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Ser competitivos se ha convertido en una exigencia para todos. Tanto las empresas,
como los estados e incluso los trabajadores han de ser competitivos para sobrevivir en
un sistema marcado por la competencia.
Así, en el caso de los Estados, significa ser de interés para los capitales internacionales,
para lo que han de tener estabilizadas las variables macroeconómicas. También han de
contar con empresas exportadoras que sitúen al país en un buen nivel en el marco del
comercio mundial.
Las empresas son las destinatarias especiales de la necesidad de ser competitivas. Estas
han de convivir con un sinfín de competidores, siendo la mejora de la competitividad la
única garantía de supervivencia.
Por regla general, el primer paso que dan estos empresarios para disminuir costes es la
reducción de la mano de obra o la disminución de los costes salariales. En aras de una
mayor competitividad, los empresarios reclaman una mayor flexibilización del mercado
de trabajo, manifestada a través del despido libre, así como de la disminución de las
cargas sociales y la individualización de las relaciones laborales.
Por último, otras medidas adoptadas por las empresas son la diversificación de riesgos,
ampliando la gama de productos fabricados, o las fusiones con otras entidades para
alcanzar el tamaño más adecuado al mercado.
Todas estas acciones provocan cambios significativos en el tejido productivo y generan
aumentos de los beneficios que, en la mayoría de los casos, no son reinvertidos.
Por otra parte hay que decir también que las deslocalizaciones que se han producido en
países como Alemania, Francia, Bélgica y Holanda están directamente relacionadas con
los avances de la globalización financiera y comercial; y con la entrada de nuevos actores
en el escenario económico internacional que compiten para ganar nuevos mercados.
Así, por un lado, en los últimos meses nos hemos podido encontrar con que algunos
grupos empresariales emblemáticos, bajo la justificación de mejorar la productividad de
sus plantas productivas y manteniendo estrategias competitivas vía costes, están
presionando muy a la baja en el ámbito de la negociación colectiva, proponiendo
distintos modelos de flexibilización de la jornada laboral, como la prolongación de ésta
sin contraprestación salarial o, en sentido opuesto la reducción de la jornada por debajo
de las 35 horas semanales con la correspondiente reducción del salario.
Y por otro lado, también nos hemos encontrado con que algunos gobiernos europeos
promueven reformas de calado en los sistemas de relaciones laborales y de protección
social, que suponen importantes recortes al estado de bienestar alcanzado en países
como Alemania, Francia y Holanda (en Alemania la fusión de los subsidios de desempleo
y la ayuda social en un único subsidio público; en Francia la derogación de la Ley de 35
horas para las pequeñas y medianas empresas; en Holanda traspaso de competencias
del gobierno central a los municipios en materia de prestaciones sociales ).
La realidad no es otra que actualmente con la ampliación de la Unión Europea, los
efectos de las deslocalizaciones productivas, tanto económicos como sociales, se hacen
más relevantes que hace unos años y son más preocupantes, en cuanto se conjugan
toda una serie de circunstancias que alientan la reasignación geográfica de la inversión
extranjera.
Sin menospreciar y reconociendo las nuevas oportunidades que esta quinta ampliación
de la Unión Europea presenta para la economía europea y en concreto para la española,
no hay que olvidar que dicha ampliación tiene y tendrá efectos sobre el flujo de inversión
extranjera, con riesgo de desviación de inversiones, o lo que es lo mismo desinversiones
y deslocalizaciones; y ello traerá los consiguientes riesgos sobre el mercado laboral, en
concreto sobre el empleo.
Unas deslocalizaciones que han sido y podrán ser parciales (las empresas sacan fuera de
nuestras fronteras sólo parte de su producción), y por tanto compatibles con el
mantenimiento o crecimiento del empleo y de la actividad económica, siempre que
exista la posibilidad de empleo alternativo a través de las nuevas actividades que la
empresa pueda desarrollar y otras que consisten o consistirán en el cierre total de las
plantas de producción y traslado de éstas fuera de nuestras fronteras (a países menos
desarrollados, pero con menores costes laborales y exigencias sociales, así como un
movimiento sindical menos organizado y con menor capacidad de reivindicación) que es
precisamente el rumbo por el que parece que amenazan la mayoría de las empresas que
optan por la desinversión.