantanos expresivos. Estos cambios psí-
quicos también ponían de manifiesto la salida de su muro narcisista-
masoquista comandado por los resentimientos y remordimientos, y
su ingreso a los territorios esperanzados de la creatividad.

220
Hernán, como sujeto diferenciado, ya no requería que yo fun-
cionara como su otha mitad aliada. Ni como un gemelo imagina-
rio, ni tampoco como un siamés fusionado, y gradualmente
comenzaron a liberarse sus sorprendentes potenciales sublimato-
rios.
Dice Hernán:

Para mí la música es algo más que una diversión. Empie-


za a formar parte de mío del yo, no sé cómo sería mejor de-
cir, de mí.
Creo que complementa los estados de ánimo.
Muchas veces me pasó decir: Hoy necesito esto. No es
que tenga ganas. Es como una necesidad.
En cuanto a lo que escucho, me provoca sentimientos.
Me mueven cosas.
Eso, digamos, escuchando; y, componiendo, sería trans-
mitir sentimientos a través de la música. (Mientras dice es-
to último, se acompaña de un expresivo gesto en sus manos
y cara.)
Para transmitir, la música es mejor que el lenguaje de las
palabras.
Yo todavía no sé componer, recién estoy empezando a
estudiar. La idea es ésa: tratar de llegar a alguien y de trans-
mitir un sentimiento.
Yo tengo mucho afecto por la música.
Yo, en general, siento que me faltan palabras para expre-
sarme y que muchas veces no sé cómo decir con palabras
lo que siento. Para eso tengo la música.
Lo que no alcanzo a decir con las palabras, lo puedo lle-
gar a hacer con la música.
Para mí la música es un lenguaje más efectivo para
transmitir emociones o sentimientos.
Estoy con ganas.
Estoy con ganas y también con dudas de que lo que
siento lo pueda llevar adelante. Lo que siento por la músi-
ca no lo voy a perder, lo voy a tener. No es nada fácil en-
contrar un buen lugar para estudiar. La música es creación.
Vos la creás como te parezca. Hay formas clásicas y otras
no tanto. Creo que Nietzsche dijo: El arte es la respuesta al
nihilismo, es como la salida de la apatía. Esto, yo lo puedo
adaptar a mí.

221
En la Argentina de hoy, mucha gente se está tirando a la
música, a la danza, a la literatura y a un millón de cosas
más.
De última, es lo que te va a sacar de una mediocridad
que creo hasta hace un tiempo estaba en la sociedad.
Por lo menos, es algo que te entusiasma, que te llena.
¿Si no, para qué estás viviendo?
Si no, serías un animal. ¿Vivir para tener hijos y preser-
var la especie?
Creo que lo que te diferencia de los animales es el arte.
Yo quiero algo más de lo que puede ser respirar.
Si yo no tuviera la música, estaría incompleto. No es un
complemento, en cuanto decir un accesorio, no es un adi-
cional. Es parte integral mía.
Yo en parte soy lo que siento por la música.

En ese momento de la sesión, registré que entre nosotros circu-


laba un hondo sentimiento de placer y armonía. Luego comencé
a recordar sensaciones otrora corporales que me acompañaron a
lo largo de las diferentes fases del proceso analítico.
De pronto, se presentificaron las frecuentes situaciones de lu-
cha que solían librarse en mi interior para no caer abatido por el
aburrimiento y la desesperanza; y súbitamente sus palabras y sus
silencios se tornaron en música, reanimando mi deseo para conti-
nuar junto a Hernán, como su aliado transitorio, en la búsqueda y
la conquista de sus ignotos horizontes.

222
BIBLIOGRAFÍA GENERAL
Aberasturi, A.; Dornbush, A.; Goldstein, N.; Knobel, M.; Rosenthal,
G., y Salas, "Ev (1966): "Duelo por el cuerpo, la identidad y
los padres infantiles", en Psicoanálisis de la manía y psico-
patía, Buenos Aires, Paidós.
Aisemberg, E. R. (1999): "Más allá de la representación: los afec-
tos", Rev. de Psicoanálisis, N.° internacional 6.
Amati Mehler, J. y Argentieri, S. (1990): "Esperanza y desesperan-
za. ¿Un problema técnico?", Libro Anual de Psicoanálisis,
Lima.
Aragonés, R. J. (1999): "Comentario al libro La confrontación ge-
neracional, de L. Kancyper", Barcelona, 8 de febrero.
Aulagnier, P. (1980): Los destinos del placer, Barcelona, Petrel.
Balthus (2000): "Los adolescentes", Clarín, 23 de julio.
Baranes, J. J. (1991): "Desmentida, identificaciones alienantes,
tiempo de la generación", en Lo negativo, Buenos Aires,
Amorrortu.
Baranger, M. (1956): "Fantasía de enfermedad y desarrollo del in-
sighter\ el análisis de un niño", Revista Uruguaya de Psicoa-
nálisis, Vol. I, N.° 2.
Baranger, M. (1992): "La mente del analista, de la escucha a la in-
terpretación", Rev. de Psicoanálisis, Vol. XLIX, N.° 2.
Baranger, W. (1 962): "El muerto-vivo, estudio de los objetos en el
duelo y los estados depresivos", en Problemas del campo
psicoanalítico, Buenos Aires, Kargieman, 1993.
Baranger, W. (1 980): "El narcisismo en Freud", en Aportaciones
al concepto de objeto en psicoanálisis, Buenos Aires,
Amorrortu.
Baranger, W. (1992a): "De la necesaria imprecisión en la nosogra-
fía psicoanalítica", Rev. de Psicoanálisis, N.° especial inter-
nacional.
Baranger, W. (1992b): "Los afectos en la contratransferencia", XIV
Congreso Psicoanalítico de América Latina, Buenos Aires,
Vol. I.
Baranger, W. (1994): comunicación personal.
Baranger, W. y Baranger, M. (1961-1962): "La situación analítica
como campo dinámico", en Problemas del campo psicoa-
nalítico, Buenos Aires, Kargieman.

