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Nuestro ordenamiento jurídico reconoce al contrato como aquel acuerdo de dos o más
partes para crear, regular, modificar o extinguir una relación jurídica
patrimonial (artículo 1351° del código civil). Es conocido que las raíces de la teoría de
los contratos en nuestro país fue implementado luego de un análisis de la legislación
comparada, de tal manera que el texto acopiado en nuestro código sustantivo civil es
similar al expuesto en el artículo 1321° del código civil italiano[2], y que también resulta
tener una similitud con el artículo 1101° del código civil francés (o código de
Napoleón)[3] y el artículo 405° del código civil portugués[4], entre otros, denotándose
entonces una tendencia global en la conceptualización del contrato. Precisamente,
Fernando De Trazegnies explica que nuestro concepto de contrato implica “una forma
concreta de sociedad, que corresponde a la que la tradición occidental ha vivido y
desarrollado en los últimos tres siglos,… la sociedad que conocemos como moderna
dentro del mundo occidental...”[5]. En realidad, el contrato no es más que un
subproducto de la ideología liberal imperante a fines del siglo XVIII y principios del XIX,
que identifica a la iniciativa individual o la libertad de contratar como el mejor medio
para mantener los niveles de coexistencia social establece, a través del reconocimiento
de 3 ideas centrales íntimamente ligadas: la autonomía de la voluntad, la igualdad entre
las partes y la obligatoriedad del acuerdo[6].
El contrato es una expresión de la autonomía privada donde dos o más sujetos celebran
un acuerdo (acto o negocio jurídico) en igualdad de condiciones y con total libertad,
vinculándose a una serie de obligaciones y al reconocimiento de una gama de
derechos, de acuerdo a lo que las partes celebrantes hayan especificado en sus propios
términos (pacta sunt servanda)[7].
Pero ésta protección razonable a favor del trabajador se debe al concepto mismo del
contrato de trabajo, y a los elementos que éste involucra. Así, reconozcamos que el
contrato de trabajo es “…un acuerdo expreso o tácito, por virtud del cual una persona
realiza una obra o presta servicios por cuenta de otra, bajo su dependencia, a cambio
de una retribución”[8], suponiendo “la existencia de una relación jurídica que se
caracteriza por la presencia de tres elementos substanciales, cuales son: la prestación
personal de servicio, la dependencia o subordinación del trabajador al empleador y el
pago de una remuneración periódica. Destacando el segundo elemento que es el que
lo diferencia sobretodo de los contratos civiles de prestación de servicios y el contrato
comercial de comisión mercantil”[9].
La facultad de dirigir se
refiere a los mandatos que realiza el empleador al trabajador, sea por documentos de
gestión interna (por ejem. Reglamento Interno de Trabajo) o por órdenes directas; la
facultad de controlar se encuentra relacionado con la supervisión o fiscalización que
realiza el empleador sobre el trabajador a efectos de verificar el cumplimiento de las
reglas de conducta y capacidad que le son impartidas, mientras que la facultad
sancionadora es aquella que permite penalizar a los trabajadores por causas de
inconducta o incapacidad laboral. Como se ve, estas tres facultades se encuentran
íntimamente relacionadas, tal es así que ante el incumplimiento de una orden del
empleador (facultad de dirigir) tomado conocimiento tras una acción de fiscalización
(facultad de controlar), se puede concretar un despido (facultad de sancionar). [12]
Sin embargo, ¿Qué sucede ante el mandato irregular del empleador, aquel que no se
encuentra relacionado con el ejercicio mismo del trabajo, o que aun estándolo resulta
denigrante para el trabajador?
