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Lo que está mal en el mundo".

Extractos de la conclusión
Publicado por PCS

"He dicho que los puntos fuertes de la propiedad inglesa moderna deben irse rompiendo
rápida o lentamente, si es que la idea de propiedad debe seguir existiendo entre los ingleses.
Esto se puede hacer de dos maneras: una administración fría llevada a cabo
por funcionariosindependientes, lo que se llama "colectivismo", o una distribución personal,
que tenga como resultado lo que se llama "propiedad del campesinado". Creo que la última
solución es la mejor y la más humana, porque hace de cada hombre un pequeño dios, como
alguien dijo que alguien había dicho del papa. Un hombre en su propio terreno saborea la
eternidad o, en otras palabras, trabaja en él diez minutos más de lo estrictamente necesario...
El conjunto de este libro ha consistido en una exposición divagante y elaborada de un hecho
puramente ético. Y si por azar ocurre que haya todavía quien no acaba de entender la
cuestión, terminaré con una sencilla parábola, que además viene al caso por ser un hecho.
Hace tiempo algunos médicos y otras personas a las que la ley moderna autorizó a dictar
normas a sus conciudadanos menos elegantes emitieron una orden que decía que había que
cortar el pelo muy corto a las niñas pequeñas. Me refiero, naturalmente, a aquellas niñas
pequeñas cuyos padres fueran pobres. Muchas costumbres antihigiénicas son habituales
entre las niñas ricas, pero pasará mucho tiempo antes de que los médicos se metan con ellas.
Ahora bien, la cuestión que provocó esta interferencia concreta fue que los pobres se
encuentran tan presionados desde arriba, en submundos de miseria tan apestosos y
sofocantes, que no se les debe permitir tener pelo, pues en su caso eso significa tener piojos.
En consecuencia, los médicos sugieren suprimir el pelo. No parece habérseles ocurrido
suprimir los piojos. Y, sin embargo, eso se podría hacer. Como suele ocurrir en
muchas conversaciones modernas, lo innombrable es la base de toda la discusión. A cualquier
cristiano (es decir, a cualquier hombre con un alma libre) le resulta evidente que cualquier
coacción ejercida sobre la hija de un cochero debería ser aplicada, si es posible, a la hija de
un ministro del gabinete. No preguntaré por qué los médicos no aplican de hecho su norma a
las hijas de los ministros del gabinete. No lo preguntaré porque lo sé. No lo hacen porque no
se atreven. Pero ¿qué excusa esgrimirán, qué argumento plausible utilizarán, para cortar el
pelo de los niños pobres y no el de los ricos? Su argumento consistirá en decir que la plaga
aparecerá más probablemente en el pelo de los pobres que de los ricos. ¿Y por qué? Porque
los niños pobre se ven obligados (contra todos los instintos de las sumamente domésticas
clases trabajadoras) a apiñarse en habitaciones pequeñas según un sistema de instrucción
pública sumamente ineficaz, y porque en uno de cada cuarenta niños puede encontrarse el
mal. ¿Y por qué? Porque el hombre pobre está tan por debajo de las grandes rentas de los
grandes terratenientes que es frecuente que su mujer también tenga que trabajar. Por tanto,
no tiene tiempo para cuidar a los niños, y, por tanto, uno de cada cuarenta está sucio. Como el
obrero tiene a esas dos personas por encima de él, el terrateniente sentado (literalmente)
sobre su barriga, y el maestro de escuela sentado (literalmente) sobre su cabeza, el obrero
tiene que dejar que el pelo de su hijita, primero, sea descuidado por culpa de la pobreza y,
segundo, sea abolido en nombre de la higiene. Es posible que él estuviera orgulloso del pelo
de su niña. Pero él no cuenta.
Sobre este sencillo principio (o, más bien, precedente), el médico sociólogo sigue adelante
con alegría. Cuando una tiranía libertina pisotea a los hombres en el polvo hasta que se les
ensucia el pelo, el camino de la ciencia queda expedito. Sería largo y laborioso cortar la
cabeza de los tiranos; es más fácil cortar el pelo de los esclavos...
La plebe nunca puede rebelarse si no es conservadora, al menos lo bastante como para haber
conservado alguna razón para rebelarse... Las grandes tijeras de la ciencia que cortarían los
rizos de los pobres niñitos de las escuelas se acercan, cada vez más amenazantes, para
cortar todas las esquinas y los flecos de las artes y los honores de los pobres. Pronto estarán
retorciendo pescuezos para que se adapten a los cuellos limpios, y destrozando pies para que
encajen en nuevas botas. No parecen darse cuenta de que el cuerpo es algo más que
vestimenta; de que el sábado se hizo para el hombre; de que todas las instituciones serán
juzgadas y condenadas por no haberse adaptado a la carne y al espíritu normales. La prueba
de la cordura política consiste en conservar la cabeza. La prueba de la cordura artística
consiste en conservar el pelo.
Ahora bien, la parábola y el propósito de estas últimas páginas, y sin duda de todas ellas, es
esta: afirmar que debemos empezar todo de nuevo y enseguida, y empezar por el otro
extremo. Yo empiezo por el pelo de una niña. Sé que es una buena cosa en cualquier caso.
Cualquier otra cosa es mala, pero el orgullo que siente una buena madre por la belleza de su
hija es bueno. Es una de esas ternuras inexorables que son las piedras de toque de toda
época y raza. Si hay otras cosas en su contra, hay que acabar con esas otras cosas. Si los
terratenientes, las leyes, y las ciencias están en contra, habrá que acabar con los
terratenientes, las leyes y las ciencias. Con el pelo rojo de una golfilla del arroyo prenderé
fuego a toda lacivilización moderna. Porque una niña debe tener el pelo largo, debe tener el
pelo limpio; porque debe tener el pelo limpio, no debe tener un hogar sucio; porque no debe
tener un hogar sucio, debe tener una madre libre y disponible; porque debe tener una madre
libre, no debe tener un terrateniente usurero; porque no debe haber un terrateniente usurero
debe haber una redistribución de la propiedad; porque debe haber una redistribución de la
propiedad, debe haber una revolución.
La pequeña golfilla de pelo rojo dorado, a la que acabo de ver pasar junto a mi casa, no debe
ser afeitada, ni lisiada, ni alterada; su pelo no debe ser cortado como el de un convicto; todos
los reinos de la tierra deben ser destrozados y mutilados para servirla a ella. Ella es la imagen
humana y sagrada; a su alrededor, la trama social debe oscilar, romperse y caer; los pilares de
la sociedad vacilarán y los tejados más antiguos se desplomarán, pero no habrá de dañarse ni
un pelo de su cabeza".
"Lo que está mal en el mundo". Extractos de la conclusión
Publicado por PCS

"He dicho que los puntos fuertes de la propiedad inglesa moderna deben irse
rompiendo rápida o lentamente, si es que la idea de propiedad debe seguir existiendo
entre los ingleses. Esto se puede hacer de dos maneras: una administración fría
llevada a cabo por funcionarios independientes, lo que se llama "colectivismo", o una
distribución personal, que tenga como resultado lo que se llama "propiedad
del campesinado". Creo que la última solución es la mejor y la más humana, porque
hace de cada hombre un pequeño dios, como alguien dijo que alguien había dicho del
papa. Un hombre en su propio terreno saborea la eternidad o, en otras palabras,
trabaja en él diez minutos más de lo estrictamente necesario... El conjunto de este
libro ha consistido en una exposicióndivagante y elaborada de un hecho puramente
ético. Y si por azar ocurre que haya todavía quien no acaba de entender la cuestión,
terminaré con una sencilla parábola, que además viene al caso por ser un hecho.
Hace tiempo algunos médicos y otras personas a las que la ley moderna autorizó a
dictar normas a sus conciudadanos menos elegantes emitieron una orden
que decía que había que cortar el pelo muy corto a las niñas pequeñas. Me refiero,
naturalmente, a aquellas niñas pequeñas cuyos padres fueran pobres. Muchas
costumbres antihigiénicas son habituales entre las niñas ricas, pero pasará mucho
tiempo antes de que los médicos se metan con ellas. Ahora bien, la cuestión que
provocó esta interferencia concreta fue que los pobres se encuentran tan presionados
desde arriba, en submundos de miseria tan apestosos y sofocantes, que no se les
debe permitir tener pelo, pues en su caso eso significa tener piojos. En consecuencia,
los médicos sugieren suprimir el pelo. No parece habérseles ocurrido suprimir los
piojos. Y, sin embargo, eso se podría hacer. Como suele ocurrir en
muchas conversaciones modernas, lo innombrable es la base de toda la discusión. A
cualquier cristiano (es decir, a cualquier hombre con un alma libre) le resulta evidente
que cualquier coacción ejercida sobre la hija de un cochero debería ser aplicada, si es
posible, a la hija de un ministro del gabinete. No preguntaré por qué los médicos no
aplican de hecho su norma a las hijas de los ministros del gabinete. No lo preguntaré
porque lo sé. No lo hacen porque no se atreven. Pero ¿qué excusa esgrimirán, qué
argumento plausible utilizarán, para cortar el pelo de los niños pobres y no el de los
ricos? Su argumento consistirá en decir que la plaga aparecerá
más probablemente en el pelo de los pobres que de los ricos. ¿Y por qué? Porque los
niños pobre se ven obligados (contra todos los instintos de las sumamente domésticas
clases trabajadoras) a apiñarse en habitaciones pequeñas según un sistema de
instrucción pública sumamente ineficaz, y porque en uno de cada cuarenta niños
puede encontrarse el mal. ¿Y por qué? Porque el hombre pobre está tan por debajo
de las grandes rentas de los grandes terratenientes que es frecuente que su mujer
también tenga que trabajar. Por tanto, no tiene tiempo para cuidar a los niños, y, por
tanto, uno de cada cuarenta está sucio. Como el obrero tiene a esas dos personas por
encima de él, el terrateniente sentado (literalmente) sobre su barriga, y el maestro de
escuela sentado (literalmente) sobre su cabeza, el obrero tiene que dejar que el pelo
de su hijita, primero, sea descuidado por culpa de la pobreza y, segundo, sea abolido
en nombre de la higiene. Es posible que él estuviera orgulloso del pelo de su niña.
Pero él no cuenta.
Sobre este sencillo principio (o, más bien, precedente), el médico sociólogo sigue
adelante con alegría. Cuando una tiranía libertina pisotea a los hombres en el polvo
hasta que se les ensucia el pelo, el camino de la ciencia queda expedito. Sería largo y
laborioso cortar la cabeza de los tiranos; es más fácil cortar el pelo de los esclavos...
La plebe nunca puede rebelarse si no es conservadora, al menos lo bastante como
para haber conservado alguna razón para rebelarse... Las grandes tijeras de la
ciencia que cortarían los rizos de los pobres niñitos de las escuelas se acercan, cada
vez más amenazantes, para cortar todas las esquinas y los flecos de las artes y los
honores de los pobres. Pronto estarán retorciendo pescuezos para que se adapten a
los cuellos limpios, y destrozando pies para que encajen en nuevas botas. No parecen
darse cuenta de que el cuerpo es algo más que vestimenta; de que el sábado se hizo
para el hombre; de que todas las institucionesserán juzgadas y condenadas por no
haberse adaptado a la carne y al espíritu normales. La prueba de la cordura política
consiste en conservar la cabeza. La prueba de la cordura artística consiste en
conservar el pelo.
Ahora bien, la parábola y el propósito de estas últimas páginas, y sin duda de todas
ellas, es esta: afirmar que debemos empezar todo de nuevo y enseguida, y empezar
por el otro extremo. Yo empiezo por el pelo de una niña. Sé que es una buena cosa en
cualquier caso. Cualquier otra cosa es mala, pero el orgullo que siente una buena
madre por la belleza de su hija es bueno. Es una de esas ternuras inexorables que
son las piedras de toque de toda época y raza. Si hay otras cosas en su contra, hay
que acabar con esas otras cosas. Si los terratenientes, las leyes, y las ciencias están
en contra, habrá que acabar con los terratenientes, las leyes y las ciencias. Con el
pelo rojo de una golfilla del arroyo prenderé fuego a toda la civilización moderna.
Porque una niña debe tener el pelo largo, debe tener el pelo limpio; porque debe tener
el pelo limpio, no debe tener un hogar sucio; porque no debe tener un hogar sucio,
debe tener una madre libre y disponible; porque debe tener una madre libre, no debe
tener un terrateniente usurero; porque no debe haber un terrateniente usurero debe
haber una redistribución de la propiedad; porque debe haber una redistribución de la
propiedad, debe haber una revolución.
La pequeña golfilla de pelo rojo dorado, a la que acabo de ver pasar junto a mi casa,
no debe ser afeitada, ni lisiada, ni alterada; su pelo no debe ser cortado como el de un
convicto; todos los reinos de la tierra deben ser destrozados y mutilados para servirla
a ella. Ella es la imagen humana y sagrada; a su alrededor, la trama social debe
oscilar, romperse y caer; los pilares de la sociedad vacilarán y los tejados más
antiguos se desplomarán, pero no habrá de dañarse ni un pelo de su cabeza".
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Etiquetas: Lo que está mal en el mundo. Conclusión

JUEVES 19 DE MAYO DE 2011

La falsa tolerancia
Publicado por PCS

“La dificultad radical del Parlamento de las Religiones fue que se ofreció como un
ámbito donde los credos pudieran ponerse de acuerdo. El verdadero interés hubiera
sido el de un lugar donde pudieran no estar de acuerdo. Los credos deben estar en
desacuerdo, esto es lo divertido de esta cuestión. Si yo pienso que el universo es
triangular y usted piensa que es cuadrangular, no va a haber lugar para dos universos.
Podemos discutir con educación. Podemos discutir con humanidad. Podemos discutir
con gran beneficio mutuo. Pero, obviamente, debemos discutir. La tolerancia moderna
es realmente una tiranía. Es una tiranía porque es un silencio. Decir que no debo
negar la fe de mi oponente es decir que no debo discutirla. Puedo no decir que el
budismo es falso, cuando eso es todo lo que necesito decir sobre el budismo. Es lo
único interesante que cualquiera puede querer decir sobre el budismo; o sea, que es
falso o que es verdadero. Pero en esas asambleas modernas, que se supone son
tolerantes y científicas, se ha difundido un acuerdo general y tácito de que no debe
haber ninguna aserción o negación violenta de una fe. Esto no es sólo hipocresía sino
falta de practicidad, porque no se va al grano. En una palabra, la torpeza de un
congreso de credos es que si se encuentran dos credos absolutos, probablemente
van a enfrentarse, y si no se enfrentan, no tiene mucho valor que se hayan
encontrado”.

Tomado de: G. K. Chesterton, “La historia de las religiones”, 10 de octubre de 1908.


En “Cien años después”, Ed. Vórtice, 2008.
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MARTES 10 DE MAYO DE 2011

La teología de los regalos de Navidad


Publicado por PCS

Recientemente vi una afirmación de Mrs. Eddy sobre este asunto, en la que ella decía
que no hacía regalos en un sentido vulgar, sensual, terreno, sino que pensaba en
silencio en la Verdad y la Pureza hasta que todos sus amigos estuvieran mucho mejor
por ello.

Ahora bien, no digo que este plan sea supersticioso o imposible y no dudo de que
tenga su encanto económico. Digo que es no-cristiano en el mismo sólido y prosaico
sentido en que tocar una melodía al revés es no-musical o que cierta expresión es
agramatical. No sé que haya un texto de la Escritura o Concilio de la Iglesia que
condene la teoría del regalo navideño de Mrs.Eddy; pero el cristianisno la condena,
como la ética del soldado condena la huída.

Las dos actitudes son antagónicas no sólo en su pensamiento, sino en el estado del
alma antes incluso de comenzar a pensar. La idea de corporizar el afecto, esto es,
de ponerlo en un cuerpo, es la enorme y primigenia idea de la Encarnación. Un
don de Dios que puede ser visto y tocado es tema del credo. Cristo mismo fue un
regalo de Navidad. La nota de los regalos materiales de Navidad resuena incluso
antes de que Él naciera en los primeros movimientos de los magos y la estrella. Los
Tres Reyes llegaron a Belén trayendo oro, franco incienso y mirra. Si hubieran traído
sólo Verdad y Pureza y Amor, no habría habido arte cristiano ni civilización cristiana
en 00:37 0 comentarios

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JUEVES 5 DE MAYO DE 2011

Chesterton y el alpinismo
Publicado por PCS
Tengo mis dudas acerca del valor de tanta afición al alpinismo, de tanto propósito de
alcanzar la cumbre de todo y mirarlo todo desde las alturas. Satán fue el más célebre
de los guías alpinos al llevar a Jesús hasta lo alto de una enorme montaña para
mostrarle todos los reinos de la tierra. Pero el goce de satán en las cumbres no es el
goce de la grandeza, sino el goce de contemplar la pequeñez, el hecho de que todos
los hombres a sus pies le parezcan insectos. Es desde el valle desde donde las cosas
parecen verdaderamente altas. Yo soy un hijo del llano que no tiene necesidad de ese
guía alplino. Levantaré la vista para contemplar la montaña, de donde viene mi
ayuda, pero no subiré allí mis huesos a menos que sea estrictamente necesario. Todo
es cuestión de actitud mental, y en este momento me hallo bastante cómodo en la
mía. Me sentaré aquí y dejaré que las maravillas y aventuras vengan a posarse sobre
mí como si fueran moscas. Son numerosas, te lo aseguro. Porque en el mundo nunca
escasearán los milagros; sólo el asombro.
en 13:31 0 comentarios

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VIERNES 29 DE OCTUBRE DE 2010

El niño y la realidad
Publicado por PCS
Me siento inclinado a negar ese culto moderno al niño que juega. Debido a distintas
influencias de una nueva cultura bastante romántica, el "niño" se ha convertido en el
"niño mimado". La verdadera belleza se ha estropeado por la poca escrupulosa
emoción de los adultos, que han perdido gran parte de su sentido de la realidad. La
peor herejía de esta escuela es que al niño sólo le interesa la simulación. Esto se
interpreta en el sentido, a la vez sentimental y escéptico, de que no hay demasiada
diferencia entre simular y creer. Pero el auténtico niño no confunde realidad y
ficción. Actúa porque aún no puede escribir esa ficción, ni siquiera leerla, pero jamás
permite que su salud mental quede empañada por eso. Para él seguramente no hay
nada más diferenciado que jugar a ladrones y robar caramelos. Por mucho que juegue
a ladrones, no acabará creyendo que robar está bien. Yo veía la diferencia con total
claridad cuando era un niño. ¡Ojalá pudiera verlo ahora la mitad de claro!
en 11:55 0 comentarios

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El infinito valor de lo sencillo


Publicado por PCS

El n° 999 del extenso catálogo de los libros que no he escrito (todos ellos mucho más
brillantes y convincentes que los que he escrito) es la historia de un hombre con éxito
que parecía tener un oscuro secreto en su vida y que finalmente fue descubierto por
los detectives jugando con muñecas, soldaditos de plomo, o algún penoso juego
infantil. Puedo decir con toda modestia que yo soy ese hombre, en todo, excepto en la
solidez de su reputación y en su brillante carrera comercial. En este último sentido
quiza fuera aún más aplicable a mi padre que a mí. Yo, desde luego, no he dejado
nunca de jugar y ¡ojalá tuvieramos más tiempo para jugar! Ojalá no tuvieramos que
malgastar, en frivolidades como conferencias y literatura, el tiempo que podríamos
haber dedicado al trabajo serio, sólido y constructivo como recortar figuras de cartón y
pegar encima lentejuelas.
en 00:48 0 comentarios

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Etiquetas: 48., Autobiografía

MARTES 26 DE OCTUBRE DE 2010

Hacer cosas
Publicado por PCS

No se hacer muchas cosas si lo comparo con las que se hacían en mi infancia, pero
he aprendido a disfrutar viendo como se hacen las cosas; no la manivela que en
último término las produce, sino la mano que las hace. Si mi padre hubiera sido un
vulgar millonario propietario de mil fábricas de algodón o de un millón de máquinas
que fabricaran cacao, cuánto más pequeño me habría parecido. Y esta experiencia
me ha hecho profundamente escéptico sobre todo ese parloteo moderno del
necesario aburrimiento doméstico y de la degradante monotonía de hacer sólo tortas y
tartas. ¡Sólo hacer cosas! Es lo máximo que se puede decir del mismísimo Dios:
Aquel que hace cosas

Ensayos Chesterton blogspot


ENSAYOS DE G. K. CHESTERTON
EL TITULO LO DICE TODO...

VIERNES 16 DE SEPTIEMBRE DE 2011

El mártir moderno-G.K.CHESTERTON
El mártir moderno-G.K.CHESTERTON

Título original: «The modern martyr»,en All Things Considered

Traducción de Juan Manuel Salmerón, extraída de su pagina Web:


http://juanmanuelsalmeron.com/

El incidente de las sufragistas que se encadenaron a la verja de Downing Street constituye una
buena alegoría irónica de lo que es el martirio moderno, el cual suele consistir en encadenarnos para
quejarnos de que no somos libres. Unos dicen que estos numeritos retardan la causa del sufragio
femenino, otros que son lo único que la hace avanzar. Hablando en puridad, no creo que tengan el
menor efecto ni en un sentido ni en el otro.
La idea moderna de llamar la atención con simples demostraciones de impopularidad, como hacer
que nos echen de un mitin o una asamblea o nos metan en la cárcel, es un gran error. Se funda en
una falacia que tiene que ver con el verdadero sentido popular del martirio. La gente mira a la
historia y ve que muchas veces las persecuciones no solo han dado publicidad a una creencia
perseguida sino que hasta la han hecho progresar, dando de su validez el horrible y público
testimonio de hombres moribundos. Esta paradoja supo expresarla pictóricamente el arte cristiano,
representando a los santos que blanden como armas los instrumentos con los que fueron
martirizados. Y como su martirio es arma para el mártir, hoy día pensamos que cualquiera que
cause alguna que otra molestia en público se volverá al instante clamorosamente popular. Este tipo
de martirio mal entendido no es exclusivo de las sufragistas; lo practican muchos movimientos que
respeto y algunos que apruebo. Existió, por ejemplo, en el de los Resistentes Pasivos, parte de cuyos
bienes fueron puestos en venta. La idea es que si uno muestra sus ideas (o incluso sus ambiciones
políticas) siendo una molestia para sí mismo y para el prójimo, adquirirá la fuerza de los grandes
santos que murieron en el rogo. Cualquiera al que empujen cinco minutos en un vestíbulo o pase
cinco días en la cárcel habrá realizado lo que se entiende por martirio y se habrá ganado la aureola
en el arte cristiano del futuro. La señora Pankhurst será representada con un policía en cada mano,
los instrumentos de su martirio. El resistente pasivo será representado cargando con la tetera que le
arrebataron unos subastadores tiránicos.°
Pero hay una falacia en esta analogía del martirio, pues el especial carisma que confiere el ser
perseguido solo se da en caso de persecución extrema. Lo único que demuestra el entusiasta
moderno que pasa alguna incomodidad por sus creencias o ideas es que las tiene, de lo cual nadie
dudaba. Nadie duda de que al apóstol del inconformismo le importa más el inconformismo que su
tetera. Nadie duda de que la señora Pankhurst desea más poder votar que pasar una tarde tranquila
sentada en un sillón. Todas nuestras opiniones merecen que nos peleemos un poco por ellas:
recuerdo que durante la guerra de los bóers, un día, a la salida de Queen’s Hall, reñí con un
oficinista partidario del imperio, y le reventé y me reventó la nariz; pero dudo de que este incidente
pueda causar el mismo efecto psicológico que el que causaba el anfiteatro romano o la hoguera.
Porque lo que de verdad impresiona no es el hecho de que un hombre sacrifique su tiempo y su
comodidad por defender lo que piensa. El martirio de los cristianos no impresionaba a los paganos
simplemente porque demostraba lo convencidos que estaban de sus creencias. El caso del martirio
extremo es mucho más sutil. Es que da la impresión de que al mártir lo respalda algo especialmente
fuerte, de que está poseído por algún poder. Mas esto solo ocurre cuando su integridad física es
destruida, cuando todas las fibras de su cuerpo se retuercen de dolor. Si vemos a un hombre
tronchándose de risa mientras lo despellejan vivo, con buen acuerdo podremos deducir que en
algún rincón de su mente está pensando en algún buen chiste. Análogamente, los espectadores que
veían reír y cantar (como reían y cantaban) a unos hombres a los que estaban escaldando o
despedazando, creían en la existencia de algo que no era simple honestidad intelectual: creían en la
existencia de un placer nuevo e ininteligible que, era de presumir, venía de algún sitio. Podía ser la
fuerza de la locura, o un falso espíritu infernal, pero era algo efectivo y extraordinario, tan efectivo
como el brandy y tan extraordinario como la prestidigitación. El pagano se decía: «Si el cristianismo
hace feliz a un hombre al que un león come las piernas, ¿no podría hacerme feliz a mí, que me paseo
tranquilamente con mis dos piernas intactas?». Los laicistas se empeñan en explicar que el martirio
no prueba la verdad de una fe, como si hubiera alguien tan necio que lo pensara. Lo que el martirio
probaba o, mejor dicho, daba a entender poderosamente, era que en la psicología humana había
entrado algo más fuerte que el más fuerte de los dolores. Cuando lo único que veía una joven a la
que azotaban hasta matarla era una corona que descendía del cielo hacia ella, lo primero que se
pensaba no era que sus creencias fuesen verdaderas, sino que de algún sitio sacaba su fuerza. Esta
es la impresión psicológica que no inspiran ni de lejos los actuales casos de incomodidad o molestia
públicamente exhibidas. La alegría de la señora Pankhurst no requiere explicaciones místicas. Si
estuvieran quemándola viva como a una bruja y, en puro éxtasis, alzase la vista al cielo y viese
descender una urna, entonces diría que el incidente, si no concluyente, sí sería tremendamente
impresionante. No demostraría su derecho a votar, ni el derecho a votar de nadie, pero sería prueba
de que en el voto había algo sacramental, algo de lo que el alma podía sacar una fuerza y un placer
efectivos e intensos, capaces de oponerse al dolor efectivo y abrumador.
Aconsejo, pues, a los agitadores modernos que abandonen este método: el método de hacer
grandísimos esfuerzos para ganarse pequeñísimos castigos. Así no pasarán a la historia, se lo
aseguro; el castigo es demasiado leve, los esfuerzos son demasiado obvios. Sus sacrificios no tienen
la efectividad de los crueles martirios antiguos, porque no dejan a la víctima absolutamente sola con
su causa, de manera que esta sea lo único que la sostiene. Al mismo tiempo tienen ese elemento de
pantomima y absurdo que fue lo más cruel en la muerte y escarnio de los verdaderos profetas. San
Pedro fue crucificado boca abajo por una broma inhumana; pero su humana seriedad sobrevivió a la
inhumana befa, porque en cualquier postura habría muerto por su fe. Los mártires modernos como
la señora Pankhurst se exponen a caer en el absurdo sin sufrir lo bastante para eclipsar la
absurdidad. Son como san Pedros que se pusieran cabeza abajo diez segundos y esperaran luego que
los canonizasen.°
También podemos plantear la cuestión así: los martirios modernos fracasan incluso como
demostración, porque ni siquiera demuestran que los mártires sean completamente serios. Yo
pienso que los mártires modernos sí son por lo general serios, incluso demasiado serios, pero que su
martirio no lo demuestra, y el público no siempre los cree. No cabe duda de que el doctor Clifford
está muy sinceramente indignado por lo que él considera clericalismo, pero no lo demuestra
haciendo que le subasten la tetera; porque uno puede querer que le subasten la tetera como una
actriz que le roben los diamantes: por propaganda personal. Es verdad que la señora Pankhurst se
toma muy en serio la cuestión del voto femenino; pero no lo demuestra haciendo que la echen de los
mítines y reuniones. A una persona pueden expulsarla de un mitin por lo mismo que expulsan a los
jóvenes de un music-hall: porque se divierten. Pero nadie se ha arrojado a los leones por llamar la
atención. Ninguna mujer se ha dejado asar en una parrilla por diversión. A Santa Perpetua y a santa
Fe pongo por testigos.° Claro es que estos entusiastas no tienen la culpa de no ser sometidos a los
contundentes castigos de antaño; seguro que pasarían por ellos tan triunfalmente como santa
Águeda.° Simplemente estoy dándoles un consejo político, dadas las circunstancias. Y les digo que
sus sacrificios no impresionan a nadie porque no son ni pueden ser más decisivos que los sacrificios
que la gente hace por divertirse cuando ha bebido. Los borrachos interrumpen mítines y pagan las
consecuencias. En cuanto a que subasten teteras, supongo que es algo que daría grandísimo placer a
todo borracho que se precie. La propaganda no basta; no dice nada. Si a mí tuvieran que
martirizarme por una opinión (lo cual es más difícil que decirlo), sería sin duda por una o dos de
mis opiniones más sagradas. Quizá me dejaría matar por Inglaterra, pero ciertamente no por el
imperio británico. Es posible que diese mi vida por la libertad política, pero ciertamente no por el
librecambio. Pero el alboroto que arman las sufragistas yo estaría dispuesto a armarlo tanto por mi
opinión más superficial como por mi opinión más profunda. Nunca sería nada peor que una
molestia, ni nada mejor que una juerga. Por eso el ciudadano británico, sobre todo de las clases
trabajadoras, mira estas manifestaciones con indiferencia; porque, aunque respondan a los más
fanáticos motivos, también pueden responder a los más frívolos.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 23:15 5 COMENTARIOS

ETIQUETAS: DEMOCRACIA, ENSAYOS, FEMINISMO, MARTIRIO, MODERNIDAD,SUFRAGISTAS

¡AVISO!
AVISO:
Primero que todo, les pido disculpas por no actualizar en 5 meses, je, he estado muy ocupado y sin
internet. Por los 65 seguidores, y los otros tantos que saben entrar a leer voy a comprometerme a
actualizarlo más seguido. Ahora bien esta entrada es para aclarar algunas cuestiones, en Abril, el
señor Alfred Cappra, comento en unos artículos, reclamando que las traducciones eran de su
autoría, y me pedía que no le saque mas sus artículos sin su permiso y sin aviso, también me pidió
que pongan un link a su web (http://escritorescatolicos.blogspot.com/) en las entradas, y se justifica
diciendo “No es porque no quiera compartir los artículos, es simplemente porque me costó harto
traducirlos”. Bien, desde ya quiero aclarar que no fue mi intención “sacarle sus artículos sin su
permiso y sin dar aviso”, simplemente me los habían enviado por mail, sin el autor de la traducción.
Así que si esto vale de disculpas, voy a modificar esas entradas, poniendo a su autor, y el link a su
página. Ahora solo me queda esperar la queja de Borges y de Alfonso Reyes, jejeje. Espero que a
Alfred se le haya pasado el enojo, tiene todo el derecho a quejarse, pero de todas formas yo entiendo
que en esta misión, de difundir a Chesterton y a su obra ensayística, poco importa el ego
profesional, o el reconocimiento mundano de los pares. Las catedrales medievales fueron hechas
por obreros, albañiles, arquitectos, artistas anónimos, porque entendían que eso no les pertenecía,
si no que era para la mayor gloria de Dios. Es una pequeña lucha que se tiene que dar a la
mentalidad liberal moderna, dejar de lado el celo del logro individual, el reconocimiento, y poner
todos nuestros esfuerzo no a mayor gloria de uno mismo, si no de lo que es superior a todo
individuo, a toda sociedad.
Nuevamente agradecería si pudieran difundir el blog entre sus conocidos y si pudieran compartir
algunos ensayos que ustedes tenga de Chesterton y que deseen compartir. Y que comenten las
entradas! Comenten lo que sea, una crítica, una opinión, un elogio, resalten alguna frase o idea que
quieran reflexionar, lo que sea...
PD: y como dije hace varios meses, si hay que agradecerle a alguien es a los traductores, no me
agradezcan a mí, esto no me pertenece, esto no le pertenece a nadie, solo a Chesterton y a la cultura.

Saludos a todos.

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ETIQUETAS: AVISOS, DISCULPAS, TRADUCCIONES

Patriotismo y deporte-G.K.CHESTERTON
Patriotismo y deporte-G.K.CHESTERTON

Título original: «Patriotism and sport», en All Things Considered

Traducción de Juan Manuel Salmerón, extraída de su pagina Web:


http://juanmanuelsalmeron.com/

Veo que en algunos periódicos, sobre todo en aquellos que se dicen patrióticos, ha cundido el pánico
al ver que hemos sido dos veces derrotados en sendas pruebas deportivas, por un francés en golf y
por unos belgas en remo. Supongo que la circunstancia importará mucho a quienes creen en la
legendaria superioridad de los ingleses en achaque de deportes. Supongo que hay gente que cree
confusamente que un francés no puede vencernos, pese a que muchas veces nos han vencido
franceses y una vez una francesa. En las viejas viñetas de Punch se puede ver una sátira recurrente:
los caricaturistas ingleses dan por supuesto que un francés no sabe correr zorros ni disfrutar de la
caza a estilo inglés. No parecen darse cuenta de que los que inventaron el estilo de caza inglés era
franceses. Los primeros reyes y nobles que corrieron zorros hablaban francés. Y gran parte de los
ingleses que siguen cazando así tienen nombres franceses. Supongo que a todo aquel que ignore tan
evidentes hechos le interesará saberlos. Supongo que a los que alguna vez han creído que los
ingleses tenemos algún derecho sagrado y exclusivo a ser los mejores deportistas, estas derrotas les
habrán parecido tremendas y dolorosas. Se sentirán como si, al mismo tiempo que el verdadero sol
sale por el este, vieran otro sol saliendo por el noroeste. En beneficio de estas personas, beneficio
moral e intelectual, debe señalarse que en este caso han derrotado a los anglosajones precisamente
aquellos competidores a los que siempre consideraron inferiores: competidores latinos, y dentro de
estos, los menos esforzados y temibles; no solo franceses, sino belgas. Esto, digo, debe señalarse a
toda persona inteligente que crea en la arrogante teoría de la superioridad anglosajona. Solo que
ninguna persona inteligente creerá en la arrogante teoría de la superioridad anglosajona. Ningún
inglés auténtico creyó nunca en ella. Y al inglés auténtico no entristecerán estas derrotas.
El auténtico patriota inglés sabe que la fuerza de Inglaterra nunca ha dependido de eso; que la gloria
de Inglaterra nunca ha tenido que ver con eso, excepto para gran parte de los ricos y para unos
cuantos pobres que emulan a los ociosos ricos. Estas gentes darán gran importancia a nuestros
fracasos, desde luego, como darán mucha importancia a nuestros éxitos. El típico patriota radical
que ha admirado a sus compatriotas por ser conquistadores los despreciará por dejarse conquistar.
Pero el inglés que de verdad ama a Inglaterra sabe que las derrotas deportivas no demuestran que
Inglaterra es débil, como sabe que los éxitos deportivos no demuestran que Inglaterra es fuerte.
Porque el deporte, como todo lo demás, especialmente lo moderno, es terriblemente individualista.
Los ingleses que ganan premios deportivos son la excepción entre los ingleses, por la sencilla razón
de que lo son también entre los hombres. Los deportistas ingleses representan a Inglaterra tanto
como los fenómenos de circo del señor Barnum representan a América. Hay tan pocos como ellos en
el mundo que poco importa de qué país sean.
Si alguien quiere una prueba de lo que estoy diciendo, es fácil de aportar. Si los grandes deportistas
ingleses no son ingleses excepcionales, no suelen ser ni ingleses. Es más, muchos de ellos
pertenecen a razas cuyos individuos no parecen en general especialmente aptos para el deporte. Por
ejemplo, se supone que los ingleses dominan a los indios en virtud de su superior audacia, su
superior actividad y su superior salud de mente y cuerpo. Y se supone que los indios son nuestros
súbditos porque les gusta menos la acción, la sociedad y el aire libre; en una palabra, porque les
gusta menos el críquet. Pero resulta que el mejor jugador inglés de críquet es hindú. Pongamos otro
ejemplo: podemos convenir en que los judíos son en general un pueblo pacífico, intelectual,
indiferente a la guerra, como los hindúes, o incluso enemigo de ella, como los chinos; y, sin
embargo, uno o dos de los mejores boxeadores ingleses han sido judíos.
Este es uno de los casos más notables de ese mal que resulta de nuestro modo peculiar de adorar el
deporte. Consiste en fijarse demasiado en el éxito individual. Empezamos queriendo, como es justo
y natural, que gane Inglaterra. Queremos, en segundo lugar, que ganen algunos ingleses. Queremos,
en tercer lugar (en medio de la ansiedad y emoción de una determinada prueba) que gane algún
inglés en concreto. Y acabamos, por último, descubriendo que ni siquiera es inglés.
En esta cuestión sí creo que podría decirse algo en favor de Lord Roberts y de sus más bien vagas
ideas, que van de la fundación de clubes de tiro con rifle hasta la implantación del servicio militar
obligatorio. Sean cuales sean las ventajas o desventajas de estas ideas, son al menos ideas para
procurar cierta igualdad y una especie de nivel medio en la capacidad deportiva de la gente, y
podrían constituir un correctivo a nuestra tendencia de considerarnos deportistas excepcionales.
Como que hay millones de ingleses que creen a pie juntillas que somos una raza muscular porque
C.B. Fry es inglés. Y no pocos de ellos creen también confusamente que el deporte debe pertenecer a
Inglaterra porque Ranjitsinhji es indio.°
Pero la verdadera fuerza histórica de Inglaterra, física y moral, nunca tuvo que ver con el deporte,
que más bien la ha entorpecido. Alguien dijo que la batalla de Waterloo se ganó en los campos de
juego de Eton. Fue un comentario especialmente desafortunado, pues la contribución inglesa a la
victoria dependió, mucho más de lo que es habitual en las victorias, de la resistencia de las tropas en
una situación casi desesperada. La batalla de Waterloo la ganó la tenacidad de los soldados rasos,
vale decir, de hombres que nunca estuvieron en Eton. Pero si es absurdo decir que la batalla de
Waterloo se ganó en los campos de juego de Eton, sí podríamos decir con toda justicia que se ganó
en prados y parques donde niños torpes jugaba torpes partidas de críquet. En una palabra, la ganó
gente común y corriente, que son los fuertes, y las glorias del deporte dicen muy poco de la
capacidad media de una nación. Waterloo no la ganaron los buenos jugadores de críquet, sino los
malos, una masa de hombres que tenían mínimos instintos y hábitos deportivos.
Es una buena señal que en una nación esas cosas se hagan mal. Prueba que todo el mundo las hace.
Y es una mala señal que se hagan muy bien, porque eso significa que solo las hacen unos cuantos
especialistas y excéntricos, y el resto de la nación se limita a mirar. Supongamos que andar
significase siempre en Inglaterra andar cuarenta y cinco millas al día sin cansarse. Podríamos estar
bien seguros de que solo unos cuantos andarían, y que todos los demás súbditos británicos serían
llevados en silla de ruedas. En cambio, si andar significase andar despacio, trabajosamente y con
fatiga, sabríamos que el conjunto de la nación andaría. Sabríamos que Inglaterra iría literalmente a
patita.
El problema, pues, es que el actual incremento del nivel deportivo ha perjudicado seguramente al
deporte nacional. El deporte, en lugar de ser un saludable torneo en el que todo el mundo puede
participar y probar fortuna, se ha convertido en una palestra exclusiva en la que justan unos pocos
caballeros con los que ningún hombre común y corriente puede medir sus fuerzas. Si Waterloo se
ganó en los campos de críquet de Eton, fue seguramente porque el críquet de Eton era entonces
mucho más chapucero que ahora. Mientras que el juego era un juego, todo el mundo quería
participar. Cuando se convirtió en un arte, todos quisieron mirarlo. Cuando era frívolo, pudo ganar
Waterloo; cuando fue serio y eficiente, perdió Magersfontein.°
En tiempos de Waterloo el deporte era una práctica lúdica y generalizada del inglés medio. Esto no
puede recrearlo el críquet, ni el servicio militar, ni ningún otro medio artificial. Era algo del alma,
era fruto de la risa, de la religión, del espíritu del lugar. Pero era como el duelo moderno en una
cosa: en que podía ocurrirle a cualquiera. Si yo fuera un periodista francés, podría muy bien suceder
que Monsieur Clemenceau me desafiara a pistola. En cambio, no creo probable que el señor C.B. Fry
me desafíe al bate de críquet.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 21:50 0 COMENTARIOS

ETIQUETAS: CRIQUET, DEPORTE, ENSAYOS, FRANCESES, INGLATERRA,PATRIOTISMO

JUEVES 17 DE FEBRERO DE 2011

El secreto político-G.K.CHESTERTON
El secreto político-G.K.CHESTERTON

Título original: «On political secrecy», en All Things Considered

Traducción de Juan Manuel Salmerón, extraída de su pagina Web:


http://juanmanuelsalmeron.com/

Por lo general, los hombres, de una manera instintiva y sin ninguna razón especial, odian pensar
que algo esté escondido, esto es, que esté escondido sin remedio. Todos conocemos el juego del
escondite, en el que lo importante es encontrar lo escondido. La gente normal (enorme e inagotable
en su capacidad de goce) se divierte mucho jugando a ese juego que consiste en esconder un dedal,
pero lo que en realidad la divierte es encontrarlo. Supongamos que los jugadores no encontrasen el
dedal, que este no apareciese nunca: entones no sería un juego, sino una tragedia. El dedal se les
aparecería en sueños a los jugadores y los obsesionaría, los jugadores morirían en un manicomio. Lo
divertido es ese momento excitante en que se pasa de lo desconocido a lo conocido. Las historias de
misterio son muy populares, sobre todo si se venden baratas; pero lo son porque revelan cosas. No
gustan porque sus autores inventen misterios, sino porque los desvelan. Nadie se atrevería a
publicar un relato detectivesco en el que el misterio quedara sin resolver: esto llevaría a la
revolución incluso al público londinense. Nadie se atrevería a publicar un relato detectivesco en el
que nada se detectara.
Hay tres grandes clases de cosas en las que la penetración del hombre consiente el secreto. Una
acabo de mentarla: los juegos de escondite y las novelas policiacas, en las que se tolera el secreto con
el fin de que sea desvelado: el autor crea primero un concienzudo misterio en torno a la muerte del
obispo, con el único objeto de anunciar al final a los cuatro vientos la buena nueva de que lo mató la
institutriz. La ignorancia solo tiene sentido en este caso porque es el mejor modo de prepararse a
recibir las terribles revelaciones del gran mundo. Ser agnóstico es por lo mismo el mejor modo de
prepararse a recibir las buenas nuevas de san Juan.
Podemos pasar por alto este primer tipo de secreto, ya que su objeto último no es ser guardado sino
revelado. Hay una segunda y mucho más importante clase de cosas que los hombres consienten de
buen grado en ocultar. Son tan importantes que no podemos tratarlas aquí, aunque todo el mundo
sabe a cuáles me refiero. En este sentido hago notar que, aunque son cosas secretas, son siempre un
«secreto a voces». En el tema del sexo y similares, todos formamos una especie de hermandad, una
hermandad con disciplina, pero no sin libertad: se nos pide que callemos esas cosas, no que las
ignoremos. Al contrario, en los temas fundamentales sucede al revés: lo que más conocen los
hombres es lo que más ocultan. Sencillamente porque lo saben tan bien que no necesitan decirlo.
Hay un tercer tipo de cosas en las que el hombre civilizado consiente el secreto, que se resisten a la
inquisición o la explicación. Son aquellas cosas que no se explican porque no pueden explicarse,
porque son demasiado etéreas, instintivas o intangibles: caprichos, impulsos súbitos, prejuicios
inocentes... No podemos exigir de nadie que nos explique por qué es tan hablador, sencillamente
porque no lo sabe. A nadie se le piden explicaciones (ni aun en Alemania) de por qué camina
despacio o deprisa, porque no puede darlas. Las personas cruzan un bosque por este o aquel camino
y emplean sus vacaciones de este o de aquel modo no porque tengan razones poderosas para
hacerlo, sino porque apenas las tienen: porque se les antoja hacerlo así, y no podrían explicarlo a un
policía si de pronto les saliera al encuentro de entre los arbustos. Actúan movidos por impulsos
porque esos impulsos no tienen importancia y quizá no vuelvan a repetirse. Si se prefiere, actúan
por impulso porque el impulso no merece un instante de reflexión. Todos pensamos que este tipo de
antojos son privados y ni aun los fabianos han propuesto nunca interferir en ellos.°
Pues bien, en los últimos quince días han venido los periódicos llenos de los más variados
comentarios acerca del secreto en que se tiene cierta parte de las finanzas políticas y en especial la
financiación de los partidos. Algunos no han entendido en absoluto dónde está el problema.
Afirman que el partido nacionalista irlandés y el partido laborista están bajo sospecha, e incluso,
como algunos dicen, más que bajo sospecha. El motivo de esta tremenda afirmación no parece ser,
visto detenidamente, sino el siguiente: que irlandeses y laboristas reciben dinero por lo que hacen.
Que yo sepa, todas las personas reciben dinero por lo que hacen; la única diferencia es que algunos,
como los del partido nacionalista irlandés, lo hacen.
No creo que nadie pueda sostener que los hombres no deben recibir dinero. El asunto es que,
sabiendo que hay dinero que se da bien y otro que se da mal, un elemental sentido común nos lleva
a mirar con indiferencia el dinero que se da en plena calle y en cambio con singular desconfianza el
que se da a escondidas. Quiero decir que es absurdo poner en duda lo legítimo de la financiación,
pero que lo que hasta los idiotas sí pueden poner en duda es la legitimidad de su ocultamiento. La
cuestión, pues, que debemos considerar es si ocultar las transacciones económicas de la política, las
compras de títulos nobiliarios, el pago de las campañas electorales, entra dentro de alguna de las
tres clases de secreto antes mencionadas que la costumbre y el instinto de los hombres consienten.
He enumerado tres categorías de secretos de esta naturaleza. ¿Puede el ocultamiento de la finanzas
políticas defenderse como incluido en alguna de ellas?
La pregunta, pues, que debemos responder es si el secreto político puede considerarse legítimo. De
las tres clases en que hemos dividido sumariamente los secretos legítimos, la primera es la de
aquellos secretos que solo se guardan para ser revelados, como el de las historias detectivescas. La
segunda es la de los secretos que se guardan porque todo el mundo los conoce, como el del sexo. Y la
tercera es la de los secretos que se guardan porque son demasiado vagos y sutiles para ser
explicados, como la razón de elegir este o aquel camino en el campo. ¿Comprende alguna de estas
tres grandes categorías el ocultamiento de la financiación y cuentas de los partidos políticos? Sería
absurdo, incluso chistoso, decir que sí. Sería un disparate de lo más gracioso decir que los políticos
guardan secretos solo porque quieren hacer revelaciones. Un nuevo noble pretende haberse ganado
el título solamente para poder declarar luego, de manera más dramática y con un grito de júbilo y
desdén, que en realidad lo compró. Un baronet dice haber merecido su título solo para saborear
mejor el asombroso acontecimiento histórico de reconocer que no lo merecía. Seguro que esto
parece muy improbable. Seguro que ningún político guarda secretos que lo comprometen pensando
en el excitante momento en que se arrepentirá en el lecho de muerte. El escritor de historias
detectivescas hace a un hombre duque únicamente para arruinarlo acusándolo de robo. Pero seguro
que el primer ministro no hace a un hombre duque para arruinarlo acusándolo de soborno. No; la
teoría detectivesca del secreto de la financiación política debe ser (con un suspiro) descartada.
Tampoco podemos decir que el secreto político se justifique por pertenecer a la segunda categoría, a
saber, la de los secretos tan secretos que no resulta fácil revelarlos en público. En algunos asuntos
elementales se observa una reserva especial precisamente porque todo el mundo los conoce bien.
Sin embargo, la reserva en materia de financiación política y compras de títulos nobiliarios no se
debe a que la mayoría de la gente sepa lo que pasa, sino precisamente a que no lo sabe. La cortina de
decoro cubre los procedimientos normales. Pero nadie dirá que ser sobornado es un procedimiento
normal.
Si, por último, aplicamos la tercera categoría al caso del secreto político, la cosa resulta todavía más
clara y divertida. Seguro que nadie sostiene que comprar títulos nobiliarios y demás operaciones se
mantienen en secreto porque son cosas tan leves, impulsivas e irrelevantes que han de considerarse
puro capricho personal. Un niño ve una flor y su primer impulso es cogerla. Pero seguro que nadie
cree que un cervecero ve una corona y lo primero que piensa es que quiere ser noble. El impulso del
niño no ha de ser explicado a la policía por la sencilla razón de que no podría explicársele a nadie.
Sin embargo, ¿cree nadie que las laboriosas ambiciones políticas de los actuales hombres de
negocios tienen este carácter etéreo e incomunicable? Un hombre tumbado en la playa puede
arrojar piedras al mar sin ninguna razón especial. Pero ¿cree nadie que el cervecero arroja monedas
al bolsillo de los partidos políticos sin ninguna razón especial? Lamentablemente, esta explicación
del secreto de la financiación política ha de ser descartada, junto con las otras dos posibles
justificaciones. Es un secreto que no puede excusarse ni por ser el de un juego divertido, ni por
pertenecer al común de los hombres, ni por ser un inexplicable antojo. Curiosamente, de hecho,
incumple las tres condiciones y clases. No es un secreto que se oculte para ser revelado, sino para
que siga oculto. Tampoco se guarda por ser un secreto que todos los hombres conocen, sino porque
nadie debe conocerlo. Ni tampoco se guarda porque es demasiado insignificante para ser revelado,
sino porque es demasiado importante para que pueda desvelarse. En suma, estamos ante un
auténtico y quizá infrecuente fenómeno de gobierno oculto. Tenemos una doctrina exotérica y otra
esotérica. A Inglaterra la gobiernan en realidad simoníacos, no curas. Tenemos en este país todo lo
que siempre se ha objetado a la religión: una clase privilegiada, palabras sagradas que no pueden
pronunciarse, cosas importantes que solo conocen unos cuantos. De hecho, tenemos todo menos
religión.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 22:51 3 COMENTARIOS


ETIQUETAS: CORRUPCION, INGLATERRA, INSTITUCIONES, JUEGOS,NOVELAS, POLITICA, SECRETO

MARTES 7 DE SEPTIEMBRE DE 2010

La mujer-G.K.CHESTERTON
La mujer-G.K.CHESTERTON

Título original: «Woman», en All Things Considered.

