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CONSTITUCIONAL
RAMÓN PERALTA
SUMARIO
1. I N T R O D U C C I Ó N . — 2 . S U P R E M A C Í A Y E S T A B I L I D A D DE LA NORMA CONSTITUCIO-
NAL. 3. LOS DERECHOS INDIVIDUALES COMO FUNDAMENTO Y LIMITE DE LA ACCIÓN ESTA-
TAL.—4. EPILOGO. ACERCA DE LA FUNCIÓN DE LA JUSTICIA CONSTITUCIONAL.
1. INTRODUCCIÓN
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Revista de Estudios Políticos (Nueva f-poca)
Núm. 125. Julio-Septiembre 2004
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2. SUPREMACÍA Y ESTABILIDAD DE LA NORMA CONSTITUCIONAL
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miento jurídico cuya coherencia sistémica exige que todas las normas que lo
componen encuentren en la Constitución, la referencia última de su legitimi-
dad y validez.
Hans Kelsen, en su teoría sobre la elaboración gradual del ordenamiento
jurídico, situaba a la Constitución como la norma fundamental en referencia
a su capacidad unifícadora de las normas que componen aquél. Este carácter
unificador de la norma fundamental como la norma superior, contemplado
desde una lógica jurídica, supone que el ordenamiento constituye propia-
mente una unidad debido a que, directa o indirectamente, todas las fuentes
del Derecho convergerían en una única norma, justamente aquella norma su-
prema.
La Constitución como conjunto sistemático de preceptos supremos y úl-
timos se alza como referencia revalidante del sistema de normas a que se su-
jeta el Estado, de manera que todo ese conjunto debe ser acorde con lo que
establecen los preceptos constitucionales (principio de constitucionalidad),
tanto en la forma como en el fondo, y, además, deben ser interpretados con-
forme a dichos preceptos. En este sentido, García de Enterría (3) se refiere a
la Constitución como «ley superior» por dos razones básicas:
«En primer lugar, porque la Constitución define el sistema de fuentes del
Derecho, de manera que sólo por dictarse conforme a los dispuesto por la
Constitución (órgano legislativo por ella diseñado, su composición, su com-
petencia y procedimiento) una ley sería válida o un reglamento vinculante; y
en este sentido sería la primera de las normas de producción, la fuente de
las fuentes.
En segundo lugar, porque en la medida en que la Constitución es la con-
jiguradora de un sistema entero que en ella se basa, tiene una pretensión de
permanencia o duración, lo que parece asegurarle una superioridad sobre
las normas ordinarias carentes de una pretensión total tan relevante y limi-
tada a objetivos mucho más concretos, todos singulares dentro del marco
globalizador y estructural que la Constitución ha establecido.»
La Constitución como regulación legal fundamental y en relación con el
resto del ordenamiento jurídico, produce consecuencias decisivas. Así, y a
partir del principio de jerarquía normativa, la primacía de la Constitución
provoca necesariamente el efecto de la invalidez de las normas infraconstitu-
cionales que vulneren los preceptos que contiene la norma fundamental.
Esta afirmación actúa constantemente en el ámbito de la interpretación jurí-
dica de modo que los agentes jurídicos se ven impelidos a una referencia
permanente al texto jurídico fundamental para verificar así la validez radical
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(7) Sobre esta concreta cuestión podemos citar las principales obras de la doctrina ale-
mana: P. LABAND: Wandlungen der deutschen Reichsverfassung; G. JELLINEK: Verfas-
sungánderung und Verfassungswandlung; Hsü DAU-LIN: Verfassungswandlung.
(8) PEDRO DE VEGA: op. cit., pág. 215.
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(9) La Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, en
su artículo 16, expresa con claridad el «dogma» constitucional: «Toda sociedad en la que no
esté asegurada la garantía de los derechos ni determinada la separación de poderes carece de
Constitución».
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(10) Actualmente, p. ej. en el ámbito europeo, los Estados nacionales participan activa-
mente en un proceso de integración (económica, jurídica, política) supranacional —Unión
Europea—, que de todas formas presenta actualmente una evolución incierta. Pero este nuevo
elemento, que supone cierta cesión a instituciones supranacionales de competencias propias
de los Estados soberanos partícipes en semejante proceso, no varía sustancialmente el carác-
ter de la Constitución como norma superior del ordenamiento jurídico de cada uno de dichos
Estados. Así, en el caso español, la Constitución mantiene su supremacía si atendemos a tres
cuestiones principales:
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régimen político democrático y de una opinión pública libre, hecho que otor-
ga a estos derechos una especial consideración respecto del conjunto de los
derechos fundamentales como así sucede en el caso del ordenamiento jurídi-
co español (12).