Hemos visto que el trabajador, durante la vida del contrato de trabajo, se encuentra
sometido a las potestades direccionales del empleador. Esta facultad, la de dirigir, ha
de ejercitarse de forma directa (cuando es el empleador quien ordena la ejecución de
una determinada acción al trabajador de forma personal o identificada a través del
personal de dirección), o de forma indirecta (cuando es el reglamento interno de trabajo
o el documento que haga sus veces, el que establece las obligaciones de trabajo), pero
sin importar el medio por el cual se transmita, el trabajador siempre se encuentra
obligado a su acatamiento en virtud del deber de obediencia, pues su inobservancia, a
decir de la doctrina, constituye la falta más grave en el marco de las relaciones laborales
por constituir una violación al elemento subordinación que subyace en todo vínculo
laboral, constituyéndose entonces, en una falta imperdonable. [13] Bajo ésta
concepción, es que la LPCL ha contemplado en su artículo 25° inciso a) como causa
justa de despido basado en la conducta del trabajador, al: “incumplimiento de las
obligaciones de trabajo que supone el quebrantamiento de la buena fe laboral, la
reiterada resistencia a las órdenes relacionadas con las labores, la reiterada
paralización intempestiva de labores y la inobservancia del Reglamento Interno de
Trabajo o del Reglamento de Seguridad e Higiene Industrial, aprobados o expedidos,
según corresponda, por la autoridad competente que revistan gravedad”.
Sin embargo, una disyuntiva que aún persiste en éste tiempo es la presunción de
legitimidad de las órdenes emanadas del empleador. Para Jorge Toyama, ésta
presunción existe y supone que el trabajador deba cumplir primero la orden y luego
cuestionarla si en caso la considera arbitraria, pues se aplica el llamado principio de
“solve et repete”[14] que importa, a decir de Gorelli Hernández, la obligación del
trabajador no solo de cumplir la orden regular emitida por el empleador, sino de los que
son, a criterio del trabajador, ilícitos o injustos[15]. Esto quiere decir que el trabajador
deba cumplir la orden primero y posteriormente reclamar dicha orden que supone la
existencia de un control previo a nivel interno y, en caso de persistencia de la orden, en
sede judicial.[16][17]
Esto nos lleva a afirmar que, basados en los criterios antes señalados, el trabajador no
puede unilateralmente determinar la ilegalidad de una orden expedida por su empleador
porque ese análisis es propio de los organismos públicos competentes quienes
resolverán toda controversia suscitada por esta clase de cuestiones, sea la Autoridad
Administrativa de Trabajo (AAT) o el Poder Judicial, concluyendo entonces, que si la
disposición del empleador no ha sido revocada por alguno de ellos, el servidor debe
cumplirla bajo apercibimiento de sanción disciplinaria.
“El trabajador no puede resistirse a cumplir las órdenes de su empleador que considera
injustas pues ello implica un cuestionamiento al poder de dirección de que goza este y
que le ha sido reconocido por el artículo 9º del Texto Único Ordenado del Decreto
Legislativo Nº 728 “Ley de Productividad y Competitividad Laboral”, aprobado por
Decreto Supremo Nº 003-97-TR.”
El deber de obediencia resalta ante toda orden que imponga el empleador en el ejercicio
regular del poder de dirección (facultad de dirigir), pero, a decir de la regla “solve et
repete”, ello no supone que se le reconozca al trabajador la posibilidad de incumplir
aquellas órdenes que considere ilícitas, dado la presunción de legalidad y la buena fe
laboral implican un control ex tunc de la disposición impartida por el empresario.
Entiéndase que el mandado que a juicio del trabajador no sea regular, no puede ser
directamente cumplido por presuntamente ilegales, por tener, necesariamente, que
pasar por un filtro de verificación posterior para dicha determinación.
Así, observamos que la subordinación, como elemento típico del contrato de trabajo, es
consecuencia del reconocimiento del derecho constitucional a la libertad de empresa,
mientras que el poder de dirección es consecuencia de la existencia de la subordinación
en la relación laboral, y por último, la facultad de dirigir aparece como manifestación del
citado poder de dirección, y por ende, del derecho constitucional del cual deriva. Como
se observa del siguiente gráfico, es todo un sistema jurídico el que se activa al momento
de que el empleador dicta una orden o mandato (en todo orden: disposición).
