Ally Blue - Willow Bend PDF

Willow Bend – Ally Blue
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Dedicado
A mi marido, que siempre ha estado orgulloso de mí y

me ha apoyado todo el tiempo.
Capítulo uno
—¿Señor? Hemos llegado.
Paúl Gordon abrió los ojos, empujó su enmarañado cabello oscuro fuera de
su cara, y parpadeó hacia la mujer joven y sonriente que se cernía sobre él. Por un
segundo no pudo recordar dónde estaba. Luego todo volvió. Él estaba en un avión,
que acababa de aterrizar en Savannah, Georgia, claro, cruzando todo el país desde el
único hogar que hubiera conocido jamás. Su estómago se encontraba anudado.
—Gracias. — Él dio a la azafata una sonrisa forzada. Ella asintió y

rápidamente y se alejó de nuevo.
Paúl bostezó y se estiró, tratando de aliviar sus músculos acalambrados.
Los asientos de los aviones simplemente no fueron hechos para las personas
de más de 1,83 de altura. Se puso de pie, tomo la única bolsa sobre la bandeja, y
avanzó lentamente bajando por el pasillo.
Treinta minutos más tarde, Paúl se sentó cabizbajo en la parte trasera de un

taxi, saliendo a la estrecha carretera que se extendía recta y nivelada, según podía
ver a simple vista. Veía por la ventana la plana expansión de pinos y pantano
cubierto de hierba. Los treinta grados de calor se levantaban en brillantes ondas en
los canales de agua a cada lado de la carretera. Toda su vida había pasado rodeada
por la ciudad, con los picos escarpados de la Sierra Norte
Las montañas rocallosas se extendían contra el cielo de fondo. Ese horizonte,

que se extendía hasta el infinito, le hacía sentir completamente equilibrado.
El viaje a la pequeña ciudad de Willow Bend, Carolina del Sur continuó en

silencio, sólo roto por el ‘pop’ alegre de la radio a todo volumen. A Paúl no le
importó. Nunca se había vuelto loco por hacer una pequeña charla con los extraños.
En ese momento, él pensó que rara vez era dado a sacar una conversación con
alguien.
El conductor salió de la carretera principal, justo debajo del centro de la

ciudad, tomó un par más de curvas y tomo un largo camino de grava, el último al
final del camino. Paúl se sentó y vio con curiosidad a la pequeña casa, oculta por los
árboles de roble y laurel. Un techo de metal rojo y un ancho porche con sombra se
asomaba por entre las hojas. Lo había comprado sin incluso ver una imagen, y esta
primera vista de su nuevo hogar agitó una emoción desconocida en él.
El conductor orilló el coche y estiró un grueso brazo, muy bronceado sobre

el respaldo del asiento. —Eso va a ser setenta y cinco, cariño.
Paúl sacó un billete de cien dólares de su cartera y lo puso en la mano

extendida de la mujer. —Quédese con el cambio.
Su arrugada cara formo una sonrisa. —Muchas gracias. Que tengas una
buena estancia. Y sólo tiene que llamar y preguntar por Edna cuando te prepares
para regresar, ¿de acuerdo?
Se deslizó fuera del coche, colgando su bolso sobre su hombro. —No pienso
volver. Gracias de todos modos.
Cerró la puerta y se alejó antes de que pudiera decir nada más. Un momento
después oyó el crujido de las ruedas sobre la tierra del taxi deshaciendo el camino.
Luego se quedó solo, por primera vez en lo que él sintió una eternidad. Dejó caer su
bolso en el porche, se sentó en el gran balancín de madera y sólo absorbió el silencio.
Los únicos sonidos eran el zumbido de los insectos y el trino de un pájaro ocasional.
Él decidió explorar el terreno en la sombra de los árboles a la mañana siguiente.
No es que iba a llevarle mucho tiempo desempacar y conseguir establecerse.
Sólo se había traído lo que él consideraba las necesidades básicas: algunos cambios
de ropa, un cepillo de dientes, jabón, y sus materiales de pintura. La mayor parte de
sus pertenencias las había regalado, prefiriendo iniciar su nueva vida completamente
fresca. Un nuevo lugar, nueva gente, nuevas cosas. Nada que traiga de regreso
dolorosos recuerdos.
Por supuesto, los recuerdos vinieron, abrumándolo con una tristeza que se
había vuelto demasiado familiar. El zumbido repentino de su teléfono celular fue una
inesperada pero bienvenida distracción. Él lo abrió.
—Hola, mamá—, dijo sonriendo.
La risa musical de Cheryl Gordon sonó en el teléfono. —¿Cómo sabes que era
yo?
—Nadie más tiene este número. ¿Qué pasa?
—Nada, sólo quería asegurarme de que llegaste bien.
—El vuelo estuvo bien. Estoy en la casa ahora mismo.
—Oh, bueno. ¿Es linda?
—No lo sé. No he entrado todavía. —Miró alrededor a las alegres paredes

exteriores de color amarillo y el bien recortado césped. —Sin embargo, La parte
exterior es linda. Un gran porche cubierto. Muchos árboles. Voy a tener que ver los
alrededores por la mañana.
—Bueno, me alegro de que sea un lugar agradable.— Escuchó el alivio en la

voz de su madre. —Cariño, ¿estás seguro de esto?
—Mamá, si yo no estuviera seguro, no habría comprado el lugar.
—Ya lo sé. Pero no ha sido tanto tiempo, en realidad, tal vez deberías volver
y dejarme….
—No— interrumpió Paúl. —Mira, mamá, sé que quieres ayudar. Pero estoy
bien ahora. Honestamente. No necesitas cuidar de mí.
—Pero, Paúl…
—Mamá, ya ha pasado más de un año. Estoy cansado de que todo el mundo

me mime. Puedo cuidar de mí mismo. Y yo... yo sólo necesito estar solo.
—Cariño, no me refiero a ser una plaga. Estoy segura de que estarás bien.
Pero tú eres mi bebé y me preocupas.
Paúl se rió. —Mamá, tengo treinta y dos. ¿Cuándo voy a dejar de ser tu bebé?
—Nunca. — Suspiró Cheryl. —Bueno, supongo que quieres ir ahora y

conseguir familiarizarte con tu nuevo lugar.
—Algo así, sí. Pero me alegro de que hayas llamado. Te quiero, mamá. Dile
hola a papá por mí.
—Lo haré. Yo también te quiero, cariño. Llámame, ¿de acuerdo?
—Por supuesto. Adiós.
—Adiós.
Paúl chasqueó su teléfono celular cerrándolo, sentándose, perdido en sus

pensamientos durante varios minutos. Finalmente, se puso en pie, recogió su bolso,
sacó la llave que la inmobiliaria le había enviado por correo y entró en su nuevo
hogar.
El interior resultó ser tan limpio y bonito como el exterior. Él había pagado
una gran cantidad extra para comprar los muebles y electrodomésticos. Así, el lugar
no lo defraudó. El mobiliario era sencillo pero cómodo, y el piso de madera parecía
recién encerado. Simples cortinas azul claro cubrían las numerosas ventanas. Un
pasillo corto lo llevó a una cocina grande y luminosa, completa con gabinetes
profundos, un refrigerador blanco viejo pero fuerte y una mesita de madera con dos
sillas. Había una puerta al lado del refrigerador hacía un pequeño porche posterior.
Una puerta en el lado izquierdo del pasillo se abría en un sorprendentemente

gran dormitorio. Las paredes estaban pintadas de un azul suave, apacible. El marco
de hierro de la cama matrimonial pasado de moda estaba pintado de blanco. Un
vestidor grande de madera se encontraba contra la pared opuesta a la cama. En la
esquina, entre él, dos grandes ventanas, un espejo giratorio antiguo en un marco de
roble que reflejaba la luz de la tarde.
Paúl encontró el cuarto de baño pequeño, con su fregadero de pedestal y una

bañera con patas de garra, metida en un estrecho espacio entre el dormitorio y el
salón.
Una puerta se abría hacia el pasillo, a otro dormitorio. El sol se filtraba a

través de una pequeña ventana esmerilada en lo alto de la pared de enfrente de la
puerta del vestíbulo. Paúl sonrió en la luminosa habitación.
Diez minutos después, había desembalado sus pocas pertenencias, dejando

los suministros de pintura en la bolsa de lona hasta que pudiera encontrar el mejor
lugar para ellos. Exhaló un silencioso gracias a los antiguos propietarios cuando se
dio cuenta de que la pareja de ancianos le había dejado no sólo una máquina de café,
sino también una bolsa de café molido y una cesta de mimbre llena de manzanas.
Una nota sobre la mesa de la cocina le dijo que habían dejado la camioneta, que se
encontraba en el granero. Las llaves de la camioneta se encontraban sobre la nota.
Se comió una de las manzanas y una bolsa de galletas que había guardado
del avión, luego llenó la antigua bañera y se remojó hasta que el agua se enfrió.
El vuelo a lo largo del país y el largo viaje en taxi le habían dejado adolorido
por todas partes.
Catorce meses y el cambio después del accidente de coche que casi lo había
matado, todavía podía sentir todos los lugares donde sus huesos se habían roto.
Finalmente salió de la bañera, se puso un par de andrajosos pantalones

cortos y deambuló por el porche delantero. Se sentó meciéndose mientras la
oscuridad de la noche se profundizaba, respirando el aire limpio y húmedo teñido

con un toque del cercano océano. Los grillos y las ranas llenaron la noche con una
cadenciosa música. Viendo las luciérnagas parpadeantes en los árboles, Paúl sintió
una paz como no había conocido desde la noche del accidente. La noche en que toda
su vida se había venido abajo.
Suspiró y se frotó los ojos. Tal vez un día voy a ser capaz de conseguir pasar
veinticuatro horas sin pensar en ella.
—No es malditamente probable—, murmuró al patio sombreado.
De repente, la oscuridad parecía opresiva. Se dirigió hacia el interior,

cerrando la puerta a la noche. Casi dos horas después, finalmente se durmió
acurrucado desnudo en el centro del colchón. La lámpara junto a la cama encendida
toda la noche.
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Capítulo dos
La mañana siguiente amaneció brillante y caliente. Paúl estaba descalzo

sobre la fina hierba del patio, bebiendo café mientras observaba la salida del sol sobre
los árboles en la distancia. Sólo unos metros más allá del porche de atrás, los robles
daban paso a un campo de hierba de color amarillo-verdoso que ondulaba con la
brisa. Una delgada franja de pinos estaba en el otro lado de la ancha pradera. Podía
oler el sabor tenue de la sal del cercano océano.
Paúl veía la dura luz de la mañana. Se sentía cansado y escurrido por el largo
viaje del día anterior y por el poco descanso de la noche. El lado izquierdo de su
cadera latía donde la puerta lateral del auto deportivo a alta velocidad había roto su
cuerpo, dividiendo la parte superior de su fémur casi a la mitad. Se frotó
distraídamente por un momento, luego volvió cojeando a la casa.
Media hora más tarde, cerró la casa y se dirigió al granero.
No estaba lejos de la casa, bajando por el claro y ancho camino un estrecho

paso entre las adelfas. A primera vista, el silencioso edificio parecía un poco
imponente y amenazador, de pintura roja-grisácea bajo el implacable sol. Sin
embargo, una inspección más cercana mostraba que el lugar estaba perfectamente
bien.
Vagó por dentro, mirando con curiosidad a su alrededor. La penumbra

fresca del interior se sentía calma y relajante. Pacífico. Haciendo caso omiso del la
vieja camioneta verde por un momento, se dirigió a la escalera en la parte posterior
del granero. Lo que vio en la parte superior trajo una gran sonrisa en su cara.
—Oh, rayos—, susurró Paúl en voz baja. —Esto es…. Es perfecto.
El vacío desván era enorme, el techo lo suficientemente alto como para

ofrecer una sensación de espacio, pero no tan alto que sería difícil de calentar en el
invierno. Antiguas puertas dobles estaban cerradas en el otro extremo. Motas de
polvo flotaban perezosamente en los rayos de sol que brillaban a través de las grietas
en la madera. Incluso en la penumbra, podía ver las posibilidades.
Anduvo a lo largo y ancho del piso de madera sólida, ya planificando en su

mente. Esto podría funcionar. Poner una ventana grande donde están las puertas.
Tal vez poner un tragaluz arriba. Es un lugar perfecto para mi nuevo estudio de arte.
Él hizo lo que pudo para pasar por alto la aguda punzada que apuñaló sus
pensamientos. El pasado se había ido. Ahora tenía que concentrarse en el futuro.
Empujó los recuerdos que surgían firmemente hacia atrás en su mente, a

continuación bajo por la escalera y se dirigió a la casa. Una búsqueda rápida en su
bolsa y sacó el cuaderno y el pequeño lápiz que llevaba con él a todas partes. Se
apresuró a regresar a la buhardilla del granero, donde pasó casi una hora
construyendo su estudio en su mente y anotando una lista de las cosas que
necesitaba.
No pudo evitar sonreír cuando metió la lista en el bolsillo y volvió a bajar la

escalera. No se había sentido tan emocionado acerca de algo en mucho tiempo. A
pesar de las garantías que le había dado a su madre la noche anterior, había estado
aterrorizado de mudarse. Lo había hecho porque no podía permanecer por más
tiempo en Spokane, pero nunca había estado seguro de que el trasladarse realmente
lo ayudaría. Ahora, parecía que la voz interior que le instaba a irse tenía razón. Este
lugar podría ser realmente bueno para él. Dándole la oportunidad que necesitaba
para empezar de nuevo.
El motor del viejo camión rugió a la vida tan pronto mientras él giró la llave.
Salió cuidadosamente del granero y se dirigió al camino de entrada. Su estómago se
revolvió al pensar en tener que enfrentar la inevitable curiosidad de la gente del
pueblo, pero tenía que hacerlo en algún momento. Puede ser que así se acabara de
una vez.
Después de un par de vueltas equivocadas, encontró el camino hacia la

carretera principal de Willow Bend. La pequeña ciudad era sorprendentemente
encantadora, sus calles a la sombra de los antiguos sauces retorcidos, que dan su
nombre.
Macetas de ladrillo llenas de flores de colores decoraban cada esquina, y las

aceras estaban llenas de una variedad sorprendente de personas.
Paúl no estaba seguro de lo que esperaba. Probablemente, desgastados por el

tiempo, hombres viejos jugando ajedrez en el porche del almacén de artículos
generales. Los ancianos estaban allí, junto con sus esposas contándose chismes sobre
los bancos de madera. Pero había también niños, riendo mientras corrían por las
aceras. Parejas jóvenes tomadas de la mano paseando, viendo los escaparates. Paúl
dio una segunda mirada cuando vio a dos mujeres de mediana edad de la mano en
una mesa al aire libre frente a un café de estilo francés. Mientras veía, una se inclinó y
besó a la otra ligeramente en los labios. Nadie parecía asombrado, parecía algo
cotidiano.
Tal vez lo era. Sonrió mientras ponía su vehiculo en un espacio vacío del
estacionamiento. Tal vez no tendría que ser tan cuidadoso como había temido.
Aplastó esa línea de pensamiento de inmediato. Una amistosa comunidad gay sería
genial, sí. Pero no importaba, porque no estaba de humor para estar saliendo.
¿Nunca? la voz insistente en el interior de su cabeza aguijoneó. Qué,

¿planeas pasar el resto de tu vida solo? Él no hubiera querido eso y tú lo sabes.
—Cállate—, susurró Paúl. Cerró los ojos, inclinó la cabeza contra la parte
posterior del asiento, y apenas respiró por un minuto. Cuando el nudo en sus
entrañas se aflojó un poco, salió de la camioneta y se puso a buscar las cosas que se
necesitaban para convertir el viejo desván del granero en un estudio de arte.
Al mediodía, tenía la camioneta cargada con todo, desde un caballete a un

acondicionador de aire. El gruñido en su estómago le recordó que no había comido
nada desde la noche anterior. Después de pensar un momento, decidió ir a buscar
algo de comer antes de ir a la tienda de comestibles. Cerró la parte superior del
remolque que cubría la parte trasera de la camioneta y tomó la calle nuevamente.
Un consejo de la anciana de rostro dulce en la ferretería, lo guío a un

restaurante en las afueras de la ciudad. La señal en el frente decía “El Porche del tío
Charlie”. Un amplio porche, cubierto a todo lo largo del edificio. El estacionamiento
estaba lleno, pero el lugar era tan grande que Paúl sólo tuvo que esperar un par de
minutos para una mesa. Él se sentó en la resistente silla de madera con un suspiro y
veía por la ventana al arroyo que serpentea a través de la hierba del pantano.
—Hola—dijo una voz a su lado. —Soy Cory, yo seré tu camarero hoy.
Paúl se volvió y miró a los más grandes y verdes ojos que nunca hubiera
visto. Los ojos brillaban sobre una nariz chata espolvoreada con pecas y una boca
ancha y sensual. Rizos castaños veteados de cobre blanqueado por el sol rozaban la
curva del hombro del chico. Paúl lo vio fijamente.
El joven sonrió, mostrando unos profundos hoyuelos. — ¿Puedo traerte algo

de beber?
—Uh—.Paúl veía los ojos verdes, sintiéndose un poco nervioso. —Um, té,
por favor.
— ¿Caliente o helado?
Paúl parpadeó. — ¿Qué?
Cory ensanchó su sonrisa. Paúl se sorprendió preguntándose si el cuerpo

delgado del chico tendría el mismo bronceado dorado de su cara. —Tú puedes pedir
ambos tipos de té aquí: caliente o con hielo. Lo siento, pensé que eras de algún lugar
del norte. Algunas personas del norte nunca han oído hablar de té helado. Supongo
que más o menos depende de dónde son.
—En parte tienes razón. — Paúl sonrió, aliviado por haber encontrado su voz
al fin. —Soy de Washington, pero lo sé todo sobre el té helado.
— ¿Quiere decir del estado de Washington?
—Sí. Spokane.
—Wow. Un largo camino para venir de vacaciones.
Paúl tomó una respiración profunda. —No estoy de vacaciones. Me acabo de

mudar aquí.
Los ojos de Cory se fijaron en Paúl, y Paúl sintió una emoción recorrerlo.
Algo en esa mirada aguda, dijo que tal vez, sólo tal vez...
Paúl se sacudió. Incluso si Cory estaba interesado, él no lo estaba. No podía

ser.
—Bueno, por supuesto, espero que te guste aquí—, dijo Cory. —Así que,
¿qué pasa con ese té, ¿eh?
—Dame el té helado. Sin azúcar.
—Lo tengo. — Cory le dio a Paúl una mirada que no pudo entender. —
Vuelvo enseguida.
Cory se giró y se alejó. Paúl no podía dejar de ver la agraciada forma en que
su cuerpo se movía, los músculos de los muslos y el culo abultado en el apretado
pantalón negro. Sentimientos que había creído muertos hace tiempo se agitaban ante
la vista. Es que había pasado tanto tiempo desde que había tocado a un hombre.
Tanto tiempo desde que había sido tocado, o besado. Tanto tiempo desde la última
vez que él y Jay habían hecho el amor, por la tarde antes de esa fatídica noche. Antes
de que el conductor borracho tomara la vida de Jay, y dejara destrozado a Paúl.
—Aquí tienes.
Paúl reaccionó con el sonido de la voz de Cory. Cory sonrió y colocó un vaso
alto lleno de té helado. —Oh. Gracias, —dijo Paúl, dándole una temblorosa sonrisa a
Cory.
—Seguro. — Cory sacó un bloc de su bolsillo. — ¿Estás listo para ordenar, o

necesitas un minuto?
Paúl vio el menú que no había abierto aún. — ¿Qué me recomendarías?
Cory estrechó los ojos pensando, frunciendo los gruesos labios. Paúl trago.
—El sándwich de ensalada de cangrejo—, dijo Cory. —Es lo mejor que

puedes encontrar en cualquier lugar.
Paúl sonrió. —Suena muy bien.
—Sí—. Dijo Cory, Paúl lo vio por un infinito segundo, luego él se giró y se
fue.
—Sándwich de ensalada de cangrejo. — Cory arrancó la primera hoja de su

cuaderno de pedidos y dio una palmada en el mostrador. El chef saludó con la mano
sin quitar la atención de la salsa que movía.
Cory se sirvió un vaso de agua helada y se la bebió toda de una vez, sin
respirar. Se sintió un poco descentrado. El Porche del tío Charlie era el restaurante
más popular en toda la zona. Todo el mundo comía allí, y había atendido algunos
individuos muy calientes antes sin conseguir ser excesivamente afectado por esto.
Pero este... Maldita sea. Este era otra cosa. Alto y delgado. Suave, piel de color oliva.
El cabello negro azabache caía descuidadamente en torno a un serio rostro delgado,
suavizado por los labios enteramente besables. Ojos de un azul tan pálido que eran
casi blancos, enmarcados por pestañas como de encaje negro. Algo en sus ojos
sacudió el corazón de Cory y atrapó su mente como ninguna otra cosa había hecho
en mucho tiempo.
—¡Hey, Cory!— Alicia Trask llegó, dándole una gran sonrisa mientras
dejaba su orden en el mostrador. — ¿Qué pasa?
—Nada. Simplemente tomaba un pequeño respiro. —Él le sonrió de nuevo.
Ella abrió mucho sus ojos color marrón claro, mirándolo. —Oh, por favor.
¿Quién es él?
— ¿Quién es quién?
—El que te tiene todo caliente y mojado. — Alicia señaló con la cabeza hacia
la sección de Cory, balanceando las coletas marrones. —Quien es él, ¿el que tiene el
pelo negro?
Cory comenzó a negarlo, y entonces decidió decirlo, ¡qué demonios! Alicia se

lo imaginaria de todos modos. —Sí, ese es él.
—Bonito.
—Háblame de él. —Cory comenzó a admirar el esculpido perfil del hombre,

casi una belleza clásica. — ¿Piensas que él saldría conmigo?
Alicia se rió entre dientes mientras llenaba los vasos y los puso en una gran
bandeja redonda. —¿Tú conoces a alguien que no lo haría?
—Vamos, lo digo en serio. ¿Crees que lo haría?
—Lo digo en serio también, estúpido. Todas las niñas heteras y los chicos gay
de la ciudad quieren estar contigo. Infiernos, yo iría por ti si no tuvieras esa cosa
entre las piernas.
Cory se rió. —Lesbiana.
—Mejor que lo creas, muchacho. Dame al sexo débil en cualquier momento.
Cory se quedó pensativo viendo la cara del hombre. —No importa de todos
modos. Probablemente es hetero.
—¿Por qué no lo averiguas?— Alicia levantó las cejas hacia él y se dirigió a

servir las bebidas.
—Quizá lo haga—dijo Cory detrás de ella. Llenó una jarra de plástico con
agua, y otro con té helado, para hacer las rondas de sus mesas y llenar los vasos. —Sí.
Tal vez lo haga.
Un grupo de doce turistas llegaron diez minutos más tarde, y dado que
Cory era el único con dos mesas libres para unirlas, él los obtuvo. Después de eso,
tenía sus manos llenas manteniendo el té helado y la cerveza de raíz fluyendo
mientras atendía a todas sus otras mesas también. No es que le importara tanto. Le
gustaba esperar por los niños en particular. Ellos estaban entusiasmados de salir a
comer y eran fáciles de complacer.
En un momento dado, mientras que ayudaba a un niño en una camiseta de

Batman a decidir lo qué quería para el postre, Cory levantó la vista y vio al extraño
del pelo negro observándolo. Los ojos del hombre quemaban con un deseo tangible.
Los claros ojos pasaron rápidamente de nuevo al medio comido sándwich

frente a él, pero no lo suficientemente rápido para ocultar su obvia atracción,
acelerando el pulso de Cory.
Cory mantenía un ojo puesto en el hombre de pelo negro mientras trabajaba.

Finalmente, el hombre se metió el último bocado de ensalada de cangrejo en la boca y
se sentó de nuevo con un suspiro. Cory pasó una mano por sus rebeldes rizos y se
acercó a la mesa con su sonrisa más deslumbrante en su lugar.
— ¿Cómo fue todo?—, preguntó, sobrepasando el bazo del hombre.
—Maravilloso. — Los ojos azules resplandecieron hacia él. —Tenías razón, la

ensalada de cangrejo es la mejor que he probado. Gracias.
—Es un placer. ¿Quieres un postre? Nuestro pastel de lima está fuera de este
mundo.
—Suena muy bien, pero ya estoy satisfecho. Tal vez en otra ocasión.
—Espero que sí. — Cory dejó la cuenta sobre la mesa. —Tomaré eso cuando
estés listo.
—Ya estoy listo. — Él saco su cartera del bolsillo trasero de sus pantalones, y
le entregó a Cory un billete de veinte. —Quédate con el cambio.
Cory lo miró. Eso dejaría un cuarenta por ciento de propina. —Wow.

Gracias.
—Seguro. — El hombre estaba haciendo una pequeña mueca y ayudaba a su

cadera izquierda a moverse.
—Un placer conocerte, Cory.
—Sí, a ti también. — Cory observó cómo el hombre comenzó a alejarse. Él

sentía que le faltaba algo. De repente se le ocurrió, y se apresuró a alcanzarlo. —Hey,
espera.
El desconocido se detuvo y le dio una mirada curiosa. — ¿Sí?
Cory miró al suelo, tímido de repente. —Um. Es sólo que no sé tu nombre.
—Soy Paúl. Paúl Gordon.
Cory lo vio de nuevo y se sorprendió ligeramente al ver a Paúl sonriéndole.

—Cory Saunders. Encantado de conocerte, Paúl. —Él extendió la mano y ellos se las
estrecharon.
—Lo mismo digo—respondió Paúl.
Cory sonrió. —¿Quizás nos veamos por aquí alguna vez?
Paúl cubrió a Cory con una mirada que le hizo sentirse caliente por todas
partes. —Espero que así sea.
Y se fue, caminando hacia la puerta con una ligera cojera. Cory se quedó
mirándolo durante un rato antes de sacudirse el atontamiento inducido por la lujuria
que lo había sacado fuera de sí por un instante para atender a sus restantes clientes.
El resto de la tarde y la noche volaron en una carrera constante de clientes

hambrientos. A Cory no le importaba. Más clientes significa más propinas, y él
necesitaba el dinero. Además de que mantenía su mente fuera de Paúl. Tenía la
sensación de que no pensar en Paúl iba a ser difícil.
Después de que el restaurante cerró en la noche, Cory dijo adiós a Alicia que
se dirigía a su coche, y se inclinó para abrir la cadena de su bicicleta. El maltratado y
viejo Buick que su madre le había dado se rindió más de cinco meses antes y no
había tenido el dinero para arreglarlo. Afortunadamente la pequeña casa donde él y
su madre vivían estaba a sólo ocho kilómetros del Porche del tío Charlie. No era un
viaje malo, a menos que lloviera. Temía el invierno, cuando la lluvia sería tan
frecuente, como fría.
Sin embargo era una noche clara de finales de junio, hacía un tiempo
maravilloso para pedalear en bicicleta por las carreteras planas y con sombra. Eran
las nueve y media y la oscuridad estaba empezando a caer, y el intenso calor se había
disipado suficiente para que el aire se sintiera maravillosamente fresco contra su
cara. Dejó que su mente divagara mientras pedaleaba, también cansado para
centrarse en una sola cosa, ni siquiera el recuerdo de la sonrisa de Paúl.
El miércoles era su día de doble turno, desayuno hasta la cena, trabajando

sin descanso, y estaba exhausto.
El coche de Lanelle Harrison seguía aparcado en el camino de tierra lleno de

baches, cuando Cory llegó a su casa. Él dejó escapar un suspiro de alivio. A veces ella
tenía que irse antes de que él llegara a su casa, dejando a su madre sola. Nada había
sucedido nunca, pero lo ponía nervioso de todos modos.
—Hola, señora Harrison. — Cory empujó la puerta mosquitera cerrándola

tras él y se apresuró a través de la pequeña cocina a la sala. — ¿Cómo está mamá?
—Bastante bien. — La delgada mujer negra se levantó del hundido sofá y

apagó el televisor. —La alimenté por la sonda hace unas horas, por lo que estará más
o menos estable durante la noche. Ella recibe su dosis de la medicina a la
medianoche, y el esteroide a las cuatro.
—Muy bien, gracias.
La mujer dio unas palmaditas en el moño gris de la nuca. —Cory, cariño,

sabes que no me gusta presionar, pero...
—Sí, lo sé. —Cory no le había pagado a la señora Harrison durante las dos
últimas semanas. Conseguir reparar el refrigerador cuando se había averiado había

usado el poco de dinero que él había tenido. Sacó un fajo de billetes fuera de su
bolsillo y se lo entregó a ella. —Son sesenta dólares. Le voy a pagar el resto el
viernes, tan pronto como me llegue el cheque.
Sus ojos oscuros se fijaron en él con una mirada penetrante. —Bebé, esto es
todo que hiciste hoy, ¿no?
—No—mintió. Ella levantó una ceja escéptica y forzó una sonrisa. —

Conseguí realmente buenas propinas hoy. — Por lo menos esa parte era cierta.
Ella frunció los labios, claro que no le creía. Pero de todos modos, ella puso el
dinero en su bolso. Eso era lo apropiado para Cory. Ella necesitaba el dinero también,
su único otro ingreso era de la seguridad social, que no era mucho.
Él y los jubilados de la residencia tenían un buen arreglo. Ella se hacía cargo

de su madre mientras trabajaba, y él le pagaba lo que podía, ayudando en otras
maneras para hacer la diferencia. Él había construido una rampa para sillas de
ruedas nuevas para su marido parapléjico, algo de lo que sentía gran orgullo.
—Muy bien—dijo la señora Harrison. —Tengo que ir a casa. Mi James estará

buscándome. ¿A qué hora me necesitas mañana?
—No hasta el mediodía. Tengo que arreglar un par de cosas por aquí, así que
Kevin tomará el turno de la mañana el día de mañana. Estoy tomando el grupo de la
una, entonces tengo el turno de la cena en Charlie. — Su ánimo se levantó al pensar
en su trabajo a tiempo parcial tours de kayak de mar a una isla cercana. Le
encantaba estar en el agua, incluso vigilando a turistas alrededor.
La señora Harrison sacudió la cabeza. —Trabajas demasiado, cariño. Vas a

agotarte.
—No me importa. — Él se dejó caer en una silla de plástico agrietada y estiró

las articulaciones, haciéndolas estallar.
—Eres un buen chico, cuidando de tu mamá y todo.
Él le dio una sonrisa cansada. —No podría hacerlo sin usted, señora
Harrison.
Ella le devolvió la sonrisa. —Bueno, descansa bien esta noche, ¿me oyes?
Mañana te traeré algunas de las judías verdes y conserva de higos. Las pondré arriba.
—Suena muy bien, gracias. — Cory saludó a la señora Harrison quien colgó
su bolsa al hombro y se dirigió hacia los escalones de la puerta de la cocina, evitando
cuidadosamente el último escalón roto.
Ella le dejó un gran plato de la sopa de verduras casera, además de algunos

pepinos y los tomates de su jardín. Se rió en voz baja. Sabía que él consiguió un
descuento en el restaurante, pero ella nunca dejó de traerle algo de lo que ella hacia
para su propia cena. Metió un dedo probando la sopa, todavía caliente. Agarró una
cuchara del lavaplatos y se dirigió por el corto pasillo a la habitación.
Lorraine Saunders yacía sobre la espalda con la gran esponja calzada en la

parte superior del cuerpo para mantener su sonda de alimentación hacia arriba sin
regresar. Su corto cabello castaño estaba bien peinado, y ella llevaba un camisón
fresco. La señora Harrison debía de haberla bañado. Cory lo habría hecho si lo
necesitaba, pero se alegraba de no tener que hacerlo. No era un trabajo difícil, su
madre era una mujer menuda, delicada, incluso antes del tumor cerebral que la había
dejado en estado de coma. Sin embargo, le rompía el corazón cada vez que veía la
pérdida de su alguna vez fuertes músculos, las llagas por la cama se abrían todo el
tiempo a pesar de sus mejores esfuerzos para evitarlos.
—Hola, mamá. — Él plantó un beso en su frente, se sentó en la silla que

mantenía al lado de su cama, y comenzó a tomar la sopa. —Conocí a alguien el día
de hoy. Un verdadero buen tipo. Y el hombre, era magnífico. Creo que podría pedirle
una cita.
Ella hizo una contracción en sus pestañas. Él no había esperado que le
respondiera. Hacía más de un mes desde la última vez que había hablado con él, o
abierto los ojos. Pero no pudo evitar la esperanza.
Él terminó su sopa en silencio, viendo por la ventana a la oscuridad y

pensando en todo el trabajo que lo esperaba en la mañana. El aire acondicionado en
la habitación de su mamá necesitaba repararse. A causa del trabajo, no había tenido
la oportunidad, ya que se rompió hacía dos días, así que eso venía en primer lugar.
Luego era el escalón roto fuera de la puerta de la cocina. Y la fuga en el lavabo del
baño que volvía sin importar cuántas veces pensó que lo había arreglado. Y para
colmo, la fuga en la rueda del frente de la bicicleta estaba empeorando. La había
parchado tantas veces que había perdido la cuenta. Necesitaría una cámara nueva
para llanta muy pronto.
Cory suspiró, se levanto de la silla, arrastrando los pies de nuevo a la cocina

para lavar la taza y la cuchara. A veces le molestaba, cómo el trabajo nunca parecía
terminar. Cómo su vida se había convertido en una rueda sin fin de trabajo,
cuidando a su mamá y tratando de evitar que la vieja casa se cayera a pedazos
alrededor de ellos. Él tenía veinticuatro años de edad, debería estar en la
universidad, o comenzando una carrera emocionante, o al menos en las fiestas de
fines de semana. No trabajando en dos puestos de trabajo sólo para mantener las
luces encendidas, mantenerse alimentado y pagar a alguien para cuidar a mamá. A
veces quisiera...
—Para eso, Cory—, se ordenó a si mismo. —Yo no deseo eso. Lo sabes ¿no es
así? —Y él no lo hacía, no realmente. Salvo en ocasiones.
Capítulo tres
Paúl había estado en su nueva casa casi una semana antes de recordar que
necesitaba comprar ropa. Había estado trabajando como un demonio durante días,
para lograr la forma del estudio de arte y nada más había logrado captar su atención
por mucho tiempo. El lunes, después de su llegada a Willow Bend, el desván antiguo
del granero había comenzado a parecer un verdadero estudio, y Paúl se había
quedado sin ropa que no estuviera cubierta de suciedad y pintura. Se quedó desnudo
delante de la máquina lavadora en el porche de atrás y en silencio se maldijo por no
comprar detergente para la ropa.
Él frunció el ceño ante las nubes negras que se reunían fuera. La perspectiva
de conducir a la ciudad bajo la lluvia, obviamente, no le atraía. Pero no tenía nada
que ponerse que no estuviera sucio, y nada para lavar la ropa sucia, por lo que
parecía que un viaje a la ciudad era inevitable.
—Mierda. — Paúl suspiró, se dio la vuelta y se encaminó de nuevo a su

dormitorio. Se puso la ropa con la que había pasado toda la mañana trabajando
dentro y fue a buscar las llaves del vehiculo.
A media tarde él tenia cinco bolsas llenas de pantalones vaqueros, pantalones

cortos y camisetas, unos pares de zapatillas deportortias, algunas sandalias, y una
caja de detergente para la ropa.
Le dolía la cadera de esa manera peculiar que sólo venía por salir de
compras. Los días de extremo trabajo forzado en su emergente estudio casi no le
molestaban en absoluto, pero tres horas de compras provocó más daño del que había
tenido en un tiempo. Hizo una mueca mientras colgaba las bolsas en el espacio detrás
del asiento del conductor y luego subió tras el volante.
Vio su reloj. Casi las cuatro. Su estómago se quejó, recordándole que él se

había olvidado de comer ese día. Una vez más. El pensamiento de la comida le hizo
recordar el Porche del tío Charlie. Que, por supuesto, lo hizo pensar de Cory. Una
vez más.
De vuelta a casa desde el restaurante la semana pasada, no había sido capaz

de pensar en otra cosa. Los grandes ojos verdes, esa sonrisa amplia. La sexy forma en
que el chico se movía. Y Cory estaba claramente interesado. La forma en que el joven
hombre lo veía le hizo arder.
Se había desviado en fantasías de lo que se sentiría al besar a Cory, acariciar

esa piel dorada. Hasta que llegó a casa, y se fue a su dormitorio, y vio la foto de Jay.
Jay, que había sido su otra mitad por más de seis años, a quien había amado
tanto que dolía a veces. Perder a Jay había sido como perder una extremidad.
Aprender a vivir sin él había sido lo cosa más difícil que Paúl había tenido que hacer
alguna vez. Todavía sentía la ausencia de Jay en su vida todos y cada uno de los días.
Su lado sexual parecía haber muerto junto con su amante. El deseo que sentía por
Cory fue impactante por su rapidez e intensidad, y no sabía muy bien qué hacer con
él.
Se apoyó contra el volante y cerró los ojos. —Dios, Jay,—susurró. —Desearía

que estuvieras aquí. Te echo de menos.
Jay se ha ido, volvió a despertar su libido recordándole, pero Cory esta aquí
en esta ciudad, y él también te quiere. Él no podía decidir si su pulso acelerado era
resultado del miedo o el deseo. Después de debatir un momento, empujó a un lado la
necesidad de conducir al Porche del tío Charlie, y se dirigió hacia su casa.
El estallido de la tormenta que se cernía sobre él, antes que incluso saliera de
la ciudad. Laminas de lluvia retumbaban con tanta fuerza que apenas podía ver algo
más allá de la campana del camión. Casi se topó con una figura sin camisa en shorts
y harapientas zapatillas de lona, empujando una bicicleta por un lado de la carretera.
No fue sino hasta que se detuvo patinando y vio la figura empapada que él
reconoció a Cory.
Estacionó la camioneta y llegó hasta su lado, y se estiró abriendo la puerta

del lado del pasajero. — ¿Cory? ¿Eres tú?
—Sí—. Cory vio a Paúl desde debajo de una masa de chorreantes rizos.
— ¿Paúl?
Paúl logró actuar casual, a pesar de la forma en que sus manos temblaban
repentinamente. —Hola. ¿Necesitas ayuda?
—Bueno, me vendría bien un viaje si no es mucha molestia. Llego tarde al

trabajo.
—No es ningún problema en absoluto. Aquí, déjame ayudarte a poner tu

bicicleta en la camioneta.
Comenzó a abrir la puerta. Cory tendió una mano hacia él. —No, está bien.
No hay necesidad de que también te mojes. Yo lo puedo hacer.
Antes de que Paúl pudiera protestar, Cory cerró la puerta. Él subió la

bicicleta en la parte trasera de la camioneta y estaba saltando a la cabina en cuestión
de segundos, apretando estrechamente una bolsa de plástico en la mano.
—Gracias por esto—, dijo Cory abrochando el cinturón de seguridad. —

