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AFRICA EN CÓRDOBA

Esclavitud, Resistencia y Mestizaje.

Marcos Javier Carrizo

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Introducción
La presencia de afrodescendientes en la región de Córdoba del Tucumán es altamente
probable desde los tiempos de su fundación debido a la llegada de personas de origen afro en
la hueste del conquistador Jerónimo Luís de Cabrera, de la cual solo tres eran españoles y el
resto mestizos del Perú (Piana, 1991). En cuanto a los españoles la idea de un mestizaje con
afros no es descabellada debido a la presencia de comunidades afrodescendientes en la
península ibérica, según el historiador cubano Tomás Fernández Robaina, existían unos
100.000 en la península Ibérica para la época de la llegada de Colón a América (Cosano
Prieto, 2017; Fernández Robaina, 1990).
Estas personas de origen afro arribaron como auxiliares, soldados o asistentes de los
conquistadores ibéricos y muchos de ellos cumplieron roles fundamentales durante la
conquista de América; se conoce que en el actual Chile algunos recibieron tierras e indígenas
en régimen de encomienda integrándose como parte de las clases dominantes coloniales y
también lo hicieron en otros espacios coloniales como México, el Caribe y Centroamérica
(Salgado Enríquez, 2010; Rodríguez Ortiz, 2015; Restall, 2000). Pero la gran mayoría de ellos
y debido a su origen servil y subalterno pasaron a engrosar el llamado mundo de las clases
populares o de “baja esfera”.
Pero la llegada masiva de africanos y africanas (denominados bozales es decir africanos
recientemente raptados de África) a estas regiones estuvo relacionada al proceso de la trata
esclavista que durante más de tres siglos devastó gran parte de África y africanizo grandes
áreas de América como el Caribe, el Litoral brasileño, el sur estadounidense, o la región del
Chocó en el Pacífico desde Panamá hasta el norte del Perú. Para mediados del siglo XVII eran
muy notorios en ciudades como Panamá, México o Lima donde componían la mitad de la
población citadina (Klein)
En el Río de la Plata y en la Córdoba del Tucumán colonial el proceso tuvo su
particularidad en tanto la mano de obra esclavizada africana tendió a reemplazar parcialmente
el agotamiento de la indígena, revelándose como estructural en algunas actividades hacia
finales del período colonial aunque sin alcanzar los niveles que tuvo en las zonas de
plantación caribeña o del litoral brasilero. No obstante sabemos que en fechas tan tempranas
como 1597 ya eran una presencia afro en el área de Santiago del Estero, la asamblea del tercer
sínodo eclesiástico señalo: “todos los pobleros y estancieros, españoles, montañeses, negros,
mulatos acudan los domingos y fiestas a misa, distancia de cuatro leguas sino estuvieran
legítimamente impedidos; y los que no lo hicieren sean por ello castigados” (Peña, 1997, p,

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53). Se estima que entre 10 y 14 millones de personas fueron secuestradas y embarcadas hacia
América, el 80% de estas fueron transportadas a aquellas áreas relacionadas a la agricultura de
plantación para el cultivo del azúcar, cacao, algodón y café (el Caribe anglo-francés y el
litoral brasilero); el resto se desparramo por las posesiones españolas americanas, en
particular hacia los centros urbanos como Lima, Potosí, Veracruz, Cartagena, Panamá, ciudad
de México, Santiago de Chile, Quito, Asunción y Córdoba, como así también a las aéreas
afectadas a la minería del oro, plata, piedras preciosas y la pesca de perlas (Klein, 2011) de
allí las diferencias actuales en términos demográficos relativos a la cantidad de población
afro en los distintos países americanos. El trabajo “afro-esclavizado” se revelo como
estructural y vital en los distintos espacios regionales tal como lo señala la historiadora Leslie
Bethell:

“En el siglo XVII, el virrey de Perú explicaba que no existía “otro servicio mas que
el de ellos (los esclavos), y así fue hasta el final del dominio colonial, aunque la
importancia del trabajo esclavo en México declino a medida que avanzaba el siglo
XVIII. Se estima que en 1793 México tenía solo 10.000 esclavos, mientras que en
1812 Perú tenía 89.241. En los siglos XVII y XVIII, los esclavos negros jugaron un
papel importante en la producción de cacao en Venezuela y Quito, y destacaron en
el cultivo de trigo, el cuidado de ganado y la elaboración de vinos en las regiones
argentinas de Tucumán, Córdoba y Mendoza. En las economías de pastoreo de
Uruguay y Paraguay y en el Chile triguero, los negros no constituían una cifra
insignificante. (Bethell, 1990, p.145)

El presente trabajo es un intento de síntesis general de la historia de la población africana y


afrodescendienteen Córdoba, aborda los aspectos que considero más relevantes relacionados
a la participación de africanos y afroamericanos esclavizados en la conformación de la
sociedad cordobesa desde la colonización hasta la conformación y consolidación del estado
nacional argentino. Nace con la necesidad de contribuir a la formación de los docentes de las
escuelas cordobesas para que puedan implementar en las aulas conocimientos relacionados a
una temática casi desconocida para el público en general y para los educandos en especial,
está orientado para docentes que trabajan en los niveles medio y terciario; en alguna medida
puede contribuir a los estudiantes e investigadores de nivel universitario que se interesen por
la cuestión, de este ámbito extrae los aportes que han realizado algunos profesionales de las


Afrodescendiente es un concepto que señala la característica de ser descendiente de africanos esclavizados en
América. El termino fue acuñado en Chile en el año 2001 en un congreso de referentes afroamericanos,
preparatorio para la Conferencia Mundial de Durban, Sudáfrica.

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Ciencias Sociales y que contribuyen a la visibilizar la tercera raíz de nuestra sociedad. Es un
intento de historiar de manera introductoria procesos de larga duración relacionados a la
esclavitud y la trata esclavista, el mestizaje, las múltiples formas de resistencia, el racismo, y
la reconfiguración cultural de una sociedad colonial que aun necesitamos analizar como
matriz fundacional para entender la sociedad cordobesa de nuestro presente. Intentaremos
fundamentar la presencia de los afros en Córdoba, su inserción en el sistema productivo como
mano de obra esclavizada, el rol como pobladores de los distintos espacios de la geografía
cordobesa, la participación en los ejércitos y milicias de las Guerras de Independencia y las
posteriores Guerras Civiles, para luego encarar el tema de su supuesta “desaparición” a través
de la “invisibilización” operada por los voceros y constructores de la Argentina moderna, se
analizara también la permanencia de un colectivo social preexistente a la nación y actor
fundamental en la construcción de la misma.
Quien haya leído mi trabajo anterior “Córdoba Morena, 1830-1880” encontrara algunas
ideas o cuestiones ya trabajadas que se mantienen en el presente libro para reafirmar los
aportes de aquel, he intentado también sistematizar nuevos aportes y producciones que se han
realizado recientemente sobre la cuestión, sumando al acervo de los trabajos ya clásicos sobre
la temática todo en pos de hacer más tangible una historia afrocordobesa en la llamada “larga
duración”. Ex profeso he renunciado a colocar notas bibliográficas para hacer más ágil la
lectura pero el lector encontrara una bibliografía actualizada y una referenciación de las citas
expresadas en el cuerpo del texto.
El presente trabajo es fruto de largos años de investigación, difusión y militancia, debido a
que también me reconozco como afrodescendiente y mi historia familiar y personal está
relacionado a la historia de mis ancestros; es producto también de tres años de dictado de
seminarios sobre esclavitud en América y el Rio de la Plata que compartí con el Doctor
Daniel Gaido profesor de la cátedra de Historia Contemporánea de la Facultad de Filosofía y
Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Agradezco a los colegas, alumnos,
militantes e informantes que hicieron posible este trabajo y espero que mi labor sea útil para
los docentes, estudiantes e investigadores que se inserten en esta apasionante temática, o para
quienes sondeen en búsqueda de sus raíces conculcadas: la de nuestras raíces africanas.
Dedico este aporte a los trabajadores que con su esfuerzo sostienen la educación pública y
cuyas historias de asalariados están unidas de múltiples maneras a aquellos trabajadores afros
esclavizados, de los cuales somos sus herederos sociológicos. Del conocimiento de nuestras
historias en común vendrá también la necesaria y definitiva emancipación.
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La Trata Esclavista en el Rio de la Plata
Cuando aún no se había extinguido del todo en Europa la institución de la esclavitud tomo
nuevos bríos tras la llamada Reconquista cristiana de los reinos islámicos del Al Ándalus
ibérico y la guerra con los pueblos del noroeste de África, para luego expandirse de forma
notable al momento de la conquista y colonización de América. Esta relación social implicaba
que una persona podía ser propiedad de otra a perpetuidad, su voluntad y su capacidad de
trabajo también le estaban enajenadas, de tal manera el esclavizado/a podía ser comprada,
vendida, o legada en testamento, es decir que el ser humano que caía en esta condición era
cosificado como propiedad. Esta forma de relación servil estaba consagrada legalmente en el
derecho medieval ibérico, pero no alcanzo en la sociedad europea las características
comerciales, masivas y étnico-raciales, es decir “modernas” que implicaría la esclavitud de
los africanos en América, aun cuando hubiera comunidades afros esclavizadas en la península
Ibérica y en muchas ciudades de Europa occidental como ya se ha señalado.
El proceso conocido como Trata Esclavista Atlántica había comenzado en forma marginal
como producto de la expansión ibérica por el norte y occidente africano en la segunda mitad
del siglo XV, era un complemento del comercio del oro, el marfil y otros productos
comerciales, pero se aceleró con la llegada de los comerciantes portugueses al Reino del
Congo a mediados del siglo XVI para incrementarse exponencialmente con la participación
de las burguesías europeas en los siglos XVII, XVIII y XIX (Klein, 2011); creció estimulada
por la creciente demanda de mano de obra forzada de la agricultura de plantación, la minería y
otras actividades económicas que los europeos desarrollaban en América mientras se agotaban
las reservas de mano de obra nativa. En particular se conoce que la región caribeña y el litoral
del Brasil fueron despobladas de población indígena, las que serían diezmadas debido a las
enfermedades, el trabajo forzado y las guerras de conquista, alcanzando el proceso el rango de
etnocidio. Como alguna vez señalo Marvin Harris, lo esencial de la conquista de América fue
la conquista de la mano de obra americana, por ella compitieron tres agentes principales: las
Monarquías ibéricas, la Iglesia y los colonos conquistadores; y cuando aquí o allá esta
languideciera se apeló a la esclavitud de los africanos en una escala tan masiva que semejante
proceso jamás había sido experimentada por la humanidad.
La estructura de la esclavitud africana en América fue el resultado de un proceso de
“ensayo y error” por parte de los comerciantes y conquistadores europeos, primeramente se
acudió a la esclavización de amerindios allí donde la densidad demográfica y la existencia de
sociedades estratificadas y sedentarias lo permitió, también se conoce de la esclavización y

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tráfico de población musulmana de la península Ibérica y del Norte de África hacia nuestro
continente; en la zona caribeña las burguesías europeas nórdicas acudieron a los llamados
“sirvientes de contrato” (Klein, 2001, Grüner, 2010) es decir a europeos pobres que trocaban
el viaje a América por una serie de años de trabajos forzados o que eran secuestrados en las
ciudades europeas y traficados hacia las colonias americanas, o bien enganchados
forzosamente para las flotas de la marina mercante europea, particularmente niños y jóvenes
(Grüner, 2010). Finalmente, la expansión portuguesa por el occidente africano abrió las
puertas a un tráfico regular de mano de obra forzada cuando necesidad y precios convenientes
se conjugaron. Marx ha señalado correctamente la relación entre la conquista de América, la
trata esclavista y el proceso de acumulación originaria del capital:

“El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el


exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de población aborigen, la
conquista y saqueo de las Indias Orientales, la transformación de África en un coto
reservado para la caza comercial de pieles-negras, caracterizan los albores de la
era de producción capitalista. Estos procesos idílicos constituyen los factores
fundamentales de la Acumulación Originaria. (Karl Marx, El Capital, Cap. XXIV)

Enclavada entre el puerto de entrada del comercio para el área rioplatense, es decir Buenos
Aires y la zona de mayor demanda de manos de obra esclavizada, el eje Lima - Potosí, la
ciudad de Córdoba se insertó tempranamente en los flujos comerciales que dinamizan y
estructuran el espacio colonial en la región rioplatense. Para 1590 ya existían siete compañías
comerciales que se dedicaban a la compra-venta de esclavizados africanos denominados
genéricamente “angolas” (Rufer, 2005). Estas compañías estaban conformadas por vecinos
encomenderos de la ciudad, traficantes portugueses, funcionarios reales y variados personajes
ligados al clero secular o regular, por ejemplo los inquisidores del Santo Oficio Francisco de
Vitoria (de origen portugués) y Fernando de Trejo y Sanabria (Crespi, 2001; Pla, 1972); el
primero de ellos fue el iniciador de la trata en la región. En un trabajo ya clásico sobre la trata
esclavista se señala:

“En 1585 el Obispo del Tucumán Fray Francisco de Vitoria parte desde el puerto
de Buenos Aires cargado con harinas, textiles, sebo y cueros. Retorna cargado con
azúcar y esclavos de Brasil” (Studer, 1950).

Irónicamente aún se conmemora en nuestro país el 2 de septiembre como “Día de la

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Industria” en homenaje a aquella primera exportación de productos locales; hasta donde
sabemos aquel viaje inicial del obispo Vitoria fue el puntapié de la trata esclavista en estas
regiones, proceso que estaba llamado a incrementarse exponencialmente con el correr del
tiempo. Mientras tanto las autoridades coloniales no dejaron de señalar las actividades licitas
e ilícitas de tan ilustre personaje, por ejemplo, el Gobernador Ramírez de Velazco en carta al
Rey denunciaba lo siguiente:

“Humildemente suplico a vuestra majestad le oiga porque conviene al descargue de


vuestra real conciencia poner remedio y provecho de pastor y prelado temeroso de
Dios nuestro señor y que descargue su real conciencia y no como don fray
Francisco de Victoria (Vitoria) que ha cerca de tres años que dejo desamparada
esta gobernación y esta en Potosí tratando de negocios bien diferentes a su dignidad
y dando grande nota de su vida por ser mucha su libertad y desvergüenza” (Segreti,
1973, p.28)

En cuanto al segundo personaje Fernando de Trejo y Sanabria ha quedado en la historia


oficial como un hombre ilustre de la Córdoba colonial, siendo su rol como tratante esclavista
menos conocido, aun cuando participó activamente en distintos negocios de compra venta de
esclavizados. En las disposiciones testamentarias Trejo señalo entre otras cosas que “se haga
diligencia para cobrar 1.500 pesos que entregó a Rafael de Castro para comprar negros en
Angola”; también registro sus deudas y solicito que fueran pagadas de sus bienes “2.500
pesos a pagar dentro de un año a Maese Pedro por 9 piezas de esclavos; a doña Mallo
Verdugo 1.000 pesos que los quiere en dos negritas” (Piana, Sartori, 2012, p, 67).
Es interesante señalar que al momento de su fallecimiento entre los “bienes” que Trejo deja
en testamento se encuentran 28 esclavizados de su propiedad con un valor de 7.150 pesos,
toda una fortuna para la época (Piana, Sartori, 2012, p, 68). Sus actividades fueron tan
notorias que en 1602 el Rey solicito información sobre el desempeño comercial del
mencionado obispo al gobernador Hernando Arias de Saavedra y ordenó que no se permita
tráfico alguno de mercaderías o personas bajo su mando. Una vez receptada la orden real el
gobernador contesto al Rey en los siguientes términos:

“Vino al puerto de Buenos Aires don Fernando de Trejo obispo de Tucumán a ver un
navío que traía al tratos en el cual le vinieron doscientos y veinte piezas de esclavos
negros que le cupieron de su parte hasta sesenta y cinco”. (Studer, 1950, p.91)

El rol como tratantes de los vecinos encomenderos y los traficantes portugueses también es

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conocido; entre 1580 y 1640 la unión de las Coronas ibéricas había redundado en la activa
participación de comerciantes portugueses en la trata esclavista, en tanto los vecinos
encomenderos de Córdoba apostaron a participar del lucrativo pero incipiente negocio
asociándose con aquellos, por ejemplo en un documento de 1589 el Cabildo de Córdoba
instruyó a un apoderado para solicitar a la Corona la chance de obtener licencias o permisos
para la introducción de africanos:

“V - Item pedir al Rey nuestro señor nos haga merced de algunas licencias de
negros para que se repartan a los vecinos y moradores de esta ciudad y significarle
el poco servicio que tenemos de los naturales de esta tierra y el servicio y trabajo
que se ha tenido en descubrir el camino de esta ciudad al Brasil”.
XI- Item pedir licencia general para pasar negros de estas partes conmutando el
interés de las licencias en dinero pagados en el puerto como mercaderías” (Segreti,
1973, p.25-26).

Para la organización de la trata esclavista en sus dominios americanos la Corona Española


se valió de instrumentos legales conocidos como Asientos y Licencias, los primeros eran
instrumentos de derecho público, tratados comerciales que se firmaban entre la Corona y
compañías para la introducción de un determinado número de esclavizados, pagando un
canon correspondiente. Implicaba la tarea y obligación de proveer la mano de obra que fuera
requerida. Las Licencias eran permisos negociables que se le otorgaban a distintas personas
para conducir esclavizados a las Américas a cambio de una prestación pecuniaria (Studer,
1950, p 48), Asientos y Licencias fueron instrumentos que se utilizaron durante todo el
periodo colonial.
En cuanto a las Asientos, el primero de ellos se firmo en 1595 entre la Corona española con
el portugués Gómez Reynal, estipulaba el ingreso de 600 esclavizados por año por el puerto
de Buenos Aires. Durante este periodo de dominio portugués del comercio esclavista se
destaco la actividad comercial del gobernador de Rio de Janeiro Salvador Correa de Saa,
quien en connivencia con las autoridades de Buenos Aires enviaba regularmente desde Brasil
navíos cargados con mercaderías y esclavizados de contrabando (Crespi, 2001, p.144).
En 1601 la Corona firmo otro Tratado de Asiento con el gobernador de Luanda (actual
Angola) Juan Rodríguez Coutiño por el cual esta tenia permitido ingresar el mismo número
que Gómez Reynal (600) previo pago de 170.000 ducados, con la salvedad de que los
esclavizados debían ser del área de Angola, espacio de dominio portugués en el África (Pita,
Tomadoni, 1994, p.10).

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Si bien la Corona española era reticente a abrir la ruta Buenos Aires – Potosí, la necesidad
de evitar el despoblamiento de la ciudad más el contrabando permanente con la consecuente
pérdida de ingresos y plata potosina, la obligaron a tener una política fluctuante, ora dando
permisos, ora sancionando prohibiciones parciales o totales, llegando a consentir la
permisividad y corrupción de los funcionarios reales. También se registraron episodios de
guerra abierta contra el contrabando, por ejemplo, cuando una armada española tomo el
puerto de Colonia del Sacramento donde los contrabandistas portugueses tenían sus bases
regulares; otra medida, que resultó ineficaz, fue la instalación en territorio de Córdoba de una
Aduana seca en el año 1621, que gravaba en un 50 % el comercio del puerto con el resto de
los territorios del Virreinato.
Entre mediados y finales del siglo XVII se firmaron contratos de asiento con compañías
extranjeras primando las de origen portugués y holandés, según el investigador Eduardo
Saguier entre 1602 y 1655 fueron ingresados por el puerto de Buenos Aires unas 13.129
personas esclavizadas (Saguier, 1983). En tanto Manuel Trelles conjetura la cifra de 11.481
personas entre los años 1606-1640 basándose en el Registro Estadístico de Buenos Aires
(Crespi, p.149-150), es importante señalar que estas cifras corresponden a las actividades
legales o permitidas, razón por la cual quedaron reflejadas en los documentos de la Aduana.
Investigaciones más recientes complejizan algunas cuestiones sumamente importantes para la
temática, por ejemplo Kara Schultz señala que la magnitud del tráfico esclavista que ingreso
por el puerto de Buenos Aires fue mucho mayor al estimado durante el periodo de la unión de
las Coronas Ibéricas (1580-1640) debido al contrabando y las distintas maneras que tenían los
esclavistas de evitar las prohibiciones legales. Basándose en múltiples fuentes históricas como
correspondencias de funcionarios reales, clérigos, mercaderes, declaraciones de
contrabandistas y otras, contenidas en el Archivo General de Indias, ha logrado registrar la
llegada de más de 250 embarcaciones con esclavizados:

“Combinando estos tres métodos de contrabandear, he calculado la llegada de más


de 30.000 esclavos en Buenos Aires entre 1585 y 1640. Este número representa un
aumento significativo y confirma que Buenos Aires fue el tercer puerto de esclavos
más importante de América Española en los siglos XVI y XVII . (Schultz, 2015)

Es decir que durante la primera etapa de la trata entre finales del siglo XVI y mediados del


Schultz, Kara, “Nadie puede dexarlos de ver: redes comerciales, contrabando y el tráfico de esclavos para
Buenos Aires, c.1585-1640”, Ponencia presentada en Quinto Congreso de Grupo de Estudios
Afrolatinoamericanos (GEALA), Bs As, agosto, 2015. Inédito.

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XVII, el comercio esclavista en el espacio rioplatense fue mucho más importante de lo que
señalan los estudios clásicos sobre el tema, de esta manera Buenos Aires era junto a Cartagena
de Indias y Veracruz uno de los tres puertos más importantes para la trata en el imperio
español. Según documentos del Archivo General de la Nación de los embarques realizados en
Angola durante el año de 1612 un total de 1200 esclavizados fueron enviados al área del Rio
de la Plata (Crespi,148).
El periodo en cuestión fue dominado inicialmente por los comerciantes portugueses y hacia
el final por los holandeses, por ejemplo, el viajero Acarete du Biscay dejo constancia en su
relación de viajes que solo en el año de 1657 unas veintidós naves holandesas fondearon en
Buenos Aires cargados con esclavizados y manufacturas, retornando cargadas con plata,
cueros y lana de vicuña entre otros productos (Crespi, 149). Luego del periodo conocido
como la “Guerra de los Treinta años” en los cuales consiguió su independencia política, la
burguesía de los Países Bajos se encontró en una etapa donde dominaba el comercio europeo
y mundial, construyendo un imperio comercial basado entre otras cosas en la trata esclavista,
con mercados de esclavos en Aruba, Bonaire, Brasil y Curazao en América; o Célebes y Java
en la actual Indonesia y como vemos el Rió de la Plata también se encontraba en su zona de
influencia comercial.
Otro aporte señalado por Schultz y digno de destacar es la “especialización” del puerto de
Buenos Aires para el tráfico de mujeres y niños esclavizados, señalados estos últimos en las
fuentes como “muleques” es decir adolescentes y niños menores de 14 años. Esta cuestión
nos lleva a señalar la naturaleza estipendiaría y doméstica de la esclavitud en el Rio de la
Plata, es decir una formación social “con esclavizados”, en contraposición al sistema de
plantación que era principalmente “esclavista”. Otra cuestión central es la relativa paridad
entre hombres y mujeres que fueron traficados, distintos a las áreas de plantación donde los
hombres esclavizados doblaban o triplicaban al número de mujeres. Debido a factores
internos de las fuentes de provisión de esclavizados en África y a la demanda de hombres en
edad madura para las rudas tareas de las plantaciones y las minas auríferas, la región
rioplatense absorbió el tráfico marginal de niños y mujeres que no tenían posibilidad de ser
vendidos en esas áreas. Múltiples fuentes nos señalan esta cuestión aun en épocas más
avanzadas, lo cual señala las continuidades de esta especialización, por ejemplo, el historiador
uruguayo Eduardo Palermo quien investigo sobre la esclavitud en el actual territorio uruguayo


Ver por ejemplo el trabajo de Montserrat Arre Marfull “Mulatillos y Negritos en el corregimiento de
Coquimbo. Circulacion y utilización de mano de obra esclava en Chile, 1690- 1820”, Universidad de la Frontera,
Temuco, Chile, 2017.

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durante el siglo XIX, señala:

“En 1834, arribaba al puerto de Maldonado un barco con 338 esclavizados, siendo
numerosos los niños de 5 a 8 años, los cuales fueron vendidos entre 225 y 270
pesos... En 1835, arribó a Montevideo otro barco con 350 esclavizados, también
muy jóvenes. Sobre ese último la prensa decía: "
....venían a bordo atados de dos a
dos y de tres a tres, con fuertes cadenas que oprimían los pescuezos. Al ser
desembarcados en el Buceo, murieron ahogados sesenta y tantos de estos
. (Palermo, 2010, p. 283)
infelices"

Al alborear el siglo XVIII la Corona española fue constantemente cercada por las potencias
europeas en ascenso (Francia e Inglaterra) quienes a través de guerras y tratados le arrancaron
territorios coloniales y concesiones, asi fueron firmados contratos de Asiento con la Real
Compañía de Guinea, de capitales franceses, quienes durante el periodo comprendido entre
los años 1702-1714 introdujeron “legalmente” unas 3.475 personas esclavizadas (Studer,
1950, p.126) y posteriormente con la South Sea Company de capitales ingleses, quienes
introdujeron legalmente 9.970 esclavizados entre 1713-1750, los cuales en su gran mayoría
fueron enviados hacia los mercados chileno y potosino (Andrews, 1989, p.12). Es necesario
aclarar que ambas compañías participaron activamente del contrabando razón por la cual es
muy difícil conocer los números reales de las personas traficadas, en ambos casos, las
respectivas coronas tanto la francesa como la inglesa además de la española, tenían intereses
comerciales y eran accionistas de las compañías negreras.
La trata esclavista legal era el complemento de la introducción de artículos
manufacturados, considerado ilegal, un auténtico “Caballo de Troya” de las potencias
europeas debido a la extracción de plata potosina lo que significaba una sangría imparable
para las arcas de la Corona Española, aun cuando el comercio en general dinamizaba la
economía rioplatense con la extracción de cueros y otros productos agropecuarios producidos
localmente. La profundización de los lazos comerciales con Inglaterra explica el posterior
boom de la actividad saladeril y las exportaciones de cuero desde esta región, convirtiéndose
luego en una potente motivación para la Independencia de las Provincias del Plata.
Hacia mediados del siglo XVIII la Corona Española intento encargarse de la provisión de
mano de obra forzada, pero fracaso, como también fracaso la Compañía de Filipinas de
capitales españoles. Hacia finales del siglo el tráfico se liberalizo y fue encargado a
particulares, sobre todo a partir del Reglamento de Libre Comercio de 1789 que comenzó a

Nota de autor: el resaltado es mío.

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aplicarse en 1791 para el puerto de Buenos Aires. El siglo XIX fue el más prolífico para la
trata (Klein 2011, Thomas 1997) y también lo fue para estas regiones donde se asistió al
incremento y desarrollo de la trata esclavista a gran escala, destacándose en este período la
llegada de barcos negreros de comerciantes estadounidenses y brasileros (Horne, 2010). A
pesar de las prohibiciones y tratados que firmaron las distintas autoridades del naciente estado
argentino, los comerciantes negreros siempre encontraron múltiples maneras de introducir
esclavizados en contravención con las distintas leyes y decretos que se firmaban (Crespi,
2010). El periodo concluye en 1853 con la llegada del último barco negrero registrado a
Carmen de Patagones (Trincheri, 2001) y cierra la trata esclavista en el actual territorio
argentino, coincidiendo con la adopción de la Constitución de 1853 que prohíbe la esclavitud,
por parte de Buenos Aires, la provincia hegemónica de la República Argentina.
Existe un aspecto que hemos señalado recurrentemente y es la gran dificultad de
cuantificar de forma aproximada la cifra real de personas esclavizadas que fueron traficadas
para América, Herbert Klein un especialista de esta temática calcula que unos 14 millones de
africanos fueron arrancados de su tierra, y que unos 11 millones llegaron a América, no
obstante lo anterior y ante una tarea altamente dificultosa nos limitamos a señalar que muchos
personas quedaban en el camino desde la captura en África, pasando por el cruce del Atlántico
(llamado pasaje intermedio) hasta la venta final en estas regiones. Algunas investigaciones
señalan que por cada venta concretada, 3 o 4 personas quedaban en el camino debido a las
pésimas condiciones de traslado, las epidemias, las rebeliones y los malos tratos. En el caso
de las mujeres y muy lamentablemente la trata implicaba violaciones masivas y reiteradas:

“cuando se lleva a bordo de un navío a mujeres y muchachas desnudas, temblorosas


y aterradas suelen quedar expuestas a la grosería arbitraria de unos salvajes
blancos. La presa se reparte allí mismo, resistirse o negarse sería absolutamente
inútil”.

Otra cuestión de importancia es la permanente lucha de los esclavizados por reconquistar su


libertad perdida, por el historiador nigeriano Joseph Iñikori y otros, sabemos que la resistencia
comenzó en la misma África, en especial cuando los africanos sabían que todavía no habían
abandonado la costa africana y la chance de la libertad era mas plausible; siguió su curso con
la formación de espacios de resistencia desparramados por toda América los llamados
Kilombos o Palenques, aldeas en pie de guerra contra los esclavistas europeos y africanos


Testimonio del marino inglés John Newton, citado en Hochschild, Adam, “Enterrad las cadenas”, Ediciones
Península, Barcelona, 2006, p. 26.

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(Price, 1966, Laviña, 1998).
Aunque tal vez parezca contradictorio se conoce que las clases dominantes africanas de los
reinos esclavistas del Congo, Ashanti o Benín, se insertaron de pleno en la trata asociándose
con los comerciantes europeos. Si América era conquistada y asolada a través de la triada
conformada por Militares, Mercaderes y Misioneros, una especie de “Triple M” otro tanto le
correspondía al África en tanto espacio económico colonial, aun sin una dominación
territorial efectiva por parte de las potencias europeas pero inserta en las redes comerciales de
estas y donde los reinos arabizados del occidente africano habían desarrollado a gran escala la
esclavitud (Meillasoux, …)
Si la trata esclavista desarticulo por cuatro siglos el desarrollo de las culturas africanas,
esclavizando a parte de su poblacion, otro tanto sucedía con las clases populares europeas
pues de allí salía el grueso de los integrantes de la marina mercante dedicada al tráfico
negrero. Adam Hochschild ha señalado la altísima tasa de mortalidad de marinos europeos
dedicados a esta actividad, las bajas anuales rondaban entre un 20 al 30 % del total. De esta
manera vemos como el legado y los alcances de la trata ha quedado grabada a fuego entre los
africanos y sus descendientes, pero también en el resto de la humanidad, la alienación de la
especie humana alcanzo límites increíbles durante este proceso en el cual los africanos fueron
los más perjudicados en tanto eran sometidos a un constante proceso de deshumanización.
Como señala el siguiente testimonio sobre de la trata negrera:

“El 27 de octubre de 1803 prestaban declaración el capitán y 28 miembros de la


tripulación de la fragata inglesa Constantina que había naufragado en la costa sur
a la altura del cabo de San Antonio. Descargo las mencionadas mercaderías en el
cabo Corso y se dirigió a Boni, en Guinea, donde el capitán compro 312 negros con
el objeto de conducirlos a Buenos Aires para Francisco del Sar. Cuando se vieron
varados intentaron echar al agua la lancha, pero no fue posible hasta el día
siguiente en que un negro fue a tierra nadando con un cabo que afirmo en la costa.
Ataron a él la lancha y pudieron así hacer varios viajes poniendo a salvo 130
negros y parte de la tripulación. Todavía quedaban tripulantes, pero los que estaban
en tierra vararon la lancha y no quisieron volver por ellos a pesar de los muchos
gritos, clamores y cañonazos que dispararon pidiendo socorro. Entonces viendo que
la mar gruesa les despedazaba el buque, resolvieron picar los palos y formar
jangadas en las que se salvaron el capitán, el piloto, ocho marineros y siete y ocho
negras. Se quedó a bordo el cirujano y el resto de la esclavatura que suponían los
sobrevivientes, se habían ahogado”. (Studer, p. 30



13
La trata esclavista en Córdoba
Un 27 de abril de 1588 dos jóvenes provenientes del área de la actual Angola fueron
vendidos en la ciudad de Córdoba. El Historiador Carlos Assadourian señala este
acontecimiento como fundacional con respectos a los inicios de la trata esclavista en Córdoba:

“La primera venta de esclavos asentada en los Libros de Protocolos la realiza Lope
Vázquez Pestaña –quizás todavía vecino de Potosí- el 27/4/1588; es el adquirente
Francisco de Salcedo, tesorero de la Catedral de Santiago del Estero. Este religioso,
compañero de negocios o socio menor del obispo Vitoria paga $ 1000 por dos
esclavos angolas, Pedro y Guiomar”. (AHPC. Protocolo 1588/9. Fº 10 vto.6)

La trata esclavista como proceso fue un producto mas de la larga noche colonial, la
expoliación y sometimiento de los pueblos originarios sentó las bases para la acumulación de
capital en las oligarquías americanas en tanto clases dominantes conquistadoras, variados
productos del tributo indígena eran comercializados y la riqueza obtenida era reinvertida entre
otras cosas en la compra de esclavizados africanos. En la llamada Córdoba del Tucumán
cuando se fueron desestructurando las encomiendas indígenas durante la primera mitad del
siglo XVII el trabajo de los afros se torno cada vez mas necesario y urgente para reemplazar
la menguante mano de obra nativa, incrementándose con el andar del tiempo la trata negrera y
la presencia de africanos esclavizados.
Esta coyuntura seria ampliamente aprovechada por sectores de la oligarquía cordobesa en
tanto intermediaria de los espacios rioplatenses, altoperuanos y chilenos. Asociados a
negreros portugueses los “emprendedores” comerciantes cordobeses estructurarían una red
esclavista que conectaba a los puertos africanos con el continente americano a través de una
ruta que unía el occidente africano desde el Congo, Angola, Brasil, Buenos Aires, Córdoba,
Chile, Potosí y Lima. El entramado comercial implicaba como ya señalamos productos
agropecuarios y textiles de las encomiendas indígenas, manufacturas europeas y asiáticas,
africanos esclavizados y fundamentalmente la tan requerida plata potosina. Por ejemplo el
caso del encomendero Luis de Abreu quien participaba activamente de la trata:

“Luis de Abreu interviene en el comercio de la trata: conduce dinero de otros


habitantes de la Gobernación, para ser empleado en Brasil en la compra de
esclavos; traspasa licencias de esclavos a autoridades locales; o bien se encarga de
recibir en Buenos Aires y trasladar a Córdoba, las piezas de negros que otros
vecinos han adquirido. En 1602, Abreu emprende una importante operación

14
comercial. Bajo la licencia del asiento de Pedro Gómez Reynal, su socio Márquez
Correa trae de Angola 118 piezas de esclavos. Luis de Abreu los recibe en Buenos
Aires y luego los conduce hacia Córdoba. Aunque la primera intención es
comercializarlos en Potosí, se informan que el mejor negocio consiste en llevarlos
desde Córdoba a Chile, y desde allí a Lima por vía marítima, ya que en la capital
virreinal el precio de las piezas es mayor. La ruta requiere menos costos y se evitan
muchos riesgos de muerte de los esclavos” (Piana, 1991,p,197).

Con la exclusividad comercial otorgada al puerto de Lima por parte de la Corona Española,
los implicados en la trata en la región rioplatense acudieron a las licencias y asientos pero
cada vez más y como alternativa del trafico legal al contrabando sistemático a través del
puerto de Buenos Aires, esto implicaba una gangrena para el sistema monopólico español que
sin solución efectiva mino durante siglos el control de la economía colonial por parte de la
Corona y permitió el enriquecimiento de los sectores dominantes locales y sus socios
extranjeros. Por ejemplo, entre 1603 y 1609, la ciudad de Córdoba concentro la mayor
cantidad de operaciones comerciales de esclavizados en el Río de la Plata, 10 de 19
operaciones y 43 esclavizados de un total de 79 (Rosal, 2010, p.13)
Un estudio sobre la trata en el siglo XVII nos señala la motivación económica que
implicaba el trafico de seres humanos; según este trabajo, un esclavizado costaba un promedio
de 55 pesos en Angola, alrededor de 100 en Buenos Aires, entre 300 y 400 pesos en Córdoba
y hasta el doble de ese precio en Chile, Potosí o Lima. De acuerdo a las fluctuaciones del
mercado las utilidades comerciales podían llegar a un 400 % del capital invertido (Pita,
Tomadoni, p. 43).
Un aspecto peculiar es la comercialización de los tributos de las encomiendas indígenas
que los vecinos insertan en los circuitos comerciales, así encontramos que en 1603 el vecino
Pedro de Chaves trajo de Angola una partida de esclavizados que según sus registros pago con
“dos sobrecamas de guanaco, un terciado de munesco y 20 fanegas de harina de trigo” (Pita,
Tomadoni, p.439). Las ganancias eran tan grandes que algunas compañías integradas por
cordobeses fletaron barcos directamente desde Brasil y Angola trayendo esclavizados que
ingresaron por Buenos Aires bajo autorización de los asientos que los portugueses habían
firmado con la Corona. A las peripecias de la participación mercantil de la clase dominante
cordobesa en la trata negrera se refiere la carta que el Gobernador Hernandarias de Saavedra
envió al rey en agosto de 1615:

“Los daños de la venida de cordobeses con carretas y corambre son porque en este

15
trajín bajan muchos mercaderes con plata y pasajeros del Perú que se embarcan y
retornan con negros sin registro (…) con provecho de los mercaderes portugueses
con quien tiene una tácita correspondencia” (Studer, 1950).

Por la misma época comienzan a asentarse en la región las órdenes religiosas, entre ellas
los Jesuitas, quienes llegaron a ser los máximos poseedores de esclavizados en el Río de la
Plata, aunque su participación excedía el espacio rioplatense para abarcar gran parte de
América. Las órdenes religiosas se caracterizarían por poseer grandes cantidades de esclavos
en toda la América española y portuguesa debido a su mayor disponibilidad de capital y
crédito (Aranda- Lacoste, 2016; Bowser, 1975); para el caso de Córdoba la participación de
los Jesuitas se torna indispensable para el sistema esclavista que se implanta a lo largo del
siglo XVII en gran parte del territorio cordobés, como lo señalan las historiadoras Pita y
Tomadoni:
“Es importante señalar entre otros aspectos “modernos” de la Compañía de Jesús
no solo como explotadores de mano de obra esclavizada sino también en el rol de
prestamistas que tenían en la época. También controlaban gran parte del territorio
cordobés con la posesión de grandes estancias como Caroya, Alta Gracia,
Candelaria, Jesús María, San Ignacio, Santa Catalina y otras posesiones menores
como Candonga, Calera y Quintas de Santa Ana”. (Pita, Tomadoni, 1994, p.67)

En un artículo reciente Marcela Aranda y Pablo Lacoste dos investigadores de las


Universidades de Mendoza y Santiago de Chile han señalado la presencia fundamental de
trabajadores afros en la viticultura de aquellas regiones. Una actividad que no fue ajena a la
presencia jesuítica y a los afros en Córdoba, en la estancia de Jesús María la orden estructuró
una unidad productiva vitivinícola donde un tiempo antes habían sido plantadas las primeras
cepas del actual territorio argentino, en 1599 se introdujo la vid en Huañusacate (actual Jesús
Maria) en el establecimiento de Alonso de la Cámara que posteriormente fue adquirido por la
orden Jesuítica; como lo reconoce esta carta de 1615 del padre Pedro de Oñate:

“Lo temporal de este colegio ha tenido estos dos años muy grande aumento, el
principal es haberse acabado de entablar las dos haciendas la una de toda suerte de
ganados vacas, ovejas, yeguas y cabras en gran cantidad en Caroya; y la otra de la
viña y sementeras de trigo y maíz en Jesús María. Para estas haciendas se han
comprado ocho esclavos de nuevo y se ha hecho una casa en Caroya”. (Segreti,
1973, p.79).

16
En distintos trabajos históricos se ha señalado la participación jesuítica en la trata, algo que
era reconocido por ellos mismos en los documentos de la Orden, la participación en la trata no
solo se reducía a los jesuitas sino que también abarcaba a las demás ordenes, por ejemplo en
1621 el convento de Santa Catalina de Sena de la ciudad de Córdoba ordeno al Licenciado
Antonio de León quien se encontraba próximo a partir hacia España que “solicitara permiso
para la introducción de 50 esclavos por el puerto de Buenos Aires que el convento necesitaba
para su sustento” (Pita-Tomadoni, p.39). Similar situación parece haber sido la del
Monasterio de las Teresas como señala la historiadora Gabriela Peña:

“en la misma acta de fundación del Monasterio de Santa Teresa en 1623, se


donaban para comenzar la obra “las casas de la morada de Pablo de Guzmán y
María de Viga suegros de Juan de Tejeda y doce piezas de esclavos chicos y
grandes”. Es frecuente, también, encontrar en los archivos testimonios de compras
y ventas de esclavos por parte de ambos conventos, y también de herencias
recibidas por las monjas que incluían esclavos” (Peña, 1997, p, 361).