Si bien es cierto que al tratar la facultad de dirigir nos referimos a la manifestación pura
de un derecho constitucional, no es menos cierto también, que dicho derecho no es uno
de tipo absoluto, al contrario, es un derecho constitucional de configuración legal, ello
importa, que bajo ciertas circunstancias o hechos, puede el legislador, establecer
restricciones para su ejercicio, bajo cargo claro está, que dichas circunstancias, hechos
y restricciones resulten razonables y proporcionales. Incluso, el propio artículo 59° de
la Constitución ha reconocido que la libertad de empresa no debe ser lesivo a la moral,
ni a la salud, ni a la seguridad pública. En ese sentido, el TC ha sostenido que “[c]uando
el artículo 59° de la Constitución señala que el ejercicio de la libertad de empresa ‘no
debe ser lesivo a la moral, ni a la salud, ni a la seguridad pública’, no está haciendo otra
cosa que precisar los límites dentro de los cuales este derecho es ejercido de acuerdo
a ley. Claro está que estos límites son enunciativos y no taxativos, pues la protección
correcta debe surgir de un principio constitucional como es la dignidad de la persona
humana, el mismo que se encuentra recogido en los artículos 1 y 3 de la Constitución
(…). Así, el derecho a la libertad de empresa traspasa sus límites cuando es ejercido
en contra de la moral y las buenas costumbres, o pone en riesgo la salud y la seguridad
de las personas. Consecuentemente, el ejercicio del derecho a la libertad de empresa,
para estar arreglado a derecho, ha de hacerse con sujeción a la ley y, por ello, dentro
de las limitaciones básicas que se derivan de la seguridad, la higiene, la salud, la
moralidad o la preservación del medio ambiente”[21]
Observamos que jurisprudencialmente se ha tratado un límite claro para la libertad de
empresa, y por ende, de la facultad de dirigir. Doctrinalmente, la libertad de empresa,
en el ámbito laboral, tiene límites internos y externos. Los primeros constituyen la
limitación intrínseca que genera el concepto mismo de libertad de empresa, y del poder
de dirección[22], mientras que los segundos se refieren a la observancia de la
razonabilidad con que se actúa al momento de disponer o dirigir, y el respeto de la
dignidad del trabajador[23].
Jorge Toyama precisa que en nuestro país el derecho de resistencia se ejerce por “vía
indirecta”: “el trabajador incumple una orden y el empleador lo sanciona; entonces el
trabajador puede impugnar dicha sanción en sede judicial y es esta última instancia
donde se ventila la legalidad de la medida.”[25]
Cierto es que se presenta una disyuntiva entre la aplicación del principio “solve et
repete” y el derecho de resistencia del trabajador, y es que en nuestro sistema jurídico,
y en especial en cada situación fáctica que se presenta en el devenir de la relación
laboral, ninguno de los dos puede ser desconocidos, por el contrario, se debe analizar
en cada caso concreto, en qué momento se aplica cada uno de ellos. Ha quedado claro
que ningún derecho constitucional es absoluto, existen ciertos parámetros para
considerar que algunos encuentran una mayor tuitividad que otros, claro ejemplo es la
mayor protección al derecho al trabajo, sobre la libertad de empresa, pero aun así, ello
no implica que se permita un ejercicio abusivo del derecho al trabajo, por el contrario,
éste derecho tampoco es absoluto, por lo que cada derecho o prerrogativa que deriva
de ésta base constitucional encuentra también límites. El derecho de resistencia no es
ajeno ello, y por eso no puede ser invocado en todos los casos. A continuación,
trataremos algunas de las situaciones en las que se puede, y no, sustentar su
aplicación.
Mucha de mis opiniones sobre el tema discutido, han sido reservadas para esta
oportunidad.
Partamos de la base que nos encontramos ante facultades que son la manifestación de
dos derechos constitucionales: Por un lado, el poder dirección (en su
prerrogativa/facultad de dirigir), como manifestación del derecho a la libertad de
empresa, y, el derecho de resistencia, como manifestación del derecho al trabajo y su
naturaleza tuitiva. Nuestro ordenamiento jurídico no permite el abuso de derecho (art.