Traducción de Juan Manuel Salmerón, extraída de su pagina Web:


http://juanmanuelsalmeron.com/

Me escribe un corresponsal una carta de gran interés y competencia a propósito de ciertas alusiones
mías a la cuestión de las cocinas comunitarias. Él las defiende lucidísimamente desde el punto de
vista del colectivista calculador. Pero, como muchos otros de su escuela, parece no comprender que
la cosa puede verse de otra manera, que nada tiene que ver con tales cálculos. Afirma que sería más
barato que todos comiéramos a la misma hora, a fin de que usáramos la misma mesa. Es verdad.
También sería más barato que todos durmiéramos a distintas horas, a fin de usar solo un par de
pantalones. El asunto, sin embargo, no es lo barato que compramos, sino qué es lo que compramos.
Es barato tener un esclavo. Y aún lo es más serlo.
Dice también mi corresponsal que la costumbre de comer fuera, en restaurantes, etc., está
creciendo. Lo mismo, creo, que la costumbre de suicidarse. No es que quiera relacionar ambos
hechos. Parece bastante evidente que un hombre no pueda salir a comer en un restaurante porque
acabe de suicidarse, y quizá sería demasiado decir que se ha suicidado porque acababa de comer en
un restaurante. Pero ambos casos, puestos uno junto a otro, bastan para demostrar lo falso y ruin de
esa eterna discusión sobre lo que está de moda. La cuestión para los hombres de bien no es si algo
está incrementándose, sino si estamos incrementándolo nosotros. Yo como en restaurantes con
mucha frecuencia, pues así lo aconseja la índole de mi trabajo: pero si pensase que haciéndolo
contribuyo a la difusión de la comida comunitaria, no volvería a pisar ninguno; me llevaría pan y
queso en el bolsillo o sacaría chocolate de las máquinas automáticas. Y es que hay cosas cuyo
carácter personal es sagrado. El otro día lo dijo perfectamente el señor Will Crooks: «Lo más
sagrado es poder cerrar nuestra puerta».°
Dice mi corresponsal: «¿No se ahorrarían nuestras mujeres la pesada tarea de cocinar y todas las
preocupaciones que ello conlleva, quedando libres para dedicarse a la alta cultura?». Lo primero
que se me ocurre decir es muy simple y forma parte, creo, de la experiencia de cada cual. Si mi
corresponsal encuentra el modo de evitar que las mujeres se preocupen, será un hombre muy, pero
que muy notable. Creo que el asunto es más profundo. Ante todo, mi corresponsal obvia una
distinción que es fundamental en la naturaleza humana. Teóricamente, supongo que todo el mundo
quiere verse libre de preocupaciones. Pero seguro que nadie quiere verse libre de actividades que
preocupan. A mí me placería en extremo (lo digo como lo siento en este momento) verme libre de la
penosa faena de escribir este artículo. Pero eso no significa que me gustaría librarme también de la
penosa faena de ser un periodista. Que algo nos preocupe no quiere decir que no nos interese. La
verdad es lo contrario. Lo que no nos interesa, ¿por qué habría de preocuparnos? Las mujeres se
preocupan por el gobierno de la casa, pero son las más interesadas las que más se preocupan. Les
preocupan mucho sus maridos y sus hijos. Y supongo que si estrangulásemos a estos y aturdiésemos
a aquellos, les quedaría tiempo para dedicarse a la alta cultura. O sea, quedarían libres para
preocuparse por la alta cultura. Pues las mujeres se preocuparían por eso tanto como se preocupan
por cualquier otra cosa.
Yo creo que este modo de hablar de las mujeres y de su alta cultura es una excrecencia exclusiva de
las clases que (a diferencia de la periodística a la que pertenezco) disponen siempre de elevadas
sumas de dinero. Una cosa curiosa observo. Quienes sobre ello escriben parecen olvidar que existen
las clases trabajadoras y asalariadas. Como mi corresponsal, dicen, eterna letanía, que la mujer es
esclava del trabajo. Pues ¿qué es el hombre, por los clavos de Cristo? Esta gente se figura que todos
los hombres son ministros. Hablan del hombre como si no pensara más que en conquistar poder,
labrarse un porvenir, dejar huella en el mundo, mandar y ser obedecido. Esto quizá sea cierto para
ciertas clases sociales. Los duques, por ejemplo, no son esclavos del trabajo; pero entonces tampoco
lo son las duquesas. Las damas y caballeros de la alta sociedad sí están libres para dedicarse a la alta
cultura, que de preferencia consiste en pasearse en coche y jugar al bridge. Pero los millones de
hombres normales y corrientes que integran nuestra civilización no son más libres para dedicarse a
la alta cultura que sus mujeres.
Diré más, no lo son tanto como ellas. La mujer ocupa una posición privilegiada respecto del hombre.
Ella reina en un mundo en el que puede hacer lo que le plazca; la mayoría de los hombres han de
obedecer órdenes y no hacer otra cosa; han de poner ladrillo sobre ladrillo monótonamente, sin
hacer otra cosa; han de sumar cifras y cifras monótonamente, sin hacer otra cosa. Quizá el mundo
de la mujer es pequeño, pero ella puede cambiarlo. Una mujer puede decirle cuatro verdades al
comerciante de turno. El empleado que haga lo mismo con su jefe se verá por lo general de patitas
en la calle, o –por evitar el vulgarismo– se verá libre para dedicarse a la alta cultura. Y sobre todo,
como dije en un artículo anterior, el trabajo de la mujer es hasta cierto punto creativo e individual.
Puede disponer las flores o los muebles según su fantasía. No creo que el albañil pueda hacer lo
mismo con los ladrillos, sin grave riesgo de su persona y la del prójimo. Si la mujer ha de poner un
simple remiendo en la alfombra, puede elegirlo por el color; pero no creo que al de la oficina de
correos le esté permitido franquear un paquete según el color de los sellos, y preferir por ejemplo
uno más barato porque es malva claro a uno más caro que es rojo chillón. Una mujer quizá no
siempre cocine artísticamente, pero puede hacerlo. Puede variar la composición de una sopa de
manera personal e imperceptible. Pero ¡ay del empleado que varíe de manera personal e
imperceptible la cifras de la contabilidad!
Lo bueno es que la cuestión que aquí planteo, que es la verdadera, no se discute. Lo que se alega es
una cuestión de dinero, no de personas. Lo que me parece falso no son tanto las propuestas de estos
reformadores como su mentalidad y sus argumentos. Estoy menos seguro de que las cocinas
comunitarias son un error como de que sus defensores están en un error. De entrada, desde luego,
hay una gran diferencia entre las cocinas comunitarias de las que hablamos y las comidas
comunitarias (monstrum horrendum, informe) que, con intención bárbara y diabólica, evoca mi
corresponsal.° Pero en ambos casos el error es el mismo: sus defensores no las defenderán como
instituciones humanas. No les interesará el evidente hecho psicológico de que hay cosas que un
hombre o una mujer pueden desear hacer por sí mismos. Cosas que él o ella han de hacer de manera
creativa, artística, individual... en una palabra, mal. Una de tales cosas es, quién lo diría, elegir
esposa. ¿Es otra elegir la comida del marido? Esta es la cuestión: que nadie se plantea.
Y ahora la alta cultura. Conozco esa cultura. Si puedo evitarlo, yo no liberaré a nadie para que se
dedique a la alta cultura. Sus efectos sobre los hombres ricos que tienen tiempo para dedicarse a ella
son tan horribles que resulta peor que ningún otro de los entretenimientos del millonario, peor que
el juego, peor incluso que la filantropía. La alta cultura es creer que el poeta más pequeño de Bélgica
es más grande que el poeta más grande de Inglaterra. Es perder todo sentimiento democrático. Es
ser incapaz de hablar con un peón sobre deportes, sobre cerveza, sobre la Biblia, sobre las carreras
de caballos, sobre la patria o sobre cualquier otra cosa de la que él, el peón, quiera hablar. Es
tomarse la literatura en serio, como los aficionados. Es perdonar la indecencia solamente cuando es
sombría. Los discípulos de la alta cultura llamarán pala a una pala solo si es para cavar tumbas. La
alta cultura es triste, mezquina, desabrida, antipática, poco honesta y nada relajada. Es «alta», en
suma: este epíteto abominable (que también se aplica al juego) la describe perfectamente.
No; si se me pide que liberemos a la mujer para otra cosa, quizá esté más dispuesto. Si se me
promete, en privado y solemnemente, que las liberaremos para que bailen en las montañas como
ménades, o para que adoren a alguna divinidad monstruosa, estaré más de acuerdo. Si se me
asegura que las señoras de Brixton, tan pronto como dejen la cocina, se pondrán a aporrear tantanes
y soplar cuernos en el bosque, convendré en que al menos son ocupaciones humanas y acaso
divertidas. Las mujeres han sido liberadas para ser bacantes, para ser vírgenes mártires, para ser
brujas. No les pidamos ahora que se rebajen al nivel de la alta cultura.
Yo tengo mis propias ideítas sobre la emancipación de la mujer, pero me temo que nadie las tomará
en serio si las expongo. Apoyaré toda iniciativa que aumente la enorme autoridad de la mujer en la
casa y su acción creativa en ella. La mujer, por regla general, es una déspota; el hombre, por regla
general, es un siervo. Aprobaré toda propuesta que vuelva a la mujer más déspota. Lejos de querer
que se traiga de fuera la comida hecha, deseo que cocine ella misma con mayor libertad e
imaginación de lo que lo hace. Lejos de querer que vaya siempre por la misma comida al mismo
sitio, deseo que invente, si le place, un plato todos los días de su vida. Que la mujer sea más
hacedora, no menos. Y llevamos razón al hablar de «la mujer»; solo los canallas hablan de mujeres.
Los hombres, en cambio, hablan de hombres, y esta es la gran diferencia. Los hombres representan
el elemento democrático y deliberante de la vida. La mujer encarna el elemento despótico.

MIÉRCOLES 1 DE SEPTIEMBRE DE 2010

El vino si es rojo-G.K.CHESTERTON
El vino si es rojo-G.K.CHESTERTON

Título original: «Wine if it es red», en All Things Considered

Traducción de Juan Manuel Salmerón, extraída de su pagina Web:


http://juanmanuelsalmeron.com/

Imagino que causará no poco revuelo el reciente manifiesto firmado por una serie de doctores
eminentísimos acerca del llamado «alcohol». A juzgar por como suena, la palabra es arábiga, como
«álgebra» y «Alhambra», otras dos cosas desagradables. Nunca he visto la Alhambra española; me
han dicho que es una construcción ramplona y laberíntica; yo me refiero al mucho más digno
edificio de Leicester Square. Si es verdad, como presumo, que «alcohol» es un término árabe,
resulta curioso que la palabra con la que genéricamente designamos la esencia del vino, la cerveza y
otras bebidas por el estilo provenga de unas gentes que lo combaten de manera particularmente
enconada. Supongo que algún anciano jefe musulmán se sentó un día a la entrada de su tienda y,
maldiciendo por entre la negra barba el símbolo cristiano del vino, y discurriendo con ceño fruncido
alguna fea palabra que expresara cabalmente su odio racial y religioso, vino a escupir el terminacho
«alcohol». El que los médicos hayan de usar esta palabra a efectos de claridad científica les es de
gran impedimento para juzgar la cosa con justicia. Porque la palabra encierra una de esas peticiones
de principio que tanto complican esta clase de cuestiones morales. Es un craso error suponer que un
hombre que desea una bebida alcohólica desea por fuerza alcohol.
Todo aquel que camine diez millas seguidas un caluroso día de verano por un camino polvoriento,
sabrá pronto por qué se inventó la cerveza. El que la cerveza tenga cierta propiedad estimulante no
es parte a que la pida sino en pequeñísima medida. No es, en fin, que desee alcohol; lo que desea es
cerveza. Cierto es, con todo, que la cuestión no puede plantearse en términos tan simples. El
problema al que en verdad nos enfrentamos, y especialmente se enfrentan los doctores, es que el
puesto singularísimo que el hombre ocupa en el universo físico imposibilita casi por completo el
considerarlo un ser puramente físico. Sea lo que sea el ser humano, constituye una excepción. Si no
es la imagen de Dios, entonces es una excrecencia del polvo. Si no es un ser divino que cayó del
cielo, no puede ser sino un animal que perdió la cabeza. Y en ninguno de los dos casos podemos
argüir gran cosa del cuerpo del hombre teniéndolo únicamente por el cuerpo de un animal lleno de
salud e inocencia. El cuerpo del hombre se halla demasiado unido a su alma, como se ve en el caso
supremo del sexo. Puede valer la pena advertir a los filántropos e idealistas ricos que el argumento
de lo animal no debe usarse sin reflexión, ni aun contra los atroces males del exceso; es un
argumento que prueba muy poco o que prueba demasiado.
No cabe duda de que emborracharse es poco natural. Pero en el fondo, también el hombre es poco
natural. No cabe duda de que el obrero que se emborracha gasta su salud bebiendo; pero nadie sabe
cuánto gasta su salud trabajando el obrero sobrio. Nadie sabe cuánto gasta su salud el filántropo
rico hablando o, en rarísimas ocasiones, pensando. Todo lo humano es más peligroso que nada que
afecte al bruto: sexo, poesía, propiedad, religión. Lo malo de beber no es que saque a la bestia, sino
que saque al Diablo. A la bestia no la saca, y poco importa si lo hace: la bestia suele ser una criatura
más bien mansa y amable, como lo son las vacas. El ser humano es siempre algo peor o algo mejor
que un animal, y el mero argumento de la perfección de este no lo afecta. En el sexo, ningún animal
es caballeroso u obsceno. Tampoco ningún animal ha inventado nada tan malo como la
embriaguez... ni tan bueno como el beber.
El pronunciamiento de estos doctores es claro y rotundo; hoy día, incluso merece cierto crédito por
su valentía moral. Casi todo el mundo convendrá con ellos, desde luego, en que las bebidas
alcohólicas son a menudo de grandísima utilidad en casos de enfermedad extremos; pero no pocos,
me temo, se escandalizarán al ver que se refieren a ellas como si fueran simples bebidas; porque no
se conforman con declarar que beber con moderación no hace daño: dicen abiertamente que es
beneficioso. Creo, sin embargo, que esta verdad médica va de algún modo contra la opinión común.
Creo que la mayoría de los médicos saben por experiencia que administrar alcohol al enfermo (si
bien muchas veces necesario) es casi la forma moralmente más peligrosa de administrarlo. En lugar
de suministrarlo a una persona sana que tiene muchas otras posibilidades de vida, se lo damos a
una persona desesperada para la que esa es la única posibilidad de vida. Difícilmente podemos
censurar al inválido si por alguna contingencia de su precaria condición acaba pensando que el
alcohol es una especie de agua de vida y lo usa como tal. Si el hábito de beber es un pecado, no lo es
por salvaje, sino por domesticado; no por anárquico, sino por esclavo. La peor forma de beber es
beber por razones médicas. La más inocua, hacerlo sin preocuparse; sin preocuparse de nada, y
menos aún preocuparse de beber.
El médico, desde luego, debe estar facultado para poner freno en casos de sed perniciosa; pero más
allá de esto, solo cabe esperar que la conciencia pública sobre el tema se acrezca o, mejor dicho, se
concentre. Yo tengo al respecto mi propia modesta opinión, que siempre he mantenido con firmeza.
Si el bar fuera un lugar tan solitario y reservado como la oficina de correos o la estación de trenes, al
que acudiera toda clase de gentes en busca de toda clase de refrescos, ofrecería contra las personas
de conducta desordenada las mismas garantías que ofrece la oficina de correos: bastaría la presencia
de gente normal. El loco que quisiera beber un número ilimitado de whiskys sería tratado con la
misma severidad con la que las autoridades de correos tratarían al amable loco que quisiera lamer
un número ilimitado de sellos. Poco importa que en uno y otro caso se emplee una negativa de
orden técnico. Lo importante es que en ambos casos se pueda llamar prontamente a los amigos o
familiares de la persona perturbada. Por lo menos, la empleada de correos no tentaría al entusiasta
con una ristra de sellos de seis peniques cuando se lo llevaran con la lengua fuera. Si beber fuese
algo público y abierto, se bebería también con mayor despreocupación. En estas cosas, lo sano está
en ser despreocupado. Por eso ni los borrachos ni los musulmanes pueden despreocuparse del
alcohol.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 20:33 6 COMENTARIOS

ETIQUETAS: CAMARADERIA, CIENTIFICISMO, MODERNIDAD, VINO

MIÉRCOLES 18 DE AGOSTO DE 2010

Ciencia y religión-G.K.CHESTERTON
Ciencia y religión-G.K.CHESTERTON

Título original: «Science and religion»,


en All Things Considered

Traducción de Juan Manuel Salmerón, extraída de su pagina Web:


http://juanmanuelsalmeron.com/

Estos días nos acusan de atacar a la ciencia porque queremos que sea científica. Seguro que no es
faltar al respeto a nuestro médico decir que es nuestro médico, no nuestro cura, nuestra esposa o
nosotros mismos. No incumbe al médico decir si debemos o no debemos tomar las aguas; lo que le
incumbe decir es qué efectos tiene en la salud tomar las aguas. Tras lo cual, claro es, toca a nosotros
decidir. La ciencia es como una suma: o es exacta o es falsa. Mezclar ciencia y filosofía no produce
más que una filosofía sin valor ideal y una ciencia sin valor práctico. Quiero que mi médico de
cabecera me diga si esta o aquella comida me matará. Corresponde a mi filósofo de cabecera
decirme si debo morir. Pido perdón por todas estas perogrulladas, pero es que acabo de leer un
folleto cuyos autores, hombres sumamente inteligentes, no parecen haber oído ni una sola de estas
perogrulladas en su vida.
Los que detestan al inofensivo autor de esta columna se limitan (en el paroxismo de su
abominación) a llamarlo «brillante», lo que en nuestro periodismo hace tiempo que es una
expresión despreciativa. Pero me temo que incluso este desdeñoso calificativo me honra en exceso.
Cada vez estoy más convencido de que padezco, no una impertinencia relumbrante y llamativa, sino
una simpleza que raya en la estupidez. Cada vez estoy más persuadido de que soy tonto de remate, y
de que todos los demás son la mar de listos. Acabo de leer esta importante recopilación de escritos,
que me han enviado en nombre de una serie de personas a las que tengo en gran estima, y que se
titula La nueva teología y la religión aplicada, y juro que he leído párrafos y párrafo sin saber de qué
hablaban sus autores. O hablan de una religión oscura y salvaje en la que se educaron y de la que yo
no sé nada, o hablan de una visión de Dios radiante y cegadora que ellos han tenido, que yo nunca
he tenido y cuyo resplandor les confunde la razón y la palabra. El mejor ejemplo que puedo citar
tiene que ver con la cuestión de la ciencia que acabo de mencionar. Las siguientes palabras las firma
un señor cuya inteligencia respeto, pero no les encuentro ni pies ni cabeza:
Cuando la ciencia moderna declaró que en la evolución del cosmos no hubo ningún acontecimiento
histórico que se correspondiese con el pecado original, sino que, al contrario, ha sido un ascenso
incesante en la escala del ser, es evidente que el planteamiento paulino –esto es, el polémico
planteamiento paulino de la salvación– perdió todo su fundamento, pues ¿no consistía dicho
fundamento en la total depravación del género humano heredada de sus primeros padres? ... Pero si
no hubo pecado original, no hay depravación ni peligro inminente de perdición eterna. Y, caída la
base, cae el edificio que en ella se sustentaba.
Son palabras sesudas y están bien dichas; algo deben de significar. Pero ¿qué? ¿Cómo puede la
ciencia demostrar que el ser humano no está depravado? No se abre a un hombre en canal para
verle los pecados, ni se lo hierve hasta que echa el inconfundible humo verde de la depravación.
¿Cómo iba a encontrar la ciencia rastro alguno de depravación moral? ¿Qué rastros esperaba
encontrar el autor de las citadas líneas? ¿Esperaba encontrar el fósil de Eva con el fósil de una
manzana en su interior? ¿Suponía que el tiempo le conservaría el esqueleto completo de Adán, con
una hoja de parra algo descolorida pegada a él? El párrafo citado no es más que una sarta de frases
incoherentes, falsas en sí mismas e ilógicas entre sí. La ciencia nunca ha dicho que no hubo pecado
original. Podría haber habido diez pecados originales, uno tras otro, sin que ello supusiese
incoherencia alguna con todo lo que las ciencias nos enseñan. La humanidad podría haber
evolucionado moralmente a peor durante millones de siglos sin que ello contradiga el principio de la
evolución. Los hombres de ciencia (no locos de atar) nunca han dicho que hubiera «un ascenso
incesante en la escala del ser», pues un ascenso incesante significa un ascenso sin caídas ni
retrocesos, y la evolución física está llena de caídas y retrocesos. Hubo sin duda caídas en la
evolución física; puede haber habido caídas en la evolución moral. Por eso me llenan de perplejidad,
como digo, pasajes como el citado, en los que personas instruidas afirman que, puesto que los
geólogos no han hallado pruebas del pecado original, toda creencia en la depravación del hombre es
falsa. Como la ciencia no ha encontrado lo que obviamente no puede encontrar, algo que es del todo
diferente, el sentido psicológico del mal, es falso. Podemos resumir los argumentos del autor en la
abrupta, pero fiel, forma siguiente: «En ninguna excavación han aparecido los huesos del arcángel
Gabriel, quien presumiblemente no tenía huesos, luego los niños, abandonados a sí mismos, no
serán egoístas». A mí esto me parece disparatado; es como si alguien dijera: «El fontanero no ha
encontrado nada mal en el piano, luego supongo que mi esposa me quiere».
No voy a entrar ahora en la cuestión de qué sea realmente el pecado original, ni a discutir la
probablemente falsa versión de él que el autor de la nueva teología llama la doctrina de la
depravación. Pero sea lo que sea esta o cualquier otra doctrina de la depravación, es siempre fruto
de una convicción de orden espiritual. El hombre piensa que la humanidad es mala porque él mismo
se sabe malo. Si un hombre se siente malo, no veo por qué habría de sentirse bueno porque alguien
le diga que sus antepasados tenían rabo. Por lo que sabemos, el hombre puede haber perdido la
pureza e inocencia originales junto con el rabo. Lo único que de la pureza e inocencia originales sí
sabemos a ciencia cierta, es que no las tenemos. Nada resulta más ridículo, en el estricto sentido de
la palabra, que oponer cosas tan oscuras como las vagas conjeturas que los antropólogos hacen
sobre el hombre primitivo a algo tan sólido como es el sentido del pecado. Por naturaleza, la prueba
del Edén es imposible de encontrar. Pero la del pecado, por naturaleza, es imposible de no
encontrar.
Hay algunas afirmaciones con las que no estoy de acuerdo; otras no las entiendo. Si alguien dice:
«Creo que el ser humano sería mejor si se abstuviera por completo de las bebidas fermentadas»,
entiendo lo que quiere decir y sé cómo puede defenderse su opinión. Si alguien dice: «Quiero abolir
la cerveza porque soy abstemio», no entiendo lo que quiere decir. Es como decir: «Deseo abolir las
carreteras porque me gusta caminar». Si alguien dice: «No creo en la Trinidad», entiendo. Pero si
dice (como una señora me dijo una vez): «Creo en el Espíritu Santo en el sentido espiritual», me
deja turulato. ¿En qué otro sentido se puede creer en el Espíritu Santo? Pues siento decir que este
librito de pensamiento religioso progresista está lleno de pasmosas observaciones por el estilo. ¿Qué
quiere decir la gente cuando dice que la ciencia ha cambiado su concepto del pecado? ¿Qué concepto
del pecado tenía antes de que la ciencia se lo cambiara? ¿Pensaba que era algo que se comía?
Cuando la gente dice que la ciencia ha hecho vacilar su fe en la inmortalidad, ¿qué quiere decir?
¿Pensaba que la inmortalidad era un gas?
Lo cierto es, desde luego, que la ciencia no ha introducido ningún nuevo factor en la cuestión de la
fe. Un hombre puede ser cristiano hasta el final del mundo por la misma razón que otro puede
haber sido ateo desde el principio. El materialismo de las cosas está a la vista; descubrirlo no
requiere ciencia alguna. Un hombre que ha vivido y ha amado muere y se lo comen los gusanos.
Esto es materialismo. Esto es ateísmo. Si la humanidad ha creído pese a ello, puede creer pese a
todo. Pero el porqué de que nuestro destino sea más desesperado por saber el nombre de los
gusanos que nos comen o de las partes de nuestro cuerpo que se comen, es algo que cuesta descubrir
a una mente inquiridora. Mi principal objeción a estos revolucionarios seudo científicos es que no
son revolucionarios. Son los defensores del lugar común. No hacen vacilar la religión: más bien es la
religión la que parece hacerlos vacilar a ellos. Su única respuesta a la gran paradoja es repetir la
obviedad.

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ETIQUETAS: CIENCIA, CIENTIFICISMO, FILOSOFIA, MODERNIDAD, RELIGION

SÁBADO 19 DE JUNIO DE 2010

La adoración de la riqueza-G.K.CHESTERTON
La adoración de la riqueza-G.K.CHESTERTON

Título original: «The worship of the wealthy»,


en All Things Considered

Traducción de Juan Manuel Salmerón, extraída de su pagina Web:


http://juanmanuelsalmeron.com/

Observo que se ha introducido en nuestra literatura y periodismo una nueva forma de lisonjear al
rico y al grande. En tiempos más sencillos y honestos, la lisonja era también más sencilla y honesta;
la falsedad, más verdadera. El pobre que quería agradar al rico le decía que era el más sabio,
valiente, alto, fuerte, benévolo y apuesto del mundo, y aunque el rico seguramente sabía que nada
de eso era verdad, ningún daño había. Cuando los cortesanos hacían el elogio de un rey, le atribuían
cosas de todo punto improbables, diciendo que se parecía al sol del cenit, que cuando entraba en la
estancia debían cubrirse los ojos, que sus súbditos no podían vivir sin él o que había conquistado
Europa, Asia, África y América con su sola espada. Lo que salvaba esta especie de alabanza era lo
artificioso de ella; entre el rey y su imagen pública no había relación alguna. En cambio, los
modernos han inventado un tipo de elogio mucho más sutil y ponzoñoso, que consiste en hacer un
retrato creíble de la personalidad del príncipe o del rico, reputándolo verbigracia por persona seria,
campechana o reservada, o amante del deporte o del arte, para entonces poner por los cuernos de la
luna el valor e importancia de estas cualidades naturales. Los que alaban al señor Carnegie no dicen
que es sabio como Salomón y valiente como Marte; ojalá lo hicieran. La segunda cosa honesta que a
continuación harían sería confesar la verdadera razón de sus elogios, que no es otra que la de que
tiene dinero. Los periodistas que escriben sobre el señor Pierpont Morgan no dicen que es tan bello
como Apolo; ojalá lo hicieran.° Lo que hacen es tomar la vida superficial del hombre rico, sus
costumbres, ropa, aficiones, amor a los gatos, desprecio de los médicos y demás, y, fundados en este
realismo, convertirlo en un profeta y un mesías de su clase, cuando no es sino un tonto común y
corriente al que gustan los gatos o disgustan los médicos. El cumplimentador de antes daba por
sentado que el rey era un hombre como cualquier otro y se esforzaba por hacerlo extraordinario; el
cumplimentador de hoy, más listo, da por sentado que es extraordinario, y que, en consecuencia,
aun lo más ordinario de él reviste interés.
Tengo observada una manera curiosísima de hacer esto. Es la manera que se aplica a seis de los
hombres más ricos de Inglaterra en un libro de entrevistas publicado por un conocido y competente
periodista. El adulador sabe envolver con ingenio la estricta verdad en una atmósfera de deferencia
y misterio, gracias al sencillo método de presentarla en negativo. Supóngase que escribimos un
estudio benigno sobre el señor Pierpont Morgan. Quizá no haya mucho que decir acerca de lo que
piensa, gusta o admira; pero podemos insinuar todo un mundo de gustos y pensamientos
ponderando por extenso aquello que no piensa, gusta ni admira. Por ejemplo: «Poco atraído por las
más modernas escuelas de la filosofía alemana, se mantiene alejado de las tendencias del panteísmo
trascendental con no menor determinación que de los estrechos éxtasis del neocatolicismo». O
supóngase que hemos de hacer el elogio de una asistenta que acaba de entrar en casa, y que sin duda
lo merece con creces. Digamos: «Sería un error reputar a la señora Higgs por seguidora de Loisy, ya
que su posición es en muchos aspectos diferente. Pero no menos erróneo sería identificarla con el
hebraísmo de Harnack». Es un método excelente, pues da ocasión al cumplimentador de hablar de
algo que no es propiamente el cumplimentado, y confiere a este un chocante, pero luminoso, halo
intelectual, como de persona que ha atravesado crisis filosóficas de las que antes no tenía
conciencia. Método excelente, digo, que, empero, me gustaría ver aplicado más veces a las asistentas
que a los millonarios.
Hay otra manera de adular a las personas eminentes que, observo, es muy común entre quienes
escriben en periódicos o en otras partes. Consiste en calificarlas de «sencillas», «tranquilas» o
«modestas» sin razón ni justificación alguna. Ser sencillo es lo mejor del mundo; ser modesto, lo
segundo mejor del mundo. No estoy tan seguro de que ser tranquilo vaya aparejado. Más bien me
inclino a pensar que las personas modestas alborotan mucho. Que también lo hacen las personas
sencillas es algo que salta a la vista. Pero sencillez y modestia son, al menos, virtudes muy raras, que
no deben atribuirse a la ligera. Pocos hombres, y esos solo ocasionalmente, se han elevado a la
categoría de modestos; a nadie con diez o veinte años han vuelto sencillo largas guerras, como
pueden haber vuelto sencillo a un soldado veterano. Estas virtudes no pueden prodigarse por simple
adulación; muchos profetas y hombres rectos han deseado verlas y no las han visto. En cambio, se
las usa, con mucha frecuencia y sin ningún juicio, para referir el nacimiento, vida y muerte de
muchos hombres ricos. Cuando un periodista quiere describir cómo un político eminente o un
hombre de negocios (que vienen a ser la misma cosa) entran en una habitación o andan por la calle,
dice siempre: «El señor Midas iba modestamente vestido con un abrigo negro, un chaleco blanco,
unos pantalones gris perla, una corbata verde y una sencilla flor en el ojal». Como si alguien hubiera
esperado verlo vestido con un traje rojo o unos pantalones de lentejuelas, y con una girándula
ardiendo en el ojal.
Pero este método, si ya es bastante absurdo aplicado a la vida cotidiana de la gente de mundo,
resulta intolerable cuando se lo aplica, como siempre se hace, a una circunstancia que es seria
incluso en la vida de los políticos: la muerte. Cuando nos han dado bastante la lata describiéndonos
el sencillo vestuario del millonario, que es tan complicado como cualquier vestido que pudiera
ponerse sin parecer loco; cuando nos han hablado de la modesta casa del millonario, que suele ser
demasiado inmodesta para llamarse casa; cuando nos lo han dado a conocer por medio de todas
estas alabanzas huecas, al final se nos pide que admiremos también su tranquilo funeral. No sé qué
otra cosa piensa la gente que puede ser un funeral sino tranquilo. Sin embargo, una y otra vez, esta
irritante cantinela de la modestia y la sencillez se entona sobre la tumba de todos esos pobres
hombres ricos –sobre la tumba de Beit, sobre la tumba de Whiteley–, por los cuales deberíamos
sentir más que nada una inefable piedad. Recuerdo que cuando Beit murió, la prensa dijo que toda
la gente importante iba en los coches fúnebres, que los tributos florales fueron suntuosos y
espléndidos, pero que, con todo, fue un entierro tranquilo y sencillo. ¿Cómo se pensaban que podía
ser, en el nombre de Aqueronte? ¿Creían que habría sacrificios humanos, inmolación en la lápida de
esclavas orientales? ¿Que desfilarían bailarinas orientales contoneándose en un paroxismo de
lamentación? ¿Que se celebrarían los juegos fúnebres de Patroclo? Temo que esos periodistas
carecen de tan magnífico sentido pagano. Temo que solo usaban las palabras «tranquilo» y
«modesto» para llenar una página, porque son un recurso de esa hipocresía automática demasiado
común entre quienes han de escribir mucho y rápido. La palabra «modesto» será pronto como la
palabra «honorable» para los japoneses, que la usan al parecer precediendo toda palabra en frases
de cortesía: «Deje el honorable paraguas en el honorable paragüero». En el futuro leeremos que el
modesto rey déjase ver con su modesta corona, cubierto de arriba abajo de modesto oro y
acompañado por sus diez mil modestos condes, con las espadas modestamente desenvainadas. ¡No!
Si tenemos que pagar por el esplendor, permítasenos que lo elogiemos por esplendoroso, no por
modesto. La próxima vez que vea a un hombre rico por la calle, pienso abordarlo con exageración
oriental. Seguro que echa a correr.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 21:35 3 COMENTARIOS

ETIQUETAS: HOSNESTIDAD, LIBERALISMO, RIQUEZAS

LUNES 24 DE MAYO DE 2010

Franceses e ingleses-G.K.CHESTERTON
Franceses e ingleses-G.K.CHESTERTON

Título original: «French and English», en All Things Considered

Traducción de Juan Manuel Salmerón, extraída de su pagina Web:


http://juanmanuelsalmeron.com/

Es obvio que hay una gran diferencia entre ser internacional y ser cosmopolita. Todas las buenas
personas son internacionales. Casi todas las malas personas son cosmopolitas. Si queremos ser
internacionales, primero debemos ser nacionales. Que quienes a sí mismos se llaman «amigos de la
paz» tengan tan poco peso en las naciones a las que pertenecen se debe en gran medida a que no
han reflexionado lo bastante en esta distinción. La paz internacional significa la paz entre las
naciones, no la paz después de la destrucción de las naciones, como la paz budista es la paz después
de la destrucción de la personalidad. La edad de oro del buen europeo es como el cielo del cristiano,
un lugar en el que nos amaremos unos a otros, no como el cielo de los hindúes, un lugar en el que
ellos serán unos y otros. Esto podemos verlo de una manera curiosa en el caso del carácter nacional.
Creo que estaremos de acuerdo en que cuanto más aprecie y admire un hombre el alma de un
pueblo, menos querrá imitarla; será consciente de que hay en ella algo demasiado profundo e
indómito para ser imitado. El inglés al que simplemente le guste Francia intentará ser francés; el
inglés que de verdad admire Francia se empeñará en seguir siendo inglés. Esto puede observarse
muy bien en nuestra relación con los franceses, porque una de las mayores peculiaridades de estos
es que todos sus vicios están en la superficie y sus extraordinarias virtudes escondidas. Casi puede
decirse que sus vicios son la flor de sus virtudes.
Su obscenidad, por ejemplo, es una manifestación de su afán por sacarlo todo a la luz. La avaricia de
sus campesinos demuestra la independencia de sus campesinos. Lo que los ingleses llaman su
rudeza en las calles es una cara de su igualdad social. La grave mirada de sus mujeres es la expresión
de la responsabilidad de sus mujeres, y cierta inconsciente brutalidad y precipitación con la que se
mueven y actúan los hombres, señal de su inagotable y extraordinario valor militar. De todos los
países, pues, Francia es el que menos puede admirar un necio superficial. Que el necio odie Francia:
si la amara, pronto sería un granuja. La admirará sin duda no solo por cosas poco encomiables, sino
sobre todo por cosas que no tiene. Admirará su gracia e indolencia, cuando es el más industrioso de
los pueblos. Admirará su romanticismo y fantasía, cuando son las más respetables y adocenadas de
las gentes. Este error cometerá el inglés que admire Francia precipitadamente, pero el error que
cometa con Francia será leve comparado con el que cometa consigo mismo. Un inglés que dice que
le gustan las novelas realistas francesas, que se siente bien en un teatro francés moderno, que no lo
impresionan las brutales caricaturas francesas, comete un error muy peligroso para su propia
sinceridad. Admira algo que no entiende. Recoge donde no sembró, toma de donde no puso, intenta
comer el fruto sin haber trabajado el árbol, quiere recolectar la exquisita cosecha del cinismo
francés sin haber labrado el duro pero rico suelo de la virtud francesa.
Todo esto solo lo entenderá un inglés si volvemos las tornas. Imaginemos a un francés que viene de
la democrática Francia a vivir en Inglaterra, donde la sombra de las grandes casas cae por doquier y
hasta la libertad fue, en su origen, aristocrática. Si el francés viera nuestra aristocracia y le gustara,
si viera nuestra arrogancia clasista y le gustara, si él mismo las imitara, todos sabemos lo que
sentiríamos. Sentiríamos que ese francés es un bicho repugnante. Imitaría a la aristocracia inglesa,
imitaría el vicio inglés. Pero no entendería el vicio que copia: no entendería sobre todo que el vicio
es en parte una virtud. No entendería aquellos rasgos del carácter inglés que compensan su
aristocratismo y lo hacen humano: su gran amabilidad, su hospitalidad, su inconsciente poesía, su
conservadurismo sentimental, que tanto admira a la alta burguesía. El realista francés ve que los
ingleses aman a su rey. Pero no comprende que a la vez que es abyecto por adorar a un rey, es casi
noble por adorar a un rey sin poder. La impotencia de los soberanos de la casa de Hanover ha
elevado al leal súbdito inglés poco menos que a la dignidad de hidalgo jacobita. El francés ve que el
criado inglés es respetuoso, pero no comprende que también es irrespetuoso; no sabe que hay una
tradición inglesa del criado jocoso y leal que es tan característico como su amo: Caleb Balderstone,
Sam Weller;° ve que los ingleses admiran a un noble, pero no tiene en cuenta que lo admiran más
cuando no se comporta como un noble. A los ingleses les gustan los nobles inconscientes y amables:
el siervo puede ser humilde, pero el amo no debe ser soberbio. El noble representa la vida como a
ellos les gustaría disfrutarla, y uno de los goces que más sinceramente desean que represente es el
de la generosidad, el de repartir dinero a manos llenas o, por usar el noble término medieval, el de la
largueza... el placer de la largueza. Por eso nos dice un cochero que no somos unos caballeros
cuando le damos solo lo justo. No solamente herimos su bolsillo, sino también su alma. Herimos su
ideal. Defraudamos su idea del perfecto aristócrata. Sé que esto es muy sutil y escurridizo, y que en
el amor que los ingleses profesan a los señores es muy difícil distinguir lo que es una especie de
vicaria nobleza del mero servilismo. A los franceses le costará mucho distinguirlo. Creerán que es
simple servilismo y si lo adoptan serán unos siervos. Por lo mismo deben de creer los ingleses (al
principio) que la franqueza francesa es simple grosería. Y si la adoptan serán unos groseros. Son
rasgos del carácter nacional difíciles de comprender. Se requieren largos años de paz y abundancia,
el lento crecimiento de los grandes parques, el curado de las vigas de roble, el oscuro envejecimiento
del vino tinto en sótanos y bodegas, todo el ocio y toda la vida de Inglaterra durante varios siglos,
para que al final se produzca el generoso y genial fruto del aristocratismo inglés. Y se requieren
revueltas y barricadas, cantos callejeros y hombres andrajosos que mueran por una idea, para que se
produzca y se justifique la terrible flor de la indecencia francesa.
Hace poco estuve en París y fui con un amigo inglés a un teatro en el que representaban, en rápida
sucesión, una serie de brillantísimas obras teatro francesas de unos veinte minutos de duración.
Todas eran de grandísimo efecto, pero una lo era a tal extremo que cuando salimos del teatro mi
amigo y yo nos peleamos y casi tuvo que intervenir la policía. La idea de la obrita era mostrar cómo
reaccionan los hombres en un naufragio o en un desastre naval, cómo se desesperan, gritan, luchan
unos contra otros sin objeto y solo movidos por el odio. A esto se añadía una escena llena de esa
horrible ironía que empezó con Voltaire, en la que un gran político pronunciaba un discurso en el
que hablaba de los fallecidos como de héroes muertos en un abrazo fraternal. Cuando mi amigo y yo
salimos del teatro, dijo él, como habría dicho un francés, pues llevaba mucho tiempo viviendo en
París: «¡Qué admirable drama! ¿No te parece estupendo?». «No», le contesté yo, tomando en la
medida que pude la tradicional actitud de John Bull en las viñetas de Punch.° «No es estupendo.
Quizá es absurdo, y si lo es, no me importa. Pero si no es absurdo, si tiene un sentido, el sentido es
este: que bajo su apariencia caballeresca los hombres no son más que unos animales, unos animales
acorralados. No conozco mucho a la humanidad, menos aún a la humanidad que habla francés, pero
sí sé cuándo una cosa está hecha para elevar el ánimo y cuándo para deprimirlo. Sé queCyrano de
Bergerac (comedia en la que los actores hablan incluso más rápido) fue hecho para infundir ánimos.
Y sé que eso está hecho para abatirlos.» «Esa visión del arte sentimental y moral», empezó a decir
mi amigo, y yo lo atajé de manera fulminante: «Déjame que te diga lo que Jaurès le dijo a
Liebknecht en el congreso socialista: “Tú no has muerto en las barricadas”. Tú eres un inglés, como
yo, y debes ser tan amable como yo. Esta gente tiene cierto derecho a ser terrible en arte porque ha
sido terrible en política. Pueden sufrir torturas falsas en el escenario porque en las calles han sufrido
torturas reales. Han padecido por la democracia, han padecido por el catolicismo. Para ellos puede
ser natural padecer por la literatura. ¡Pero, por Dios, para mí no lo es en absoluto! Y lo peor de todo
es que yo, que soy un inglés y me gusta la tranquilidad y el orden, deba sentirme tranquilo viendo
estas cosas. Los franceses no buscan aquí tranquilidad, sino tumulto. Este pueblo inquieto quiere
estar siempre en un estado de constante tensión revolucionaria. Los franceses, que aman las
revoluciones, pueden hallar estimulante el ver a la humanidad humillada. ¡Pero no quiera Dios que
dos ingleses amantes del placer se deleiten nunca en ello!»

