Sunteți pe pagina 1din 22
Gallingwood, R.G. ‘Ques a hstoria/ RG. Collingwood; prlogo de Rosa Belvedesh. ed, -Chedad Auténoma de Buenos Aires Elewenco de plate, 2016. 1h p.7 18x Them -(Cuadornas de plata 10) ‘Traduceion de José Luis Cano ISBN: 578-967-973357-3 11 -Taora de la Historia. 1 Belvedvesi, Rosa, prolog I. Cano, Jos6 Luis trad. IL Tal, ep sor elcuenco de plata / cuadernos de plata Director editorial: Edgardo Russo Disefio y produccién: Pablo Hemindez @Elcuenco cle plata SRL, 2016 ‘Av. Rivadavia 1559,3°"A" (1033) Buenos Aires, Argentina ‘www.cleuencodeplatacomar Hecho el depésito que indlcala ley 11.728, TImpreso en mayo de 2016, ibis eo pu it dr io sil pao, receornercti R.G. COLLINGWOOD Qué es la historia Apostilla: La filosofia de la historia de R. G. Collingwood: la vigencia de un cldsico por Rosa E. BELVEDRESI leuenco de pata cevadernos de plata Qué es la historia Los limites del conocimiento hist6rico! "Hl dudoso relato de acontecimientos sucesi- vos”. Con esta frase peyorativa? Bernard Bosanquet climin6 la pretensién de la historia a ser conside- rada un estudio que mereciera la atencién de un espfritu reflexivo, Inadecuada en la forma, por no elevarse jams por encima de lo incierto, inade- cuada por el objeto, pues siempre esti ligada a lo transitorio, o sucesivo, lo meramente particular en cuanto opuesto a lo universal; tna erénica de poco valor, y ademés carente de crédito, Sin embargo, Bosanquet estaba bien versado en historia, La ense- {6 de joven en Oxford, y su primera obra publicada habia sido la traducci6n de un libro alemén reciente sobre la constitucién de Atenas; sabfa que un buen niimero de los mayores talentos del mundo de los ‘dltimos cien aftos se habia dedicado a los estudios histéricos; y con el paso de las afios se pregunta sf mismo a qué habia llegado la historia, eso fue todo Jo que puco afirmar. Existen, como ya he sefialado, dos capitulos en sut acusaci6n al conocimiento histérico: que es Toma ds oil f Pipi tes (1928, con u- teal dl editor de Psy eu nuevo tt, + TheDrnee of nitty Ve p78 dludoso, y que sus objetos son transitorios; propon- go aqui considerar Gnicamente el primero de ellos. No constituye en absoluto una expresion carente de dudas. Por el contrario, hace mucho que nos hemos acostumbrado a la idea dle que la historia es incapaz de arribar a laéertidumbre. Los epigramas gue la describen como une fable convenue, o al arte del historiador como celle de choisir, entre plusieurs ‘mensonges, celui qui ressemble le plus la verité, vuel- ven a nuestros espiritus y los transportan, pasando por el iluminismo del siglo XVII, hasta Descartes ¥ su polémica contra la historia como un tipo de pensamiento no susceptible de claridad y distinti- vidad mateméticas que son las tnicas que revelan la presencia de la verdad indudable. De hecho esta actsacién ha sido un t6pico del pensamiento euro- ‘peo durante doscientos o trescientos aftos; y lo mas, curioso es que és0s han sido exactamente los afios durante [os que los estlos hist6ricos han florecido més extraordinariamente y producido los resulta- dos mas originales e imprevistos. Uno podria casi imaginar que el pensamiento histérico en su encar- nacién més activa y afortunada, y el escepticismo histérico, la duda en cuanto al valor de ese pensa- ‘iento, eran gemelos, como el Hermano Date y el Hermano Dabitur. Lo cual es cierto en todo caso; el escepticismo histérico no ha sido en realidad ni causa ni sintoma de ninguna decadencia de los. studios histéricos. De aqui se deduce que el es- piritu humano es légico hasta lo grotesco (la con- clusion favorita de los observaciores desatentos y de los pensadores incolentes), o que la funcién del escepticismo hist6rico no consiste en negar la vali- dez del pensamiento histérico, sino de alguna for- ma todavia no explicitada plenamente, en atraer la atencién hacia sus limites. Al objeto de explorar la segunda posibilidad (la primera no merece la pena examinarla porque si fuera cierta la investigacién seria en vano), consi- deremos qué tesis ha de demostrar el escepticismo histérico. Toda historia es el fruto de una interpretacion. més menos critica y cientifica de las evidencias, Hay dos salidas para el escepticismo. En primer lugar se puede decir que la interpretacion nunca es lo erica y cientifica que deberia ser; que el més cultivado y'cuidadoso de los historiadores es ca- paz de errar pasmosamente en su utilizacién de las, evidencias, y que por tanto nunca podemos estar seguros de que hemos interpretado correctamente ln evidencia. Pero éste es un t6pico muy recurren- te del escepticismo que no se dirige fundamental- ‘mente contra la historia, sino contra toda forma de pensamiento; a eterna posibilidad abstracta de esta clase de error encierra el mismo peligro de echar a perder cualquier muestra de célculo, razonamiento uw observaci6n; y en consecutencia esto no es en for- ‘ma alguna una acusacién especial lanzada contra el conocimiento histérico. En segundo lugar, puede sefialarse que el histo- riador, a diferencia del matemético, el filésofo 0 el Didlogo, tiene algo que interpretar que se denomi- na evidencia: sus documentos, sus datos, sus tes- timonios, es decir, sus fuentes. {Qué bases existen ppara el teorema binémico? Ninguna; Ia cuestion catece de sentido. Qué evidencias hay de la teo- ra de las ideas de Plat6n? Todo puede convertirse cen evidencia de ella si se la cree; todo evidencias cen contra si no crees en ella, En otras palabras, la concepcién de la evidencia no entra en el proce- 0 de pensaiento por el que se defiende 0 con el que se ataca. ;Qué evidencia existe en pro o en contra de la herencia de las caracteristicas adqui- ridas? Ninguna; lo que en un sentido amplio pue~ de denominarse evidencia de podria interpretarse aclectiadamente como tesis bien demostradas de ello. Los experimentos que corroboran 0 desbaratan tuna teoria biolégica no son fuentes y documen- tos precisamente porque si se impugnan pueden repetitse, tehacerse nuevamente. No se. puede “repetid” a Herédoto, o escribir nuevamente sus obras, si dudas sobre algo de lo que dijo; esto es lo que lo muestra, en el sentido estricto del término, com evidencia. Ahora bien -y ésta es la base del escepticismo hist6rico- sélo contamos con un nimero estricta- ‘mente limitado de evidencias relativas a cualquier cuestién histérica; yraramente esta libre de graves efectos, es generalmente tenclenciosa, fragmenta- ria, silenciosa en donde debiera ser explicta, y pro- Iija donde haria mejor guardando silencio. Incluso en el mejor de los casos nunca se halla libre de esos © similares clefectos; lo tinied que hace es evitar artojarse sin miramientos a nuestra consideracién. De aqut que la mejor pueda ser la peor, porque nos aclormece con tina falsa seguridad y nos induce'a tomar su imperfeccién por perfeccién, su carécter tendencioso por sinceridad, y a convertimos en ccémplices inocentes de su propia falsedad. La poé- tica inspiracién de la musa Clio nunca es més ne- cesaria y jamés se emplea con mayor Iucidez, que para la tarea de sumir en el suefio las facultades exiticas del estudioso de la