103° de la Constitución), precisamente, el TC ha dejado claro que la proscripción del
abuso de derecho, aplicado en el ámbito de los derechos fundamentales, supone la
prohibición de desnaturalizar las finalidades u objetivos que sustentan la existencia de
cada atributo, facultad o libertad reconocida sobre las personas.[26] De tal manera, las
limitaciones entre ambas facultades tratadas resulta tener validez basados en la
seguridad jurídica como precepto constitucional.
Se exige entonces que las órdenes e instrucciones las dicte el empresario en el ejercicio
regular de sus facultades directivas, es decir, el poder de dirección no supone que se
le permita dictar órdenes abusivas o contrarias a las leyes y a la buena fe. Las únicas
órdenes que ha de cumplir el trabajador son las relativas al ámbito laboral pero no
aquéllas que pudieran referirse a cuestiones ajenas a la relación laboral, como por
ejemplo, la vida íntima. Nuevamente, Jorge Toyama nos dice que el empleador puede
efectuar modificaciones a las condiciones de trabajo de la relación laboral y el trabajador
solamente puede ejercer un control posterior en sede judicial, empero, cuando las
variaciones que se pretenden introducir dejan de ser regulares, es posible que el
trabajador ejerza el derecho de resistencia y no nos encontremos ante el deber de
obediencia.[28] Así, el citado laboralista explica que posible el ejercicio del derecho de
resistencia: Cuando la orden atente contra la dignidad del trabajador (como por ejemplo,
que un director de la empresa ordene al gerente general, limpiar los servicios higiénico
de los trabajadores cuando todo el personal se encuentra presente); cuando el
empleador ordene al trabajador la comisión de un ilícito penal o civil, y; cuando la orden
puede afectar la salud del trabajador o terceros.[29]
Por su parte, Elmer Arce añade a los supuestos anteriores a: las órdenes que afectan
derechos irrenunciables del trabajador, órdenes imposibles, aquellas que ingresan a su
vida privada sin razón, y las que lesionan derechos profesionales.[30] A todos estos,
Fabregat Monfort, nos suma el criterio de manifiesta arbitrariedad en la orden del
empleador, o ésta sea gravemente discriminatoria o contraría a la buena fe.[31]
Desde mi punto de vista, y estoy seguro que todos -o por lo menos la mayoría- quienes
estudiamos el derecho de trabajo, coincidimos con que el criterio esencial para la
legitimidad de la resistencia, es la razonabilidad de la disposición impartida por el
empleador.
El artículo 9 de la LPCL es expreso cuando recoge el principio – derecho de
razonabilidad para el ejercicio del poder de dirección. El principio de razonabilidad es
consustancial al Estado Social y Democrático de Derecho, y está configurado en la
Constitución en su artículo 3º y 43º, y plasmado expresamente en su artículo 200°,
último párrafo. El TC explica que este principio se expresa como un mecanismo de
control o interdicción de la arbitrariedad en el uso de las facultades discrecionales,
exigiendo que las decisiones que se tomen en ese contexto respondan a criterios de
racionalidad y que no sean arbitrarias, lo que implica encontrar justificación lógica en
los hechos, conductas y circunstancias que motivan todo acto discrecional de los
poderes públicos[32]. Nos dice también que, al reconocer en los artículos 3º y 43º de la
Constitución, el Estado social y democrático de Derecho, se ha incorporado el principio
de interdicción o prohibición de todo poder ejercido en forma arbitraria e injusta, el cual
significa que: (i) la arbitrariedad aparece es el reverso de la justicia y el derecho; y (ii)
la arbitrariedad aparece como lo carente de fundamentación objetiva, lo incongruente y
contradictorio con la realidad que ha de servir de base a toda decisión, es decir, como
aquello desprendido o ajeno a toda razón de explicarlo.[33] De lo que trata la
razonabilidad, efectivamente, es abolir la arbitrariedad.