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 23:09 0 COMENTARIOS

ETIQUETAS: COSTUMBRE, CULTURA, FRANCESES, INGLESES,INTERNACIONALISMO, NACION, NACI

ONALISMO, PATRIOTISMO

DOMINGO 16 DE MAYO DE 2010

Caricatura y presunción-G.K.CHESTERTON
Caricatura y presunción-G.K.CHESTERTON

Título original: «Conceit and caricature»,


en All Things Considered

Traducción de Juan Manuel Salmerón, extraída de su pagina Web:


http://juanmanuelsalmeron.com/

Si no tenemos más remedio que presumir, mejor será que sea de talentos o méritos que no
tengamos. Porque entonces nuestra vanidad será superficial, un simple error, como el de quien cree
tener sangre real o un sistema infalible para ganar en Montecarlo. Como no son méritos reales, no
corromperán ni desvirtuarán nuestros méritos reales. Y aunque presumamos de virtudes que no
tenemos, siempre podremos ser humildes con las que sí tenemos. Las cualidades que de verdad nos
honran conservarán su inocencia original, porque no podremos verlas ni viciarlas. Que se nos haya
metido en la cabeza que somos grandes violinistas no tiene por qué impedir que seamos unos
caballeros. Pero si nos creemos mucho que somos unos caballeros, seguro que pronto dejamos de
serlo.
Hay, sin embargo, un tercer género de satisfacción que no es ni orgullo por virtudes que tenemos ni
orgullo por virtudes que no tenemos, del que últimamente he conocido un par de ejemplos. Y es la
satisfacción que se siente por poseer o no poseer ciertas cualidades sin preguntarnos si eso
constituye una virtud. Podemos felicitarnos por no ser malos en un determinado sentido, cuando la
verdad es que no lo somos en ese sentido porque no somos lo bastante buenos. Dirá algún gazmoño
cleriguillo: «Tengo razones para congratularme de ser una persona civilizada y no tan sanguinaria
como el Mad Mullah».° Y alguien tendría que decirle: «Un hombre realmente bueno sería menos
sanguinario que el Mullah. Pero si es usted menos sanguinario que él, no es porque sea mejor
hombre, sino porque es mucho menos que un hombre. No es sanguinario porque perdone a su
enemigo, sino porque huiría de él». Por lo mismo, dirá algún puritano de árida piedad: «Tengo
razones para jactarme de no adorar ídolos como los infieles griegos antiguos». Y alguien tendría
también que decirle: «Quizá la mejor religión no adore ídolos, pues ve más allá de ellos. Pero si
usted no adora ídolos, es solo por ser moral y mentalmente incapaz de esculpirlos. Quizá la religión
esté por encima de la idolatría. Pero usted está por debajo de la idolatría. No es usted lo bastante
santo ni aun para adorar un trozo de piedra».
El señor F.C. Gould, el brillante y feliz caricaturista, ha hablado hace poco sobre la naturaleza y
estado actuales del arte de la caricatura inglés. Hay pocos motivos para el orgullo; seguramente el
mayor es el mismo F.C. Gould. Pero el señor F.C. Gould, impedido por modestia de aducir esta
excelente causa de optimismo, recurrió a decir algo que ha dicho mucha más gente, pero que tal vez
nadie con la autoridad de un eminente dibujante ha dicho últimamente. Declaró que creía «que
podíamos felicitarnos de que el estilo de caricatura que hoy gustaba era muy diferente del de las
sátiras de antes». «Si volvemos la vista atrás», dice, según cita el periódico, «y observamos las
sátiras políticas de la época de Rowlandson y Gilray,° nos parecerán groseras y brutales. En algunos
países, incluso en América, la caricatura política era del tipo de la porra. Y la verdad es que hemos
superado la época de la porra. Si eran brutales atacando a una persona, incluso por razones
políticas, despertaban simpatía por esa persona. Lo que tenían que hacer era masajear el punto que
querían destacar lo más suavemente posible.» (Risas y aplausos.)
Los que lean estas palabras, y todos los que las oyeron, pensarán sin duda que están llenas de
verdad, así como de genialidad. Pero con esa verdad y esa genialidad corre pajeras el falso
optimismo basado en la falacia de la que he hablado antes. Antes de felicitarnos por que nuestra
nación o sociedad carezca de ciertas faltas, debemos preguntarnos por qué carece de ellas. ¿Es
porque tenemos las virtudes opuestas, o porque tenemos las faltas opuestas? Bien está ser inocente
de todo exceso; pero asegurémonos de que no somos inocentes de exceso simplemente porque
somos culpables de defecto. ¿De verdad es nuestra sátira política tan moderada porque es
magnánima, misericordiosa, santa? ¿Porque está penetrada de caridad mística, de ternura
psicológica? Si evitamos herir los sentimientos del ministro, ¿es porque a través de sus aparentes
crímenes y desmanes calamos las oscuras virtudes que su misma alma ignora? ¿Debemos ser suaves
con el líder de la oposición porque con nuestro grandísimo corazón comprendemos y apreciamos su
ánimo esforzado? En suma, ¿hemos dejado de ser brutales porque somos generosos y magnánimos?
¿Somos de verdadmejores que la brutalidad? ¿Hemos pasado la época de la porra?
Temo que hay, cuando menos, otro aspecto del asunto. ¿No es más que probable que la lenidad de
nuestra sátira política, comparada con la de nuestros mayores, se deba simplemente a la profunda
falta de realidad de nuestra actual política? Rowlandson y Gilray no luchaban simplemente porque
eran groseros y pendencieros por naturaleza, sino porque tenían algo por lo que luchar; es muy fácil
ser refinados en cosas que no importan; pero los hombres pataleaban y a veces caían en ese
portentoso combate en el que se tambaleaban, aturdidas por igual ante el peligro, la independencia
de Inglaterra, la independencia de Irlanda, la independencia de Francia. Si queremos una prueba de
que la falta de refinamiento no deriva solamente de la brutalidad, la prueba es fácil. La prueba es
que en aquella lucha fueron las personalidades más refinadas las que se mostraron más brutales.
Nadie fue más violento e intolerante que los que por naturaleza eran educados y sensibles. Nelson,
por ejemplo, tenía el temperamento y las buenas maneras de una mujer: supongo que nadie en su
sano juicio lo calificaría de «brutal». Pero cuando le tocaban la cuestión nacional, prorrumpía en
juramentos y lo único que podía decir era: «Muerte, muerte, muerte a los malditos franceses». Igual
de fácil sería poner ejemplos en el otro bando. Camille Desmoulins era una persona por el estilo, no
solo elegante y afable de carácter, sino casi nerviosamente tímido y compasivo. Pero estaba
dispuesto, decía, «a pasar por encima de un montón de cadáveres para abrazar la libertad». En
Irlanda hubo incluso más casos. Robert Emmet fue solo un ejemplo famoso de toda una familia a la
vez delicada y brutal. Creo que el señor F.C. Gould se equivoca por completo al hablar de esta
ferocidad política como si fuera un vestigio de épocas más duras, como un hacha de sílex o un
hombre peludo. La crueldad es quizá el peor de los pecados. La crueldad intelectual es sin duda la
peor de las crueldades. Pero no hay nada bárbaro o ignorante en ella. Los grandes artistas del
Renacimiento que mezclaron pigmentos exquisitamente, mezclaron venenos no menos
exquisitamente; los grandes príncipes del Renacimiento que diseñaron instrumentos musicales
diseñaron también instrumentos de tortura. La brutalidad, la maldad, el deseo de herir al prójimo,
son cosas malas que se engendran en ambientes de intensa realidad, en los que grandes naciones o
grandes causas están en guerra. Quizá nos es lícito alegrarnos de no ser brutales, malos o crueles,
pero también es peligroso enorgullecernos. Quizá es que no somos lo bastante grandes para serlo.
Quizá algunas grandes virtudes deben engendrarse, al igual que en hombres como Nelson o Emmet,
antes de que podamos tener esos vicios, ni aun como tentaciones. Por mi parte, creo que si nuestros
caricaturistas no odian a sus enemigos, no es porque sean demasiado grandes para odiarlos, sino
porque no lo son sus enemigos. No creo que hayan pasado los tiempos de la porra. Creo que no
hemos llegado a ellos. Debemos ser mejores, más valientes y más puros antes de llegar.
Sintámonos, pues, todo lo orgullosos que queramos de las virtudes que no tenemos, pero no nos
ufanemos demasiado de las virtudes que no podemos evitar tener. Puede que un hombre que viva en
una isla desierta tenga derecho a felicitarse por poder meditar tranquilo. Pero no debe felicitarse por
estar en una isla desierta y al mismo tiempo por el dominio de sí que demuestra al no irse de fiesta
todas las noches. Por lo mismo, la Inglaterra de hoy puede tener derecho a felicitarse por lo
tranquila, cordial y monótona que es nuestra política, pero no por eso y a la vez por el dominio de sí
que demuestra no tirándose a sí misma y a los ciudadanos los trastos a la cabeza. Entre dos
consejeros reales, el lenguaje educado es una muestra de cortesía, no realmente de magnanimidad.
Unida a esta cuestión va otra de la que muy a menudo presumen los británicos ilusos, a saber, la de
que nuestros políticos se llevan muy bien en privado, pese a ocupar en el parlamento escaños
opuestos. Tampoco en este caso hay que hacerse ilusiones. Nuestros políticos no son monstruos de
mística generosidad y lógica demente, capaces de odiar a una persona de tres a doce y de amarla de
doce a tres. Si las relaciones sociales de nuestros políticos son más pacíficas que las de los políticos
franceses, americanos o de la Inglaterra de hace un siglo, no es sino porque nuestros políticos son
más pacíficos, y probablemente también porque son más falsos. Si nuestros políticos congenian más
en privado, es por la sencilla razón de que congenian más en público. Y la razón de que congenien
tanto en privado como en público es que pertenecen a la misma clase social, y por tanto la vida de
sociedad coincide con la privada. Conservadores y liberales se llevan bien no porque sean más
expansivos, sino porque son más exclusivos.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 22:18 0 COMENTARIOS

ETIQUETAS: ENSAYOS, PERSONAJES, POLITICA

Los "cockneys" y su humor-G.K.CHESTERTON


Los "cockneys" y su humor-G.K.CHESTERTON

Título original: «Cockneys and their jokes»,en All Things Considered

Traducción de Juan Manuel Salmerón, extraída de su pagina Web:


http://juanmanuelsalmeron.com/

Un escritor del Yorkshire Evening Post está enfadadísimo conmigo por lo que escribo en esta
columna. Su reproche reza literalmente: «El señor G.K. Chesterton no es un humorista: ni siquiera
es un humorista cockney». No me importa que diga que no soy un humorista –en lo que, a decir
verdad, tiene razón–, pero me molesta que diga que no soy cockney.° Admito que la envenenada
flecha da en el blanco. Si un escritor francés dijera de mí: «No es un metafísico: ni siquiera es un
metafísico inglés», podría tolerar que insulte mi metafísica, pero no que insulte a mi patria. No
afirmo, pues, que soy un humorista, pero sí insisto en que soy cockney. Si fuera un humorista, sería
desde luego un humorista cockney; si fuera un santo, sería desde luego un santo cockney. No
enumeraré el magnífico catálogo de santos cockneys que han escrito su nombre en las iglesias de
nuestra noble y vetusta ciudad. No importunaré al lector con la larga lista de humoristas cockneys
que han pagado sus cuentas (o dejado de pagarlas) en las tabernas de nuestra noble y vetusta
ciudad. Podemos llorar la pena del pobre ciudadano de Yorkshire, cuyo condado no ha producido
jamás ningún humor que no sea inteligible para el resto del mundo. Y podemos sonreír cuando dice
de alguien que «ni siquiera» es un humorista cockney, como Samuel Johnson o Charles Lamb. Es de
sobra evidente que el mejor humor de nuestra lengua es humor cockney. Chaucer era cockney; vivía
cerca de la Abadía. Dickens era cockney; decía que no podía pensar sin las calles de Londres. En las
tabernas de Londres se oyeron siempre las más originales y sabrosas conversaciones, las de Ben
Johnson en el Mermaid o las de Sam Johnson en el Cock. Incluso en nuestros días puede observarse
que el humor más vivo y genuino sigue escribiéndose en Londres. Así la amable y humana ironía
que caracteriza los estudios del señor Pett Ridge de nuestras grises callecitas. Así el sencillo pero
estupendo humor de los mejores relatos del señor W.W. Jacobs que describen la niebla y el
centellear del Támesis. Sí; reconozco que no soy un humorista cockney; reconozco que no merezco
serlo. Puede que algún día, después de vivir tristes y agotadoras vidas en el más allá, después de
pasar por arduas y apocalípticas encarnaciones, en algún peregrino mundo allende las estrellas,
llegue por fin a ser un humorista cockney. En ese paraíso potencial pasearé con los humoristas
cockneys, si no como un igual, al menos como un camarada. Podré sentir por un momento en mi
hombro la mano cordial de Dryden y recorrer los laberintos de la afable demencia de Lamb. Pero
eso solamente podría ocurrir si yo fuera no solo más inteligente, sino también mucho mejor de lo
que soy. Antes de llegar a esa esfera tendré que haber dejado atrás la esfera en la que moran los
ángeles e incluso aquella reservada en exclusiva para los de Yorkshire.
Sí, aquí se ataca a Londres por su mejor cualidad. Londres es la más grande de las grandes ciudades
modernas; es la más contaminada, la más sucia, la más sombría, la más miserable, si se quiere. Pero
también es sin duda la más divertida. Se podrá alegar que es la más trágica; no por ello deja de ser la
más cómica. En el peorísimo de los casos somos unos hipócritas del humor. Disimulamos nuestra
pena con carcajadas estridentes. Se habla de los que ríen entre lágrimas; nosotros presumimos de
ser los únicos que lloramos entre risas. Siempre tendremos ese gran orgullo, que es quizá el mayor
orgullo que le es dado al ser humano. El gran orgullo, a saber, de que los más infelices de nuestros
ciudadanos son también los que más ríen. El pobre puede olvidar este problema social que nosotros
(los moderadamente ricos) nunca debemos olvidar. Bendito sean los pobres; pues son los únicos
que no tienen siempre presentes a los pobres. El pobre honrado puede a veces olvidar la pobreza. El
rico honrado nunca.
Creo firmemente en el valor de las ideas vulgares, sobre todo en el de los chistes vulgares. Quien oye
un chiste vulgar puede tener la seguridad de que ha oído un concepto sutil y espiritual. Los hombres
que inventan chistes ven algo profundo que no pueden expresar sino con algo tonto y rotundo. Ven
algo delicado que solo pueden expresar con algo indelicado. Recuerdo que el señor Max Beerbohm
(que tiene todos los méritos menos el de la democracia) probó a analizar los chistes que hacen
gracia a la gente. Los clasificó en tres categorías: chistes sobre humillaciones físicas, chistes sobre
cosas ajenas, como los extranjeros, y chistes sobre el queso podrido. El señor Max Beerbohm creyó
entender los dos primeros tipos; pero yo no estoy tan seguro. Para entender el humor vulgar no
basta con tener sentido del humor. Hay que ser también vulgar, como yo. En el primer caso está
claro que no es el simple hecho de que algo salga malparado lo que nos hace reír (como espero que
nos haga reír) cuando vemos a un primer ministro sentándose en su sombrero. Si así fuera, nos
reiríamos siempre que viéramos un funeral. No reímos por el mero hecho de que algo caiga; nada
hay risible en que caigan las hojas o en que el sol decline. No nos reímos cuando se nos derrumba la
casa. Todas las aves del cielo podrían caernos alrededor cual perpetua granizada sin arrancarnos
una sonrisa. Si nos preguntamos seriamente por qué reímos cuando vemos a un hombre caerse en la
calle, descubriremos que la razón no es solo recóndita, sino últimamente religiosa. Todos los chistes
sobre personas que se sientan en su sombrero son en el fondo chistes teológicos; tienen que ver con
la doble naturaleza del hombre. Se refieren a la elemental paradoja de que el hombre es superior a
todas las cosas y sin embargo está a merced de ellas.
Igual de sutil y espiritual es la idea que subyace a la risa motivada por lo extranjero. Tiene que ver
con la casi torturadora verdad de algo que es y no es como uno mismo. Nadie ríe de lo que es
completamente extraño; nadie ríe de una palmera. Pero sí hace gracia ver la familiar imagen de Dios
disfrazada de francés con barba negra o de negro con tez oscura. Ninguna gracia tienen los sonidos
enteramente inhumanos, el ulular de las fieras o del viento. Pero que un ser humano empiece a
hablar como nosotros pero con sílabas diferentes nos hará mucha gracia si somos también seres
humanos, aunque reprimamos las ganas de reír si somos bien educados.
El señor Max Beerbohm, recuerdo, asegura comprender las dos primeras formas de ingenio
popular, pero dice que la tercera lo desconcierta. No puede ver qué tiene de gracioso el queso
podrido. Se lo diré ahora mismo. No capta la idea porque es sutil y filosófica, y él buscaba algo tonto
y superficial. El queso podrido da risa porque es (lo mismo que el extranjero o el hombre que se cae)
un ejemplo típico del paso o trascendencia de un gran límite místico. El queso podrido simboliza la
conversión de lo inorgánico en lo orgánico. Simboliza el maravilloso prodigio de la materia que
cobra vida. Simboliza el origen de la vida misma. Y únicamente de cosas tan serias como el origen de
la vida condesciende la democracia a reírse. De ahí, por ejemplo, los chistes democráticos sobre el
matrimonio; porque el matrimonio es parte de la humanidad. En cambio, del amor libre jamás se
dignará reír la democracia, porque el amor libre es simple mojigatería.
De hecho, se convendrá en que los chistes populares son falsos en la letra, pero verdaderos en el
espíritu. Por decirlo paradójicamente, el chiste vulgar refleja la verdad pero no la realidad. Por
ejemplo, no es verdad que las suegras sean insufribles y dominantes; la mayoría son abnegadas y
serviciales. Todas las suegras que yo he tenido eran personas maravillosas. Y, sin embargo, la
imagen que dan de ellas los periódicos satíricos es profundamente verdadera. Apunta al hecho de
que es mucho más difícil ser una buena suegra que ser bueno en cualquier otra clase de relación
humana. Las caricaturas pintan a la peor de las suegras como un monstruo, para decir que ser la
mejor es muy difícil. Lo mismo vale para los clásicos chistes de esposas hurañas y maridos
calzonazos. Son una gran exageración, pero una exageración de la verdad; por lo mismo que todo el
moderno clamor sobre las mujeres oprimidas son exageraciones de una mentira. Si leemos incluso
al mejor de los intelectuales de hoy, veremos que dice que en la masa democrática la mujer es una
pertenencia de su señor, como el baño o la cama. Pero si leemos la literatura humorística de la
democracia, veremos que el señor se esconde bajo la cama huyendo de la ira de su pertenencia. Esto
no es la realidad, pero sí está mucho más cerca de la verdad. Todo hombre casado sabe de sobra no
solo que no considera a su mujer una pertenencia, sino que ningún hombre puede verosímilmente
haberlo hecho nunca. El chiste plasma una verdad última, una verdad sutil. Y que no es fácil de
decir correctamente. Quizá lo más correctamente que se puede decir es declarando que incluso
cuando mejor lleva puestos los calzones, sabe el hombre que es un calzonazos.
Pero los periódicos satíricos populares son tan sutiles y verdaderos que resultan hasta proféticos. Si
de verdad queremos conocer el futuro de nuestra democracia, no leamos las profecías modernas, no
leamos ni siquiera las utopías del señor Wells, aunque desde luego debemos leerlas si apreciamos a
los hombres de bien y a los buenos ingleses. Si queremos saber lo que pasará con nuestra
democracia, estudiemos las páginas de Snaps o dePatchy Bits como si fueran las negras tablas de los
oráculos divinos. Pues, por humildes y groseras que sean, reflejan, y lo digo muy en serio, lo que no
refleja ninguna de las utopías y conjeturas sociológicas actuales: las costumbres y deseos verdaderos
de los ingleses. Si de verdad queremos saber qué acabará siendo la democracia, no lo sabremos
leyendo la literatura que estudia al pueblo, sino la literatura que el pueblo estudia.
Pondré dos ejemplos al azar en los que se ve que el chiste común o cockney fue mucho más profético
que las concienzudas observaciones del más sesudo observador. Cuando antes de las últimas
elecciones generales estaba Inglaterra agitada por la cuestión de la mano de obra china, hubo una
clara diferencia entre el tono de los políticos y el tono del pueblo. Los políticos que condenaban la
mano de obra china se cuidaban muy bien de explicar que de ningún modo desaprobaban a los
chinos mismos. Según ellos, era una cuestión de pura legalidad, de si ciertas cláusulas del contrato
de aprendizaje eran compatibles con nuestras tradiciones constitucionales: según ellos, habría sido
lo mismo si hubieran sido negros o ingleses. Todo parecía maravillosamente lúcido e ilustrado, y en
comparación con ello, el humor popular resultaba, claro está, muy pobre. Pues el humor popular
criticaba a los trabajadores chinos simplemente porque eran chinos; era un tipo de ataque a lo
extraño, a lo extranjero; los periódicos populares hacían mil burlas de las coletas y las caras
amarillas. Parecía que los políticos liberales se oponían a un dudoso documento del Estado, y que el
pueblo radical simplemente se desternillaba con risa tonta de los chinos. Pero el instinto popular
tenía razón, porque los vicios denunciados eran vicios chinos.
El segundo ejemplo es más amable y más a la moda. Los periódicos populares insistían en
representar a la «nueva mujer sufragista» como una mujer fea, gorda, con gafas, mal vestida, y
cayéndose casi siempre de una bicicleta. Hablando en puridad, no hay ni pizca de verdad en eso. Las
líderes del movimiento por la emancipación de la mujer no son feas en absoluto, la mayoría son muy
bien parecidas. Ni son tampoco indiferentes al arte del bien vestir; muchas de ellas son
alarmantemente aficionadas a él. Pero el instinto popular no se equivocaba. Porque el instinto
popular veía en ese movimiento, con o sin razón, un elemento de indiferencia a la dignidad de la
mujer, de una novísima voluntad de las mujeres de ser grotescas. Esas mujeres desprecian
realmente la mayestática condición de la mujer. Y en nuestras calles y en torno a nuestro
parlamento hemos visto a la majestuosa mujer de arte y cultura convertirse en la risible mujer del
Comic Bits. Y creamos o no justificable la exhibición, la profecía de los periódicos satíricos sí está
justificada: las sanas y vulgares masas eran conscientes de que un enemigo oculto de nuestras
tradiciones ha salido hoy a la luz, de que las escrituras podrían cumplirse. Pues lo que más odia en el
mundo una persona sana es una mujer que no es digna y un hombre que lo es.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 22:19 0 COMENTARIOS

DOMINGO 9 DE MAYO DE 2010

El voto y la Cámara-G.K.CHETERTON
El voto y la Cámara-G.K.CHETERTON

Título original: «The vote and the House»,


en All Things Considered

Traducción de Juan Manuel Salmerón, extraída de su pagina Web:


http://juanmanuelsalmeron.com/

A muchos nos pedirán pronto el voto, supongo, y algunos hasta lo pediremos. Nada me inducirá a
decir para qué partido lo pediré yo, aunque sí afirmo que será casualmente para el único partido por
el que un patriota con elevados principios y espíritu cívico puede mostrar siquiera un momentáneo
interés. Sobre la cuestión misma de pedir el voto, en cambio, sí creo que podemos opinar, pues es
una cuestión imparcial. Las normas por las que debe regirse un agente electoral las conocerá bien
todo aquel que alguna vez lo haya sido. Figuran impresas en la tarjetita que lleva consigo y pierde.
Una de esas normas creo que le prohíbe convidar a los electores a comer o a beber. Por muy
hospitalario que se sienta con ellos en sus casas, jamás debe llevarles de almorzar. No debe sacar
chuletas de ternera del bolsillo del frac, ni esconder en su persona huevos escalfados, ni extraer
patatas asadas del sombrero como si fuera una especie de prestidigitador. En suma, el agente
electoral no debe alimentar al elector de ninguna de las maneras. Si a este le está permitido
alimentar a aquel, invitarlo a chuletas de ternera y a patatas asadas, es un artículo de ley sobre el
que nunca he podido informarme. Cuando yo pedía el voto a un señor, me sentía a veces tentado de
preguntarle si sabía de alguna norma que le impidiese invitarme a comer o a beber; pero era una
pregunta delicada. Su actitud parecía a veces darme a entender que dudaba si me habría invitado,
aunque hubiera podido. Pero seguro que hay electores a los que interesa saber si existe alguna ley
que les prohíba sobornar a un agente electoral. Podrían sobornarlo para que se fuera.
La segunda norma que figuraba impresa en la tarjetita vedaba al agente inducir a nadie a hacerse
pasar por elector. Ignoro lo que significa. Que sea vestirse como un elector medio parece algo vago.
Por lo que yo sé, no hay ningún uniforme con chaleco cívico y bigote patriótico claramente
reconocible. Esto sería como lo que hizo un amigo mío rico, que fue a un baile de disfraces
disfrazado de caballero. O quizá se refiere a la práctica de hacerse pasar por un elector en concreto.
El agente penetra sigilosamente en la casa de su cómplice con una bolsa, de la que saca un par de
bigotes blancos y un monóculo capaces de dar a la más corriente de las personas un sorprendente
parecido con el coronel que vive en el número 80. O bien le planta la larga nariz y la calva cabeza
que harán creer que se trata del mismísimo profesor Budger. No voy a imponerme la tarea de
aclarar la cuestión. Solamente puedo decir que, cuando yo era agente electoral, la tarjetita me
prohibía, con la mayor seriedad y autoridad, inducir a nadie a hacerse pasar por elector: y con la
mano en el pecho afirmo que nunca lo hice.
La tercera prohibición que figuraba en la tarjetita me parecía a mí que, interpretada literalmente,
minaba los fundamentos mismos de nuestro sistema político. Decía que «no debíamos dirigir al
elector ningún tipo de amenazas». Es indudable que se refería a las amenazas de carácter personal e
ilegítimo, como en el caso de que un candidato con dinero amenace con subir todos los alquileres o
erigirse una estatura a sí mismo. Pero tal como está expresada, parece abarcar también esas
amenazas generales de desastre para toda la comunidad que son el principal argumento del debate
político. Cuando un agente electoral dice que si el candidato de la oposición gana será la ruina del
país, está haciendo al elector amenazas muy claras. Cuando el librecambista dice que si se aplican
aranceles los ciudadanos de Brompton o Bayswater caminarán a gatas comiendo hierba, está
amenazándolos. Cuando el partidario de la reforma arancelaria dice que si el librecambio dura un
año más la catedral de Saint Paul será una ruina y Ludgate Hill quedará más despoblada que
Stonehenge, también está amenazando. ¿Y qué gracia tiene ser reformador arancelario si no se
puede decir eso? ¿Qué sentido tiene ser político o parlamentario si no podemos decirle al pueblo
que si el otro llega al poder, Inglaterra será invadida y esclavizada al instante, correrá la sangre
Strand abajo y todas las damas inglesas serán arrastradas a los harenes? Pues todo esto son, al fin y
al cabo, amenazas.
Es hoy opinión de la mayoría de las personas refinadas que se abusa de la práctica de pedir el voto.
Del mismo modo es opinión de la mayoría de las personas refinadas (generalmente las mismas
personas refinadas) que se abusa de la práctica de entrevistar a famosos. A mí me parece muy
curioso que ese refinado mundo reserve toda su indignación para estas dos actividades, que
comparativamente son inocentes y honradas. Hay mucha corrupción e hipocresía en nuestros
políticos; casi lo más limpio que hay en ese sucio mundo es pedir el voto. Un hombre no tiene
derecho a «comprar» un distrito electoral con enérgicas obras de caridad, prodigando parques y
bibliotecas, abriendo vagas perspectivas de futura benevolencia; todo eso, que se hace
impunemente, es soborno, ni más ni menos. Pero sí tiene derecho a pedirle educadamente a otro
hombre libre que vote por él. Se puede pedir, dar o rechazar la información sin que ninguna de las
dos partes pierda un ápice de dignidad, lo que no se puede decir de los parques. Lo mismo vale para
el caso de las entrevistas. En un mundo en el que hay laberintos de hipocresía como es el
periodismo, las entrevistas son lo más sencillo y sincero que hay. El agente electoral, cuando quiere
saber lo que opina una persona, va y se lo pregunta. Puede ser cargante, pero es casi lo más franco y
limpio que puede hacer. Y el entrevistador, cuando quiere saber lo que opina una persona, va y se lo
pregunta. De nuevo puede ser cargante; pero de nuevo es casi lo más franco y limpio que puede
haber. En cambio, el resto de las prácticas cínicas de nuestro periodismo, que son reales y
sistemáticas, quedan impunes y aun pasan desapercibidas: los móviles económicos de la política, los
carteles engañosos, la supresión de cartas de reclamación justas... Se pueden decir cosas sobre otros
que son infames mentiras, pero se leen tranquilamente. En cambio, que alguien diga algo sobre sí
mismo a un entrevistador parece imperdonablemente vulgar. El periódico puede dar una imagen
falsa o mala de nosotros y no pasa nada; pero que nosotros demos nuestra propia imagen es de mal
gusto. El gran error en ambos casos es que las personas refinadas critican la política y el periodismo
por ser vulgares. Claro está que la política y el periodismo pueden ser vulgares. Pero eso no es lo
peor que tienen. Hay tantas cosas malas en ambos que, por una vez, el que sean vulgares es lo
mejor. Por lo menos es una vulgaridad ruidosa; el gran peligro es ese silencio que siempre envuelve
la corrupción. La persuasión verbal en tiempo de elecciones es perfectamente humana y racional; lo
absolutamente pernicioso es la persuasión callada.
Que la Cámara de los Comunes no dé cabida a todos los representantes es un excelente ejemplo de
lo que llamamos anomalías de la Constitución inglesa, así como es un excelente ejemplo, creo yo, de
lo altamente indeseables que dichas anomalías son. La mayoría de los ingleses dicen que no tiene
importancia; no se avergüenzan de ser ilógicos; se enorgullecen de ser ilógicos. Lord Macaulay
(típico inglés romántico, poético, racista) dijo que él no votaría por suprimir una anomalía que no
constituyera también un agravio para alguien. Lo mismo dicen muchos otros románticos ingleses
con igual firmeza. Se jactan de nuestras anomalías; se jactan de nuestra falta de lógica; dicen que
eso demuestra lo muy prácticos que somos. Se equivocan de medio a medio. Lord Macaulay, en este
asunto como en otros, se equivoca de medio a medio. Las anomalías son muy serias y hacen mucho
daño; las abstracciones ilógicas son muy serias y hacen mucho daño. Y eso por una razón que
cualquiera que tenga cierto conocimiento de la naturaleza humana puede entender. Todas las
injusticias empiezan en la mente. Y la anomalías habitúan a la mente a lo irracional y a lo falso.
Supongamos que por alguna ley prehistórica tengo poder para obligar a todos los habitante de
Battersea a cabecear tres veces antes de levantarse de la cama. Los políticos prácticos dirán que este
poder es una anomalía inofensiva; que no constituye ningún agravio. No perjudica a mis súbditos ni
me beneficia a mí. Los ciudadanos de Battersea, dirán, podrían someterse a ello sin peligro. Pero los
ciudadanos de Battersea no se someterían a ello sin peligro, por todo eso. Si durante cincuenta años
los he obligado a mover la cabeza, con mucha mayor facilidad podría acabar cortándosela. Porque
habrían inculcado en sus mentes la creencia de que mi poder fantástico e irracional era algo natural.
Habrían vivido habituándose a la locura.
Y es que para que los hombres combatan la injusticia no solo es necesario que crean que la injusticia
es desagradable; han de creer también que es absurda; han de creer que es sorprendente. Han de ser
capaces de un asombro virgen. Esto explica el curioso hecho que debe de chocar a mucha gente
cuando piensa en la relación entre filosofía y reforma. El hecho, quiero decir, de que los optimistas
son reformadores más prácticos que los pesimistas. Visto superficialmente, uno pensaría que el que
se queja será el que reforme; que el que piensa que todo está mal será el que lo arregle todo. La
experiencia histórica demuestra que ocurre lo contrario; que, curiosamente, son las personas que
piensan que las cosas están bien como están las que en realidad las mejoran. El optimista Dickens
reformó más cosas que el pesimista Gissing. Un hombre como Rousseau tiene una idea de la
naturaleza humana de lo más halagüeña, pero trajo una revolución. Un hombre como David Hume
piensa que casi todas las cosas son desoladoras; pero es un conservador y desea que sigan igual. Un
hombre como Godwin cree que en la vida hay que ser amables, pero es un rebelde. Un hombre como
Carlyle cree que en la vida hay que ser crueles, pero es un tory. Los hombres que cambian las cosas
empiezan siempre amando las cosas. Y la explicación del éxito del reformador optimista, del fracaso
del reformador pesimista, es, después de todo, muy sencilla: el optimista ve lo malo no solo con
indignación, sino también con asombro. Cuando el pesimista ve una iniquidad, piensa que no es
sino una iniquidad más de la existencia. Los tribunales de justicia no tienen remedio... como la
humanidad. La Inquisición es abominable... como el universo. En cambio, el optimista ve la
injusticia como algo discordante e inesperado, que lo impulsa a la acción. Lo injusto puede enfadar
al pesimista, pero solo sorprenderá al optimista.
El mismo efecto producen las anomalías en una mente lógica. El pesimista reacciona ante lo malo
(como Lord Macaulay) únicamente si constituye un agravio. El optimista reacciona también porque
es anómalo, porque contradice su idea de cómo han de funcionar las cosas. Y no carece de
importancia, sino, muy al contrario, tiene la máxima importancia, el que las cosas, en política y en
todo, sean lúcidas, explicables y defendibles. Cuando uno se acostumbra a lo irracional, la injusticia
deja pronto de sorprenderlo. Cuando uno se familiariza con lo anómalo, puede ver hasta qué punto
es un agravio, hasta qué punto es grave; pero pronto deja de ver hasta qué punto es extraño.
Pongamos el ejemplo mencionado más arriba, aunque solo sea porque es excelente, esto es, el de los
escaños, o más bien la falta de escaños, de la Cámara de los Comunes. Puede que sea verdad que ni
en las mejores condiciones podrían estar todos los miembros. Puede que la asistencia plena nunca
se dé. Pero ¿quién sabe en qué medida ha influido en dejar a miembros fuera esa tranquila asunción
de que se quedarían fuera? ¿Cómo podemos esperar de nadie que contribuya a la plena asistencia si
sabe que en realidad está prohibida? ¿Cómo pueden los hombres que forman la Cámara hacer su
deber sensatamente cuando los hombres que la construyeron no hicieron el suyo también
sensatamente? Si la trompeta emite un sonido dudoso, ¿quién se preparará para la batalla? ¿Y qué
pasa si la trompeta dice: «Te ordeno, por tu amor al rey y a la patria, que asistas al consejo; pero sé
que no podrás»?

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ETIQUETAS: DEMOCRACIA, INGLATERRA, INSTITUCIONES, PARLAMENTO,PATRIOTISMO, PROHIBIC

IONISMO

JUEVES 6 DE MAYO DE 2010

Correr tras el sombrero-G.K.CHESTERTON


Correr tras el sombrero-G.K.CHESTERTON

Título original: «On running after one’s hat»,


en All Things Considered
Traducción de Juan Manuel Salmerón, extraída de su pagina Web:
http://juanmanuelsalmeron.com/

Siento casi una envidia rabiosa al oír que Londres se ha inundado en mi ausencia, estando yo en el
campo. Tengo entendido que Battersea, mi barrio, ha sido especialmente favorecido por las aguas.
Si Battersea ya era, huelga decirlo, la más bonita de las localidades, ahora que goza del adicional
esplendor de los grandes mantos de agua, mi romántica ciudad debe de resultar un paisaje (una
marina) incomparable. Battersea debe de ser una visión de Venecia. La barca que transporta la
carne del matadero debe de haber surcado aquellas calles de ondeante plata con la rara suavidad de
una góndola. El verdulero que lleva coles a la esquina de Latchmere Road debe de haberse inclinado
sobre el remo con la gracia sobrenatural de un gondolero. No hay nada tan poético como una isla; y
cuando un barrio se inunda se convierte en un archipiélago.
Algunos reputan esta romántica contemplación de inundaciones o incendios algo falta de realismo.
Pero en realidad esta contemplación romántica de tales fenómenos es tan pragmática como
cualquier otra. El optimista que ve en ellos una ocasión de disfrutar es tan lógico y mucho más
sensato que el «indignado contribuyente» que ve una ocasión de quejarse. El verdadero dolor, el de
ser quemado en la hoguera o el de muelas, por ejemplo, es algo real; podemos soportarlo pero
difícilmente disfrutarlo. Aunque, después de todo, las muelas no suelen dolernos y, en cuanto a ser
quemados en la hoguera, es cosa que nos ocurre muy de tarde en tarde. La mayoría de las
circunstancias que hacen a los hombres maldecir y a las mujeres llorar son circunstancias
sentimentales o imaginarias, cosas puramente mentales. Por ejemplo, a menudo oímos a personas
adultas quejarse de tener que esperar un tren yendo y viniendo por la estación. ¿Se ha quejado
alguna vez un niño de tener que esperar un tren yendo y viniendo por una estación? No; porque
para él una estación es como una caverna llena de maravillas y un palacio lleno de poéticos placeres.
Porque para él la luz roja y la luz verde de la señal son como un nuevo sol y una nueva luna. Porque
para él el travesaño que cae de pronto es como el bastón del rey que da la señal para que comience
un estrepitoso torneo de trenes. Yo mismo tengo hábitos infantiles en estas cosas. También valen
para quienes simplemente están quietos y esperan el tren de las dos quince. Sus meditaciones
pueden ser muy ricas y fructíferas. Muchas de mis más inspiradas horas las he pasado en Clapham
Junction, que ahora estará, supongo, bajo agua. Muchas veces he estado allí de un ánimo tan
místico y absorto que el agua podría haberme llegado a la cintura sin darme plena cuenta de ello.
Pero en el caso de todas estas molestias, como he dicho, todo depende de nuestro estado emocional.
Podemos tranquilamente aplicar el mismo criterio a casi todos los comúnmente considerados
típicos fastidios de la vida diaria.
Por ejemplo, se tiene la impresión de que correr tras el sombrero es algo feo. ¿Por qué había de ser
feo para una mente piadosa y cabal? No simplemente por tener que correr, que cansa. Corremos
más veloces en juegos y deportes. Corremos más impetuosamente tras una insignificante pelota de
cuero que tras un lindo sombrero de seda. Pensamos que correr tras el sombrero es humillante; y
cuando decimos que es humillante, queremos decir que es cómico. Ciertamente lo es; pero el
hombre es una criatura harto cómica, y muchas de las cosas que hace son cómicas, comer,
verbigracia. Y lo más cómico de todo es precisamente aquello que más merece la pena hacer, como
el amor. Correr tras un sombrero no es ni la mitad de ridículo que correr tras una esposa.
Pues bien: si supiéramos tomárnoslo bien, podríamos correr tras el sombrero con el más viril de los
ardores y el más sublime de los júbilos. Podríamos considerarnos joviales cazadores persiguiendo
un animal salvaje, pues ningún animal puede ser más salvaje. De hecho, me inclino a creer que la
caza del sombrero en días de viento será el deporte de las clases altas en el futuro. Habrá encuentros
de damas y caballeros en cotas altas en mañanas de fuerte viento y se les dirá que el personal de
marras ha soltado un sombrero en tal o cual matorral, o como técnicamente se llame. Obsérvese que
esta práctica aunará en sumo grado lo deportivo con lo humanitario. Los cazadores sabrán que no
están infligiendo dolor. Mejor dicho, sabrán que están proporcionando placer, un placer intenso,
casi salvaje, a las personas que los estén viendo. Hace poco vi en Hyde Park a un anciano señor
correr tras su sombrero y le dije que un pecho tan bondadoso como el suyo debía sentirse henchido
de paz y gratitud al pensar cuánto placer sincero estaban dando en aquel momento a la multitud sus
gestos y movimientos corporales.
El mismo principio puede aplicarse a todos los demás cuidados típicos de la vida diaria. Solemos
creer que sacar una mosca de la leche o un trocito de corcho del vaso de vino es motivo bastante
para irritarnos. Pensemos por un momento en la paciencia de esos pescadores que se sientan al
borde de oscuros estanques, y veremos como nos invade el alma un sentimiento de paz y gratitud.
También he conocido a gente de mentalidad muy moderna que, llevada de la angustia, usaba
términos teológicos a los que no conceden significado doctrinal alguno, simplemente porque un
cajón se había atrancado y no podían abrirlo. Un amigo mío sufría especialmente por esto. Todos los
días se le atrancaba el cajón, y en consecuencia todos los días soltaba por aquella boca. Yo le hice
notar que esa sensación de agravio era subjetiva y relativa; que descansaba enteramente sobre la
premisa de que el cajón podía y debía abrirse fácilmente. «Pero», añadí, «si te imaginas luchando
contra algún enemigo poderoso y opresivo, la cosa te resultará emocionante en lugar de
exasperante. Figúrate que estás en el mar tirando de un bote salvavidas. Figúrate que estás sacando
a un compañero de la grieta de un glaciar alpino. Figúrate que has vuelto a tu niñez y estás halando
de la cuerda en una competición entre franceses e ingleses.» Al poco de decirle esto me despedí;
pero no dudo de que mis palabras dieron el mejor fruto. No dudo de que todos los días de su vida mi
amigo se agarra al tirador de ese cajón con el rostro y los ojos inflamados en ardor guerrero, y se da
voces de ánimo y se figura oyendo en torno el clamor y los aplausos de un público.
No pienso, pues, que sea completamente absurdo o increíble suponer que también las inundaciones
de Londres pueden ser vistas y disfrutadas de una manera poética. Parece que no han causado nada
más que molestias; y las molestias, como he dicho, son solo un aspecto, el aspecto menos
imaginativo y más accidental de unas circunstancias realmente románticas. Una aventura no es más
que una molestia bien considerada. Una molestia no es más que una aventura mal considerada. Si
acaso, las aguas que rodean las casas y comercios de Londres no han hecho sino aumentar el
hechizo y la maravilla que ya tenían. Pues, así como el sacerdote católico romano del chiste dijo: «El
vino va bien con todo menos con agua», así nosotros podemos decir: «El agua va bien con todo
menos con vino».

