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Universidad Autónoma de Chiapas

Doctorado en Estudios Regionales


11ª generación
Seminario de Filosofía de las ciencias Sociales y las Humanidades
Trabajo Final

Decolonización de los estudios de historia del arte: otra forma de reflexionar la


creación estética de los pueblos originarios1 de Chiapas
Estado del arte y planteamiento del problema

René Correa Enríquez


Introducción
Partiendo de que el Doctorado cursado es en Estudios Regionales, en este trabajo se presenta
el estado del arte y se concluye con la pregunta que plantea el problema a investigar.
La intención de este trabajo, es ubicar el tema a investigar, que es la creación estética de los
pueblos originarios de Chiapas, y explicar el por qué estudiar dicha creación desde la
perspectiva de los estudios regionales es la mejor opción.
Para llevar a buen puerto esta empresa, creo menester ubicar primeramente a los estudios
regionales en el mapa de las ciencias y en específico de las ciencias sociales y las
humanidades y, a la vez, resaltar cuales son los principales aportes teóricos para la realización
de esta investigación.
Se inicia con una reflexión acerca del conocimiento científico y su relación con las ciencias
sociales, para posteriormente señalar los aportes que científicos sociales como Max Weber
en Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva o Pierre Bourdieu en Las
estrategias de la reproducción social; estas propuestas, aunadas a la perspectiva de los
estudios regionales, se presentan como una opción con grandes posibilidades para estudiar el
sentido de la creación estética como acción social.

1 A decir de Ilán Semo en su artículo “¿Indígenas o pueblos originarios?: una reforma conceptual”: Fue
precisamente durante los años 90 que la noción de pueblo originario comenzó a cobrar consenso. Su origen es
vago. Probablemente data de los años 20, cuando empezó la discusión sobre derechos públicos y de propiedad
en Canadá. Pero lo que importa en los signos que definen al otro nunca es su origen, sino la fuerza que tienen
para significar la actualidad. El creciente uso de la noción de pueblos originarios expresa una importante
reforma conceptual: 1) en primer lugar, dificulta su sustantivación, a menos que se hable de originarios y
obligue al lenguaje a recurrir a una polisemia. Llamar a las culturas del país por el nombre que ellas mismas se
dan: nahuas, mazahuas, rarámuris…; 2) destituye un concepto clave –el de indígena– en la estructura de lo que
mueve las latencias raciales de la sociedad, y 3) pone en escena la apuesta de un lenguaje abierto a la posibilidad
de la pluralidad. https://www.jornada.com.mx/2017/03/11/opinion/015a1pol La Jornada, 11 de marzo de 2017,
consulta 21 de mayo de 2019.

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Contenido
La ciencia es un constructo humano y como tal tiene historicidad, es movible, perfectible o
desechable, en cuanto siga significando o deje de significar a la humanidad y las respuestas
acerca del mundo moderno son tan variables como quien las enuncia, dependiendo de su
circunstancia, sus intereses, etc.
Es así que la ciencia, como todo conocimiento, no es algo dado, sino una creación que
responde a su tiempo y espacio, la ciencia es también un constructo con historicidad y con
las características propias del mundo moderno que la vio nacer y, al igual que éste, con
contradicciones, cambios y reformulaciones.
A partir de su surgimiento, la ciencia moderna ha pasado por innumerables avatares,
combates de cada una de sus disciplinas para justificar desde su existencia, hasta el uso del
conocimiento que produce.
Desde su nominalización de ciencia hasta las aporías y confrontaciones entre lo particular y
lo universal, lo deductivo e inductivo, lo físico y lo social han marcado su desarrollo, dando
como resultado encuentros y desencuentros parciales que todavía no sabemos el giro que
tomaran en el futuro.
Parece que el primer problema a resolver, desde la perspectiva de análisis de los estudios
regionales en el área de la cultura, es consolidar que este conocimiento alrededor de lo socio-
cultural debe ser considerado como un conocimiento científico, y esto porque el concepto
tradicional de ciencia remite irremediablemente a la ciencia dura, aquella medible, repetible,
con la intención de enunciar leyes universales que se mantuvieran en todo tiempo y espacio,
frente a otro que su naturaleza de conocimiento es distinta.
Al hacerse el humano consiente de estas diferencias se empieza a separar la ciencia del
conocimiento filosófico y, además, empieza a surgir la necesidad de otra división, en el que
hay un conocimiento más cercano a las artes o ideográfico, dentro del cual se encuentra la
historiografía y aquel identificado como nomotético, por su cercanía a las ciencias naturales
debido al interés que tienen en formular leyes.
Con ello, la concepción de ciencia se abre y no solamente se considera científico aquello
identificado con el modelo newtoniano o físico, sino que se reconoce también como válido
otro conocimiento que tenga otros métodos cognoscibles.

