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Zaragoza, 2009
Los siguientes textos están destinados a los alumnos de la asignatura “Historia
Económica I” de la Licenciatura en Economía de la Universidad de Zaragoza, curso
2009/10.
1
ÍNDICE
Parte primera
Parte segunda
Referencias bibliográficas
2
Capítulo 1
¿Cuáles son las causas del desarrollo económico? ¿Por qué están algunos
países más desarrollados que otros? ¿Por qué disfruta la población de
Australia de mayor calidad de vida que la población de Bangladesh?
3
por los cuales algunas sociedades eran capaces de progresar desde el punto
de vista económico, mientras otras se mantenían estancadas o incluso
retrocedían.1 Desde entonces, la problemática del desarrollo económico ha
formado parte de las preocupaciones principales de los economistas. ¿Qué
es lo que hace que unos países se desarrollen y otros no? ¿Qué deberían
hacer los países pobres para salir del atraso? ¿Cómo se explica el éxito
económico de determinadas sociedades? De hecho, desde mediados del
siglo XX existe una rama específica de investigación económica, la
economía del desarrollo, que analiza el problema del atraso económico en
la parte menos desarrollada del mundo.
1
Smith (2001).
4
Los historiadores económicos consideran que existen tres tipos
diferentes de crecimiento económico. En primer lugar, existe la posibilidad
de que un país registre un crecimiento del PIB acompañado por un
crecimiento de igual magnitud de su población. En este caso, el tamaño de
la economía crece (de ahí que tenga cierto sentido hablar de crecimiento),
pero el ingreso medio de la población no crece (porque el crecimiento
demográfico absorbe todo el aumento del PIB). Hablamos entonces de
“crecimiento maltusiano”, en referencia a Robert Malthus (1766-1834), un
economista cuyo trabajo hizo especial hincapié en la amenaza que el
crecimiento demográfico suponía para el aumento del nivel de vida de la
población.2
2
Malthus (1988).
5
económicos los que deben intentar construir a posteriori estimaciones sobre
el PIB en perspectiva histórica. Y esta tarea es compleja. Reconstruir
correctamente el PIB de una economía requiere disponer de gran cantidad
de información cuantitativa sobre los precios y cantidades vigentes en sus
diferentes mercados y sectores. Cuanto más nos vamos hacia atrás en el
pasado, más improbable es que el historiador económico pueda encontrar la
información suficiente para reconstruir de manera plenamente fiable el PIB
de los países. Llega entonces el momento de realizar supuestos y conjeturas
acerca de realidades para las que no se dispone de datos directos.
0 444
1000 435 0,00
1500 565 0,05
1820 667 0,05
1913 1.510 0,88
1998 5.709 1,58
3
Las cifras más comúnmente utilizadas por los historiadores económicos son las
de Maddison (2002).
6
El crecimiento sostenido del ingreso medio de la población comenzó
tarde en la historia de la humanidad. ¿Cuándo exactamente? Es muy difícil
precisarlo porque carecemos de datos concluyentes y porque es difícil
localizar el punto de inflexión a partir del cual la riqueza media cambió su
tendencia. Generalmente se considera que el punto de inflexión fue la
llamada “revolución industrial”, que comenzó en Gran Bretaña a mediados
del siglo XVIII y posteriormente se difundió hacia otros países (primero en
Europa y después en el resto del mundo). La revolución industrial partió la
historia económica de la humanidad en dos: antes de ella, una fase
preindustrial caracterizada por un crecimiento económico muy bajo (en
ocasiones crecimiento inexistente, maltusiano); a partir de ella, una fase
caracterizada por lo que desde Simon Kuznets (1901-1985) se denomina
“crecimiento económico moderno”.4 A lo largo de los siglos XIX y XX, la
economía mundial alcanzó tasas de crecimiento muy superiores a las de
cualquier siglo previo. Por ello, la evolución del PIB per cápita mundial
sigue una tendencia exponencial en el muy largo plazo: apenas hubo
crecimiento durante la mayor parte de la historia y, en los últimos dos
siglos, se ha producido un crecimiento espectacular.
7
mejores economistas británicos de aquel periodo (como Adam Smith,
David Ricardo o Robert Malthus) no fueran conscientes de estar viviendo
una ruptura histórica.7
8
en esta última fecha, también era patente que el crecimiento económico
marchaba mucho más despacio en un amplio cinturón de países que
podríamos llamar la periferia europea.10
Europa oriental 99
Hungría 139
Rusia 99
PIE 348
Estados Unidos 351
Asia 45
China 37
India 45
Japón 92
Imperio otomano 45
África 39
Egipto 48
10
Berend y Ránki (1982).
9
crecimiento económico avanzaba con lentitud y se abría una brecha cada
vez mayor entre sus niveles de ingreso per cápita y los niveles de los países
noroccidentales. Aunque puede parecer paradójico, estas economías
estaban progresando (porque el ingreso per cápita crecía) y, al mismo
tiempo, estaban quedándose atrasadas (porque aumentaba la distancia que
separaba su ingreso per cápita del ingreso per cápita de los países
noroccidentales).
10
crecimiento económico continuaba siendo muy bajo y, como consecuencia
de ello, la amplia mayoría de la población continuaba atrapada en niveles
de vida muy bajos, frecuentemente próximos a la subsistencia. En China,
en la India, en el Imperio otomano, en África…, encontramos culturas,
religiones y sistemas de gobierno muy diferentes entre sí. Pero, en todos los
casos, encontramos un rasgo económico común: bajos niveles de ingreso.
A comienzos del siglo XX, la distancia económica que separaba a Asia
(dejando a un lado Japón) y África del mundo desarrollado había crecido
sustancialmente. Es probable que un habitante asiático o africano medio
dispusiera de un ingreso del orden de diez veces inferior al de un habitante
europeo medio. Estaba formándose lo que, a partir de mediados del siglo
XX, comenzaría a llamarse “subdesarrollo” o “Tercer Mundo”. (Aún hoy
día, las principales bolsas de pobreza del mundo se encuentran en el sur de
Asia y en África.)
La brecha entre mundo rico y mundo pobre era ya muy clara a comienzos
del siglo XX, pero, ¿cuándo empezó a abrirse? En el caso de África, todo el
mundo está de acuerdo en que la brecha comenzó a abrirse muy pronto,
mucho antes del siglo XIX. Todo el mundo está dispuesto a aceptar que, en
torno al año (pongamos) 1400, el nivel de desarrollo de las sociedades
africanas era muy bajo, incluso comparado con el nivel de las todavía
preindustriales economías europeas.11 (Se llega a esta conclusión
examinando las carencias tecnológicas y la escasa complejidad
organizativa de estas sociedades africanas.) En el caso de Asia, sin
embargo, los historiadores no se ponen de acuerdo acerca del momento en
el que empezó a abrirse la brecha entre una Europa que caminaba hacia el
crecimiento moderno y una Asia que se quedaba atrasada. Los historiadores
se refieren a esta cuestión como la cuestión de “la gran divergencia”, y la
plantean especialmente en términos de una comparación entre Europa y
China.
El punto de partida del debate está claro: nadie discute que, hasta
aproximadamente el año 1000, la economía china estaba ligeramente por
delante de la Europa, tanto en términos tecnológicos como de niveles de
vida de la población. Y nadie discute tampoco que, a la altura de 1900,
China, que no había tenido una revolución industrial al estilo europeo,
estaba claramente por detrás. La discusión se centra en precisar cuál fue el
momento intermedio en el que se inició la gran divergencia (Cuadro 1.3).
11
Wolf (2005).
11
Cuadro 1.3. Estimaciones sobre el PIB per cápita de Europa y China
(números índice, Inglaterra en 1800/1820 = 100)
Fuente: Maddison (2002: 240, 260, 263), Van Zanden (2005: 27, 32-33).
12
Maddison (2002).
13
Jones (1994).
14
Van Zanden (2005).
12
tecnológicas o los niveles de vida de la población han llevado igualmente a
otros historiadores a opinar que la brecha que separaba a China de Europa a
la altura de 1750 era pequeña, y que fue la revolución industrial europea
(junto con la ausencia de una revolución industrial en China) lo que creó la
gran divergencia. De acuerdo con esta hipótesis, las economías
preindustriales de Europa y China tenían más similitudes que diferencias,
por lo que sus resultados fueron básicamente similares (es decir, bastante
pobres en ambos casos). 15
Aunque el PIB per cápita ofrece información relevante para valorar el nivel
de desarrollo económico de los países, así como su progreso a lo largo del
tiempo, hace ya muchas décadas que los libros de texto explican que el
crecimiento económico (la tasa de crecimiento medio anual del PIB per
cápita) no es equivalente al proceso de desarrollo económico. El
crecimiento económico es uno de los componentes que forman parte de
dicho proceso, pero no es el único. Generalmente, los economistas han
argumentado que el desarrollo es algo más complejo que el crecimiento
porque implica también la presencia de cambios estructurales en las
economías y sociedades afectadas.16
15
Pomeranz (2000).
16
Kuznets (1973).
13
transportistas, pequeños comerciantes).17 Es llamativo apreciar que, con
independencia de la gran diversidad de sistemas políticos, condiciones
climatológicas o reglas culturales y religiosas, todas las economías
preindustriales compartían este rasgo.
14
(abonos químicos, maquinaria agraria) y el cambio institucional
(implantación del liberalismo político y económico en Europa)
favorecieron aumentos sustanciales de la productividad agraria a lo largo
del siglo XIX. Una cantidad decreciente de agricultores podía ahora
hacerse cargo de producir la cantidad de alimentos necesaria, liberándose
mano de obra para su empleo en los otros sectores de la economía.
Además, por el lado de la demanda, el aumento del ingreso per cápita
asociado al crecimiento moderno permitía a los individuos destinar
proporciones crecientes de dicho ingreso a gastos diferentes de los
alimenticios. Esto abrió posibilidades de crecimiento a los sectores no
agrarios y, por tanto, favoreció la creación de empleo en dichos sectores y
la transferencia de población activa hacia las ciudades.
15
estaba viviendo un proceso de urbanización (que culminaría a lo largo del
siglo XX) y China, por el contrario, estaba quedándose rezagada y
mantenía niveles de urbanización básicamente similares a los de siglos
atrás.
Implicaciones
16
algunos especialistas no han dudado en considerar a la economía holandesa
del siglo XVII como la “primera economía moderna”: su ingreso medio per
cápita creció de manera lenta pero sostenida y se produjeron cambios
estructurales como la urbanización y el declive de la agricultura dentro de
la estructura ocupacional.19 No se trataba de una revolución industrial, pero
sí de los inicios del desarrollo económico.
Holanda Inglaterra
19
De Vries y Van der Woude (1997).
20
Wrigley (1991).
21
Ogilvie y Cerman (eds.) (1996).
17
por fábricas), que empleaban tecnología tradicional (no innovaciones
tecnológicas revolucionarias) y se localizaban en zonas rurales (no en
ciudades). En muchos casos, los campesinos europeos compatibilizaban su
trabajo agrario con el desempeño de tareas protoindustriales (por ejemplo,
transformando en sus propias casas materias primas que les proporcionaban
regularmente comerciantes-empresarios). Esto quiere decir que el cambio
ocupacional registrado por la economía europea entre 1600 y 1800 fue
mayor de lo que sugieren las cifras que se limitan a asignar cada trabajador
a un solo sector: los campesinos contabilizan como población agraria en las
estadísticas, pero una parte cada vez mayor de su jornada laboral tenía que
ver con el sector secundario. En otros términos: si midiéramos la estructura
ocupacional en términos de horas de trabajo dedicadas a cada sector (en
lugar de medirlo en términos de personas empleadas en cada sector),
encontraríamos que numerosas regiones europeas (y no sólo Holanda y
Gran Bretaña) ya experimentaron cierto cambio ocupacional entre 1600 y
1800.22 No tenemos datos fiables para realizar esta medición, pero parece
una conjetura plausible que, en cierto sentido, el cambio ocupacional
comenzara en Europa con anterioridad a la revolución industrial.
Hasta ahora nos hemos guiado por tres indicadores para evaluar el
desarrollo económico de los países: el PIB per cápita, el porcentaje de
población activa empleada en la agricultura, y la tasa de urbanización.
Durante mucho tiempo, este tipo de indicadores fueron considerados
fiables para evaluar los progresos y/o los problemas de las economías en
vías de desarrollo y, por extensión, para evaluar la historia económica de
los países actualmente desarrollados. Sin embargo, desde hace algún
tiempo, un número creciente de investigadores está preocupado por el
hecho de que estas variables puedan engañarnos. ¿Podría ser que la calidad
de vida de la población de un país no aumentara a pesar de que el PIB per
cápita (o el ingreso medio per cápita) de dicho país sí lo hiciera? ¿Podría
ser que un aumento del empleo no agrario o un avance del proceso de
urbanización no desembocaran en verdadero desarrollo económico de los
países?
22
Jones (1997). En parte por ello, este historiador económico no duda en
calificar de decadentes las líneas de investigación basadas en el concepto de “revolución
industrial”.
18
El economista indio Amartya Sen (n. 1933), Premio Nobel de
Economía en 1998, sostiene que debemos evaluar el desarrollo económico
con la ayuda de variables que midan de manera directa el progreso en la
calidad de vida de las personas.23 El crecimiento económico, medido a
través del aumento del PIB per cápita, no mide dicho progreso de manera
directa, ya que los ingresos son solamente un medio para obtener el fin
último: bienestar, calidad de vida. Disponer de ingresos elevados permite a
las personas adquirir una gran cantidad de bienes y servicios en el mercado,
lo cual puede liberarlas de penurias (por ejemplo, del hambre) y aumentar
su calidad de vida. Pero la calidad de vida de las personas no sólo depende
de su nivel de ingresos: también depende de su salud, de su nivel educativo
y, más ampliamente, de las capacidades y libertades adquiridas por las
personas. Y a su vez, cada uno de estos componentes de la calidad de vida
puede distribuirse muy desigualmente entre la población, por lo que sería
preciso prestar atención a lo que ocurre con los ingresos, la salud, la
educación y las capacidades de los distintos grupos sociales. (Por ejemplo,
¿realmente podríamos decir que está desarrollándose un país en el que
aumenta la esperanza de vida media de la población, pero desciende la
esperanza de vida de un determinado grupo social o etnia?) En suma, Sen
propone que nos fijemos en lo que hoy día Naciones Unidas llama
“desarrollo humano”, que es un concepto más amplio y más inclusivo que
el simple crecimiento económico.
23
Sen (2000).
19
estima que, en las sociedades preindustriales, uno de cada tres o cuatro
bebés moría antes de cumplir su primer año de vida, lo cual las situaba por
detrás de lo que hoy es común incluso en los países subdesarrollados.24
Este elevado riesgo de mortalidad hacía que la esperanza de vida fuera muy
corta y apenas progresara a lo largo del periodo preindustrial. La esperanza
de vida de las sociedades preindustriales se mantuvo en un arco en torno a
24-35 años durante la mayor parte del tiempo. Incluso una de las
sociedades preindustriales más avanzadas, la europea, presentaba una
esperanza de vida en torno a 33 años en una fecha tan tardía como finales
del siglo XVIII.25 (De nuevo, este registro es mucho peor que el que
presentan en la actualidad incluso los países subdesarrollados; véase el
Cuadro 1.7) El panorama educativo y cultural no era mucho mejor: el
analfabetismo estaba ampliamente extendido, la mayor parte de los niños
no iban a la escuela y el nivel cultural de las poblaciones era muy bajo.26 A
lo largo de su vida, las personas lograban desarrollar en escasa medida
nuevas capacidades y habilidades que les permitieran prosperar económica
y personalmente.
24
Bairoch (1997) estima que la tasa de mortalidad infantil de las sociedades
preindustriales era cuatro veces superior a la tasa de mortalidad infantil de los países
subdesarrollados del presente.
25
Bairoch (1997).
26
Un dato interesante para ilustrar el escaso nivel cultural de la mayor parte de
la población es que, aún en una fecha tan tardía como 1700, probablemente no había en
el mundo más de veinte periódicos diarios (Bairoch 1997).