historia, mientras ella entona en su imaginacién una cancién de sirena. Pero si se ata él mismo al méslil y se niega a cam- biar su rumbo, deja de ser un incauto y se torna un escéptico. Dira entonces: “Sé que mis evidencias son incompletas. Sé que slo poseo una fraccién despreciable de lo que podria haber tenido si el destino hubiese sido mas generoso, sila biblioteca de Alejandria hubiése sobrevivido, silos humanis- tas hubieran sido més afortunados, 0 se hubiesen tenido mas apoyo en su biisquedla de manuscritos; si mil cosas que no sucedieron hubieran sucedido, yo habria contaco con una masa de evidencias en donde ahora s6lo tengo unas cuantas muestras. La destruccién total de documentos debida a la Revolucién Francesa y el holocausto de archivos de casas nobles y titulos de propiedad que ahora prosigue en Inglaterra desde la aprobacién de la Ley dela Propiedad Real de Lord Birkenhead ~aun con la atemperada que esta por los esfuerzos de las sociedades historicas y la autoridad del Archivero Mayor- ha deteriorado en forma irremediable un vasto porcentaje de las fuentes que existian sobre la historia medieval de Francia e Inglaterra; lo que hha quedaclo jamas seré otra cosa que un fragmento nunca insignificante para constituir la base de una historia completa de la Bdad Media Pero incluso de no haber aconteciclo esas catistrofes, nuestras fuentes aunque ms numerosas, siempre serfan incompletas. ‘Tendriamos mas que analizar, pero nuestros resultados no por ello serfan en realidad nds exactos, excepto en el ducoso sentido en que ‘una cantidad mayor, pero finita, llega més cerca del infinito”. Afirmar esto podrfa parecer tanto como rentin- ciar por completo a la certidumbre histérica. ¥ sin. embargo hay que afirmarlo, Sélo cerrando nues- ‘ros ojos alos hechos més conocidos y palpables es {que no podemos dejar de ver que Jo manifiesto del conjunto al que siempre apelamos cuando decidi- ‘mos que un punto histérico debatido representa tun meto fragmento de lo que podriamos tener si nuestra suerte hubiera sido mayor. ;Cudn vitales son para nuestro conocimiento del siglo XV las cartas de Paston!; sin embargo, sélo ala fortuna de- bemosel contar con ellas, y sinuestra suerte hubie- 1a sido distinta, no s6lo hubiéramos podido tener ese conjunto de correspondencia sino una docena més, resuiltando en total un cuadro muy diferente del perfodo, Trabajamos y sudamos pata legar a Ja dltima brizna de conocimiento deductive de las Fuentes que poseemos, mientras si pudiésemos ad- ‘quirir s6lo un poco més, nuestras dleducciones re- sultarfan confirmadas, 0 echadas por tierra, con la ‘més simple ojeada a Jos nuevos documentos, S6lo la experiencia efectiva, o en su defecto, un cuida- doso estudio de la historia de la investigaci6n, pue- de mostramos hasta qué punto el historiador se hallaamerced de sus fuentes y cudn completamen- te puede alterar sus conclusiones un incremento de sus fuentes. Sin duda, el cientifico no serfa afectado ‘enmenor medida por un experimento nuevo; pero esto no le da ninguna sensacién de honda impo- tencia o inutilidad, porque su misién consiste en llevar a cabo el experimento decisivo, y su error radica en no hacerlo; mientras que el historiador, independientemente de la dureza que emplee en el descuibrimiento de fuentes, a largo plazo depen- de de la suerte de que alguien no echara abajo el ‘monumento de Ancira para quemarlo en un horno decal, o de que alguien encendiera la cocina con la comrespondencia de Paston. Y éste 06, quizés, el verdadero aguijén del es- cepticismo histético. La duda constituye una en- fermedad endémica del pensamiento humano, Si la histotia es dudosa, Io mismo ocurre con Ia ciencia y con la filosofia; en cada sector de cono- cimiento todo restilta ducdoso hasta que se ha es- tablecido su realidad satisfactoriamente, e incluso centonces se hace dudoso de nuevo a menos que el que duda pueda dilucidarla por sf mismo de nue- vo. En las matematicas no nos sentimos angustia- los por lo dudoso de nuestros teoremas, porque si nos sentimos descontentos con el axioma de las, Iineas paralelas, podemos elaborarlo por nosotros mismos de acuerdo a nuestra propia estimacién y llegar a una opinion independiente; en fisica, si di- damos sobre la idea aceptada sobre la gravedad, podemos subir a una torre y comprobarlo, Pero a las fuentes de la historia debemos tomatlas 0 dejarlas. No son, como los teoremas cientificos 0 filosoficos, el resultado de procesos que nosotros ‘mismos podamos rehacer; son resultados, pero re- sultados de procesos que no podemos repetir. For consiguiente, constituyen una barrera infranquea~ ble para el pensamiento, un muro de “datos” ante el que todo lo que podemos hacer es construir un alero deductivo al desconocer qué tensién es capaz, de soportar. La peculiar, la desastrosa duda de la historia, no reside en el hecho de que todo en ella sea dudoso, sino en la circunstancia de que esas, dudas no pueden resolverse. Por todas partes el conocimiento se amplia, al parecer, mediante una saludable oscilacion entre la duda y la certeza: se te permite duudar todo lo que desees para decir, como Hobbes, la primera vez que se enfrenté a Buclides, "Por Dios, sies imposible”, porque el conocimien- to se adquiere haciendo frente y respondiendo a ‘esas dudas; pero en historia no debemos dudar; no osamos dudar; debemos suponer que nuestras evidencias son adecuadas, aunque sepamos que son insutficientes, y dignas de crédito aunque se- amos que estén viciadas, porque sino lo hacemos ast nuestra profesién de historiadores desapare- cerfa. Todo lo que como maximo podemos hacer es descubrir y reunir, con infinitas penurias, las fuentes existentes relacionadas con ciertos tipos de problemas; publicar extensas colecciones de cartas constitucionales, crénicas, inscripciones y demés, cuya masa misma abruma la imaginacién y hace que nos avergoncemos de sugerir que pueden ser demasiado insignificantes para contener la verdad plena incluso en relacién a un aspecto secundario. Nos sentimos alentados por la considerable masa de erudicién de que disponemos cuando el mal del que sufrimos ya no exige que sea dudosa, sino al ‘menos, que sea como minimo cierta: un solo hecho que podamos comprobar por nosotros mismos, no unniimero siempre creciente que nunca podamos verificar. Porque lo que en historia denominamos comprobar una afirmaci6n no es en realidad com- probarla, sino sinicamente comparar una afirma- ci6n con otra afirmacién. Esta sensacidn de que en los estudios histéricos, Ja mente se halla atada de pies y manios a un acto de aquiescencia irracional mientras en los cam- pos de la ciencia y la filosofia se halla libre para ponerlo todo en duda, para rechazar todo lo que no pueda justificarlo, y no asegurar nada que no pueda aceptar por la autoriclad de su propio pen- samiento, parece ser lo que expres6 Bosanguet en. Ia frase que cité al principio. Pues bien, a esto es facil replicar que es tina hipercritica; que tales du- das no afectan a los historiadores auténticos en el, curso real de su trabajo, sino sélo a espectadores desdefiosos que probablemente sienten antipatta