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Las posturas totalitarias y polarizadas entre los estudios de corte analítico y sintético, los
estudios universalistas y particularistas, los de tendencia a buscar únicamente lo que
permanece, olvidando lo relativo, la tensión entre lo cualitativo y lo cuantitativo, el uso del
lenguaje y el distanciamiento con la historia, fueron poco a poco cediendo paso a la
integración.
Las especialidades y divisiones en disciplinas que sufrieron las ciencias sociales, fueron
abriéndose y creando conexiones inter, trans y multidisciplinarias e hibridaciones que
permitieron la inclusión de diversas perspectivas, así como de metodologías para el
entendimiento más integral de los procesos sociales y del hombre.
En la actualidad se pugna por un pluralismo cognoscitivo y uno de los puntos más
sobresalientes en esta reformulación de la ciencia social, es la conciencia de la importancia
de la historia en cada una de los quehaceres académicos; es decir, nada puede ser sacado de
su contexto, todo tiene una historicidad y por lo tanto sólo con la mirada histórica se puede
llegar a una comprensión más exacta del presente. La cultura, por ejemplo, ya no es algo
dado y perfectamente acabado, por el contrario, es una construcción con historicidad y como
tal en constante transformación, es pues, un objeto dinámico producto y fabricación de
diversos grupos humanos.
Se cuestiona también la supuesta objetividad implacable que manejaban las ciencias sociales
en el pasado; el sujeto, que entonces era sólo considerado como espectador pasa a ser un
agente de acción, se revaloriza la actividad de éste rescatando la subjetividad del individuo
como algo inmerso también en los procesos sociales y ante el diálogo con lo “otro” se toma
conciencia del impacto que tiene este saber en la sociedad y viceversa, de ahí que haya una
interrelación mutua entre las acciones sociales y el quehacer científico, llamado por algunos
reflexividad y entendida como “el acto mismo de describir y modelar, construyendo
inconscientemente modelos alternativos, de modo que la desmitificación y desacralización
de la sociedad son, al tiempo actos de mitificación y sacralización”.
Tal vez entonces debamos entender que lo regular es la irregularidad y que sólo la inclusión
de diversas formas de conocimiento, aún con sus contradicciones, nos llevará a poder
entender mejor al hombre y a todo su entorno social. Convivencia de muchos paradigmas,
modelos, estructuras, lenguajes, interpretaciones y representaciones, tratando de acercarnos
a una validez histórica, acorde a la realidad construida.

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En el sentido anterior, los estudios regionales, como perspectiva multidisciplinar de las
ciencias sociales y las humanidades, es una perspectiva ideal para estudiar fenómenos
socioculturales que las disciplinas sociales y humanísticas no han podido resolver por
separado, al parecer.
De los aportes desde las ciencias sociales con los que se puede comprender la creación
estética de los pueblos originarios de Chiapas como acción social, deviene de las propuestas
realizadas en la obra de Max Weber, integrante de la llamada escuela de Frankfurt,
principalmente en su libro Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva. (2002)
Weber incorporó al estudio de las ciencias sociales dos conceptos que serán los cimientos de
esta perspectiva y fundamentales en esta investigación: comprensión y tipo ideal. Ambos
enmarcados dentro de lo que significa encontrar el sentido de las acciones de los actores.
La comprensión, operación fundamental para la construcción del sentido de la acción
individual, parte de la base de que, desde la interioridad del observador, y teniendo en cuenta
la exterioridad de las acciones del actor, es posible construir el sentido o los motivos por los
cuales ese actor produce una determinada acción.
Se parte del supuesto de que es imposible para el científico social, descubrir las causas que
dan lugar a la acción individual. Ante esta imposibilidad lo que queda es reconstruir el sentido
partiendo de la racionalidad contextualizada del observador y sin dejar de lado las
observaciones que se puedan hacer del comportamiento del actor.
Lo que el observador históricamente condicionado va a realizar cuando opera mediante la
comprensión, es atribuir a las acciones observadas del actor un sentido en función de los
motivos, que a partir de una racionalidad reconstruida por el observador, él pueda estar
esgrimiendo.
Se dice históricamente condicionado porque la perspectiva que produce la sociología está
condicionada por el contexto histórico y social de cada época, tanto el comportamiento del
actor como el conocimiento que crea el observador están sometidos a un tiempo histórico.
Weber refiere al sentido de varias formas: el sentido mentado, mentado por quién: por el
actor, es decir el existente de hecho en un caso históricamente dado; el sentido calculado
como promedio en una determinada masa de casos (no es posible para las ciencias humanas);
y el sentido construido científicamente en un tipo ideal con actores de ese carácter ideal.