Son estos los criterios que se deben tomar en cuenta para analizar la razonabilidad de
una disposición del empleador. Para que una desobediencia en el trabajo sea
susceptible de ser sancionada como despido, es necesario que se trate de un
incumplimiento grave, trascendente e injustificado, sin que una simple desobediencia
que no encierre una actitud exageradamente indisciplinada, que no se traduzca en un
perjuicio para la Empresa o en la que concurra una causa incompleta de justificación,
pueda ser sancionada con la extinción del contrato de trabajo. La desobediencia ha de
tener carácter grave, trascendente e injustificado, manifestándose como una resistencia
persistente y reiterada al cumplimiento de las órdenes del empresario o sus
representantes, que caigan dentro del ejercicio normal y regular de sus facultades de
organización y dirección, y sin que se trate de un mandato arbitrario o abusivo de
derecho, o bien comporte un menoscabo de la dignidad de la persona, o en el que
concurran circunstancias de peligrosidad o ilegalidad que justifiquen la negativa a su
cumplimiento.
El profesor Elmer Arce señala que cuando el empleado deja de incumplir sus
obligaciones sin ninguna causa razonable, éste puede ser despedido[36], y ello no
significa que se desconozca el derecho de resistencia del trabajador, sino que la
razonabilidad aplica tanto para las potestades del empleador como las del trabajador,
por ende, el desacato no es una opción cuando la disposición del empleador es
razonable. Valga decir, la razonabilidad y justificación del ejercicio del derecho de
resistencia del trabajador, se basa sobre el análisis de la razonabilidad del ejercicio del
poder de dirección del empleador.
Respecto a los medios que el trabajador tiene para oponerse procesalmente a una
disposición arbitraria, tengamos en cuenta las siguientes pautas.
En realidad no. Por ejemplo, cuando empleador dispone que el empleado efectúe una
de sus funciones pero con cierto riesgo para su vida y salud, no se consideraría atentar
contra su dignidad, pero si se tomaría como una disposición irrazonable. Objetivamente,
cuando la empresa obliga a que su trabajador efectúe una labor en altura sin otorgar
las medidas de seguridad adecuadas, como arnés y otros implementos que necesite,
el trabajador puede oponerse a dicho mandato ejerciendo el ius resistentiae, y no acatar
la orden. Ante ello, el trabajador podría accionar judicialmente “por vía directa” para
revocar la disposición incumplida, pues el artículo 2° de la Nueva Ley Procesal de
Trabajo, Ley N° 29497 (en adelante NLPT), faculta a los jueces de trabajo para revisar
todas aquellas pretensiones relativas a la protección de derechos individuales,
originadas con ocasión de la prestación de servicios de naturaleza laboral, incluyendo,
a tenor del inciso 1, aquellas pretensiones relacionadas con el desarrollo de la relación
laboral.
Observamos entonces que la fórmula abierta propuesta por la NLPT lleva a que el
trabajador accione por vía directa para revocar una orden irrazonable, no siendo
limitativo a aquellas disposiciones que atenten contra la dignidad y el honor del
trabajador (vía despido indirecto: hostilización), por lo que actualmente el derecho de
resistencia, judicialmente hablando, no se formula solo por vía indirecta.
V. CONCLUSIONES.
Siguiendo las pautas que se ha establecido durante el desarrollo del presente trabajo,
se podrá determinar con mayor seguridad, la oportunidad en la que el trabajador podrá
resistirse a cumplir con una disposición. Y es que ésta solo será posible en la medida
que la irrazonabilidad invada al mandato del empresario, o que éste afecte un derecho
inespecífico del trabajador.
En diversa medida, cuando existe un abuso del poder de dirección, el trabajador puede
accionar judicialmente por un despido directo, si ésta atenta contra la dignidad o la
gravedad del trabajador, o se enmarca dentro de las causales que se encuentra en el
artículo 30° de la LPCL que tengan relación con el exceso del ius variandi. Pero
también, cuando la medida irrazonable no afecta la dignidad ni el honor del colaborador,
éste puede accionar por vía directa para ostentar revocarla a través de un proceso
ordinario laboral (art. 1 inc. 1 de la NLPT). Asimismo, si debido al ejercicio del ius
resistentiae, el trabajador es sancionado, éste puede impugnar la medida sancionadora
alegando la razonabilidad del ejercicio de su derecho de resistencia, justificándose
(valga la redundancia) en la irrazonabilidad del poder de dirección.