225
Baranger, M.; Baranger, W . , y Mom, J. (1978): "Patología de la
transferencia y la contratransferencia en el psicoanálisis ac-
tual: en el campo perverso", Rev. de Psicoanálisis, XXXV,
N.° 5.
Baranger, M; Baranger, W . , y Mom, J. (1987): "El trauma psíquico
infantil, de nosotros a Freud", Rev. de Psicoanálisis, XLIX,
N.° 2.
Baranger, W . ; Coldstein, N., y Goldstein R. (1989): "Acerca de la
desidentificación", Rev. de Psicoanálisis, Vol. XLVI, N.° 6.
Barcia, R. G. (1960): Gran diccionario de sinónimos castellanos,
Buenos Aires.
Baudelaire, C. (1982): Las flores del mal, Madrid, Alianza.
Bergeret, J. (1983): La personalidad normal y patológica, México,
Gedisa.
Bezoari, M. y Ferro, A. (1990): "Elementos de un modelo del cam-
po analítico: los agregados funcionales", Rev. de Psicoaná-
lisis, Vol. XLVII, 5/6.
Bonnefoy, I. (1997): Comienzo y fin de la nieve, Córdoba, Alción.
Bordelois, I. (2004): "Usamos muy pocos matices para hablar de
los sentimientos", Clarín, 1 8 de abril.
Borges, J. L. (1974): "Al hijo", en Obras completas, Buenos Aires,
Emecé.
Braier, E. (1990): Tabúes en la teoría de la técnica metapsicológi-
ca de la cura, Buenos Aires, Nueva Visión.
Brusset, B. (1987): "El vínculo fraterno y el psicoanálisis", Rev. de
Psicoanálisis, Vol. XLIV, N.° 2.
Chasseguet-Smirgel, J. (1987): "Intento fallido de una mujer por
encontrar una solución perversa", Rev. de Psicoanálisis, Vol.
XLIV, N.° 4.
Dolto, F. (1989): Palabras para adolescentes, Buenos Aires, Atlán-
tida.
Dorey, R. (1986): "La relación de dominio", Libro Anual de Psi-
coanálisis, Lima.
Eliot, Vol. S. (1987): Cuatro cuartetos, Madrid, Cátedra.
Faimberg, H. (1985): "El telescopaje de generaciones: La genealo-
gía de ciertas identificaciones", Rev. de Psicoanálisis, Vol.
XLII, N . ° 5 .

226
Ferro, A. (2001): La sesión analítica, Buenos Aires, Lumen, p. 1 93.
Ferro, A. (2002): "Desde ja tiranía del Superyó a la democracia de
los afectos", Rev. de Psicoanálisis, Vol. LIX, N.° 4.
Foucault, M. (1991): Microfísica del poder, Madrid, La Piqueta.
Freud, S. (1890): "Los orígenes del psicoanálisis", en Obras com-
pletas, Vol. 3, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1895): "Proyecto de psicología para neurólogos", en
Obras completas, Vol. 1, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1901): "Fragmento de análisis de un caso de histeria",
en Obras completas, Vol. 7, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1905): Tres ensayos de teoría sexual, en Obras comple-
tas, Vol. 7, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1908): "La novela familiar del neurótico", en Obras
completas, Vol. 9, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1909): "A propósito de un caso de neurosis obsesiva",
en Obras completas, Vol. 10, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1913a): "El motivo de la elección del cofre", en Obras
completas, Vol. 12, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1913b): Tótem y tabú, en Obras completas, Vol. 13,
Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1914): "Introducción del narcisismo", en Obras comple-
tas, Vol. 14, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1915a): "Duelo y melancolía", en Obras completas, Vol.
14, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1915b): "Pulsiones y destinos de pulsión", en Obras
completas, Vol. 14, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1916a) "Algunos tipos de carácter dilucidados por el tra-
bajo analítico", en Obras completas, Vol. 14, Buenos Aires,
Amorrortu.
Freud, S. (1916b): "Conferencia N.° 21: Desarrollo libidinal y or-
ganización sexuales", en Obras completas, Vol. 16, Buenos
Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1916c): "Conferencia N.° 26: La teoría de la libido y el
narcisismo", en Obras completas, Vol. 16, Buenos Aires,
Amorrortu.
Freud, S. (191 7a): "El tabú de la virginidad", en Obras completas,
Vol. 1 7, Buenos Aires, Amorrortu.