En tanto en el año de 1628 el padre Nicolás Duran de la Compañía de Jesús fue


inspeccionado por funcionarios de la Aduana cerca del rio Tercero, llevaba entre otras cosas
“fardos de paño, lienzo, libros, cera, aceite, ropa blanca, criados y catorce “piezas” de
esclavos”. El clero secular no estaba exento de participación en la trata y siguiendo los
ejemplos de Vitoria y Fernando de Trejo y Sanabria, también en 1628, Fray Pedro de Carranza
obispo del Rio de la Plata declaro ante los agentes de la Aduana 19 esclavizados con sus
respectivas marcas y licencias de los cuales 13 eran propiedad del obispo y el resto de sus
acompañantes (Pita- Tomadoni, pp. 39-40).
En 1635 el Superior Provincial de los Jesuitas reconocía en la Carta Anua que “el
ministerio de los negros de que se va llenando todas estas gobernaciones traídos de las costas
de África, se iba incrementando mucho” (Peña, 178), mientras el padre Pedro Lozano
historiador jesuita del siglo XVIII, señalaba que “la lengua más común entre los negros que
se comerciaban en Córdoba era la de Angola”. (Peña, 179). En el Libro de Gastos del
Colegio Máximo se anotaron algunas compras realizadas por la orden durante el siglo XVIII:

COMPRA DE ESCLAVOS:
Diciembre de 1715: 310 pesos por un negrito que se compró para la Botica
Julio de1721: 400 Pesos a don Leandro por un negro que se compró.
Mayo de 1724: 200 pesos al maestro Olivera por el esclavo.

17
Noviembre de 124: 626 pesos de tres esclavos.
Diciembre de 1725: 2 mil pesos por los Angolas.
Abril de Junio de 1726: 200 pesos por el negro que se compró para pagar otro al
doctor don Fernando.
Febrero de 1729: 115 pesos por el esclavo.
Agosto de 1733: 150 pesos por compra de un negro.
Marzo de 1736: 51 pesos por la conducción de un esclavo desde San Juan.
Abril de 1736: 125 pesos por el negrito del obraje.
Julio de 1741: 38 pesos que se gastaron en solicitar al negro que se vendió en Lima.
Febrero de 1745: 232 pesos por el negro José (para Jesús María).
Marzo de 1753: 11 esclavos comprados a 225 pesos cada uno.
Junio de 1761:300 pesos por un esclavo.

Siguiendo con el caso jesuítico podemos comprobar que debido al sistema de producción
implementado, los esclavizados tenían la posibilidad de casarse y construir familias, un
formidable sistema de control para atar al trabajador a la tierra y evitar fugas. Los casamientos
entre esclavizados no solo era alentado sino premiado de alguna manera según se desprende
del siguiente testimonio: “Enero de 1730: 40 varas a dos esclavos que se casaron más 6 pesos
que se gastaron en su boda”. (Libro de Gastos del Colegio Máximo, Piana, inédito).
El sistema jesuítico implicaba también la endogamia racial entre esclavizados y según
parece se vendía a los niños que acaso eran producto del mestizaje de africanos con otros
grupos sociales. Con motivo de un periodo de pestes y epidemias que azotaron a Córdoba
1717-22 y 1742 en el cual falleció un número indeterminado de esclavizados se ordenó
nuevamente la compra de esclavos en Buenos Aires, con la premisa de mantener la
proporción entre los géneros para luego reproducir convenientemente la mano de obra
forzada, así se desprende de los siguientes memoriales:

“De la plata que está en Buenos Aires se emplearan dos mil pesos en esclavos, que
sean unos doce más mujeres que varones” (Memorial del padre Jaime Aguilar para
la estancia de San Ignacio, 3 de abril de 1734).
“Aplicando todo el producido a la compra de negros para que haya gente bastante
para la labranza de la viña y juntamente con quienes remediar tantas viudas como
hay en esta Estancia” (Memorial del Padre Machoni para la Estancia de Jesús
María en la visita del 2 de marzo de 1741. En Arcondo, 1992. P. 194).

El sistema jesuítico fue pionero en América en la reproducción de la mano de obra


forzada, al casar a sus esclavizados la orden usufructuaba de los nacimientos que se producían

18
entre la comunidad esclavizada y los niños nacidos en cautiverio agrandaban constantemente
el capital de la misma, así lo confirman los distintos documentos de la orden, como por
ejemplo el libro de gastos del Colegio Máximo:

Enero de 1718, 47 pesos de ropa para vestir a los negritos que fueron a las
Misiones. Abril de 1720, 8 varas de cordellete para unos negritos que fueron a las
Misiones. Julio de 1723, 45 varas de ropa a los negritos que fueron a las Misiones
más yerba, tabaco y jabón. Noviembre de 1733: 60 pesos por el flete de los negritos
que fueron a las Misiones. Marzo 1748:10 pesos plata por el flete de los negritos
que vinieron de Santa Fe. Julio 1724, 180 varas de ropa para vestir a las negras, 34
de lienzo, 50 de bayeta para las negritas, 40 de ropa y 10 de lienzo para vestir a los
Angolas.

El alto nivel de cooperación social logrado con respecto a los planteles de esclavizados ha
generado mitos como el de “esclavitud benigna”, mito al que adhirió cierta historiografía
clásica, pero que es desmentido por las recientes investigaciones (Rufer, 2005), por ejemplo el
control de los esclavizados implicaba el castigo y venta de los trabajadores díscolos. En un
Memorial fechado en 1747 se lee:

”Al esclavo que pide casarse con libre, lo venderá usted para no abrir la puerta a
semejantes pretensiones. Ni conviene tampoco tenerlo soltero, porque él no vive
como tal antes con bien poco ejemplo”. (Memorial del procurador provincial
Manuel Querini para el rector del Colegio Convictorio de Nuestra Señora de
Monserrate en diez de diciembre de 1747, En Arcondo, 1992, p,195).

Con el avance del siglo XVII la trata negrera tendió a incrementarse y a pesar de que no
tenemos mucha información para la segunda mitad del siglo, este no iba a concluir sin que se
operaran algunos cambios estructurales en la sociedad cordobesa, en primer lugar, la
constante difusión del esclavismo colonial en las estancias religiosas y laicas de Córdoba; por
otra parte el proceso de estructuración de rutas comerciales que dinamizan el espacio
cordobés y definen su especialización en el ganado del mular. Circuitos, tráficos y redes que
sufren los avatares de las Guerras Calchaquíes y las coyunturas económicas del Potosí pero
que han llegado para quedarse y aun profundizarse, las fuentes también señalan dos aspectos
centrales que abordaremos mas adelante, el profundo mestizaje con la consecuente
africanizacion de la población cordobesa y las múltiples maneras de la resistencia que los

Libro de Gastos de la Compañía de Jesús. A.A.C. Agradezco a la Dra, Josefina Piana la cesión de este material.

19
esclavizados opusieron a sus captores y a los flagelos de la esclavitud. De estos cambios
estructurales dejaron testimonios las autoridades coloniales, por ejemplo, en 1641 las actas
capitulares registraron que en Córdoba y su campaña habitaban cerca de 2000 esclavizados,
algunos nacidos en la región; para esa fecha existen 110 vecinos en la jurisdicción, es decir un
promedio de 500 españoles (Pita, Tomadoni, p.64). En el mismo sentido y corroborando lo
anterior se expresaba el ya nombrado viajero Acarate du Biscay allá por 1658:

“Córdoba está compuesta de 400 casas; rica en oro y plata proveniente del
comercio de mulas con Perú y otras partes. Este tráfico hace de la ciudad la más
considerable del Tucumán, así por su riqueza y comodidades como por el número de
sus habitantes, al menos 500 o 600 familias, además de los esclavos que son el
triple. (El viaje de Acarette du Biscay, citado en Segreti, p. 90).

Durante el siglo XVIII Córdoba siguió siendo un espacio vital para la trata esclavista, que
como hemos señalado había sido articulado en el siglo anterior, el historiador Félix Torres en
tanto investigador de la temática reconoce la dificultad de realizar un seguimiento de la trata
en el primer tercio del siglo debido a la escasez de fuentes documentales y a la práctica de no
asentar todas las ventas en registros de escribanos. Por ejemplo, los libros de Hacienda,
Alcabalas y otros impuestos no fueron completados para el periodo 1700-1748. (Torres, 1990)
No obstante lo anterior Torres señala que 476 personas fueron vendidas entre 1700 y 1731
según otros documentos coloniales como los registros de escribanos, destacándose las ventas
al por menor de lotes de hasta tres esclavizados. También señala que la compra venta y
posesión de esclavizados no fue patrimonio exclusivo de un sector social, sino que buena
parte de los grupos sociales poseían mano de obra forzada, los vecinos encomenderos, el
clero, los maestros artesanos y aun pequeños comerciantes tenían pequeños planteles de entre
1 y 5 esclavizados.
En cuanto a los tratantes se destaca para este período el desempeño de los comerciantes
porteños, así dieciocho de ellos quedaron registrados en documentos comerciales referentes a
la trata, otra corriente comercial era la que componían los comerciantes del norte y el Alto
Perú, de la cual siete tratantes fueron registrados vendiendo personas en Córdoba (Torres,
1990, p.121). También se registró a tratantes de Chile, Cuyo, y en menor medida de Santa Fe
y el interior cordobés, todo esto confirma el rol de la ciudad en tanto plaza revendedora y
distribuidora de esclavatura, abasteciendo parcialmente la demanda originada en otros
espacios del Tucumán, Chile y el Alto Perú (Torres, p.123). Para Félix Torres, el tráfico de
esclavizados representa para Córdoba una forma de obtención de metálico que sumado al de

20
mulas posibilitan el enriquecimiento de sectores de la clase dominante cordobesa y también
porteña:
“Conformado el circuito comercial Buenos Aires- Córdoba y Noroeste- Alto Perú,
las operaciones realizadas en Córdoba, nos permiten verificar la extracción de
metálico del interior y particularmente Córdoba, por parte de los tratantes
porteños, hacia su lugar de origen. De esta forma, el trafico negrero, contribuye a
la acumulación de capital-dinero en manos de la “burguesía comercial portuaria”
(Torres, pp. 123-124).

Por otra parte y como se señala en el párrafo anterior las redes de tráfico unían las zonas
más dinámicas de la economía virreinal, así en septiembre de 1799 en la ciudad de Oruro se
registró la venta de “dos negritos bosales de nación Angola llamados Joaquin y Manuel” por
parte de Juan Antonio Lezica, residente en Buenos Aires, a Diego Antonio del Portillo
(Angola Maconde, 2010).
Un rol primordial en la trata esclavista y como ya ha sido señalado es la que desarrolla la
Iglesia Católica, sus agentes son los principales tratantes durante el periodo 1700-1731, en
tanto compran 70 esclavizados y venden unos 80, es decir participan del 15% de las compras
y un 17% de las ventas de un total de 476 personas vendidas en el periodo (Torres, p.126). Por
ejemplo veamos el desempeño de don Diego Salguero de Cabrera, caracterizado personaje de
la curia cordobesa y miembro de una encumbrada familia, quien decidió realizar un inventario
de sus bienes al ser nombrado Obispo de Arequipa. En 1770 poseía 114 esclavizados de
ambos sexos 88 varones y 26 mujeres, quienes fueron valuados en 35.200 pesos plata
corriente; la mayoría entre 14 y 45 años es decir en plena edad reproductiva y varios de ellos
con oficios como albañiles, sastres, carpinteros, herreros y zapateros. Es con esta mano de
obra esclavizada con la que seguramente hizo marchar gran parte de sus emprendimientos
productivos y comerciales, la gran cantidad de esclavizados nos hace pensar que la mayoría
de ellos serían revendidos, otros le sirvieron como administradores de sus numerosos
negocios, tiendas y estancias las que obviamente no administraba personalmente (Ferreyra,
2007).
Un párrafo también destacado merece el entramado jerárquico de la clase dominante en
Córdoba que atesora los resortes del poder económico, político y militar, algunos de sus
miembros son quienes participan activamente en el comercio negrero. Por ejemplo, Domingo
de Castro es Sargento Mayor, Noble Canelas ejerce el cargo de Alcalde de Primer voto y
Bartolomé de Ugalde el de Regidor de la ciudad (Torres, p.131). Otros como Juan López
Cobo y Josep Portillo incluso negocian directamente con navíos negreros en Buenos Aires

21
(Punta, p. 102) y se dio el caso de aquellos que enlazaban negocios directos con Brasil, Chile
y el Alto Perú, lo que les permitía participar del comercio de esclavos y de la introducción de
productos americanos como azúcar o tabaco, o artículos de cobre y “ropa de la tierra de
Chile” (Punta, 103). El mercado chileno era una de las plazas más importantes para la trata
esclavista en estas regiones:

“Chile enviaba tras la cordillera ponchos, vinos, cueros curtidos, plata y oro y
recibía de aquellas regiones frazadas de lana y jabón de Mendoza, ganado de las
pampas, yerba mate del Paraguay y los negros esclavos. La entrada de esclavos, a
través de este camino, constituía para Chile una forma más económica de obtener
mano de obra que por vía del pacifico. (Gabetta, p, 25, 2001,)

El pago del comercio humano se realizaba preferentemente en metálico (plata) tal como
señalamos y también a veces en menor medida con productos de la tierra que los vecinos
encomenderos producen o reciben del tributo indígena o que compran para su posterior
comercialización. Así vemos registrados en las operaciones productos como mulas, géneros
textiles, ganado vacuno, o especias que se utilizaban para el pago de las transacciones.
Ejemplo de lo anterior es la actuación comercial del vecino encomendero Antonio Sosa dueño
de las estancias “Los Cocos” y “San Lorenzo” en el Rio de los Sauces (suroeste cordobés);
quien dejo asentado en su testamento la posesión de dieciséis esclavizados, entre ellos: “un
esclavo llamado Thomas edad de un año que lo bendi ya grande a Don Antonio Axballo por
nobenta mulas de año” (Giordano, 2013).
Para el siglo XVIII se registra un cambio estructural en la trata y es que la mayoría de los
esclavizados comercializados localmente son criollos o afroamericanos, es decir son nacidos
en Córdoba o en la región debido al crecimiento vegetativo de la población esclavizada y el
mestizaje. De las 476 personas comercializadas durante el periodo 161 son de Córdoba, 45 de
Buenos Aires, 3 de Cochabamba, 2 de la Rioja, 2 de Santiago del Estero y una de Paraguay;
en tanto no se registró el origen de 262 personas (Torres, p.135), aunque en las fuentes
comienza a aparecer Guinea como lugar de origen de los esclavizados coincidiendo con la
presencia inglesa en el Río de la Plata que poseía en las regiones del golfo de Guinea (del rio
Senegal hasta el actual Camerún) los puertos de aprovisionamiento y embarque. (Hochschild,
2006).
Otro dato muy importante es el carácter mixto de las compra-ventas, antes de 1715 las
mujeres sobrepasaban a los hombres en un 16% pero a partir de esa fecha la relación se iguala

22
hasta alcanzar una cierta paridad en torno al 50%, que como hemos señalado sería una
tendencia histórica en la trata negrera en la región. Un rasgo a destacar es el carácter mestizo
de los esclavizados comercializados, la mayoría de ellos son señalados como mulatos/as
confirmando el avanzado proceso de mestizaje que suponemos se inicia a mediados del siglo
anterior, las fuentes indican que se comercializaron unos 154 mulatos/as y 179 negros/as
(Torres, p. 135).
Los circuitos comerciales cruzaban la provincia hacia distintas áreas como por ejemplo
Chile. En el sur de Córdoba en 1761 dos guardias del Rio IV acusaron al tesorero de la Real
Hacienda, Juan de Alberro y a los comandantes de esa frontera Miguel de Arrascaeta y
Baltasar de Cisneros de haber dejado pasar una carreta con cuarenta “negros esclavos”
enviados por Don Francisco de Campos Lima desde Colonia del Sacramento con destino a
Chile, a cambio recibieron “300 pesos y 3 negros como pago”. (Punta, 2010, pp. 99-100.)
Como vemos las rutas comerciales estructuradas un siglo antes abarcan amplios espacios del
ámbito rioplatense y conectan distintas regiones y ciudades a través de los circuitos de trata,
un documento de mediados del siglo XVIII lo confirma:

“El negro Ignacio declara que fue comprado en Colonia del Sacramento por don
Francisco de Villasana y que fue traído del Río de Janeiro a dicho presidio de la
colonia y que dicho Villasana lo condujo a Córdoba sin entrar por Buenos Aires con
otros varios negros, que lo desembarco en la costa de Santa Fe y que hará cosa de
seis años poco más o menos lo compro Don Marcos Infante y que los demás los
llevaron para arriba (Alto Perú)”. (En A.H.P.C. Crimen, 1764, legajo.19.
expediente, 4.)

Había otra actividad en la que descollaban los agentes de la Iglesia, el rol de prestamistas,
desde la cual también atesoran esclavizados que los vecinos cordobeses en tanto deudores del
clero deben entregar a las instituciones religiosas, engrosando el patrimonio eclesiástico.
También reciben poco a poco a hombres y mujeres esclavizadas por donaciones
testamentarias de parte de la sociedad cordobesa, en el último siglo de pervivencia de la
esclavitud serán los mayores esclavistas en Córdoba, el Rio de la Plata y América. Por
ejemplo la Orden de Santa Catalina de Sena poseía en 1775 la cantidad de 218 persona en
situación de esclavitud, 62 infantes desde niños de pecho y hasta los 10 años de edad, 94 de
edades comprendidas entre los 10 y 30 años, 34 de entre 30 y 40 años y 28 esclavos de más de
40 años.
Tratándose de un Convento de clausura el grueso de los mismos seguramente habitaba en

23
la ranchería contigua al Convento; las monjas utilizaban solo 46 en su atención y la del
Convento y el resto se alquilaba. Los esclavos empleados en la atención de las monjas
recibían alimentación y vestido y los alquilados pagaban su manutención con parte de los
jornales que agenciaban en el alquiler de su trabajo. El padrón es cuestión muestra que una
elevada proporción de los esclavizados 60 % estaba comprendida en edades que podrían
considerarse activas (entre 10 y 40 años) lo que puede hacernos pensar en un proceso de
selección operado a través de la venta de los esclavos viejos (I.E.A. Fondo Documental.
Documento n° 3539).
En el caso de los esclavizados al servicio del Convento de Santa Teresa, había un número
similar (46) afectados a las tareas de la orden y rotaban semanalmente en los distintos trabajos
y se renovaban con otros provenientes de la ranchería.
Hacia finales del siglo, en 1767 la orden Jesuítica fue expulsada de todos los dominios
americanos, contaban en todas sus propiedades con un total de 17.275 esclavizados, unos
5.160 en la provincia denominada Paraguay y unos 3500 en sus propiedades del actual
territorio argentino (Page, 2010, Troisi Melean, 2004). El patrimonio jesuítico fue expropiado
por la Corona y luego rematado al mejor postor, en la práctica esto significó una nueva
contribución al proceso de acumulación de capital en manos de las elites locales que de esta
manera accedieron de forma barata y a crédito a planteles de trabajadores forzados de las ex
estancias jesuíticas, como el caso del comerciante español Francisco Díaz quien recibe a
crédito la propiedad conocida como Santa Catalina. Para el caso del destino de los ahora
antiguos esclavizados de la orden en Córdoba Concolorcorvo el famoso viajero nos dejo este
testimonio que refrenda las características del tráfico negrero en el siglo XVIII:

“A mi transito se estaban vendiendo en Córdoba dos mil negros, todos criollos de


las Temporalidades, solo de las dos haciendas de los Colegios de esta ciudad. Todos
negros puros y criollos, hasta la cuarta generación, porque los regulares vendían
todas aquellas criaturas que salían mezcla de español, mulato o indio. Entre esta
multitud de negros hubo muchos músicos y de todos los oficios y se procedió a la
venta por familia” (Concolorcorvo, El Lazarillo de ciegos caminantes. Desde
Buenos Aires a Lima. 1773).

Los esclavizados nacidos en cautiverio y propiedad de las órdenes Jesuítica y la de Santa


Catalina serian bautizados con los apellidos Monserrat y Sena, que hacen alusión a su
pertenencia a las dos instituciones y que se tornarían apellidos característicos de
afrodescendientes cordobeses actuales (Flores, Carolina, 2017; Ferreyra, 1996, p, 301).

24
Al finalizar el siglo XVIII la esclavitud estaba bien arraigada en la ciudad capital y en las
áreas rurales de Córdoba, y si bien se manifiesta en la legislación las mismas medidas
coactivas y coercitivas para reglamentar la mano de obra libre al igual que en las áreas
pampeana y litoraleña, el control social de potenciales trabajadores libres no parece haber sido
una preocupación mayor para las elites cordobesas, quienes según Ana Inés Punta, seguían
disponiendo de una mano de obra esclavizada aun numerosa que sin duda incidía sobre la
escasa demanda de trabajo libre en las estancias de la región (Punta, 2010, pp. 215 y 237).
La historiografía cordobesa del siglo pasado había avanzado lento pero sostenidamente en
el estudio de las comunidades afrocordobesas, luego de los trabajos pioneros de Garzón
Maceda, Assadourian y Emiliano Endrek, un investigador norteamericano, Robert Turkovic
publico en 1981 el más completo trabajo que se haya escrito hasta el presente sobre la
temática: Race Relations in the province of Cordoba, Argentina, 1800-1853. En su obra
analizo entre otras cosas las ventas de esclavizados en Córdoba, en el periodo en cuestión
fueron vendidas unas 1282 personas, de ellas sabemos que 534 fueron mujeres y 475
hombres, desconociéndose el sexo de los restantes. El periodo esta comprendido entre la
liberación del comercio esclavista ordenado por la Corona en del siglo XIX y la sanción de la
Constitución en 1853, así podemos conocer los alcances de la trata entre las Reformas
Borbónicas y las medidas abolicionistas del naciente estado argentino (Turkovic, 1981;
López, Nelly, 1972).
Hasta el año 1825 se efectúan la mayor parte de las compra-ventas del período, luego estas
comienzan a escasear a partir de esta fecha para desaparecer hacia el final del mismo. En ese
año, un 25 de mayo el gobierno provincial ordeno que se confeccionara una lista de los
esclavizados que habitaban la ciudad de Córdoba para sortear la libertad de 2 de ellos en
conmemoración de las Fiestas Mayas, tal vez una forma de reconocer el aporte afro a los
cuerpos militares que habían participado en la Guerra de Independencia, una especie de
“gesto” hacia la comunidad. Según la mencionada lista había 479 varones esclavizados y 787
mujeres, unos 1.266 personas en total. El convento de Santa Catalina de Sena tenía 30
esclavos varones y 43 mujeres; el colegio de Monserrat 25 varones y 24 mujeres; el colegio
de Loreto 4 y 6; el convento de la Merced 24 y 23; el hospital de Belén 17 y 18; San
Francisco de Asís 8; en tanto los vecinos que más esclavizados tenían eran: Andrés Aramburú
10; Narciso Lozano 10; Mario Usandivaras 10; F. Bulnes10; Esteban Bustos 10; José María
Fragueiro 24; Felipe Tagle 17; Juan Bautista Bustos 3; Bernardino Cáceres 7 (en A.H.P.C.
Gobierno, tomo 88, A, 1825, folio 405).
A pesar de la imposibilidad de cuantificar el volumen total de la trata debido entre otras

25
cosas al contrabando, las distintas investigaciones nos permiten conocer que en el periodo
comprendido entre 1588 y 1640 se registró la venta en Córdoba de 1208 personas (Pita-
Tomadoni); por otra parte, según Félix Torres entre 1700 y 1731 unas 476 personas fueron
vendidas en la plaza cordobesa. La investigadora Dora Celton sostiene que entre 1750 y 1845
fueron comercializadas unas 1157 personas mientras que el ya mencionado Robert Turkovic
señala que entre 1800 y 1853 los esclavizados vendidos en Córdoba fueron unos 1282. Los
números definitivos de la trata probablemente jamás lleguemos a conocerlos aun cuando la
problemática exceda la cuestión numérica de la compra- venta de personas.
En los siguientes apartados analizaremos otras cuestiones como los censos y el
crecimiento vegetativo de la población esclavizada, por ahora solo quiero señalar el rol
importantísimo de la esclavitud en la región de Córdoba pues cuando se realiza el censo de
1778 ordenado por la Corona se conoció que un 15% de las personas que habitaban en
Córdoba estaban esclavizados (en tanto la población afro total rondaba un 50 % entre libres y
esclavizados), en 1813 los esclavizados eran un 10% mientras que en 1822 la cifra se había
reducido a un 6 % y en 1840 a un 3% coincidiendo con el final de la trata y las medidas
abolicionistas del estado argentino en construcción.
En la ciudad capital, de cada 3 cordobeses 1 estaba esclavizado en 1778, y 1 de cada 4 en
1813, luego la cifra se reduciría drásticamente hasta que la esclavitud se extinguiera en forma
legal allá por 1853. Pero más allá de las cifras, poco se conoce o se habla de los efectos
nocivos y permanentes del legado esclavista en la sociedad cordobesa tras la abolición,
cuestiones que inciden en la realidad social hoy en día, la polarización de la riqueza, el atraso
tecnológico producto de este modo productivo, el racismo y la pobreza estructural a la cual
quedaron confinados en su gran mayoría los afrodescendientes.
Mientras tanto la clase dominante cordobesa siguió consolidando sus fortunas, muchas de
ellas producto de la participación en la trata negrera, al punto que incluso a la hora de la
abolición se encargaron de que el estado los indemnizara por la pérdida de propiedad que esto
significo. El periodo independiente los encontró estructurando una dominación basada en el
poder económico, político, simbólico, eclesiástico y militar; familias tradicionales de Córdoba
que en tanto herederas de los conquistadores de la época colonial trasvasaron este periodo
para posicionarse como dirigentes del proceso de construcción del estado nación argentino,
estos esclavocratas y su accionar quedaron registrados en distintos documentos coloniales que
son una postal de la barbarie de la época, figuras y apellidos prominentes como Aguirre,
Allende, Argañaraz, Arguello, Baigorri, Bravo, Bulnes, Cabrera, Cámara, Correa, Farias,
Fragueiro Ferreira, Funes, Igarzabal, Iriarte, Díaz, Piedra, Mendiolaza, Moyano, Nuñez,

26
Reynafe, Sarsfield, Sosa, Tagle, Tejerina, Uriarte, Urtubey, Usandivaras, Velez y Xigena
(Turkovic, 1981). Cierta historiografía los registra como familias fundadoras de la sociedad
cordobesa, los genealogistas exaltaron sus linajes y los plasmaron en libros mientras las calles
que aun llevan sus nombres legitiman su pretérito accionar.

Documento donde se solicita libertad para una esclavizada. A.H.P.C.

***

27
Trabajo y Esclavitud
“Hagan bueno cristianos a los trabajadores
y los harán buenos sirvientes”

Durante el período esclavista, los africanos y las castas afrodescendientes se habían


ocupado tradicionalmente de tareas relacionadas a variadas ocupaciones, pero particularmente
se los había utilizado en tres ámbitos: el servicio doméstico, el artesanado y las tareas rurales.
La historiadora Leslie Bethell ha señalado la presencia de trabajadores esclavizados en el área
de Córdoba durante el periodo colonial, afectados a las tareas que demandaba la agricultura y
la ganadería, el trabajo de la vid, el cultivo de trigo y maíz, a lo que habría que agregar el
trabajo en las huertas, denominadas chacras, espacios donde se practicaba una horticultura de
frutales, legumbres, verduras y algunos cereales destinada al consumo de la ciudad, los
pueblos y las estancias.
En estas últimas existían espacios denominados sementeras donde se practicaba el cultivo
de cereales, principalmente trigo, en las unidades de mayor extensión y capital surgieron
molinos hidráulicos que se utilizaban para la fabricación de la harina, siendo el maíz molido
en forma más rudimentaria en morteros o pilones. Debido a problemas estructurales como el
costo de los transportes y las largas distancias entre ciudades de la región, la agricultura en
Córdoba fue diversificada pero a la vez poco especializada y sus productos destinados al
consumo de la población local.
El sector rural cordobés comprendía las estancias religiosas y las laicas siendo las primeras
las de mayor extensión. En ambas se utilizó mano de obra esclavizada y los planteles más
numerosos de trabajadores forzados se utilizaron en las unidades jesuíticas, las cuales debían
abastecer las necesidades de las propias estancias, residencias y el Colegio Máximo que la
orden tenía en la ciudad capital. En general se complementaba el trabajo de los esclavizados
con el de indígenas encomendados o con peones libres conchabados (contratados a quienes se
les abonaba un estipendio con productos o moneda de la tierra) o agregados. Estos últimos
eran personas libres que se instalaban en tierras con dueños y por lo general servían como
peones en los trabajos estacionales de las estancias a cambio de seguir residiendo es esas
tierras.
Aníbal Arcondo ha señalado que hacia mediados del siglo XIX la población de las antiguas
encomiendas se había reducido notablemente, constituyendo con posterioridad los Pueblos de


Así rezaba la célebre máxima incluida en las instrucciones a los administradores en las estancias jesuíticas
mexicanas.

28
Indios, con respecto a los agregados señala que “en su gran mayoría eran de origen mulato y
en algunos casos negros o españoles” (Arcondo, 1992, p. 188).
El sector agrícola procesaba alguna de sus producciones como el caso de las harinas, el
vino y los aguardientes, pero también los textiles de lana o del algodón que se cultivaba en la
provincia o se importaba de Paraguay, la producción textil estaba concentrada en los obrajes
de las estancias de Alta Gracia, La Candelaria y Santa Catalina, donde los hombres tejían y las
mujeres cardaban e hilaban la lana. Se producían telas, frazadas y ponchos de distinta calidad
para cubrir las necesidades de religiosos, alumnos y los propios esclavizados de la orden, los
excedentes se utilizaban para pagar a los trabajadores conchabados o bien se comercializaba;
de esta manera la zona de Córdoba llego a ser el mayor centro textil de la región (Corcuera,
2001).
Las distintas producciones implicaban la utilización de una mano de obra calificada que los
jesuitas formaban in situ a través de algún esclavizado con capacidad de transmitir sus
conocimientos o enviando a los esclavizados a otros ámbitos a formarse. El vino y los
aguardientes se producían fundamentalmente en la estancia de Jesús María, así podemos
comprobar en la viticultura cordobesa, al igual que en la cuyana, la presencia de afros
desempeñándose como viñateros y ceramistas que se encargaban de cultivar las viñas,
elaborar el vino y envasarlo en vasijas; mientras toneleros, botijeros, caldereros, herreros y
carpinteros se encargaban de otras tareas como fabricar odres y toneles, carretas, alambiques,
pailas y serpentinas, elementos indispensable y necesarios para transportar el vino y destilar el
aguardiente; esclavos albañiles y otros artesanos complementaban las distintas tareas de la
viticultura. En cuanto al transporte sabemos que mayoritariamente estaba a cargo de negros y
mulatos libres, quienes se desempeñaban como peones de tropas y arrieros al igual que en la
zona cuyana (Lacoste, Aranda, 2010). Entre los trabajadores calificados del mundo religioso
podemos mencionar a los músicos, talladores, pintores, sabemos que en la Córdoba colonial la
presencia de orquestas de músicos afros descollaban en las festividades religiosas y seculares
“los negros de la música”, quienes tenían su asiento en la Compañía Jesuítica, el convento de
Santa Catalina y el de la Merced. (Pedrotti, 2007, p, 79).
A pesar de que cierta historiografía tradicional había obviado la presencia de trabajadores
afromestizos en el sector rural rioplatense, las investigaciones de Garzón Maceda,
Assadourián, Arcondo, Garavaglia, Gelman, Carlos Mayo, Gabriela Tío Vallejo y Julio
Djenderedjian, entre otros, han dilucidado la importante participación de afros en las estancias
y otras unidades productivas rurales. Curiosamente la literatura decimonónica había sido
pionera en rescatar la presencia de afromestizos en el ámbito rural, como por ejemplo los

29
trabajos clásicos de José Hernández (El Martín Fierro) y de Esteban Echeverría (El
Matadero). Para el caso de Córdoba se pueden revisar además los trabajos de Punta, Ferreyra,
Sonia Tell y Silvia Romano pero también otras fuentes como testimonios de viajeros y
personajes de época, por ejemplo el marino inglés Gillespie quien junto con otros soldados
británicos estuvo detenido entre 1806 y 1807 en la antigua estancia de San Ignacio nos dejó
este testimonio:

“Como de costumbre las faenas ingratas estaban a cargo de negros e indios que
empezaron a labrar el suelo, juntar todo lo adaptable para nuestro uso, mientras
otros se ocupaban constantemente en el tráfico comercial con Córdova de donde se
traían nuestros vinos, bebidas espirituosas , azúcar y tabaco.( Segreti p.231)

Espoleada por la demanda potosina y la minería del Alto y Bajo Perú la producción de
mulas era el principal renglón de las exportaciones locales. Las regiones de crías de mulas en
Córdoba eran las cuencas de los ríos Segundo (Xanaes) y Tercero (Tlamotchita), y en menor
medida las zonas contiguas a los ríos Primero (Suquia) y Cuarto (Chocanchavaras), como así
también los valles de Punilla y Traslasierra. En la producción mular se realizaban dos
actividades diferentes pero complementarias: la crianza e invernada de animales,
destacándose los jesuitas como los mayores productores de mulas. Para la crianza se requería
un riguroso cuidado, selección y separación de los animales, los trabajadores africanos y
afroamericanos se encargan de todas estas tareas y aun otras, por ejemplo como puesteros de
las distintas estancias. El jesuita Florián Paucke nos dejó el siguiente testimonio sobre estos
trabajadores:

“A la estancia de Alta Gracia pertenece también una alta sierra solitaria que es la
más alta cerca de Córdoba y es denominada Chala o sea Tschala, allá viven
grandes y numerosos tigres porque encuentran el alimento entre el ganado de asta
de allí. Para perseguir a estos se tenía un valiente mulato que era el azote de los
tigres y aquellos que no querían ser presa de su lanza debieron serlo de su lazo
colocado delante de la puerta. En ese tiempo él había muerto un tigre al que mato
solo con su lanza. Ya que yo conocía bastante la fuerza de este animal debí admirar
la fuerza de este hombre que completamente solo sin ayudante pudo vencerlo”
(Segreti, p.145.)

Los trabajadores afros como el referido mulato cazador de pumas y yaguaretés, eran
comunes en muchos parajes de las sierras (llamados leoneros) donde las estancias tienen sus

30
puestos. Esta ocupación de pobladores afros, el mestizaje y campesinizacion de los mismos
está el origen de numerosos poblados y parajes de las sierras de Córdoba, procesos que
podemos comprobar en las fuentes históricas, en la toponimia y que se enriquecerán en un
futuro próximo cuando avancen las actuales investigaciones y el relato etnográfico se
encuentre con la Historia.
La actividad ganadera necesita también de trabajadores especializados como domadores,
constructores de túneles, pirqueros (constructores de corrales de piedra llamadas pircas),
curtidores, herreros, talabarteros y arrieros. La ganadería cordobesa posee también numerosos
planteles de ganado ovino, caprino, caballar y por supuesto vacuno. Para el siglo XVIII
Arcondo estima la existencia de 50.000 cabezas de ganado vacuno, destinada principalmente
a satisfacer el consumo de la ciudad capital y de la campaña, en tanto los cueros siguen el
camino hacia Buenos Aires donde pronto van a reemplazar lentamente a la plata potosina en
el rubro exportaciones. El consumo urbano se calcula en unas 14.000 cabezas por año, y los
afros esclavizados y libres se ven ligados a los trabajos de curtiembres y matarifes. El cuero y
la lana se utilizan para producir distintos productos artesanales como lo señalo uno de los
últimos dueños de la estancia de Alta Gracia don José Rodríguez:

“Los esclavos se ocupaban de sembradíos, cuidado de hacienda y mantenimiento de


los puestos, mientras los que hilaban y cosían el vestuario de la gente, hacían
orejones con cuyo producto se compraba lana para el vestuario, también ambos
sexos trabajaban el cuero, todo cuanto usaba el caballo, riendas, bozal,
cabezadas” (Rufer, p. 83).

Si para principios del siglo XIX las órdenes religiosas y los particulares de la ciudad
capital son los mayores poseedores de esclavizados, en las estancias y otras unidades
productivas de los territorios aledaños a ella, denominados “Anejos” aun se mantiene la
presencia de mano de obra forzada (Tell, 2008). Desde la expulsión de los jesuitas en 1767
podemos comprobar un lento proceso de desestructuración del trabajo esclavo que se
profundiza con las medidas abolicionistas de los gobiernos revolucionarios, en particular las
levas o rescates que se realizan para incorporar esclavizados a los cuerpos militares que
combatirán en la Guerra de Independencia. No obstante lo anterior también se manifiesta
grandes continuidades y es que en la ganadería cordobesa todavía existe un núcleo de


La agrupación Mesa Afro Córdoba, cuenta en la actualidad con integrantes que viven actualmente en los
ámbitos de las sierras y del piedemonte, y que se reconocen como “Afroserranos”. Desde la cátedra de Historia
Contemporánea tutoriamos distintas investigaciones en curso sobre la temática afro en el territorio cordobés.

31
trabajadores esclavizados, quienes, sumados a sus parientes cercanos nos permiten señalar
para el siglo XIX la presencia de población afroamericana fundamentalmente en los ámbitos
serranos y pedemontanos, es decir en el oeste, el norte y en la ciudad capital de Córdoba.
Si en la ciudad, entre 1778 y 1840, la población esclavizada disminuye en términos
absolutos y relativos, pasando del 38% al 19 % del total provincial, en el ámbito rural, en las
sierras y llanuras de los Anejos que circunda a la ciudad, la población esclavizada crece en
forma relativa del 5% en 1778 al 10% del total provincial en 1840. En los distritos de
Tulumba y Río Segundo el porcentaje de esclavos se mantiene estable, en torno al 5-8%;
decrece en los Departamentos de Calamuchita y Punilla, mientras que en Ischilín crece del 7%
al 32% (Tell, 2008). La permanencia del trabajo forzado está relacionada en estas zonas, con
las actividades agropecuarias de las grandes unidades productivas y en particular con las ex
estancias jesuíticas, gestionadas ahora por particulares.
Según la investigación de Sonia Tell sobre la economía rural cordobesa los datos indican
un cambio en la localización de la población esclavizada de la Córdoba, durante el siglo XIX
esta se concentra cada vez más en los Anejos y en Ischilín, donde se situaban las grandes
unidades productivas reorientadas desde la ganadería del mular hacia la ganadería del vacuno
y hacia la agricultura.
En una causa por abigeato llevada a cabo en la estancia de Ascochinga en noviembre de del
año 1843, nueve esclavos y un liberto son enjuiciados por robo de ganado; de la lectura de los
expedientes se desprende lo que venimos corroborando, la presencia de núcleos afromestizos
en actividades relacionadas a la ganadería en las grandes estancias. En este caso, la lectura de
las declaraciones de los enjuiciados deja trascender una comunidad doméstica de decenas de
personas, además de los reos mencionados (AHPC, Crimen, Juzgado de Capital, Pedanía del
sur, 1844, Legajo 207, Expediente 5). De los datos del censo provincial de 1840, se desprende
que en la mencionada estancia habita una comunidad afro de 103 personas, 61 de las cuales
son libres y 42 esclavizados. La combinación de ambas fuentes (el expediente judicial y el
censo) nos permite rescatar otros datos, por ejemplo se puede conocer que muchos de ellos
están emparentados, todos llevan el apellido de sus amos (Brabo) y todos habitan en la
ranchería de la estancia. Esta comunidad afro que habita la estancia de Ascochinga, es un
desprendimiento de la estancia de Santa Catalina, Brabo es el apellido del esposo de una de
las hijas de José Javier Díaz, heredero principal de Francisco Díaz quien compro la Estancia
de Santa Catalina cuando los jesuitas fueron expulsados.


(A.H.P.C., Censo 1840, Tomo 301, folios 148 recto y vuelto; folio 149 recto)

32
En pequeñas y medianas unidades productivas cordobesas también se utilizaba mano de
obra forzada para las múltiples tareas domésticas, como se desprende de la lectura de algunas
fuentes y registros (Celton, 2003, Carrizo, 2011). Podemos aseverar que, a pesar de los
cambios operados desde 1810, con la lenta desestructuración del trabajo esclavo, muchos
dueños se resistían a liberar sus esclavos, parte importante de sus propiedades. Incluso en el
ámbito rural bonaerense se han verificado continuidades en el tráfico y utilización de esclavos
hasta bien avanzado el período rosista. Para la provincia de Santa Fe, la viajera alsaciana Lina
Beck-Bernard también nos ha dejado su testimonio referido a la importancia de la mano de
obra esclavizada en la agricultura santafecina, aun cuando quizás haya sobredimensionado sus
alcances (Beck-Bernard, 2001).
La permanencia de la esclavitud y de otras formas de servidumbre de africanos y
afromestizos, apenas disimuladas, se mantiene en el oeste cordobés en particular en los
departamentos de Pocho y Minas, afectada a la minería artesanal que se realiza para la
extracción de cales, piedra y minerales. En 1825 Braulio Costa comerciante porteño socio de
Facundo Quiroga en la explotación del cerro de Famatina, le escribió al caudillo riojano
señalando el envío de mineros ingleses y de esclavizados para las labores en el cerro
“marcharan estos siete (mineros) con 50 negros que hemos mandado comprar en Córdoba
para peones”. (Robledo, 2010, p. 258)
Otro ámbito donde se utilizó mano de obra afro esclavizada en Córdoba fue en el servicio
doméstico. Concolorcorvo, viajero de fines del siglo XVIII nos ha dejado su impresión de la
gran cantidad de esclavos que poseían las órdenes religiosas y los particulares:

“habrá en el casco de la ciudad y estrecho ejido, de quinientos a seiscientos


vecinos, pero en las casas principales es crecidísimo el número de esclavos, la
mayor parte criollos, de cuantas castas se puede discurrir. (...) Me aseguraron que
sólo las religiosas de Santa Teresa tenían una ranchería de trescientos esclavos de
ambos sexos. (...) Mucho menor es el número que hay en las demás religiones, pero

hay casa particular que tiene de treinta a cuarenta.”

