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D. L.: BI-1936-2018
ISBN: 978-84-7752-642-1
Este libro es un ramillete de entrevistas a personas que han sido o que siguen
siendo usuarias de los servicios públicos forales encargados de favorecer la in-
clusión social.
Conviene poner ojos y cara, poner piel y sentimientos, conviene asomarse a las
historias reales –historias vitales– de tanta gente que se nos queda en las orillas
de una sociedad que va demasiado deprisa y mira pocas veces hacia quienes deja
a sus costados. Personas resilientes, resistentes, más de lo que creemos. Perso-
nas que, con la compañía de los servicios públicos, restablecen sus proyectos en
marcos de dignidad.
Son historias duras, muy duras, como lo han sido sus realidades. Pero todas tie-
nen un final que merece ser contado porque nos recuerda la auténtica dignidad
humana, lejos de fantasías o de cuentos de hadas. De esos finales, de los de
fantasía o cuentos de hadas, no hay aquí ninguno.
En estas líneas hay pequeñas pero dramáticas historias de personas, con sus
defectos, sus miedos, sus tristezas, su melancolía y, a veces, su rabia por tantos
años perdidos. Personas que se extraviaron de sí mismas y se han recuperado
con la ayuda de una sociedad que cree que ser solidaria y no dejar a nadie en la
cuneta es una obligación moral, humana y también política.
Este libro recoge unos pocos ejemplos, pero hay muchos más. Nuestra voluntad
es seguir recogiéndolos en futuras ediciones ampliadas.
Aquí presentamos solo unos breves ejemplos de personas que se sentaron a con-
versar y hablar. A reflexionar en alto sobre sus vidas y sobre lo que supuso para
ellas sentir la acogida que la sociedad realiza a través de los servicios sociales
públicos. Siempre con los importantes esfuerzos humanos de profesionales de
la intervención social que se entregan cada día a la tarea de dignificar la vida de
miles de ciudadanos y ciudadanas.
“Estos versos del gran escritor chileno recogidos en su poema ‘El monte y el río’
podrían ser el resumen de cómo afrontamos la inclusión social desde la Dipu-
tación de Bizkaia, concretamente desde el Departamento de Empleo, Inclusión
Social e Igualdad que dirijo.
Son el resumen de nuestra filosofía que también se ve reflejada en los versos fi-
nales de este mismo poema: “será dura la lucha, / la vida será dura, pero vendrás
conmigo.”. Porque las personas a las que atendemos no han tenido una vida fácil
y, no nos engañemos, tampoco pasa a serlo como por arte de magia a partir de
que llaman a la puerta de Diputación. A veces, ni tan siquiera llaman ni reclaman,
pero sencillamente están y es necesario acercarse hacia ellos y ellas para volver
a restaurar los lazos sociales rotos.
En estas situaciones de crisis tan severas no solo tiemblan los cimientos econó-
micos, tiemblan las estructuras sociales que deben proteger a los miembros de
una sociedad, tiemblan las redes solidarias de familiares y de amistades que no
dan más de sí. Y todo ello quiebra a personas que, desbordadas por una situación
injusta, se convierten a su pesar en los grandes paganos de la crisis.
Recuperar la mirada solidaria implica saber que, como señala Joaquín García
Roca, la exclusión social es una cualidad del sistema social que nos hemos dado
desde las últimas décadas del siglo XX y lo que llevamos del XXI. Insisto, es una
cualidad del sistema económico-social, por lo que no es un atributo propio del
sujeto, sino que es propio de un sistema social que integra con dificultades los
distintos ritmos individuales: las diversidades de una sociedad plural en sus iden-
tidades y capacidades, etc., una sociedad que genera desajustes.
Por tanto, la exclusión social no puede interpretarse como una característica pro-
pia del sujeto o como la confluencia de factores de riesgo en colectivos concretos,
sino como factores de riesgo atribuibles a un sistema que cierra las puertas de
entrada a aquellas personas que no parten de las mismas condiciones de salida
que otros miembros de la sociedad. Solemos hablar de igualdad de oportunida-
des, pero las oportunidades de salida suelen ser distintas y nos corresponde a los
poderes públicos igualarlas.
