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Crece la insatisfacción con el capitalismo en el mundo

La moda del "socialismo millennial"


17 de marzo de 2019
Por Andrés Ferrari Haines y André Moreira Cunha
* Profesores de la Universidad Federal de Río Grande del Sur, Brasil.

https://www.pagina12.com.ar/181315-la-moda-del-socialismo-millennial

The Economist usa el término “socialismo millennial” debido a que 51 por ciento de
los estadounidenses de 18 a 29 años tiene una visión positiva del socialismo.
Existe una creciente insatisfacción con el sistema capitalista en el mundo
occidental. En ese contexto, se verifica el fenómeno del aumento de la atracción
popular del socialismo en países del Primer Mundo. El socialismo vuelve a
aparecer porque ha formado una crítica incisiva de lo que ha ido mal en las
sociedades occidentales

Una dificultad en resolver la grieta es que se la toma como una cuestión nacional.
The Economist en la edición del 14 de febrero demuestra que grietas como la
argentina o la brasileña son sólo una pequeña expresión de una grieta mucho
mayor: la creciente insatisfacción con el sistema capitalista en el mundo
occidental. Bajo el título “El crecimiento del socialismo millennial”, la tradicional
revista procura entender el fenómeno del aumento de la atracción popular del
socialismo en países del Primer Mundo, particularmente en Estados Unidos.

Hace treinta años, cuando cayó el Muro de Berlín, “el capitalismo había ganado y
el socialismo se convirtió en sinónimo de fracaso económico y opresión política”,
se afirma en el artículo. Pero hoy “el socialismo está de moda nuevamente” en
referencia a nuevos líderes políticos como Alexandria Ocasio-Cortez que califica
como “una sensación” y Jeremy Corbyn en Gran Bretaña.

Para The Economist: “El socialismo vuelve a aparecer porque ha formado una
crítica incisiva de lo que ha ido mal en las sociedades occidentales. Mientras que
los políticos de la derecha han abandonado con demasiada frecuencia la batalla
de las ideas y se han retirado hacia el chovinismo y la nostalgia, la izquierda se ha
centrado en la desigualdad, el medio ambiente y la forma de otorgar poder a los
ciudadanos en lugar de a las elites”.

Visión positiva

The Economist aplica el término “socialismo millennial” debido a que 51 por ciento
de los estadounidenses de 18 a 29 años tienen una visión positiva del socialismo y
a casi un tercio de los votantes franceses menores de 24 años en las elecciones
presidenciales de 2017 votaron por el candidato duro de izquierda. Observa que,
en 2018, entre los demócratas y los independientes con tendencia a los
demócratas, las visiones positivas del socialismo y del capitalismo eran 55 y 45
por ciento, respectivamente, cuando en 2010 eran básicamente iguales. Lo que
The Economist encuentra en común entre los seguidores actuales del socialismo
es considerar que la desigualdad de riqueza en el capitalismo actual está fuera de
control y que la economía está manipulada en favor de intereses creados, por
medio de lobbying, burocracias y empresas en una economía que ya no sirve a los
intereses de la gente común.

Aunque encuentra que la moderna izquierda es una coalición amplia y fluida,


afirma que “algo de esto está fuera de discusión, incluida la condenación del
lobbying y la negligencia del medio ambiente. La desigualdad en Occidente se ha
disparado en los últimos 40 años”. También acepta que algunos de “los objetivos
socialistas milenarios no son particularmente radicales”, como la demanda de
“atención universal de salud”.

No obstante, si bien considera que parte del diagnóstico de los nuevos socialistas
está equivocado, sostiene que “el verdadero problema radica en sus
prescripciones, que son perversas y políticamente peligrosas. La visión socialista
millenial de una economía ‘democratizada’ difunde el poder regulatorio en lugar de
concentrarlo”. Fundamentalmente, apunta a la propuesta de sus voces más
radicales que proponen que se incorporen trabajadores en las mesas directivas de
las empresas e, incluso, que se distribuyan acciones de las empresas a los
trabajadores.

Por eso, The Economist es terminante en su conclusión sobre el “socialismo


millennial”: “Al igual que el socialismo de antaño, adolece de una fe en la
incorruptibilidad de la acción colectiva y de una sospecha injustificada del empuje
individual. Los liberales deberían oponerse”.

Desigualdad

El problema con la conclusión de The Economist es que deja la grieta abierta


porque no presenta una alternativa para solucionar lo que acepta “ha ido mal en
las sociedades occidentales” desde que cayó la Unión Soviética. Los datos de
concentración de riqueza desde la caída del socialismo soviético, tanto a nivel
interno de cada país como a nivel global, son espeluznantes.