20
Cuadro 1.7. Esperanza de vida al nacer (número de años)
Inglaterra 40 50 77
España 28 35 78
Rusia 28 32 67
Estados Unidos 39 47 77
Brasil 27 36 67
China 24 71
India 21 24 60
Japón 34 44 81
África (media) 23 24 66
21
noroccidental, las familias rurales tendieron a acceder a una gama más
amplia de bienes de consumo. Y, lo que es más importante, ello fue posible
gracias a que las familias tendieron a intensificar su esfuerzo laboral
(trabajando durante un mayor número de horas al año o durante un mayor
número de días al año) a través de la puesta en práctica de estrategias de
pluriactividad mediante las cuales los distintos miembros de la unidad
familiar se empleaban en una variada gama de actividades temporales. (La
participación de los campesinos en los procesos de protoindustrialización
que tuvieron lugar en este periodo sería un buen ejemplo de ello.)
27
De Vries (1994).
22
del crecimiento moderno y el crecimiento del ingreso medio por persona
apenas se trasmitieron a la calidad de vida de los trabajadores.28
Fuente: Crafts (1997: 623). El dato sobre estatura se refiere a la estatura de los reclutas
alistados en el ejército con 20-23 años de edad y que nacieron en el año
correspondiente.
28
Escudero (2002).
23
crecientes niveles de contaminación. Así, a comienzos del siglo XX, la
esperanza de vida en el Reino Unido se situaba en torno a los 50 años, un
registro peor que el de los países subdesarrollados de la actualidad.
29
Escudero y Simón (2003).
24
Capítulo 2
EL CAMBIO DEMOGRÁFICO
25
El sistema demográfico preindustrial
30
Esto sitúa a la Europa preindustrial por detrás incluso de los países
subdesarrollados del presente, cuya tasa se situaba en torno al 73 por mil a finales del
siglo XX (Bairoch 1997).
31
Bairoch (1997).
26
¿Por qué moría tanta gente?
Los especialistas sostienen que existen tres motivos por los que el riesgo de
mortalidad era tan elevado en las sociedades preindustriales: las
limitaciones del sector agrario, las malas condiciones sanitarias e
higiénicas, y el bajo nivel educativo de la población.
32
Kriedte (1994).
27
Robert Malthus y ha sido propuesto por muchos historiadores de la
población europea preindustrial.33 Sin embargo, el modelo simplemente
describe una de las posibles secuencias de acontecimientos en la sociedad
preindustrial. El propio Malthus ya advirtió que, junto con la terrible vía de
ajuste que suponía el aumento de la mortalidad, la sociedad podía
anticiparse al problema y establecer mecanismos preventivos para evitar un
crecimiento excesivo de la población.34 Y, en efecto, como han encontrado
muchos especialistas, numerosas comunidades regulaban el crecimiento de
la población a través de la edad de acceso al matrimonio: en situaciones de
presión demográfica elevada, las reglas y costumbres sociales podían
retrasar la edad de contracción de matrimonio y, por esa vía, reducir el
número de hijos que tenían los matrimonios (al reducir el número de años
durante los cuales podía tener lugar la procreación).35
33
En su Ensayo sobre el principio de la población, publicado por primera vez en
1798, Malthus (1988) planteó este modelo en el marco de una argumentación más
general, según la cual (y en contra de la opinión ilustrada convencional) no era posible
una mejora sostenida de los niveles de vida de la población.
34
La argumentación de Malthus fue haciéndose más compleja en las ediciones
posteriores de su Ensayo (por ejemplo, Malthus 1990).
35
Wrigley (1985).
36
Boserup (1967).
28
mortalidad que queremos explicar consistía en bebés y niños que fallecían
durante sus primeros meses o años de vida. Pero, si nos centramos en el
caso de los bebés, encontramos que, en su caso, los problemas del sector
agrario no pueden ser esgrimidos como causa de su elevada mortalidad.
Los bebés se alimentaban de la leche de sus madres, por lo que, durante los
primeros meses de vida, se encontraban protegidos de las crisis de
subsistencias que afectaban a los jóvenes, adultos y ancianos. ¿Por qué,
entonces, morían tantos bebés?
37
Livi-Bacci (1988).
29
¿Por qué nacían tantos niños?
30
en su pubertad y primera vida adulta, los hijos podían aumentar los
recursos económicos del hogar familiar al comenzar a desarrollar trabajos
remunerados y contribuir con su salario al sostenimiento de la unidad
familiar. (Los hijos, por ejemplo, podían emplearse como jornaleros o
como pastores; las hijas, en el servicio doméstico de familias pudientes.)
El resultado de todo ello fue que las tasas de natalidad (el número de
nacimientos por cada mil habitantes) se mantuvieran muy elevadas, en
torno a 35-40 por mil, y que las poblaciones preindustriales europeas
desarrollaran sus vidas en el marco de un sistema demográfico de alta
presión, en el que tanto la mortalidad como la natalidad eran muy altas. Y
esto, además de implicar una baja esperanza de vida que puede tomarse
directamente como indicador de escaso desarrollo humano, también ejercía
una influencia negativa sobre el desarrollo a través de sus efectos sobre el
crecimiento económico.
38
Reher (1988), por ejemplo, estudia estas transferencias intergeneracionales en
el caso de las zonas rurales de la provincia española de Cuenca.
31
preindustriales dificultaba la consecución de economías de escala y, según
algunos investigadores, también obstaculizaba la innovación tecnológica.39
32
mismo (a través de variables como la esperanza de vida) en una de las
mejores pruebas de las graves carencias de las sociedades preindustriales
en materia de desarrollo humano. La presencia de este tipo de círculo
vicioso contribuye a explicar por qué el mundo preindustrial se mantuvo en
pie durante la mayor parte de la historia de la humanidad, viéndose todas
las sociedades incapaces de salir de él hasta fechas relativamente recientes.
La transición demográfica
40
Este apartado está basado en Livi-Bacci (1988; 1990), Wrigley (1985),
Cipolla (2000) y Bairoch (1997).
33
Avances en la lucha contra la mortalidad
34
El siglo XIX también presenció importantes cambios en los otros dos
determinantes de la mortalidad. Las condiciones higiénicas y sanitarias
experimentaron una notable mejoría. El avance de la ciencia hizo posible
disponer de vacunas para enfermedades hasta entonces mortales. Además,
las condiciones sanitarias de las viviendas tendieron a mejorar.
Especialmente a partir de mediados del siglo XIX, las viviendas urbanas
pasaron a ser más salubres e higiénicas, lo cual redundó en una mejor salud
de las familias de clase obrera. Las propias administraciones públicas
(desde el Estado hasta los ayuntamientos) contribuyeron a esta mejora del
entorno sanitario al aumentar su volumen de inversión en infraestructuras
que, como el alcantarillado, resultaron decisivas para reducir los problemas
ambientales de la vida urbana.
35
método anticonceptivo más utilizado a finales del siglo XIX), era precisa
una cierta adaptación cultural. Por ello, la natalidad comenzó a caer con
varias décadas de retraso (aproximadamente, el lapso de una generación)
con respecto a la mortalidad infantil. Para el conjunto de Europa, es
probable que la tasa de natalidad se mantuviera relativamente estable hasta
bien entrado el siglo XIX (quizá hasta 1870-1890), cuando por primera vez
en la historia de la humanidad comenzó a registrarse una bajada
significativa de la misma (de 32 por mil en 1871-80 a 25 por mil en 1913).
36
escasos. Además, el proceso de urbanización requería importantes
inversiones en infraestructuras y equipamientos urbanos, con objeto de
mantener niveles de vida dignos para la población urbana. La experiencia
de numerosos países asiáticos, latinoamericanos y africanos en las décadas
posteriores a la Segunda Guerra Mundial sugiere que un crecimiento
demográfico excesivamente acelerado puede volverse perjudicial para el
desarrollo económico de los países. Da la impresión de que el caso de los
países occidentales durante el siglo XIX se situó a medio camino entre dos
situaciones igualmente obstaculizadoras del desarrollo: por un lado, el
escenario preindustrial de poblaciones pequeñas y escaso aprovechamiento
de economías de escala; por el otro, el escenario tercermundista de
crecimientos demográficos tan acelerados que contribuyen a generar
marginalidad social tanto en el campo como en la ciudad. Al situar a los
países en un punto intermedio entre estos dos escenarios igualmente
peligrosos, la transición demográfica contribuyó a impulsar el desarrollo.
37
Capítulo 3
INNOVACIÓN TECNOLÓGICA
41
Mokyr (1993).
38
de energía puede realizarse a través de distintos tipos de convertidores
energéticos. La base energética, entendida como el conjunto formado por
las fuentes de energía y los convertidores, establece entonces un límite
máximo a la capacidad productiva de la economía.
42
La mayor parte de este apartado está basado en Wrigley (1991; 1996; 2004).
39
economía preindustrial: estaba presente en todo tipo de construcciones (por
ejemplo, en la mayor parte de edificios) y herramientas (por ejemplo, la
mayor parte de herramientas agrícolas) y, además, podía convertirse en una
fuente de energía a través de procesos de combustión. Ésta última era
también la función que desempeñaba el carbón vegetal.
40
energía, como la cría de animales, resultaban aún más ineficientes desde el
punto de vista de la conversión energética. Las otras fuentes de energía
orgánicas, como la madera, la energía hidráulica y la energía eólica,
también se caracterizaban por proporcionar cantidades de energía bastante
pequeñas.
41
continuación del crecimiento en uno de los sectores sólo pudiera ser posible
a costa de reasignar energía en contra de otro de los sectores.
42
principio, fases en las que las empresas manufactureras podrían esperar
tener una demanda expansiva), la necesidad de aumentar la producción de
alimentos podía chocar con los deseos de las empresas manufactureras de
obtener materias primas de origen agrario. En el caso de la manufactura
textil, por ejemplo, el cultivo del lino y la obtención de lana (que requería
la reserva de superficies para la alimentación de las ovejas) podían
competir por el uso del suelo con los cultivos para la alimentación humana.
Era difícil, en estas condiciones, sostener a lo largo del tiempo un
crecimiento de todos los sectores de la economía, ya que terminaba
desatándose una competencia entre ellos por el acceso a recursos escasos,
en último término recursos energéticos escasos.
43
Mokyr (1993), Cipolla (2002).
43
También fuera de la agricultura hubo cambio tecnológico: se
mejoraron el diseño y las prestaciones de los molinos de agua y los molinos
de viento, y, muy especialmente, el sector del transporte marítimo alcanzó
un renovado dinamismo a partir del siglo XV, sobre la base del progreso
realizado por los europeos en el campo de las técnicas de navegación y la
construcción de barcos. (Este progreso, de hecho, permitió a los europeos
emprender una expansión colonialista por el resto de continentes.)
44
Mokyr (1993), Cameron y Neal (2005) y Bairoch (1997) proporcionan buenas
panorámicas sobre el cambio tecnológico en este periodo.
44
el crecimiento asintótico, expuesto a límites próximos, se pasó a un mundo
de crecimiento exponencial, en el que el aumento sostenido del ingreso per
cápita se convirtió en algo cotidiano.
45
Wrigley (1996; 2004).
45
émbolo que, convenientemente conectado a través de ejes, servía de base
para el movimiento de máquinas industriales. Lo mismo podía utilizarse
para agilizar el trabajo en las minas de carbón que para accionar telares en
fábricas textiles (o, como luego ocurriría, para alimentar el movimiento de
una innovación revolucionaria: el ferrocarril).
46
producciones antes de que la tecnología del transporte asegurara un
abastecimiento barato y regular del resto de mercancías?).
47
(gente como Watt, cuyos conocimientos técnicos eran rudimentarios y cuyo
método consistía en un proceso iterativo de ensayo y error) y pasó a serlo el
departamento de investigación de la gran empresa, compuesto por
científicos y técnicos exclusivamente dedicados a esta tarea después de
haber pasado un número elevado de años en el sistema educativo. (Todo
esto fue unido a otros cambios paralelos e interrelacionados, como el
ascenso de la gran empresa multifuncional en detrimento de la fábrica
propia de la primera revolución industrial y la pérdida del liderazgo
industrial inglés a manos de Estados Unidos.)
48
(liberando trabajadores de la agricultura para su empleo en otros sectores) y
alimentos para dicha mano de obra. Durante prácticamente un siglo, las
economías europeas debieron buscar soluciones smithianas a estos
problemas: en el plano doméstico, hacer lo posible por aumentar la
eficiencia de su agricultura orgánica (por el camino de la “revolución
agrícola” iniciada en el siglo XVII por Holanda e Inglaterra); en el plano
exterior, abrir sus puertas a la importación de productos agrarios de países
en los que (como en Estados Unidos, Canadá o el Cono Sur
latinoamericano) la tierra era abundante (solución practicada en Gran
Bretaña, pero difícilmente trasplantable a países europeos menos
industrializados y por tanto con más población empleada en la agricultura).
A partir de ahora, en cambio, la tensión entre crecimiento industrial y
crecimiento agrario podía empezar a resolverse también por una vía más
schumpeteriana, gracias a la aparición del nuevo racimo de innovaciones
tecnológicas en la agricultura.
49
A su vez, que los empresarios británicos hicieran frente al desafío de
manera tan activa tuvo que ver con la presencia desde el siglo XVII de un
marco institucional caracterizado por el protagonismo del mercado como
mecanismo de coordinación de las decisiones económicas y, por tanto, una
estructura de incentivos favorable a la asunción de riesgos empresariales y
la adopción de comportamientos innovadores. Y, a partir de 1870, parece
claro que las sociedades occidentales no sólo disponían de una estructura
de incentivos favorable a la innovación, sino que también contaban con
mecanismos para canalizar recursos hacia la acumulación de capital
humano y la innovación tecnológica: así era dentro de unas familias
embarcadas en la transición demográfica que veían caer la tasa de
dependencia, y así era (sobre todo) en las grandes empresas industriales
que lideraban la economía de los países más dinámicos (como Estados
Unidos y Alemania). Así, con los incentivos proporcionados por una
economía de mercado, la innovación tecnológica se erigió como palanca de
la riqueza.
50
Capítulo 4
EL MARCO INSTITUCIONAL
47
North (1994).
51
y religiosos diferenciaban notablemente a las civilizaciones y sociedades
preindustriales. Por ejemplo, la Europa feudal era muy distinta del Imperio
chino, y ambas eran a su vez muy distintas de las sociedades de cazadores y
recolectores que poblaban numerosos rincones de América y África. Sin
embargo, desde el punto de vista económico existía un rasgo común a todas
las sociedades preindustriales: su marco institucional era muy poco
favorecedor del desarrollo.
El feudalismo europeo
52
metálico (algo así como el pago de un alquiler), pero, en los inicios del
feudalismo, se realizaba más frecuentemente en especie (entregando al
señor feudal una fracción, por ejemplo el 50 por ciento, de la cosecha
recogida) o en trabajo (trabajando gratuitamente en tierras cuya producción
pertenecía exclusivamente al señor feudal). El feudalismo implicaba, así,
una gran transferencia de recursos económicos (productos agrarios, trabajo
o dinero) desde los campesinos hacia los señores feudales. Se trataba de un
sistema muy desigual en el que, sin embargo, los señores feudales
garantizaban a los campesinos protección personal frente a los frecuentes
conflictos bélicos internos e invasiones exteriores que marcaron la
turbulenta historia de la Europa posterior a la caída del Imperio romano.48
48
Dabat (1994), Wolf (2005), Kriedte (1994).
49
Como señaló Adam Smith (2001) en La riqueza de las naciones, “No
esperamos comer gracias a la benevolencia del carnicero, del cervecero, o del panadero,
sino a la consideración de su propio interés. No nos dirigimos a su humanidad sino a su
egoísmo, y nunca les hablamos de nuestras necesidades sino de su provecho”.