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En otras palabras, la comprensión del sentido puede darse mediante la construcción de tipos
ideales, en cuanto a su no existencia real.
La comprensión del sentido puede ser de tipo racional (lógica o matemática) o afectiva, en
un caso se comprende intelectualmente de un modo diáfano y exhaustivo creando la conexión
de sentido y en el otro se revive plenamente la conexión de sentimientos.
Se comprende racionalmente y de modo univoco cuando se demuestra lógica o
matemáticamente una conexión de significado, en tanto y de igual manera “cuando alguien
basándose en los datos ofrecidos por hechos de la experiencia que nos son conocidos y en
fines dados, deduce para su acción las consecuencias claramente inferibles acerca de la clase
de medios a emplear” (Weber, 2002:6)
En ese sentido, Weber sostuvo que cuanto más se somete el observador a los avatares de la
vida en sociedad mejor preparado para conocerla y eso es lo fundamental de la sociología
como ciencia.
Cuando se pretende construir tipos ideales, hay que operar en primer término reconstruyendo
la acción racional con arreglo a fines, para luego incorporar las irracionalidades típicas de la
acción humana. Es en este sentido que la sociología es racionalista, es decir en la medida que
utiliza la racionalidad para construir la acción típica sin el efecto de las irracionalidades, y
sólo después las incorpora para explicar (interpretando) la acción social real.
Sin duda que la posición metodológica del autor abre el camino a la investigación cualitativa,
en la medida de que sólo es posible interpretar la acción social e interpretar significa darle
sentido, buscar sus motivos, mediante la construcción de tipos ideales racionales con arreglo
a fines y luego detectar las variaciones debidas al efecto de los afectos de las emociones.
Recapitulando, la comprensión puede ser del sentido mentado, actual expresado o como se
afirma en el párrafo anterior, comprensión explicativa que hurga en los motivos que pudo
tener el actor para desarrollar tal acción.
La tarea de la ciencia social es comprender explicativamente, es decir, dar cuenta de los
motivos, de las causas que desencadenan la acción.
La comprensión científica para la sociología es construir la conexión de sentido mediante el
uso del método tipológico para elaborar un tipo ideal de fenómeno que ocurre.
En todos los casos no se está ante lo evidente, lo válido, lo verdadero, sino ante una hipótesis
de interpretación y ese es el límite posible del conocimiento sociológico.

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“A menudo queda, desgraciadamente, el medio inseguro del experimento ideal, es decir,
pensar como no presentes ciertos elementos constitutivos de la cadena causal y construir
entonces el curso probable que tendría la acción para alcanzar así́ una imputación causal.”
(Weber, 2002:10)
Imputación causal en cuanto a conexión de sentido adecuada al contexto del actor y del
observador, ambos históricamente condicionados.
Por otro lado, Weber tiene claro que en la interpretación de las acciones sociales van a influir
las representaciones sociales del actor, pero además las representaciones sociales del
observador. Es decir, previene de la afectación ineludible de las representaciones sociales y
del lenguaje en la tarea de la sociologiá , pero a su vez considera que esas afectaciones
permiten un mayor y más profundo conocimiento de lo social.
Esta es una posibilidad que los sociólogos pueden explotar y configura una ventaja para el
trabajo científico y le otorga una fortaleza ante la observación externa sin inmersión.
Weber pone énfasis en el punto de vista con que se construye conocimiento en sociologiá ,
siendo parte inherente de la misma y generando que un fenómeno puede ser caracterizado
típicamente ideal, enfatizando un rasgo o puede ser caracterizado y clasificado en otro sentido
enfatizando otro rasgo. La forma de objetivar este hecho es idealizando el fenómeno, es decir
cargándolo de teoría, aumentado su grado de abstracción y logrando el acuerdo intersubjetivo
entre observadores.
Para Weber no hay que confundir el tipo-ideal con la realidad o la ficción creada para
explicarla. Se trata de un recurso al cual acudir para orientar la investigación. Por ejemplo,
en el caso de la explicación, por la vía de la comprensión, del sentido de la acción social,
Weber parte de un modelo típico ideal que es el de la "acción de acuerdo a fines", que él
asume que no es el actuar real pero sí un medio para aproximarse a la explicación de toda
acción posible: "La acción social, como toda acción, puede ser: 1) racional con arreglo a
fines [...]; 2) racional con arreglo a valores [...]; 3) afectiva, especialmente emotiva [...]; y
4) tradicional: determinada por una costumbre arraigada” (Weber, 2002: 20).
Weber distingue cuatro tipos ideales de acción que son medios para la explicación, mediante
la comprensión, del sentido de la acción real.
Se propone que de las cuatro acciones, es la última la que más compete al ámbito de la
creación estética de los pueblos originarios de Chiapas.