Realmente te lo agradezco.
—No hay problema.— Paúl miró sobre el empapado y mojado hombre,

medio desnudo en el asiento junto a él antes de regresar a la carretera. —Así que
¿qué estabas haciendo a montando tu bicicleta en la lluvia?
Cory se rió, retirando el húmedo cabello de sus ojos. —No estaba lloviendo
cuando salí de casa esta mañana. Yo suelo llevar mi poncho de todos modos, sólo por
si acaso, pero tenía algunas cosas de que ocuparme esta mañana y me llevó más
tiempo de lo que pensé que sería, así que tuve que correr para llegar al trabajo y
olvidé mi estúpido poncho. Por lo menos me acordé de poner mi ropa de trabajo en
una bolsa. —Él dio unas palmaditas en la bolsa de plástico en el asiento junto a él.
Paúl frunció el ceño. —Así que, ¿montas en tu hora de almuerzo o algo así?
Cory se le quedó mirando fijamente por un momento. A continuación, la

comprensión inundó sus ojos. Las mejillas de Cory se volvieron color rosa bajo su
bronceado. —No. Yo, um, no tengo un coche, voy en bicicleta al trabajo. Yo trabajo a
tiempo parcial en Willow Bend al aire libre, guiando recorridos en kayak a la Isla
Nutria. Tuve un recorrido a la hora del almuerzo, y ahora llego tarde para el cambio
de turno de la cena en Charlie's porque tuve un reventón. Yo lo parché, pero no está
funcionando.
—Oh.— Paúl, sintiendo la vergüenza de Cory, concentró su atención en el

camino a través de la torrencial lluvia. Lo siguiente que salió les sorprendió ambos.
—Oye, ¿por qué no tomo tu bicicleta y la arreglo mientras estás en trabajo? Puedo
volver después de tu turno y llevarte a tu casa.
— ¿En serio?
—Sí, en serio. — Paúl se arriesgó apartando los ojos de la carretera por un

segundo para ver sonreír a Cory. — ¿Qué te parece?
Cory sonrió y sacudió el corazón de Paúl mientras miraba hacia el frente de
la ventana. Dios, el chico tenía una sonrisa hermosa. Lo suficientemente hermosa

para que Paúl casi olvidara la rápida visión que había tenido del pecho y las largas y
bronceadas piernas desnudas de Cory. Casi. La forma en que sus tonificados
músculos bajo la piel dorada se movían causaba un fuerte dolor en la ingle de Paúl.
Paúl lanzó otra mirada a la cara de Cory. Aquellos ojos verdes eran serios,
como si supieran lo que Paúl había estado pensando. Por supuesto que lo sabe. Tú no
podías haber sido más obvio, idiota.
—Está bien—, dijo Cory, con su suave voz.
—¿Huh?— Paúl miró el camino para asegurarse de que todavía estaba en él,
a continuación, se giró hacia a Cory. Se sentía completamente nervioso.
—Tú reparas mi bicicleta. Y me llevas a casa. Sí, por favor. —Cory bajó la
mirada hacia el piso. —Normalmente no preguntaría, pero estoy bastante fuera de
otras opciones en este momento.
—Tú no me preguntaste, Yo te pregunté.
—No obstante lo sucedido, Paúl, me alegro de que lo hicieras. Gracias.
—No hay de qué.— Paúl vio otra vez. Cory parecía recostarse en el asiento,
dándole una pequeña media sonrisa por debajo de un velo de goteantes rizos. Paúl se
apresuró a regresar la vista de nuevo a la carretera nuevamente, viendo a través de la
fuerte lluvia.
La tormenta hizo el viaje hasta el restaurante más largo de lo que debería

haber sido. En el momento en que llegó diez minutos más tarde, Cory había
encontrado una toalla relativamente limpia detrás del asiento y se secó, lo mejor que
pudo. Paúl se esforzó para no mirar la fricción de la áspera tela sobre la suave piel,
tal y como sus manos hormigueaban con hacer.
—Déjame en la parte de atrás, si no te importa—, le dijo Cory a Paúl

entrando en el estacionamiento. —No quiero tener que pasar por el comedor así.
—Claro. — Paúl llevó la camioneta lo más cerca que pudo llegar a la puerta
de la parte posterior. — ¿A qué hora sales?
—Cerramos a las nueve, así que por lo general termino a las nueve y media.
Puede ser más tarde, si tengo un cliente que no quiere irse, pero por lo general estoy
fuera para entonces.
—Está bien. Te veré entonces.
—Está bien. — Cory se giró en el asiento y fijó una solemne mirada en Paúl.
—Gracias, Paúl. Realmente aprecio esto.
—No hay problema.
Cory se inclinó un poco hacia adelante, los labios muy separados como si
estuviera por decir algo. Luego sonrió, tomó la bolsa con su ropa en ella y salió de la
camioneta. Paúl lo observó hasta que desapareció en el interior.
—Llegas tarde hijo. — Joe, el gerente, le dio a Cory con un severo ceño
cuando se precipitó en la puerta, sacudiendo el agua de su pelo.
—Lo siento—jadeó Cory. —Mi bicicleta se pinchó.
Joe gruñó. —Tú tienes la sección cuatro.
—Lo tengo. Estaré enseguida.
Cory trotó dentro del cuarto de baño, se quitó los calzoncillos mojados, y
comenzó a sacar la ropa de su trabajo. Estaba un poco arrugada, pero tendría que
ponérsela así. No había tiempo para traer la plancha portátil que Alicia guardaba en
su casillero.
Pensó en Paúl mientras se vestía. Ese cuerpo largo y esbelto, envuelto en

pantalones vaqueros salpicados de pintura y una camiseta que parecía que había
sido pisoteada en el suelo. La forma en que el cabello negro y espeso colgaba en
sudorosos mechones alrededor de su cara. Y esos ojos. Dios, esos ojos. Rastrillando
calientemente sobre la piel de Cory, haciendo que él quisiera cosas que no podía
tener, no justo ahora. Se puso de pie sujetándose al borde del lavabo hasta que su
creciente erección desapareció, y luego se dirigió a ganarse la vida.
Cory se embolsó la escasa propina que el viejo Señor Jones le dejó y echó un
vistazo al reloj. Las nueve menos cuarto. Cuarenta y cinco minutos más hasta que
Paúl llegara a recogerlo. Sacudió la cabeza, riéndose de sí mismo como una virgen de
una escuela secundaria.
—¡Cory!— Alicia le dio un codazo.
—¿Eh?— Cory no levantó la vista de la mesa que estaba limpiando. Él se

preguntó ociosamente cómo se vería Paúl desnudo.
—Tienes un cliente.
Cory suspiró. —¿Ahora? ¿A un cuarto de la hora del cierre?
—Sí—. Alicia sonrió, parpadeando con sus ojos marrones. —Pidió por ti
especialmente.
Cory empezó a decir algo completamente poco profesional. Entonces, un

pensamiento lo golpeó. Levantó su cabeza, buscando con los ojos en la habitación.
Paúl le sonrió y saludó con la mano desde la mesita en la esquina. Cory le sonrió.
—Deja, yo terminaré esto.— Alicia tomó el vaso sucio que aún sostenía
derecho en su mano y palmeó su trasero. —Ve por él, semental.
Cory se rió. —Gracias, ‘Licia.
Ella le dio un pequeño empujón y él se acercó a la mesa de Paúl, sonriendo

como un idiota. —Hola, Paúl. Estás aquí temprano. Aunque parece que esta noche
podría en realidad estar fuera temprano.
—Sí, el lugar está bastante vacío, ¿eh?
—Seguro lo está. Supongo que la tormenta mantiene a todo el mundo en su

casa.
—Supongo que sí. — Paúl sonrió con esa magnifica sonrisa letal, y tomó todo
de Cory el no besarle insensatamente justo ahí.
Cory se aclaró la garganta. —Entonces, ¿qué te traigo?
—Sólo una taza de café, si eso está bien. Agarré un sándwich en la ciudad
temprano. Además, yo no quiero retenerte.
—Oh, no. Todavía tengo que hacer mi parte de la limpieza antes de que me
pueda ir. ¿Seguro que no quieres algo de comer? ¿Tal vez algún postre para
acompañar el café?
Paúl se echó a reír. —Tal vez voy a tener una tajada de ese pastel de limón.
—Sale enseguida. — Cory sonrió y se apresuró a la cocina a buscarlo,

pensando que el pastel no era lo único “saliendo”.
Siguió viendo a Paúl por el rabillo del ojo mientras despejaba las mesas y
barría el piso. Viendo la forma en que la garganta de Paúl trabajaba tomando un
sorbo de café, la manera devastadoramente sexy que lamió el pastel de su tenedor.
Cory no pudo dejar de imaginarse esa lengua húmeda, de color rosa deslizándose
sobre la piel en lugar del metal. Casi se corrió en los pantalones cuando Paúl recogió
con un dedo la última parte del pastel, lo metió en la boca y lo chupó hasta limpiarlo.
Cuando Cory volvió de depositar la taza y el plato de Paúl en el

lavavajillas, Paúl estaba de pie junto a la ventana, viendo hacia la penumbra. Cory se
permitió un momento para admirar las piernas largas y el firme culo del hombre
antes de anunciar su presencia.
—Muy bien, estoy listo—, dijo. Paúl se giró y le sonrió. —Tenías razón sobre
el pastel. Es delicioso.
—Lo es, ¿no?— Cory empezó a andar hacia la puerta. Paúl se puso a caminar
junto a él, cojeando un poco. —Oye, ¿Paúl?
—¿Sí?
—Dime si estoy siendo demasiado entrometido o lo que sea, pero ¿hay algo
malo con tu pierna? Parece que te duele un poco al caminar sobre ella.
Esos ojos claros se llenaron de tristeza. —Yo estuve en un accidente de coche

hace poco más de un año. El fémur izquierdo se rompió bastante mal hasta cerca de
la articulación de la cadera. Esto todavía me duele a veces.
Cory vio fijamente el perfil de Paúl, medio escondido detrás de una mata de
pelo enredado. Algo le dijo a Cory que algo peor había pasado en la colisión que una
pierna rota.
—La lluvia aplacó—, dijo él al salir por la puerta principal a una fina
llovizna.
La sonrisa de Paúl dijo que agradecía el cambio de tema. —Sí. Una cosa
buena. Nunca he visto una lluvia tan dura en mi vida. ¿Son todas las tormentas tan
malas aquí?
—No todas, pero si hay suficiente de ellas.
—Maldición.
—Sí.
—Tu bicicleta esta en la parte de atrás—, dijo Paúl a medida que se deslizaba
en la cabina de la camioneta.
—June Horton abajo en el garaje le puso una cámara de aire nueva en ella.
—Genial. Gracias por hacer esto, Paúl, en serio. —Escarbó en el bolsillo de

atrás y sacó un puñado de billetes. —¿Cuánto te debo?
Paúl le dio una mirada sorprendida. —No te preocupes por eso, Cory, no fue
mucho.
—No, yo no puedo permitirte que pagues por ello. Ahora vamos, ¿cuánto? —
Cory no se encontraría con los ojos de Paúl. Odiaba recibir caridad. Odiaba la pena
en los ojos de la gente cuando le daban cosas que no había ganado. No quería ver esa
mirada en los ojos de Paúl.
—Cory—. Algo en la voz de Paúl hizo a Cory mirarlo. Él estaba sorprendido

al no encontrar ningún rastro de piedad en la cara de Paúl. Lo único que había era un
calor que le dejó sin aliento. —No es gran cosa, ¿de acuerdo?
—Está bien—, dijo Cory mansamente.
—Bien. Ahora, ¿a dónde voy?
Cory guió a Paúl por la sucia calle y la pequeña casa destartalada al final de
la misma. Sus mejillas se calentaron a medida que Paúl se deslizaba enfrente y se
detenía. El lugar parecía viejo y gastado, y él deseaba que Paúl no lo hubiera visto.
—Gracias por el viaje—, dijo Cory, abriendo la puerta y saltando. —Y por

conseguir arreglar mi bicicleta. Te voy a pagar en algún momento, lo quieras o no.
—Tu me puedes pagar ahora, si lo deseas.— Paúl abrió la puerta y se reunió

con Cory en la parte trasera de la camioneta.
—Oh, está bien. Seguro. —Cory comenzó a excavar el dinero de su bolsillo

otra vez. La mano de Paúl cubrió la suya y se detuvo, el corazón de repente se fue a
su garganta.
—No quiero tu dinero.— La voz de Paúl era suave y pesada. Él dio un paso
más cerca, tan cerca de Cory que podía sentir su calor.
—Oh. Entonces, ¿qué...? —Cory miró a los ojos de Paúl, y su aliento se

escapó como si hubiera sido golpeado.
Paúl deslizó una mano en el pelo de Cory y la otra alrededor de su espalda,

presionando sus cuerpos juntos. Cory dejó escapar un suave —oh— de sorpresa. A
continuación, la boca de Paúl estaba en la suya, suave y cálida, la húmeda lengua
instando a sus labios abiertos, y todo pensamiento se desvaneció en una ráfaga de
necesidad. Cory envolvió ambos brazos alrededor de la cintura de Paúl, inclinando la
cabeza para besar a Paúl más profundo. La evidencia de la excitación de Paúl se
deslizó contra la suya propia a través de las dos capas de tela, enviando electricidad
zumbando hasta la columna vertebral de Cory.
—Cory—. Su nombre surgió con deseo de la ronca y áspera garganta de

Paúl. —quieres.
—Sí. Dios.
Las manos se enredaron juntas. Ellos a tientas abrieron los botones y las
cremalleras. Después de unos pocos y frenéticos segundos, sus penes se presionaban
juntos, piel con piel, calientes y goteando. Cory envolvió una mano alrededor de
ambos y bombeó duro. Paúl gimió. Cory sentía las fuertes, cálidas manos empujar
sus pantalones más abajo de las caderas, los dedos rozando por encima de su
abertura, y eso fue todo lo que necesitó. Él se corrió con tanta fuerza que sus oídos
sonaron, la boca aún cerrada con la de Paúl. Paúl se vino una fracción de segundo
más tarde, las caderas rodando contra la mano de Cory.
Cory se apoyó en el pecho de Paúl, sin aliento. —Wow.
—Sí—. La voz de Paúl estaba débil y aturdida, su dura respiración contra la

oreja de Cory.
Cory levantó la cabeza otra vez, de repente necesitando ver la cara de Paúl.
Los ojos claros estaban entrecerrados y saciados. Cory levantó la mano que no estaba
cubierta de semen y pasó los dedos por los labios hinchados de Paúl.
—Creo que este es un momento tan bueno como cualquier otro para que te
invite a ¿salir?
Paúl rió, acariciando el cabello de Cory lejos de su cara. —Supongo que lo es,
sí.
Cory sonrió. — ¿Quieres salir conmigo?
—Claro—. Paúl ahuecó su mejilla, dándole un suave beso. — ¿Qué tienes en

mente?
—Hay un gran picnic y fuegos artificiales el cuatro, por el río. Es muy

divertido.
—Suena fantástico. Es una cita.
Cory sonrió. —Genial.
—Así que me estás recogiendo en tu bicicleta, o ¿quieres tomar mi

camioneta?
Cory se sorprendió riendo. Tenía más de lo que podía soportar de la actitud

de la mayoría de la gente de la ciudad por el “pobre Cory” . Se alivió algo dentro de
él al saber que Paúl podía burlarse de él por algo que la mayoría de la gente evitaba
mencionar.
Por supuesto, Paúl no sabía nada de Mamá todavía.
—¿Dónde vives?—, preguntó Cory, alejando la idea de contar a Paúl toda su

triste historia.
—No lejos de aquí, en realidad. Abajo en el final del camino Radcliff.
—Oh, ¿tú compraste el lugar de los Thompson?
—Sí.
Cory asintió con la cabeza. —Demonios, puedes ver los fuegos artificiales
desde el porche trasero. El río no corre muy por detrás de tu casa, justo antes de
llegar a esa franja de los árboles.
Las manos de Paúl se deslizaron de vuelta por debajo de la camisa, de Cory.

—Entonces por qué no vienes a mi casa y ves los fuegos artificiales allí conmigo.
Cory pasó los dedos por el pecho de Paúl, deseando sentir la piel desnuda en
lugar de la tela. —¿Qué pasa con el picnic? Comida gratis.
Besó la garganta de Paúl.
—Mm. Bueno, ¿qué tal si vamos a la comida campestre, entonces, volvemos a

mi casa, um ... —Paúl inclino la barbilla de Cory y lo besó. —…para ver los fuegos
artificiales?
—Oh. Muy bien. Sí.
La mano de Paúl acunó la cabeza de Cory, besándose nuevamente, más

profundo esta vez. Cory podía sentir el deseo de Paúl aumentando sin cesar con el
suyo, y se sentía completamente incapaz de detenerlo.
—Ven a casa conmigo—, Paúl susurró contra la boca de Cory. —Quiero

llevarte a la cama.
La idea volvió las rodillas de Cory en gelatina. Pero no podía, no importaba

cuánto lo quisiera. Esto significaría dejar a Mamá sola, y no podía hacer eso.
—Yo ... no puedo—, jadeó. —Tengo que ... Oh ...— los insistentes besos de
Paúl, la exigente forma en que sus manos se movían en la piel de Cory, le hizo muy
difícil pensar.
—¿Qué?— Paúl sumergió la cabeza y chupó con fuerza en el cuello de Cory,

sólo por debajo de su oreja.
—Yo ... Mamá. no puedo dejarla sola. —Cory puso ambas manos sobre el
pecho de Paúl, empujándolo aparte. —No puedo. Lo siento.
Paúl junto las cejas. —¿tu madre está enferma?
Cory asintió, calentando sus mejillas. —Tengo a alguien para cuidar de ella,
mientras que estoy en el trabajo, pero yo la cuido por la noche. Ella está en coma, no
puede estar sola.
Paúl lo vio fijamente. Cory esperó, conteniendo la respiración. No creía que

podría soportar si Paúl sentía pena por él.
—Entiendo—, dijo Paúl finalmente. Sus labios se curvaron en una sonrisa

irónica.—Caray, yo haría lo mismo por mi mamá si ella lo necesitara.— Dio a Cory
una mirada cautelosa. —¿Sería grosero de mi parte preguntar qué le pasó?
—No. No es un gran secreto ni nada, todo el pueblo lo sabe. —Cory respiró

profundamente. —Tenía un tumor cerebral, hace cerca de ocho meses. El Doctor dijo
que era uno maligno. Se lo quitaron, y ella tuvo radiación y todo eso. Y ella estuvo
bien, por un tiempo. Entonces ella comenzó a ponerse peor, tenía convulsiones y esas
cosas, y descubrieron que el tumor había regresado. No pudieron sacar toda la cosa,
pero hicieron lo que pudieron y le pusieron esos implantes de radiación especial por
unos pocos días para matar el resto de él. Durante un tiempo fue mejorando. Pero
luego comenzó a empeorar de nuevo. El médico dijo que la radiación había matado
parte de su tejido cerebral sano, y no regresaría jamás a la normalidad. Ella sólo
siguió su camino cuesta abajo desde entonces. La última vez que me habló fue hace
más de un mes.
Paúl se quedó en silencio por un momento, mirando solemnemente a Cory.

—Debe ser difícil para ti. Ver a tu madre así.
—Sí. Ella siempre fue muy fuerte, ¿sabes?
—¿Qué pasa con tu padre? tu no has dicho nada sobre él, ¿él no te ayuda?
—Nunca lo conocí. Mamá dijo que se fue cuando yo era un bebé. Ella nunca
hablaba de él, y aprendí bastante rápido a no preguntar.
Las manos de Paúl acariciaron la espalda de Cory, una y otra vez. —Yo
debería dejarte ir. Dejarte entrar con ella.
—Supongo—. Cory no quería dejarlo ir. Se sentía bien, ser abrazado.
Paúl le dio un beso más, un suave beso prolongado que prometía más por
venir, entonces lo empujó suavemente. Se quitó la camiseta y lo utilizó para limpiar
el semen de los dos. Cory trató de no darse cuenta de los esculpidos músculos del
pecho de Paúl, salpicados de fino pelo oscuro.
—Está bien.— Paúl abrió la parte trasera del camión y bajó la bicicleta de
Cory mientras que Cory se cerraba la ropa de nuevo. —Supongo que nos veremos el
cuatro, ¿eh?
—Sí. Voy a llegar a tu casa alrededor de las tres, ¿eso está bien?
—Claro.— Se quedaron mirándose en silencio el uno al otro durante un

minuto. A continuación, Paúl extendió la mano, envolvió a Cory en sus brazos, y le
dio un beso que lo derritió de adentro hacia afuera.
—Cory—, Paúl le susurró: —Yo ...— Él se retiró, mirando a los ojos de Cory.
Los suyos irradiaba un ardiente deseo, pero Cory vio el miedo detrás de
ellos, y él se preguntó. Entonces Paúl se había ido, subiendo tras del volante de su
camioneta y alejándose antes de que Cory pudiera decir algo.
—Oh, hombre,— Cory murmuró en voz baja. Ya estaba medio duro otra vez,
de sólo ver la mirada en los ojos de Paúl.
Él miró a su ropa desaliñada, pantalón negro manchado con el semen, y sólo

por esta vez se alegró de que la señora Harrison hubiera salido temprano.
Paúl condujo a casa en una bruma de necesidad y confusión. La intensidad

de su atracción por Cory le sorprendió, le hizo desear cosas que no había querido
desde que Jay murió. Se había sorprendido, cediendo tan fácilmente a los impulsos
que había honestamente pensado que nunca iba a sentir otra vez. Errante en su
dormitorio y quitándose la ropa manchada, él todavía no podía creer lo que él y Cory
habían hecho. O que él había estado tan cerca de llevar al chico a casa con él.
Él se metió en la ducha y se limpió refregándose antes de que pudiera dar

una mirada a la foto de Jay. Tomó el sencillo marco de madera de veinte por
veinticinco centímetros y lo mantuvo en su regazo mientras se sentaba con las
piernas cruzadas en la cama. Jay le sonreía desde la foto, los ojos marrón brillante, el
corto cabello rubio cuadraba con su bronceado. Hombros anchos, tórax en tonel
cubierto con un vello de color rubio-rojizo rizado, brazos musculosos sosteniendo un
tremendo salmón sobre la cabeza. Jay había estado tan orgulloso de la captura, su
primera vez de fin de semana lleno de grandes capturas. Habían celebrado follando
allí mismo, en el barco.
Paúl rozó los dedos reverentemente sobre la foto. Él había elegido esa para
ampliar, y el marco, ya que capturaba la esencia de Jay perfectamente. Un hombre
grande con un apetito grande y un gran corazón que coincidía, Jay había agarrado
la vida por las bolas, tomando el placer en cada momento. Paúl siempre había
admirado eso acerca de él. Incluso ahora, con Jay desde hace catorce meses en su
tumba, Paúl podía sentir su espíritu vivo cada vez que veía ese cuadro.
—Te extraño tanto, Jay,— dijo Paúl suavemente, acariciando la imagen de

Jay. —Yo creía que nunca querría a nadie más. Pero Cory, me hace... Dios, Jay, yo lo
quiero tan urgentemente. Necesito tocar a alguien de nuevo. Necesito a alguien que
me toque. Y desearía que pudieras ser tú, pero eso no puede ser.
Él se rió amargamente. —Y no sé por qué te estoy diciendo esto, cuando tú

me dijiste que fuera por esto. Siempre dijimos que ninguno de nosotros quería que el
otro estuviera solo, si algo le sucedía a uno de nosotros. Y te sucedió, y estoy solo, y
yo sé que no quieres eso. Y yo no quiero eso tampoco. Ya no más.
Así que, ¿qué vas a hacer al respecto, Pauly? Paúl casi podía oír el vozarrón
de Jay desafiarlo.
Él sonrió. —Voy a ir a por ello, Jay-Jay—, dijo. —Voy a ir jodidamente por

ello.
Capítulo Cuatro
Paúl condujo todo el camino a Savannah para comprar condones. Se

estremeció al pensar en las preguntas no dichas que tendría que enfrentar si los
compraba en la farmacia de Willow Bend. Así que ahora aquí estaba, en una insulsa
resplandeciente farmacia de una gran cadena en las afueras de Savannah, sintiéndose
un poco tonto mientras veía la desconcertante variedad a su disposición.
No los había comprado en años. Estuvo a punto de no pensar en ello. A

continuación, una observación de improviso en la radio le hizo recordar la primera
vez que él y Jay hicieron el amor, cómo el sabor del látex le había hecho ahogarse,
cómo Jay se había reído hasta que las lágrimas corrían por su rostro. Paúl se detuvo
justo en el medio de trapear el piso de la cocina para ir a buscar los suministros
necesarios antes de que Cory llegara ahí. Debido a que estaba decidido a necesitarlos.
—Sabor. Definitivamente. —Cogió una caja de sabor a menta.
La memoria de la erección de Cory contra la suya trajo una oleada de calor a

su rostro. Vio a su alrededor, mortificado por la protuberancia que se formaba en sus
jeans, pero no había nadie que lo viera. Uno a la vez en la sección de condones
parecía ser una regla no escrita. Tomó una botella de lubricante y se apresuró a la
caja registradora. El joven empleado chasqueando su chicle le llamó y embolsó sus
compras sin pestañear, pero aún así se sintió aliviado al llegar a la intimidad de su
camioneta.
Vio su reloj. Las once y media. Más de tres horas hasta que Cory
supuestamente llegara. Suficiente tiempo para terminar la poca limpieza que le
quedaba y tomar una ducha. Él tarareó junto con la radio mientras conducía,
satisfecho de sí mismo por manejar esto tan bien. No fue sino hasta que había
estacionado la camioneta en el establo y se dirigió a la casa que la realidad lo golpeó.
Estaba a punto de tener su primera cita en más de siete años, con alguien
aparte de Jay. Y esta cita muy probablemente terminaría en el dormitorio.
Se sentó en medio del piso de la cocina, temblando. Exprimió los ojos

cerrados, trató desesperadamente de llamar a Jay en su mente. Podía aún ver la
sonrisa clara como todo lo de Jay, podía recordar cómo había tomado el café, todos
sus pequeños hábitos. Pero él no podía recordar el sabor de Jay, su olor, el tacto de su
piel, el sonido de su risa. Jay fue desapareciendo de él, convirtiéndose en un recuerdo
de amor guardado, pero no bien definido y cercano. La idea le aterraba.
No hay utilidad en permanecer, Pauly, el fantasma de Jay le amonestó, alegre

como siempre. Tienes que seguir adelante. Pasarse la vida abatido no es una clase de
vida en absoluto.
Paúl sonrió, las lágrimas goteaban por sus mejillas. —Correcto, como de
costumbre, Jay-Jay.
Él se sentó y lloró durante un rato, dejándo sentir el dolor de perder a Jay,

mezclado con el terror y la emoción de comenzar algo nuevo. El llanto se sentía bien.
Limpiándo. Cuando las lágrimas se detuvieron, Paúl se sintió más fuerte. Se levantó
del piso y fue a prepararse para Cory.
El traqueteo de las ruedas de la bicicleta en la tierra anunció la llegada de

Cory unos pocos minutos antes de las tres. Paúl respiró hondo, se alisó la camisa, y
salió al porche para saludarlo.
—¡Hola!— Cory se giró con gracia en la bicicleta antes de detenerse y se

apoyó en los escalones del porche. Sus ojos verdes contemplaron apreciativamente
hacia abajo el cuerpo de Paúl. —Estás caliente.
Paúl sonrió. —Gracias. Tú también. —Esa debe ser la declaración del siglo.
Cory parecía absolutamente magnífico en una apretada camiseta blanca y oscuros
pantalones cortos verdes a juego con sus ojos. Sus mejillas estaban rojas y sus
castaños rizos salvajemente azotados por el viento de la marcha.
Cory decidido subió los escalones. Paúl tuvo un momento de pánico,

preguntándose si estaba bien darle un beso. Él no tuvo tiempo para preguntarse.
Cory caminó a él, enterrando ambas manos en su cabello y apretando sus bocas
juntas. Paúl se hundió directo en ella, jalando cerca a Cory, recorriendo ambas
palmas sobre las curvas de su culo mientras se besaban
—Mm. Hola. —Paúl mordió el labio inferior de Cory, sonriendo.
—Hola. — Cory se presionó aún más cerca, besó el cuello de Paúl. —He
estado esperando con ansia por esto toda la semana.
—Yo también. Vamos adentro. —Jalándolo, Paúl tomó las dos manos de
Cory en las suyas y lo guió hacia la puerta.
Caminaron en el interior de la mano. Cory sonrió, los ojos chispeantes. —

Sabes, la última vez que estuve aquí tenía diez años. Yo estaba aquí jugando con la
nieta de los Thompson, Jenny. La señora Thompson nos persiguió afuera después de
que hicimos sopa de gusanos en la cocina.
Paúl se rió. —Y no la culpo, ¿sopa de gusanos?
—No la comimos.
—Sólo usaste sus ollas buenas para hacer eso, ¿eh?
—Algo así.— Cory apretó la mano de Paúl. —¿Qué tal darme un recorrido?
Sólo para refrescar mi memoria.
—Claro.— Paúl pasó rápidamente la mano libre en un amplio arco. —Esta es

la sala de estar.
—Adorable.
—Gracias. Y esto —, continuó mientras paseaban por el pasillo, —es la sala.
—Así es.
—Y aquí tenemos la cocina.
—Muy bonito.— Cory le dio una sonrisa maliciosa. —¿no hay sopa de
gusanos?
—Recién hecha, lo siento.— Paúl jaló a Cory en sus brazos, incapaz de

resistirse. —Sólo quedan dos habitaciones.
—Sí—. Cory se moldeaba al cuerpo de Paúl, los suaves labios rozándose.
—Vamos a saltarnos el baño, ¿eh?
Paúl tragó. —Oh. Bueno, eso sólo deja…
—Lo sé, —Cory interrumpió, pasando la lengua lentamente por los labios
Paúl. —Llévame a la cama, Paúl.
Paúl contuvo el aliento. —Sí.
Él guió a Cory dentro del dormitorio. Su corazón golpeó dolorosamente

contra sus costillas y sus manos temblaban. Echó un vistazo a la cómoda, y su
estómago cayó a sus pies cuando se dio cuenta que había olvidado quitar la foto de
Jay.
—¿Paúl?— Cory apoyó ambas manos en las mejillas de Paúl. —¿Estás bien?
—Sí, estaré bien.— Paúl le dirigió una débil sonrisa. —Lo siento, es sólo...
que ha pasado un tiempo.
—Oye, está bien si no quieres.
—No, yo quiero. Lo quiero. Es sólo que... —Paúl se detuvo, sin saber cómo
explicar.
Cory, siguiendo la mirada de Paúl, se quedó inmóvil cuando vio la foto de

Jay, luego se volvió hacia Paúl, el dolor estampado en todo su rostro.
—Paúl, ¿quien es él? ¿Estás con alguien?
Paúl suspiró. —Ya no es así. Jay falleció hace más de un año.
Los ojos de Cory se abrieron más. —En ese accidente.
—Sí.
—Paúl Dios. Lo siento mucho. —Cory le acarició la mejilla. —Oye, ¿por qué
no seguimos adelante acerca del picnic, eh?
—Probablemente debería.— Paúl inclinó la frente contra la de Cory, los

dedos acariciando sus enredados rizos. —Por favor, dime que no he jodido esto.
—No, lo dudo mucho. Nosotros volvernos aquí para ver los fuegos
artificiales,¿te acuerdas? —Cory jaló la cara de Paúl a la suya y le dio un largo y
profundo beso. —Te voy tener en el saco antes de que acabe la noche.
—Sí—, le susurró Paúl, rozando los labios de Cory. —Creo que lo harás.
Cada año, desde antes de que pudiera recordar, Cory había asistido al picnic
de Willow Bend y el espectáculo de fuegos artificiales anual del cuatro de julio,
siempre había sido uno de sus eventos favoritos del año. Comer perros calientes y
sandía en la hierba junto al río, salir con sus amigos, viendo los fuegos artificiales
estallando contra un cielo de terciopelo negro. Pero este año tenía un brillo especial
en él. Estar con Paúl, viendo la tristeza evaporarse de él mientras caminaban de la
mano junto a la lenta corriente del agua, le dio a Cory una cálida satisfacción como
no había sentido en meses. Eso le sorprendió más que al darse cuenta de lo mucho
que le importaba ya la felicidad de Paúl.
Cuando el sol comenzó a hundirse en el Oeste, Cory y Paúl se sentaron uno

al lado del otro en un pequeño muelle de madera en la orilla del río, observando a la
bulliciosa multitud y hablando. Cory descansaba su cabeza sobre el hombro de Paúl,
y el brazo de Paúl estaba rodeando la cintura de Cory. Cory se sentía ligero y
tranquilo, con la barriga llena de buena comida y su cuerpo hormigueando con la
cercanía de Paúl.
— ¿Qué pasa con ella?—, Preguntó Paúl, señalando a una mujer

dolorosamente alta y delgada, vistiendo un dudoso vestido de cóctel de lentejuelas y
tacones.
Cory había pasado la última media hora contándole a Paúl todo sobre los
residentes de Willow Bend, y Paúl parecía continuamente fascinado por ellos.
—Esa es Amanda LeBlanc. Ahora, de todos modos. Solía ser Jean Cobb ,
hasta que se fue de Hollywood y cambió su nombre. Tubo una pequeña parte en
algunas película el año pasado, y ahora no puede superar la idea de que ella es una
estrella de cine.
Paúl se rió en voz alta. —Eso es algo triste.
—Lo es, — Cory acordó. —Yo sentiría pena por ella si no tratara de hacer
sentir a todos los demás más bajos que la tierra todo el tiempo. Pero ella lo hace, así
que no.
—Tiene sentido.— Paúl inclinó la barbilla de Cory y le sonrió. —¿Hay

alguien en este pueblo sobre el que no tengas la primicia ?
—No. Yo crecí aquí, ¿recuerdas? Conozco a todo el mundo.
—Ahora, ¿por qué encuentro eso insoportablemente sexy?
—No lo sé.— Cory se echó a reír. —Eso es un poco raro.
—¿Tú me llamas raro?
—Me gustan los raros.
—Oh. Bien.
Se sentaron en silencio por un momento, mirando a la multitud. Un hombre

en pantalones de golf a cuadros pasó caminando, juntando las gruesas cejas en un
ceño fruncido cuando él miró a la mano de Cory en el muslo de Paúl. Cory no le hizo
caso. El Señor Branson siempre había sido uno de los pocos fanáticos de la ciudad.
Paúl miró pensativamente después de que el hombre se alejó.
—Hey, Cory. ¿Puedo hacerte una pregunta?
—Claro.— Cory se volvió enfrentándolo. —¿Qué?
—¿Por qué es que aquí nadie parece preocupado por nosotros?— Él miró
alejarse al Señor Branson . —Bueno, casi nadie.
—¿Qué quieres decir con ”nosotros”?— preguntó Cory, aunque ya lo sabía.
—Quiero decir, tú sabes...— Paúl hizo un gesto de sus manos unidas, en la

pierna de Cory donde se deslizaba sobre Paúl. —Nosotros.
—¿Nosotros siendo gay, quieres decir?
—Sí. No es que yo me queje —, Paúl se inclinó hacia adelante para besar

ligeramente los labios de Cory, —porque no lo hago. Simplemente me parece
extraño, eso es todo.
—¿Por qué?
Paúl frunció el ceño, evidentemente asombrado por la pregunta. —No lo sé.

Yo supongo que pensé que los pueblos pequeños no eran tan tolerantes.
Cory se rió. —Al parecer todo el mundo piensa eso.
—Así que dime ¿por qué estoy equivocado? ¿Por qué es este lugar tan
perfecto?
—¿La verdad?— Cory se encogió de hombros. —No lo sé. Willow Bend sólo
siempre ha sido así, eso es todo. La señora Harrison dice que solía ser una comuna
aquí en los años sesenta, antes de que la ciudad comenzara a crecer. Tal vez eso tiene
algo que ver con ello.
—Tal vez.
Cory envolvió un brazo alrededor del cuello de Paúl. —Eso es suficiente

sobre de Willow Bend. Bésame.
Paúl lo hizo, su lengua exploró la boca de Cory como si toda la noche no

hubieran hecho nada más que besarse uno al otro. La sensualidad sin prisas de esto
comenzó a bajar caliente estallando en el vientre de Cory. Cuando se separaron, Cory
vio a su propia necesidad reflejada en los ojos de Paúl.
—Vamos a volver a la casa,— Cory susurró.
Paúl asintió. —Sí. Me gustaría eso.
Cory se paró, tomó las manos de Paúl y tiró de él parándolo. Los brazos de
Paúl estaban a su alrededor como si hubieran pertenecido siempre allí. —Te necesito,
Paúl.
—Sí—. Paúl lo besó de nuevo, las manos corriendo sobre su espalda. —Yo no
he querido a nadie así en mucho tiempo. No desde...
Paúl se quedó en silencio, pero su expresión lo decía todo. Cory acarició su
mejilla. —Entonces vamos a hacerlo bien.
La caliente sonrisa de Paúl fue directa a través de Cory. —Yo creo que va a
ser realmente bueno.
Se pusieron en camino a través del campo hacia la casa de Paúl con los
brazos rodeándose uno al otro. La puesta de sol de color rosa y las luciérnagas
parpadeantes en la hierba hizo sentir a Cory como si estuvieran caminando a través
de un cuento de hadas. Él giró la cabeza y sus ojos se encontraron con los de Paúl. La
caliente anticipación hizo a su corazón tartamudear.
Paúl hizo a Cory esperar en la sala mientras él tomaba la foto de Jay y la

ponía en la mesa de café de la sala de estar.
—Lo siento—, dijo Paúl, sonrojándose. —No puedo, no con Jay allí.
—No te disculpes. Lo entiendo totalmente. —Cory completamente en puntas

en sus zapatillas, fue a Paúl y lo envolvió con sus brazos alrededor de su cintura. —
Esto debe ser difícil para ti.
—Lo es un poco. Pero no tan duro como yo pensaba que sería. —Paúl corrió
los dedos suavemente por los labios de Cory. —Se siente como si esto se supone que
pasaría.
—Tal vez lo sea.— Cory movió su lengua fuera, saboreando los restos de la
salsa de barbacoa en los dedos de Paúl. Paúl dejó escapar un pequeño y suave
suspiro que hizo doler el interior de Cory . —Paúl Dios. No puedo esperar más. Por
favor.
—Sí. Sí.
Paúl tomó la mano de Cory y jaló de él dentro de la habitación, pateando las

sandalias mientras iba. Antes de que Cory supiera muy bien lo que estaba pasando,
su remera yacía arrugada en el piso y Paúl estaba tirando de sus pezones,
haciéndolos rodar entre sus dedos.
—Oh, ¡mierda!—Cory se arqueó, jadeando. Buscó los botones de Paúl,

tratando de pensar más allá de las olas de sensaciones. —Fuera—, exigió. —Tengo
que...Oh...
Sus palabras degeneraron en gemidos de placer cuando Paúl hábilmente se

deshizo de los shorts de Cory y metió las manos en el interior, excavando el culo de
Cory en las palmas de sus manos. Él lamió una larga y húmeda línea por la garganta
de Cory y mordió el lóbulo de su oreja. Cory se estremeció cuando Paúl empujó sus
pantalones cortos y ropa interior comprimiéndolas a sus pies y una mano fuerte se
envolvió alrededor de su pene.
—Cory—, respiró Paúl contra su mejilla. —Te quiero. Quiero estar en ti.
El pensamiento de Paúl teniéndolo a él de esa manera envió una oleada de

calor a través del cuerpo de Cory. Él retrocedió, llevando a Paúl con él, y ellos
cayeron juntos sobre la cama. Paúl se quedó mirándolo por un segundo, el color azul
pálido de sus ojos ardiendo con la necesidad, entonces se inclinó y le dio un beso que
casi detuvo su corazón.
—Paúl—, jadeó Cory entre besos. —Tengo ... en mi bolsillo, yo, yo traje ... —
Cory no podía hacer que las palabras llegaran. Pero Paúl parecía entender. Sus
labios se curvaron en una sonrisa de complicidad.
—Yo también—, dijo Paúl, sus ojos chispeantes.
Cory lo vio por un segundo, luego se echó a reír. Paúl se unió a él.
—Oh, hombre,— dijo Cory cuando recuperó el aliento. —Supongo que

nosotros ambos estábamos bastante seguros, ¿eh?
—Supongo que sí.—Paúl acercó una rodilla entre sus piernas, y de repente
Cory no tenía ganas de reír más. —¿me permites?
—Sí—. Cory pateó sus pantalones cortos y ropa interior de los tobillos y
abrió las piernas. —Jódeme.
Paúl agitando sus parpados, sus mejillas sonrosadas. Se paró, se despojó de

su ropa, y abrió la gaveta de la mesita de noche. Cory esperó hasta que Paúl tenía lo
que necesitaba, entonces agarró su muñeca y tiró de él hacia abajo. Paúl abandonó el
lubricante y el condón en el colchón y envolvió su cuerpo alrededor de Cory,
presionando entre sus piernas. La piel de Cory hormigueó con la sensación de Paúl
frotando su erección contra la suya.
Paúl tomó la botella de lubricante y vertió un poco en la mano.
Cory gimió cuando sintió un dedo resbaladizo empujando su agujero,

empujó hacia dentro.
—Oh, oh sí.— Él abrió más las piernas a medida que Paúl deslizaba otro
dedo en él y comenzaba a trabajar hacia fuera, retorciéndolo y estirando hasta abrir
su cuerpo, a pesar de que habían sido años desde que había estado con alguien. —
Paúl. Entra en mí. Ahora, ¡por favor!
—Sí. Dios, Cory. —Paúl le dio un beso, su lengua rápida y agresiva. Él tomó
el paquete de condones y lo presionó en la mano de Cory.
—Pónmelo.
Cory desgarró el paquete abriéndolo con dedos temblorosos. Él desenrolló la

funda de látex lentamente bajando por el pene de Paúl con una mano, acariciando la
suave piel detrás de sus bolas con la otra. Los ojos de Paúl se nublaron.
—Paúl. Ahora. —Cory enganchó una pierna alrededor de la espalda de Paúl.