227
Freud, S. (1917b): " U n a dificultad del psicoanálisis", en Obras
completas, Vol. 1 7, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1919a): "Lo ominoso", en Obras completas, Vol. 17,
Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1919b): "Pegan a un niño", en Obras completas, Vol.
1 7, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1920a): "Más allá del principio del placer", en Obras
completas, Vol. 1 8, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1920b): "Sobre la psicogénesis de un caso de homose-
xualidad femenina", en Obras completas, Vol. 18, Buenos
Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1921): Psicología de las masas y análisis del Yo, en
Obras completas, Vol. 18, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1923): El Yo y el Ello, en Obras completas, Vol. 19, Bue-
nos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1924): "El problema económico del masoquismo", en
Obras completas, Vol. 19, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1926): "Inhibición, síntoma y angustia", en Obras com-
pletas, Vol. 20, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1927): "Dostoiewski y el parricidio", en Obras comple-
tas, Vol. 21, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1930): El malestar en la cultura, en Obras completas,
Vol. 21, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1932): Nuevas conferencias de introducción al psicoa-
nálisis, en Obras completas, Vol. 22, Buenos Aires, Amo-
rrortu.
Freud, S. (1937a): "Análisis terminable e interminable", en Obras
completas, Vol. 23, Buenos Aires, Amorrortu.
Freud, S. (1937b): "Construcciones en psicoanálisis", en Obras
completas, Vol. 23, Buenos Aires, Amorrortu.
García Badaracco, J. (1986): "La identificación y sus vicisitudes en
la psicosis. La importancia del concepto de objeto enloque-
cedor", Libro anual de Psicoanálisis, Lima, 1987.
Green, A. (1986): "La madre muerta", en Narcisismo de vida, nar-
cisismo de muerte, Buenos Aires, Amorrortu.
Green, A. (1993): "El adolescente en el adulto", Psicoanálisis
APdeBA, Niñez y adolescencia.

228
Green, A. (1995): La metapsicología revisitada, Buenos Aires, Eu-
deba, 1996.
Grinberg de Ekboir, J.; Romano, E., y Sovery, P. (1980): "Mandato
endogámico, parricidio y sentimiento de culpabilidad", Rev.
de Psicoanálisis, XXXVII, 6.
Grosskurth, P. (1990): Melanie Klein, su mundo y su obra, Buenos
Aires, Paidós.
Héritier-Augé, F. (1992): "Del engendramiento a la Filiación", Psi-
coanálisis con Niños y Adolescentes, N.° 3.
Hernández, J. (1945): Martín Fierro, Buenos Aires, Araujo.
Joseph, B. (1987): "Adicción a la vecindad de la muerte", Rev. de
Psicoanálisis, Vol. XLIV, N.° 2.
Joyce, S. (2000): Mi hermano James Joyce, Buenos Aires, Adriana
Hidalgo.
Kancyper, L. (1980): "La venganza", en Congreso Interno APA so-
bre Perversión, Buenos Aires, Vol. II,
Kancyper, L. (1983): "El baluarte en el sujeto y en el campo inter-
subjetivo en un caso clínico", trabajo presentado en APA, 14
de abril.
Kancyper, L. (1984): "Resentimiento y pulsión de muerte", en XV
Congreso Psicoanalítico de América Latina, Buenos Aires,
Vol. II.
Kancyper, L. (1985): "Adolescencia y a posteriori", Rev. de Psicoa-
nálisis, Vol. XLII, N.° 3.
Kancyper, L. (1986a): "El resentimiento y la dimensión temporal
en el proceso analítico."
Kancyper, L. (1986b): "Resentimiento y viscosidad de la libido."
Kancyper, L. (1989): Jorge Luis Borges o el laberinto de Narciso,
Buenos Aires, Paidós. (Recogido en Jorge Luis Borges o la
pasión de la amistad, Buenos Aires, Lumen, 2003.)
Kancyper, L. (1990): "Adolescencia y desidentificación", Rev. de
Psicoanálisis, Vol. XLVil, N.° 4.
Kancyper, L. (1991a): "Narcisismo y pigmalionismo", Rev. de Psi-
coanálisis, Vol. XLVIII, N.° 5/6.
Kancyper, L. (1991b): "Remordimiento y resentimiento en el
complejo fraterno", Rev. de Psicoanálisis, Vol. XLVIII, N.° 1,
p. 120.

