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Diez maneras equivocadas de interpretar el Concilio Vaticano II

5.00 p m| 31 ene 13 (AMERICA MAGAZINE/BV).-No es fácil interpretar un gran evento,


así que no resulta extraño que hoy en día existan diferencias en la forma en que se
entiende el Concilio Vaticano II. Este texto pretende darle una nueva perspectiva al
análisis, al presentar diez principios de cómo no interpretarlo (seguramente los
lectores más astutos descubrirán que son enfoques positivos presentados de manera
solapada).

Algunos de estos principios son, de hecho, de importancia solo para los historiadores o
teólogos. Las cuestiones que subyacen en ellos, sin embargo, deben ser motivo de
preocupación para todos los católicos que aprecian la herencia del concilio. Estos 10
principios negativos son simplemente una manera de recordarnos lo que está en juego
en las controversias sobre la interpretación del concilio.

1. Insistir que el Vaticano II fue sólo un concilio pastoral. Este principio es erróneo por
dos razones. En primer lugar, no tiene en cuenta el hecho de que el concilio enseñó
muchas cosas: la doctrina de la colegialidad episcopal, por ejemplo, que no es poca cosa.
Por ende fue un concilio tanto doctrinal como pastoral, a pesar de que enseñó con un
estilo diferente a los concilios anteriores. En segundo lugar, el término puede ser usado
para sugerir una cualidad efímera porque los métodos pastorales cambian según las
circunstancias. Consciente o inconscientemente, por lo tanto, “pastoral” consigna al
Vaticano II como un concilio de segunda categoría.
2. Insistir en que fue un suceso en la vida de la iglesia, no un evento. Esta distinción
tiene aceptación en ciertos círculos. Su importancia se ilustra mejor con un ejemplo: A
un profesor se le da un año sabático, que se pasa en Francia. La experiencia amplía su
perspectiva, y vuelve a casa enriquecida, pero retoma sus rutinas anteriores. Su sabático
fue un suceso. Pero supongamos que, en cambio, se le ofreció un puesto como decano
de una institución distinta de la suya. Ella arriesga, deja la enseñanza y en su nuevo
trabajo aprende nuevas habilidades y hace nuevos amigos. Es un evento, un giro
significativo en el camino.
3. Desterrar la expresión “espíritu del Concilio”. Claro, la expresión es fácilmente
manipulable, pero tenemos que recordar que la distinción entre espíritu y lo textual es
venerada en la tradición cristiana. El espíritu, correctamente entendido, indica los temas
y orientaciones que impregnan el concilio con su identidad, ya que no se encuentran en
un solo documento, sino en todos o casi todos ellos. Así, el “espíritu del Concilio”,
aunque basado en el texto de los documentos del concilio, trasciende a cualquiera
específico de ellos. Nos permite ver el gran mensaje del concilio y la dirección en la que
señaló la iglesia, que era en muchos aspectos diferente de la dirección antes del
Vaticano II.
4. Estudiar los documentos de forma individual, sin considerar que forman parte de
un corpus integral. No puedo nombrar a alguien que insista en este principio, pero ha
sido el acercamiento común a los documentos desde que el concilio terminó. Por
supuesto, para comprender el corpus se debe entender primero las partes
componentes. Por lo tanto, el estudio de los documentos individuales es indispensable
y el primer paso en la comprensión del corpus. Con demasiada frecuencia, sin embargo,
incluso los comentaristas se han detenido en ese momento y no han investigado cuál
fue la contribución de un texto específico a la dinámica del concilio en su conjunto, es
decir, a su “espíritu”.
5. Estudiar los últimos 16 documentos en orden de la autoridad jerárquica, no en el
orden cronológico en el que se aprobaron en el concilio. Los documentos, por
supuesto, tienen diferentes grados de autoridad (constituciones antes que decretos,
decretos antes que declaraciones). Pero este principio, al ser tratado exclusivamente,
ignora la naturaleza intertextual de los documentos del concilio, es decir, su
interdependencia, la estructura textual de uno sobre otro en el orden en que se fue
dando el concilio. El documento de los obispos, por ejemplo, no se podría introducir en
el concilio hasta que el documento sobre la iglesia estaba en su lugar, sobre todo debido
a la crucial importancia de la doctrina de la colegialidad que se debate en la
“Constitución dogmática sobre la Iglesia”. Los documentos, por lo tanto, fueron se
