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Tema 6:
Teología de la Trinidad
6.1 Introducción
Que Dios sea uno y trino es para muchos cristianos una cuestión irrelevante.
¿Qué importancia tiene en nuestra vida la Trinidad? No deja de ser, según ellos, una
doctrina que sólo se acepta por respeto y obediencia a los dogmas de la Iglesia.
Además ¿cómo podría ser de otro modo? ¿No se trata de un Misterio que va más
allá de la razón? ¿Cómo admitir en Dios a la vez una Unidad esencial y una Trinidad de
personas? ¿Cómo no caer en los extremos de pensar en un solo Dios sin las Personas
(monoteísmo mono-personal) o en su contrario: un triteísmo de tres dioses distintos, lo
cual es politeísmo?
El tratado de Dios Uno y Trino mostrará los esfuerzos de la reflexión teológica por
contestar a las diversas herejías que, en un sentido u otro, querían excluir o rebajar una
de las dos realidades: la Unidad de la sustancia o la Trinidad de Personas (Padre, Inicial
hijo y Espíritu Santo).
Nosotros nos vamos a limitar aquí a la doctrina de San Agustín sobre Dios
siguiendo su genial obra De Trinitate, resumen de toda la reflexión anterior a él y prólogo
de toda la posterior sobre el tema.
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6.2 Presupuestos
Agustín se encuentra al comenzar a reflexionar sobre la Trinidad con una larga
tradición que parte de la revelación de Dios en el Antiguo Testamento: un Dios personal,
amor misericordioso, que forma un pueblo nuevo orientado a un futuro de salvación para
toda la humanidad y toda la creación.
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Dios, al que llama Abba (padre, papá) y obra en su nombre, aunque con autoridad
propia.
Los mismos autores neotestamentarios siguieron haciéndose las mismas
preguntas de aquellos que fueron testigos contemporáneos del Nazareno: ¿quién es
éste? ¿De dónde vienen las obras que hace? La afirmación de que Jesús de Nazaret es
el Cristo, es decir, el Ungido por el Espíritu Santo de este el Padre, es el comienzo y
núcleo de toda la teología y la espiritualidad cristianas.
Pero ¿dónde situar a Jesús en relación a Dios? ¿Es un simple profeta, aunque
sea el mayor de ellos? ¿Es el mismo Padre que aparece bajo otra manera? ¿Suplanta al
Padre al hacerse Dios? Antes del nacimiento de Jesús ¿había en Dios esa dualidad de
Padre e Hijo?
¿Y el Espíritu Santo? ¿Quién es? ¿Qué relación tiene con el Padre y con Jesús?
¿Es Dios o simplemente criatura de Dios?
¿Son las tres Personas divinas de las que habla la Escritura (Padre, Hijo, Espíritu)
iguales y coeternas? ¿Son simplemente nombres del único Dios, que unas veces se
revela como Padre, otras como Hijo y otras como Espíritu Santo? ¿Es Dios una realidad
sucesiva y en evolución: primero Padre, luego Hijo y, como plenitud final, Espíritu Santo?
En definitiva: ¿son tres dioses o tres Personas en un solo Dios? ¿Un Dios sin Personas
distintas entre sí como piensa el judaísmo y del islam?
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El tratado sobre la Trinidad (De Trinitate) de San Agustín es, quizás su obra
cumbre y una de las más importantes de la teología cristiana. Como dirá M. Schmaus:
"Aventaja en profundidad de pensamiento y en riqueza de ideas a todas las demás obras
de gran Doctor y constituye el monumento más excelso de la teología católica acerca del
augusto misterio de la santísima Trinidad" (1).
Su redacción fue laboriosa. Él mismo escribe: "la empecé joven, la terminé de
viejo" (Epistola 174). Comienza en el año 400, a los 46 de edad. Cuando llevaba escritos
doce libros, se los publican sin su permiso. Agustín se siente descontento, porque no ha
tenido tiempo de revisar y culminar su obra. Se abre un largo paréntesis, ocupado en
otras tareas pastorales, teológicas y literarias. Sin embargo, sigue trabajando en su
proyecto. Por fin, movido por los ruegos de sus amigos y el mandato de Aurelio de
Cartago poner fin a los quince libros en el 419/420.