Vivimos tiempos rápidos. Una sociedad precipitada que tiene poco tiempo de re-
flexión y cuyos mensajes se lanzan en 140 caracteres sin posibilidad de matices
ni trazo fino, sin el colorido de la diversidad. Las redes sociales digitales tienen
enormes potencialidades y permiten la difusión de la información y del conoci-
miento en tiempo inmediato, permite que toda persona pueda acceder a cual-
quier información que desee. Es una fantástica herramienta que aún no hemos
aprendido a manejar. Sin embargo, es evidente hay otro gran debate que no voy
Son los tiempos que nos toca gestionar. Y nos toca hablar con claridad y detalle
de la labor pública en favor de la inclusión. Este libro es una de las herramientas
para este objetivo.
Pese a que no debemos engañarnos, es preciso defender que hay un fondo po-
tente de esperanza en nuestra gestión pública y en los procesos que van com-
pletando todas estas personas. Nuestros programas, nuestros servicios… toda la
intervención pública que desarrollamos en el ámbito de la inclusión social tiene
unos resultados que deben ser conocidos por la opinión pública.
Quizás lo que más destaca de la publicación que aquí se presenta es algo que
desde el corpus teórico de la Exclusión social se viene constatando con profusión:
hay acontecimientos en el transcurso vital de las personas que son disparadores
de problemáticas y afectan en tal grado que empujan a las personas a salir del
circuito social y las sitúa en el extrarradio. Esto ocurre cuando los mecanismos de
contención fallan o no son suficientes.
Y aquí sí, aquí toca hablar de algo mucho más delicado y cruel pero no menos
real: la primacía del tener sobre la primacía del ser. Esa es la máxima en la que
se basa la construcción social de las sociedades avanzadas de los siglos XX y
XXI y es la que sitúa a muchas personas en la línea de la vulnerabilidad social,
ante la debilidad de pocos mecanismos de anclaje en una sociedad altamente
competitiva en la que tener (recursos, formación…) delimita la inclusión en los
círculos sociales o su exclusión de los mismos. Dicho de otra manera, la carencia
de competencias que puedan ser valoradas socialmente arroja fuera del sistema
a nutridos grupos de personas que no encuentran vías de pertenencia, tal y como
lo relataba la Fundación Encuentro en su Informe España, 2004.
Por tanto, si queremos revertir en serio y a fondo cuestiones que tienen que ver
con la exclusión social, la labor debe abordarse desde cambios socio-estructurales
y económicos, sin ninguna duda, y ello probablemente no puede realizarse desde
el microcosmos de una administración pública con competencias territoriales.
1
Subirats, J. (2008): La reestructuración del estado del bienestar en Europa. Exclusión social y políticas de
respuesta. En: Laespada, T. (Ed.): Intervención en Exclusión Social y Drogodependencias: Las confluencias
etre políticas sociales y sanitarias. Homenaje al “Abbé Pierre” Bilbao: Universidad de Deusto.
Podríamos poner muchos, muchos ejemplos que facilitasen lo que describo aquí,
pero han sido cogido unos pocos, al azar, algunos de los que han querido hablar y
dedicar un rato a charlar con la persona que les entrevistaba.
Digámoslo sin complejos: mucha gente ha contado con el apoyo de los servicios
de Diputación y gracias a ella han podido salir adelante. Por eso es tan impor-
Y mientras tanto, merece la pena detenerse a conocer las historias de vida re-
cogidas en este libro, porque como una vez le oí decir a Pedro Meca, dominico
y fundador de “Compagnons de la nuit” (Compañeros de la noche) en París, “la
primera plaza del ser humano es ser humano (...), reconocer al ser humano su
plaza de hombre, hacerle sitio en la sociedad” porque estas personas son de las
tuyas, de las mías, de las nuestras. “Ven conmigo”.
M.Teresa Laespada
Diputada Foral de Empleo, Inclusión Social e Igualdad
DIPUTACIÓN FORAL DE BIZKAIA
El infortunio de la pobreza
«Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y en derechos» reza
el primer artículo de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Se trata de
una de las proclamas más mundialmente conocidas, que consagra la aspiración
a que todos los seres humanos puedan ser objeto de mismo respeto y conside-
ración, sea cual sea su sexo, lugar de nacimiento, su raza o su origen social. En
el preámbulo se concibe como un “ideal común, por el que todos los pueblos y
naciones deben esforzarse”.