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ETIQUETAS: ENSAYOS

MIÉRCOLES 28 DE ABRIL DE 2010

En defensa de lo efímero-G.K.CHESTERTON
En defensa de lo efímero-G.K.CHESTERTON

Título original: «The case for the ephemeral»,


en All Things Considered

Traducción de Juan Manuel Salmerón, extraída de su pagina Web:


http://juanmanuelsalmeron.com/

No puedo entender a la gente que se toma en serio la literatura; pero puedo amarla y la amo. Por eso
le recomiendo que no coja este libro. Es una colección de papeles rudimentales e informes sobre
temas de actualidad, temas corrientes o más bien volantes, que han de ser publicados tal como
están. En general, los escribí en el último momento, los entregué justo antes de que fuera demasiado
tarde y no creo que los cimientos de nuestro estado de bienestar se hubieran estremecido de haberlo
hecho justo después. Ahí van ahora con todas sus imperfecciones, que más bien son las mías; pues
sus defectos son tan vitales que no los enmendarían unos tachones, ni nada que yo pueda imaginar,
salvo la dinamita.
Su principal defecto es que suelen ser muy graves: no tuve tiempo de aligerarlos. ¡Es tan fácil ser
solemne! ¡Es tan difícil ser frívolo! Cierre el sincero lector los ojos unos momentos y pregúntese,
ante el tribunal de su conciencia, qué preferiría que le pidieran escribir en las siguientes dos horas,
si la portada del Times, que está llena de largos artículos serios, o la del Tit-Bits, que está llena de
chistes cortos.° Si el lector es la persona honrada y cabal que yo creo que es, se apresurará a
contestar que, al pronto, antes preferiría escribir diez artículos para elTimes que un solo chiste para
el Tit-Bits. Hablar con responsabilidad, la responsabilidad profunda y prudente, es lo más fácil del
mundo; todo el mundo puede hacerlo. Por eso se meten a políticos tantos hombres cansados, viejos
y ricos. Son responsables porque no les queda energía mental para ser irresponsables. Es más digno
estarse tranquilamente sentado que ponerse a bailar. También es más fácil. En estas páginas yo me
mantengo en general al nivel del Times y solo ocasionalmente me elevo al del Tit-Bits.
Retomo la defensa de este libro indefendible. Estos artículos tienen otra pega, fruto de la urgencia
con la que fueron escritos: son prolijos y rebuscados. Uno de los inconvenientes de la prisa es que
lleva mucho tiempo. Si tengo que estar en High-gate hoy, quizá pueda ir por el camino más corto. Si
tengo que estar ahora mismo, mejor será que vaya por el más largo. En estos ensayos (ahora que los
releo) noto que me irrito tremendamente a mí mismo por no ir al grano más deprisa; pero es que no
tuve tiempo de correr. Hay algunos casos exasperantes en los que empleo dos o tres páginas para
describir un concepto cuya esencia podría expresarse con un epigrama; solo que no había tiempo
para epigramas. No me arrepiento ni de una coma de lo aquí manifestado; pero sí creo que podría
haberlo manifestado de una manera mucho más breve y exacta. Por ejemplo, late en estas páginas
una especie de protesta contra los escritores que se jactan de novedosos. Se precian de que su
filosofía del universo es la última filosofía, o la nueva filosofía, o la filosofía avanzada y progresista.
Digo muchas cosas contra un mero modernismo. Con la palabra «modernismo» no me refiero
solamente al conflicto que existe hoy en la Iglesia Católica Romana, aunque no deja de
sorprenderme que un grupo de intelectuales acepte un nombre tan vago y tan poco filosófico. Me
resulta incomprensible que un pensador pueda tranquilamente llamarse a sí mismo modernista; es
como llamarse Juevesista. Pero, dejando aparte esta contrariedad, decía que en estas páginas late
una irritación general contra los que presumen de progresismo y modernidad al debatir sobre
religión, pero en ningún momento consigo decir de forma clara y directa cuál es el problema del
modernismo. La verdadera objeción al modernismo es que es una forma de presunción, ni más ni
menos. Es querer aplastar a un adversario racional no con razones, sino con una especie de
misteriosa superioridad, dando a entender que uno está particularmente puesto al día o enterado.
Presumir de que todos los últimos libros nos han llegado de Alemania es sencillamente vulgar; es
como presumir de que todos los últimos sombreros nos han llegado de París. Introducir en los
debates filosóficos una mueca de desdén por la antigüedad de un credo es como introducir una
mueca de desdén por la edad de una mujer. Es de mal gusto porque es irrelevante. El modernista
puro no es más que un esnob; no puede soportar ir un mes por detrás de la última moda.
Análogamente, veo que en estas páginas he intentado formular la verdadera objeción al filántropo y
no lo he conseguido. No he sabido expresar la simplísima objeción a las causas defendidas por
ciertos idealistas ricos; causas de las que la llamada abstinencia del alcohol es la más representativa.
He usado contra ella muchos términos críticos, denominándola puritanismo, arrogancia,
aristocracia; pero no he sabido ver ni decir la simplísima objeción a la filantropía; que es la de que
es persecución religiosa. La persecución religiosa no consiste en instrumentos de tortura ni en
quemas de herejes; la esencia de la persecución religiosa es esta: que el hombre que ostenta poder
material en el Estado, porque es rico o porque ocupa un cargo oficial, gobierne a sus compatriotas
no según la religión o la filosofía de ellos, sino según las suyas. Es persecución religiosa que, por
ejemplo, a una nación vegetariana, si tal cosa existiera; si a una gran masa unida que deseara vivir
según los preceptos vegetarianos, yo les dijera, por usar los enfáticos términos de cierto arrogante
marqués francés de antes de la Revolución francesa: «Que coman hierba». A lo mejor este oligarca
francés era una persona humanitaria –muchos oligarcas lo son–, y cuando les decía a los
campesinos que comieran hierba, estaba en realidad recomendándoles la higiénica sencillez de un
restaurante vegetariano; pero esta, aunque muy interesante, no es la cuestión. La cuestión es que
una nación vegetariana permita a sus gobernantes hacerle sentir todo el horrible peso del
vegetarianismo; que les permita ofrecer a los huéspedes de Estado banquetes oficiales vegetarianos;
que les permita ofrecerles, en el sentido más literal y atroz de la palabra, judías. Y este tipo de
tiranía aún tiene pase; pues es el pueblo el que tiraniza al pueblo. Pero los reformadores por la
abstinencia son como grupitos de vegetarianos que silenciosa y sistemáticamente obraran conforme
a un supuesto ético del todo ajeno al conjunto del pueblo. Harían pares del reino a los verduleros,
nombrarían comisiones parlamentarias para investigar la vida privada de los carniceros, obligarían
a todo hombre que vieran a su merced, a los pobres, a los reclusos, a los locos, a rematar su
inhumano aislamiento haciéndose vegetarianos; en los comedores de los colegios solo servirían
comida vegetariana, las casas públicas serían casas públicas vegetarianas. Comparado con la
abstinencia, aún sale ganando con mucho el vegetarianismo. Ninguna filosofía puede considerar
embriaguez el beberse un vaso de cerveza; pero esa filosofía sí puede considerar asesinato el matar a
un animal. La objeción a ambos credos, el abstemio y el vegetariano, no es que sean inadmisibles; es
sencillamente que no son admitidos. Son persecución religiosa porque no se basan en la vigente
religión de la democracia. Piden al pobre que acepte en práctica lo que saben perfectamente que no
aceptaría en teoría. Esto es la persecución. Yo me opuse a la pretensión de los Tories de imponerles
a los ingleses una teología católica en la que no creen. Aún me opongo más a la de imponerles una
moral musulmana que activamente rechazan.
Digo lo mismo del caso del periodismo anónimo. Tengo la impresión de haber dicho muchas cosas
sin haber dicho ninguna clara y terminante. El periodismo anónimo es peligroso; emponzoña
nuestra presente vida porque la está volviendo cada vez más anónima. Esto es lo terrible de nuestra
sociedad actual: que está convirtiéndose en una sociedad secreta. El tirano moderno es malo porque
es escurridizo. Es más anónimo que su esclavo. No es menos cruel que los tiranos del pasado, pero sí
más cobarde. El editor rico puede tratar al poeta pobre mejor o peor de lo que antiguamente el
maestro trataba al aprendiz. Pero el aprendiz escapaba y el maestro corría tras él. Hoy día es el
poeta el que persigue al editor y en vano intenta depurar responsabilidades. Y el editor es el que
escapa. Despiden al secretario del señor Solomon; despiden, o mejor dicho despachan, a la bella
esclava griega del sultán Sulimán. Pero aunque la esclava desaparece bajo las negras aguas del
Bósforo, al menos su verdugo no desaparece. Se lo encuentra a lomos de un elefante blanco
precedido por trompetas doradas. En el caso del secretario, por contra, casi tan difícil es saber de
dónde viene el despido como adónde va el secretario. Tan pronto puede haberlo despedido el mismo
señor Solomon, como el jefe del señor Solomon, como la tía rica del señor Solomon que vive en
Cheltenham, como el acreedor rico del señor Solomon que vive en Berlín. La intrincada maquinaria
que en otros tiempos se ponía en marcha para hacer responsables a los hombres funciona ahora
para rehuir responsabilidades. Se habla de la soberbia de los tiranos, pero hoy nosotros no sufrimos
por la soberbia de los tiranos. Sufrimos por la timidez de los tiranos; por la apocada modestia de los
tiranos. Por eso no debemos animar la timidez de los editorialistas; no debemos estimular su ya
demasiada modestia. Al contrario, debemos incitarlos a ser fatuos y ostentosos; para que su
ostentación pueda llevarlos al fin a la honradez.
El último defecto de este libro es el peor de todos. Este: que si todo va bien, no será sino una
ininteligible bobería. Pues consiste sobre todo en criticar posturas y actitudes que son por
naturaleza accidentales y no han de durar. Por corta que sea la vida de un libro así, aún durará
veinte minutos más que las filosofías que ataca. Y al final lo importante no será si escribimos bien o
mal, ni si luchamos con látigos o palos. Lo importante será de qué parte luchamos.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 14:03 0 COMENTARIOS

ETIQUETAS: EFIMERO, FILOSOFIA, LITERATURA, SENTIDO COMUN

SÁBADO 24 DE ABRIL DE 2010

Robert Louis Stevenson-G.K.CHESTERTON


Robert Louis Stevenson-G.K.CHESTERTON

Título original: «Robert Louis Stevenson», en Twelve Types

Traducción de Juan Manuel Salmerón, extraída de su pagina Web:


http://juanmanuelsalmeron.com/

Una reciente circunstancia ha acabado de convencernos de que Stevenson era, como


sospechábamos, un gran hombre. Ya sabíamos, por los últimos libros reseñados, por el desdén que
le demuestran Ephemera Critica y el señor George Moore,° que Stevenson cumplía el primer
requisito esencial del hombre grande: el de no ser entendido por sus detractores. Pero el libro que
acaba de publicar la editorial Chatto & Windus con la misma encuadernación que las obras de
Stevenson, Robert Louis Stevenson, del señor H. Bellyse Baildon, nos entera además de que cumple
también el otro requisito esencial: el de no ser entendido por sus admiradores. El señor Baildon
tiene muchas cosas interesantes que decirnos acerca de Stevenson, al que conoció en la universidad.
Y su crítica no carece en absoluto de valor. La que dedica a su teatro, sobre todo a Beau Austin,° es
muy sesuda y acertada. Pero resulta sumamente curioso, y más que demostrativo de esa inasible
característica que, como decimos, es propia de los grandes hombres, que este estudioso y admirador
de Stevenson pueda enumerar y clasificar todas las obras del maestro, así como repartir elogios y
censuras con determinación y aun severidad, sin pensar un momento en los principios éticos y
artísticos que en nuestra opinión Stevenson se esforzó ímprobamente por expresar.
El señor Baildon, por ejemplo, habla en todo momento del «pesimismo» de Stevenson; curiosa
acusación contra el hombre que, más que ningún artista moderno, ha hecho que nos avergoncemos
de sentir vergüenza de la vida. Lamenta, por ejemplo, que en El señor de Ballantrae y en El doctor
Jekyll y míster Hyde, el mal triunfe sobre el bien. Pero si hubo algo en lo que Stevenson insistió
siempre y con pasión, fue en que debemos querer el bien por su propio valor y belleza, sin
preocuparnos de victorias ni de derrotas. «Emprendamos lo que emprendamos», dijo, «nada nos
dice que lo logremos.» Que el curso de los astros se oponen a la virtud, que la humanidad es por
naturaleza una empresa desesperada, fue el mensaje que toda su obra transmite al hombre valeroso.
La historia de Henry Durie es harto funesta, mas ¿puede nadie pararse ante la tumba de este
borrachín monomaníaco sin sentir respeto por él? Es extraño que los hombres encontremos sublime
inspiración en las ruinas de una vieja iglesia y no en las de un hombre.
El señor Baildon piensa las cosas más peregrinas sobre los relatos de Stevenson en que hay muertes
y saqueos; cree que demuestran que Stevenson tenía, por usar su misma expresión, una especie de
«manía homicida». Stevenson, dice, «llega poco más o menos a la paradoja de que casi lo mejor que
puede hacer uno es matar». Por lo mismo podría decirse que Conan Doyle se complace en cometer
inexplicables crímenes, Clark Russell es un notorio pirata y Wilkie Collins cree que casi lo mejor que
puede hacer uno es robar diamantes y falsificar partidas de matrimonio. Pero no es el señor Baildon
el único que cae en este error: poca gente ha entendido en su justo sentido esta fascinación de
Stevenson por la violencia y la sangre. Stevenson fue fundamentalmente el bravo colegial que dibuja
esqueletos y horcas en su gramática latina. No se recreaba en la muerte, sino en la vida, en toda
acción fuerte y enérgica de la vida, aunque fuera la de matar.
Supongamos que un hombre lanza un cuchillo contra otro y lo deja clavado a la pared. Está claro
que hay dos modos de ver esta acción. Uno es el punto de vista del hombre clavado, el punto de vista
trágico y moral, que Stevenson demuestra comprender en historias como El señor de Ballantrae yEl
Weir de Hermiston. El otro punto de vista es el que ve en ese acto una explosión de vitalidad física,
como el de romper una roca de un martillazo o franquear una entrada cerrada con barrotes. Este es
el punto de vista de la fantasía y la aventura, y el alma de La isla del tesoro y de The Wrecker. No es,
insisto, que Stevenson amara menos a los hombres; es que amaba más las pistolas y las porras. En el
ávido universalismo de su alma, sentía un verdadero amor por los seres inanimados, un amor como
no se conocía desde san Francisco, que llamaba hermano al sol y a la fuente hermana. Sentimos que
amaba de verdad la muleta que Silver lanza al aire en el ocaso, el cofre que Billy Bones deja en la
posada del Admiral Benbow, el cuchillo que Wicks clava en la mesa traspasándose la mano. Siempre
hay en su obra una especie de tajante angulosidad que nos recuerda que le gustaba cortar madera
con un hacha.
Pero esta poesía profundamente arraigada de la vista y del tacto no puede verla el nuevo biógrafo de
Stevenson. Le imputa como crímenes cosas que Stevenson quiso que fueran objetos. De esa
grandiosa orgía de horror que es «El ángel destructor», en El dinamitero, dice que es «muy
fantástica y nos resulta difícilmente creíble». Es más o menos como tildar de «poco convincentes»
los viajes del barón Munchausen. Toda la historia de El dinamitero es una especie de pesadilla
humorística, e incluso la de «El ángel destructor» no parece sino una extravagante mentira
impulsiva. Es un sueño dentro de un sueño, y reprocharle que es inverosímil es como reprocharle al
cielo ser azul. Esta rica y romántica ironía de las historias londinenses de Stevenson es la que el
señor Baildon, bien por haber leído deprisa, bien por tener otros gustos, no puede comprender.
Dice, por ejemplo, que el príncipe Florizel de Bohemia, ese prodigioso monumento de humor, «pese
a la evidente admiración que su creador le profesa, a mí me resulta una presencia bastante
irritante». Lo que casi nos lleva a creer (mal que nos pese) que el señor Baildon piensa que hay que
tomarse en serio al príncipe Florizel, como si fuera una persona real. Declaramos que el príncipe
Florizel casi es nuestro personaje de ficción predilecto, pero nos apresuramos a añadir que si nos lo
encontrásemos en la vida real, lo mataríamos.
Lo cierto es que las virtudes espirituales e intelectuales de Stevenson se han visto parcialmente
frustradas por una virtud adicional: su gran destreza artística. Si, como Walt Whitman, hubiera
garabateado su mensaje en una pared, este nos habría escandalizado como una blasfemia. Pero
escribió sus atolondradas paradojas con mano tan correcta y fluida que todos creímos que los
sentimientos también eran correctos. Su polifacetismo lo perjudicaba, no porque no hiciera bastante
bien cada faceta, como erróneamente se ha dicho, sino por hacerlas todas demasiado bien. Sus
disfraces de niño, cockney, pirata o puritano eran tan logrados que casi nadie vio al mismo hombre
bajo todos ellos. No es justo que llamemos «admirable Crichton» a un hombre porque sepa tocar el
violín, dar consejos jurídicos y limpiar botas, y en cambio lo consideremos un violinista, un jurista y
un limpiabotas normales y corrientes porque en cada una de estas tres actividades sea muy bueno.°
Esto es lo que nos ocurre con Stevenson. Si El doctor Jekyll,El señor de Ballantrae, The Child’s
Garden of Verses yAcross the Plains hubieran sido un poquito menos perfectos de lo que son, todos
habríamos visto que formaban parte del mismo mensaje; pero obrando el maravilloso milagro de
estar en cinco sitios a la vez, Stevenson nos convenció a todos de que era cinco personas. Sin
embargo, su mensaje es tan sencillo como el de Mahoma, tan moral como el de Dante, tan
confidencial como el de Whitman y tan práctico como el de James Watt.°
El denominador común de la variada obra de Stevenson es la idea de que la fantasía, o la visión de
las posibilidades de las cosas, es mucho más importante que los simples hechos: que aquella es el
alma de nuestra vida, y estos son el cuerpo, y que lo que vale es el alma. El germen de todas sus
historias es la creencia de que todo paisaje o escenario tiene un alma, y que esa alma es una historia.
Viendo un desmedrado huerto con un muro derruido, podemos conocer el simple hecho de que
nadie salvo una vieja cocinera ha pasado por él. Pero todo existe en el alma humana: ese huerto
crece en nuestra mente y se convierte en el santuario y teatro de la rara existencia de una chica, un
poeta andrajoso o un granjero loco. Para Stevenson, las ideas son hechos: las aventuras que
imaginamos son las aventuras que vivimos. Pensar en una vaca con alas es esencialmente haber
visto una vaca con alas. Y esta es la razón de la gran variedad de su obra: él tiene que contar una
historia tan rica como un rojo crepúsculo, otra tan gris como un antiguo monolito: porque la
historia es el alma, o más bien el significado, de la visión real. Es sumamente impropio juzgar al
Contador de Historias (como lo llamaban los samoanos) por cada uno de los relatos que escribió,
como podemos juzgar al señor George Moore por Esther Waters.°Esos relatos no son sino las dos o
tres aventuras de su alma que llegó a contar. Y murió con miles más en su corazón.

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ETIQUETAS: ESCRITORES, LITERATURA, PERSONAJES

VIERNES 23 DE ABRIL DE 2010

Girolamo Savonarola-G.K.CHESTERTON
Girolamo Savonarola-G.K.CHESTERTON

Título original: «Girolamo Savonarola», en Twelve Types

Traducción de Juan Manuel Salmerón, extraída de su pagina Web:


http://juanmanuelsalmeron.com/

Savonarola es un hombre al que seguramente no comprenderemos hasta que sepamos cuánto


horror puede haber en el corazón de la civilización. Esto no lo sabremos hasta que estemos
civilizados. En cierto sentido es de esperar que nunca comprendamos a Savonarola.
Los grandes libertadores han salvado a los hombres de calamidades que todos reconocemos como
males, calamidades que son viejos enemigos de la humanidad. Los grandes legisladores nos
salvaron de la anarquía; los grandes físicos, de la peste; los grandes reformadores, del hambre. Pero
hay un mal inmenso e insaciable comparado con el cual estos son simples molestias, la más terrible
maldición que puede abatirse sobre hombres y pueblos, un mal sin nombre al que llamamos
satisfacción. Savonarola no nos salvó de la anarquía, sino del orden; no nos salvó de la peste, sino de
la parálisis; no nos salvó del hambre, sino del lujo. Los hombres como Savonarola adivinaron la
tremenda realidad psicológica que hay detrás de la mente de cada hombre, pero a la que nunca se ha
dado un nombre: que la vida fácil es el peor enemigo de la felicidad, y la civilización, el fin potencial
del hombre.
Pues creo que el vehemente desafío que Savonarola lanzó a la suntuosidad de su época iba mucho
más allá de la simple cuestión del pecado. Los modernos admiradores racionalistas de Savonarola,
de George Eliot para abajo, hacen no poco hincapié en la legítima justificación ética de su furia, en el
carácter espantoso y extravagante de los crímenes que ensangrentaban los palacios del
Renacimiento. Pero no necesitan insistir tanto en que Savonarola no era un asceta, en que no hizo
más que identificar las negras manchas de maldad con la beata clarividencia de un miembro de la
Sociedad Ética.° Sin duda odió la civilización de su tiempo y no simplemente sus pecados; y por eso
fue mucho más profundo que ningún moralista moderno. Vio que los pecados mismos no eran los
únicos males: que robar joyas, envenenar vinos y pintar cuadros obscenos eran simplemente los
síntomas; que la enfermedad era la completa dependencia de las joyas, el vino y los cuadros. Es este
un hecho que se olvida constantemente al juzgar a ascetas y puritanos del pasado. Denunciar los
deportes inofensivos no siempre implica un odio ignorante por lo que solo un moralista estricto
llamaría pernicioso. A veces implica un odio muy clarividente por lo que el mismo moralista estricto
llamaría inofensivo. Los ascetas van a veces por delante de los demás, tanto como por detrás.
Ese fue al menos el odio de Savonarola. No luchó contra los pecados triviales, sino contra la beatitud
descreída e ingrata, contra la costumbre de la felicidad, el pecado místico por el cual toda creación
es derribada. Predicaba esa severidad que es el sello distintivo de la juventud y la esperanza.
Predicaba ese espíritu atento, ágil y alerta que tan necesario es para conseguir placer como para
conseguir santidad, que tan indispensable es en un amante como en un monje. Un crítico ha
señalado justamente que Savonarola no pudo oponerse realmente al arte porque era amigo de
Miguel Ángel, Botticelli y Luca della Robbia. Lo cierto es que esa purificación y austeridad es incluso
más necesaria para apreciar la vida y la risa que para ninguna otra cosa. No dejar que ningún pájaro
pase inadvertido, fijarse pacientemente en cada piedra y en cada hierba, almacenar en la mente un
ocaso tras otro, requiere disciplina en el placer y educación en la gratitud.
La civilización que rodeaba a Savonarola era una civilización que había tomado ya el mal camino; el
camino que lleva a inventar sin fin y a no descubrir nada, en el que lo nuevo se vuelve viejo con
velocidad pasmosa, pero en el que lo viejo nunca se vuelve nuevo. La monstruosidad de los crímenes
del Renacimiento no era señal de imaginación, sino, como toda monstruosidad, de pérdida de
imaginación. Solo cuando dejamos de ver a un caballo como es, inventamos un centauro; solo
cuando un buey deja de sorprendernos, adoramos al diablo. Lo diabólico es el estimulante de las
imaginaciones estragadas, el etilismo del artista. Savonarola se consagró a la más ardua de las
tareas, la de hacer que los hombres volvieran atrás y se maravillaran de las cosas sencillas que
habían aprendido a ignorar. Es curioso que la menos popular de todas las doctrinas es la que enseña
que la vida normal es divina. La democracia, de la que Savonarola fue tan fogoso exponente, es el
más arduo de los evangelios; nada nos asusta tanto como el que decreten que todos somos reyes. El
cristianismo, que Savonarola identificaba con la democracia, es el más arduo de los evangelios; nada
nos infunde tanto miedo como el que nos digan que somos hijos de Dios.
Savonarola y su república cayeron. La droga del despotismo fue administrada al pueblo y el pueblo
olvidó lo que había sido. Hoy día hay quienes tienen un respeto tan extraño por el arte y las letras y
por los solos hombres de genio, que consideran que el reinado de los Medici constituyó un progreso
con respecto al de la gran república florentina. De estas personas y de su civilización debemos tener
miedo hoy día. En muchas partes vemos los mismos síntomas que provocaron la ira de Savonarola:
un hedonismo más ahíto de felicidad que un inválido de dolor, un sentido artístico que recurre al
crimen porque ha agotado la naturaleza. En muchas obras modernas hallamos velados y horribles
indicios de un sentido de la belleza de la sangre, de la poesía del asesinato, que es propiamente
renacentista. La imaginación agotada y depravada no ve que un hombre vivo es más dramático que
un hombre muerto. Y emparejado con ello va, como en tiempos de los Medici, el dejarse caer en los
brazos del despotismo, el desear al hombre fuerte que es desconocido entre los hombres fuertes. Se
adora al héroe dominante como lo adoran los lectores de Bow Bells Novelettes, y por la misma
razón: un profundo sentimiento de debilidad personal.° Esta tendencia a delegar nuestros deberes
se apodera de nosotros, y ese es el espíritu de la esclavitud, lo mismo si para sus serviles tareas
emplea a siervos como a emperadores. Contra todo esto alzó el clérigo republicano su incesante
protesta, prefiriendo fracasar a que el rival triunfase. La alternativa sigue siendo él o Lorenzo, la
responsabilidad de la libertad o el libertinaje de la esclavitud, los peligros de la verdad o la
seguridad del silencio, el placer del esfuerzo o la fatiga del placer. Los partidarios de Lorenzo el
Magnífico están sin duda entre nosotros, hombres para quienes las naciones y los imperios existen
solo para satisfacer el momento, hombres para los que la última y tórrida hora del verano es mejor
que una larga primavera invernal. Tienen un arte, una literatura, una filosofía política que
solamente valen por su efecto inmediato en los gustos, no por lo que prometen del destino del
espíritu. Sus estatuillas y sonetos son obras perfectas y acabadas, comparadas con las cuales
Macbeth es un fragmento y el Moisés de Miguel Ángel un esbozo. Para ellos sus campañas y batallas
son siempre victoriosas, y César y Cromwell lloran por mil humillaciones. Y al final de todo ello está
el infierno de no oponer resistencia, de la infinita molicie, en el que la naturaleza toda cae en la
locura y el aposento de la civilización deja de ser un mullido apartamento para convertirse en una
celda acolchada.
Savonarola previó esta última y la peor de las miserias humanas, y dedicó todas sus colosales
energías a encarrilar a la humanidad. Pocos lo entendieron; para unos era un loco, para otros un
charlatán, para otros un enemigo de la alegría. No lo habrían entendido aunque se lo hubiera
explicado, aunque les hubiera dicho que lo que quería era salvarlos de la catástrofe de una
satisfacción que había de acabar juntamente con las alegrías y las penas. Pero hoy día hay quienes
perciben el mismo silencioso peligro y oponen la misma silenciosa resistencia. También se cree que
luchan por algún trivial escrúpulo político.
El señor Hardy dice, en defensa de Savonarola, que el número de obras de arte que se destruyeron
en la Hoguera de las Vanidades ha sido exagerado. Confieso que espero que la pira contuviera
montones de incomparables obras maestras si el sacrificio hizo que aquel momento único fuera más
real. De una cosa estoy seguro: de que Miguel Ángel, amigo de Savonarola, habría hecho con sus
propias estatuas una pila y las habría reducido a cenizas de haber sabido que el resplandor que se
proyectaba en el cielo era el alba de un mundo más joven y sabio.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 01:26 0 COMENTARIOS

ETIQUETAS: CRISTIANISMO, HISTORIA, LIBERALISMO, LUJO, PERSONAJES,RENACIMIENTO, RICOS

JUEVES 22 DE ABRIL DE 2010

AVISO!
AVISO:
Les pido disculpa por desaparecer, las vacaciones y el inicio de clase me han alejado temporalmente
de Internet, pero ya logre estabilizarme con mis horarios y mi tiempo, voy a retomar este blog que
ya cuenta con 23 seguidores! ¿Que tal? Chesterton debe estar riéndose en el cielo. Agradecería si
pudieran difundir el blog entre sus conocidos y si pudieran compartir algunos ensayos que ustedes
tenga de Chesterton y que deseen compartir. Ahhh casi me olvidaba! Por favor comenten los
posteos!!! Comenten lo que sea, una critica, una opinión, un elogio, resalten alguna frase o idea que
quieran reflexionar, lo que sea, pero no saben lo feliz que me pone saber que alguien los lee.
Atte. Matías Rojo

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 22:28 2 COMENTARIOS

ETIQUETAS: AVISOS

Tolstoy- G.K.CHESTERTON
Tolstoy- G.K.CHESTERTON

Traducción de Juan Manuel Salmerón, extraída de su pagina Web:


http://juanmanuelsalmeron.com/

Quien desee comprender lo profundo de la influencia del gran hombre que encabeza este articulo y
la autentica naturaleza de dicha influencia, no debe dirigirse a sus novelas, por más que sean
espléndidas, ni a sus puntos de vista éticos, aun estando tan bien concebidos y claramente
explicados. Debe fijarse en la noticia, que acaba de llegarnos de Canadá, sobre un grupo de
anarquistas cristianos rusos que han dejado en libertad a sus animales domésticos por considerar
inmoral poseerlos o controlarlos. Hay algo en un incidente así que es totalmente independiente la
idea puesta en practica .De que sea correcta o equivocada, cuerda o demencial,. Nos hace ver que el
mundo sigue siendo joven. Aún quedan formas de pensar tan locamente cuerdas como las que se
debatieron bajo el cielo azul de Atenas Aun hay muestras de una fe tan fuerte y practica como la de
los musulmanes que conquistaron toda África y Europa al grito de una única palabra. A nuestros
políticos y filósofos contemporáneos, en su languidez, les parecerá algo sacado de un sueño que en
nuestra época mecánica, homogénea, sujeta con cadenas de hierro, un grupo de europeos, vestidos
con chalecos y botas, se dedique a soltar al percherón del trolebús, al cerdo de la cochiquera y al
perro de su caseta; solamente por una teoría o un escrúpulo moral. Es como una pagina arrancada
de un cuento de hadas, los miembros de la secta Doukhabor acompañando solemnes a su gallina
hasta la puerta del corral y deseándola benévolos la mejor de las fortunas al inicio de sus viajes.
Todo esto le debe parecer absurdo y confuso al típico líder de nuestra sociedad en esta década, a
hombres como el Sr.Balfour o el Sr.Wyndham. Pero hay algo que añadir. Si el Sr.Balfour se
convirtiese a una religión que le indicase la obligación moral de entrar en la Cámara de los Comunes
haciendo el pino, y entrase haciendo el pino y si el Sr.Wyndham aceptase una creencia que le
impusiese teñirse el pelo de azul, y se lo tiñese; ambos serian casi indescriptiblemente mejores y
más felices de lo que lo son ahora. Pues solo hay una felicidad que sea posible o imaginable bajo el
sol y es el entusiasmo. Esa palabra, rara y espléndida, que ha sufrido tantas vicisitudes. En el siglo
XVIII se equiparaba a la locura, en la Grecia clásica a la presencia de un dios.

Este gran acto de coherencia llevada a extremos heroicos que ha sucedido en Canadá, es el mejor
ejemplo de la obra de Tolstoy. Tengo por algo cierto que la secta Doukhabor es de un origen
totalmente independiente del gran moralista ruso. Sin embargo, apenas cabe duda de que su actual
notoriedad y su desarrollo, han sido influenciados por el admirable resumen y defensa que ha
efectuado el novelista de sus perspectivas éticas. Tolstoy, además de ser un gran novelista, es uno de
los pocos hombres vivos que tienen un punto de vista sólido, autentico y serio sobre la vida. Es una
iglesia católica compuesta de un solo miembro que es, a la vez, un Papa algo arrogante y un lego
algo sumiso. Es uno de los dos o tres hombres que hay en Europa, con un punto de vista tan propio,
que inevitablemente pueden dar su opinión sobre cualquier cosa: la ley de autonomía de las
colonias, un poema hindú o una pizca de tabaco. Hay tres hombres vivos semejantes: Tolstoy, el
Sr.Bernard Shaw y mi amigo el Sr.Hillarie Belloc. Son diametralmente opuestos pero tienen eso en
común, que considerando el abono de sus ideas y el suelo de sus convicciones, las opiniones sobre
cualquier tema terrenal nacen como flores en un prado. Hay ciertos puntos de vista que deben
adoptar. No se forman una opinión más bien sus opiniones les dan forma a ellos. Tomemos la lista
que escribí al azar antes: la ley de autonomía de las colonias, un poema hindú o una pizca de tabaco.
Tolstoy diría: “Creo que nuestro estilo de vida debe ser lo más simple posible. Por lo tanto, esa
chistera es una monstruosidad negra.” Él diría: “Creo que nuestro estilo de vida debe ser lo más
simple posible. Por lo tanto, la ley de autonomía de las colonias se queda a medio camino de forma
mezquina. De nada sirve dividir un imperio en naciones si no divide las naciones en personas
individuales “. Él diría: “Creo que nuestro estilo de vida debe ser lo más simple posible. Por lo tanto,
este poema hindú me interesa. Con todo su aparente barroquismo, los puntos de vista de la ética
oriental son más sencillos que los de occidente y por lo tanto me son más próximos”. Él diría: “Creo
que nuestro estilo de vida debe ser lo más simple posible. Por lo tanto esta pizca de tabaco es algo
maligno. Lleváosla.”. Todo en este mundo, desde la Biblia hasta un par de botas, puede ser
eliminado, y lo es, aplicando este principio fundamental de las ideas de Tolstoy: la simplificación de
la vida. Cuando tratamos una doctrina semejante con encontramos ante un incidente infinitamente
más importante dentro de la historia europea que la ascensión de Napoleón Bonaparte.

La aparición de Tolstoy, con su ética tan sencilla y tan terrible, es importante de muchas maneras.
Entre otras cosas, es un comentario muy interesante a la opinión que viene siendo adoptada desde
hace medio siglo por los oponentes de lo religioso. El pensador laico y el escéptico han atacado el
cristianismo ante todo por fomentar el fanatismo, porque el fervor religioso hace que la gente
queme a sus vecinos y dance desnuda por las calles. Parece raro. La religión podría desaparecer y
quedarían sistemas éticos y filosóficos capaces de producir suficiente fanatismo como para llenar el
mundo. El fanatismo no tiene nada que ver con la religión. Hay teorías científicas serias que,
llevadas hasta la última consecuencia, producirían idénticas hogueras en los mercados e idéntica
desnudez. Hay partidarios de la moda que se pasearían como Adán y Eva si pudiesen hacerlo de
forma elegante. Hay modernos estudiosos científicos de la moral que quemarían vivos a sus
oponentes. Y lo harían tan contentos si pudiesen quemarlos empleando algún producto químico
nuevo. Si alguien duda de esto, de que el fanatismo es ajeno a la religión pero propio de la
naturaleza humana, solo tiene que fijarse en el caso de Tolstoy la secta Doukhabor. Una secta que
empezó sin teología alguna, solo con la sencilla idea de que debemos amar al prójimo y nunca jamás
emplear la fuerza física contra él, y terminaron considerando algo malvado llevar una maleta de
cuero o ir montado en un carro. Un gran escritor contemporáneo borra por completo la teología,
niega de un plumazo la validez de las escrituras y de las iglesias, desarrolla un sistema ético en que
el amor será el instrumento para la reforma y termina diciendo que no tenemos derecho de golpear
a un hombre que esta torturando a un niño en nuestras narices. Continua desarrollando una teoría
de la mente y las emociones que podría ser aceptada por el ateo más rígido y termina proclamando
que las relaciones sexuales, de donde procede la humanidad, son, no ya inmorales, sino
antinaturales. Esto es el fanatismo como siempre ha sido y siempre lo será. Destruid hasta el último
ejemplar de la Biblia, habrá persecuciones y orgías salvajes basadas en “Filosofía Sintética” del
Sr.Herbert Spencer. Algunos de los pensadores más abiertos de miras de la edad media creían en
apilar las gavillas junto a la estaca, y algunos de los pensadores del siglo XIX más abiertos de miras
creen en la dinamita.

La realidad es que a Tolstoy con toda su genialidad, con su fe de coloso, con su gran valor y amplios
conocimientos de la vida, le falta una sola cosa: no es un místico. Tiene por lo tanto, tendencia a
perder la razón. La gente habla de las extravagancias y los frenesís provocados por el misticismo. No
es más que una gota de agua en el mar. Desde el comienzo de los tiempos, el misticismo nos ha
mantenido cuerdos. Lo que hace enloquecer es la lógica.

Es significativo que con todo lo que se ha dicho sobre la fragilidad mental de los poetas, solo un
poeta inglés se ha vuelto loco. Y perdió la razón a consecuencia de un sistema lógico de teología. Se
trata de Cowper y su poesía freno el avance de la enfermedad durante muchos años. La poesía, lo
que le falta a Tolstoy, siempre ha sido algo curativo. Lo único que ha frenado a la raza humana de
los desvaríos del convento, la galera pirata, el cabaret y la cámara de gas, ha sido el misticismo y la
idea de que la lógica puede resultar engañosa y algo no ser siempre lo que parece.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 15:09 0 COMENTARIOS

ETIQUETAS: ANARQUISMO, ENSAYOS, ESCRITORES, LITERATURA, SENTIDO COMUN

MARTES 9 DE FEBRERO DE 2010

Ensayo sobre dos ciudades-G.K.CHESTERTON


Ensayo sobre dos ciudades-G.K.CHESTERTON

Título original: «An essay on two cities», en All Things Considered

Traducción de Juan Manuel Salmerón, extraída de su pagina Web:


http://juanmanuelsalmeron.com/

Hace poco caí de Inglaterra en la ciudad de París. Si un hombre cayera de la luna en París, conocería
que es la capital de una gran nación. En cambio, si cayera (digamos desde otra parte de la luna) en
la ciudad de Londres, no conocería fácilmente que es la capital de una gran nación, y en ningún caso
que la nación es tan grande como es. Y sería así aun en el supuesto de que el hombre de la luna no
entendiera nuestro alfabeto, como presumiblemente no lo entendería, a menos que la educación
elemental en aquel planeta haya alcanzado niveles insospechados. Pero es verdad que lo que
distingue a París de Londres puede verse en gran medida en los nombres. Los verdaderos
demócratas dicen que Inglaterra es un país aristocrático. Los verdaderos aristócratas dicen (por
alguna misteriosa razón) que es un país democrático. Si alguien tiene alguna duda acerca de esta
cuestión, solamente ha de fijarse en el nombre de las calles. Casi todas las calles adyacentes al
Strand,* por ejemplo, llevan el primer, segundo, tercer, cuarto, quinto y sexto nombre de alguna
familia noble, o de parientes y amigos suyos, o de sus lugares de residencia: Arundel Street, Norfolk
Street, Villiers Street, Bedford Street, Southampton Street y muchas más. Los nombres son muy
variados, a fin de que una misma familia figure con el mayor número de apellidos posible; tenemos
así Arundel Street y Norfolk Street, Buckingham Street y Villiers Street. Decir que esto no es
aristocrático es pura desvergüenza intelectual. Yo soy un ciudadano normal y corriente, me llamo
Gilbert Keith Chesterton. Y confieso que si en el Strand me encontrara tres calles seguidas llamadas
Gilbert Street, Keith Street y Chesterton Street, me consideraría una persona socialmente más
importante de lo que sería bueno para la sociedad. Si los franceses mandasen en Londres (Dios no lo
quiera), tan disparatado les parecería que esas calles se llamaran como el duque de Buckingham,
como que se llamaran como yo. Esas calles están junto a una de las principales vías de Londres. Si
adoptásemos el sistema francés, una de ellas se llamaría Shakspere Street, otra Cromwell Street,
otra Wordsworth Street, y habría estatuas de estas personas al final de sus correspondientes vías, y
si alguna calle quedase por nombrar, se la llamaría con la fecha en la que se aprobó la reforma
tributaria o se implantó el sistema de tarifas postales.
Imaginemos que un hombre quisiera encontrar personas en Londres guiándose por el nombre de
los lugares. Sería el protagonista de una graciosa comedia que ilustraría nuestra falta de lógica.
Conociendo que Buckingham Street fue bautizada así en honor de la familia Buckingham, iría, como
es natural, a Buckingham Palace en busca del duque de Buckingham. Para su sorpresa, encontraría
a una persona muy distinta.** Su sencilla lógica lunar lo llevaría a suponer que si quisiera ver al
duque de Marlborough (lo que parece poco probable), lo hallaría en Marlborough House. A quien
encontraría sería al príncipe de Gales. Y cuando por fin se enterase de que los duques de
Marlborough viven en Blenheim Palace, residencia así llamada por la victoria del duque en la batalla
de Blenheim, allá se iría sin duda. Pero si, siguiendo este principio, buscara al duque de Wellington,
de nuevo se equivocaría pidiendo al cochero que lo llevase a Waterloo. Me sorprende que nadie haya
escrito una novela narrando las disparatadas aventuras de semejante alienígena, en busca de los
grandes aristócratas ingleses sin más guía que los topónimos; en busca del duque de Bedford en la
ciudad de ese nombre, y en Norfolk al duque de Norfolk. Podría viajar a Wellington, Nueva Zelanda,
buscando el lugar de origen de los Wellington. Y en la última escena podría aparecer aprendiendo
galés para poder hablar con el príncipe de Gales.
Pero aun si nuestro imaginario viajero desconociese el alfabeto terrestre, creo que seguiría siendo
capaz de ver diferencias entre Londres y París, y sobre todo la gran diferencia. No podría leer las
palabras «Quai Voltaire», pero sí vería la socarrona estatua y las calles firmes y rectas; sin saber
quién fue Voltaire, sabría que la ciudad era volteriana. No sabría que la londinense calle Fleet se
llamó así por la prisión de Fleet, pero sí vería que el mismo espíritu nacional que hizo la prisión
cerrada y angosta, ha hecho la calle cerrada y angosta. O, si quieren ustedes, la calle acogedora y
acogedora la prisión. Yo creo que me sentiría más cómodo en la prisión de Fleet, cómodo en el
sentido inglés de la palabra, que al pie de la estatua de Voltaire. Creo que el hombre de la luna
conocería Francia sin conocer a los franceses, como creo que conocería Inglaterra sin haber oído la
palabra Inglaterra. Porque, como último recurso, todos los hombres hablamos por señas, por
signos. Hablar por signos es hablar por estatuas, por ciudades. Columnas, palacios, catedrales,
templos, pirámides, constituyen un enorme alfabeto mudo: como si un gigante nos hablara por
señas de piedra. Las cosas más importantes se han dicho siempre con signos, aunque fueran, como
la Cruz de Saint Paul, signos en el cielo. Si los hombres no entienden los signos, jamás entenderán
las palabras.
Por eso me sentiría inclinado a pensar que el objeto principal de la educación debe ser el de devolver
la simplicidad. Y si se me apura, diré que el principal objeto de la educación no es aprender cosas,
sino desaprenderlas; desaprender lo que hay de pesado y malo en el mundo y volver a ese estado de
exaltación y alegría que instintivamente sentimos al escribir para niños. Si a mí me nombraran
examinador de examinadores (lo que no parece muy probable), no solo preguntaría a enseñantes y
maestros cuánto conocimiento han impartido; les preguntaría cuánta espléndida y desdeñosa
ignorancia han erigido, cual regia torre fortificada. E insistiría en que lo importante es enseñar a la
gente la simplicidad que les permita ver las cosas de pronto y tal como son. Poco me importa que
puedan leer los nombres de las tiendas. Me importa mucho más que puedan leer las tiendas. Poco
me preocupa que no puedan decir dónde se halla Londres en el mapa, si saben dónde se halla
Brixton camino de su casa. Ni siquiera me interesa que sepan sumar dos y dos en el sentido
matemático; me contento con que sepan sumar dos y dos en el sentido metafórico. Aunque toda esta
larga digresión puede resumirse en la metáfora que antes he empleado. Me importa muy poco que
no conozcan el alfabeto, mientras conozcan el alfabeto mudo.
Por desgracia, tengo observado que, en muchos aspectos de nuestra educación popular, esto no se
hace así en absoluto. Enseñamos a nuestros chicos londinenses a ver Londres con ojos simples y
desprevenidos. Y Londres es mucho más difícil de ver bien que ningún otro sitio. Londres es un
acertijo. París es una explicación. La educación del niño parisino es algo que se corresponde con las
claras avenidas y las geométricas plazas de París. El niño parisino que aprende lo que es la razón
francesa y el orden romano, puede salir y verlos plasmados en la forma de muchos espléndidos
lugares públicos, en las esquinas de muchas calles. Pero el niño inglés que sale a la calle habiendo
aprendido algo acerca de un vago progreso y un vago idealismo, no puede verlos en ningún sitio. No
puede ver nada en ningún sitio, excepto anuncios de Sapolio*** y el Daily Mail. Debemos o cambiar
Londres para adaptarla a los ideales de nuestra educación, o cambiar nuestra educación par
adaptarla a la gran belleza de Londres.
*Calle céntrica de Londres.
**A la reina Victoria
***Marca de jabón famosa precisamente por su publicidad.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 21:57 0 COMENTARIOS

ETIQUETAS: CRITICA LITERARIA, DICKENS, ENSAYOS, LITERATURA

MARTES 15 DE DICIEMBRE DE 2009

Apología-G.K.CHESTERTON
Apología-G.K.CHESTERTON

Primer artículo del número de muestras (adelantado) del "G.K. Weekly" (8 noviembre 1924),
semanario dirigido por Chesterton.

Me propongo dar a esta publicación muy mal nombre y aferrarme a él. Cuando se me sugirió que
empleará en el título las iniciales de mi nombre, la proposición me inspiró un horror que se ha
convertido en aversión. Debo al lector una breve exposición de las razones que me inducieron a
aceptarla: la principal de las cuales es que a causa de circunstancias peculiares, es difícil encontrar
otro título. Es cierto que los títulos periodísticos son por lo común inadecuados. El periódico
llamado Daily Herald probablemente muestre poca afición a la heráldica. El periódico titulado The
Nation se ha mostrado siempre particularmente hostil a la nacionalidad. Hasta se podría decir que
el órgano de las guildas, llamado New Age (nueva era), debiera llamarse más bien Middle Age (edad
media). Pero en nuestra situación hay algo que difiere de todos estos periódicos; no es por simple
vanidad que decimos es a la vez universal y único en su clase.