En el sistema constitucional de los derechos fundamentales debemos
destacar a aquellos que se denominan «básicos», y que son los derechos in-
dividuales de naturaleza civil y política que gozan del mayor grado de efica-
cia y protección en el ámbito del ordenamiento jurídico. A partir del derecho
natural por excelencia de toda persona, el derecho de «autoconservación»,
nos encontramos con el derecho a la vida y a la integridad física y moral, así
como la libertad de desplazamiento y de establecimiento. La integridad mo-
ral se refiere asimismo a la libertad de conciencia que se concreta esencial-
mente en la libertad ideológica y religiosa, la libertad de tener unas ideas,
unas creencias, unas convicciones, cuya manifestación externa exige la li-
bertad de expresión así como las libertades de reunión y asociación, en cuan-
to que esa manifestación puede ser colectiva (13). Esa misma integridad de
(12) En este sentido se ha pronunciado el Tribunal Constitucional cuando afirma que «la
libertad ideológica indisolublemente unida al pluralismo político que. como valor esencial
de nuestro ordenamiento jurídico propugna la Constitución española, exige la máxima am-
plitud en el ejercicio de aquella y, naturalmente, no sólo en lo coincidente con la Constitu-
ción y con el resto del ordenamiento jurídico, sino también lo que resulte contrapuesto a los
valores y bienes que en ellos se consagran, excluida siempre la violencia para imponer los
propios criterios, pero permitiendo la libre exposición de los mismos en los términos que im-
pone una democracia avanzada» (STC 20/1990, FJ 5).
En el ámbito de una democracia política fundada sobre los conceptos del personalismo y
del pluralismo, la libertad ideológica participaría, entonces, de la naturaleza de «garantía ins-
titucional» junto con las manifestaciones externas de la misma, englobadas en la libertad de
expresión del artículo 20 CE como así lo interpreta el propio Tribunal Constitucional en la
misma Sentencia, según la cual
«(...) los derechos fundamentales que consagra el articulo 20 CE, y también por la misma
razón las libertades que garantiza el articulo 16.1, exceden del ámbito personal por su di-
mensión institucional y porque significan el reconocimiento y la garantía de una opinión pú-
blica libre y, por tanto, del pluralismo político propugnado por el articulo 1.1 CE como uno
de los valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico» (FJ 4).
(13) El fuerte personalismo que caracteriza el ámbito propio del Estado Constitucional,
y que sitúa a la libertad de conciencia como piedra angular del sistema de los derechos indivi-
duales, nos permite considerar la vigencia de la objeción de conciencia como verdadero dere-
cho a comportarse de acuerdo con la propia conciencia. Las objeciones de conciencia respon-
den a la necesidad de respetar, en el marco de un orden jurídico-político personalista, las con-
vicciones personales más intimas, más profundas, aquellas que conforman y caracterizan la
singularidad de la personalidad individual, de manera que sea factible un comportamiento
coherente con unas determinadas creencias, con un determinado sistema ideológico o de pen-
samiento.
El Estado Constitucional contemporáneo es el único que puede contemplar la viabilidad
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de una negativa individua) a una conducta jurídicamente exigible, es el único que puede hacer
posible la plenitud de la libertad de conciencia, cuyo ejercicio como «derecho primante» en el
orden jurídico hace viable, compatible con éste, la norma de conciencia. De este manera se
conferiría plena validez al contenido del artículo 10.1 CE que exige el respeto a la dignidad
personal, reconocido fundamento ético y clave interpretativa de nuestro régimen político, una
dignidad que sólo se verifica plenamente cuando podemos actuar conforma a nuestra con-
ciencia.
Serán, entonces, los tribunales de justicia los que resuelvan el conflicto planteado entre la
norma personal de conciencia, en cuanto fundada verdaderamente en un determinado sistema
de creencias, y la norma jurídica objetiva.
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mismos, esto es, un ejercicio que vulnerase los derechos de los demás o se
dirigiera contra el orden público delimitado constitucionalmente.
Reconocidos puntualmente por las Constitución, los poderes del Estado
deben reducir el tratamiento de tales derechos a su desarrollo legislativo, eso
sí, un desarrollo sometido a límites, al menos al límite que impone la necesi-
dad de una ley reforzada que además respete su «contenido esencial». Así,
en el ordenamiento constitucional sólo mediante ley orgánica podrá desarro-
llarse el contenido de los derechos fundamentales básicos, lo que exige la
mayoría absoluta del Congreso de los Diputados para su aprobación (art. 81
CE). Una ley que además y en todo caso deberá respetar su contenido esen-
cial, de manera que tal contenido esencial de cada derecho fundamental ac-
túe como un auténtico límite inmanente respecto de la acción del legislador.