parafrasearon, y se adaptaron el uno al otro a lo largo del desarrollo del concilio. Por lo
tanto, forman un todo coherente e integral y deben ser estudiados de esta manera. No
son una bolsa de sorpresas de unidades discretas. (Desafortunadamente, la última
edición de la traducción utilizada de los documentos del Concilio, editado por Austin
Flannery, OP, los imprime en orden jerárquico, no cronológico).
6. No prestar atención a la forma literaria de los documentos. Una característica que
distingue más claramente el Concilio Vaticano II de todos los concilios anteriores es el
nuevo estilo en el que formula sus representaciones. A diferencia de los concilios
anteriores, el Vaticano II no funciona como un cuerpo legislativo y judicial en el sentido
tradicional de estos términos. Estableció ciertos principios, pero a diferencia de concilios
anteriores no generó un cuerpo de ordenanzas que prescriben o proscriben los modos
de comportamiento, con sanciones por su incumplimiento. No emitió veredictos de
culpabilidad. Empleó en su mayoría un nuevo vocabulario para los concilios, lleno de
palabras que implican colegialidad, reciprocidad, tolerancia, amistad y la búsqueda de
un territorio en común.
7. Aferrarse a los 16 documentos finales y no prestar atención al contexto histórico, la
historia de los textos o las controversias generadas durante el concilio. Este principio
permite que los documentos puedan ser tratados como si flotaran en algún lugar fuera
del tiempo y lugar y así se puedan interpretar. Sólo examinando el trayecto que el
decreto sobre la libertad religiosa, por ejemplo, experimentó durante el Concilio, hasta
el punto de que parecía que no podía ser aprobado, se puede entender su carácter
pionero y su importancia para el papel de la Iglesia en el mundo hoy. Por otra parte,
existen documentos oficiales más allá de los 16, que son cruciales para la comprensión
de la dirección que el concilio tomó, como el discurso de apertura del Papa Juan XXIII,
“Se regocija la Madre Iglesia” y el “Mensaje para el mundo”. Estos dos documentos
abrieron el concilio, por ejemplo, a la posibilidad de producir “La Iglesia en el Mundo
Moderno”.
8. Prohibir el uso de fuentes “no oficiales”, tales como los diarios y correspondencia
de los participantes. Sin duda, las fuentes oficiales: los textos finales y el “Acta
Synodalia”, publicado por la Oficina de Prensa del Vaticano, es y debe seguir siendo la
primera referencia y la de mayor autoridad para la interpretación del Concilio. Sin
embargo, los diarios y las cartas de los participantes proporcionaron información
faltante en las fuentes oficiales y en ocasiones explican mejor el repentino giro que se
dio en el concilio. Los editores de la magnífica colección de 13 volúmenes de
documentos sobre el Concilio de Trento, el Tridentinum Concilium, no dudaron en
incluir los diarios y la correspondencia, que han demostrado ser indispensables para la
comprensión de ese concilio y utilizados por todos los intérpretes.
9. Interpretar los documentos como expresiones de continuidad con la tradición
católica. Como un énfasis en la interpretación de los documentos del Concilio, esto es
correcto y debe ser insistido. El problema surge cuando este principio excluye toda idea
de discontinuidad, es decir, todo tipo de cambio. Es un absurdo creer que nada ha
cambiado, que nada sucedió. El 22 de diciembre de 2005, el Papa Benedicto XVI
proporcionó una corrección a dicha exclusividad cuando dijo en su discurso a la Curia
Romana que lo que se requiere para el Vaticano II fue una “hermenéutica de la reforma”,
que definió como una “combinación de continuidad y discontinuidad en diferentes
niveles”.
10. Evaluar el concilio como una profecía autocumplida. Este principio no se trata tanto
de malinterpretar el concilio, se trata de emplear las evaluaciones para determinar
cómo se puede implementar. El principio es peligroso en manos de cualquiera, pero
especialmente peligroso en las manos de aquellos que tienen la autoridad para operar
en base a sus evaluaciones. En este sentido “la consigna del partido” en la novela “1984”
de George Orwell, da en el clavo: “Quien controla el pasado controla el futuro, quien
controla el presente controla el pasado”.
John W. O’Malley, SJ, catedrático en el departamento de teología en la Universidad de
Georgetown, es el autor de Los primeros Jesuitas y Qué pasó en el Vaticano II (Harvard
University Press).
Artículo publicado en la web de America Magazine.

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