Pero, como decía Abraham Lincoln, los seres humanos nacen iguales y ésta es la
última vez que lo son. Es dudoso incluso que sean iguales en ese momento. Como
pone de relieve abundante investigación sociomédica, los niños nacen marcados
por las experiencias vividas por la gestante durante el embarazo, que pueden in-
cidir de manera significativa en el desarrollo del feto y los riesgos del parto.1 Tras
el nacimiento, todo son diferencias. Buena parte de nuestros itinerarios vitales
(educativos, laborales, sentimentales) vienen condicionados por el perfil socioeco-
nómico de la familia que te ha tocado en suerte. Y digo bien, “tocado en suerte”.
Nacer en una familia rica o en una pobre, en una familia con recursos educativos
y capital cultural o en otra que no ha tenido la oportunidad de acumular estos
activos, es —y permítanme la licencia metafórica— resultado de una lotería.
Las vidas descritas en Yo me quiero reír como se ríe esta gente recogen expe-
riencias marcadas por el infortunio. Muchas veces el infortunio de haberse criado
1
Barker, D. (1998) Mothers, Babies and Health in Later Life. Edimburgo: Churchill Livingstone.
Por otra parte, las situaciones de estrés, angustia y temor a los que abocan las ex-
periencias de pobreza tienen un efecto todavía más perverso. Empujan a actuar
irracionalmente, lo que puede perpetuar situaciones de desventaja. Es la tesis de
2
Marmot, Michael (2015) The Health Gap. The Challenges of an Unequal World. Londres: Bloomsbury
3
Faris, Robert and Diane Felmlee (2011). “Status Struggles: Network Centrality and Gender Segregation in
Same- and Cross-Gender Aggression.” American Sociological Review 76(1):48-73.
Alguien con pocas preocupaciones inmediatas puede procesar una cantidad con-
siderable de información y tomar decisiones óptimas con miras al presente y al
futuro. Alguien que afronta una situación de estrés provocada por sus circuns-
tancias materiales —pobreza— o sociales —como por ejemplo gestionar cuidados
de un dependiente sin ayuda—, debe concentrar todo su «ancho de banda» en
dar respuesta a los problemas a los que se ve abocado de manera inmediata —
como lograr poner un plato en la mesa, pagar recibos para que no le corten la
luz, encontrar un empleo compatible con la administración de cuidados—. No
está en condiciones de pensar cabalmente sobre el futuro, las consecuencias de
muchas de sus acciones, ni diseñar una “hoja de ruta” para salir de la situación
en que se encuentra. Algunos experimentos han puesto de manifiesto que su
cociente de inteligencia se resiente y su capacidad de control ejecutivo sobre su
impulsividad disminuye.5
Es una ilustración del llamado efecto Mateo, en referencia a un pasaje bíblico del
Evangelio (Mateo 25:29) en el que se habla de la acumulación de recursos en ma-
nos de los que ya tienen: “al que más tiene, más se le dará; y al que menos tenga,
todavía el poco que tenga se le quitará”. Según este principio, aplicado por prime-
ra vez por el sociólogo norteamericano Robert Merton al estudio de las ciencias
sociales, las ventajas y desventajas sociales tienden a consolidarse de manera
que la brecha inicial entre los más afortunados (gracias a su capacidad, recursos
disponibles o estatus social) y los menos afortunados tiende a ensancharse con
el paso del tiempo. Los problemas nunca vienen solos, y cuando se presentan
conjuntamente acentúan las dificultades existentes, creando otros de nuevos.
Fraternidad e inclusión
Ante todas estas evidencias, podemos decir junto a Honoré Balzac, que la igual-
dad es quizás un derecho, pero no hay poder humano capaz de convertirla en un
hecho. Eso no significa que estemos condenados al inmovilismo o la impotencia.