Los sectores dominantes que tuvieran los recursos necesarios podían contar con un sequito
de trabajadores para el servicio doméstico, que como sostenía Concolorcorvo era muy
numeroso en las casas principales. Además la posesión de esclavos redundaba en un status
simbólico para sus amos y quienes poseyeran muchos esclavizados pertenecían o aspiraban a


Concolorcorvo, en: Córdoba, Ciudad y Provincia, según relatos de viajeros y otros testimonios, Selección y
advertencia del profesor Carlos Segretti, Junta Provincial de Historia de Córdoba, Córdoba, 1973, p.171.

33
pertenecer a la “gente decente”, el estrato más alto de la sociedad. Como en toda sociedad
preindustrial, las tareas domésticas implicaban una serie de actividades que demandaba gran
cantidad de fuerza de trabajo. Desde cocinar la comida, lavar la ropa, recoger o cortar leña,
cuidar los infantes, hasta acarrear agua, limpieza, y otras actividades. Las mujeres negras y de
castas, eran utilizadas como cocineras, lavanderas, amas de leche o nodrizas, y otras tareas
relacionadas al ámbito doméstico. Como ha señalado Aníbal Arcondo en su trabajo sobre la
alimentación en la Argentina:

“Durante gran parte del siglo XIX, las cocineras seguían perteneciendo a ese grupo
que genéricamente denominamos “castas”, en donde predominaban esclavos o
libertos que habían hecho sus armas en la casa donde servían.” (Arcondo, 2002)

Los hombres también realizaban actividades domésticas en tanto criados, como cocineros,
aguateros o leñadores, en el caso de las estancias, también compartían las actividades rurales
y artesanales debido al relativo grado de autarquía de las estancias. En la ciudad hombres y
mujeres compartían además otras actividades específicas vinculadas a la alimentación, como
carniceros, achuradores, vendedoras de alimentos varios, etc. Anibal Arcondo ha señalado
que: “En casi todas estas ocupaciones vinculadas a la alimentación predominan las etnias
resultantes de la mezcla con negros de origen africano”. En cuanto a los vendedores
ambulantes de la ciudad también eran mayoritariamente de castas, tal como lo señala el
siguiente documento de queja de los comerciantes de la ciudad sobre los perjuicios de las
vendedoras ambulantes:

“se ha llegado al extremo que además de los comestibles, minestras, añil, alumbre y
otros efectos los andan expendiendo por las calles y carretas de la plaza, las negras
y mulatas placeras..” (Punta, 193)

La actividad doméstica siguió siendo un ámbito preferencial de trabajadores


afrodescendientes luego de la abolición y las redes de circulación de menores reemplazaron la
escasez de trabajadores domésticos luego del fin legal de la esclavitud; las continuidades
pervivieron aun hasta principios del siglo XX (Salvatierra, 2016, Geler, 2010). Resumiendo se
puede señalar que en el ámbito urbano del Rio de la Plata los esclavizados eran utilizados en
múltiples actividades productivas, así encontramos que frecuentemente eran alquilados a
cambio de un salario o jornal y tenían un papel preponderante en actividades específicas como
el servicio doméstico, la venta ambulante y fundamentalmente, como veremos, en el

34
artesanado; también formaban parte del mundo laboral los afromestizos libres y libertos
(Arcondo 1983, Frigerio 2007).
Con origen en los instantes mismo de la fundación de la ciudad de Córdoba, las actividades
artesanales cobrarían con el tiempo gran importancia. Se destacaban en particular las
relacionadas al trabajo del cuero, la madera y los metales, como lo señala la siguiente cita:

“Como en estos lugares por la preocupación radical de que el oficio mecánico


envilece a las personas que lo ejercen, se halla vinculada la artesanía en la gente de
condición vil, de esclavos, negros, mulatos y zambos, es de ordinario, escasa, cara y
defectuosa y lejos de progresar con el aumento de la población, se conserva
obstruida y en la decadencia más lamentable.” *

El molde para la organización fueron los gremios europeos con origen en el medioevo; los
maestros artesanos cordobeses procuraron poseer en los distintos talleres mano de obra
esclava, también las distintas órdenes religiosas (en particular la Orden Jesuita) impulsaron la
formación y capacitación continua de los esclavos en sus distintas estancias, como así también
en los conventos e iglesias de la ciudad (Rufer, 2005). Una cuestión importante para las
autoridades del período colonial fue la necesidad de organizar las actividades de los distintos
gremios, tarea a la que se abocaron los distintos gobiernos sin mayor solución debido entre
otras cosas a la gran movilidad espacial de los artesanos libres:

“Porque todos ellos son exercidos por mulatos esclavos y libres, y en estos últimos
no se puede contar con ellos por la ninguna estabilidad que tienen que
continuamente se trasladan a otras ciudades aparentando ofrecerles más cuenta
para sus oficios”

En una sociedad cuyos sectores dominantes aborrecían el trabajo manual, los afromestizos
se irían convirtiendo en una porción importante del artesanado, superando ampliamente en
número a los denominados blancos pobres que también se dedicaban a las producciones
artesanales. Para la elaboración de su trabajo sobre el artesanado cordobés, el investigador
Hugo Moyano se valió entre otras fuentes, del Censo Provincial de 1813, que también
contiene información sobre la profesión de los habitantes. En las conclusiones de este
importante trabajo se señala:

*
Citado en Cabrera, Pablo. 1945. Cultura y Beneficencia en Córdoba. tomo II, pp.329, 330. Córdoba.

35
“A los esclavos en Córdoba se los ocupó en el servicio doméstico, en las tareas de
campo y en la producción de mercaderías para la venta. Estos últimos se
valorizaron más por sus conocimientos y habilidades en cualquiera de los oficios,
oscilando los precios según la edad, el sexo, el estado de salud y la capacidad
profesional. La venta de esclavos calificados era un negocio fructífero que dejaba
al propietario buenos dividendos, recuperando el dinero invertido en un plazo de 3 a
5 años” (Moyano,1986).

Tanto Hugo Moyano como Robert Turkovic coinciden en señalar el peso numérico de los
llamados pardos libres en el artesanado, en particular en algunos gremios como el de
zapateros, carpinteros y sastres (Moyano 1984; Turkovic, 1998). Como producto del
desarrollo de las distintas actividades, algunos pardos libres habían podido consolidar con el
tiempo una posición económica algo más holgada que la mayoría de los artesanos:

“...así formaron el embrión de una pequeña burguesía artesanal, integrada por los
españoles y por una gradación de las castas: los pardos libres. La importancia
social de este último grupo merece, por su magnitud, relevancia y empuje, serios
estudios de investigación. Digamos, por ahora, que su trascendencia comienza
probablemente, desde antes de la creación de las corporaciones y se continúa en el
tiempo” (Moyano, 1984)

En las primeras décadas del siglo XIX, los gobiernos revolucionarios que necesitaron
producir pólvora y armas blancas recurrieron a la capacidad del trabajo artesanal que
encerraba la sociedad cordobesa. Por ejemplo la primera fábrica de pólvora que tuvo el país
fue localizada en la ciudad y otra que producía armas blancas fue instalada en la ex estancia
jesuítica de Caroya. Además, en todo el período de las guerras de independencia (hasta 1820)
Córdoba proveyó gran cantidad de ponchos y calzado para los distintos ejércitos
revolucionarios que se organizaron. No existen producciones historiográficas sobre el
artesanado cordobés posteriores al trabajo de Hugo Moyano excepto un capítulo de un trabajo
de mi autoría (Carrizo, 2011) y algunos trabajos que abordan la temática en forma tangencial
(Arcondo,1998, 2000; Turkovic 1981).
Un análisis del Censo de la Ciudad de Capital de 1832 nos sugiere la continuidad y
permanencia de afromestizos en las actividades artesanales, en particular si realiza un análisis
cuantitativo. En algunos núcleos de actividad artesanal masculina, como por ejemplo los
trabajos de zapateros, carpinteros, sastres, sombrereros, lomilleros, herreros y plateros destaca
el alto porcentaje que trabajadores afromestizos en condición de esclavos, libres o libertos,

36
por ejemplo entre los zapateros era de un 85 % ( 215 de los 253 individuos registrados) y
entre los carpinteros donde un 82 % eran afromestizos. Otra actividad de peso en el
artesanado corresponde al trabajo de sastres donde un el 87% del total son afromestizos;
también es importante numéricamente entre los sombrereros. En el caso de los lomilleros,
plateros y herreros, parece haber una distribución algo más proporcionada entre los
afromestizos y los artesanos blancos (registrados como “nobles” o “españoles”). De todas
maneras el número de artesanos abocados a estas actividades era sensiblemente menor a la de
los zapateros, sastres o carpinteros.
Los cambios ocurridos en las Guerras de Independencia y las Guerras Civiles con la
desestructuración del sistema de la economía regional habrían de relegar al otrora poderoso
sector artesanal cordobés a una expresión menor luego de la década de 1810-20. No obstante
aún permanecía un estrato significativo de artesanos cordobeses y como se sugiere
basándonos en las fuentes trabajadas los afromestizos eran mayoritarios en algunas
actividades artesanales destacándose el caso de zapateros, carpinteros, sombrereros y sastres.
Es importante señalar la presencia de los grupos afromestizos en las fuerzas militares del
período que nos ocupa. Las distintas unidades estaban compuestas principalmente por
artesanos independientes, muchos de los cuales y como ya he señalado, pertenecían a las
castas y es altamente probable que este sector fuera el más golpeado por los reclutamientos.
En el marco de las acciones llevadas a cabo contra la Liga del Norte, uno de los muchos
desafíos que tuvo su gobierno, Manuel López le escribió al gobernador provisorio Claudio
Antonio Arredondo solicitando refuerzos. En una contradictoria respuesta, este le informaba
que la movilización de los Cívicos afectaría la economía urbana, ya que, a pesar de que se
trataba de un pequeño número de reclutas (ochenta), estos eran vitales para todas las
actividades que se realizaban en la ciudad.

“Excelentísimo Sr. Gobernador y Capitán General Propietario


de la Provincia de Córdoba”.
Compadre apreciado y amigo: Consecuente a su nota oficial del 17 del corriente por
la que pide toda la fuerza de Cívicos que hay en esta, me ha parecido oportuno antes
de su marcha hacerles algunas observaciones para que si a pesar de ellas Ud.
dispusiese que vayan a esa se cumpla su orden. Con todo el sigilo necesario se dio la
orden de acuartelarlos luego que recibí su comunicación y sin embargo no se han
podido reunir sino ochentas hombres porque como estaban sin servicio han sido
licenciados algunos para el campo, y otros se han ocultado a pesar de escrupulosas
indagaciones que se hacen se puedan reunir más. Ud. sabe que este cuerpo es
compuesto de artesanos sabe: que se fusilaron los principales Maestros que había:

37
sabe que muchos han seguido al salvaje (La) Madrid: sabe que los que se tomaron
prisioneros en Sancala marcharon para abajo y últimamente. Que de los pocos que
hay de quienes se sirve el público y el Ejercito. Si marchan estos hombres quien
sirva de peón, en las obras, comercio y demás fines. Los carpinteros y herreros no
pueden expedirse en la maestranza. No queda quien haga un par de zapatos, ni cosa
un pantalón. Ahora mismo para estar acuartelados me atacan los panaderos por sus
peones y repartidores, anunciando que no pueden dar el pan necesario para los
hospitales por falta de brazos, ni para el público. Estos me parecen compadre,
razones poderosas á más de esto quejara el público, sufriremos las privaciones que
su falta origine y poco podrá remediarse con tan pequeño número (…) Claudio

Antonio Arredondo”. Marzo de 1841.

En su estudio de los sectores populares en Córdoba, el investigador Luiz Felipe Viel


Moreira, ha señalado el caso particular de los zapateros cordobeses. Según este autor la
organización gremial de los artesanos estaba retrocediendo para dar paso al sistema fabril.
Además de la presencia de fábricas que indicaba cambios en la propiedad de los medios de
producción, surgían otras actividades específicas como alpargateros, aparadores y cortadores,
siendo las mujeres la mayoría de las aparadoras:

“Un proceso común a los principales centros urbanos latinoamericanos durante el


paso del siglo XIX al XX, como la transición del taller artesanal al sistema fabril, se
produjo particularmente entre los zapateros de Córdoba. El censo de 1906 registró
que aún existían 145 zapateros trabajando en 27 talleres de la ciudad. Sin embargo,
la gran mayoría (893 personas) eran empleados en diez fábricas de calzado y nueve
de alpargatas que funcionaban en ese entonces y que no hacía muchos años habían
sido abiertas. Los antiguos artesanos, oficiales y aprendices se habían transformado
en obreros, siendo algunos de ellos más especializados”. (Viel Moreyra, 2001)

Los patrones de asentamiento de los zapateros en la zona del Abrojal y Pueblo Nuevo nos
indican de la permanencia de un sustrato afromestizo importante. Si bien los talleres y las
fábricas se mantuvieron en la seccional primera, los zapateros de castas debieron radicarse en
una de las zonas marginales que poseía la ciudad en aquellos tiempos. Las actividades
artesanales aún resistían, protegidas por el acceso a un mercado local y regional, y los altos
costos de los transportes; pero con la llegada del ferrocarril en 1870 comenzó el principio del
fin para muchas actividades artesanales, que comenzaron a desaparecer, como el oficio de
platero, aunque otras como la de los zapateros se mantuvieron en plena actividad. En su


A.H.P.C., Gobierno, 1841, tomo 175, folio 233 recto y vuelto.

38
investigación sobre la industria en Córdoba, y a pesar del silencio de las fuentes censales
sobre las categorías étnicas, Waldo Ansaldi, señaló la presencia de afromestizos en las zonas
marginales de la ciudad para finales del siglo XIX, como los zapateros del Abrojal o Pueblo
Nuevo:

“El espacio marginal donde se despliega la sociabilidad de los pobres es territorio


étnico de mestizos, mulatos, morenos y pardos, a los cuales se añaden algunos
blancos inmigrantes. Allí se destaca el compadrito, la forma modernizada del
antiguo chino suburbano, es decir, el mestizo de la ciudad” . (Ansaldi, 1994)

Otras ciudades del interior e incluso en Buenos Aires para mediados y fines del siglo XIX
también contaban con trabajadores de color:

“Además existía, particularmente en Buenos Aires, un sector de trabajadores negros


y en el interior del país diversas capas de obreros agrícolas o artesanos insertos en
industrias de tipo precapitalista, en gran medida “criollos” (Falcón, 1999).

La historiografía en Argentina realizo grandes aportes sobre el origen y desarrollo de la clase


obrera y sobre el mundo del trabajo, más en líneas generales se puede decir que la misma quedo
impregnada de la visión general historiográfica que omitió los aportes de la mano de obra
forzada en la conformación de la sociedad argentina, en ella los trabajadores afro esclavizados y
sus descendientes desarrollaron actividades en múltiples tareas, fueran estas calificadas o
simples, urbanas o rurales, de servicio o industriales. En el espacio cordobés como hemos
señalado los afros y su trabajo fueron vitales para la economía y la sociedad, así podemos
comprobar que muchas obras, monumentos y fortunas de la época se realizaron bajo la órbita del
trabajo servil de indígenas y africanos o afroamericanos quienes contribuyeron con su trabajo al
desarrollo de la sociedad cordobesa.

***

39
Mestizaje y Africanización.
La llegada de los invasores de la península ibérica a nuestra América significo entre otras
cosas el inicio de un proceso de mestizaje que habría de reconfigurar todo un continente a
medida que se desarrollaba la conquista de las sociedades indígenas americanas, relacionado a
este tema en particular se ha omitido también el alto grado de mestizaje de los mismos
invasores quienes provenían de regiones con alto grado de mestizaje como el Perú y la
Península Ibérica, donde los pueblos y las culturas europeas se habían desarrollado
conjuntamente con la presencia de etnias norafricanas arabizadas de religión musulmana y
judía y esclavizados sur saharianos durante casi 800 años en los reinos del Al Ándalus
(Cosano Prieto, 2017).
Luego de la debacle demográfica de algunas sociedades indígenas americanas y la
posterior estabilización de la población sobreviviente, durante el siglo XVII se asistió al
crecimiento sostenido de los grupos de mestizos quienes pronto llegarían a ser las mayorías de
la sociedad colonial (Bowser, Mellafé). El mestizaje inicial se habría de dar entre los
conquistadores españoles con mujeres indígenas, de este modo se configurarían las elites
locales quienes impondrían a los vencidos un tributo permanente de mujeres, productos y
trabajo.
Los hábitos feudales de los nuevos amos conspirarían contra la vida de millones de
mujeres indígenas, de los cuales se habría de usufructuar no solo su trabajo e inteligencia,
sino también de sus cuerpos y vientres fecundos. Como ha señalado Ricardo Herren la
conquista de América, implico también la conquista erótica o sexual de las Indias: “Muy
pocas son las historias de amor entre conquistadores e indígenas. Casi todos los mestizos
nacidos durante la conquista son producto de la violación e imposición sobre los pueblos
derrotados” (Herren, 1992). Estos vástagos considerados en su mayoría como ilegítimos
muchas veces no encajaban en la sociedad de sus padres y habitaban las fronteras porosas y
nodales entre la sociedad colonial y las indígenas, en 1608 Alonso de Rivera, gobernador del
Tucumán señalo:

“Los hijos de los españoles no solo son grandes holgazanes y vagamundos, sino que
andan en los pueblos de indios hechos a sus costumbres y modos de vivir”
(Rosenblat, 1954).

Francisco de Aguirre explorador y fundador de Santiago del Estero se jactaba de haber


poblado el área con hijos suyos mestizos, uno de los soldados de Aguirre, Andrés Martínez de

40
Zavala creía haber engendrado más de 50 niños durante su vida. Por lo que vemos esta parece
haber sido una práctica común de los invasores en todo el período colonial, de hecho en 1567
un tribunal de la Inquisición en Lima acusó a Aguirre de creer que “se hacía más servicio a
Dios en hacer mestizos que el pecado que en ello se cometía” (Turkovic, 1981, p. 49). No es
menos importante señalar que en la actualidad la cultura de la violación y del abandono de los
hijos fruto de aquellas prácticas permanece intacta en amplias zonas del país y América;
particularmente en estas áreas de vieja colonización, solo se necesita abrir cualquier periódico
para corroborar esta ignominiosa continuidad.
La llegada del contingente africano y de mujeres africanas en particular habría de
complejizar aún más las distintas variantes del mestizaje, al mestizo inicial hijo de español e
india se le habría de sumar el de español con africana, denominados mulatos para señalar su
carácter infame, degradante e inhumano; como lo señala una crónica colonial: “por tenerse
esta mezcla por más fea y extraordinaria, y dar a entender con tal nombre que le comparan
con la naturaleza del mulo” (Turkovic, p. 54), a la misma idea de animalidad remitió el
concepto de “zambo” (mono) o “lobo” que señalaba la unión de africanos con indígenas.
Luego los múltiples entrecruzamientos darían lugar a una enorme combinación de grados
de mestizaje para desesperación de las autoridades coloniales que intentaron prohibirlas y
luego ante la consumación de los hechos clasificarlas, la obsesión clasificatoria determino que
en el ámbito caribeño llegara a haber 70 clasificaciones de mestizos (Grüner, 2010); por otra
parte el entramado socio-étnico del mestizaje alumbro la institucionalización de un sistema
social de carácter pigmentocrático, el llamado Régimen de Castas. En este sistema la cúspide
era ocupada por los varones europeos descendientes de los conquistadores y su grupo familiar,
en un renglón inferior se encontraban los indígenas, supuestamente libres y en el último
escalón los africanos o afroamericanos esclavizados.
Entre las fisuras de este régimen se colaban los mestizos de acuerdo a distintas situaciones
sociales que los definían en la estructura social, aspectos como legitimidad-ilegitimidad,
propiedad, ocupación, grado de parentesco con las elites, etc, es decir más allá del color de la
piel había otras situaciones que estructuraban a los grupos e individuos en la gradación social
aun cuando la pigmentación fuera un gran determinante. Con el tiempo todos los grupos “no
blancos” serian referenciados como “castas”; sobre ellos se montaría todo un dispositivo legal
y aun extralegal de dominación, restricciones y prácticas discriminatorias. Había todo una
seria de limitaciones en cuanto a la vestimenta, la portación de armas, la ocupación de cargos,
etc. También podían ser resistidos a casarse con personas “blancas”, no podían circular sin
permiso y si acaso circulaban solos por las noches armados se consideraba un agravante, por

41
ejemplo en 1640 Agustín Mejía “negro que enseña a danzar” fue encontrado con una
escopeta en su poder y ajusticiado por la autoridades del Cabildo de Córdoba. Unos años
antes, en 1619 las autoridades del Cabildo prohibieron a los pulperos que vendieran vino a
indios y negros, y aquel que fuera encontrado borracho seria castigado con 30 latigazos (Pita,
Tomadoni, p. 72).
Habíamos señalado que por mediados del siglo XVII se tiene constancia del fenómeno del
cimarronaje en Córdoba y es también el momento en que comienza a registrarse un notable
incremento del mestizaje de africanos y afroamericanos con los demás grupos (aborígenes y
europeos), proceso comprobable en la aparición de términos para referirse a los afromestizos
como mulato/a, zambo/a, entre otros. La importancia numérica de las castas en gran medida
afrodescendientes, está refrendada en distintos documentos los cuales señalan el peso
numérico de la población de origen afro en la Córdoba colonial y el período posterior. Por
ejemplo, en 1643 las actas capitulares registran que en Córdoba y su campaña habitaban unos
2.000 esclavizados para esa misma fecha existían 110 vecinos, aproximadamente 550
pobladores españoles (Pita, Tomadoni, 1994, p.67), el obispo de Córdoba Abad Illana en
carta al rey señaló en agosto de 1768 que:

“De que las indias, negras y mulatas sean madres sin ser casadas no se hace
aprecio y aun pienso que los dueños de las esclavas, si no las hacen espaldas para
cometer muchas ruindades, se alegran de las que cometieron por el provecho que se
les sigue de los esclavos y esclavas que dellas nacen”.

Es decir la relajación de los hábitos y la procreación de numerosos mestizos redundaban en


una apropiación de mano de obra forzada por parte de las elites, fruto de aquellos vientres de
las mujeres de las castas. Más adelante señala algunos aspectos de las prácticas de los
hombres de las elites con respecto a las mujeres esclavizadas, todo un indicio de lo que
suponemos era habitual en aquellas épocas donde la cultura de la violación se expresaba de
múltiples maneras pero fundamentalmente en una poligamia masculina de los varones de las
elites:
“Del mismo modo que en España andan las casadas cargadas con sus hijos, andan
aquí las solteras con los suyos, y si son esclavas, a vista, ciencia y paciencia de sus
amos. Si éstos hubieran de perder a las esclavas temo que las harían abortar, por no
perderlas, y de aquí que se guiaría la perdición de infinitas almas. Creo señor que


Hacemos hincapié en el término afromestizos para recalcar la presencia afro, históricamente omitida en nuestro
país.

42
estos mis miedos son muy fundados porque más estiman los criollos a sus esclavos
que a los hijos, y más extremos de dolor hacen por la pérdida de un esclavo que por
la pérdida de un hijo. Y si supiesen que descubierto el desliz de la esclava, se habían
de quedar sin ella, muy de antemano procurarían el aborto, especialmente si ellos
fueran los autores del feto”. (Endrek, 1966,p.91)

Como podemos comprobar con estas fuentes las esclavizadas afros también serían presas
de la lascivia de los hombres en general y de sus amos en particular, con la salvedad que
hemos señalado anteriormente de que el tormento para ellas comenzaba mucho antes de su
llegada a nuestro continente en su captura en África y en los barcos negreros que las trajeron a
América. Hablando de las relaciones entre amos y esclavizadas Jean Tardieu se refiere a
“amores ancilares” respecto de las relaciones resultantes de situaciones de subordinación entre
amo y esclava, de los abusos sexuales de mulatas y negras por dueños malcasados
(generalmente sujetos a uniones arregladas) en el relato de las situaciones de sometimiento el
autor señala la crudeza y el realismo de las mismas.
De las relaciones más extremas y escandalosas sucedidas en Córdoba entre amo y
esclavizadas son las que se ventilaron con motivo del juicio de divorcio que entablo la esposa
de don Alexo Gil, quien fue denunciado por comportamiento adulterino: “vida lubrica y
voluctuosa (sic) con que tenía adulterado el tálamo nupcial entregándose a cuantas negras y
pardas entraban a su servicio por compra, o por conchavo” (Ghirardi, p. 371). Al decir de la
atormentada esposa Gil tenía “tratos ilícitos” con todo su personal doméstico, algo que era
vox populi en la ciudad y como resultado de tales relaciones su esposo había procreado un
hijo con la esclavizada Josefa Narvaja y dos con Juliana, también comentaba que:

“la fisonomía de los muchachos acusa la filiación de mi marido, él los quiere


mucho, le llaman padre y con él comían y dormían según Josefa, son además
reputados de público y renotados hijos suyos, él les dio la libertad por escritura
pública que les otorgo en medio de sus necesidades extremadas sin embargo de
tener hijos legítimos”.

Debido a que el juicio duro mucho tiempo se pudo conocer que unos años antes don Alexo
había intentado vender en Mendoza a dos de sus hijos nada menos que al General Quiroga, la
esposa lo denunciaba en estos términos: “el excelentísimo señor Quiroga bien informado lo
llamó e increpó de muerte en Mendoza porque trataba de vender a sus propios hijos”. El caso
llegó hasta el mismísimo gobernador Juan Martin de Pueyrredón quien decidió retener a

43
Josefa para sacarla del dominio de Gil. Como si todo esto no fuera suficiente se conocía que
en una oportunidad y ante la negativa de una de sus esclavas a tener contacto sexual esta se
huyó de la casa y don Alexo “se levantó desnudo de la cama a correrla y ella se huyó”. Por
otra parte Gil había vendido a su esclava Juliana en Buenos Aires reteniendo a su lado dos
hijos que había procreado con ella, las esclavizadas en conjunto declararon que don Alexo les
había prometido que “si salía embarazada de su trato con él, le daría libre a su hijo y a ella
también (Ghirardi, p373).
No muy diferente parece haber sido el trato de ciertos religiosos hacia las mujeres
esclavizadas, sabemos que en el ámbito jesuítico la Orden alentaba la endogamia racial entre
los afroesclavizados, Concolorcorvo el atento viajero señalo sobre los mismos que “(eran)
todos negros puros y criollos, hasta la cuarta generación, porque los regulares vendían todas
aquellas criaturas que salían mezcla de español, mulato o indio”. La pregunta que nos viene
en cuestión es ¿quiénes eran los padres de estos niños mestizos?, sugestivamente muchos
esclavizados eran demasiado “blancos” lo cual indica la participación de varones del estrato
dominante en el mestizaje; por ejemplo una mujer manumitida por Don Gregorio Arrascaeta a
la cual se la describe como “una esclava llamada Bernarda de edad de 30 años poco más o
menos blanca rubia”, en tanto Doña Josefa de Albarracín dio carta de libertad a una
esclavizada llamada “María Theresa de hedad de nueva meses blanquita”. Don Juan de
Echenique libero a un esclavizado “de dos meses el cual se llama Josep Manuel blanco
rubio” (Peña, 1997, 185). Es probable que desde la misma Angola o África llegaran personas
mestizadas como lo sugiere el siguiente testimonio:

“En 2-6-1739 Domingo esclavo del alférez Domingo de Pasos, para casar con
María negra también esclava del mismo, declara que a “ambos nos trajeron muy
pequeños de Angola y nos hemos criado en esta ciudad y en casa de dicho mi
amo”…no pueden ser consanguíneos “por ser el pretendiente de color negro
atezado y la contrayente de color ablanquezinado” (Ferreyra,1996, p, 302).

En otros casos el reconocimiento de los padres españoles llegaba al punto de que ellos
mismos pagaban por la libertad de sus hijos, como el caso de “María Catalina, parda de 27
días de edad, hija de una esclava de Doña Juana Rodríguez de Zarate, que fue liberada por
65 pesos que pago su padre el capitán Don Tomas de Pizarro” (Peña, p, 193). En un caso
similar Doña Isabel de Torres, reconocía el derecho a herencia de su nieto al ordenar en su
testamento que: “se le den a Domingo, pardo libre, hijo natural del dicho Diego Álvarez

44
ochenta yeguas criollas de mi estancia que quedaron entre las demás por muerte del dicho mi
hijo” (Peña, p, 194). En el caso, entre otros, de la denuncia de la esclavizada María de la Cruz
Monserrat en agosto de 1814, el acusado fue el presbítero Marcos Ariza quien fue denunciado
por María de obligarla a tener “tratos ilícitos”, relación de la cual eran los dos hijos que ella
tenía a su cargo. Otros testimonios nos ilustran sobre estas prácticas de varones del estrato
superior:
“Don Elías Bustos expresa que casa con su esclava por haber vivido con ella en
“ilícita amistad” durante 18 años tener con ella dos hijos “bajo palabra de
casamiento” y para reforzar su petición el que “mis confesores me lo han insinuado
para sosegar mi conciencia”. (Ferreyra, 1996, p, 315)

Córdoba y Angola

Las relaciones informales y consentidas eran muy habituales en la América colonial a pesar
de que cierta legislación había prohibido la unión de los distintos grupos y condenado
prácticas como el “amancebamiento” es decir el concubinato, que eran permanentemente
denunciados por las distintas autoridades civiles y eclesiásticas, A través de estas prácticas
legitimas o no, era como crecía el mestizaje aunque ciertos grupos como el de los españoles y
también los esclavizados de Angola mantuvieron prácticas endogámicas en el mercado
matrimonial, alentados por sus amos interesados en la reproducción de la mano de obra como
ya ha sido señalado:

“Un grupo interesante lo ofrecen los esclavos Angolas introducidos de aquella


región. De los 58 Angolas varones que casan en Córdoba entre 1700 y 1779 hay dos
décadas que destacan la de 1730-39 con 22 matrimonios de ellos y la del 60 con 16.
Este grupo de Angolas denota una clara tendencia endogámica pues en el caso de
los 58 varones detectados para todo el periodo en estudio, 34 (58,6%) casaron con
negras también Angolas, 13 con indias (22,4%), 7 con libres (12,4%) 3 con esclavas
cordobesas (5,2%) y 1 con una mestiza (1,7%). Las 37 esclavas Angolas presentan
una preferencia aún más acentuada a casarse dentro de su grupo pues 34 (91,9%)
de ellas lo hicieron con negros Angolas y las 3 restantes lo hicieron con un esclavo
cordobés, un libre y un indio (Ferreyra, 1996, pp, 302-303).

En algunos casos y también contribuyendo a la expansión del mestizaje, se registraron


matrimonios interétnicos entre conyugues de “distinta esfera” lo cual motivaba la reacción
familiares y autoridades a través de los denominados “juicios de disenso”; así en 1792, don

45
Juan Roldan fue cuestionado por su potencial suegra por su mala raza de “mulato o indio” aun
cuando no fue posible en aquella instancia establecer claramente su identificación racial
(Ghirardi, 2004, p. 91). En el mismo año doña Susana Ladrón Niño de Guevara se oponía al
matrimonio de su hija Hipólita Rosas, según sus dichos el pretendiente “es un cholo conocido
confirmándolo su mismo aspecto y no solo tendrá una mala raza sino muchas de mulato o
indio”. El disenso por cuestiones raciales también fue el fundamento alegado para prohibir el
matrimonio, que de consumarse y según sus palabras “harían infeliz el matrimonio y
deshonraría su familia”.
Tres años después en 1795 el cura Vicente Peñaloza casó en el Rio de los Sauces, curato
de Rio IV a don Domingo Devia con María de la Paz Estrada a pesar de la oposición del
hermano del novio quien negó su consentimiento para el matrimonio alegando que su
hermano era español y la novia mulata, el Gobernador Sobremonte dictamino que el novio
fuera desheredado y solicito al Obispo una sanción para el cura que los había casado
(Ghirardi, p, 104). No obstante lo anterior en los 80 años que van entre el 1700 y 1779 se
registraron 1450 matrimonios entre las castas y 24 matrimonios mixtos “contraídos por 20
varones y 4 mujeres españolas, (…) el 60% de los varones españoles casaron con esclavas y
el 50% de las mujeres que hicieron un casamiento mixto fueron con indios”. (Ferreyra, 1996,
p, 315). En 1813 don José Domingo Baigorri entablo un pleito contra su hermano Manuel por
pretender este último casarse con Manuela Arrieta tachada de mulata. El Gobernador Viana
declaro irracional el disenso pues se comprobó que la novia descendía de “indios nobles”. En
1760, un Informe del cabildo de Córdoba elevado al rey señalaba que: el número de personas
de ambos sexos, de todas las clases y edades es de catorce mil almas, comprendiéndose solos
hasta doscientos españoles con los correspondientes niños y mujeres, siendo lo restante gente
de dicha gente negros, mulatos, indios y mestizos. (Segreti, 1973, p.160)
Algunos investigadores sostienen que con el avance del siglo XVIII se asistió en toda la
región a un recrudecimiento del racismo hacia las castas (Endrek, 1966), la imposición de
criterios de superioridad étnico racial por parte de las elites mediterráneas cordobesas que se
presumían fuertemente homogéneos en sus estratos superiores segregó sistemáticamente a
todos los indios, mestizos y castas en general y quizás esto se debiera al notable incremento
de los grupos subalternos y la necesidad de un control social más acérrimo sobre los mismos
como lo señala el historiador Aníbal Arcondo:

El crecimiento acelerado y auto sostenido que se inició a comienzos de la década de


1750 tuvo como principales protagonistas a las denominadas castas. Esto explica la

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afirmación del Cabildo en su informe de 1760, que calcula en 14.000 los habitantes
de la ciudad y de los curatos anexos, de los cuales solo 200 eran vecinos y el resto
negros, mulatos, indios o mestizos, a los que califica de “gente plebe” sin
habitación ni arraigo para la que reclama un hospital y casa de recogida en “donde
sujetar a las mujeres escandalosas”. (Arcondo, 1992. p, 206).

Como se induce de estas fuentes el proceso de africanización siguió su marcha en toda la


región y también el racismo, así el Telégrafo Mercantil señalo en la edición del 27 de junio de
1801: “Todos los que habitamos esta parte del globo sabemos que se juzgan y tienen por viles
e infames ya sea por derecho ya por costumbre o por abuso tales son: negros zambos,
mulatos, mestizos, cuarterones, pachuelos”. En el Censo de 1778 ordenado por la Corona
española, las castas afromestizas suman entre libres y esclavizados casi un 50% de los
habitantes de la provincia de Córdoba; los posteriores censos realizados en la jurisdicción
corroboran la numerosa presencia de afrodescendientes, alrededor de 35 % en 1813 y 1822, y
un 60% en 1840 (Endrek, p.13).
Otra fuente documental, el Censo de Milicias de 1819 señala también la complejidad y
profundidad del mestizaje en el área cordobesa, de un total de 7581 milicianos, 1753 un 23%
del total fue registrado como “morenos”; esta categoría incluía otras como “muy moreno”,
“algo moreno”, “pardo” (Ghirardi, 2013, p, 14), en tanto unos 110 milicianos fueron
registrados como “negros”. Si tanto negros como morenos comprendían casi un cuarto de los
milicianos censados es interesante señalar que 2870 de ellos, un 38 % del total fueron
registrados por sus oficiales superiores como “trigueños”, esta categoría incluía también a
otras como “amarillo”, “mediano”, “regular”, “tostado”, “trigueño cerrado”, “trigueño
pecoso”, “trigueño muy pecoso”. Como ha señalado el investigador Reid Andrews el termino
trigueño habría sido un eufemismo para enmascarar afrodescendencia, utilizado para registrar
personas en actividad militar termino siendo una seudo-categoría muy útil como paso previo a
un posterior blanqueamiento (Andrews, 1989). En el análisis del mencionado Censo, Mónica
Ghirardi describe múltiples afinidades fenotípicas entre morenos y trigueños aun cuando no
sugiere una correlación entre trigueños y afromestizos:

“La denominación “moreno” podría asociarse a un cambio de designación referida


al elemento negro en el período republicano, individuos de cabellos
preponderantemente negros (84%) y crespos (75%). En los individuos de tez trigueña
predomino el cabello crespo, igualmente en morenos. La apariencia de nariz gruesa
predomino notablemente en negros, trigueños y morenos. (Ghirardi, 2013, p, 8).

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Por otra parte Córdoba no era el único espacio con una significativa presencia afro, más
bien este era un fenómeno de todo el continente pues el espacio urbano americano fue un
ámbito específico de desarrollo de la población afroamericana debido a que parte de la
historia de la esclavitud atlántica fue vivenciada en paisajes urbanos y semi-urbanos o peri-
rurales. En ellos, millares de esclavos africanos y afroamericanos se mestizaban con otros
personajes de la cultura y el universo productivo americano, como resultado de este profundo
mestizaje:
“Buenos Aires, Caracas, Charleston, Nueva Orleans, Nueva York, La Habana, Recife,
Río de Janeiro, Bahía, entre tantas otras, constituirían sociedades esclavistas en el
nuevo mundo entre los siglos XVI y XIX. Los esclavos se volverían figuras centrales
en el mundo del trabajo, inventarían territorios, redefinirían identidades”. (Farías,
Santos, 2006, p. 7).

La presencia de población afromestizo abarcaba a todo un ámbito regional, según el Censo


virreinal de 1778 esta población promediaba el 50 % en todas las ciudades del llamado
Tucumán colonial, es decir Córdoba, La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero, Tucumán y
Salta, siendo algo inferior el resultado en las provincias del litoral.
Por investigaciones recientes de historia regional conocemos que la región de Rio Cuarto,
en tanto zona de frontera poseía contingentes de familias establecidas o residentes y otras
“vagamundas” de origen pardo-mulato, según las fuentes trabajadas y como señala la
investigadora María Carbonari “Muchas de esas familias eran españolas pobres pero la
mayoría formaba parte del cruzamiento étnico entre españoles pobres, indios y negros que
constituían más de la mitad de la población 51% en 1778 y 52 % en 1813”. En esta región
del sur cordobés tenemos otro ejemplo de mestizaje en el caso de la familia del mulato
Basilio natural de “Rio Arriba” quien en 1778 fue censado junto a tres esclavizados más en
la casa de Juana Rosa Freytes, estaba casado con la india libre Josepha Bustos, además
convivía con sus tres hijas y suegra (Carbonari, 2015, p, 79). Pero no solo en las zonas rurales
se producía el mestizaje de personas de castas, también fue el caso del casamiento registrado
en la ciudad de Córdoba entre Antonio esclavizado de Angola y María india libre:

En el tramitado en 11-10-1738 por Antonio “de nación Angola” esclavo del Mtro D.
Lorenzo Félix de Gigena para casar con María Ignacia, india del servicio de Dña.
Jerónima de Funes, su amo certifica que su esclavo “vino a esta ciudad infiel
muchacho de 10 o 12 años” (Ferreyra, 1996, p, 302).

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Los Llanos de La Rioja colindante con las sierras de Córdoba, también contaba con un gran
contingente poblacional afromestizo. Ariel de la Fuente, en su trabajo sobre las montoneras
de La Rioja, escribió:

“Es posible que muchos de estos labradores, por lo general fueran migrantes (o sus
descendientes) de las provincias vecinas, que se establecieron en los Llanos a fines
del siglo XVIII. Según evidencia de fines del siglo XVIII, este grupo estaba formado
principalmente por ex esclavos y mulatos. (De la Fuente, p. 94).

Algo similar sucedía en Catamarca, donde los trabajos de Florencia Guzmán han aportado
elementos para la visibilización de los afromestizos en aquella jurisdicción. (Guzmán, 2002)
Para la provincia de Santiago del Estero, el trabajo de José Luis Grosso nos señala la
presencia de un gran ámbito étnico-cultural en el cual la presencia de población afromestiza
era muy importante:

“La construcción de la Nación Argentina, hegemonizada por las élites de hacendados


y comerciantes de Buenos Aires, consistió en la erradicación de los trazos étnicos
coloniales, (...) Los indios, los negros y sus mezclas, sectores mayoritarios de la
Mesopotamia santiagueña, en el Norte del país, fueron borrados del mapa social”.
(Grosso, 2008, p. 243).

El proceso de miscigenación siguió su curso durante todo el período colonial y aun después,
y no había razón para que fuera de otra manera, como lo señala la siguiente afirmación del
historiador Roberto Ferrero:

“Ya en los siglos XVIII y XIX existió en Córdoba una población marginal, hundida en
la miseria y la degradación, que la ciudad burocrática y doctoral no podía integrar a
su débil sistema productivo. Eran las rancherías de los conventos en los que junto a
los esclavos negros y los domésticos de las piadosas instituciones, convivían mulatos,
indios y zambos de la “baja esfera”. Allí libres y esclavos se confundían en la miseria
común. Vagos, mendigos y ladrones alternaban con lavanderas, peones, y “gente del
servicio” (Ferrero, 1983, p.9).