or ese trabajo; y que en la practica, lejos de ser ‘erto que la historia no resiste al examen, se halla constantemente revisada por una cantidad enorme de personas inteligentes, quienes en la actualiciad Tegan a conclusiones muy parecidas: que Carlos 1 fue decapitado, que Carlos It era un hombre al que siempre le gustaba estar rodeado de mujeres, que Jaime Il abandoné el pats, y asf sucesivamente hasta formar una lista que puede constituit 0 no algo de poca importancia, pero que al menos no es considerado como algo ductoso por cualquiera que se tome la molestia de averiguarlo. Semejante respuesta, tengo que confesar- Jo, aporta un soplo de aire fresco sobre un razonamiento que habia comenzado a oler desa- gradablemente, Siempre supone un alivio que, tras demostrar que un asno tiene cuatro patas, salgamos al campo y contemplemos al animal por nuestra cuenta; y no es injusto en absoluto el término hipercritica cuando se aplica a un argu- mento que demuestra que la historia, la religién, © la polftica, constituyen un empefio intposible, 0 indtil, cuando es evidente que muchas personas inteligentes las prosiguen con tn espititu abierto. Pero no se puede deshacer un argumento por Ila- ‘marlo hipercritico. Situ asno tiene cuatro patas ala vista, y puedes probar que podria tener tres, la dis- crepancia no es raz6n para dejar de pensar sobre la anatomia del asno, sino pata volver a pensar en él, revisando y no ignorando simplemente el razona- miento del principio. Es importante reconocer este principio en inte- rés de toda investigacién filos6fica sana. La gente se halla tentada a menudo de discurrir ast: “Tal y cual idea, si se las lleva a sus diltimas consecuen- cias, acaban en el escepticismo. Ahora bien, el es- cepticismo es una posicién que se contradice a si misma, porque materialmente pretende poseer el conocimiento que formalmente deniega; por con- siguiente, cualquier cosa que lleve logicamente al escepticismo conduce a la propia contradiccién y resulta falsa. Esto representa una refutacion sufi- ciente de tal y cual idea, a las que en consecuen- cia dejamos desde este momento fuera de toda consideracién posterior”. Este tipo de refutacién, aunque légicamente valida, nunca es satisfactoria porque pertenece ala “erfstica”, por utilizar la cis- tinci6n de Platon, y no a la “dialéctica’. El critico hha roto una lanza contra la idea en cuestin, y ha dejado a su defensor callado pero por convencer; sabedor de que st razonamiento no ha sido ana- Jizado con justicia, sino que s6lo ha sido hundido momentneamente en la sumisi6n. El garrote que representa un sentido comin burdo forma una parte muy necesaria del arsenal del filésofo; ast como el hombre veraz debe saber como yest Aéyiw bg el, también el filésofo debe saber cémo ser esti pido ds bet, y replicar a un argumento -con todo lo perfecto y correcto que pueda ser- “esto no es més que una muestra de ingenuiclad l6gica; los hechos son tal y cual”, Peto si tno convierte a un cerebro en permanentemente indtil, como nos obligarian a hacer aquellos que ensefian a sus discipulos el uso ‘nico del garrote del sentido comin (mientras se reservan otras armas para stt servicio exclusivo), no hacemos més que condenarnos a no saber nada, Cuando se ha sumido al escéptico en el silencio, se saca el escalpelo haciéndole la diseccién; ast podré aprovecharse su cerebro para algo. Las afirmaciones del escepticismo hist6rico ~utilizando nosotros el escalpelo~ no son el mero resultado de una investigacién torpe del trabajo historico desde el exterior. En los pérrafos anterio- tes el autor las ha expresado en conjunto como el fruto de su propia experiencia en Ia investigacién hhistorica, y puede extenderse considerablemente sobre el tema sin cesar para dar una descripcién precisa dle esa experiencia en uno de sus rasgos més sobresalientes. Leyendo los libros de histo- tia, recordando su contenido, ¢ incluso ensertando historia a los alumnos, este rasgo queda oculto y puede perderse totalmente de vista. Pero cuando emprende uno el estudio de alguna cuestion his- A6rica dificil, todavia no determinada, y se enfren- ta a oponentes bien adiestrados y honestos en la concordia discors de la controversia culta, hay una cosa que uno no puede dejar ce observar, y es la cexistencia de Jo que se podria denominar “reglas del juego”. Una regla -Ia primera- reza ast: "Nada debes afirmat, aunque sea cierto, sobre Io que no puedas aportar evidencias”. Bl juego no lo ganar el jugador que pueda reconstrutr lo que realmente sucedi6, sino el jugador que puecla mostrar que su idea de lo que sucedi6 es fa tnica que fundamenta Ia evidencia accesible a todos los que intervienen, cuando se critica hasta sus dltimas consectencias. ‘Supongamos que determinada idea es en realidad Ia correcta, y supongamos (si es posible), que to- das las evidencias existentes interpretadas con el méximo grado de habilidad, conducen a una idea diferente, sin que ninguna evidencia sustente a Ja opinién correcta: en ese caso el que mantiene Ia opinién correcta perderia el juego, y lo gana- ria el que mantuviera la otra, Esta regia no s6to la, acepta cada uno de los que intervienen en el juego sin protesta ni poniéndola en duda, sino que cada cual puede ver su cardcter razonable. Porque no existe modo de conocer qué idea es “correcta”, ex- cepto descubriendo lo que la evidencia exiticamen- te interpretada demuestra, Una opinion definida como “correcta, pero que no se apoya en eviden- cias, es una idea incognoscible por definicién, incapaz. de ser.el objetivo de la investigacion del historiador. Y al mismo tiempo, todo historiador empefiado efectivamente en esa labor reconoce de ‘buen grado el carécter limitado de sus fuentes, y sabe muy bien que ya no cuenta entre sus facul- tades poder incrementarlas, de Ja misma forma que un ajedrecista no puede inventarse un ter- cer alfil. Tiene que jugar la partida con las piezas que posee; y si puede encontrar una nueva pieza ~digamos una fuente de informacién todavia in- explotada~ debe iniciar una nueva partida, des- pués de situarla sobre el tablero para que su contrario pueda wtilizarla al igual que él. Todo aquel que tiene alguna experiencia en la investi- gaci6n historica directa, en especial en la forma agudizada de la controversia hist6rica, conoce a la perfecci6n todos los temas del escepticismo hist6- rico, y no se siente perturbado en lo més minimo por ellos. En realidad, la experiencia muestra que Jas petsonas que se sienten amedrentadas por ellos nunca son los historiadores, quienes las aceptan como algo plenamente natural, sino los filésofos de escuiela ligados a teorias alas que, equivocada 0 acertadamente, parecen contradeci. Pero se me diré que he reducido decididamente Ia historia a un juego. He privado a sus relatos de todo valor objetivo, y los he clegradaclo a un mero gjercicio de interpretacién de conjuntos de evi- dencias arbitrariamente seleccionados, cada uno de cuyos cuerpos har sido seleccionados por obra de la casualidad, y que son abiertamente incapaces de probar la verdad, Pero ya es hora de abandonar Ia metéfora del juego. Las supuestas