La clave también está en el artículo 1 de la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, en una cláusula que generalmente tiende a ignorarse. Recuerden «To-
dos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y en derechos», frase
que se remata con la cláusula: «y , dotados como están de razón y conciencia,
deben comportarse fraternalmente los unos con los otros». La fraternidad (o lo
que ha venido ha venido a llamarse más comúnmente solidaridad), aunque no
pueda convertir la igualdad en una realidad plena, es combustible para moderar
las expresiones de desigualdad que producen inevitablemente los mercados. Y la
fraternidad, en el mundo desarrollado, la encarna, por encima de cualquier otra
institución, el Estado de Bienestar.
Nacer en país u otro también tiene efectos decisivos en la vida de las personas,
sobre todo si han tenido el infortunio de nacer además en una familia pobre. Las
personas que han nacido en países ricos, con Estados de Bienestar generosos y
redistributivos tienen una probabilidad más alta de mantener su nivel de renta
cuando afrontan riesgos sociales comunes (como la pérdida de trabajo, la mater-
nidad o la ancianidad) o más ocasionales (como la viudedad, un accidente de tra-
bajo o un divorcio). Si atraviesan una situación de precariedad económica, tienen
La asociación entre gasto social como porcentaje del Producto Interior Bruto y
tasas de pobreza es bastante clara. Los niveles de pobreza y exclusión tienden
a ser más bajos en los países que dedican más recursos a las políticas sociales.
Por ejemplo, los países escandinavos (Suecia, Finlandia, Dinamarca), así como
los países de Europa continental (como Francia o Bélgica) presentan niveles de
gasto social público altos y tasas de pobreza bajas. Por el contrario, buena parte
de los países anglosajones (Irlanda, Canada y Estados Unidos), los países del sur
de Europa o los países no occidentales de la OCDE (México, Corea del Sur, Turquía)
tienden a situarse en el extremo contrario. El volumen de rentas monetarias
transferidas mediante políticas de bienestar está correlacionada con el impacto
redistributivo de esas políticas. Por otra parte, la financiación pública de los prin-
cipales programas de provisión de servicios —la sanidad, la educación, la atención
a la dependencia— transfiere “fraternalmente” recursos (recabados mayormente
en hogares con mayores niveles de ingresos) a hogares más desfavorecidos, para
los cuáles representaría una carga enorme procurárselos a precios de mercado.
Pero más allá de la asociación bivariada entre gasto y pobreza, hay dimensiones
específicas de los Estados de Bienestar que resultan clave para corregir las situa-
ciones de mayor adversidad y exclusión. No todos los Estados de Bienestar han
estado diseñados adecuadamente para hacerles frente. En muchos países, las
principales políticas de aseguramiento (prestaciones de desempleo, prestaciones
por enfermedad o discapacidad, pensiones) no están deliberadamente conce-
bidas para combatir la pobreza o la exclusión, sino para garantizar el manteni-
miento de ingresos cuando individuos con carreras laborales relativamente es-
tables se encuentran en situaciones de riesgo (desempleo, enfermedad o vejez).
Para corregir estas situaciones de mayor exclusión que afectan a colectivos in-
fraprotegidos por las políticas de bienestar centrales son particularmente impor-
tantes los programas de rentas mínimas y de lucha contra la exclusión social.
A nivel europeo, los trabajos de Kenneth Nelson han puesto de relieve que el
nivel de las prestaciones asistenciales otorgadas a colectivos de bajos ingresos
tras una comprobación de medios —rentas mínimas, cheques para el pago de
vivienda, rentas infantiles y créditos fiscales— está relacionado con los niveles de
En el País Vasco, Luis Sanzo ha puesto de manifiesto que el acceso a este tipo de
ingresos resulta determinante en la lucha contra la pobreza grave. Según datos
de la Encuesta de Condiciones de Vida (que en realidad subestiman el impacto
de estas prestaciones), un 27,8% de las personas que aún se mantenían bajo
el umbral de pobreza grave consiguen superar el riesgo gracias a los ingresos
asistenciales.9 Otro estudio centrado en el País Vasco, de Sara de la Rica y Lucía
Gorjón (2017), permite concluir que la Renta de Garantía de Ingresos del País Vas-
co, además de limitar el alcance de la pobreza extrema y de la exclusión social,
que es para lo que está diseñada, no parece provocar retraso en la salida hacia
un empleo.10 En todo caso, las bajas tasas de salida se deben a la composición del
colectivo receptor de esta ayuda, fundamentalmente a su bajo nivel educativo,
así como a su larguísima experiencia de desempleo. Las medidas de activación
proporcionadas por el Servicio Público de Empleo pueden mejorar las probabilida-
des de que estas personas vuelvan al mercado laboral.
