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Nube y relámpago

Nube era un poni de color caramelo y de crines blancas. Como todos los de su especie
era bajito y tenía unas patas rechonchas. Vivía a las afueras de la ciudad, en
una granja junto a Pirata, otro poni de color negro y crines grises.
Nube y Pirata eran felices: sus dueños les querían, sus cuadras estaban limpias y tenían
suficiente heno. Además, podían trotar y galopar por el prado siempre que les
apetecía.
Los niños de la ciudad solían ir a la granja para aprender a montar a caballo. Sus
primeras clases empezaban siempre a lomos de Nube o de Pirata.
Una mañana, unos amigos de los dueños, trajeron un caballo de carreras, que iba a una
competición. Se llamaba Relámpago. Era precioso, un auténtico pura sangre, todo
negro y con el pelaje del mismo color.
Cuando Nube lo vio, se quedó asombrado. Relámpago galopaba con mucho estilo y
agilidad. El sol se reflejaba en él, haciéndolo todavía más bonito.
Cuando los dos caballos coincidieron en las cuadras, Nube le dijo a Relámpago:
- Ojalá yo fuera así: con tu porte, tu elegancia, tu belleza…
Relámpago le contestó:
- Amigo, no quieras ser como yo. Siempre estoy en las carreras o en las competiciones,
mi amo es muy exigente y los niños me miran con curiosidad, pero raras veces se me
acercan. Tú eres fantástico tal y como eres. Tus dueños te quieren, los niños se divierten
mucho contigo y con Pirata, les hacéis felices y eso es lo más importante. Recuerda
siempre lo que te voy a decir: “Tú eres igual de valioso que cualquier corcel
hermoso”
Entonces, Nube se fue contento a trotar por el prado.
La rana en el pozo

Un grupo de ranas viajaba por el bosque, cuando de repente dos de ellas cayeron en un
pozo profundo. Las demás se reunieron alrededor del pozo y, cuando vieron lo profundo
que era, le dijeron a las ranas que cayeron que era imposible salir y debían darse por
muertas. Sin embargo, ellas seguían tratando de salir del hoyo con todas sus fuerzas.
Las ranas de fuera les decían que esos esfuerzos serían inútiles, que nunca podrían salir.
Una de las ranas atendió a lo que las demás decían, dejó de esforzarse, se dio por
vencida y murió. La otra continuó saltando con tanto esfuerzo como le era posible. La
multitud le gritaba que era inútil pero la rana seguía saltando, cada vez con más fuerza.
Hasta que finalmente consiguió salir del pozo. Las otras le preguntaron: ?¿Acaso no
escuchabas lo que te decíamos? La ranita les explico que era sorda y creía que las demás
la estaban animando desde el borde a esforzarse más y más para salir del hueco. Una
voz de aliento a alguien que se siente desanimado puede ayudarle, mientras que una
palabra negativa puede acabar por destruirlo. Tengamos cuidado con lo que decimos,
pero sobre todo con lo que escuchamos. Reflexión: ¿Cómo dejas que te influya lo que te
dice tu entorno?

