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EDITaRTE
México, 2011
A Pablo, por la calidez de su mirada
A Armando, mi amoroso espejo cotidiano
© En el espejo de tus pupilas.
Ensayos sobre alteridad en Grecia Antigua
Primera edición
a
© EDIT RTE, 2011
Rodolfo Peláez, diseño y edición
Ahorro Postal 163, altos,
Col. Miguel Alemán, México 03400 DF
editarte07@yahoo.com
ISBN: 978-607-95538-0-7
Prólogo 11
I. El poder de la mirada 13
Bibliografía 113
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Prólogo
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Leticia Flores Farfán
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I. El poder de la mirada
1
Heródoto, Historias (Libro I-IX).
2
Homero, Ilíada, 2 t.
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I. El poder de la mirada
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En primer lugar, ver y saber son la misma cosa; si ideîn “ver” y ei-
dénai “saber” son dos formas de un mismo verbo, si eîdos “aparien-
cia”, “aspecto visible”, significa también “carácter propio”, “forma
inteligible”, es porque el conocimiento se interpreta y expresa a
través del mundo de la visión. Conocer es, pues, una forma de ver.
9
Charles Segal, «El espectador y el oyente», en Vernant, op. cit., p. 214.
10
Op. cit., pp. 22-23.
16
I. El poder de la mirada
En segundo lugar, ver y vivir son también la misma cosa. Para estar
vivo hace falta ver la luz del sol y a la vez ser visible a los ojos de to-
dos. Morir significa perder la vista y la visibilidad al mismo tiem-
po, abandonar la claridad del día para penetrar en otro mundo, el
de la Noche donde, perdido en la Tiniebla, uno queda despojado
a la vez de su propia imagen y de su mirada.
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Richard Sennett en el importante estudio Carne y piedra. El cuerpo y la
ciudad en la civilización occidental, se detiene en el registro médico de los
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Heródoto relata en VII, 238, que Jerjes ordenó la profanación del cadáver de
Leónidas al mandar cortarle la cabeza y clavarla en un palo.
19
Confróntese sobre este punto el texto de Jean Pierre Vernant, «Cuerpo oscu-
ro, cuerpo resplandeciente», op. cit., pp. 28-30.
20
Op. cit., pp. 47-54.
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Cf. Capítulo II, op. cit.
23
En el caso de los semidivinos, como señala Hesíodo en su Teogonía, éstos no
descienden al Hades, sino que son «arrebatados» por gracia divina de las
tinieblas del Inframundo y habitan en un lugar especial, la Isla de los Bien-
aventurados, donde acceden a una vida comparable a la de los dioses.
24
Werner Jaeger, Paideia: los ideales de la cultura griega, pp. 25-26.
25
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25
Robert Garland, The Greek Way of Death, p. 13.
26
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Sófocles, «Antígona», en Tragedias.
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Hannah Arendt, La condición humana, p. 52.
38
G. W. F Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, pp.
458-459.
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M. I. Finley, Democracy Ancient and Modern, pp. 3-37.
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Citado por James Davidson, «La vida privada», en Robin Osborne (ed.), La
Grecia Clásica 500-323 a.C., p. 164.
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II. Los nacidos de la tierra
1
Nicole Loraux, Né de la terre. Mythe et politique á Athénes. Algunas de las
ideas trabajadas aquí fueron expuestas en Leticia Flores Farfán y Zenia Yé-
benes, «De alteridad y autoctonía. Un recorrido por algunos mitos de fun-
dación de Atenas clásica», en María del Carmen Valverde y Mauricio Ruiz
Velasco Bengoa (coord.), Teoría e historia de las religiones, pp. 241-263.
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de una ciudad trazan los hábitos y el rostro del habitat que de-
linea su ciudadanía, es decir, el encuadre intersubjetivo de los
ciudadanos y en especial de esa memoria colectiva que pervive
más allá de la geografía y de la finitud de los actores sociales.