Solo quedamos
vivos 5 de los 17
De mi generación murieron
casi todos. Se murió tanta gente
en Bermeo que incluso faltaron
marineros para embarcar.
Si no me hubieran
ayudado igual
estaría como el
hermano
Yo me daba cuenta de que
estaba mal. Veía que ya no valía
para seguir en la mar.
La ama
Mi madre murió cuando yo tenía 47
años y estuve mal, muy mal. Nos que-
Yo no creí que
estas cosas iban a
funcionar. Creí que
iba de nuevo a la calle
Éramos tres, pero al pequeño lo
mató un camión y nos quedamos
solos mi hermano mayor y yo.
La familia
Mi familia siempre me atendió. Nunca
he perdido contacto. Cuando estuve en
silla de ruedas mi hermano y hermana
estaban pendientes de mí. Ahora vivo
con ellos.
He estudiado algo de cocina con Lanbi-
de. Cada día hacíamos una receta
Estás en un mundo
en el que solo ves
lo que te interesa,
que es la droga
Empecé por el hachís y el siguiente paso
fue empezar a consumir heroína, que ha
sido mi problema de toda mi vida. Con
intervalos de consumo y de rehabilitación,
he estado enganchado desde los 23 años.
Mi meta es volver
a ser lo que era
Me veía durmiendo
en un cartón
Es el peor momento de mi
vida. Veo que lo perdido todo,
que ya no tengo nada.
Me he tirado nueve
años viviendo debajo
de un puente
La ayuda
No sabía ni lo que era un albergue.
Nunca he robado. No he estado me-
tida en drogas, pero me enganché al
alcohol. Me di cuenta de que los tem-
blores que yo tenía eran del alcohol.
De la calle fue de donde me recogieron
los de Bizitegi. Ellos me han ayudado a
quitarme de la calle y del alcohol —lle-
va ocho años sin beber—, me han he-
cho los papeles, las consultas de mé-
dicos… han luchado por mí. Ellos son
mi familia. Lo que ha hecho esta gente
conmigo no lo hace nadie. Cuando me
han ingresado en Basurto han estado
allí los primeros. Y he tenido catorce
ingresos en el hospital.
Ahora me toca a mí, tengo una me-
dicación que me ayuda a controlar mi
vida pero a veces pierdo en conoci-
miento y no puedo trabajar. Gracias a
la RGI y el complemento de la vivienda
he podido vivir y alquilar el piso donde
estoy ahora.
Salvo por los de Bizitegi estoy muy
sola. Lo que más quiero es volver a ver
a mis hijas, la mayor me va cumplir 21
años.
Me ingresaron en Escuza y me
dijeron que tenía esquizofrenia
paranoide y también VIH, que me
quedaban tres meses de vida.
Mi alcohol ha sido
siempre la cerveza.
No he bebido
otra cosa
Lo peor es cuando estas en la calle.
De día porque ves gente, pero de
noche… tienes que estar con los dos
ojos abiertos, es imposible dormir. No
tienes higiene, vas hecho una mierda.
A mí quien me ha
rehabilitado es la
psicóloga de aquí
Voy a más
El alcoholismo y la droga no los puedes
matar pero lo puedes maniatar. Estoy
haciendo amistades en el polideporti-
vo. Gente que no son tóxicos, como las
relaciones que tenía antes. Todos en el
barrio me dicen que estoy fenomenal,
me entran las señoras de la vecindad
que antes me rehuían y a mí eso me
motiva mucho. Ahora hablas normal,
no agresivo. Poco a poquito voy a más.
Vivo con los padres. Mi madre está
muy contenta. Tengo un sobrino tra-
bajando que suele dejarle su crio a mi
madre y yo ando con ellos, controlando
al pequeño, que tiene dos años y me-
dio, para no se escape, que se echa a
correr el chavalito. Me he encariñado
con el niño y él conmigo.