—Lo necesito.
—Sí. Ahora.
Paúl extendió a Cory abriéndolo y penetró en él con un rápido golpe. Cory

gritó, por esa caliente penetración estirando a través de él. Él envolvió sus piernas
alrededor de la cintura de Paúl, levantándose para recibir sus empujes. Paúl clavó las
rodillas en el colchón y se hundió profundo, los musculosos y voluminosos brazos
balanceaban su peso sobre sus manos.
Cory quería que durara. Había tenido sueños húmedos sobre tener dentro de
él a Paúl, jodiéndolo profundo y lento durante horas. Pero su cuerpo no cooperaría.
Lo necesitaba duro y rápido, y Paúl se lo dio a él. Ellos se movieron juntos a un ritmo
cada vez más febril, sus besos hambrientos.
Cory quedó sin aliento, retorciéndose impotentemente cuando el eje de Paúl

golpeó su próstata.
—Oh, oh Paúl. Sí. Tan jodidamente bueno.
Paúl lo veía, los ojos vidriosos y la cara bañada de sudor.
—Cory. Uh. Voy a ... Oh ...
Los ojos de Paúl se abrieron, y él se corrió con un agudo grito, su cuerpo

sacudiéndose. Su pene se hinchó, llenando a Cory tanto que él pensó que podría
partirlo a la mitad. Paúl se inclinó y cubrió la boca de Cory con la suya, sus manos
pasando entre ellos para acariciar su eje. Cory empujó frenéticamente en la mano de
Paúl. Paúl frotó el pulgar sobre la cabeza de su pene, sondeando suavemente en la
ranura, y eso lo hizo correrse duro, gimiendo en el beso, ambas manos enterradas en
el cabello de Paúl. Paúl se derrumbó encima de él, y yació jadeando por un tiempo.
—Oh. Oh, wow. —Paúl se aflojó, sacó fuera el condón, y lo arrojó al pequeño
recipiente plástico de basura dirigiéndolo todo lo que pudo. A continuación se
limpió la mano pegajosa sobre la colcha, rodó sobre su costado, enlazando los brazos
alrededor de Cory. —Jesús. Eso fue sólo... Maldita sea.
Cory se acurrucó contra el pecho de Paúl, con una pierna cruzando a través
de sus muslos.
—Sí. Lo necesitaba. Ha sido demasiado maldito tiempo.
—Para mí también.— Paúl levantó la barbilla de Cory y le dio una dulce y

satisfecha sonrisa. —Tú eres algo más.
Cory le devolvió la sonrisa, relajado y feliz. —¿Fue bueno?
—Nunca mejor.— Paúl deslizó una mano por el cabello de Cory, retirando
los húmedos rizos enredados fuera de sus ojos. —Así que. ¿Cuánto tiempo puedes
quedarte?
—Probablemente debería irme a las once, entonces la señora Harrison puede

llegar a casa.
—¿La Sra. Harrison es quien cuida a tu madre?
—Sí. Ella es una enfermera jubilada. Ella y mamá solían trabajar juntas.
—Mamá era auxiliar de enfermería antes de que ella se enfermara. —Cory

pasó su pulgar a través del hinchado labio inferior por los besos de Paúl. —Me
gustaría poder pasar la noche.
—A mi también—. Paúl deslizó una mano alrededor de la parte posterior de

la cabeza de Cory y tiró de él en un suave y lento beso. Él sonrió cuando se
separaron. —Mm. Me gusta besarte, Cory.
Algo en esa voz suave hizo acelerar el corazón de Cory. —A mi también me

gusta.— Él se apretó más cerca, enrollando los brazos y las piernas alrededor del
cuerpo desnudo de Paúl. —Hazlo otra vez.
Paúl se rió. —Ven aquí.
La boca de Paúl era cálida y húmeda y suave como una nube. Cory sentía
que podría perderse tan fácilmente en ese maravilloso beso sensual, en el calor de la
piel de Paúl, la forma suave pero insistente en que esas elegantes manos trazaban un
mapa en su cuerpo. Él recorrió con ambas palmas hacia abajo la espalda de Paúl
mientras se besaban, aprendiendo la sensación de firmeza y músculos magros bajo la
piel sedosa.
A medida que sus besos se hacían más profundos, el tacto de Paúl se volvió
más exigente, sus dedos dejaban un rastro de fuego a su paso. Cory sentía que podría
quemarlo vivo. Sus caderas se movían, empujando su pene buscando la fricción y

descubriendo que Paúl comenzaba a endurecerse contra él.
Él gimió, su cuerpo adolorido, con una necesidad demasiado grande para

contenerla.
Paúl bajó la cabeza y mordió suavemente el cuello de Cory. —Quiero

chuparte—, le susurró.
La idea de esto apretó el interior de Cory en una bola caliente. Él trató de

responder, pero su voz no parecía funcionar. Abrió sus piernas y empujó la cabeza
de Paúl, instándole a bajar.
Paúl se alejó lo suficiente como para tomar otro condón del cajón. Él utilizó
su boca para rodarlo sobre el miembro de Cory, tan lentamente que Cory estaba
jadeando y desesperado en el momento en que terminó. A continuación, la boca de
Paúl comenzó a moverse en él, dos dedos resbalaban dentro de él para empujar el
dulce punto justo así. Cory gruñó, apretó los puños en el cabello de Paúl, y se empujó
en su garganta. Paúl lo tomó todo, sus estrangulados gemidos vibrando arriba de la
columna vertebral de Cory y dentro de su cerebro.
Esto se sentía increíble, incluso a través del delgado látex. El calor, la

humedad y succión, aferrando los dedos y una fuerte, acariciante lengua. Cory trató
de resistir, para saborear la sensación de la boca de Paúl durante el tiempo que pudo.
Sin embargo, la sensación agitó algo primitivo en él, algo que quería sólo ser
devorado por el devastador placer del orgasmo. Él manejó unos pocos minutos
agónicos, temblando en el borde todo el tiempo. Entonces Paúl levantó los ojos, sus
miradas se encontraron, y el último hilo de control de Cory se quebró. Su cuerpo se
inclinó, arqueándose en la cama él se corrió, la boca abierta en un grito silencioso.
Se quedó parpadeando hacia el techo, todos sus músculos flácidos y pesados.

Cuando la cara sonriente de Paúl apareció por encima de la suya, él levantó la mano
y jaló a Paúl para un beso. Paúl sabía a menta con un toque de látex amargo.
—Eh ¿sabor?— Cory se rió.
—Sí—. Sonrió Paúl. —Si no puedo tenerlo desnudo, con sabor es lo mejor
que sigue.
Cory retorció una mano entre sus cuerpos y la envolvió en torno al eje de
Paúl, acariciando la cabeza con el pulgar. Los ojos de Paúl se volvieron calientes y
brumosos. —Cristo, Cory.
—Siéntate—ordenó Cory. —Móntame.
Paúl se levantó y plantó sus rodillas a ambos lados de las caderas de Cory. Se
miraron el uno al otro cuando Cory tomó el pene de Paúl con firmeza en su mano y
comenzó a acariciarlo duro. Paúl dejó escapar un pequeño y suave sonido después
de otro, rodando sus caderas, ambas manos cavando en el interior de sus muslos
como si estuviera tratando de correrse él mismo. Cory pensó que felizmente podía
perderse a sí mismo en la vista.
Paúl estaba tan cerca que no pasó mucho tiempo para que Cory lo llevara al
borde y empujarlo más. Él echó hacia atrás la cabeza y gimió cuando se corrió, los
muslos temblaban a medida que su semen se derramaba sobre la mano de Cory y
sobre su pecho.
Cory quería probar. Malo. Él se contentó con sentarse y frotar su cara contra
el pene de Paúl, embarrándose a sí mismo con la cálida y resbaladiza humedad. Sus
brazos alrededor de las caderas de Paúl, descansando su enrojecida y pegajosa
mejilla contra ese vientre plano. Los dedos de Paúl acariciaban su cabello. Se sentía
sorprendentemente íntimo, y Cory se encontró deseando poder quedarse por más
razones que el sexo.
—Oh, hombre,— dijo Paúl después de unos pocos minutos tranquilo. —No
puedo creer que conseguí hacerlo dos veces en menos de una hora. Eso no me ha
sucedido en años.
Cory besó el hueso de la cadera de Paúl y sonrió hacia él. —Yo sé lo que
quieres decir. No creo que incluso haya hecho eso antes. —Él acarició con la palma
las abultadas nalgas de Paúl. —Es bueno.
Paúl trazó sus dedos por la mejilla de Cory. La mirada tierna y posesiva en
los ojos azules, extrañamente, envió una rápida emoción a través de las venas de
Cory. —Desearía poder pintarte ahora mismo.
Las cejas de Cory se elevaron. —¿Tú pintas?
—Sí. Solía ser bastante bueno, en realidad. —Paúl se dejó caer en el colchón
sentándose con las piernas cruzadas, llevando a Cory con él. Cory se sacó el condón
y lo arrojó a la basura, luego se acurrucó con su la cabeza sobre el muslo de Paúl. —
Mis cosas solían venderse bien en Washington.
—¿Solían?— Cory tomó la mano de Paúl en la suya, enlazando sus dedos

juntos.
—En realidad no he pintado nada, desde que Jay murió. Incluso después de
que me había recuperado físicamente del accidente, nada parecía merecerlo en un
largo tiempo. Tenía la esperanza de que la mudanza aquí me ayudara a superar todo
eso, servirme de inspiración para hacer algo más que pasear por la casa y desear que
las cosas fueran diferentes.
—¿Y lo ha hecho?
—Sí, lo ha hecho.— Paúl sonrió, esa dulce ligeramente triste sonrisa a la que
Cory ya se había vuelto adicto. —Tú eres la mejor inspiración que hay.
—Oh.— Cory sonrió de nuevo, sintiendo un ligero y pequeño vértigo. —

Bueno.
Paúl se inclinó hacia abajo para darle un beso. Cory envolvió sus brazos
alrededor del cuello de Paúl y se abrió para él. La sensación de la lengua de Paúl en
contra de la suya enviaba escalofríos sobre su piel. Una parte de él estaba un poco
asustado por la rapidez que los besos de Paúl se habían convertido en una parte
necesaria de su vida. Pero a la mayor parte de él no le importaba que las cosas

parecieran estar moviéndose tan rápido, no mientras pudiera yacer todo el tiempo
aquí en los brazos de Paúl.
Una fuerte explosión desde el exterior les hizo a ambos saltar. Cory abrió los
ojos justo a tiempo para ver la oscuridad más allá de la ventana iluminada en verde y
oro. Él se rió.
—Hey, ¡los fuegos artificiales están empezando! Vamos, vayamos a verlos.—

Cory saltó de la cama, tomó la mano de Paúl y lo jaló.
—Estamos desnudos—, señaló Paúl, con una sonrisa mientras seguía a Cory
escurriéndose de la sala a la cocina.
—¿Y? Nadie puede ver.
—Voy a tomar tu palabra para eso.
Entraron en el porche trasero. Las voces flotaban a través del campo,

levantando una armónica aprobación cada vez que otra ráfaga de explosión de
colores atravesaba el cielo nocturno. Agarrando una toalla de la parte superior de la
máquina lavadora, Paúl frotó suavemente el semen del pecho de Cory, luego el suyo.
Cory le sonrió.
—¿Ves?—, Dijo, señalando a las luces de varios colores. —Vista perfecta.
—Claro que lo es.— Paúl tiro la toalla en el suelo, pasando detrás de Cory, y
agarrando su culo con ambas manos. —Una infernal vista por este lado, también—
agregó, moviendo una mano acunando las bolas de Cory.
Cory se acercó. —Si sigues haciendo eso, vamos a perdernos los fuegos
artificiales.
—Los que están por ahí, tal vez.
—Son terriblemente bonitos.— Cory se inclinó y besó la garganta de Paúl.
—No tan bonitos como tú.
—Oh.— Cory se ruborizó bajo el peso de la mirada de Paúl. Se sintió de

repente tímido, inseguro de qué decir o cómo actuar frente a tal abierta admiración.
Paúl se rió entre dientes bajando por su garganta, jalando a Cory apretándolo
contra él, y chupó suavemente su labio inferior. La piel de Cory se estremeció. Estaba
empezando a pensar que tal vez no le importaban tanto los fuegos artificiales,
después de todo.
Varios minutos más tarde, Paúl rompió el beso. Él rodeo el brazo de Cory, y
Cory se volvió a inclinarse sobre su pecho. Los brazos de Paúl circulando su cintura,
manteniéndolo en un cálido abrazo. Cory veía los fuegos artificiales a través de los
ojos medio cerrados, sonriendo para sí mismo. Se sentía tranquilo y saciado, y más
feliz de lo que había estado en mucho, mucho tiempo. Sólo por un rato, todas sus
preocupaciones desaparecieron, se dejó vivir el momento sin pensar en el futuro.
Era suficiente, por ahora.
Después que los fuegos artificiales habían terminado, se vistieron de nuevo y

Paúl llevó a Cory a su casa. Llevaron la bicicleta de Cory en la caja de la camioneta,
luego se inclinaron contra el costado de la camioneta besándose hasta que la señora
Harrison llegó a la puerta para ver qué los detenía. Cory los presentó, sonrojándose
furiosamente por la sonrisa burlona en el rostro de la mujer. Paúl decidió que le
gustaba. Ella era dulce y amable, con un acento de miel espesa y modales de abuela,
pero esos fuertes ojos marrones no se perdían de nada. Y claramente adoraba a Cory,
una sensación que Paúl había comenzado a entender muy bien.
La señora Harrison invitó a Paúl adentro, pero no aceptó. Él estaba

terriblemente curioso por ver dónde vivía Cory, dónde comía y dormía y se duchaba,
el lugar donde se sentaba a leer o ver la televisión. Todo sobre Cory le fascinaba, le
dio ganas de saber más. Pero la expresión de Cory decía con toda claridad que se
avergonzaría de que Paúl lo viera. Así que él dijo que tenía que llegar a casa, besó a
Cory una vez más, saludó a la señora Harrison, y se dirigió de regreso a su casa.
Se quedó despierto durante mucho tiempo, mirando hacia el techo y

pensando. Acerca de la tarde, y acerca de Cory. Cómo había hablado con él sin
ningún esfuerzo, lo bien que parecían engranar en cada nivel. Qué tan bueno se
sintió al darle un beso, tocar esa piel suave y bronceada. ¡Qué hermoso se veía
atrapado en la agonía de la pasión! El recuerdo de Cory frotándose la mejilla como
un gato contra el pene de Paúl, el semen deslizándose espeso y blanco a través de su
piel, hizo doler a Paúl. El muchacho era tan sensible, tan inconscientemente sensual.
Paúl pensó que podía pasar horas haciendo a Cory correrse una y otra vez,
simplemente por el placer de ver su cara y escuchar esos dulces y pequeños gritos.
Tener a Cory en su vida, y ¿en su cama? Eso era algo a lo que podía
definitivamente acostumbrarse.
La idea no le asusta ni de cerca tanto como debería haberlo hecho.
Capitulo cinco
—¿Cory? Estoy aquí, cariño, ¿dónde estás?
Cory se dio media vuelta y gritó a la señora Harrison por encima del
hombro. —En la habitación de mamá.
Apoyó los codos contra el crujiente colchón viejo y veía fijamente la cara de
su mamá, frunciendo el ceño en concentración. La vio otra vez al igual que la señora
Harrison, entrando a la habitación arrastrando los pies. Una rápida, oscilante
contracción en la mejilla izquierda de Mamá, tirando hacia arriba de la esquina de su
boca un poco y apretando el párpado.
—Bebé, ¿qué buscas tan duramente?—, preguntó la señora Harrison

apareciendo al otro lado de la cama.
—El rostro de mamá estaba crispándose ahora—, explicó Cory. —Creo que
ella podría tener esas pequeñas convulsiones otra vez.
La señora Harrison frunció los labios, pensativa. —Hm. Bueno, ellos van a
venir esta tarde a sacar su sangre para su análisis de esta semana. Ellos nos dirán si
tenemos que subir la dosis de su medicamento para las convulsiones.
Cory asintió, distraídamente acariciando la mejilla con contracciones de su

mamá. A veces quería que uno de los hogares de ancianos del trabajador social del
servicio médico para el que había aplicado pudiera habérsela llevado. Ella estaría
bien cuidada. Tal vez él podría ir a la universidad entonces. Sería capaz de afrontarlo
si obtenía un préstamo de estudiante y mantenía su trabajo en el tío Charlie. Y

finalmente tendría tiempo para su vida. Sin embargo, cada vez que el amargo
pensamiento pasaba por su cabeza, lo empujaba lejos con aire de culpabilidad. Mamá
le había criado sola, trabajando horas extras cada semana, para apoyarlo y asegurarse
de que tuviera todo lo necesario. Y ella nunca se quejó, ni una sola vez había estado
demasiado cansada para darle una sonrisa o un abrazo, o jugar un partido de pelota
con él. Él pensaba que se merecía nada menos que la misma devoción de él.
—Parece que lloverá—. La señora Harrison se asomó a través de las cortinas

de la habitación al cielo gris. —A lo mejor van a cancelar tu tour el día de hoy.
Cory se rió. —Tal vez. No contaría con ello, sin embargo. —Se puso de pie y
se estiró. —Hablando de eso, supongo que debería ponerme en marcha.
—Muy bien, querido. Ten cuidado ahí fuera. El viento está levantándose, ahí
correrá riesgo de haber muchas olas.
—No te preocupes, sabes que ellos no nos van a enviar si el oleaje es muy
alto. Oh, eh, alimenté a Mamá hace una hora. Ella necesitara ser volteada en unos
treinta minutos. —Cory le dio a su madre otra mirada de preocupación. Se mordió el
labio. —Tal vez debería…
—Tú deberías seguir adelante, fuera—, insistió la señora Harrison. —He

estado cuidando a tu mamá durante casi cuatro meses, sé lo que ella necesita.
Cory le dio una sonrisa tímida. —Lo siento. Sólo me preocupa cuando tiene
esos ataques, ¿sabe?
Los ojos marrones de la señora Harrison se suavizaron. —Ya lo sé. No te

preocupes, cariño. Probablemente, sólo necesita ajustar un poco su medicación. No
sería la primera vez, probablemente no será la última.
—Sí. Bien, entonces. Me voy. Llámeme a la oficina si me necesita, ¿eh? Ellos

pueden ponerse en contacto conmigo con la radio. Y voy a revisarla antes de que ir a
Charlie.
—Eso estará bien. Adiós, Cory.
—Adiós. Estaré en casa a las diez.
La señora Harrison ya estaba quejándose con Mamá cuando Cory salió,

esponjando sus almohadas y peinando su cabello. Empujó la persistente
preocupación con firmeza a un lado, saltó sobre su bicicleta, y empezó a pedalear
hacia Willow Bend al aire libre. Y como de costumbre, sus pensamientos se
dirigieron a Paúl.
Habían pasado cinco días desde el cuatro de julio. Sólo cinco días desde que
él y Paúl habían hecho el amor. Parecían más de cinco años. Cada vez que Cory
cerraba los ojos, veía el rostro de Paúl. Soñaba con los labios de Paúl en los suyos, sus
finos dedos acariciando su cuerpo. Los recuerdos comenzaron un caliente dolor
entre sus piernas.
Una ligera llovizna comenzó a caer antes de llegar a Willow Bend al aire
libre. En el momento en que estacionó su bicicleta fuera de la oficina se apresuró al
interior, la llovizna se había convertido en una lluvia suave pero constante.
—Tour cancelado—, el secretario, Don, informó antes de que Cory pudiera

decir cualquier cosa.
—Sí, eso pensé.— Cory se paró en la ventana de atrás por un momento,

viendo la lluvia barrer a través del sonido de Santa Elena. —¿Te importaría si llamo a
casa? Será rápido.
Don hizo un gesto en silencio hacia el teléfono. Cory lo tomó y marcó el

número de su casa.
—¿Hola?— Flotó el suave acento de la señora Harrison a través del receptor.
—Hola, es Cory. Parece que tenía razón. Tuvieron que cancelar el tour. Así
que supongo que no la necesitaré hasta alrededor de las cuatro.
—Hm. ¿Has visto a tu joven hombre últimamente? ¿Paúl?
Las mejillas de Cory se calentaron. —Desde el Cuatro no. ¿Por qué?
—Me gusta. A tu mamá le gustaría también.
—Probablemente sí—. Cory se tragó el nudo en la garganta. —Muy bien, así

que. Voy a regresar, y…
—Tú no vas a hacer tal cosa. Nunca tomas tiempo para ti mismo, Cory. El
cuatro fue la única cita que has tenido desde que tu mamá se enfermó. Ahora tienes
varias horas libres, y yo quiero que pases ese tiempo haciendo algo divertido.
—Pero ... pero ...
—No hay argumentos, ahora. Ya estoy aquí, mi James pasará el día con su
hermano, y sabes que no me importa ni un poco el cuidar de Lorraine. ¿Por qué no
vas a visitar a Paúl? Apuesto a que le encantará verte.
Cory comenzó a discutir de forma automática. El pensamiento de Paúl lo

detuvo. La gentil voz de Paúl y su dulce, triste sonrisa. Su tierno, pero exigente
toque. Esos besos que comienzan suave y lento y terminan en abrasador calor.
—Está bien— dijo, con voz vacilante con sus deseos que no podía contener
del todo. —Creo que lo haré. Gracias, señora Harrison.
—No es ningún problema, cariño. Dile a Paúl que dije hola.
—Claro, lo haré. Adiós.
—Adiós.
Cory colgó y se quedó allí por un minuto, viendo por la ventana.
Se preguntaba por qué la idea de ver a Paúl hacia a su corazón golpear

amenazando perforar a través de su caja torácica. Él había estado con muchos
hombres antes. Había incluso tenido una relación más o menos seria, aunque no
había durado más que unos pocos meses. Pero nadie le había hecho alguna vez sentir
como lo hizo Paúl. Una sensación para la que él no tenía palabras, bajando y
revoloteando en su estómago.
—¿Todo está bien en casa?
Cory se sacudió de su aturdimiento. Don lo miraba fijamente con una arruga

entre sus ojos preocupados.
—Todo está bien.— Cory sonrió, de pronto incapaz de contener la felicidad

que brotaba en su interior. —Creo que voy a regresar, ya que el tour se cancela.
—Está bien. Ten cuidado, la lluvia está cayendo muy duro.
—Lo haré. Nos vemos mañana.
Don saludó con la mano, dio un paso atrás y Cory salió afuera. Él soltó una
fuerte carcajada mientras montaba sobre su bicicleta y se dirigía hacia el camino de la
casa de Paúl. Él ni siquiera se molestó con su poncho, ya que pensó que no estaría
vestido con su ropa mojada por mucho tiempo.
Ese pensamiento lo hizo calentar lo suficientemente como para evaporar la

lluvia directamente de su piel.
Paúl suspiró mientras dejaba caer el lápiz en la mesita junto a su caballete. Se

pasó una mano por la frente y miró al boceto del paisaje a medio terminar delante de
él.
—Maldita sea, no es justo—, murmuró.
Deseaba poder tener el lienzo y el caballete en la parte de atrás y pintar el

prado en vivo en lugar de memoria. Pero eso no iba a pasar el día de hoy. La lluvia
suave golpeteaba contra el techo del granero, parecía probable que se quedaría por
ahí un tiempo en lugar de pasar violenta y rápido como de costumbre. Recostado en
su silla, frunció el ceño ante el lienzo y trató una vez más de centrarse en el problema
en cuestión.
Había pasado la mitad de la mañana tratando de capturar la paz y la belleza

del prado detrás de su casa. Hasta ahora, no había resultado exactamente de la
manera que quería. Cada vez que intentaba convocar a una imagen del prado,
imágenes mentales de Cory se mantenían en su camino. Cory desnudo en su cama,
las piernas flexionadas y separadas, la boca abierta y los ojos muy abiertos con el
orgasmo. El pensamiento hizo que sus jeans se apretaran.
Paúl arrastró sus dedos sobre su entrepierna, sintiéndose endurecer a través

de la mezclilla gastada. Miró a su alrededor antes de desabrochar los pantalones, a
pesar de que sabía que no había nadie a quien ver. Él sacó su pene, cerró su puño
alrededor del eje y comenzó a acariciarlo duro, imaginando la mano de Cory en
torno a él. Sus párpados revolotearon cerrados. Casi podía sentir la sensación, suave
de la boca húmeda de Cory deslizándose por encima de su pene, los callosos dedos
rodeando sus bolas y jugando con su agujero.
—Cory ...— Su cabeza colgaba hacia atrás, extendiendo las piernas mientras
él mismo se acariciaba más rápido.
El sonido de la puerta del establo abriéndose le hizo saltar. Empujó su

miembro aún duro de vuelta en sus jeans y subió la cremallera, con el corazón en la
garganta.
—¿Paúl? ¿Estás aquí?
Cory. Paúl se rió. —Aquí arriba, en el desván.
Se acercó a la trampilla abierta en el suelo, un poco torpe debido a la forma

en que su erección empujó contra su cierre. Vio hacia abajo, Cory sonrió hacia él
desde la parte inferior de la escalera.
—Hey—, dijo Cory cuando empezó a subir. —No estabas en la casa, así que
imaginé que estarías aquí. Espero que no te importe que cayera por aquí. Mi tour fue
cancelado por la lluvia, así que pensé en venir a verte.
—Claro que no me importa. —Él sacudió la cabeza al ver el estado

empapado de Cory mientras bajaba la escalera. —Quedaste atrapado de nuevo, ¿eh?
—Sí. Pero no me importa. Si no estuviera lloviendo no estaría aquí.
Cory se quitó la remera empapada y la colgó de la parte superior de la

escalera, a continuación, salió de sus sandalias. Paúl extendió su mano y jaló a Cory a
sus brazos. La piel mojada de Cory se sentía fresca contra la palma de su mano.
—Me alegro que vinieras, Cory.— Paúl le dio un beso suave, tratando de
resistir la tentación de tirarlo en el piso y violarlo.
—Mm. Yo también. — Cory deslizó su rodilla entre las piernas de Paúl.

Sonrió y frotó el muslo tentando la entrepierna de Paúl. —¿He interrumpido algo?
—Um. Yo estaba pensando en ti, en realidad.
—¿Lo estabas?
—Uh-huh.
Cory deslizó una mano entre las piernas de Paúl. —¿Y qué estabas haciendo
mientras estabas ... —se inclinó hacia delante y pasó la lengua por los labios de Paúl,
—... pensando en mí?
Paúl tragó. —Yo estaba ... eh ...
—¿Tocándote a ti mismo?— Cory presionándose más cerca, masajeó la

erección de Paúl a través de sus jeans. —Dios, eso es caliente.— Él tiró de la
cremallera de Paúl hacia abajo y metió la mano en el interior, sus ojos verdes se
volvieron calientes y nebulosos mientras sus dedos se envolvían alrededor del eje de
Paúl. —Paúl. Jódeme.
Paúl trató de hablar y no pudo. Hundió una mano en el cabello de Cory,

envolviendo el otro brazo alrededor de su cintura y lo besó con fuerza. Cory abrió su
boca en la suya, su lengua empujando dentro. Los empapados shorts de Cory por la
lluvia filtraban el agua a través de los jeans de Paúl, donde sus cuerpos se
presionaban juntos, pero él apenas se dio cuenta. Nada importaba ya, excepto la
sensación del cuerpo de Cory, el sabor de su boca. Se tambaleó hacia atrás, hacia el
viejo sofá raído junto al marco de la ventana, jalando a Cory con él. La parte posterior
de sus rodillas golpeó el borde de los cojines y cayó en medio del sofá con Cory
tumbado sobre él, con una mano todavía agarrando firmemente alrededor de su
pene.
Paúl dio la vuelta y cubrió a Cory con su cuerpo. Vio hacia abajo al hombre
debajo de él, los rizos mojados enredados colgando por su cuello y las mejillas
encendidas, la piel dorada reluciente por la lluvia y el sudor, y sintió una extraña
agitación en el interior.
—Dios, Cory—, dijo en voz baja, acunando la mejilla de Cory en la palma de

su mano. —tu eres tan jodidamente hermoso.
Cory parpadeó, sus pestañas largas y oscuras acariciando sus mejillas.

Levantó una mano pasando las yemas de sus dedos patinando por la boca de Paúl.
—Paúl...
Paúl se inclinó y lo besó de nuevo, esta vez más suave, más lento. Cuando
Paúl por fin rompió el beso, se sorprendió al descubrir que él sostenía las dos manos
de Cory, los dedos entrelazados, sus brazos estirados sobre la cabeza de Cory. Su
peso descansaba sobre el cuerpo de Cory, y sus largas piernas se envolvían alrededor
de su cintura. Se sentía increíblemente íntimo.
—Paúl, por favor,— susurro Cory . —Te necesito en mí.
—Yo ... no ... no tengo ...— Paúl cerró los ojos por un segundo, luchando para
enfocar su cerebro. —Los condones, están atrás en la casa. Yo no puedo…
—No me importa. Por favor. —Cory chupó duro el labio inferior de Paúl,
zarandeando sus caderas contra las de Paúl.
—Um. Pero ...
Cory empujó el pecho de Paúl, obligándolo a apartarse lo suficientemente

lejos para poder mirarse a los ojos. —Paúl, tú ... estuviste con Jay un largo tiempo,
¿verdad? Y no hubo nadie más.
No era una pregunta. Paúl negó con la cabeza. —No. Nadie desde Jay. Estoy
limpio.
—Yo también. El último chico con el que estuve fue hace casi un año. Mi
última prueba fue mucho después de eso, y estaba limpio. —Cory lo vio con sombrío
ardor en los ojos. —Jódeme desnudo Paúl. Por favor.
Paúl contuvo su aliento en su pecho. Dios, lo quería. Quería el calor de Cory

cerrándose apretado alrededor de su pene desnudo. Se inclinó de nuevo y capturó la
boca de Cory en un feroz beso. —Quédate ahí—, susurró contra los labios de Cory.
Paúl se desprendió de las garras de Cory, obligándose a él y a sus pies, corrió

a través de su mesa de trabajo. Volvió con un tubo de crema apretado en su mano. Lo
dejó caer en el sofá y se quedó mirando hacia abajo a Cory.
—Desvístete—, dijo Cory, su voz baja y áspera.
Paúl obedeció en silencio, mirando a Cory viéndolo jalando con fuerza su

camiseta sobre su cabeza y oscilando fuera de sus jeans. Cory se humedeció los labios
cuando Paúl se sacó su ropa interior, liberando su erección. —Trae esa puta polla
caliente aquí abajo.
Paúl sonrió. —Quítate tus shorts primero.— Tomó su eje en una mano,
acariciándolo lentamente.
Cory trabajó sacándose los shorts mojados y extendió sus piernas, un pie
colgando sobre el respaldo del sofá y el otro pie apoyado en el suelo. La vista de ese
grueso pene goteando en su vientre hizo debilitar las rodillas de Paúl.
—Paúl. Dios, por favor.
—Sí.
Paúl se arrodilló entre las piernas de Cory y apretó algo de la loción en sus
dedos. Cory gimió cuando los dedos de Paúl se deslizaron dentro de él. Sus caderas
se levantaron, jalando las rodillas para abrirse más, y de repente Paúl no pudo
esperar un segundo más. Sacó los dedos fuera, aferrando la parte posterior de los
muslos de Cory con ambas manos, y enterró a su eje hasta la raíz en el cuerpo de
Cory.
Cory abrió la boca, los ojos muy abiertos y calientes. —¡Oh! Oh, mierda, sí,
Dios, ¡más duro!
—Sí. Joder. Es tan bueno.
Paúl soltó los muslos de Cory. Apoyando su peso en una mano, él tomó el
pene de Cory en la otra mano y empezó a acariciarlo duro. Los pequeños y
necesitados sonidos que Cory hacía se hundían en el cerebro de Paúl, aumentando su
excitación a un punto máximo. Sabía que no duraría mucho tiempo. Se sentía muy,
muy bueno, el placer arremolinándose apremiante en su interior con cada golpe.
Así como se sentía a punto de caer sobre el borde, sus ojos fijos en Cory. Por
espacio de un latido del corazón, el tiempo parecía ir más despacio. Entonces se
movieron al mismo tiempo, Cory estirándose y Paúl inclinándose abajo, reuniendo
sus bocas en profundo, casi violento beso. Cory se vino precipitadamente, cálido y
húmedo, gimiendo, sus muslos temblando contra las costillas de Paúl. Paúl se vino
una fracción de segundo más tarde.
Se quedaron allí un rato, besándose perezosamente. El corazón de Cory latía

fuerte y constante contra Paúl. Finalmente Paúl rompió el beso, liberando su blando
pene fuera del cuerpo de Cory, y apoyó su mejilla en el pecho de Cory. Los brazos
de Cory lo envolvieron, sus largos dedos acariciando su cabello. Cerró los ojos y
respiró la esencia de Cory, sudor y semen con un toque del océano.
Y de repente, él sabía lo que quería hacer.
Paúl se apoyó en un codo y miró con atención hacia abajo a los ojos
entrecerrados de Cory. —Oye, ¿Cory?
—¿Eh?— Cory miró a Paúl con una sonrisa aturdida. —Dios, eso fue
increíble.
—Claro que lo fue.— Paúl se inclinó de nuevo y presionó un beso rápido en

los labios de Cory. —¿Te importa si te tomo una foto?
—¿Mi foto?— Cory se rió. —No, no me importa. Pero ¿por qué?
—Así puedo pintarte.
—¿Por qué necesitas una foto para eso?
—Bueno, supongo que no, siempre y cuando estés dispuesto a quedarte allí
hasta que haya terminado.
Cory quedó pensativo. —¿Por cuánto tiempo sería?
—Más tiempo del que desearías seguir recostado ahí, confía en mí.
Probablemente unos días, dependiendo de la cantidad de tiempo libre que tenga
para trabajar en él.
—Oh.— Cory le dio una sonrisa irónica. —Puedo ver tu punto. Bien,
entonces, ¿cómo me quieres? ¿Debo posar o algo así?
Paúl sonrió, pasando los dedos por los rizos enredados de Cory. —No. Te
ves perfecto tal como estás. No te muevas.
Las mejillas de Cory se sonrojaron, y algo se removió en el pecho de Paúl.

Besó a Cory de nuevo para detenerse a sí mismo de decir cosas que no podría
probablemente querer decir, a continuación, se levantó y se fue al gabinete que había
comprado para mantener sus suministros dentro. Cargó la Polaroid y empezó a sacar
fotografías.
Un par de minutos más tarde, una docena de fotos yacían reveladas en la

mesa. Paúl tomó una y vio como los colores crecían brillantes y fuertes. Era una foto
tomada de entre los muslos de Cory, en ángulo hacia arriba de la línea de su cuerpo.
El semen brillaba sobre su vientre plano y goteaba de su agujero abierto. Paúl tuvo
que admitir que probablemente no habría necesidad de que esa foto fuera para
propósitos de pintura, pero no había sido capaz de resistirse a tomarla.
Tomó otra foto, un primer plano de la cara de Cory. Sus labios hinchados,
suavemente entreabiertos y el brillo saciado en sus ojos le hacían verse
insoportablemente sensual. Paúl trazó sus dedos sobre la imagen. Esa extraña
sensación apremiante tiró de su pecho de nuevo. Se lo sacudió de encima y colocó la
imagen abajo.
—¿Tienes lo que necesitas?— Preguntó Cory, sonriendo.
—Sí, creo que sí. —Paúl se dejó caer de nuevo en el sofá, y Cory se acurrucó
contra él, su cabeza apoyada sobre el hombro de Paúl. Paúl pasó un brazo alrededor
de él y besó sus húmedos rizos. —Gracias por dejarme hacer esto.
—No hay problema.
—¿Cuánto tiempo puedes quedarte esta vez?
—Tengo que trabajar el turno de la cena en Charlie.— Señaló Cory dibujando

patrones en el pecho desnudo de Paúl con el dedo. —Tengo que estar allí a las cuatro
y media.
—Yo te llevo.
—No tienes que hacerlo. Estoy acostumbrado a montar en bicicleta.
—Yo quiero. Y te voy a recoger después y te llevaré hasta tu casa, también.
Cory se tensó contra él. —No.
Paúl frunció el ceño. —¿Por qué no? No me importa. No es ningún problema.
—No tienes que hacerlo, eso es todo.— Cory se sentó y envolvió ambos
brazos alrededor de sus rodillas. Él no encontró los ojos de Paúl. —Me las arreglo
muy bien, tú sabes. Si necesito ayuda, la pediré.
Repentinamente Paúl entendió lo que le estaba molestando a Cory. —Hey.

Mírame.
Cory le dio a Paúl una mirada lateral llena de desafío. Paúl puso una mano
en su mejilla, el pulgar acariciando la comisura de su boca. —Esto no es caridad—
Paúl dijo. —Estoy haciendo esto porque quiero estar cerca de ti tanto como pueda, y
arrastrar tu caliente culo a y desde el trabajo me da una buena excusa para pasar más
tiempo contigo. Patético, ¿eh?
Eso obtuvo una risa de él. —Tenemos que ser ambos bastante patéticos,
entonces. Porque yo habría tomado cualquier excusa para estar contigo también. —
Cory se acercó más, deslizando las dos piernas sobre los muslos de Paúl. —Lo siento.
Me pongo un poco delicado sobre todo esto a veces. No puedo soportar cuando la
gente me da esa mierda de “pobre Cory”, ¿sabes?
Paúl echó un brazo sobre los hombros de Cory. —Entiendo. Después de la

muerte de Jay, incluso después de que me había recuperado físicamente, todos los
que conocía me trataron como un inválido. Como si no pudiera manejar cualquier
cosa por mi cuenta. Supongo que ellos pensaron que era demasiado frágil
emocionalmente o algo así. Joder, lo odiaba.
—Sí. Es una mierda. —Cory mordió su labio, frunciendo el ceño, y de pronto

tomó la mano de Paúl entre las suyas y lo cubrió con una intensa mirada. —
Prométeme que no sientes pena por mí, Paúl. Prométeme que no es acerca de lo que
se trata esto.
Paúl no dudó. —No, te lo juro.— Apretó las manos de Cory. —Yo odio que
tú y tu mamá estén en esta situación, pero no siento lástima por ti. Te admiro y te
quiero. Eso es todo.
Cory le dio una amplia sonrisa. —¿Eso es todo?
Paúl se acercó y rozó sus labios contra los de Cory. —Tal vez no es sólo eso.
—Ah, ¿sí?— Cory le dio un beso, ligero y rápido. —¿Qué más?
—Te quiero—, respiró Paúl contra la boca de Cory.
Otro beso, más profundo, más caliente. —Tómame.
La primera ronda había tomado el filo de su necesidad mutua, por lo que

esta vez fue lento y fácil. Se movieron juntos en un perezoso ritmo, de un día
lluvioso, intercambiando jadeos, suaves besos y pequeños gritos. No fue hasta
después de que el orgasmo de Paúl lo estremeció, segundos después del de Cory,
que se dio cuenta de que había susurrado en realidad las palabras que había tomado
forma en su mente, mientras se corría.
Sostuvo a Cory, acariciando su espalda y besando su cabello, y esperó que no

lo haya notado. Debido a que no podía ser verdad. No tan pronto. Él lo atribuyó al
calor del momento y lo empujó con firmeza de su mente.
Cory se deslizó por la puerta trasera del Porche del tío Charlie exactamente a
las cuatro treinta. Se registró en la tabla de asignación, y se dirigió a la estación de
mozos. Pensó en el impresionante beso que él y Paúl compartieron en la camioneta
cuando Paúl lo dejó, y no pudo reprimir una amplia sonrisa, feliz.
—¡Hey, Cory!—, dijo Alicia, mirando por arriba llenando los saleros y
pimenteros. Sus ojos se abrieron. —Whoa, ¿qué demonios has estado haciendo?
Como si yo no pudiera decirlo.
—No sé de qué estás hablando, 'Licia. —Cory le dio una maliciosa sonrisa.
—No me vengas con esa basura, muchacho.— Alicia terminó de atornillar la

tapa en el último salero y se apoyó en el hombro de Cory.
—Entonces, ¿conseguiste una buena follada en tu recorrido en kayak, o

jugaste novillos?
Cory se rió, ni siquiera le importaba sonar como un adolescente enamorado.

—Se canceló la gira a causa de la lluvia. Así que fui a visitar a Paúl.
—El tipo del cuatro de julio, ¿cierto?
La sonrisa de Cory se ensanchó. —Sí.
Alicia levantó el pelo de Cory y pinchó el cardenal que Paúl le había dejado
en su cuello durante la ducha que habían tomado juntos. —Debe ser un verdadero
tigre en la cama.
—Él lo es. A veces.
—¿Y las otras veces?
—¿Las otras veces? Él es tan dulce. —Cory cerró los ojos, recordando.—Él me
trata como si yo fuera algo especial.
—Wow. Nunca has estado así antes.
La voz de Alicia fue inusualmente grave. Cory abrió los ojos y la miró duro.
Su expresión hacía juego con su voz. —¿Huh?
—Tu deberías verte, Cory. Estás prácticamente flotando. —Alicia agarró el

brazo de Cory, serios ojos marrones. —¿Cómo te sientes acerca de Paúl? ¿Esto va en
serio?
Cory se pasó una mano nerviosa por el pelo. —Es un poco pronto para
tomarlo en serio, 'Licia.
—Sí, lo sé. Pero seguro que a mi eso me suena a que está sucediendo. Al
final, de todos modos.
Cory no sabía qué decir a eso, porque era incómodamente cercano a la

verdad. Sabía que sus sentimientos por Paúl ya eran más profundos que una simple
atracción física. Él había sentido que sucedía desde la primera vez que Paúl le dio un
beso. Se sintió enamorarse un poco más cada día. Querer cosas que no podía tener,
porque Paúl claramente no estaba preparado para eso, a pesar de lo que Cory pensó
que había oído susurrarle antes. Las declaraciones hechas en el calor de la pasión no
eran confiables, y él no construiría ninguna esperanza sobre este caso.
—¿Cory?
Cory parpadeó. Alicia lo miraba fijamente, con la preocupación escrita en

toda su cara. Ella le acarició la mejilla. —Sé cuidadoso, ¿eh?
—Siempre lo soy.— Él le sonrió, ella le devolvió la sonrisa, y se dirigieron

afuera para atender a los primeros comensales que ya estaban llegando.
La noche comenzó ocupada, y se mantuvo ocupada hasta después del cierre.