229
Kancyper, L. (1991c): Resentimiento y remordimiento, Buenos Ai-
res, Paidós. (Traducciones: Ressentimento e remorso, San
Pablo, Casa do Psicólogo, 1994; II risentimento e il rimorso,
Milán, F. Angeli, 2003.)
Kancyper, L. (1992a): "El chancho inteligente. La resignificación
de las identificaciones en la adolescencia", Rev. de Psicoa-
nálisis, Vol. XLIX, N.° 5-6.
Kancyper, L. (1992b): "La identificación reivindicatoría", Rev. Arg
de Psicopatología, Vol. III, N.° 7.
Kancyper, L. (1992c) "Resentimiento y odio en la confrontación
generacional", en XX Congreso Interno y XXX Symposium
de APA.
Kancyper, L. (1994a): Angustia y poder en la confrontación gene-
racional, Córdoba, FEPAL.
Kancyper, L. (1994b): "Eros y Ananké en la confrontación genera-
cional", en IV Jornada de Psicoanálisis de familia y pareja,
APA.
Kancyper, L. (1995): "Complejo de Edipo y complejo fraterno",
texto presentado en el 39 Congreso Internacional de Psicoa-
nálisis, San Francisco.
Kancyper, L. (1997): La confrontación generacional, Buenos Aires,
Paidós. (Hay nueva edición en Lumen, 2003. Traducciones:
Confrontado de geragóes, San Pablo, Casa do Psicólogo,
1999; II confronto generazionale, Milán, F. Angeli, 2000.)
Kancyper, L. (1998a): "Complejo fraterno y complejo de Edipo en
la obra de Franz Kafka", Rev. de Psicoanálisis, Vol. LV, N.° 2.
Kancyper, L. (1998b) (comp.): Volviendo a pensar con WillyyMa-
deleine Baranger, Buenos Aires, Lumen, 1999.
Kancyper, L. (1999): "El burrito carguero. El proceso psicoanalí-
tico en la adolescencia", Rev. de Psicoanálisis, Vol. LVI,
N.° 4.
Kancyper, L. (2000): La confrontación generacional, Buenos Aires,
Lumen, 2003, p. 125. [Hay versión italiana: II confronto ge-
nerazionale, Milán, F. Angeli, 2000, p. 101.]
Kavafis, K. (1981): Poetas griegos del siglo XX, Caracas, Monte
Ávila.

230
Kavafis, K. (1985): Pqésías completas, Madrid, Hiperión.
Klein, M. (1960): Envidia y gratitud, Buenos Aires, Nova.
Kolitz, Z. (1998): losl Rákover habla a Dios, Buenos Aires, Fondo
de Cultura Económica.
Kononovich de Kancyper, J. (1999): "¿Dios va al colegio? Acerca
de la elaboración de los duelos en la infancia", en Congre-
so Interno de APA.
Kunstlicher, R. (1995): "El concepto de Nachtráglichkeit", Rev. de
Psicoanálisis, Vol. Lll, N.° 3.
Lacan, J. (1976): "El estadio del espejo", en Escritos 1, México, Si-
glo XXI.
Lacan, J. (1981a): El Seminario. Aún, Barcelona, Paidós.
Lacan, J. (1981 b): "Introducción a los comentarios sobre los escri-
tos técnicos de Freud", en El Seminario 1. Los escritos técni-
cos de Freud, Buenos Aires, Paidós.
Lacan, J. (1981c): "La báscula del deseo", en El Seminario 1. Los
escritos técnicos de Freud, Buenos Aires, Paidós.
Lacan, J. (1982): La familia, Barcelona, Argonauta.
Lacan, J. (1999): "El fantasma más allá del principio del placer", en
Seminario 5. Las formaciones del inconsciente, Buenos Ai-
res, Paidós.
Laplanche, J. (1983): "El psicoanálisis, ¿historia o arqueología?",
Trabajo del Psicoanálisis, Vol. 2, N.° 5.
Laplanche, J. y Pontalis, J. (1971): Diccionario de psicoanálisis,
Madrid, Labor.
Leclaire, S. (1975): Matan a un niño, Buenos Aires, Amorrortu.
Liberman, D.; Barrutia, A.; Issaharoff, E., y Winograd, B. (1985):
"Indicadores del final de análisis", Psicoanálisis APdeBA,
Vol. VII.
Mallea, E. (1970): El resentimiento, Buenos Aires, Sudamericana.
McDougall, J. (1989): Teatros del cuerpo, Madrid, Yébenes, 1991.
Mijolla, A. (1986): Los visitantes del yo, Madrid, Tecnipublicacio-
nes.
Montevechio, B.; Rosenthal, G . ; Smulever, M., y Yampey, N.
(1986): "Mito y realidad en psicoanálisis", Actas del XV
Congreso Interno y XV Simposio APA, Vol. II.