El World Inequality Report 2018, elaborado por Thomas Piketty y sus


colaboradores, luego de constatar que la desigualdad avanzó en todo el mundo
desde principios de los años 1980, afirma que este aumento se verificó “a
diferentes velocidades, lo que sugiere que las instituciones y las políticas son
importantes para moldear la desigualdad”. Así, efectivamente, el acceso a
servicios públicos como salud, educación y jubilación de forma gratuita y universal,
ayudan a mitigar los impactos de la desigualdad. Así, afirma que el 1 por ciento
más rico y el 50 por ciento más pobre registraron mayores ingresos entre 1980 y
2016, aunque los primeros tuvieron el doble de aumento del que recibieron los
segundos. Mientras tanto, el 49 por ciento del medio quedó exprimido, sin
ganancias significativas.
En 2018, el informe de la OCDE sobre la creciente brecha en la distribución del
ingreso presenta similar constatación: “la brecha entre ricos y pobres está en su
punto más alto en 30 años, el 10 por ciento más rico gana 9,6 veces más que el
10 por ciento más pobre, en otras palabras: pocos ganan mucho y muchos ganan
poco (…) La desigualdad ha alcanzado niveles altos y la situación se agrava cada
vez más. En la década de 1980, el 10 por ciento más rico de la población de los
países de la OCDE ganaba siete veces más que el 10 por ciento más pobre.
Ahora gana cerca de 10 veces más”. También expresa claramente que “es
importante que los gobiernos no duden en utilizar impuestos y transferencias para
moderar las diferencias en ingresos y patrimonio”.

Tecnología

Paul Krugman, en su columna en el New York Times del 28/12/2018, “El caso de
una economía mixta”, sostiene que si el socialismo histórico al estilo soviético
fracasó, tanto en su modelo político autoritario, como en su ineficiente economía,
no hay razones para despreciar la ampliación de la actuación del Estado en
generación de ciertos bienes y servicios públicos. Escribió el ganador del premio
Nobel: “De hecho, hay algunas áreas, como la educación, donde el sector público
claramente se desempeña mejor en la mayoría de los casos, y otras, como la
atención de la salud, en donde el argumento en favor de la empresa privada es
muy débil. Juntos estos sectores, son bastante grandes. En otras palabras,
aunque el comunismo fracasó, todavía hay un argumento bastante válido por una
economía mixta, con un componente importante, aunque no mayoritario, de
propiedad/control público en esta combinación. Rápidamente, por lo que sabemos
sobre el desempeño económico, podría imaginarse manejando una economía
bastante eficiente que solo es 2/3 capitalista, 1/3 de propiedad pública, es decir,
en cierta manera socialista”.

La impresión que surge es que lo que buscan las nuevas generaciones más
simpáticas al “socialismo” es poder vislumbrar un futuro en un mundo donde el
cambio tecnológico rompe rápidamente las relaciones laborales tradicionales y
apuntan a la precariedad de los vínculos mercantiles heredadas de la gran
industrialización que se extendió por todo el mundo entre el final del siglo XVIII y la
segunda mitad del siglo XX. En particular, la nueva generación que llega a edad
adulta no confía que los mercados podrán garantizar la cohesión social en un
planeta con 10 mil millones de personas para el año 2050, bajo acuciantes
problemas ambientales y la incapacidad de absorción de trabajadores que se van
quedando excedentes por las nuevas tecnologías derivadas de la combinación de
la propagación de la inteligencia artificial con la robótica.

El mencionado informe de la OCDE afirma que “los jóvenes representan el grupo


etario más afectado: 40 por ciento tienen empleos no estandarizados y cerca de la
mitad de todos los trabajadores temporales son menores de 30 años de edad”.
Empleos en los cuáles las condiciones laborales “suelen ser precarias e
inadecuadas, y pueden entrampar a los trabajadores situados en la parte inferior
de la escala. De los empleados con contratos temporales en un año determinado,
menos de la mitad tenía contratos permanentes de tiempo completo tres años
después”. Para peor, también sostiene que, en el largo plazo, la concentración de
riqueza también perjudica la economía en general: “Cifras de la OCDE muestran
que el aumento de la desigualdad observado entre 1985 y 2005 en 19 países
pertenecientes a la Organización rebajó en 4,7 puntos porcentuales el crecimiento
acumulado entre 1990 y 2010”. Así, retornando al análisis del The Economist, la
cuestión no es simplemente la desigualdad en la distribución de riqueza. El
problema es que la gran mayoría de la población mundial -incluido Estados
Unidos- no consigue tener niveles mínimos de vida.