Para el tiempo que el último cliente de Cory se fue y su trabajo fue hecho por esa
noche, eran después de las diez. Su irritación por el escandaloso cuarteto que se
había colgado durante casi toda una hora después del cierre desapareció al segundo
que vio a Paúl apoyado en el lado de la camioneta. Esperando por él.
Pensando en ello más tarde, recordaba vagamente lo que había hablado en el
corto trayecto a la casa de Cory. Una nueva película que ambos querían ver, el ladrón
de bancos en serie que la policía había capturado finalmente en Savannah, el último
chisme de Willow Bend. Sólo dos cosas brillaban como el cristal claro en la mente de
Cory después de que Paúl le dio un beso de despedida y se dirigió a su casa.
Lo primero era que él estaba duro como una roca por los besos de Paúl y
desesperadamente agradecido de que la señora Harrison no estuviera allí para verlo.
La segunda cosa fue que Paúl se había convertido en imprescindible para él.
Trató de no pensar demasiado en lo que podría significar. Paúl estaba

todavía recuperándose emocionalmente de una enorme pérdida, y no estaba
preparado para una relación seria todavía. Siendo ese el caso, Cory sabía que podría
estar colocándose a si mismo para mucho dolor después. Sabía que probablemente
debería retroceder un poco, darse a ambos algo de tiempo y espacio. Pero el
pensamiento de perder lo que fuera que ellos tenían lo había hecho sentirse mal y
perdido.
Tenía la sensación de que era demasiado tarde de todos modos.
Capítulo Seis
Cory calculó que la idea de ver a Paúl otra vez era la única cosa que el
consiguió a través de las siguientes dos semanas. Dos semanas y cinco días, él se
corrigió, riéndose de sí mismo por contar los días. Cuando no tenía doble turno en
Charlie, él tenía jornadas de desayuno y almuerzo seguidos del recorrido en kayak
por la noche. Se hicieron largos y tediosos días, y él se iba a casa completamente
agotado todas las noches. Mirando el atardecer resplandeciendo en rojo y oro de
Santa Elena, el sonido en las noches podría haber hecho que valiera la pena, si tan
sólo Paúl estuviera allí para compartirlo.
Habían tenido más de un rapidito en la parte trasera de la camioneta de Paúl,

estacionada bajo los árboles cerca de su casa, pero no era suficiente. Cory quería
mucho más que un polvo rápido. Quería pasar tiempo con Paúl, hablando y riendo y
todo siendo fácil entre ellos.
Él empujo la bicicleta a ‘Willow Bend al aire libre’ tarde un viernes por la

tarde con una sensación de alivio. Tenía la mayoría del sábado libre, de trabajo sólo
el turno de la cena en Charlie, y tanto él como Paúl habían hecho planes para el
almuerzo en la casa de Paúl. No mucho para una cita, Alicia le había dicho. Pero a
Cory no le importaba que no fueran a salir a un lugar de lujos o hacer algo
emocionante. No importa dónde fueran, o lo que hicieran, en tanto estuvieran juntos.
La señora Harrison se había ofrecido a ver a su madre antes de que pudiera decidirse
a preguntar, pero él todavía planeaba pagarle extra. Si podían escatimar gastos
juntos, es decir.
—Oye, Don,— dijo Cory mientras pasaba rápidamente dentro de la oficina.

—¿Qué clase de grupo conseguiste esta noche?
—Uno grande. Doce personas.
Cory arrugó la nariz. —Mierda. ¿Qué tal son?
—No están mal. Familia de cinco personas, tres parejas y un hombre solo. —
Don sonrió. —Pidió por tu tour. Dijo que te conocía.
—Sí, bueno. —Cory abrió su armario y sacó la camiseta amarilla con su

nombre en ella. —Casi todo el mundo me conoce.
—No lo he visto alrededor antes, sin embargo. Dijo que era nuevo en la
ciudad.
El pecho de Cory se oprimió. Tiró sobre su camiseta. —¿Como se ve él?
—Alto, de pelo negro. Parecía agradable.
Cory sonrió para sus adentros. —Paúl.
—¿Eh?— Don miró.
—Nada.— Cory empujó su uniforme de camarero en su casillero, dio un

portazo cerrándolo, y giró la cerradura. —Mejor me voy. Nos vemos más tarde.
—Sí, nos vemos.
Cory se apresuró a salir al muelle, el corazón golpeando dolorosamente

contra sus costillas. ¿Y si estaba equivocado, y si no era Paúl, ¿qué pasaría si ...?
Pero lo era. Paúl se paró un poco apartado del resto del grupo, con los ojos
brillantes. Le dio a Cory una amplia sonrisa. —Hola, Cory. Sorpresa.
Cory se arrojó a los brazos de Paúl, riendo. —Hola a ti también. Maldita sea,
es muy bueno verte.
Miró a su alrededor para asegurarse de que nadie estaba viendo antes de

presionar un rápido beso en los labios de Paúl. Todos en el pueblo sabían que él era
gay, pero hacerlo fuera con su amante en frente de los clientes era definitivamente
contra las reglas, no importaba cuál fuera su orientación sexual.
—Entonces—, dijo Cory uniendo sus manos y caminando hacia el resto del
grupo, —te sentías como para tomar un tour de kayak, ¿eh?
Paúl se encogió de hombros. —Nunca lo había hecho antes. Imaginé que

podría ser divertido. — Le dio a la mano de Cory un ligero apretón. —Además,
tengo una especie de cosa por el guía. —Cory se rió, calentando sus mejillas, a pesar
de sí mismo. —Eso es bueno, porque el guía seguro como el infierno tiene una cosa
contigo.
Los ojos de Paúl se encontraron con los suyos, y el interior de Cory se

retorció. La mirada en los ojos celestes le hizo sentirse caliente por todas partes. Él se
acercó, rozando los labios en el oído de Paúl. —Te estás montando en mi barco.
Paúl había reservado el viaje en un capricho. Durante casi tres semanas, no

había visto a Cory durante más de unos minutos a la vez. Esperar hasta el día
siguiente para pasar algún tiempo real con Cory le había parecido esperar
demasiado. Así que él había llamado a ‘Willow Bend al aire libre’ y les pidió anotarlo
en el tour de Cory esa tarde.
El tour resultó ser aún más agradable de lo que Paúl había anticipado.
El kayak se deslizó en silencio por las tranquilas aguas al sonido del ritmo de
un par de delfines juguetones. Cory dirigía su curso con una mano experta, usando
el remo como timón, mientras que Paúl y una pareja de mediana edad de
Connecticut, remaban de acuerdo a las instrucciones de Cory. Los otros dos kayak
los seguían muy de cerca, cada uno con un guía de ‘Willow Bend al aire libre’
indicando a los clientes la forma de remar un kayak.
El viaje a la Isla Nutria pasó rápidamente. Antes de darse cuenta, Paúl estaba
saltando al agua tibia, y poco profunda para ayudar a Cory a llevar el barco a la
arena. Se puso de pie con las manos en sus caderas, mirando la isla deshabitada. Un
gran pájaro blanco se levantó de la tierra a su izquierda, casi rozando el agua
bruñida por el sol al continente. Paúl tomó una bocanada de aire salado, bebiendo en
la tranquilidad del lugar.
—Entonces, ¿qué te parece?— Cory tomó la mano de Paúl, enrollando sus

dedos juntos. —Bonito, ¿no?
—Es hermoso—, coincidió Paúl. —Puedo ver por qué te gusta tanto venir
aquí.
—Sí. Siempre me hace sentir bien, incluso cuando estoy muy cansado.
Paúl miró de reojo cómo Cory ahogó un bostezo. —¿Como ahora, quieres
decir?
Cory le dio una sonrisa tímida. —He estado muy ocupado últimamente.
—Es demasiado trabajo.
—No es exactamente una elección.
Cory apartó la mano y se volvió para transportar la hielera grande de las

bebidas y bocadillos del kayak. Paúl miro los músculos de su espalda por el trabajo
por un momento antes de poner una mano sobre su brazo.
—Lo siento—, dijo Paúl en voz baja. —No fue mi intención.
—Lo sé, —Cory interrumpió. —Tienes razón, yo trabajo mucho. A veces
parece más de lo que puede hacerse. Pero realmente no tengo ninguna elección, Paúl.
Mamá se merece todo lo que pueda darle. No sería correcto si no hago todo lo que
puedo para cuidar de ella. —Él apoyó la hielera sobre una gran manta que uno de
sus compañeros de trabajo había extendido en la playa, luego se volvió a Paúl con
una súplica en los ojos. —Di que lo entiendes.
—Lo hago.— Paúl tocó la mejilla de Cory. —Sólo... Sólo trata de cuidarte tu
también, ¿de acuerdo?
Cory sonrió. —Lo haré. Ahora vamos, vamos a conseguir algo de comida,
¿eh? Estoy muerto de hambre.
Todo el grupo se estableció en tres grandes mantas de playa, riendo y

hablando mientras comían. Paúl se encontró realmente disfrutando de la compañía
de los otros miembros del grupo. Nunca había sido uno de los que hacen amigos
fácilmente, así que el hecho de que podía divertirse tanto con un grupo de extraños
fue una sorpresa agradable.
Después de que se habían acabado los sándwiches, papas fritas y refrescos,

ellos comenzaron a preparar una visita a la isla. Cory susurró algo a uno de los otros
guías, una niña pecosa con dos largas trenzas rubias y una amplia sonrisa. Teena,
Paúl recordó. Ella asintió, sonrió a Paúl, y se reunieron al grupo de turistas a su
alrededor. Ella ya estaba hablando de los nidos de tortugas marinas que se
encuentran en la isla mientras marchaba hacia abajo por la playa, los turistas la
seguían detrás.
Cory se giró a Paúl con una sonrisa maliciosa. —Bueno, eso conseguirá
deshacerse de ellos.
Paúl se echó a reír mientras empujaba a Cory detrás de una duna de arena de
gran tamaño. —Bien.
—¿Tú no quieres el tour a la isla?— Cory presionó su cuerpo contra el de

Paúl, retorciendo el cabello de Paúl entre sus dedos. —Es muy bueno.
—Estoy seguro de que lo es.— Paúl deslizó sus brazos alrededor de la

cintura de Cory. —Pero esto es mejor.
Paúl se inclinó para reunir la boca de Cory con la suya. Cory la abrió, suaves
y pequeños e inocentes sonidos querían escapar mientras se besaban. Se sentía como
siempre que Paúl había podido tocar a Cory así, tomándose su tiempo, sosteniéndolo
cerca de él y besándolo hasta que estaban ambos sin aliento.
—Estoy tan contento de que vinieras esta noche—, susurró Cory, plantando
pequeños besos en la mandíbula de Paúl.
—Yo también—. Paúl se giró abriendo el botón de los cortos pantalones de

Cory y tiró bajando la cremallera.
Los párpados de Cory aletearon, sus mejillas se sonrojaron mientras la mano

de Paúl envolvía su pene y comenzaba a acariciarlo. —Oh Dios... Paúl. Se siente bien.
—Mm. Sí —. Paúl mordió el lóbulo de la oreja de Cory. —Amo cómo tu pene

se siente en mi mano.
Los ojos de Cory se oscurecieron, rebosantes de una extraña y tierna

expresión.—¡Oh! Oh Dios, me voy a correr.
Paúl apretó su puño en el eje de Cory, rozando con su pulgar sobre la cabeza.
—Vamos, Cory—, dijo, sus labios contra los de Cory. —Córrete para mí.
Unos pocos firmes golpes más y Cory se corrió duro, agarrándose de los
hombros de Paúl, su suave grito amortiguado por la boca de Paúl. Paúl metió la
mano dentro de los shorts de Cory, acunando sus bolas mientras se besaban.
—Echaba de menos esto—, murmuró Cory entre besos.
—Yo también—. Paúl movió ambas manos para acariciar suavemente la cara
de Cory.
—Extrañando tener más de unos minutos al día para estar contigo.
Cory se echó hacia atrás, sus verdes ojos cargados de algo que Paúl no podía
realmente definir. Entonces, antes de que Paúl supiera lo que estaba sucediendo,
Cory cayó de rodillas en la arena, sus dedos trabajando abriendo la cremallera de
Paúl. Apartó los shorts fuera de su camino, capturando el miembro de Paúl en una
mano, y tragándoselo. Lo repentino de esto desgarró un áspero grito ahogado de la
garganta de Paúl.
—Cory, Dios, sí...— Paúl enroscó sus dedos en el cabello de Cory, luchando
contra el impulso de empujar.
Como si hubiera leído su mente, Cory se hizo atrás, mirando a Paúl con los
ojos llenos de lujuria. —Jode mi boca.
Paúl tragó. —Yo, yo no quiero… hacerte… daño... ... ... ¡Oh Cristo ...!
Sus palabras se desvanecieron mientras Cory lo tomaba profundo,

apretando los músculos de la garganta a su alrededor. Trató de luchar contra ello.
Pero cuando Cory mojó un dedo en su boca y lo empujó en el culo de Paúl, su control
se evaporó. Paúl sostuvo la cabeza de Cory firmemente por el cabello, golpeando en
su boca con movimientos cortos y rápidos. El dedo de Cory masajeó su glándula
enviado ondas de choque ondulando a través de él.
Antes de que pasaran muchos minutos, Paúl sintió el orgasmo

construyéndose en su interior. Él se vino con su pene enterrado hasta la
empuñadura en la garganta de Cory. Cory tragándoselo todo, volvió a sentarse sobre
sus talones, sonriendo.
—Oh. Wow. —Paúl se hundió en el suelo y envolvió a Cory en sus brazos.
—Jesús, Cory. Las cosas que me haces.
—Sabes tan condenadamente bien, Paúl. —Cory deslizó una mano por detrás
de la cabeza de Paúl y le dio un beso con sabor a semen.
—Mmm.— Paúl lamió unas gotas que venían desde la esquina de la boca de
Cory. —Así que. ¿Cuánto tiempo tenemos antes de que todo el mundo vuelva?
Cory miró su reloj. —cerca de media hora. ¿Quieres hacerlo otra vez?
—Tentador—. Paúl negó con la cabeza cuando Cory bostezó. —Pero creo que
alguien está demasiado cansado.
—Yo no estoy tan cansado—, protestó Cory. Paúl le dirigió una mirada
escéptica, y él hizo una mueca. —Muy bien, así que tal vez lo estoy. Como he dicho,
he estado muy ocupado.
Paúl se puso de rodillas para subirse sus pantalones cortos y cerrarlos,

mirando cómo Cory hacia lo mismo. —Cory, por favor, no lo tomes a mal, pero ...
bueno, ¿por qué no ... quiero decir, tu mamá necesita mucha atención y tu trabajas
tan duro ... —Él se apagó, tratando de encontrar las palabras adecuadas.
—¿Por qué no la pongo en un hogar para ancianos, quieres decir?— Ojos de

Cory se reunieron con los de Paúl. El dolor ahí, escondido detrás del agotamiento,
tiró del corazón de Paúl. —Lo intenté, Paúl. No pude lograrlo en ningún lugar. Había
un lugar en Savannah que tenía una cama y podría llevarla, pero es demasiado lejos
para mi bicicleta, y yo no podría dejarla allí cuando casi nunca sería capaz de
visitarla.
Paúl tomó la mano de Cory, acariciando los nudillos ásperos por el trabajo
con el pulgar. —Puedes seguir intentándolo. Una cama puede liberarse.
—Sí. Ella está en una lista de espera para el lugar en Hartsville.
—Eso aún sigue siendo un largo recorrido en bicicleta, Cory. ¿Qué hay de
uno justo afuera de Willow Bend?
Cory negó con la cabeza. —Fue lo primero que se visité. Es un hoyo de

mierda. Yo no la pondré allí.
Paúl se sentó mirando pensativamente a Cory. Una idea comenzó a formarse

en su mente. No estaba seguro de cómo iba a reaccionar Cory, pero él no podía mirar
las manchas oscuras bajo los ojos de Cory y guardárselo para sí mismo. Tomó una
respiración profunda.
—¿Cory?
—¿Sí?— Cory miró a Paúl, frunció el ceño, y mirándolo más duro. —¿Qué
sucede?
—Nada. Quiero preguntarte algo.
—¿Qué es?— Cory tocó con un dedo suavemente la mejilla de Paúl. —Te ves
tan serio, Paúl.
—Sí. A decir verdad, no creo que te vaya a gustar mucho. Pero espero que al
menos me escuches, y te des cuenta de por qué te estoy preguntando.
La cara de Cory quedó en blanco. Él apartó la mano de Paúl. —Sigue.
Paúl luchó contra el deseo de tomar a Cory en sus brazos y besarlo hasta que
esa dura mirada se fuera. —Bien. Cory, me gustaría ayudarte. Con los cuidados de tu
madre, eso es.
Cory parpadeó. —¿Qué quieres decir?
—Me gustaría pagar para que alguien se quede con tu madre todo el tiempo.
Además de la señora Harrison, quiero decir. Ella no puede permanecer veinticuatro
horas al día, y tu madre necesita atención constante. Y me gustaría ayudarte... con
todo lo que necesites, bien.—Él debería además mencionar la evidente necesidad de
grandes reparaciones en la casa de Cory, pero el aspecto tormentoso de la cara de
Cory le advirtió en contra de ello.
—Ya te dije, que me las arreglo bien. — Cory se paró y sacudía la arena de
sus piernas. —Yo no necesito tu ayuda.
—Cory, no es así. Yo sólo... Me preocupo por ti, y quiero ayudar.
Cory se lo quedó mirando. Paúl contuvo la respiración. Después de un
momento, el duro brillo en los ojos de Cory se suavizó. —Lo siento. No quise estar
todo a la defensiva. Pero no puedo dejarte empezar a darme dinero.
—¿Por qué no?— Paúl se empujó en sus pies y envolvió con sus brazos la
cintura de Cory. —No es caridad. Tú lo sabes. ¿Por qué no me dejas ayudar?
—Porque no está bien, eso es todo. Yo creo... —Cory se apagó,

mordisqueando su labio inferior. —Creo que tenemos algo aquí, Paúl. No estoy
seguro de lo que es exactamente, pero me gusta, y yo no quiero meter la pata.
Paúl suavemente retiró los rizos húmedos de sal del cuello de Cory. —A mi
me gusta también. Sea lo que sea. Pero yo no veo cómo el ayudarte aquí y allí va a
estropear cualquiera cosa.
Cory ahuecó la cara de Paúl en sus manos. Sus ojos eran solemnes. —El
dinero cambia las cosas. No quiero que eso nos cambie.
—No lo hará.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? Apenas nos conocemos fuera del
dormitorio. Ya sé cómo tocarte, pero no sé el nombre de tus padres, o lo que querías
ser cuando tenías doce años, o incluso cómo se ven tus pinturas. Sea lo que sea que
tenemos juntos, Paúl, no sé si es lo suficientemente fuerte como para sobrevivir a que
me ayudes apoyándome. Y yo necesito esto, mucho más de lo que necesito tu dinero.
Paúl quería discutir, insistir en que el dinero no tendría ninguna diferencia.

Pero no pudo. Había visto de primera mano cómo el dinero puede agriar incluso la
relación más fuerte, y su relación con Cory seguía siendo nueva y frágil, no
importaba lo mucho que le gustaría pensar lo contrario. Él no quería que Cory
llegara a depender de él económicamente, y eventualmente resintiera la
dependencia.
Suspiró. —Muy bien, veo el punto. Pero tenlo en cuenta, ¿eh?
Cory le dio una sonrisa irónica. —¿Cómo serías capaz de pagar una
enfermera veinticuatro/siete de todos modos? ¿Eres rico o algo así?
Las mejillas de Paúl se calentaron. —Yo tengo suficiente. Como dije antes,
mis pinturas venden realmente bien de regreso a casa. Y hay otras cosas. —Como el
dinero de Jay, pensó, con el pecho oprimiéndole. Entre los seguros de vida de Jay y el
dinero que había dejado a Paúl en su testamento, la cuenta de banco de Paúl ya
considerable se había más que duplicado. —Rico— era incómodamente cerca del
punto.
Las cejas de Cory subieron. —¿Por qué tengo la sensación de que hay una
historia ahí en algún lugar?
—Porque la hay.
—¿Vas a decírmelo en algún momento?
—Me gustaría.— Paúl se inclinó y besó los labios de Cory. —¿Vas a

invitarme a tu casa alguna vez? Me encantaría conocer a tu madre.
Cory se quedó inmóvil, apretando los dedos en el cabello de Paúl. Paúl lo

sostenía, y esperó. —Sí, está bien. ¿Qué tal mañana? Puedes llevarme a casa y venir a
verla entonces.
—Suena bien.
—Y tal vez podamos hablar un poco más. Me puedes decir cómo te hiciste
fabulosamente rico.
Paúl se rió. —Fabulosamente rico es exagerar un poco, pero sí. Podemos

hablar de eso.
—Bien.— Cory presionó un suave beso en la boca de Paúl. —Vamos, voy a

mostrarte algo de la isla.
—¿Estas cambiando de tema?
Cory sonrió por encima del hombro mientras jalaba de Paúl hacia el interior
de la isla. —Sí. Podría también disfrutar del resto de la tarde, ya que parece que
desde mañana será un día de confesiones.
Paúl no tenía una respuesta para eso, porque tenía la sensación de que era
cierto.
Cory se negó a dejar que Paúl lo llevara a su casa esa noche. No estaba
seguro de por qué, exactamente. Sólo necesitaba un poco de tiempo solo, para
pensar. Acerca del día siguiente, y Paúl, y mamá, y lo que Paúl había dicho.
Una parte de él quería aceptar la oferta de Paúl de ayudarlo. El trabajo ya

nunca terminaba. Sus días los pasaba en uno o en ambos de sus puestos de trabajo, o
haciendo reparaciones en la casa. Sus noches se las pasaba alimentando a Mamá,
dándole sus medicamentos que mantenían su cerebro sin hinchar y las crisis en
zonas restringidas, volteándola y limpiándola. Lograba trozos de sueño cuando
podía, pero no era suficiente, y él lo sabía. Sabía que no podía seguir así para
siempre.
Paúl le había ofrecido una salida. Y la había rechazado.
Al infierno si eso era, no podía decidir si había hecho lo correcto o no. A

pesar de lo que había dicho a Paúl, él necesitaba la ayuda. La quería realmente.
Servicios médicos pagaba por los medicamentos de Mamá y su alimentación

por sonda, y sus análisis de sangre a domicilio y por la enfermera una vez por
semana pero eso era todo. El dinero para pagar a la señora Harrison salía de su
propio bolsillo. Igual lo hacía el dinero para reparar las cosas que él no podía
arreglar. Además, todavía estaba pagando parte de las facturas de mamá del hospital
y del médico. Teniendo a Paúl para pagar a alguien que cuidara a mamá todo el día
ahorraría suficiente dinero para conseguir que se repararan un montón de cosas que
se habían roto hacía mucho tiempo.
Tal vez podría arreglar el auto o incluso conseguir otro. Y ahí quedaría
también mucho tiempo. Para yacer en el sol, para leer, para dormir a lo largo de la
noche.
Tiempo para estar con Paúl.
—Maldita sea, Paúl— murmuró Cory mientras se inclinaba en su bicicleta

contra la pared de la casa. —¿Por qué tienes que ser tan jodidamente genial?
Cuando se quedó dormido en la silla junto a la cama de su mamá, la cabeza

apoyada sobre los brazos cruzados, aún no había decidido si aceptaba o no la ayuda
de Paúl.
Paúl no había esperado realmente que Cory aceptara su oferta. Él estaba

decidido a encontrar una manera de ayudarlo, de manera que la negativa de Cory no
le había molestado realmente. Lo que revolvió sus entrañas agitadamente fue la
mirada de esos ojos verdes cuando Cory dijo que más necesitaba era que ellos
tuvieran juntos. Paúl sintió que seguramente él veía la misma mirada en sus ojos. En
algún lugar entre su primera mirada a esa amplia sonrisa y hacer el amor en su
estudio mientras la lluvia caía afuera, Cory se había convertido en una parte de su
vida.
Y eso le aterraba.
—¿Qué voy a hacer?— Los dedos de Paúl acariciaban distraídamente el
marco de la foto de Jay. Clavó la mirada en la profunda noche desde el porche

delantero, meciéndose suavemente. —No estoy preparado para esto, Jay-Jay. No
estoy listo para... para sentir de esta manera acerca de otra persona.
Tú no llegas a escoger el momento, Pauly. La voz de Jay hacía eco a través de

su mente, por lo que su garganta se contrajo. Cuando esto sucede, sucede. Tú sólo
consigues seguir adelante y ver a dónde te lleva.
—Tengo miedo, Jay,— susurro Paúl. —No quiero perderte.
No me vas a perder, amor. Yo siempre seré una parte de ti.
Paúl sintió algo duro y apretado en su interior aflojarse. Se acurrucó en el

sillón y cerró los ojos. En cuestión de minutos, él se quedó dormido, con la foto de
Jay apretada contra su corazón.
Capítulo Siete
El sábado amaneció claro y brillante. Cory estaba sentado en el porche

delantero, bebiendo café y viendo el sol naciente golpear ligeramente de oro los
pinos. Sus ojos se sentían arenosos con agotamiento. Se había despertado varias
veces durante la noche, imaginando que había oído moverse a su madre, o hacer
ruido. El resultado había sido una noche interminable de vigilia, preocupado,
intercalado con breves y estirados fragmentos de descanso.
Bostezó y se arrastró de vuelta a la casa. Él se sirvió otra taza de café y se

paró en el mostrador tomándolo. En unas pocas horas, estaría con Paúl. Sólo la idea
de tocar a Paúl, besarlo y abrasarlo, era suficiente para que Cory se sintiera vivo otra
vez. Sonrió al enjuagar su taza y se dirigió al cuarto de baño para una ducha.
La señora Harrison llegó alrededor de las diez, justo cuando terminó de dar a
Mamá su medicina anticonvulsiba. —¡Hola!— Gritó cuando oyó la puerta de la
cocina abrirse. —Déjame dar vuelta a Mamá y estaré fuera.
—Aquí, te ayudaré.— Ella apareció en la puerta del dormitorio en cuestión

de segundos, con una sonrisa en su rostro. —Bueno, ¿no luce tu Mamá muy linda
esta mañana?
—Pensé en seguir adelante y conseguir bañarla para que no tuviera que

preocuparse por eso.
La señora Harrison le dio una mirada aguda mientras ella y Cory giraban a
Lorraine sobre su lado. —Bebe, tú sabes que yo habría estado feliz de hacer eso.
—Bueno, es sólo eso, ya sabe, no estoy trabajando hasta más tarde hoy, esto
es tiempo extra para usted, y...
—Y ¿te sientes culpable por pasar tiempo con ese joven tuyo?—la señora
Harrison le chasqueó su lengua. —Cariño, me hace feliz ver que tomas un tiempo
para ti mismo a cambio.
Las mejillas de Cory se calentaron. —Pero sigue siendo un trabajo extra para
usted.
La señora Harrison se rió. —No estoy ni un poco molesta, de verdad. De

todos modos, mi James visita a su mamá en Charleston este fin de semana, y no me
gusta mucho sentarme alrededor de la casa completamente sola.
—Como si alguna vez sólo se sentara.— Cory siguió a la señora Harrison de

vuelta a la cocina. —Usted siempre está haciendo algo.
—Así que de igual modo puedo hacer esto.— Tomó a Cory firmemente por
los hombros y lo condujo hacia la puerta. —Sigue contigo, ahora. Pasa un rato
agradable con Paúl y dile que dije hola.
—Lo haré.— Cory se paró en la puerta entreabierta, se volvió y envolvió sus

brazos alrededor del cuello de la señora Harrison. —Gracias por todo. En serio.
Nunca lo hubiera hecho sin usted.
Ella le acarició la espalda y luego se apartó y le puso una fría mano en su

mejilla. —Cariño, te conozco desde el momento en que naciste. Te he visto crecer en
un hermoso joven. Y tu mamá es una buena amiga. Yo siempre haré lo que pueda
por los dos. —Ella le dio un suave empujón y lo echó por la puerta. —¡Ahora
continúa!
Cory sonrió mientras bajaba por las escaleras. —Está bien. Tiene el número
de Paúl, ¿verdad? ¿En caso de que me necesite?
—Justo al lado del teléfono.
—Está bien. Adiós, señora Harrison. Y gracias.
—Eres muy bienvenido, cariño.
Cory observó a la señora Harrison cerrar la puerta. Se quedó allí por un

minuto mirando a la casa destartalada que había sido su hogar durante todo lo que
podía recordar. Había tantos recuerdos allí.
Recuerdos felices, sobre todo. Él y mamá nunca habían tenido mucho, pero
siempre se habían tenido el uno al otro. Le dolía pensar en el momento en que mamá
no estuviera más allí. Y él sabía que ese momento iba a venir. Sabía que la poca
fuerza que le quedaba a Mamá estaba rápidamente fallando. Un día, probablemente
más temprano que tarde, mamá iba a morir. Había tratado de prepararse para ese
día, pero no estaba seguro de estar listo. No estaba seguro de si alguna vez estaría
listo.
—Te quiero, mamá—, dijo suavemente. Con una última mirada a la casa, a
horcajadas sobre su bicicleta empezó a pedalear hacia Paúl.
Paúl estaba en la cocina cuando llegó Cory, cortando verduras y cantando

junto con la radio. La puerta de la cocina estaba abierta. Cory se paró afuera por un
momento, escuchando la suave voz de Paúl, antes de golpear en la pantalla de la

puerta del porche de atrás.
Paúl miró y sonrió cuando vio a Cory. —Hey, Cory, vamos entra.
Cory abrió la puerta, cruzó el porche en un par de pasos, y fue arrollado en

los brazos de Paúl. —Hey, Paúl. La señora Harrison dice que te diga hola.
Paúl se rió. —Bueno, hola a ella también.— Él enrolló los dedos por los rizos
de Cory y se inclinó para rozarle los labios. — Sin embargo, esto es sólo para ti.
El beso fue suave y profundo, propagando una sensación de caliente

satisfacción a través de todo el cuerpo de Cory. Cuando se separaron, Cory apoyó la
cabeza en el hombro de Paúl con un suave suspiro.
—Mmm. Esto es bueno—murmuró, volviendo la cabeza para besar el cuello

de Paúl.
—Sí. — Paúl descansó su mejilla contra el cabello de Cory. —No pude dejar
de pensar en ti anoche.
El corazón de Cory dio un vuelco. Abrazó a Paúl más cerca, sus manos
deslizándose abajo ahuecando su culo. —Yo también.
Paúl levantó la barbilla de Cory. —Te ves cansado, Cory. ¿No pudiste
dormir?
Cory le dio una pequeña media sonrisa. —No mucho, no. Me mantuve
despierto, pensando que estaba escuchando a Mamá moverse.
—¿Cómo lo está haciendo?
—No lo sé, Paúl. No hay nada realmente diferente, pero yo sólo...— Cory se
detuvo, tratando de encontrar las palabras. —Es sólo una sensación, pero no puedo
dejar de pensar que ella está cada vez peor, ¿sabes?
Paúl acunó la mejilla de Cory, sus ojos azules llenos de preocupación. —
¿Hay alguna cosa que yo pueda hacer?
Todas las cosas que quería, necesitaba y deseaba en la noche pasaron por la
mente de Cory. Pero sabía lo que era más importante. Él acarició la mejilla de Paúl.
—Sólo bésame otra vez.
Paúl lo hizo, sus dedos por el cabello peinado de Cory. Cory se hundió feliz
en esto, concentrándose en la sensación de la boca de Paúl en la suya, el cuerpo de
Paúl en sus brazos. En el momento en que se separaron, las preocupaciones de Cory
se habían evaporado, temporalmente.
—Entonces, ¿qué hay en el menú?— Cory preguntó mientras seguía a Paúl a

la cocina.
—Nada de lujo.— Paúl tomó la mano de Cory, enlazando sus dedos juntos.
—Pollo, pimientos, champiñones y unas patatas. Imaginé que podríamos

asarlos. Tengo algunos tomates frescos también.
—Suena muy bien para mí. ¿Puedo ayudarte?
Paúl sonrió y besó los nudillos de Cory. —Claro. Prepararé el pollo, tú

puedes terminar de cortar las verduras.
Pasaron un tiempo amable hablando mientras preparaban los alimentos para

asar. A Cory le encantó, amaba la tranquilidad que sentía cada vez que estaba con
Paúl. Se sentía bien reír y bromear y hablar de mucho y nada. Parecía que nunca
conseguía ser joven y alegre ya más. Con excepción de con Paúl. Una razón más
para... bueno, sentir lo que fuera que sentía por Paúl.
Cory no estaba muy seguro de cómo sucedió, pero para el momento en que
había terminado de comer, la conversación había vuelto de nuevo a su mamá. Se
sentaron en las sillas de césped que Paúl tenía en su patio trasero, a beber cerveza
mientras Cory le decía a Paúl sus preocupaciones.
—Creo que tal vez sus ataques están volviendo—, dijo Cory. —Quiero decir,
ella no está teniendo los malos ni nada, pero sigo viendo las contracciones en su cara.
Sin embargo, sus niveles de medicina han sido justo los correctos, así que no sé lo
que está pasando.
—¿Le has dicho a la enfermera de la casa de salud?— preguntó Paúl. —Ellos

podrían saber qué puedes hacer.
—Sí. Llamó y le dijo al médico. Ella agregó otra dosis medicina

anticonvulsiva, pero no estoy seguro de que esté ayudando.
—Tal vez sólo necesita un tiempo para actuar.
—Tal vez. —Cory tomó un largo trago de cerveza. —Me da miedo, ¿sabes?
pensar... sobre su muerte.
Paúl se acercó y tomó la mano de Cory, su pulgar frotaba sus nudillos.
—Sí, lo sé. No puede ser fácil, verla empeorar cada día.
—No, no lo es. A veces pienso que podría ser más fácil al final si ella sólo
muriera de un ataque al corazón o algo así. Algo rápido, ya sabes, donde ella no
estaría como ahora.
El rostro de Paúl se ensombreció, y de repente Cory se dio cuenta de lo que

había dicho. —Mierda, Paúl, lo siento, ¡yo no lo pensé! Cristo, qué cosa estúpida
para decir, lo siento tanto.
Paúl le dio una triste sonrisa. —Está bien. No se te puede culpar. Nunca es
fácil perder a un ser querido, sin importar qué suceda.
Cory miró a los ojos de Paúl. Antes de que pudiera cambiar de opinión,
preguntó: —¿Cómo era él, Paúl? Jay, quiero decir.
Paúl bajó la mirada al suelo. —No me preguntes eso, Cory.
—¿Por qué no? tú lo amabas. Fue una gran parte de tu vida. —Cory se apoyó
en el brazo de su silla, tratando de leer la cara de Paúl. —Por favor, Paúl. Realmente
me gustaría saber.
Paúl se quedó quieto y en silencio durante varios segundos. Cory esperó, la

mano de Paúl agarró con fuerza la suya. Cuando Paúl habló, su voz era suave, pero
calmada.
—Conocí a Jay en un viaje en balsa. Era mi primera vez. Jay era un antiguo
profesional en eso. Se quedó allí conmigo, me decía que lo estaba haciendo genial
aún cuando los dos sabíamos que no era así. Después de que el viaje había
terminado, me las arreglé para levantar valor suficiente para preguntarle si podíamos
reunirnos en algún momento. —Paúl se rió con el triste sonido lleno de recuerdos.
—Todavía estaba tratando de jugar al hetero, ya sabes, porque no habíamos hablado
de eso y no sabía cómo él lo tomaría, yo no le había dicho que era gay. Pero él me
había descubierto. Me besó allí mismo, en el río. Y eso fue todo. Yo ya no tenía
esperanza.
Paúl se quedó en silencio. Cory seguía callado. Después de un momento,

Paúl empezó a hablar de nuevo.
—Se había mudado a Spokane, y nos dimos cuenta de que vivíamos a unos
pocos kilómetros de distancia. Empezamos a salir, y esto sólo... sólo todo acabó
decayendo en su lugar. Para los dos. A veces era como que compartíamos un mismo
propósito, ¿sabes? —Paúl se giró y vio a los ojos de Cory. —Yo lo amaba tanto. A
veces sentía como si no pudiera sobrevivir, era tan intenso. Nunca supe que podría
sentir así.
—Suena increíble,— dijo Cory, un poco nostálgico.
La esquina de la boca de Paúl se levantó en un reconocimiento silencioso. —

Construimos una casa juntos unos seis meses después de conocernos. Jay tenía un
par de hectáreas a las afueras de la ciudad que había estado planeando vender, pero
decidió guardarlo para nosotros. Dios, tú deberías ver el lugar, Cory. Árboles y un
arroyo y una valla enrejada dividiendo. La casa se encuentra sobre una colina. Es una
casa de madera, con ventanas por todas partes. Jay siempre se sintió encerrado, si él
no podía ver afuera. Él amaba el aire libre. Él amaba la vida, más que nadie que haya
conocido. — Paúl cerró los ojos.—Es tan jodidamente injusto.
Cory levantó la mano de Paúl, la besó y presionó contra su mejilla. Le dolía,

por todo el dolor que había sufrido Paúl por la muerte de Jay. —¿Paúl? ¿Deseas
hablar sobre el accidente? Quiero decir, no tienes que hacerlo, en caso de que sea
demasiado difícil. Pero tú sabes que puedes, ¿no? Sabes que te escucharé.
Paúl se giró a mirarlo de nuevo, los ojos azules con algo que Cory no podía
definir bien. —Jay tenía un ritmo cardíaco irregular. Tenía que tomar un anti-
coagulante, para evitar que su sangre formara coágulos en su corazón. Eso es lo que
lo mató. Yo estaba conduciendo, Cory. El conductor borracho golpeó de mi lado del
coche. Pero la cabeza de Jay golpeó la ventana del lado del pasajero, y por la maldita
sangre más delgada de él, sangró en su cerebro. No pudieron salvarlo. Ellos
consiguieron sacarlo del coche y llevarlo al hospital probablemente en veinte
minutos, pero el daño cerebral era tan masivo que no había nada que pudieran hacer.
Se tardaron más de una hora para sacarme del coche, y cuando llegué al hospital,
estaba muerto. Ni siquiera lo supe hasta más tarde, porque me llevaron directamente
a cirugía, y luego fui sedado y conectado a un respirador durante cinco días. Para
cuando desperté, sus padres ya lo habían enterrado. Yo ni siquiera pude decirle
adiós, o decirle que lo amaba.
Cory se tragó el nudo en su garganta. —Estoy seguro de que lo sabía, Paúl.
—Ya lo sé. Pero no es lo mismo. —Paúl exhaló una estremecida respiración.

—Él no debería haber muerto, Cory.
Cory no sabía muy bien qué decir a eso. Se quedó mirando los árboles a lo
lejos, tratando de aplastar los celos que no podía dejar de sentir.
Claro que Paúl se sentía de esa manera, se dijo. Jay fue su pareja durante
años. Ellos se amaban. Tú no puedes desconectar un sentimiento tan fuerte.
La pregunta detrás de su mente que no se iba era, ¿Paúl alguna vez será
capaz de dejar ir realmente a Jay y seguir adelante?
—Hey.— La suave voz de Paúl a su lado trajo a Cory de sus pensamientos.