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Estos cuatro tipos ideales establecen nexos causales exteriores para la imputación causal de
la acción. Su objeto es la conducta exterior de los sujetos y las regularidades causales que la
han originado, no indagar en la interioridad de la mente de las personas para llegar a
identificar sus resortes subjetivos más profundos. En la elección de estas regularidades
causales se guía por los cuatro "modelos" o tipos ideales antes mencionados. Ellos ayudan a
poder establecer cuáles pueden ser las causas posibles que originan la conducta social de los
hombres.
La comprensión en la sociología de Max Weber es la forma que adquiere la explicación del
sentido de la acción social. Explicar es comprender, mediante la metodología de la
imputación causal o de los tipos-ideales, las regularidades que determinan uno o varios
comportamientos sociales.
Por otra parte, para abordar las maneras de cómo se reproduce la vida social, y con ello, el
modo cómo se reproducen los diferentes mecanismos de dominación-dependencia, es decir,
para dar cuenta de la dinámica de las clases sociales y de la reproducción del espacio social,
es central considerar el concepto de estrategias de reproducción social desde la perspectiva
de Pierre Bourdieu.
El origen del concepto se sitúa en los comienzos de la década de 1960, a propósito de sus
análisis en Kabilia y en el Béarn, ligados a la lógica de los intercambios matrimoniales y a
las prácticas sucesorias; allí es cuando Bourdieu inicia su ruptura más profunda con la visión
estructuralista y cuando pasa “de la regla a las estrategias”, haciendo de esta última noción
un concepto clave en su teoría de la acción. Identificando a la misma con la noción de
práctica, es entonces cuando rescata al agente social que la produce y señala sus principios
de explicación y comprensión como resultado simultáneo y dialéctico de las condiciones
objetivas de vida externas e incorporadas.
El concepto de estrategias de reproducción social es fundamental para analizar la dinámica
de las clases y los mecanismos de perpetuación del orden social, a partir de lo que las familias
ponen en marcha para reproducirse socialmente, este concepto muestra claramente una
dimensión central de la teoría de Bourdieu: su concepción relacional de lo social, herencia
estructuralista que queda demostrada en la manera cómo construye sus conceptos claves y en
el modo cómo se articulan.

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Así, las diferentes estrategias de reproducción social se explican sólo relacionalmente, en un
doble sentido: en el contexto del sistema que constituyen (en una familia o en un grupo de
familias pertenecientes a una clase o fracción de clase) y en el marco más amplio del espacio
social global, donde las prácticas que forman parte de ese sistema se relacionan con las
prácticas que son constitutivas de los otros, articulando de esa manera modos de reproducción
sociales diferenciales.
Se pueden apreciar diferentes dimensiones del concepto de “estrategias de reproducción
social”: las grandes clases de estrategias (de inversión biológica –de fecundidad y
profilácticas-, sucesorias, educativas, de inversión económica, de inversión simbólica), sus
distintos factores explicativos (volumen y estructura del capital, instrumentos de
reproducción social, estado de la relación de fuerzas entre las clases y habitus incorporados),
su unidad de análisis (la “familia” como sujeto colectivo), y el modo como la misma puede
ser abordada (como “cuerpo” y como “campo”).
Ahora bien, los modos de dominación implicados en la reproducción de la vida social son
diferenciados, según las formaciones sociales consideradas.
Esquemáticamente, difieren entre aquellos universos sociales desprovistos de mercados
“auto-regulados”, como el sistema educativo, el aparato jurídico, el Estado, en los cuales las
relaciones de dominación deben hacerse, re-hacerse y deshacerse a través de la interacción
entre las personas, y aquellos en los que, al estar mediatizadas por esos mecanismos objetivos
e institucionalizados, las relaciones de dominación se muestran ocultas, imperceptibles, y de
ese modo escapan a las tomas de conciencia y del poder individuales.
Este aspecto fundamental de la dominación es sistematizado en torno a tres problemáticas
que Bourdieu enuncia en términos de “los efectos de la objetivación”, “las formas
elementales de la dominación” y “cuidado de las formas y denegación del interés”, está
analizado en detalle en el artículo titulado “Los modos de dominación”.
Bourdieu distingue dos grupos de propiedades que pueden caracterizar a los agentes sociales:
las propiedades materiales y las propiedades simbólicas. Ambos conjuntos de propiedades
definen poderes diferentes, a la vez que ambos constituyen puntos de partida para definir las
clases y las fracciones de clase; ambos conjuntos de propiedades constituyen, por tanto,
diferentes órdenes de objetividad.