[1] Artículo publicado en: Revista Jurídica Thomson Reuters, suplemento laboral, Año II, N° 3,
ECB Ediciones, Lima, Marzo 2014, pp. 3-13.
[2] “Art. 1321: Il contratto è l'accordo di due o più parti per costituire, regolare o
estinguere tra loro un rapporto giuridico patrimoniale”. En español: El contrato es el
acuerdo de dos o más partes para constituir, regular o extinguir una relación jurídica
patrimonial.
[3] “Art. 1101: Le contrat est une convention par laquelle une ou plusieurs personnes
s'obligent, envers une ou plusieurs autres, à donner, à faire ou à ne pas faire quelque
chose”. En español: El contrato es un convenio por el cual una o varias personas se
obligan, frente a una u otras varias, a dar, hacer o no hacer algo.
[4] “Art. 405: Dentro dos limites da lei, as partes têm a faculdade de fixar livremente o
conteúdo dos contratos, celebrar contratos diferentes dos previstos neste código ou
incluir nestes as cláusulas que lhes aprouver”. En español: Dentro de los límites de la
ley, las partes tienen el derecho de determinar libremente el contenido de los contratos,
celebrar contratos distintos de los previstos en este código o incluir estas cláusulas que
les plazca.
[5] DE TRAZEGNIES, Fernando: “El derecho civil ante la post-modernidad”, En:
Derecho Nº 45, Diciembre 1991, Lima, Perú, p. 289.
[6] En sentido similar puede revisarse BULLARD GONZALES,
Alfredo: “Contratación en Masa. ¿Contratación?”, En: Estudios de Análisis
Económico del Derecho, ARA Editores, 1996, Lima, Perú, pp. 53-54.
[7] Manuel De La Puente y Lavalle asegura que el contrato es el resultado de la
integración recíproca de dos declaraciones de voluntad, unilaterales y recepticias, la
oferta y la aceptación, que conforman una declaración conjunta de voluntad común. (DE
LA PUENTE Y LAVALLE, Manuel: “Estudios del Contrato Privado”, Tomo I,
Cultural Cuzco S.A., Lima, Perú, 1983, p. 136.)
[8] EUGENIO PÉREZ BOTIJA, citado por CABANELLAS DE TORRES
GUILLERMO Y ALCALÁ – ZAMORA CASTILLO: “Tratado de Política Laboral y
Social”; 3era. Edición, Tomo II, Editorial Heliasta SRL, Buenos Aires – Argentina, 1982,
pp. 53.
[9] Casación Nº 1581-1997 LIMA: Publicado el 25 de agosto de 1999 en el diario
oficial “El Peruano”; Tercer Considerando.
[10] CABANELLAS DE TORRES Guillermo: “Contrato de Trabajo”, 1ra Edición,
Tomo V, Editorial Bibliográfica OMEBA, Buenos Aires – Argentina, 1963, pp. 237.
[11] “El poder de dirección puede ser entendido en un sentido amplio del término,
omnicomprensivo de las facultades empresariales en toda su extensión, o bien, desde un
concepto más estricto de tal poder, siendo necesario entonces deslindarlo no sólo de
aquellos otros relativos a la modalización de las prestación de trabajo, sino también de
otros más diferenciados como son el de control y vigilancia o disciplinario” (ROMÁN
DE LA TORRE, Ma. D: “Poder de dirección y contrato de trabajo”, Grapheus,
Valladolid, 1992. pp. 343 y ss.)
[12] El Tribunal Constitucional (en adelante TC) ha precisado en la STC. N° 01846-2005-
PA/TC que el elemento determinante, característico y diferenciador del contrato de
trabajo es el de la subordinación del trabajador con respecto al empleador, lo cual le
otorga a este último la facultad de dar órdenes, instrucciones o directrices a los
trabajadores con relación al trabajo por el que se les contrató (poder de dirección), así
como la de imponerle sanciones ante el incumplimiento de sus obligaciones de trabajo
(poder sancionador o disciplinario).