53
atractivo. Así, en muchas regiones de Europa, tan sólo después de
conseguir una autorización señorial podía el campesino abandonar el
señorío y buscar mejor fortuna en algún empleo urbano. La primacía de
relaciones de servidumbre impedía, de este modo, la constitución de
mercados laborales libres. Tampoco había un mercado libre para la tierra.
Una amplia fracción de la superficie cultivada europea se mantenía
apartada del mercado a través de diversas regulaciones que impedían su
compraventa. Se trataba de tierras amortizadas o vinculadas, que no podían
ser vendidas por sus propietarios (generalmente, familias pertenecientes a
la nobleza u órdenes religiosas). También la organización del proceso
productivo se encontraba sujeta a numerosas normativas que establecían lo
que los individuos podían y no podían hacer. En los señoríos, diversas
regulaciones garantizaban derechos de uso de carácter comunitario sobre
las tierras. Los campesinos sencillamente no podían disponer plenamente
de las tierras que cultivaban, ya que debían respetar ciertos derechos que la
regulación reconocía a sus vecinos sobre tales tierras (por ejemplo, el
derecho a introducir en ellas su ganado, con objeto de que pastara, una vez
recogida la cosecha).50
50
Bloch (1978).
54
la Edad Media y con el inicio de la Edad Moderna, aproximadamente en
torno a los siglos XV y XVI. En realidad, el tramo final del periodo
preindustrial, entre aproximadamente 1400 y 1750, vino marcado por la
paulatina consolidación de estructuras estatales cada vez más fuertes, cada
vez más parecidas a un Estado moderno en cuanto a la variedad y amplitud
de sus funciones económicas y administrativas.
51
Knotter (2001).
55
podía producir (impidiendo la producción de ciertos tipos de artículo),
cómo se podía producir (pudiendo bloquear la introducción de
innovaciones tecnológicas) y quién podía producirlo (estableciendo
barreras de entrada al gremio, en un contexto en el que no era posible, por
otro lado, ejercer la profesión fuera del mismo).52 Por otro lado, los
principales mercados de la economía preindustrial se encontraban
fuertemente intervenidos. En el caso del mercado del cereal (sin duda el
mercado más importante, dado el elevado peso de los cereales en la
alimentación de los europeos y dado el elevado peso de la alimentación
dentro de los gastos totales de las familias preindustriales europeas), los
gobiernos, preocupados por el hecho de que una oferta agraria escasa
pudiera conducir a precios demasiado elevados (con los consiguientes
problemas para comprar alimentos por parte de la mayor parte de familias),
acostumbraban a prohibir la realización de transacciones por encima de
determinados precios.
52
Valdaliso y López (2000).
53
Jones (1994).
56
Los imperios asiáticos eran estructuras políticas altamente
centralizadas y, en muchos sentidos, diferentes a las europeas. En la
cúspide de la pirámide social se encontraban el emperador y su corte. La
administración de territorios tan amplios requería la conformación de un
importante cuerpo burocrático. En China, por ejemplo, este cuerpo era el
cuerpo de los mandarines, al que se accedía después de un examen (en
contraste con la práctica de la venta de cargos que era habitual en Europa).
Desde su posición como mandarines, los burócratas chinos formaban parte
de la elite social y económica del Imperio: no sólo por el importante papel
que desempeñaban en el funcionamiento de la política económica (con
importantes consecuencias prácticas en campos, por ejemplo, como el de
las inversiones públicas en obras de regadío para los agricultores), sino
también por el modo en que distintos privilegios (por ejemplo, fiscales) les
permitían normalmente acaparar una importante cantidad de tierras. Así,
mientras que las elites europeas estaban bastante desperdigadas en el
espacio (primero, los señores feudales; más adelantes, los comerciantes y
gobernantes de los estados), las elites chinas estaban bastante centralizadas
en torno al poder imperial.
54
Wolf (2005), Maddison (1974).
57
junto a una vida agraria altamente regulada fue surgiendo un sector urbano
de comerciantes y artesanos. Sin embargo, también este sector estaba
expuesto a numerosas regulaciones y obstáculos al libre funcionamiento de
los mercados.
58
limitado como consecuencia de sus carencias tecnológicas (en especial, en
su base energética), la mayor parte de estas economías operaron durante la
mayor parte del tiempo por debajo de dicho potencial como consecuencia
de un marco institucional que asignaba los recursos de manera ineficiente
al no otorgar suficiente protagonismo al mercado. La experiencia de
Holanda o Inglaterra en el siglo XVII parece sugerir, de hecho, que era
posible conformar “economías orgánicas avanzadas” (es decir, economías
relativamente dinámicas para tratarse de economías de base orgánica) si se
realizaban reformas institucionales que implantaran una economía de
mercado.56 En otras palabras, que era posible un cierto crecimiento
smithiano incluso dentro de las restricciones tecnológicas propias del
periodo.
56
Wrigley (2004), North y Thomas (1978), Jones (1994).
59
coordinación económica diferentes del mercado, sino que aquellas áreas en
las que predominaba el mercado se caracterizaban por la inseguridad
jurídica de los empresarios, en particular la inseguridad al respecto de sus
derechos de propiedad. Con mucha frecuencia, los empresarios implicados
en los sectores no agrarios (especialmente, en el comercio a larga distancia
y la banca) podían ser capaces de amasar grandes fortunas, pero se veían
expuestos a actos arbitrarios por parte de los gobiernos que desembocaban
en una disminución de sus ingresos, cuando no directamente en
expropiación. Estos actos arbitrarios desincentivaban la investigación y la
innovación tecnológica (y, por tanto, iban en contra del crecimiento
económico), ya que creaban incertidumbre al respecto de hasta qué punto
un empresario innovador podía ser capaz de retener para sí los beneficios
derivados de su innovación.
La aceleración del desarrollo a lo largo del siglo XIX tuvo mucho que ver
con la formación por todo el mundo occidental de sociedades de mercado,
es decir, sociedades en las cuales el mercado constituía el mecanismo
57
North y Thomas (1978), Jones (1994).
60
principal de coordinación de las decisiones económicas.58 Esto supuso un
cambio decisivo con respecto al “antiguo régimen”, en el que existían
mercados pero estos se encontraban ampliamente subordinados a otros
mecanismos de coordinación basados en la organización y la regulación. El
siglo XIX largo fue el momento clave en esta transición, pero vino
precedido por un largo prólogo: el modo en que, durante los siglos previos,
la economía de mercado había ido creciendo dentro de la estructura del
antiguo régimen europeo.
58
Polanyi (2003).
59
Este apartado está ampliamente basado en Jones (1994).
61
A su vez, el ascenso de los Estados también contribuyó al ascenso de
los mercados. El paulatino fortalecimiento de los Estados permitió a estos
mejorar las condiciones en las que tenían lugar las transacciones
económicas a través de la oferta de bienes públicos. Esto tuvo lugar sobre
todo en los Estados de la zona noroccidental del continente durante la Edad
Moderna y, aunque no alcanzó ni mucho menos la magnitud que hoy
alcanza la provisión de bienes públicos por parte del Estado (a través de sus
inversiones en infraestructura o sus servicios de educación y sanidad), sí
contribuyó a mejorar los resultados económicos de la parte final del
periodo preindustrial. Los bienes públicos ofertados por los Estados
europeos fueron básicamente de dos tipos. Por un lado, bienes públicos de
carácter material: pequeñas infraestructuras (caminos, faros), servicios
públicos básicos (limpieza, pavimentado, alumbrado de las calles),
acciones para el control de las catástrofes naturales (cuarentenas para frenar
epidemias, cordones sanitarios para el desplazamiento de ganado infectado,
compensaciones a ganaderos por el sacrificio de rebaños infectados). Por el
otro, bienes públicos intangibles pero no menos decisivos, en particular el
aumento de la seguridad jurídica de los participantes en transacciones
económicas (mayores garantías de cumplimiento de contratos, menor
frecuencia de los actos estatales arbitrarios). Gracias a la oferta de estos
bienes públicos por parte de los Estados europeos occidentales, la
incipiente economía de mercado funcionó mejor de lo que lo habría hecho
en ausencia de intervención estatal.
62
periodo preindustrial habría creado las condiciones para el posterior
desarrollo europeo.60
60
Jones (1994). La investigación de Pomeranz (2000), en cambio, sugiere que
China preindustrial no estaba más lejos de una economía de mercado que la Europa
preindustrial.
61
Llopis (2002).
62
Hobsbawm (2003) proporciona un tratamiento detallado del programa liberal
(no sólo en el plano económico) y su contexto histórico.
63
Bloch (1978).
63
individual debían ser garantizados por el Estado, que tendría que abstenerse
de cometer actos impositivos o confiscatorios de carácter arbitrario.
64
necesidad de establecer este tipo de alianzas condicionó el resultado final,
favoreciendo la persistencia (o creación ex novo) de excepciones a las
reglas liberales: derechos de propiedad que no se ajustaban al canon de
privacidad, individualidad y plenitud, mercados que no se encontraban
completamente liberalizados, áreas de la vida económica que permanecían
sin mercantilizar… Pero, a pesar de estas excepciones (que en realidad
también existen en todas las economías de mercado del presente), por toda
Europa se consolidaron sociedades de mercado a lo largo del siglo XIX, en
buena medida como consecuencia de la onda expansiva desatada por la
revolución francesa de 1789. En realidad, Holanda e Inglaterra ya contaban
con sociedades de mercado desde mucho antes, probablemente desde el
siglo XVII (el homólogo inglés de la revolución francesa podría haber sido,
en ese sentido, la revolución “gloriosa” de 1688). Y Estados Unidos, cuya
Declaración de Independencia de 1776 y cuya Constitución de 1789
consagraban de manera explícita los principios liberales, también fue una
sociedad de mercado desde el inicio. Pero fue el triunfo de la revolución
francesa, unido a la posterior expansión territorial de Napoleón por el
continente, lo que puso en jaque a los antiguos regímenes de toda Europa.
En algunos casos, la formación de la sociedad de mercado fue un proceso
lento y tardío, que no culminó hasta mediados del siglo XIX (como en
España), hasta las últimas décadas de dicho siglo (como en el Imperio
austro-húngaro) o incluso hasta comienzos del siglo XX (como en la Rusia
zarista).
65
lugar las grandes innovaciones tecnológicas del siglo XIX largo en
ausencia de cambios institucionales previos que mejoraran la estructura de
incentivos? Probablemente no. De hecho, las innovaciones de la (primera)
revolución industrial podrían, desde el punto de vista de la disponibilidad
de conocimientos científicos, haber surgido bastante antes de lo que lo
hicieron. Parece que este stock de conocimiento científico sólo empezó a
traducirse en innovación tecnológica a partir del momento en que el marco
institucional recompensaba, vía derechos de propiedad y mercados libres, a
quienes adoptaran comportamientos emprendedores. Es por ello que
algunos historiadores consideran que el punto de inflexión clave para
comprender la revolución industrial británica (y el desarrollo moderno) no
se encuentra tanto a finales del siglo XVIII, con la introducción de la
máquina de vapor de Watt, como a finales del siglo XVII, cuando
Inglaterra se dotó de un marco institucional liberal que serviría de base a
todas las transformaciones posteriores.64
66
En esa misma década, Karl Marx y Friedrich Engels publicaban su
Manifiesto comunista y abrían la puerta a una idea que marcaría la historia
económica de buena parte de la población mundial durante el siglo XX: ya
que la sociedad de mercado genera desigualdad entre clases sociales, ¿por
qué no sustituirla por una sociedad socialista, sin clases? A partir de la
década de 1870, la presión popular se intensificó de la mano del aumento
del grado de sindicación obrera, la organización de Internacionales
socialistas y la aparición de partidos políticos de signo socialista. La idea
de que una sociedad podía organizarse exclusivamente a través de los
mercados (una idea que antes había aparecido como progresista en tanto en
cuanto debilitadora del antiguo régimen) comenzaba a ponerse en duda.
Desde la década de 1880 los gobiernos occidentales se dotaron de
mecanismos más ambiciosos de protección social (seguros para los
accidentes de trabajo y enfermedades, pensiones de vejez o invalidez).
Había nacido el embrión de otra de las ideas que marcaría el siglo XX: el
“Estado del bienestar” o la “economía social de mercado”, la idea de que la
sociedad de mercado debía protegerse a sí misma de los efectos perversos
que pudieran derivarse de un funcionamiento totalmente libre de los
mercados.67
67
Polanyi (2003). Hobsbawm (2003A; 2003B; 2003C) describe los principales
movimientos sociales del siglo XIX largo.
67
Capítulo 5
Hasta 1400
68
economías de los distintos continentes estaban prácticamente
desconectadas las unas de las otras, y ni siquiera había una integración
económica apreciable entre las regiones de un mismo país. En el caso
europeo, el Imperio romano estableció una importante red comercial entre
Roma y las regiones dominadas por ella, pero esta red se vino abajo con el
propio Imperio. La resultante época de conflictos bélicos dentro de Europa
e invasiones de pueblos externos a Europa creó unas condiciones poco
propicias para el mantenimiento del comercio internacional. La economía
europea pasó así a estar compuesta por un gran conjunto de pequeñas
unidades económicas locales básicamente autosuficientes. Algo similar
ocurría en el resto de economías preindustriales.
68
Una ilustración de esta ruta puede encontrarse en Wolf (2005).
69
Arrighi (1999).
69
India.70 Teniendo en cuenta que, a la altura de 1400, cualquiera de estas tres
grandes economías había pasado algún tiempo por delante de la oscura
Europa medieval en cuanto a nivel tecnológico y cultural, parece sensato
argumentar que probablemente la economía preindustrial europea habría
crecido aún más lentamente en caso de no haber podido beneficiarse de los
efectos dinámicos de estos contactos internacionales.
70
Cipolla (2002).
70
Las tentativas pioneras fueron protagonizadas por Portugal y España:
las expediciones portuguesas trazaron una ruta alternativa de comercio con
Asia, bordeando toda África con sus barcos, mientras que España descubrió
accidentalmente un nuevo continente (América) a través de una expedición
cuyo propósito declarado era trazar una segunda ruta alternativa para
comerciar con el Lejano Oriente. El sistema colonial portugués pasó a
incluir Brasil y distintas posesiones en África, la India e Indonesia,
mientras que el grueso de las posesiones españolas se concentraban en su
imperio americano (que abarcaba la mayor parte de lo que hoy es América
Latina). Más adelante se incorporaron otras potencias europeas, que
disputaron con éxito la hegemonía ibérica. Holanda formó un imperio
marítimo cuya posesión principal era Indonesia (arrebatada a Portugal) y
que también incluía algunas colonias en el Caribe. Los ingleses se
instalaron en la India, América del Norte y algunos puntos del Caribe y
África; al final del periodo preindustrial, incluso habían establecido ya
algunos enclaves en las alejadas tierras de Australia y Nueva Zelanda.
También Francia creó su propia red colonial, que incluía distintas
posesiones en la India, África y América del Norte.71
71
Wolf (2005), Dabat (1994).
71
consumidores europeos. No es de extrañar que, en estas circunstancias, los
historiadores hayan utilizado con frecuencia el término “capitalismo
comercial” (o “capitalismo mercantil”) para referirse a esta fase de la
historia económica europea (o incluso mundial).
72
por el final del “antiguo régimen” (como de hecho terminó ocurriendo en
Europa). La decisión de los Ming se vio favorecida por el hecho de que, en
aquel momento, los costes económicos del aislacionismo no parecían
importantes: el nivel tecnológico chino era similar al europeo (y superior al
de sus vecinos asiáticos) y China no parecía necesitar ningún producto
europeo (la balanza comercial con Europa venía siendo superavitaria desde
hacía siglos, dado que los productos chinos encontraban mucho más fácil
acomodo en el mercado europeo que a la inversa). De este modo, mientras
la rivalidad entre los Estados europeos llevaba a estos a la expansión
exterior, el enorme Imperio chino se replegaba hacia el interior. (También
Japón optó, por cierto, por una política aislacionista.) ¿Cómo hablar
entonces de una economía “global”?