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El capital simbólico es así toda diferencia reconocida, aceptada como legítima y que procura
un signo de distinción, manifiesto especialmente en los estilos de vida: signos y estilos que
sólo se entienden en una lógica de inclusión-exclusión y, por ello, sólo pueden aprehenderse
relacionalmente.
Otro poder social es el capital cultural, definido por oposición al “capital humano”.
Esta especie de capital puede existir bajo tres estados: objetivado (bajo la forma de bienes
culturales, obras de arte, libros, instrumentos, etcétera), incorporado (bajo la forma de
disposiciones durables, forma que exige un trabajo de vinculación y de asimilación, costo de
tiempo y de “exposición” personal) e institucionalizado (bajo la forma de títulos, que
confieren un reconocimiento institucional a quien lo ostenta).
El capital cultural se presenta entonces, como una herramienta de análisis valiosa a la hora
de dar cuenta de las diferencias de los resultados escolares entre los miembros de las
diferentes clases y de las fracciones de clase. Con ello, el capital cultural (individual, familiar,
heredado, de clase o de fracción de clase) es el poder social que más claramente sustenta las
estrategias ligadas al campo educativo en general.
Se hace hincapié en el capital simbólico y en específico en el capital cultural, porque son
estos conceptos los que más se relacionan con la propuesta de investigación presentada, ya
que una de las hipótesis esgrimidas es que el arte indígena contemporáneo no es valorizado
como expresión estética, y esto puede deberse a una estrategia de reproducción de un modo
de dominación occidental, que de manera imperceptible ha formado parte del habitus de los
mexicanos, en el cual la premisa pareciera ser: no existe el arte indígena contemporáneo,
premisa que se ha reproducido muchas veces, en los espacios de educación superior y, por
ende, de acumulación y control del capital cultural.
En relación a lo anterior y abonando al tema de investigación, cabe resaltar que a principios
del siglo pasado Manuel Gamio pensaba que, cuando la clase media y la indígena (la
aristocracia no tenía caso porque para ella el arte es el arte europeo puro, a decir del propio
Gamio) tuvieran el mismo criterio en materia de arte, estaríamos culturalmente redimidos y
existiría el arte nacional, que era una de las grandes bases del nacionalismo.
Desde el punto de vista de la propuesta aquí presentada, Gamio hacía reflexiones novedosas
en la medida en que relacionaba la apreciación estética con la posición social y la cultura del
observador. Consideraba el arte como una formación cultural lejos de paradigmas cerrados y

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declaraba la guerra a la concepción occidental de lo bello, si no rebasado en la teoría estética,
sí, desde luego, por las vanguardias históricas de la época en que Gamio escribía sobre estos
problemas y vislumbraba la necesidad de relacionar la apreciación estética con la cultura del
observador.
Los modos de reproducción de la dominación social penetran en lo más profundo de las
sociedades, haciéndonos pensar en lo existente como algo ya dado, que así debe seguir.
A continuación, revisaremos algunos aportes que estudiosos de las ciencias sociales y
humanísticas han realizado en cuanto a los estudios regionales.
Cabe mencionar que los estudios regionales parten de disciplinas que se encargaban
directamente de estudiar la región como territorio, es decir la geografía y la cartografía.
La visión tradicional de región, a partir de la división territorial propuesta desde disciplinas
como la geografía o la cartografía, se preocupó principalmente por: “el análisis y la
explicación del paisaje físico” (Ixtacuy, 2019:2)
Posteriormente, en la década de los años setenta, para el caso de México, la historia local y
la historia regional mostraron un desarrollo importante como reacción contra las historias
globales o nacionales.
Siguiendo a la Doctora María Mayley Chang Chiu: “Una región es una construcción social e
histórica ubicada en un espacio.” (2019: 2), pero agrega “La región es una realidad cambiante
y, además, producto de la dinámica socioeconómica” (Chang, 2019: 2). Entonces se puede
pensar que las regiones son constructos sociales, por lo que están en constante cambio y
evolución y, como tal, deben comprenderse como procesos y no como algo ya establecido.
Otro enfoque del estudio de la región desde la teoría jurídica: “se supedita a una política
estatal de descentralización, que ha conllevado a fortalecer las partes del Estado y en otros
casos a delimitar espacios con la finalidad de dotarlos jurídicamente de más atribuciones que
les permita su participación directa en esta división del territorio nacional” (Paniagua 2019:2)
Desde la perspectiva tradicional de los estudios regionales, el trabajo de Claude Bataillon
Las regiones geográficas en México (1993), nos presenta el espacio social y el espacio
político que conforman las regiones, desde la perspectiva de la geografía social, a partir del
“uso del espacio por los hombres organizados: tal tema incluye desde luego la actuación
política, cultural o económica como manera de usar –o modelar- el espacio.” (130)