A este respecto, Lucas Verdú señala que «el contenido esencial de un de-
recho fundamental está implícito en el articulado constitucional y se deduce
del juego combinado del artículo 1.1 CE, propugnador de valores superio-
res del ordenamiento jurídico que informan a los bienes morales, culturales
y materiales, con los preceptos del Capítulo 2 del Título I en cuanto son ne-
cesarios para el libre desarrollo integral de la persona humana» (14).
En el Estado Constitucional se configura un sistema axiológico com-
puesto por el conjunto de valores y derechos fundamentado en el concepto
de la dignidad personal que supone la consideración de la persona humana
como valor anterior y superior al Estado (personalismo). Este sistema axio-
lógico conforma un bloque valorativo-constitucional que determina el signi-
ficado del contenido esencial de los derechos fundamentales. Así, los dere-
chos fundamentales son reconocidos en la Constitución por medio del con-
senso socio-político obtenido a partir de la comunión existente alrededor de
una serie de convicciones éticas profundamente arraigadas en la conciencia
colectiva de la ciudadanía. De esta manera, la Constitución adquiere su
«contenido sustancial» recogido en lo que configura su «parte dogmática»,
esto es, el sistema de los de los derechos fundamentales, referida, pues, al fa-
vorecimiento del libre desarrollo de la personalidad en el ámbito social y
conforme, a su vez, a los postulados de justicia e igualdad.
La garantía del contenido esencial de los derechos fundamentales a partir
de las diferentes acotaciones doctrinales respecto de cada derecho debe, en-
tonces, «contextualizarse». Respetar el contenido esencial de un derecho
fundamental de los que consideramos básicos supone exigir a los poderes
públicos (al legislador que lo desarrolla, al juez que lo aplica interpretándo-
lo, al poder ejecutivo que lo respeta «absteniéndose») que tal derecho indivi-
(14) P. LUCAS VERDÚ: El sentimiento constitucional, Editorial Reus, S.A., Madrid, 1985,
pág. 195.
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dual pueda efectivamente ejercerse sin establecer límites que los menosca-
ben gravemente hasta el punto de hacerlo «impracticable». El Tribunal
Constitucional, como supremo intérprete de la Constitución, intenta delimi-
tar en su jurisprudencia semejante concepto jurídico indeterminado:
«Constituyen el contenido esencial de un derecho subjetivo aquellas fa-
cultades o posibilidades de actuación necesarias para que el derecho sea re-
cognoscible como perteneciente al tipo descrito y sin las cuáles deja de per-
tenecer a este tipo y tiene que pasar a quedar comprendido en otro, desnatu-
ralizándose, por decirlo así. Todo ello referido al momento histórico de que
en cada caso se trata y a las condiciones inherentes en las sociedades demo-
cráticas cuando se trate de derechos constitucionales» (15).
La libertad como «albedrío» es esencialmente una libertad «de hacen>,
libertad concreta como libertad de acción cuyo único límite tolerable es el
respeto de los derechos de los demás y el marco de un genérico un orden pú-
blico protegido por la ley —y ahí nos encontramos al Código Penal—, ese
«orden público constitucional» en cuyo ámbito, precisamente, se hace ver-
daderamente posible la libertad individual.
Semejante orden jurídico personalista, que es el propio del Estado Cons-
titucional, es el que exige a los tribunales de justicia una interpretación nada
restrictiva respecto del alcance de los derechos fundamentales básicos. Por-
que es el principio de «no constricción» el que debe determinar la acción de
los poderes públicos en general, unos poderes públicos que sólo a partir del
escrupuloso respeto de los derechos fundamentales adquirirán la plena legi-
timidad de ejercicio en el ámbito de nuestro objeto de estudio, el Estado
Constitucional.
Y es que el principio de constitucionalidad que caracteriza al mismo vie-
ne determinado, en gran medida, por el alcance jurídico-político de los dere-
chos fundamentales que se configuran no sólo como el elemento axiológico
legitimador de los poderes públicos sino también como el referente interpre-
tativo básico del ordenamiento constitucional si consideramos que la comu-
nidad valores y derechos asumida voluntariamente por la generalidad de los
ciudadanos, expresada jurídico-positivamente en la norma constitucional,
actúa de fundamento legitimador del ejercicio del poder en cuanto que éste
se adecúe a dicha norma, a la vez que fija un criterio concreto de interpreta-
ción respecto del conjunto del ordenamiento jurídico a partir del principio
general de interpretación del mismo conforme a la Constitución.
En todo proceso de interpretación-aplicación del Derecho la primera re-
ferencia deberá ser el sistema constitucional de los derechos fundamentales,
el ajuste respecto del mismo para alcanzar así su plena validez. Los derechos
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BIBLIOGRAFÍA CITADA
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