Comercio internacional
72
Los párrafos siguientes están basados en Kenwood y Lougheed (1995) y, en
menor medida, Foreman-Peck (2000).
73
predominio de los países más desarrollados, los de Europa noroccidental y
los “nuevos países occidentales” de Norteamérica y Oceanía.
74
su mercado a las importaciones extranjeras. Esta decisión abrió un
intervalo, que cubrió aproximadamente el tercer cuarto del siglo XIX, en el
que la mayor parte de países optaron por el librecambio o, con mayor grado
de generalidad, suavizaron sus medidas proteccionistas. Incluso cuando, en
las décadas previas a la Primera Guerra Mundial, se produjo un nuevo giro
hacia el proteccionismo, algunos de los países que lideraron tal giro (como
Alemania) se encontraron entre los exportadores más dinámicos del
periodo.73
73
Bairoch (1993).
74
Bairoch (1993).
75
Migraciones e inversiones internacionales
76
caso de los inversores internacionales, su posición era, por supuesto, mucho
más acomodada, pero sus capitales seguían la misma motivación que los
emigrantes: buscar un mayor rendimiento económico. En países menos
industrializados, como era Estados Unidos en un primer momento, como
eran los latinoamericanos, como eran los de la periferia europea, la escasez
de capital hacía que determinadas inversiones (por ejemplo, en la
construcción de líneas férreas) pudieran ser más lucrativas que en países
más desarrollados en los que el mercado estaba ya relativamente saturado.
Algo similar ocurría con la explotación de recursos minerales estratégicos
(como el plomo español, por poner sólo un ejemplo), o con el préstamo de
capitales a gobiernos débiles de América Latina y Oriente Medio.
77
¿Contribuyeron el colonialismo y el imperialismo al desarrollo europeo?
78
distintos entre los diversos grupos de las sociedades metropolitanas: fueron
mucho más beneficiosos para los empresarios vinculados al comercio
colonial que para los contribuyentes o las familias pobres que nutrían los
ejércitos.
79
O’Rourke y Williamson (1999) consideran que la globalización fue una fuerza
de convergencia dentro de la economía atlántica.
79
tercer lugar, porque la globalización abrió la puerta a importaciones baratas
de productos alimenticios básicos, que dieron continuidad a la
especialización de Gran Bretaña en productos industriales. En efecto,
durante las décadas iniciales de la industrialización, la capacidad de
crecimiento del sector agrario se mantuvo por debajo de la capacidad de
crecimiento del sector industrial. Ello se debía a la menor tasa de
innovación tecnológica en la agricultura (aún basada en fuentes de energía
orgánicas, en contraste con la ruptura introducida por el carbón y la
máquina de vapor en la industria) y al paulatino agotamiento de la tierra
disponible en un país poblado desde muchos siglos atrás. La tensión
derivada de estas diferencias entre agricultura e industria era relevante, y
pudo ser suavizada gracias a las importaciones de productos agrarios
baratos procedentes de América y Oceanía, donde la tierra era abundante.
80
Capítulo 6
EUROPA NOROCCIDENTAL
80
Wrigley (2004).
81
como la economía más próspera de Europa (y del mundo), y las
reconstrucciones del PIB per cápita realizadas mucho tiempo después por
los historiadores económicos confirman esta intuición básica. Tan sólo
Inglaterra, armada con una revolución industrial, terminó desplazando a
Holanda de esta posición de privilegio.81
81
Van Zanden (2005: 27).
82
De Vries y Van der Woude (1997). Los datos sobre urbanización y cambio
ocupacional se han tomado de Maddison (2002: 95, 247).
83
La esperanza de vida inglesa en torno al periodo 1726/51 no superaba los 35
años, en buena medida como consecuencia de que la tasa de mortalidad infantil se
aproximaba al 200 por mil (Maddison 2002: 29).
84
De acuerdo con las estimaciones de Maddison (2002: 263), el PIB per cápita
inglés en torno a 1750 sería claramente inferior al que presentan en la actualidad China,
India y América Latina (y tan sólo ligeramente superior al de África).
85
De acuerdo con las estimaciones de Van Zanden (2005: 27), cabe suponer
que, en torno a 1750, el PIB per cápita inglés tan sólo era superado en Europa por
Holanda. La tasa de urbanización, por su parte, habría ascendido desde un insignificante
3 por ciento en 1500 a un 13 por ciento en 1700 (Maddison 2002: 247). Finalmente, en
esta última fecha, el peso de la población activa agraria había caído al 56 por ciento
(Maddison 2002: 95).
82
más importante, la economía inglesa había entrado en una dinámica
positiva que continuaría alimentando el crecimiento económico inglés
durante el inicio de la era industrial.
83
población disfrutaba de un importante grado de movilidad geográfica y
sectorial. Al final del periodo preindustrial, Inglaterra era, junto con
Holanda, la economía europea que en mayor medida confiaba en el
mercado como mecanismo de coordinación de las decisiones económicas.86
Progreso agrario
86
North y Thomas (1978).
84
grupos desfavorecidos). Pero, a nivel macroeconómico, el progreso agrario
fue indudablemente positivo para las economías holandesa e inglesa. En
primer lugar, porque sirvió para elevar inmediatamente el nivel de vida de
la mayor parte de agricultores, al fin y al cabo el principal grupo
ocupacional de todas las economías preindustriales. Y, en segundo lugar,
porque el progreso agrario contribuyó al desarrollo de otros sectores
económicos: una productividad agraria en aumento permitía sostener una
elevada tasa de urbanización y, más ampliamente, liberaba mano de obra
para su empleo en los sectores no agrarios, al tiempo que, a través de sus
efectos sobre la demanda rural de productos manufacturados y servicios,
podía suponer un estímulo para la expansión del tejido empresarial en
dichos sectores.
85
experimentara los procesos de urbanización y cambio ocupacional antes
revisados.
86
valorar el efecto indirecto de estas actividades coloniales. Puede que, a raíz
de la actividad colonial, mejorara el “saber hacer” de los empresarios y,
con ello, mejorara la capacidad de las economías holandesa e inglesa para
desarrollar otros sectores. También puede que, como consecuencia del
colonialismo, se ofertara a los consumidores holandeses e ingleses una
gama más amplia de bienes (incluyendo bienes tan novedosos como el
azúcar del Caribe, el té de la India, las especias de Indonesia…) que los
estimulara a trabajar de manera más intensa (por ejemplo, asumiendo un
abanico más amplio de actividades), iniciando así una suerte de “revolución
industriosa” en el interior de ambos países.88 Y parece claro que el
comercio colonial impulsó los procesos de urbanización (al generar
empleos en los puertos, astilleros, compañías aseguradoras…) y, por esa
vía, pudo estimular el progreso agrario (al ofrecer a los agricultores un
mercado más amplio de consumidores urbanos cuya mayor renta suponía
una mayor y más diversificada demanda de productos agrarios). Por todo
ello, aunque Holanda e Inglaterra no basaron su dinamismo preindustrial en
el “drenaje” colonial, las actividades coloniales sí generaron externalidades
que contribuyeron a fortalecer la transición hacia una economía orgánica
avanzada.
Dinamismo manufacturero
87
En este periodo, el principal problema de la manufactura inglesa
organizada por el sistema de encargos era la amenaza de la competencia
extranjera, como mostró el caso de los productos textiles indios
(inicialmente mejor valorados por los consumidores ingleses que los
fabricados en la propia Inglaterra). Sin embargo, esta amenaza fue
desactivada a través de una política proteccionista que estimuló la
sustitución de las importaciones indias por producciones nacionales de
similares características.89 El camino quedó libre entonces para el
crecimiento de una densa red de empresas e iniciativas desarrolladas a
pequeña escala. En muchos sectores, estas iniciativas continuarían
alimentando el crecimiento económico inglés hasta finales del siglo XIX.
Aún haría falta una revolución industrial para que Inglaterra se abriera paso
hacia la era del crecimiento sostenido y el desarrollo moderno. Pero, en
torno a 1750, esta economía orgánica avanzada, que combinaba progreso
agrario con dinamismo manufacturero y hegemonía comercial, se
encontraba probablemente mejor preparada que ninguna otra economía del
mundo para dar un salto de tales características.90
89
Inikori (2002), Chang (2004).
90
De acuerdo con Pomeranz (2000), quizá solamente una región china (el delta
del Yangzi) se encontraba en una posición comparable. Otros historiadores, como Jones
(2002), ni siquiera conceden esta posibilidad.
91
Arrighi (1999).
88
techo productivo propio de todas las economías preindustriales y
difícilmente podía continuar creciendo sobre la base de fuentes de energía
orgánicas.92
El sistema de fábrica
92
Wrigley (2004).
93
Wrigley (1991; 1996; 2004).
89
propiedad de un empresario para el que trabajaba un grupo más o menos
numeroso de obreros asalariados.
90
vapor, era preciso centralizar la producción en fábricas. El sistema de
encargos no podía competir con eso: el empresario-comerciante podía
distribuir la materia prima entre los campesinos pluriactivos, pero ¿cómo
distribuiría la energía? (Podía distribuir carbón entre los campesinos, pero
definitivamente no podía darle una máquina de vapor a cada uno de ellos.)
Por otra parte, junto a este factor de naturaleza tecnológica, la segunda
fuente de ventaja de la fábrica en un contexto de demanda dinámica era de
naturaleza organizativa. Cierto: el sistema de fábrica obligaba a contratar
obreros fabriles cuyos salarios excedían la remuneración del campesino
pluriactivo que trabajaba por encargos, pero, a cambio, el empresario
ganaba un control mucho mayor sobre su mano de obra. El nuevo
empresario fabril podía organizar de manera precisa el trabajo de sus
obreros, desde sus horarios hasta la naturaleza de sus tareas. El empresario-
comerciante del sistema de encargos, en cambio, debía confiar en la auto-
organización que se impusieran los campesinos pluriactivos. Así, en una
situación de demanda expansiva e innovación tecnológica, el sistema fabril
se impuso sobre el sistema de encargos.94
El impacto social del triunfo del sistema de fábrica fue muy grande. Lo que
hasta entonces había sido una compleja red de artesanos, comerciantes-
empresarios y campesinos pluriactivos se convirtió en un conjunto de
fábricas en las que convivían dos mundos socialmente bien distintos: el
mundo de los empresarios y el mundo de los obreros. Aunque,
formalmente, esta no era una distinción inamovible (como sí lo era la
distinción entre el pueblo llano y los estamentos privilegiados del antiguo
régimen), en la práctica no había mucha movilidad social ascendente. Los
estudios sobre el origen social de los empresarios fabriles han revelado que
estos no se encontraban equitativamente distribuidos entre el conjunto de la
sociedad, sino que provenían sobre todo de las clases medias-altas. Es
cierto que las fábricas de la revolución industrial no eran muy grandes para
los estándares modernos, y que tampoco requerían una inversión inicial tan
grande como la requerida en los sectores punteros de la actualidad. Pero,
evidentemente, no estaba al alcance de cualquiera convertirse en un
empresario fabril. La mayor parte de la población carecía de las
capacidades necesarias para ello: recursos financieros, educación básica,
conocimiento de las redes comerciales…
94
Landes (1979).
91
Dada la desigualdad que prevalecía en la distribución de las
capacidades y recursos de los individuos, la economía de mercado devolvía
como resultado una distribución muy desigual de la renta y del bienestar
entre las clases sociales. La primera fase de la industrialización, hasta
mediados del siglo XIX, presenció la formación de una clase obrera cuyos
salarios eran bajos, cuya esperanza de vida no mejoraba, cuya estatura
media experimentaba retrocesos. Además, las condiciones laborales eran
terribles: la jornada laboral podía alcanzar las 14 horas, no existía
protección social (por ejemplo, bajas remuneradas por enfermedad o por
accidente laboral), era frecuente el trabajo infantil (a cambió, además, de
salarios inferiores a los de los adultos)… Todo ello era posible en un
contexto institucional caracterizado por la ausencia de regulación. Hoy día,
todas las economías de mercado cuentan con numerosas regulaciones sobre
el mercado laboral, ya que admiten que la mano de obra no puede ser
expuesta de manera completa a las leyes de la oferta y la demanda. De este
modo, hay legislaciones sobre salarios mínimos, duración máxima de la
jornada laboral, prohibición del trabajo infantil… La revolución industrial
británica, sin embargo, se gestó en un clima intelectual muy distinto: un
clima en el que reinaba una interpretación extrema del liberalismo
económico, de acuerdo con la cual era preciso permitir un funcionamiento
totalmente libre del mercado laboral y de acuerdo con la cual, por ejemplo,
debían prohibirse las asociaciones obreras que, como los sindicatos,
pudieran interferir en ese libre funcionamiento del mercado.95 (Hay que
tener en cuenta que, desde el punto de vista teórico, un sindicato interfiere
en el libre mercado porque, al negociar conjuntamente las condiciones
laborales de todos los trabajadores, se convierte en algo parecido a un
monopolio de la oferta de mano de obra y, por tanto, tiende a generar
salarios superiores a los de equilibrio.)
95
Polanyi (2003).
92
revolución industrial transformó rápidamente a Gran Bretaña en una
sociedad desarrollada (dada la desigualdad económica y social
prevaleciente durante el inicio de la industrialización).
96
Berg (1987).
93
agrario, la senda de progreso abierta durante el siglo XVII continuó vigente
durante buena parte del siglo XIX: no se trataba de un progreso basado en
innovación tecnológica rupturista (como ocurriría a partir de finales del
siglo XIX, con la paulatina introducción de fuentes de energía inorgánicas),
sino de una agricultura orgánica avanzada capaz de establecer sinergias
entre agricultura y ganadería. Los vínculos que existían entre estos sectores
smithianos y los sectores schumpeterianos hicieron que el progreso de cada
uno de ellos se transmitiera al resto, de tal modo que se generó un círculo
virtuoso de crecimiento.
97
Pollard (1991) describe este proceso como una “conquista pacífica” del
continente europeo por parte de la industrialización.
94
ninguna de estas economías tenía un nivel de ingreso per cápita superior al
británico cuando, casi un siglo después, estalló la Primera Guerra Mundial.
Pese a todo, Bélgica, Suiza, Francia o Alemania habían roto ya para
entonces con los largos siglos preindustriales y habían entrado en la senda
del crecimiento sostenido.
95
Francia que en Inglaterra.98 Junto a los peores resultados de su sector
agrario, la economía preindustrial francesa también se enfrentaba al hecho
de que su sistema de transporte (un elemento clave para canalizar las
sinergias entre los progresos de unos sectores y otros) era menos eficaz que
el inglés. Mientras que el territorio inglés tenía numerosos ríos navegables
que, junto con las comunicaciones costeras, permitían comunicar las
distintas regiones del país con un nivel de eficacia poco frecuente en la
época preindustrial, las regiones francesas estaban peor comunicadas entre
sí debido a que, por razones geográficas, debían depender en mayor medida
del transporte terrestre (más caro, más lento y con menor capacidad de
carga). Finalmente, en la medida en que Francia perdió la lucha por la
hegemonía marítima frente a Inglaterra a lo largo del siglo XVIII, tampoco
obtuvo del comercio internacional unos beneficios (aunque fuera
indirectos) comparables a los británicos.
98
O’Brien (1996).
96
crecimiento smithiano.99 De hecho, la región en torno a París pudo no ser
tan diferente a una economía orgánica avanzada: sus agricultores
desarrollaban una agricultura bastante intensiva, y el sector agrario
interactuaba con una economía urbana que, basada en la producción de
manufacturas para la corte de la monarquía absoluta, tampoco podría
calificarse de estancada.
99
Hoffmann (2000).