231
Nasio, J. D. (1989): Enseñanza de siete conceptos cruciales, Bue-
nos Aires, Gedisa.
Olmos, T. (2000): "Dolor mental en la adolescencia y cura psicoa-
nalítica", en 14 conferencias sobre el padecimiento psíqui-
co y la cura psicoanalítica, Madrid, Biblioteca Nueva.
Paz, O. (1990): "La experiencia de la libertad", La Nación, 7 de
octubre.
Pelento, M, L. (1988): "Duelos en la infancia", Duelo y Represión,
RUP, 88.
Pérez, A. (1961): Psicoanálisis de la adolescencia. Aspectos técni-
cos y clínicos. Prácticas comparadas en niños y adolescen-
tes, Buenos Aires, Paidós.
Rosenthal, G. y Knobel, M. (1966): "El pensamiento en el adoles-
cente y en el adolescente psicopático", en Psicoanálisis de
la manía y la psicopatía, Buenos Aires, Paidós.
Rosolato, G. (1981): "Culpabilidad y sacrificio", en La relación de
desconocido, Barcelona, Petrel.
Sábato, E. (1999): "La memoria de la tierra", La Nación, 5 de di-
ciembre.
Shakespeare, W. (1953a): El rey Lear, en Obras completas, Buenos
Aires, El Ateneo.
Shakespeare, W. (1953b): La tragedia de Ricardo III, en Obras
completas, Buenos Aires, El Ateneo.
Steiner, G. (1991): Antígonas, Barcelona, Gedisa.
Van Gogh, V. (1998): Cartas a Theo, Barcelona, Labor.
Viñar, M. (2002): "El duelo por los orígenes", en Los duelos y sus
destinos, depresiones hoy Vol. I, A P U .
Winnicott, D. W. (1967): "Papel de espejo de la madre y la fami-
lia en el desarrollo del niño", en Realidad y juego, Buenos
Aires, Granica, 1972.
Winnicott, D. W. (1972): Realidad y juego, Buenos Aires, Grani-
ca, p. 193.
Winnicott, D. W. (1993): El hogar, nuestro punto de partida, Bue-
nos Aires, Paidós.
Zak de Goldstein, R. (1994): "La demanda de la dependencia re-
vertida y la familia", IVJornadas de Psicoanálisis de familia
y pareja, APA.

232
Zimmerman, H. (2000): /Tres mil historias de frases y palabras,
Buenos Aires, Aguilár.

233
o

REFERENCIAS

- "Adolescencia: el fin de la ingenuidad", Conferencia en el


Congreso Latinoamericano Adolescencia, Familia y Educación:
¿Desafío o Fracaso?, Bogotá, Colombia, 21 de mayo de 2005, iné-
dito.
- "Adolescencia y a posteriori", Revista de Psicoanálisis, Vol.
42, N.° 3, Buenos Aires, Asociación Psicoanalítica Argentina,
1985, pp. 535-546.
- "El reordenamiento de las identificaciones en la adolescen-
cia", en "Adolescencia y desidentificación", Revista de Psicoaná-
lisis, Vol. 47, N.° 4, Buenos Aires, Asociación Psicoanalítica
Argentina, 1990, pp. 750-760.
- "La confrontación generacional y la hiperseveridad del super-
yó en la adolescencia", Revista de la Asociación Escuela Argenti-
na de Psicoterapia para Graduados, N.° 23, Buenos Aires, A E A P C ,
1997, pp. 143-153 (tema del número: "Acerca del superyó").
- "Narcisismo, resentimiento y temporalidad entre padres e hi-
jos", en "La dimensión temporal en la relación entre padres e hi-
jos", Primeras Jornadas de Psicoanálisis de la Familia y la Pareja,
Departamento de Investigación Psicoanalítica de la Familia y la
Pareja, Buenos Aires, Asociación Psicoanalítica Argentina, 1988.

(Los textos publicados anteriormente se han revisado. Las modificaciones son sobre todo
de forma.)

235
- "El campo analítico con niños y adolescentes", en La con-
frontación generacional. Estudio psicoanalítico, Buenos Aires, Lu-
men, 2003, pp. 111-120.
- "La adolescencia como campo dinámico", en "La confronta-
ción generacional como campo dinámico", Revista de Psicoaná-
lisis, Vol. 51, N.° 4, Buenos Aires, Asociación Psicoanalítica
Argentina, 1994, pp. 791-826 (tema del número: "Homenaje a
Willy Baranger").
- "El burrito carguero. El proceso psicoanalítico en la adoles-
cencia", Revista de Psicoanálisis, Vol. 56, N.° 4, Buenos Aires,
Asociación Psicoanalítica Argentina, 1999, pp. 891-921.
- "El chancho inteligente. La resignificación de las identifica-
ciones en la adolescencia", Revista de Psicoanálisis, Vol. 49, N.°
5-6, Buenos Aires, Asociación Psicoanalítica Argentina, 1992, pp.
751-772.
- "La resignificación de la adolescencia en el adulto", en La
confrontación generacional. Estudio psicoanalítico, Buenos Aires,
Lumen, 2003, pp. 139-158.
- "La memoria del rencor y la memoria del dolor", Revista de
la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados,
N.° 26, Buenos Aires, AEAPG, pp. 89-113 (tema del número: "El
porvenir del psicoanálisis").
- "El muro narcisista y/o masoquista", Revista de Psicoanálisis,
Vol. 60, N.° 4, Buenos Aires, Asociación Psicoanalítica Argentina,
2003, pp. 943-992.