Años de mestizaje operado en el territorio cordobés había dado por resultado que amplias
capas de la población cordobesa tuviera un triple ascendencia indígena- afro- europea, en
particular sus clases populares; luego a finales del siglo XIX, el proceso de organización del
estado nacional en Argentina diseñaría una representación de su demografía en la cual y al

49
igual que señalaron otros sujetos fundadores de la nacionalidad para otros espacios
americanos, indios y negros serian borrados de la memoria colectiva y de esta manera
“desaparecerían” del mapa social. Afortunadamente, recientes investigaciones lejos de señalar
esta supuesta desaparición, hicieron énfasis en la permanencia de los grupos invisibilizados,
como Waldo Ansaldi cuando señala la pervivencia de afromestizos en los suburbios de la
ciudad capital para fines del siglo XIX: “El espacio marginal donde se despliega la
sociabilidad de los pobres es territorio étnico de mestizos, mulatos, morenos y pardos”.

El Discurso Censal

Una serie de informes, empadronamientos y estimaciones nos habían posibilitado conocer


algunos aspectos demográficos de la población cordobesa durante el período colonial, como
todo discurso de poder podemos inferir que tales documentos de alguna manera reflejaban
una realidad étnico racial de nuestra población cordobesa pero siempre filtrados por la óptica
subjetiva de los censistas, ellos mismos pertenecientes a los estratos de poder de la sociedad.
A partir de 1778 en el marco de las Reformas Borbónicas en la provincia de Córdoba se
llevaron a cabo distintos censos para registrar a la población. Estos censos, que corresponden
a la fase pre-estadística de la ciencia demográfica (con todos los problemas, limitaciones e
impedimentos que ello conlleva), registraron para Córdoba una gran cantidad de población
afrodescendiente. En la temática que nos ocupa en este apartado, la del mestizaje, la presencia
de población afromestiza está confirmada por las distintas fuentes que han sido ya analizadas;
y como veremos, la información de los censos está en sintonía con estas fuentes. Como
señalaba, el primer dato censal que brinda información sobre las particularidades étnicas de la
población cordobesa data del año 1778. Afortunadamente durante gran parte del período se
siguieron registrando en los censos categorías étnicas, esta práctica tenía que ver con los
alcances del “Régimen de Castas”, la codificación jurídica que clasificaba a la población
durante el período colonial de acuerdo al origen étnico de los individuos.
Para realizar un análisis de la población afrocordobesa, ver su desarrollo y supuesta
declinación, vamos a trabajar comparativamente los distintos censos del período republicano.
Para estudiar el proceso en la mediana duración debemos incluir también el censo de 1778-79
ordenado por la Corona española, el cual registró los siguientes datos para la provincia de
Córdoba:

50
Población de Córdoba según el Censo de 1778.
Etnia Ciudad % Campaña % Ciudad –Campaña %
Españoles 2.697 15,50% 14.643 84,50% 17.340 39,40%
----------------------------------------------------------------------------------------------------- ---------------------
Indios 121 2,20% 5361 97,80% 5.482 12,4 5%
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Negros, Mulatos
Mestizos (libres) 2.335 15,70% 12.557 84,30 % 14.892 33,80%
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Negros, Mulatos
Mestizos (esclavos) 2.117 33,40 % 4.221 66,60% 6.338 14,35%

Totales 7.270 36.782 44.052 100,00%

Un dato de suma relevancia es que para una población total de 44.052 habitantes, existían
más de 6.000 esclavos en la jurisdicción (alrededor del 15%). De estos, 2.117, casi un 30%,
viven en la ciudad capital. La sumatoria entre los guarismos de las castas esclavizadas y libres
indican que éstas superaban el 60% de la población citadina, razón que me permite concluir
que Córdoba era una ciudad con mayoría de población afroamericana, en tanto, la suma total
para la provincia revela que las castas afromestizas conformaban casi la mitad de la misma,
un 48% de la población cordobesa.
En el período independiente (1813) se levantó otro censo en la jurisdicción de Córdoba,
en esta oportunidad fue ordenado por las autoridades del Estado Central con sede en Buenos
Aires. Para esta fecha la población total de la provincia se había casi duplicado pasando de
44.052 habitantes a 72.043 entre 1778 y 1813.
Un análisis comparativo entre ambos censos puede verse en la obra de Emiliano Endrek,
El Mestizaje en Córdoba; en nuestro caso nos interesa fundamentalmente saber qué cambios
se han operado en los porcentajes de población afromestiza. Lo primero que llama la atención
es que la estructura social de la ciudad no se ha modificado fundamentalmente,
manteniéndose el porcentaje de españoles o blancos (40%) y de las castas (alrededor del 60%)


A.H.P.C. Gobierno, Censo de 1778, Tomo 19. Folio 119. Cuadro tomado de la obra de Endrek, Emiliano “El
Mestizaje en Córdoba….”, op., cit., p. 13.

51
Población de Córdoba según el Censo de 1813.
Etnia Ciudad % Campaña % Ciudad –Campaña %
Españoles 4.241 40,00 % 37.100 60,00 % 41.341 57,40 %
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Indios 50 0,50 % 5.649 99,50 % 5.699 7,90 %
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Negros, Mulatos
Mestizos (libres) 3.691 20,60% 14.252 79,40 % 17.943 24,90 %
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Negros, Mulatos
Mestizos (esclavos) 2.605 36,90 % 4.455 63,10 % 7.060 9,80 %

Totales 10.587 61.456 72.043 100,00 %

Pero en el ámbito rural se ha producido un cambio notable: la población blanca se ha


incrementado más de un 20% en detrimento de las castas, en particular los libres. Lo más
probable es que en un período marcado por las medidas implementadas por la Asamblea del
año XIII se haya producido un blanqueamiento entre los cordobeses de la campaña, así
también lo sugiere el profesor Endrek:

“Debemos aceptar, salvo alguna otra explicación, que los habitantes de la campaña
se habían “blanqueado” muy rápidamente, lejos de la aristocracia ciudadana, tan
meticulosa en lo que a genealogías se refiere. Muchas familias “pardas” de la
campaña se convirtieron en “blancas”, a pesar, muchas veces, del tono bronceado de
la piel, resabio ineludible de la pigmentación africana.” (Endrek, pp, 18-19)

En1822 durante el gobierno del general Juan Bautista Bustos fue realizado otro censo.
Para esa fecha, la población cordobesa había registrado un ínfimo crecimiento, tal vez debido
a las guerras y las consecuentes devastaciones que éstas producían en la población. Más allá
del escaso incremento de la población cordobesa debido a los problemas ya señalados,
podemos ver que se han operado algunos cambios a la hora de clasificar a la población. En
primer lugar, ha surgido una nueva categoría: “Sin especificar”, que engloba a un 11% de la
población urbana. En tanto, el número de la población de castas afromestizas ha retrocedido
un 20% con respecto al Censo de 1813, sin que los denominados blancos o españoles hayan


“Censo de Población de la Ciudad de Córdoba y su campaña. Año 1813”, Documento 6. A.H.P.C. Gobierno,
Censo de 1813, Tomos I y II.

52
incrementado significativamente su proporción en la población de la ciudad. Aquí podemos
sugerir que las distintas vicisitudes de las guerras de Independencia y la desestructuración del
trabajo esclavo, han propiciado un relajamiento en cuanto a las prerrogativas de limpieza de
sangre. Robert Turkovic ha señalado en su investigación cómo se fueron modificando las
categorías para clasificar a la población en Córdoba con la aparición de nuevos términos,
como por ejemplo “Trigueño”, utilizado en el ámbito militar para clasificar a los reclutas.
Los cambios económicos y sociales operados en la época nos permiten suponer que la
diferenciación binaria o dicotómica español-blanco y casta, ha sido reemplazada por otra de
mayor complejidad. Por otra parte, en los documentos de Crimen y Gobierno que se
encuentran en Córdoba se ven reflejados estos cambios, por ejemplo hacia la década de 1850
la categoría étnica de los procesados se irá omitiendo hasta desaparecer por completo, hacia el
final de la década. Con ella desaparecen términos como pardo libre o zambo, lo cual no
significa que la población afromestiza desapareciera. Los libertos y esclavos suman más del
10% de la población urbana en 1822 (1.208 esclavos y 66 libertos), y si sumamos todas las
categorías de afromestizos (pardos, negros, mulatos, libertos, libres o esclavos) conforman un
40% de la población de la ciudad capital, y casi un 35% del total provincial.

Población de Córdoba según el Censo de 1822.


Etnia Ciudad % Campaña % Ciudad –Campaña %
Nobles 4.942 11,10% 39.483 88,90 % 44.425 58,54%
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Indios/chinos 652 25,49% 1.905 74,51% 2.557 3,37%
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Sin especificar 1.305 50,58% 1.275 49,42% 2.580 3,39%
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Afromestizos 4.668 17,72% 21.662 82,28% 26.330 34,70%
(Pardos, negros)

Totales 11.567 64.325 75.892 100,00%


Arcondo, Aníbal, La Población de Córdoba según los Censos de 1822 y 1832, UNC, Córdoba, 1998, p.14.
Cuadro de elaboración propia en base al trabajo citado.

53
Distribución de la población según condición legal.
Ciudad % Campaña % Ciudad –Campaña %
Libres 10.293 14.40 % 61.307 85,60 % 71.600 94.30 %
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Esclavos 1.208 30,90 % 2.701 69,10 % 3.909 5,20 %
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Libertos 66 17,20 % 317 82,80 % 383 0,5 0 %

Totales 11 .567 64.325 75.892 100,00 %

Los registros censales sobre la jurisdicción de Córdoba se interrumpen hasta el año 1840,
en que nuevamente se vuelve a ordenar un censo general de la provincia. No obstante, en
1832, en un cuadro institucional muy complicado, se levantó entre los meses de agosto y
septiembre un censo de la ciudad de Córdoba. El gobernador delegado (interino) Benito
Otero, como sustituto del gobernador José Vicente Reynafé, firmó el correspondiente decreto.
Por motivos que se desconocen, el relevamiento censal se circunscribió a los nueve cuarteles
de la ciudad y no comprendió a los suburbios ni a la población indígena de La Toma y el
Pueblito.

Población de la ciudad de Córdoba. Censo de 1832.


Etnia Cantidad Porcentaje
Nobles-Plebeyos * 4.969 42,25 %
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Indios/chinos 500 4,25 %
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Sin especificar 184 1,55 %
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Afromestizos 6.110 51,95 %
(Pardos, negros)

Totales 11.763 10 0,00 %


Ibid, p. 14.

Ibid, p. 31.

54
Distribución de la población según condición legal.
Condición Cantidad Porcentaje
Libres 10.466 89,00 %
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Esclavos 464 3,90 %
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Libertos 738 6,30 %
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
No especificado 95 0,80 %

Totales 11.763 100, 00 %

En los resultados que arrojó este Censo sorprende corroborar que los afromestizos
alcancen un total de 52 % de la población urbana, es decir su porcentaje ha crecido un 12%
con respecto al censo anterior, en detrimento de la categoría “Sin especificar” que ha pasado
de un 11% en 1822 (1.305 individuos) a 1,55% en 1832 (184 personas). Lo cual genera un
gran interrogante, pues como vimos, la tendencia socio-demográfica en la época apuntaba en
sentido contrario hacia un blanqueamiento de la población. Por algún motivo los censistas
cordobeses de 1832 volvieron a utilizar, en forma general, la clasificación dicotómica “blanco
o casta”.
Si nos guiamos por los resultados del Censo del 40, nos encontramos que la población
afromestiza ha registrado un gran decrecimiento, pues ahora solo comprende el 7,40% del
total provincial (cuando en 1822 alcanzaba el 35%). Mientras tanto, la categoría “Sin
especificar” reaparece nuevamente y comprende a un sorprendente 63% de la población
cordobesa.
En la ciudad, este sector ronda el 78% de los cordobeses, cuando en el censo anterior
abarcaba sólo un 1,55%. En este censo, los censistas no registraron en la ciudad categorías
étnicas, y se limitaron a señalar la condición legal de las personas.


Ibidem, p.31.

55
Población de Córdoba según el Censo de 1840.
Etnia Ciudad % Campaña % Ciudad –Campaña %
Nobles-Plebeyos* 3.007 10,54% 25.506 89,46 % 28.513 27,60%
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Indios/chinos 3 0,20% 1.433 99,80 % 1.436 1,40%
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Sin especificar 10.784 16,41% 54.894 83,59% 65.678 63,60%
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Afromestizos 1 0 % 7652 100,00% 7.653 7,40 %
(Pardos, negros)

Totales 13.795 89.485 103.280 100,00%

Censo 1840. Distribución de la población según condición legal.


Condición Cantidad Porcentaje
Libres 67.533 65,40 %
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Esclavos 2.039 1,97 %
-------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Libertos 733 0,73 %
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
No especificado 32.975 31,9 0 %
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Totales 103.280 100,00 %

Por algún motivo que desconocemos, en 1840 aparecieron nuevamente categorías


ambiguas como la mencionada “Sin especificar”. Pero, como ha demostrado el trabajo de
Dora Celton sobre el mencionado censo, la población de castas superaba el 60% de la
población citadina:

“En cuanto a los otros estamentos de la población, se nota un fenómeno que se viene
manteniendo desde fines del siglo XVIII, y es el elevado porcentaje de la población de


A.H.P.C., Gobierno, Censo 1840, Tomos 299, 300, 301. Arcondo, Aníbal, La Población de Córdoba según el
Censo de 1840, UNC, Córdoba, 2000, p.13. Cuadro de elaboración propia en base al trabajo citado. Existe
también un estudio sobre el Censo de 1840 de Dora Celton, pero me he inclinado por el trabajo de Arcondo por
ser más actual. Ver Celton, Dora, La Población de Córdoba en 1840. Junta Provincial de Historia de Córdoba,
Córdoba, 1982.

56
castas (los denominados libres), que nuclea casi el 60% de la población total de
Córdoba, es decir que se confirma lo dado por el profesor Endrek sobre el severo
control social que se ejerce en la ciudad sobre las diferencias raciales” (Celton, p.
68).

Entre 1852 y 1853, se intentó levantar un censo en la provincia de Córdoba, pero por
distintos problemas ocasionados por el desplazamiento del gobernador López y de los
federales, el mismo no pudo ser completado, incluso en algunos lugares se siguió trabajando
en el censo hasta el año 1856. El relevamiento se realizó en los departamentos de Anejos,
Calamuchita, Ischilín, Pocho, Río Seco, Río Segundo, Río Tercero Arriba, Santa Rosa y
Tulumba. No se conserva, y al parecer no existió, la documentación del censo para los
departamentos de Capital, Tercero Abajo, Río Cuarto y Punilla.

Población de Córdoba según el Censo de 1852.


Categoría Cantidad Porcentaje
Español-Noble 3.793 4,90 %
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Afromestizos 1.120 1,40 %
------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Naturales 2.161 2, 80 %
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
No especificado 26.585 34,20 %
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Libres 44.073 56, 70 %
Totales 77.732 100,00 %

Del siguiente cuadro podemos inferir ya no datos cuantitativos, los cuales sabemos que no
corresponden ni siquiera aproximadamente a la realidad, sino datos específicos en cuanto a
las categorías censales empleadas. En este censo, los censistas incluyeron categorías étnicas,
como así también condiciones legales y, sorprendentemente, categorías en desuso como la de
“español”. No obstante, es posible una estimación de la población no censada en base a los
datos publicados y correspondientes a una estimación oficial de 1857. En este trabajo se
puede comprobar cómo se han dejado de utilizar categorías étnicas para registrar a la
población, para situarse en el esquema censal binario “argentino–extranjero”, como en los


Cuadro de elaboración propia en base al trabajo de Aníbal Arcondo, op., cit., p. 69.

57
subsiguientes Censos Nacionales (1869 y 1895). De esta manera, podemos comprobar un
cierto paralelismo con los traslados estadísticos de población de color comprobados por
George Andrews para el caso de Buenos Aires, pero con especificidad propia para Córdoba.
Si en Buenos Aires el traslado estadístico era desde la categoría de pardo hacia la de trigueño,
y luego hacia la de blanco, en Córdoba podemos detectar estos traslados vía omisión de
categorías étnicas, y en como los sujetos de castas pasaron a figurar como “libres” o “no
especificados”, “trigueños” y luego a ser argentinos.
Aún después de la adopción del esquema binario argentino-extranjero para censar a la
población, otras fuentes siguieron utilizando las categorías de los períodos precedentes; de
ellas podemos inferir qué estaba aconteciendo con la población afromestiza en Córdoba. Por
ejemplo, en un trabajo demográfico realizado en base a los archivos del Arzobispado de
Córdoba, los investigadores analizaron los registros de nacimientos y defunciones de
españoles y naturales (castas) en la ciudad capital. Para el año 1856, los denominados
españoles registran 300 nacimientos y 119 defunciones, con un saldo o diferencia de 181
personas. En el caso de los naturales (castas) los guarismos registran 1067 nacimientos y 280
defunciones, con un saldo favorable de 787 personas. Estos datos nos dicen que, comparando
entre los dos grupos, las castas superaban ampliamente a los llamados españoles (blancos) si
se compara entre los dos grupos, y la proporción de los “no blancos” en el crecimiento
vegetativo de la población cordobesa correspondía a un 77 % de la misma, es decir que las
castas seguían siendo mayoría, por lo menos en la ciudad capital. Mientras tanto, en las
zonas rurales de la provincia es posible comprobar para la segunda mitad del siglo XIX y por
medio de otras fuentes la permanencia de núcleos de población afromestiza, en particular en
zonas ligadas a las ex estancias jesuíticas y en general en toda la provincia como
analizaremos en el próximo capítulo.

***


Fernández, Norma, Gaitán, M. H. y Tambos, Miguel, Demografía Retrospectiva de la Ciudad de Córdoba
(1823-1856), Trabajo Final de Licenciatura, Escuela de Historia, UNC, Córdoba, 1976.

58
Los Poblamientos
La colonización del territorio cordobés por parte de los pueblos amerindios implico la
ocupación de los distintos pisos ecológicos de la actual provincia, la sedentarización de los
mismos ocurrió sobre la franja serrana que ocupa casi todo el oeste cordobés y los valles
pedemontanos del sistema serrano, allí desarrollaron sus culturas los múltiples pueblos que
existían a la llegada de los conquistadores; en tanto las zonas de llanura del este fueron
ocupadas por pueblos nómades de tradición cazadora recolectora. De acuerdo a la modalidad
de la conquista es decir tierras más personas bajo el régimen de encomienda, los pueblos
indígenas sedentarios fueron los primeros en ser sometidos y sus territorios ocupados.
Unas décadas después de la invasión europea las encomiendas indígenas languidecían y
habían sido reemplazadas por Estancias y Haciendas y otras unidades productivas menores
(Piana, 19….) donde la mano de obra africana o afroamericana esclavizada se había tornado
indispensable para su desarrollo sobre todo a partir de mediados del siglo XVII; entre los tres
grandes grupos humanos es decir europeos, indígenas y africanos se había profundizado el
mestizaje el cual habría de seguir su marcha durante todo el periodo colonial y aún después.
A las estancias laicas habrían de sumarse las múltiples propiedades de las órdenes
religiosas de dominicos, franciscanos y fundamentalmente de jesuitas. Entre los agentes de la
iglesia y los colonos conquistadores se repartirían los valles serranos y pedemontanos además
de las zonas contiguas a la ciudad capital, llamadas Anejos y los espacios contiguos a los
cuatro ríos de la provincia. Así desde la estancia de la Candelaria en el límite noroeste
contiguo a la Rioja hasta la posta de Achiras en el sur provincial todo el oeste cordobés fue
poblado por la sociedad colonial; de norte a sur desde la actual ciudad de Ojo de Agua en
Santiago del Estero hasta la línea de fortines del eje la Carlota- Villa Concepción del Rio
Cuarto, una línea de estancias y fortines paralelas al sistema serrano cubría la zona pampeana
para los dominios de la sociedad colonial. Hacia el este, el norte y el sur de la misma, los
dominios del indígena indómito.
En todos estos espacios de la Córdoba rural es posible rastrear la huella indeleble del
trabajador africano, afroamericano y luego afrocordobés, si ya hemos señalado la presencia de
afros en las zonas jesuíticas intentaremos analizar la presencia afro en otros espacios de la
ruralidad cordobesa, adonde estos hombres y mujeres llegaron en forma de esclavizados,
trabajadores libres o “conchabados”, agregados, pequeños propietarios, vagamundos, o
fugitivos, ya sea en familia o individualmente.

59
En el caso de este último sector, los cimarrones fugitivos, tenemos muchos indicios pero
escasas investigaciones sobre el proceso de fuga y campesinizacion de los mismos, una
chance muy plausible es el establecimiento de los mismos en los Pueblos de Indígenas. El
comandante de la frontera sur Lucio V. Mansilla autor del clásico literario “Una excursión a
los indios ranqueles”, también ha señalado la presencia de esclavizados fugitivos en las
tolderías indígenas ranquelinas, en la mencionada obra Mansilla hace alusión a sus
encuentros con tres afromestizos cimarrones: un zambo, un mulato y un cuarterón, quienes se
desempeñaban como músicos soldados o traductores en el mundo indígena hacia el cual
habían huido desde el mundo “civilizado”.
Eduardo Saguier ya señalado que las sierras de Córdoba con su particular aislamiento era
una zona propicia para la fuga y asentamiento de cimarrones. Otra particularidad es la
presencia de afros en zonas de control indígena del espacio, debido a los secuestros que
realizaban los indígenas en sus correrías llamadas malones, por ejemplo las vicisitudes de un
malón de los Abipones en el noreste provincial fue descripto de la siguiente manera:

El día de San José apenas amanecía irrumpió en el predio de Sinsacate distante diez
leguas de la ciudad (de Córdoba) un gran malón de abipones a las órdenes de
Alaykin. Regenteaba es lugar el presbítero Carranza del clero secular; por aquel
tiempo era muy frecuente que acudieran los pobladores de la zona al templo vecino
de Jesús María para intervenir en los oficios religiosos. Los barbaron mataron o
llevaron cautivos a cuantos vieron, se llevaron veinticinco entre negros y españoles,
a muchos más degollaron y los demás se salvaron huyendo. Una mujer mulata hirió
a un abipón que ya la amenazaba a punto de asestarle el golpe arrebatándole la
lanza que pocos años después conservaba como trofeo en la localidad de Caroya.
(Segreti, p. 296).

Un poco más hacia el noroeste de lo sucedido en Sinsacate se desarrolló el juicio entre la


comunidad Tulián y la Corona Española por la devolución de las tierras del Pueblo de San
Jacinto, actual San Marcos, de la actuaciones del juicio realizado se desprende la presencia de
afromestizos viviendo en la comunidad en cuestión en julio de 1805. La historiadora Mariela
Tulián, integrante de la actual comunidad de San Marcos quien investigo el proceso de
recuperación de las tierras de sus ancestros cita parte del expediente de la siguiente manera:

Juicio entre la Comunidad Tulian y la corona española, interrogatorio: Si saben


que este qué llaman pueblo de San Jacinto se compone de mulatos, negros y de
algunos que son descendientes de esclavos que lo fueron de los dueños antiguos de

60
San Marcos? Burgos responde que conoce en este pueblo a un negro que fue hijo de
un esclavo de Toledo y que así mismo hay bastantes mulatos y foráneos. Castillo y
Villada aseguran que la mayoría de las personas del pueblo son mulatos y que
igualmente hay muchos intrusos y riojanos (Tulián, 2016, pp, 79-80).

También estuvieron presentes en los fortines y puestos de estancia en toda la geografía


provincial como destinados, fronterizos o fortineros en tanto población criminalizada y
obligada a poblar estos territorios que luego se transformarían en ciudades y pueblos de
nuestra provincia como el caso ya señalado de las localidades de Pampayasta, Capilla de
Rodríguez y Salto del área del rio Tercero y preexistentes a la actual ciudad de Rio Tercero
donde en 1830 un juez Nicolás Puebla señalo la presencia de 96 niño/as libertas más 19
mujeres esclavizadas, más hacia el sur los fortines fueron el precedente de las actuales
ciudades de Río Cuarto, La Carlota, Achiras, etc. En este caso del sur cordobés ya hemos
señalado la presencia afro siguiendo las investigaciones de María Carbonari:

“Estos grupos de familias calificadas como mulatas o pardas revelan que, junto a
las familias de españoles propietarios que conformaban la elite regional y
mantenían el dominio político y social, existían otras que también fueron ocupando
tierras mientras se dedicaban a las tareas rurales, lo que les permitió en algunos
casos adquirir parcelas y llegar, incluso, a ser propietarias de esclavos”
(Carbonari, p. 73).

A modo de ejemplo Carbonari realiza un seguimiento de distintas familias registradas


como “mulatas” o “pardas” y a través de los distintos documentos pudo seguir cierta
trayectoria económica pero también social de tres familias, la familia del mulato Mateo
Cabral, la familia De la Mar y la familia del pardo Luis de Cabrera:

“Mateo Cabral, “mulato” residente de Rio Segundo en 1758 compro tierras que
habían pertenecido primero al Convento de Santa Catalina de Sena y luego a
Santiago Moreyra por un valor de $ 30 (Carbonari, p. 71). En otro documento los
hijos de Mateo, Joseph Mariano Cabral e Joseph Antonio, figuran entre los
propietarios que donan terrenos para la construcción de la Villa de la Concepción.
Posteriormente, uno de los descendientes del mulato Mateo Cabral, Joseph Mateo,
se localiza en el año 1813 como “español” hacendado, junto a dos hijos, uno,
también de profesión hacendado y, el otro, de peón. En la jurisdicción de la Carlota,
se había trasladado Joseph Antonio, identificado como labrador mestizo, contando
con seis esclavos”. (p, 72).

61
“En otro caso, el de la familia mulata “de la Mar” se registra en el censo de 1778
en cinco casas colindantes. En el año 1794 parte de esta familia adquiere terrenos
en la Villa, mientras Francisco de la Mar y Rudecinda de la Mar, mujer de
Francisco Campero y dos hermanas se habían trasladado al paraje San Bernardo,
posiblemente acompañando a sus maridos. (72). Para el año 1813 en tanto, los de
la Mar fueron registrados como “pardos”, de profesión labradores los hombres y
tejedoras o hilanderas las mujeres (p, 73).
Otro protagonista de los registros de la región es Luis de Cabrera, “pardo libre”,
quien también había comprado tierras a mediados del siglo XVIII. En 1778 es
identificado como “mulato” junto a sus siete hijos. En 1794, el mayor, Joseph
Isidoro, fue censado a su mujer en el paraje de San Bernardo. Para 1813 se
desempeñaba como peón y su mujer como tejedora con siete hijos. Dos anotados
como labradores, una de sus hijas como tejedora y la otra costurera. En todos los
casos identificados como pardos libres” (p, 73).

Una fuente específica para verificar la presencia afromestiza en amplios rincones de la


provincia son los testimonios de los distintos viajeros extranjeros que llegaron al Río de la
Plata durante el siglo XIX y por todo el país hallaron y registraron la presencia de
afroamericanos; para el caso de nuestra provincia he encontrado estos datos de los viajeros
Ross Johnson y Benjamín Vicuña Mackenna quienes viajaron a mediados del siglo XIX por la
ruta entre Buenos Aires y Mendoza, al pasar por Córdoba señalaron:

“Seguimos avanzando despacio todo el día, pero la noche nos sorprendió antes de que
alcanzáramos la casa de postas respectiva, lo que no fue de nuestro mayor desagrado,
sin embargo, ya que pudimos dormir en la vieja casa de una hermosa estancia (San
Ignacio), antes propiedad de los jesuitas y habitada ahora por la mujer más gorda y
sucia, pero de mejor carácter que haya conocido. Era mitad india y mitad negra.”
(Johnson, Ross, en Segreti, p, 462).
“Setiembre 11: A las 6 de la mañana salimos este día, -dice mi Diario- y almorzamos
en la posta de Cañada de Luca, un miserable lugar. El posadero era casado con una
bizarra negra, activa y hacendosa; y ya andaban envueltos en sus camisas una
porción de gauchitos mulatos, mezcla de la pampa y de los desiertos africanos....”
(Vicuña Mackenna, Benjamín, en Segreti, p, 382-383).

Existía durante la época colonial y aun en el período republicano una política oficial para
el traslado compulsivo de personas criminalizadas hacia las fronteras de la sociedad colonial,
los esclavizados en particular podían ser separados de sus conyugues y de sus hijos, incluso si
esto últimos no lo eran, como en el caso de las hijas y la esposa del negro José, esclavizado de

62
don Santiago Arias a quien el hijo del amo había llevado a trabajar a la frontera en la Villa de
la Concepción del Rio Cuarto. En 1796 la esposa y las hijas de un mulato esclavizado
propiedad de Don Juan Ramallo fueron compulsivamente trasladadas a La Carlota a poblar la
frontera (Rufer, p, 90). Unos años antes una disposición general del gobernador del Tucumán
señalaba a los fortines como poblados de particular interés para el poblamiento con sujetos de
castas para reasegurar la frontera contra el indígena insumiso:

"a todos los dichos bagamundos, españoles, indios, negros mestreros y mulatos que so
título de estar agregados en tierras ajenas y otros que andan bagantes en dicha
jurisdizion sin hacer pie en parte alguna (..) sean conducidos y llevados a la frontera
del Tío y Punta del Sauce (La Carlota) con sus familias los que le hubieren y
obligados a poblarse en dicha frontera.."(Rustan, p,99).

Por otra parte en el Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba es posible consultar una
serie de documentos de la sección Crimen que contienen expedientes con sentencias de
destierros. En 1790, José Manuel Rodríguez, del rio de los Reartes, mulato de 22 años fue
destinado al fuerte de la Carlota. En el mismo año otras personas también fueron destinados a
ese fuerte: Juan de Soto, habitante del paraje de los Molinos, pardo libre de 28 años. Hipólito
Ferreyra, de Quebrada de los Ochoa, mulato de 25 años. Igual suerte corrieron Marcelino
Moyano, del Partido de San Vicente, quien fue registrado como “indio mulato”. Tres años
después, en 1795, Agustín Gusman de Chacra de la Merced, “crioyo mulato” de 30 años fue
desterrado de la provincia de Córdoba y destinado a Mendoza.
La línea sur de la frontera cordobesa con los indígenas parece haber sido de particular
interés para las autoridades coloniales y republicanas, por lo que una seria de avances hacia el
sur fue coronado con la fundación de postas, fortines, el cordón serrano hacia el oeste
delimitaba el área de ocupación de la sociedad colonial, al pasar por estos parajes durante el
siglo XIX, los viajeros dejaron testimonios del proceso de ocupación del espacio con
afromestizos:
Al borde de la segunda cadena de sierras se halla situada la posta de Achiras, la
dueña de casa con sus tres hijas grandes ocupa el amplio estrado, disponen de tres o
cuatro esclavas para ocuparse de ellas. Cinco leguas adelante se encuentra la posta
siguiente Cañada de Lucas, aquí no hay nada más que un mísero rancho donde nunca
reside el maestro de posta porque es un hombre de mucha importancia. Vive en su
estancia cerca de Córdoba y tiene un esclavo medio negro medio indio a guisa de
mayordomo para atender la posta. Posta las Barranquitas, la gente es amable, el
maestro de posta es un individuo bonachón gordo y alegre, su esposa muy afable y la

63
familia compuesta de niñas ya grandes, muy numerosa y agradable. Tiene buen
número de esclavos y el viajero es atendido lo mejor y más rápido que pueda
esperarse dalas las costumbres de este pueblo y las característica del país,(Miers
John, en Segreti, p, 259.269)

Para la segunda mitad del siglo XIX el mestizaje de la población era algo muy evidente y
así lo registraron en sus testimonios los viajeros y contemporáneos de la época. Por ejemplo
Vicente Alcalde Espejo hablando sobre la población de Ischilín señalaba:

“Predomina allí la raza criolla, originaria del cruzamiento de las castas negra e
india. Los tipos son bien formados y hasta puede decirse hermosos. Los hombres
son robustos y de una estatura más bien alta que baja; muy inteligentes, pero no
tienen agilidad sino para montar a caballo; son tan buenos jinetes como los
beduinos de la Arabia Pétrea.” (Alcalde Espejo 1871).

Sobre otros parajes y localidades cordobesas, también se dejaron informes para la


posteridad sobre la indiscutible presencia afromestiza. Como el siguiente relato de Santiago
Estrada, un contemporáneo de la época que escribe una anécdota ocurrida en la localidad de
Alta Gracia lugar en donde existió una comunidad afroamericana ligada a la ex estancia
jesuítica:
“Terminada la ceremonia religiosa recibí la visita de varias personas que, habiendo
sabido de mi llegada, tuvieron la galantería de venir a pedirme noticias de los
descendientes de Liniers, dispersos en ambos mundos. Entre estos buenos vecinos se
contaban algunas negras. Me presentaron su cuarta generación, comunicándome, con
voz conmovida, que algunos de los últimos miembros de su descendencia llevan el
nombre de sus señores, como prenda de gratitud que guardan a la familia de Liniers
por haber dado libertad a sus hijos” (Segreti, p. 484).

En la zona de Río Carnero paraje cercano a la actual ciudad de Jesús María vivía la
comunidad de apellido Piedra: según el censo de 1822 la componían 42 individuos; para
1840 esta comunidad alcanza el número de 66 personas: 31 esclavos, 34 libres y una
adolescente liberta.
Mientras tanto, en la cercana estancia de Caroya existía para 1840 una comunidad
afromestiza de apellido Monserrat (nombre del Colegio al cual pertenecían), conformada por


A.H.P.C., Gobierno, Censo de 1822, Tomo I, folios 338 al 339 vuelto

A.H.P.C., Gobierno, Censo de 1840, Tomo 301, folios 198 al 199 recto.

64
82 personas; 25 de ellos eran esclavos y 57 libres. Pero como en 1852-56 no se realizó el
censado, en aquellas zonas no existe información sobre la mencionada comunidad. No
obstante, en el primer Censo Nacional (1869), los individuos de apellido Monserrat que viven
en Córdoba suman 219 personas, y otros que también nacieron aquí viven para esa fecha en
Buenos Aires. En 1852 se había censado a 39 personas con ese apellido en el paraje de Las
Cañas, pero no se puede concluir que sea la misma comunidad, a pesar de que aún habia
esclavizados entre ellos. Incluso en la ciudad de Córdoba, para 1840 vivían en la ranchería
del colegio de Monserrat 70 personas con ese apellido, 23 de ellos aún eran esclavos, y según
se desprende de un caso judicial en que quedaron implicados dos muchachos de esa
comunidad, la ranchería todavía existía en la década de 1860.
Otra comunidad afromestiza era la de los esclavizados y dependientes de la familia Brabo,
residentes en Ascochinga. En 1840 suman 103 personas entre esclavos y libres (42 esclavos y
61 libres). Para 1852 solo existen 19 personas con ese apellido en la zona, pero muchos más
parecen haberse localizado en zonas aledañas a su residencia original. En tanto, los ex
esclavos de la estancia de Santa Catalina tomaron el apellido de uno de los propietarios que
tuvo la estancia: Díaz. Esta comunidad estaba conformada en 1840 por 50 personas en total,
32 de ellos eran esclavos y 18 libres. Otros apellidos típicos de afrocordobeses son los
correspondientes a las respectivas iglesias dueñas de esclavos como Sena, Belén, etc. y de
dueños de ex estancias jesuíticas (y esclavos) como Liniers y Solares, en Alta Gracia. Si bien
los censos dejaron de señalar la pertenencia étnica de los cordobeses, eso no significaba de
ninguna manera que los afromestizos desaparecieran, sino que éstos se siguieron mestizando
con el resto de la población, legando sus genes africanos a sus descendientes.
Si el discurso censal del estado nación argentino en formación comenzó con la omisión de
categorías étnicas propias de la grilla colonial esto no supuso la superación del régimen de
castas sino la transformación hacia un discurso censal moderno apropiado para la transición
hacia una sociedad moderna en formación profundamente racista. La sociedad republicana
que comenzó su derrotero en 1810 se tornó aún más racista, conservadora y eurocéntrica
hacia 1880; superados los conflictos internos entre las elites porteñas y la provincianas el
“indio” se convirtió en el aglutinador común, el “enemigo interno” a quien era preciso
exterminar o incorporar definitivamente a la civilización previa captura de las tierras
ancestrales de aquellos y Córdoba no estuvo exenta de aquel proceso ( Mariela Tulián por


A.H.P.C., Ibid, folios 193 vuelto al 194 vuelto.

A.H.P.C., Crimen, 1864, legajo 287, expediente 30

65
ejemplo describe la ocupación militar por parte del ejército argentino de su pueblo natal San
Marcos – San Jacinto entre 1892 y 1895 (Tulián, 2016, p, 115).
En cuanto a los “negros” de los cuales se pensaba que eran minoría prehistórica y
preexistente a la nación, solo había que dejar que se extinguieran lentamente, pero en
Córdoba como en otras zonas del país, “indios y negros” se resistían porfiadamente a dejar de
existir al punto que en 1889 la provincia mediterránea ordeno levantar un Censo Infantil de
niños y jóvenes entre los 1 y 15 años, curiosamente si bien el Primer Censo Nacional de 1869
no registro categorías étnicas, el censo de 1889 si lo hizo apareciendo dos categorías para
censar a los niños: “blancos” y “color”.
Lo que a primera vista pareciera una contradicción entre el discurso nacional y el
provincial cordobés no es otra cosa que la adopción de un discurso racista moderno por parte
del gobierno cordobés, la categoría “color” a mi entender señalaba el componente africano e
indígena de los niños cordobeses y quizás se hubiera transformado en síntesis explicativa de
situaciones sociales desfavorables en materia de educación, salud, alimentación y otras
variables de la realidad de los infantes cordobeses pues en el periodo en cuestión la “raza” no
solo contempla el “color” de las personas sino toda una serie de elucubraciones y prejuicios
morales y evolutivos sobre las mismas, quizás las autoridades cordobesas interpretaran que el
grado de pigmentación de los niños fuera el dato que explicara el analfabetismo, las
enfermedades y las cualidades de su población más joven.
Sea este o no el caso, los resultados del censo señalaron que el 98 % de todos los niños
cordobeses eran argentinos demostrando la escasa incidencia de los extranjeros, del total
provincial unos 101.465 niños, 36.911 un 36 % eran de color. En algunos lugares como el
departamento de San Alberto, localidad de Nono, en Traslasierra, de 915 niños, 183 eran
blancos y 732 eran de color, un 80% del total. Unos 5.895 niños de un total de 18.473 fueran
registrados como de “color” en la ciudad capital, un 32%.
Si no guiamos por los resultados de este Censo podemos inferir que la menor proporción
de población infantil afroindígena se daba en los departamentos del sudeste provincial, de
reciente ocupación y puesta en producción, es el caso de Juárez Celman y General Roca
donde la proporción alcanza entre un 7 y el 10 % del total. Los departamentos del este
provincial como San Justo, Unión y Marcos Juárez registraron entre 23- 28 % de niños de
“color” o afroindígenas. A partir de allí, los departamentos del centro de la provincia que
incluía a la ciudad capital registraron entre un 30 y un 40 % de niños afroindígenas, es el caso
de los departamentos de Anejos Norte, Tercero Abajo, Rio Segundo y la capital como ya
señalamos. A partir de allí, todo el arco noroeste de la provincia registra guarismos que

66
superan el 40 % y que en algunos casos como el del departamento Sobremonte donde se llegó
a registrar un 60 % de niños de color; es el caso de los departamentos de Cruz del Eje (39%)
Minas (57%), Rio Seco (55%), Pocho (54%), Ischilin (53%), Tulumba (51 %), Totoral (50%)
San Alberto (50%) y Punilla (42%). A estos territorios se les suman los de antigua
colonización como Rio Primero (49 %), Rio Cuarto (30 %), Calamuchita (27%) y Anejos
Sud que comprendía entre otros lugares a la estancia jesuítica de Alta Gracia donde se
registró un 52 % de niños de “color” o afroindigenas.
La categoría moderna “color” utilizada en este Censo venía a señalar ahora las
continuidades coloniales y republicanas donde gran parte de la población cordobesa ahora
argentina todavía era en gran medida mestiza o afroindigena, y donde las características
epidérmicas de cientos de miles de niños cordobeses así lo indicaban (o por lo menos así fue
como las autoridades se los representaban) esta realidad inherente a siglos de mestizaje entre
los conquistadores europeos, los indígenas y afrodescendientes quedo registrada en las
páginas del Censo que cubrió todo el territorio provincial, incluso los Pueblos de Indios que
el proceso de Organización Nacional venía a desestructurar definitivamente. Si las aéreas
norte y oeste de la provincia eran el ámbito mayoritario de los niños afroindigenas censados,
una proporción nada desdeñable de ellos habitaban la zona centro y antiguas áreas de
colonización en torno a los ríos de la provincia.
Sin la impronta de la inmigración aluvional europea que se estableció y colonizó otros
espacios como la pampa húmeda argentina pero que por fines del siglo XIX era una
proporción minoritaria en los límites provinciales, grandes aéreas de Córdoba aun mostraban
en su población los trazos étnicos coloniales que voceros e ideólogos del naciente estado
nación se negaban a reconocer, mientras como hemos tratado de demostrar afros e indígenas
o afroindigenas poblaban gran parte del territorio provincial y no solo el noroeste sino
también el arco chaqueño-pampeano hacia el sudoeste cordobés en postas, pueblos y
fortines.
Existe también otra fuente “no gubernamental” que nos ayuda a inferir la permanencia de
sectores de población afromestiza en nuestra región, es el caso del Registro de Mendigos y
Alienados, allí podemos analizar como distintas personas fueron registradas con datos
étnicos como se realizaba en la llamada grilla colonial, así desfilan por sus hojas cientos de
personas que fueron señaladas como negros, morenos, pardos y trigueños. Entre estas cuatro
categorías suman un 30 % del total de los internados en el Asilo, con la salvedad de que dos


Véase el Censo Infantil de la Provincia de Córdoba, 1889, La Minerva, Córdoba, en A.H.P.C. Biblioteca.