De “izquierda” a “derecha”

A esto se suma otro problema que está presente en quienes manifiestan rechazo
universal “a la izquierda”. Como The Economist expresa, el “socialismo millennial”
es un grupo muy amplio y genérico. Como se sabe, en política la expresión
“izquierda” surgió durante la ebullición de la Revolución Francesa porque en la
Asamblea representativa que fue empujando la caída de la monarquía, los que
incitaban por reformas más radicales se encontraban a la “izquierda” y los más
conservadores del antiguo régimen, a la “derecha”.

A partir de ahí se fue adoptando el uso “izquierda” y “derecha” universalmente


para distinguir grupos políticos más radicales de los más conservadores y, por
ende, también “el centro”. Pero en sí, “izquierda” y “derecha” no son proyectos o
programas políticos. Además, su identificación depende del contexto histórico. Por
ejemplo, Republicanismo o movimientos nacionales en el siglo XIX se identificaba
con de “izquierda”. Actualmente, pocos los verían así. La gama de movimientos de
“izquierda” en la historia es muy amplia y variada.

El socialismo y el comunismo constituyen dos propuestas totalmente radicales de


modificación del orden existente porque apuntan a terminar con él, es decir, con el
capitalismo. El punto clave es que los medios de producción sean de propiedad
colectiva y no más privada. La única “izquierda” socialista y/o comunista es la que
propugna esa transformación.

Toda propuesta de sociedad es válida si ésta lo desea implementar. Pero si ese


no es el caso, agrupar indistintamente como “izquierda” cualquier reclamo contra
lo que The Economist encuentra que “está fuera de discusión”, incluyendo la
constatación que “la desigualdad en Occidente se ha disparado en los últimos 40
años”, ¿significa que no hay más opción en el capitalismo que el neoliberal
extremo? No es así, las demás “izquierdas” que proponen, por ejemplo, “atención
universal de salud”, son disputas políticas dentro del sistema capitalista. La mayor
parte de las personas que apuntan a ese tipo de transformaciones, lejos de ser
anticapitalistas procuran poder ser parte de él teniendo acceso a niveles
aceptables de consumo.
Estado

Incluso, la actual liviandad irritativa de calificar de “izquierda” todo reclamo contra


la creciente expulsión del acceso al consumo y mínimo nivel de calidad de vida por
parte de la recalcitrante “derecha”, la está llevando a señalar despectivamente
como de “izquierda” instituciones y arreglos sociales que han sido inventados por
el capitalismo, precisamente, para sobrevivir a por su dinámica de concentrar
riqueza y expulsar trabajadores: Estado regulador, leyes de protección laboral,
seguridad social, jubilaciones, limitación de monopolios y oligopolios, control de
trusts y cárteles, organizaciones sindicales.

Nada de esto es invención de la “izquierda”, sino de la “derecha”. En su clásica


obra La Gran Transformación, Karl Polanyi apuntaba al “doble movimiento”
histórico del capitalismo, desde su inicio, que primero empuja por la “liberación de
los mercados” y, después, avanza en sentido contrario, en el cual instaura un
movimiento para proteger la sociedad de los efectos más nocivos de la sociedad
de mercado.

Keynes en el último capítulo de la Teoría General también constató esto: “Las


fallas sobresalientes de la sociedad económica en la que vivimos son su
incapacidad para garantizar el pleno empleo y su distribución arbitraria e
inequitativa de la riqueza y los ingresos”. Keynes proponía resolver estas fallas por
medio de políticas estatales, como tributación progresiva, protecciones sociales y
limitaciones parciales a ciertas actividades (en especial, la renta y las bolsas
financiera). Así sostiene: “creo que existe una justificación social y psicológica
para las desigualdades significativas de ingresos y riqueza, pero no para las
grandes disparidades que existen hoy en día. Existen actividades humanas
valiosas que requieren el motivo de la creación de dinero y el entorno de la
propiedad privada de la riqueza para su plena realización”.

Más allá de estos límites, Keynes considera que su teoría “es moderadamente
conservadora en sus implicaciones. Porque “si bien indica la importancia vital de
establecer ciertos controles centrales en asuntos que ahora se dejan
principalmente a la iniciativa individual, hay amplios campos de actividad que no
se ven afectados… no hay un caso obvio para un sistema de socialismo de Estado
que abarque la mayor parte de la vida económica de la comunidad. No es la
propiedad de los instrumentos de producción lo que es importante que el Estado
asuma”.

Pero como expresara John K. Galbraith, “para mucha gente no hay mucha
diferencia entre Keynes y un comunista”. Y para James Meadway, asesor de John
McDonnell, el canciller en la sombra de Corbyn, según expone The Economist, “el
keynesianismo no es suficiente” en medio de la brecha: el “socialismo millennial”.

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