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Desarrollo
A continuación se describen y ejemplifican estas tres nociones en el siguiente orden: la
noción de desarrollo, el concepto de competencia y la importancia que las experiencias
reorganizadoras tienen para el desarrollo.
Este ejemplo muestra que ante la misma tarea y en diferentes momentos, incluso en
plazos cortos, la actividad de la misma niña presenta desempeños diferenciados.
Inicialmente parece haber entendido la tarea y la resuelve, pero a continuación esa
comprensión no es evidente, es decir, está implícita. En este último caso, el agente
educativo puede suponer que la niña no ha entendido y que presenta un retroceso.
Es posible que los psicólogos que estudian el desarrollo de los niños se hayan
demorado mucho en encontrar y en entender estos funcionamientos irregulares y
aparentemente erráticos del niño, pero ahora que están asombrados frente a estos
hechos, empiezan a considerar como cosa del pasado, la secuencia rígida y monótona
de las etapas como componente fundamental de las teorías clásicas del desarrollo.
Ahora, la nueva cara de las teorías del desarrollo muestra un funcionamiento desigual,
que abandona la sucesión estable de las etapas.
Ante estas tesis, resulta conveniente insistir en que los funcionamientos reales y
concretos de los niños pasan de estados de comprensión y resolución exitosos de
problemas a estados que manifiestan desempeños inconclusos y segmentados. Esta
realidad es algo que los agentes educativos encuentran en el día a día y constituye
para ellos un dolor de cabeza: “ayer los niños parecían entender algo, pero hoy,
cuando les pregunto lo mismo, no dan cuenta de nada”.
Así mismo, es un hecho más o menos aceptado que las emociones y las relaciones
afectivas no se desarrollan de manera gradual y creciente. Éstas sufren ‘altibajos’ y eso
forma parte de nuestras vidas. Es innegable que los afectos cambian y con el paso del
tiempo no necesariamente el afecto aumenta. Se dice que se transforma y en la
realidad social esta situación es más aceptada que en el caso de la adquisición de
conocimientos.
Los niños no parten de cero, siempre hay una base. En otras palabras, la mente de los
niños no es un tablero en blanco y la entrada a cualquier espacio educativo no marca el
comienzo de la construcción de su conocimiento. Por esto se habla del desarrollo en
términos de re-comenzar, de re-iniciar, de reorganizar.
Cuando se creía que ya conocíamos todas las etapas del desarrollo, los pasos y los
desempeños, sobrevienen hechos y teorías que obligan a volverlo a pensar. Éstos han
ayudado a entender que la concepción en etapas resulta inadecuada y que es
necesario dar cuenta de aquellos momentos en que coexisten viejas y nuevas
concepciones.
‘Recomenzar’ y ‘reorganizar’ deben ser entonces los verbos a conjugar para entender
cómo piensan los niños, cómo elaboran la realidad, cómo acceden al conocimiento,
cómo manejan sus afectos y se insertan en la sociedad. Pero no por ello se puede decir
que se parte de cero. Se asiste a una continua reorganización y evolución de las
competencias, afectos y relaciones; éstos tienen formas siempre nuevas y
diferenciadas.
Una vez los bebés han elaborado un procedimiento que les permite ‘poder comer’,
pueden aplicar las acciones coordinadas aprendidas, a todo tipo de objetos. Ahora
dirigen hacia su boca todo lo que llega a sus manos. Se trata de otra de las
posibilidades que brindan las competencias: la “movilización” del procedimiento a
nuevos objetos, y en general la movilización de sus acciones coordinadas hacia nuevas
realidades que antes no estaban presentes y que les abren nuevos caminos en su
desarrollo, garantizando su autonomía.
Los conceptos de los niños y sus operaciones no son directamente observables, las
competencias tampoco lo son. El estudio de éstas requiere observar sus desempeños y
actividades ante situaciones variadas. Es así como ciertos desempeños resultan
indicadores de la existencia de una competencia dada, pero no son la competencia
misma. Por ejemplo, la motricidad fina, un ‘hacer’ que la escuela considera muy
importante, se hace evidente, por medio de situaciones como colorear, punzar,
ensartar, rasgar, delinear, etc. A pesar de la diferencia entre estas actividades, en cada
una de ellas se tienen indicios o pistas de la competencia motriz.
Alrededor del noveno mes y hasta el décimo quinto, no sólo exploran y esperan, sino
que intervienen y resuelven problemas simples: jalan la cuerda que suelta el sonajero
tirado a los lejos en el piso para alcanzarlo; tiran incansablemente los objetos al vacío
para verlos caer, con gran desespero de los cuidadores que deben recogerlos; buscan
objetos que han desaparecido ante sus ojos. Para decirlo en otros términos, pasan de
ser observadores, exploradores y pacientes receptores, a ser sujetos que intervienen
con acciones que producen cambios en el medio y sobretodo, son capaces de resolver
problemas.
Aproximadamente después de los nueve meses los bebés son capaces de resolver
problemas, de diferenciar los medios (usar la cuerda para) de los fines (acercar el
sonajero que está lejos), de producir lenguaje, de caminar y moverse por sus propios
medios, de coordinar las dos manos. Aunque estas capacidades no se pueden
relacionar entre sí, se puede afirmar que comparten un aspecto determinante: la idea
de un niño que es capaz de actuar, proponer, resolver y ejecutar. Él ya se puede
considerar como un ‘sujeto’ productor. Es probable que este conjunto de conductas
nuevas sea producto de la construcción de un primer sistema de referencia, es decir,
entiende el lugar que ellas ocupan con respecto a otra cosa o persona.
Esto les permite entender que las cosas y las personas que no tengan a la vista,
permanecen a pesar de las constantes transformaciones, apariciones y desapariciones
que se presentan. Por ejemplo, los niños empiezan a comprender que el papá, o la
mamá, que los han dejado en el hogar comunitario, el jardín o centro infantil, vuelven a
recogerlos. Por el tipo de actividad que él y otros niños realizan, como recoger los
juguetes y arreglar las mesas en las que han trabajado o la cuidadora los cambia de
ropa, pueden anticipar, cuando viene a recogerlos la mamá o el cuidador.
La experiencia que los niños obtienen de esta nueva comprensión, que involucra la
permanencia de los objetos y de las personas, reorganiza y articula todas esas
conquistas y les posibilita ser ‘sujetos productores’. Como ejemplo, Daniela busca en el
bolsillo de la madre comunitaria las llaves que ella ha guardado, después de habérselas
quitado y que conteste “e fue”, cuando le preguntan, dónde está papá. En este caso la
‘experiencia reorganizadora’ se entiende como una nueva síntesis de capacidades
existentes que amplían la perspectiva de la niña hacia actividades más complejas: –
desplazarse para buscar algo que no está visible para ella – y su extensión hacia una
capacidad totalmente nueva – buscar lo que está oculto.