97
aprovechamiento del novedoso binomio carbón-vapor, no resulta extraño
que la dependencia de la energía hidráulica condujera a una
industrialización más descentralizada en el caso francés. Por otro lado,
tampoco resulta extraño que los empresarios franceses no jugaran la carta
de la cantidad (reservada a empresarios que, como los británicos, podían
asegurar gran cantidad de energía a cada uno de sus trabajadores). En su
lugar, buscaron especializarse en productos de cierta calidad: desde
productos de lujo a productos de consumo destinados más a las clases
sociales medias y altas que a las clases bajas. En el caso del sector textil,
por ejemplo, mientras los empresarios británicos copaban el mercado de los
productos de algodón para consumo masivo, los empresarios franceses
dominaban el mercado de productos de seda (un mercado más selecto, al
que no podían acceder todos los consumidores, pero que prometía mayores
beneficios por unidad de producto vendida).
Algunos autores incluso han sugerido que esta vía francesa hacia la
modernidad tuvo costes sociales menores que la vía británica.100 Mientras
que la industrialización británica generó un aumento de la desigualdad y
una agudización del conflicto entre empresarios y clase obrera, la
industrialización francesa tuvo lugar con menores tensiones sociales. En el
mundo rural, la revolución francesa consolidó al pequeño campesino (en
contraste con el modo en que los cambios agrarios ingleses de los siglos
XVII y XVIII habían fortalecido al gran propietario y, por tanto, habían
aumentado la desigualdad), mientras que las condiciones de vida de la
población urbana no llegaron a ser tan perniciosas como las
experimentadas por la clase obrera británica durante los inicios de la
industrialización. Sus viviendas eran más higiénicas, y las ciudades en las
100
O’Brien y Keyder (1978).
98
que vivían contaban con infraestructuras y equipamientos colectivos más
abundantes. En consecuencia, es probable que la diferencia real entre Gran
Bretaña y Francia en términos de desarrollo humano no fuera tan grande
como sugerirían las cifras de PIB per cápita.
99
de recursos (un crecimiento de estilo smithiano) y creó un espacio
económico muy amplio en el que podrían florecer con mayor facilidad las
iniciativas innovadoras por parte de las empresas (que ahora tenían un
mayor mercado que conquistar) y los gobiernos (que ahora tenían un mayor
margen para diseñar una estrategia de industrialización).
100
mantenimiento de empresas poco eficientes. La política comercial alemana
evitó este peligro porque su proteccionismo se combinaba con incentivos
gubernamentales para que las industrias alemanas fueran madurando,
fueran volviéndose competitivas y, finalmente, fueran capaces de
conquistar los mercados internacionales. Es decir, la política comercial
alemana buscó proteger a la industria naciente como parte de una estrategia
más general de creación de una base industrial competitiva a nivel
internacional. Además, esta política comercial se encontraba bien
coordinada con otras políticas económicas, como por ejemplo la política
educativa.101 Alemania realizó un fuerte esfuerzo de inversión pública en
educación: no sólo educación primaria, sino muy destacadamente
educación secundaria y educación técnica. Como consecuencia de ese
esfuerzo inversor, no sólo era la mano de obra alemana una de las más
cualificadas del mundo a comienzos del siglo XX, sino que las ideas
innovadoras surgían con mayor facilidad que en cualquier otro país
europeo.
101
Chang (2004).
102
Lazonick (1991).
101
Capítulo 7
LA PERIFERIA EUROPEA
102
desarrollo comparables a los de Europa noroccidental? Ésa es la primera
pregunta que intentaremos responder a lo largo de este capítulo.
La mayor parte del atraso se generó durante el siglo XIX largo, conforme la
periferia europea no era capaz de igualar el ritmo de crecimiento
económico de Europa noroccidental. Sin embargo, el atraso hundía sus
raíces en un pasado más distante: los resultados económicos de la periferia
comenzaron a quedar por debajo de los de Europa noroccidental durante el
tramo final del periodo preindustrial.104 La formación de economías
orgánicas avanzadas fue mucho menos común en la periferia y, cuando se
produjo, lo hizo más bien a escala regional (no para el conjunto de ningún
país). Esto hizo que la periferia europea se presentara a los inicios de la era
industrial con economías ya relativamente atrasadas. Revisaremos primero
esta historia, para después considerar los factores del atraso durante el siglo
XIX.
104
Cipolla (2002).
103
Las raíces preindustriales del atraso
105
Arrighi (1999).
104
nuevo continente cuando la expedición de Cristóbal Colón (financiada por
capital genovés) tropezó con América. A lo largo del siglo XVI, la
economía española continuó su expansión territorial, en este caso por
América, donde encontró ricos yacimientos de metales preciosos
(especialmente, plata). ¿No constituía este tesoro, convenientemente
apropiado por la corona española, un magnífico punto de partida para
desarrollar la economía preindustrial española?
105
inferior al de cualquiera de los otros países grandes de Europa.106 Las
causas de este declive fueron complejas y serán revisadas en el próximo
capítulo, dedicado íntegramente a España. Por ahora, lo que debe quedar
claro es que ni España ni Portugal fueron capaces de articular una
economía bien integrada, en la que los progresos de los distintos sectores se
reforzaran los unos a los otros. La construcción de grandes imperios en
continentes lejanos y el drenaje de metales preciosos no bastaban para
conformar una economía orgánica avanzada: hacía falta una respuesta
interna (en la agricultura, en la manufactura) que activara sinergias entre
los distintos sectores de la economía preindustrial. En ausencia de tal
respuesta, los países ibéricos comenzaron a quedarse atrás.
106
Sobre la economía española en los siglos XVI y XVII, Yun (2002A; 2002B).
107
Kriedte (1994).
106
de baja productividad. Y, allí donde surgieron otros sectores, la
productividad fue también, por lo general, muy reducida. Rusia, embarcada
en una fuerte expansión territorial en su vasto entorno asiático, impulsó
políticas de promoción directa de la manufactura como sector estratégico,
pero las empresas manufactureras rusas, que en ocasiones utilizaban mano
de obra servil (algo que habría resultado impensable en Europa occidental),
tuvieron unos resultados económicos decepcionantes (como, por otro lado,
ocurrió con la mayor parte de empresas europeas impulsadas directamente
por el Estado en este periodo). Así, el Imperio ruso era un gigante (desde el
punto de vista territorial) con los pies de barro (desde el punto de vista
económico). En general, tanto Rusia como Europa oriental entraron en la
era industrial con una notable desventaja con respecto a los países europeos
noroccidentales.108
107
como una solución a la restricción energética, muy especialmente para
países montañosos (y, por tanto, con un elevado potencial hidroeléctrico)
como Italia y España. Para entonces, sin embargo, el atraso industrial
acumulado era notable.
109
Simpson (1997), Gallego (2001).
110
Crafts (1984).
108
geográficas y ambientales en que debían desarrollar su actividad los
agricultores de la periferia. La senda abierta por los agricultores holandeses
e ingleses a partir del siglo XVII no era accesible para todos los
agricultores europeos. Para implantar el nuevo sistema de rotaciones, para
reducir el barbecho, para generar complementariedad entre las actividades
agrícolas y ganaderas, era preciso contar con un índice de humedad
relativamente elevado. En condiciones climatológicas caracterizadas por la
aridez, como las que eran propias en el sur del continente (en Portugal, en
la mayor parte de España y la mayor parte de Italia), no era posible poner
en práctica este modelo de agricultura orgánica avanzada. Bajo tales
condiciones, y hasta que las innovaciones tecnológicas agrarias de finales
del siglo XIX comenzaron a introducir fuentes de energía inorgánicas, era
mucho más complicado huir de la agricultura extensiva y poco
diversificada. En ausencia de un nivel comparable de precipitaciones,
resultaba inviable replicar las prácticas de los agricultores del norte de
Europa: era preciso continuar dejando amplias superficies agrarias en
barbecho, y el crecimiento de la cabaña ganadera se veía limitado por la
captación de superficies y recursos energéticos por parte del cultivo de
cereales para el consumo humano. Por ello, la productividad de los
agricultores periféricos no podía ser similar a la de los agricultores de
Europa noroccidental. A ello hay que añadir que, en la mayor parte de
regiones de la periferia, las características de los suelos eran menos
favorables y, en muchas de ellas, los accidentes orográficos limitaban aún
más el potencial de crecimiento agrario. Es probable que los agricultores de
la periferia europea hubieran podido obtener mejores resultados en caso de
haber desarrollado su actividad bajo un marco institucional diferente, pero
no cabe duda de que, por motivos geográficos, su potencial de crecimiento
era inferior al de sus colegas de Europa noroccidental.
111
Berend y Ranki (1982).
109
revoluciones y reformas de signo liberalizador. (La España de las Cortes de
Cádiz es un ejemplo tan bueno como cualquier otro.) Sin embargo, estas
oleadas de cambio se vieron frecuentemente intercaladas por episodios de
reacción por parte de los partidarios del antiguo régimen. El Congreso de
Viena de 1815 fue una apuesta clara en ese sentido y, aunque no logró
restablecer completamente el antiguo régimen, sí fue capaz de ralentizar el
proceso de formación de las sociedades de mercado. En España, la
sociedad de mercado no se consolidó hasta el triunfo de los isabelinos en la
primera guerra carlista en 1840, y varias de las reformas clave (como las
desamortizaciones de la tierra y el subsuelo) no tuvieron lugar hasta las
décadas de 1850 y 1860. En Italia, la formación de la sociedad de mercado
fue un proceso vinculado a la unificación política del país, que no culminó
hasta 1870. En el Imperio austro-húngaro y Rusia, la formación de la
sociedad de mercado chocó además con el formidable obstáculo que
suponía la tendencia hacia la refeudalización de los siglos previos. Las
reformas liberalizadoras, entre las que se encontraba la abolición de la
servidumbre, se abrieron paso en el Imperio austro-húngaro durante el
segundo tercio del siglo XIX; en Rusia lo hicieron de manera aún más
tardía, ya que el mercado de la tierra no se liberalizó hasta llegada la
primera década del siglo XX.
110
continuó distribuida de manera muy desigual. En Europa oriental, dejó de
haber una sociedad estamental de señores feudales y siervos, pero la nueva
economía de mercado funcionó sobre la base de una gran concentración de
la propiedad de la tierra en una elite agraria de antiguos aristócratas y
nuevos empresarios capitalistas. En las regiones meridionales de la
Península Ibérica e Italia, las reformas también abrieron la puerta a la
concentración de la propiedad de la tierra en una reducida elite de
latifundistas. Pero no sólo la tierra: también la educación, por ejemplo, se
encontraba distribuida de manera muy desigual en la periferia europea.
Amplios segmentos de la población, en especial en las clases medias-bajas
y clases bajas, continuaron sin alfabetizar y sin acceder a las ventajas del
sistema educativo. Dada esta desigual distribución de los recursos y las
capacidades, la economía de mercado no podía sino devolver una
distribución igualmente desigual de los ingresos.
112
Para España, Nadal (1999).
113
Núñez (1992) mantiene esta tesis para el caso concreto de España.
111
altura de 1913, sin embargo, los países escandinavos habían comenzando a
incorporarse al núcleo de países europeos avanzados. Hubo muchas causas,
pero sin duda fue importante el modo en que la formación de sus
sociedades de mercado tuvo lugar en el marco de procesos de cambio
institucional que no sólo garantizaron un mayor espacio para los mercados,
sino que también favorecieron una distribución más igualitaria de las
capacidades (como la educación) y los recursos (como la tierra) necesarios
para participar en la economía de mercado. El resultado no sólo fue una
sociedad menos desigual, sino también una sociedad con mayor capacidad
para generar crecimiento económico.114
112
apenas fueron capaces de conquistar mercados extranjeros.116 Tampoco la
educación era una prioridad para los gobiernos de la periferia, por lo que la
cualificación de la mano de obra era más baja y la creatividad tecnológica
no podía compararse con la de Alemania.
116
Éste es el argumento de Fraile (1991) para el caso de los empresarios
industriales españoles.
113
seguridad jurídica de quienes participaban en la misma.117 Parece que
procesos similares tuvieron lugar en otras partes del sur de Europa, y quizá
también en las partes más occidentales de Europa oriental. Dinámicas como
la protoindustrialización, la “revolución industriosa”, la intensificación de
la agricultura orgánica, la expansión de las redes comerciales… no fueron
totalmente exclusivas de Europa noroccidental.
114
aumento de los niveles de renta en Europa noroccidental y Estados Unidos
abrió la puerta a exportaciones de productos agrarios para los que la
periferia contara con algún tipo de ventaja geográfica; por ejemplo,
productos mediterráneos como el vino, el aceite de oliva y los cítricos. En
ausencia de un marco institucional relativamente liberalizado, los
agricultores de la periferia europea habrían carecido de la flexibilidad
necesaria para reestructurar sus explotaciones en función de las tendencias
de la demanda global. Por ello, el cambio institucional del siglo XIX no
sólo permitió a la periferia europea hacer realidad un potencial de
crecimiento hasta entonces desperdiciado, sino que también facilitó el
aprovechamiento de las nuevas oportunidades de crecimiento
proporcionadas por la globalización.
La absorción de innovaciones
115
regiones agrarias con niveles de desarrollo muy inferiores. La industria
moderna de la periferia absorbió, a través de importaciones de tecnología y
maquinaria, las innovaciones tecnológicas que estaban alimentando la
primera y la segunda revoluciones industriales en el resto de Europa:
innovaciones en el sector textil, en la siderurgia, en la industria química…
Algunos países de la periferia también absorbieron innovaciones de tipo
organizativo: la industrialización del Imperio austro-húngaro, por ejemplo,
fue financiada por grandes entidades bancarias que mantenían
compromisos a largo plazo con las grandes empresas industriales; es decir,
algo parecido al modelo alemán que tan buenos resultados dio en las
décadas previas a la Primera Guerra Mundial. En general, la
industrialización de la periferia siguió una secuencia similar a la de Europa
noroccidental: inicialmente, la mayor parte de la actividad manufacturera
se concentraba en los bienes de consumo (alimentos, textiles) y,
posteriormente, la industrialización iba haciéndose más compleja y
diversificada, con los bienes de inversión (siderurgia, maquinaria industrial,
productos químicos) ganando terreno. La principal excepción a esta regla
vino dada por Rusia, en donde el Estado desarrolló una política de fomento
de la industrialización inspirada por motivos geoestratégicos y que, por lo
tanto, primó a las industrias de bienes de inversión (fundamentales para la
modernización del ejército y la actividad militar) sobre las industrias de
bienes de consumo.118
118
Grossman (1989), Gerschenkron (1968).
119
Crafts (1984).
116
como también fue modesta su conexión con el consumidor ruso medio.
Además, y por otro lado, existían grandes disparidades regionales en los
niveles de desarrollo: en Italia y España, disparidades entre las regiones
industriales del norte y las mitades meridionales de ambos países; en el
Imperio austro-húngaro, entre una región industrial como Bohemia y las
regiones agrarias del este del Imperio.120 Había problemas de articulación
sectorial, regional y social que, en cierta forma, anticipaban las difíciles
situaciones que más adelante encontrarían muchas economías atrasadas
cuando iniciaran sus procesos de industrialización.
120
Zamagni (2001).
117
Capítulo 8
ESPAÑA
118
analfabetismo continuaba afectando a aproximadamente la mitad de la
población española. En suma, si comparamos a España con Europa
noroccidental, obtenemos que sus resultados de desarrollo durante el
periodo previo a 1900 fueron mediocres. ¿Por qué?
121
Este apartado está basado en Yun (2002A; 2002B) y Llopis (2002A; 2004).
119
economías orgánicas avanzadas europeas (Holanda e Inglaterra) se basaban
en la combinación encadenada de modestos progresos en varios sectores:
una agricultura que se hacía algo más intensiva, una producción
manufacturera que se incrementaba, un comercio marítimo que aportaba
importantes beneficios… España contaba, en principio, con unas buenas
perspectivas en el último de estos aspectos. De hecho, contó con tales
perspectivas en una fecha bastante temprana en relación a Holanda e
Inglaterra: a raíz del descubrimiento y posterior colonización de América,
España se encontró al frente de un imperio cuyo subsuelo contenía
abundantes metales preciosos que, a lo largo del siglo XVI, comenzaron a
fluir hacia la metrópoli. Sin embargo, este activo en el plano exterior no se
vio complementado por una respuesta consistente por parte de la economía
interna del país. Ni la agricultura ni la manufactura mostraron en España un
dinamismo comparable al de las economías orgánicas avanzadas de Europa
noroccidental.