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Dentro de los temas que conforman las regiones geográficas, el primero corresponde al
control del territorio por los actores político-administrativos y a las divisiones territoriales
que resultan de este proceso histórico de la administración pública. El segundo se refiere a
los modos de actuar de los agentes –públicos o no- del ordenamiento territorial y el tercero
abarca una tentativa de entender cuál es la visión de varios grupos sociales sobre los
territorios en los cuales están viviendo.
En sus inicios, la región se encuentra vinculada indisolublemente a un espacio físico, aunque
los elementos que la constituyen siempre han sido abstractos como “el control del territorio”,
“los modos de actuar” o “la visión de los grupos”.
Como hemos visto, esta visión del espacio puede ser geográfica o ideológica, dependiendo
de los intereses de los estudiosos o de quien la proponga.
Los estudios pioneros relacionados con los problemas regionales de México datan de las
décadas de los treinta y cuarenta, producto de la necesidad de avanzar en el conocimiento del
territorio nacional y en la elaboración de los inventarios regionales que dieran cuenta de los
recursos naturales, económicos y humanos del país en esos tiempos.
Si bien dichos esfuerzos dejaron importantes aportaciones que ayudaron al reconocimiento
de la realidad mexicana contrastante, es desde la década de los setenta, como ya se mencionó
anteriormente, cuando la investigación regional despunta con sus acervos de conocimiento
de la realidad espacial; así́ pues, se producen estudios que empiezan a ser tomados en cuenta
en la actividad gubernamental y en las acciones públicas en los niveles de gobierno federal,
estatales y municipales.
El marco analítico dominante en que estas propuestas emergentes sobre la problemática
regional se sustentaban estaba determinado en esos tiempos por un hecho contrastante del
desarrollo económico: la agudización de los desequilibrios regionales, como una derivación
del impulso que se le dio a las políticas macro- económicas desligadas del desarrollo de las
regiones y de sus municipios.
En términos generales, podemos considerar que el análisis regional es un estudio de reciente
incorporación en el ámbito de las ciencias sociales.
Los estudios regionales conciernen a la política, la economía, la sociología, la geografía, la
historia, los estudios culturales y la educación. Desde cada una de estas disciplinas y ámbitos
de conocimiento, se establecen características diversas que llevan a definir una región,

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mientras que distintas construcciones teórico-metodológicas fundamentan los estudios
regionales.
En términos culturales, actualmente los estudios regionales muestran que es mucho más fácil
explicar las disparidades regionales analizando los factores culturales, y no sólo utilizando
parámetros cuantitativos o disciplinares puros. De modo que, lejos de ser una variable aislada
en la transformación de los espacios, la cultura se vuelve entonces una constante que atraviesa
el espectro de la experiencia social en cualquiera de sus expresiones. Por tanto, además de
ser históricamente reconocida como una categoría económica y social, ahora la región
también se destaca por las cualidades culturales que la definen. Esta condición invita a
redefinir y explorar conceptos, métodos y perspectivas teóricas en torno a la idea de región.
Entre los legados de esta idea aparecen de manera recurrente categorías homogeneizantes y
totalizadoras. Sin embargo, con el paso del tiempo se han empezado a reconocer los procesos
difusos que se dan en el espacio social y, por ende, en los espacios regionalizados. Así, el
debate se ha replegado y expandido en un vaivén de construcciones argumentativas.
En concreto, los estudios regionales contemporáneos no buscan únicamente cómo describir
las peculiaridades y distinciones regionales, sino también tratan de interpretar las
características del ambiente cultural local en relación con los retos que en la actualidad
representan los procesos globales.
Lo anterior nos lleva a un análisis pertinente surgido de la filosofía de la ciencia acerca de
las relaciones entre los casos particulares y las leyes universales, así como al debate sobre la
pertinencia de los métodos cuantitativos y cualitativos que definen la praxis de actores
individuales y colectivos en un ámbito regional.
Además de reconocer que la región es un referente que se ha moldeado y enriquecido con los
desarrollos y miradas heterogéneas de actores esparcidos en diferentes contornos, estos
intereses han desbordado las fronteras epistemológicas en las cuales se han analizado los
procesos y dinámicas como elementos inherentes a la noción de región. Al no ser entendida
como algo estático, la región experimenta un desdoblamiento que permite a transiciones
cualitativas y cuantitativas de distinto orden.
El rasgo esencial de la regionalización se basa en un ejercicio delimitativo centrado en
cuestiones geográficas, culturales, perceptivas, políticas o económicas que se entrecruzan o
definen a partir del juego individual y colectivo de lo social. Ello implica introducirse en la