reglas del juego son en rea- Tidad Ia definicién de lo que es el pensamiento historico; el ganador del juego es el verdadero his- toriador, la persona que piensa hist6ricamente, cuyo pensamiento cumple el ideal de la verdad historica, En efecto, el pensar hist6rico no significa ‘més que interpretar todas las evicencias al alean- ce con el maximo grado de capacidad critica. No significa descubrir lo que sucedi6 en realidad, si “Io que en realidad sucedi6” no es otra cosa que “Ilo que indican las evidencias’ Si en cierta oca- siGn sucedi6 un acontecimiento respecto al cual no sobrevive ningtin trozo de evidencia en la actua- lidad, ese acontecimiento no forma parte de nin- grin universo del historiador; no corresponde al historiador descubrirlo; no supone ninguna lagu- na en el conocimiento de cualquier historiador la circunstancia de que no lo conozca. Si tiene cuales- quiera ideas sobre ello resultarfa ser revelaciones sobrenaturales, fantasias poéticas o conjeturas sin fundamento; no formarian parte alguna de pen- samiento histotico, En este sentido de la frase, “Io que sucedi6 realmente” no es més que la cosa en si, la cosa dlefinida como exterior a la relacién con su conocedot, no s6lo desconocida sino incognos- cible, no s6lo incognoscible sino inexistente. El escepticismo hist6rico puede verse ahora ‘en st funcién propia como el aspecto negativo de Ia definicién del conocimiento hist6rico. En todo pensamiento existe una tendencia constante, que en ocasiones se llama el pleno realismo del hom- bre, a considerar el objeto como una “cosa en si”, ‘una cosa fuera de toda relacion con el conocimics to de ella, tina cosa que existe en si y por si misma. Desde este prisma de consideracién, el objeto de Ia historia aparece simplemente como “el pasado"; Ja suma total de acontecimientos que han sucedi- do; y el objetivo del historiador aparece como el descubrimiento del pasado, el hallazgo de lo que hha sucedido. Peto en la realidad efectiva del pen sar hist6rico, el historiador descubre que no pue- de dar un paso hacia la concrecién de sus miras sin recurrir a las evidencias; y la evidencia es algo presente, algo que existe ahora considerado como una reliquia 0 huella que leg6 el pasado. Si el pa- sado no ha dejado ninguna huella aquél nunca podré llegar a conocerlo. ¥ si, por asf decirlo, el par sado ha vuelto muy confusas sus propias hucllas, todo lo que el historiador puede hacer es desen- ‘maraftarlas en cuanto su capacidad lo permita, El pasado en cuanto simple pasado es plenamen- te incognoscible; lo cognoscible es sélo el pasado en cuanto se halla preservado por los residutos del presente. El clescubrimiento de que el pasado es en. cuanto tal incognoscible constituye el escepticismo ue es la contrapartida permanente y necesaria del pleno realismo del hombre. Bs su reverso porque afirma exactamente lo contratio; el uno afirma que cl pasado puede conocerse en cuanto tal y que Ia historia Jo conoce, el atro que no lo conoce Ia his toria y no puede ser conocido, Bs una contrapo- sicién permanente porque en donde quiera que se Ileve efectivamente a cabo el pensar histérico, se realizaré invariablemente el descubrimiento que es la base del escepticismo histrico. Bl Date y cl Dabitur son realmente gemelos. Constituye wna contrapartida necesaria porque sin la atentacién del escepticismo hist6rico, el realismo histérico es totalmente falso y tiene que Tevar a concepciones cexréneas y absurdas sobre los limites del conoci into hist6rico, El realismo hist6rico significa por s{mismo que todo Jo que se incluya en la suma total de aconte- cimientos que han sucedido es un objeto posible y legitimo de conocimiento histérico: algo que todos Jos historiadores pueden, y por consiguiente qua histotiadores, debieran conocer. Todo historiador en cuanto tal deberia conocer enteramente el pa- sado, Siendo eso imposible debido a la fragilidad humana, el mejor historiador es aquel que conoce Ja mayor cantidlad de aspectos del pasado; y cuan- ta mas informacion pueda adquirit mejor historia- dor se toma. Esto leva a absurdos enormes, Todo historiador sabe que para ser historiador hay que set especialista, y que el historiador que trata de saberlo todo no conoce nada, Pero el realismo his- t6rico supondria Io contrario. Supondfa que el conocimiento histérico hay que computarlo por la cantidad de hechos con los que se ha entablado contacto, ¥ que el mas importante autor hist6rico es el autor de la historia universal més amplia, Por otra parte, todo historiador sabe que existen algunos problemas, seudoproblemas en realidad, en los que a él no lo compete inquirir porque no existe ninguna evidencia accesible encaminada a responclerle; y que no le cabe ninguna vergienza pot ignorar por qué nombre se conocia a Aquiles cuando se disfraz6 de doncella, Pero el realismo hist6rico supondrfa que esto es incorrecto; que no existe ningein limite para el conocimiento histérico, excepto los limites del pasado en cuanto pasado, y ue por consiguiente el problema de lo que desa- yunaba Julio César el dfa que vencié a los nervii es tn verdadero problema hist6rico como el pro- blema de si propuso convertirse en emperador de Roma. Ademds el realismo histérico Heva apareja- do el absurdo de considerar el pasado como algo todavia existente por si en un vorrds rénog: propio; un mundo en donde el peso de Galileo todavia desciende, en donde ef humo de la Roma de Neron todavia inunda el aire puro, y en donde el hom- bre de los perfodos interglaciales todavia aprende laboriosamente a tallar la piedra. Este limbo, en donde los acontecimientos que aeabaron todavia siguen produciéndose, es conocido por todos 10- sotros; es el terreno del cuento de hadas en donde Jas lunas menguantes permanecen tras la puerta; 8 la respuesta al dicho del poeta: Mais oi! sont les neiges d’anten? (Francois Villon] Es el levante del sol y el poniente de Ia luna, Su nombre en prosa es, “en ningiin sitio’ ‘Un hecho que ha dejado de suceder no es nada en absoluto, No tiene en absoluto existencia de ninguna clase. Simplemente, el pasado no existe; ¥ ‘enstirelaci6n con él cada historiador percibe esto. Hasta que siente esto firme y habitualmente su técnica historica es precaria. Los fil6sofos realistas que tratan de hacerle encajar con un pasado real a fin de utilizarlo como objeto de su pensamiento, yerran decididamente en sus exigencias. El histo- riador no desea un pasado real; 0 dicho de otro modo, él s6lo lo quiere en sus momentos de crudo realismo. En sus momentos de escepticismo desc bre que no lo posee, y Ja reflexiGn muestra que se Jas arregla muy bien sin él. Lo que quiere ol historiador es un presente real, Quiere un mundo real a su alrededor, no desde Tuego un mando de cosas en sf, desconocidas e in- cognoscibles, sino un mundo de cosas vistas y of das, sentidas y descriptas; y quiere ser capaz.de ver este mundo como el sucesor viviente de wn pasado inteal, muerto, fenecido. Quiere reconstruir en st mente el procesé por el que st mundo, ef mundo en aquellos de sus aspectos que en este momento concreto le impresionan, ha llegado a ser lo que es. Este