Yo quiero reírme
como se ríen
estas personas
A mí no me gusta
que me ayuden, yo lo
que quiero es trabajar
Trabajo
Una de las cosas que hacía aquí era
colaborar con el Banco de Alimentos y
allí conocí a una persona que me pre-
guntó si quería trabajar. Le dije que sí,
por supuesto, y al poco me llamaron. El
problema fue que tuve que ir y negociar
la hora de entrada porque me resultaba
muy difícil salir de Basauri a una hora
que me permitiera llegar al trabajo, le
dije al jefe que yo las noches las pasaba
en la cárcel y que no podía escoger la
Me gusta el trabajo
de camarera de
piso y me veo en él
en el futuro
Tuve que salir de casa de mi tía cuando cumplí
18 años. No tenía ningún familiar más al que
recurrir. El novio de una amiga me aconsejó acudir
a un centro de acogida. Gracias al apoyo de Lagun
Artean, he estudiado hostelería y he trabajado de
camarera. Quisiera trabajar en hoteles, formar una
familia y verme bien en la vida.
Verme bien
Me gusta el empleo de camarera de
piso. De momento haré las prácticas y
ya se verá dónde acabaré trabajando.
Como también hablo francés, tendré
más oportunidades. En Lagun Artean
me enseñaron también a hacer bús-
quedas de empleo y lo que tengo claro
es que iré donde sea necesario y me
esforzaré para buscarme la vida, tener
un trabajo y una familia y verme bien.
He acabado
Ingeniería Mecánica
y me gustaría
trabajar aquí
Llegué con 17 años con el objetivo de salir
adelante y ayudar a mi familia. No sabía el idioma
ni tenía a nadie a quien recurrir. Pasé por centros
de menores y de acogida y pude seguir estudiando.
Me he titulado en Ingeniería Mecánica, he hecho las
prácticas y espero poder trabajar en ello.
Ver la felicidad de tu
familia cuando has
salido de la droga es
lo que más vale
Empecé a fumar porros con diez años,
empujada por los problemas que había en mi
casa. Luego pasé a la heroína y a la cocaína. Acudí
a centros de ayuda y he salido de la dependencia.
Pensaba que no lo iba a lograr, pero ahora sé que
quien quiere, con apoyo, lo consigue.
Si caes en el alcohol,
lo primero es saber
buscar ayuda
Después de un viaje
de cinco años hasta
Marruecos, agradezco
a Dios mi vida aquí
Mi vida en Camerún se complicó cuando
enviudé. Tenía 40 años y cuatro hijos y decidí venir
sola a Europa. Llegué a España en patera hace tres
años. Espero encontrar trabajo y poder reunirme
con mis hijos. Llevo ocho años sin verlos y esa
separación está siendo lo más duro de mi vida.
He dejado atrás la
heroína, la prostitución
y el alcohol y he
conseguido una vida
independiente
En la adolescencia empecé a tontear con las
drogas, me enganché a la heroína y me fui de casa. Me
separé de mi exmarido, que era traficante, y recurrí
a la prostitución para seguir consumiendo. Logré
desengancharme, pero volví a la prostitución y caí en el
alcohol. Con apoyo, he salido y hoy tengo un trabajo fijo
Vine a trabajar en
casa de un conocido
y me vendieron
para meterme en la
prostitución
Un paisano conocido arregló los papeles para que
contrajéramos matrimonio en Nigeria y así pudiera viajar con
visado. Me prometió acogerme en su casa de Bilbao para que
ayudara en la crianza de su hijo recién nacido pero me vendió
a su hermana, que me metió en la prostitución para que pagara
la ‘deuda’ por el viaje. La Policía les detuvo y salí de ese ‘trabajo’.
Hoy estoy feliz con mi pareja y mis dos hijos.
Si no te dejas ayudar,
las drogas o los malos
tratos no te llevan más
que a hospitales, a la
cárcel o a la muerte
Estuve 25 años con mi novio y luego marido, pero el
matrimonio se vino abajo porque ambos caímos en las drogas.
Después de varias recaídas y de sufrir diversas agresiones, he
conseguido, con ayuda, recuperar mi vida. Ahora colaboro
con varios centros en la labor de transmitir a las personas
adictas que deben dejarse ayudar para salir del pozo.