Deseo que esta publicación represente ciertas ideas muy normales y muy humanas; pero es un
hecho indiscutible que no serían publicadas en ningún periódico más que en este. No son manías;
son sólo tradiciones que serían desestimadas, mientras que las manías son bien recibidas por estar a
la moda. Tampoco son excentricidades; no son sino las ideas centrales de la civilización que han
sido olvidadas en un maremágnum de excentricidades. Pero por haber sido olvidadas, vuelven a ser
nuevas, y porque han sido olvidadas en otras partes, las hallará aquí solamente. Son verdades de
sentido común en un mundo en que ese sentido ha dejado de ser común.
Tomaré como principal ejemplo el problema actual de la pobreza y de la riqueza. En el problema, mi
posición parecería singularmente sencilla. Y es, sencillamente, que me opongo cordialmente al
bolchevismo y a los Trust. Creo que es posible restablecer y perpetuar una razonable y justa
distribución de la propiedad privada; y en este periódico daré las razones que inducen a creerlo. Por
el momento, lo importante es esto: ninguna otra publicación en este país puede ser cordialmente
opuesta, tanto al bolcheviquismo, como a los Trust. Un diario como el Daily Mail opina que
debemos tolerar algo de los Trust, porque la única alternativa es el bolcheviquismo. Y él Daily
Herald opina que debemos tolerar algo del bolcheviquismo, porque la única alternativa son los
trust. El Daily Mail no puede tratar de destruir los trust, porque él forma parte de un Trust. El Daily
Herald no puede tratar de derrocar el bolcheviquismo, porque su mejor apoyo lo halla entre los
bolcheviques. Para ellos no hay más que dos partidos que tomar, y son opuestos. Pero para mí hay
otro, el tercero; y ningún otro diario lo defendería, ni siquiera lo mencionaría. Este tercer camino a
seguir ha sido llamado "distributismo", expresando que habría las esperanzas de distribuirla
equitativamente la propiedad privada. Pero si yo le diera a este periódico el título de "la revista
distributiva" (como se ha sugerido), produciría justamente la impresión que desea evitar. Daria la
idea de que un distributista es algo así como un socialista; un pretencioso, un pedante, una persona
con una nueva teoría de la naturaleza humana. Mi opinión es que esta solución es simplemente
humana y que las otras soluciones son deshumanizadas. Esta es mi opinión. Decir que debemos
tener socialismo o capitalismo es como decir que debemos optar por que todos los hombres entren a
los conventos o que unos pocos tengan harenes. Si yo negara esa alternativa sexual, no sería
necesario llamarme a mí mismo monógamo; me contentaría con llamarme hombre. Apelaría a toda
nuestra tradición normal y nacional de virilidad. Si fundara un diario que negara esa alternativa, no
querría titularlo "La revista monógama". Y si lo hiciera, 9 personas de cada 10 pensarían que yo era
algún otro pedante, levemente distintos de los anteriores, y tendría la vaga idea de que un
monógamo era tan loco como un mormón. El paralelo es bastante exacto en este caso. Porque el
gran Trust no tiene más derecho de absorber en un monopolio todas las fortunas privadas y afirmar
que así defienden la institución de la propiedad, que el que tiene el gran turco de raptar a todas las
mujeres y encerrarnos en un harem, afirmando que así defienden la santidad del matrimonio.
Cualquier otro paralelo sería igualmente bueno, en cuanto se tratase del insensato dilema y de la
sensata alternativa; y tal vez cuanto más fantástico juega en paralelo, tanto más exactamente se lo
podría aplicar al caso. Si todos los diarios hubieran llevado al público la idea de que debemos elegir
entre ser vegetarianos o caníbales, podríamos necesitar algún diario indicara ya que esa alternativa
era un disparate. Pero no mostraremos muy brillante criterio periodístico si lo tituláramos "El
antiantropófago carnívoro". Sería una correcta descripción de nuestra costumbre normal de comer
carne de carnero, pero no de comer hombres. Es una bárbara mezcla de griego y del latín, pero con
todo, parece ser una palabra realmente científica. Lógicamente si no lingüísticamente, es un
término de exactitud perfecta. Pero aunque casi todos somos carnívoros antiantropófago, nunca lo
mencionamos, especialmente si queremos convencer a nuestros vecinos de que somos
sencillamente personas sensatas; y lo somos, en efecto. La dificultad consiste en que cualquier título
que define nuestra doctrina, la hace parecer doctrinal. Y es que la verdadera idea de la propiedad
privada ha sido descuidada por la que tan largo tiempo en Inglaterra, que no hay fraseología
popular fácil que se refiere a ella. Ha tenido que inventar sus propios términos y son necesariamente
confusos y complicados; y es tan antigua esa idea que ha llegado a se nueva. Al mismo tiempo,
necesito un título que indique que el periódico es de controversia y que ésta es la tendencia general
que defiende. Necesito algo que sea reconocido como bandera aunque esta sea fantástica y ridícula,
que algún punto represente un desafío, aunque éste sea recibido con cierta benévola ironía. No
quiero un nombre incoloro, y lo más parecido a un símbolo que se me ocurre es sencillamente mi
propia bandera.
Por ejemplo, la primera prueba de que algo es familiar, es cuando resulta divertido. Hay bromas
respecto a los que se benefician con las guerras y también respecto a los socialistas. Pero no las hay
con respecto al Distributista. Cualquiera puede dibujar una caricatura convencional de un socialista
poniéndole una corbata roja. Pero nadie puede hacer una caricatura de un hombre que cree en la
pequeña propiedad privada bien distribuida, porque no está familiarizado con la teoría ni con el
tipo. Ningún visionario puede aventurarse a imaginar cómo sería el cabello de un distributista.
Ningún poeta, mojando su pincel en los colores del terremoto y del eclipse, puede colorear la
corbata del distributista. No hay imagen familiar que podamos evocar para recordar amigos y
enemigos lo que queremos decir. Pero, aunque no haya bromas referentes a la pequeña propiedad,
las hay referentes a mí. Comienzan con la antigua y admirable historia de que mi anticuada
caballerosidad indujo a ceder mi asientos a tres damas, y siguen con una anécdota más reciente y
realista de que mis vecinos se quejaron al administrador de una ruidosa fábrica local con el motivo
de que "el señor Chesterton no podía escribir bien", y recibieron está tranquila respuesta: "sí, ya
sabemos eso". Nadie cuya notoriedad se base en tales cuentos puede sentirse muy orgulloso de ella.
No digo que mi reputación periodística sea particularmente elevada, pero debo reconocer que es
probable que sea más difundida que mis opiniones sobre distribución económica. Este ideal
sociológico tan natural, ha sido descuidado en Inglaterra tan ciega y totalmente, que creó con
sinceridad que mi ideal normal es menos conocido que mi nombre. Es por eso que me veo inducido
a emplear el nombre como la única introducción familiar a ese ideal.
Tengo la esperanza de ver invertida esa relación trabajaré en este periódico con el anhelo de que la
familiaridad con el nombre disminuya, y aumente el conocimiento de la causa. Tal vez entonces una
generación más feliz, que viva en un estado social más sano, se sienta intrigada por las iniciales
impresas en el encabezamiento de esta página. Los sabios profesores meditaran sobre el significado
de este G. K. jeroglífico; los que conserven la bárbara teoría del siglo XX las interpretarán así: "Good
Killing" (Buena Matanza), mientras los que idealizan más piadosamente ese pasado, la traducirán
como "Greather Knowlogde" (Mayor Conocimiento). Los estudiosos de la literatura contemporánea
supondrán que forman una especie de monograma de "God and Kippling" (Dios y Kippling) o
posiblemente Kipps, mientras los historiadores dinásticos probarán que no era sino una
transposición de "George King" (Rey Jorge). Pero no me preocupará mucho lo que digan, siempre
que sea en un país libre, donde los hombres puedan volver a poseer algo.
No hay destinos más noble que ser olvidado como enemigos de una herejía olvidada, ni mayor éxito
que llegar a ser superfluo; bien esta aquel que puede ver su paradoja implantada de nuevo como un
lugar común, o su fantasía desechada como una pluma cuando las naciones renuevan su juventud, a
la manera de las águilas; y cuando no sea absurdo decir que la granja deba pertenecer al granjero, y
ni que parezca una idea brillante sugerir que el hombre debe vivir en su casa, así como es dueño de
su sombrero. Entonces, las trompetas del triunfo nos dirán quizá ya no somos necesarios.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 23:49 2 COMENTARIOS

ETIQUETAS: BOLCHEVISMO, CAPITALISMO, DIARIOS, DISTRIBUTISMO,ECONOMIA, ENSAYOS, LIBER

ALISMO, POLITICA, TERCERA POSICION

VIERNES 9 DE OCTUBRE DE 2009

La abuela del dragón- G.K.CHESTERTON


La abuela del dragón- G.K.CHESTERTON.
Publicado en Enormes Minucias.

Encontré el otro día un hombre que no creía en los cuentos de hadas. No me refiero en que no
creyese en los incidentes que en ellos se narran: que no creyese que una calabaza confitera pudiera
convertirse en una carroza. Desde luego, padecía esa curiosa incredulidad. Y como todas las demás
personas que yo he conocido y a quienes los cuentos entretenían aquel era enteramente incapaz de
darme una razón inteligente de su escepticismo. Intento aludir a las leyes de la naturaleza, pero
pronto desistió. Luego dijo que en las habituales condiciones de la experiencia ordinaria, las
calabazas confiteras son inmutables y que todos contamos con su infinitamente prolongada
calabacidad. Pero yo le hice notar que semejante actitud no es la que adoptamos especialmente
hacia las maravillas imposibles, sino simplemente la actitud que adoptamos hacia todo lo desusado,
Si estuviéramos seguros de los milagros no contaríamos con ellos. Las cosas que suceden muy rara
vez, quedan fuera de nuestros cálculos, sean o no milagros. Yo no espero que un vaso de agua se
convierta en un vaso de vino, pero tampoco espero que un vaso de agua este envenenado con acido
prúsico. Yo no procedo en el curso de mis tratos corrientes sobre la base de que el redactor jefe del
periódico es un hada; pero tampoco procedo sobre la base que es un espía ruso o el ignorado
heredero del sacro imperio romano. Lo que en la vida habitual asumimos no es que el orden natural
es inalterable, sino que es mucho mas seguro apostar sobre la probable que sobre lo improbable. Lo
cual no afecta a la incredulidad de cada historia que se alegue sobre un espía ruso o una calabaza
confitera convertida en carroza. Si yo hubiera visto con mis propios ojos una calabaza confitera
convertida en un torpedo panhard, esto no me inclinaría mas a dar por hecho que volvería a ocurrir
otra vez la misma cosa. No se me ocurría invertir gruesas sumas de dinero en calabazas confiteras
con un propósito financiero con la producción de automóviles. Cenicientas obtuvo del hada un traje
de baile; pero no me figuro porque ese suceso dejase despeas de cuidar, como antes su propia ropa.
Pero la opinión de que los cuentos de hadas no pueden en realidad haber sucedido, aunque
disparatada, es corriente. El hombre del que hablo era escépticos sobre los cuentos de hadas en un
sentido aun más absurdo y perverso. Creía en realidad que los cuentos de hadas no se les deben
contar a los niños. Este es uno de esos errores intelectuales que pueden clarasificarse
extraordinariamente cerca de los pecados mortales ordinarios. Hay alguna negativas que aunque
pueden realizarse, pudiera decirse por motivos de conciencia, acarrean en el mismo acto de
ejecutarlas tal abundancia de su propio horror, que un hombre, al perpetrarlas, no solamente ha de
enmudecer, sino de corromper ligeramente su corazón. Una de esas negativas fue la de conceder
leche a las madres jóvenes cuando sus maridos estaban en el campo opuesto a nosotros. Otra es
negarse a que se les cuenten a los niños cuentos de hadas.

*****
Aquel hombre que había venido a verme a propósito de cierta sociedad tonta de la que soy miembro
entusiasta. Era un joven de lozanos colores y corto de vista. Levaba una singular corbata verde y
tenía el cuello larguísimo; he observado que los idealistas suelen tener larguísimo el cuello. Quizás
es que su eterna aspiración eleva poco a poco sus cabezas más y más cerca de los astros. O quizás
tiene algo que ver con el hecho de que mucho de ellos son vegetarianos: quizá evolucionan
lentamente hacia el pescuezo de la jirafa para poder así ramonear en las copas de los arboles en los
jardines de Kensington. Estas cosas están por encima de mí en todos los sentidos. Sea como quiera,
así era el joven que no creía en los cuentos de hadas, y por curiosa coincidencia entro en la
habitación cuando yo acababa de dar un vistazo a una pila de libros de literatura amena
contemporánea y había empezado a leer los cuentos de Grimm como natural resultado.
Las novelas modernas se alzaban de todos modos ante mí en un rimero; y el lector puede imaginar
por si mismo sus títulos. Había una “Instigación suburbana: relato psicológico”, y otra “Psicología
instigación: relato psicológico”. Había otra: "Trixy, o un temperamento” y otra. “Odio viril:
monocromo” y otra porción de lindezas semejantes. Las leí con real interés, pero, cosa curiosa,
acabe por cansarme de ellas y cuando vi los cuentos de Grimm que reposaban accidentalmente
sobre la mesa, lance una exclamación de indecorosa alegría. Aquí, aquí por fin podía uno encontrar
un poco de sentido común. Abrí el libro y mis ojos cayeron sobre esas esplendidas y satisfactorias
palabras: “La Abuela del Dragón”. Por último encontraba algo razonable; por ultimo encontraba
algo comprensible; por ultimo encontraba algo verdadero. “¡La Abuela del Dragón!” Mientras estaba
paladeando con delicia este primer atisbo de realidad humana corriente, alce de pronto los ojos y vi
a aquel monstruo de la corbata verde plantado en la puerta.

****

Confío en que escuché con una simple cortesía lo que me dijo acerca de la sociedad; pero cuando
incidentalmente aludió a que no creía los cuentos de hadas, explote enteramente fuera de mí.
- ¿Y quien en usted, que no creen los cuentos de hadas? Es mucho más fácil creer en Barba Azul que
creer en usted. Una barba azul es una desventura. Pero hay otras corbatas verdes que son un
pecado. Es muchísimo más hacedero creer en un millón de cuentos de hadas que creer en un
hombre al que no le gustan los cuentos de hadas. Yo besaría a Grimm en lugar de besar la Biblia
para jurar por todos sus cuentos como si fueran 39 artículos, antes que decir en serio y con el
corazón en la mano que puede existir un hombre como usted; que usted no es una tentación del
diablo, o algún embaimiento brotado del vacío. Observé estas sencillas, hogareñas, prácticas
palabras: "La abuela del dragón". Esto está bien; esto esta dentro del orden; esto es racional casi
hasta la linde del racionalismo. Si hubo un dragón, hubo de tener una abuela. Pero usted, ¡usted no
tiene abuela!, si la tuviese le hubiera enseñado a amar los cuentos de hadas. Usted no tiene padre,
usted no tiene madre; no puede haber causas naturales que puedan explicar su existencia. Usted no
puede existir. Yo creo muchas cosas que no he visto. Pero de cosas tales como usted puede decirse:
¡bienaventurados los que vieron y no creyeron!

****
Me parece advertir que no me seguía suficiente sensibilidad, y en vista de ello modere el tono.
-¿No comprende usted -dije- que los cuentos de hadas en su esencia son perfectamente sólidos y
rectos, y todas estas interminables novelas sobre la vida moderna son por su naturaleza
esencialmente increíbles? Según la fantasía popular, el alma es cuerda, pero el universo es un
agitado conjunto de maravillas. El realismo sostiene que el mundo es una cosa obtusa y cuajada de
rutina, pero que el alma está enferma y se queja. El problema del cuento de hadas es este: ¿Que hará
un hombre sano con un mundo fantástico? El problema de la novela moderna es: ¿Que hará un
hombre loco con un mundo tardo e insípido? En los cuentos de hadas, el cosmos enloquece, pero el
héroe no enloquece. En las novelas modernas, el héroe está loco antes que comience el libro, y sufre
por la firmeza inconmovible y la cruel cordura del cosmos. En el excelente cuento “La abuela del
dragón” y en todos los demás cuentos de Grimm, se da por sentado que el joven lanzado a sus
peripecias tendrá en sí mismo todas las verdades sustanciales; que será valeroso, lleno de fe,
razonable, que respetará a sus padres, cumplirá su palabra, socorrerá o rescatara a algunas gentes,
retara a otras, “parcere subjectis et debellare”, etc., y luego una vez colocado en este centro de
cordura, el escritor se divierte imaginando qué sucedería si todo el mundo circunstante se volviese
loco, si el sol se volviese verde y la luna azul, si los caballos tuvieran seis patas y dos cabezas los
gigantes. Pero esa moderna literatura se coloca en la insania como centro. Por consiguiente, pierde
hasta el interés de la demencia. Un lunático no es interesante para si mismo, porque es enteramente
serio; eso es lo que le hace ser lunático. Un hombre que piensa ser un huevo pasado por agua es ante
sí mismo una cosa tan sencilla y corriente como huevo pasado por agua. Un hombre que cree ser
una res vacuna, es para sí mismo cosa tan corriente y vulgar como una res vacuna. Sólo la cordura es
la que puede ver en la insania incluso una violenta poesía. Por tanto, esos sabios viejos cuentos
hacen al héroe corriente y moliente, y extraordinaria a la propia narración. Pero esa otra literatura
moderna hace extraordinario al héroe y ordinaria la narración; ordinaria, si, tan
extraordinariamente ordinaria…
Vi que me con hablaba con los ojos fijos. Alguno de mis nervios dio en mí un chasquido bajo aquella
mirada hipnótica. Me alce sobre los pies y exclamé:
-¡En el hombre de Dios y de la democracia y de "La abuela del dragón" y en nombre de todas las
cosas buenas, te conmino a huir y no volver a frecuentar esta casa!
Fuese o no efectivo resultado del exorcismo, lo cierto es que se marchó definitivamente.

Pd: Sepan disculpar los errores de ortografía, les pido que me avisen si encuentran, pasa que
últimamente he estado con poco tiempo y no he podido hacer correcciones finales.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 18:17 0 COMENTARIOS

ETIQUETAS: ANECDOTA, CUENTOS DE HADAS, ENORMES

MINUCIAS, ENSAYOS,MODERNIDAD, RACIONALISMO

JUEVES 8 DE OCTUBRE DE 2009

El cochero extraordinario-G.K.CHESTERTON
El cochero extraordinario-G.K.CHESTERTON
Articulo publicado en Enormes Minucias.

El día en que encontré al cochero extraordinario había estado comiendo en un pequeño restaurante
en Soho con tres o cuatro de mis mejores amigos. Mis mejores amigos son todos o escépticos
irremediables o creyentes absolutos; así que nuestra discusión durante la comida giro sobre las más
extremas y terribles ideas. Y la discusión acabó por girar exclusivamente sobre este punto: sobre si
un hombre puede tener certidumbre sobre alguna cosa. Yo creo que puede tenerla, porque si (como
dije a mi amigo, blandiendo furiosamente una botella vacía) es intelectualmente imposible tener
certidumbre, ¿qué certidumbre es esa imposible detener? Si yo no he experimentado nunca lo que
es certeza, no puedo ni aún decir que nada hay cierto. De modo semejante, si nunca he visto el color
verde, no puedo ni siquiera decir que mi nariz no es verde. Puede ser verde, verdísima, y no
enterarme de ello si realmente no sé en qué consisten en verde. Nos lanzábamos, pues,
imprecaciones el uno al otro y la habitación se estremecía; porque la metafísica es la única cosa
completamente emocionante. Y la diferencia que lo separaba era profundísima, porque era una
diferencia en cuanto a la finalidad de todo lo que llamamos amplitud espíritu con inteligencia
abierta. Porque mi amigo decía que abría su intelecto, como el sol abre los abanicos de una palmera,
abriéndolos por abrirnos, abriéndolos de una vez y para siempre. Pero yo dije que yo habría ni
intelecto como abría la boca, precisamente para volver a cerrarla sobre algo sólido. Estaba
haciéndolo en aquel instante. Y, como señalé acaloradamente, resultaría extraordinariamente idiota
y continuarse con la boca abierta sin motivo y de una vez y para siempre.

Bueno, pues cuando la discusión llegó a su término, o por lo menos cuando la dimos por terminada
(porque terminar no terminaría nunca) salí a la calle con uno de mis compañeros, que en la
confusión y relativa demencia de unas elecciones generales había, no se sabía cómo, resultado
miembro del parlamento, y fui con él en un cab desde la esquina de Leicester square hasta la
entrada reservada a los miembros de la Cámara de los comunes, donde el policía me recibió con
tolerancia perfectamente desacostumbrada si el policía supuso que mi amigo era mi loquero, o si
supuso era yo el loquero de mi amigo, es una discusión entre nosotros y dura todavía..

Es indispensable guardar en esta narración lama extremada exactitud en los detalles. Después de
dejar a mi amigo en la Cámara, continuar en el cab unos cuantos cientos de yardas hasta una oficina
en victoria street, donde tenía que hacer una visita. Luego salí y ofrecía cochero una cantidad mayor
que la correspondiente según tarifa. La miró, pero no con la hosca duda y general disposición de
comprobar si estaba bien, que no es cosa inaudita entre cochero normales. Pero aquel no era un
cochero normal, quizás no eran ni aún un cochero humano. Miro las monedas con asombro apagado
e infantil, auténtico con toda evidencia.

-¿Se da cuenta, señor- dijo -, de que solamente me da un chelin y ocho peniques?


Manifesté, no sin cierta sorpresa, que sí, que lo sabía.

-¿Y no sabe, señor- dijo del modo más amable, razonable, suplicante -, no sabe que esa no es la
tarifa desde Euston?
-¿Euston?- Repetí vagamente, porque la palabra me sonaba en aquel momento como me hubiera
sonado "China" o "Arabia"-. ¿Que diablos tiene que ver aquí Euston?
-Usted tomó el coche precisamente a la salida de la estación de Euston- el peso del hombre a decir
con precisión asombrosa -, y luego usted me dijo...
-pero, ¡por el tártaro tenebroso!, ¿qué está usted diciendo? - Dije con cristiana paciencia -. Sólo
tome el coche en la esquina sudeste de Leiscester square.
-¿Leicester square?- Exclamó, perdiéndose en una especie de catarata de desprecio-; ¡si no hemos
estado en todo el día cerca de Leiscester square! Usted tomó el coche a la salida de la estación de
Euston y me dijo...
-¿está usted loco, o lo estoy yo? -Pregunté con científica calma.

Miguel cochero. Ningún otro, habitualmente falto de honradez, hubiera pensado en inventar una
mentira tan sólida, tan colosal y tan original. Y aquel hombre no era un cochero falto de honradez.
Si alguna vez un rostro humano fue tranquilo y sencillo y humilde, y tuvo grandes ojos azules
protuberante como los de una rana; si alguna vez (para no cansar) un rostro humano fue cuanto un
rostro humano debe ser, lo era el rostro de aquel quejoso y respetuoso cochero. Mire arriba y abajo
de la calle, parecía estar cayendo sobre ella un crepúsculo anormalmente oscuro. Y durante un
instante, la añeja pesadilla del escéptico loco toco con sus dedos mis nervios más sensibles. ¿Qué era
la certeza racional? ¿Estaba alguien cierto de alguna cosa? ¡Hay que ver los surcos monótonos en
que se eternizan los escépticos que andan preguntando si tenemos una vida futura...! La cuestión
realmente emocionante para el auténtico escepticismo es si tenemos una vida pasada. ¿Qué es "hace
un minuto", racionalmente considerado, sino una tradición y una pintura? La oscuridad se acentúa.
El cochero me dio tranquilamente los más complicados detalles de los ademanes, las palabras, el
complejo, pero consistente conjunto de actos que habían sido los míos desde aquella memorable
ocasión en que yo alquile el coche a la salida de la estación de Euston. ¿Cómo podría yo saber
(dirían mis amigos escépticos) que yo no lo había alquilado a la salida de Euston? Yo me Aferraba
con firmeza a mi aseveración: el estaba igualmente firme y aferraba la suya. Era palmariamente tan
honrado como yo y miembro, además, de una profesión mucho más respetable. En aquel momento
el universo y las estrellas se separaron el grueso de un cabello de su equilibrio y los cimientos de la
tierra se conmovieron. Pero por la misma razón que creó en beber vino, por la misma razón que creo
en el libre albedrío, por la misma razón que creo en el carácter fijo de la virtud, razón que no puede
expresarse sino diciendo que no prefiero estar loco, continúe creyendo que aquel honrado cochero
se equivocaba. Y le repetí que en realidad ya había alquilado en la esquina de Leiscester square. El
comenzó con la misma evidente y ponderada sinceridad:
-usted alquilo el coche a la salida de la estación de Euston, y dijo usted...
En aquel momento se produjo en sus facciones una especie generosa trasfiguración de vivido
asombro, como si le hubieran encendido por dentro como una lámpara.
-Hombre, le pido perdón, señor- dijo -le pido perdón. Le pidió perdón. Usted alquilo coche en
Leiscester square. Ahora me acuerdo. Le pido perdón.
Y así si mas, aquel asombroso cochero hizo sonar su látigo con un agudo chasquido y el coche
arrancó.
Todos lo transcrito es estrictamente verdad, lo juro ante el estandarte de San Jorge.
Pd: Sepan disculpar los errores de ortografía, les pido que me avisen si encuentran, pasa que
últimamente he estado con poco tiempo y no he podido hacer correcciones finales.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 15:33 0 COMENTARIOS

ETIQUETAS: ANECDOTA, CERTEZA, DISCUSIONES, ENORMES MINUCIAS,ENSAYOS, RELATIVISMO

JUEVES 1 DE OCTUBRE DE 2009

Por qué soy Católico- G.K.CHESTERTON


Por qué soy Católico- G.K.CHESTERTON

Traducción: Alfred Cappra (http://escritorescatolicos.blogspot.com)

Extraido de Doce Apóstoles Modernos y sus Credos (1926). Hay otra versión de este ensayo, en el
libro The Thing en el cual Chesterton lo complementó.

La dificultad de explicar “por qué soy un católico”, es porque hay mil razones que se juntan en una
sola: El Catolicismo es Verdadero. Podría llenar todo mi espacio con distintas frases en que cada
una partiera con las palabras: “Es la única cosa que…” Como por ejemplo (1) Es la única cosa que
realmente previene al pecado de ser un secreto. (2) Es la única cosa en la que el superior no puede
ser superior; en el sentido displicente. (3) Es la única cosa que libera al hombre de la degradante
esclavitud de ser un niño de su edad (4) Es la única cosa que habla como si fuera la Verdad; como si
fuera el verdadero mensajero que se rehúsa a alterar el verdadero mensaje. (5) Es el único tipo de
Cristianismo que realmente contiene a todo tipo de hombre; incluso al hombre respetable. (6) Es el
único gran intento por cambiar al mundo desde adentro; trabajando a través de las voluntades y no
de la ley; y así sigue.

O podría trata el asunto personalmente y describir mi propia conversión; pero sucede que tengo un
fuerte sentimiento de que este método hace ver el asunto mucho mas pequeño de lo que realmente
es.
Numerosos hombres, mucho mejores, han sido sinceramente convertidos a religiones mucho
peores. Yo preferiría mucho mas tratar de decir aquí sobre la Iglesia Católica precisamente las cosas
que no se pueden decir incluso de sus respetables rivales.

En fin, voy a decir precisamente respecto de la Iglesia Católica que es católica. Me gustaría tratar de
sugerir que no es solamente más grande que yo, sino que más grande que cualquier cosa en el
mundo; que es, de hecho, más grande que el mundo. Pero como este espacio es corto, y solo puedo
tomar una sección, la voy a considerar en su capacidad de ser guardiana de la Verdad.

El otro día un bien-conocido escritor, en otro sentido bien-informado, dijo que la Iglesia Católica es
la enemiga de las nuevas ideas. Es probable que no se le ocurriera que su propio comentario no era
exactamente de la naturaleza de las nuevas ideas. Es una de las nociones que los católicos tienen que
estar continuamente refutando, porque es una muy vieja idea. De hecho, aquellos que se quejan que
el catolicismo no puede decir nada nuevo, rara vez piensan que es necesario decir cualquier cosa
nueva sobre el catolicismo. En cuanto a los hechos, un verdadero estudio de la historia demostrará
que es curiosamente contrario a los hechos. En cuanto a que las ideas son realmente ideas, y en
cuanto a que cualquiera de esas ideas puede ser nueva, los católicos continuamente han sufrido por
apoyar esas ideas cuando realmente eran nuevas; cuando eran demasiado nuevas para encontrar a
cualquier otro que las apoyara. El Católico no solo era el primero en el campo, sino que estaba sólo
en el campo; y ahí no había nadie que pudiera entender lo que él allí había encontrado.

De esta manera, por ejemplo, cerca de dos mil años antes de la Declaración de Independencia y la
Revolución Francesa, en una era devota al orgullo y alabanza de príncipes, el Cardenal Bellarmino y
Suárez el Hispano lograron explicar lucidamente toda la teoría de la democracia real. Pero en la era
del Derecho Divino ellos solo dieron la impresión de ser unos sofistas y sanguinarios Jesuitas,
arrastrándose con dagas para efectuar el asesinato del rey. Y, de nuevo, el Cauists de los colegios
católicos dijo todo lo que realmente se puede decir para las obras problemáticas y las novelas
problemáticas de nuestro propio tiempo, dos mil años antes de que fueran escritas. Ellos dijeron
que realmente hay problemas de conducta moral; pero ellos tuvieron el infortunio de decirlo dos mil
años muy adelantados. En un tiempo de gran (tub.thumping) fanatiquismo y libre y fácil vituperio,
casi logran que les llamen mentirosos y (shufflers) por ser psicológicos, antes de que la psicología
estuviera de moda. Sería fácil dar otros numerosos ejemplos hasta el tiempo presente, y el caso de
que hay ideas que todavía son muy nuevas para ser comprendidas. Hay pasajes de la “Encíclica
Laboral” del Papa León XII {también conocida como Rerum Novarum, publicada en 1891} que sólo
ahora están empezando a ser usadas como pistas para los movimientos sociales mucho más nuevos
que el socialismo. Y cuando el Sr. Belloc escribió acerca del Estado Servil, él avanzó una teoría
económica tan original que difícilmente alguien se ha dado cuenta qué es. Una cuantas centurias
más adelante, probablemente otras personas las repitan, y la repitan mal. Y después, si los Católicos
objetan, sus protestas serán fácilmente explicadas por los bien conocidos hechos de que los
Católicos nunca se han interesado por nuevas ideas.

Sin embargo, el hombre que hizo el comentario sobre los Católicos quería decir algo; y es solamente
justo para él, el entenderlo mas bien claramente de cómo él lo dijo.
Lo que él quiso decir era que, en el mundo moderno, la Iglesia Católica es, de hecho, la enemiga de
muchas modas influenciables; muchas de las cuales todavía proclaman el ser nuevas, aunque
muchas de ellas están empezando a ser un poco rancias. En otras palabras, en cuanto a lo que quiso
decir, que la Iglesia usualmente ataca lo que el mundo en cualquier momento apoya, estaba
perfectamente en lo cierto. La Iglesia usualmente se pone en contra de las modas de este mundo que
pasan de moda; Y ella tiene experiencia suficiente para saber como cuan rápido pasaran de moda.
Pero para entender exactamente lo que esto envuelve, es necesario más bien tomar un punto de
vista más amplio y considerar la finalidad natural de las ideas en cuestión, considerar, por así
decirlo, la idea de la idea.

Nueve de cada diez de las ideas que llamamos nuevas son en realidad viejos errores. La Iglesia
Católica tiene por una de sus principales obligaciones el prevenir a la gente que cometa esos viejos
errores; de cometerlos una y otra vez para siempre, como la gente siempre hace cuando se las deja a
ellas solas. La verdad sobre la actitud Católica respecto a la herejía, o como algunos dirían, hacia la
libertad, puede ser mejor expresada, a lo mejor, usando la metáfora de un mapa.
La Iglesia Católica lleva una especie de mapa de la mente que se parece mucho a un mapa de un
laberinto, pero que de hecho es una guía para el laberinto. Ha sido compilada por el conocimiento,
que incluso considerándolo como conocimiento humano, no tiene ningún paralelo humano.

No hay ningún otro caso de una continua institución inteligente que haya estado pensando sobre
pensar por dos mil años. Su experiencia naturalmente cubre casi todas las experiencias, y
especialmente casi todos los errores. El resultado es un mapa en el que todos los callejones ciegos y
malos caminos están claramente marcados, todos los caminos que han demostrado no valer la pena
por la mejor de las evidencias; la evidencia de aquellos que los han recorrido.
En este mapa de la mente los errores son marcados como excepciones. La mayor parte de el consiste
en patios de recreos y felices lugares de caza, donde la mente puede tener tanta libertad como
quiera; sin mencionar cualquier numero de terrenos de batalla intelectuales donde la batalla esta
indefinidamente abierta e indecisa. Pero definitivamente toma la responsabilidad de marcar ciertos
caminos que llevan a ninguna parte, o que te llevan a la destrucción, a una muralla en blanco, o a un
precipicio total.
Por estos medios, previene a los hombres de perder el tiempo o perder la vida por caminos que han
sido encontrados fútiles o desastrosos una y otra vez en el pasado, pero que puede, por lo demás,
atrapar a viajeros una y otra vez en el futuro. La Iglesia se hace responsable de prevenir a su gente
en contra de esto: y respecto a esto depende el verdadero problema del caso.
Ella defiende dogmáticamente a la humanidad de sus peores enemigos, esos anticuados, horribles y
devoradores monstruos que son los viejos errores.
Ahora, todos estos falsos problemas tienen una forma de parecer bastante frescos, especialmente
para nuestra nueva generación. Su primera declaración siempre suena inofensiva y plausible.
Voy a dar sólo dos ejemplos. Suena inofensivo decir, como la mayoría de la gente moderna ha dicho:
“Las acciones son solamente malas cuando son malas para la sociedad” Siguiendo esto a cabalidad,
tarde o temprano tu vas a tener la inhumanidad de una colmena o una ciudad pagana, estableciendo
la esclavitud como el mas barato y seguro medio de producción, torturando a los esclavos por
evidencia porque los individuos son nada para el Estado, declarando que un hombre inocente debe
morir por el pueblo, como hicieron los asesinos de Cristo. Entonces, a lo mejor, vas a volver a las
definiciones Católicas, y encontraras que la Iglesia, que mientras también dice que es nuestro deber
trabajar para la sociedad, dice otras cosas además que prohíben la injusticia individual.
O denuevo, suena bastante piadoso decir “Nuestro conflicto moral debe terminar con una victoria
de lo espiritual sobre lo material” Siguiendo esto a cabalidad, terminaras en la locura de los
Maniqueos, diciendo que el suicidio es bueno porque es un sacrificio, que una perversión sexual es
buena porque no produce vida, que el demonio hizo el sol y la luna ya que son materiales. Entonces
pondrías comenzar a suponer por que el Catolicismo insiste en que hay espíritus malos al igual que
hay espíritus buenos; y que lo material también puede ser sagrado, como en la Encarnación o en la
Misa, en el Sacramento del Matrimonio o en la Resurrección del Cuerpo.

Ahora no hay otra mente corporativa en el mundo que actúe de ésta manera para prevenir a las
mentes se encaminen al error.
El policía viene muy tarde, cuando trata de prevenir al hombre de que se vuelva malo. El doctor
viene muy tarde, porque el sólo viene a buscar a un loco, no a advertir a uno sano en como no
volverse loco. Y todas las demás sectas y escualas son inadecuadas para tal propósito. Esto no es
porque cada una de ellas pueda no contener una verdad, sino que precisamente porque cada una de
ellas contiene una verdad; y se contente con contener una verdad. Ninguna de esas otras en verdad
pretende contener la verdad. Ninguna de las otras en realidad pretende esta mirando en todas las
direcciones al mismo tiempo. La Iglesia no esta meramente armada contra las herejías del pasado,
ni siquiera las del presente, sino igualmente contra las del futuro, que pueden ser exactamente lo
opuesto a la del presente.
Catolicismo no es ritualismo; puede que en el futuro esté luchando contra una suerte de
supersticiosa e idolatra exageración de un ritual. Catolicismo no es ascetismo; en el pasado ha
estado una y otra vez en contra de la fanática y cruel exageración del ascetismo. Catolicismo no es
meramente misticismo; está incluso ahora defendiendo a la razón humana contra el misticismo de
los Pragmáticos.
Así, cuando el mundo se transformó en Puritano en el siglo diecisiete, la Iglesia estaba cargada con
pujante caridad hasta el punto del sofismo, al hacer todo más fácil con la permisividad de lo
confesional.
Ahora el mundo no se esta volviendo Puritano sino Pagano, es la Iglesia la que esta en todas partes
protestando contra el relajo Pagano del vestir y los modales. Es hacer lo que los Puritanos quieren
hecho cuando realmente lo quieren. Con toda probabilidad, todo lo que es bueno en el
Protestantismo va a sobrevivir en el Catolicismo; y en el sentido de que todos los Católicos van a
seguir siendo Puritanos cuando los Puritanos se vuelvan Paganos así, por ejemplo, Catolicismo, en
un sentido pocamente entendido, se para fuera de la disputa como el Darwinismo en Dayton. Se
para fuera debido a que está en alrededor de todo, como una casa se para toda alrededor de dos
incongruentes piezas de muebles.
No es una sectaria presunción el decirlo antes y después y mas allá de todas estas cosas en todas las
direcciones. Es imparcial en la pelea entre los Fundamentalistas y la teoría del Origen de las
Especies, porque va más atrás que el origen de ese Origen; porque es más fundamental que los
Fundamentalistas. Sabe de donde viene la Biblia. También sabe a donde van la mayoría de las
teorías de la Evolución, sabe que hubo muchos otros Evangelios, y que los otros solo fueron
eliminados por la autoridad de la Iglesia Católica. Sabe que hay otras muchas teorías de la evolución
además de la teoría Darwiniana; y que está última es bastante probable que sea eliminada por los
avances científicos. No acepta, en el sentido convencional de la frase, las conclusiones de la ciencia,
por la simple razón que la ciencia no ha concluido. Concluir es callarse; y el hombre de ciencia no es
para nada probable que se calle. No cree, en el sentido convencional de la frase, “lo que la Biblia
dice”, por la simple razón de que la Biblia no dice nada. No puedes poner a la Biblia en el estrado de
los testigos y preguntarle que es lo realmente quería decir. La controversia Fundamentalista por si
misma destruye al Fundamentalismo. La Biblia por si sola no puede ser una base para el acuerdo
cuando es ella misma la causa del desacuerdo; no puede ser el piso común de los Cristianos cuando
algunos la toman alegóricamente y otros literalmente. Los Católicos se refieren a algo que puede
decir algo, a la viviente, consistente y continua mente de la cual yo he hablado; la mente más grande
del hombre guiada por Dios.

Cada momento incrementa en nosotros la necesidad moral de una mente inmortal como esa.
Debemos tener algo que siga sosteniendo las cuatro esquinas del mundo, mientras nosotros
hacemos nuestros experimentos sociales o construimos nuestras Utopías. Por ejemplo, debemos
tener un acuerdo final, aunque sea en la evidente hermandad humana, que resista alguna reacción
de la brutalidad humana. Nada es mas probable ahora que la corrupción del gobierno representativo
llevará, todo a la vez, al rico rompimiento suelto, y pisoteando todas las tradiciones de igualdad con
mero orgullo pagano. Debemos tener lo evidente en todas partes reconocido como verdad. Debemos
prevenir la mera reacción y la lúgubre repetición de viejos errores. Debemos hacer al mundo
intelectual seguro para la democracia. Pero en las condiciones de la mentalidad anárquica moderna,
ni siquiera ese o cualquier otro ideal esta a salvo, así como los Protestantes apelaron de sacerdotes a
la Biblia, y no se dieron cuanta de que la Biblia también podía ser interrogada, así que los
republicanos apelaron de los reyes al pueblo, y no se dieron cuenta de que el pueblo también podía
revelarse. No hay término para la disolución de ideas, la destrucción de todas las pruebas de verdad,
que ha surgido, posiblemente, desde que el hombre ha abandonado el intento de guardar una
central y civilizada Verdad, de contener todas las verdades y rastrear y refutar todos los errores.
Desde entonces, cada grupo a tomado una verdad y a gastado su tiempo en volverla falsedad.
Hemos tenido nada más que movimientos; o, en otras palabras, monomanías. Pero la Iglesia no es
un movimiento sino un lugar de encuentro; lugar de encuentro de toda la verdad en el mundo.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 21:41 4 COMENTARIOS

ETIQUETAS: CATOLICISMO, CRISTIANDAD, ENSAYOS, IGLESIA

LUNES 14 DE SEPTIEMBRE DE 2009

El Condimento de la Vida- G. K. CHESTERTON


El Condimento de la Vida- G. K. CHESTERTON

Traducción: Alfred Cappra (http://escritorescatolicos.blogspot.com)

Perdónenme si comienza por representar el papel que he jugado en tantas cenas, quiero decir, el
papel del esqueleto del festín. Perdónenme si las pocas primeras palabras que lo alcanzan se
parecen a una voz hueca de la tumba. Ya que la verdad es que el título mismo de esta serie me hace
sentir un poco fúnebre. Cuando me pidieron hablar sobre el Condimento de la Vida, lamento decir
que el primer pensamiento que cruzó mi perversa y mórbida mente era que los condimentos, como
condimentos, están tan asociados con la muerte cuanto con la vida. Los cadáveres embalsamados y
conservados siempre eran envueltos entre condimentos; las momias también, supongo. No soy
ningún Egiptólogo para decidir el punto. Pero incluso si ellas eran, usted apenas iría a oler
alrededor de una momia en el Museo Británico, tomando profundos respiros y diciendo, " Esto es en
verdad el condimento de vida" Egipto era casi una civilización organizada como un cortejo fúnebre;
esto es difícilmente una exageración para decir que los vivos viven para servir a los muertos. Y aún
supongo que un egipcio actual que andaba caminando por ahí vivo, no estaba en ninguna prisa para
ser condimentado. O tome una escena casera más cerca a casa. Supóngase que usted es perseguido
por un loco toro; no discutiremos cual animal disfruta más del condimentos de la vida; pero ambos
en el momento darán inequívocos signos de vida. Pero el cuadrúpedo debe esperar hasta que él sea
matado y cortado en una ternera fría, antes de que él pueda tener el orgullo y el privilegio de ser una
ternera condimentada. En breve quiero que usted recuerde ante todo que hubo en la historia, no
sólo el condimento de la vida, pero algo más que puede con justicia ser llamado el condimento de la
muerte. Y lo menciono primero porque es una especie de parábola; y hay muchas cosas en el mundo
moderno que me parecen estar muertas, no decir condenadas, y aún son consideradas muy
condimentadas.
No hablaré extensamente de este mórbido paralelo. Que el cielo prohíba que yo pudiera sugerir que
algunas damas se parezcan más bien a momias que andan por ahi, con muy hermosas caras
pintadas sobre los sarcófagos: o que algunos jovenes caballeros que van al paso exponen toda la
cultura y la sutileza selectiva de toros locos. Estoy preocupado con una pregunta mucho más
importante detrás de ésta. Me parece que muchísima gente, a quienes estoy lejos de llamar momias
o toros locos, están en este momento poniendo más bien demasiada atención a los condimentos de
la vida, y bastante poca atención a la vida. No me malinterpreten. Soy muy aficionado a la ternera
condimentada y todos los condimentos; siempre he temido que los Puritanos reformadores de
repente prohibirán la mostaza y la pimienta como ellos hicieron la malta y el lupulo; sobre el
absurdo fundamento de que la sal y la mostaza son tan innecesarias como la música. Pero mientras
me resisto a la sugerencia que nosotros debemos comer ternera sin la mostaza, reconozco que hay
ahora un peligro mucho más profundo y más sutil que los hombres pueden querer comer la mostaza
sin la ternera. Quiero decir que ellos pueden perder su apetito; su apetito para ternera y pan y queso
y la amplia luz del día de la vida; y dependan completamente de especias y condimentos. Incluso he
sido culpado de defender el condimento de la vida contra lo que llamaban la Vida Simple. He sido
culpado hacerme un campeón de la cerveza y los bolos. Por suerte, si yo era un campeón de los
bolos, no había ningún peligro de que yo fuera un campeón en los bolos. Pero he jugado juegos
ordinarios como los bolos, siempre mal; pero toda la gente sana convendrá que usted nunca se
disfruta de un juego hasta que disfrutas ser perdedor en el juego. Aún he jugado al golf en Escocia
antes de que Arthur Balfour lo trajera a Inglaterra y se volviera una moda y luego una religión. He
sido desde entonces inhibido por una dificultad en cuanto a considerar un juego como una religión,
y el secreto horrible de mi fracaso consiste en que yo nunca pude ver la diferencia entre el cricket y
el golf, como los jugué cuando yo era un muchacho, " y el minino en la esquina " y potes de miel
como los jugué cuando yo era un niño. Quizás aquellos juegos de niñez ahora están olvidados; de
todos modos, no revelaré cuan buenos eran esos juegos, no sea que ellos se pongan de moda. Si una
vez fueran tomados en serio en aquel mundo más serio, el mundo de Deporte, enormes resultados
seguirán. Las tiendas venderán unas Pantuflas especiales para Cazar las pantuflas, o un caddy
seguirá al jugador con un bolso lleno de quince pantuflas diferentes. Los potes de miel significarán
potes de dinero; y habrá 'una esquina' en " el minino en la esquina".
De todos modos, he disfrutado al igual que todos de aquellos deportes y condimentos de la vida.
Pero estoy más y más convencido que ni en tus condimentos especiales ni en los míos, ni en potes de
miel ni potes de cuarto de galón, ni en la mostaza ni en la música, ni en cualquier otra distracción de
la vida, esta el secreto que todos estamos buscado, el secreto de disfrutar de la vida. Estoy
absolutamente seguro de que todo nuestro mundo acabará en la desesperación, a no ser que haya
algún modo de hacer que la mente misma, el pensamiento ordinario que tenemos en tiempos
ordinarios, más sanas y más felices de lo que ellos parecen estar en este momento, juzgados por las
novelas y poemas más modernos. Tienes que estar feliz en aquellos momentos tranquilos cuando
recuerdas que estás vivo; no en aquellos momentos ruidosos cuando lo olvidas. A no ser que
nosotros podamos aprender otra vez a disfrutar de la vida, no podremos disfrutar por mucho tiempo
de los condimentos de la vida. Una vez leí un cuento de hadas Francés que expresó exactamente lo
que quiero decir. Nunca crea que el ingenio Francés es superficial; es la brillante superficie de la
ironía Francesa, que es insondable. Era sobre un poeta pesimista que decidió ahogarse; y iba
bajando por el río, él regaló sus ojos a un hombre ciego, sus oídos a un hombre sordo, sus piernas a
un hombre cojo, etcétera, hasta el momento cuando el lector esperaba el chapoteo de su suicidio;
pero el autor escribió que este tronco insensato se colocó sobre la orilla y comenzó a experimentar la
alegría de la vida: la joie de vivre. La alegría de estar vivo. Tienes que ir con mayor profundidad, y
quizás envejecer, para saber cuan verdadera es esa historia.
Si tuviera que preguntarme a mi mismo cuando y donde he sido mas feliz, yo podría, por supuesto,
dar las obvias respuestas, verdaderas para mi como para cualquier otro; en algún baile o festín en el
tiempo romántico de la vida; en algún triunfo juvenil de un debate; en alguna vista de cosas
hermosas en tierras extrañas. Pero es mucho más importante recordar que he sido intensa e
imaginativamente feliz los sitios mas extraños porque son más tranquilos. He estado interiormente
lleno de vida en una sala de espera fría en una unión desierta de ferrocarril. He estado
completamente vivo sentado en un asiento de hierro bajo un horrible poste de luz en un balneario
de tercera clase. En breve he experimentado el mero entusiasmo de la existencia en los sitios que
comúnmente llamarían tan embotado como el agua estancada. ¿Y a propósito, el agua estancada es
aburrida? Los naturalistas con microscopios me han dicho que esta rebalsada con una tranquila
diversión. Incluso aquella frase proverbial demostrará que no siempre podemos confiar en lo que es
proverbial, cuando profesa describir qué es prosaico. Dudo si es que las quince efusivas fuentes
encontradas en tu jardín ornamental contienen a criaturas tan divertidas como aquellas que le
microscopio revela; como los perfiles de políticos en caricatura. Y este es sólo un ejemplo fuera de
mil, de las cosas que en la vida diaria llamamos aburridas que no son realmente tan aburridas
después de todo. Y estoy seguro que no hay ningún futuro para el mundo moderno, a no ser que
entienda que no tiene que buscar meramente lo que es más y más excitante, pero más bien el
negocio aún más excitante de descubrir la excitación en las cosas que llaman aburridas.
Lo que tenemos que enseñar al joven del futuro, es como disfrutar de él mismo. Hasta que pueda
disfrutarse él mismo, se cansara mas y mas de disfrutar de todo lo demas. Lo que tenemos que
enseñarle es a divertirse. En este momento él esta más y más dependiente de cualquier cosa que él
piensa que lo divertirá. Y, al juzgar por la expresión de su cara, no lo divierte mucho. Cuando
consideramos lo que él recibe, es de verdad la maravilla más magnífica y la riqueza y la
concentración del entretenimiento. Él puede viajar en un coche de carrera casi tan rápido como una
bala de cañón; y todavía tener su coche hecho a la medida y escuchar radios de todos los rincones de
la tierra. Él puede conseguir a Viena y a Moscú; él puede oír El Cairo y Varsovia; y si él no puede ver
Inglaterra, por la cual él resulta estar viajando, que es después de todo un pequeño asunto. En un
siglo, sin duda, su coche viajará como un cometa, y su radio oirá los ruidos en la luna. Pero todo esto
no le ayuda cuando el coche se para; y él tiene que pararse sobre una línea, con nada en que pensar.
Todo esto no le ayuda incluso cuando la radio se para y él tiene que quedarse inmóvil en un coche
silencioso con nada de que hablar. Si usted considera cuales son las cosas vertidas en él, cuales son
las cosas que él recibe, entonces de verdad ellas son las cataratas colosales de cosas, Niagaras
cósmicos que nunca antes habian sido vertidas en un ser humano ahora son vertidas en él. Pero si
consideras lo que sale de él, como consecuencia de toda esta absorción, el resultado que tenemos
que registrar es bastante serio. En la vasta mayoría de los casos, nada. Ni siquiera una conversación,
como solía ser. Él no conduce argumentos largos, como los jóvenes hacian cuando yo era jóven. El
primer y alarmante efecto de todo este ruido es el silencio. Segundo, cuando él realmente tiene el
picor para escribir o decir algo, es siempre un picor en el sentido de una irritación.
Todo tiene una mejor y mas solida base; y hay irritación e irritación. Hay mucha diferencia entre la
irritación de Aldous Huxley y la irritación de unos pequeños repugnantes degenerados en una
novela por Aldous Huxley. Pero honestamente no pienso que soy injusto con toda la tendencia de la
epoca, si digo que estan intelectualmente irritados; y por lo tanto sin aquel rico tipo de reposo en la
mente con el cual quiero decir, cuando digo que un hombre cuando esta solo puede ser feliz porque
él está vivo. Por ejemplo, un hombre de genio (inteligente) de la misma generación, para quien
tengo una admiración muy especial, es el Sr. T. S. Eliot. Pero nadie negará que alli había un sentido
en el cual, originalmente, aún su inspiración era la irritación. Él comenzó con puro pesimismo; él
desde entonces ha encontrado cosas mucho más finas y más sutiles; pero apenas pienso que él ha
encontrado reposo. Y es solamente aquí que tendré el descaro para distinguir entre su generación y
la mía. Se solía pensador que era impudente para un muchacho criticar a un viejo caballero, Ahora
requiere una impudencia mucho más sublime para un hombre más viejo criticar a uno más joven.
Aún defenderé mi propia idea del condimento espiritual de la vida aún contra la espiritualidad que
encuentra esta vida ordinaria completamente sin condimento. Sé muy bien que el Sr. Eliot describió
la desolación que encontró más que la desolación que él sintió. Pero pienso que `The Waste Land'
era a lo menos un mundo en el cual él había vagado. Y como estoy describiendo el mundo reciente,
también puedo describirlo como él lo ha descrito, en ` Los Hombres Huecos ' - aunque nadie lo
describiría como un hombre hueco. Esto es la impresión de muchas impresiones.
De esta manera terminara el mundo
De esta manera terminara el mundo
De esta manera terminara el mundo
No con un estallido, sino con un lamento
Ahora perdóneme si digo, en mi manera tradicional, que estaría condenado su alguna vez me
sintiera así. Reconozco las grandes realidades que el Sr. Eliot ha revelado; pero no admito que esto
sea la realidad más profunda. Estoy listo para admitir que nuestra generación hizo demasiado del
romance y la comodidad, pero incluso cuando yo estaba incómodo estaba más cómodo que esto.
Estaba más cómodo en el asiento de hiero. Estaba más feliz en la fría sala de espera. Yo sabia que el
mundo era perecible y que iba a terminar, pero no pensé que terminaría con un lamento, pero si de
alguna forma con el triunfo de la muerte. Esto es indudablemente un espectáculo grotesco que los
bisabuelos todavía deberían estar bailando con indecente jolgorio, cuando la juventud está tan grave
y triste; pero en este caso del condimento de la vida, defenderé el apetito espiritual de mi propia
edad. Aún seré tan indecentemente frívolo para romperme cantando, y diré a los jóvenes pesimistas:
Unos se mofan; unos se burlan; unos sonríen con afectación;
En la juventud donde nos reímos y cantábamos,
Y ellos podrán terminar con un lamento
Pero nosotros terminaremos con un estallido