Vease Registro de Mendigos y Alienados, 1880- 1920. En A.H.P.C. Córdoba.

67
personas de origen italiano fueron registradas como pardos, todos los demás eran argentinos,
la gran mayoría cordobeses capitalinos y del interior, como así también personas de otras
provincias como Entre Ríos, Santa Fe y Tucumán.
Curiosamente debido a la profundidad del mestizaje hemos sido formados con la idea de
que no existen en el presente “negros” en la Argentina, de la actualidad de esta tesis
“sarmientina” se hacen eco nativos y extranjeros, pero luego de sondear en las raíces afros
conculcadas la pregunta recurrente ¿dónde están? podría actualizarse en ¿existe algún lugar
de la geografía provincial donde no estuvieran o estén?

Fotos de niños Afromestizos década de 1940. Gentileza Archivo de la Liga Cordobesa de Futbol.

68


A.H.P.C., Censo Provincial Infantil, 1889, La Minerva, Córdoba. Cuadro de elaboración propia del autor.

69
Militarización y Afromestizos
La participación de afroamericanos en actividades militares es parte de una larga historia
que comienza antes de los procesos independentistas americanos, como habíamos señalado
muchos llegaron cumpliendo roles militares como acompañantes o asistentes de los
conquistadores. La dominación española en América se había visto en la necesidad de
permitir el ingreso de las castas en el ámbito militar, especialmente para defender puntos
estratégicos en las colonias ante el desafío de los indígenas insurrectos o la presión de las
demás potencias europeas colonialistas. Aunque se les negaba el ingreso en el ejército regular,
fueron alentados a unirse a los cuerpos de milicias, unidades auxiliares que desempeñaban
distintas tareas complementarias del ámbito militar. (Turkovic, 1981)
En Córdoba, hacia finales del siglo XVIII, las milicias de castas desempeñaban distintos
servicios auxiliares, por ejemplo, la Compañía de Milicias de Pardos Libres estaba encargada
de mantener el orden en las corridas de toros y desempeñaba tareas de guardia en la cárcel
pública. A pesar de que las castas proveyeron el mayor componente numérico de las milicias,
generalmente existió un riguroso sistema de segregación. Blancos y castas eran enrolados en
unidades separadas y dentro de estas agrupaciones había más subdivisiones con el fin de
distinguir entre españoles criollos y europeos y entre pardos, indios, mulatos y morenos. En el
caso de los pardos libres, el grupo más numeroso de las castas, la mayoría de ellos compartía
su actividad en las milicias con sus profesiones habituales (ellos eran artesanos, músicos y
empleados domésticos). Los esclavizados, que cumplían actividades laborales similares a las
de los pardos libres no estaban por entonces incluidos en las actividades militares. En una
Memoria redactada en 1797 el gobernador Sobremonte señalaba:

“Hay también un batallón de pardos. Con ocho compañías de fusileros y una de


granaderos, con el sargento mayor único jefe y vacante; en las guardias que se
ofrecen en el pueblo son indispensables y se portan con bastante regularidad y suma
obediencia”. (Segreti, p. 195, 1973)

Las Guerras de Independencia en Sudamérica pusieron realistas e independentistas en la


necesidad de reclutar esclavizados para sus ejércitos, este proceso ha sido estudiado por
distintos investigadores como Peter Blanchard, Francisco Morrone y Florencia Guzmán,
siendo el trabajo clásico de George Reid Andrews el más exhaustivo hasta el momento.
En mayo de 1810, las nuevas autoridades en el Río de la Plata iniciaron un proceso masivo
de conscripciones de esclavos. Estos eran declarados libres al ser enrolados, pero tenían la

70
obligación de servir bajo las armas por un período de cinco años que luego sería extendido
hasta un año después de terminada la guerra. El estado revolucionario se comprometió a
indemnizar a los propietarios y estableció comisiones para la tasación y reclutamiento de los
esclavos.
En Buenos Aires, sede del nuevo poder constituido, dos mil esclavos fueron incorporados a
los ejércitos entre 1813 y 1818, según la investigación de George Andrews. También exitoso
para las autoridades parece haber sido el programa en Mendoza, donde el general San Martín
pudo conformar el Batallón n° 8 con esclavos rescatados en las provincias cuyanas. Con los
esclavos aportados por las demás provincias San Martín organizó el Batallón n° 7, otros
cuerpos, como las unidades integradas (mezcladas) y las de artillería también tenían
afromestizos en sus filas y aun existió un cuerpo auxiliar de músicos negros.
El fervor patriótico no parece haber caracterizado a los poseedores de esclavos en Córdoba,
en donde el proceso de conscripción fue muy inferior en número, y por lo tanto bastante
distinto a lo ocurrido en las regiones de Cuyo y Buenos Aires (Turkovic, 1981; Meisel, 2002).
Instaladas en una región que se manifestó en principio como un foco contrarrevolucionario las
elites cordobeses poseedoras de esclavizados se mostraron renuentes a entregar parte de lo
que consideraban su propiedad privada, así las comisiones de reclutamiento formadas por el
estado central fallaban una y otra vez a la hora de incorporar masivamente esclavizados para
los esfuerzos de las guerras independentistas. Los propietarios de esclavos no tardaron en
darse cuenta de que no estaba asegurado el pago o indemnización por sus esclavizados y
reclamaban constantemente a las autoridades provinciales y nacionales constituidas. Por este
motivo y otros que atentaban contra sus intereses económicos, los propietarios cordobeses
pusieron en juego distintas estrategias para conservarlos, en particular en el sector urbano,
como lo señala el historiador Seth Meisel:

”Era la manera en que ellos mostraron su determinación de proteger la economía


urbana de Córdoba del reclutamiento, categorizando las actividades de muchos
esclavos artesanos como esenciales a la vida pública y por tanto excluidos”.

No obstante esto, en la historia de Córdoba y de nuestro país es innegable y demasiada


importante la participación de soldados y milicianos afromestizos en los distintos cuerpos
regulares y de milicias, pero esta participación tuvo en esta provincia su propia complejidad.
Por ello, encuentro sumamente relevante analizar el proceso para llegar a una mejor
comprensión del fenómeno que se busca esclarecer. Abierto el proceso revolucionario con la

71
consecuente conscripción masiva de esclavizados, las dificultades de comunicación y la
difusión de rumores de liberación agito las aguas en el mundo de los esclavizados, estos
sintieron que con el servicio de las armas había llegado el momento de la libertad como
contrapartida a los esfuerzos militares; así en 1810 fue denunciado un complot según escribía
el comandante de Armas Pedro Nolasco Grimaut:

”Hacía poco tiempo los negros esclavos trataron de sublevarse contra los
blancos…su número era de 4000, de los cuales 7 (los jefes) están
presos.”.(Turkovic, 1981, p. 158)

Dos años después, en 1812 las autoridades del Cabildo de Córdoba reportaron a las
autoridades los testimonios del esclavo Manuel Miguel y otros implicados, de las actuaciones
se desprendía que:

”existía una intención de formar un regimiento de morenos para conseguir la


libertad de esclavos….que se iban a reunir en el lugar de Santa Ana como 300
negros con el objeto de buscar su libertad porque los estaban
engañando”.(Turkovic, 1981,p. 158)

Según hipótesis de sentido común (que comparten algunos trabajos históricos), se


argumenta que la conscripción forzosa para las distintas luchas habría redundado en la
extinción de los afrodescendientes. Enviados a las distintas batallas como infantería de línea,
habrían sufrido grandes pérdidas que redujeron su número hasta que se extinguieron o hasta
que su presencia pasó a ser casi insignificante en el total de la población, siendo este mito aun
hoy muy difícil de erradicar.
En el presente capítulo, pretendo problematizar la supuesta extinción de los afrocordobeses
vía participación y extinción en las guerras. La pregunta a responder es: la población
afrodescendientes realmente se diluyó en Córdoba por esta causa? Según la información que
proveen las distintas fuentes que he podido consultar no es posible afirmar con un alto grado
de certeza que los afromestizos cordobeses se hubieran extinguido por estas causas. En
sentido opuesto, tampoco se puede negarlo absolutamente, porque los censos del período
indican una baja tasa de masculinidad en la población, y seguramente los afromestizos
pagaban su cuota de sangre en los campos de batalla.
La problemática no tiene muchos trabajos que la hayan abordado en Córdoba, aun así
podemos citar los trabajos de Félix Torres, Emiliano Endrek y Robert Turkovic. Incluso a

72
nivel nacional considero que existen pocas investigaciones para la dimensión de la cuestión,
excepto el trabajo señalado de Andrews, y un libro de Francisco Morrone, quien comparte la
idea de la extinción de los afromestizos vía participación en las guerras.
Para el caso cordobés, cuando se analiza más detenidamente el proceso, se vislumbran
algunas variables que resultan cruciales para la explicación histórica. Como la permanente
resistencia de los sectores subalternos al reclutamiento en general, así lo señaló la siguiente
frase de un agente estatal: “por cada uno que recogemos, cien huyen al monte” (Meisel, p,
439). Una vez que se conformaban las fuerzas militares, los problemas de la resistencia al
reclutamiento se agravaban con la deserción (George Andrews fue uno de los primeros en
advertir esta cuestión para el caso nacional). Por otra parte, y quizás debido a la crónica
escasez de milicianos y soldados, se hacía necesaria una permanente reincorporación de
soldados derrotados por parte de los ejércitos vencedores. Otro aspecto a tener en cuenta es el
alto grado de mestizaje que existía entre los cordobeses, producto de tres siglos de uniones
formales e informales entre las distintas etnias, razón por lo cual la desaparición del colectivo
afro se tornaría casi imposible.
En el proceso de la militarización de la sociedad los afromestizos cordobeses, en tanto
esclavizados, libertos o libres, habían sido incorporados a las fuerzas armadas, pero como ya
señalé, la conscripción forzosa de esclavizados en particular había chocado con los intereses
de los amos interesados en mantener intacta su fuerza de trabajo y propiedad. Por otra parte y
sometidos a distintas situaciones de reclutamiento los sujetos afromestizos ponían en juego
múltiples estrategias de resistencia para asegurar sus propios intereses y en última instancia su
existencia. Aunque determinados y condicionados por las distintas prácticas y estructuras
sociales, se revelaron como agentes activos que resistieron a los condicionamientos que les
imponía el peso de los procesos históricos.
En la Revolución de Mayo, durante la Guerra de Independencia y posteriormente en las
Guerras Civiles entre unitarios y federales se operó una masiva conscripción de hombres para
las guerras de la que fueron objeto entre otros, esclavizados y afrodescendientes libres. Los
primeros trabajos históricos realizados en Córdoba sobre esta temática abordaron, ya sea de
forma tangencial o específica, las levas de esclavizados, las distintas estrategias utilizadas por
los amos para eludir las obligaciones impuestas por los sucesivos gobiernos y la segregación
establecida en los batallones entre soldados y milicianos blancos y de color. (Masini, 1961;
Turkovic, 1981; Torres, 1985; Meisel, 2002). Estos aportes no problematizan sobre la
supuesta extinción de africanos y afromestizos, dejando sin analizar las consecuencias de

73
aquellas levas y participaciones de soldados afros en el proceso de militarización y
politización de la sociedad cordobesa y rioplatense del siglo XIX.
En tiempos recientes dos trabajos presentan una perspectiva novedosa en el tratamiento
de esta problemática. En el primer trabajo, acudiendo a un abanico muy amplio de fuentes he
problematizado para nuestra región la idea de la supuesta “desaparición” de la población
afrodescendiente en nuestro país (Carrizo, 2011). En el otro trabajo se comprueba la notable
contribución afro al mestizaje de los milicianos cordobeses a partir del análisis de un Censo
Provincial de Milicias de 1819, del cruce de medidas antropométricas y rasgos fenotípicos se
puede inferir el aspecto de los soldados y grupos étnicos de pertenencia, además de las
percepciones y representaciones que los oficiales encargados de elaborar el Censo tenían
sobre sus subordinados (Ghirardi, 2013).

Los reclutamientos
Se ha señalado con anterioridad el fracaso sistemático de las distintas comisiones de
reclutamiento que el Estado Central organizo en Córdoba durante la Guerra de Independencia
(Carrizo, 2011). El fervor patriótico no parece haber caracterizado a los poseedores de
esclavos en Córdoba, donde el proceso de conscripción fue muy inferior en número, y por lo
tanto bastante distinto a lo ocurrido en las regiones de Cuyo y Buenos Aires (Carrizo, 2011).
Robert Turkovic ha señalado la reticencia de la oligarquía cordobesa a entregar sus esclavos
para la causa independentista, familias como los Allende, Núñez, Tagle, Funes, etc. fueron
incluso objeto de multas y confiscaciones debido a su escasa colaboración para la entrega de
los esclavizados a las comisiones de reclutamiento (Turkovic, 1981). En un trabajo anterior
(Carrizo, 2011) he señalado como los amos propietarios de esclavizados pusieron en juego
distintas estrategias para conservar a sus esclavizados en particular en el sector urbano, algo
que también han señalado los historiadores Seth Meisel y Turkovic.
Junto con la historiadora Claudia García analizamos en un trabajo reciente el período que
va de 1825 a 1852; es decir entre el inicio del conflicto con el Imperio del Brasil y la caída del
gobierno rosista de Manuel “Quebracho” López. A partir del análisis cualitativo y cuantitativo
de fuentes escasamente trabajadas abordaremos cuestiones tales como la participación de
soldados afros en ejércitos, milicias y montoneras; el origen de los mismos, sus vínculos
familiares, las tensiones que se generaban con otros grupos sociales, las dolencias y
enfermedades que los aquejaban, además de las prácticas de resistencia al reclutamiento, las
deserciones y fugas. Esto nos ayudara a comprender lo insostenible del mito de la
desaparición del colectivo afro en Córdoba.

74
Es posible comprobar que las levas militares abarcaban básicamente a individuos de los
sectores subalternos en general, y en forma más limitada a los esclavizados y libertos:

“Los vagos y criminales, nombrados destinados, siguieron siendo la fuente


principal de alistados seguidos por un gran contingente de desertores
reincorporados. Grupos mucho más pequeños eran reclutados bajo diferentes
criterios de entre los esclavos y libertos (…) y por enganchados (Meisel, p, 448) .

De esta manera vemos que el mito sobre conscripciones masivas y el correlato de extinción
vía esta causa se desvanecen ante los aportes de las nuevas investigaciones. No obstante lo
anterior, durante los gobiernos provinciales de los generales Juan Bautista Bustos, José María
Paz y Manuel López, se recurrió nuevamente a la conscripción de esclavizados aunque ella no
fueran particularmente numerosas. Cuando estalló la guerra con el Imperio del Brasil en 1825,
el gobernador Juan Bautista Bustos ordenó una campaña de conscripción que resultó tan
decepcionante para las autoridades como las de la Guerra de Independencia (A.H.P.C.
Gobierno, 1825, tomo 90, folio 514 recto).
A los intereses de los propietarios urbanos de esclavizados se le sumaban otros intereses
locales que era sumamente preciso atender, el de los propietarios rurales: “Las fortificaciones
fronterizas requerían de constante atención y realmente estaban bastante protegidas a partir
de 1831 como resultado de la renovada atención a los problemas de los intereses rurales de
la provincia”(Meisel, p, 447).
No obstante lo anterior y como afirmábamos en páginas anteriores encontramos variadas
evidencias de la presencia de hombres destinados a las armas de origen africano o
afroamericano, por ejemplo en el libro de ingresos y egresos de pacientes del Hospital San
Roque. La identificación de los soldados y milicianos afros internados se realizó por lugar de
origen (Guinea, Congo, Benguela) también por apellidos, por ejemplo Monserrat o Sena,
pertenecientes a los esclavizados de las distintas órdenes religiosas, o por filiación cuando
alguno de los padres era identificado como afrodescendiente. Los pacientes identificados
como africanos y afrodescendientes destinados a las armas son 70 y muchos de ellos fueron
internados en reiteradas oportunidades por la misma o por distintas dolencias.


El tomo 16 del Hospital San Roque, administrado por la Orden de los Bethlemitas desde fines del siglo XVIII
hasta mediados del siglo XIX, contiene los datos de más de cuatro mil pacientes varones, muchos de los cuales
fueron internados en reiteradas oportunidades. Los hombres de armas constituyeron entre 1825 y 1833 casi el
setenta y tres por ciento (73 %) de la población internada.

75
Al analizar el origen de soldados y milicianos, encontramos que el ochenta por ciento
(80%) eran africanos, mientras que el trece por ciento (13%) eran nacidos en América. El
siete por ciento (7 %) de los casos no se consignó el lugar de origen de estos pacientes. Entre
los soldados africanos el lugar de origen mayoritariamente consignado fue Guinea (38
pacientes). En menor proporción figuran Benguela y Mina (5 individuos respectivamente),
Congo y Mozambique (2 pacientes respectivamente) y Angola (1 paciente). También se
identificó con el término “Africano”, sin especificar el lugar de África o la etnia a tres
individuos.
En cuanto a los nacidos en nuestro continente, seis eran cordobeses, uno de Corrientes,
uno de Montevideo, uno de San Pablo. Según se desprende de esta fuente la participación de
africanos y afromestizos en cuerpos militares era una experiencia común en el siglo XIX en
Córdoba. Al analizar las edades de estos soldados encontramos que el cuarenta y cinco por
ciento (45 %) de ellos tenían entre 26 y 30 años, seguidos por la franja etaria que comprendía
a aquellos que tenían entre 36 y 40 años cuando ingresaron al Hospital, con un dieciocho por
ciento (8 %), los que tenían entre 21 y 25 años con un nueve por ciento (9 %) y los que tenían
entre 18 y 20 años representaban un ocho por ciento (8%) de los soldados afro enfermos. Sólo
encontramos un individuo mayor de 40 años: Antonio Chico, natural de Guinea de 50 años,
del Regimiento n°10 de Cazadores, quien falleció en 1825 de un tumor. En el catorce por
ciento (14 %) de los casos no se especificó la edad.
En cuanto al estado civil, 37 de ellos eran solteros, 24 casados y en 10 casos este dato no
fue consignado. Uno de los soldados casados es inscripto en ingresos posteriores como viudo:
Antonio Arraga, natural de Guinea, ingresó al Hospital en cinco oportunidades. En 1825
figura como casado con Petrona Buenamayson y luego, en 1830 y 1831 como viudo.
Los casados, en la mayoría de los casos habían contraído nupcias con mujeres
cordobesas. Sólo en tres casos las conyugues no eran nativas de Córdoba: Francisco Pucheta,
con 30 años para 1827, natural de Guinea figura casado con Lucía Gómez, puntana, pero
residiendo en Córdoba; Antonio Chico, quien para 1825 contaba con 50 años, estaba casado
con Antonia, de Mozambique y Francisco de Monteagudo, natural de Guinea, con 29 años en
1826, ex esclavo de Don Francisco de Monteagudo figura casado con Sagú en Guinea y
como hijo de Guitelmo y Sola. Al parecer los miembros de esta familia fueron traídos juntos
desde África y lograr permanecer juntos en estas tierras, pero como vemos la gran mayoría de
los soldados se casaban y formaban familias con mujeres nativas.
Los soldados y milicianos servían en milicias urbanas (Los Cívicos) y rurales (Dragones),
como así también en regimientos de línea o Milicias Regladas (generalmente en los batallones

76
de Cazadores). En 64 de los casos figura el batallón donde servían. Veintiocho (28)
pertenecían a los Cazadores de la Libertad; Once (11) a la Infantería n°2 del General Paz;
Nueve ( 9 ) a los Dragones; Siete (7) al Regimiento n° 2;Cinco (5) a los Cívicos; dos (2) a la
Infantería n°1; Uno (1) a la Novena Argentina y Uno (1) de ellos a la Guardia Argentina.
Cuatro de estos pacientes fueron asentados como soldados rebajados al momento de su
primer ingreso al Hospital por lo que no sabemos dónde servían. En cuanto a los cargos o
funciones que estos hombres tenían en ejércitos y milicias, podemos mencionar que fueron
consignados como soldado, cabo, cabo 1°, cabo 2°, músico, pito, y artillero.
Analizando la totalidad de los ingresos de estos soldados y milicianos a lo largo de los
nueve años encontramos que mayor porcentaje de internaciones se producía por enfermedades
respiratorias seguidas por enfermedades venéreas como sífilis y gonorrea en distintos estadios
y dolores en distintas partes del cuerpo como la cabeza, pies, huesos. Los ingresos por
distintas heridas en la cabeza, pies y las dolencias gastrointestinales como lombrices eran muy
frecuentes. Sólo dos de estos pacientes fallecieron: Antonio Ullote, de Los Cazadores de la
Libertad muere enfermo de “ayre” tras dos meses de internación en marzo de 1825, pero
previamente en enero de ese año había ingresado afectado por la sífilis. La otra muerte
registrada es la de Domingo Aguilar, del mismo regimiento quien fallece “enfermo del pecho”
en mayo de 1825. Según los datos trabajados es escaso el ingreso de pacientes con heridas de
guerra, a pesar de las distintas batallas y escaramuzas del período.
En 1829 el general José María Paz y sus enemigos conformaron y utilizaron batallones
de esclavizados y libertos, pero la libertad final estuvo condicionada a haber sido reclutado
por el lado ganador. La campaña de reclutamiento de esclavizados tuvo algunos problemas,
como cuando el jefe de policía informó que muchos propietarios estaban ocultando a sus
esclavos o enviándolos fuera de la ciudad, en un intento por evadir el decreto de
conscripción.
El general Facundo Quiroga archienemigo de Paz, también fue muy prolífico en la
incorporación de afros. Quiroga y otros caudillos como Artigas, Güemes y Rosas apelaron a
cierta política racial afín hacia los afromestizos, una de las bases sociales de las montoneras,
lo cual denota las profundas tensiones raciales y de clase que se abrieron con la Revolución.
Quiroga parece haber tenido cierta política de acercamiento a los sectores subalternos y a los
esclavizados en particular, a quienes liberaba para perjudicar a sus enemigos políticos:


I.E.A., Documento n° 7454, Sección Americanista de la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Humanidades,
UNC, Córdoba.

77
“uno de las armas que Facundo Quiroga usó para debilitar a sus enemigos
unitarios y a su vez engrosar sus filas, fue la permanente instigación a los esclavos
a rebelarse en contra de sus amos.” (Robledo, 2010, p. 261).

En sus correrías en pos de la hegemonía del interior, Quiroga tenía en las Sierras de
Córdoba uno de sus bastiones, donde reclutaba hombres para sus montoneras. Así en 1829 se
produjo un caso de fuga colectiva de esclavizados con motivo de la luchas. El coronel
Hilarión Plaza, de Traslasierra le escribió al gobernador en los siguientes términos
informando: “el estado de rebelión que había allí contra el gobierno, y a favor de Quiroga,
aprovechando de este estado inestable, muchos esclavos huyeron”.
Luego de la batalla de la Tablada, Paz incorporó a las milicias de Cívicos de Córdoba que
habían participado en las filas del ex gobernador Bustos. Es importante señalar que en las
batallas libradas por Paz en la Tablada y Oncativo, las tropas de Cívicos casi no participaron
en las refriegas y fueron ubicadas en la retaguardia como reserva. Luego, alegando problemas
presupuestarios, en marzo de 1830 el gobierno permitió a los amos retornar a la esclavitud a
los esclavos reclutados que habían servido en el Ejército Federal:

“-1°- Todos los Esclavos, que han sido prisioneros de guerra, o que en procuración
de sus amos pidan se les entreguen, deberán antes entregar en las cajas del Estado
diez pesos por cada uno” (A.H.P.C., Gobierno, 1830, tomo 110, letra H, folio 70
recto y vuelto).

Como resultado de esta medida, muchos esclavos retornaron al servicio de sus amos, pero
como señala el artículo 3°, los esclavos que habían servido como oficiales en el bando
enemigo fueron exceptuados y luego reincorporados a las fuerzas de Paz. Esta medida tenía
mucho que ver con variables como la crónica necesidad de hombres formados militarmente,
en particular de los oficiales, pero también soldados.
En marzo de 1830, el gobierno emitió otro decreto referido a los esclavos que fueron
reclutados para las campañas de Paz en Córdoba, pero que no realizaron el servicio activo,
estos serían rebajados y devueltos a sus amos. Sin embargo, a los esclavos que sirvieron
hasta el fin de la campaña, de alguna manera los premiaron con la posibilidad de optar entre
retornar al servicio de sus amos o ser enrolados en los “Batallones de Línea Libres de la
Servidumbre”.


A.H.P.C., Gobierno, 1829, tomo 103, folios 150-151.

A.H.P.C., Gobierno, 1830, tomo 116, letra H, folio 71 recto y vuelto.

78
Los propietarios cuyos esclavos eligieron permanecer en el ejército serían indemnizados
por el estado. De esta manera, muchos soldados esclavos obtuvieron la libertad como
resultado del servicio en el ejército, por lo menos temporalmente. A mediados de 1830, el
gobernador aprobó una lista de siete esclavos liberados que habían servido en el Batallón de
Cazadores de la Libertad. (I.E.A., Documento n° 9699.)
Si los esclavos voluntarios o enrolados cosechaban los beneficios de la libertad, esta solo
les llegaba hacia el fin de la guerra. Hasta entonces, su estatus a menudo era fuente de
controversias entre ellos, sus antiguos amos y las autoridades. En general, hay escasos datos
con respecto a la liberación de soldados rescatados, pues cuando el general Paz dejo el
gobierno en 1831 sus decretos fueron declarados nulos e inválidos por la Legislatura de
Córdoba, dejando el estatus de muchos soldados en duda. Otros aun debieron comprar su
libertad, como fue el caso del soldado liberto Francisco Rodríguez, quien debió pagar 150
pesos para liberarse.
Los gobiernos revolucionarios y posrevolucionarios a menudo encontraron más oportuno
pronunciarse a favor de continuar el servicio militar o retornar al estatus servil. Era más
probable que un esclavizado adquiriera la libertad por compra a su propietario que a través de
otros medios, pero como vemos muchos afromestizos sobrevivían a las guerras del período,
desmintiendo y relativizando la idea de una segura extinción.
En el período del gobierno de Manuel López (1835-1852) se continuó reclutando afros
para los cuerpos de milicias y las fuerzas regulares. Debido a las permanentes inquietudes que
debió sobrellevar su gobierno, López organizaba y reorganizaba una y otra vez los distintos
cuerpos y batallones con la intención de que los milicianos se convirtieran en fuerzas de línea
profesionales. En 1841 reorganizó el Batallón de la Federación (ex Cazadores de la Libertad)
y cambió su nombre por Batallón de Patricios de Córdoba. La nueva unidad estaba compuesta
principalmente por artesanos independientes, muchos de los cuales y como ya he señalado,
pertenecían a las castas (A.H.P.C., Gobierno, Registro oficial, tomo IV, folios 79-80.)
En el marco de las acciones llevadas a cabo contra la Liga del Norte, Manuel López le
escribió al gobernador provisorio Claudio Antonio Arredondo solicitando refuerzos. En una
contradictoria respuesta, este le informaba que la movilización de los Cívicos afectaría la
economía urbana, ya que, a pesar de que se trataba de un pequeño número de reclutas
(ochenta), estos eran vitales para todas las actividades que se realizaban en la ciudad:


A.H.P.C., Escribanía II, 1836, legajo 13, folio 130. Otros casos de similar tenor pueden consultarse en AHPC,
Hacienda,1831, tomo 376, folio 254; AHPC, Escribanía III, 1850- 51, legajo 112, expediente 9.

79
“Si marchan estos hombres quien sirva de peón, en las obras, comercio y demás
fines. Los carpinteros y herreros no pueden expedirse en la maestranza. No queda
quien haga un par de zapatos, ni cosa un pantalón” (A.H.P.C., Gobierno, 1841,
tomo 175, folio 233 recto y vuelto).

En julio de 1841, el gobernador decretó el reclutamiento general de los individuos de


castas tanto libres como esclavizadas. En 1845, el esfuerzo de conscripción se extendió para
reclutar esclavizados y sirvientes empleados por casas religiosas, conventos, monasterios e
iglesias. La nueva compañía sería denominada “Compañía de Reserva del Batallón de
Patricios de Córdoba” (A.H.P.C., Gobierno, 1845, tomo 197, folio 424).
El gobierno provincial también esperaba reclutar libertos como músicos. De la lectura de
las cartas entre el gobernador López y su hijo se pueden ver los esfuerzos de ambos por
reclutar afromestizos. Para formar el Escuadrón López, José V. López le solicitó a su padre en
febrero de 1846:

“Villa Nueva, Febrero 4 de 1846 : Creo ya llegado el caso de que para formar el 2°
escuadrón pida á cada departamento todos los negros solteros que se destinaran á
la 1°. Compañía y dos baqueanos también de cada uno para la segunda aunque en
esta tengan que agregar otros” (A.H.P.C., Gobierno. Año 1846, tomo 200, carpeta
3, f. 490).

El gobernador respondió que básicamente a causa de falta de fondos, no era posible en ese
momento incrementar el tamaño de la fuerza. Sin embargo, alabó las recomendaciones de su
hijo de reclutar más soldados:

“De los negros que me pides del Río 4°. y la Carlota no puedo mandarte ninguno, ó
porque son fronterizos, ó porque pertenecen algún cuerpo de los que guarnecen la
línea, y seria resentir a sus gefes; pero en su lugar, te mandaré poco á poco de los
que consiga acá hasta que te aburras de negros. Manuel López” (A.H.P.C.,
Gobierno. Año 1846, tomo 200, folio 490).

Como vemos, en el periodo en cuestión el gobernador López aún puede darse la


posibilidad de reclutar masivamente afrodescendientes. De esta manera comprobamos que el
imaginario colectivo de la desaparición de la raíz afro está lejos de ser una verdad histórica y
muy cerca del mito difundido por la historiografía liberal.

80
Fugas y Deserciones
En el periodo comprendido entre 1810 y 1880, uno de los problemas más serios que
debieron afrontar todos los gobiernos que recurrieron a las conscripciones forzosas fue la
incontrolada y rampante deserción. Esto puede pensarse como una continuidad de las
prácticas de resistencia llevadas a cabo por los esclavizados contra el régimen esclavista
(Saguier, 1995). Los esclavizados y libertos fugitivos sumados a una gran cantidad de
vagabundos, marginales y bandoleros, agravaban el problema de la deserción con otros
hechos delictivos como el robo y el vandalismo. Se establecieron, en general, severas penas
para los desertores, particularmente durante las guerras. Pero a pesar de esto el número de
desertores se potenciaba, sobre todo en los momentos de reclutamiento masivo para las
guerras. Al mismo tiempo que los desertores eran la plaga del servicio militar y de las
autoridades, su creciente número aumentaba las posibilidades de reclutar futuros soldados de
entre sus filas, es decir, reclutamiento y deserción se retroalimentaban dialécticamente uno de
otra. En 1830, por ejemplo, el gobernador Paz emitió un decreto absolviendo a los desertores
con la condición de que se presentaran para unirse al “Escuadrón de los Defensores de
Córdoba” (A.H.P.C., Gobierno, 1831 tomo 121, folio 487).
Una amnistía similar fue otorgada en 1834 para enrolar hombres en los regimientos de la
pobremente defendida región sur, en torno a Río Cuarto. Esa era una región donde quedaron
registrados un número inusualmente alto de desertores a causa de la inestable situación
política y los enfrentamientos con los aborígenes hostiles. No menos complicada era la
situación en el este provincial fronterizo con Santa Fe y con el espacio que controlaban los
Abipones.
El servicio en las milicias y los ejércitos regulares o de línea era una obligación de todos
los ciudadanos, pero también existía la práctica de reclutar a todos aquellos que habían tenido
problemas legales, los llamados “destinados”. De esta manera, el servicio militar, al estar
comprendido en la órbita penal, era para muchas personas una institución de castigo. Esta era
una de las razones por lo cual el número de desertores se potenciaba, sobre todo en los
momentos de reclutamiento masivo para las guerras:

“La oposición al reclutamiento para la Banda Oriental originó un patrón familiar


de alianzas. Faustino Allende, un acaudalado hacendado del norte, rival de Bustos,
se negó a que ninguno de sus peones o agregados fueran reclutados. Manuel López,
futuro gobernador y por entonces comandante de la milicia de Río Tercero, protegió
a todos sus hombres, aduciendo que sus servicios en los fuertes de la frontera eran
demasiado valiosos para prescindir de ninguno (…). De la manera más

81
espectacular, el 27 de marzo de 1828, casi la cuarta parte de unos seiscientos
reclutados en espera de ser enviados a Buenos Aires escalaron los muros del fuerte
donde estaban y huyeron a las pampas” (Meisel, p, 447).

Todos los soldados y milicianos, sin importar su condición jurídica o étnica, podían ser
castigados con la pena de muerte, aunque la práctica real podía ser menos severa que la letra
de la ley. En general, los desertores capturados eran obligados a servir tiempo extra en sus
respectivas unidades. Al mismo tiempo que los desertores eran la plaga del servicio militar y
de las autoridades, su creciente número aumentaba las posibilidades de reclutar futuros
soldados de entre sus filas, es decir, reclutamiento y deserción se retroalimentaban
dialécticamente uno de otra. En 1830, por ejemplo, el gobernador Paz emitió un decreto
absolviendo a los desertores con la condición de que se presentaran para unirse al “Escuadrón
de los Defensores de Córdoba” (A.H.P.C., Gobierno, 1831 tomo 121, folio 487).
Una amnistía similar fue otorgada en 1834 para enrolar hombres en los regimientos de la
pobremente defendida región sur, en torno a Río Cuarto. Esa era una región donde estaban
registrados números inusualmente altos de desertores, a causa de la inestable situación
política y los enfrentamientos con los aborígenes hostiles. No menos complicada era la
situación en el este provincial fronterizo con Santa Fe y con el espacio que controlaban los
Abipones, como lo señala la carta del gobernador de Santa Fe, Pablo López dirigida al
gobernador provisorio de Córdoba, don Claudio de Arredondo:

“Santa Fe, Diciembre. 23 de 1841: El infrascripto ha recibido hoy, la nota de V.E.


de fecha de 13 del actual con las copias legalizadas referentes a la estracción de
una caballada que se hallaba en invernada al cargo del Sargto Santiago Relon,
arreada según asegura afirmativamente el Capn. Regis por una partida de
santafesinos, y la del Esclavo Reyes Juárez, que condujo forzadamente a los
individuos de qe se componía esta, a donde se hallaba dicha caballada que espone
(…) Los desertores qe continuamte cruzan en partidas las aguas del Paraná a
consecuencia de la derrota del Exto. del General Echagüe, son los autores de
tamaños males”. (A.H.P.C., Gobierno, 1841, letra A, legajo 172, folio 247 recto y
vuelto).

Los ejércitos derrotados en las distintas contiendas eran auténticas matrices de desertores y
salteadores: cuando no eran reincorporados por el bando ganador, los ex soldados o milicianos
se dedicaban al robo, al pillaje y a otras actividades dañinas para la economía. Pero, como

A.H.P.C., Gobierno, Registro Oficial, tomo 2, folio 19

82
señalé antes, la zona más afectada por las deserciones era la zona del sur cordobés. En enero
de 1848, el sargento mayor de la División del Sud don Fernando Ferreyra, le escribe al
gobernador López en los siguientes términos: “Se dá parte a V.E. Qe antenoche han
desertado el soldado de esta división Pedro Sisterna, y el tambor de Cívicos hermano de este
Crisostomo Sisterna” (A.H.P.C., Gobierno, 1848, tomo 214, letra E, folio 330 recto y vuelto).
La fuga de los hermanos Cisterna quedó registrada en los documentos que emitieron otras
autoridades; de estas fuentes se desprende que los hermanos Cisterna eran afromestizos, y en
tanto era una práctica común, se vislumbraba la posibilidad de reincorporarlos nuevamente a
otras unidades militares:

“Comando General de los Departamentos del Sud- Pedro Oyarzabal al Gob.


Manuel López: Con motivo de los dos caballos que se hallaron en las Terneras (…)
si es que no los huvieren dejado allí los dos soldados Sisternas que desertaron de
esta (…) Si los dichos desertores fueren útiles por ser negros á la compañía que está
levantando el Sr. Mar. Don. José Victorio López, puede V.E. destinárselos”
(A.H.P.C., Gobierno, 1848, tomo 214, letra E, folio 334).

Como las deserciones se multiplicaban, la provincia continuó reclutando fugitivos y


esclavos huidos para el servicio militar. Tan tarde como en 1848, Ángel Mariano Morón, juez
del departamento de Río Segundo Abajo, le escribió al gobernador con respecto a un esclavo
fugado llamado Emilio, el juez remitió el esclavizado a Córdoba a causa de sus constantes
fugas de la casa de su amo, y aquí fue incorporado a las tropas de milicias (A.H.P.C.,
Gobierno, 1848, tomo 211, folio 392).
Con las luchas entre la Confederación Argentina y el díscolo estado de Buenos Aires,
nuevamente se debieron reclutar hombres para el ejército de la Confederación. En enero de
1854, el Director Provisional Urquiza recurre a las fuerzas provinciales que firmaron el
acuerdo de San Nicolás para enfrentar a Buenos Aires. En Córdoba se logra reclutar una
fuerza de 800 hombres, que por distintos motivos comienzan a desertar el mismo día que el
ejército formado se pone en marcha. En abril se envían desde Córdoba 150 soldados más
para suplir las deserciones, pero el 11 de julio todo el contingente cordobés recibe la orden de
regresar. El día 12, ante la noticia de que el regreso se realizará por barco, se amotina el
batallón Constitución, que procede a desbandarse para luego sumarse al batallón Libertad, que
realiza el viaje de vuelta hacia Córdoba por tierra, mientras que la oficialidad en pleno debe


González, Marcela, Las deserciones en las milicias cordobesas 1573-1870. Centro de Estudios Históricos,
Córdoba, 1997, p. 330.

83
ceder ante el hecho consumado. Nadie considera tal comportamiento como deserción ni
sublevación, en tanto el jefe del contingente cordobés, Severo Ortiz, explica la situación en
los siguientes términos:

“(...) habían saboreado la esperanza de volver pronto a su país y que comprendían


que la orden de demorarnos tenía por objeto incorporarnos en el Rosario al
contingente de Mendoza que debía embarcarse a Entre Ríos (…) se resistieron y
forzaron nuevamente sus marchas de una manera admirable” (A.H.P.C., Gobierno,
tomo 232, legajo 3, folios 88-93).

En el caso de estos soldados cordobeses vemos que, por las distintas incidencias políticas,
no alcanzaron a entrar en batalla, pero ante el rumor de un supuesto envió hacia Entre Ríos
desertaron en masa, obligando a sus jefes a aceptar el retorno a Córdoba de todas las fuerzas,
sin que nadie fuera castigado. No es posible afirmar con certeza que la mayoría de esos
soldados fueran afromestizos, pero parece haber existido una práctica por parte del presidente
Urquiza de incorporarlos a sus fuerzas, como lo testimonia Domingo Faustino Sarmiento,
quien participó como imprentero en el Ejército Grande:

“El vencedor de Caseros recogió en Buenos Aires cuantos hombres de color pudo, y
los remitió a Calá, en el Entre Ríos, para servir de plantel a la infantería con que se
proponía fortificar sus escuadrones de lanceros, y pocos de ellos volvieron a sus
hogares”.

Con la batalla de Pavón, en 1861, se cerró un ciclo en el país. A partir de entonces, la


hegemonía de Buenos Aires sobre el interior y sobre Córdoba se completará con la derrota de
los federales cordobeses y las montoneras riojanas de Ángel Vicente Peñaloza (Chacho). Pero
nuevos desafíos le esperan al régimen que pretende consolidarse como estado-nación: la lucha
contra el aborigen y contra el Paraguay.
Abiertas las hostilidades contra el régimen paraguayo, Córdoba contribuye reclutando 500
hombres para el esfuerzo militar; de éstos, solo 89 son de la ciudad, los demás han sido
reclutados en la campaña cordobesa. Pero una vez que las tropas se ponen en marcha, se
produce una deserción masiva en la posta de Toledo, dando lugar a una refriega en la cual no
faltan muertos (entre 12 y 14 muertos y entre 80 y 100 fugados), razón por la cual sólo llegan
300 hombres a Rosario, muchos de ellos encadenados para evitar nuevas fugas y deserciones


Sarmiento, Domingo, “Conflicto y Armonía de la razas en América”, tomo I, Eudeba, Buenos Aires, pp. 121-
122.