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génesis, desarrollo, arraigo, reproducción o desaparición de un espacio que se circunscribe
conceptual, perceptual, jurídica o metodológicamente sobre límites difusos.
Por un lado, la región ha sido el resultado de intentos históricos por potenciar las capacidades,
recursos o actividades de un determinado lugar. Pero también, se ha pretendido que la región
incluya en su cuerpo de análisis la idea de integración en redes más dinámicas y en diferentes
escalas.
En estos términos, la región sería reconocida no sólo como un objeto central en las formas
georreferenciadas en la historia de los territorios, sino como la base para entender los
procesos del regionalismo contemporáneo y de la propia transición de las economías locales
y mundiales, como nos lo demuestra Giacomo Becattini en Del distrito industrial
marshaliano a la teoría del distrito contemporánea. Una breve reconstrucción científica
(2004).
Una perspectiva que ha prestado una significativa atención a estos cambios es en especial la
geografía cultural surgida en los albores del siglo XX.
En sus inicios, la geografía cultural intenta abolir la disociación entre la geografía física y la
geografía humana. En este marco, se ha retomado al espacio como objeto de reflexión que
reclama una visión integral del mundo, dividida varios siglos atrás por la ciencia. En este
cometido, el espacio se hace patente como fundamento de la acción misma del ser humano y
evidencia una necesidad de integración plena. Así, el panorama de los estudios regionales se
expande en un prisma inconmensurable e inédito.
Es primordial encarar las transformaciones ligadas a los cambios industriales, comerciales,
políticos, urbanos, rurales, de crisis económica y social. Sin dejar de reconocer que en todo
momento la fuerza avasallante de estos fenómenos hilvana los espacios locales y mundiales.
El concepto de región, al nutrirse históricamente de categorías y cuerpos teóricos de distintas
disciplinas, presenta hoy una serie de perspectivas y desafíos que se vuelven un imperativo
en el análisis general del espacio, he ahí uno de sus principales problemas.
Esta condición es todavía más apremiante al constituirse como un ejercicio crítico en los
estudios territoriales frente a los cambios, estados y vicisitudes que se han llevado a cabo en
la región y sus agentes transformadores. Por ello, resulta necesario tomar en cuenta que la
región es un objeto con ligas entre la historia de los territorios y sus actores, los cambios del

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presente y las propias expectativas de crecimiento o desarrollo de diferentes unidades
geográficas y sociales.
Hay que explorar otros modos de aprehensión del espacio, signados en el presente por flujos,
redes y sistemas, cuya espacialidad se desplaza junto con los actores sociales que la crean.
Hay desde luego un reto que se empieza a construir desde los estudios territoriales –en
particular en la geografía cultural– para reconocer las categorías, premisas y estados que
dibujan una idea de región distinta a la tradicional y acorde con los cambios que se tienen de
frente.
Se apuesta entonces por entender la región como un referente en el que se reconocen procesos
caóticos, heterogéneos, segmentados y de fronteras difusas; cuya problemática,
evidentemente, obliga a repensar sus enigmas a partir de otros modos.

Conclusión
Un parte aguas en la historia crítica de las ciencias sociales es Abrir las ciencias sociales de
Immanuel Wallerstein (2006). Este libro repasa cuatro puntos clave que dan inicio a las
ciencias sociales y que en gran medida permiten entender sus limitaciones actuales: la
distribución geopolítica de las ciencias sociales durante su origen; el establecimiento de las
fronteras disciplinares; la creación de métodos específicos para cada ciencia social; y el
momento histórico en que las ciencias sociales nacen.
El primer punto clave, la distribución geopolítica de las ciencias sociales, hace referencia a
que en su momento fundacional las ciencias sociales se produjeron y reprodujeron en cinco
lugares geográficos: Gran Bretaña, las Alemanias, las Italias, Francia y Estados Unidos
(Wallerstein 2006). Con toda certeza los clásicos de todas las ciencias sociales, en su
mayoría, fueron realizados en estos cinco territorios, lo que de forma evidente marcó la
manera en que hoy se entiende a las sociedades, tal como se puede apreciar en este trabajo.
El segundo punto clave es la gran cantidad de temas y el surgimiento de disciplinas que
alimentaron a las ciencias sociales en el devenir del siglo XIX. Principalmente, las ciencias
sociales se caracterizaron por tener en su seno cinco disciplinas diferentes: la sociología, la
economía, la ciencia política, la antropología, y la historia (Wallerstein 2006). De acuerdo
con Wallerstein la sociología se encargó de estudiar los procesos que tenían lugar en la
sociedad civil, la economía se encargó de entender el funcionamiento del mercado en el