proceso no contintia ya. La explicacién realis- ta del conocimiento en cuanto aprehensién de un objeto existente independientemente, no se aplica ‘a su conocimiento de éste, No existe en absoluto, y no Io capta en ningtin sentido natural de la pa- labra. Si “imaginar” es nuestro tinico termino que : indique la “aprehensi6n” de un objeto inexisten- te, lo esté imaginandlo; pero eso tampoco encajars, porque el imaginar nada dice de la diferencia entre verdad y error y 6! hace lo que puede para evitar el error y alcanzar la verdad. Procura conocer el pasado; no el pasado como fue en s{ mismo, por- que esto no sélo es inexistente sino incognoscible pot afiadidura, sino el pasado tal como se muestra conforme a las huellas de su paso en el presente: el pasado de su mundo, 0 su pasado, el pasado que es el objeto propio de sus investigaciones hist6ri- cas, especializadas como deben ser todas las inves- tigaciones hist6ricas, y que surgen directamente del mundo que percibe a su alrededor como deben surgi todas las investigaciones histéricas Desde este punto de vista, muchos problemas respecto a los objetivos, métoclos y objetos de pen- samiento hist6rico adecuaclos hallan su solucién, No corresponde demostrar aqui la verdad de esa pretension. Espero hacerlo detalladamente en otra parte, Por ahora basta con haber afirmado Ja tesis ‘general dle que todo pensamiento historico es la in- torpretacién hist6rica del presente; que stt proble- ta fundamental es: “como este mundo tl como existe ahora ha llegado a ser lo que es?", y que por esta naz6n el paseo solo concieme al historiador ‘en cuanto Ie conduzca al presente. Al conducirlo al presente ha dejado su rastro sobre el presente; y al hacer esto ha proporcionado al historiador la evidencia respecto a st mismo, una base de par- ‘ida para sus investigaciones. BI historiador no considera primero un problema y busca luego la ia que le sirva de fundamento; lo que s6lo convierte a un problema en un problema real es la posesién de Ia evidencia que Jo sustenta. De aqui se pone cle manifiesto que la historia no ‘es en absoluto ciudosa, Parecia incierta, por no decir més, mientras imagiriabamos que su objeto era el pasadlo como tal pasado; pero aunque la cuestién "qué sucedié realmente”, en donde “qué sucedio” ¥ “qué demuestra la evidencia” se supongan dis- tintas, es por fuerza dudosa, Ia cuestién “que de- ‘muestra la prueba” no es dudosa, Supuesta una formacién en métodos hist6ricos, un bagaje de cien- «ia hist6rica, sin los que nadie puede juzgar acer- fadamente, es posible enfrentarse a tin problema conereto, estudiar la solucién de ese problema plan- teado por un historiador conereto sobre una critica concreta delas eviencias, y dentro de los limites de ‘sie problema tal como ha sido planteado, suscitar Seria mientras tanto deseable advertirquiinehuso un a, ‘zonamiento histrico estrctamente convincente parece ‘ontener siempre asomos de ducla pata tn crtico que no ‘este familiarizado directamente con la materia; un leetor ‘que no conozra, por ejemplo, la sufciente numismaticn para saber euiles son las postblesalternativas en un caso ‘lado, no puede juzgat Ia consistencia de Ia discasién de ‘un experto numnismatico sobre ese caso, porque veré que Cerio altetnativas se descartan tcitamente sn saber por ‘438, De haber escrito el numismatico para prineipiantes Fabiera tendo que explicar et porqué, pero no.en otto ‘caso, Uno podria haber supuesto que la Hogica de un ae- ‘gumento hist6rico podria juzgarla un ignorante de st ‘objeto; pero no es éste el caso. Sin embargo, no puedo extendere aqui sobre esto. i | | i | i t / a cuestion de si ha demostrado o no su tesis. La pre- ‘gunta puede responderla un cientifico competente, sin més dudas que las que cabe esperar de cualquier respuesta humana a cualquier pregunta que pueda formularse en cualquier Ambito del conocimiento. Y en la certeza de esa respuesta reside la digni- dad formal, la verdad l6gica, el valor cientifico, en l sentido mas elevado de ese término, de los estu- dios historicos, {Constituyen Ia historia y Ia ciencia diferentes tipos de conocimiento? Desde el punto de vista de la teorfa del cono- cimiento o la l6gica, ztiene que establecerse una distincién entre dos tipos de conocimiento dleno- minados respectivamente historia y ciencia? Suele realizarse tal distinci6n: sin embargo, po- dirlamos argumentar que es ilusoria, Esta impltci- fat en todo el curso de la corriente de la filosofia platénica aunque Platén en ningan sitio la formula claramente, a mi entender. Pero Arist6teles no s6lo la formula sino que lo hace de wna forma que, atun- que de manera ocasional, supone conocerle, En un asaje muy citado de la Pottica seftala que la po- esia es mas cientifica® que la historia, porque la poesia trata de lo universal, pongamos por caso lo 7 De Min (57 con la atorzacion delete Me perilo suger, por gemplo, que s6lo en cunno HL-Paton Poe Ar So 1922 pp. 69 yas) se muesta featado al identiiar en etn chef con el ate, tet ay que inten sony con Te histor en cuanto Conocinieio de lo que es aa, ero slo yer, individ ne : « pavopiiepor. Helga seconde al lector que a fo See novo Tamasos ‘Senco Arteles arna Fegularmente‘edoopa, una conte sega dese ‘Nempre en este pis eileada con un cto econo Dor Hegel Lo qué en tests dla (de onformidad con | i que un tipo de hombre general harfa en un tipo de ocasi6n generalizado (y esto, da él a entender, en ctuanto conocimiento de 10 universal es Ia ciencia), mientras que la historia se interesa por hechos par- ticulares, tales como los que dijo una persona con- creta en tna ocasi6n concreta, La historia, pues, es el conociniento de fo particular. L.Ladistinci6n entre historia comoconocimiento delo particular, y ciencia como conocimiento de lo ‘universal se ha convertido en patrimonio comin y se acepta en general sin més discusiones, Nosotros proponemos su critica: y como preliminar sefialare- ‘mos clos dificultades que no desazzollaremos. 4) Supone una distincién metafisica entre dos tipos de ente, uno particular y otro universal, de forma que cualquier cognicién pueda ser conoci- miento del uno independientemente del otto. En este dualismo consiste precisamente la doctrina a Ja que Platén atacé en stt Parménides cuando obser- vaba que lo universal distinguido asi de lo particu lar en cuanto objeto separado, pierde justamente su universalidad y deviene meramente otto patti- culat. Los nominalistas medievales lo volvieron a atacar en la forma en que lo mantuvieron los realis- tas; y Berkeley Io atac6 una vez més con la doctrina de las ideas abstractas. De cualquiera de esos tres, argumentos podrian deducirse efectos desastro- 80s para el fundamento metafisico de la distincion Hegel), denominamas filosoffa llama Arist6tees oop, Oeateyla, 0 spy gitonya, entre historia y ciencia: pero no emprenderemos esta tatea porque los argumentos en cuestin son puramente destructivos, y como todos los argu- mentos destructivos podrian desecharse como me- 10s ejemplos de las “dificultades” que s6lo parecen servir para estimular la fe del creyente. 