Sus ojos se encontraron. La expresión de Paúl era muy seria. —Yo siempre lo amaré,
Cory. Y es difícil dejarlo ir. Pero estoy tratando. Yo realmente lo estoy. —Paúl se
deslizó hasta el borde de su silla, se inclinó y tocó suavemente la mejilla de Cory. —
Ten paciencia conmigo, ¿eh? Creo que, por lo que sea que tenemos aquí, vale la pena
aferrarse.
—Sí. Yo también —Cory sonrió mientras los largos dedos de Paúl trazaban la
línea de su mandíbula. —Sé que esto no puede ser fácil para ti, Paúl. Está bien. Voy a
estar aquí.
La sonrisa de Paúl hizo que el sol de la tarde pareciera débil. Él jaló a Cory
hacia él, apoyando sus frentes juntas. —Gracias.
Como si tuviera otra opción, Cory pensó mientras Paúl acunaba su cara en
sus dos manos y lo besaba. La necesidad creció dentro de él como siempre lo hacía
mientras él profundizó el beso y las manos de Paúl descendían deambulando. Como
si yo pudiera hacer algo más que estar allí para ti.
Él no se lo dijo. Pensó que Paúl tenía suficiente con la carga que llevaba sin
saber cuán duro él ya había caído enamorado por Paúl.
Había una especie de esperanza de que Paúl se olvidara de venir a conocer a

mamá. La idea de que Paúl viera exactamente cuán pobre era él le hizo temblar por
dentro, sobre todo después de oír hablar de la hermosa casa de Paúl y Jay. Y él se
sintió extrañamente tímido de llevar a Paúl con su mamá. No estaba seguro de por
qué. Sabía que a Mamá le gustaría.
Tal vez porque mamá se estaba muriendo poco a poco, deslizándose un poco
más en el pasado con cada día que pasaba. Y Paúl podría ser su futuro.
Él debería haber sabido que Paúl no se olvidaría.
—¿No me vas a invitar a entrar?— Le preguntó Paúl, su voz cuidadosamente

casual.
Se sentaron frente a la casa de Cory, en la cabina de la camioneta de Paúl.

Paúl había insistido en llevar a Cory al trabajo, luego de recogerlo y conducirlo de
nuevo después a su casa. Eran ya casi las diez, el intenso calor del día se había
disipado, y el aire fresco de la noche resonaba con las canciones de las ranas y los
grillos. Cory sintió que sería perfectamente feliz de sentarse justo allí toda la noche.
Pero él sabía que no podía. Paúl se había abierto a sí mismo a Cory. Cory pensó que
no le debía nada menos a Paúl.
—Sí, está bien—, dijo. —Pero no esperes demasiado. Hemos vivido aquí
desde que era un bebé, y la casa ya era vieja cuando mamá la compró, y no siempre
se puede tener todo arreglado. La señora Harrison hace muchas de las tareas del
hogar para mí aunque yo sigo diciéndole que ella no tiene por qué hacerlo, por lo
menos está bastante limpio, pero…
—Cory. No te preocupes tanto de cómo podría estar la casa. Eso no me

importa. La razón por la que estoy aquí es porque ésta es tu casa, y quiero ver dónde
vives. Y realmente quiero conocer a la madre del chico del que estoy... —Paúl se
detuvo, se mordió el labio. —El chico con el que estoy saliendo. ¿De acuerdo?
—Está bien—, dijo Cory, tratando de ignorar la forma en que su pulso se

aceleró de repente. —Vamos.
Paúl le tomó la mano mientras subían los tres escalones a la vieja puerta de la
cocina y entró. La presión de los dedos de Paúl enrollados a través de los suyos le
hizo sentirse un poco más fuerte.
—¿Sra. Harrison? —Llamó Cory. —Estoy en casa. Paúl esta aquí, él quiere
conocer a mamá.
La señora Harrison apareció por la puerta de la sala de estar, radiante. —

¡Paúl, es tan bueno verte!
Paúl sonrió. —Es bueno verla, también, señora Harrison.
—¿Quieres tomar algo?
—No, gracias. Yo no puedo quedarme mucho tiempo. Sólo... —Paúl se

detuvo, miró a Cory y le apretó la mano. —Pensé que había llegado el momento de
conocer a la madre de Cory.
La señora Harrison se dio la vuelta y se dirigió hacia el corto pasillo al otro

lado de la sala de estar, haciendo un gesto a Paúl y Cory para seguirla. —Tendrás
que ir a la habitación de Lorraine. Ella no es capaz de conseguir levantarse.
—Ella no puede hablar contigo tampoco—, agregó Cory. —No sabemos si

puede oír algo, o entender algo, pero habla con ella de todos modos. Sólo por si acaso
—. Cory imaginó que su mamá no era consciente de nada, a pesar de eso ellos
trataban de fingir que lo era. El conocimiento lo hizo sentir hueco por dentro.
Paúl mantuvo la mano de Cory firme en la suya mientras todos entraban en

tropel en el dormitorio. Cory le dio una sonrisa de gratitud.
—Paúl, esta es mi madre, Lorraine.— Cory dio un paso hacia la cama, se

inclinó y besó la frente de su madre. —Mamá, este es el sujeto acerca del que te decía.
Este es Paúl Gordon.
Cory se enderezó de nuevo, mirando de cerca a Paúl. Esperando ver cómo

Paúl reaccionaba.
Paúl se adelantó y tomó la mano de su mamá sin dejar de lado la de Cory. —

Sra. Saunders, estoy tan feliz de conocerla. —Miró a Cory. —Usted tiene un hijo
maravilloso.
El pecho de Cory se apretó. Él sonrió, y sabía que parecía cursi como el

infierno, pero él no parecía poder evitarlo. Eso era sólo como Paúl lo hacía sentir.
La señora Harrison le dio unas palmaditas al brazo de Paúl. —Paúl, estoy

feliz de que vinieras a conocer a Lorreine. Desearía que la hubieras conocido cuando
ella estaba bien.
—Yo también—, dijo Paúl. —En ambos aspectos.
—¿Por qué ustedes niños no van a sentarse mientras le doy Lorreine sus
medicinas?
La señora Harrison abrió el cajón de la mesilla de noche y sacó las botellas

recetadas y una trituradora de píldoras. —Hice un poco de té de menta antes, Cory,
está en el refrigerador. Sírvanse ustedes un poco. Estaré en un minuto.
Cory empezó a protestar que él podía dar a su mamá sus medicamentos.

Paúl habló antes de que él pudiera decir nada.
—Eso estaría bien, señora Harrison.— Paúl jaló a Cory hacia la puerta. —
Vamos, vamos a tomar algo de ese té.
Cory se arrastró después de Paúl, mirando por encima del hombro al salir de
la habitación de su mamá. Tomó la jarra de té de menta frío de la nevera y llenó dos
vasos de plástico grandes. Podía sentir los ojos de Paúl en él.
Paúl tomó el vaso que Cory le entregó. —Gracias.
—Seguro.
En silencio. Se sentaron en la mesa. Cory tomó un sorbo de té. Mantuvo su

mirada resueltamente sobre la mesa, recogiendo con las manos sin hacer nada un
pedacito de la fórmica azul descolorida.
—¿Cory?
—¿Eh?
—Mírame.
Cory lo miró de mala gana. Paúl tenía la mirada fija atentamente en su cara.
—Lo siento, Cory—, dijo Paúl, con voz suave. —Yo no tenía la intención de
presionarte en esto antes de que estuvieras listo.
Cory negó con la cabeza. —No, tú no me empujaste. Quería que conocieras a

Mamá. No sé por qué me siento así.
—¿Cómo qué?— Paúl tomó la mano de Cory.—Dime.
—Como si sólo abriera un lado. Como si estuviera desnudo delante de una

multitud. —Cory cerró los ojos, tratando de encontrar las palabras adecuadas. —No
puedo explicarlo, Paúl.
—Está bien. Creo que lo sé. Acabas de compartir algo conmigo que no
compartes con nadie, excepto la señora Harrison, y hace que te sientas vulnerable.
Cory dejó escapar una risa suave. —Sí, supongo que sí. —Abrió los ojos otra
vez y le dio a Paúl una sonrisa irónica. —Patético, ¿eh?
—No. No, en lo absoluto. —Paúl presionó un ligero beso en los nudillos de

Cory. — Cory puedes confiar en mí con esto. Espero que lo sepas.
El extraño dolor en el pecho de Cory se alivió. Paúl se había encontrado cara

a cara con la realidad de su pobreza y la enfermedad de su mamá, y Paúl no había
cambiado su forma de mirarlo para nada. Ese simple hecho levantaba un peso de
Cory que incluso no se había dado cuenta que llevaba. Él sonrió.
—Ya lo sé. Gracias. —Cory se inclinó sobre la mesa. —Bésame.
Paúl sonrió, se inclinó hacia delante y reunió la boca de Cory con la suya. El
beso era suave y tierno, tranquilizando a Cory como nada más podría. Él deslizó una
mano alrededor de la parte posterior del cuello de Paúl, enroscando suaves hebras de
cabello alrededor de sus dedos mientras se besaban.
Ellos se apartaron a regañadientes cuando oyeron los pasos de la señora

Harrison. Ella les sonrió, sus ojos parpadeando. —Cory, tu mamá ya no necesita
nada más por un tiempo. Me voy a casa ahora. Encantada de verte de nuevo, Paúl.
Cuídate.
—Lo haré. — Paúl se paró a estrechar la mano de la señora Harrison. —

Usted haga lo mismo.
—Adiós—, dijo Cory. —Hasta mañana.
—Adiós, cariño.— Ella acarició el hombro de Cory. —Voy a estar aquí a las
diez. Intenta dormir un poco, ¿me oyes? No puedes seguir adelante sin una buena
noche de descanso de vez en cuando.
Cory no respondió. Paúl frunció el ceño mientras la pantalla de la puerta se

cerraba de golpe detrás de la señora Harrison. —¿Cory? ¿No has estado durmiendo?
¿No fue sólo ayer por la noche?
Cory se encogió de hombros. —Mamá necesita rotarse cada dos horas, y ella
necesita sus medicamentos a la medianoche y a las cuatro. ¿Quién más va a hacerlo
sino yo?
Paúl se apoyó en los codos, le dio a Cory una mirada preocupada. —Déjame
ayudar, Cory. Déjame por lo menos pagar a alguien para quedarse por la noche.
Cory sintió que su garganta se contraía. —Paúl, no lo hagas.
—¿No puedes al menos pensar en ello?
—No quiero tu dinero.
—¿Por qué?
—Tú sabes por qué.
Paúl tomó las manos de Cory en las suyas. —Entiendo por qué crees que esto
va a cambiarnos. Pero no tiene por qué hacerlo. No vamos a dejar que pase.
Cory sacó sus manos y se levantó, dando la espalda a Paúl.
No quería que Paúl viera la ira repentina que se levantó en su interior. Él no

podía encontrar las palabras para expresar con precisión cómo se sentía. Él se rompía
entre su innegable necesidad de ayuda y la certeza de que si aceptaba la oferta de
Paúl, se construiría un muro entre ellos. No era tanto la deuda que debería a Paúl lo
que le molestaba. Era el miedo a convertirse en nada más que un proyecto de
caridad. Había comenzado a esperar mucho más que eso, y lo enfurecía el que Paúl
no pudiera verlo.
Él comenzó a andar cuando sintió las manos de Paúl sobre sus hombros, pero
no se movió. —No te enojes, Cory.
Cory se echó hacia atrás contra el pecho de Paúl. Paúl bajó los brazos
alrededor de él, y él se sintió un poco más tranquilo. —No estoy enojado. Bueno, no
enojado contigo, de todos modos. Yo no quiero ser tu obra de caridad.
Él sintió tensarse a Paúl contra él. —¿Es así como me ves? ¿Es eso lo que
crees que quiero?
Cory quedó en silencio por un momento. —No quiero pensar en eso—,

respondió por fin, su voz apenas un susurro.
Paúl volvió a Cory para enfrentarse a él. —Nunca podrías ser un caso de
caridad para mí. Me preocupo por ti, Cory. Me mata verte presionarte tan duro —.
Paúl palmeó la mejilla de Cory, rozando con los dedos las manchas oscuras debajo de
su ojo. —Yo sólo quiero ayudar.
Cory apoyó la cabeza contra el hombro de Paúl, tanto como pudo para evitar
algo esa fuerte mirada azul. —Nunca me dijiste cómo llegaste a ser rico.
Paúl suspiró, pero no peleó contra el cambio de tema. —He hecho una muy
cómoda vida como artista, en su mayoría con obras por encargo para empresas. Tú
no podrías haberme llamado rico, en cualquier caso, pero era capaz de ganarme la
vida con ello por lo menos. Jay era rico, sin embargo. Había hecho mucho en
inversiones inmobiliarias. Siempre le sorprendía a la gente saber cuán astuto era Jay
cuando se trataba de negocios, porque era una buena persona. Era... —Paúl se
detuvo, respiró hondo y empezó de nuevo.
—Él era la persona más generosa que he conocido.
Cory envolvió sus brazos alrededor de la cintura de Paúl. —Tú no tienes que
decírmelo.
—No, yo quiero hacerlo.— Paúl apretó la mejilla contra el pelo de Cory. —

Jay tenía valores aproximadamente de doce millones... cuando él murió. Su
testamento dividió la mitad del mismo entre varias organizaciones benéficas de sus
caridades de niños favoritas, y dejó el resto para mí. Y él me había hecho el
beneficiario de su póliza de seguro también. Yo no sabía que él había hecho eso. Él
nunca me lo dijo. Ni siquiera puedo explicar cómo me sentí cuando me enteré.
—Puedo imaginarlo.— Cory levantó la cabeza para reunirse con la mirada de

Paúl. Los pálidos ojos llenos de tristeza. —Debe haber sido duro.
—Lo fue. Al principio, yo no tomaría nada de lo que él me dejó. Yo no podía

soportar la idea de beneficiarme económicamente de la muerte de Jay. Entonces mi
mamá me sentó y me dijo que lo mirara desde el punto de vista de Jay. Que Jay me
amaba y que quería cuidar de mí, y que tratara de ver el dinero por lo que era. El
último regalo de Jay para mí. —Paúl curvó sus labios en una sonrisa triste. —Ella
estaba en lo cierto, por supuesto. Yo habría hecho lo mismo por Jay. De hecho, si yo
hubiera muerto en lugar de él, hubiera legado todo lo que tenía. No habría sido ni
cerca la misma cantidad, pero habría sido suya.
—¿Así que tomaste el dinero?
—Sí. Le di la mayor parte del dinero del seguro a los niños del hospital de la
localidad. A Jay le hubiera gustado eso. Amaba a los niños. Pero me quedé con el
dinero de su testamento. Cada moneda de diez centavos. He utilizado algunas de
ellas para mudarme aquí. Egoísta de mi parte, lo sé. Pero tenía que hacerlo. Yo no
podía quedarme allí, no sin Jay.
—No fuiste egoísta.— Cory alcanzó y acunó la cara de Paúl en sus manos. —
Me alegro de que te mudaras aquí, Paúl. Lamento que Jay muriera, pero me alegro
de que tú estés aquí. ¿Eso me hace egoísta?
Paúl sonrió. —No. No creo que lo haga.
Mientras se besaban de nuevo, Cory se preguntaba si Paúl todavía lo diría si

pudiera ver el interior de la cabeza de Cory en ese momento. Soy egoísta, Cory
pensó. Porque estoy contento de tener este momento, a pesar de que Jay tuvo que
morir para que sucediera. Él aferró a Paúl apretándolo contra él, como si su
necesidad pudiera de alguna manera unirlos permanentemente juntos.
Ellos no hicieron el amor. En parte debido a que ya tuvieron dos rondas

antes en lo de Paúl. Pero sobre todo porque Cory se sentía horriblemente incómodo
con la idea de tener sexo en esta casa. No podría haber explicado por qué si su vida
dependiera de ello, pero Paúl parecía entender. Dio a Cory un largo y dulce beso y se
fue con la promesa de llamarlo al día siguiente.
Después de que Paúl se había ido, Cory se sentó a la mesa de la cocina,

tomando distraído el té y pensando. Acerca de Paúl, y lo que estaban llegando a ser
el uno para el otro. Cory podía sentir que el vínculo entre ellos se profundizaba cada
vez que se tocaban, o besaban, o hacían el amor. La presencia de Paúl en su vida le
dio un sentido de estabilidad que no había sentido en mucho tiempo. No desde el día
que Mamá llegó a casa del consultorio del médico y le dijo que esos dolores de
cabeza que había tenido eran causados por un tumor cerebral masivo.
Una parte de él desesperadamente quería que Paúl le ayudara. Él estaba

constantemente cansado últimamente, su mente y su cuerpo pesados como plomo
por exceso de trabajo y la privación del sueño. Y él no podía negar que mamá
probablemente se beneficiaría de la ayuda adicional. Pero su instinto le dijo que si
aceptaba lo que Paúl le ofrecía, significaría la muerte de algo que él había venido
necesitando mucho más que el dinero. No podía dejar que eso sucediera, sin
importar qué.
—Yo puedo hacer esto—, declaró a la cocina vacía. —Yo no necesito ninguna
ayuda. Estoy bien.
Allí sentado en la mesa desgastada y manchada y luchando por mantener

sus ojos abiertos, Cory se preguntó a quién estaba tratando de convencer.
Capítulo Ocho
Paúl siguió ofreciendo su ayuda en los próximos días. Intentó que no le

importara que Cory siguiera diciendo que no. Él entendió las razones de Cory a
pesar de que no estaba de acuerdo con ellas. Sólo cuando la negativa de Cory se
volvió dura Paúl dejó de ofrecer su ayuda.
Se veían casi todos los días, aunque la apretada agenda de Cory no les
permitía nada más que conversaciones cortas o unos pocos besos robados. Esto se
sentía como años desde la última vez que Paúl había tenido el cuerpo desnudo de
Cory en sus brazos. Había comenzado incluso a soñar con el sexo con Cory.
Sueños que lo despertaban jadeando en la noche, húmedo y pegajoso y

tembloroso.
El hecho de que él lo hubiera tenido en la realidad, sólo hacía las fantasías

nocturnas más difíciles de tratar.
Paúl duró exactamente diez días antes de que el continuo aumento de los
sueños y una casi necesidad física constante lo llevaran a contemplar un curso
drástico de acción.
—Esto tiene que parar—, Paúl murmuró para sí mientras se desplomó

sentado sobre la mesa de la cocina, ojos hundidos por la falta de sueño después de un
particular sueño erótico. Una parte de él se sentía un poco culpable por querer a Cory
tan mal que eso no sólo dominaba sus sueños, sino todo su pensamiento despierto.
En algunas formas, todavía se sentía como una traición a su amor por Jay. Pero en su
corazón, sabía que él nunca había traicionado a Jay. Sabía que Jay siempre sería una
parte de él, y que habría sido feliz de verlo seguir con su vida.
Paúl estaba vestido y trepando en su camioneta antes de que él reconociera

conscientemente su decisión. Él tuvo que reírse de sí mismo mientras se salía de la
calzada y se dirigía hacia la casa de Cory. A pesar de que nunca lo dijo en voz alta,
Cory estaba renuente sobre tener a Paúl apareciendo inesperadamente en su casa, y
Paúl lo sabía. Sabía que se estaba arriesgando a hacer enojar a Cory, pero el dolor de
la necesidad dentro de él eclipsaba todo lo demás.
Nadie abrió la puerta cuando Paúl llamó. Tuvo un momento de frustración,

pensando que Cory ya había salido a trabajar. Entonces vio la maltratada bicicleta de
Cory apoyada en la casa y pensó que él debería estar por aquí atrás.
Efectivamente, cuando Paúl dio vuelta a la esquina de la casa, vio a Cory de

inmediato, colgando la ropa limpia en una cuerda entre dos robustos robles. Paúl
permaneció en silencio por un momento, sólo mirando. Viendo el sudor rodando
abajo por la espalda desnuda de Cory, mojando dentro de la cintura de sus
andrajosos pantalones. Viendo sus flexibles músculos mientras colgaba una gran
sábana húmeda a lo largo de la soga. El calor se derramaba por la ingle de Paúl.
Unos pocos pasos rápidos puso a Paúl lo suficientemente cerca como para
oler la piel de Cory. Él tocó un hombro curtido. Cory se dio la vuelta. Paúl tuvo un
infinito segundo para ver sus ojos oscurecerse desde el miedo a la sorpresa y luego
hacia el deseo. En un momento estaban uno en los brazos del otro, tirándose uno al
otro al suelo. Besándose sin delicadeza, con la boca abierta, duro y hambriento, sus
dedos agarrándose y magullándose mientras su ropa era arrancada y descartada.
—No debería hacer esto—, exclamó Cory contra la boca de Paúl. —No aquí.
Mamá.
Paúl rodó y cubrió a Cory en el suelo. Alojándose entre las piernas abiertas
de Cory, él molió sus erecciones juntas. Cory gimió, sus mejillas sonrojadas.
—Todo irá bien—, prometió Paúl. Se inclinó hacia abajo y mordió la barbilla
de Cory.—Vamos. Lo necesito. Tú lo necesitas.
Cory no lo negó. Él agarró el cabello de Paúl en ambas manos y lo besó con

fuerza. —Lo quiero por detrás.
Paúl sujeto su aliento. Se levantó sobre sus rodillas. —Voltéate.
Cory se apresuró a obedecer. Paúl pensó que podría correrse sólo con la vista
de Cory así, sobre sus rodillas y codos en el suelo, sus muslos extendidos y su culo
en el aire. Pedacitos de pasto se aferraban a su piel y cabello. Paúl se inclinó más,
amoldándose a sí mismo en la espalda de Cory.
—Hay lubricante en mi bolsillo—, susurró, y le dio un golpecito con la

lengua a la oreja de Cory. —¿Lo alcanzas por mí?
Cory se abalanzó sobre los shorts de Paúl, que estaban al revés a sólo un pie
de su mano derecha. Buscó a tientas la botella pequeña y se la entregó a Paúl.—
Rápido.
—Sí—. Paúl apretó el lubricante en sus dedos. Dejó caer el frasco al suelo y
deslizó un dedo en el agujero de Cory.
Cory respiró fuerte. —Oh, mierda, mierda sí, Paúl, ¡más!
Paúl agregó un segundo dedo, girándolos, rozando la glándula de Cory.

Cory gimió, apretando los músculos alrededor de los dedos de Paúl. Paúl cerró sus
ojos.
—Dios, Cory, no puedo esperar.
—Sí. Jódeme.
Paúl se colocó de rodillas, extendió a Cory abriéndolo, y empujó su pene

dentro. Cory aferrandose y arañando la hierba, movía sus muslos contra los de Paúl.
La vista y el sonido y la sensación de Cory fueron suficientes para romper el tenue
control de Paúl. Él consiguió asirse firmemente en los huesos de la cadera de Cory y

comenzó a martillar dentro de él.
Era duro y áspero y terminó demasiado rápido. Todo se quedó en blanco y

en silencio con la intensidad del orgasmo de Paúl. Cuando el mundo volvió, su mano
estaba alrededor del eje de Cory, bombeando duro. Cory se quedó sin aliento,
estremeciéndose, y corriéndose, su cuerpo ondeando alrededor del pene de Paúl.
No del todo el lento, dulce hacer el amor que Paúl realmente quería, pero lo
suficiente para calmar el ansia, por un rato.
Paúl se salió tan suavemente como pudo y se desplomó sobre la hierba,

llevando a Cory con él. Cory se enroscó en torno a él sin decir una palabra, un brazo
alrededor de su cintura y una pierna echada a través de sus muslos. Ellos yacieron
así durante mucho tiempo, sin hablar, sólo sosteniéndose uno al otro. Paúl cerró los
ojos y peinó con sus dedos por los rizos húmedos de Cory. Él sentía que podía
felizmente quedarse allí para siempre, tendido sobre la hierba en la moteada luz del
sol bajo los robles con Cory caliente y desnudo en sus brazos. Exhaló un profundo
aliento de humedad, sal y aire con olor a sexo, disfrutando de la sensación del calor
del verano presionando contra su piel.
Después de un tiempo, Paúl se levantó de su siesta con esfuerzo y vio su

reloj. Sus ojos se agrandaron cuando vio que habían estado yaciendo ahí cerca de
diez minutos. Es una maravilla que Cory no haya jalado sus culos arriba todavía,
pensó con una risita. Sabía que Cory tenía el recorrido en kayak a la hora del
almuerzo, y la señora Harrison llegaría en poco tiempo.
—Hey, Cory—, dijo Paúl, acariciando su espalda, —creo que sería mejor que
nos levantáramos ahora.
Sin respuesta. Cory no movió un músculo. Paúl tomó la mano de Cory.
Estaba floja y pesada en la suya, sus dedos doblados, y Paúl se dio cuenta de
que Cory se había quedado dormido. Él sonrió, trajo la mano de Cory a su boca y
besó sus dedos uno por uno. Por mucho que odiaba despertar a Cory, él sabía que
tenía que hacerlo. Cory nunca se lo perdonaría si no lo hiciera.
—¿Cory?— Paúl le dio al hombro de Cory una suave sacudida. —Despierta.
Cory se movió, abrió los ojos, y levantó la cabeza parpadeando dormido a

Paúl. —¿Eh? ¿Qué?
Paúl acarició la mejilla de Cory. —Nos quedamos dormidos. Yo no quería

despertarte, pero la señora Harrison estará aquí pronto. Tenemos que levantarnos y
vestirnos.
—Oh, mierda.— Cory se empujó en sus pies, agarrando sus pantalones

cortos en el camino. —¿Cuánto tiempo estuve dormido?
—Sólo unos pocos minutos.— Paúl se paró lentamente y empezó a tirar de

sus pantalones cortos y camiseta. —Oye, no te preocupes. Todavía tenemos un poco
de tiempo antes de que La señora Harrison llegue aquí.
Cory le lanzó una mirada de reproche mientras subía la cremallera de sus

pantalones cortos. —Sí, pero todavía tengo que terminar de colgar la colada, y
necesito pasar la aspiradora en la alfombra de la sala, y ya estoy tarde en voltear a
Mamá, y…
Paúl detuvo a Cory con una mano sobre sus labios. —Está bien. Te voy a
ayudar a terminar.
Movió la mano, y Cory le dio una sonrisa tímida. —No tienes que hacerlo. Lo
siento. Es sólo que hay mucho que hacer, ya sabes, y me siento mal quedándome
dormido así. No era mi intención dormirme.
Escuchar eso hizo al pecho de Paúl doler. Él jaló a Cory en sus brazos,
acariciando la suave piel dorada de su espalda con las palmas. —No te sientas mal.
Necesitas cada pequeño descanso que puedas conseguir. Te estás agotando a ti
mismo.
Levantó la barbilla de Cory y lo besó antes de que pudiera decir nada. —Y yo

quiero ayudarte, tú lo sabes. Además, es un poco mi culpa que te quedaras dormido
en este momento, ¿no?
Cory se echó a reír. —Bueno, me convenciste. Vamos a terminar de colgar la

ropa en primer lugar.
—¿No tienes una secadora?
—Sí. Pero se rompió, y no es algo que yo pueda arreglar.
Cory suspiró mientras aseguraba una funda de almohada a la soga con

pinzas.
—De hecho, no estoy seguro de que pueda ser arreglada. Y seguro como el
infierno que no puedo permitirme una nueva. No es gran cosa, sin embargo. Mi
abuela secaba la ropa en la soga, así que supongo que yo también puedo.
Paúl levantó una manta sobre la soga sin decir una palabra. Sabía que lo que
tenía que decir, no sería bien recibido. Terminaron el trabajo en silencio. La oferta
tácita de Paúl flotaba en el aire entre ellos. La tensión en los hombros de Paúl se
alivió un poco cuando Cory le dio un beso y enlazó un brazo alrededor de su cintura
mientras se dirigían al interior.
Al segundo que dieron un paso por la puerta, Paúl sabía que algo no estaba
bien. Le tomó unos segundos para averiguar lo que era. Un débil traqueteo flotando
desde la dirección de los dormitorios. Él y Cory se miraron uno al otro.
—¿Qué es ese ruido?— Paúl preguntó.
Cory negó con la cabeza. —No lo sé.
Se dirigieron hacia la sala de la mano. El ruido se hizo más fuerte mientras

ellos andaban. Cuando llegaron a la puerta del dormitorio de Lorreine, Cory dejó
escapar un grito y se tambaleó al lado de su madre.
Paúl se quedó parado en la puerta, mirando. El cuerpo de Lorraine estaba

temblando tan fuerte que sacudió la cabecera contra la pared. Sus labios tenían un
tinte azulado. Un chorro de líquido amarillo-verde corría de su boca, empapando el
cuello de su fino vestido y haciendo un charco en la almohada. La sala tenía un
fuerte olor a vómito.
Cory colocó a su madre sobre su lado. Se giró con los ojos muy abiertos, y
frenéticos a Paúl. —Llama al 911, ¡ella está teniendo un ataque!
Paúl corrió hacia la cocina y tomó el teléfono, y luego corrió de vuelta,

marcando a su paso. Él describió lo que había sucedido y le dio la dirección en un
tono tan calmado como pudo manejar. El ataque se detuvo antes de que él terminara.
Después de colgar, puso el teléfono en la mesilla de noche y le puso una mano en el
hombro a Cory. Cory se sacudió como si hubiera sido quemado. Paúl dejó caer su
mano de nuevo. Su garganta se sentía apretada.
—¿Cory?
Cory ni siquiera lo miro. — ¿Me conseguirías unas toallas o algo? ¿Para

limpiarla con ellas?
La voz de Cory era suave y rota. Paúl quería decir algo, algo que quitara el
dolor en la voz de Cory y hacerlo sentir bien de nuevo. Pero no había nada que decir.
Se volvió y fue a buscar las toallas.
Trabajaron en silencio, Paúl siguiendo las instrucciones concisas de Cory.

Para el momento que la ambulancia llegó cinco minutos más tarde, habían
conseguido limpiar lo peor de la suciedad. Paúl se encontró con los paramédicos en
la puerta y los llevó al dormitorio. El cuerpo de Lorraine siguió temblando mientras

las dos jóvenes mujeres la examinaban y la subían a la camilla. Su respiración sonaba
húmeda y trabajosa detrás de la máscara de oxígeno que ellos ataron en su cara.
—La estamos llevando al Hartsville Memorial—, dijo uno de los

paramédicos, mientras cargaba la camilla en la parte trasera de la ambulancia. —
¿Usted sabe cómo llegar hasta allí?
Cory respiró temblando. —¿Puedo ... puedo ir con ella?
Las mujeres se miraron entre sí. —Bueno, puedes si no tienes cómo viajar.
Pero es bastante estrecho aquí, y voy a necesitar ser capaz de poder maniobrar, por lo
que sería mejor que nos siguieras, si es posible.
Cory miró a Paúl, y luego se quedó mirando el suelo. —Paúl, tú puedes...
—Por supuesto.— Paúl rozó sus dedos sobre el dorso de la mano de Cory.
Cory se alejó, los ojos fijos en la hierba bajo sus pies. Paúl sujetó firmemente abajo su
dolor y reunió la mirada con el paramédico. —Yo lo llevaré. Sé dónde está el
hospital.
La joven hizo un gesto brusco. —Está bien. No se preocupen si nos pierden,

no tendrán ningún problema ya que saben cómo llegar allí. Y vamos a decir en la sala
de emergencia que el hijo de la Sra. Saunders se encuentra en camino.
—Muy bien. Gracias.
Paúl se dirigió hacia la camioneta con las piernas de goma. Cory lo siguió y
se metió en el asiento del pasajero. La ambulancia se retiró del camino de entrada, las
sirenas aullando, y Paúl giró el auto detrás de ella. Se concentró en la carretera y trató
de ignorar el abismo que se abría entre él y el joven acurrucado en el asiento a su
lado. Los sentimientos de Cory eran evidentes como el día, a pesar de su silencio.
Paúl deseaba borrar esa mirada perdida de la cara de Cory, pero no sabía cómo.
Nada que él pensara que podría decir podría ser posiblemente adecuada. Así que no
dijo nada, y siguió la ambulancia en un doloroso silencio.
Paúl dejó a Cory en la entrada de urgencias y se fue a estacionar la

camioneta.
Después de recorrer tres veces el lleno estacionamiento lleno, finalmente

descubrió un Cadillac que salía. Entró en el espacio y corrió hacia las puertas de la
sala de emergencias, maldiciendo en voz baja. Encontró a Cory apoyándose contra el
mostrador de la estación de enfermeras, un receptor del teléfono presionado contra
su oído.
Cory levantó la vista cuando se acercaba, lanzando la mirada fuera otra vez.
Paúl se paró torpemente a su lado.
—Sí, ellos están trabajando en ella ahora—, dijo Cory en voz baja al teléfono.
—Me echaron fuera. Diciendo que ellos me dejarán volver tan pronto como
se pueda, pero ella no está respirando demasiado bien ahora... no lo sé, ellos le darán
algo para detener la crisis en primer lugar... Sí, creo que sí... Ellos dijeron que
necesitan conseguir un escáner cerebral, pero tienen que conseguir estabilizarla
primero, y ... —Cory inhalo profundamente, su mano libre frotando ausentemente su
sien. —Lo siento, yo sólo... ¿Qué? Oh, sí, estoy bien, no se preocupe... Uh-eh ... Claro,
yo le llamaré en cuanto sepa algo más ... Está bien ... Adiós, señora Harrison. Gracias.
Cory colgó y se quedó mirando a la pared, masticando la uña del pulgar.

Paúl quería muchísimo jalar a Cory a sus brazos, abrazarlo y acariciar su cabello y
decirle que todo iba a estar bien. Pero él no pensaba que Cory agradecería su abrazo.
Y, por supuesto, nada estaba bien. Él no podía estar allí y ver silenciosamente
desgarrarse a Cory a si mismo, sin embargo. Él respiró hondo.
—Cory, lo siento—, dijo, las palabras salieron apuradas. —Yo sé lo que estás
pensando, pero sé que no habría hecho ninguna diferencia si nosotros…
—Tú no sabes eso,— Cory interrumpió. —Tal vez lo hubiera. Tal vez si yo
hubiera ido adentro cuando se suponía que debería, habría estado allí cuando ella
comenzó a sufrir las convulsiones.
—¿Y luego qué? ¿Podrías haberla parado de tenerlos?
Paúl puso una mano tentativa en el brazo de Cory. —Vamos, Cory, no

hagas esto.
Cory arrancó el brazo lejos y empezó a pasearse. —¿Qué más se supone que
debo pensar, Paúl? Si yo hubiera estado allí antes, podría haber por lo menos evitado
que el vómito alcanzara sus pulmones. ¡Ella podría morir por esto! Todo porque no
podía mantener mis jodidos pantalones puestos. ¿Cómo diablos se supone que voy a
vivir con eso?
Paúl tragó contra el dolor repentino en su garganta. —Si quieres culpar a

alguien, cúlpame a mí, no a ti mismo. Yo soy el que fue a irrumpir y te convenció...
para hacer lo que hicimos. Lo siento mucho, Cory.
Cory se detuvo y clavó una mirada llena de angustia en Paúl.
—¿Cómo podría culparte a ti? Quería eso lo mismo que tú. Y yo era el que se
suponía sería... sería el r-responsable ... mierda ...
Cory tomó algunas respiraciones tragando un poco de saliva, sus ojos muy
abiertos y fijos en el techo, abrazándose a sí mismo con tanta fuerza que sus brazos
temblaban. Sacudió la cabeza y dio un paso atrás cuando Paúl llegó a él. Paúl se paró
y vio sin poder hacer nada cómo Cory luchaba para conseguir colocar sus emociones
bajo control.
Paúl metió las manos en los bolsillos de sus pantalones cortos, para evitar
tocar a Cory ya que claramente no lo quería. —¿Hay algo que pueda hacer para
ayudar? ¿Quieres que llame al trabajo por ti?
—No, yo lo haré. — Cory pasó una mano por sus ojos. Él no miraría a Paúl.
—Tú puedes irte ahora, si lo deseas. La señora Harrison está en camino.
—Oh. Bien, creo que me iré..., entonces. Si eso es lo que quieres. —Paúl
odiaba el temblor en su voz, pero no pudo detenerlo.
Cory lo miró directamente, los ojos húmedos y adoloridos. —Gracias por

traerme aquí, Paúl, pero creo que me gustaría que me dejaras ahora. Lo siento.
Paúl sacudió la cabeza, dejando caer su cabello sobre los ojos para ocultar lo
que sentía. —No, está bien. Simplemente... llámame, ¿eh? ¿Si me necesitas?
Cory no respondió. Paúl miró durante un minuto mientras Cory tomaba el

teléfono y empezaba a marcar. Cuando se hizo claro que él había sido despedido,
Paúl se volvió y se dirigió hacia la puerta. Se sentía entumecido por todas partes.
Milagrosamente, sus piernas lo llevaron todo el camino a su camioneta sin colapsar.
Se las arregló para llegar a casa, aunque no recordaba el viaje. Todo lo que
podía pensar era en la cara de Cory cuando entró y encontró a su madre en medio de
esa crisis. El miedo y el dolor, y una profunda culpa en su alma. Ese único momento
lo había cambiado todo. Esto asustó a Paúl al saber que el abismo que se había creado
entre ellos podría ser demasiado amplio para cruzarlo.
Paúl tropezó en el interior y se arrojó sobre la cama, enroscándose en una

bola, tratando de mantenerse unido. —Mierda, Cory—, susurró. —Mierda.
Se quedó allí, temblando y se maldijo a sí mismo, hasta que finalmente el

agotamiento lo encontró y se durmió. Sus sueños estaban llenos con el traqueteo de
la cabecera y el olor del vómito, y ojos verdes que aún no lo culpaban, no importa
cuánto él lo quería.
Capítulo Nueve
Cory se despertó con el sonido de suaves sollozos. Abrió los ojos, se estiró, y
se desenrolló de la silla en que había estado durmiendo por los últimos cuatro días.
En el otro lado de la sala de espera de la UCI, una de pareja de mediana edad se
abrazaba, llorando. Uno de los capellanes del hospital se sentó al lado de ellos,
sosteniendo sus manos y murmurando algo que Cory no podía oír.
Cory se inclinó hacia el sofá al lado de su silla, donde Alicia pasó lanzando
una revista directamente. —Hey, 'Licia.
Ella lo miró. —Aún falta una hora hasta que sea hora de visita, Cory, vuelve
a dormir.
Cory suspiró. Alicia había sido francamente fastidiosa los últimos días acerca
del poco sueño que estaba consiguiendo. Él se preguntó qué le diría si supiera que
había dormido más desde que mamá había estado en el hospital de lo que lo había
hecho en semanas antes de eso.
—No, estoy bien.— Cory hizo un gesto hacia la pareja sollozando. —ella no
lo logro, ¿verdad?
Alicia negó con la cabeza. —No. Murió en la cirugía.
—Oh.— El corazón de Cory dolía por el hombre y la mujer que acababan de

perder a su única hija. Habían llegado la noche anterior, sus caras en blanco por el
shock , su hija de diecisiete años de edad cerca de la muerte después de ser golpeada
por un bote mientras que hacía esquí acuático. —Dios, eso es horrible.
—Sí—. Alicia llegó y tomó la mano de Cory. —Cuando el resto de su familia

llegue aquí, veré de enviar algo de comida a su casa de Tío Charlie.
Cory asintió, la garganta demasiado apretada para hablar. Él recién había

conocido a la pareja, pero como todo el mundo en esta pequeña habitación, se habían
convertido rápidamente en la familia.
El miedo, la preocupación y la angustia que tenían en común trayéndolos

juntos, dándole a todos ellos una fuerza que no tenían por sí mismos. Cory estaba
agradecido por ello. La extraña camaradería que había en la sala de espera de UCI lo
ayudó a sostenerse a través de los últimos cuatro días. Alicia y la señora Harrison
habían asumido la responsabilidad de esperar con él por turnos todos los días, y él
las amaba por ello. Pero nunca hubiera sobrevivido a las largas noches sin esta gente
que sabía lo que era vivir en el limbo, esperando por esos quince minutos, cinco
veces al día, cuando se les permitía ver a las personas que amaban.
No había visitas en la unidad de cuidados intensivos entre las diez de la

noche y las seis de la mañana, y las noches duraban para siempre.
—Vi a Paúl ayer.
La voz de Alicia era casual, pero Cory la conocía mejor. Sacó la mano fuera
de las de ella y envolvió los brazos alrededor de sus rodillas. —Eso está bien.
—Me preguntó por ti. Y tu mamá.
Cory se quedó mirando fijamente a la alfombra. —Ah, ¿sí?
—Mm, hm.— Arrugando las páginas mientras Alicia tiraba la revista a un

lado. —¿Qué demonios pasó, Cory? ¿Por qué incluso no esta él aquí contigo?
—¿Cómo voy a saberlo? Pregúntale a él.
Cory sabía que sonaba infantil y petulante, pero no podía evitarlo.
Cualquier mención de Paúl parecía ponerlo a la defensiva. Añoraba
desesperadamente los besos de Paúl, los brazos de Paúl alrededor de él, aquellos ojos
que lo miraban con tanta ternura. Pero los pensamientos de Paúl traían consigo una
culpabilidad paralizante, y una vergüenza que hizo arder sus mejillas. Su madre
había dependido de él para cuidar de ella, y la había defraudado. No había contado
a nadie lo que había sucedido ese día. El conocimiento se extendía como una piedra
en sus entrañas.
Alicia suspiró. —Yo le pregunté a él. Dijo que pensó que era mejor si no
venía.
—Oh.
Cory sentía los ojos de Alicia en él. Permaneció obstinadamente en silencio.