Procura leer todo lo que sobre el tema cae en sus manos. Como sólo cita a Hilario
de Poitiers no podemos indicar con toda precisión sus fuentes, aunque esté familiarizado
con los distintos lenguajes de Oriente y Occidente para hablar del Misterio trinitario.
Su reflexión parte de la fe eclesial, fundamentada las Escrituras, la tradición y los
concilios. No pretende hacer evidente el Misterio, cosa imposible, sino presentarlo de tal
manera que se corrijan los errores de los herejes y se ilumine la fe de los creyentes.
Agustín termina su libro expresando en una oración la intención que tenía al escribirlo:
"Fija la mirada de mi atención en esta regla de fe, te he buscado según mis fuerzas y en
la medida que tú me diste poder, y anhelé ver con mi inteligencia lo que creía mi fe; y
disfruté y me afané en demasía Señor y Dios mío, mi única esperanza: óyeme para que
no sucumba al desaliento y deje de buscarte; ansíe siempre tu rostro con ardor. Dame
fuerzas para la búsqueda, tú qué hiciste te encontrara y me has dado esperanzas de un
conocimiento más perfecto. Ante ti está mi firmeza y mi debilidad: sana ésta, conserva
aquella. Ante ti está mi ciencia y mi ignorancia; si me abres, recibe al que entra; si me
cierras el postigo, abre al que llama. Hasta que me acuerde de ti, te comprenda y te ame.
Acrecienta en mi estos dones hasta mi reforma completa" (XV, 28, 51).
Creer en la comunión de la Iglesia para conocer; conocer para amar; amar para
ser salvo. Éste es el motivo, el proceso y el fin de Agustín y de su obra.
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demás y por el error propio. Conoce que escribir y ser leído es una empresa dialogal:
tanta importancia tiene el que escribe como el que lee. "En consecuencia, quien esto lea,
si tiene certeza, avance en mi compañía; indague si duda; pase a mi campo cuando
reconozca su error, y enderece mis pasos cuando me extravíe. Así marcharemos, con
paso igual, por las sendas de la caridad en busca de Aquel de quien está escrito: Buscad
siempre mi rostro. Esta es la piadosa y segura regla que brindo, en presencia del Señor,
nuestro Dios, a quienes lean mis escritos, especialmente este tratado, donde se defiende
la unidad de la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, pues no existe materia donde con
más facilidad se desbarre, ni se investigue con más fatiga, o se encuentre con mayor
fruto" (I,3,5).
No busca aplauso, sino la verdad: "La ley de Cristo con suavísimo imperio, es
decir, la caridad, me amonesta abiertamente y mandar preferir ser reprendido por el que
fustiga el error, a la lisonja del hilvanaba, cuando los hombres crean que he defendido en
mis libros algún error que yo no defiendo, y a unos place y a otros desagrada (...) No soy
con razón alabado por el que juzga que defiendo lo que la verdad condena" (I, 3, 6, 137).
Del libro primero al séptimo sus oponentes son los arrianos, representados en la
figura de Eunomio de Cicimo (+395), que también había sido combatido por San Basilio y
San Gregorio de Nisa, por su subordinacionismo: el Padre y el Hijo no eran iguales en su
sustancia.
De los libros 8 al 14, Agustín se enfrenta al neoplatonismo, ya que éste era de
sostén filosófico del arrianismo. En efecto, podemos considerar la doctrina de Arrio como
un intento de explicar la relación entre el Padre y el Hijo según las categorías filosóficas
neoplatónicas.
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bienaventurado y único Soberano, el Rey de reyes, el Señor de los señores, el único que
posee la inmortalidad y habita en una luz inaccesible, a quien ningún hombre ha visto ni
puede ver. A Él, honor y poder eterno. Amén”.
El texto parece reservar el ser invisible por naturaleza al Padre (como hacía
Plotino con él Uno). El Hijo y el Espíritu Santo han aparecido en las hierofanías del
Antiguo Testamento. Por tanto, ni el Hijo ni el Espíritu Santo son consustanciales al
Padre.
El Obispo de Hipona hace un estudio de estas hierofanías (manifestaciones de
Dios) y señala que sólo en el contexto de cada una es donde se podrá decir si es
manifestación de la Trinidad entera, o sólo del Padre, del Hijo o de Espíritu Santo.
Aunque él se inclina a pensar que tales hierofanías son obra de los ángeles enviados por
Dios.