120
potencial que las agriculturas holandesa o inglesa. Mientras que, a lo largo
del siglo XVII, Holanda e Inglaterra culminaron su transición a la sociedad
de mercado, España continuaba teniendo un marco institucional típico del
“antiguo régimen”. Esto hizo que la estructura española de incentivos fuera
menos favorable al cambio agrario. De hecho, cuando la agricultura
española volvió a crecer de manera básicamente maltusiana a lo largo del
siglo XVIII, es probable que lo hiciera por debajo de su potencial debido a
restricciones institucionales. La Mesta, la organización corporativa que
defendía los intereses de los grandes ganaderos trashumantes castellanos,
se había convertido por aquel entonces ya en un poderoso grupo de presión
con gran capacidad para influir sobre la política económica. La Mesta
lideró un “frente antirroturador”, compuesto también por algunas elites
rurales y cuyo objetivo era impedir que la transformación de las superficies
de pasto en superficies de cultivo para la alimentación humana. Esta
defensa de los intereses ganaderos a costa de los intereses agrícolas tuvo
bastante éxito, ya que se pusieron en cultivo menos superficies de las que
se habrían puesto en cultivo en caso de haber funcionado un mercado libre
(teniendo en cuenta que la población y, por tanto, la demanda de alimentos
crecieron de manera importante a lo largo del siglo XVIII).
121
europea. El resultado fue uno de los ejemplos más claros de los problemas
de seguridad jurídica a que los actos arbitrarios de los gobiernos
condenaban a los empresarios de la Eurasia preindustrial, con los
consiguientes efectos desincentivadores sobre el crecimiento de la
economía de mercado. Si a ello añadimos, de manera más general, la
persistencia de sanciones religiosas en contra de la investigación científica
(con la Inquisición como ejecutora, y en contraste con la actitud, más
tolerante, generada por la Reforma protestante en Europa noroccidental),
no resulta sorprendente que la economía española no fuera capaz de
convertirse en nada parecido a una economía orgánica avanzada.
Los progresos
122
Llopis (2002B).
122
los partidarios del antiguo régimen frente a los partidarios de la sociedad
liberal. La victoria de los partidarios de la futura reina Isabel II marcó el
punto de no retorno: la consolidación definitiva del proyecto liberal en
España. Aún así, la culminación del proceso requirió diversas reformas que
se sucedieron a lo largo del reinado de Isabel II, desde la reforma del
sistema fiscal en 1845 (con objeto de simplificar y modernizar las muy
regresivas estructuras fiscales heredadas del antiguo régimen) a la ley de
minas de 1868 (que “desamortizaba” el subsuelo), pasando por la ley de
desamortización civil de 1855 (que completaba la tarea previamente
iniciada con la ley de desamortización eclesiástica: la consolidación de
derechos de propiedad privados, individuales y plenos con objeto de
garantizar un funcionamiento libre del mercado de la tierra).
Más adelante, en las décadas finales del siglo XIX, el País Vasco
emergió como segundo foco industrial. Así como la industria catalana
estaba más orientada hacia los bienes de consumo (especialmente, los
123
Nadal (1999).
123
textiles), la industria vasca se basó en mayor medida en el otro gran sector
schumpeteriano de la revolución industrial: la siderurgia. Los empresarios
industriales vascos se apoyaron en la buena dotación de recursos minerales
estratégicos, especialmente hierro. Pero difícilmente habrían conseguido
tales resultados si no hubieran contado con una estructura organizativa
eficiente, en parte derivada de la importante tradición empresarial que este
sector tenía ya en el periodo preindustrial.124
124
los que se disponía de ventaja: productos agrarios que, por motivos
ambientales y geográficos, sólo podían producirse (o se producían de
manera más eficiente) en el sur del continente (vino, aceite, hortalizas,
cítricos). La liberalización del marco institucional permitió a los
agricultores españoles gozar de la suficiente flexibilidad para adaptarse a
las coyunturas del mercado mundial y proporcionar a la economía española
las divisas necesarias para realizar importaciones de maquinaria y
tecnología que impulsaran el arranque de la industrialización.126
126
Pinilla (2004).
125
continuaba vinculada a un sector de baja productividad en el contexto
europeo.127
126
probablemente contribuyó a favorecer la aparición de comportamientos
acomodaticios entre los empresarios españoles: al tener el mercado interior
reservado por la presencia de altos aranceles con respecto al exterior, los
empresarios españoles tendieron a desarrollar comportamientos menos
innovadores. Otros países de mayor éxito industrial, como por ejemplo
Alemania, también optaron por una política proteccionista, pero en su caso
la coordinaron con otras políticas encaminadas a favorecer la
competitividad exterior y la generación de innovaciones. Estas otras
políticas no fueron implantadas en España o, cuando lo fueron, recibieron
un impulso muy modesto. Es el caso, por ejemplo, de la política educativa,
tan importante en el caso alemán. A comienzos del siglo XX, buena parte
de la población española continuaba siendo analfabeta y los niveles
educativos del país eran claramente inferiores a los de Europa
noroccidental. Sólo a partir de comienzos del siglo XX asumió el Estado (y
de manera no demasiado poderosa) la responsabilidad directa de aumentar
los niveles educativos de la población. En general, la fragilidad del sistema
fiscal, que tenía serias dificultades para gravar a los grupos sociales más
favorecidos y condujo así a continuos déficit y una escalada de la deuda
pública, restringía la capacidad del Estado para embarcarse en programas
más ambiciosos de inversión pública en salud o educación.131 El bajo nivel
de capital humano resultante contribuyó a hacer de la economía española
una economía con escasa capacidad de generar innovaciones tecnológicas,
problema que en realidad continúa lastrando a la economía española del
presente.132
131
Comín (1996).
132
Núñez (1992).
127
española. En realidad, esta cuenta pendiente marcaría la historia española
en el siglo XX. La dictadura de Primo de Rivera, la proclamación de la
Segunda República, la posterior guerra civil que desembocó en el
franquismo… Estos hechos decisivos de la historia española durante el
siglo XX tuvieron causas complejas y variadas, algunas de ellas no
económicas. Pero algunas de estas causas sí tienen que ver con las
tensiones generadas por una economía que estaba modernizándose sobre la
base de un modelo generador de importantes desigualdades sociales.
128
Capítulo 9
129
estas preguntas para el caso más importante, el de Estados Unidos, y
posteriormente consideraremos el resto de NPO.
133
Wolf (2005), Dabat (1994).
130
europeos en las colonias del sur de lo que luego serían los Estados Unidos.
El principal problema empresarial que estos colonos debían resolver era el
de encontrar mano de obra para cultivar las amplias superficies disponibles.
En una zona con tan baja densidad de población (y teniendo en cuenta que,
en la época previa a la revolución de los transportes, no podía esperarse la
emigración masiva de poblaciones europeas), la solución adoptada por los
colonos fue la misma que se estaba imponiendo en otras colonias
tropicales: utilizar mano de obra esclava. De esta solución surgió una
sociedad colonial muy fragmentada: por un lado, una elite europea
propietaria (y/o gestora) de grandes plantaciones de monocultivo
algodonero; por el otro, esclavos de origen africano que eran adquiridos por
la elite europea a comerciantes de esclavos (también europeos) con objeto
de emplearlos en las plantaciones. Como puede imaginarse, había una gran
diferencia entre el nivel de bienestar de unos y otros.
131
consumo de productos de lujo), pero los resultados de desarrollo eran muy
pobres para la mayor parte de la población.134
Justo al inicio del siglo XIX largo, el 4 de julio de 1776, los Estados
Unidos proclamaban su independencia. En 1913, al final del siglo XIX
largo, se habían convertido en una de las economías más desarrolladas del
mundo y, probablemente, habían superado a su antigua metrópoli. A
diferencia de la mayor parte de sociedades localizadas fuera de Europa,
Estados Unidos fue capaz de impulsar un proceso de industrialización.
¿Cuáles fueron las claves de este éxito? Consideraremos sucesivamente
cuatro: la dotación de recursos, el marco institucional, la organización
empresarial y la gestión de las oportunidades y amenazas asociadas a la
globalización.
134
North (1959).
132
sectores más schumpeterianos durante la primera y segunda revolución
industriales (siderurgia del hierro y el acero, respectivamente). Por otro
lado, la economía estadounidense también se benefició de la abundancia de
tierra cultivable. A lo largo del siglo XIX, los Estados Unidos
emprendieron un formidable proceso de expansión territorial que los llevó
de ser una estrecha franja situada en la costa este de Norteamérica a ser el
enorme país que es hoy día. La “conquista del oeste”, la paulatina
expansión de la frontera estadounidense hacia el oeste, incorporó al país
amplísimas extensiones de tierra susceptible de ser cultivada. En su mayor
parte, se trataba de tierras en las que podía desarrollarse una agricultura de
clima templado, similar a la europea. Buena parte de las nuevas regiones
del Oeste estadounidense se especializaron así en la producción de
alimentos, con los cereales a la cabeza. En general, la disponibilidad de
tierra permitió crear explotaciones agrarias grandes, capaces de aprovechar
economías de escala y deseosas de incorporar innovaciones ahorradoras de
mano de obra (con objeto de evitar los elevados salarios que debían pagarse
en una situación de escasez relativa de mano de obra). Los agricultores
estadounidenses se colocaron así entre los más productivos del mundo,
muy por delante de los europeos.
135
Bulmer-Thomas (2003).
133
liberalismo económico. Esto resultó fundamental para que los
estadounidenses fueran capaces de traducir a desarrollo económico los
formidables recursos naturales del país. En ausencia de inercias
institucionales heredadas de un antiguo régimen (inercias que en muchos
países europeos habían sido la consecuencia del necesario pacto político
entre liberales y conservadores), la sociedad de mercado favoreció una
asignación eficiente de recursos y, lo que es más importante, creó los
incentivos para la creatividad tecnológica y la generalización de
comportamientos emprendedores. En especial a partir de la segunda
revolución industrial, Estados Unidos hizo mucho más que replicar el
proceso de industrialización de los países líderes europeos: tomó la
delantera desde el punto de vista tecnológico.
136
Los dos párrafos siguientes están basados en Chandler (1988) y Lazonick
(1991).
134
empresa) y, por el otro, los directivos (que tomaban dichas decisiones sin
ser necesariamente propietarios de la empresa).
137
Chang (2004).
135
oportunidades y se protegió de las amenazas. Las oportunidades eran
básicamente dos. En primer lugar, la posibilidad de mejorar la dotación de
factores a través de la recepción de inversiones extranjeras e inmigrantes.
En torno a 1800, Estados Unidos tenía una gran disponibilidad de tierra,
pero una gran escasez de los otros dos factores productivos: capital y mano
de obra. El crecimiento económico del país a lo largo del siglo XIX se vio
acelerado por la llegada de capitales y trabajadores de otros países. Las
inversiones extranjeras, particularmente británicas, sirvieron para inyectar
capital en la industria y los ferrocarriles estadounidenses, permitiendo así
un desarrollo más vigoroso de estos sectores de lo que habría sido posible
en condiciones de aislamiento. La inmigración, por su parte, permitió que
los empresarios no se enfrentaran a una escasez de mano de obra tan
acusada y que se pusieran en cultivo tierras (sobre todo en el Oeste) que, de
otro modo, habrían permanecido sin explotar.
136
Sin embargo, la globalización también ponía sus amenazas sobre la
mesa. En particular, se planteaba el mismo problema que en la Alemania de
mediados del siglo XIX: ¿podrían las industrias nacientes soportar la
competencia de las industrias maduras de países más desarrollados?
Estados Unidos optó por una política proteccionista, que obstaculizó la
entrada de importaciones industriales del extranjero a través del
establecimiento de tasas arancelarias elevadas. Como en Alemania, el
objetivo era contribuir a la diversificación de la economía del país, de tal
modo que en el medio plazo se constituyera una base industrial competitiva
a escala internacional. Los costes del proteccionismo fueron muy pequeños
en el caso de Estados Unidos, ya que disponía de un amplísimo mercado
interior. Desde el punto de vista estático, la expansión e integración de
dicho mercado interior, con la ayuda de un eficaz sistema de transportes,
fue suficiente para generar una asignación eficiente de los recursos. Y,
desde el punto de vista dinámico, el deseo de explotar dicho mercado
interior y sus economías de escala fue más que suficiente para incentivar la
innovación tecnológica y organizativa por parte de las empresas.
137
alimentar el crecimiento de la producción algodonera. Nada de esto cambió
con la proclamación de la independencia: a pesar de que el liberalismo en
principio reconocía la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley (el
carácter no estamental de la sociedad), ello no afectaba a los esclavos de las
regiones sureñas. La esclavitud sólo fue abolida tras la guerra civil de
1861-1865, que enfrentó a las regiones del norte, partidarias de su abolición
y de una política comercial proteccionista (que permitiera el desarrollo de
sus industrias nacientes), contra las regiones del sur, partidarias del
mantenimiento de la esclavitud y de una política comercial librecambista
(que reforzara la orientación exportadora de su agricultura algodonera). Y,
aún así, después de la abolición, el nivel de desarrollo humano alcanzado
por la población negra continuó siendo claramente inferior al de la
población blanca. Su nivel de ingresos era bajo, porque carecía de los
recursos (capital) y capacidades (educación, conocimiento de las redes
comerciales) necesarios para participar de manera más exitosa en la
economía de mercado. Y, aunque su tasa de mortalidad tendió a descender,
continuó siendo bastante más elevada que la de la población blanca.
Muchos de sus derechos civiles básicos continuaron sin ser respetados en
algunos estados sureños, donde la población negra mantuvo un estatus de
ciudadanos de segunda clase.
138
referiremos a este estándar como el “modelo agroexportador” o el
“crecimiento impulsado por las exportaciones agrarias”. El modelo consta
de dos fases: en la primera, el país se especializa en la exportación de
productos agrarios hacia los mercados de países más desarrollados; en la
segunda, los beneficios derivados de las exportaciones agrarias se
transmiten a través de diversos encadenamientos hacia los sectores no
exportadores, como por ejemplo la industria nacional.138
139
ventaja comparativa de Europa (sobre todo, de Europa noroccidental)
estaba cada vez más en la producción industrial, y podía explotarse de
manera más plena si se importaban productos agrarios baratos procedentes
de los NPO, cuyas condiciones ambientales les permitían producir las
mercancías demandas por los europeos. (Este razonamiento fue
especialmente claro en el caso británico, la economía con mayor tradición
industrial y en la que más había avanzado el cambio ocupacional; la
economía que, por lo tanto, menos amenazada podía verse por la conquista
de sus mercados agrarios por parte de los NPO.) Para que esta
complementariedad teórica entre la Europa más desarrollada y los NPO se
hiciera realidad, tan sólo era necesario que el coste del transporte fuera
cayendo hasta el punto de hacer rentables las exportaciones a larga
distancia de productos agrarios. (Hay que tener en cuenta que estos
productos eran bastante pesados en relación a su precio final, por lo que
eran relativamente caros de transportar). Cundo sucesivas innovaciones
tecnológicas hicieron posible una espectacular reducción de los costes del
transporte entre Europa y sus potenciales socios comerciales en
Norteamérica y Oceanía, el resultado fue una no menos espectacular
expansión de las exportaciones agrarias en estos últimos territorios.
140
continuaron perteneciendo al Imperio británico en condición de dominios
dependientes.
La industrialización
139
Schedvin (1990).
141
de favorecer la diversificación de la base económica del país y evitar que la
economía se quedara atrapada en su situación inicial de economía
agroexportadora. Al igual que en Estados Unidos, los costes de esta política
comercial fueron reducidos porque el mercado interno era suficientemente
amplio; además, el progresivo estrechamiento de relaciones económicas
entre los empresarios de Canadá y Estados Unidos contribuyó a facilitar la
difusión tecnológica y evitar así uno de los peligros de las políticas
proteccionistas: la generación de estructuras productivas ineficientes y
poco competitivas a escala internacional.