84
(González, p, 381). En la ciudad, la prensa escrita de la época se hizo eco de los
acontecimientos y nos ha dejado el siguiente testimonio sobre las deserciones:

“El gobierno creyó en los primeros momentos que soldados de la Capital, con sus
propios oficiales, no necesitaban para permanecer en el cuartel, de estar
custodiados por fuerza del batallón de reserva; dejando en consecuencia que de
entre ellos mismos se montara la guardia. Erró en esto, porque los sorteados no
habían merecido todos, semejante consideración; resultando de aquí que de
doscientos se fueron sesenta y tantos, en un momento dado. Actualmente la guardia
es segura y no se escapa uno solo de los que entran como se le escapaban
constantemente al Coronel Dominguez que tenía veteranos de guardia”.

Para saldar los inconvenientes ocasionados por las deserciones, el gobierno de Córdoba
logra reunir de a poco un nuevo contingente que partirá hacia el Paraguay a las órdenes del
coronel Ángel Olmedo, sin que ocurran nuevamente fugas, deserciones y pedidos de
excepción.
Si la presencia incontrolable de “vagos y mal entretenidos” era la plaga de las autoridades
y de la propiedad rural, el miedo a participar en una guerra que seguramente les era extraña,
llevaba a los soldados a desertar. Entre los documentos referidos a las deserciones, se
encuentra el que informa sobre la deserción de un soldado afromestizo del Cuerpo Policial de
Guarnición, unidad que reemplazó al extinguido batallón “Córdoba Libre”:

“Pongo en conocimiento de Ud. que con fecha de ayer ha desertándose el soldado


de este Cuerpo Felipe González natural de la Cañada de Areco suburbios de esta
ciudad de estado casado, de edad de treinta años y de oficio labrador siendo sus
señales las qe al marjen se expresan; lleva consigo las prendas de su uniforme (…)
Señales: color pardo, pelo negro crespo, barba poca, ojos pardos, boca regular
(...)”.(A.H.P.C., Crimen, 1865, legajo 296, expediente 2).

Si la práctica de incorporar soldados y milicianos afromestizos se reveló con una gran


continuidad durante todo el período, entiendo que esta práctica fue posible debido a la
indiferencia de los sectores populares en general con respecto a participar en los distintos
conflictos. Los afromestizos acaso veían en la carrera militar una posibilidad de liberarse de la
esclavitud, y en algunos casos de ascender socialmente, razón por la cual muchos de ellos
cayeron en combate en los distintos y numerosos conflictos de la época. Pero como también


La Discusión, Edición del miércoles 17 de agosto de 1865, año 1, número 3, p. 2.

85
vimos, muchos de los que aún permanecían en la esclavitud fueron protegidos por sus dueños,
que así evitaban perder parte importante de sus patrimonios. Por otra parte, la crónica escasez
de mano de obra contribuyó a reforzar estas prácticas, las cuales se extendían a los libertos y
aun a los afromestizos libres.
La gran necesidad de hombres para las guerras fue la razón principal por la cual gran
cantidad de soldados de los ejércitos derrotados eran reincorporados al bando de los
ganadores. El caso del coronel Barcala, entre otros, nos habla de estas prácticas. Barcala, en
su extensa carrera como militar, había caído prisionero de las fuerzas brasileñas y de las
tropas de Facundo Quiroga. Había sobrevivido a estas vicisitudes siendo incorporado por
Quiroga a su ejército, para luego continuar en la lucha contra los aborígenes al servicio de la
provincia de Córdoba.
Vimos también que muchos soldados afromestizos sobrevivieron a las guerras, que incluso
algunos de ellos ascendieron socialmente debido a su participación en las actividades
militares. La participación de africanos y afroamericanos debió ser compensada de alguna
manera por las clases dominantes para sumarlos al proceso de militarización de la sociedad.
En el proceso se abrieron incipientemente algunos canales que conducirían a la libertad
definitiva, a pesar de las continuidades que he señalado. De esta manera, muchos de ellos no
solo sobrevivieron, sino que continuaron reproduciéndose y formando familias numerosas.
Las deserciones fueron un verdadero desafío para las autoridades, y una práctica constante
de los sujetos de los sectores subalternos. Cuando el naciente Estado-Nación Argentino aún
no había encerrado a la sociedad la construcción de una hegemonía sobre ella estaba lejos de
ser un hecho; por ello muchos soldados y milicianos afromestizos se resistieron a participar y
a morir en luchas que no entendían, ni les pertenecían, luchas que los alejaban de sus terruños,
de sus familias y seres queridos. Con un final o destino incierto, muchos optaron por
convertirse en desertores, en vagabundos o aún en renegados, huyendo algunos a las tolderías
del aborigen, como ha testimoniado el coronel Mansilla en su obra clásica “Una excursión a
los indios ranqueles”.
Otros simplemente se fueron para “abajo”, hacia el litoral y hacia Buenos Aires, donde el
desarrollo agropecuario demandaba brazos para las distintas actividades económicas. Estas
migraciones regionales son otras de las variables que explican las bajas tasas de masculinidad


Mansilla, Lucio, Una excursión a los indios ranqueles, Editorial Ayacucho, Buenos Aires, 1984. En la
mencionada obra Mansilla hace alusión a sus encuentros con tres afromestizos: un zambo, un mulato y un
cuarterón.

86
de la época, complejizando aún más el proceso demográfico que se operaba en la sociedad
cordobesa.
Si tres siglos de mestizaje habían dado por resultado lo que la investigadora María del
Carmen Ferreyra denomina “una africanización de la población cordobesa”, los
permanentes conflictos bélicos del periodo no pudieron y no podían acabar con el profundo
legado afro existente en la Córdoba decimonónica. Hemos pretendido en este artículo
problematizar y negar la extinción de los afrocordobeses vía participación y extinción en las
guerras valiéndonos de la información que proveen las distintas fuentes que hemos podido
consultar. Gran parte del problema de la persistencia del mito de la extinción ha sido la
escasez de trabajos históricos. Se ha puesto énfasis en la participación militar del colectivo
afro sin problematizarla, a la vez que se ha omitido del justo reconocimiento en la
construcción del estado nación argentino relegándolos a un pasado arcaico y pre formativo de
nuestra identidad, siendo nuestros primeros “desaparecidos”.

Litografía del Coronel Afro mendocino Lorenzo Barcala de destacada actuación en


Córdoba

***


Este supuesto parece confirmarse con la muestra del censo de población de la ciudad de Buenos Aires (1854),
en donde en proporción la cantidad de migrantes varones de origen cordobés es la más importante
numéricamente. Citado en Arcondo, Anibal, El censo de la provincia de Córdoba de 1852, UNC, Córdoba,
1992, p. 7.

Ferreyra, María del Carmen, Los afrocordobeses: extinción o africanización, en La Voz del Interior, Edición
del domingo 22 de agosto de 2010. Sección Temas, p. 3.

87
Documento del A.G.N. donde consta la conscripción de esclavizados cordobeses del Colegio de
Monserrat. Los conscriptos fueron: Saturnino, Matías, Cristóbal, Marcelino y Bartolomé Monserrat.
Buenos Aires, 4 de diciembre de 1813.

88
Las múltiples formas de Resistencia
Un 13 de enero de 1772 se inició la mayor rebelión colectiva de esclavizados de la que se
tenga conocimiento en Córdoba, ese día se alzaron al monte la mayoría de los esclavizados de
las ex estancias jesuíticas de Caroya, Jesús María, Candelaria, Alta Gracia, Santa Catalina,
San Ignacio y los de la ranchería del Colegio Máximo. En 1767 al ser expulsados los jesuitas
se designó una comisión encargada de los bienes y propiedades de la orden, esta junta o
comisión denominada “Temporalidades” estaba compuesta por notables de los Cabildos
locales, la administración de esta junta habría significado un gran perjuicio para los
trabajadores esclavizados debido a las ventas de miembros de la comunidad que habría
redundado en la separación de familias. Pero en ese verano de 1772 la junta de
Temporalidades decidió comenzar con el remate de los todos los bienes entre los cuales
obviamente se encontraban los esclavizados, la pretensión de venderlos individualmente
separando las familias parece haber sido la gota que colmó el vaso de la paciencia. La noticia
la desparramaron los esclavizados del Colegio Máximo de la capital cordobesa quienes fueron
los primeros en enterarse pues seguramente oyeron los pregones y asistieron a la novedad que
circulo en la plaza central, sin medir consecuencias tomaron algunos enseres, alimentos y
huyeron hacia el monte con sus familias, debido a la masividad de la rebelión y también a su
espontaneidad las autoridades de la ciudad no pudieron contenerlos.
La noticia se propago como las llamas en una llanura seca y los esclavizados de las demás
estancias del interior cordobés también se alzaron al monte y sólo volvieron cuando se les
aseguro que iban a ser vendidos por familias. En las averiguaciones posteriores a la rebelión
fue imposible encontrar cabecillas a quienes castigar y de esta manera la comunidad logro un
pequeño triunfo colectivo que se saldó sin víctimas fatales y que sirvió para sentar un
poderoso precedente de solidaridad entre esclavizados y sus familias.
En todo el periodo jesuítico habían ocurrido sucesos de fugas como los que aparecen
registrados en el Libro de gastos del Colegio Máximo donde se señalan distintos pagos
realizados a quienes capturaban esclavos fugitivos, por ejemplo en diciembre de 1719 se
pagaron “2 pesos por coger un negro que se había huido”. En enero de 1720 se pagó con
telas la captura de un fugitivo: “6 varas de lienzo al que cogió un negro”, en Abril de 1726 se
pagaron “8 pesos al que cogió a Fernando” y en agosto de 1728 se consignó el pago por “2
esclavos fugitivos en La Candelaria”, pero estas no fueron las únicas fugas del ámbito
jesuítico cordobés, más adelante señalaremos otras ocurridas en el Colegio Máximo.
Las investigadoras Pita y Tomadoni han señalado que por mediados del siglo XVII no solo

89
se había incrementado el mestizaje sino también la actividad de esclavos cimarrones que
fugaban hacia los montes, fundamentan esta apreciación en los distintos documentos librados
a los alcaldes de la Santa Hermandad quienes eran los encargados de la captura de los
fugitivos, el proceso de cimarronaje siguió su marcha por todo el periodo colonial y aun en la
etapa republicana y no solo abarco a los esclavizados del área de Córdoba sino de toda la
región.
Eduardo Saguier ha señalado que la crisis social del antiguo régimen en América expresada
en la resistencia esclava y campesina habría sido una de las causas que contribuyeron a minar
la dominación colonial y contribuyeron al éxito de la revoluciones anticoloniales, el mito de
la esclavitud benigna es denostado por la permanente actividad de los fugitivos lo que habría
incrementado el bandolerismo y el cimarronaje de afromestizos libres y esclavizados,
siguiendo a Scott, ha señalado que la fuga en el Rio de la Plata como herramienta cotidiana de
resistencia fue muy factible y bastante generalizada. Entre las consideraciones o variables que
desmitifican la pasividad de los esclavizados señala elementos como la frecuencia de las fugas
de esclavos urbanos, el alto grado de reincidencia de los mismos, la prolongación en el
tiempo, las distintas argumentaciones aducidas para para la fuga, el uso de métodos de
blanqueo, mimetización y ocultamiento, el rol clave jugado por las circunstancias ecológicas
(sierras, tolderías, áreas urbanas); a los que agrega los recursos a la cárcel como castigo y la
consignación de características físicas por parte de los amos y autoridades para la
individualización de los fugitivos ya que desde fines del siglo XVIII se había prohibido el
“carimbado” es decir el marcado con hierro candente en distintas partes del cuerpo (Saguier,
1995).
La fuga de mujeres aunque menos frecuente que la de los varones se realizaba a través de
las flotas de carretas, es el caso de 68 mujeres, llamadas “Volantonas”, que se fugaron hacia el
interior desde Buenos Aires entre 1708 y 1819 según los registros de poderes especiales para
la captura de fugitivos (Saguier, p, 116). De los 52 esclavizados fugados desde el interior
hacia la capital el record se lo llevo Mendoza con 18 esclavos fugados, todos ellos mulatos,
siguiéndole en la estadística Córdoba con ocho esclavos fugados (p,117). El tiempo
prolongado de fuga era otra de las problemáticas recurrentes, así en 1762 Tomas Baraona
otorgo sendos poderes a José Cano Cortes y en 1765 a Pedro de la Torre ambos cordobeses,
para capturar “el negro Manuel de nación Mosambique que me urtaron desta ciudad ace 12 o
14 años” (p, 118); una situación similar ocurrió en 1812 con el maestro herrero Pablo José
Lorenzo quien otorgo un poder a Benito Isidoro Martínez, vecino de Córdoba “para recaudar
al negro Jorje, albañil, que se halla en Córdoba donde es casado” (p, 120).

90
En cuanto a los factores ecológicos que propiciaban la fuga y el asentamiento o
campesinizacion Saguier señala que “Las sierras de Córdoba, procuraban con su aislamiento
geográfico una seguridad solo comparable con las tolderías de la Pampa”, según los
documentos donde se consignó el destinos de los fugados de Buenos Aires se registró que
Córdoba llevaba la delantera con el 18 % de los casos, con un total de 48 esclavizados
fugados hacia nuestra región.
Una corriente contraria existió para el caso de los fugitivos de Córdoba que encontraban en
la ciudad de Buenos Aires la posibilidad de mimetizarse en un “inmenso palenque urbano”
que conformaban las áreas marginales de la gran ciudad y los barrios de negros de la misma,
(Shavelzon, 2002). En febrero de 1800 Francisco de Letamendi le escribió a Ambrosio Funes
refiriendo el caso de su esclavizado Nolasco fugado de Córdoba: “aquí es casualidad
encontrarlo por tener refugio de ser dilatada la población y en todo caso pasar a la otra
vanda, o Montevideo” (Saguier, p, 125-126). En otro caso un esclavo fue recapturado y
enviado nuevamente a Córdoba, José Ariza le escribía a su hijo Agustín en los siguientes
términos: “asegúralo con varra de hierro y tráelo sin consentirle cuchillo ni navaja no se
degüelle y dándole una vuelta de azotes antes de ponerte en camino, cojiendo un buen peón
para el camino, sin descuidarse con el atándolo de noche” (Saguier, p, 127).
La necesidad de identificar a los fugitivos obligaba a las autoridades y amos a consignar
ciertas características físicas particulares para poder identificarlos convenientemente, como el
caso del “el negro portugués Polinario quien se hallaba en la estancia de la viuda de Fretes,
en la Punta del Zauce, Córdoba, tenía por señas: ser alto, delgado de cuerpo, la voz
afeminada, de color amulatado” (Saguier, p, 128).
La mayoría de las consideraciones de Saguier para el análisis de la fuga esclava se
cumplen en el caso de 1809 en el que el Deán Gregorio Funes quien había sido nombrado
Rector de la Universidad Mayor de San Carlos y en vista de la escasez de recursos de la
institución llevó a cabo una extraña estrategia para la recuperación de los recursos
económicos, ordeno a un tal Hipólito Rodríguez ejecutar una verdadera cacería de
esclavizados fugitivos pertenecientes al Convictorio y que habían escapado con anterioridad y
también durante su administración, ordenaba entre otras cosas que una vez aprehendidos
fueran vendidos o incluso cambiarlos por animales de carga:

“El Señor Doctor Don Gregorio Funes, Deán de esta Santa Iglesia Catedral,
Provisor y Vicario General, Rector de este Real Colegio de San Carlos de


Punta del Sauce refiere a la actual ciudad de La Carlota en el sudeste cordobés. Nota del autor.

91
Monserrat, y Don Hipólito Rodríguez, vecino del Río Segundo de esta jurisdicción,
a quienes certifico doy fe conozco y dijeron que tenían estipulado lo siguiente:
Primeramente que el expresado Rodríguez se obliga a buscar, solicitar, perseguir y
prender con auxilio de los jueces reales a los esclavos fugitivos de este Real Colegio
de San Carlos de Monserrat que se hallan prófugos por Buenos Aires y Montevideo
(...) y el señor Rector del expresado Colegio asimismo se obliga a satisfacer al
referido Rodríguez la cantidad de 50 pesos por cada uno de los esclavos que
aprendiese y asegurase (...) y porque es conocido el grave perjuicio que resulta a
dicha casa en que los referidos esclavos sean conducidos a ella, pues a más de no
haber cómo asegurarlos pervierten a los demás e inducen a otros a que se
profuguen con ellos mismos, le da facultad para que (...) los venda en cualquier
parte que encontrase comprador recibiendo por uno u otro alguna parte o el precio
si fuere necesario en algunas haciendas de las que necesita la Estancia de Caroya,
como son caballos, potros, yeguas, mulas y bueyes.” (Archivo Histórico del Colegio
Nacional de Monserrat, tomo 10, L. 6. f189r-f190v, en Piana, Sartori, 2013).

Este caso de cacería de esclavizados seguramente no fue el único que existió en Córdoba
pero si es el primero del que tenemos grandes detalles gracias a la investigación de los
historiadores Sartori y Piana; primeramente Funes había encargado la elaboración de una lista
con los fugitivos que corrió a cargo de un enviado, este procurador metódico e implacable
consigno valiosa información sobre algunas características físicas de los esclavizados tales
como estatura, marcas, rastros de enfermedades como viruelas, cicatrices etc, también
consigno rasgos fenotípicos como color de piel, si eran mulatos, morenos o mestizos tales
como azambados o aindiados, además proporciono el lugar exacto donde se los podría
encontrar.
Por la lista en cuestión se sabe que los fugitivos que José, Andrés, Norberto y Pedro eran
músicos, Avelino era sastre y Lucas zapatero, Domingo cocinero, Mariano herrero y Luis
carpintero, de los demás se conoció que en su mayoría se encontraban trabajando en chacras
cercanas a Buenos Aires. Aquí tenemos parte de la explicación sobre el relativo éxito de las
fugas pues la endémica necesidad de mano de obra hacia que muchos estancieros en la
campaña bonaerense olvidaran de indagar sobre las condiciones jurídicas de los fugitivos a
quienes incorporaban como agregados en sus distintas unidades productivas.
Algunos de ellos se habían trasladado hasta la otra banda del Rio de la Plata, como el
músico violinista Manuel que incluso se había casado y vivía cerca de Montevideo. Diego


Piana, Josefina y Sartori, Federico, Cacería de esclavos para el deán Funes, artículo publicado en el diario La
Voz del Interior el 11/11/2013

92
también era casado, tenían dos hijos y estaba radicado en una quinta cercana a la localidad
Canelones. En cuanto a Hipólito Rodríguez parece haber sido un verdadero experto en la
captura de esclavizados fugitivos pues un mes antes había capturado al negro Ruperto que se
había fugado dos veces y finalmente logro apresar a nueve de los 22 fugitivos a quienes y a
pedido del mismo Funes vendió, cambio por animales de carga y gano por sus servicios un
total de 450 pesos, los restantes 13 cimarrones al parecer no pudieron ser encontrados (Piana,
Sartori, 2013).
En la campaña del Rio Cuarto se dio el caso del mulato Basilio natural de “Rio Arriba” en
las sierras quien en 1778 fue censado junto a tres esclavizados más en la casa de Juana Rosa
Freytes, Basilio estaba casado con la india libre Josepha Bustos además convivía en la misma
casa con sus tres hijas y su suegra. Posteriormente paso a propiedad de capitán Joseph Freytes
quien lo vendió al Coronel Benito Acosta para cumplir tareas de arriero en el servicio de
“sacar mulas de la jurisdicción de Buenos Aires” pero en el camino Basilio huyo y pidió
refugio a Don Patricio Echenique quien lo contrato como capataz. El Coronel Acosta lo
denuncio como “mulato dañino y perjudisial en las haciendas de campos de aquel vecindario
del tambo donde fue criado, dedicado a vender cuanto animal ajeno se le proporcionaba
robar del campo”. Echenique y Acosta se enfrentaron en un juicio en conflicto por el ganado
cimarrón, es en este contexto de enfrentamiento entre estancieros ganaderos donde parece que
el esclavo Basilio tenía amplias facultades para vivir en una relativa libertad aprovechando las
tensiones que se generaban entre miembros de los sectores dominantes. No obstante esto, fue
remitido a prisión pero luego de cinco meses recupero su libertad, luego de un acuerdo entre
los estancieros en cuestión Acosta levanto la querella y Echenique se comprometió a trasladar
a Basilio a la Estancia de los Molinos en el Rio Segundo (Carbonari, p, 79-80).
Sabemos del complot que se originó en 1810 en la ciudad de Córdoba que fue rápidamente
desactivado por las autoridades y donde el comandante de Armas Pedro Nolasco Grimaut
declaro que: ”Hacía poco tiempo los negros esclavos trataron de sublevarse contra los
blancos” y del conato de rebelión de 1812 cuando las autoridades del Cabildo de Córdoba
reportaron la intención por parte de los esclavizados de armarse para conseguir su libertad:
”existía una intención de formar un regimiento de morenos para conseguir la libertad de
esclavos, se iban a reunir en el lugar de Santa Ana como 300 negros con el objeto de buscar
su libertad porque los estaban engañando” (ver página 71); pero no se debe identificar solo
estos hechos y acciones colectivas de gran envergadura como las únicas formas de resistencia
por parte de los esclavizados hacia el régimen esclavista.
Veamos otros ejemplos de las formas que asumió la resistencia por parte de los

93
afromestizos tanto libres como esclavizados: En enero de 1839, don Benito Piñero demando a
doña Melchora Castellano a efectos de que se le exigiera recibir en devolución a la criada
Cipriana que le había comprado, pues al poco tiempo de haberla comprado esta se había
huido, costumbre que era normal en Cipriana, lo que fue objetado por doña Melchora el juez
ordeno comparecer a testigos que confirmaran o negaran la naturaleza huidora de la esclava.
(A.H.P.C. Crimen, 1839, Legajo 190, Expediente 7).
En otro caso acontecido unos años después, en marzo de 1844 doña Mercedes Romero
madre de Doña Agueda Romero denuncio que su hija era golpeada e incluso desamparada por
su yerno don Juan Pedro Pizarro, a causa del “trato carnal e ilícito” que este mantiene con la
criada Trinidad Medina de quien se espera que las autoridades la saquen de la jurisdicción de
Córdoba Capital. De la lectura de las actuaciones se desprenden alguna “tachas” (defectos) de
Trinidad la criada en cuestión quien es señalada como “cimarrona e huidora”, con tales
defectos es enviada como castigo con doña Antonia Díaz al paraje de Quebracho en el Curato
de Santa Rosa de donde vuelve a huir. Una vez recapturada su tutora Antonia Díaz decide
devolverla y las autoridades ordenan como condena despacharla hacia la frontera este a la
localidad de Villa Nueva.
Como vemos en este caso la fuga era una de las estrategias a las cuales acudían los sujetos
de castas y en el caso de Trinidad parece haber sido una costumbre cotidiana (A.H.P.C.
Crimen, 1839, legajo 190, expediente 3). El robo parece haber sido otra de estas estrategias de
los esclavizados y afrodescendientes, como el proceso criminal llevado a cabo contra la
“negra Ygnacia Romero” por un robo de alhajas que hizo a la Señora Agueda Romero, la
misma que era golpeada por su esposo. Un 11 de marzo de 1846 Agueda acuso a sus criadas
Ygnacia y Socorro por el robo de tres anillos de oro con piedra, un par de aros de oro con
perlas, unas orejeras con forma de candado de oro con piedras y el otro sin ellas, un par de
medias de seda flamantes, un abanico, un pañuelo a cuadros, y otros enseres. La acusada
expreso que las había entregado a una tal Vicenta que era la encargada de vender los objetos
robados, Vicenta Barela era una “negra vieja” (40 años) que al parecer tenia organizada una
red delictiva de compra y venta de artículos usados en la plaza central, donde también se
vendían las cosas robadas según la declaración de Agueda Romero. Las reas fueron absueltas
al no haber datos concluyentes para condenar a las dos aun cuando Ygnacia había reconocido
su participación en el hecho, pero no fue condenada por ser menor de edad, en cuanto a
Vicenta ella nunca reconoció ninguna participación aun cuando paso varios meses en la
cárcel y un 29 de mayo de 1846 se cerró el expediente sin resolución. (A.H.P.C., Crimen,
1846, legajo 212, expediente 7).

94
En su trabajo sobre resistencia esclava en Córdoba, las historiadoras Claudia García y
Karina Di Munzio también problematizaron la supuesta benignidad de la esclavitud cordobesa
y señalaron en la línea de lo que James Scott denomino como “el arte de la resistencia” que
para entender estas prácticas se debía contar con una visión ampliada de la resistencia de los
esclavizados, estas formas de resistencia no solo se manifestarían en acciones colectivas
conscientes y de gran envergadura como motines y revueltas que como hemos señalado
también existieron en Córdoba, sino también en pequeños actos cotidianos individuales, sin
un plan preconcebido, cuya finalidad era cambiar y tratar de mejorar la situación del sujeto
esclavizado, frustrar las demandas materiales y simbólicas de los amos y en última instancia
sobrevivir.
Para el caso de la fuga esclava las autoras descubrieron que de 62 casos de fugas
registradas entre 1750 y 1820 un 78 % de los casos correspondió a hombres y un 22 % a
mujeres; en cuanto a los destinos de los fugados en un 34 % de los casos no se consignó en la
fuentes, un 14 % fugo hacia la ciudad de Córdoba, un 17% lo hizo hacia Buenos Aires, un
8% hacia Mendoza, un 3% hacia San Juan, un 2 % hacia Santa Fe y el mismo porcentaje
hacia la Rioja. Hacia Catamarca fugo un 3 % de los implicados y hacia el monte un 8% de
ellos, mientras que los que se fugaron hacia “otras localidades” alcanzo un 9 %. (García,
Dimunzio, 2006, p, 81- 82)
Otras cuestiones como la criminalidad esclava también pueden ser catalogadas como parte
integrante de la multifacética resistencia, García y Di Munzio concluyen que los esclavos y
esclavas no eran sujetos pasivos ni totalmente sometidos al régimen esclavista, por el
contrario, eran sujetos activos que:

“Recurrieron a formas explícitas de resistencia como la fuga, pasando por la


resistencia del día a día (robo, sabotaje, difamación). En Córdoba existieron
prácticas cotidianas de resistencia esclava como el desobedecer, contestar, robar,
formas visibles de resistencia. En cuanto al robo no solo manifestaba
disconformidad y causaba daño a la propiedad del amo, sino que servía en algunos
casos, para conseguir el dinero necesario para comprar la libertad. Los esclavos
llegaban a realizar acciones extremas como el asesinato para salvar su integridad y
liberarse, existieron fugas en las cuales el esclavo logró alcanzar plenamente su
libertad, lo cual era factible porque los fugitivos podían sobrevivir en el monte o las
sierras, lugares de difícil acceso para sus perseguidores, sustentándose con lo que

95
la naturaleza les brindaba o bien recurriendo al robo”.

Como podemos inferir de estas fuentes la fuga de los esclavizados fue parte de un práctica
frecuente de sus hábitos de resistencia, la obsesión de las autoridades para la captura de los
mismo señala también la naturaleza conflictiva de la institución esclavista, para los que ya
eran libres había múltiples limitaciones por parte de una sociedad que no los contenía y los
denigraba, ante esta situación los distintos sujetos optaron por múltiples formas de resistencia
para intentar aliviar las diversas situaciones de dominación a las que eran sometidos, en el
caso de Córdoba lejos estamos de una “esclavitud benigna” que ciertos autores se empeñaron
en señalar y la permanente resistencia de los de “abajo” así lo demuestra.



Foto de niño afrocordobés. Gentileza Dr. Federico Sartori Moyano.


Dimunzio Karina, García Claudia: Resistencia esclava en Córdoba. Mediados del siglo XVIII a principios del
siglo XIX. Trabajo Final de Licenciatura en Historia. UNC, Facultad de Filosofía y Humanidades. Córdoba,
2004. p.71.

96
Hacia la Libertad
El mito de la esclavitud benigna en el Rio de la Plata abrevo durante años de una supuesta
suavidad de los tratos y costumbres hacia la esclavatura, y se relacionaban se decía, con la
ocupación predominantemente doméstica de los esclavizados. Según Andrews, en el ámbito
rural rioplatense la esclavitud era vivida en una de las formas más libres imaginables, de esta
manera la abolición y el paso hacia la libertad se habría desarrollado en forma rápida y sin
mayores inconvenientes a partir del proceso revolucionario de mayo. La patria los hizo libre
seria el corolario del proceso; pues luego de la Independencia y con la organización del estado
se habría conseguido rápidamente acabar con la esclavitud en todo el territorio nacional.
La historiografía mitrista y el liberalismo autóctono trazó una línea discursiva de
continuidad entre revolución y libertad, así la patria se habría de convertir en una metáfora de
libertad para los pocos cuando no inexistente esclavos que la habitaban, el blanqueamiento
operado implicaba una comunidad afro minúscula, pocos esclavizados, un profundo mestizaje
y un liberalismo abolicionista. Una atenta mirada de los procesos sociales luego de la
abolición y un análisis exhaustivos de las fuentes disponibles contradice esta visión de la
abolición (temprana y promisoria) en el espacio que luego sería conocido como República
Argentina.
Para el caso de Córdoba, autores como Emiliano Endrek, Nelly López y Robert Turkovic se
hicieron eco de la visión patriarcal y benigna de la esclavitud, pero en tiempos más recientes,
las investigaciones de los historiadores Mario Rufer, Claudia García y Karina Dimunzio han
revisado estas concepciones sobre la “benignidad” de la esclavitud en Córdoba. Así Mario
Rufer nos señala que:

“Los esclavos se nos presentan en gran parte de la bibliografía ya analizada, con la


vaguedad del concepto espacial “Río de la Plata”, como cuantitativamente escasos,
sumisos, protegidos por la leyes de la cultura hispánica que los habría aceptado como
un mal inevitable, amparados por una justicia que habría equilibrado su condición
con la efectividad de benignas disposiciones, queridos y protegidos por unos amos
cristianos y benévolos. Sin embargo, ni la división de tareas era tan clara y armónica,
ni la situación social del esclavo era tan fácil de encuadrar en un esquema social que
no era estático.” (Rufer, 2005, p.71)

No obstante lo anterior es necesario reconocer que muchas de las liberaciones que se


realizan en la época tienen su origen en donaciones que hacen los poseedores de esclavizados
por distintas motivaciones y la compra por parte de estos de su propia libertad, en particular

97
para los artesanos parece haber sido más viable la chance de realizar la auto-compra de su
libertad. Reid Andrews ha señalado que los períodos de crecimiento económico como el que
se desarrolló a partir del último tercio del siglo XVIII proporcionaba las posibilidades de que
los mismos esclavizados compraran su libertad y que la oferta disponible permitiera a los
amos comprar nuevos planteles de esclavizados, eso explicaría que para finales del siglo en
cuestión gran parte de los afromestizos del espacio rioplatense fueran libres, aun cuando para
el caso de Córdoba el viajero Concolorcorvo había señalado que: “en esta ciudad y en todo el
Tucumán no hay fragilidad de libertad a ninguno”. (Endrek, 1966, p.11)
A través de una lectura atenta de las fuentes como testamentos y cartas de libertad
registrada ante escribanos podemos matizar las palabras del ilustre viajero y ello nos permite
analizar por qué y cómo se iban liberando los esclavizados del distrito Córdoba. Por distintos
motivos los amos propiciaban la libertad de sus esclavos, tal vez el agradecimiento a largos
años de servicio o una relación “filial” y cercana, como sugiere el caso del testamento de don
Fernando Flores, quien libera a dos de ellos:

“Ordeno que al chico Emeterio Flores se le den de mi quinto diez pesos, declarándolo
libre desde el acto de mi muerte, como así mismo a la madre de este llamada Rosa,
así lo ordeno pª qe se cumpla. (...) ordeno que mi ropa usada la reparta mi albaceas
entre los libertos Agustín y Bruno, así lo ordeno pª qe se cumpla”. (A.H.P.C. Registro
I, inventario 190, folio 74 vuelto).

En otros casos la carta de libertad incluía alguna que otra propiedad que los amos legaban
a sus sirvientes ahora libres, a modo de ejemplo sabemos que Don Ignacio Soria dio libertad a
su mulato Fausto y “le dejo algunas vacas”. Don Roque de Bustamante dejo a su ex esclava
mulata “cinco vacas de leche para su alimento”. Doña Gertrudis Salguero adjudico cincuenta
pesos a sus cuatro esclavizados, a los que daba libertad, “y no más para que trabajen”. Doña
Juana Moyano dejo libres a José Manuel y María Juana cediéndole un cuarto para que
vivieran. El más generoso con sus manumitidos parece a ver sido Don José Isasa que dejo
solo a su capataz el negro Juan José “por su fidelidad celo y vigilancia”, cien ovejas,
cincuenta vacunos veinte caballos y una manada regular de yeguas, a otros de sus ex
esclavizados dejo en su testamente cosas similares (citado Martínez, 2006, p. 255-256).
Hacia el final del periodo colonial gran parte de los afromestizos que habitan en Córdoba
ya eran libres, pero con el período republicano se abriría la etapa de la abolición legal de la
esclavitud en nuestro país. Este proceso sería largo y contradictorio, con muchas idas y

98
vueltas que conspirarían contra la emancipación de los esclavizados aunque en la mediana
duración se asiste a una desestructuración del trabajo esclavo. En 1812 se había prohibido la
trata en el ámbito de las Provincias Unidas, pero en 1814 el gobierno central permitió el
ingreso de esclavizados domésticos que acompañen a sus amos; por otra parte durante la
guerra con el Imperio del Brasil se había autorizado a los capitanes de buques corsarios a
vender los esclavizados capturados durante las operaciones de corso, y para 1833 se autoriza
nuevamente la venta de esclavos introducidos en calidad de sirvientes.
La Asamblea del año XIII había decretado que todos los hijos de madres esclavas nacidos
desde el 31 de enero de ese año eran considerados libertos. La sanción del decreto ha sido un
episodio importante en el proceso que llevaría al fin de la esclavitud legal, pero sus alcances y
limitaciones para los afros comprendidas en la categoría “libertos” no ha sido del todo
aclarado, investigado y difundido por los estudios académicos amén de que distintos
investigadores hayamos abordado la temática. De allí que en el imaginario social se lo
confunda con una medida abolicionista y no transitoria, razón por lo cual se considera a 1813
como el punto final de la esclavitud en nuestro país y no la sanción de la abolición de la
esclavitud en la Constitución de 1853.
Con la sanción del Reglamento del año XIII conocido como “Ley de Vientres” los niños
que nacieran luego del 31 de enero de 1813 entraban en la condición de Liberto. Tenían la
obligación de vivir en la casa del dueño de su madre hasta que se casaban o llegaran a la
mayoría de edad, que era de 16 años para las mujeres y de 20 para los hombres. Debían de
servir al amo de su madre sin salario hasta los 15 años. Luego de esa edad, el decreto
reglamentaba un pago mensual que debía ser depositado en una cuenta custodiada por la
policía. También se legislaba claramente sobre distintas situaciones, por ejemplo el artículo
cuatro exigía que los niños fueran amamantados por el término de un año y el quinto disponía
que el liberto fuera acompañado por la madre por un tiempo de dos años si ella hubiese sido
vendida. En la práctica esta era una de las medidas que más se transgredían, pues, como
veremos, los niños libertos seguían siendo vendidos sin que se cumpliera lo ordenado.
La inestabilidad política del territorio rioplatense motivo que el Reglamento se aplicara, se
desconocieran o se aplicara a medias según la cercanía o lejanía con los centros urbanos. Por
ejemplo en Mendoza se elevó hasta los 20 años el tiempo que las mujeres debían servir a sus
patronos y los hombre hasta los 25, mientras tanto en la Banda Oriental, actual territorio


Reglamento de Libertos, citado en Masini, José Luis, “La esclavitud negra en la República Argentina época
independiente”, Revista de la Junta de Estudios Históricos de Mendoza, año I, n° I, 1961.

99
uruguayo hay indicios de que directamente no se aplicó. No muy distinta era la situación en
Buenos Aires, como ha señalado George Andrews:

“La ley permitía específicamente que se compraran y vendieran libertos casi


exactamente como los esclavos. En teoría, era el derecho de Patronato y el derecho
a los servicios del liberto lo que cambiaba de manos, pero en la práctica era un ser
humano al que se estaba vendiendo, a pesar del hecho de que este pudiera ser
teóricamente libre” (Andrews, 1989, p.59)

Según datos que nos brindan los censos del siglo XIX podemos hacer un seguimiento de la
cantidad de libertos que existen en la geografía cordobesa a partir de 1813. Por ejemplo en
1822 se realizó un Censo Provincial según el cual existían 383 libertos en toda la provincia,
66 en la ciudad capital y 317 en la campaña. Uno año después las autoridades provinciales
consientes de ciertas problemáticas que atentaban contra los derechos de los libertos emitieron
el siguiente comunicado:

"Orden a la policía para que no de licencia para salir a liberto alguno, que no tenga
intervención el Regidor Defensor de Pobres. Esta disposición es a raíz de ventas
que se han efectuado a otro pueblos de libertos favorecidos por la ley del 2 de
febrero de 1813".

Según el censo de la ciudad de Córdoba de 1832 el número de libertos se ha duplicado con


respecto a la década anterior, en el ámbito urbano vivían 738 personas libertas en la ciudad y
464 esclavizados, entre ambos grupos conforman el 10% de la población total de la ciudad de
Córdoba, mientras que los afromestizos, entre libres y esclavizados y libertos, conforman el
52 % de la población total citadina (Carrizo, 2011, p129). El siguiente censo que cubrió toda
la geografía cordobesa se realizó en 1840, según los datos que brinda el análisis del mismo y
que expuse en otro trabajo había, 733 libertos en toda la provincia (Carrizo, p.131) mientras
que Dora Celton señala que son un poco menos, 685. En la capital y zonas aledañas había 69,
en la zona oeste o serrana 165, en el norte provincial se registró el número más alto 279; en la
zona este de Córdoba 125 y en el sur provincial la menor cantidad de ellos, apenas 47.


Extracto del Cuaderno Copiador 1823: "Cuaderno Copiador de oficios dirigidos al Juez Subinspector de
Policía en el presente año de 1823", citado en Retamoza, Víctor, "Contribución al estudio de la Historia de la
Policía de Córdoba" 1810-1852. UNC, Escuela de Historia, 1970.

100
Por 1830 el Juez de Paz del departamento Tercero Arriba Nicolás Puebla, en el sudeste
cordobés le escribió al Ministro de Gobierno desde la localidad de Pampayasta para solicitarle
instrucciones sobre la problemática de los libertos, en los siguientes términos:

“Si los libertos, (ya hombres, o mujeres) qe están de edad crecida, puedan salir de
este departamento á extraña Provincia, con sus titulados amos, pues se tiene noticia
qe los venden, y esclavizan, y aquí se les hace sentir el más duro yugo de esclavitud,
si a estas, ya se les debe ocupar, como a tales libres, en las funciones del servicio, a
que están contraídos, todos los hombres en las actuales circunstancias y fuera ellas;
y lo qe deba imponérseles a los amos, silos tratan como a verdaderos esclavos no
siéndolos ”. (En A.H.P.C., 1830, Gobierno, tomo 120, folio 46 recto y vuelto).

Si hemos de guiarnos por las palabras del mencionado juez, las prácticas sociales para con
los libertos no son sustancialmente distintas a la de los esclavizados y como señalaba
anteriormente, una de las irregularidades más notorias se cometía con la venta de libertos.
Entre las denuncias de Puebla aparece la cuestión de la crianza de los niños, pues los amos los
vendían privándolos de esta manera de las atenciones maternas, aún en la más tierna infancia,
así se desprende del resto del documento que elevo en la consulta al gobierno:

“ 3º...Si los libertos, qe nacen, y en tal edad, los amos, por no tener ya de ellos
esperanza de lucro, en poderlos vender con libertad, los separan del pecho de las
madres, y ni aun los dan a otras personas para qe los críen, y de esta necesidad,
pierden la vida estos inocentes, qe debe practicarse con estos amos, y si serán
acreedores a dejárseles en su poder o tomar providencia la autoridad de hacerlos
criar en donde se tenga más humanidad; pues se tiene noticia qe hay amos qe hacen
ver a los pequeñitos del pecho, con sus madres, cada veinte y cuatro horas, con
separación de estar el párvulo, encerrado en distante pieza y la madre en otra” .
(ibid, folio 46 vuelto).

Pero la cruzada del juez Nicolás Puebla por la situación de los libertos no habría de
terminar con el documento antes indicado. Unos meses más tarde informa al Gobierno sobre
otro problema, la falta de pago de los amos a los libertos que están en condiciones de recibir
un estipendio. Para ello le escribe nuevamente al Ministro de Gobierno señalando los nombres
de los libertos que están en su jurisdicción:

“Acompaño á el Señor Ministro de Gobierno las listas de libertos, qe se contienen


en la Alzada de mi cargo, y al efecto dadas a los jueces las prevenciones que se

101
indican particulares, en la soberana resolución, á cerca de los libertos, á que es
justo atender. Por las listas, debe quedar impuesto el Sor Mntro, qe ya algunos de
los libertos deben ganar el peso qe se designa á Tesorería, y qe esta prevención fue
la qe debió ocupar primer lugar á sus Patronos. Este paso, ha parecido en algunos
algo desagradable, tanto, para qe, ó son pobres sus patronos, ó los qe no lo son,
llegando la edad en qe la Tesorería deba percibir aquel fruto pa el beneficio de
aquellos”. (A.H.P.C. Gobierno, 1830, tomo 120, folio 60 recto y vuelto).