236
ÍNDICE DE AUTORES

Aisemberg, E. 209
Amati Mehler, J. y Argentíeri, S. 163, 188
Anzieu, D. 47
Aragonés, R. J. 20
Baranger, Baranger y Mom 83, 87, 99, 147
Baranger, Coldstein y Goldstein 42, 56, 103
Baranger, M. 215
Baranger, W. 79, 85, 103, 109, 189
Baranger y Baranger 76, 77, 83, 111
Baudelaire, C. 197 ["Verdugo de sí mismo"]
Benjamín, W. 218
Bergeret, J. 22
Bezoari, M. y Ferro, A. 78
Bonnefoy, I. 120
Bordelois, I. 24
Borges, J. L. 38 ["Al hijo"], 169 ["Funes, el memorioso"]
Braier, E. 110
Brusset, B. 201, 202
Cervantes, M. 18
Chasseguet-Smírgel, J. 181, 1 82
Dolto, F. 23, 50
Dorey, R. 187
Eliot, T. S. 141 ["Cuatro cuartetos"]
Faimberg, H. 37, 142, 157
Foucault, M. 188

237
Freud, S.
"A propósito de un caso de neurosis obsesiva" 113
"Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoa-
nalítico" 131, 181
"Análisis terminable e interminable" 99, 1 35, 136
"Conferencia 21: Desarrollo libidinal y organizaciones se-
xuales" 147
"Conferencia 26: La teoría de la libido y el narcisismo"
(1916) 147, 164, 196
"Conferencia 34 (1932)" 73, 74
"Construcciones en psicoanálisis" 142
"Dostoievski y el parricidio" 21 3
"Duelo y melancolía" 68, 69, 90, 1 73
El malestar en la cultura 54
"El tabú de la virginidad" 162, 163
"El yo y el ello" 22, 32, 127, 220
"Fragmento del análisis de un caso de histeria (Dora)" 81,
91
"Inhibición, síntoma y angustia" 18, 1 27, 188
"Introducción del narcisismo" 63, 64, 65, 196, 198, 199
"La novela familiar del neurótico" 70
"Lo ominoso" 148, 211
"Los orígenes del psicoanálisis" 28
"Pegan a un niño" 90, 197, 212, 219
"Psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina" 81,
91, 92, 93, 190
Psicología de las masas y análisis del yo 22, 148, 220
"Pulsiones y destinos de pulsión" 1 62, 1 72
"Recordar, repetir y elaborar" 110

238
Tres ensayos de teoría sexual 31
"Una dificultad del psicoanálisis" 196
García Badaracco, J. 212
Green, A. 52, 199, 209
Grinberg de Ekboir, J. 41, 46, 47
Grosskurth, P. 80
Heidegger, M. 45
Héritier-Augé, F. 166
Hernández, J. 169 [Martín Fierro]
Joseph, B. 201
Joyce, S. 158

Kancyper, L. 18, 21, 41, 81, 84, 94, 95, 96, 99, 100, 102, 104,
151, 173, 187, 211
Kavafis, K. 189, 195
Klein, M. 66, 74
Kolitz, Z. 170
Kononovich de Kancyper, J. 23, 160
Kunstlicher, R. 21
Lacan, J. 35, 55, 198, 206
Lagache, D. 210
Laplanche, j. 149, 150, 151
Laplanche, J. y Pontalis, J. 110, 187
Leclaire, S. 30, 63, 64, 119, 120
Lewin, K. 83
Marai, S. 218
McDougall, J. 209
Merleau-Ponty, M. 83
Mijolla, A. 158

Montevechio, Rosenthal, Smulever y Yampey, N. 1 51

239
Nasio, J. D. 55
Olmos, T. 209
Paz, O. 141
Pelento, M. L. 177
Rosolato, G. 167
Sábato, E. 20
Shakespeare, W. 19, 126 [El rey Lear]
Van Gogh, V. 1 71
Viñar, M. 177
Wilde, O. 207
Winnicott, D. W. 47, 49, 85, 198
Zak de Goldstein, R. 59
Zimmerman, H. 22, 23

240
ÍNDICE TEMÁTICO

A posteriori 1 7, 27, 28, 29, 30, 32, 99, 126


Abreacción 29
Adolescencia
- de los padres del adolescente 51
- represión del término adolescencia 24
Adopción 177, 178, 179, 181
Afectos 187, 209
Agresividad 39, 50, 56, 69, 70, 1 72
- al servicio de Eros 39, 40, 44
- al servicio de Tánatos 40, 163
"Algo" y "algia" 198, 199, 205
Alteridad 18, 50, 88
Ambivalencia 159, 173
Amor 187
Análisis de niños y adolescentes 73, 74, 75, 80
Analista, función del 46, 75, 76, 77, 81
- como aliado transitorio del adolescente 2 1 , 1 9 0 , 220
- tareas del 209
Analítico, tratamiento 135, 136
Ananké 50
Angustias
- confusionales 33
- de despersonalización 33
Apropiación-intrusión 39, 210, 211
Atención flotante 1 89

241
B
Baluarte 78, 80, 81, 86, 87, 93, 94, 96, 104, 181
"Botín filial" 194

Cambio psíquico 23, 215


Campo
- analítico 73, 111
- dinámico 14, 1 7, 52, 83, 84, 85, 86, 105
- en el análisis con niños y adolescentes 76, 77, 78, 81
- perverso 86, 89, 90, 91, 93
Castración
- de la bisexualidad 31
- simbólica 31
Colusión 78
- parento-filial 93, 102, 190, 191,194
Comparación 158, 207
Complejo
- d e Edipo 50, 52, 85, 115, 125,.219
- en los mellizos 194
-fraterno 85, 114, 115, 117, 125, 131, 156, 157, 219
- materno 120
- paterno 120, 217
Compulsión a la repetición 66, 1 56, 1 70
Conflictiva
- edípica 65
- fraterna 65
- narcisista 65