140
Schedvin (1990).
142
elevado del mundo en 1913, y contaban con unas bases institucionales que
a lo largo del siglo XX les permitirían superar importantes obstáculos y
continuar progresando desde el punto de vista económico y social.
143
Capítulo 10
AMÉRICA LATINA
A comienzos del siglo XX, el PIB per cápita de América Latina era
aproximadamente similar al de la periferia europea. Esto quiere decir que
América Latina estaba por aquel entonces más desarrollada que Asia o
África, las dos regiones que estaban deslizándose con claridad hacia el
subdesarrollo. Sin embargo, también quiere decir que América Latina
estaba bastante menos desarrollada que Europa noroccidental o los nuevos
países occidentales. Esta última comparación, entre América Latina y los
NPO, es particularmente instructiva. En principio, la dotación de recursos
de América Latina guardaba bastantes similitudes con la de los NPO: la
densidad de población era baja, por lo que la tierra era abundante y se
reunían las condiciones para buscar un desarrollo impulsado por las
exportaciones agrarias en el marco de la globalización del siglo XIX. Pero
las economías latinoamericanas no lograron tan buenos resultados. De
hecho, es probable que sus resultados de desarrollo fueran peores que sus
resultados en términos de crecimiento del PIB per cápita, ya que la
distribución de la renta era muy desigual y amplias capas de la población
tenían niveles bajos de ingreso.
144
¿Cuál fue el impacto del colonialismo sobre América Latina?
141
Bairoch (1997).
145
americana, cuyo riesgo de mortalidad se disparó como consecuencia de su
carencia de defensas inmunológicas contra enfermedades que resultaban
mucho menos lesivas para la población europea. Esta segunda causa de
mortalidad fue, desde un punto de vista cuantitativo, mucho más
importante que la mortalidad relacionada con las atrocidades cometidas por
los conquistadores españoles y portugueses.142
142
Crosby (1988).
143
El resto de este apartado está basado en Dabat (1994).
146
colonizaron zonas tropicales, Portugal buscó convertir sus posesiones
latinoamericanas en economías exportadoras de azúcar, café, cacao,
algodón o tabaco, mercancías que no era posible producir bajo las
templadas condiciones climatológicas de Europa. El principal problema
organizativo era, también, el reclutamiento de mano de obra en un
continente con tan bajas densidades de población. Y la solución fue similar
a la que se desarrolló en las zonas tropicales del norte del continente (en las
regiones sureñas de los futuros Estados Unidos): utilizar mano de obra
esclava importada del continente africano. También los colonos ingleses,
franceses y holandeses localizados en el Caribe y puntos aislados de
América Latina optaron por esta solución. Sin embargo, y al igual que
ocurría con el trabajo indígena forzado que movilizaban los españoles, el
trabajo esclavo planteaba un formidable obstáculo al desarrollo por tres
motivos. Primero, suponía una evidente privación de libertad para los
esclavos, que eran vendidos por elites locales africanas a comerciantes
europeos que los embarcaban para posteriormente vendérselos a los dueños
de las plantaciones. Segundo, el nivel de vida de los esclavos era muy bajo,
ya que los dueños de las plantaciones carecían de incentivos para establecer
remuneraciones relativamente elevadas. (Si hubieran tenido que recurrir a
un mercado libre de mano de obra, la relativa escasez de trabajadores sí les
habría conducido a tener que ofertar remuneraciones más dignas.) Y,
tercero, el elevado grado de desigualdad social imperante bloqueaba la
transmisión del crecimiento de las exportaciones agrarias hacia otros
sectores de la economía local. Así, y al igual que en la sociedad esclavista
del sur de Estados Unidos (y al contrario que en la más cohesionada
sociedad del norte), se generaron escasos encadenamientos con los otros
sectores y la base económica se mantuvo poco diversificada.
147
propia economía latinoamericana a la altura de 1492. Sin embargo, esta
evolución se había realizado sobre la base de estructuras sociales muy
desequilibradas, lo cual era un problema no sólo por los bajos niveles de
bienestar de que disfrutaban las amplias capas sociales menos favorecidas,
sino también porque suponía una mala herencia para las nuevas repúblicas
independientes. De hecho, existe consenso entre los investigadores al
respecto de que el crecimiento económico de América Latina durante el
siglo XIX se vio obstaculizado por las inercias institucionales heredadas
del periodo colonial.
144
Este apartado se basa en Bulmer-Thomas (2003).
148
producción industrial. Tan sólo hacía falta que se diera una tercera
condición: que el coste del transporte entre América Latina y Europa se
redujera lo suficiente para que las exportaciones latinoamericanas pudieran
ser competitivas en los mercados europeos. Esta tercera condición pasó a
cumplirse a partir de mediado el siglo XIX a raíz de la revolución de los
transportes y las comunicaciones. Como ya ocurriera con Norteamérica u
Oceanía, América Latina se benefició del modo en que dicha revolución
tecnológica contribuyó a estimular la recepción de inmigrantes e
inversiones extranjeras. Como en los NPO, la inmigración y la recepción de
inversiones extranjeras mejoraron la dotación latinoamericana de sus dos
factores productivos escasos: la mano de obra y el capital.
149
En primer lugar, la agricultura latinoamericana no experimentó un
proceso de modernización tecnológica comparable al de los NPO. En los
NPO, la escasez relativa de mano de obra hizo que los salarios agrarios
fueran bastante elevados y, en respuesta a ello, los agricultores se vieron
incentivados para adoptar innovaciones ahorradoras de mano de obra que,
como las segadoras, cosechadoras y trilladoras, incrementaron grandemente
la capacidad productiva de las explotaciones. Sin embargo, en América
Latina la escasez relativa de mano de obra no generó estos efectos: los
salarios agrarios eran relativamente bajos y mostraron una escasa tendencia
al crecimiento a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX. Para
comprender esta paradoja, hay que comprender la organización social de la
agricultura latinoamericana. Las estructuras agrarias latinoamericanas no
experimentaron grandes transformaciones a raíz de la independencia. Al
deshacerse del estatus colonial, los nuevos gobiernos latinoamericanos se
encontraron con un mayor margen de maniobra para organizar su comercio
exterior y para recibir inversiones extranjeras, pero no hicieron gran cosa
por alterar la organización de la agricultura. La mayor parte de la tierra
continuó concentrada en las grandes haciendas propiedad de una reducida
elite de terratenientes, mientras que la mayor parte de la población agraria
estaba compuesta por campesinos pobres que trabajaban como jornaleros
en las haciendas y buscaban completar sus ingresos con pequeñas
explotaciones familiares y el desempeño de modestas actividades
complementarias (como el transporte terrestre). Esta desigual distribución
de la propiedad de la tierra, al privar de oportunidades de ascenso social a
buena parte de la población, permitió a los terratenientes disponer de
abundante mano de obra y remunerarla con salarios bajos. Diversas
regulaciones laborales contribuyeron a ello, como por ejemplo aquellas que
fijaron salarios agrarios máximos en niveles inferiores al nivel salarial de
equilibrio. Esto, además de impedir un mayor desarrollo humano de buena
parte de la población campesina, actuó en contra de la modernización
tecnológica de la agricultura latinoamericana: los terratenientes
latinoamericanos tenían menos incentivos que sus colegas de los NPO para
introducir innovaciones ahorradoras de mano de obra.
150
limitó de manera sensible el potencial de crecimiento de sus exportaciones.
Una de las explicaciones que manejan los especialistas para explicar este
escaso grado de diversificación exportadora tiene que ver con las
características del sistema financiero latinoamericano. El sistema financiero
estaba relativamente poco desarrollado, y tenía escasa capacidad para
transferir recursos hacia actividades empresariales innovadoras y
arriesgadas, entre ellas el intento de probar suerte con nuevos productos de
exportación.
151
¿Por qué no se generaron más encadenamientos con los sectores no
exportadores?
152
crecimiento industrial latinoamericano se concentró en sectores de primera
transformación de materias primas con vistas a su exportación (como el
azúcar en Brasil o Cuba, como la carne en Argentina), y no tanto en
sectores productores de bienes de consumo para la población local. Y, en
tercer lugar, también se ha sugerido que el escaso desarrollo del sector
financiero (unido a las regulaciones que le impedían realizar préstamos a
largo plazo al estilo alemán) dificultó la movilización de un volumen
suficiente de recursos hacia la puesta en pie de establecimientos
industriales modernos de grandes dimensiones.
153
transportes. En una región con tan bajas densidades de población y en la
que el capital era un factor relativamente escaso, los costes del transporte
interno se mantuvieron elevados. Las inversiones en infraestructuras de
transporte se orientaron de manera primordial al funcionamiento de la
economía agroexportadora (puertos, ferrocarriles que conectaran las zonas
de agricultura exportadora con dichos puertos), y en menor medida fueron
capaces de articular internamente el territorio latinoamericano. En
consecuencia, el crecimiento del sector exportador generó pocos
encadenamientos de consumo sobre la agricultura doméstica. En casos
excepcionales, como el de las regiones mineras de Chile, el aumento de
ingresos de la población vinculada al sector exportador (la minería)
estimuló la transformación de la agricultura doméstica. Pero, en la mayor
parte de América Latina, los agricultores orientados hacia el mercado
interior estaban demasiado mal comunicados con las ciudades portuarias (el
foco en que se concentraban los beneficios de las actividades exportadoras)
como para que el aumento de la demanda indujera transformaciones
positivas en sus prácticas agrarias. Comenzaba a vislumbrarse aquí un
problema que marcaría la historia económica de América Latina en el
futuro: el dualismo entre sector moderno (en este caso, la agricultura de
exportación) y sector tradicional (que incluía la agricultura orientada al
mercado doméstico).
La ocasión perdida
154
Sin embargo, había varios problemas. En primer lugar, este PIB per
cápita era claramente inferior al de Europa occidental o los NPO. Es decir,
la economía latinoamericana era una economía atrasada, incluso aunque su
atraso no fuera tan grave como el de las economías asiática y africana. En
segundo lugar, había un elevado nivel de desigualdad, con lo que los
resultados de desarrollo de América Latina eran bastante más mediocres
que sus resultados de crecimiento económico. En tercer lugar, el desarrollo
había avanzado bastante más en el Cono Sur que en el resto de América
Latina. En el Cono Sur, las exportaciones primarias crecieron más deprisa
que en el resto de países y, además, sus efectos de encadenamiento con
otros sectores de la economía local fueron más importantes. Fuera del Cono
Sur, sin embargo, las exportaciones crecieron despacio y no generaron
estímulos significativos en los sectores no exportadores. En general, el
modelo de crecimiento impulsado por las exportaciones primarias, que
tanto éxito había tenido en Norteamérica y Oceanía, generó unos resultados
más modestos en América Latina.
155
Capítulo 11
ASIA
156
plantearse por qué Japón fue diferente: por qué, durante el siglo XIX largo,
fue el único país asiático (en realidad, el único país no occidental) que
inició un proceso de industrialización y mejoró significativamente sus
resultados de desarrollo.
Durante buena parte del periodo preindustrial, Asia estuvo por delante de
Europa. Ya el primer foco de la revolución neolítica, en lo que hoy
llamamos Oriente Medio (u Oriente Próximo), fue asiático. Más adelante,
las sociedades asiáticas alcanzaron pronto niveles de complejidad
organizativa superiores a las sociedades europeas. Tras la caída del Imperio
romano, por ejemplo, mientras Europa transitaba hacia el feudalismo y se
partía en un sinfín de unidades económico-jurídicas, Asia contaba con
civilizaciones imperiales. La tasa de urbanización de Asia, siendo aún muy
baja (como en todas las sociedades del periodo preindustrial), era al menos
algo superior a la europea. También estuvo Asia por delante en materia
tecnológica: buena parte de las innovaciones tecnológicas del periodo
preindustrial se originaron allí. La pólvora o la rueda, por poner dos
ejemplos muy ilustrativos, fueron innovaciones chinas, mientras que el
progreso de las técnicas de navegación (cartografía, sistemas de orientación
a través de las estrellas, instrumentos como el astrolabio) fue hasta el siglo
XV cosa de las civilizaciones del Índico. Las sociedades europeas
resultaban tan atrasadas desde la perspectiva asiática que la balanza
comercial asiática presentaba de manera persistente superávit con respecto
a Europa: mientras las sofisticadas producciones asiáticas tenían éxito entre
las elites europeas, las elites asiáticas preferían las producciones locales.
Cuando Marco Polo, un comerciante europeo del siglo XIII, hizo un viaje
por el Lejano Oriente, se quedó maravillado por las producciones y la
tecnología de la región. Para él no cabía duda de la superioridad asiática, en
especial de la superioridad de China, cuyo nivel tecnológico y organizativo
estaba algo por delante del de la civilización islámica de Oriente Medio o la
India. Aunque carecemos de datos plenamente fiables, las estimaciones de
algunos historiadores económicos sugieren que, en torno al año 1000, el
PIB per cápita chino era superior al europeo, quizá incluso en un 30 por
157
ciento.145 Así las cosas, si un extraterrestre hubiera aterrizado en nuestro
planeta en torno al año 1000 y hubiera tenido que apostar por una zona
como futura cuna del desarrollo moderno, probablemente habría apostado
por China.
145
Van Zanden (2005), Maddison (2002).
146
Los siguientes párrafos están basados en Pomeranz (2000).
158
Shanghai. Los modestos progresos de estos sectores, además, se reforzaban
entre sí. (El crecimiento económico de la ciudad de Shanghai, por ejemplo,
estimulaba el progreso de las comarcas agrarias de su entorno a través de
sus encadenamientos de consumo.)
147
Pomeranz (2000).
159
Junto a este problema de dotación de recursos, China tenía un
problema más general de naturaleza institucional. En Europa, durante el
tramo final del periodo preindustrial se pusieron las bases para la formación
de sociedades de mercado. Desde aproximadamente el siglo XI, los Estados
y los mercados habían ascendido de manera paralela para debilitar las
estructuras feudales. Ello tendió a mejorar el grado de eficiencia en la
asignación de recursos, ya que el peso del mercado como mecanismo de
coordinación económica tendió a aumentar. Además, los Estados
garantizaron una mayor seguridad jurídica a los participantes en la
economía de mercado, con lo que favorecieron la innovación tecnológica y
el comportamiento empresarial emprendedor. Finalmente, la rivalidad
geopolítica entre los Estados europeos, aunque fue muy negativa si
tenemos en cuenta las constantes guerras que mantuvieron entre sí,
paradójicamente favoreció la difusión de las innovaciones tecnológicas e
institucionales entre unos Estados y otros, ya que los gobernantes no
querían quedarse por detrás de sus vecinos y rivales.
Nada de esto ocurrió en China durante los siglos finales del periodo
preindustrial. El mercado no se abrió demasiado paso como mecanismo de
coordinación de las decisiones económicas. Los gobernantes europeos
estaban utilizando a los mercados para debilitar el poder feudal y fortalecer
así su propia posición política. Los emperadores chinos no tenían motivos
para hacer nada parecido, porque su posición política ya era
suficientemente fuerte. Se encontraban en la cúspide social y política de
una economía en la que numerosas regulaciones aseguraban la circulación
de excedentes productivos desde las masas campesinas hacia la corte
imperial y su aparato burocrático (los mandarines). ¿Para qué querían más?