El punto de arranque para conformar una ciudad es enton-
ces una creencia compartida, como también se señala en Po-
lítico 277a.4 Y esa creencia compartida será una «noble men-
tira» en el sentido que destaca G.R.F. Ferrari cuando afirma
que si bien es grande o noble una mentira en razón de su pro-
pósito cívico, también la palabra griega puede ser entendida
coloquialmente, es decir, asumiendo su significado cotidiano
de «mentira mayor», es decir, de una mentira que es sólida
porque no se duda de ella (compárese con el término «robo
de mayor cuantía»)5 y porque permite imprimir en el cora-
zón de los hombres relatos moralmente saludables que produ-
cirán convicciones firmes en los ciudadanos.
El primer mito que forjará el gobernante de la ciudad ideal
de Platón será un «cuento fenicio», que aunque necesitará
«mucho poder de persuasión para llegar a convencer» (Re-
pública 414c), podemos asumir que Platón solicita el «hermo-
so riesgo» de creerlo, como propone en Fedón, analogando la
utilidad que para el «cuidado del alma» puede traer la creen-
cia en la inmortalidad con el vigor cívico y la felicidad pública
que la creencia en un origen común puede traer a la ciudad. La
«hermosa mentira» de República no es más que un mito de
autoctonía, un mito o mentira útil que ha sido forjado por
legisladores que son médicos de lo político (III, 389a, 407e) y,
por ello, se encuentra explícitamente colocado en la categoría
del phármakon. Vivir como verdadera esta primera gran men-
tira medicinal que se presenta como un mito de autoctonía,
4
Diálogos V.
5
Plato, The Republic, p. 107, núm. 63.
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«Philosophers and women», en Pandora’s Daughters. The Role & Status of
Women in Greece & Roman Antiquity, pp. 52-62. Véase también de Nicole Lo-
raux «Pourquoi les mères grecques imitent, à ce qu´on dit, la terre», en op.
cit., pp.129-144, en donde la historiadora se adentra en el estudio de los mitos
de autoctonía en Atenas clásica para examinar el papel que juegan las mujeres
en el espacio cívico en función de que la primacía política del relato autóctono
implicaba la exclusión de la mujer de la función genitora y, por tanto, se la
reduce a un “campo de labranza”, en donde el varón sembrará la semilla de los
auténticos ciudadanos.
17
Karl Kerényi afirma en «Cécrope, Erecteo y Teseo», en Los héroes griegos, p.
231, que “Cécrope […] era mitad serpiente y mitad humano. Serpiente porque
había nacido de la tierra, pero en parte también tenía forma humana, por lo
que era diphyés, “de naturaleza doble”. Nacido de la tierra y criado por la diosa
virgen Palas Atenea, la hija de su padre, y formado de acuerdo con su mente,
la imagen del ateniense primitivo se concretó por primera vez en Cécrope».
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Homero: Ilíada, XV, 187-193. Hay que recordar que para Lévi-Strauss, es el
tabú del incesto el que regula el paso de la naturaleza a la cultura. Cf. Las
estructuras elementales del parentesco, 1981.
19
Apolodoro, III,14. Kerényi hace referencia a la representación de la disputa he-
cha por Fidias en medio del frontón occidental del Partenón, para desestimar
la versión que ubica a Cécrope como juez de la contienda.
20
Esquilo, Euménides, 665 y 736-738, respectivamente en Esquilo, «Euménides»
y «Las suplicantes», en Tragedias. Cf. Nicole Loraux, «El mito en la ciudad:
La política ateniense del mito», en Yves Bonnefoy, Diccionario de las mitolo-
gías, vol. II. Grecia, p. 72.
21
Apolodoro, III,14,1.
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Tucídides, VII, 77,7. Cf. Leticia Flores Farfán, Atenas, ciudad de Atenea. Mito
y política en la democracia ateniense antigua, pp.157-181. Sabemos que andres
son los varones, nos cuenta Nicole Loraux, a partir de la lectura del mito de
Pandora, la primera de la raza de las mujeres. En un mundo donde no hay mu-
jeres sino sólo varones, Pandora es enviada como castigo por el atrevimiento
de Prometeo. Con ella se introduce el dolor y la muerte. Pandora, además no
nace de la tierra, es un artificio, un simulacro creado por Hefesto. Cf. «La
création de la femme», en Né de la terre. Mythe et politique á Athénes, pp. 16-
26.