Ella hizo un ruido de impaciencia, lo agarró del brazo y lo sacudió no muy
suavemente. —Maldita sea mírame, Cory.
Cory se volvió lo suficiente como para dar a su amiga una mirada de reojo a
través del cabello que le caía sobre la cara. Ella frunció el ceño, ojos marrones
ajustándolos.
—¿Tú no quieres decirme qué está pasando entre tú y Paúl? Bien, como
quieras. —La voz de Alicia era baja y enojada. —Pero déjame decirte algo, muchacho.
Apaleándote a ti mismo sobre lo que sea que pienses que has hecho no ayuda a
nadie, y menos a tu madre. ¿Crees que le gustaría verte así? Por supuesto que no, ella
quiere que seas feliz. Eso es todo lo que siempre quiso.
Cory se echó a reír, el sonido fuerte y amargo. —Tú no sabes lo que hice,
'Licia.
—¿Has intentado matarla?
—¡No!— Él se sentó y miró fijo, sorprendido hasta el alma.
Alicia lo miró de vuelta, torciendo los labios en una sonrisa sin sentido del
humor. —Entonces, sobre qué coño tienes que sentirte culpable, ¿eh?
Cory sentado completamente inmóvil, tratando de respirar pasando el

repentino vacío en su pecho. Su interior bullía con el miedo, la ira, la tristeza y la
culpa que no podía dejar de sentir. En algún rincón tranquilo de su mente, sabía que
Alicia tenía razón. Él sólo no podía hacérselo creer todavía.
Él tendió la mano. Alicia la tomó, como si supiera que lo haría. Ninguno de

los dos dijo nada más, pero Cory sabía que ella lo entendía.
Alicia se fue después del período de visitas de las dos para el turno de la
cena en el tío Charlie. La señora Harrison llegó media hora más tarde, la gran bolsa
de lona con su labor de punto en ella bajo el brazo. Ella dio a Cory una sonrisa y una
palmadita en la mejilla antes de instalarse en el sofá para trabajar en el jersey que
estaba tejiendo para su marido. Cory se acurrucó en el sillón, dormitando dentro y
fuera mientras el sol de la tarde se extendía alargando las sombras a través del
cuarto.
Él soñaba con las manos de Paúl en su piel cuando la señora Harrison lo

sacudió suavemente y lo despertó. —¿Cory? Es tiempo de visita, cariño.
Se sentó, bostezando. —Muy bien, gracias. —Una imagen de su sueño pasó a

través de su mente: suaves labios arrastrándose bajo su cuello, calientes y necesitados
ojos azules, Dios era tan bueno... su cabeza daba vueltas con el deseo y la culpa y
algo más, algo que no estaba seguro de querer estudiar demasiado cerca. Se mordió
el labio, mirando hacia abajo en su regazo y tratando de ocultar como el infierno la
agitación en su interior.
La señora Harrison volvió la fuerte mirada color marrón sobre él. —¿Estás
bien? ¿Quieres que vaya contigo?
Él negó. —No, está bien. Estoy bien. —Él se hizo encontrar sus ojos con los
de ella, y le dio una sonrisa ligeramente temblorosa. —Gracias por estar aquí. Eso
significa mucho para mí.
—Me alegro de que pueda ayudar, bebé.— Ella le acarició la mano con sus
frescos y secos dedos. —Ahora sigue adelante. Dile a Lorreine que pregunté por ella.
—Bien.— Cory se paró, con las rodillas un poco tambaleantes. —Vuelvo en

un rato.
Cory podría haber jurado que el pasillo de la UCI se alargaba todos los días.
Él se unió a la multitud de gente hablando en voz baja fuera de las grandes puertas
dobles, a la espera de las enfermeras que les dejaran entrar. Algunos habían sido
atrapados en esta rutina durante días o semanas, otros por tan sólo unas horas, pero
todos tenían la misma expresión de asombro, de ojos hundidos. Cory no se había
mirado en un espejo en días, ni siquiera cuando Alicia lo arrastró de nuevo a su
apartamento y lo hizo ducharse. Él no quería ver esa mirada muerta en sus propios
ojos.
Cuando la enfermera a cargo del turno de día le abrió las puertas, Cory
caminó arrastrando los pies junto con los demás. Esperó su turno en el lavamanos
junto a la puerta, se lavó las manos, y se dirigió directamente al lado de la cama de su
mamá.
—Hola, mamá.— Se inclinó y la besó en la mejilla antes de instalarse en la

silla. —La Sra. Harrison está aquí. Ella dice que te diga que está pensando en ti.
Se quedó en silencio, ausente acariciando el dorso de la mano de su madre y

pensando, recordando todos los buenos momentos y malos momentos que habían
pasado juntos. Andando en bicicleta hasta el lugar de helados por la carretera,
pintando con los dedos en la mesa de la cocina, haciendo todos esos juegos locos
para pasar el tiempo mientras trabajaban en la casa o el patio. Cumpleaños y
Navidades y las tardes de verano en la playa. Mamá tratando con tanto empeño de
no llorar en el funeral de la abuela, tratando de ser fuerte para él. Esa noche, en
décimo grado, cuando él había esperado por ella para llegar a casa del turno de tarde
en el hospital y le dijo que era gay. Conmoción, dolor y decepción habían atravesado
sus ojos tan rápido que ni siquiera estaba seguro haberlo visto, a continuación, le
había sonreído y abrazado y le dijo que él era quién era y ella le quería no importaba
qué.
Estaba tan perdido en sus pensamientos, que un cuarto de hora pasó antes de
que lo supiera. Mientras se ponía de pie para irse, la enfermera de mamá se asomó a
la puerta. —¿Cory? El Dr. Vásquez está aquí. Le gustaría hablar contigo.
—Oh. Claro, está bien. —Cory besó los dedos de su madre. —Adiós, mamá.
Nos vemos a las diez. Te quiero.
El Dr. Vásquez se quedó esperando en la estación de las enfermeras. Había

sido el neurocirujano de mamá desde el principio, conocía su caso mejor que casi
cualquier persona, pero Cory, nunca se había sentido cómodo en su presencia. Algo
sobre el hombre lo ponía en el borde. Deseó poder hablar con el internista regular de
mamá, el Dr. Bishop. Su manera dulce, amable siempre calmaba a Cory, dejándolo
pensar. El Dr. Vásquez sólo lo hacía sentir tenso.
—Hola, Cory—, dijo el Dr. Vásquez, sonriendo.
Cory estrechó la mano que le ofreció. —Hola, Dr. Vásquez. ¿Quería verme?
—Sí. Hay algo que me gustaría discutir contigo. —El médico señaló con la
cabeza hacia la sala de conferencias privada junto a la estación de enfermeras.
—Vamos a sentarnos, ¿eh?
Cory siguió al Dr. Vásquez a la sala de conferencias y se sentó en el borde de

una silla, escarbando el agujero en la rodilla de sus jeans. La expresión solemne del
cirujano lo ponía nervioso. —¿Qué pasa?
El Dr. Vásquez se sentó en la otra silla y se inclinó hacia adelante, alargando

las manos entrelazadas en el regazo. —Cory, yo voy a ser honesto contigo. El
pronóstico de tu madre es sombrío. La tomografía computarizada muestra múltiples

nuevas lesiones a lo largo de su cerebro. Probablemente más tumores, aunque por
supuesto que es imposible saber a ciencia cierta sin una biopsia. También hay
neumonía por aspiración en ambos pulmones y sus riñones están comenzando a
fallar.
Cory fijo su vista en una marca de desgaste en el suelo de baldosas blancas.

—Así que ¿qué haremos?
—Creo que es hora de considerar sacarla del ventilador, haciéndola estar lo

más cómoda como seamos posible, y dejarla ir.
La cabeza de Cory estalló, su corazón palpitaba. —Usted quiere decir ¿que

sólo la deje morir?
—No quiero ser duro, Cory, pero tu madre no va a vivir mucho más tiempo,
no importa lo que hagamos. Su cuerpo se está apagando. Podemos mantenerla con
vida con las drogas, el ventilador, y la alimentación por sonda durante un tiempo,
pero no sería más que un par de semanas como mucho, mucho menos que eso si
nosotros no podemos tener la neumonía bajo control. Y ella tendría que permanecer
aquí en la UCI durante todo el tiempo.
Cory torció los dedos juntos, luchando contra la tentación de poner su puño
través de la pared. Era tan jodidamente injusto. —Yo... tengo que...— Él extrajo una
profunda respiración. — ¿Tengo que decidir en este momento?
—No, por supuesto que no.— El médico se paró, oscuros ojos marrones
sobre él pensativo. —Esta es una decisión difícil, y no debe ser tomada a la ligera.
Toma el tiempo que necesites. Piénsalo bien, y avísame lo que decidas hacer, ¿de
acuerdo?
Cory asintió con la cabeza, no confiaba en él para hablar. Después el Dr.

Vásquez se fue, él se sentó ahí durante mucho tiempo, mirando fijamente a la pintura
de las dunas de arena colgando en la pared y se preguntaba dónde diablos se
suponía que debía encontrar la fuerza para ver a su madre morir.
La señora Harrison sabía que algo andaba mal. Cory lo podía decir por la
forma en que ella lo miró. Por supuesto, había estado ausente durante casi cuarenta y
cinco minutos en vez de quince, así que pensó que le había dado motivos de
preocupación. Él le dio una excusa vaga acerca de encontrarse con un viejo amigo,
luego se acurrucó en su asiento habitual y fingió dormir. Con el tiempo ella empacó
su labor de punto, dejó caer un suave beso en su frente, y se fue.
No estaba seguro de por qué no le dijo lo que el Dr. Vásquez. Ella lo habría
escuchado, sin juzgarlo, y lo guiaría sin que su propio punto de vista distorsionara su
decisión. Seguro como el infierno podría haber utilizado su ayuda. Sin embargo, no
había dicho una palabra. Tal vez hablar de ello lo hacía demasiado real. O tal vez
simplemente tenía que llevar esta carga particular solo.
La enfermera de noche se apiadó de él cuando le rogó que se le permitiera

quedarse después que la visita de las diez p.m. hubiera terminado. Pasó la noche
junto a la cama de su madre, en flagrante desprecio de las reglas del hospital,
sosteniendo la floja mano de su mamá en la suya y pensando. Se dijo que estaba
tratando de decidir qué era lo mejor para su mamá. Pero la realidad de eso era que él
estaba tratando de conseguir valor para hacer lo que sabía en su corazón era lo
correcto.
El pecho de mamá subía y bajaba con el ritmo artificial del ventilador, el

latido de su corazón se mostraba tranquilamente constante en el monitor, pero la
chispa se había ido, y había sido así durante mucho tiempo. Todas las pequeñas y
grandes cosas que la hacían quien ella era se habían succionado fuera, dejando sólo
una cáscara detrás. Ella no querría eso, y Cory lo sabía. Ya era hora de dejarla ir.
La noche fue larga y sin sueño. En el momento en que el cielo exterior

comenzó a aclarar, Cory se sentía exprimido y agotado, pero firme. Por duro que
fuera, creía que su decisión era la correcta.
Para sorpresa de Cory, la señora Harrison se presentó al período de visita de

las seis a.m. Él la saludó con un abrazo y una sonrisa cansada. —Usted no tiene que
llegar tan temprano, ya lo sabe. Pero estoy contento de que lo hiciera.
Ella le apretó la mano. —Estuviste haciendo algunas reflexiones difíciles

ayer, Cory. Pensé que podrías haber tomado una decisión al fin, y podrías querer a
un amigo para estar contigo cuando llegue el momento.
Él la miró parpadeando. —¿Cómo lo sabe?
Su sonrisa era triste. —Cariño, no eres el primero que tiene que decidir que
es hora de dejar ir a alguien. Lo he visto más veces de las que puedo recordar. Yo
conozco los signos.
La garganta de Cory se contrajo. Él se acercó a apoyarse en el alféizar de la

ventana, observando el brillo de la luz temprano por la mañana en la hierba húmeda
de rocío.
—Ella no hubiera querido vivir así.
—Ya lo sé, cariño.
—Así que es lo correcto, ¿no?— Cory volvió a mirar los calmados ojos
marrones de la señora Harrison. —¿Estoy haciendo lo correcto?
—Eso depende de ti y el buen Dios. Pero para lo que valga, creo que estás
haciendo lo correcto por tu mamá. —La señora Harrison vino a él y descansó sus
manos sobre sus hombros. —Sé que es duro, Cory. Nada es más difícil en este
mundo. Pero es lo que a tu madre le gustaría.
Cory asintió. Él deseaba que su mano dejara de temblar. —¿Se quedaría

conmigo? El Dr. Vásquez estará en poco tiempo, y quiero... quiero...
No pudo terminar, pero no era necesario. La señora Harrison deslizó una

mano por su codo y lo llevó a la silla, empujándolo suavemente abajo para que se
sentase antes de que pudiera objetar. —Me quedaré, cariño.
Mientras salía de la estación de las enfermeras a pedir otra silla, Cory se

deslizó hasta cerca de la cama y tomó la mano de su madre. —Esto casi termina,
mamá— él susurró, posando la palma de la mano de ella contra su mejilla. —Te amo.
Se apoyó en la barandilla de la cama y deseó, no por primera vez, que él

tuviera el coraje de pedirle a Paúl que regresara.
Capítulo Diez
El verde, pensó Paúl, todavía no estaba del todo bien. Él frunció el ceño. Tal
vez un tono más claro esta vez. Tomó una porción minúscula de oro pálido con la
punta de la brocha y pinceló vetas pequeñas alrededor de las pupilas de los iris
pintados. Dio un paso atrás y asintió. Perfecto. El oro agregó el toque justo.
Limpió sus pinceles y guardó los aceites, luego se sentó en el sofá del estudio
para analizar su última pintura. Cory le devolvió la sonrisa desde el lienzo, cálidos y
brillantes ojos verdes dolorosamente reales. Algo dentro de Paúl se retorció. Era una
de las mejores piezas que había pintado nunca, y apenas podía verlo. Este cuadro
únicamente lo hirió peor que cualquiera de los otros.
—Es el verde,— Paúl susurró. —Finalmente lo hice bien.
Había estado intentando durante días. Desde esa tarde en el hospital, había
pasado la mayor parte de su tiempo en su estudio, pintando retrato tras retrato. Cory
desnudo y tendido en el sofá, Cory mirando por la ventana, Cory riendo en la hierba
amarilla detrás de su casa. Todo un excelente trabajo, ninguno de estos parecía
correcto. Esta vez, lo había hecho. Había capturado el verde dorado de los ojos de
Cory a la perfección.
Deseó como el infierno que no lo hubiera hecho. Esto le trajo ese día con una
intensidad que le arrancó las entrañas.
Se recostó y se cubrió la cara con ambas manos. No importaba cuán duro se

esforzara, no había sido capaz de borrar los recuerdos. No podía olvidar la pura
felicidad de dormirse en los brazos de Cory más de lo que podía olvidar cómo se veía
la afectada cara de Cory. Habría dado cualquier cosa para cambiar ese horrible
momento, y quitar la culpa a los ojos de Cory.
Había estado a punto de ir al hospital un sinfín de número de veces.
Tenía ganas de hablar con Cory, para saber si estaba bien. Él debía estar a
medio camino de su camioneta, decidido a hacerlo esta vez. Luego él oía a Cory
diciéndole que saliera, vería a Cory alejarse de él, y él se detenía a si mismo. Viendo a
Cory sería puramente egoísta de su parte, si Cory no lo quería allí. Y parecía bastante
claro que no lo hacía. Él seguramente hubiera llamado si lo hiciera.
Paúl tuvo una extraña satisfacción en la conciencia de que Cory debería

culparlo a él después de todo. Él prefería mucho más eso que tener a Cory
culpándose a sí mismo.
—Ya basta—, susurró Paúl al techo. —Sólo para esa mierda.
Si sólo fuera tan fácil poner fin a los interminables y circulares argumentos
que iban en su cabeza. Se levantó del sofá y salió del estudio sin otra mirada a la
pintura. Era necesario cortar el césped, y había tres días de platos sucios en el
fregadero. Tal vez un poco de trabajo duro tranquilizaría su mente y calmaría el
dolor en el pecho. Estaba seguro como el infierno que valía la pena intentarlo.
Seis horas más tarde, húmedo y relajado después de su ducha, Paúl se dejó
caer en la silla de jardín de atrás con un suspiro agradecido. La hierba estaba corta,
toda la casa brillaba, y había lavado y encerado, incluso el viejo camión.
Estaba felizmente cansado. Tomó un largo trago de agua helada y miró
cuidadosamente a lo largo de la pradera. Los pinos en el río formaban una oscura

silueta contra el cielo rojo-naranja.
A Cory le gustaría esto. Prácticamente podía ver a Cory ahora, de pie sobre el
borde de la pradera con las manos en los bolsillos de los harapientos pantalones
cortos que siempre llevaba, ojos brillantes mientras exclamaba a la fiera belleza de la
puesta del sol. El anhelo de sostener a Cory justo ahora era abrumador. Paúl cerró los
ojos y se entregó al recuerdo de los brazos de Cory a su alrededor, los cálidos y
suaves labios de Cory contra los suyos, la tersa y desnuda piel bronceada de Cory
sonrojada de deseo.
El timbre del teléfono lo trajo bruscamente de sus pensamientos.
Se levantó de un salto y corrió hacia adentro para contestarlo, mentalmente

maldiciendo al que había interrumpió su fantasía.
Tomó el auricular de la base con mucha más fuerza que la necesaria. —

¿Hola?
—¿Paúl?
Todo fue silenciado. Paúl tuvo que forzarse a hablar. —Cory. ¿Estás bien?
—Se ha ido, Paúl. Los dejé a quitarle el ventilador, y, y... —Cory dejó escapar
un sonido extraño, duro. —Paúl, por favor ven. Por favor.
Cory parecía perdido y roto. Paúl quería saltar directo a través de la línea
telefónica, abrasarlo y besarlo y sacar el dolor de su voz.
Agarró el teléfono fuerte. —Puedo estar allí en pocos minutos. ¿Dónde estás?
—Unidad de cuidados intensivos. Yo-yo lo siento. —Paúl no sabía por qué se

disculpaba Cory. Él tenía la sensación de que Cory no estaba seguro de sí mismo. —
No hay nada que lamentar, Cory. Espera, ¿de acuerdo? ya voy.
Cory susurró un ‘gracias’ que se vio interrumpido por el teléfono siendo
colgado arriba. Paúl se quedó helado por un momento, escuchando el silencio al final
de la línea. Dejó caer el receptor de nuevo en el teléfono, agarró su billetera y llaves y
corrió hacia la camioneta.
Estaba en la hora entre las visita cuando Paúl llegó a la unidad de cuidados
intensivos del Hartsville Memorial, y el empleado de guardia que respondiera al
tocar el timbre no quería dejarlo entrar. Afortunadamente a la enfermera a cargo le
habían dicho que lo esperaban, por lo que no tuvo que recurrir a romper las puertas.
La señora Harrison estaba en el escritorio, hablando en voz baja a una de las

enfermeras. Corrió hacia ella, y ella lo abrazó. —Paúl, me alegro mucho que hayas
venido.
—Me alegro de que finalmente me llamara—, respondió Paúl, besándola en

la mejilla. —¿Qué pasó?
—Cory acordó sacarle el soporte vital a Lorreine y dejarla ir. Esto fue la
mejor cosa para hacer. Ella siempre dijo que no trataran de mantenerla cuando su
tiempo llegara. Pero era una decisión difícil para él. Ese chico amaba a su mamá. —
suspiró. Paúl le apretó la mano y ella le dio una sonrisa de gratitud. —Fue rápido,
gracias al Dios. La sacaron fuera del ventilador hace ya seis horas. Ella se fue
pacíficamente sólo pocos minutos antes de que Cory te llamara. Él estaba allí con
ella, sosteniendo su mano.
—Me alegro de que estuviera con ella. Espero que eso le ayude.
—Lo hizo. Incluso si él no puede verlo aún. Una vez que haya pasado algún
tiempo y pueda ver las cosas un poco más claramente, va a estar feliz de que pudo
estar con ella cuando pasó.
Paúl se quedó mirando el suelo, luchando contra un dolor que conocía muy
bien. Jay había muerto solo, sin Paúl allí para consolarle y aliviar su muerte.
El dolor de eso nunca dejó a Paúl por completo, y ahora se sentía como un
cuchillo en el intestino. Su corazón le dolía por Cory, pero estaba profundamente
agradecido de que Cory había estado con su madre cuando ella murió.
La señora Harrison puso una fría mano en su brazo. —¿Estás bien, Paúl?
Él asintió y forzó una sonrisa. —Sí, bien. ¿Dónde está Cory? ¿Puedo verlo
ahora?
—Habitación diez, justo allí.— Señaló una puerta de cristal por el otro lado
de la UCI. La cortina corrida, prevenía a cualquier persona de ver dentro —¿Paúl?
Paúl arrancó su mirada de la puerta y encontró los ojos de la señora

Harrison. —¿Sí?
—Toma buen cuidado de él, ¿me oyes? Él te necesita.
—Lo haré. Lo prometo.
Ella le sonrió. —Gracias. Ahora tengo que irme. La casa funeraria vendrá
muy pronto para llevar a Lorraine, y mi James me está esperando para recogerlo de
la casa de su hermano. Dile a Cory que me llame mañana.
—Está bien. Adiós, señora Harrison. Gracias.
Ella le acarició la mejilla, alzó su bolso sobre su hombro, y se fue,

despidiéndose de las enfermeras. Paúl respiró hondo y se dirigió hacia la habitación
diez.
El pequeño cubículo estaba tenuemente iluminado en su mayoría por la luz

de noche integrada en la parte inferior del marco de la cama. La puesta de sol se
había desvanecido a un rojo oscuro que brillaba en los despeinados rizos de Cory.
Cory estaba sentado al lado de la cama de su madre, acariciándole el pelo y

susurrando algo que Paúl no podía oír bien.
Paúl se acercó lentamente, sin saber qué decir. Sabía por experiencia que las
palabras de consuelo eran peor que inútiles. Sólo el tiempo podría opacar el dolor
que Cory sentía. Paúl se sentó en el borde de la silla, frente a Cory, y puso una mano
en su rodilla.
—Cory, estoy aquí—, dijo, manteniendo su voz suave.
Cory habló sin levantar la mirada, su voz lenta y uniforme. —No es justo,
Paúl. Mierda. Simplemente no es justo.
—No, no lo es. — Paúl tragó saliva, deseando tener las palabras correctas. —
Lo siento mucho.
Cory levantó la cabeza y miró a Paúl con ojos atormentados. —¿Me puedo
quedar contigo esta noche?
—Por supuesto que puedes. Quédate todo el tiempo que sea necesario.
Cory no dijo una palabra más. Volvió la mirada hacia la cara de su madre.
Una mano continuaba peinando el cabello de ella. Su otra mano deslizada en las de
Paúl, y Paúl sosteniéndolo con fuerza.
Dos trabajadores de la Casa Funeraria Thomlinson en Willow Bend se

presentaron diez minutos más tarde. Cory besó la frente de su madre y susurró algo
contra su mejilla, y luego se apartó con calma, mientras que el hombre y la mujer
suavemente la levantaron sobre una camilla especial con ruedas y salieron de la
habitación. Cory se quedó mirando fijo tras ellos, en silencio y con la cara
extrañamente en blanco, hasta que se perdieron de vista. Mantuvo los dedos
firmemente encerrados por entre los de Paúl.
Paúl extendió la mano retirando el enredado mechón de cabello lejos de la

cara de Cory. —¿Cory? ¿Por qué no nos vamos ahora?, ¿eh?
Cory asintió con la cabeza. No dijo nada, pero le permitió a Paúl guiarlo
fuera de la unidad de cuidados intensivos.
Salieron al estacionamiento en silencio, sin soltarse las manos, y subieron a la

camioneta de Paúl. Paúl sujeto el cinturón de seguridad de Cory por él cuando no
hizo ningún movimiento para hacerlo por sí mismo. Durante todo el corto viaje a la
casa de Paúl, Cory se quedó mirando por la ventana en la profunda noche, no dijo
una palabra. Paúl se mantuvo lanzándole miradas preocupado por él. La apática
calma de Cory lo inquietaba.
Paúl estacionó la camioneta en el camino de grava afuera de la puerta de

entrada en vez de en el granero, queriendo llevar a Cory al interior e instalarlo lo
más rápidamente posible. Él se dio la vuelta al lado de Cory, abrió el cinturón de
seguridad, y tomó su mano. —Estamos aquí, Cory. Vamos, te llevaré adentro.
Cory se deslizó obedientemente de la camioneta y siguió a Paúl a la casa.

Paúl lo llevó al dormitorio, encendiendo las luces a su paso. Cory se sentó en la cama
mientras que Paúl sacó un par limpio de suaves pantalones cortos de punto y una
camiseta de los cajones de su tocador.
—Ten. —Dijo, colocando la ropa al lado de Cory. —Supongo que podrías

desear cambiarte.
Cory se quedó mirando la ropa por un momento, luego levantó los ojos
vacíos a la cara de Paúl. —¿Puedo ducharme primero?
—Sí, claro. —Paúl corrió hacia el cuarto de baño, reprendiéndose a sí mismo

por no haberle ofrecido una ducha a Cory. Sacó una toalla grande, suave y esponjosa
del armario de la ropa blanca y la colgó en el estante junto a la bañera, y luego fue de
nuevo al dormitorio. —¿Necesitas que te ayude?
Cory negó. Se puso en pie, tomó la ropa limpia, y arrastró los pies al cuarto
de baño, dejando la puerta abierta a mitad de camino. Un momento más tarde, Paúl
escuchó la lluvia de la ducha en marcha.
Él se dejó caer en el sillón grande con un profundo suspiro. El peculiar

comportamiento de Cory lo tenía más que un poco preocupado. Él había esperado
lágrimas al menos, tal vez incluso una desolada rabia. Dios sabía que es como él
mismo había reaccionó cuando se había despertado después de cinco días en
cuidados intensivos para ser informado que Jay estaba muerto y enterrado. Se había
rasgado su intravenosa fuera y arrojado cosas y gritó a pesar de sus magullado y
débiles pulmones, maldiciendo a todos en el mundo por llevarse a Jay lejos de él sin
ni siquiera dejar que le dijera adiós. No se habría detenido hasta que ellos le dieron
una inyección que lo envió a una bienvenida inconsciencia.
Terrible, como sería atestiguarlo, Paúl hubiera preferido ese tipo de reacción.
Los silenciosos ojos secos de Cory lo asustaban.
Ya habían pasado más de quince minutos y Paúl estaba empezando a

preguntarse si debería entrar y comprobar a Cory, cuando oyó un extraño ruido
estrangulado, seguido de un ruido sordo. El corazón le saltó a la garganta.
—¿Cory? Gritó, atravesando el cuarto de baño en pocos pasos. —Cory,

estás... Oh.
El cuadro que encontraron los ojos de Paúl fue desgarrador. Cory sentado en
el piso de la bañera, sus rodillas jaladas arriba del pecho, con una mano presionada
contra la pared de azulejos y la otra cerrada en su cabello. El agua golpeaba abajo
sobre su cabeza inclinada y sus hombros. Sus delicadas facciones estaban retorcidas
en agonía.
Paúl cerró el suministro de agua, luego se metió en la bañera, con ropa y
todo, y enrolló a Cory en sus brazos. Cory dejó escapar un suave sonido de ahogo. Él
echó los brazos alrededor del cuello de Paúl, apretando con desesperada fuerza.
Paúl transportó a Cory a su regazo y lo mantuvo tan firme como pudo. Cory
hundió la cara en la curva del cuello de Paúl, su cuerpo temblaba profundamente.
Sollozaba.
Dolía horriblemente ver a Cory sufriendo tanto dolor. Pero éstas eran la clase
de lágrimas lo suficientemente potentes como para purgar un poco el dolor, y Paúl
sintió la tensión dentro de él calmarse. Cory estaría bien. Él estaba permitiéndose el
duelo, y estaría bien.
Finalmente, los sollozos se calmaron y el cuerpo tenso de Cory empezó a

relajarse. Paúl levantó la barbilla de Cory, buscando sus ojos rojos e hinchados. —
¿Estás bien?
El fantasma de una sonrisa tocó los labios de Cory. —Mejor. Lo siento.
—No. No te disculpes conmigo. —Paúl pasó los dedos por la mejilla de Cory.
—Llora cuando sea necesario. O grita, o habla, o lo que tú necesites hacer. Voy a estar
aquí.
—Ya lo sé. —Cory deslizó una mano detrás de la cabeza de Paúl y tiró de él
más cerca. —Gracias.
Paúl quería llorar cuando los labios de Cory se presionaron sobre los suyos.
Él había añorado tanto los besos de Cory. No trató de llevarlo más lejos. Cory
necesitaba consuelo y cuidado de él, no sexo.
Cory rompió el beso y apoyó la frente contra la de Paúl. Paúl puso una mano
en su mejilla. —Apuesto a que estás agotado. ¿Por qué no te vas a la cama?
—Sí. Eso suena bien. —Cory se retiró, sus ojos verdes suplicantes.
—¿Puedo dormir contigo? Yo no creo que pueda irme a dormir solo.
—Seguro.— Paúl bajó a Cory fuera de su regazo, se paró, y ayudó a Cory a

ponerse de pies. —Vamos, vamos a conseguir secarte.
La mayoría del agua se había evaporado ya fuera de la piel de Cory para ese
momento, pero dejó que Paúl frotara sus rizos mojados con la toalla hasta casi
secarlos. Paúl se sorprendió cuando Cory dejó la ropa y se metió en cama, desnudo.
Él sonrió, se quitó su propia ropa húmeda, y se arrastró bajo las sábanas. Cory se
envolvió en torno a Paúl, descansando su cabeza en el pecho de Paúl.
— Buenas noches—, murmuró Cory soñoliento.
—Buenas noches.— Paúl besó la parte superior de la cabeza de Cory. —Que

duermas bien.
Cory murmuró algo y apretó más, su cuerpo ya relajado en el sueño. Paúl

trazó sus dedos arriba y abajo de la columna vertebral de Cory, el suave movimiento
tanto para él como para Cory. Se sentía bien abrazar a Cory mientras dormía,
incluso si la razón por la que podía era terrible. El pensamiento le dio una punzada
de culpa, preguntándose si era un error sentirse tan bien cuando Cory había acabado
de atravesar una de las peores experiencias de su vida.
No. No más culpa, pensó. Él y Cory habían ganado el derecho a disfrutar de

todo lo bueno que venía en su camino. Cerró los ojos y apoyó la mejilla contra los
suaves rizos de Cory.
Esta vez él no trató de negar lo que sentía. Él sabía que era verdad, y sabía
que tenía razón.
Capítulo Once
Cory se despertó con un dolor de cabeza palpitante. Abrió los ojos con
cuidado ya que esperaba que la luz de la mañana hiciera a su cabeza doler peor. La
habitación estaba oscura afortunadamente. Sus ojos se sentían hinchados, su
garganta lastimada. Por un segundo pensó que debía haber atrapado un resfriado de
verano de los que se habían abierto paso por la ciudad últimamente. Entonces todo
volvió en una ráfaga que hizo a su pecho doler.
Cerró los ojos y se acurrucó más cerca de Paúl. Habían intercambiado

posiciones en algún momento de la noche, y el cuerpo desnudo de Paúl estaba
moldeado en la espalda de Cory, sus brazos firmemente alrededor de su cintura. Se
sentía bien, ser sostenido así. Se sintió mejor al saber que podía contar con que Paúl
estaría allí cuando lo necesitara.
Sus recuerdos del día anterior estaban mezclados e incoherentes, como una
película recortada y pegada de nuevo juntando las escenas fuera de orden. La cara de
la señora Harrison, tranquila y triste y surcada de lágrimas. El raspar torturado de la
lenta y superficial respiración de Mamá se volvía lento y menos profundo, y
finalmente cesaba por completo. El suave y fino cabello de mamá, entre sus dedos.
Un último susurro de adiós y —Te amo— cuando vinieron a llevársela. Únicos
momentos lúcidos que se sentía a la vez intensos y extrañamente distantes.
Entonces allí estaba Paúl. La única cosa que parecía real y sólida en todos
esos días de pesadilla. Al segundo que había recogido el teléfono para llamar a la
casa de Paúl, él había sabido que era lo correcto. No había pensado al respecto, no
había dejado cuestionarse a si mismo. Él solo lo hizo. Y Paúl había venido sin
vacilación, dándole un ancla en el repentino cambio de su mundo.
Un mundo que ahora estaba abierto delante de él. Un mundo de tiempo y

espacio y sin responsabilidades, excepto para sí mismo.
La comprensión golpeó a Cory como una bofetada en su cara. Él se retorció

del abrazo dormido de Paúl, corriendo en silencio al cuarto de baño y vomitó.
No pasó mucho tiempo para que su estómago se vaciara por completo. No

había comido nada en todo el día anterior, y no mucho por un tiempo antes de eso.
Cuando su agitación desapareció, se puso de pie con cuidado, tiró de la cadena, y se
echó agua fría en la cara. Usando su dedo como un cepillo de dientes, tomó prestada
algo de la pasta de dientes de Paúl y borró el acre sabor de su boca, tan bien como
pudo.
Él no miró su reflejo por mucho tiempo. Lo que vio fueron mejillas-huecas,

barbilla sin afeitar, atormentadas y negras-sombras-en sus ojos… todo eso le hizo
estremecerse.
Él entró de puntillas en el dormitorio, se puso la ropa que Paúl le había

dejado fuera para él la noche anterior, y salió.
El cielo hacia el este había comenzado a palidecer cuando salió al porche

delantero. Los pájaros trinaban en los árboles, un camión retumbó en el camino más
allá del camino de entrada de Paúl. Cory vagó por el camino al granero, dejando que
la quietud de la mañana temprana se sumergiera en él. En la penumbra del antiguo
granero, dudó por un momento antes de subir la escalera hacia el estudio-desván de
Paúl.
La mandíbula de Cory cayó cuando llegó a la cima. —Oh. Oh, wow.
Dio un paso fuera de la escalera, sus ojos muy abiertos y el corazón

palpitante. Su propia cara le devolvió la mirada desde al menos diez lienzos.
Sonriendo, o pensativo, o excitado con el sexo, su cuerpo vestido en algunos,
desnudo en otros. Era la primera vez que Cory había visto la obra de Paúl. Eso era
más que impresionante.
Cory se paseaba, examinando cada pintura. Ellas eran impresionantes. Él casi

podía sentir la brisa caliente y húmeda ondular los árboles y pastos pintados. Casi
esperaba que su imagen se moviera cuando él no estaba mirando. Cada detalle
estaba perfectamente plasmado.
Había algo acerca de las pinturas, sin embargo. Una especie de mágico brillo,
como si el ojo que visualizaba había sido menos que objetivo.
Cuando se dio cuenta de lo que significaba, se sentó con fuerza en medio del
piso, sintiendo como si hubiera sido golpeado.
Las pinturas parecían versiones idealizadas de él porque eso es exactamente

lo que eran.
Paúl estaba enamorado de él.
Cory estaba sentado allí, perdido en sus pensamientos, cuando Paúl lo

encontró un par de horas más tarde. Él no levantó la vista cuando Paúl entró en el
desván, temiendo lo que pudiera ver en esos ojos celestes. Paúl se sentó en el suelo a
su lado y deslizó un brazo alrededor de sus hombros. Cory se inclinó con gratitud en
el abrazo.
—¿Estás bien?— Paúl dijo, descansando su mejilla contra el cabello de Cory.
—Sí.
—Podrías haberme despertado, ¿sabes?
Él lo sabía. La verdad de eso lo emocionaba, y lo asustaba. —Necesitabas

dormir. Y yo necesitaba un poco de tiempo a solas, para pensar las cosas.
El brazo de Paúl se apretó a su alrededor. —Se siente raro, ¿no? Tener una
persona que es parte muy importante de tu vida un día, y que se fue al siguiente.
El aliento de Cory se clavó en su pecho. Él asintió, trató de responder, y no

pudo. Una dolorosa tristeza se apoderó de él. No era tan fuerte como lo había sido la
noche anterior, el dolor era más profundo. Profundo como el mar, extenso como el
horizonte. Este era una sensación que no se iría rápido. Se giró en el abrazo de Paúl,
sostenido por ambos brazos a su alrededor, y dejó que las lágrimas llegaran.
La mayoría de las personas que Cory conocía, con la posible excepción de la

señora Harrison, lo habían asfixiado con preocupadas buenas intenciones. Ellos le
decían que por lo menos el sufrimiento de mamá había terminado, por último, que
estaba en un mejor lugar. No Paúl. Paúl sólo lo abrazó, sin hacer ningún comentario
o juicio, y lo dejó llorar. Estaba desesperadamente agradecido por ello. No creía que
podía enfrentar tener que sonreír y asentir y decirle a todo el pueblo las pequeñas
mentiras que querían oír.
Cuando las lágrimas, finalmente disminuyeron, Cory se sentó y le dio a Paúl

una pálida sonrisa. —Gracias.
—A veces sólo tienes que dejarte sentir esto.— Paúl tocó la mejilla de Cory,
muy suavemente. —Si alguna vez necesitas a alguien con quien hablar, o
simplemente alguien con quien llorar, yo estoy aquí.
—La extraño, ¿sabes? No dejo de pensar acerca de cómo solía ser, y me

gustaría tenerla de vuelta. —Cory se quedó mirando al suelo. Él raspaba una
salpicadura de pintura con la uña. —No me importa si es mejor así. Yo sólo la quiero
de vuelta como era antes de que ella se enfermara.
—Por supuesto que sí.— Paúl tomó la mano de Cory en la suya. —