La economía de mercado tuvo así un espacio reducido, con lo que la
asignación de recursos era ineficiente y las perspectivas de crecimiento
smithiano eran pequeñas. Además, fueron frecuentes los actos arbitrarios
de confiscación sufridos por los empresarios del sector comercial, por lo
que las perspectivas de crecimiento schumpeteriano terminaron siendo aún
menores. En realidad, los emperadores chinos no sólo no encontraron
incentivos para expandir la esfera de actuación de los mercados, sino que,
de hecho, los encontraron para reducirla, en particular en lo referente a los
contactos de China con el exterior. El contacto comercial con el exterior
fue percibido como peligroso porque desestabilizaría la economía y
sociedad tradicionales y, sobre todo, porque podía servir para que los
enemigos políticos de la familia imperial importaran armas y tecnología
militar occidentales. Así, a partir del siglo XV, la dinastía Ming (1368-
1644) decidió reducir al mínimo dichos contactos. Entre 1644 y finales del
siglo XIX, la dinastía Qing o manchú (1644-1912) mantuvo la misma
política. (Y, de hecho, terminaría renunciando a la misma por la presión
160
militar de los europeos, y no por iniciativa propia.) Los costes económicos
de esta política aislacionista pudieron ser importantes, ya que, mientras el
nivel tecnológico europeo se beneficiaba del contacto con otras
civilizaciones, el aislacionismo chino trabajaba a favor del estancamiento
tecnológico.148 Además, el hecho de que China renunciara a formar su
propio sistema colonial durante los siglos finales del periodo preindustrial
le impidió obtener los beneficios indirectos conseguidos por los europeos,
en particular un mayor saber hacer empresarial y un abastecimiento regular
de productos estratégicos.149
161
Pero, además, este marco institucional también era negativo en el
sentido de que ofrecía escasos incentivos para la adopción de
comportamientos emprendedores e innovadores. Para empezar, los
aristócratas mogoles eran más unos intermediarios fiscales entre el
emperador y las aldeas que unos señores feudales terratenientes: no poseían
la tierra, sino que basaban sus ingresos en la concesión estatal del derecho a
recaudar los impuestos agrarios en una determinada región. Por ello, y
porque esta concesión no siempre era hereditaria y porque los aristócratas
carecían de garantías de recibir dicha concesión siempre para la misma
región, carecían igualmente de incentivos para realizar inversiones que
mejoraran los rendimientos agrarios. Su comportamiento más racional
consistía más bien en absorber prácticamente todo el excedente producido
en la economía rural, transfiriendo una parte hacia el emperador y su corte
y quedándose otra parte para su propio consumo suntuario. Tampoco los
emperadores encontraban interesante la posibilidad de aumentar las
inversiones públicas en obras de regadío, como sí hicieron los emperadores
chinos. A su vez, el comportamiento depredador de las elites hacía que los
campesinos tampoco contaran con demasiados incentivos para intensificar
su esfuerzo laboral y desarrollar iniciativas innovadoras. (¿Para qué, si los
beneficios adicionales de ello serían absorbidos por la aristocracia?) Por su
parte, el sistema de castas, al impedir la movilidad social ascendente,
también restaba incentivos a una intensificación del esfuerzo por parte de
buena parte del campesinado. Fuera de la economía rural, por otro lado, los
comerciantes y artesanos vivían en un mundo marcado por la inseguridad
jurídica y la comisión de actos arbitrarios por parte de los gobernantes. De
hecho, la inseguridad de los empresarios mogoles era tal que, en la parte
final del siglo XVIII, muchos de ellos decidieron financiar la causa militar
que de manera más creíble prometía respetar sus intereses: la causa que la
Compañía Británica de las Indias Orientales libraba por hacerse con el
control de la provincia de Bengala, que más tarde pasó a ser la causa de la
incorporación del conjunto de la India al Imperio británico.151
151
Wolf (2005). Sobre problemas institucionales similares en el caso del
Imperio otomano, otra de las grandes unidades políticas de Asia, véase Jones (1994).
162
Los obstáculos al desarrollo asiático en el siglo XIX
Panorámica general
163
militar de los países dependía cada vez más de su grado de
industrialización. Las guerras del opio fueron el mejor ejemplo. Los
británicos encontraron en el opio (cultivado en sus colonias de la India) un
producto de exportación para el mercado chino, lo cual era todo un logro
después de siglos en los que los consumidores chinos apenas habían
mostrado interés por los productos ofrecidos por los europeos. Ante el
aislacionismo chino, los británicos optaron por el contrabando; y, ante la
dureza con que China respondió al contrabando, los británicos
respondieron con mayor dureza aún. La derrota china en estas guerras del
opio fue percibida como una humillación nacional. Durante la segunda
mitad del siglo XIX, los europeos intensificaron su presión para que China
se abriera al comercio internacional, y un debilitado imperio aceptó que las
principales ciudades del país se convirtieran en algo bastante parecido a
colonias europeas. El estancamiento económico de China había terminado
conduciendo al país a un estatus semi-colonial.
164
anterior. Su crecimiento económico era prácticamente nulo, su nivel de
desigualdad era muy elevado, y sus resultados de desarrollo humano eran
malos incluso en comparación con otras sociedades preindustriales de
Eurasia. A continuación llegó el colonialismo británico: a finales del siglo
XVIII, la Compañía Británica de las Indias Orientales (la empresa británica
que tenía concedido el monopolio de la explotación del comercio con esta
región del mundo) aprovechó la inestabilidad del Imperio mogol para
ocupar la provincia de Bengala. En 1857, la expansión británica había
tocado a la mayor parte del resto de regiones de la India. La India se
convirtió así en la colonia más grande del imperio colonial más grande del
mundo.
152
Esta sección se basa en Tomlinson (1993), Maddison (1974), Roy (2005),
Prakash (2003) y Pipitone (1994).
165
la sociedad de mercado fueron la tendencia hacia la homologación de los
sistemas regionales de pesos y medidas, la unificación monetaria del país, y
la reforma del sistema judicial con objeto de aumentar las garantías
jurídicas de quienes participaran en la economía de mercado y adoptaran
comportamientos emprendedores. Finalmente, el gobierno colonial también
impulsó el funcionamiento de una economía de mercado a través de la
construcción o promoción de numerosas líneas férreas y la puesta al día en
materia de comunicaciones (por ejemplo, telégrafo).
166
episodios de hambruna (episodios muy comunes en la India mogola)
durante la segunda mitad del siglo XIX.
167
Company, se convertiría en la empresa más importante del país.) Sin
embargo, estos brotes de crecimiento industrial moderno nunca llegaron a
transformar la estructura de la economía india. La pobreza rural estaba tan
extendida que la demanda de productos industriales creció de manera
extremadamente lenta. Esto, además, dificultaba que los empresarios indios
pudieran reducir sus costes medios por la vía de las economías de escala, lo
cual les hacía relativamente poco competitivos en los mercados
internacionales. En realidad, la India nunca dejó de ser en este periodo una
economía básicamente agraria.
Japón fue el único país asiático (en realidad, el único país no occidental)
capaz de poner en marcha un proceso de industrialización durante el siglo
XIX largo. También fue el único país cuya población registró una mejora
sustancial de su bienestar durante dicho periodo. En suma, fue el único país
asiático que salió de la senda que conducía al subdesarrollo con respecto a
los países occidentales. ¿Por qué? ¿Qué tenía Japón de especial? En
comparación con otros países asiáticos, lo más llamativo de Japón fueron
probablemente los cambios institucionales producidos por la restauración
Meiji en 1868: la consolidación de una sociedad de mercado y la puesta en
168
práctica de políticas económicas encaminadas a promocionar la
industrialización del país. Antes de eso, sin embargo, el periodo Tokugawa
(1600-1868) ya había registrado cierto dinamismo, aunque fuera dentro de
los estrechos márgenes propios del periodo preindustrial. Es probable que
este dinamismo preindustrial fuera un valioso legado para el posterior
desarrollo de la industrialización japonesa. Comenzaremos revisando esa
historia y más adelante trataremos los cambios registrados a partir de 1868.
El legado Tokugawa
153
Esta sección está basada en Hanley (2003), Francks (2006) y Mosk (2007).
169
empresarios distribuía las materias primas entre los hogares campesinos y
estos trabajan autónomamente en la transformación de productos que
posteriormente eran comercializados por los empresarios.
170
economía de mercado de su parte, fomentando el desarrollo de actividades
vinculadas al mercado (por ejemplo, protoindustrias y comercio regional) y
aplicando políticas mercantilistas con respecto a otros dominios
(promocionando sectores estratégicos y estableciendo concesiones
monopolísticas para algunos de ellos). El resultado fue el paulatino ascenso
del mercado como mecanismo de coordinación económica. Como en
Europa occidental durante este mismo periodo, una economía de mercado
estaba naciendo bajo la costra de una sociedad no de mercado.154
154
Jones (1997).
155
Francks (2006), Mosk (2007).
171
quiere decir, sin embargo, que no tuviera delante de sí precisamente eso: un
reto.
El reto de industrializar Japón fue percibido por las nuevas elites políticas
del país como un imperativo geopolítico.156 China había perdido las guerras
del opio como consecuencia de la superioridad industrial-militar de Gran
Bretaña, y el resultado había sido la caída del país a un estatus semi-
colonial. La misma amenaza se cernía sobre Japón, que durante la primera
parte del siglo XIX sufrió una presión creciente por parte de las potencias
occidentales para abrir su economía al contacto con el exterior. ¿Cómo
hacer frente a esta amenaza? ¿Con una versión japonesa de las guerras del
opio: un vano intento por oponer fanatismo nacionalista a una tecnología
occidental más avanzada? ¿O, mejor, fomentar un proceso de
industrialización que, con el tiempo, permitiera a Japón convertirse en un
primer actor en la escena internacional? El nuevo lema del país mostraba a
las claras la opción por la segunda de estas posibilidades: “enriquecer el
país, fortalecer el ejército”. Para ello, la política económica de la
restauración Meiji implantó grandes reformas en cuatro grandes áreas:
marco institucional, promoción industrial, sector agrario y sistema fiscal.
156
Esta sección está basada en Macpherson (1995) y Pipitone (1994).
172
considerados estratégicos, como la construcción naval, la minería o la
industria textil. Pero, a pesar del esfuerzo realizado por los gobernantes
Meiji para que funcionaran con la tecnología más avanzada, estas empresas
resultaron un fiasco, en parte (y como en otros casos históricos de
promoción industrial directa) debido a que sus costes de gestión resultaron
ser muy elevados y su orientación productiva no estaba demasiado ajustada
al tipo de bienes demandados por los consumidores. En la década de 1880,
casi veinte años después de la restauración Meiji, la economía japonesa
seguía creciendo básicamente gracias a la misma revolución industriosa (la
combinación de los mismos progresos modestos) que venía alimentando su
crecimiento desde comienzos de siglo. ¿Había fracasado el intento de
impulsar una revolución industrial?
157
Chang (2004).
173
Estados Unidos. Así, a comienzos del siglo XX, Japón ya había dejado de
ser un exportador de productos primarios (como la seda) y había
comenzado a exportar una cantidad creciente de productos industriales.
Conforme los conglomerados industriales fueron ganando posiciones en los
mercados internacionales, encontraron una segunda fuente de ventaja
competitiva: al producir para mercados cada vez más grandes, podían
explotar las economías de escala en mayor medida y, por tanto, reducir sus
costes medios de fabricación. Los conglomerados actuaron como líderes
del proceso de industrialización, y consigo arrastraron a un denso tejido de
pequeñas y medianas empresas industriales que, si bien operaban con
tecnología menos puntera y se caracterizaban por niveles de productividad
inferiores, estaban íntimamente conectadas a los conglomerados a través de
redes de subcontratación bastante estables en el tiempo.
174
crecimiento basado en la introducción de mejoras biológicas (variedades
más productivas de semillas, por ejemplo) y la extensión de los sistemas de
regadío, al compás de la creciente comercialización impulsada por la
demanda urbana.158 No se trataba de un crecimiento basado en la formación
de grandes explotaciones (al estilo estadounidense), sino un crecimiento
basado en la consolidación de pequeñas y medianas explotaciones
familiares. La política económica buscó además sortear los problemas
asociados a la pequeña escala de las explotaciones mediante el fomento del
cooperativismo y asociacionismo locales. Si a ello añadimos el esfuerzo
público en materia de educación rural, tenemos una senda de cambio
agrario que fue capaz de hacer compatible el dinamismo productivo con la
cohesión social.159
158
Hayami y Ruttan (1989).
159
Francks (2006).
175
Capítulo 12
ÁFRICA
160
Este capítulo se basa en Wolf (2005), Bairoch (1997) y Dabat (1994).
176
occidental, el periodo colonial se saldó con unos pobres resultados en
términos de desarrollo. El segundo apartado revisa las causas.
177
Sin embargo, no cabe duda de que, en torno a 1500, las sociedades
africanas estaban menos evolucionadas que las europeas o asiáticas. Los
historiadores discuten apasionadamente sobre por qué se forjó la gran
divergencia entre Europa y Asia, por qué no fue por ejemplo China el país
que lideró la transición hacia el desarrollo moderno. Pero nadie ha
planteado una pregunta similar para África porque es evidente para todo el
mundo que, a lo largo del periodo comprendido entre la revolución
neolítica y 1500, las sociedades africanas se habían quedado ya claramente
por detrás. No muy por detrás en términos de esperanza de vida (que era
igual de baja en todas partes) o en términos de PIB per cápita (que aún
estaba muy próximo al nivel de subsistencia en casi todas partes). Pero sí
muy por detrás en términos de evolución social y complejidad organizativa.
De ahí no sólo no podía salir una revolución industrial: ni siquiera podía
salir una economía orgánica avanzada. Los obstáculos típicamente
preindustriales al desarrollo se encontraban muy presentes en la África de
1500: un régimen demográfico de alta presión, una tecnología muy
rudimentaria dependiente de energías orgánicas y, sobre todo, un marco
institucional muy poco favorecedor. El feudalismo europeo o los imperios
asiáticos tampoco favorecían el desarrollo, pero al menos albergaron la
formación de sociedades medianamente complejas que, por tanto, podían
ser susceptibles de dar algún día el salto a economías orgánicas avanzadas
o economías industriales. No se puede decir lo mismo de los primarios
sistemas de organización social prevalecientes en África.
178
comerciantes europeos realizaban con las elites locales en los
asentamientos costeros. A partir de 1870, sin embargo, el colonialismo
europeo tomó un cariz mucho más territorial: las potencias europeas
terminaron incorporando la práctica totalidad del territorio africano a sus
respectivos sistemas coloniales. La Conferencia de Berlín de 1885 fue, de
hecho, un intento de poner orden a la carrera imperialista que los
principales países europeos estaban desarrollando en África. El resultado
fue un auténtico reparto del continente africano por parte de las potencias
europeas, con Inglaterra y Francia a la cabeza.
Hasta 1870
179
negocio para los traficantes de esclavos. Tal cosa ocurrió sobre todo a partir
del siglo XVII.
Después de 1870
180
Esto convirtió a las economías africanas en economías organizadas
en función de los intereses de la metrópoli correspondiente. Un caso
ilustrativo es el de Egipto. Durante la primera mitad del siglo XIX,
Mohamed Ali consiguió una autonomía casi total con respecto al Imperio
otomano y puso en marcha una política de industrialización. No se trataba
de una política motivada por el deseo de impulsar el desarrollo humano en
el país, sino por el deseo de aumentar su potencial militar. Cuando diversas
presiones internas y externas desembocaron en el cambio de régimen,
Egipto cayó cada vez en mayor medida en la órbita de los intereses
económicos europeos. En las tres décadas previas a la Primera Guerra
Mundial, Egipto tenía un estatus semi-colonial con respecto a Gran
Bretaña. El resultado fue la conversión de Egipto en una economía
complementaria de la británica: las condiciones climatológicas
incentivaban particularmente la conversión de la zona en una región
abastecedora de algodón, materia prima fundamental para la industria
británica y cuyas fuentes de suministro tradicionales habían mostrado
ciertas inestabilidades (por ejemplo, las exportaciones de algodón de la
región sureña de Estados Unidos se habían venido abajo durante la guerra
civil).
181
logros que tenía en su haber a mediados del siglo XV. Pero el colonialismo
estuvo lejos de solucionar el problema: obtuvo unos resultados de
desarrollo mediocres y, además, legó una estructura social desequilibrada
que se erigiría en un importante obstáculo para el posterior desarrollo a lo
largo del siglo XX. La tragedia africana, aún vigente hoy día, había
comenzado a tomar forma.
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