242
c.
Conciencia moral 54
Confrontación
- fraterna 14, 18, 19, 20, 21, 24, 56, 85, 86, 92, 93, 166, 167
- generacional 14, 18, 19, 20, 21, 24, 25, 49, 50, 52, 56, 57,
83, 84, 85, 86, 92, 93, 104, 105, 157, 158, 166, 167
Corporal, lo 32, 33
Creatividad 45, 46, 47, 48
Cronos 51, 62
Culpa 41, 45, 70
- edípica 202, 21 2
- fraterna 202, 212
- narcisista 202, 212
- sentimiento inconsciente de 70

D
Dar y recibir 70, 71, 72
Defusión de la pulsión de muerte 37
Delirio de insignificancia 90
Desafectación
Desafío
- tanático 36, 89, 100, 1 79
- trófico 36
Desarrollo 27
Desasimiento de la autoridad parental 49
Desenganche 35
Desestructuración narcisista 19
Desidealización, proceso de

243
- gradual 84, 132, 133, 134
- paroxística 84, 133
Desidentificación 39, 40, 41, 42, 44, 56, 11 9, 120, 165, 167, 214,
215
Desmentida 65, 69, 163, 1 77
Desmentido, lo 19
Dinámico, enfoque 28
Doble
- especular reivindicatorío 194, 212
- inmortal 54, 65
- maravilloso 158
- masoquista 44
- ominoso 158
Dominio, relación de 1 7
Duelo 51, 68
- de los orígenes 1 78, 1 79
- en dimensión edípica 18, 35, 84, 135, 182
- en dimensión fraterna 18, 135
- en dimensión narcisista 1 8, 84, 135, 182
- en dimensión pigmaliónica 84
- en el adolescente adoptivo 178, 1 79
- en la primera infancia 1 77
- por la identidad y el rol infantil 34
- por la irreversibilidad temporal 84
- por la pérdida del cuerpo infantil 32
- por los orígenes 1 78, 1 79
- por los padres de la infancia 34

244
c
E
Edipo 51, 62, 157
Ejemplos clínicos
- A b e l 53, 54, 59
- F. 42, 43, 44, 45
- Jackie 96, 97, 98, 1 01, 102, 103, 104
- Raúl 57, 58
Elaboración 110, 139, 171, 202
Elección de objeto 35, 63
Enamoramiento 187
Envidia 66, 187
Eros y Tánatos 39
Esaú y Jacob en la situación analítica 191
Escándalo 23, 24
"Excepción" 181, 187
Excitación, búsqueda de 1 81, 1 82

Falso enlace 157


Fantasía
- de ajenidad 1 78
- de depositación 81
- de excomunión 46
- de "hacerse a un lado" 91
- de "los vasos comunicantes" 1 2 1 , 1 2 2 , 201, 202
- de muerte 20

245
I
- de "Pegan a un niño" 90, 197, 212
- de ser hijo adoptivo 1 78
- de venganza 70
- del "gemelo imaginario" 201, 202
- d e l "siamés imaginario" 201, 202
- fratricida 46
- inconsciente básica de campo 77, 78, 87, 88, 91, 215
- masoquista 90
- parricida 46
Final de análisis en la adolescencia 134, 135, 1 36, 137, 138
Frustración 70
Función paterna 51, 52, 57

Genético, enfoque 28

Hijo 61, 62
Hijo-hermano progenitor 131
Historia 29, 30
Historiales clínicos
- Adrián ("Burrito carguero") 113-121, 123-125, 127-132,
138-140
- Amalia S. ("El chancho inteligente") 141 -152
- Hernán 191-219
-Javier 153-161, 165, 166
-Julián 173-186

246
Histórico, lo 27
Historización 20, 21, 37, 39, 44, 99, 165, 166, 211
Humillación 197

Ideal 34
Idealización 35, 69, 163
Identidad 13, 18, 19, 26, 30
Identidad sexual 27, 30, 33
Identificación 37, 52, 56, 147
- alienante 1 3, 18, 20, 22, 37, 38, 39, 40, 141, 142
- heroica 210,
- impuesta 13, 22, 206
- negativa 42
- parental 34
- proyectiva 78, 80
- reivindicatoría 190, 206, 210, 211
alienante 210, 211, 212, 214
impuesta 210, 211, 212, 214
Identificatorio, reordenamiento 14, 18, 19, 37, 39, 41, 54, 84,
126,179
"Imagen viva de sí mismo" 11 3
Indiscriminación 41
Infans 39, 40, 119
Influjo analítico 73, 74, 75
Ingenuidad 13, 22, 25, 26
Injuria 65
Inmortalidad/Mortalidad 39