[13] DE BUEN LOZANO, Néstor: “Derecho del Trabajo”, Tomo II, Cuarta edición,
Porrúa, México D.F., 1981, p.91.
[14] TOYAMA MIYAGUSUKU, Jorge: “Derecho Individual del Trabajo”, Gaceta
Jurídica, Lima, 2011, p.196.
[15] GORELLI HERNÁNDEZ, Juan citado por TOYAMA MIYAGUSUKU,
Jorge: Ibídem.
[16] TOYAMA MIYAGUSUKU, Jorge: Ibídem, pp. 195-196.
[17] Explicaremos más adelante que el profesor Jorge Toyama advierte que existen
ciertos supuestos en los que excepcionalmente se puede oponer un control previo por
el ius resistentiae.
[18] Vid Sentencias de 19 de febrero de 1990 (Ar./1111); de 28 de noviembre de 1989
(Ar./9182); de 14 de octubre de 1988 (Ar./3589); de 10 de mayo de 1988 (Ar./7815); de
26 de abril de 1988 (Ar./3027); de 3 de diciembre de 1987 (Ar./8819); de 9 de julio de
1987 (Ar./5125); de 27 de junio de 1984 (Ar./3368) y de 8 de abril de 1998 (Ar./ 1691),
de la STSJ de la Comunidad Valenciana.
[19] En ese sentido, Vid STC. N° 005-2003-AI/TC fundamento 3.
[20] TOYAMA MIYAGUSUKU, Jorge: Op. Cit., p.174.
[21] Vid: STC 3330-2004-PA/TC (fundamento 32), STC. Nº 00032-2010-PI/TC
(fundamento 28), entre otras.
[22] Así, la frontera de los límites internos se traspasaría cuando el empleador emite una
disposición que no tenga relación con la ejecución misma de las labores del trabajador y
su conducta
[23] GARCÍA BIRIMISA, Eduardo: “El ejercicio del poder de dirección y el uso del
correo electrónico en el ámbito de trabajo”. En: “Estudios de Derecho del Trabajo y la
Seguridad Social. Libro homenaje a Javier Neves Mujica”, Grijley, Lima, 2009, p. 214
[24] GONZÁLEZ DE PATTO, Rosa: “La Dimisión Provocada: Estudio Sistemático
del art. 50 del Estatuto de los Trabajadores”, Editorial de la Universidad de Granada,
Granada, 2008, p. 170
[25] TOYAMA MIYAGUSUKU, Jorge: Op. Cit., p. 196.
[26] STC. Nº 05296-2007-PA/TC, fundamento 12.
[27] MONTOYA MELGAR, Alfredo: “Derecho del Trabajo”, Trigésima edición,
Tecnos. Madrid, 2009, p.329.
[28] TOYAMA MIYAGUSUKU, Jorge: Op. Cit., p. 196.
[29] Ibídem, p. 197.
[30] ARCE ORTIZ, Elmer: “Derecho Individual del Trabajo en el Perú. Desafíos y
deficiencias”, Palestra, Lima, 2008, p. 492.
[31] FABREGAT MONFORT, Gemma. ““La posición del trabajador ante las
ordenes empresariales ¿ius ressistentiae o solve et repete?”. En: “Revista de treball,
economia i societat”, Nº 27, Generalitat, Valenciana, Comité economic i social de la
Comunitat Valenciana, Valencia, 2003, p. 29.
[32] STC. N° 00535-2009-PA/TC, fundamento 16.
[33] STC. N° 00535-2009-PA/TC, fundamento 17.
[34] Sobre las pautas para el análisis de razonabilidad, Vid: STC. Nº 2192-2004-AA/TC
(fundamentos 15 y 20) y STC. 00535-2009-PA/TC (fundamento 18).
[35] STC. N° 00535-2009-AA/TC, fundamento14.
[36] ARCE ORTIZ, Elmer: Op. Cit., p. 491.
[37] MARTÍNEZ PICHARDO, José & MARTÍNEZ QUIJADA, Luis
Octavio: “Introducción al Estudio del Derecho, Una nueva visión del Estado de
Derecho”, Porrúa – México, 2007. Pág. 224.