8) Podemos abandonar la metafisica y recurrir ala experiencia, que muestra con la suficiente cla- "dad Ia inestabilidad de ese dualism. Siompre tue la gente ha dlstinguido entre ciencia e historia Smo pos iferentestteconocimiento, ba tendo a degradar una calificandola de seudoconocimien- to 9 clevar a otra'a la categoria de «inico conoci- wetted Xo gogo la cerca 0 cono En el pensamiento griego Ia ciencia 0 cono- cant deo ener conoinint ea historia, o conocimiento de lo particular, s6loes un conocimiento a medias. Segtin Plat6n lo particular se halla situado a mitad de camino entre el ser y el no ser, y por consiguiente nuestras mejores cogni- Cones postbles sobre lest a mid de camino entre el conocimiento y Ia ignorancia. No son co- nocimiento; son mera opiniGn, Para Arist6teles la calificacién de la poesfa como més cientifica que la historia supone que la poesfa (y por tanto ¢ fortiori Ia ciencia), se halla mas cerca dle satisfacer el ideal del conocimiento que Ia historia. Esta postura se hizo tradicional y aflora de manera especial en el siglo XIX. En ese periodo era corriente proponer que la historia habia que elevarla a Ja categoria de una ciencia: lo que significa que hasta el mo- mento no habfa sico una ciencia porque s6lo habia admitido lo particular, pero que ahora habia que eliminar esta mancha y que tras un largo aprendi- zaje transcurtido en la adecuada forma baconiana de reunir hechos, habia que llevar la histotia a la tatea de trazar leyes generales y por lo tanto a con- vertitla en una ciencia destinada a ocupar su lugar entre las demés ciencias, al igual que la quimica y Ja mecinica, Esta propuesta, redimir a la historia de su posicién degracada infracientifica, se con- virtié en elemento integrante del programa usual del empirismo y positivismo del siglo XIX, y a la ciencia en la que habia que convertirla se la titul6 diversamente antropologia, economia, ciencia po- Attica o social, filosofia de la historia y sociologta, 2. La tendencia optesta ha sido de aparicién tar- dia, pero ha dado cumplida satisfaccién de su tar danza, ELrasgo principal dela ilosofia europea dela uiltima generacion ha consistido en ese movimiento de reaccién contra el positivismo del siglo XIX que haa tendido a tachar a Ia ciencia como forma falsa de conocimiento y a descubrir la forma verdadera en la historia, La nocién metatisica de realidad en ‘cuanto proceso, movimiento, cambio, o devenir, ha, tenido su reverso (acaso en realidad su anverso), en. ‘una epistemologia que sittia ala historia en el centro del conocimiento, Sobre este particular se muestran implicita, cuando no explicitamente, de acuerdo las escuelas cle Mach, Bergson, James y Croce: mostrén- lose todavia incluso mas plenamente conformes en. sostener que la ciencia no es en modoalguno conoci- miento sino accién, no verdadera sino til, un obje- to de dliscusién que no es propio de la epistemologia sino de la ética. Cualquier conocimiento (tal parece ser el comtin principio berkeliano de esas escuelas), debe ser un conocimiento de lo particular, y por consigitiente debe ser historia; lo que se Jlama cog nicién de lo universal no puede ser en modo alguno ‘una cognicién sino que debe consistir en una acci6n. No todos intentan con este andlisis “degraday” la Ciencia en el sentido dle negarle st valor, pues aque Ja es, segin argumentan, til: 1o que le niegan es tan s6lo su verdad. Lacxperiencia demuestra fo dificil que es man- tener el equilibrio y la tentacién por identificar el conocimiento genérico con una de sus especies, re- duciendo por consiguiente una ala otra, a Ja posi cién de mero instrumento para el conocimiento 0 a.un tipo inferior de conocimiento. Considerando que todos, desde Platén a Croce, han fallado en. mantener ese equilibrio, quien desee mantener el dualismo no fracasaré y se aferraré a él por la simple doctrina de que el conocimiento es un gé- neto de dos especies: Ia historia, 0 conocimiento de lo particular, y la ciencia, 0 conocimiento de lo universal, Esta simple fe en la posibilidad de man- tener un dualismo por simple. voluntariedad, sin vacilar ante el espectéculo de los pilicos huesos de lances anteriores, queda inc6lume ante las ex- presiones de un escepticismo desilusionado, No ros extenderemos en este tipo de critica, sino que nos limitaremos simplemente a describir 6mo operan el cientifico y el historiador con objetivo de vislumbrar si podemos detectar una diferencia fundamental entre ellos. Il, Se acostumbra a suponer que lo que hace el cientifico, y en virtud de lo cual se constituye en cientifico, es generalizar. Cualquier otra cosa que haga, se supone, es (en cuanto que cientifico) un medio para este fin. Cuando esto se logra su traba- jo estd hecho, y nada le resta por hacer sino prose- guit y trazar tna nueva generalizacién. Esto es lo que significa el dicho comiin de que la ciencia es el conocimiento de lo universal. Es ello cierto? En cuanto opinion vulgar puede enfrentarse a otra. Las generalizaciones pueden adquicitse de ofdas 0 mediante la lectura: por ejemplo, pued aprender de memoria la lista de fésiles earacteristi- cos de cierto estrato sacéndola simplemente de un libro, Ahora bien, la opi ne que un hombre puede ser muy lefdo en una ciencia y sin embargo set incompetente en ella. Un ge6logo puede conocer los nombres de los fésiles, pero si hallamos que los sitta junto a un terreno actual 0 cen una cantera actual que no nos dé ninguna razén, geoldgica de este objeto particular decimos que es un impostor. Puede que repita todas las gene- ralizaciones que (consideradas en general) consti- tuyen el corpus de la ciencia geologica, pero si no puede aplicarlas no es un gedlogo. Amigos y enemigos de las ciencias naturales se muestran conformes en considerar la aplicncién de genetalizaciones que les son caracteristicas, oct- tiendo ast, pero no en la misma forma que por lo general se cree, Se alaba 0 desprecia a la “ciencia” Por su valor préctico 0 econémico y se respeta 0 denigra al geblogo por ser 0 no capaz de decimnos, donde hay que buscar el carbén. Se supone que la geologia no significa saber s6lo generaliciades sino interpretar los hechos particulares a la luz de esas generalidades: siendo capaz de decir “mi erudi- ion geolégica me lleva a creer que existe carbén justamente debajo de ésta arenisca”. Y se supone ue la persona que afirma esto tiene més derecho al nombre de gedlogo que la que recita de memoria afirmaciones generales, La idea vulgar de la ciencia en cuanto esencial- mente siti] 0 utilitaria no es completamente err6- nea; encierra una importante verdad, a saber: que tun cientifico s6lo es un cientifico évepyeta cuando interpreta los hechos concretos basdndose en sus conceptos generales, y que la elaboracién de esos, conceptos, sf se los considera como algo distinto a su aplicacién, no es el objeto de la ciencia sino el medio. El ge6logo évepyeia es el hombre que no se ‘ocupa de repetr, ni siquiera de deducir, verdades generales, sino de mirar al campo con vista de geo- logo, comprendiéndolo geologicamente cuando lo mira, o “aplicando” sus conceptas geolgicos a la interpretacién de lo que ve; paseer esos conceptos