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ETIQUETAS: ENSAYOS

JUEVES 3 DE SEPTIEMBRE DE 2009

Una defensa de las novelitas de a penique-G.K.CHESTERTON


Una defensa de las novelitas de a penique-G.K.CHESTERTON

Uno de los ejemplos más raros de la manera en que se desprecia la vida corriente está en la
literatura popular, la gran mayoría de la cual nos conformamos con considerar vulgar. Las novelitas
para adolescentes pueden carecer de merito literario. Lo que equivale a decir que la novela moderna
es pobre en un sentido químico, económico o astronómico. Pero no son intrínsecamente vulgares.
En la practica, son el centro de un millón de imaginaciones ardientes.
En siglos pasados, las personas cultivadas ignoraban en bloque la literatura del vulgo. La ignoraban
y, por lo tanto, hablando con propiedad, no la despreciaban. Pasar algo por alto sintiendo
indiferencia no infla de orgullo a la persona. Uno no se pasea por la calle, retorciéndose arrogante
los mostachos, pensando en su superioridad sobre cierta clase de peces avísales. Los antiguos sabios
dejaron todo el averno de la literatura popular en una oscuridad semejante.
Hoy en día, sin embargo, aplicamos el principio opuesto. Despreciamos las obras vulgares sin
ignorarlas. Corremos cierto peligro de volvernos mezquinos en nuestro estudio de la mezquindad.
Actúa de fondo un axioma temible, semejante a la magia de Circe, que dice que si el alma se acerca
demasiado al suelo para estudiar algo puede no volver a levantarse jamás. Creo que no hay categoría
de la literatura popular sobre la que existan mayor número de errores y exageraciones, el colmo de
ridículos, que el estrato mas bajo de la literatura popular para muchachos.
Es un tipo de composición que puede suponerse que siempre ha existido y siempre existirá. Carece
de cualquier pretensión de ser buena literatura. Al igual que las conversaciones de sus lectores
tampoco pretenden ser oratoria elevada ni los pisos y pensiones que habitan arquitectura sublime.
Pero las personas tienen que conversar, estar bajo techo y escuchar cuentos. La necesidad básica de
un mundo ideal en que personajes de ficción representan libremente su papel, es infinitamente más
antigua y más profunda que las reglas del buen arte. Y es mucho más importante. Durante la
infancia, cada uno de nosotros construye un reparto semejante con actores invisibles, pero nunca se
le ocurrió a nuestras niñeras corregir su composición mediante una cuidadosa comparación con
Balzac. En el oriente, el cuentacuentos profesional viaja de pueblo en pueblo con su pequeña
alfombra y de verdad me gustaría que alguien tuviese el valor moral de extender esa alfombra en la
plaza Ludgate. Pero no es probable que todos los cuentos del portador de la alfombra sean pequeñas
joyas originales. La literatura y la ficción son cosas por completo diferentes. La literatura es un lujo
pero la ficción es una necesidad vital. Es dudoso que una obra de arte pueda ser demasiado bréve
porque su mérito reside en alcanzar una cima de intensidad. Un cuento nunca puede ser demasiado
largo, porque su conclusión es simplemente algo lamentable como las ultimas monedas o la ultima
cerilla. Y así, al igual que el aumento de la conciencia artística guía las obras más ambiciosas hacia la
brevedad, la extensión fruto de la laboriosidad, aun marca al autentico fabricante de basura
romántica. No hay fin a las baladas de Robín Hood, no hay fin a los libros sobre el infalible Dick o
los nueve vengadores. Ambos héroes, conscientemente, han sido creados inmortales.
Pero en lugar de basar nuestro debate en reconocer, lo que es de sentido común, que los jóvenes de
las clases trabajadoras siempre han tenido, y siempre tendrán, algún tipo de literatura romántica,
infinita y desgarbada, para después hacer algún tipo de arreglo para que la misma sea sana;
empezamos, por lo general, atacando este tipo de lecturas en su conjunto de una manera exagerada,
sorprendidos e indignados porque los recaderos no leen “El egoísta" ni “El arquitecto”. Es
costumbre, sobre todo entre jueces, echar la culpa de la mitad de los crímenes que se cometen en la
metrópoli a las novelitas baratas. Si un niño de la calle se escapa con una manzana, el magistrado
hace notar astutamente que el niño sabía que las manzanas quitan el hambre gracias a sus lecturas.
Los propios chavales, cuando les pillan, acusan frecuentemente a las novelitas haciendo gala de gran
resentimiento. Es lo mínimo que debemos esperar de gente joven poseedora de un nada
despreciable sentido del humor. Si yo hubiera falsificado un testamento, y pudiese despertar
compasión echando la culpa del incidente a las novelas del Sr.George Moore, disfrutaría en grado
sumo en el empeño.
En cualquier caso, parece ser una idea firmemente asentada en la mente de la mayoría que los
chicos de barrio, al contrario que el resto de su comunidad, encuentran los principios rectores de su
conducta en los libros.
Sin embargo esta claro que esta objeción, la objeción de los magistrados, nada tiene que ver con la
calidad literaria. El Sr.Hall Caine pasea libremente por las calles y no se le puede detener por un
anticlímax. La objeción descansa en la teoría de que la mayoría de estas novelitas para adolescentes
tiene un tono criminal y envilecido, su mezquino atractivo reside en su codicia y su crueldad. Esta es
la teoría de los magistrados y es basura.
Hasta el punto en que he podido comprobarla, en los tenderetes más sucios de los barrios más
pobres, esta es la realidad: todo el desconcertante conjunto de la literatura juvenil trata de
aventuras, enmarañadas, inconexas e infinitas. No expresa pasión de ningún tipo al no contener
personalidad humana alguna. Recorre eternamente los mismos carriles, situados en ciertos tiempos
y lugares. El caballero medieval, el duelista dieciochesco y el vaquero aparecen una y otra vez con la
misma rígida simplicidad que las figuras humanas estilizadas en el dibujo de una alfombra oriental.
Tan posible me resulta imaginar que a un ser humano se le despierten apetitos desenfrenados
contemplando una alfombra turca de ese tipo como por la lectura de una narrativa tan austera y
deshumanizada como esta.
Algunas de estas historias tratan con simpatía las aventuras de ladrones, forajidos y piratas.
Presentan a ladrones y piratas como Dick Turpin o Claude Duval, bajo una luz favorecedora y
romántica. Es decir que hacen exactamente lo mismo que Ivanhoe de Scott, Rob Roy de Scott, La
dama del lago de Scott, El Corsario de Byron, La tumba de Rob Roy de Wodsworth, Macaire de
Stevenson, El pirata de hierro del Sr.Max Pemberton y otras mil obras que se reparten por sistema
como regalo de Navidad o premio. A nadie se le ocurre que admirar a Locksey en Ivanhoe llevara a
un chico a dispararle flechas japonesas a los ciervos de Richmond Park, a nadie se pasa por la
imaginación que el imprudente principio del poema de Wodsworth sobre Rob Roy le convertirá de
por vida en chantajista. En nuestra propia clase social, somos conscientes de que esta vida salvaje es
contemplada con placer por los jóvenes no por su parecido con la suya propia, sino por sus
diferencias. Podemos suponer que, sea cual sea la razón, por la que el joven recadero esta leyendo
La roja venganza, seguro que no es porque este empapado con la sangre de amigos y parientes.
En este asunto, como en todos los semejantes, nos perdemos al utilizar la expresiòn clases
trabajadoras cuando lo que queremos decir es toda la humanidad menos nosotros mismos. Esta
literatura romántica sin importancia no es especialmente plebeya: sencillamente es humana. El
filántropo jamás olvida la clase social y la profesión. Dirá, presumiendo un poco, que ha invitado a
veinticinco obreros a tomar el te. Si dijese que ha invitado a veinticinco contables, es evidente lo
ridículo de clasificar de forma tan burda a la gente. Pero eso es lo que hemos hecho con ese bosque
de tontos cuentos: lo hemos estudiado como si fuese una nueva y monstruosa enfermedad cuando,
de hecho, no es otra cosa que el corazón, tonto y valiente, del ser humano. Los hombres corrientes
siempre serán sentimentales porque el sentimental no es otra cosa que un hombre con sentimientos
que no se preocupa de inventar una nueva manera de expresarlos. A estas publicaciones, comunes y
corrientes, les falta en lo fundamental cualquier maldad. Expresan los tópicos, vigorosos y heroicos,
en los que se apoya la civilización. Esta claro que la civilización o se apoya en tópicos o carece de
fundamento. Es evidente que no habría seguridad en una sociedad en la que el comentario del
presidente del Tribunal Supremo diciendo que matar a la gente esta mal, fuese considerado un
epigrama deslumbrante por su originalidad.
Si los autores y editores del infalible Dick, y otras obras igual de distinguidas, de repente decidiesen
atacar a la clase culta, hacer listas con el nombre de todas las personas, por importantes que fuesen,
vistas en una conferencia de posgrado, confiscar todas nuestras novelas y advertirnos que debíamos
enmendar nuestras vidas, nos enfadaríamos muchísimo. Sin embargo, tendrían más derecho a
hacerlo que nosotros ya que ellos, con toda su estupidez, son los normales y nosotros los anormales.
Es la moderna literatura culta, no la inculta, la que es clara y agresivamente criminal. Libros que
recomiendan el pesimismo y el libertinaje, que harían temblar a cualquier recadero, descansan en
las mesas de todos nuestros salones. Si él más ruin propietario del tenderete más sucio de
Whitechapel se atreviese a mostrar obras que realmente recomendasen la poligamia o el suicidio,
los ejemplares seria secuestrados inmediatamente por la policía. Esos son nuestros lujos. Y con una
hipocresía tan ridícula que no tiene paralelo en la historia, al mismo tiempo que despreciamos los
chicos barriobajeros por inmorales, discutimos junto a ambiguos profesores de universidad
alemanes, si la moral tiene algún valor real. En el mismo instante en que maldecimos las novelitas
por promover los robos, estudiamos la idea que la propiedad es un robo. En el mismo momento en
que las acusamos muy injustamente de lubricidad e indecencia, leemos alegremente a filósofos que
se enorgullecen de su lubricidad e indecencia. A la vez que las acusamos de incitar a los jóvenes a
destruir la vida, discutimos tranquilamente si la vida es digna de ser salvada.
Pero somos nosotros la excepción enfermiza, nosotros somos los criminales. Ese debe ser nuestro
gran consuelo. La mayoría de la humanidad, con su mayoría de libros vanos y palabras vanas, nunca
ha dudado ni dudara que el valor es algo espléndido, la fidelidad digna de alabanza, las damas en
peligro deben ser rescatadas y los enemigos vencidos perdonados.
Hay una gran cantidad de personas educadas que dudan de estas normas para la vida diaria,
también hay mucha gente que cree ser el Príncipe de Gales. Y tengo entendido que ambas categorías
de personas son capaces de mantener conversaciones muy interesantes. Pero el hombre o muchacho
corriente escribe cada día en ese diario de su alma que llamamos las novelitas de a penique, un
evangelio más claro y mejor que las iridiscentes paradojas éticas que las personas a la moda
cambian tan a menudo como de corbata. Puede que disparar a un traidor voluble y falso sea un
objetivo moral sumamente limitado. Pero es mejor que ser un traidor voluble y falso, lo que me
parece un buen resumen de muchos modelos modernos de conducta, del Sr.D´Annunzio en
adelante.
Mientras la sustancia, vulgar y débil, de la simple literatura popular permanezca ajena a una cultura
mezquina nunca será sustancialmente inmoral. Siempre está de lado de la vida. Los pobres, los
esclavos que realmente han gemido bajo el yugo de la vida, a menudo han estado locos, han sido
estúpidos y crueles. Pero nunca les ha faltado la esperanza. Eso es un privilegio de clase social, como
los cigarros puros. Su pésima literatura será siempre una literatura “ a sangre y fuego”, como en el
fuego del cielo y la sangre de los hombres.

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ETIQUETAS: ENSAYOS, LITERATURA, PUEBLO

LUNES 31 DE AGOSTO DE 2009

Un trozo de tiza- G.K.Chesterton


Un trozo de tiza- G.K.Chesterton

Publicado en Enormes Minucias

Recuerdo una espléndida mañana durante las vacaciones de verano, toda azul y plata, en la que, con
muy pocas ganas, conseguí apartarme de la tarea de no hacer nada en concreto. Me puse algún tipo
de sombrero, recogí mi bastón y me guarde en el bolsillo seis trozos de tiza de brillantes colores.
Después entré en la cocina, (que junto al resto de la casa era propiedad de una señora muy honrada
y razonable, vecina de una aldea de Sussex) para pedirle a la dueña y ocupante de la cocina, un poco
de papel marrón (papel de cartón). Tenía mucho, de hecho, incluso demasiado. Pero estaba
equivocada respecto a para que sirve el papel marrón. Ella creía que, si uno quiere papel marrón, es
para hacer paquetes, algo que yo no planeaba. A decir verdad es algo que supera mi capacidad
mental. Pero la señora le daba muchas vueltas a como algunos papeles eran más resistentes que
otros. Aclaré que lo único que pretendía era dibujar, así que no me preocupaba lo que pudiese durar
el papel. Lo que me interesaba no era que el papel fuese duro sino absorbente, algo que es
indiferente en un paquete. Cuando comprendió que yo quería dibujar, me abrumó con ofertas de
papel de cartas. Aparentemente, dio por sentado que si escribo mis notas y cartas en papel marrón
viejo es para ahorrar.

Entonces, intenté explicar este delicado matiz lógico: no solo me gusta el papel marrón me gusta el
colorido marrón en el papel, como me gusta en los bosques en octubre. O en la cerveza, o en los
arroyos que corren entre las turberas en el norte. El papel marrón encarna los primeros trabajos en
el primer amanecer de la creación. Con un par de tiza de colores, encuentras en él puntos de fuego,
llamaradas de oro, vetas rojas como la sangre y verdes como el mar, como las primeras estrellas que
brillaron en la oscuridad. Todo esto se lo dije de pasada a mi casera, mientras me guardaba el papel
marrón en el bolsillo junto a las tizas y, posiblemente, otras cosas. Se me ocurre que todos hemos
meditado en alguna ocasión sobre lo poéticas y fundamentales que son las cosas que llevamos en los
bolsillos. La navaja, por ejemplo, prototipo de toda herramienta humana cuya hija es la espada. Una
vez, empecé a escribir un libro de poemas que trataba solamente de las cosas que encontré en mi
bolsillo. Pero iba a ser demasiado largo y los poemas épicos están pasados de moda.

****
Con mi bastón, mi navaja, mis tizas y mi papel marrón, eché a andar por los blancos acantilados.
Trepé por esos contornos colosales que representan lo mejor de Inglaterra al ser a la vez grandes y
suaves. Su suavidad es similar a la de los grandes percherones o los abedules. Proclaman a los
cuatro vientos, contradiciendo nuestras teorías cobardes y crueles, que los fuertes son
misericordiosos. El valle que abarcaba mi vista era tan amable como cualquiera de sus casas pero
,en cuestión de fuerza, era como un terremoto. Saltaba a la visa que las aldeas en aquel inmenso
valle habían disfrutado de seguridad durante siglos, pero toda la tierra era como una ola inmensa
alzándose para arrastrarlas.
Anduve de un prado a otro, buscando un lugar para sentarme a dibujar. Por lo que más quieran, no
supongan que iba a hacer un boceto del natural. Iba a dibujar diablos y arcángeles, ciegos dioses que
la humanidad adoraba antes del amanecer de la razón, santos vestidos con brillantes túnicas
carmesíes, extraños mares verdes y todos esos símbolos, sagrados o monstruosos, que quedan tan
bien dibujados con tizas brillantes sobre papel marrón de dibujo. Son más dignos de ser dibujados
que la naturaleza. Y además son mucho más fáciles de dibujar.

Un vulgar artista hubiera dibujado la vaca que estaba pastando en el prado frente a mí, pero, como
siempre me equivoco con las patas traseras de los cuadrúpedos, plasmé el alma de la vaca. Podía
verla paseando frente a mí a plena luz del día. El alma tenía siete cuernos, era plateada y carmesí,
con el misterio de todos lo animales. Así que por más que no pudiese sacar lo mejor del paisaje con
un lápiz, no crean que el paisaje no sacaba lo mejor de mí. Creo que este es el error que se comete al
estudiar los antiguos poetas anteriores a Woodsworth. La idea general es que no les interesaba la
naturaleza ya que no la describieron mucho.
Puede que prefiriesen escribir sobre los grandes hombres a escribir sobre las grandes colinas. Pero
estaban sentados sobre las colinas al escribir. Nos dieron menos sobre la naturaleza pero estaban
empapados en ella. Pintaron de blanco la túnica de la sagrada virgen con nieve deslumbrante como
la que miraban todo el día. Decoraron los escudos de sus paladines con la púrpura y el dorado de
sus heráldicas puestas de sol. El verdor de mil hojas se agrupó en la figura verde de Robín Hood. El
azul de cientos de olvidados cielos se cambió en el azul de los mantos de la Virgen. Recibían la
inspiración en los rayos del sol , como enviada por Apolo.
***

Pero mientras garabateaba en el papel marrón, noté, muy irritado, que había dejado en casa la tiza
más exquisita e importante. Revolví todos mis bolsillos pero no encontré nada de tiza blanca.
Aunque los conocedores de la filosofía, mejor dicho religión, de dibujar sobre papel marrón conocen
la importancia del blanco, tan positivo como esencial, no puedo evitar explicar ahora su significado
moral. Una de las grandes verdades que nos revela el arte de dibujar sobre el papel marrón en que el
blanco es un color, no su simple ausencia. Es algo brillante y agresivo, tan fiero como el rojo, tan
concreto como el negro. Cuando, por así decirlo, tu lápiz esta al rojo vivo, dibuja rosas. Si esta
candente, estrellas. Y una de las dos o tres verdades más importantes de la mejor filosofía religiosa,
del verdadero cristianismo por ejemplo, es exactamente esa. La principal afirmación de la moral
religiosa es que el blanco es un color. La virtud no es la ausencia de vicios o huir de los peligros
morales. La virtud es algo concreto e independiente. La misericordia no es abstenerse de crueldad o
perdonar el castigo o la venganza. Es algo real y concreto como el sol que uno ha visto o no. La
castidad no es abstenerse de una sexualidad malsana, es algo ardiente como Juana de Arco. En
pocas palabras, Dios pinta con una amplia paleta pero nunca con tanta hermosura, y casi diría que
tan llamativamente, como cuando pinta con el blanco. En nuestra época acepta este hecho y lo
expresa en la ropa triste. Porque si fuese cierto que el blanco es algo negativo y discreto, se usaría en
los funerales de esta época tan pesimista, en vez del negro o el gris. Veríamos a los señores en las
oficinas con abrigos de impecable lino plateado y chistera maravillosamente blancas como lirios del
valle. Lo que no sucede.

Pero yo seguía sin encontrar mi tiza.

***
Estaba sentado en la colina a punto de desesperarme. La ciudad más cercana era Chichester y no era
ni remotamente probable que allí hubiese una tienda de material de dibujo. Pero sin el blanco, mis
dibujitos eran tan absurdos como lo sería el mundo sin gente buena. Me quede mirándolos
devanándome los sesos. De repente, me levante soltando carcajadas ,hasta tal punto que las vacas se
pusieron a observarme reunidas en comité. Imaginaos alguien que en el Sahara lamentase no tener
arena para un reloj de arena, alguien que en medio del océano lamentase no haber traído agua
salada para un experimento de química. Estaba sentado sobre un inmenso almacén de tiza blanca.
Todo el paisaje estaba compuesto de tiza blanca. La tiza blanca estaba amontonada hasta tocar el
cielo. Me incliné y arranque un trozo de la roca sobre la que estaba sentado. No pintaba tan bien
como la de las tiendas pero sirvió. Y me quede allí, encantado al darme cuenta que el sur de
Inglaterra es algo más que una gran península, una tradición o una civilización. Es algo incluso más
admirable: un trozo de tiza.*

*…a piece of chalk. Piece es pedazo y también pintura, obra o pieza.

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ETIQUETAS: ARTE, ENORMES MINUCIAS, ENSAYOS, PATRIOTISMO

DOMINGO 30 DE AGOSTO DE 2009

En defensa del desatino- G.K.CHESTERTON


En defensa del desatino- G.K.CHESTERTON

Hay dos iguales y eternas maneras de mirar este crepuscular mundo nuestro: podemos verlo como
el crepúsculo de la tarde o como el crepúsculo de la mañana; podemos pensar en cualquier cosa,
hasta en una bellota caída, como descendiente o como antecesor. Hay veces en que estamos casi
abrumados, no tanto con la carga de la maldad como con la de la bondad de la humanidad, cuando
sentimos que no somos más que los herederos de un esplendor humillante. Pero hay otras ocasiones
en que todo parece primitivo, cuando las antiguas estrellas no son más que chispas salidas de una
fogata de muchacho, cuando toda la tierra parece tan joven y experimental que hasta el pelo blanco
del anciano, en la exquisita frase bíblica, es como almendros en flor, como el albo espino dado en
mayo. Que es bueno para un hombre comprender que él es "el heredero de todo el pasado", suele
decirse; punto menos popular, pero de pareja importancia, es que a veces le resulta bueno
comprender que no es solamente antecesor, sino también antecesor de prístina antigüedad;
resultaba bueno para él preguntarse si no es acaso héroe, y experimentar ennoblecedoras dudas
sobre si no es acaso mito solar.
Los asuntos que más cabalmente evocan este sentido de la perdurable infancia del mundo son los
realmente nuevos, bruscos y originales de cada edad; y si nos preguntasen cuál fue la mejor prueba
de esta intrépida juventud en el siglo XIX, diríamos, con el mayor respeto por sus portentosas
ciencia y filosofía, que ella habría de encontrarse en los versos de Mr. Edward Lear en la literatura
del desatino. El dong de nariz luminosa, por menos, es original, como fueron originales el primer
buque y el primer arado.
Es verdad en cierto sentido que algunos de los más grandes escritores que el mundo ha visto
-Aristófanes, Rabelais y Sterne- han escrito desatinos; pero, a menos que nos equivoquemos, es en
sentido muy diferente.
El desatino de esos hombres era satírico, es decir, simbólico; una especie de exuberante cabrioleo
alrededor de una verdad descubierta. Existe la mayor diferencia del mundo entre el instinto de la
sátira, que, viendo en los mostachos del káiser algo típico de él, se los dibuja cada vez más grandes, y
el instinto del desatino, el cual, por ninguna razón absolutamente, imagina cómo le quedarían esos
mostachos al actual arzobispo de Canterbury si se los dejara en un acceso de abstracción. Nos
inclinamos a pensar que ninguna edad que no fuera la nuestra podría haber comprendido que el
Quangle-Wangle no significaba absolutamente nada, y que las Tierras de los Bollitos no estaban en
ninguna parte. Nos imaginamos que si la narración del juicio de la Sota en Alicia en el país de las
maravillas se hubiera publicado en el siglo XVII, habríase igualado al Juicio del fiel de Bunyan,
como parodia de las persecuciones del Estado en esa época. Nos imaginamos que si El dong de la
nariz luminosa hubiera aparecido en el mismo periodo, todos la habrían supuesto una insípida
sátira sobre Oliverio Cromwell.
Es del todo deliberado que citemos principalmente los Versos desatinados de Mr. Lear. A nuestro
parecer Mr Lear es cronológica y esencialmente el padre del desatino; lo consideramos superior a
Lewis Carroll. En un sentido, por cierto, Lewis Carroll lleva gran ventaja. Nosotros sabemos qué era
Lewis Carroll en la vida cotidiana: un caballero singularmente serio y convencional, universalmente
respetado, pero con mucho de pedante y algo de filisteo. Así, su extraña doble vida en la tierra y en
la región de los sueños acentúa la idea que está en el fondo del desatino: la idea de evasión, de
evasión hacia un mundo donde las cosas no se hallan horriblemente fijadas en una eterna justeza,
donde los perales dan manzanas y cualquier hombre raro con que uno se cruce puede tener tres
piernas. Lewis Carroll, viviendo una vida en la cual habría tronado moralmente contra cualquiera
que caminara sobre la parcela de hierba que no le correspondía, y otra vida en la cual habría
llamado con alegría verde al sol y azul a la luna, era, por su misma índole dividida, con un pie en
cada uno de los dos mundos, un tipo perfecto de la posición del desatino moderno. Su país de las
maravillas es una región poblada por matemáticos locos. Sentimos que todo es evasión hacia un
mundo de mascarada; sentimos que si pudiéramos penetrar sus disfraces, habríamos de descubrir
que Humpty Dumpty y la Liebre de Marzo eran profesores y doctores en teología disfrutando de un
feriado mental. Este sentido de la evasión resulta sin duda menos enfático en Edward Lear, a causa
de lo completo de su ciudadanía en el mundo de la sinrazón. No conocemos su prosaica biografía
como conocemos la de Lewis Carroll. Lo aceptamos como figura puramente fabulosa, según la
descripción que hace de sí:
Su cuerpo es perfectamente esférico
y lleva un sombrero de tres cuernos.
Mientras que el país de las maravillas de Lewis Carroll es puramente intelectual, Lear introduce otro
elemento del todo diferente: el elemento de lo poético y hasta emocional. Carroll trabaja con la
razón pura, pero éste no es contraste tan fuerte; porque después de todo la humanidad, en general,
siempre ha considerado la razón como un poco de chanza. Lear introduce sus palabras faltas de
sentido y sus criaturas amorfas no con la pompa de la razón, sino con el romántico preludio de ricos
matices y obsesionantes ritmos.
Lejanas y escasas, lejanas y escasas,
son las tierras donde moran los jumblies,
es un tipo de poesía por entero diferente al exhibido en Jabberwocky. Carroll, con sentido de
pulcritud matemática, hace de todo su poema un mosaico de palabras nuevas y misteriosas. Pero
Edward Lear, con sutil y plácida desfachatez, está siempre introduciendo migajas de su dialecto de
duendes en medio de relatos simples y racionales, hasta que quedamos poco menos que pasmados
al comprobar que sabemos su significado. Hay un genial campanilleo de sentido común en versos
como éstos:
Porque su tía Johiska decía:
"Todos saben que es mejor un Pobble cuando le faltan
los dedos de los pies..
lo cual está más allá del alcance de Carroll. El poeta parece tan natural en el asunto, que casi nos
mueve a pretender que comprendemos lo que quiere decir, que conocemos las peculiares
dificultades de un Pobble, que viajamos hace tanto tiempo como él por la "llanura grombooliana".
Nuestra pretensión de que el desatino es una nueva literatura (casi podríamos decir un nuevo
sentido) sería por completo-indefendible si el desatino no fuese nada más que simple capricho
estético. Nada sublimemente artístico ha surgido nunca del mero arte, nada más que algo en esencia
racional ha surgido nunca de la pura razón. Siempre debe haber un rico terreno moral para
cualquier gran producción estética. El principio del arte por el arte es muy buen principio si
significa que existe una vital diferencia entre la tierra y el árbol que tiene sus raíces en la tierra; pero
es muy mal principio si significa que el árbol puede crecer también con las raíces en el aire. Toda
gran literatura ha sido siempre alegórica de una visión del universo entero. La Iliada es grande sólo
porque toda la vida es un combate, la Odisea porque la vida es un viaje, el Libro de Job porque toda
la vida es un enigma. Existe una actitud en la cual pensamos que toda la existencia podría resumirse
en la palabra espectros; otra, algo mejor, en la cual pensamos que se resume en las palabras sueño
de una noche de verano. Hasta el melodrama o novela policial más vulgares pueden ser buenos si
expresan algo del goce que se siente al pensar en posibilidades siniestras: el saludable anhelo de
oscuridad y terror que puede invadirnos cualquier noche al caminar por una calle oscura. Por ello, si
el desatino va a ser realmente la literatura del futuro, tiene que ofrecer su versión propia del
cosmos; el mundo no debe ser sólo lo trágico, lo romántico, lo religioso, debe ser también lo
desatinado. Y aquí nos imaginamos que el desatino, de modo sumamente inesperado, vendrá en
ayuda de la visión espiritual de las cosas. La religión ha estado tratando, por espacio de siglos, de
hacer que los hombres se regocijen en las maravillas de la creación; pero ha olvidado que una cosa
no puede ser por completo maravillosa en tanto que continúe siendo lógica. Mientras consideremos
un árbol como cosa obvia, natural y razonablemente creada para alimentar a una jirafa, no podemos
maravillarnos cabalmente de él. Cuando lo consideramos como prodigiosa ola de la tierra viviente,
que se alarga hacia los cielos sin ninguna razón particular, sólo entonces nos quitamos el sombrero,
para asombro del guardián del parque. Todo tiene en realidad otra cara para él, como la luna, hada
madrina del desatino. Visto desde otro lado, un pájaro es flor desprendida de la cadena de su tallo;
un hombre es cuadrúpedo mendigando sobre sus patas traseras; una casa es sombrero gigantesco
para proteger a un hombre del sol; una silla es aparato de cuatro piernas de madera para un tullido
que sólo cuenta con dos.
Esta es la faz de las cosas que tiende más realmente al asombro espiritual. Es significativo que en el
más grande poema religioso que se ha creado, el Libro de Job, él argumento que convence al infiel
no sea (como lo ha representado el fariseísmo meramente racional del siglo XVIII) un cuadro de la
ordenada caridad de la creación; sino, por el contrario, un cuadro de su enorme e indescifrable falta
de razón. "¿Tú has hecho llover sobre el desierto donde no hay hombres?" Esta simple sensación de
maravilla ante las formas de las cosas, y ante su exuberante independencia de nuestras normas
intelectuales y de nuestras triviales definiciones, es la base de la espiritualidad, y también del
desatino. Desatino y fe (por extraña que pueda parecer la conjunción) son las dos aseveraciones
simbólicas de la verdad de que sondear el alma de las cosas con un silogismo es tan imposible como
sondear a nuestro Leviatán con un anzuelo. La bien intencionada persona que, por el mero estudio
del lado lógico de las cosas, ha decidido que "la fe es desatino", no sabe con qué precisión habla; más
tarde puede volver a él bajo la forma de que el desatino es fe.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 02:42 2 COMENTARIOS

ETIQUETAS: ENSAYOS, ESCRITORES, LITERATURA

VIERNES 28 DE AGOSTO DE 2009

Lepanto-G.K.CHESTERTON
Lepanto-G.K. CHESTERTON

Versión de Jorge Luis Borges


(publicada originalmente en el primer número
-noviembre de 1938- de la revista argentina Sol y Luna)

Blancos los surtidores en los patios del sol;


El Sultán de Estambul se ríe mientras juegan.
Como las fuentes es la risa de esa cara que todos temen,
Y agita la boscosa oscuridad, la oscuridad de su barba,
Y enarca la media luna sangrienta, la media luna de sus labios,
Porque al más íntimo de los mares del mundo lo sacuden sus barcos.
Han desafiado las repúblicas blancas por los cabos de Italia,
Han arrojado sobre el León del Mar el Adriático,
Y la agonía y la perdición abrieron los brazos del Papa,
Que pide espadas a los reyes cristianos para rodear la Cruz.
La fría Reina de Inglaterra se mira en el espejo;
La sombra de los Valois bosteza en la Misa;
De las irreales islas del ocaso retumban los cañones de España,
Y el Señor del Cuerno de Oro se está riendo en pleno sol.
Laten vagos tambiores, amortiguados por las montañas,
Y sólo un príncipe sin corona, se ha movido en un trono sin nombre,
Y abandonando su dudoso trono e infamado sitial,
El último caballero de Europa toma las armas,
El último rezagado trovador que oyó el canto del pájaro,
Que otrora fue cantando hacia el sur, cuando el mundo entero era joven.
En ese vasto silencio, diminuto y sin miedo
Sube por la senda sinuosa el ruido de la Cruzada.
Mugen los fuertes gongs y los cañones retumban,
Don Juan de Austria se va a la guerra.
Forcejean tiesas banderas en las frías ráfagas de la noche,
Oscura púrpura en la sombra, oro viejo en la luz,
Carmesí de las antorchas en los atabales de cobre.
Las clarinadas, los clarines, los cañones y aquí está él.
Ríe Don Juan en la gallarda barba rizada.
Rechaza, estribando fuerte, todos los tronos del mundo,
Yergue la cabeza como bandera de los libres.
Luz de amor para España ¡hurrá!
Luz de muerte para África ¡hurrá!
Don Juan de Austria
Cabalga hacia el mar.

Mahoma está en su paraíso sobre la estrella de la tarde


(Don Juan de Austria va a la guerra.)
Mueve el enorme turbante en el regazo de la hurí inmortal,
Su turbante que tejieron los mares y los ponientes.
Sacude los jardines de pavos reales al despertar de la siesta,
Y camina entre los árboles y es más alto que los árboles,
Y a través de todo el jardín la voz es un trueno que llama
A Azrael el Negro y a Ariel y al vuelo de Ammon:
Genios y Gigantes,
Múltiples de alas y de ojos,
Cuya fuerte obediencia partió el cielo
Cuando Salomón era rey.
Desde las rojas nubes de la mañana, en rojo y en morado se precipitan,
Desde los templos donde cierran los ojos los desdeñosos dioses amarillos;
Ataviados de verde suben rugiendo de los infiernos verdes del mar
Donde hay cielos caídos, y colores malvados y seres sin ojos;
Sobre ellos se amontonan los moluscos y se encrespan los bosques grises del
mar,
Salpicados de una espléndida enfermedad, la enfermedad de la perla;
Surgen en humaredas de zafiro por las azules grietas del suelo,-
Se agolpan y se maravillan y rinden culto a Mahoma.
Y él dice: Haced pedazos los montes donde los ermitaños se ocultan,
Y cernid las arenas blancas y rojas para que no quede un hueso de santo
Y no déis tregua a los rumíes de día ni de noche,
Pues aquello que fue nuestra aflicción vuelve del Occidente.

Hemos puesto el sello de Salomón en todas las cosas bajo el sol


De sabiduría y de pena y de sufrimiento de lo consumado,
Pero hay un ruido en las montañas, en las montañas y reconozco
La voz que sacudió nuestros palacios -hace ya cuatro siglos:
¡Es el que no dice "Kismet"; es el que no conoce el Destino,
Es Ricardo, es Raimundo, es Godofredo que llama!
Es aquel que arriesga y que pierde y que se ríe cuando pierde;
Ponedlo bajo vuestros pies, para que sea nuestra paz en la tierra.
Porque oyó redoblar de tambores y trepidar de cañones.
(Don Juan de Austria va a la guerra)
Callado y brusco -¡hurrá!
Rayo de Iberia
Don Juan de Austria
Sale de Alcalá.

En los caminos marineros del norte, San Miguel está en su montaña.


(Don Juan de Austria, pertrechado, ya parte)
Donde los mares grises relumbran y las filosas marcas se cortan
Y los hombres del mar trabajan y las rojas velas se van.
Blande su lanza de hierro, bate sus alas de piedra;
El fragor atraviesa la Normandía; el fragor está solo;
Llenan el Norte cosas enredadas y textos y doloridos ojos
Y ha muerto la inocencia de la ira y de la sorpresa,
Y el cristiano mata al cristiano en un cuarto encerrado
Y el cristiano teme a Jesús que lo mira con otra cara fatal
Y el cristiano abomina de María que Dios besó en Galilea.
Pero Don Juan de Austria va cabalgando hacia el mar,
Don Juan que grita bajo la fulminación y el eclipse,
Que grita con la trompeta, con la trompeta de sus labios,
Trompeta que dice ¡ah!
¡Domino Gloria!
Don Juan de Austria
Les está gritando a las naves.

El rey Felipe está en su celda con el Toisón al cuello


(Don Juan de Austria está armado en la cubierta)
Terciopelo negro y blando como el pecado tapiza los muros
Y hay enanos que se asoman y hay enanos que se escurren.
Tiene en la mano un pomo de cristal con los colores de la luna,
Lo toca y vibra y se echa a temblar
Y su cara es como un hongo de un blanco leproso y gris
Como plantas de una casa donde no entra la luz del día,
Y en ese filtro está la muerte y el fin de todo noble esfuerzo,
Pero Don Juan de Austria ha disparado sobre el turco.
Don Juan está de caza y han ladrado sus lebreles-
El rumor de su asalto recorre la tierra de Italia.
Cañón sobre cañón, ¡ah, ah!
Cañón sobre cañón, ¡hurrá!
Don Juan de Austria
Ha desatado el cañoneo.

En su capilla estaba el Papa antes que el día o la batalla rompieran.


(Don Juan está invisible en el humo)
En aquel oculto aposento donde Dios mora todo el año,
Ante la ventana por donde el mundo parece pequeño y precioso.
Ve como en un espejo en el monstruoso mar del crepúsculo
La media luna de las crueles naves cuyo nombre es misterio.
Sus vastas sombras caen sobre el enemigo y oscurecen la Cruz y el Castillo
Y velan los altos leones alados en las galeras de San Marcos;
Y sobre los navíos hay palacios de morenos emires de barba negra;
Y bajo los navíos hay prisiones, donde con innumerables dolores,
Gimen enfermos y sin sol los cautivos cristianos
Como una raza de ciudades hundidas, como una nación en las ruinas,
Son como los esclavos rendidos que en el cielo de la mañana
Escalonaron pirámides para dioses cuando la opresión era joven;

Son incontables, mudos, desesperados como los que han caído o los que huyen
De los altos caballos de los Reyes en la piedra de Babilonia.
Y más de uno se ha enloquecido en su tranquila pieza del infierno
Donde por la ventana de su celda una amarilla cara lo espía,
Y no se acuerda de su Dios, y no espera un signo-
(¡Pero Don Juan de Austria ha roto la línea de batalla!)
Cañonea Don Juan desde el puente pintado de matanza.
Enrojece todo el océano como la ensangrentada chalupa de un pirata,
El rojo corre sobre la plata y el oro.
Rompen las escotillas y abren las bodegas,
Surgen los miles que bajo el mar se afanaban
Blancos de dicha y ciegos de sol y alelados de libertad.
¡Vivat Hispania!
¡Domino Gloria!
¡Don Juan de Austria
Ha dado libertad a su pueblo!

Cervantes en su galera envaina la espada


(Don Juan de Austria regresa con un lauro)
Y ve sobre una tierra fatigada un camino roto en España,
Por el que eternamente cabalga en vano un insensato caballero flaco,
Y sonríe (pero no como los Sultanes), y envaina el acero...
(Pero Don Juan de Austria vuelve de la Cruzada.)