De estas palabras se desprende que el artículo que obligaba a los patronos a pagar un peso
mensual a partir de los 16 años a los libertos tampoco se cumplía, pero las cosas podían ser
aún peores para los libertos, por ejemplo la posibilidad de ser vendidos como si aún fueran
esclavizados. Aquí el informe sobre la población liberta del área del juez Nicolás Puebla: total
96 niño/as libertas más 19 mujeres esclavizadas. Pampayasta, Capilla de Rodríguez y Salto
son las localidades del área del rio Tercero y preexistentes a la ciudad de Rio Tercero.

Estado de los libertos que existen en el Departamento de Pampayasta:

Pedanía de la Punta del Agua:


Don José Basquez tiene a su cargo 9 libertos.
Don Domingo González a su cargo 2 libertos
Don Nicolás Navarro tiene a su cargo 6 libertos y 1 esclavizada.
El convento de la Merced 9 libertos y 1 esclavizada.
Don Mateo López 3 libertos y 1 esclavizada.
Doña Feliciana Lazo 1 liberta.
Doña Oliva 2 libertos
Don Apolinario Carransa 3 libertos.
Don Domingo Montenegro 2 libertos.

Parroquia de Rodríguez.
Cura Vieyra 8 libertos y 1 esclavizada.
Doña Mercedes Ponse 3 libertos y 1 esclavizada.
Don Miguel Ponse 1 liberto y 1 esclavizada.
Doña Dolores Astrada 2 libertos y 1 esclavizada.
Doña Lorenza Rodríguez 3 libertos y 1 esclavizada.
Don Pedro Antonio Soza 3 libertos y 1 esclavizada.
Don Diego Pereyra 6 libertos y 1 esclavizada.
Don Valentin Montenegro 1 liberto y 1 esclavizada.
Don Ynacio López 2 libertos y 1 esclavizada.
Doña Gregoria Ferreyra 3 libertos y 1 esclavizada.

102
Don Bicente Rios 6 libertos y 1 esclavizada.
Doña Dominga Sosa 3 libertos y 1 esclavizada.
Doña Josefa Ferreyra 1 liberto y 1 esclavizada.

Cuartel de los Puestos de Ferreyra


Don Faustino Mansilla 5 libertos.
Don Jose Antonio Narbaja 1 liberto.
Don Manuel Ferreyra 3 libertos y 1 esclavizada.
Don Jose Tadeo Haedo 4 libertos y 1 esclavizada.
Doña Juana de Haedo 4 libertos y 1 esclavizada.

Pampayasta, 10 Noviembre de 1830. Nicolás Puebla. Juez de Paz.


(En AHPC Gobierno 1830,tomo X, folios 60 al 65)

También es posible encontrar para la época otros casos de venta de libertos, los cuales son
afectados en su condición por la falsificación o pérdida de partidas bautismales. Por ejemplo
en 1835 el soldado de la ex compañía de “Cazadores de la Libertad”, José Miguel Acosta
reclamó al gobierno se le declare libre de servidumbre. En tanto, el rector del Colegio de
Monserrat solicita a la justicia que José Miguel vuelva a poder del Colegio por ser este
esclavo propiedad del mismo.
Las actuaciones del juicio quedan inconclusas, pero en una de las últimas instancias del
caso el gobernador Reynafé intimó a Acosta a que presentara los documentos que indicaran su
condición de liberto y haber nacido después del decreto de la Asamblea del año XIII.
(A.H.P.C. Escribanía de Hacienda II, legajo 129, expediente 2)
Si bien se podría considerar que en cuanto a lo jurídico los libertos quedaron en una
situación intermedia entre las personas libres y las esclavizadas, en la práctica estaban
sometidos a distintos mecanismos de sujeción por parte de sus amos, para el caso de la
provincia de Santa Fe, la historiadora Magdalena Candioti encuentra situaciones similares a
las señaladas para el caso cordobés, lo cual la lleva a concluir que el hacia la libertad para los
libertos nunca fue permanente sino más bien de carácter transitorio y reversible (Candioti,
2004,p) a lo que yo agregaría que escasamente plausible.
En una sociedad profundamente conservadora como la Córdoba del siglo XIX con una
crónica escasez de fuerza de trabajo, las clases dominantes apelaron a distintos mecanismos
para mantener en la esclavitud a los libertos y aun a personas consideradas libres, más allá de
las buenas intenciones de algún que otro funcionario. Estas prácticas sociales quedaron

103
reflejadas en la legislación de la época y en denuncias y argumentaciones de los sectores de
poder.
Luego de la sanción de la Constitución Nacional y su reglamentación en Córdoba, las
autoridades de la provincia decretaron el fin de la institución de la esclavitud, pero con la
particularidad de que los propietarios de esclavizados debían ser indemnizados. Esto traería
importantes consecuencias para los que aún estaban en esa condición, complicando la forma y
los plazos en que debieron acceder a la libertad. En julio de 1853 el gobernador de Córdoba
Alejo Carmen Guzmán ordenó a los propietarios de la ciudad presentar a sus esclavizados
dentro de los treinta días en el departamento de policía. El jefe de esta institución fue el
encargado de expedir el correspondiente certificado de indemnización a cada propietario, los
propietarios que moraban en otros lugares de la provincia fueron autorizados a presentar sus
esclavizados en un lapso de hasta tres meses.
Según se desprende de las fuentes que he consultado, las medidas no fueron aceptadas de
buena gana por los amos, quienes se resistieron de muchas maneras a perder a sus siervos. En
octubre de 1853 el jefe de policía Gerónimo Yofre le escribió al gobernador denunciando que
vencido el plazo de tres meses para la presentación de los esclavizados muchos propietarios
no habían cumplido con el decreto del gobernador. En agosto del mismo año, Yofre había
informado al ejecutivo provincial que muchos propietarios solicitaban la indemnización por
sus esclavizados sin presentar pruebas, ante la posibilidad de que el patrimonio del estado
fuera defraudado Yofre solicitaba la intervención de un agente estatal que analizara la
cuestión. (A.H.P.C. Gobierno, 1853, tomo 230, folio 462-474)
Los distintos expedientes consultados indican una continuidad en las prácticas hacia los
sujetos que teóricamente eran libres, pero que en la realidad su situación social poco difería de
la esclavitud, aun cuando las leyes vigentes habían decretado el fin de la misma. Como el caso
de noviembre de 1853 en que Mercedes Allende le solicitó al juez Tomás Garzón que
interviniera para liberar a su hija Ciriaca, liberta de 14 años de edad, la cual era retenida
ilegalmente por su antiguo amo Fernando Allende. Este se comprometió a liberar a Ciriaca
una vez que concluyera la cosecha, pero para 1854 el caso seguía sin resolverse y no queda
claro, según los documentos revisados cuándo Ciriaca obtuvo finalmente su libertad, si es
que quedó libre al fin.


A.H.P.C. Compilación de Leyes, Decretos, Acuerdos de la Excelentísima Cámara de Justicia y demás
disposiciones de carácter público dictadas en la provincia de Córdoba desde 1810 a 1870, Vol. 1, Córdoba, 1870,
p. 178

A.H.P.C. Escribanía III, 1853, legajo 113, expediente 27. Ver también: Escribanía IV, 1854, legajo 114,
expediente 3.

104
En el mismo año don Juan Martin de Pueyrredón recibió en “custodia” por orden del Juez
de Primera Instancia don Anselmo Aguirre a dos chicos llamados Pabla y Cecilio de la
familia de un ex esclavizado:

“Soy informado que en terrenos de Mendiolaza existe una familia pobre y crecida
de un negro Figueroa quien tiene un chico llamado Cecilio y una chica llamada
Pabla que sacara Ud. y entregará a Don Juan Martin de Pueyrredón quien se
obliga a atenderlos en sus necesidades, así mismo sacara usted dos huérfanos que
existen en poder Celador Gerónimo Pereira y también se los entregara al mismo.
Tomas Garzón, Juez Pedáneo (Escribanía III, Legajo 113, expediente 27, año
1853).

Con el fin de la esclavitud, nuevas reglamentaciones y leyes se sancionaron para atenazar a


los sujetos de castas a prácticas serviles. Si bien éstos habían logrado algunas prerrogativas
mínimas como una cierta movilidad social a través de su participación en las guerras, nuevas
y antiguas restricciones se levantaron contra ellos hasta aun avanzado el siglo XIX. Los
individuos de castas eran mirados y considerados como seres casi infantiles, pasibles de ser
guiados de forma paternalista por sus antiguos amos quienes debían responder por las
conductas de sus antiguos esclavizados, ahora libres, pero: “irresponsables, inmorales y
criminales innatos”, según se desprende de los discursos de las sectores dominantes.
Con la abolición los sectores dominantes legalmente habían perdido la posibilidad de
utilizar mano de obra forzada y gratuita, pero en la práctica hemos visto que las situaciones de
trabajo forzado se mantenían. Por lo tanto, se mantiene la compulsión al trabajo vía leyes de
vagos, y otros mecanismos como el trabajo público para los condenados por distintas faltas,
también eran condenados a poblar la frontera como ya lo hemos señalado.
Una cuestión que resultó ser de gran importancia luego de la abolición fue la de la
provisión de mano de obra para el servicio doméstico; apenas unos años después de
sancionado el fin de la esclavitud, la clase dominante en Córdoba ideó distintas formas para
proveerse de sirvientas, en especial de niñas, por el año 1856 fue creada la “Casa de
Corrección”. Esta tenía por objeto además del castigo hacia las mujeres judicializadas la
provisión de niñas y jóvenes para suplir la carencia de empleadas domésticas, mientras tanto,
la legislación acompañó dicho proceso con la sanción de muchos decretos específicos y
edictos policiales que legitimaban estas prácticas coercitivas. En especial, quiero señalar el
artículo sexto de la ley Nº 142, titulada “Reglamento de la Justicia y policía de campaña”,

105
sancionada el 18 de septiembre de 1856 por la Legislatura provincial, e el capítulo IV, se
encuentra el mencionado artículo y dice lo siguiente:

“Art. 6º- Los padres ó madres que teniendo muchos hijos é hijas, no pudieren
elevarlos ni sostenerlos por falta de recursos, tienen obligación, tan luego que los
hijos lleguen á la edad de seis años, de colocarlos con un patrón o maestro, quien
los educara en el trabajo y enseñara algún oficio; o si son mujeres, acomodarlas en
alguna familia respetable”.

Así y en sintonía con este tipo de disposiciones y con prácticas de siglos, las clases
dominantes que estaban acostumbradas a tener una gran cantidad de esclavizadas en el
servicio doméstico casi que no podían prescindir de ellas, la servidumbre doméstica era parte
del mundo material y simbólico de las élites cordobesas; tener una gran cantidad de sirvientes
y sirvientas domésticos indígenas, africanos o afromestizos equivalía a poseer un elevado
estatus, costumbre que compartían con otras élites del país y tales costumbres no podían
desaparecer de un día para el otro, ni acabar por medio de una ley. Además, al no haber
cambios técnicos importantes las tareas domésticas debían seguir siendo realizadas por
sirvientas conchabadas, agregadas, o por quien fuera. Los ex esclavizados quedaban de esta
manera y también estructuralmente y también por su pobreza atados a la necesidad de trabajar
en los hogares de sus ex amos, ahora devenidos en patrones, como lo señala correctamente
Aníbal Arcondo:

“El trabajo de los menores se halla también reglamentado. Se dispone que todos
aquellos padres que no acrediten medios suficientes para alimentar a sus hijos
deban entregarlos a otras familias que se encarguen de la crianza y educación de
los mismos. La edad fijada para esta separación forzada son los seis años. Se tiende
así a crear un sistema patriarcal de relación que extiende la familia más allá de la
consanguinidad, formando una cohorte de asimilados que brindan mano de obra
barata y en condiciones más ventajosas a las que podría brindar la libre
contratación” (Arcondo 1972, p. 13).

En un caso ocurrido en 1850 Marqueza Solares una niña de 15 años residente en Alta
Gracia e hija de un ex esclavizado, fue “colocada” por la justicia en una “casa decente” para
reformar sus malas costumbres. La niña había sido inculpada de infanticidio y a pesar de las
sospechas el crimen no pudo ser comprobado los jueces insertaron a Marqueza en las redes de

Leyes de la Provincia de Córdoba, tomo I, años 1852-1857, pp. 171-172.

106
circulación de menores para la provisión de mano de obra en el servicio doméstico (A.H.P.C.
Crimen, 1850, legajo 223. expediente 14).
Si bien las distintas autoridades constituidas a partir de mayo de 1810 imbuidas muchas
veces de un espíritu liberal, habían legislado en el sentido de ir acabando con la institución de
la esclavitud otras veces habían tomado medidas conservadoras para desacelerar el proceso,
cuando no para directamente para revertirlo. Pero además, como ya señalamos las prácticas
sociales de los sectores dominantes atentaban contra la libertad de los esclavizados y sus
descendientes libertos, tal como se desprende del análisis de las fuentes, la realidad de los
libertos no era muy diferente de la de los esclavizados en Córdoba, ellos eran vendidos,
separados de sus padres, castigados y azotados como esclavos, engañados con artilugios
legales e incluso re-esclavizados por sus amos, muchas veces con la connivencia de las
autoridades provinciales. Estos amos se negaban a perder lo que aún consideraban su legítima
propiedad y esto entraba en franco conflicto con la libertad para los afrodescendientes que aún
estaban en situación de esclavitud.
Así de complejo y contradictorio fue el caso de los esclavizados y de muchos de los
libertos que aún quedaban en Córdoba en la primera mitad del siglo XIX, y como ha señalado
la investigadora Nelly López, refiriéndose a la problemática del liberto y al decreto que los
liberaba:

“Muchos de los artículos del citado reglamento no se cumplen y una consecuencia


de ello es que el liberto, por la necesidad de mano de obra, se transforma en “un
siervo cuyo trabajo en beneficio del amo, es motivo de una serie de operaciones

mercantiles: compra-venta, permutas etc”. (López, Nelly, 1972, p, 71).

En tanto la comunidad cordobesa y los afrodescendientes en particular como grupo


directamente implicado, no lograron articular una estrategia abolicionista que hiciera respetar
el Reglamento el acceso a los derechos que este otorgaba quedo librado a las estrategias que
los padres, parientes y los libertos pudieran articular. Aun así podemos comprobar que
distintos funcionarios del estado realizaron gestiones tendientes a lograr un avance en la
situación de los libertos, como lo señala la siguiente carta del Jefe de Policía y dirigida al
Gobernador, carta que jamás fue contestada por el ejecutivo:

“Córdoba , Diciembre 16 de 1853, el señor Jefe de Policía al señor Ministro


General de gobierno Dr. Don Agustin Sanmillan: “Después de haber puesto
verbalmente en conocimiento de su Excelencia el señor gobernador los repetidos

107
reclamos para la extradición de LIBERTOS de sus respectivos PATRONES
alegando como incompleta la libertad de los esclavos no comprendiendo la de
aquellos y existiendo tan grave dificultad interpretada en diferentes sentidos que no
está en la esfera del infrascripto resolver, se dignara Su Señoría elevarlo al juicio
de Su Señoría con tal objeto” Geronimo Yofre.

Conspiraba contra una verdadera y efectiva abolición el entramado económico- político


que los esclavócratas cordobeses en tanto clase dominante habían logrado articular, aun
cuando ciertos dirigentes de la Revolución de Mayo por urgencia y necesidad aspiraran a un
cambio social mínimo para los esclavizados. De esta manera a la hora de optar entre
propiedad y libertad, la clase dominante opto por la primera, para ello apelaron a la necesidad
de trabajo forzado y el resultado fue la continuidad de los libertos en un régimen de virtual
esclavitud.
Si bien la Constitución Nacional sancionada en 1853 prohibió expresamente la esclavitud,
la medida rigió sólo para las provincias de la Confederación Argentina, en Buenos Aires se
hará efectiva recién en 1860 con su integración definitiva en la República Argentina. En gran
medida el esquema señalado de continuidades esclavistas es válido para lo que ocurrió en la
zona del Río de la Plata y Córdoba; las medidas abolicionistas convivieron durante todo el
período señalado con medidas conservadoras, como señala George Andrews citando a la
historiadora Nuria Sales de Bohiga, parecen haber existido varias etapas hasta llegar a la
abolición final de la esclavatura en Hispanoamérica:

“La primera etapa es la del crecimiento prerrevolucionario del sentimiento


abolicionista entre los liberales coloniales que duró hasta 1810. La segunda es la
etapa en que los gobiernos revolucionarios propusieron medidas enérgicas y
abarcadoras para eliminar las estructuras coloniales del privilegio y la esclavitud.
Este ardor inicial pronto se enfrió, sin embargo, y fue reemplazado por un enfoque
más cauto y gradual ejemplificado por el concepto de libertad de vientres. Hacia el
final de las guerras de Independencia, alrededor de 1820 se estableció una marcada
reacción cuando las élites terratenientes y comerciales empezaron a enfrentar la
realidad del fin de la esclavitud y del tráfico de esclavos. Luego a partir de 1820 hasta
1830 se ve un activo intento de prolongar la esclavitud y el servicio compulsivo
renovando el tráfico de esclavos y reduciendo libertades posrevolucionarias que
gozaron los negros y mulatos. (Andrews, p. 73)


A.H.P.C. 1853 Gobierno. Tomo, 230, folio 485.

108
Generalmente se omite la lucha de clases, la búsqueda de la libertad y la agencia de las masas
en el proceso de abolición en América y en nuestro país, pero una lectura atenta de la situación
americana nos señala la efervescencia social que caracterizo los últimos años de dominación del
Antiguo Régimen en América. El siglo XVIII había estado plagado de rebeliones campesinas,
antiesclavistas y populares, desde los sucesos de Nueva Granada donde acaudillados por José
Antonio Galán “el ala de los luchadores comuneros libraron una cruzada revolucionaria
ejecutando la apropiación de la tierra, la abolición del tributo indígena y la liberación de los
esclavos negros”(Rath, Roldán, 2013, p,45), pasando por la formidable rebelión mulata del
zambo José Leonardo Chirinos en la actual Venezuela; hasta la descomunal rebelión de los
Andes del líder indígena Túpac Amaru, en estas tres rebeliones se había decretado la abolición de
la esclavitud aun cuando todas fueran derrotadas. Por último la lucha de antiesclavista y
anticolonial de las masas esclavizadas en Haití había determinado un cambio sustancial en los
objetivos y un salto cualitativo en la capacidad organizativa y revolucionaria de los esclavizados
(Gruner, 2010).
En el Río de la Plata ambos procesos (la rebelión andina y la revolución haitiana) impactaron
no solo en la psique de los esclavizados sino también en el pensamiento de algunos miembros de
las elites ilustradas y esclavocratas que acaudillaron la Independencia, así en Mendoza tuvo que
ser desactivado una rebelión de esclavizados en 1813 (Bragoni) mientras por la misma época (en
1810 y en 1812) en Córdoba se investigaba sobre una supuesta tentativa de rebelión (Turkovic,
158). En Buenos Aires, la capital revolucionaria Moreno, Castelli y el ala liberal de los
revolucionarios de Mayo tramaron y luego decretaron la supresión del tributo indígena en las
Provincias Unidas del Rio de la Plata.
Para el análisis el acceso a la libertad de los afro esclavizados en Córdoba y la región, creo
que se puede señalar dos periodos, el colonial donde por mucho tiempo y hasta 1810 donde la
variable más importante para acceder a la libertad es la agencia y las estrategias de los sujetos
esclavizados (autocompras, fugas, reclamos judiciales y manumisiones de amos). A partir de la
revolución y por el periodo que dura la Guerra de Independencia la cuestión de la abolición se
torna por algún tiempo estructural, es el mismo estado el que promueve el fin de la trata, la
libertad de vientres y el rescate de soldados para la Guerra de Independencia, la necesidad de
hombres en armas fue reconocida por las autoridades revolucionarias, alguien llego a reconocer
que los esclavizados eran “nuestro ejército de reserva” (Candioti); como en la primera etapa las
fugas permanentes también contribuirían en gran medida a la libertad aun cuando esta fuera
extralegal (Saguier). Algo similar había sucedido con algunos pueblos indígenas a quienes se
había sumado como aliados durante las guerras de Independencia, como señala Florencia Roulet:

109
“A las arengas filo-indigenistas de la etapa revolucionaria inicial, con sus
apelaciones a la hermandad, la libertad y la igualdad de tratamiento y a la ilusión
de compartir una "patria"común, sucedió un discurso que volvió a apelar al tópico de
la barbarie, pero con mucha más virulencia que en la etapa colonial. El punto de
ruptura en la región bonaerense fue el año 1820, cuando quedó clara para los
criollos la imposibilidad de obtener el consentimiento indígena para correr las
fronteras hacia el oeste y el sur.”(Roulet, 2017)

Pero cerrado el ciclo revolucionario de la Independencia, y como se ha señalado, hubo de


parte de las elites rioplatenses un intento de continuar con la esclavitud de las personas que aún
estaban en esa situación por más que el trabajo esclavizado ya no tuviera el peso que habría
tenido en el periodo anterior. Los primeros en comprenderlo y adaptarse a la nueva situación
fueron los estancieros y hacendados cuyanos quienes reemplazaron con mano de obra libre a los
soldados cedidos para el Ejercito de los Andes; para el caso cordobés asistimos a un proceso de
desestructuración del trabajo esclavizado desde la desaparición de las grandes estancias
jesuíticas, pero los pequeños y medianos propietarios, los maestros artesanos, y todo aquel que
aún conservaba esclavizados como parte de su propiedad tendieron a conservarlos y aun
aumentarlos apostando a prácticas como la esclavización de los libertos.
Una vez asegurada la independencia de las Provincias del Plata y cuando la participación
de los soldados africanos y afroamericanos ya no era tan importante y necesaria, los grupos
dominantes retrocedieron en cuanto a las medidas abolicionistas, intentando prolongar la
esclavitud o implementando nuevas formas de sujeción. De esta manera los afro rioplatenses
que aún estaban esclavizados deberían de transitar una o dos generaciones más bajo el yugo
de la esclavitud hasta la fase final de la misma en el período 1853- 1860 (1846 para el caso de
la república Oriental del Uruguay).
¿Pero es posible pensar una abolición basándonos únicamente en el derrotero del pequeño
número de esclavizados que quedaban entre 1853 y 1860? En términos legales si, pero un
análisis de las prácticas de los sectores dominantes nos señalan todo lo contrario, por ejemplo
como motivo de la Guerra del Paraguay, conflicto que generó un enorme rechazo entre las
clases populares del interior se recurrió a una virtual esclavitud de los reclutas quienes fueron
encadenados hasta llegar a destino. En la frontera norte de Uruguay con el Brasil los
hacendados Riograndenses respondieron a la prohibición de la trata negrera realizando
campañas de “rapto” de ganado y afrodescendientes libres las llamadas “californias” para
proveer a los mercados mineiro y paulista (Minas Gerais y Sao Paulo, ver Palermo Eduardo).
Mientras que el “progresista” régimen paraguayo sanciono la abolición en 1870 en el instante

110
final de su existencia, mientras que muchos afrodescendientes paraguayos fueron
reesclavizados por los aliados y terminaron sus días como esclavos en Brasil (Plá, 1972).
Toda la región se debatía entre el régimen esclavista brasileño y las nuevas repúblicas
“tibiamente” abolicionistas, en medio de ellas transito la suerte y el destino de los
afroamericanos que aun pugnaban por su libertad.
Destino aún más cruel para el indígena fue el que sucedió con las campañas hacia las tierras
de la Patagonia y la región del Gran Chaco, donde se recurrió deliberadamente a la matanza
de población civil indígena con la clara intención por parte del estado oligárquico argentino
de despojarlos de la tierra y recibir también mano de obra esclavizada para el trabajo
agroindustrial en cañaverales del norte, viñedos de Cuyo, estancias de Buenos Aires y el sur
de Córdoba, y el servicio doméstico en la Capital Federal. (Lenton, 2016; Pérez Zabala,
2017). En la zona de Rio Cuarto en el sur cordobés también se distribuyeron indígenas
“colocados” como siervos y criados en las familias de las clases dominantes como señala
Graciana Peréz Zabala:

“Bajo las disposiciones del ejército (y a veces a través de los misioneros franciscanos), los
indígenas fueron colocados en el seno de “familias decentes o cristianas”, cuya
procedencia socio-económica se corresponde mayoritariamente con jefes del ejército,
funcionarios locales y jefes políticos/jueces. Todos entrelazados a familias dedicadas al
comercio y a la ganadería. También obtuvieron indígenas inmigrantes de ultramar que
desempeñaban profesiones liberales (maestros, médicos, boticarios) y, en menor medida,
hoteleros, albañiles y jornaleros (Pérez Zabala. 2017, p, 3).

Es demasiada conocida la portada del diario “La Nación” de Buenos Aires en donde se
informa de la decisión de entregar niños y mujeres indígenas como criadas y criados, de
alguna manera el proceso que encabeza el general Roca reintroduce la esclavitud en el país,
en este caso para los indígenas vencidos; también sabemos por los trabajos de Diana Lenton
que el proceso tomo el rango de genocidio porque se fusilaron prisioneros desarmados y se
esclavizaron a los sobrevivientes en campos de concentración en Valcheta, Martin García,
Chichinales, Rincón del Medio y Malargüe. Según datos del Poder Ejecutivo para 1879 se
habían trasladados 10 mil prisioneros, y para 1883 la suma se había incrementado a 20 mil,


Pérez Zabala, Graciana, Indígenas colocados en el sur de Córdoba, 1870-1900: oficios y relaciones laborales,
IAPCS- UNVM, Córdoba, 2017. Inédito.

Graciana Pérez Zavala, 2017. De la Tierra Adentro a la casa/estancia “adentro”. Itinerarios de indígenas
prisioneros en la Provincia de Córdoba (siglo XIX). En “Violencia: problemas y abordajes. Michelini, D., Pérez
Zavala, G. y N. Galetto (ed.). Ediciones del ICALA. Río Cuarto.

111
hasta esos lugares llegaron a través de marchas forzadas donde muchos más quedaron en el
camino, todo el proceso tiene similitudes con los posteriores ensayos de terrorismo estatal en
la región del Gran Chaco. Diana Lenton señala algunas características del modus operandi:
“Sí, no sólo fue igual sino que esa operativa de secuestrar chicos, atacar mujeres, se extendió
hasta avanzado el siglo XX; aun hoy todas las comunidades tienen recuerdos de los chicos
robados por el Ejército” (Lenton, 2016).
En la llamada Pacificación de la Puna entre 1874- 1875 también había habido fusilamientos
masivos y campos de concentración, en el caso de la zona de Malargüe con motivo de la
campaña del sur de Mendoza y norte de Neuquén se secuestraron familias enteras de
indígenas para su utilización en el trabajo de las vendimias (Lenton, 2016). Para los
afrodescendientes, ahora argentinos, la situación no fue mejor como lo ha señalado Reid
Andrews:
“La triste ironía de este creciente control de la clase más baja por parte de la elite,
era el resultado del fin de la esclavitud y el tráfico de esclavos, que habían
eliminado una fuente de fuerza laboral fácilmente explotable apta para ser
empleada de cualquier manera en que lo deseara el propietario. Los afroargentinos
no pudieron ganar, en cuanto comenzaron la transición de la esclavitud a la
libertad, vieron su libertad sitiada por las demandas sociales y económicas de la
sociedad, un sitio que no se levantaría casi hasta la finalización del siglo”
(Andrews, 1989, p, 73).

Este proceso de acumulación originaria es el momento culmine de la creación de una clase


propietaria oligárquica, del latifundio y de su estado centralizado: la República Argentina; fue
también el punto inicial del capitalismo argentino, todo el proceso no podría haber sido
posible sin la destrucción de los últimos vestigios de resistencia indígena y sin la apropiación
de sus tierras, mientras tanto el mercado de trabajo “creado” no fue muy diferente al de
periodos precedentes donde la compulsión al trabajo incluía múltiples formas autoritarias que
incluso llegaban a la eliminación física de los trabajadores, y que incluían la tenencia de
“criados”, la esclavitud por deuda y otra formas serviles generalizadas para la mayoría de la
población criolla afroindigena, formas de esclavización extra legal pero demasiadas
generalizadas como para no señalarlas. Las posteriores masacres de obreros del primer tercio
del siglo XX en el Chaco, La Patagonia o en los sucesos de la semana trágica en Buenos
Aires, no serían sino una continuidad del proceso que hemos señalado y un trágico precedente
de las distintas dictaduras que enlutaron la historia moderna argentina.

112
Foto de joven afrocordobesa. Gentileza colección Lic. Pablo Cirio



113
Los aportes culturales
Los aportes culturales realizados por los africanos esclavizados y sus descendientes en la
cultura cordobesa y rioplatense deben ser entendidos dentro de la más amplia acepción que el
término cultura abarca, es decir “toda creación humana” y dentro de una temporalidad que
abarca siglos de interacción con otros grupos humanos; a la cultura dominante impuesta por
los conquistadores se le agrego la que amerindios y africanos proveyeron para la
reconfiguración cultural de una sociedad mestiza que a grosso modo podemos definir como
tripartita, así, hábitos, creencias, vocablos, comidas, ritmos y danzas de matriz africana fueron
permeando la cultura dominante ascendiendo por capilaridad social desde los afro
esclavizados hasta abarcar a grandes grupos subalternos de la sociedad colonial, tales
manifestaciones han sido definidas como “Pedagogía del Cimarronaje” por el investigador
afrovenezolano Jesús García:

“Conservar los códigos culturales originarios de África, después de haber pasado


por largos proceso traumáticos de esclavitud, racismo y discriminación es
simplemente un acto de heroísmo, es un acto de resiliencia, es decir haber tenido un
alto coeficiente de lucha contra la adversidad. Pero para conservar esos códigos
culturales expresados en los toques de las diferentes células rítmicas de los
tambores, en los códigos de la ética (los valores humanos), la culinaria, los estilos
del peinado, entre otros, se necesitaba de una técnica, una metódica para transmitir
todos esos códigos. Eso es lo que llamamos pedagogía cimarrona, y decimos
cimarronas por haber atravesado los tiempos y sus obstáculos que los sectores
dominantes colocaron en el camino. (García, 2004)

Tales aportes constituyen aspectos de las distintas cosmovisiones de las diversas etnias
africanas de los que fueron traídos y asimilados culturalmente en contextos de opresión, la
respuesta a estas situaciones fue la recreación de elementos culturales mestizos. Pensar en los
aportes afros al ámbito cordobés y rioplatense implica una mirada amplia que abarque no solo
a los elementos musicales y rítmicos para incluir a una religiosidad recreada en sincretismo
con el catolicismo dominante, una lengua castellana influida no solo por el quechua y las
lenguas amerindias de la región sino también por lenguas de Angola y el occidente africano
como el Kimbundu y el Kikongo (Ortiz Oderigo), una cultura culinaria, una apropiación de la
farmacopea y la recreación de técnicas de trabajo de pueblos que llegaron con un cierto
desarrollo cultural desde el espacio denominado genéricamente “Angola” pero que se
extendía por grandes espacios del sudoeste africana y que incluía territorios pertenecientes al

114
reino del Congo, los esclavistas aprovecharon los conocimientos agrícolas de los esclavizados
pero también otros conocimientos en el área de los textiles, la cerámica y la metalurgia del
hierro y el bronce.
La imposición de una religión dominante para el sector esclavizado fue una de las
estrategias que más utilizaron los esclavistas en el sistema colonial americano para la
construcción de una dominación hegemónica que contribuyera a la aceptación por parte de los
cautivos de una situación contra natura como es la esclavitud. La labor de adoctrinamiento a
veces comenzaba en los mismos puertos de embarque en África donde los cautivos eran
bautizados y se les asignaba un nombre cristiano, también sabemos de la continuidad de la
labor pues era costumbre que los domingos asistieran obligatoriamente a misas y otras
actividades religiosas. La organización de Cofradías de negros fue el paso siguiente hacia la
institucionalización de la religiosidad de los esclavizados y los Jesuitas hasta tuvieron la
necesidad de aprender y adoctrinar “en la lengua de Angola”, en Potosí debido a la creciente
presencia africana el jesuita Fray Diego de Torres mando a componer una obra titulada
“Gramática angoleña” e igual iniciativa tuvo unos años después el padre Lope de Castilla para
facilitar la comunicación con los “bozales” recién traficados desde el puerto de Buenos Aires
(Crespi, 2001, p, 133).
Con el paso del tiempo vemos integrados en cofradías a africanos y afroamericanos que
vivían en Córdoba, su participación era demasiada importante y sabemos que en algunos
casos lograron reproducir parte de prácticas y costumbres como la elección de rey y reina que
podemos rastrear no solo en África sino en ciudades españolas como Sevilla y Cádiz donde
las comunidades afroandaluzas las practicaban:

“Entre los temas que se habían preparado para tratar en el sínodo convocado por
Mercadillo para 1700 figuraba el de la cofradía de negros y mulatos que
denominaban “del rey de bastos”. Aunque el tema fue descartado en los alegatos
como ajeno a la religiosidad de los negros e indecoroso para ser incluido en las
sinodales, no dudamos que hacía referencia a uno de los subgrupos de la
comunidad africana cordobesa –compuesta en su mayoría por originarios de
Angola y Guinea. Probablemente fue el único caso que se dio en la jurisdicción de
Córdoba, de constitución de uno de esos “reinos” tribales identificados con una de
sus “naciones”. Actuó dentro de la cofradía de San Benito, en la que un “rey” y una
“reina” participaban de las actividades de la misma” (Martínez, 2006, p. 104).

115
Las Cofradías de negros y sus fiestas eran parte del paisaje habitual de nuestro pasado
cordobés, había Cofradías integradas por españoles y castas; de entre las de castas, la de
mayor predicamento entre la comunidad afrocordobesa fue la de San Benito, el Santo de
Palermo, que como señala Ana Martínez incluía fundamentalmente a los afros: “No sucedió
exactamente lo mismo con los negros que mantuvieron sus asociaciones independientes, con
una matiz singular en la cofradía de San Benito en Córdoba, la que, reputada y tenida como
de negros, conto con algunos participantes españoles que colaboraban regularmente en sus
actividades” (Martínez, 270).
Entre las múltiples ocupaciones que tuvieron los africanos y afroamericanos en el ámbito
religioso, en particular sabemos se utilizó a la mano de obra esclavizada como músicos, como
señala la investigadora Clarisa Pedrotti:

“Durante el siglo XVIII hubo en Córdoba una práctica de canto llano “blanca”
desarrollado por los clérigos y religiosos acompañada de instrumentos “negros”
ejecutados por esclavos miembros de las castas (mulatos, pardos) pertenecientes en
su mayoría a las órdenes religiosas establecidas en la ciudad. (p. 74). Los músicos
instrumentistas o “ministriles” entrenados en la participación instrumental, negros,
mulatos o pardos principalmente esclavos. (p. 78) Poseemos evidencia de la
presencia de esclavos dedicados al arpa, chirimías, flautas, clarines, cajas, violines,
bajones, trompa marina y en algunos casos excepcionales rabeles, vihuelas,
guitarras, pífanos, trompetas y trompas” (Pedrotti, 2013, p, 79).

Utilizada como elemento para la liturgia evangelizadora la música religiosa en Córdoba


utilizo el talento de hombres y niños esclavizados durante gran parte del periodo colonial,
tanto los instrumentos, los músicos y su capacitación implicaba la posesión de un capital que
no todas las ordenes, conventos y monasterios poseían, razón por la cual se fueron
conformando tres grandes grupos de orquestas en torno a las instituciones más poderosas: la
del Convento de la Merced, la del Monasterio de Santa Teresa y el más importante de todas,
la de la Compañía de Jesús que según algunos datos estaba conformada al menos por veinte
músicos, sobre esta última tenemos el siguiente testimonio del jesuita Francisco Miranda:

“Porque en las fiestas regias y más clásicas como de los Patriarcas de la


Religiones, de los Santos titulares de las Iglesias, etc, nos pedían las Catedrales y
los Conventos de uno y otro sexo nuestra música instrumental y vocal, toda
compuesta de nuestros negros esclavos, que les concedíamos con mucho gusto, sin

116
paga ni interés alguno” (Pedrotti, p, 82). 

Por la investigación de Pedrotti sabemos que las orquestas de “negros” eran un capítulo
especial de las festividades religiosas en Córdoba, el préstamo, arriendo y capacitación de
músicos entre las distintas órdenes, más el trueque de servicios a cambio de la actuación de
las orquestas estructuraron toda una red musical que se utilizaba para garantizar el “decoro” y
la “decencia” en las celebraciones religiosas pero también laicas; así aparecen documentos de
pagos a los distintos músicos por los servicios prestados.
En 1761 la cofradía del Rosario pago “dos pesos, cuatro reales para los músicos, seis al
arpero, Tomito de Sena un peso y su hermano Pedrito seis reales (Pedrotti, 85), nótese en
este registro la participación de dos niños Tomas y Pedro de Sena, esclavizados del Colegio
de Santa Catalina. Otros personajes destacados de estas orquestas religiosas fueron el maestro
José Mateo de la Compañía de Jesús, José Salguero quien perteneció a Santa Catalina y cuyo
hijo (Hipólito) y nietos (Tiburcio y Sebastián) fueron comprados por la iglesia catedral
adonde sirvieron por el resto de sus días (Pedrotti, 98), y el caso de Tadeo Villafañe quien
como músico y cantor sirvió a distintas iglesias de la ciudad, aun en 1860 su nombre aparece
entre los sirvientes que tiene la iglesia de las Carmelitas (Pedrotti, p, 101).
Debido al poderío y la minuciosidad documental de la orden jesuítica sabemos de las
tareas, instrumentos, personas y actividades de la orquesta de “negros” de la Compañía.
Florián Paucke un sacerdote jesuita que llego a Córdoba en 1749 dejo su testimonio de su
participación en la capacitación de los músicos de la Compañía:

"Durante este tiempo de mis estudios me fue ofrecido que yo reformará allá la
música de la iglesia y ejercitara mejor en ella a los moros negros de los cuales
había muchísimos en el colegio para la servidumbre. Yo tuve 20 de ellos como
aprendices sobre diversos instrumentos los que ya servían en la iglesia, ensayé
durante una semana y encontré en los morenos una gran habilidad; tenía entre ellos
un moreno chico que tocaba el arpa de tan linda manera que no erraba ni una nota
ni una pausa, lo mismo ocurría con todos los demás” (Segreti, p, 142-143, 1973).

Pero más allá de la permanente imposición de una religiosidad católica con sus diversas
practicas los africanos y afroamericanos permearon todas esas prácticas en lo que algunos
investigadores llaman “la carnavalización” de las festividades públicas y religiosas, esto


Pedrotti, Clarisa, La música religiosa en Córdoba del Tucumán durante la Época Colonial (1699-1840),
Córdoba, 2013.

117
parece haber sido aceptado por la Iglesia en particular y la sociedad en general como parte de
una construcción hegemónica de la dominación, lo que presupone no solo la permanente
imposición de reglas sociales, hábitos y costumbres sino también ceder ciertos espacios a los
dominados. En la festividad de San Benito se realizaba la elección de rey y reina más el
toque de tambores y la danza, tales prácticas no parecen haber pasado desapercibidas para el
gobernador Sobremonte quien a través de un bando un 22 de marzo de 1792 ordenó:

“Y por lo tocante a las danzas de los Morenos, en la festividad de San Benito,


quedan igualmente prohibidas, bajo la pena de veinticinco azotes, y del mismo
modo, el nombramiento de que figuran de Rey y Reyna, pues solo ha de quedar
reducida esta función al acto devoto en la Iglesia” (A.H.P.C. Gobierno, tomo XIII,
1792).

Es escaso el conocimiento que tenemos sobre la música popular cordobesa pero


seguramente los músicos que participaban en las fiestas religiosas también lo hacían en las
fiestas laicas, en saraos y fandangos (Pedrotti, 2013). Finalmente y asociado a la musicalidad
y el universo rítmico que son valores asociados a las culturas africanas, tenemos en Córdoba y
en la región múltiples datos de participación de africanos y afrodescendientes en una cultural
musical que ha permeado nuestras danzas populares pero desconocemos por el momento “el
como” podría haber sido la participación de los músicos “negros” en la música popular que
luego se transformaría en nuestra música folclórica, algunos indicios apuntan a la presencia de
vocablos afros como malambo, candombe y aun el tango, y a la participación de músicos
afrodescendientes como el payador Gabino Ezeiza entre otros para el caso rioplatense, para
Córdoba aun adolecemos de profundas y necesarias investigaciones.
En nuestra música folclórica destacan los aportes rítmicos-percutivos y, como en el caso
del folklore musical del norte de Córdoba, investigado por el profesor Rodolfo Moisés
Moyano, una variedad de juegos tímbricos tanto en las síncopas de los “rasguidos” como en la
generación creativa y particularísima de las melodías. En este caso se aprecian las armonías
del período barroco español, el paisaje como inspirador de sus elementos, propio de la
cosmovisión originaria; y una dinámica discursiva musical propias de las más diversas etnias
del África.
También quedaron evidenciadas en las danzas originales que acompañaban dichas música,
luego “estilizadas” y despojadas de sus sentidos antiguos por investigadores e institutos de
enseñanza de las mismas (Academias de danzas folclóricas). Baste leer la descripción que
realiza el Capitán Joseph Andrews, marino inglés quien investigó en las provincias del río de

118
la Plata sobre las riquezas de las mismas, desde las vestimentas, música y costumbres de la
población, Andrews señaló sobre las danzas de Córdoba y Santiago del Estero:

“Estos bailes no se calificarían entre los más decorosos y, francamente, no se


diferencian en mucho de los de gentes muy inferiores en civilización, por ejemplo
los africanos, y otros de la misma índole que he visto en distintas partes del
mundo”. 