sin aplicarlos no es (como supondria la opinion gue identifica la ciencia con la generalizacion), ser un geélogo verdadero, sino como méximo ser s6lo un geélogo potencial, poseer las herra- mientas de un gedlogo sin utilizarlas. Pero nos hallamos aqu‘ ante el riesgo de un serio error. El gedlogo potencial solo es una abstraccién mitica: no puede existir en realidad, porque auin cuando a “herramienta” es un concepto y la “utilizacion” i | | i \ | | de la misma representa la interpretacién del hecho individual a través de ella, la herramienta no puede poseetse aislaclamente. Eso seria forzar la metéfora. La interpretacién no consiste en el empleo de una hherramienta previamente construida (concepto) en ‘un material dado separaclamente (hecho): ni el con- cepto ni el hecho se “poseen” (pensado y obserondo respectivamente) excepto en presencia el uno del otro, Poseer © pensar un concepto es interpretar tun hecho conforme al mismo: poseer u observar un hecho es interpretarlo en cuanto concepto. La ciencia consiste en esta interpretacién. Vivit Ja vida de un cientifico consiste en la comprensién. del mundo que nos rodea conforme a la propia ciencia. Ser tun ge6logo significa contemplar geo- logicamente un paisaje: ser un fisiGlogo consiste en contemplar fisiol6gicamente los organismos, y asf sucesivamente, El objeto que conoce el cienti- fico no es “un universal”, sino siempre un hecho particular, un hecho que a no ser por la existencia de su actividad generalizadora no seria més que puros datos sin sentido, Su actividad como cien- lifico puede describirse en sentido contrario como Ja comprensién de los datos mediante conceptos, 0 1a realizaci6n de los conceptos a través de la sen- sacién, “intuyendo” sus pensamientos o “pensan- do” sus intuiciones, Mientras tanto, reconoce que Jos objetos que estén ante él son de esta 0 aquella clase: y a veces este reconocimiento Heva al des- cubrimiento de que son econémicamente validos, es decir, que sirven como base para la accién. Esto slo que hay de verdad en la idea de la ciencia como esencialmente utilitaria: pero si hemos de usar tecnicismos, diremos que la utilidad no cons- tituye su esc sino st accdente o como maxima su propiedad, puesto que la capacidad de utilizar el mmuncl propio quid drive por la necesiad de su ‘comprensién. ¥ toda ciencia tiene ese mismo carée- fer: no sélo la geologia y la fisiologfa sino incluso Jas que estamos acostumbrados a considerar como Jas ciencias més abstractas; ast, ser un quimico no consiste en conocer formulas generales sino inter~ pretar los cambios particulares que observamos que tienen lugar gracias a esas formulas; la ciencia de la mecénica consiste en la interpretacién similar de movimientos observados; incluso las mateméti- cas no consisten tampoco en ecuaciones y férmu- Jas abstractas, sino en Ia aplicacién de aquéllas a la interpretacién de nuestras propias operaciones mateméticas. Se suele proceder a una distincién entre lo par- ticular y lo individual, lo primero en cuanto mera abstraccién, lo tiltimo en cuanto el hecho concreto, sintesis de dos abstracciones opuestas, lo particu lar y lo universal. Si hemos de avenimos con este ‘uso, plantearemos nuestra postura afirmando que no existen cosas tales como el conocimiento de lo particular o de lo universal, sino tinicamente de Jo individual; y que el dato (puro particular) y el concepto (puro universal) son abstracciones fale sas cuando se las considera separadamente, que en evanto elementos integrados en un objeto de conocimiento concreto -el hecho individual in- texpretado- son sin embargo susceptibles de ser | | | distinguidos analiticamente. Esto cabe ilustrarlo mediante la falacia de la l6gica inductiva. El logico inductivo supone que la labor de la ciencia estriba en generalizat, en componer leyes universales, y que su punto de partida lo constituyen los hechos de observacién ordinaria. El problema de la légi- ca inductiva, pues, consiste en cémo Ilegaremos a Ja ley universal partiendo de los hechos particu- lares, Trata de'describir este proceso en detalle: pero cuando ha hecho esto no puede evitarse que el particular afitmado del que parte nunca fue un puto particular sino que estaba ya imbuido de lo general. El proceso deberia haberse iniciado con el puro dato sin interpretat, pero en las deserip- ciones de los légicos inductivos nunca se inicia asi por dos excelentes razones: un puro dato semejan- te no existe excepto como abstraccién y por tanto no puede constituir el punto de partida concreto de un proceso, y si existiera nunca podria ir més allé de sf hasta alcanzar Io universal. De esta ma- nera el l6gico inductivo inicia el proceso con el experimento cuidadosamente seriado 0 1a obser- vacién inteligentemente registrada, lo que no es un particular sino un individual, un hecho concreto etizado de interpretaciones conceptuales; y desde este puinto, que contiene ya y presupone el concep- to, procede a “inducir” el concepto que presipuso subrepticiamente. Cémo tiene el valor de acusar después de esto a la logica silogistica de petitio principi sigue todavia en el misterio. El fin del cientifico no es, pues, “conocer lo universal", sino conocer lo individual, interpretar las intuiciones recurriendo a los conceptos 0 com- pprender los conceptos presentes en las intuiciones. La razén por la que se ha fantaseado tan a menudo «quest fin es el de formar generalizaciones se halla pprobablemente en que esperamos que la ciencia la ccontengan los manuiales, dela misma forma en que esperamos que el arte esté conteniclo en las pintu- ras. El atte no se encuentra en los cuadtos sino en nuestra actividad que tiene como objeto la pintura: y la cencia se halla en nuestra actividad, que em- pplea manuales cientfficos, no en los propios libros de texto. Debe entenclerse al profesor que pone unlibro de texto en manos de un estudiante como si dijese: “No te doy la ciencia, sino la‘ clave de la ciencia: la informacion que aqui esté impresa no es ciencia, es algo que cuando sepas eémo utilizar te ayudaré a poner en marcha dentro dle ttt pro- ppia mente tna actividad que es la dnica ciencia” Precisamente y s6lo por el hecho de ser tan eviden- te, lo olvidamos sin reparar en ello. IIL El cientifico generaliza, ciertamente: pero la sgenetalizacin esta subordinada a su verdadera la- boren cuanto cientifico, a interpretacién del hecho individual. Pero el historiador no permanece a un nivel de pensamiento por debajo de la generali cidn: generaliza también y justamente con el mismo geneto de intencién. Generalizaciones tales como ‘bdices, textos medievales,tipos de letra caracteris- tioas de principios del siglo XIY, instituciones cor- porativas, y demés,sirven para la interpretacién de ‘un fragmento de pergamino que encaja en su lugar como un eslabén de a historia de una ciudad; y de Ja misma manera, fosiles, la fauna jurésica, valvas tipicas de los lechos de Portland, y ast sucesiva- mente, son los conceptos con los que un gedlogo trabaja la historia geoldgica de un valle. De poco tiompo a esta parte los conceptos del historiador hhan tendido cada vez. més a agruparse.en