247
Insight 110, 111, 190, 215, 217
Intrusión 39
Investidura narcisista
- fraternal 19
- parento-filial 19

Mellizo, condición de 195


Memoria 18
- de la resignificación 1 8, 20
- del dolor 169, 171, 188
- del rencor 169, 1 70, 1 71, 188, 206, 212
Mirada 214, 215
Mismidad 18, 50, 88
Mito de los orígenes 151
Mortificación psíquica 37, 120
Muro narcisista 1 57, 1 64, 1 99

Muro narcisista-masoquista 190, 195, 198, 199, 201, 205, 220

Narcisismo

- en dimensiones intrasubjetiva e intersubjetiva 1 7


-filial 70
- infantil 35
- parental 38, 39
248
- primario 63, 64, 65, 66
- tanático 66
Narcisista
- afección 205
- autoimagen 112, 113, 139, 190, 197, 215, 218, 219
- dinámica 63
- elección de objeto 35
- estructura 35
- herida 35, 40, 179
- homeostasis 30
- organización 19
- relación (entre padres e hijos) 62
Necesidad de castigo 41, 45, 70
Neurosis
- de destino 44
- de transferencia 196
- narcisista 196
Niño
- maravilloso 30
- terrorífico 30

Objeto
- enloquecedor 212
- exogámico 34
- genital exogámico 1 7, 31
- incestuoso 34
- muerto-vivo 69

249
Odio 50, 172, 173, 187
Omnipotencia 40

P
Padre
- "blando" 57
- "cucharita" 52
- distraído 90, 91
- hacedor-sobremuriente 94, 95, 96
- "pendeviejo" 59
- "por destello" 61
- servil 89, 90, 91
"Palabra-detalle" 218
Parábola del hijo pródigo 129, 130
Paternidad 51, 61
Pérdida del objeto de amor 33, 34
Pérdida temprana 180
Pigmalión 51, 62
Pre-narcisista, afección 198
Proceso analítico 79, 80, 81, 109-112, 120, 126, 127, 135, 136,
137
Provocación 36, 51, 70, 89, 91, 93, 1.58, 161, 167, 179
Proyecto 1 3 , 2 2
Proyecto identificatorio 19
Psicología evolutiva 28
Psíquico, cambio 14
Pulsión

250
- de apoderamiento 1 86, 1 87
- de muerte 36, 37, 41, 45, 66

R
Reelaboración 30
Reenganche 36
Reescritura de la historia 21
Reestructuración 21, 31
- edípica 14
- en el ideal del yo 33
- en el superyó 33, 34
- en el yo ideal 34, 35, 40
- fraterna 14
- narcisista 14
Relación
- de dominio en relaciones fraternas 1 7
- de objeto
narcisista 50, 63
pigmaliónica 50
- de poder 50
- entre padres e hijos 17, 18, 64
- fraterna 1 8
- sadomasoquista 89
Reminiscencia 151, 170
Remordimiento 42, 45, 46, 161, 165, 171, 1 72, 1 73, 206, 207
- básico y fraterno 41
- en la dinámica fraterna 41

251
- intersubjetivo e intrasubjetivo 206
- manifiesto y latente 4
- por culpa y por vergüenza 41
Rencor 170, 171, 176
- y temporalidad 1 70
Representante narcisista primario 30, 32, 64
Resentimiento 41, 42, 45, 46, 65-70, 159-165, 171, 173, 188,
206, 207
- intersubjetivo e intrasubjetivo 67, 206
- y odio 1 72
- y relación con el objeto 164, 165, 1 72, 186
- y su nexo con la temporalidad 161, 162, 169, 1 72
- y trabajo del duelo 171, 188
Resignificación retroactiva (véase también noción de A posteriori)
14, 1 7, 1 8, 20, 21, 24, 27, 33, 37, 84, 85, 98, 99, 1 26, 1 47, 1 53,
156, 165, 166, 190, 205
Resistencia 126, 127
Retroactividad 28, 29, 32
Reversión de la demanda de dependencia 59

Semejanza 18
Sentimiento de sí 31, 40, 182, 197
Simbólico, orden 30, 32
Sistema
- narcisista filial 64, 71, 72, 85
- narcisista intrasubjetivo 31, 35, 39
- narcisista parental 30, 31, 35, 62, 64, 39, 71, 72, 85

252
"Su Majestad el Betíé" 62, 66
"Sus Majestades los Reyes Magos" 64, 66, 71, 96
Superyó 33, 54, 55, 56, 125

Telescopaje de las generaciones 37, 38, 1 50


Temporalidad 64, 67
Tiempo lineal 29
Tópico, enfoque 28
Transferencia y contratransferencia 78, 79, 80, 81
Traumática
- experiencia 32
-situación 18, 19, 155, 182

U
Unheimlich 41, 148, 211

Venganza 67, 68, 163, 179


Verdugo 160, 197
Vía arqueológica y vía histórica 149, 1 50
Víctima privilegiada 122, 123

253
w
Weltanschauung 34

Y
Yo 22, 30, 40
- ideal del 34, 54
Yo ideal 34, 210
Powered by TCPDF (www.tcpdf.org)

S-ar putea să vă placă și