Fábula del valor real del anillo

Un buen día, un joven se acercó a donde un sabio en busca de consejo. Así le dijo:
– Maestro, vengo porque me siento tan miserable que no tengo fuerzas para realizar nada.
Todos los días me repiten que no sirvo, que no soy capaz de hacer nada bien, que soy torpe y
bastante desastre. ¿Qué puedo hacer para que cambien su opinión sobre mí?
El maestro, sin hacerle mucho caso y sin mirarle a los ojo, le dijo:
– ¡Cuánto lo siento pero no voy a poder ayudarte, no dispongo de tiempo ya que debo resolver
primero mis problemas. Quizás después… Si me ayudases a resolver mis problemas, acabaría
antes y podría atenderte.
– De acuerdo maestro – respondió el joven algo dolido ya que una vez más sintió que sus
problemas no tenían valor para los demás.
El maestro se quitó el anillo que llevaba en el dedo y se lo entregó diciendo: Toma el caballo
que está en el cobertizo y cabalga hasta el mercado de la plaza. Necesito vender el anillo para
pagar una deuda. Lo más importante es que obtengas por él la mayor suma posible, pero nunca
aceptes menos de una moneda de oro.
Y así, el joven tomó el anillo y partió hacia el mercado. Llegado al mercado, empezó a ofrecer
el anillo a los mercaderes que se acercaban interesados hasta que el joven les decía el precio
del anillo.
En el momento en el que el joven mencionaba la moneda de oro, la gente se reía, y sólo una
persona amablemente le comentó que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a
cambio de un anillo.
Frustrado por tanto intento fallido, puesto que nadie le ofrecía más que una moneda de plata,
montó en su caballo y cabalgo de regreso a casa del maestro.
– Maestro, lo siento, no he podido vender tu anillo por el precio que me dijiste, podría haberlo
vendido por un par de monedas de plata, pero no he podido convencer a nadie con respecto al
verdadero valor del anillo- dijo el muchacho al sabio
– ¡Tienes mucha razón en lo que dijiste amigo! -contestó enérgicamente el maestro-. Lo
primero que debemos hacer es conocer el verdadero valor del anillo. Vuelve a coger el caballo
y cabalga hasta donde el joyero del pueblo. Dile que quisieras conocer el valor que puede tener
este anillo, pero en ningún momento debes vendérselo a él. Sólo queremos conocer el verdadero
valor de esta pieza.
El joven cogió el caballo y cabalgo hasta llegar a la casa del joyero. El joyero examinó
detenidamente el anillo, lo pesó y dictaminó:
– Jovenzuelo, dile al maestro, que el precio de este anillo es de 58 monedas de oro, ni más ni
menos.
– ¿¿¿¿58 monedas???? -replicó el joven, quedándose boquiabierto..
El joven regresó a casa del maestro muy emocionado y le contó lo que el joyero le había dicho
sobre el precio del anillo.
Después de haber escuchado al joven, el maestro le pidió que se sentase, ya que tenía algo muy
importante que decirle:
–Tú eres similar a este anillo: una pieza única y muy valiosa. Y como tal, sólo puedes ser
valorado por un experto. ¿Por qué vas por la vida pretendiendo que los demás descrubran el
valor verdadero que tu tienes?
Sin una valoración realista acerca del valor de uno mismo, de nuestros recursos y
nuestras capacidades, se hace complicado llevar adelante tareas de gran envergadura, o de ser
capaces de dar nuestro apoyo a los demás en sus necesidades.
Es necesario tener una autoestima tal que nos haga conocedores de nuestras fortalezas y
debilidades, para así mostrarnos seguros en la realizar nuestras misiones: tareas o relaciones con
los demás.
La autoestima es una condición básica para el desarrollo y crecimiento personal.
Un niño con mucha autoestima

En un lugar lejano, terminaban las clases del año escolar y todos los niños de la
escuela se preparaban para ir de paseo al bosque. Era temprano y los buses estaban
estacionados afuera del colegio. Los alumnos iban con sus padres y algunos profesores.
Julián era el hermano menor de Alicia y era un niño diferente a los demás. Nació con
un problema de salud y era muy pequeño. No podía crecer como los demás niños, y
tenía que tomar muchas vitaminas. Aquél día, en el bus, los niños que estaban cerca de
Alicia y su hermano, se burlaban del niño, le decían: «Mira a ese enano, pero qué feo
que es».
Alicia muy molesta gritó: «¡No molesten a mi hermano, déjenlo tranquilo!», Julián que
oía todo con paciencia empezó a reirse. «¿Qué te pasa Julián, estás loco?», dijo más
enojada Alicia. «Lo que pasa, es que estos niños no saben que siguiendo mi tratamiento
algún día yo creceré. Tal vez sea hasta más grande que ellos, en cambio yo no sé si a
ellos, algún día se les quitará lo tontos que se ven», dijo riéndose Julián. Ahora Alicia
entendía las carcajadas de su hermano y se dió cuenta de lo inteligente que era para
responder y salir de ese mal momento. Ahora se reían todos, menos los niños que se
burlaban de él quedando muy avergonzados. Alicia abrazó a Julián y dijo muy
orgullosa: «Ése es mi hermano».

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