Según la filosofía aceptada comúnmente en su tiempo, el ser real sólo puede ser o
sustancia o accidente. En Dios no hay accidentes. Todo en Él es sustancial. Pero, en ese
caso, las Personas divinas y la relación entre ellas ¿qué son? Si son sustanciales
tenemos en tres dioses, tres sustancias; si son meros accidentes, el Hijo y el Espíritu
Santo no son Dios, por lo tanto son meras criaturas. Agustín señala que las relaciones en
Dios, la filiación (que permite hablar de un Padre y un Hijo) y la espiración (que permite
hablar de un Espíritu el padre y de un Espíritu del Hijo) no afectan a la sustancia, ni
tampoco son accidentes. Señalan únicamente la respectividad:
Señala Piero Coda: “Así pues, san Agustín precisa con un gran tino la antinomia
fundamental del dogma trinitario: cada uno de los Tres “posee” la misma substancia (es
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Por su parte, el Espírito Santo no es mera criatura: "no podrá ser excluido de esta
unidad el Espíritu de ambos, es decir el Espíritu de Padre y del Hijo. Este Espíritu Santo
se dice "Espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir" (Jn 14, 17). Nuestro gozo
será plenitud cuando disfrutemos del Dios Trinidad (frui Trinitate Deo) a cuya imagen
hemos sido creados. Por eso se habla, de vez en cuando, de Espíritu Santo como si
bastase para nuestra bienaventuranza, y basta porque es inseparable que Padre y de
Hijo, como también es suficiente el Padre, pues no puede existir separado de Hijo y del
Espíritu Santo; como asimismo es suficiente el Hijo, por inseparablemente unido al Padre
y al Espíritu Santo" (I, 8, 18).
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"No nos referimos a una las cosas de allá arriba (...) no nos referimos al
Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, sino a esta imperfecta imagen, pero al fin
imagen; es decir, al hombre; estudio quizás más familiar y asequible a la
debilidad de nuestra inteligencia" (IX, 2,2).
Dos ámbitos del hombre le parecen especialmente claros a nuestro Autor para
encontrar esa trinidad en la unidad: el del amor y el del conocimiento.
"Yo mismo, al discurrir sobre estas cosas, veo en mí cuando amo, tres
elementos: yo, lo que amo y el amor" (IX, 2,2).
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razón pues, dijimos que estas tres realidades, cuando son perfectas, son
necesariamente iguales" (IX, 4, 5).
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Bibliografía
(1) M. SCHMAUS, Die psychologische Trinitätslehre des hl. Augustinus, Münster,
1921, 2.
(2) Cf. Y.M. CONGAR, El Espíritu Santo, Barcelona, Herder, 1983. 521-523.
(3) P. CODA, Dios uno y trino. Revelación, experiencia y teología del Dios de los
cristianos, Salamanca, Secretariado trinitario, 1993, 199.
Textos
“Agustín no cesa de decir que ni nuestras palabras ni nuestros
conceptos pueden dar razón de lo infinito de Dios: Si comprehendis, non est
Deus, dice por ejemplo en el sermón 117. Pero, precisamente el papel de la
razón humana es buscar, a pesar de todo, por medio del ejercicio normal de
sus facultades, a fin de aproximarse lo más posible. Si Dios se ha revelado
como Trinidad a través de las teofanías en el Antiguo y en el Nuevo
Testamento, tienen que existir en el alma humana algunos rasgos de esa
estructura divina, analogías gracias a las cuales podamos considerar algo de
este misterio de Dios. A través de toda la creación, Agustín halla un ritmo
ternario: medida, número, peso; unidad, forma, orden; ser, forma,
subsistencia; física, lógica, ética; natural, racional, moral; por todas partes, la
sutileza del análisis agustiniano descubre imágenes trinitarias que lo
maravillan. Pero es sobre todo en el hombre donde descubre que las
facultades psicológicas son también imagen trinitaria: espíritu, conocimiento,
amor; memoria, inteligencia, voluntad; memoria de Dios, inteligencia, amor.
No se contenta con esa especie de tríadas antropomórficas: las depura para
mostrar su valor analógico. Así la memoria puede acordarse del hombre y
también de Dios; el alma piensa en Dios y lo ama. En fin, afirma que todo
ello sólo es una imagen, una aproximación, una manera de hablar y que todo
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