Cualquiera lo haría.
—¿Paúl? ¿Me odiarías si te digo algo horrible?
Paúl ni siquiera dudó. —Nada podría hacer que te odie, Cory. Dímelo.
Cory respiró hondo, esperando que Paúl estuviera en lo cierto. —Yo... yo

estoy de alguna forma feliz de que ella murió. Y no porque sea mejor para ella o
porque es lo que ella hubiera querido. Me alegro porque ahora...
No podía decirlo. Pero Paúl parecía entender. —Tú eres feliz—, Paúl dijo
suavemente, —porque ahora eres libre para vivir tu propia vida.
De alguna manera, no le sorprendió a Cory que Paúl lo supiera.
—¿Por qué me siento así, Paúl? Todo lo que ella hizo, lo hizo para mí, y
ahora ella se ha ido, murió por mí y yo... —, Cory exhaló una dificultosa respiración.
—Estoy contento, Paúl, me alegro de que ella muriese. Dios, ¿qué hay de malo
conmigo?
—Cory. Ven aquí. —Paúl recogió a Cory en sus brazos, instalándolo sobre su
regazo. —Escúchame. Tu madre estuvo muy enferma durante mucho tiempo. Debía
doler terriblemente el verla así. Por supuesto que estarías feliz de que esto hubiera
terminado. Hiciste todo lo humanamente posible para cuidar de ella, hasta el punto
en donde no estabas cuidando a ti mismo. Esto te estaba desgastando. Tú no podrías
haber mantenido ese ritmo por mucho más tiempo. Es natural que te aliviara el no
tener más esa carga de trabajo.
—Sí, pero...
—Hey.— Los ojos de Paúl se clavaron en él, tan serios que le dolían. —Sólo
porque parte de ti esté feliz, no significa que tú no estés triste por su muerte, o que no
la amaras y no la eches de menos. Tú lo estás, y tú lo hiciste, y tú lo harás. No hay
nada de malo en ser feliz acerca de que un muy difícil período de tu vida, y del de
ella, haya terminado.
Una pequeña sonrisa tiró de las comisuras de la boca de Cory. —Tú lo haces
sonar tan razonable.
—Es razonable.
Cory apoyó la cabeza en la curva del cuello de Paúl. Un extraño y apretado

sentimiento quemaba en su pecho. Pensó que él sabía lo que era, a pesar de que
nunca lo había sentido antes de que Paúl llegara. Quería muchísimo decírselo a Paúl.
Le tomó unos minutos comprender, con una agradable sorpresa, que él

podía.
—¿Paúl?
—¿Eh?
Cory cambió de posición en el regazo de Paúl, levantó la cabeza y miró

directamente a los ojos de Paúl. —Estoy enamorado de ti.
Paúl parpadeó. —Tú... Oh. Oh, Dios mío. —Él lamió sus labios, sus dilatados
ojos fijos en el rostro sorprendido de Cory. —Cory, estás atravesando por mucho en
este momento, todo esto puede llegar a confundirte bastante, y…
—No. No estoy confundido. Yo estoy muy agradecido por que vinieras

cuando te llamé, y por velar por mí, y por todo lo demás que has hecho por mí desde
que nos conocimos. Pero no es por eso que estoy diciéndote esto. —Cory acunó la
cara de Paúl en sus manos. —Yo no estoy más confundido acerca de mis
sentimientos de lo que tú estas sobre los tuyos.
El color desapareció del rostro de Paúl. —¿Qué?
—Las pinturas—. Cory asintió con la cabeza a un retrato de sí mismo de pie

en la playa de la Isla Nutria. —¿De verdad me amas, Paúl?
Los latidos de silencio que siguieron duraron eones. Cory dejó salir el aliento
que había estado sosteniendo cuando Paúl le sonrió.
—Sí,— dijo Paúl, su voz suave y ronca. —Te amo.
Oír decir eso a Paúl, hizo a Cory sentirse cálido y apacible por dentro. Él se
inclinó y besó los labios de Paúl. —¿Vas a esperar por mí?
—¿Esperar por ti?— Paúl regresó el beso, con una mano en la mejilla de
Cory.
—Estoy muy cansado. Y necesito un poco de tiempo para pensar, antes de

que... ya sabes, empezar nada. —Cory cerró los ojos y apoyó la frente contra la de
Paúl. —Por favor, di que eso está bien.
Paúl no señaló que ya era demasiado tarde para preocuparse acerca de

iniciar algo, puesto que ellos ya estaban profundamente en esto. Cory estaba
contento. Hizo que se sintiera tonto que la idea de oficializar su relación lo asustara
como lo hizo, pero no podía evitarlo.
—Por supuesto que está bien. No hay prisa. —Paúl lo besó una y otra vez
echándose hacia atrás, la felicidad brillaba en sus ojos. —Vamos, volvamos a la casa.
Voy a prepararnos algo de desayunar.
Se levantaron del suelo, bajaron la escalera y se dirigieron de nuevo hacia la

casa. Cory se aferraba a Paúl tan duramente como podía, pena, miedo, alivio y
felicidad lo hacían estar inestable y aturdido. Los próximos días iban a ser difíciles.
Había facturas que pagar, y mucha gente que él todavía tenía que llamar. Necesitaba
hablar con Alicia y el gerente de tío Charlie, tenía que llamar a ‘Willow Bend al aire
libre’. En algún punto, él necesitaba volver a la casa, limpiar el lugar. Ir por las cosas
de mamá.
Oh, Dios. Él tenía que enterrar a su madre.
Cory hizo un pequeño suave sonido de corazón roto. El brazo de Paúl se

apretó a su alrededor en un tranquilo silencio, y Cory pensó que tal vez él podría
enfrentar esto después de todo.
Capítulo Doce
—¡Paúl!— Alicia llamó desde el dormitorio. —Tráeme el cepillo de fregar, ¿lo

harías?
—Sin falta—, Paúl le gritó. Él se inclinó hacia el trapeador contra la pared,

agarró el cepillo plástico de fregar fuera del mostrador de la cocina, y fue hacia el
dormitorio. Le pasó el cepillo a Alicia con una sonrisa. —Aquí.
—Gracias.— Ella enjugó el sudor de su frente con el antebrazo. Ambas

manos escurriendo agua jabonosa de la cubeta a su lado. —Casi terminado aquí.
¿Cómo te está yendo en la cocina?
—Muy bien. Apenas estaba sucio. —Paúl señaló al lugar de la alfombra raída
que Alicia estaba limpiando. —Este es el único cuarto que realmente necesitaba
limpieza.
—Sí. Entre Cory y la señora Harrison mantenían la maldita casa limpia.
Paúl tuvo que estar de acuerdo con eso. Cuando Alicia llamó esa mañana
para comprobar a Cory, Paúl le había preguntado si le ayudaría a limpiar la casa. Ella
de buena gana accedió. Ambos habían esperado más para hacer en esa tarea. Además
del dormitorio de Lorraine, nada necesitaba mucha limpieza. Una hora después de
su llegada, Paúl tenía todo el lugar aspirado y sacudido, y Alicia casi había
conseguido sacar toda la mancha verde de la alfombra del dormitorio. Con el colchón
de Lorreine, sin embargo, ellos lo dieron como una causa perdida. La mancha podría
haber salido con el tiempo, pero el olor a vómito se había empapado directo
atravesando al interior.
—Oye, ¿Paúl?
Paúl parpadeó, dándose cuenta de que había estado mirando fijamente al

espacio. —¿Sí?
Los marrones ojos de Alicia estaban llenos de preocupación. —¿Cómo está

él? Él dice que bien, pero sé lo terco que es.
—Él va a estar bien. Está completamente agotado, y por supuesto que está el
duelo por su madre. Pero él está enfrentándolo. —Paúl suspiró. —Yo creo que
realmente teme pasar por las cosas de su madre, sin embargo.
—Eso es probablemente lo que era realmente su obsesión de tener limpia la

casa.
—Puede que tengas razón.
—Mm.— Alicia ladeó la cabeza y entrecerró sus ojos. —¿ustedes chicos están
juntos todavía? Exclusivamente, quiero decir.
Paúl se rió nerviosamente. —Sí, lo estamos. Creo que realmente hemos sido
exclusivos por un tiempo. Nosotros sólo acabamos de hacerlo oficial.
—¡Bueno! — Ella sonrió, sus ojos brillando. —Estoy feliz por los dos.
—Gracias. Yo también estoy muy feliz. —Paúl le devolvió la sonrisa mientras

él retrocedía hacia la puerta. —Mejor me voy a terminar de fregar la cocina.
Alicia se rió entre dientes. —Ansioso por conseguir volver a casa con Cory o
algo,¿cierto?
—Tal vez—, respondió Paúl, ruborizándose un poco.
Ella suspiró dramáticamente, una enjabonada mano presionada contra su

corazón. —Ah, el amor joven. Tan dulce.
Paúl sacudió la cabeza, riendo. —Yo iré a terminar de trapear, luego

conseguir limpiar el cuarto de baño.
—Bien. Eso va a ser todo, entonces, ¿cierto?
—Cierto.
—Genial. Vamos a tener tiempo para hacer el patio antes de que yo tenga
que ir al trabajo.
—No te preocupes por eso, yo lo haré.
Alicia arqueó una ceja hacia él, luego se volvió a su limpieza.
Paúl se rió entre dientes mientras se dirigía a la cocina. La expresión de

Alicia le dijo con toda claridad que no sólo le ayudaría a limpiar el patio ya sea que él
quisiera o no, sino que ella sabía exactamente por qué él estaba haciendo todo esto en
primer lugar.
Ella es sorprendentemente perceptiva, pensó Paúl. No podía negar que

todavía sentía una punzada de culpa por lo que había sucedido la última vez que
había estado aquí. Sabía que Cory la sentía también, aunque él no lo había dicho. Era
algo que los dos iban a tener que finalmente superar.
Mientras trabajaba, el pensamiento de Paúl retornó hacia el próximo funeral.

La señora Harrison se había ofrecido a ayudar a Cory a hacer los arreglos. Ella se
había presentado justo antes de que él saliera esa mañana para llevar a Cory a la
funeraria. Paúl había estado tan cerca de pedirle a Cory que le permitiera pagar el
funeral, pero al final no lo había hecho. Él sabía lo que Cory diría, sobre todo ahora.
Hizo caso omiso de la pequeña voz en el fondo de su mente que continuaba

recordándole que se trataba de otro problema con el potencial de separarlos. Él
estaba decidido a no dejar que eso sucediera, sin importar qué.
Un perfume delicioso saludó a Paúl cuando abrió su puerta de entrada esa

tarde. Siguió el aroma celestial a la cocina, donde se encontró con la señora Harrison
revolviendo una grande, fragante y humeante olla.
—Mmmm.— Paúl tiró las llaves del vehículo en el mostrador y se inclinó

sobre el hombro de la mujer. —¿Qué está cocinando? Huele muy bien.
Ella le sonrió. —Hola, Paúl. Les hice a todos ustedes un poco de sopa de
verduras. A Cory le encanta. —Ella lo revolvió una vez más, puso la tapa en la olla, y
bajó el fuego. — Deja que hierva a fuego lento un par de horas, entonces ustedes
pueden comer cuando les de hambre.
—Está bien.— Paúl tomó un vaso del gabinete y lo llenó con agua.
—Usted no tiene que hacer esto. Pero estoy contento de que lo hiciera.
Gracias.
—No hay ningún problema.
—¿Dónde está Cory?
—En la parte trasera. Dijo que quería dar un paseo hasta el río, y pensar. —
Ella enjugó sus manos en la toalla de cocina y se sentó a la mesa. —No lo dijo, pero
fue difícil para él tener que elegir un ataúd y todo eso. Muy difícil.
Paúl se sentó frente a ella, frunciendo el ceño en su vaso de agua. —Este

podría no ser el momento para traer encima esto, pero ¿puede él permitírselo? Los
funerales no son baratos.
Ella le lanzó una mirada considerando. —No, él no puede. En realidad no.
Todavía está pagando las facturas médicas, y él dispuso de mucho últimamente

reparando las cosas alrededor de la casa. Le dieron un buen trato con el ataúd, y le
ayudaron a establecer un plan de pago. Pero todavía necesitan un pago inicial, y yo
no sé de dónde Cory va a conseguir esa cantidad de dinero. Yo le dije que pagaría
una parte, pero él no lo tomará. —Ella sacudió la cabeza. —Es el chico más testarudo
que he conocido.
—Él de seguro lo es—, Paúl dijo de todo corazón. —No creo que haya
ningún caso si le ofrezco ayudar. El Señor sabe que él nunca me dejó antes.
La señora Harrison lo alcanzó a través de la mesa y tomó la mano de Paúl. —

Dale algo de tiempo. Nuestro Cory es un chico orgulloso, pero es inteligente,
también. Después de que resuelva algo, se dará cuenta de que aceptar tu ayuda no lo
hará menos a tus ojos.
Paúl sonrió. Él sospechaba que ella había golpeado derecho al mayor temor
en la cabeza de Cory. —Espero que esté en lo cierto.
—No te preocupes. Conozco a Cory de toda su vida. Él de seguro entiende

que no debe dejar que algo bueno se aleje de él por una cosa pequeña como el
dinero. —Ella apretó la mano de Paúl, empujó su silla hacia atrás, y se levantó. —
Necesito irme ahora. Ustedes asegúrense de llamarme si necesitan algo.
—Está bien.— Paúl se paró y se dirigió con ella a la puerta principal. —

Entonces, ¿todos los arreglos ya fueron hechos para el funeral?
—El velatorio es mañana a las tres, en la casa funeraria de Thomlinson. El

funeral es el jueves a las diez. Yo traje un traje de Cory para él, está en su armario.
Espero que aún le quede. Él no lo ha usado desde hace tiempo.
—Si no es así, le voy a conseguir uno nuevo.— Paúl puso sus brazos
alrededor de la señora Harrison en un abrazo impulsivo. —Gracias.
—No hay de qué.— Ella le acarició la mejilla, sonriendo mientras él la dejó ir.
—Los veré mañana.
—Muy bien.
Él se paró en el porche y la vio subir a su coche, luego, saludó mientras ella

se retiraba de la calzada. La puerta de la cocina se cerró de golpe recién cuando él
volvió a entrar.
—¿Sra. Harrison? — Cory llamó.
—Ella acaba de irse—, dijo Paúl al entrar en la cocina. —Ella nos hizo un
poco de sopa.
—Sí, puedo olerlo.— Cory fue directo a los brazos de Paúl, acurrucándose
contra él. —Me gusta esto. Estar aquí contigo, quiero decir. Es bueno el sólo saber
que tú estás aquí. Me hace sentir seguro.
—A mi también me gusta.— Paúl inclinó su mejilla contra el cabello con olor

a sal de Cory, sintiendo la calidez cayendo hasta sus pies. —¿Está todo listo para el
funeral? ¿Algo que necesites que yo haga?
Cory se tensó en los brazos de Paúl. Paúl lo sostuvo, acariciando su espalda y

dispuesto a mantenerlo calmado, estando relajado. —No, está todo hecho.— Un
corto silencio, entonces Cory susurró tan bajo que Paúl apenas pudo oírle. —Gracias.
Por ocuparte de mi casa.
—Alicia y yo estuvimos felices de hacerlo.— Paúl levantó la barbilla de Cory

y lo besó suavemente. —Cualquier cosa que necesites que yo haga, con mucho gusto
lo haré.
—Ya lo sé. —Una lágrima goteaba por la mejilla de Cory. Él lo limpió,

curvando la boca en una trémula y valiente sonrisa, que hizo doler el corazón de
Paúl. —Oye, ¿cuándo va a estar lista la sopa? Huele muy bien, me está dándome
hambre.
—Un par de horas más, dijo la señora Harrison. ¿Queso y galletas te

sostendrán hasta entonces? ¿Tal vez una cerveza?
Cory asintió con la cabeza, su sonrisa creciendo un poco. Paúl lo besó de

nuevo, entonces lo empujó abajo en una silla. —Siéntate. Galletas, queso y cerveza
vienen directo hacia aquí.
Los ojos de Cory todavía se veían perdidos y tristes, pero Paúl pudo ver la
pequeña chispa de felicidad oculta en el fondo, esperando a que el dolor se aliviara,
de esa manera podría salir a chorros. El hecho de saber que la chispa estaba allí le dio
a Paúl un sentido de esperanza.
Habría tiempos difíciles por delante, pero Cory tenía la fuerza y el espíritu
para conseguir atravesarlo. Paúl se comprometió a estar allí para ayudarlo, cada
paso del camino.
Hasta el momento, Cory había logrado evitar el ataúd de su madre. Él se

mantuvo vislumbrándolo desde el otro lado de la habitación, una siniestra presencia
en suave gris paloma, rodeado de lirios y rosas. Cada vez que veía el ataúd la cabeza
de su mamá: una oscura masa vaga en la almohada blanca, apartaba sus ojos fuera
rápidamente.
Realmente, realmente no quería ver a su mamá acostada en su ataúd.
Cory cerró los ojos y se apoyó en el respaldo alto de la antigua silla. El sol de
la tarde entraba por las muchas ventanas, brillando rojo contra sus párpados
cerrados. Él todavía sentía frío, sin embargo, a pesar de la pesada chaqueta que
llevaba. La casa funeraria Thomlinson difícilmente era un lugar sombrío, pero Cory
había sentido frío hasta la médula desde que había llegado para el velatorio de su
madre.
Esto hacía menos de tres horas, pero parecían años. Él se preguntó si alguna
vez estaría caliente otra vez.
Suaves dedos en su mejilla sorprendieron a sus ojos abiertos. Paúl se sentó en

la silla junto a la suya, frunciendo el ceño por la preocupación. —¿Estás bien, Cory?
Cory obligó a sus congeladas facciones a una sonrisa. —Sí. Sólo algo
cansado.
Él debería haber sabido que Paúl no se dejaría engañar. —Si es demasiado

difícil verla ahora mismo, está bien. No tienes que hacerlo.
Cory deslizó su mano en las de Paúl. Los dedos largos y elegantes enrollados
protectoramente alrededor de los suyos. —No puedo. Yo podría quebrarme. Yo estoy
hecho de hielo, y yo podría quebrarme.
Paúl lo miró fijamente. Los claros ojos azules parecían ver directo en su
núcleo. —Deja que te lleve a casa.
Cory asintió y dejó que Paúl lo jalara a sus pies. Se imaginó que podía
escuchar todas las articulaciones en su congelado cuerpo estallando en protesta por
el movimiento, cada uno de sus músculos gritando. Se sentía entumecido por todas
partes.
Paúl se dirigió a la señora Harrison, con Cory a remolque. Ellos hablaron en

voz baja durante un minuto. Ella abrazó a Cory y le dio unas palmaditas a su mejilla,
pero él no pudo oír lo que le dijo. Sus oídos parecían estar rellenos de algodón. La
señora Harrison y Paúl intercambiaron una mirada de preocupación la cual sabía
debía ser acerca de él, pero el frío en su interior se había deslizado en su cerebro y no
podía encontrar la energía para preocuparse. Se dio la vuelta, explorando la
habitación. Un destello de brillante color gris golpeó los ojos, enmarcando un rostro
más blanco que los lirios, y todo quedó en blanco.
Sentado en el asiento delantero de la camioneta en el camino a la casa de

Paúl, Cory miró por la ventana y trató de recordar cómo había llegado hasta allí.
Paúl debió de haber dado sus excusas a la multitud que se había presentado para el
velorio, pero no podía recordarlo. Él recordó estar de pie junto a la señora Harrison,
girándose para encontrarse a si mismo cara a cara con el ataúd abierto, entonces la
escena cambió abruptamente y él estaba en la camioneta con Paúl. Él podía sentir el
espacio en blanco entre ver la cara de su madre y abrocharse el cinturón en la
camioneta de Paúl, pero su mente no podía llenarlo. Vio la soleada tarde de agosto
pasar fuera y se preguntó ociosamente si estaba volviéndose loco.
Paúl no dijo ni una palabra en todo el viaje. En el momento en que llegaron a

la casa de Paúl un duro bulto de temor se había formado en las entrañas de Cory. ¿Y
si Paúl estaba enojado con él? La idea se disparó hasta que fue todo en lo que podía
pensar.
Paúl estacionó la camioneta en el frente de la casa, al igual que lo había hecho

el día que mamá murió, para que Cory no tuviera que caminar mucho. Algo tan
dulce de hacer. Todo lo que hacía era dulce.
Cuando Paúl le tomó la mano para llevarlo a la casa, Cory se detuvo,

mirando a los ojos de Paúl. —Lo siento, Paúl.
—¿Por qué?— El rostro de Paúl irradiaba sorpresa.
—Por enloquecer— Cory susurró. —Yo, yo no sé lo que hice, no puedo

recordarlo.
—Oh, cariño, no.— Paúl jaló a Cory en sus brazos. —No hiciste nada malo,
¿de acuerdo? Yo le decía a la señora Harrison que te estaba llevando a casa, tú te
diste vuelta y viste a tu madre, y... de alguna forma te quedaste en blanco. Te
quedaste allí, mirando a tu mamá. Así que yo te saqué de ese lugar lo más rápido que
pude.
—Mierda.— Cory envolvió ambos brazos alrededor de la cintura de Paúl y

apoyó su cabeza en su hombro. —Todo el mundo debe pensar que estoy loco.
—En realidad, no creo que nadie se diera cuenta, aparte de la señora
Harrison y yo.
—Bien.— Cory se acurrucó cerca, acariciando el cuello de Paúl. —¿Así que

no te avergoncé ?
—No— Paúl besó la cabeza de Cory, sus manos acariciando bajo su espalda.
—Me asustó un poco.
—Lo siento.
—No es nada.— Paúl se echó para atrás, manteniendo un brazo alrededor de

los hombros de Cory. —Ahora vamos, entremos.
Cory, siguió a Paúl hacia la casa y entró al dormitorio. Paúl le ayudó a

desnudarse, luego lo metió en la cama como si fuera un niño. Cory no argumentó,
dejó a Paúl cuidar de él. Cuando Paúl le besó la frente y se volteó para irse, Cory se
aferró a su mano.
—No me dejes—, Cory se escuchó a si mismo implorar.
Paúl se sentó en la cama. Una mano peinaba con dulzura a través del cabello
de Cory. —¿Quieres hablar?
Cory miró a los ojos de Paúl, tratando de encontrar las palabras. —No puedo
sentir nada, Paúl. Sé que debería. Pero no puedo.
Paúl le sonrió con tristeza. —Supongo que no siempre puedes sentirte de la

forma en que lo has hecho el último par de días. Es demasiado.
Cory quería llorar, pero las lágrimas no querían venir. El dolor y la ira y el
terror estaban enterrados muy profundo dentro de él, encerrados por una extraña
pared de hielo. Tomó la mano de Paúl y puso la palma de la mano contra su
descubierto vientre.
No estaba seguro de por qué, salvo que simplemente necesitaba ser tocado.
Los ojos de Paúl se llenaron de calor y necesidad. Cory se dio cuenta de que estaba
tratando de ocultarlo, pero no estaba funcionando.
—Ven a la cama. — Cory jaló de la cara de Paúl y lo besó con fuerza. —Te
necesito.
Las manos de Paúl se sacudieron violentamente. Ya sea con deseo o con

horror hacia sí mismo por sentirlo, Cory no lo podía decir. En ese momento, a él no le
importaba. Él sólo necesitaba sentir algo, cualquier cosa.
—Cory...— la voz de Paúl era áspera. —Dios. Estas... estás tú...
—No lo sé. No sé nada ahora mismo. Yo sólo... sólo te necesito.
Cory cerró los ojos, apretando los brazos alrededor del cuello de Paúl,
sujetándolo abajo. —Por favor, Paúl, por favor.
Paúl hizo un sonido suave, hambriento, cuando Cory lo besó otra vez. Cory
dejó ir a Paúl el tiempo suficiente para que se desnudara y luego alzó los cobertores y
jaló a Paúl hacia él. Cory se enrolló alrededor del cuerpo de Paúl como una vid,
buscando el calor de su piel desnuda y su boca suave y húmeda.
No le tomó mucho tiempo a Cory el descubrir que esto no iba a suceder.
El pánico bordeaba brillante y punzante en las afueras de su mente cuando

se dio cuenta de que su cuerpo no estaba respondiendo al tacto de Paúl. Incluso eso
no era suficiente para destruir el hielo que lo sostenía en sus garras.
Sintió la erección de Paúl marchitarse contra su muslo, y deseó poder

hundirse directo a través del suelo. Él se desenvolvió del cuerpo de Paúl y se dio
vuelta, haciéndose un ovillo, su cara enterrada en sus manos.
Después de un momento. Paúl se amoldó a la espalda Cory, sus brazos se

acomodaron alrededor de su cintura. —Está bien—, él susurró en el oído de Cory. —
No es el momento adecuado.
Cory se dejó relajar en el abrazo de Paúl. —Yo sólo quería sentirme vivo otra
vez.
—Ya lo sé, cariño. —Paúl besó su cuello, entrelazó sus dedos con los de Cory.
—Ya lo sé.
Cory se acurrucó con más fuerza, sosteniendo a Paúl a su alrededor como a

una manta. —Estoy tan jodidamente frío.
Paúl tiró de las mantas encima de ambos, entonces metió el brazo alrededor
de la cintura de Cory otra vez, una pierna echada sobre las caderas de Cory. —
Descansa ahora.
—¿Te quedarás?
—No voy a ir a ninguna parte.
Cory suspiró y cerró los ojos. Seguro en el conocimiento de la presencia de

Paúl, se quedó dormido.
Capítulo Trece
Paúl cerró la puerta al último visitante con un suspiro agradecido. Por

mucho que él apreciaba toda la comida y ofertas de ayuda de la gente del pueblo, el
flujo constante de visitantes lo había desgastado.
—Tienes cuatro guisos de judías verdes, dos platos de pollo frito, uno de
carne a la cacerola, cinco diferentes tipos de ensalada, y una olla de maíz en mazorca
—,dijo Alicia, vagando en la cocina. —Y yo hice un poco de té helado.
—Gracias.— Paúl le dio una sonrisa cansada. —Todavía no puedo superar la

cantidad de gente que ha traído comida. Los funerales no son así allá en casa.
Y sólo así, la mente de Paúl regresó al funeral al que nunca tuvo la

oportunidad de asistir. El primero que realmente alguna vez le importo a él, y él se lo
había perdido.
La garganta de Paúl se apretó con el súbito recuerdo. Alicia estrechó sus ojos
en él. —¿Paúl? ¿Estás bien?
—Perdí a mi pareja hace poco más de un año. El entierro de alguna forma

trajo todo de nuevo. —Paúl tomó una profunda respiración, tratando de retener el
temblor de su voz. —Yo estaba en el hospital cuando lo enterraron.
La aguda mirada de Alicia se suavizó. —Lo siento.
—Lo extraño—. Paúl pestañeó las amenazantes lágrimas, y esbozó una
sonrisa. —Pero nosotros estuvimos juntos durante seis años, y fueron unos malditos
buenos años. Y tengo a Cory ahora. Creo que soy un maldito muy afortunado.
Alicia tomó ambas manos de Paúl en las suyas, se puso de puntillas y le besó
la mejilla. —Eres un buen hombre, Paúl. Estoy contenta de que Cory te tenga.
Especialmente en este momento.
—Tengo que estar de acuerdo,— dijo la señora Harrison, que venía del
cuarto de baño.
—Ese muchacho es como un hijo para mí. Alivia mi mente saber que tú estás
cuidando de él.
—¿A dónde ha ido?—, preguntó Alicia, con el ceño fruncido. —Tengo que
irme, quería despedirme.
—Yo también—dijo la señora Harrison.
—En el dormitorio cambiándose—, dijo Paúl. —Voy a decirle que ustedes se

están yendo.
Paúl fue por el pasillo y llamó a la puerta del dormitorio cerrada.
—Cory, ¿estás decente? Alicia y la señora Harrison tienen que irse. Ellas
quieren despedirse.
Sin respuesta. Ahora asustado, Paúl giró la perilla y empujó la puerta

abriéndola. Cory estaba acurrucado profundamente dormido en el sillón, usando
solamente sus cortos boxers gris y su camisa desabrochada, su cabeza apoyada en su
brazo. Paúl sonrió y cerró la puerta.
—Está dormido—, dijo Paúl mientras caminaba de vuelta a la sala de estar.—

Lo siento.
La señora Harrison sonrió. —Bueno, vamos a dejarlo dormir. Supongo que él

probablemente está cansado en este momento.
—Sí. Han sido unos días difíciles. —Paúl decidió no hablar del extraño
estado de ánimo de Cory, su estado anímico vacío desde que despertó el día anterior.
Ellas únicamente se hubieran preocupado, y no podrían hacer ni una maldita cosa
para ayudar. Paúl sabía por experiencia que pasaría con el tiempo. Pero mientras
tanto, nada que alguien dijera o hiciera haría ninguna diferencia.
—Bien, me voy.— Alicia abrazo fuerte a Paúl . —Dile a Cory que nos
despedimos, y que lo amamos.
—Claro que sí.— Paúl apretó su mano. —Gracias por todo, Alicia. A usted
también, señora Harrison. No sé lo que Cory y yo hubiéramos hecho estos últimos
días sin ambas.
La señora Harrison abrazó a Paúl y suavemente le acarició la mejilla. —

Todos ustedes son familia, Paúl. Las familias se cuidan unos a otros.
Los ojos de Paúl picaban. Él asintió, no confiando en su voz. La señora

Harrison y Alicia se fueron, haciendo que él prometiera que llamaría si él o Cory
necesitaban cualquier cosa. Después de que se habían ido, Paúl volvió al dormitorio
y se paró apoyándose en la pared, mirando a Cory dormir. Él se veía tan dulce y sin
problemas, la vista jalaba a Paúl como un imán. Incapaz de resistirse, se movió en
silencio hacia la silla, se inclinó y besó suavemente la mejilla de Cory.
Cory se movió. Sus ojos verdes se abrieron. —Hey, Paúl,— murmuró

soñoliento.
Él sostuvo sus brazos en alto. Paúl lo tomó, sentándose en la silla, y

acomodando a Cory en su regazo. —Eh, dormilón.
Cory se abrazó contra el pecho de Paúl, con sus brazos alrededor de su

cuello, despeinados rizos presionando la mejilla de Paúl. —¿Todos se han ido?
—Sí. Alicia y la señora Harrison acaban de irse. Ellas dijeron que te diga que
te aman, y que llames si las necesitas.
—No quise quedarme dormido. Lo siento.
—No te preocupes por eso. Casi todo el mundo se había ido de todas formas
cuando viniste aquí. Estaba hablando con los Hathaway en el camino, ellos fueron los
últimos.
—Son gente buena.
—De seguro lo son. Me preguntaron si me gustaría hacer un retrato de sus

nietos.
—Ah, ¿sí?
—Mm-hm. Es curioso, mucha gente me preguntó sobre mis pinturas. No

recuerdo haberle dicho a nadie más que a ti, pero parece que todo el mundo sabe que
yo era un artista.
—Eres un artista—, corrigió Cory. —Es una ciudad pequeña. Las palabras
dan vuelta. ¿Lo vas a hacer?
—Creo que sí. Será bonito volver a trabajar. —Paúl cambió de posición para
poder ver la cara de Cory. —¿Cómo te sientes, Cory? Sé que el funeral fue duro.
Los ojos de Cory se nublaron. —Me alegro de que haya terminado. Fue
jodidamente horrible, Paúl.
Paúl sostuvo a Cory más apretado. —Lo siento, cariño.
—Podría haber manejado su entierro, si sólo hubiéramos sido solo nosotros,

¿sabes? Tú y yo. Hubiera sido difícil todavía, pero creo que podría haberlo manejado.
Pero toda esa maldita gente, sé que la mayoría de ellos conocía a mamá y querían
decirle adiós también, pero yo sólo sentía... —Cory se detuvo, arrugando la frente.
Cuando volvió a hablar, su voz se había reducido a un susurro. —Me sentí como si
todos estuvieran mirándome, ya sabes, esperando que me quebrara así podrían sentir
lástima por mí. Sé que ellos no lo estaban haciendo realmente, pero se sentía así de
todos modos. Maldición, odio esto.
—Ahora, ya se acabó, Cory.— Paúl enroscó una mano en el cabello de Cory y

apoyaron sus frentes juntos. —Estamos solo nosotros dos, y sabes que no tienes nada
que esconder de mí.
—Ya lo sé. —Los dedos de Cory trazaron la línea de la mandíbula de Paúl. —

Bésame.
Paúl accedió felizmente. El beso fue profundo, dulce, suave y sin prisas. Paúl
sintió su mutuo deseo hirviendo lento bajo la superficie, pero no había ninguna
urgencia. Cuando al fin se apartaron, Cory apoyó la cabeza en la curva del cuello de
Paúl, Paúl pensó que era uno de los momentos más pacíficos de su vida.
El resto del día transcurrió sin hacer nada más. Paúl y Cory caminaban por el
prado y bajaron hasta el río, paseando descalzos a lo largo de la franja de arena que
corría junto a ellos. Siguieron el serpenteante camino del río hasta llegar a donde
desembocaba en el Atlántico, y caminaron tomados de la mano por la playa por un
tiempo. Las olas lavaban la sangre caliente contra las piernas desnudas de Paúl. Una
fresca brisa azotaba sus cabellos y humedecía el calor del sol de la tarde.
Para el momento en que ellos regresaron a su casa, el azul brillante del cielo
se había nublado por encima y el viento se había vuelto penetrante, aullando
alrededor de las esquinas de la casa. Unos minutos más tarde, oscuras nubes negras
se amontonaban, acompañadas por el estruendo ominoso de los truenos. Paúl y Cory
estaban en el porche de atrás y vieron el relámpago en la oscuridad, haciendo que el
césped y los árboles resplandecieran extrañamente. Cuando las primeras gruesas
gotas de lluvia dieron paso a una cegadora lluvia, ellos entraron, acurrucándose en la
cama juntos, y quedándose dormidos uno en los brazos del otro.
Paúl se despertó abruptamente cuando sonó el teléfono. Tropezándose al

salir de la cama para responderlo, vio el reloj. Ellos se habían dormido durante dos
horas.
Él corrió a la cocina y tomó el teléfono al quinto timbrazo, pensando que

realmente tenía que poner una extensión en el dormitorio. —¿Hola?
—Hola, ¿es Paúl Gordon?
—Sí, soy yo.
—Sr. Gordon, soy Jenny Thomlinson, de la funeraria. Cory dijo que

podíamos encontrarlo a él en su casa, ¿Está disponible?
—Está durmiendo—, respondió Paúl, tratando de mantener la irritación de

su voz. —Ha sido un día difícil para él.
—Sí, por supuesto.— La mujer en el otro extremo sonaba vacilante.
—Bueno, si usted pudiera decirle que llame cuando tenga un momento, lo

apreciaría.
—¿Paúl? ¿Es eso para mí?
Paúl se giró. Cory arrastraba los pies hacia él, bostezando, e inclinándose en
su hombro. —Sí, es la funeraria—, dijo Paúl, cubriendo la boquilla con una mano. —
No tienes que hablar ahora, les dije que estabas dormido.
—No, está bien.— Cory tomó el teléfono antes de que Paúl pudiera objetar.
—¡Hola! Es Cory.
Cory dio media vuelta y entró en la sala de estar, obviamente, buscando

privacidad. Paúl no lo siguió, a pesar de que él quería. En cambio, miró por la
pantalla de la puerta al frío y húmedo atardecer. La tormenta se había asentado en
una suave lluvia que repiqueteaba en la hierba y el techo. Los rayos del sol
poniéndose desde debajo de un borde irregular de las nubes, convertían la caída de
las gotas de lluvia en una cortina de plata brillante.
—Sí, lo sé.— La voz de Cory flotaba desde la sala de estar, sonando

estresada. Paúl se esforzó por escuchar a pesar de sí mismo. —Le conseguiré esto tan
pronto como sea posible, pero... Sí... Lo sé, y aprecio eso, realmente, pero
simplemente no lo tengo ahora mismo... lo sé... Bueno, tengo unos ciento cincuenta
en mi casa, puedo llevárselos mañana... Lo sé, pero eso es hasta el último centavo que
tengo ahora mismo. No le puedo dar lo que no tengo. — La voz de Cory bajó y Paúl
perdió el hilo de la conversación. Pero él había oído lo suficiente para saber de qué se
trataba: el pago adeudado por Cory por el funeral de su madre. ¿Qué tipo de
personas son ellos, pensó acaloradamente, para llamar a un hombre por dinero el día
que entierra a su madre?
Paúl se obligó a sonreír cuando Cory volvió a la cocina para colgar el

teléfono. —Así que, ¿qué querían ellos?—, preguntó, jalando a Cory dentro sus
brazos y besando su frente.
Cory suspiró. —Les debo quinientos dólares. Crearon un plan de pago para
mí, para poder pagar el resto en cuotas, pero ellos necesitan los quinientos de
inmediato.
Era todo lo que Paúl pudo hacer para mantener calmada su voz. —Seguro
pueden esperar un tiempo, ¿eh? Tienen que saber que tú no tienes exactamente esa
clase de dinero esparcido por ahí. No mucha gente lo tiene.
—Ellos ya han hecho una excepción por mí, Paúl. Normalmente quieren el
pago por adelantado, en su totalidad. Me dejaron esperar hasta después del funeral,
y están dejando que pague con el saldo mensual. No puedo pedirles que hagan más
que eso.
—¿Dónde vas a conseguir quinientos dólares?
Cory se quedó en silencio durante tanto tiempo que Paúl no creía que iba a
responder. —No tengo ni una maldita idea—, dijo finalmente. —Va a llevarme un
tiempo ganar esa cantidad, incluso trabajando horas extra y sin los gastos
habituales...
La voz de Cory se quebró. Paúl lo abrazó cerca, tratando de no darse cuenta

de la forma en que contenía su aliento como si luchara por no llorar.
Paúl sabía lo que quería decir, y él sabía que era una mala idea antes de que
él siquiera abriera la boca. Pero tenía que decirlo.
—Yo puedo ayudar—, murmuró al oído de Cory. —Permíteme pagar esto.

Los quinientos por lo menos. Por favor.
Cory se tensó contra él, las palmas de sus manos sobre el pecho de Paúl como
si él quisiera empujarlo. Los brazos de Paúl apretándolo, negándose a dejarlo ir. —
Cory, por favor permíteme hacer esto por ti. No hay necesidad que trabajes doble
turno y luches para conseguir ese dinero, cuando puedo escribir un cheque en este
momento.
Cory se giró completamente silencioso, mirando a Paúl con shock escrito por
todo su rostro. Oh, mierda, pensó Paúl. Él apenas tuvo tiempo para afirmarse a si
mismo antes de que los ojos de Cory se oscurecieran y él empujara fuertemente lejos
a Paúl.
—¿Quién carajo te crees que eres, eh?— La voz de Cory estaba temblando. —
Ya te dije antes que no necesito tu maldito dinero. Puedo cuidar de mí mismo.
—Yo sé eso—, dijo Paúl, manteniendo su voz deliberadamente calma. —Y yo

sé que hemos estado en este terreno antes. Sólo quiero ayudar, eso es todo.
—¡No quiero ser tu jodido proyecto de caridad!
—No lo eres.— Paúl extendió su mano y tocó la mejilla de Cory, buscando

profundamente en sus enojados ojos, llenos de dolor. —Nos amamos el uno al otro
Cory. ¿No puedes confiar en mí para hacer esto por las razones correctas?
Cory le devolvió la mirada. Parecía que estaba a punto de decir algo. Sin
embargo, no lo hizo. Sacudiendo la cabeza, Cory retrocedió, dio media vuelta y salió
por la puerta de atrás.
Paúl quería seguirlo, pero no lo hizo. Por mucho que le doliera tener a Cory
enojado con él, sabía que la ira no se dirigía realmente a él. Él había sentido la misma
ira después de que Jay muriera. Una profunda furia, desenfocada, en busca de una
dirección. Si Cory necesitaba un escape, Paúl con mucho gusto lo sería para él. Él
podría manejar mucho mejor eso que la extraña calma helada en la que Cory había
vivido desde el velorio. Su alivio al ver que las emociones se quebraban a través de
esa calma poco natural casi negando el dolor de discutir con Cory hoy entre todos los
días.
Paúl miró fuera por la ventana el andar de Cory a través de la hierba, con las
manos en sus bolsillos, su ropa y su cabello húmedos por la persistente lluvia.
Haciendo caso omiso del impulso de correr por la puerta y arrollar a Cory en sus
brazos, Paúl se giró y comenzó a preparar la cena.
Reconfortado por la creciente penumbra bajo los árboles, por las luciérnagas
y grillos y fría llovizna, la ira de Cory se evaporó tan repentinamente como se había
levantado. Él no sabía por qué había dicho lo que había dicho. Paúl seguro como el
infierno que no se merecía las acusaciones que había lanzado contra él. Sobre todo
porque él sí confiaba en Paúl, más profundamente de lo que había confiado nunca en
nadie.
Cory dejó de pasear en el patio y miró hacia la ventana de la cocina. Podía

ver a Paúl moviéndose en el interior. Sacando los platos del gabinete, la comida del
refrigerador, poniendo la mesa. Luz derramándose desde la ventana por el oscuro
patio, cálida y acogedora. Por un luminoso segundo, Cory se imaginó allí, al lado de
Paúl, ellos dos riendo y robándose besos mientras ellos trabajaban. En ese momento,
Cory quería esa cómoda domesticidad tanto que era casi un dolor físico.
Tal vez podamos tener eso, Paúl y yo. Quizás podamos.
No pasó mucho tiempo antes de que Paúl lo sorprendiera mirando. Los ojos
de color celeste le devolvieron la mirada, Paúl sonrió, y Cory supo que todo estaría
bien. El ardor en su garganta se alivió un poco, y él le regresó la sonrisa a Paúl.
Paúl abrió la pantalla de la puerta y fue al patio parándose al lado de Cory.