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 00:14 1 COMENTARIOS

ETIQUETAS: CRISTIANDAD, HISTORIA, LEPANTO, POEMAS

JUEVES 27 DE AGOSTO DE 2009

La mentira del éxito- G.K.CHESTERTON


La mentira del éxito- G.K.CHESTERTON

Han surgido en nuestros días, un tipo en particular de libros y artículos que creo firmemente que
pueden considerarse los más idiotas que ha conocido la humanidad. Son más descabellados que la
novela de caballerías más absurda , más aburridos que el más soporífero panfleto religioso. Con la
agravante de que las novelas de caballerías trataban del ideal del caballero andante, los panfletos
religiosos de la religión, pero estos no tratan de nada. Tratan de lo que llaman triunfar. En cada
quiosco y en cada revista, encuentras obras que le explican a la gente como triunfar en lo qué sea.
Están escritos por gente que ni siguiera triunfa en escribir un libro. Para empezar, no existe, por
supuesto, el éxito. O, por así decirlo, no hay nada que no lo sea. Decir que algo es un éxito
sencillamente es decir que existe. El millonario es un éxito siendo un millonario y un asno siendo un
asno. Cualquier persona viva triunfa en la empresa de seguir viviendo, y cualquier muerto puede
decirse que ha tenido éxito suicidándose. Pero, al igual que hacen estos escritores, pasemos por alto
la mala filosofía y deficiente lógica de la frase, usaremos el sentido común de la expresión que dice
que el éxito es ganar mucho dinero o triunfar en sociedad. Estos escritores pretenden decirle a un
hombre corriente cómo puede triunfar en su trabajo o negocio. Si es un albañil, cómo triunfar
poniendo ladrillos. Si es un agente de bolsa, cómo triunfar negociando valores. Pretenden decirle
cómo, si es un tendero, se convertirá en el dueño de un yate, si es un periodista de tercera, en un par
del reino, si es un alemán, en un inglés. Es una clara proposición mercantil y creo que la gente que
compra estos libros, si es que alguien lo hace, tiene el derecho moral, si no legal, de exigir que les
devuelvan el dinero. Nadie se atrevería a publicar un manual sobre electricidad que literalmente no
dijese nada sobre la electricidad, o una articulo de botánica que dejase claro que el escritor no sabe
que extremo de la planta hecha raíces en el suelo. Sin embargo, el mundo actual esta repleto de libro
sobre el éxito y los triunfadores que, hablando estrictamente, no contienen idea alguna y apenas
están redactados coherentemente.
Está muy claro que en cualquier trabajo honrado, cómo poner ladrillos o escribir libros, solo hay dos
maneras de triunfar. Una es trabajando muy bien, otra engañando a la gente. Las dos son
demasiado sencillas cómo para requerir que las expliques en un libro. Si te dedicas al salto de altura,
o saltas más alto o de alguna forma aparentas que lo has hecho. Si quieres triunfar jugando al whist,
o juegas muy bien o llevas cartas marcadas. Puedes desear un libro sobre el salto de altura, puedes
desear un libro sobre la cómo jugar al whist, puedes desear un libro sobre la manera de hacer
trampas jugando al whist. Lo que no puedes desear es un libro sobre el éxito. Y menos como los que
encuentras por centenares esparcidos por el mercado editorial. Puede que desees saltar o jugar a las
cartas, pero lo que no puedes desear es leer frases inconexas que te dicen que saltar es saltar o que
los juegos los ganan los ganadores.
Si, por poner un ejemplo, esta gente escribiese algo sobre el éxito en el salto de altura, sería algo así:
El saltador debe tener un objetivo definido en frente de sí. Debe desear saltar más alto que los
demás competidores. No debe permitir que patéticos sentimientos de piedad, propios de pacifistas o
partidarios de los Boers, le frenen a la hora de dar lo mejor de sí mismo. Debe recordar que una
competición de salto es competitiva y como Darwin ha declarado para su gloria LOS DEBILES AL
PAREDÓN.
Esto es lo que pondría en un libro de estos. Podría resultar sin dudarlo, muy útil. Sobre todo si se
lee, en voz baja y tensa, a un hombre joven que estuviese a punto de participar en una competición
de salto.
O supongamos que estos filósofos del éxito, en uno de sus paseos, se encontrasen con nuestro
segundo ejemplo. Eso es lo que dirían: jugando a las cartas, es necesario evitar el error, en el que
incurren con frecuencia humanitarios sentimentales y partidarios del libre comercio, de permitir
ganar al contrario. Hacen falta agallas y entrar para ganar. Los tiempos del idealismo y la
superstición han pasado. Vivimos en una época de ciencia y sentido común, y se ha demostrado
científicamente que en un juego para dos personas, GANA UNO DE LOS DOS.
Por supuesto, todo esto es muy emocionante. Pero jugando a las cartas, preferiría tener un librito
que explicase las reglas del juego. Más allá de las reglas del juego, es cuestión de talento o de falta de
escrúpulos. Ya me ocuparé yo de proporcionar uno u otra. Aunque no diré cual.
Cogiendo un ejemplar de una revista de amplia circulación, me encuentro con un ejemplo raro y
divertido. Es un artículo titulado “El instinto que enriquece a la gente”, en su primera pagina hay un
retrato enorme de Lord Rothschild. Hay mucho métodos concretos, honrados y fraudulentos, de
amasar una fortuna. El único instinto que conozco que haga esto, es el instinto que la teología
cristiana llama, con tanta ordinariez, “ el pecado de avaricia” Lo que, por supuesto, queda al margen
de la cuestión que nos ocupa. Citaré un párrafo, una muestra exquisita del típico consejo sobre la
manera de triunfar. Es tan práctico que apenas deja lugar a la duda sobre cual debe ser el siguiente
paso.
"El apellido Vanderbilt es sinónimo de riqueza amasada por empresas modernas. Cornelio, el
fundador del clan, fue el primer gran magnate americano del comercio. Empezó en la vida como el
hijo de un granjero pobre, terminó siendo veinte veces millonario.
Suyo era el instinto de ganar dinero. Atrapó al vuelo las oportunidades que le proporcionaron las
maquinas de vapor, el comercio trasatlántico y el nacimiento del sistema de ferrocarriles en Estados
Unidos, dotados de recursos materiales que estaban por explotar. Por todo ello, amasó una fortuna
inmensa.
Por supuesto, esta claro que no se pueden seguir exactamente los pasos de este monarca de los
ferrocarriles. Las oportunidades concretas que se le aparecieron no surgen ante nosotros. Las
circunstancias han cambiado. Pero aunque esto sea así, en nuestro entorno podemos aplicar sus
métodos generales. Podemos atrapar las oportunidades que se nos ofrecen y así darnos a nosotros
mismos una buena posibilidad de alcanzar la riqueza."
En estos comentarios tan raros, vemos claramente lo que subyace en estos artículos y libros. No es
simplemente el mundo de los negocios, ni siquiera el puro cinismo. Es misticismo, el horrible
misticismo del dinero. El autor de ese párrafo, esta resulta evidente que no tenia la más remota idea
de cual fue la manera en que Vanderbilt amasó su fortuna ni de la manera en que nadie lo hace.
Termina su argumentación defendiendo una especie de plan que no tiene nada que ver con
Vanderbilt. Simplemente, ansiaba postrarse a los pies del misterio de un millonario. Porque cuando
de verdad se adora algo, amamos tanto su claridad como su oscuridad. Nos sentimos exultantes
ante su invisibilidad. Por ejemplo, un hombre que ama a una mujer encuentra un placer especial
incluso en los momentos en que ella se muestra poco razonable. O, por poner otro ejemplo, un poeta
místico muy piadoso, alabando a su creador, se enorgullece al decir que misteriosos son sus
caminos.
Ahora bien, el autor de este párrafo, es evidente que no quiere saber nada de Dios y a juzgar por lo
poco practico de su carácter, es dudoso que alguna vez conociese, de verdad, el amor de una mujer.
Pero trata al objeto de su adoración, Vanderbilt, con idéntico misticismo. Se regodea en que su dios,
Vanderbilt, le oculta algo. Tiene el alma embelesada de astucia, un éxtasis propio de un sacerdote,
con la pretensión de que va a revelar a las multitudes el terrible secreto que él mismo ignora.
Hablando del sentido que enriquece, el mismo autor escribe:
"En la antigüedad, su existencia era claramente reconocida. Los griegos la sacralizaron en la historia
de Midas, que convertía en oro cuanto tocaba. Su vida era un paseo por entre la riqueza. Convertía
en metal precioso todo lo que se le ponía por delante. Una leyenda estúpida, dijeron los sabios
victorianos. Una verdad, decimos hoy en día. Todos conocemos hombres semejantes. Siempre
estamos leyendo sobre hombres capaces de convertir todo en oro, incluso les vemos en persona. El
éxito les sigue como un perro faldero. El sendero de su vida siempre les conduce a las alturas. Son
incapaces de fracasar.."
Pero, desgraciadamente, Midas podía fracasar. Fracasó. El sendero de su vida no le condujo siempre
hacia las alturas. Se murió de hambre por que cada vez que tocaba una galleta o un bocadillo de
jamón se convertían en oro. Eso era lo fundamental de la historia por más que el autor lo censure.
Lo que me parece de muy buena educación al escribir al pie de un retrato de Lord Rothschild. Las
viejas fábulas de la humanidad son, en verdad, insondablemente sabias, no debemos permitir que
las censuren para favorecer a Lord Rothschild. No debemos tolerar que nos pongan a Midas como
modelo de éxito. Fue un fracaso de un tipo raro por lo doloroso. Además tenia orejas de burro.
Como otras personas prominentes y ricas, intentó ocultarlo. Si no recuerdo mal, busco a este
respecto la confianza de su barbero. Y fue su barbero, quien en lugar de comportarse como un
triunfador de la escuela del éxito a toda costa y chantajear a Midas, fue y susurró este magnifico
cotilleo a los juntos, que disfrutaron del mismo enormemente. También se dice que los juncos se lo
susurraron a los cuatro vientos mientras estos les mecían. Contemplo admirado el retrato de Lord
Rothschild, leo admirado sobre las andanzas del Sr.Vanderbilt. Sé que no puedo convertir en oro
cuanto toco. Pero es que nunca lo he intentado porque prefiero otras cosas, como la hierba o el buen
vino. Sé que estas personas ciertamente han triunfado en algo, es seguro que han derrotado a
alguien, sé que son monarcas de una manera en que ningún hombre lo fue previamente, que crean
mercados y dominan los continentes. Sin embargo, me parece a mí que nos están ocultando alguna
pequeña anécdota de su intimidad domestica, y, a veces, he creído escuchar en el viento las
carcajadas de los juncos.
Esperemos al menos que viviremos para ver estos absurdos libros cubiertos del escarnio que
merecen y siendo olvidados. No enseñan a la gente a triunfar pero sí a ser arrogantes sin razón.
Enseñan una poesía maligna de lo mundano. Los puritanos siempre están atacando los libros que
excitan la sexualidad. ¿Qué haremos con libros que excitan las pasiones más mezquinas del orgullo
y la codicia?
Hace cien años, contábamos con el ideal del aprendiz trabajador. Se decía a los muchachos que si
trabajaban mucho y ahorraban llegarían a ser senadores. Era mentira pero era viril. Contenía al
menos algo de verdad moral. En nuestra sociedad, la templaza no ayuda a un hombre pobre a
enriquecerse pero eleva su autoestima. Un trabajo bien hecho no le hará rico, pero le convertirá en
un buen trabajador. El aprendiz trabajador ascendía por medio de virtudes que eran estrechas y
angostas. Pero eran virtudes. ¿Pero qué se puede hacer con este nuevo evangelio del aprendiz
trabajador que asciende, no por medio de sus virtudes, si no dejándose llevar descaradamente por
sus vicios?

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 04:50 10 COMENTARIOS

ETIQUETAS: AVARICIA, ENSAYOS, EXITO, MODERNIDAD

MIÉRCOLES 26 DE AGOSTO DE 2009

Carta a una niña-G.K.CHESTERTON


Carta a una niña-G.K.CHESTERTON

Prologo de Meadows of play de Margaret Arndt (1909), publicado también en Maestro de


Ceremonias de G.K.Chesterton

Mí querida ahijada:
Tu madre escribió estos pequeños poemas infantiles para sus dos pequeñas hijas, y es por eso que
merecen ser difundidos entre todos los niños y niñas del mundo.
Es cosa sabida que nunca se comprende bien lo que es esta tierra grande, mientras no se posee
algún pedacito de ella, tampoco se sabe bien nada referente a las demás cosas del mundo, ya se trate
de gatos y hasta de ángeles sin haber tenido una de ellas. Pero tú, como eres una niña buena,
probablemente tengas un gato y, con toda seguridad, tienes un ángel. Hace poco tiempo que yo
compre un perro, y desde entonces miro a todos los perros que veo en las calles o en las salas, a los
que nunca hubiera pensado en mirar en otros tiempos, y los miro ahora porque son perros
simpáticos, y además, porque no son tan lindos como el mío, naturalmente. También fue por eso, en
parte, que tu madre escribió esas canciones; porque ama a todos los niños del mundo, y también
porque os ama a vosotras más que a todos ellos.
Estoy seguro de que sabes que tu madre se fue de mi país al tuyo antes que tú nacieras. Partió de
Inglaterra, donde las ropas de los soldados y los buzones son rojos, y se fue a Alemania, donde los
soldados y los buzones son azules. Habrá tal vez otras diferencias, pero esas del color son las
primeras que se ofrecen a la vista. Hay en el mundo mucha gente, mi querida ahijada, que tratara de
enseñarte que esas diferencias son lo que hay de mas importante, y que hay grandes naciones
conocidas principalmente por el color de sus buzones o por la manera con que sus soldados se
abotonan las chaquetas. Hay gente que tratan de hacer que esas naciones peleen por causas todavía
más insignificantes que ésas.
Algunos ingleses te dirán que los alemanes van a hacer volar con pólvora a Inglaterra, y habrá
alemanes que te dirán que los ingleses harán otro tanto con Alemania, empleando gases, dinamita o
alguna otra cosa desagradable. No les creas; son personas que quieren hacer daño valiéndose de
cosas tan insignificantes como son los colores azules o rojos de los buzones. Yo deseo que siempre
recuerdes lo que es verdaderamente importante en tu gran país, y también que pienses un poco en
lo que es grande en el mundo. En cuanto a Inglaterra, júzgala siempre pensando en tu madre; de ese
modo nunca nos juzgaras mal. Pero en cuanto a Alemania, me gustaría saber que durante toda tu
vida te acordaras de tu niñez, suceda lo que suceda en Alemania, en Inglaterra, en todos los países
cristianos.
Alemania es un buen país para los niños, Barbará. Ningún país ha comprendido tan bien como
Alemania que todos los niños viven en la tierra de los elfos, y también que todos, hombres y
mujeres, cuando éramos pequeños, hemos vivido allí durante un poco del tiempo. ¿Te acuerdas de
aquellos hombrecitos con bonetes rojos que tú y yo dibujábamos para hacer con ellos mutuos
regalos? Tu madre los ha encontrado, sin duda, en los bosques de Alemania; además, ella sabe
muchas cosas respecto de las hadas que hay en Inglaterra. También aquí, en mi país, sabemos que
todo lo que es muy bueno para los niños viene de Alemania. Por ejemplo, casi todos nuestros
juguetes vienen de allá. Y cuando queremos nombrar al alegre anciano que, sin duda alguna, baja
por la chimenea la víspera de Navidad (sea su nombre cual fuere, bien sabemos que viene), lo
llamamos Santa Claus, como hacéis vosotros. El nuestro se llama Padre christmas; yo lo represente
una vez en una fiesta infantil. Pero es demasiado grueso, para bajar por la chimenea.
Y ahora, Barbará, no teniendo nada más que decir, hablemos de las canciones, aunque es mucho
mejor cantarlas que hablar de ellas. Muchos de esos pequeños poemas deben ser puestos en música.
Como tú has nacido en Alemania, es posible que llegues a ser una música notable y les adaptes algún
acompañamiento muy sutil. Pero si no ocurriera eso, no importa. Hay una que me gusta mucho y
que comienza así:
Niñito del cumpleaños, tienes un año
¿Querías tener un trono de oro?
Esta canción me parece muy inesperada y muy linda. Pero no vayas a creer que tu madre tiene un
trono dentro de la casa; ella es poetisa y los poetas muy raras veces tienen cosas semejantes. Pero es
muy cierto que cuando los niños tienen un año de edad, como hemos tenido tú y yo, son tan
simpáticos que se les daría todo lo mejor. La gran cuestión, Barbará, es esa: ¿Podremos seguir
siendo tan simpáticos como éramos en esa época? Yo lo dudo, pero al menos podemos intentarlo.
Sería muy divertido que lo consiguiéramos, y así, cuando tú te murieras, a los 97 años de edad, y yo
a los 127, encontraríamos todavía en alguna parte un trono de oro. Yo no lo sé, Barbará, pero estoy
seguro de que tu madre bien los sabe.
Tu desvalido padrino, Gilbert Chesterton.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 02:29 0 COMENTARIOS

ETIQUETAS: EPISTOLAR, IMPERIALISMO, MAESTRO DE CEREMONIAS, POETAS

Como escribir un cuento policíaco- G.K.CHESTERTON


Como escribir un cuento policíaco- G.K.CHESTERTON

Que quede claro que escribo este articulo siendo totalmente consciente de que he fracasado en
escribir un cuento policíaco. Pero he fracasado muchas veces. Mi autoridad es por lo tanto de
naturaleza practica y científica, como la de un gran hombre de estado o estudioso de lo social que se
ocupe del paro o el problema de la vivienda. No tengo la pretensión de haber cumplido el ideal que
aquí propongo al joven estudiante; soy, si os place, ante todo el terrible ejemplo que debe evitar. Sin
embargo creo que existen ideales para la narrativa policíaca, como existen para cualquier actividad
digna de ser llevada a cabo; Y me pregunto porque no se exponen con más frecuencia en la literatura
didáctica popular que nos enseña a hacer tantas otras cosas menos dignas de efectuarse. Como por
ejemplo, la manera de triunfar en la vida. La verdad es que me asombra que el titulo de este articulo
nos vigile ya desde lo alto de cada quiosco. Se publican panfletos de todo tipo para enseñar a la
gente las cosas que no pueden ser aprendidas como tener personalidad, tener muchos amigos,
poesia y encanto personal. Incluso aquellas facetas del periodismo y la literatura de las que resulta
más evidente que no pueden ser aprendidas, son enseñadas con asiduidad. Pero he aquí una
muestra clara de sencilla artesanía literaria, más constructiva que creativa, que podría ser enseñada
hasta cierto punto e incluso aprendida en algunos casos muy afortunados. Más pronto o más tarde,
creo que esta demanda será satisfecha, en este sistema comercial en que la oferta responde
inmediatamente a la demanda y en el que todo el mundo esta frustrado al no poder conseguir nada
de lo que desea. Más pronto o más tarde, creo que habrá no solo libros de texto explicando los
métodos de la investigación criminal sino también libros de texto para formar criminales. Apenas
será un pequeño cambio de la ética financiera vigente y, cuando la vigorosa y astuta mentalidad
comercial se deshaga de los últimos vestigios de los dogmas inventados por los sacerdotes, el
periodismo y la publicidad demostraran la misma indiferencia hacia los tabúes actuales que hoy en
día demostramos hacia los tabúes de la edad media. El robo se justificará al igual que la usura y nos
andaremos con los mismos tapujos al hablar de cortar cuellos que hoy tenemos para monopolizar
mercados. Los quioscos se adornaran con títulos como “La falsificación en quince lecciones” o “¿Por
qué aguantar las miserias del matrimonio?” ,con una divulgación del envenenamiento que será tan
científica como la divulgación del divorcio o los anticonceptivos.
Pero, como a menudo se nos recuerda, no debemos impacientarnos por la llegada de una
humanidad feliz y, mientras tanto, parece que es tan fácil conseguir buenos consejos sobre la
manera de cometer un crimen como sobre la manera de investigarlos o sobre la manera de describir
la manera en que podrían investigarse. Me imagino que la razón es que el crimen, su investigación,
su descripción y la descripción de la descripción requieren, todas ellas, algo de inteligencia.
Mientras que triunfar en la vida y escribir un libro sobre ello no requieren de tan agotadora
experiencia.
En cualquier caso, he notado que al pensar en la teoría de los cuentos de misterio me pongo lo que
algunos llamarían teórico. Es decir que empiezo por el principio, sin ninguna chispa, gracia, salsa ni
ninguna de las cosas necesarias del arte de captar la atención, incapaz de despertar o inquietar de
ninguna manera la mente del lector.
Lo primero y principal es que el objetivo del cuento de misterio, como el de cualquier otro cuento o
cualquier otro misterio, no es la oscuridad sino la luz. El cuento se escribe para el momento en el
que el lector comprende por fin el acontecimiento misterioso, no simplemente por los múltiples
preliminares en que no. El error solo es la oscura silueta de una nube que descubre el brillo de ese
instante en que se entiende la trama. Y la mayoría de los malos cuentos policíacos son malos porque
fracasan en esto. Los escritores tienen la extraña idea de que su trabajo consiste en confundir a sus
lectores y que, mientras los mantengan confusos, no importa si les decepcionan. Pero no hace falta
solo esconder un secreto, también hace falta un secreto digno de ocultar. El clímax no debe ser
anticlimatico. No puede consistir en invitar al lector a un baile para abandonarle en una zanja. Más
que reventar una burbuja debe ser el primer albor de un amanecer en el que el alba se ve acentuada
por las tinieblas. Cualquier forma artística, por trivial que sea, se apoya en algunas verdades
valiosas. Y por más que nos ocupemos de nada más importante que una multitud de Watsons dando
vueltas con desorbitados ojos de búho, considero aceptable insistir en que es la gente que ha estado
sentada en la oscuridad la que llega a ver una gran luz; y que la oscuridad solo es valiosa en tanto
acentúa dicha gran luz en la mente.
Siempre he considerado una coincidencia simpática que el mejor cuento de Sherlock Holmes tiene
un titulo que, a pesar de haber sido concebido y empleado en un sentido completamente diferente,
podría haber sido compuesto para expresar este esencial clarear: el título es Silver Blaze, resplandor
plateado.
El segundo gran principio es que el alma de los cuentos de detectives no es la complejidad sino la
sencillez. El secreto puede ser complicado pero debe ser simple. Esto también señala las historias de
más calidad. El escritor esta ahí para explicar el misterio pero no debería tener que explicar la
propia explicación. Ésta debe hablar por sí misma. Debería ser algo que pueda decirse con voz
silbante (por el malo, por supuesto) en unas pocas palabras susurradas o gritado por la heroína
antes de desmayarse por la impresión de descubrir que dos y dos son cuatro. Ahora bien, algunos
detectives literarios complican más la solución que el misterio y hacen el crimen más complejo aun
que su solución.
En tercer lugar, de lo anterior deducimos que el hecho o el personaje que lo explican todo, deben
resultar familiares al lector. El criminal debe estar en primer plano pero no como criminal tiene que
tener alguna otra cosa que hacer que, sin embargo, le otorgue el derecho de permanecer en el
proscenio. Tomaré como ejemplo el que ya he mencionado, Silver Blaze. Sherlock Holmes es tan
conocido como Shakespeare. Por lo tanto, no hay nada de malo en desvelar, a estas alturas, el
secreto de uno de estos famosos cuentos. A Sherlock Holmes le dan la noticia de que un valioso
caballo de carreras ha sido robado y el entrenador que lo vigilaba asesinado por el ladrón. Se
sospecha, justificadamente, de varias personas y todo el mundo se concentra en el grave problema
policial de descubrir la identidad del asesino del entrenador. La pura verdad es que el caballo le
asesinó.
Pues bien, considero el cuento modelico por la extrema sencillez de la verdad. La verdad termina
resultado algo muy evidente. El caballo da titulo al cuento, trata del caballo en todo momento, el
caballo esta siempre en primer plano, pero siempre haciendo otra cosa. Como objeto de gran valor,
para los lectores, va siempre en cabeza. Verlo como el criminal es lo que nos sorprende. Es un
cuento en el que el caballo hace el papel de joya hasta que olvidamos que una joya puede ser un
arma.
Si tuviese que crear reglas para este tipo de composiciones, esta es la primera que sugeriría: en
términos generales, el motor de la acción debe ser una figura familiar actuando de una manera poco
frecuente. Debería ser algo conocido previamente y que este muy a la vista. De otra manera no hay
autentica sorpresa sino simple originalidad. Es inútil que algo sea inesperado no siendo digno de
espera. Pero debería ser visible por alguna razón y culpable por otra. Un gran parte de la tramoya, o
el truco, de escribir cuentos de misterio es encontrar una razón convincente, que al mismo tiempo
despiste al lector, que justifique la visibilidad del criminal, más allá de su propio trabajo de cometer
el crimen. Muchas obras de misterio fracasan al dejarlo como un cabo suelto en la historia, sin otra
cosa que hacer que delinquir. Por suerte suele tener dinero o nuestro sistema legal, tan justo y
equitativo, le habría aplicado la ley de vagos y maleantes mucho antes de que le detengan por
asesinato. Llegamos al punto en que sospechamos de estos personajes gracias a un proceso
inconsciente de eliminación muy rápido. Por lo general, sospechamos de él simplemente porque
nadie lo hace. El arte de contar consiste en convencer, durante un momento, al lector no solo de que
el personaje no ha llegado al lugar del crimen sin intención de delinquir si no de que el autor no le
ha puesto allí con alguna segunda intención. Porque el cuento de detectives no es más que un juego.
Y el lector no juega contra el criminal sino contra el autor.
El escritor debe recordar que en este juego el lector no preguntará, como a veces hace en una obra
seria o realista: ¿Por qué el agrimensor de gafas verdes trepa al árbol para vigilar el jardín del
medico?. Sin sentirlo ni dudarlo, se preguntará: ¿Porque el autor hizo que el agrimensor trepase al
árbol o cual es la razón que le hizo presentarnos a un agrimensor?. El lector puede admitir que
cualquier ciudad necesita un agrimensor sin reconocer que el cuento pueda necesitarlo. Es necesario
justificar su presencia en el cuento ( y en el árbol) no solo sugiriendo que le envía el Ayuntamiento
sino explicando porque le envía el autor. Más allá de las faltas que planea cometer en el interior de
la historia debe tener alguna otra justificación como personaje de la misma, no como una miserable
persona de carne y hueso en la vida real. El lector, mientras juega al escondite con su autentico rival
el autor, tiende a decir: Si soy consciente de que un agrimensor puede trepar a un árbol, y sé que
existen árboles y agrimensores. ¿Pero qué esta haciendo con ellos? ¿Por qué hace usted que este
agrimensor en concreto trepase a este árbol en particular, hombre astuto y malvado?.
Esto nos conduce al cuarto principio que debemos recordar. La gente no lo reconocerá como
practico ya que, como en los otros casos, los pilares en que se apoya lo hacen parecer teórico.
Descansa en el hecho que, entre las artes, los asesinatos misteriosos pertenecen a la gran y alegre
compañía de las cosas llamadas chistes. La historia es un vuelo de la imaginación. Es
conscientemente una ficción ficticia. Podemos decir que es una forma artística muy artificial pero
prefiero decir que es claramente un juguete, algo a lo que los niños juegan. De donde se deduce que
el lector que es un niño, y por lo tanto muy despierto, es consciente no solo del juguete, también de
su amigo invisible que fabricó el juguete y tramó el engaño. Los niños inocentes son muy
inteligentes y algo desconfiados. E insisto en que una de las principales reglas que debe tener en
mente el hacedor de cuentos engañosos es que el asesino enmascarado debe tener un derecho
artístico a estar en escena y no un simple derecho realista a vivir en el mundo. No debe venir de
visita solo por motivos de negocios, deben ser los negocios de la trama. No se trata de los motivos
por los que el personaje viene de visita, se trata de los motivos que tiene el autor para que la visita
ocurra. El cuento de misterio ideal es aquel en que es un personaje tal y como el autor habría creado
por placer, o por impulsar la historia en otras áreas necesarias y después descubriremos que esta
presente no por la razón obvia y suficiente sino por las segunda y secreta. Añadiré que por este
motivo, a pesar de las burlas hacia los noviazgos estereotipados, hay mucho que decir a favor de la
tradición sentimental de estilo más lector o más victoriano. Habrá quien lo llame un aburrimiento
pero puede servir para taparle los ojos al lector.
Por ultimo, el principio de que los cuentos de detectives, como cualquier otra forma literaria
empiezan con una idea. Lo que se aplica también a sus facetas más mecánicas y a los detalles.
Cuando la historia trata de investigaciones, aunque el detective entre desde fuera el escritor debe
empezar desde dentro. Cada buen problema de este tipo empieza con una buena idea, una idea
simple. Algún hecho de la vida diaria que el escritor es capaz de recordar y el lector puede olvidar.
Pero en cualquier caso la historia debe basarse en una verdad y, por más que se le pueda añadir,
opio no puede ser simplemente una alucinación.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 02:27 0 COMENTARIOS

ETIQUETAS: CUENTO, ENSAYOS, PADRE BROWN

MARTES 25 DE AGOSTO DE 2009

La cólera de las rosas-G.K.CHESTERTON


La cólera de las rosas-G.K.Chesterton

Publicado en Alarmas y digresiones y en La cólera de las rosas.

La posición de las rosas entre las flores es igual a la de los perros entre los animales. No se trata
tanto de que ambos están domesticados cuanto de que tenemos el profundo sentimiento de que
siempre lo han sido. Existen rosas silvestres y perros salvajes. No conozco a los perros salvajes; las
rosas silvestres son muy bonitas. Pero nadie piensa jamás en ellos si el nombre es mencionado de
repente en una charla o en un poema. Por otra parte, existen tigres domesticados y cebras
domesticadas, pero si alguien dijese «Tengo una cebra en mi bolsillo» o «Hay un tigre en el salón de
música», el adjetivo «domesticado» le debería ser añadido muy rápidamente. Si se habla de bestias,
lo primero que se piensa es en animales salvajes; si de flores, se piensa primero en flores silvestres.
Pero existen dos grandes excepciones, vencidas completamente por la rueda de la civilización
humana, embrolladas inalterablemente sus antiguas emociones e imágenes, tanto que el producto
artificial nos parece más natural que el natural. Los perros no son una parte de la historia natural,
sino una parte de la historia humana, y la verdadera rosa crece en un jardín. Todos miramos al
elefante como algo temible, pero amansado; y muchos, especialmente en nuestros grandes centros
culturales, miran a cada toro como a un toro bravo. De la misma manera, pensamos que casi todos
los árboles y plantas del jardín son feroces creaciones del bosque o de los pantanos, finalmente
domesticados para soportar el cautiverio.
Pero en cuanto se trata de rosas o perros, ese primitivo instinto se trastrueca. Cuando se trata de
ellos, pensamos en lo artificial como en el arquetipo; nacidos de la tierra como errática excepción.
Pensamos vagamente en el perro salvaje como si hubiese huido de la casa, como un gato
descarriado. Y no podemos dejar de imaginarnos que la maravillosa rosa silvestre de nuestro seto se
ha escapado saltando el seto. Tal vez han huido juntos la rosa y el perro; una singular, en conjunto, e
imprudente fuga. Tal vez el perro traidor se ha salido arrastrando de la perrera y la rosa rebelde del
cantero, y encontraron juntos la salida, uno con sus dientes, el otro con sus espinas. Posiblemente
ese sea el motivo por el cual mi perro se torna salvaje cuando ve rosas y da patadas por doquier.
Posiblemente éste es el motivo por el cual se les dice a las rosas silvestres «rosas perrunas» (1). Y
puede que no sea así.
Pero hay un grado de profunda y bárbara verdad en esa singular leyenda antigua que acabo de
inventar. Es decir, que en estos dos casos el producto civilizado es conocido como el más feroz, hasta
como el más salvaje. Aparentemente nadie se asusta de un perro salvaje: está clasificado entre los
chacales y las bestias serviles. El terrible «cave canem» es una creación del hombre. Cuando leemos
«Cuidado con el perro», significa cuidémonos de un perro domesticado, por cuanto el perro terrible
es el domesticado. Es terrible en la misma proporción en que es manso; son su lealtad y sus virtudes
las que son terribles para el forastero, hasta para el forastero que está dentro de sus dominios, se
alarma de esa inútil y furiosa docilidad; huye del gran monstruo manso.
Y bien, tengo casi el mismo sentimiento cuando miro las rosas lozanas, rojas y tupidas y muy
resueltas alrededor del jardín; me parecen valientes y hasta tumultuosas. Me apresuro a decir que
tengo aún menos conocimientos de mi propio jardín que de los jardines de los otros. No sé nada
respecto a las rosas, ni siquiera sus nombres. Conozco únicamente el nombre de Rosa; y Rosa es, en
cualquier sentido de la palabra, un nombre cristiano. Es cristiano en el sentido absoluto y
primordial del cristianismo que nos viene de la era pagana. Podemos ver y hasta oler la rosa en
poemas griegos, latinos, provenzales, góticos, renacentistas y puritanos. Y exceptuando que la
palabra Rosa como el vino y otras palabras nobles es la misma en todos los idiomas de los hombres
blancos, literalmente no sé nada más. Sé que hay una flor que se llama la Gloria de Dijon, y supongo
que se trata de la Catedral. De cualquier manera el haber producido una rosa y una Catedral
significa no solamente el haber producido dos cosas gloriosas y muy humanas, sino también (como
lo sostengo) dos cosas guerreras y desafiadoras. También conozco una rosa que se denomina
Mariscal Neil (nótese, una vez más, el sonido militar).
Y los otros días, mientras estaba paseando por mi jardín, le hablé a mi jardinero (una empresa para
la que se precisa mucho valor) y le pregunté el nombre de una extraña rosa obscura que se había
apoderado singularmente de mi imaginación. Parecía como si me recordara un elemento turbio de
la historia y del alma. Su rojo no era solamente negruzco, sino ahumado; había algo congestivo y
furioso en su colorido. Era simultáneamente teatral y malhumorada. El jardinero me dijo que se la
denominaba Víctor Hugo.

**
Éste es el motivo por el que presiento que las rosas poseen ellas un poder secreto, hasta sus
nombres significan algo en relación con ellas mismas, por lo que difieren de todos los hijos de los
hombres. Pero la rosa en sí es real y peligrosa; en todo el tiempo que permanezca en la rica casa de
la civilización jamás depondrá sus armas La rosa tiene siempre el aspecto de un caballero italiano
medieval, con una capa carmesí y una espada, por cuanto la espina es la espada de la rosa.
En este asunto existe una verdadera moraleja: que debemos recordar que la civilización tal como se
está desarrollando no sólo deberá acordarse de tornarse más luchadora, sino que deberá crecer más
pronta para luchar. Lo más precioso y reposante es el orden que debemos guardar; por lo tanto,
nuestro extremo sentido de vigilancia y violencia potencial deberá ser viviente. Y cuando me paseo
en el verano por el jardín, puedo comprender cómo esos altos y locos caballeros de la Edad Media,
antes de que sus espadas se entrechocaran, tomaban una rosa por insignia, como emblema de sus
dominios y rivalidades. Por cuanto, para mi, cada jardín está lleno de guerras de las rosas.

NOTA

(1) Perro, en inglés, se dice «dog», de allí un juego de palabras que es intraducible en nuestro
idioma, ya que el autor juega con la igualdad de «dog», perro, y «dag-rose», perro-rosa.
PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 02:28 1 COMENTARIOS

Las tres clases de hombre-G.K.CHESTERTON


Las tres clases de hombre-G.K.CHESTERTON

Publicado en Alarmas y digreciones y también en La cólera de las rosas.

Hablando brutalmente hay tres clases de gente en este mundo. La primera clase de gente es el
Pueblo; posiblemente integra la clase más amplia y de más valor. Debemos a esa clase las sillas en
las que nos sentamos, las ropas que vestimos, las casas que habitamos; y verdaderamente (cuando
llegamos a pensar en ello) probablemente nosotros mismos pertenecemos a esa clase. La segunda
clase se podría denominar por conveniencia la de los Poetas; por lo general, son un mal para sus
familias, pero una bendición para la humanidad. La tercera clase es la de los Profesores e
Intelectuales, algunas veces descritos como la gente pensadora; y éstos son un tizón y un objeto de
desolación para sus familias y para la humanidad. Se comprende que la clasificación exagera
algunas veces, como todas las clasificaciones. Algunas buenas personas son, por lo general, poetas, y
algunos malos poetas son, por lo general, profesores. Pero la división sigue la línea de una verdadera
hendidura psicológica. Yo no la ofrezco a la ligera. Ha sido el fruto de más de diez y ocho minutos de
examen y seria reflexión.
La clase que se denomina Pueblo (a la que ustedes y yo con tanto orgullo nos sentimos ligados) tiene
ciertas casuales y, sin embargo, profundas presunciones, designadas «lugares comunes», como la
que se refiere a que los niños son encantadores, o que el crepúsculo es triste y sentimental, o que un
hombre luchando contra tres es un hermoso espectáculo. Ahora bien, estos sentimientos no son
imperfectos, ni siquiera son simples. El encanto de los niños es muy sutil; hasta es complejo, al
punto de ser casi contradictorio. En su forma sencilla y entremezclada, es una consideración
hilarante y una consideración de desamparo. El crepúsculo engendra un sentimiento que hasta en la
canción de salón más vulgar o en la más baja pareja de amantes, puede llegar a ser un sentimiento
sutil. Está extrañamente balanceado entre la pena y el placer; también se lo podría designar como
un placer que proporciona pena. La arremetida de caballerosidad por la que todos admiramos al
hombre que lucha contra la desigualdad no es muy fácil de definir por separado; significa muchas
cosas: compasión, sorpresa dramática, deseo de justicia, deleite de experimentar y lo
indeterminado. Las ideas del populacho son, en realidad, ideas muy sutiles; pero el populacho no las
expresa en forma sutil. De hecho, no las expresa de ninguna manera, excepto en aquellas ocasiones
(ahora solamente demasiado raras) en que se entregan a insurrecciones o matanzas.
Ahora bien, esto justifica, en otro sentido, el hecho insensato de la existencia de los poetas. Poetas
son aquellos que comparten esos sentimientos populares, y pueden expresarles de tal manera que
parecen ser las cosas extrañas y delicadas que en realidad son. Los poetas hacen que sobresalga el
humilde refinamiento del populacho. Donde el hombre común oculta la emoción más original,
diciendo: «Excelente abuelo», Víctor Hugo habría escrito: «L’art detre grand-pére»; cuando el
agente de cambios diría bruscamente: «La tarde se está cerrando», mister Yeats escribiría: «En
medio del crepúsculo»; donde el peón podría únicamente refunfuñar algo respecto a lo de arrancar
y de que es «una preciosa caza», Homero nos mostrará al héroe harapiento desafiando a los
príncipes en sus propios festines. Los poetas elevan los sentimientos populares en un grado más
ardiente y espléndido; pero debemos recordar siempre que son guardianes de los sentimientos
populares. Ningún hombre pudo jamás escribir una buena poesía para demostrar que la infancia era
chocante, o que el crepúsculo era alegre y burlesco, o que un hombre era despreciable porque había
cruzado su espada con otros tres. Los individuos, que sostienen esto son los profesores o los
majaderos.
Son poetas aquellos que se elevan sobre el pueblo entendiéndolo. En realidad muchos poetas lo han
escrito en prosa: por ejemplo, Rabeláis y Dickens. Los majaderos se elevan sobre el pueblo
rehusando comprenderlo diciendo que sus turbias y extrañas preferencias son los prejuicios y las
supersticiones. Los majaderos hacen que el pueblo se sienta estúpido; los poetas hacen que el
pueblo se sienta más sabio de lo que jamás ha podido imaginar. Hay muchos elementos del destino
en esa situación. El más dispar de todos es la suerte de los dos factores en la política práctica. Muy a
menudo los poetas que abrazan y admiran al pueblo son apedreados y crucificados. A los majaderos
que desprecian al pueblo se les regala muy a menudo tierras y se les corona. Por ejemplo en los
Comunes hay un respetable número de majaderos y comparativamente muy pocos poetas. Y de
ninguna manera encontramos allí al Pueblo.
Por poetas, como ya hemos dicho, no me refiero de manera alguna a los individuos que escriben
poesías o cualquier otra cosa. Me refiero a los que teniendo cultura e imaginación, las usan para
comprender y compartir los sentimientos de sus semejantes; en contraposición a aquellos que las
utilizan para lo que ellos denominan alcanzar un lugar más preponderante. Crudamente, los poetas
difieren del populacho por su sensibilidad; los profesores difieren del populacho por su
insensibilidad. No tienen fineza y sensibilidad suficientes, para simpatizar con el populacho. Las
únicas nociones que tienen consisten en contradecir groseramente; tomar por el atajo, de acuerdo
con su plan propio y presuntuoso; para decirse a sí mismos, sobre cualquier cosa que digan los
ignorantes, que probablemente están equivocados. Olvidan que muy a menudo la ignorancia tiene la
exquisita intuición de la inocencia.
***
Pondré un ejemplo que va a subrayar la línea del debate. Abran el primer periodico cómico que
encuentren y dejen que sus ojos se posen amorosos sobre el primer chiste que se refiere a la suegra.
Ahora bien, el chiste, por ser un chiste para el populacho, será un chiste simple; la anciana señora
será alta y robusta, y el gallina del marido será pequeño y cobarde. Pero por todo esto, una suegra
no es una idea simple. Es una idea muy sutil. El problema no consiste en que ella sea grande y
arrogante; frecuentemente es pequeña y extraordinariamente hermosa. El problema de la suegra
consiste en que es como el crepúsculo: mitad una cosa y mitad otra.
Ahora bien, la verdad del crepúsculo, esa fina y hasta tierna perturbación, nos puede ser transmitida
tal como es únicamente por un poeta solamente que en este caso el poeta deberá ser un novelista
muy sincero y penetrante, como George Meredith, o el señor H. G. Wells, cuya «Ana Verónica»,
justamente estoy ahora leyendo con deleite. Creo lo que dicen los buenos poetas y novelistas por
cuanto siguen el maravilloso ovillo que les da «Recortes cómicos». Pero supongan que aparezca el
profesor, y supongan que diga (como seguramente lo hará), «La suegra es meramente una
conciudadana. Las consideraciones del sexo no deben entremezclarse con la camaradería. Las
consideraciones de la edad no deben influir en el intelecto. La suegra es meramente Otra
Mentalidad. Debemos emanciparnos y librarnos de la jerarquía y de los grados de la tribu». Ahora
bien, cuando el profesor haya dicho esto (como lo hace siempre), yo le diré: «Señor, es usted más
burdo que los «Recortes cómicos». Usted es más vulgar y más desatinado comparado con el artista
más elefantino de café cantante. Es usted más ciego y más espeso que el populacho. Estos vulgares
tunantes han logrado, finalmente, conseguir un matiz social y una verdadera distinción mental,
aunque sólo pueden expresarla torpemente. Pero usted es tan torpe que no tiene ni de qué asirse. Si
usted realmente no puede ver que la madre del novio y la novia tienen algunas razones que las
obligan a desconfiar, entonces no es usted ni bien educado ni humano; no tiene usted simpatía hacia
los profundos y dudosos afectos del género humano. Mejor es exponer las dificultades como lo
hacen los seres vulgares que ser insolentemente inconsciente de todas las dificultades.»
La misma cuestión puede ser bastante bien considerada en el viejo proverbio que dice: «Dos son
una compañía y tres ninguna». Este proverbio es la verdad expuesta de una manera popular; es
decir, es la verdad expuesta equivocadamente. Ciertamente no es verdad que tres no sean compañía.
Tres son una espléndida compañía; tres es el número ideal para la camaradería pura: como acontece
en los tres mosqueteros. Pero si usted rechaza todo el proverbio y se dice que dos o tres es la misma
clase de compañía; si no puede ver que tres es un abismo mayor entre dos y tres que entre tres y tres
millones, entonces siento tener que decirle que pertenece a la tercera clase de seres humanos; que
no tendrá compañía, tanto si se trata de dos como de tres, y que deberá permanecer solo y aullar en
el desierto hasta la muerte.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 02:20 0 COMENTARIOS

ETIQUETAS: ALARMAS Y DIGRECIONES, ENSAYOS, HOMBRES, INTELECTUALES,POETAS

LUNES 24 DE AGOSTO DE 2009

La Pesadilla-G.K.CHESTERTON
La Pesadilla-G.K.CHESTERTON

Publicado en Alarmas y Digresiones de G.K.Chesterton.