23
Calasso, Roberto, Las bodas de Cadmo y Harmonía, Barcelona, Anagrama,
1999, p. 211.
24
Para un análisis detallado de las formas de figuración en la época clásica, Cf.
Jean- Pierre Vernant, «Naissance de images», en Religions, histoires, raisons.
25
Heródoto, VIII, 44.
26
Pierre Grimal señala que Erecteo es nieto de Erictonio, en Diccionario de mi-
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tología griega y romana, p.142. Esta idea parece hallar base en la Ilíada, II, 546.
27
Cf. Nicole Loraux, Les enfants d´Athéna: Idées ateniense sur la citoyenneté et la
división des sexes.
28
Sobre la caracterización de Erictonio y Erecteo confróntese Karl Kerényi en
op. cit., pp. 234-236.
29
Apolodoro, III,15,4.
30
Detienne destaca que el papel que juega Posidón en este relato nos permite
resistirnos a una interpretación simplista, en donde se asume que el dios fue
51
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Aurelio Pérez Jiménez señala, núm. 10, p. 6, que Erecteo fue hijo de Pandión
y Zeuxipa; se casó con Praxítea de cuya unión nació Cécrope, que engendró a
Pandión II, padre de Egeo.
40
Cf. Nicole Loraux, «Les bênêfices de l´autochtonie», en Né de la Terre..., op.
cit., p.27-48.
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Cf. Marcel Detienne, «Tengo intención de construir aquí un templo magní-
fico», en Apolo con el cuchillo en la mano. Una aproximación experimental al
politeísmo griego, pp. 19-43.
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Platón, «Menéxeno», en Diálogos II.
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cen lo que ella les manda y ella les manda siempre lo mismo: nunca
volver las espaldas en la batalla por numeroso que sea el enemigo.
Sino que permaneciendo en su puesto, vencer, o morir. (VII, 104).
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Nicole Loraux, «De la amnistía y su contrario», en Yerushalmi, Yosef Hayan,
et al., Usos del olvido. Comunicaciones al Coloquio de Royaumont, 1998.
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Sin olvidar que la madre tierra «no es en absoluto una mujer», porque cuan-
do se dice el plural «madres», se habla de la multiplicidad de madres huma-
nas que no son partícipes activas en la gestación de sus hijos y, por ello, están
liberadas de la preocupación de lo propio y a quien la ciudad, en su benevo-
lencia toda funcional, ha dado una generación entera para alimentar y mecer.
Esas son las madres, nos dice Loraux en Né de la terre.
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4
Idem.
5
Cf. Loraux, «La création de la femme», en Né de la terre. Mythe et politique á
Athénes, pp.16-26.
6
Cf. J. P. Vernant, «I. Prometeo», en Yves Bonnefoy (dir.), Diccionario de las
mitologías. Volumen II. Grecia, pp. 189-194
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Homero, Ilíada.
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Cf. Richard Sennett, Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad..., pp. 44-45
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Veáse Sarah B. Pomeroy, «Private Life in Classical Athens», en Sarah B. Po-
meroy, Goddesses, Whores, Wives and Slaves. Women in Classical Antiquity,
pp. 79-84.
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Homero, Odisea.
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Gorgias, Encomium of Helen.
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Greek Liric III. Stesichorus, Ibycus, Simonides and others.
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pp. 97-106.
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Cf. Nicole Loraux, «De la amnistía y su contrario», op. cit.
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Ibidem, p. 44
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La intervención de Apolo en Euménides 657-666b señala que la mujer no es
«engendradora de su hijo», sino sólo «nodriza del germen recién sembra-
do» y, con ello, insiste en devaluar el papel de la maternidad y contener los
desenfrenos afectivos de las madres.
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Narra Eurípides en Hécuba 555-565 que cuando Políxena, asu-
miendo con valentía su condena a muerte, rompe el peplo
para dejar al descubierto el cuerpo del sacrificio pone ante la
mirada de todos «los senos y el pecho hermosísimo» de una
mujer porque los hombres griegos no pueden ver en ese acto
de arrojo nada similar a la andreia de un guerrero y debe re-
absorber la escena dentro de esa lógica masculina en donde la
mujer es un bello mal. Las mujeres son, o deben ser, madres y
34
Eurípides, Tragedias. vol. II.