Por otra parte, es posible encontrar datos y registros sobre la participación de comparsas
con el toque de candombes en los corsos dentro de las fiestas del Carnaval, estos fenómenos
musicales tan propios de las comunidades afrodescendientes permanecieron como tales hasta
bien entrado el siglo XX y perviven en la música de las canchas de futbol como así también
en familias afrodescendientes cordobesas “puertas adentro”. Hasta fines del siglo XIX
tenemos registros fiables sobre el candombe en los carnavales donde era parte central de las
fiestas paganas, como hecho cultural y danza típica de las comunidades afroamericanas del
Río de la Plata. En un contexto de imposición de una cultura “civilizada” moderna era
denostado por la pluma de la prensa liberal, en Córdoba y en muchas ciudades del país, como
el caso del periódico La Libertad vocero del radicalismo vernáculo:

“Todo esto no tiene ya remedio. Pudo ponérsele a tiempo, no se hizo, y tendremos


que resignarnos a sufrir con paciencia tres días de festejos ridículos, grotescos y
aburridos. Contemplaremos a los candomberos desfilando con sus figuras
antipáticas y frionas, sus chistes groseros y sus danzas enormemente desabridas y su
batahola infernal de tamboriles destemplados”. (La Libertad, Córdoba, edición del
09/02/1901, p.2.)

Mientras tanto la prensa católica se expresaba en términos similares y un periodista del


diario Los Principios se manifestaba indignado con las danzas que ejecutaban los
candomberos:

“Esos bailes frenéticos, esas furiosas contorsiones de cuerpo convertían a los


individuos en verdaderos epilépticos, provocando un sentimiento de lastima y de
indignación” (Los Principios, Córdoba, edición del 26/02/1901, p, 1).


Vega, Carlos. Bailes Tradicionales Argentinos. Historia. Origen. Música. Poesía. Coreografía. (14
cuadernillos) Buenos aires 1944-1948. Aretz, Isabel. Folklore Musical Argentino. RICORDI. 1952.

119
En el carnaval de 1903, entre otras comparsas se presentaron varias con nombres que
aludían o rescataban el legado afrocordobes: Negros del Oriente, Coral Negros del Plata,
Negros Africanos, Negros Candomberos, Negros Americanos del Oeste, Infantil Negros de
Oriente (Viel Moreira, p, 276). En el año 1906 el redactor del diario Los Principios
comentaba que algunos grupos carnavalescos recordaban las prácticas de los negros africanos
como reminiscencias de antiguas costumbres en el carnaval de ese año (Los Principios,
Córdoba, edición del 01-03-1906), el derrotero posterior del candombe de Córdoba es un
auténtico misterio aunque tenemos indicios de su pervivencia en los Corsos de San Vicente
hasta mediados del siglo, también existen indicios de que al igual que en otras ciudades
sobrevive en familias afrocordobesas quienes lo mantiene recluido en el ámbito familiar.
Para mediados del siglo XX y cuando el proceso de invisibilizacion seguía su marcha
algunos investigadores se encargaron de negar sistemáticamente la presencia afro en la cultura
musical cordobesa, por ejemplo el investigador Guillermo Terrera en su obra “El Primer
Cancionero de Córdoba” (1947) nos dejó estas curiosas líneas que en vez de invisibilizar la
presencia afro (lo cual parece ser su objetivo), refuerzan más la idea de un legado afro
intangible e inmaterial:

“El hijo o nieto de extranjeros que vive en colonias agrícola-ganaderas donde


predomina el elemento extranjero conoce solo muy superficialmente los cantos y
versos tradicionales. Llegaron a decirme muchos de ellos que esas músicas o
versos eran cosas de negros. Tal denominación de negros es usada mucho en el
ambiente rural por la población extranjera o que desciende directamente de ella,
para designar al auténtico hijo de la tierra es decir, al argentino.” (Terrera, 1947, p,
19).

En la visión de Terrera la población argentina no puede ser negra, pero quizás los
inmigrantes si se los representaran como afrodescendientes, más adelante señala: “El negro se
extinguió sobre su misma raza y poca fue la descendencia que nos dejara; son contados los
casos de influencia negroide que he observado en nuestro pueblo” (Terrera, p, 33).
En nuestros días podemos apreciar otro elemento cultural de plena vigencia en la provincia
de Córdoba, el cuarteto, que tiene su origen en la llamada “pampa gringa”, hijo directo del
Pasodoble y la Tarantela, al ser adoptado desde hace más de 40 años por la “periferia” de la
Ciudad de Córdoba zona de larga historia afrodescendiente; ha ido mutando en sonido,
velocidad, ritmo y coreografía. Este ha incorporado elementos discursivos de percusión,
frases musicales y movimientos corporales de notable raigambre africana al punto que el

120
cuarteto actual es fácilmente confundible con el merengue y muchos otros géneros musicales
que países latinoamericanos con presencia africana reconocida. No se puede dejar de
mencionar en el folclore cordobés a la Jota cordobesa que menciona en su letra al
emblemático Barrio El Abrojal, actual Güemes, donde nació para convertirse en emblema
para los viajeros de paso de la época.
Es de particular interés para este trabajo señalar la presencia de vocablos afros en la
toponimia de diversos parajes y pueblos cordobeses como Candonga, Cabinda, Cabalango,
Calabalumba, Bamba, etc, a las que se suman sitios, calles y caminos con voz afro o
referencia a los mismos; los ancianos memoriosos aún recuerda sitios como “barrio del
Congo”, “bajada del negrito muerto”, “arroyo de los mulatos”, “la quinta del negro” y “el
monte de los negros” todos espacios donde el afro dejó su impronta en la memoria colectiva.
Ciertas medicinas tradicionales y formas de usos de “yuyos” compartidos por originarios y
españoles fueron aprendidas por los afros y utilizados proverbialmente, maneras “animistas”
de creencias religiosas o espirituales y una larga lista constituyen sólo la punta del ovillo que
es hoy menester destejer, de la consulta de documentación y por algunos trabajos históricos
alcanzamos a atisbar algunas manifestaciones como la que señalo Judith Faberman: “en
Córdoba se da un caso particular con respecto al resto del Tucumán; la importante
participación de la negritud en los procesos sobre hechicería, y la acusación de hombres en
los mismos”. La profundización de sus investigaciones la llevaron a analizar incluso la
participación de hombres y mujeres de castas en rituales calificados como hechicería en el
ámbito del ritual de la Salamanca en Santiago del Estero, en su trabajo clásico “Las
Salamancas de Lorenza” señala la participación de afrocordobeses en una religiosidad
popular fuertemente mestizada con elementos afros como las danzas y la presencia de
Mandinga “el negro diablo” (Faberman, 2005, Grosso, 2007). Esta contracultura
salamanquera es una de las grandes manifestaciones de una religiosidad “contrahegemonica”
en conflicto con el cristianismo europeo impuesto con la colonización, su ámbito de
desarrollo excede los límites santiagueños para abarcar amplias zonas del ex Tucumán
colonial y las zonas centro y noroeste de Córdoba en particular.
En el ámbito culinario, como ejemplo entre muchos otros, podemos señalar la costumbre
de consumir alimentos provenientes de las llamadas “achuras o brozas”, un aporte cultural
creado por los esclavizados y afrodescendientes libres que sólo disponían para su
alimentación de los desechos o cortes que no revestían interés para sus “dueños”. De allí


Cuadernos de Historia, Nº 4, Córdoba, 1999, p, 179.

121
comidas como el locro y el asado de achuras, que constituyeron la alimentación de
esclavizados y originarios como una respuesta a las necesidades de aquellos que ya lejos de su
geografía originaria, resolvieron la problemática de la subsistencia con creatividad y acierto.
En el área del arte, además de la música, es posible conocer fehacientemente que existieron
artistas afrodescendientes como el pintor Francisco Javier del Sacramento en el período
colonial, este pintor era uno de los esclavizados del convento de las Teresas donde aún hoy se
puede ver una de sus obras, en 1813 fue censado como pardo libre por lo que suponemos que
para esa fecha ya se había liberado. Otro pintor destacado fue Ramón Ernesto “el negro”
Villafañe en el siglo XX, además de otros cientos de artistas que plasmaron sus obras en el
legado afro-jesuítico según conceptualización del investigador Carlos Page.
También es preciso señalar las técnicas de construcción pasadas “de padre a hijo” por
aquellos que tuvieron a su cargo la erección de los múltiples edificaciones de la Córdoba
colonial y fundamentalmente la transmisión de una cultura de trabajo con prácticas, hábitos, y
formas de trabajo pero también de resistencia a las tareas más rudas y penosas a las que
fueron confinados.

Foto de músico afrocordobés. Gentileza colección Lic. Pablo Cirio




122
Invisibilizacion y presencia afrocordobesa.
La construcción del estado y la nación en nuestro país, fue entre otras cosas un enorme
proceso hegemónico a través del cual las masas criollas, (afroamerindias) e inmigrantes
europeas fueron “argentinizadas” es decir ciudadanizadas o subordinadas-disciplinadas a
través de dispositivos como el servicio militar, la educación obligatoria laica e universal;
censos, museos, academias de danzas y la historia oficial harían el resto. Así y a lo largo de
varias generaciones aprendimos que el nuestro era un país donde ya no existían “indios”,
tampoco “negros”, pero si existían mestizos, algo que resultaba innegable para cualquier
observador atento de nuestra realidad étnico-social. En las provincias del interior, en los
pueblos o en los barrios populares de las grandes ciudades si tal o cual mestizo era demasiado
pigmentado simplemente se decía que eran trigueños, morochos o “muy muy morochos” para
tratar de explicar la demasiada evidente presencia de afrodescendencia y como alguna vez
señaló José Luis Grosso para graficar la invisibilidad operada en Santiago del Estero: “lo
afro, a fuerza de tanto disimular no se lo ve”.
También se enseñaba en las aulas de toda la argentina que éramos un país donde un elevado
número de inmigrantes europeos habían terminado por “blanquear” al país mestizo, el “crisol
de razas” había sido el dispositivo o la metáfora, donde los amerindios, los afrodescendientes
y sus mezclas habrían de desaparecer del mapa social, por ejemplo en Córdoba por mediados
del siglo pasado el citado Guillermo Terrera entre otros señalaba que:

“El problema indio en la Argentina no existe, como así tampoco hemos oído
mencionar, por ejemplo, el problema negro, que en otras naciones es por demás
significativo. Podemos dar gracias a la Divina Providencia que en nuestro país no
existen problemas raciales ni sociales de capital importancia.” (Terrera, 1947,p, 33)

Esta operación de “des-negrización” y “des- indianizacion” que venimos analizando se


manifestaba de formas similares en el resto del país y en la región del Tucumán en particular,
como el caso de Santiago del Estero donde por la misma época que Terrera , Medardo Moreno
Saravia maestro rural e inspector de escuelas público en 1938 una cartilla donde hacía
referencia a la desaparición del legado afro y señalaba: “Cartilla tercera, lección 21:Donde se
ve como Dios nos libró de los negros”, en ese apartado Saravia cuenta como la nefasta trata
esclavista no afecto la calidad de la población santiagueña ni la del Tucumán pues los
esclavizados pasaban de largo hacia Potosí y el Perú: “nunca jamás en la región hubo negros
en cantidad peligrosa”, para luego concluir diciendo que: “Le hizo pues Dios una gran

123
servicio al Tucumán librándoles de esta raza fea y grosera” (se refiere a la región en la cual
también está incluida Córdoba. En Grosso, 2008, p, 58). De esta manera y con este tipo de
discursos es como operaba el proceso de blanqueamiento o argentinización de las clases
populares del país, en correlato a modelos de dependencia económica el colonialismo cultural
y la desmemoria histórica. Guillermo Terrera tenía su propia explicación para la paradoja de
un país sin negros pero con gente demasiada oscura y lo ejemplificaba de la siguiente manera:

El calificativo de “negro”, con que despectivamente el extranjero denominó y


denomina aún en nuestros días a los descendientes de antiguas familias americanas,
es completamente equivocado. El argentino de lejana estirpe no es negro, tan solo
será trigueño y en ocasiones blanco, pero quemado por los ardientes soles de esta
tierra. (Terrera, 1947, p, 42).

Si ciertos intelectuales con la generosa ayuda del sol se esforzaban en mimetizar los trazos
étnicos coloniales fundiéndolos en una nación que se tornaba según ellos, ineluctablemente
“blanca” en tiempos más recientes otros hemos cuestionado aquellas afirmaciones, los
trabajos más importantes son los que han realizado Rita Segato, Claudia Briones y Ezequiel
Adamosvsky, para el caso del Tucumán en tanto región de histórica presencia afro indígena
sugiero revisar mi trabajo sobre Córdoba y los de José Luis Grosso y Fernández Bravo para el
caso santiagueño, en ellos se encontraran elementos para rebatir la tesis del blanqueamiento
y resignificar la presencia de indígenas y afromestizos.
En el último tercio del siglo XIX la ciudad de Córdoba y su área pampeana asistieron a un
proceso de modernización con el desarrollo y consolidación del estado nación y la
incorporación de la Argentina al mercado capitalista mundial. La inversión pública y privada
espoleada por el capital inglés se manifestó en la llegada masiva de obras de infraestructuras
que transformarían de plano a la antigua ciudad colonial; el ímpetu modernizador se plasmaría
en obras férreas y viales, desarrollo urbanístico, obras de ingeniería como el dique San Roque
y un sistema de canales y acueductos para desarrollar un cinturón verde de huertas alrededor
de la capital, caminos, edificios públicos, parques, sistemas de transporte modernos como el
tranvía eléctrico y hasta un observatorio astronómico. Con los capitales llegarían las
instituciones del estado: la escuela pública, el registro civil, los efectivos del Ejército
Nacional y con todos ellos las nuevas tendencias ideológicas que circulaban en el mundo
académico decimonónico, las llamadas “nuevas ciencias”. Se asistió también a un intento de


Fernández Bravo, Nicolás, 2016, El regreso del cabecita negra, ruralidad, desplazamientos y reemergencia
identitaria entre los santiagueños afro. En Cartografías Latinoamericanas, GEALA, Buenos Aires, 2016.

124
industrialización que demando mano de obra en forma permanente para las nuevas y antiguas
actividades productivas.
Según el censo nacional de 1869 la ciudad de Córdoba tenía 208.771 habitantes
“argentinos” y 1737 “extranjeros”, para la época del segundo censo (1895) sumaba 315.676
habitantes locales y 35.547 extranjeros, mientras para 1914 esas cifras ascendían a 585.052
los argentinos y 150.420 los extranjeros, tal marea humana proveniente de migraciones
regionales y ahora si de Europa, no podría dejar de generar ciertos resquemores entre la elite
urbana cordobesa que acompañaba el proceso modernizador; la explosión urbana, el
hacinamiento y los nuevos desafíos en la gestión de un orden urbano ante la llamada
“cuestión social”, eran motivo de preocupación entre las elites.
Desde la prensa capitalina, los círculos académicos y otros espacios de expresión no se
dejaban de resaltar las diferencias sociales que el proceso desencadenaba, profundizaba o
continuaba, como corolario florecían opiniones racistas y discriminatorias hacia parte de la
población en particular la nativa. Por ejemplo en 1889, José Eizaguirre rescató el siguiente
párrafo referido por “un abogado distinguido de este foro” sobre el uso del tilde “mulato”
aplicado a personas de las clases populares: “No importa que sean blancos, rubios y de
perfiles correctos como manifestación de raza, nosotros les llamamos “mulatos” porque el
padre o la madre, la abuela o el tío fueron gente del servicio en otra hora”.
En el párrafo anterior podemos atisbar ciertas representaciones de raza en el pensamiento de
parte de las elites, si por una parte tal o cual persona era “blanca” como manifestación étnico
racial, o aun “rubia”, el desempeño laboral de sus antepasados los colocaba en una situación
inferior, racializada, a través de la denominación de “mulato” termino que en los periodos
colonial e independiente hacía alusión a mestizaje de blanco/a con negro/a. Es decir se
asociaba una determinada situación social y laboral a una clasificación imprecisa pero
claramente “no blanca”, aun cuando las personas fueran blancas y aun “rubios y de perfiles
correctos”, una etnificación de la desigualdad y de las relaciones de clase.
Otros voceros de las clases dominantes también dejaron constancia del entramado de
significados y representaciones de las elites en torno a la cultura de la población cordobesa
adscripta a las clases populares. En otro trabajo he tenido la posibilidad de investigar sobre la
importante presencia de afrodescendientes en la población cordobesa de fines del siglo XIX
(Carrizo, 2011), pero como advertimos en los citas anteriores, los periodistas no mencionan

Ansaldi, Waldo, Industria y urbanización. Córdoba. 1880-1914. Universidad Nacional de Córdoba, Facultad
de Filosofía y Humanidades, 1994.

Eizaguirre, José, Córdoba. Primera serie de cartas sobre la vida y costumbres del interior. Córdoba, Bruno y
Cia. 1898, p. 95.

125
población afrodescendientes, más bien se pone el acento en un cultura plebeya que claramente
podemos asociar a los trabajadores y a los afrodescendientes; en un artículo de 1992, la
historiadora Sandra Cazón quien investigó el carnaval en Córdoba, dejaba la siguiente
inquietud historiográfica:

“También habría que buscar una explicación a la preferencia de los candomberos


por las comparsas que resucitaban la situación de vida de los esclavos negros. Por
más que la Argentina ya no los tenía, y ellos más bien, constituían un pasado remoto
es curioso que despertaran tal ola de críticas de los sectores dueños del periodismo
y la publicidad.

Al respecto y contradiciendo a Cazón, Waldo Ansaldi ha señalaba en uno de sus trabajos la


pervivencia de los afrodescendientes en las clases populares cordobesas: “El espacio
marginal donde se despliega la sociabilidad de los pobres es territorio étnico de mestizos,
mulatos, morenos y pardos, a los cuales se añaden algunos blancos inmigrantes” (Ansaldi,
1997, p, 37). Los afrodescendientes estaban y eran muy visibles en el mundo plebeyo y
popular de las clases trabajadoras, con sus barrios característicos y una cultura lúdica que se
hacía presente y muy visible en épocas festivas como el carnaval, pero las narrativas
nacionales “blanqueadoras” también permearon a la historiografía hasta no hace mucho
tiempo e incluso hasta la actualidad (Adamovsky, 2013, p, 88).
Con la modernización en marcha las elites apostaban a la imposición de un orden global que
abarcara tres aspectos importantes: el urbano, el laboral y el socio cultural, en esta coyuntura
los espacios de sociabilidad se tornaban territorios de disputa, y a principios del siglo XX
Juan Bialet Masse dejo registrado la siguiente anécdota sobre la cuestión: “En uno de los
últimos bailes a los cuales asistí, una niña me decía: no ve mi viejo, cuanto mulato hay por
ahí, en el club, en las fiestas, en todas partes invaden”.
Como correlato del proceso de blanqueamiento, la historia de las clases trabajadoras en
Argentina también adolece de un análisis profundo sobre las características étnicas de las
clases populares (descendientes históricos y sociológicos de los trabajadores esclavizados),
entre las excepciones se destacan los trabajos clásicos de Ricardo Falcón y más recientemente
los de Lea Geler y Ezequiel Adamovsky.


Cazón, Sandra, Las fiestas populares en Hispanoamérica: el carnaval en la Argentina a principios del siglo
XX, Jahrbuch fur geschichte, Lateinamerikas, Colonia, Alemania, 1992. p.366.

Bialet Massé, Juan (1904), El estado de las clases obreras argentinas a comienzos del siglo”, Buenos Aires,
Tomo I, p.362.

126
Por mi parte intento analizar estas cuestiones en Córdoba, las representaciones y
significados que de la cuestión se derivan, por ejemplo, ¿quiénes eran esos mulatos a los
cuales la niña señalaba a Bialet Masse? Es probable que el proceso modernizador abriera
ciertos canales de ascenso social y tal vez algunos individuos afromestizos se pudieron
aprovechar de él poniendo en tensión los espacios de sociabilidad de las élites. Domingo F.
Sarmiento señalaba sobre el proceso: “Ya no quedan negros en Córdoba y muchos de los
antiguos mulatos han pasado a ser caballeros, siguiendo el natural desenvolvimiento y
progreso de los tiempos”. Nótese que un observador lúcido como Sarmiento utiliza el
término mulato como sinónimo de negro, reconociendo una preexistencia del colectivo afro,
pero según sus palabras en tránsito hacia una inevitable desaparición.
Si nos guiamos por el discurso censal argentino investigado por Hernán Otero podemos
comprobar que a partir de los primeros censos nacionales se omitieron los rasgos étnico-
raciales de la población argentina (en 1869 y 1895), esta fue una de las estrategias discursivas
que blanquearon a la población argentina borrando los trazos étnicos coloniales. Pero otras
fuentes oficiales y no oficiales aun los seguían registrando como el ya mencionado Censo
Provincial Infantil donde se registraron las categorías de “blancos” y “color”, es decir que más
allá de que el estado nación argentino apostaba al abandono o superación de la grilla colonial
con sus consabidas categorías socio-étnicas asociadas al Régimen de Castas, los funcionarios
cordobeses encontraban en las características raciales de la población variables explicativas de
situaciones estructurales de pobreza, analfabetismo y exclusión pues había personas que por
características sociales, físicas, culturales o étnicas eran permanentemente racializadas por los
sectores de elite y claramente pertenecían al mundo plebeyo de las clases populares.
Como señalaba anteriormente, se pueden corroborar algunas continuidades del periodo
anterior con sus implicancias sociales en cuanto a la percepción que las clases dominantes
tienen en general sobre la población trabajadora, los entramados de clase, etnia y raza
contenidos en los mismos, discursos que reflejan una visión modernizadora englobada en el
pensamiento positivista y racialista. Por ejemplo hacia finales del siglo el geógrafo cordobés
Manuel Rio dicto una serie de conferencias en la Universidad que luego fueron publicadas, en
ellas abordo la cuestión de los trazos étnicos coloniales de la población argentina, sobre los
afrodescendientes decía:


Sarmiento, Domingo, Conflicto y Armonía de las razas en América, Tomo II, Eudeba, Buenos Aires, 1915,
p.71.

Ver Censo Infantil de la Provincia de Córdoba, La Minerva, 1889, Córdoba. En A.H.P.C. también puede
consultarse el Registro de Mendigos y Alienados, tomo I, 1880-1920. Ambos registros poseen datos étnico-
raciales sobre población en Córdoba.

127
“Del contingente negro, que nunca fue numeroso en la campaña, solo existían, en poder de
instituciones o casas pudientes, algunos centenares de individuos mantenidos en una
condición de suave domesticidad, bien distinta de la verdadera esclavitud. Pero de la
mezcla de ambos entre sí (con el aborigen) y de sus uniones interpoles con las aportaciones
peninsulares habían resultado varios tipos de mestizos, más o menos caracterizados , que
juntos constituían las clases llamadas “bajas” y la mayoría numérica de la población
total”.

En un principio Manuel Río confirma una presencia afro en Córdoba pero pone el acento en
el mestizaje y la consecuente desaparición del colectivo afro en nuestra sociedad, como lo
sugiere la siguiente cita que también le pertenece:

“Entre los matices intermedios, el pardo constituía una clase confusamente definida, pero
mejor mirada y más próxima que cualquier otra a la de la estirpe ibérica. Fue el artesano
de los tiempos coloniales y aún de los posteriores y cercanos a los nuestros. Quedan
todavía representantes de aquel simpático hijo del pueblo, pero la clase misma, compacta,
vinculada y numerosa, florescencia lejana de los antiguos gremios, ya no existe más” (Rio,
p, 378).

En la misma línea de Manuel Río, se explayaba Cornelio Moyano Gacitúa un distinguido


académico y miembro de la elite cordobesa quien no incluyó a los afrodescendientes entre los
grupos constitutivos de la nación o lo que él consideraba “la raza que constituye la
nacionalidad argentina” . Podemos intuir que algunos voceros del proceso modernizador
omitían la presencia de afrodescendientes en la población cordobesa y cuando reconocían su
presencia lo hacían en términos de una minoría lejana y en proceso de desaparición vía el
mestizaje.

La negridad cordobesa

Los intelectuales que señalaban la desaparición de los trazos étnicos coloniales si


reconocían el trasvase de hábitos y costumbres, sobre todo las inapropiadas de los antiguos
esclavos y afroindigenas libres hacia las clases populares y esto era motivo de gran
preocupación, es decir ya no había negros pero según el pensamiento de la clase dominante si
había quedado lo peor de aquellos, tal como señalaba el abogado Raúl Orgaz, perteneciente al


Rio, Manuel (1967), Córdoba, su fisonomía, su misión. Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba, p. 94.

Citado en Zeballos, Juan, Manuel, Racismo en Córdoba entre 1900 y 1915. Continuidades y rupturas, una
perspectiva de análisis histórico-antropológico, Editorial Académica Española, Berlín, Alemania, 2011. p. 30.

128
mismo grupo social que Rio o Gacitúa, cuando decía que: “el color denuncia cierta notoria
correspondencia con el estado social en que viven los grupos” (Zeballos, p, 30).
Resulta paradójico que si bien la población afro era una mayoría abrumadora entre las clases
populares y los voceros de la elite lo sabían, a la vez realizarán un esfuerzo discursivo
importante para minimizar su aporte al llamado ser nacional. En la visión modernizadora de
las elites englobada en el pensamiento positivista y racialista, se transformó a los sujetos de
las clases populares trabajadoras en el sujeto grosero, inculto y vulgar, marcado socialmente
con el apelativo de “mulato” es decir negro, pero un negro “no diaspórico”, sin raíces
africanas pues los afrodescendientes habían sido una minoría prehistórica que ya no existía.
Investigando sobre la situación de las niñas y mujeres del servicio doméstico un periodista
del diario “La Carcajada” señalaba en 1876 las duras condiciones de las mismas y la
permanente criminalización y discriminación a la que eran sometidas, como corolario
señalaba: “...para las personas de color no hay sino la difamación. Parece que no es el
crimen el que envilece sino el color pardo”. Seguramente la caracterización negativa se
difundió desde las mesas, reuniones y las oficinas de la burguesía para derramarse por todo el
cuerpo social, siendo asumido y repetido acríticamente por los sujetos de las clases populares,
quienes aun resistiendo de múltiples maneras a ser catalogados como tales, serían encerrados
por la potencia de la construcción hegemónica burguesa de la clase dominante cordobesa. El
“negro social” construido recientemente cargaba con todas las características negativas que le
atribuían a los afrodescendientes y afromestizos en el mundo colonial y el período esclavista,
es decir una negridad “a la cordobesa”.
En el presente capitulo intente señalar algunos aspectos del racismo que predomino en
Córdoba Capital durante la modernización decimonónica, donde si por un lado se pretendía
“blanquear” el país y también a Córdoba a través de dispositivos performativos y discursivos,
por el otro, se hacía permanente alusión a un legado nefasto y oprobioso que se negaba a
desaparecer. Poco se conoce o se habla de los efectos nocivos y permanentes del legado
esclavista en la sociedad cordobesa tras la abolición, la polarización de la riqueza, el atraso
tecnológico producto de este modo productivo, el racismo y la pobreza estructural a la cual
quedaron confinados en su gran mayoría los afrodescendientes. Mientras tanto la clase
dominante cordobesa consolidó sus fortunas, muchas de ellas producto de la participación en
la trata negrera, estructurando una dominación basada en el poder económico, político,
simbólico, eclesiástico y militar. Juan Zeballos lo ha explicado correctamente:


Diario La Carcajada, edición del 15 de febrero de 1876, p.3.

129
“Tanto los nativos, como la población de origen africano además de los mestizos
constituyeron la otredad para la “elite”. A partir de la visión histórica que esta última
construía sobre los otros se implementó la idea de una drástica disminución cuantitativa
del aporte de ambos colectivos a la sociedad, lo que significó una negación encubierta, que
no implico la negación de su presencia inicial pero si una notable disminución de su aporte
en el proceso de mestizaje que atiende al proyecto de “enblanquecer” no solo a Córdoba
sino también al país” (Zeballos, p, 31).

Fotografía de Amable “la saeta negra” López futbolista afrocordobés.


Archivo Liga Cordobesa de Futbol.

En el final del siglo XIX y principios del XX, Córdoba la ciudad colonial se probaba el
traje de la modernidad pero sin perder muchos aspectos de una cultura popular vibrante y
creativa, en su trabajo sobre los sectores populares en Córdoba, Roberto Ferrero ha registrado
un número inusualmente alto de afrodescendientes entre los personajes de la vida cotidiana
cordobesa, también los registraron otros contemporáneos de la época y los dejaron plasmados
en sus obras, autores como Azor Grimaut, Arturo Capdevila, Efraín Bischof.
130
Mientras por una parte el discurso oficial planteaba el blanqueamiento de la población
cordobesa decenas de personajes populares desfilaban por la historia de Córdoba dejando su
impronta, como la “Negra Bernardina” y la Negra María también conocida como “la que te
relumbra”, en el deporte descollaban futbolistas como Miguel Delavalle, “el Negro Lutri”, el
Maestro Antonio Romero y la “Saeta negra Amable López” y tantos otros que no alcanzaron
el umbral de la fama. Artistas como el conocido comediante Aníbal Araoz “el Negro e´ la
Juana” y otros personajes del carnaval de Güemes (antes conocido como el Abrojal) y
músicos como los hermanos Serna, probables difusores del tango en esta ciudad. Luego en
la segunda mitad del siglo XX en el ámbito de la música popular y puntualmente en el
cuarteto se destacarían algunos artistas afrodescendientes nativos y luego extranjeros, siendo
el caso de Carlos “La Mona” Jiménez el caso más conocido, mientras en el arte descolló el
afamado pintor Ramón Ernesto “el negro” Villafañe quien pinto los suburbios y su gentes y
trabajadores de esa Córdoba de mediados de siglo.
En cuanto al interior provincial cada localidad o región tiene sus propios personajes
“negros” que el registro fotográfico de clubes de futbol, fiestas patronales y artistas
folclóricos deja vislumbrar, el trabajo etnográfico que seguramente realizaran las nuevas
generaciones nos ayudara a visibilizarlos. Por mi parte comparto el testimonio de José
Flores, un afrodescendiente de la localidad de Tulumba quien plasmo en sus memorias la
presencia no solo de sus familiares “negros” sino de también de muchos personajes afros de la
región:
“Los gauchos, en su mayoría grandotes y negros, salían en caravana y daban grito
enardecidos: “hiuujujuy me c…en la policía” y a estos provocaban golpeando con sus
guachas los guardamontes de cuero (…) Al regresar a mi pueblo, en el silencio de mi mente
te encuentro Abuela María y también en mi piel morena que llevo con orgullo.
Respondiendo a aquellas preguntas encontré que desciendo de esclavos angoleños que
escaparon como cimarrones de las estancias jesuíticas de Córdoba, tiñendo de color,
cultura y amor a la familia de este norte cordobés. (José Flores, en: Raíces de nuestra
Córdoba, Tomo III, Editorial Ministerio de Finanzas de la Provincia de Córdoba, 2016).


Di Gianantonio, Maurizio, El viejo Carnaval de Güemes, Recuerdos, Historias vividas. Casa del Pueblo
Güemes, Municipalidad de Córdoba, en este trabajo Gianantonio señala los siguientes personajes que
participaron en las comparsas carnavalescas de primera mitad del siglo XX: “Negro Ontiveros”, “Negro
Ramón”, los hermanos Quevedo “los alemanes negros”, “Negro Cuchi”, “Negro Fierro”, “Negro Muñoz”,
“Negro Cuchimano” “Negro Astudillo”, “Negro Hormiga”, “Señorita la Negra carne asada”, “Negro Oca”,
“Negrito Ortiz”, “Negro Buchón”, “Negro Mena”, Señor Negro de la Cipriana”.

Ferrero, Roberto, La mala vida en Córdoba (1880-1935), Alción Editora. Córdoba.

131
Fotografía del pintor afrocordobés Ramón “el Negro” Villafañe.

Fotografía del club Belgrano, al centro con el balón el “Maestro Antonio Romero” y detrás el
“Negro Lutri”. Jugadores Afrocordobeses.

132
Caricatura aparecida en el diario La Voz del Interior sobre futbolistas afrocordobeses.

Caricatura de domestica afrocordobesa. 1911 diario La Voz del Interior

133
Conclusiones
Durante los casi tres siglos que duro la esclavitud en la región de Córdoba (1588-1853) una
gran cantidad de africanos, afroamericanos y afrocordobeses pasaron por la amarga
experiencia de la esclavitud, no sabemos exactamente el número de ellos debido a la
complejidad de las actividades de la trata, al contrabando y a la falta de registros. Tampoco
sabemos fehacientemente los orígenes de los esclavizados aun cuando en los documentos se
señalaran los puertos donde fueron embarcados hacia nuestra región pero ciertos indicios nos
señalan que genéricamente los trajeron directamente del occidente africano de áreas de la
actual Angola, Congo y el golfo de Guinea, aunque también de Mozambique y de puertos
esclavistas brasileños como Bahía, Rio o Santos. Debido al sistema productivo del Rio de la
Plata, donde no existieron plantaciones, la esclavitud toma una naturaleza estipendiaría o
jornalizada, una economía con esclavitud y no netamente esclavista, donde los esclavizados
muchas veces vendían su fuerza de trabajo y recibían un jornal que entregaban a sus amos;
esto determino que el área rioplatense recibiera un número significativo de mujeres y niños,
llamados muleques, esa fue la “especialización” de estos territorios con respecto a la trata,
recibiendo mano de obra forzada que no era demandada en las áreas de plantación, la
presencia de mujeres esclavizadas en edad reproductiva es una de las variables para entender
el alto grado de mestizaje en zonas como Córdoba y el Tucumán colonial (Guzmán, 2006).
Múltiples actores estuvieron implicados en la trata esclavista en el área rioplatense y
cordobesa: monarquías europeas, las nacientes burguesías euroatlánticas portuguesas,
holandesas, francesas, inglesas y aun las norteamericanas y brasileras. Las oligarquías locales
fueron hábiles socias de los traficantes y la iglesia católica y sus órdenes una de los mayores
compradores de mano de obra esclavizada, los jesuitas en particular apostaron con gran éxito
a la reproducción de esta mano de obra y los mayores colonizadores de la ruralidad cordobesa
con africanos y afroamericanos esclavizados.
El sistema productivo cordobés y de toda el área del Tucumán los encontró afectados a
distintas tareas, con una clara división de género, las mujeres afectadas al servicio doméstico
y los hombres en múltiples tareas, en el área urbana en todas las ramas del artesanado en tanto
carpinteros, herreros, sastres, albañiles, pero también en el sector servicios como aguateros,
músicos, pintores, etc. En el mundo rural como peones y puesteros, arrieros de mulas,
domadores, herradores etc. siendo fundamental su presencia en las obras jesuíticas del casco
chico de nuestra ciudad y las estancias, obras consideradas patrimonio mundial de la
humanidad. Los esclavizados cubrieron un amplio espectro de las actividades laborales que

134
demandaba aquella sociedad en áreas urbanas, rurales serranas y pedemontanas de Córdoba.
Africanos y afrodescendientes también se hicieron presentes al alcanzar la libertad en
milicias urbanas (Cívicos) y rurales (Dragones), luego conformaron los batallones de la
Guerra de Independencia en sus distintos ejércitos regulares, en particular el Ejercito del
Norte, siendo muy escasa la participación en el Ejercito de los Andes, durante las posteriores
Guerras Civiles también participaron activamente en tanto unitarios y federales reclutaron
tropas para los distintos cuerpos de milicias. No obstante esta participación que es cierta y real
ha sido sobreestimada dando lugar al mito de la extinción del colectivo afro por su
participación en estos conflictos, no se ha prestado atención al complejo proceso de deserción
y resistencia a participar en los conflictos por parte de los sectores populares en general y los
afros en particular; como tampoco se ha revisado la escasa contribución de los poseedores de
esclavizados cordobeses a las levas para la Guerra de Independencia (Meisel 1995).
El alto grado de mestizaje operado en todo el periodo colonial y republicano determino que
la población cordobesa se fuera lentamente africanizando debido al entrecruzamiento de las
tres grandes corrientes pobladoras, la indígena, la europea y la africana. Los censos realizados
durante la colonia y el siglo XIX siempre señalaron la notable presencia de afromestizos o
afroindigenas en amplias zonas de la provincia, destacándose las áreas centro, norte y oeste
sobre las serranías cordobesas. En las zonas de llanura hacia el este y sur provincial también
existieron poblaciones afros debido a políticas de poblamientos en fortines y estancias y a las
migraciones de población afro libre.
La cultura de resistencia desplegada por los esclavizados y afrodescendientes implico que
algunas zonas serranas fueran ámbito propicio para la fuga y campesinizacion de esclavos
fugitivos o cimarrones, quienes se mestizaron ampliamente con los pueblos indígenas que aun
sobrevivían al proceso conquistador, algunas fuentes han señalado esta presencia afro en el
pasado y aun en el presente en pueblos como San Marcos o la Higuera entre otros, datos
confirmados por los trabajos de la antropología genética (Pauro, 2010). Estas prácticas
libertarias de cimarronaje fueron los ejemplos más simples y contundentes de auto liberación
y expresaban aspectos de la crisis social que se manifestaba en la resistencia campesina y
esclava al Antiguo Régimen, haciendo plausible las revoluciones anticoloniales (Saguier); las
permanentes manifestaciones de esta crisis está en los antecedentes de ciertas políticas
abolicionistas que tibiamente se implementaron con la Revolución de Mayo, políticas que
luego de cerrada la etapa independentista se tornaron claramente reaccionarias hacia los que
aún estaban esclavizados en particular y hacia el “bajo pueblo” en general.
Una vez constituido el país en la Organización Nacional nuevas formas de desigualdad se

135
organizaron contra las clases populares y contra la población indígena que fue exterminada o
reesclavizada (no de derecho sino de hecho) significando el proceso para estos un verdadero
infierno de despojo, esclavitud y genocidio. Con el proceso de construcción del estado nación
argentino comenzó la implementación de una política de blanqueamiento con tintes racistas y
eurocéntricos que perduran hasta la actualidad; el estado argentino claramente apostó a la
erradicación de los trazos étnicos coloniales donde aborígenes, afrodescendientes y sus
mezclas eran mayoría pero representaban el atraso y barbarie. La potencia del proceso estatal
desatado y su metodología totalizadora explica el éxito del proceso de las políticas de
blanqueamiento que perduran hasta el presente.
Paradójicamente y más allá de los discursos liberales, toda la violencia y la barbarie
desatada con la conquista sobre los indigenas y la trata esclavista sobre los afros siguieron su
marcha en los periodos republicanos donde se concretaron nuevas formas de genocidios y
políticas de terrorismo estatal, fueran estas declaradas o subrepticias. Por otra parte las
múltiples formas de la violencia de género se ensañan desde hace siglos con las mujeres y los
niños en forma de femicidios, violaciones y abandonos, la realidad señala que esta violencia
social y estatal está claramente étnico-racializada la cual la constituye como una práctica de
larga duración y cuyo origen es la madre de todas la violencias: la conquista colonial europea.
Como han señalado lucidos investigadores, las culturas regionales de nuestro país se han
visto reconfiguradas por la presencia afro, que ha estimulado y enriquecido de múltiples
maneras lo que sería en la actualidad unas culturas afroargentinas enmarcadas en una matriz
afrorioplatense-guaranitica, afroandina, afrochaquense o mas genéricamente una cultura
afroamericana que compartimos en un eje imaginario entre Córdoba y el Perú. En Córdoba
lejos de haberse extinguido, esta cultura afroamericana se manifiesta en la musicalidad
popular, en la religiosidad, el lenguaje, la toponimia, la cultura culinaria y aun en el arte; a
través de los grupos de militantes y académicos se torna potente y desanda lenta pero firme el
camino de la invisibilizacion a la que apostaron los voceros de la Generación del 80.
Entre los aportes que africanos y afroamericanos le hicieron a nuestra sociedad quizás el
mayor de ellos haya sido el acto de sobrevivir y de legar principios y valores del mundo desde
donde fueran arrancados, también la posibilidad de la resiliencia ante esta etapa cristiana,
capitalista y bárbara de la humanidad, sobrevivir, legar y resistir, tal vez aquellos ancestros
esclavizados así lo entendieran. A toto.


Con los ancestros, por los ancestros.

136
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