lo que pparecen ser ciencias independientes como la paleo- gratia, 1a numismatica, la arqueologia y otras. Si, como sucede en la mayorfa de los casos, trabajan ‘mejor por la citcunstancia de estar incorporados en sociedades institucfonalizadas, Pero su labor estri- ba en la interpretacién del hecho individual, en la reconstrucci6n de la narrativa hist6rica: existiendo tun cierto riesgo de que ol arqueblogo, bajo el influjo de Ia falsa teorfa de Ja ciencia que hemos eritica- do, pueda olvidar esto, Puede incluso llegar a pen- sar que la pobre vieja historia ha sido totalmente superada por. su propia ciencia y otras como ella, cuyo fin no es el de individualizar sino generalizar: no legar a conclusiones del tipo “podemos aseve- rar ahora que [Gneu Juli] Agricola construyé un fuerte” sino en la forma “podemos aseverar ahora que los cuencos samianos de tamafo 29 quedaron fuera de uso hacia el aio 80 de la era cristiana’, Ciertamente esta tltima es la forma en que se pre- sentan las conclusiones de-muchas monografias, valiosas: pero esto se debe precisamente a que la -monografia en sttconjunto es s6lo algo ocasional en las carreras cienificas desus autores y lectores, algo ocasional cuya importancia reside en su influencia sobre la interpretaciGn de los hechos individuales. Las monografias no son arqueologfa: 0 de serlo, la arqueologia es entonces una abstracci6n falsa de- biendo decir que las monografias no son historia, puesto que la historia es la actividad concreta que Tas produce y las utiliza. Los positivistas del siglo XIX tenfan razén al pensar que la historia podtrfa y serfa capaz ce con- vertirse en cientifica. En parte como resultado de su labor se convirti¢'simultaneamente en més cri- tica y digna de crédito, asf como mas interesada porlos conceptos generales. Peto su interés pot los conceptos generales, reflejado en la aparicién de Ta arqueologia y ciencias semejantes, era el interés del trabajador por la mejora de sus hertamientes. La historia no,subordiné la determinacién de los hhechos a Ja composicién de leyes generales basa- das en ellos; esa idea formé parte indisoluble de la falacia inductiva. Cre dentro de sf ntievos con- juntos de pensamiento general subordinados a stt mismo fin supremo, la determinacién o interpreta ciGn del hecho individual. IV. El andlisis de la ciencia en términos episte- ‘mol6gicos es, pues, idéntico al andlisis de Ia his- toria, y la distincién entre ellos en cuanto tipos de conocimientos independientes es una ilusién. La base dle esta ilusién debe buscarse en la historia del pensamiento. Los antiguos elaboraron un tipo de pensamiento cientifico mucho imés elevado que el del pensamiento histérico: ciencias tales como las ‘mateméticas, la fisica, Ia l6gic, la astronomia, etc, aleanzaron entre los griegos un grado de desarrollo | | con el que la historia no rivalize6 hasta el siglo XVI Sus reflexiones filos6ficas se concentraron, pues, en, el pensamiento cientifico, no en los logros menos destacados de la historia; y desde ese momento hasta el siglo XIX continué existiendo una falta de cequilibrio entre la epistemologia de la ciencia y la epistemologia de Ia historia, La consecuencia fue que en la teorfa dea ciencia la atencion siempre es- tavo ditigida hacia los conceptos de los principios de interpretacidn conforme a los cuales procede la abor activa del pensamiento, mientras que la teo- ria de la historia se lintit6 con atender al produe- to del pensamiento acabado, la narrativa hist6tica plenamente estructura da. Kste es el fundamento de todas las supuestas diferencias entre historia y ciencia. De aqut que se haya dicho que Ia ciencia predice, mientras que la historia se limita a regis {rar el pasado. Esto es falso (la geologia registra el pasado, la historia anuncia que la cerémica esmalta- da en verde se hallaré en unas ruinas medievales), excepto en el sentido de que lo que denominamos arbitrariamente historia -la narrativa consumada Tegada por el historiador cuando ha dejado de tra- bajar en ella~ es completa e inamovible, mientras lo «que denominamos arbitrariamente ciencia (la mera -generalizacién abstracta) constituye un estadio pri- ritivo del proceso de pensamiento que aspira a st propia perfeccién mediante lo que la l6gica indtuc- tiva denomina verificaciGn. ‘También se dice que el principal impulso dela ciencia es el pensamiento critica, y el de Ia histo- ria, el principio de autoridad. Lo cual es una vez més totalmente falso, a menos que nos refiramos a la ciencia incipiente y a la historia ya terminada; pues s6lo es eritico un tipo de Tabor que atin no se ha llevado a término, y dogmatico cuando se ha culminado. Un historiador, cuando acta como tal, es critico, de la misma forma que lo es un cientsfi- co en ejercicio, y el cientifico que ha Hegado a una conclusién la formu, segtin todo el mundo sabe, tan dogméticamente como el Papa: de no hacerlo as{ supondria una afectacién pedante ¢ insincera. Esas y otras distinciones fantasticas son el re- sultado de comparar una idea interna de ciencia con una vision exterior de la historia; y la ciencia, como proceso actual de pensamiento, con la his- toria como articulo muerto y acabado. Cuando se considera a ambas como investigaciones reales desaparece por completo la diferencia de método y de légica, La distincién tradicional, como hemos ‘apuntado, tiene su origen en un hecho histérico simple, el hecho'de que la ciencia se ha converti- do en un objeto de reflexi6n filos6fica mucho antes que Ia historia: y no en ningtin dualismo epistemo- ligico. Crear tin dualismo semejante es falsificar la ciencia y la historia, matilando cada uno de los ele- ‘mentos esenciales del conocimiento; el elemento de generalizacién y el elemento de indlvidualizacién, de forma que asi mutilados, no puede sorprender si unas veces la historia y otras la ciencia aparecen ‘como forma ilegitima de conocimiento. La teoria de los ciclos histéricos’ Cuando la viuda y la seforita Watson asumieron Ja formacién religiosa de Huckleberry Finn, su espi- ritu impresionable result6 al principio fuertemente afectaco -segiin sus propias palabras, estaba empa- pado de sudor- al oft la historia de Moisés. Luego se enfri6 su interés por Moisés porque la seftorita Walsort hizo saber que Moisés estaba muerto desde hacia mucho tiempo, y Huckleberry Finn, como 61 explica, no tenia en cuenta a los muertos. Fue tna teaccién muy clemental ante historia; ppero las reacciones elementales ponen a menudo de manifiesto verdades que resultan ensombre- cidas por una actitud menos natural, y tiene que volverse ligeramente de nuevo a ellas antes de que podamos ver las cosas tal como son, Huckleberry Finn puede presentarse en este caso como el bebé © el lactante de euya boca el historiador tiene que aprender la sabidurfa Moisés esta muerto y no hay necesidad cle ba- flarse en sudor por él. No incumbe a nadie darle consejo, ni proseguir o desbaratar sus planes; a nadie se requiere pata trabajar por él o contra él, para incitarle a que se decida a ser pro Moisés 0 ‘Tomado de Antiquity (1927), con el permiso det editor

S-ar putea să vă placă și