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Se sigue de manera libre la exposición de este mito en «El diluvio de Deuca-
lión» y «Los hijos de Heleno» de Robert Graves, Los mitos griegos, t.1, pp.
169-175 y 194-200.
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Sófocles, “Filoctetes” en Tragedias.
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Arte griego, pp. 56-57.
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El ostrakon es una pieza de cerámica en la que los ciudadanos escribían el nom-
bre del ciudadano que sería “ostracizado”, es decir, expulsado de la ciudad con
la consiguiente pérdida de sus derechos políticos.
23
Plutarco, Vidas paralelas V. Lisandro-Sila; Cimón-Lúculo; Nicias-Craso.
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En el contexto del symposium, los participantes utilizaban unos vasos que
usualmente eran cántaros de dos caras o los llamados rhyton animales, que
posibilitaban que los bebedores tuvieran frente a sí una gama amplia de “otre-
dad”, que les permitía confrontar esos mundos con el del modelo cívico con
el que ellos se identificaban. Los artesanos y pintores griegos lograban que los
ciudadanos reafirmaran su identidad por medio del contraste de su imagen
con la de los “otros”, representados en los vasos; compañeros exóticos [como
pigmeos, sátiros], dioses, animales, esclavos negros, mujeres.
25
Véase también el estudio de François Lissarrague, Vases Grecs. Les athéniens et
leurs images.
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Esquilo, «Los persas», en Tragedias, op. cit.
27
«Battle Narrative and Politics in Aeschylus’Persae», en Thomas Harrison
(editor), op. cit., pp. 57-59.
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Al mismo tiempo que una humillación para los persas, las Ter-
mópilas representaron el momento culminante de la vida del rey
Leónidas. Contuvo a los persas durante tres días. Menos de ocho
mil griegos, dirigidos por un cuerpo de élite conformado por tres-
cientos espartanos, propinaron un contundente revés a un ejército
que los superaba en una proporción de veinte a uno, probable-
mente. Los hombres que deseaban morir en nombre del Gran Rey
se enfrentaron a la más eficiente máquina de matar de la Historia:
el soldado espartano.
Pertrechado con su casco de bronce, la coraza y las grebas, cada
espartano parecía estar cubierto de metal. También de bronce era
el chapado del escudo, su arma defensiva de buen tamaño, de for-
ma ovalada y bordes convexos. Una túnica de lana roja lo cubría
desde los hombros hasta la mitad del muslo. El guerrero siempre
andaba descalzo como símbolo de su dureza. Portaba como arma
ofensiva una espada corta de hierro y una lanza larga. Esta última,
que constituía el arma principal, consistía en un astil de madera
de fresno de casi tres metros de longitud con moharra de hierro
y regatón con vitola de bronce. Una vez cerrados en formación
de falange, con los escudos de cada uno cubriendo al compañero,
la táctica espartana consistía simplemente en atravesar a sus ene-
migos con las lanzas.29
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La Batalla de Salamina. El mayor combate naval de la antigüedad, pp. 80-81.
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En el espejo de tus pupilas. Ensayos sobre alteridad en Grecia antigua,
de Leticia Flores Farfán, fue editado por Editarte.
Para su diseño y composición tipográfica se utilizaron
las familias Garamond Premier Pro y Candara.
Se terminó de imprimir el 28 de diciembre de 2010,
en Jiménez Editores e Impresores, SA de CV, Callejón de la Luz
32-20, Col. Anáhuac, Deleg. Miguel Hidalgo, México 11320, DF.
Con un tiraje de trescientos ejemplares, fue impreso en offset:
interiores sobre papel bond ahuesado 90 g
y forros sobre cartulina sulfatada de 14 pts
Con la colaboración de Itzel López, en la corrección de estilo,
y de Silvia Arce Garza, en la revisión de finas,
el diseño y cuidado editorial estuvieron a cargo de Rodolfo Peláez.