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contexto del capitalismo, la ciencia política se encargó de separar lo político de lo económico
para estudiarlo como algo independiente, la antropología estudió las civilizaciones del mundo
no europeo, y la historia empezó a recopilar la vida de las naciones y de los pueblos.
El tercer punto clave es el esfuerzo por diferenciar los métodos y las preocupaciones de todas
las disciplinas de las ciencias sociales (Wallerstein 2006). El método fue de gran importancia
en la división disciplinar, pues las disciplinas nomotéticas (todas menos la historia) buscaron
replicar la certeza que alcanzaban las ciencias naturales con el método científico. Las
diferentes disciplinas tomaron diferentes métodos como propios en orden a descubrir
patrones que permitieran lanzar leyes generales del comportamiento social.
El cuarto punto clave en la institucionalización de las ciencias sociales fue el momento
histórico en el que tuvo lugar. La institucionalización de las ciencias sociales "tuvo lugar en
el momento en que Europa estaba finalmente confirmando su dominio sobre el resto del
mundo" (Wallerstein 2006:32). Lo anterior llevó a preguntarse por la superioridad relativa
del proyecto europeo sobre el resto de culturas, lo que terminó en explicaciones de tipo
darwinista que hasta hoy se utilizan para entender el desarrollo social como un proceso que
empezó en la antigüedad y terminó en la sociedad moderna europea (liberal).
Los cuatro puntos sintetizados exponen claramente que las ciencias sociales, antes que ser
una empresa nacida del más vivo y puro anhelo por conocer, aparecen y tienen sentido en un
contexto social y político donde las humanidades no tenían la legitimidad que tenían antes
de la revolución científica, y donde el inminente nuevo lugar de Europa en el mundo imprime
algo definitivo en las ciencias sociales. Ese algo definitivo es el eurocentrismo.
Esta reflexión trata de exponer la existencia de un paradigma eurocéntrico y colonial al
interior de las ciencias sociales.
Considerando lo anterior y partiendo del supuesto de que ni la historia, ni la sociología o la
antropología de arte, como disciplinas de las ciencias sociales y las humanidades, han dado
cuenta por separado de la creación estética de los pueblos originarios contemporáneos, de
México en general y de Chiapas en lo específico, en esta investigación se propone que la
perspectiva regional, por su carácter múlti y transdiciplinar, permitirá el estudio de la
creación estética como una acción social que facilitará comprender cuál es esta creación, si
es aquella que comúnmente consideramos como artesanía, cuál es el papel sociocultural que
juega dicha creación dentro y fuera de las sociedades que la producen; por otro lado, la

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perspectiva regional permite identificar las similitudes y diferencias que dicha producción
tiene con otras producciones de pueblos originarios de otras latitudes.
Es importante resaltar que la perspectiva regional facilita el vincular la creación estética a
otros fenómenos sociales como lo político, lo económico o lo educativo, por mencionar
algunos, y con ello enriquece las posibilidades de estudiar la producción estética no por sí
misma, como un fenómeno aislado, sino como un fenómeno más de la vida sociocultural de
los individuos y, de esta manera, identificar los efectos que los vacíos de los estudios
disciplinares dejaron a su paso.
La pregunta problema que se desprende de este estado de la cuestión sería entonces:
¿Estudiar la producción estética de los pueblos originarios de Chiapas como una acción social
y desde la perspectiva de los estudios regionales, permitirá comprender el sentido que esta
tiene como expresión simbólica de dichas sociedades y revalorizar el papel que ha jugado
como patrimonio cultural de los chiapanecos y, por ende, de los mexicanos?
Para concluir, cabe mencionar que la presente investigación pretende aportar al estudio de
las ciencias sociales y las humanidades en dos sentidos: uno que atiende a los estudios
regionales con enfoque cultural y otro que tiene que ver con la reflexión acerca de la creación
estética de los pueblos originarios o con el arte indígena contemporáneo, como se prefiera
ver.

Nota: En el cuerpo del trabajo se resaltaron en negritas algunos conceptos y categorías que se piensan
fundamentales para el desarrollo de la investigación.

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