Un crepúsculo de cobre y oro había culminado desmenuzándose en el poniente, los colores grises se
extendían sobre todas las cosas del cielo y la tierra; además un viento frió soplaba con fuerza
creciente, un viento que tocaba con su frió dedo la carne y el alma. En la parte de atrás de mi jardín,
los arbustos empezaron a susurrar como conspiradores y después a agitar las manos haciendo una
señal. Yo intentaba leer, bajo las ultimas luces que se apagaban sobre el jardín, un largo poema del
periodo decadente. Un poema sobre los viejos dioses de Babilonia y Egipto, sobre sus templos,
brillantes y obscenos, sobre sus rostros, crueles y colosales.
¿Es que el Señor de las moscas por ti fue amado
quien hasta la cintura de vino salpicado
persiguió a los judíos?
¿ O amaste a Pasht que miraba por ojos de verdes berilos?
Estaba leyendo este poema porque tenía que criticarlo para el Daily News pero, a su manera, es
verdadera poesía. Exhalaba autentica atmósfera. Un humo dulce y sofocante que realmente parecía
proceder del cautiverio de Babilonia y la servidumbre de Tiro. Gracias a Dios, mi jardín, con su
horizonte inglés verdiazul como telón, no tiene mucho que ver con esas visiones demenciales de
palacios decorados con frescos, enormes ídolos decapitados y monstruosas soledades de arena
dorada o carmesí. Pero, como me reconocí a mí mismo, durante una puesta de sol tormentosa como
esta, puedo imaginarme un olor de muerte y miedo como aquel. El ocaso asolado parece, de verdad,
uno de sus templos: un montón de destrozado mármol, dorado y verde.
Algo negro y aleteante se aparta de la copa de uno de los oscuros árboles y revolotea hasta otra. No
sé si es un búho o un murciélago pero puedo imaginarme que es un querubín negro, un infernal
querubín de las tinieblas. No con las alas de un pájaro y la cabeza de un bebe sino con las alas de un
murciélago y la cabeza de un duende. Supongo que, si hubiera luz, podría quedarme aquí sentado y
escribir un cuento de miedo bastante aceptable: trataría de como fui por el camino tortuoso que va
mas allá de la iglesia y allí me encontré con algo. Digamos un perro, un perro tuerto. Después me
encontraría con un caballo, un caballo sin jinete. El caballo también estaría tuerto. Entonces, el
silencio inhumano se rompería, me encontraría con un hombre (¿Tengo que especificar que tuerto?)
quien me preguntaría por el camino hasta mi propia puerta. O tal vez me dijese que esta había
ardido hasta los cimientos. Creo que podría contar un cuentecillo encantador con este esquema.
O podría soñar con trepar para siempre por los árboles oscuros que se yerguen sobre mí. Son tan
altos que siento que en sus copas encontraría el nido de los ángeles. Pero, en este ambiente, seria
ángeles oscuros y temibles: ángeles de la muerte.
*****
Pero dese cuenta que este ambiente es pura tontería. No me lo creo en lo mas mínimo. Este universo
de un solo ojo, con sus hombres y bestias tuertas, fue creado por un guiño universal. En la cima de
esa trágica floresta, no encontraría el nido de los ángeles, solamente el cubil de las pesadillas. El
nido, onírico y celestial, no esta ahí. En el cubil de las pesadillas hallaría el enorme huevo, turbio y
opalescente, de cuyo roto cascarón nace la pesadilla Y es que no hay nada más delicioso que una
pesadilla cuando la reconoces como tal.
Esto es lo esencial. Este es el rígido limite que se impone a todos los artistas que trabajan con ese
lujo que es el miedo. El terror debe ser fundamentalmente frívolo. La cordura puede jugar con la
locura pero es inadmisible que la locura juegue con la cordura.
Naturalmente, los poetas, como el que estaba leyendo en mi jardín, deben ser libres para imaginar
los dioses violentos y los paisajes escandalosos que les plazca. Por supuesto hay que permitirles
deambular por sus paisajes y capiteles inspirados por el opio. Pero estas enormes deidades, esas
grandes ciudades, son juguetes. Ni por un instante, debe permitirse que sean otra cosa. El hombre,
un niño gigantesco, debe jugar con Babilonia y Nivine, con Isis y Astarte. Desde luego que debe
permitírsele soñar con el cautiverio de Babilonia, mientras esté libre del mismo. Dejadle tomar
sobre si la servidumbre de Tiro, mientras se la tome a la ligera. Los viejos dioses deben ser sus
juguetes no sus ídolos.
Las cosas centrales en que se apoya, sus verdaderas posesiones, deben ser cristianas y sencillas. Y
como un niño valora ante todo un caballo de madera y una espada que no es mas que dos palos en
cruz, así el hombre, el gran niño, debe atesorar las cosas antiguas y austeras, hechas de poesía y
piedad: el caballo de madera que fue la épica caída de Troya o esa cruz de madera que redimió y
conquisto el mundo.
***
En una carta de Stevenson, hay un chiste, típico en él, sobre la tremenda impresión que le causaron,
siendo niño, las bestias de ojos múltiples del libro de las revelaciones. “¿ Si eso era el cielo, como
caramba sería el infierno?”. Ahora bien, hablando en serio, hay una idea magnifica en estos
monstruos del Apocalipsis. Consiste, supongo, en que seres en realidad más bellos o universales que
nosotros, podrían parecernos temibles e incluso desconcertantes. En concreto, parecerían poseer un
numero superior de sentidos que nosotros. Sentidos que, nos parecerían, a un tiempo, de mayor
complejidad y alcance que los nuestros. Una idea muy imaginativamente expresada en la multitud
de ojos. Me encantan esos monstruos al pie del trono. Es cuando uno de ellos vagabundea por el
desierto y se busca su propio trono, que nacen las creencias malignas y hay que cuadrar cuentas con
el diablo, sea con bailarinas o con sacrificios humanos.
Mientras estos deformes poderes elementales rodean el trono, recuerda que lo que adoran tiene la
apariencia de una persona.
***
Creo que este es el punto de vista correcto en la cuestión de los cuentos de miedo y cosas
semejantes. Considero que un escritor debe estar firmemente convencido de esto o terminara
saltándose la tapa de los sesos o escribiendo mal.
La humanidad, piedra angular del mundo, debe erguirse recta. A su alrededor, árboles y bestias,
espíritus elementales y demonios, pueden retorcerse y agazaparse como humo si de eso gustan.
Toda la literatura verdaderamente imaginativa trata del contraste entre las extrañas curvas de la
naturaleza y la rectitud del alma. El ser humano puede contemplar cualquier horror que le apetezca,
si esta seguro de que no lo va a adorar. Pero los hay tan débiles que veneraran algo solamente
porque es feo. A estos hay que encadenarlos a la Belleza. Ni siquiera está siempre mal hacer como
hizo Dante al asomarse al borde del abismo para contemplar el infierno. Cuando nos postramos
ante el infierno, se comete probablemente un error grave.
***
Por lo tanto no veo nada malo en cabalgar sobre la pesadilla esta noche. Me llama relinchando
desde las copas de los árboles que se mecen, desde el viento que aúlla. La atraparé y cabalgaré sobre
ella en este aire terrible. Árboles y arbustos por igual tiran de sus raíces, como si deseasen volar con
nosotros hasta la luna, como aquel toro salvaje y enamorado cuya cría es el cuarto creciente. Nos
alzaremos hasta ese loco infinito donde no existe arriba ni abajo, la elevada confusión de los cielos.
Cabalgare sobre la pesadilla pero llevare las riendas.
PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 21:44 1 COMENTARIOS

LUNES 24 DE AGOSTO DE 2009

La calle furiosa (un mal sueño)-G.K. CHESTERTON


La calle furiosa (un mal sueño)-G.K. CHESTERTON

Publicado en Enormes Minucias de G.K.Chesterton. Este ensayo también es conocido como “Una
anécdota mas bien improbable”.

No recuerdo si esta historia es verdad o no. Si la leyese con cuidado, sospecho que decidiría que no.
Pero por desgracia no puedo leerla con cuidado porque aún no la he escrito. Durante gran parte de
mi infancia, la idea y la imagen de la misma permanecieron conmigo. Puede que lo soñase antes de
aprender a hablar, o que me la contase a mí mismo antes de saber leer, o que la leyese antes de tener
recuerdos conscientes. Sin embargo, estoy completamente seguro de no haberla leído ya que los
niños tienen memorias muy claras de cosas semejantes. Y, de los libros que me encantaban,
recuerdo no solo la forma, el volumen y la encuadernación sino incluso la posición de las palabras
impresas en muchas de las paginas. Teniéndolo todo en cuenta, me inclino a creer que me aconteció
antes de mi nacimiento.
***
En cualquier caso, contemos el cuento con todas las ventajas de la atmósfera que lo ha ido
empapando. Pueden ustedes imaginarme, por así decirlo, sentado comiendo en uno de esos
restaurantes de comida rápida donde la gente come tan rápido que lo que ingieren pierde la
categoría de comida, y donde pasan su media hora libre tan deprisa que pierde la categoría de
descanso, aunque apresurarse en el descanso es la actitud menos profesional que uno puede
adoptar. Todos tenían puestos sus sombreros de copa, como si no pudiesen perder ni un instante en
colgarlos de una percha. Todos tenían un ojo ligeramente hipnotizado por el enorme ojo del reloj.
En resumen, eran esclavos de la moderna cautividad y podía escucharse rechinar sus grilletes. Cada
uno estaba de hecho, sujeto por una cadena, la más pesada que nunca ató a un hombre: la cadena de
su reloj de chaleco..
Ahora bien, entre los que entraban y se sentaban frente a mí, hubo uno que, casi inmediatamente,
inicío un monologo que nadie interrumpió. Estaba vestido como todos los demás hombres, sin
embargo su conducta era sorprendentemente distinta. Tenia puestas la chistera y el frac pero los
llevaba de la manera en que objetos tan solemnes deben llevarse. Llevaba el sombrero de seda como
si fuese una mitra y el frac como si fuese la túnica de un gran sacerdote. No solo había colgado su
sombrero si no que, era tal su decoro, que casi pareció pedirle permiso y pedir disculpas de la
percha por utilizarla. Cuando se sentó en la silla, lo hizo en la manera que lo haría alguien que
tuviese en cuenta los sentimientos de la silla y haciendo una pequeña reverencia a la mesa de
madera, como si fuese un altar. No pude evitar hacer un comentario porque aquel era un hombre
robusto, vigoro y de aspecto próspero y, aún así, trataba las cosas con un cuidado que parecía
nerviosismo.
Por decir algo para demostrar mi interés, dije:
-Estos muebles parecen sólidos pero, desde luego, la gente los trata demasiado descuidadamente.
Mientras le observaba dubitativo me fije en sus ojos, no pude apartarlos de su mirada apocalíptica.
Le había tomado por un hombre corriente al entrar, excepto por su manera de comportarse extraña
y cautelosa. Pero si los demás se hubiesen fijado en él, habrían escapado gritando de la habitación.
No se fijaron y siguieron haciendo ruido, con el resonar de sus tenedores y el murmullo de su
conversación. Pero el rostro de aquel hombre era el de un demente.
-¿Quiere Vd. decir algo con eso?- Contestó al rato y su cara recuperó el color.
.
-Nada en absoluto- repliqué – Aquí nadie dice nada coherente. Amarga la digestión..
Se reclinó en su silla y se enjuagó el sudor de su ancha frente con un gran pañuelo, sin embargo
parecía haber una nota de decepción en su alivio.
-Supuse que quizá – susurró – otra se había estropeado.
-Si se refiere a otra digestión defectuosa – dije- nunca oí que ninguna fuese buena. Este es el
corazón del imperio y los demás órganos están iguales de deteriorados.
-No, quise decir otra calle estropeada- dijo lenta y claramente- pero, como supongo que esto no le
aclara nada, tendré que contarle la historia. Lo hago con toda tranquilidad al ser consciente de que
usted no me creerá. Durante cuarenta años de mi vida, invariablemente me he marchado de mi
oficina, que se encuentra en la calle Leadenhall, a las cinco y media de la tarde, llevando en la mano
derecha un paraguas y en la izquierda un maletín. Durante cuarenta años, dos meses y cuatro días
abandoné la oficina por la puerta lateral, anduve por la acera izquierda, tome el primer giro a la
izquierda y el tercero a la derecha, compré el periódico de la tarde, seguí por la acera de la derecha
rodeando dos ángulos obtusos y terminé saliendo justo al lado de la estación, donde cogí el tren
hasta casa. Durante cuarenta años, dos meses y cuatro días, hice esto por la fuerza de la costumbre.
No era una calle larga, tardaba en hacer el recorrido cuatro minutos y medio. Después de cuarenta
años, dos meses y cuatro días, al quinto día, comencé a hacer lo mismo hasta que noté que andar
por la calle de siempre me cansaba más que de costumbre. Cuando doblé la esquina, pensé que me
había equivocado. Ahora la calle se levantaba en cuesta, como las que se ven en la parte de Londres
que se levanta sobre colinas, y en esa parte de Londres no había colinas. Sin embargo no me había
equivocado, el nombre escrito en la pared era el mismo, las tiendas cerradas, las farolas, toda la
perspectiva era idéntica. Pero ahora se inclinaba hacia arriba como un borracho. Olvidándome del
agotamiento y la fatiga, eché a correr rápidamente hasta que alcancé la segunda de las esquinas que
yo habitualmente doblaba, desde la cual debería poder ver la estación. Cuando giré en la esquina,
casi me caigo al suelo. Porque ahora la calle se elevaba como una escalera escarpada, como las de los
costados de una pirámide. En millas a la redonda, no existen cuestas como las de Ludgate Hill. Y
esta era como el Matterhorn. Toda la calle se elevaba como en una única ola, pero cada mota y cada
detalle eran idénticos. Identifiqué en las alturas, como si estuviesen en un pasaje alpino, las letras
rosas del cartel de mi papelería.
Entonces corrí como loco, dejando atrás las tiendas, y llegue a una parte de la calle en que hay una
larga fila de chalets grises. Tuve, no sé por qué, el presentimiento irracional, de que era un largo
puente de hierro extendiéndose sobre él vació. Me dejé llevar y alcé la tapa de una carbonera. Al
mirar hacia abajo, vi el espacio vació y las estrellas.
Cuando levante la vista, había un hombre de pie en el jardín de la puerta de su casa. Estaba
mirándome apoyado en la verja. Nos encontrábamos solos en esa calle de pesadilla. Su rostro estaba
en penumbras, su ropa era corriente y de un color discreto, pero de alguna manera supe que no
pertenecía a este mundo. Las estrellas que había detrás de su cabeza, eran mayores y más brillantes
de lo que deberían soportar los ojos de los hombres.
“Si es usted un ángel amable”, dije” o un sabio demonio o si tiene algún vinculo con la humanidad
dígame que sucede en esta calle poseída”
.
Tras un largo silencio replicó diciendo “¿Qué calle cree que es?”
.
“Es la calle Bumpton, por supuesto”le contesté en el acto” va a la estación Oldgate”
.
“Si, a veces va allí” reconoció muy serio”pero en este preciso momento, va al paraíso”
“¿Al paraíso?¿Porqué?”Dije yo.
“Porque busca justicia. La debéis haber maltratado. Recuerda siempre que hay algo que no puede
ser soportado por nada ni por nadie. Esa cosa insoportable es ser explotado y despreciado. Por
ejemplo, se puede explotar a las mujeres. Todo el mundo lo hace. Pero te desafió a que encima las
desprecies. Puedes despreciar a los vagabundos, a los gitanos y a todos los demás marginados
mientras no los explotes. Ni una bestia del campo, ni un caballo, ni un perro pueden soportar por
mucho tiempo que les exijan que hagan más trabajo del que les corresponde pero que, al mismo
tiempo, tengan algo menos que su honor. Es lo mismo con las calles. Debéis haber agotado a esta
calle hasta la muerte, sin recordar nunca su existencia. Si tuvieseis una democracia saludable,
aunque fuese pagana, habríais decorado esta calle con guirnaldas y la habríais alabado como una
diosa. Entonces se habría quedado tranquila. Pero al fin se ha cansado de vuestra incansable
arrogancia. Corcovea y levanta la cabeza hacia el cielo. ¿Has montado alguna vez en un caballo que
corcovea?”
Miré la larga calle gris, durante un instante tuvo el aspecto del largo cuello de un caballo alzado
hacia el cielo. Pero al instante, mi cordura regresó.
“Pero todo esto no es más que tonterías” dije “Las calles van a donde deben ir. Toda calle debe llegar
a su fin”.
“¿Porqué piensa eso de las calles?”Preguntó, muy quieto.
“Porque siempre la he visto hacer la misma cosa” contesté razonablemente enfadado “Día tras día,
año tras año, siempre ha conducido a la estación Oldgate. Día tras...” Paré al notar que había
erguido su cabeza con la furia de la calle rebelde.
“¿Y usted?” Dijo con un grito terrible”¿Qué piensa de usted la calle? ¿Cree que está vivo? ¿Estas
vivo? Día tras día, año tras año, siempre te has dirigido a la estación Oldgate...” Desde entonces he
respetado los objetos a lo que llaman inanimados.
Y haciendo una leve reverencia al bote de mostaza, el hombre se fue del restaurante.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 21:41 0 COMENTARIOS

ETIQUETAS: ANECDOTA, CUENTO, ENORMES MINUCIAS

12 Hombres-G.K.CHESTERTON
12 Hombres-G.K.CHESTERTON

Publicado en el libro Enormes Minucias de G.K.Chesterton

El otro día, mientras estaba pensando en cuestiones de moral y en el Sr.H.Pitt, fui, por así decirlo,
secuestrado e introducido en un banco de jurado para juzgar a alguien. El secuestro duró unas
semanas pero no dejo de parecerme algo repentino y arbitrario. Me sentaron ahí porque vivo en el
barrio de Battersea y mi apellido empieza por la letra C. Mirando por el tribunal, vi una autentica
multitud que había acudido a la citación del juzgado. Toda esta procesión vivía en Battersea y su
nombre empezaba por C.
Parece ser que siempre citan al jurado haciendo estos barridos alfabéticos. De un plumazo oficial,
por así decirlo, Battersea queda desnudo de sus C y se tiene que apañar como pueda con el resto de
alfabeto. De una calle falta un tal Cumberpath, de otra un Chizzolpop, tres Chucksterfields de la
mansión Chucksterfield, los niños lloran la ausencia de Cadgerboy, la comadre de la esquina llora
por su Coffintop y no admite consuelo. Nos acomodamos juguetones en nuestros asientos, ( somos
una especie temeraria los C de Battersea, no nos preocupan las consecuencias) y nos toma
juramento de forma totalmente inaudible un sujeto que parece un cirujano militar que hubiese
entrado en su segunda infancia. Entendemos sin embargo que debemos juzgar bien y fielmente el
asunto que enfrenta al Tribunal, la Corona y el prisionero. Los tres están, de momento, por
aparecer.
***
Justo cuando daba por hecho que la corona y el acusado estaban seguramente llegando a un
acuerdo amistoso en otra sala, apareció la cabeza del acusado por encima del banquillo. El cargo es
robo de bicicletas y es la viva imagen de un amigo mío. Nos metemos con detenimiento en el asunto
de robo de bicicletas. Juzgamos bien y fielmente el asunto de las bicicletas que enfrentan a la corona
y al acusado. Acordamos, tras una discusión breve pero profunda, que la corona no esta implicada
en modo alguno. Después nos ocupamos de una mujer acusada de descuidar a sus hijos. Parece
como si algo o alguien hubiese sido descuidado con ella. Soy uno de los que están más bien
convencidos de ello.
Durante el tiempo en que el ojo observó estas apariciones y la mente formuló estos frívolos
comentarios, el corazón sintió una pena primitiva y un miedo que el ser humano ha sido incapaz de
formular desde el principio. Pero es lo que da su fuerza a la mitad de los poemas del mundo. Este
estado de animo no puede ni sugerirse a no ser diciendo que la tragedia es la máxima expresión del
valor de una vida humana. Nunca me había encontrado tan próximo al dolor y nunca tan lejos del
pesimismo. Por lo general, no diría palabra de estas emociones oscuras, hablar de ellas es
demasiado difícil. Las menciono ahora a cuento de una razón, concreta y especifica, que
inmediatamente expondré. Las menciono porque con su calor encontré, de forma curiosa, la
confirmación de una verdad política o social. Vi con una claridad rara e indescriptible en que
consiste realmente el jurado y porque nunca debemos abandonarlo.
Hasta la fecha, nuestra época se ha orientado de manera consistente hacia la especialización y la
profesionalidad. Tenemos ejércitos profesionales porque luchan mejor, cantantes profesionales
porque cantan mejor, cómicos profesionales porque se ríen mejor, etcétera. Numerosos escritores
modernos han planteado esta idea para el derecho y la política. Muchos socialistas fabianos han
insistido en que la mayor parte de nuestra actividad política debería realizarse por expertos. Muchos
juristas han planteado que el jurado lego debe ser suplantado por el juez profesional.
***
Bueno, si este fuese un mundo realmente razonable, no creo que hubiese nada que objetar. Pero lo
que realmente aprendemos de la experiencia, la verdadera base de toda religión, es que la cuatro o
cinco cosas más esenciales que debe conocer un hombre, son todas ellas lo que llamamos paradojas.
Es decir que por más que resulten evidentes en la vida diaria, difícilmente podemos formularlas sin
parecer culpables de contradicciones verbales. Una de ellas es, por ejemplo, el indiscutible tópico de
que la persona que más disfruta consigo misma es la que menos lo pretende. Otra es la paradoja del
valor que consiste en que la forma de evitar morir es no temiéndolo en exceso. Al que le importa tan
poco partirse un hueso que trepa a una roca sobre las olas, puede que salve su vida con ese descuido.
El que pierda su vida la salvará. Como ven un comentario totalmente prosaico y practico.
Pues bien, entre estas cuatro o cinco paradojas que deberían enseñarse a cada bebé que juega en las
rodillas de su madre, se encuentra la siguiente: a más mira una persona algo menos la ve, a más la
estudia menos sabe de ello. El argumento fabiano a favor del experto, que debemos confiar en
personas entrenadas, sería totalmente inexpugnable que fuese cierto que la gente que estudia algo y
lo práctica cada día, entiende el significado y la importancia de ese algo cada vez mejor. No lo hace.
Cada vez ve menos de su sentido e importancia. De la misma manera en que nosotros, a no ser que
nos recordemos que debemos ser humildes y agradecidos, vemos cada día menos el sentido y la
importancia del cielo y las montañas, lo que es una pena.
***
Es un asunto tremendo señalar a alguien para que reciba la venganza de los demás. Pero es algo a lo
que se puede uno acostumbrar. Uno se acostumbra a cosas terribles, como el sol. Lo
verdaderamente horrible de toda la administración de justicia, incluso de los mejores de entre
jueces, magistrados, abogados, detectives y agentes de policía, no es que sean malos ( algunos son
buenas personas) ni que sean idotas (un puñado es muy inteligente), es sencillamente que se han
acostumbrado.
Hablando con propiedad, no ven al acusado en el banquillo. Solamente pueden ver al hombre de
siempre en su lugar habitual. No contemplan el imponente tribunal donde se imparte justicia, solo
su lugar de trabajo. Por lo tanto, la civilización cristiana ha decidido muy sabiamente que en cada
nueva ocasión reciban una transfusión de sangre e ideas nuevas procedente de las calles. Que
lleguen personas capaces de ver el tribunal y la multitud, los rostros vulgares de agentes y rateros,
los rostros consumidos de los viciosos, el rostro inverosímil de los abogados mientras gesticulan. Y
ver todo esto como uno mira un cuadro nuevo o el estreno de una obra de teatro.
Nuestra civilización ha decidido, con toda razón, que determinar la inocencia o culpabilidad de
alguien es un asunto demasiado trascendental como para confiárselo a los profesionales. Si desea
iluminar un asunto tan terrible, solicita doce hombres de la calle tan ignorantes del derecho como
yo mismo, pero capaces de sentir lo que yo sentí en el banco del jurado. Cuando lo que quiere es que
se catalogué correctamente una biblioteca, conocer las dimensiones del sistema solar o cualquier
otra cosa irrelevantes, utiliza a especialistas. Pero cuando quiere hacer algo realmente importante
coge a doce hombres corrientes que andaban por ahí. Si no recuerdo mal, el fundador del
cristianismo, no hizo otra cosa.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 02:22 0 COMENTARIOS

ETIQUETAS: APOSTOLES, ENORMES MINUCIAS, ENSAYOS, JUSTICIA,PROFESIONALISMO

LUNES 20 DE JULIO DE 2009

Democracia y Capitalismo-G.K.CHESTERTON
Democracia y Capitalismo-G.K.CHESTERTON

Aparecido por primera vez en la columna del Illustrated London News, en Julio de 1932.

Cada día esta más claro para los que nos agarramos a ideas y dogmas en decadencia, y defendemos
las ideas agonizantes del medioevo, que pronto nos quedaremos solos en la defensa del más
deteriorado de estos antiguos dogmas: la idea llamada democracia. Se ha tardado una generación,
más o menos mi generación, en arrastrarla de la cima de su éxito, su supuesto éxito, al lodo de su
fracaso, su supuesto fracaso. A finales del siglo diecinueve, millones de hombres aceptaron la
democracia sin saber la razón. Parece que, finalizando el siglo veinte, millones hombres la
rechazarán sin conocer tampoco el motivo. De una manera así de lógica, recta y sin vacilaciones,
avanza la mente del ser humano por el gran sendero del progreso.
En cualquier caso, en este momento la democracia esta siendo atacada y, lo que es más, atacada
injustamente. La gente crítica el sufragio universal solo porque no es tan culta como para criticar el
pecado original. Hay un examen muy sencillo para determinar si un problema social es causado por
el pecado original. Consiste en hacer lo qué no están haciendo ninguno de estos críticos modernos:
plantear algún merito moral para los sistemas políticos alternativos. La esencia de la democracia es
muy simple y, como escribió Jefferson, evidente. Si diez hombres naufragasen juntos en una isla
desierta, su comunidad la compondrían ellos, su bienestar la razón de estar juntos, y en
circunstancias generales la voluntad colectiva sería la ley. ¿Si por su carácter no están capacitados
para autogobernarse, quien de ellos puede decir que, por su forma de ser, debe gobernar a los
demás?
Decir que gobernará el más listo o el más valiente es eludir la cuestión. Si emplean sus capacidades
a favor del colectivo, destilando agua o planeando expediciones, están al servicio de los demás. Que
serian, en este sentido, sus gobernantes. Si emplean sus capacidades contra los demás, robando el
ron o envenenando el agua potable ¿Por qué debería el resto tolerarlo? ¿Hasta que punto es
probable que lo hagan?
En un ejemplo tan sencillo, todo el mundo ve el fundamento popular del sistema, y las ventajas del
gobierno por consenso. El problema con la democracia es que, en la época actual, raramente surge
un caso así. En otras palabras, el problema con la democracia no reside en ella. Reside en ciertas
cosas, artificiales y antidemocráticas, que, de hecho, han surgido en el mundo moderno para
frustrar y destruir la democracia.
La modernidad no es democracia. La maquinaria industrial no es democracia. Dejar todo en manos
del comercio y el mercado no es democracia. El capitalismo no es democracia. Esta más bien en
contra de la democracia por su sustancia y sus tendencias. Por definición la plutocracia no es
democracia. Pero todas estas cosas modernas se abrieron camino en el mundo al mismo tiempo, o
poco después, que los grandes idealistas como Rousseau y Jefferson estudiaban el ideal de la
democracia. Puede defenderse que el ideal democrático era demasiado optimista como para
triunfar. Lo qué no se puede mantener es que lo que fracasó es el mismo que las cosas que
triunfaron. Una cosa es que un tonto se pierda en el bosque y se lo coman las fieras, otra que el tonto
sobreviva en el bosque como una fiera más. En la práctica, la democracia lo tiene todo en contra y de
hecho puede decirse que, en la teoría, también hay algo contra ella. Podría decirse que la naturaleza
humana esta contra ella. De hecho, es seguro que el mundo moderno lo está. La sociedad científica y
trabajadora del ultimo siglo ha sido un lugar mucho más inadecuado para cualquier experimento de
autogobierno de lo que lo habrían sido las antiguas condiciones de vida en el campo o incluso la vida
de los nómadas. La vida en las mansiones feudales no era democrática, pero se podía haber
convertido en democrática más fácilmente. La vida de los campesinos de épocas posteriores, en
Francia o en Suiza, podría haberse convertido muy fácilmente en democrática. Lo que es
horrorosamente difícil es convertir el moderno capitalismo industrial en democrático.
Por eso la gente empieza a decir que el ideal democrático no está vigente en el mundo moderno.
Estoy totalmente de acuerdo. Pero me quedo con el ideal democrático, que es al menos un ideal y
por lo tanto una idea, antes que con que el mundo moderno, que no es más que la actualidad y por
lo tanto ya es historia antigua. He notado que los lunáticos, o con mejor educación idealistas, ya se
están apresurando en abandonar este ideal. Un pacifista famoso, con quien yo discutí cuando era un
radical en los periódicos radicales y que más tarde se ha convertido en un republicano modelo de la
nueva republica, el otro día se tomó muchas molestias para poder decir que la voz del pueblo es, en
términos generales, la voz de Satanás. A decir verdad, estos liberables nunca tuvieron mucha fe en el
gobierno por el pueblo como no la tuvieron en nada que fuese de la gente como las tabernas o las
quinielas de Dublín. No creían en la democracia que invocaban contra los reyes y los sacerdotes. Yo
si y sigo creyendo en ella. Pero prefiero invocarla contra pedantes y maniáticos. Aún creo que sería
el gobierno más humano si pudiese ponerse en práctica en otra época menos inhumana.
Por desgracia, las ideas humanitarias han sido el signo distintivo de una época inhumana. Con esto
no me refiero a la simple crueldad. Me refiero a la situación en que hasta la crueldad ha dejado de
ser humana. Cuando el rico, en lugar de ahorcar a seis o siete de sus enemigos porque los odia,
simplemente arruina y mata de hambre a seis o siete mil personas a las que no odia al no haberlas
visto nunca. La única razón es que viven al otro lado del mundo. Me refiero a la situación en la que
el lacayo o cortesano de un hombre rico en vez de entretenerse mezclando un nuevo y original
veneno para los Medici o labrando una daga exquisita para los objetivos políticos de los Medici, se
aburre en una fabrica haciendo un determinado tipo de tornillo, que encaja en una lamina que no ha
visto, que sirve para montar una pistola que nunca verá. Qué se disparará durante un combate del
cual nunca tendrá noticia, y sobre cuyas circunstancias concretas sabe todavía menos de lo que
sabía el canalla renacentista sobre los fines del veneno y la daga. En resumen, que el problema del
capitalismo es que es indirecto. Todo se retuerce hasta las cosas que deberían ser rectas. Y en este, el
sistema más indirecto de todos, intentamos aplicar la idea más directa que existe. La democracia,
una idea simple hasta la medula, ha sido aplicada inútilmente a una sociedad compleja hasta la
locura. No es sorprendente que una idea tan visionaria se haya desvanecido de nuestro entorno. A
mí me gusta la idea, pero tiene que haber de todo en este mundo. Y de hecho hay personas, que
pasean tranquilas bajo la luz del sol, a las que parece gustar el entorno.

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 20:05 0 COMENTARIOS

ETIQUETAS: CAPITALISMO, DEMOCRACIA, INDUSTRIALIZACION,LIBERALISMO, MODERNIDAD


Carta pública de G.K.CHESTERTON
Carta pública de G.K.C.

Milord: Le dirijo una carta pública, pues se trata de una cuestión pública. Es improbable que le
moleste a usted con una carta particular sobre una cuestión privada; especialmente sobre la
cuestión privada que ahora ocupa mi espíritu. Sería imposible desconocer la ironía que, en estos
últimos días, ha puesto término al gran duelo del asunto Marconi en que usted y yo, hasta cierto
punto, representamos los papeles de segundos; esta parte personal del asunto terminó al hallar
Cecil Chesterton la muerte en las trincheras, a las que había ido por su voluntad; y al ser rechazada
la apelación de Godfrey Isaacs por los mismos tribunales a los que en otro tiempo apeló con éxito.
Pero, créame, no escribo sobre ningún asunto personal; ni escribo, aunque parezca extraño, con
ninguna acrimonia personal. Por el contrario, hay algo en estas tragedias que, casi contra lo natural,
aclara y ensancha el espíritu; y creo que, en parte, escribo porque quizá nunca me sienta otra vez tan
magnánimo. Sería irracional pedir su simpatía; pero me siento sinceramente impulsado a ofrecer la
mía. Usted es mucho más desgraciado; pues se hermano todavía vive.
Al volver la vista hacia usted y su tipo de política, no lo hago entera y únicamente mediante la
abstracción que, en momentos de pena, lleva a un hombre a mirar fijamente una mancha de los
manteles o un insecto en el suelo. Me doy cuenta, por supuesto, con esa clase de insulsa claridad, de
que es usted en la práctica una mancha en el paisaje inglés y de que los políticos que le ensalzaron
figuran entre las cosas de la tierra que se arrastran. Pero siento ahora, con toda sinceridad, menos el
humor de burlarme de las falsas virtudes que exhiben, que el de probar de imaginar las virtudes más
reales que ocultan con éxito. En su caso de usted hay menos dificultad, por lo menos en una
cuestión. Estoy dispuesto a creer que fue la dependencia mutua de los miembros de su familia lo
que ha requerido el sacrificio de la diginidad e independencia de mi país; y que si está decretado que
la nación inglesa ha de perder su honor, será en parte porque ciertos hombres de la tribu de Isaacs
mantuvieron su propia extraña lealtad privada. Estoy dispuesto a contárselo como una virtud; según
su propio código quizá interprete las virtudes; pero este hecho sólo sería bastante para hacerme
protestar contra cualquier hombre que profese su código e interprete nuestra ley. Y sobre este punto
de su posición pública, y no con motivo de sentimientos personales, me dirijo hoy a usted.
No se trata de antipatía hacia ninguna raza, ni siquiera de antipatía hacia ninguna persona. No
promueve la cuestión de detestarle a usted; más bien promovería, de algún extraño modo, la
cuestión de amarle a usted. ¿Se le ha ocurrido alguna vez cuánto tendría que amarle a usted un buen
conciudadano para tolerarle? ¿Ha considerado cuán caluroso, y aun loco, ha de ser nuestro afecto
para el determinado corredor de bolsa que, de algún modo, se ha convertido en Presidente del
Tribunal Supremo, para ser lo bastante fuerte para hacérnosle aceptar como tal Presidente? No se
trata de cuánto nos desagrada usted, sino de cuánto nos agrada; de si le amamos a usted más que a
Inglaterra, más que a Europa, más que a Polonia, columna de Europa, más que el honor, más que la
libertad, más que los hechos. No se trata, en resumen de cuánto nos desagrada, sino de hasta qué
punto se puede esperar que le adoremos, muramos por usted, decaigamos y degeneremos por usted;
que por su causa seamos despreciados, que por su causa seamos despreciables.
¿Consideró usted alguna vez, en un momento de meditación, cuán curiosamente valioso tendría que
ser usted realmente para que los ingleses se desentendiesen de todas las cosas que usted ha
corrompido y se mostrasen indiferentes a todas las cosas que puede usted destruir todavía? ¿Hemos
de perder la guerra que ya ganamos? Esto, y no otra cosa, significa el perder la plena satisfacción de
la demanda nacional de Polonia. ¿Existe algún hombre que dude de que la Internacional judía es
adversa a esa plena demanda nacional? ¿Existe algún hombre que dude de que usted será favorable
a la Internacional judía? Nadie que sepa algo de los hechos internos de la Europa moderna tiene la
menor duda sobre cualquiera de estos puntos. Nadie duda si lo sabe, impórtele o no. ¿Imagina usted
seriamente que los que saben, los que se interesan, son tan idólatras de Rufus Daniel Isaacs que
toleran tal riesgo, que se expongan a tal ruina? ¿Tenemos que exaltar como representantes de
Inglaterra a un hombre que es una burla contra Inglaterra? Esto, y no otra cosa, significa el hacer
del ministro de los Marconis nuestro principal ministro en el extranjero. Es precisamente en esos
países extranjeros con los que tal ministro tendría que tratar, donde su nombre sería, y ha sido, una
especie de proverbio de pantomima como Panamá o la Estafa de Mar del Sur. Los extranjeros no
fueron amenazados con multa y prisión por llamar pan al pan y especulación a la especulación; los
extranjeros no fueron castigados por una ley sobre calumnias, completamente sin ley, por decir
acerca de unos hombres públicos lo que estos hombres mismos tuvieron después que confesar
públicamente. Los extranjeros fueron especuladores que realmente pudieron ver la mayor parte del
juego, mientras nuestro público no veía nada; y no se divirtieron poco con él. ¿Habrá que dejar que
en adelante se diviertan con todo lo que se diga o haga en nombre de Inglaterra en todos los asuntos
de Europa? ¿Tiene usted la grave insolencia de llamarnos antisemitas porque no sentimos por un
judío determinado un cariño lo bastante exagerado para hacernos soportar esto por él solo? No,
milord; las bellezas de su carácter no nos cegarán hasta el punto de no ver todos los elemntos de
razón y defensa propia; aun podemos dominar nuestros afectos; nuestro cariño por usted no llega a
tal extremo. Aunque lo seamos todo menos antisemitas, no somos prosemitas de este modo peculiar
y personal; aunque seamos amantes, no vamos a suicidarnos por amor. Después de pesar y evaluar
todas sus virtudes, las cualidades de nuestro propio país toman su parte debida y proporcional en
nuestra estima. No morirá por su causa.
No sabemos de qué manera siente usted mismo su extraña posición, ni hasta qué punto sabe que es
una posición falsa. A veces he creído ver, en los rostros de hombres tales como usted, que sufren
toda esta experiencia como irreal, siempre mascarada; con la misma sensación que yo tendría si por
una suerte fantástica, en la antigua y fantástica civilización de la China, me viera elevado del Botón
Amarillo al Botón de Coral, o del Botón de Coral a la Pluma de Pavo Real. Precisamente por lo
grotesco de tales cosas quizá apenas las sintiera como incongruas. Precisamente por no significar
nada para mí, acaso disfrutaría de ellas sin avergonzarme de mi insolencia como extraño
advenedizo. Probablemente por no poder sentir su dignidad, no sabría qué había degradado. Mi
idea puede ser equivocada; es sólo una de muchas tentativas que he hecho para imaginar y tener en
cuenta una psicología extraña en este asunto; y si usted, y otros judíos mucho más dignos que usted,
son prudentes, no descartarán como antisemitismo lo que quizá resulte el último intento serio por
simpatizar con el semitismo. Tengo en cuenta su posición más que la mayoría de los hombres, más,
sin duda alguna, de lo que la tendrán en cuenta la mayoría de los hombres en los días más sombríos
que han de venir. Es absolutamente falso sugerir que yo, o un hombre mejor que yo cuya tarea
heredo, deseamos este desastre para usted y los suyos; no les deseo tan horrible castigo. Daniel, hijo
de Isaac, vaya en paz; pero váyase.
Suyo,
G. K. Chesterton

PD: Esta carta fue escrita en el contexto del caso Marconi, mas tarde escribiría Chesterton en el
prologo del libro de su hermano, "Historia de los Estados Unidos" edición de 1918, también
publicado en Maestro de Ceremonias de Chesterton, Pág. (97-105). Chesterton comenta lo siguiente
hablando de su ya difunto hermano Cecil Chesterton:
"Se acusaba a los ministros de que, mientras se trataba de un contrato del gobierno, ellos intentaban
ganar dinero valiéndose de un dato secreto, que les era proporcionado por el agente con quien, se
suponía, su gobierno estaba negociando su contrato. Fue esto lo que afirmo su acusador, Cecil
Chesterton, pero no fue a esta acusación que ellos contestaron; mediante una acusación basada, no
en lo que el dijo del gobierno, si no en algo secundario que había dicho acerca del contratista del
gobierno; este, el señor Georges Isaac, obtuvo una sentencia por la calumnia y el juez impuso una
multa de 100 libras esterlinas. Tal vez los electores hayan conocido algunos incidentes posteriores
referentes a la vida del señor Isaac, pero no trato aquí si no de los que se relacionaban con una
persona mucho mas interesante que él."

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 20:04 0 COMENTARIOS

ETIQUETAS: CASO MARCONI, CECIL CHESTERTON, CORRUPCION, EPISTOLAR,JUDAISMO

Propositos de este Blog


Me propongo recopilar y postear diariamente algún ensayo o escrito de G.K. Chesterton, porque
creo que es un escritor muy actual para estos tiempos y creo que hoy en día esta olvidado para el
publico en general. Un señor en Inglaterra se ha encargado de digitalizar textos publicados en libros
y otros que solo fueron publicados en los diversos diarios en los que trabajo y participo G.K.
Chesterton. La pagina en cuestión es la siguiente: http://www.cse.dmu.ac.uk/~mward/gkc/books/.
Los textos están en ingles, algunos estoy traduciendo, pero como mi ingles es muy básico y como la
universidad me demanda mucho tiempo, voy a paso lento. Si alguien le interesa colaborar con el
proyecto, ya sea traduciendo, o enviando algún ensayo que tenga digitalizado en español, se lo
agradecería enormemente. Pueden escribirme a matrojo@gmail.com

En los días posteriores voy a ir actualizando. Desde ya muchísimas gracias por tomarse el tiempo de
leer y por difundir este blog y el pensamiento de G.K. Chesterton.

P.D.: ¿Si se preguntan quien es Chesterton? en Wiki la respuesta:


http://es.wikipedia.org/wiki/Gilbert_Keith_Chesterton

PUBLICADO POR FIDES ET RATIO EN 19:40 2 COMENTARIOS

ETIQUETAS: FUNDAMENTOS, PROPOSITOS

http://pcs-pcs.blogspot.com/search?updated-max=2010-10-25T10%3A46%3A00-07%3A00&max-
results=4
DOMINGO 24 DE OCTUBRE DE 2010

Chesterton y el día de su boda


Publicado por PCS

Declaran contra mí, y es totalmente cierto, que de camino a la boda me detuve a


beber un vaso de leche en una tienda y a comprar un revolver y balas en otra.
Algunos lo han considerado como regalos de boda insólitos para que el novio se haga
a sí mismo; y si la novia no me hubiera conocido tan bien, supongo que podría
haberse imaginado que yo era un suicida, un asesino o lo que es peor aun, un
abstemio militante. A mí, aquello me pareció lo más natural del mundo. Por supuesto
que no compré la pistola para matarme a mí o a mí esposa; nunca fuí
verdaderamente moderno.
en 13:35 0 comentarios

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Lo que dice Chesterton luego de hablar de su familia


Publicado por PCS

Por lo que sé, este fue el panorama social en el que me encontré por primera vez, y
esta, la gente entre la que nací. Lo siento si el panorama o la gente resultan
decepcionantes de puro respetables y hasta razonables, y deficientes en todos esos
aspectos que hacen que una biografía sea realmente popular. Lamento no tener un
padre siniestro y brutal que ofrecer a la mirada pública como la verdadera causa de
mis trágicas inclinaciones; ni una madre pálida y aficionada al veneno, cuyos instintos
suicidas me hayan abocado a las trampas del temperamento artístico. Lamento que
no hubiera nadie en mi familia más audaz que un tio lejano ligeramente indigente y
siento de no poder cumplir con mi deber de hombre verdaderamente moderno y
culpar a los demás de haberme hecho como soy. No tengo muy claro cómo soy,
pero estoy seguro de que soy responsable en gran medida del resultado final.
en 11:47 0 comentarios
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SÁBADO 23 DE OCTUBRE DE 2010

Lo que dice Chesterton


Publicado por PCS

sobre su abuelo materno: "Fue uno de los viejos predicadores laicos wesleyanos que
se vió inmerso en una gran controversia pública, actitud heredada por su nieto.
También fue uno de los líderes del primer movimiento contra el consumo de bebidas
alcohólicas, postura que su nieto no ha heredado".

en 11:07 0 comentarios

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DOMINGO 19 DE OCTUBRE DE 2008

Algo sobre Chesterton


Publicado por PCS
No dejo de sorprenderme de este mulfifacético personaje... si me alcanza el tiempo comenzaré a subir fragmentos
de sus escritos muy sugerentes.

"Y la razón por la que la vida de los ricos son, en el fondo, tan anodinas y desprovistas
de acción es porque los ricos escogen los acontecimientos. Los ricos resultan
aburridos porque son omnipotentes. No sienten la aventura porque son capaces de
crear aventuras. Lo que hace que la vida se mantenga como algo romántico y lleno de
fieras posibilidades es precisamente la existencia de esas grandes limitaciones que
nos obligan a encontrarnos con cosas que no nos gustan o no esperamos".

VIERNES 29 DE OCTUBRE DE 2010

El niño y la realidad
Publicado por PCS

Me siento inclinado a negar ese culto moderno al niño que juega. Debido a distintas
influencias de una nueva cultura bastante romántica, el "niño" se ha convertido en el
"niño mimado". La verdadera belleza se ha estropeado por la poca escrupulosa
emoción de los adultos, que han perdido gran parte de su sentido de la realidad. La
peor herejía de esta escuela es que al niño sólo le interesa la simulación. Esto se
interpreta en el sentido, a la vez sentimental y escéptico, de que no hay demasiada
diferencia entre simular y creer. Pero el auténtico niño no confunde realidad y
ficción. Actúa porque aún no puede escribir esa ficción, ni siquiera leerla, pero jamás
permite que su salud mental quede empañada por eso. Para él seguramente no hay
nada más diferenciado que jugar a ladrones y robar caramelos. Por mucho que juegue
a ladrones, no acabará creyendo que robar está bien. Yo veía la diferencia con total
claridad cuando era un niño. ¡Ojalá pudiera verlo ahora la mitad de claro!
en 11:55 0 comentarios

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El infinito valor de lo sencillo


Publicado por PCS

El n° 999 del extenso catálogo de los libros que no he escrito (todos ellos mucho más
brillantes y convincentes que los que he escrito) es la historia de un hombre con éxito
que parecía tener un oscuro secreto en su vida y que finalmente fue descubierto por
los detectives jugando con muñecas, soldaditos de plomo, o algún penoso juego
infantil. Puedo decir con toda modestia que yo soy ese hombre, en todo, excepto en la
solidez de su reputación y en su brillante carrera comercial. En este último sentido
quiza fuera aún más aplicable a mi padre que a mí. Yo, desde luego, no he dejado
nunca de jugar y ¡ojalá tuvieramos más tiempo para jugar! Ojalá no tuvieramos que
malgastar, en frivolidades como conferencias y literatura, el tiempo que podríamos
haber dedicado al trabajo serio, sólido y constructivo como recortar figuras de cartón y
pegar encima lentejuelas.
en 00:48 0 comentarios

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Etiquetas: 48., Autobiografía

MARTES 26 DE OCTUBRE DE 2010

Hacer cosas
Publicado por PCS
No se hacer muchas cosas si lo comparo con las que se hacían en mi infancia, pero
he aprendido a disfrutar viendo como se hacen las cosas; no la manivela que en
último término las produce, sino la mano que las hace. Si mi padre hubiera sido un
vulgar millonario propietario de mil fábricas de algodón o de un millón de máquinas
que fabricaran cacao, cuánto más pequeño me habría parecido. Y esta experiencia
me ha hecho profundamente escéptico sobre todo ese parloteo moderno del
necesario aburrimiento doméstico y de la degradante monotonía de hacer sólo tortas y
tartas. ¡Sólo hacer cosas! Es lo máximo que se puede decir del mismísimo Dios:
Aquel que hace cosas
en 08:47 0 comentarios

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Etiquetas: La maravilla de la vida doméstica

LUNES 25 DE OCTUBRE DE 2010

Motivo de su conversión
Publicado por PCS
"Cuando la gente me pregunta a mí o a cualquier otro ¿Por qué te unistes a la Iglesia
de Roma?, la primera respuesta esencial, aunque sea en parte incompleta es: "Para
librarme de mis pecados". Porque no hay ningún otro sistema religioso que declare
verdaderamente que libra a la gente de los pecados. (...) El sacramento de la
penitencia da una vida nueva, y reconcialia al hombre con todo lo que vive: pero no
como lo hacen los optimistas y los predicadores paganos de la felicidad. El don viene
dado a un precio y condicionado a la confesión. He encontrado una religión que osa
descender conmigo a las profundidades de mí mismo".

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