Caminaron hasta el borde de los árboles, sus dedos entrelazados juntos.
—La cena está lista, si tienes hambre,— dijo Paúl, empujando el hombro de
Cory con el suyo.
—Sí, lo estoy. Gracias.
Se quedaron en silencio durante un rato, viendo la niebla subir desde el río,

como fantasmas reuniéndose en la oscuridad. El borde del cielo brillaba de profundo
rojo detrás de los pinos. Cory apoyó la cabeza sobre el hombro de Paúl, y Paúl apoyó
la mejilla contra el cabello de Cory.
—¿Paúl?
—¿Eh?
—Yo no quise decir nada de eso. Y confío en ti.
—Ya lo sé.
Silencio de nuevo. Un chotacabras agregó sus tonos tristes a la salida del coro
de ranas y grillos.
Reuniendo todo su valor, Cory estrechó la mano de Paúl apretándola y le

dijo lo mucho que confiaba en él. —Si aún quieres, yo de seguro podría usar tu ayuda
para pagar el funeral de mamá.
Cory podía oír la sonrisa de Paúl en su voz. —Sí, yo todavía quiero.
Con la oscuridad que les rodeaba y la cena esperando en el interior, se

besaron una vez y se dirigieron a la cocina. Cory no trató de detener las lágrimas de
caer cuando el guiso de judías verdes trajo recuerdos de la cocina de su madre. A
Paúl no parecía importarle en absoluto, simplemente se sentó junto a Cory con un
brazo sobre sus hombros y lo escuchó hablar de los buenos momentos con su mamá.
Se sentía bien ser capaz de hablar y llorar, tener alguien con quien compartir todo
eso.
Se sentía bien estar caliente y vivo de nuevo.
Cuando Cory miró en los ojos de Paúl, él vio su futuro. Y por la primera vez
en un largo, largo tiempo, ese luminoso futuro brillaba como el sol de verano.
Capítulo catorce
Cory encontraba extraño que a veces los detalles del día a día de su vida se
mantuvieran esencialmente sin cambios cuando lo fundamental había cambiado tan
drásticamente. Su madre se había ido, se había mudado prácticamente con Paúl, y no
había ido a trabajar en casi un mes. Sin embargo, él aún dormía, comía y hablaba con
la gente e incluso se reía, a veces, como si nada hubiera cambiado.
Tal vez, pensó, así es como permaneces cuerdo cuando la vida te lanza una
curva.
— ¿Cory?
Cory parpadeó y se giró para mirar a Paúl. —Ah, lo siento, una especie de
fuera de zona.
—Está bien.— Paúl lo acercó. —¿Seguro que estás listo para esto?
—Sí. Estoy listo. —Cory deslizó los brazos alrededor de la cintura de Paúl. —
Han pasado tres semanas. Necesito conseguir terminar con esto.
Paúl presionó un suave beso en los labios de Cory. —Si necesitas dejarlo,
dímelo, ¿de acuerdo?
—Claro.
Paúl le dio un beso de nuevo y se dirigió hacia la casa, con una mano aún
entrelazada con la suya. Cory lo siguió, tratando de ignorar la forma en que sus
piernas temblaban.
Paúl abrió la puerta, y Cory contuvo la respiración, entonces ellos entraron a

la casa donde había pasado toda su vida.
Parecía la misma de siempre. El linóleo manchado y agrietado, los muebles

usados, la gran mancha púrpura en la alfombra de la sala donde había derramado
zumo de uva cuando tenía diez años. Cory casi esperaba que mamá saliera fuera de
la habitación en su uniforme azul, lista para ir a trabajar. Su garganta se cerró.
—Paúl. Paúl, espera. —Cory se detuvo, agarrando fuerte la mano de Paúl. —

Espera un minuto.
Paúl tocó la mejilla de Cory. —Puedes ir a través de las cosas de tu mamá en

cualquier momento. No tiene por qué ser ahora.
—No, quiero hacerlo ahora. Es sólo que... —Cory cerró los ojos y se inclinó
contra el pecho de Paúl. —Es duro, ¿sabes?
—Sí. Ya lo sé. —La voz de Paúl era suave y triste. —Me gustaría poder
hacerlo más fácil.
—Tú estás aquí, Paúl. Eso hace que sea más fácil.
—Bien.
Cory abrió los ojos y vio a Paúl. Avanzando al mismo tiempo, sus bocas se
unieron en un profundo beso. Paúl acunó la parte de atrás de la cabeza de Cory con
una mano y deslizó la otra alrededor de su cintura. El deseo agitándose en el vientre
de Cory, desesperadamente fugaz, sólo lo suficientemente fuerte como para hacerlo
en un momento más, incluso mientras su cuerpo se rehusaba a responder. Él dejó
escapar un gemido frustrado, enterrando los dedos a los lados de Paúl.
Paúl rompió el beso, su respiración rápida y entrecortada. —Lo siento. Este

no es el momento, yo no debería haber…
—Tú no lo hiciste. Ambos lo hicimos. —Cory acarició el suave cabello oscuro

de la frente de Paúl, deseando poder explicar cómo se sentía. —Yo te quiero tanto,
Paúl. Pero no puedo. Todavía no. No sé por qué.
La sonrisa de Paúl fue triste. —No creo que el sexo sea en lo que la mayoría
de la gente piense en un momento como este, Cory.
—Yo sólo quiero sentirme normal otra vez.
—Lo harás. Esto sólo te tomará un poco de tiempo, eso es todo.
Cory rozó un dedo suavemente sobre el labio inferior de Paúl, amando la

manera en que su tacto nublaba sus ojos. —Echo de menos hacer el amor contigo.
Paúl dejó escapar un suave y necesitado sonido. —Yo también.
—Lo siento.
—No lo hagas.— Paúl enmarcó la cara de Cory en ambas manos. —Te

quiero, Cory. Estaré contigo a través de todo lo que estás pasando ahora mismo, y yo
estaré justo aquí cuando estés listo para el sexo otra vez. No hay prisa. No iré a
ninguna parte.
Un fuerte y dulce calor floreció en el pecho de Cory, tan intenso que era casi
doloroso. Sonrió a través de las lágrimas que de repente se derramaban por su rostro.
—Paúl—, susurró, su voz se quebró, temblando y apenas audible. —Te amo.

En serio.
Había mucho más que él quería decir, pero las palabras no llegaban. Mirando
en los suaves ojos azules de Paúl, sin embargo, Cory estaba seguro de que él
entendió. Apoyó la cabeza en la curva del cuello de Paúl, y Paúl lo sostuvo mientras
lloraba.
Las últimas tres semanas le habían enseñado a Cory exactamente cuán

catárticas las lágrimas podían ser. Había perdido la cuenta de cuántas veces había
llorado en los brazos de Paúl desde el funeral de su mamá. Dolorosas punzadas de

tristeza, lo dejaban sintiéndose desgastado intensamente en cada ocasión, pero
tranquilo.
En el momento en que su llanto disminuyó, Cory se sentía lo bastante

tranquilo para hacer frente a la tarea de ordenar los recuerdos de la vida de su
madre. Con Paúl a su lado, pensó que podría ser lo suficientemente fuerte como para
hacerlo.
Paúl le sonrió, retirando algunas persistentes lágrimas de sus mejillas.
—¿Estás bien?
Cory asintió, limpiándose la nariz en el pañuelo desechable que Paúl le dio.

—Sí. Estoy listo ahora.
Después de pensarlo un momento, Cory decidió comenzar en el dormitorio

de su mamá. Su estómago le dijo que esa habitación sería la más difícil de enfrentar,
por lo que quería hacerlo de inmediato, mientras que todavía se sentía tranquilo y
centrado. No mencionó sus razones, pero Paúl apretó su mano como si lo supiera.
Tomó sorprendentemente poco tiempo el ordenar por entre los cajones del
tocador y el pequeño armario. Cory contempló la ropa y las pertenencias personales
que él y Paúl habían acumulado en el desnudo somier, pensando en lo
lastimosamente pequeña que era la pequeña pila. Él había sabido siempre que su
mamá nunca había comprado mucho para sí misma, prefiriendo gastar el poco
dinero extra que había en cosas para la casa, o para Cory. Viendo cuán pocas
pertenencias ella había dejado atrás, trajo la realidad de su casa a él, junto con una
aguda punzada de pesar por todas las cosas que ella nunca había tenido.
Los brazos de Paúl lo envolvieron desde su espalda sacando fuera sus

pensamientos. Él giró su cabeza y jaló la cara de Paúl a la suya para un beso.
—¿Qué estás pensando?— Paúl preguntó mientras Cory retrocedía de nuevo.
—Sólo que Mamá nunca tubo tanto como ella se merecía. Desearía poder
haber cambiado eso.
Paúl le acarició el cabello. —Ella te tenía. Eso era mejor que toda la ropa y
dinero del mundo.
Cory no respondió, pero sabía que Paúl estaba en lo cierto, y eso era un
consuelo.
El baño era lo siguiente. Cory desechó todo excepto el jabón y el champú en

la ducha. Paúl había llevado las otras cosas de Cory a su casa hacía tiempo. Después
del baño, ellos bordearon la cocina y comenzaron con las estanterías que cubrían una
pared entera del salón.
Viejas revistas, un reloj alarma roto, y un jarrón de plástico de desvanecidas

flores de seda fueron dentro de la gran bolsa de basura. Los libros que Cory y su
madre habían reunido con los años se quedaron donde estaban, llenando los pocos
estantes.
Cory estaba quitando el polvo de los estantes recién vaciados cuando Paúl
dejó escapar un suave jadeo. —Oh, Cory. Ven aquí.
Cory a regañadientes colocó en el suelo el trapo con el que había estado

desempolvando y fue reunirse con Paúl. —¿Qué encontraste? —, preguntó, aunque
él ya lo sabía.
Paúl le sonrió desde donde se sentó en el suelo. —Fotografías. Varios

álbumes completos. ¿Sabías que estas estaban aquí?
—Sí. Yo solía verlos mucho cuando mamá se enfermó por primera vez.
Paúl lo alcanzó y tomó su mano. —¿Quieres verlos ahora?
Cory sacudió la cabeza, con más violencia de lo que había concebido. —No.
No ahora.
—Bien— Paúl dejó el álbum en su mano y se levantó con gracia sobre sus
pies, sin soltar la mano de Cory. —¿Quieres llevarlo a casa con nosotros? De esa
forma estarán allí para que los mires en cualquier momento.
—Seguro.— Cory le dio a Paúl una temblorosa sonrisa. —Gracias, Paúl. Por
entenderme. Yo no creo que nadie más podría.
—He estado donde tú estás, no hace mucho tiempo. Me tomó un mes juntar
el valor para pasar por las cosas de Jay, y casi tres meses, hasta poder ver su imagen
sin quebrarme. —Paúl descansó una mano en el la mejilla de Cory. —Esto va a
mejorar, Cory. Te prometo que así será. Sanar lleva tiempo, y tienes que darte a ti
mismo ese tiempo.
Cory no dijo una palabra, sólo puso sus brazos alrededor del cuello de Paúl y
lo abrazó acercándolo.
Al final, únicamente a Cory le tomó una semana para abrir el álbum de

fotos. Él y Paúl se sentaron uno al lado del otro en el sofá en una cálida noche de
septiembre, la cabeza de Cory descansando sobre el hombro de Paúl, mientras ellos
se abrían paso a través de las páginas de las decoloradas fotos. Cory derramó algunas
lágrimas, pero también sonrió y se rió, y relató un sinfín de historias de aventuras
que él y su madre habían compartido en la pequeña ciudad. Hizo feliz a Paúl
escuchar esas historias, y ver cómo los ojos de Cory se iluminaban con los recuerdos.
—Wow, Cory—, dijo Paúl, riendo entre dientes sobre una foto de un Cory de
once años de edad y su madre disfrazados de zombis para Halloween. —Parece que
tú y tu mamá tuvieron un montón de diversión.
—La tuvimos.— Cory sonaba melancólico, pero contento. —Ella fue la mejor
madre en el mundo.
Paúl levantó la barbilla de Cory y lo besó suavemente en los labios. —Gracias

por mostrarme esto. Los adoré.
Cory sonrió. —Me alegro de que estuvieras aquí para verlos conmigo. No
estoy seguro de que hubiera podido hacerlo solo.
—Apuesto a que podrías.— Paúl pasó una mano por los rizos de Cory. —
Pero estoy feliz de que no tuvieras que hacerlo.
—Eres tan bueno conmigo, Paúl.— Cory se inclinó y besó la barbilla de Paúl,
después su labio inferior. —Soy un tipo con suerte.
Paúl miró a los ojos de Cory desde unas pulgadas de distancia. Eran
esmeralda brillante y llenos de necesidad. Paúl tomó el álbum de fotos de las manos
de Cory, dejándolo sobre la mesa de café, y jaló a Cory hacia él.
Después de más de un mes de privaciones, los suaves besos se volvieron

rápidamente calientes, el suave y tentativo toque se convirtió en duro y demandante.
El jadeante gemido de Cory puso al cerebro de Paúl ardiendo. Cory desgarró la
camisa de Paúl abriéndola, enviando los botones golpeando el suelo. Paúl se retorció
fuera de la camisa y la arrojó sobre el respaldo del sofá.
—Paúl. Paúl, por favor. — Los dientes de Cory escarbaron el lóbulo de la

oreja de Paúl. Paúl pudo prácticamente oler su deseo. —Te quiero, ahora, en este
momento.
La voz de Paúl se negaba a funcionar, pero pensó que no importaba. Si su

necesidad era tan transparente como la de Cory, las palabras no serían necesarias.
Él cayó de nuevo en el sofá, jalando a Cory encima de él. —Fuera—, él jadeó ,

tanteando frenéticamente los shorts de Cory.
Cory bajó los pantalones cortos por sus muslos y jaló una pierna liberándola,
dejando los shorts enredados alrededor de un tobillo, después jaló con fuerza su
camiseta fuera.
Tendido desnudo entre las piernas de Paúl, él se quedó inmóvil, sus ojos
verdes calientes y salvajes.
—Quiero estar dentro de ti,— Cory susurró con voz ronca.
La idea de esto hizo que Paúl se quemara. —Sí. Jódeme.
Trabajando juntos, se las arreglaron para conseguir sacar los pantalones

cortos de Paúl entre besos. Cory humedeció dos dedos en su boca y empujó ambos
en el culo de Paúl. Paúl jadeó, sus piernas abiertas, las rodillas hacia arriba dándole a
Cory un mejor acceso. Cory retorció sus dedos un poco, y Paúl vio estrellas. Cory
dejó escapar un suave y pequeño gemido.
—Paúl, por favor, necesito... necesito...
—E-stá bien— jadeó Paúl. —Hazlo.
Cory escupió en su mano, lubricó su pene, y penetró a Paúl en un rápido

golpe. Paúl gritó, levantando las caderas para tomar a Cory en todo el camino. Esto
dolía, pero él lo quería, necesitaba el ardor que se fundía en un éxtasis lo
suficientemente grande para tragarse el mundo. Hundió las manos en el cabello de
Cory y tiró de él en un beso feroz.
—Oh—suspiró Cory contra los labios de Paúl. —Joder, tan apretado.
Paúl dejó escapar una tensa risa. —Ha pasado un tiempo. Oh, oh Dios, justo
ahí, ¡Sí!
Cory en ángulo hacia arriba de nuevo, alcanzando ese punto que desataba
una explosión en el cuerpo de Paúl, y Paúl perdió el poco control que le quedaba. Él
envolvió sus piernas alrededor de la cintura de Cory, manteniéndose, encajando sus
dedos en la espalda de Cory lo suficientemente duro para magullarlo. Él se escuchó
a sí mismo como si viniera de muy lejos, pidiéndole a Cory que lo jodiera más duro,
diciéndole en rotas frases a medio formar lo mucho que quería a Cory dentro de él
para siempre. Su voz sonaba áspera y sin sentido, y a él le gustaba eso, le gustaba ser
capaz de darle a Cory todo de sí mismo.
—Joder, me voy a correr.— La voz de Cory era apremiante, con sus brazos
temblando contra las costillas de Paúl.
—Vamos. Córrete en mi culo.
Los ojos de Cory se agitaban juntos. Sus caderas se estrellaban contra el culo
de Paúl una y otra vez, llevando su pene dentro y profundo, hasta que él se corrió
con un estremecimiento y un sollozo. La expresión de su cara, suave y extasiada,
envió a Paúl en un espiral sobre el borde. Se aferró a Cory, como una cuerda de
salvamento mientras el orgasmo lo invadió, caliente, dulce y abrumador.
—Oh. Oh, wow. —Cory se derrumbó sobre el pecho de Paúl, respirando con
dificultad.
—Dios, eso fue tan condenadamente bueno.
—Mmm. Me gusta tenerte dentro de mí.
—A mi me gusta también.— Cory levantó la cabeza, sonriendo. —Bésame.
Paúl obedeció feliz. Él pasó las palmas bajando por espalda desnuda de
Cory, mientras ellos se besaban. La piel de Cory era tan suave bajo sus manos,
suave, cálida y húmeda de sudor. Él podía sentir el corazón de Cory palpitando
contra su pecho.
Cory gimió cuando el dedo de Paúl rozó su agujero. —¿Paúl?
—¿Sí?— Él mordió el cuello de Cory.
—Vamos a tomar una ducha.
—¿Qué?— Paúl se rió.
Cory le sonrió. —Vamos a estar pegados de forma permanente si no nos

lavamos muy pronto.
—No me importa estar pegado a ti.— Paúl sujetó fuertemente el pene de

Cory , el cual ya estaba creciendo dentro de él, y Cory jadeó.
—Pero hay tantas cosas que podríamos hacer en la ducha.
—Es verdad. —Paúl se empujó sobre el pecho de Cory. —Bien, me

convenciste. Vayamos.
—Sí—. Cory aliviado salió de Paúl, mordiéndose sus labios mientras se

deslizaba libre. Se puso de pie, balanceándose un poco, y jaló a Paúl sobre sus pies.
—Tú me lo harás esta vez.
—Lo que tú digas.— Paúl mordisqueó la oreja de Cory, haciéndolo chillar.
—Vamos.
Se movieron torpemente hacia el cuarto de baño, sus brazos alrededor uno

del otro y sus bocas cerradas juntas. Paúl apenas se dio cuenta cuando se golpeó la
espinilla en la mesa de café. En el cuarto de baño, Cory rompió el beso el tiempo
suficiente para girarse en la ducha. Ellos entraron juntos bajo la ducha con agua tibia,
ya besándose otra vez.
—Dios, Paúl.— Cory lamió la garganta de Paúl. —Te quiero

desesperadamente.
—Mmm.— Paúl deslizó las manos ahuecando el culo de Cory, apretándolo

suavemente. —Date la vuelta, bebé.
—¿Por qué?— Cory deslizó una rodilla entre las piernas de Paúl. —¿Qué vas
a hacer?
Paúl gimió, balanceándose contra el muslo de Cory. —Te voy a abrir con mi
lengua.
Las mejillas de Cory estaban sonrosadas. —Oh, diablos si.— Él envolvió una
mano alrededor del eje de Paúl, sus ojos resplandeciendo. —¿Vas a meter esto en mí,
una vez que me tengas totalmente perdido y rogando por él?
—Mejor créelo. Ahora voltéate.
Cory obedientemente se giró de cara a la pared. Él le dio a Paúl una candente

mirada por encima de su hombro. Paúl se amoldó a la espalda de Cory, dejando que
su erección anidara entre las nalgas de Cory. Él deslizó hacia abajo ambas manos por
los brazos de Cory, enlazando sus dedos juntos. El agua caliente golpeando su
espalda parecía insoportablemente sensual, el vapor que se elevaba perfumado con
semen, sudor y deseo.
—Pon tus manos en la pared.— Paúl alzó sus manos unidas y plantado las
palmas de Cory contra los azulejos. —Y extiende tus piernas.
Cory deslizó sus pies. Sus dedos enrollaron contra la porcelana.
—Rápido.
Paúl se inclinó para besar el cuello de Cory. —Relájate—, susurró. —Quiero

tomarme mi tiempo. —Él arrastró sus dedos bajando a los costados de Cory. La
suave piel dorada saltó y se estremeció bajo su tacto. —Quiero probar cada
centímetro de ti.
Él movió su lengua sobre el lugar donde el cuello de Cory se curva en su

hombro, y luego se prendió y chupó duro. Cory se arqueó contra él.
—Oh, ¡oh Dios!
Paúl se inclinó para morder en el hueco detrás de la paleta del hombro

izquierdo de Cory, sus manos trazando la curva de su cadera y muslo. Cory dejó
escapar un desesperado gemido cuando los dedos de Paúl rozaron suavemente sus
bolas. El sonido fue directamente al miembro de Paúl. Esto era todo lo que él pudo
hacer para resistirse a empujar su pene en el culo de Cory en ese mismo momento. Él
apretó la punta del eje de Cory entre el pulgar y el índice, sólo para escuchar los
sonidos maravillosamente necesitados otra vez.
—Paúl, Dios, por favor, por favor...— La voz de Cory se sacudió casi tan
duro como su cuerpo. —Te necesito.
—Me tienes, Cory.— Paúl descendió lentamente sobre sus rodillas,

plantando pequeños besos suaves bajando por la columna de Cory. —Cristo, tú
haces los más sorprendentes ruidos.
Cory reía sin aliento transformándose en un grito ronco cuando Paúl lo abrió
y circuló su agujero con la punta de su lengua. —Joder, ¡joder sí! ¡No te detengas!
Paúl no contestó, con su boca estando ocupada con algo por lejos mucho
mejor que las palabras. Cory olía a sexo y sabía aún mejor. Paúl oyó sus propios y
necesitados gemidos mezclados con los agudos gritos de Cory. Lo excitaba el poder
hacer que Cory sonara así.
Él lamió y probó hasta que el agujero poco apretado comenzó a abrirse para
él. Cory penetró y empujó de nuevo contra él cuando hundió su lengua en
profundidad, una y otra vez. —¡Oh Dios! Paúl por favor, por favor, jódeme, ¡lo
necesito!
Derretido por el calor aunado en el vientre de Paúl con el sonido de sus

jadeos y roncas súplicas, fue todo lo que pudo soportar. Él se paró y empujó su pene
en el culo de Cory en un solo movimiento.
Cory jadeo. Él se inclinó hacia delante, su cabeza colgando abajo y sus manos
aterrándose a los azulejos. —Oh... sí...
Paúl se inclinó sobre la espalda de Cory, una mano en la pared, la otra

tomando el eje de Cory. Un violento escalofrío corrió por el cuerpo de Cory,
causando que su interior se ondulara y apretara alrededor del pene de Paúl.
Paúl gimió. —Dios, te sientes tan bien.
Cory estaba silencioso, su respiración llegando honda e irregular. Paúl sabía

que estaba cerca. La tensión en su cuerpo lo decía todo. Dejando ir sus restricciones,
Paúl tomó duro a Cory, acariciando toscamente el duro pene en su mano mientras él
golpeaba dentro del cuerpo de Cory. Cuando él se corrió, todo fue extrañamente
silencioso, una bruma blanca nublando su visión. Él no pudo oír el llanto salvaje de
Cory mientras él se corría en la mano de Paúl, pero él lo sintió, al igual que sintió la
agitación del cuerpo de Cory contra él. Enterró su rostro en la curva del cuello de
Cory y deseó poder detener el tiempo allí.
Tan pronto como pudo moverse de nuevo, Paúl se retiró de Cory y

suavemente lo giró a su alrededor. Cory se derritió dentro de sus brazos. Ellos
compartieron un largo y perezoso beso. Cuando éste terminó, Cory le sonrió, con sus
ojos verdes brillando con satisfacción.
—Paúl, ¿te he dicho últimamente que eres un gran amante?
Paúl se rió. —Me alegro que pienses eso. Yo podría decir lo mismo. —Él
acunó la cara de Cory en sus manos. —Te ves tan feliz ahora.
—Lo estoy. Siento que lo peor ya ha pasado ahora, ¿sabes? Como si todo
realmente va a estar bien.
—Entonces, ¿estás bien? ¿No fue demasiado pronto?
—Esto fue justo a tiempo.— Cory pasó sus dedos por el cabello mojado de
Paúl.
—Siempre la extrañaré. Ella es mi madre y yo la amo. Pero ahora estoy bien.

— Se atrajo más cerca a Paúl y lo besó en los labios suavemente. —No creo haberlo
podido hacer sin ti, Paúl.
Algo se apretó en el pecho de Paúl. Él empezó a hablar, entonces gritó a

medida que el agua de la ducha repentinamente se enfrió. Riendo, Cory se estiró
para cerrar la llave de agua.
Paúl agarró una toalla del estante y se la entregó a Cory, entonces agarró otra
para sí mismo. —Supongo que nos quedamos por mucho tiempo.
Cory le dio una sonrisa maliciosa, mientras ellos pisaban la alfombra de

baño.
—Valió la pena.
Paúl dejó de secar su cabello y miró fijamente a Cory. Él no sabía si debía

pedírselo o no, pero se oyó diciendo las palabras de todos modos. —Múdate
conmigo, Cory.
Cory levantó una ceja hacia él. —En caso de que no te dieras cuenta, me he
estado quedando aquí desde el mes pasado.
—Ya lo sé. —Paúl descansó una mano en la mejilla de Cory. —Tal vez este es
un mal momento para decir esto, pero yo no quiero que te vayas. Quiero que
vivamos juntos. De forma permanente.
Por un segundo interminable, Cory le devolvió la mirada, sus ojos muy

abiertos y en silencio. Luego sonrió, y el corazón de Paúl comenzó a latir de nuevo.
—Me encantaría eso.
Paúl pensó que este podría ser el momento más feliz de su vida. Él jaló de la
mano de Cory. Cory llegó a él y se besaron durante mucho tiempo. Cuando el beso
terminó, Cory apoyó su cabeza sobre el hombro de Paúl.
Sosteniendo a Cory cálido y desnudo en sus brazos, Paúl pensó en Jay. El

amor que ellos habían compartido, la vida que habían hecho juntos. Cuando Jay
murió, Paúl no había pensado que sobreviviría a esto. Pero él había sobrevivido. Y
ahora, él tenía a Cory. Una segunda oportunidad en el amor. Paúl descansó su
mejilla contra el cabello de Cory y sonrió.
Epílogo
—Paúl, ¿crees que a ella le gustará este vino?— Cory frunció el ceño ante la
botella de Chianti en su mano. —Este no es suficientemente bueno. Voy a ir a la
ciudad y conseguiré otra cosa.
Riendo, Paúl agarró el brazo de Cory antes de que pudiera llegar a la puerta
de la cocina. —Este está bien. Todo está bien. Deja de preocuparte.
Cory deslizó sus brazos alrededor de la cintura de Paúl. —Yo sólo quiero
darle una buena impresión. Quiero gustarle a tu mamá.
—Ella va a amarte.— Paúl levantó la barbilla de Cory y presionó un ligero

beso en sus labios. —Sólo cálmate, ¿eh?
—No puedo evitar estar nervioso.— Cory mordió su labio. —¿Que si ella esta
molesta sobre la Navidad?
Los padres de Paúl los habían invitado a ambos a pasar las fiestas en
Spokane. Paúl era el que había rechazado la invitación, diciendo que no se sentía
capaz de hacer el largo viaje, pero Cory sabía la verdadera razón.
Él no se había sentido preparado para hacer frente a cualquier otra persona,

para tener que ocultar su inevitable ataque de tristeza. Él nunca lo dijo, pero Paúl lo
sabía. Paúl podía leerlo como a un libro. Así que ellos habían puesto un árbol en la
sala de estar y pasaron el día hablando. Él había llorado un poco, extrañando a
mamá, pero sobre todo había sido bueno.
Feliz. Lo único que arruinaba esto para él era la persistente culpa por
mantener a Paúl y a su familia separados en Navidad. Él no podía creer que la madre
de Paúl no se resintiera con él por esto.
—Ella no está enojada—, dijo Paúl en voz baja. —Ella entiende, créeme.
Cory asintió y esbozó una sonrisa. —Está bien. Si tú lo dices.
—Así lo digo.— Paúl besó a Cory de nuevo, esta vez más profundo. —Mejor
me voy, el vuelo de mamá llega justo a las seis y cuarto.
Cory miró el reloj. —Tienes casi una hora. No te llevará tanto tiempo llegar al
aeropuerto.
Paúl sonrió de esa manera, que decía que él sabía exactamente lo que Cory
quería. —¿Crees que tenemos tiempo?
—Mm-hm.— Cory enrolló sus caderas contra las de Paúl, amaba la sensación
de la dureza de Paúl creciendo contra la suya. —Acabo de poner la carne de ternera
con el queso parmesano en el horno, y tú tienes por lo menos diez minutos antes de
tener que irte. Nosotros tenemos tiempo para un polvo rápido.
Los ojos de Paúl se nublaron más. Enrollando una mano en el cabello de

Cory, lo besó duro y profundo, su mano libre expertamente trabajó liberando a Cory
de sus jeans, abriéndolos.
Cory hizo lo mismo, abriendo de un tirón el botón de los jeans de Paúl y

tirando de la cremallera hacia abajo sin mirar. Ellos dejaron salir idénticos y
lujuriosos gemidos cuando sus penes se tocaron.
Cory rompió el beso para mirar abajo sus manos y las de Paúl entrelazadas
alrededor de sus dos ejes. La visión le hizo doler. Él inclinó su frente en contra de la
de Paúl y veía cómo se acariciaban uno al otro, rápido y rudo. Se sentía mareado y
sin aliento, ahogado en sensaciones, su cuerpo entero electrizado. Siempre era así con
Paúl. Como si cada vez fuera la primera. Él nunca superó la maravilla de esto.
—Oh, Dios— Paúl susurró, y se corrió duro. Una gota de esperma caliente
aterrizó en el borde del labio de Cory. Él lo lamió completamente. Ya balanceándose
en el borde, el sabor lo hizo caer. Su liberación rugió a través de él, y sus rodillas
colapsaron mientras se corría.
—Wow—. Cory se apoyó contra el pecho de Paúl, dejando que Paúl lo

sostuviera. —Yo necesitaba eso.
Paúl se rió. —Te relajarás ahora, ¿lo crees?
—Uh-huh.— Cory le dio a Paúl una sonrisa perezosa. —Oye, te das cuenta
de que así es cómo empezamos, ¿verdad?
—Como si pudiera olvidarlo.
—Han sido nueve meses. Casi a este día.
—No parece tanto tiempo.
—No.
Paúl alcanzó el paño de cocina tendido arrugado en el mostrador y comenzó

a limpiar el semen de sus manos y ropa. Los ojos de color azul pálido buscaron a los
de Cory, serios y atentos. —¿Eres feliz, Cory?
—Más feliz de lo que jamás pensé que podría ser.— Cory atrajo el rostro de
Paúl bajándolo al suyo y ellos se besaron. El sabor de la boca de Paúl, el toque de sus
labios y lengua suave y resbaladiza, se había vuelto tan familiar a Cory como sus
propios latidos del corazón, y de igual modo necesario. Le hizo sentir cálido y
contenido.
Pasaron varios minutos antes de Cory pudiera forzarse a si mismo salir de

los brazos de Paúl. —Es mejor que te pongas en marcha. No quieres llegar tarde. —
Extrajo la camisa pegajosa de Paúl. —Mejor cámbiate primero. Tu madre puede ser
una mujer de mente abierta, pero yo apuesto a que esto sería demasiada información.
Paúl se miró a sí mismo e hizo una mueca. —Sí. Bien, Déjame cambiarme y
me voy. ¿Seguro que no quieres venir conmigo?
—Estoy seguro. Tú y tu mamá deben tener un poco de tiempo solos.

Además, —se apresuró a añadir cuando Paúl abría la boca para protestar,— yo tengo
la cena en el horno, tengo que mantener un ojo sobre ella.
Paúl le dirigió una ceñida mirada, pero fue al dormitorio sin otra palabra.
Segundos más tarde, salió vistiendo unos jeans y una camisa limpia. —Bueno, me
voy. Estaremos de vuelta en una hora y media.
—Está bien. —Cory levantó su cara para el beso de Paúl. —Llámame si llegas
a liarte.
—Lo haré. Te amo.
—Yo también te amo. Cuídate.
Paúl sonrió, apretó su mano y salió apresurado por la puerta.
Deambulando dentro del dormitorio para cambiarse de ropa, Cory pensó en

los últimos meses. Habían pasado tantas cosas en tan poco tiempo.
Él se había mudado por primera vez en su vida. Él había vendido la casa en

la que había crecido. Él renunció a su trabajo en el ‘Porche del tío Charlie’ y comenzó
a tiempo completo en ‘Willow Bend al aire libre’ como él siempre había querido
hacer. Él había atravesado la muerte y aprendido a confiar y enamorarse.
Había perdido a su madre, y ganó el amor de su vida. El dolor y la felicidad,

balanceándose uno al otro. No pudo encontrar pesar en él, tampoco.
Tomó la foto enmarcada de Paúl y él en Isla Nutria, viendo la puesta de sol

con los brazos de uno alrededor del otro. Alicia había tomado la foto durante una
excursión de grupo, la había ampliado y enmarcado, dándosela a ellos para la
Navidad. Su gemelo colgado en la pared de la sala de estar, una pintura en acuarelas

suaves. Una de las mejores de Paúl, Cory pensó. Él sonrió, rozando sus dedos a
través de la imagen.
—Sí, Paúl, —susurró. —Soy feliz.
Paúl llegaba justo al reclamo de equipaje mientras su madre bajaba de la

escalera del amplio corredor. Él saludó con la mano, y ella le devolvió el saludo.
—¡Oh, mi dulce bebe!— Ella sollozó mientras Paúl le dio un abrazo. —¡Es tan
bueno verte!
—A ti también, mamá.— Él la dejó y se llevó su equipaje de mano. —Te ves

muy bien.
—Adulador—. Ella le sonrió mientras caminaban hacia el carrusel de

equipaje. —Al igual que tú, en realidad. La última vez que te vi, estabas demasiado
delgado y no habías sonreído en mucho tiempo. Te ves feliz ahora.
Paúl le devolvió la sonrisa. —Lo soy, mamá. No he sido tan feliz desde antes
de que Jay muriera.
Ella se detuvo y tomó su mano firmemente en las suyas, sus ojos azul
grisáceo muy serios. —¿Tú lo amas, cariño? ¿Y él te ama?
—Sí, mamá.— Paúl sonrió y la besó en su mejilla. —Nos amamos uno al otro
mucho. Estamos felices juntos.
—Eso es todo lo que necesito saber.— Ella enlazó su brazo a través del codo
de Paúl.
—Ahora vamos a conseguir mi maleta. Estoy ansiosa por conocer a este

muchacho.
—Él está ansioso de conocerte también.— Paúl acarició la mano de su madre,

mientras ellos fueron a reunirse con la multitud que rodeaba el penúltimo carrusel.
—Sólo sé amable con él. Está tan nervioso que no me sorprendería si explotara.
Cheryl se rió. —Cariño, voy a ser la suegra perfecta, lo prometo. Oh, ahí está
mi bolsa, bebé, ¿la conseguirías? No puedo levantar la maldita cosa.
—La tengo.— Paúl levanto la maleta de enormes flores y la puso con cuidado
en su base de ruedas. Tomó la mano de su madre, mientras se abrían para salir de la
multitud. —Me alegro de que estés aquí, mamá.
—Yo también, cariño. Yo también.
El viaje de regreso a la casa pasó rápidamente, Paúl y Cheryl charlaron

poniéndose al día de sus respectivas vidas. Al escuchar las historias de su madre, se
encontró con que a pesar de que extrañaba a su familia a veces, no entrañaba
Spokane. Él siempre lo amaría, y siempre sería especial para él, pero él tenía un
nuevo hogar ahora. Aquí, con Cory.
El sol casi se había puesto cuando Paúl deslizó la camioneta en el granero. —

Aquí estamos— dijo mientras salía de la camioneta. —Hogar dulce hogar.
Cheryl veía a su alrededor con evidente placer a medida que caminaba hacia
la casa. —Paúl, ¡esto es precioso!
—Sí, lo es. —Paúl transportó la maleta hasta el último escalón y se detuvo sin
aliento en el porche. —Maldita sea. ¿Qué tienes aquí? ¿Ladrillos?
—Sí—, ella declaró, imperturbable. Paúl se rió.
Ambos se giraron cuando la puerta se abrió. Cory se paró enmarcado en la

luz de la puerta abierta. El corazón de Paúl dio un vuelco, como siempre lo hacía
cuando veía a su amor. Él se apresuró, puso un brazo alrededor de los hombros de
Cory y lo besó en la frente. Podía sentir a Cory temblando.
—Mamá, este es Cory Saunders. Cory, esta es mi madre, Cheryl Gordon.
Cory le dio una tímida sonrisa y le tendió su mano. —Es un placer conocerla,
señora Gordon. Me alegra que haya podido venir.
Tomando la mano extendida de Cory, Cheryl lo jaló en un cálido abrazo. —

Nada de esa cosa de 'señora Gordon', Cory. Eres de la familia. Llámame Cheryl.
—Oh. Bien. — La voz de Cory era suave y temblorosa. Él retrocedió, y esta

vez su sonrisa era amplia, un poco traviesa como una por la que Paúl había caído
enamorado. —Adelante, Cheryl. La cena está casi lista.
—Maravilloso, estoy muerta de hambre.— Cheryl tomó el brazo de Cory. —

¿Qué vamos a tener?
—Ternera parmesana, pan de ajo y ensalada. Y Chianti. Espero que te guste

esto, Paúl dijo que te gustaría. —Cory dedicó una sonrisa a Paúl.
—Suena delicioso. Y me encanta el Chianti. —Cheryl se giró y guiñó un ojo a

Paúl. —¿Vas a traer mi equipaje, cariño? Me gustaría hablar con Cory un poquito.
—Claro que sí mamá.
Paúl llamó la atención de Cory mientras él agarró las bolsas de su madre.

Esos verdes ojos brillaban. Te amo, Cory pronuncio silenciosamente. Paúl sonrió, y
pronunció También te amo.
Cory y Cheryl ya estaban charlando como viejos amigos mientras pasaban a

través de la puerta abierta dentro de la casa. Paúl se giró, mirando a su alrededor en
el oscuro patio. La dulzura del aroma de las primeras flores de primavera el fresco,
aire salado. Este es mi hogar, pensó, con una explosión de felicidad. Su casa. Suya y
de Cory. Había venido aquí para escapar de su antigua vida, y terminó haciendo una
nueva. Era más de lo que esperaba, y mejor de lo que alguna vez había soñado.
Sonriendo, siguió a su madre y su amante en el interior y cerró la puerta.
Fin
Nota de la traductora:
Esta es mi primera novela traducida y espero disfruten tanto la

historia como yo ,es una historia de amor muy linda condimentada
por varias escenas hot ,pero tambien cuenta sobre dos seres que
superan la perdida de un ser amado gracias al amor que los une.
Hime-chan

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Willow Bend – Ally Blue

A mi marido, que siempre ha estado orgulloso de mí y

—¿Señor? Hemos llegado.

—Gracias. — Él dio a la azafata una sonrisa forzada. Ella asintió y

Paúl bostezó y se estiró, tratando de aliviar sus músculos acalambrados.

Treinta minutos más tarde, Paúl se sentó cabizbajo en la parte trasera de un

Las montañas rocallosas se extendían contra el cielo de fondo. Ese horizonte,

El viaje a la pequeña ciudad de Willow Bend, Carolina del Sur continuó en

El conductor salió de la carretera principal, justo debajo del centro de la

El conductor orilló el coche y estiró un grueso brazo, muy bronceado sobre

Paúl sacó un billete de cien dólares de su cartera y lo puso en la mano

No es que iba a llevarle mucho tiempo desempacar y conseguir establecerse.

—Hola, mamá—, dijo sonriendo.

—Nadie más tiene este número. ¿Qué pasa?

—Nada, sólo quería asegurarme de que llegaste bien.

—El vuelo estuvo bien. Estoy en la casa ahora mismo.

—Oh, bueno. ¿Es linda?

—No lo sé. No he entrado todavía. —Miró alrededor a las alegres paredes

—Bueno, me alegro de que sea un lugar agradable.— Escuchó el alivio en la

—Mamá, si yo no estuviera seguro, no habría comprado el lugar.

bien ahora. Honestamente. No necesitas cuidar de mí.

—Mamá, ya ha pasado más de un año. Estoy cansado de que todo el mundo

—Nunca. — Suspiró Cheryl. —Bueno, supongo que quieres ir ahora y

—Lo haré. Yo también te quiero, cariño. Llámame, ¿de acuerdo?

—Por supuesto. Adiós.

Paúl chasqueó su teléfono celular cerrándolo, sentándose, perdido en sus

Una puerta en el lado izquierdo del pasillo se abría en un sorprendentemente

Paúl encontró el cuarto de baño pequeño, con su fregadero de pedestal y una

Una puerta se abría hacia el pasillo, a otro dormitorio. El sol se filtraba a

Diez minutos después, había desembalado sus pocas pertenencias, dejando

Finalmente salió de la bañera, se puso un par de andrajosos pantalones

oscuridad de la noche se profundizaba, respirando el aire limpio y húmedo teñido

—No es malditamente probable—, murmuró al patio sombreado.

De repente, la oscuridad parecía opresiva. Se dirigió hacia el interior,

La mañana siguiente amaneció brillante y caliente. Paúl estaba descalzo

Media hora más tarde, cerró la casa y se dirigió al granero.

No estaba lejos de la casa, bajando por el claro y ancho camino un estrecho

Vagó por dentro, mirando con curiosidad a su alrededor. La penumbra

—Oh, rayos—, susurró Paúl en voz baja. —Esto es…. Es perfecto.

El vacío desván era enorme, el techo lo suficientemente alto como para

Anduvo a lo largo y ancho del piso de madera sólida, ya planificando en su

Empujó los recuerdos que surgían firmemente hacia atrás en su mente, a

No pudo evitar sonreír cuando metió la lista en el bolsillo y volvió a bajar la

Después de un par de vueltas equivocadas, encontró el camino hacia la

Macetas de ladrillo llenas de flores de colores decoraban cada esquina, y las

Paúl no estaba seguro de lo que esperaba. Probablemente, desgastados por el

¿Nunca? la voz insistente en el interior de su cabeza aguijoneó. Qué,

Al mediodía, tenía la camioneta cargada con todo, desde un caballete a un

Un consejo de la anciana de rostro dulce en la ferretería, lo guío a un

—Hola—dijo una voz a su lado. —Soy Cory, yo seré tu camarero hoy.

El joven sonrió, mostrando unos profundos hoyuelos. — ¿Puedo traerte algo

Paúl parpadeó. — ¿Qué?

Cory ensanchó su sonrisa. Paúl se sorprendió preguntándose si el cuerpo

— ¿Quiere decir del estado de Washington?

—Wow. Un largo camino para venir de vacaciones.

Paúl tomó una respiración profunda. —No estoy de vacaciones. Me acabo de

Paúl se sacudió. Incluso si Cory estaba interesado, él no lo estaba. No podía

—Dame el té helado. Sin azúcar.

—Seguro. — Cory sacó un bloc de su bolsillo. — ¿Estás listo para ordenar, o

Paúl vio el menú que no había abierto aún. — ¿Qué me recomendarías?

—El sándwich de ensalada de cangrejo—, dijo Cory. —Es lo mejor que

Paúl sonrió. —Suena muy bien.

—Sándwich de ensalada de cangrejo. — Cory arrancó la primera hoja de su