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SEGUNDA ESPECIALIDAD
ESTRATEGIAS DE ABORDAJE ESPECIALIZADO EN DIFICULTADES DE LENGUAJE INFANTIL
ASIGNATURA:
DIFICULTADES DEL LENGUAJE EN EL ÁMBITO PRE ESCOLAR Y ESCOLAR
Lectura complementaria
¿Y POR QUÉ TARTAMUDEA?
TEMA 4: Tartamudez
Esta lectura está dedicado al análisis y explicación de las posibles causas de la tartamudez
mediante la revisión de las teorías; descripción e ilustración de un modelo de génesis de lo
que se denomina patrón de habla tartamudo, así como al desarrollo y mantenimiento de la
tartamudez y a la evaluación del problema.
Este modelo de la tartamudez representa una ruptura con los enfoques tradicionales, basados
en la consideración del problema en función de una sola variable, sea del tipo que sea
(perceptual, neuromuscular, de ansiedad, etc.).
Humberto Carranza
Antes de iniciar el tema de por qué tartamudea un niño, vamos a explicar brevemente cuál es
el proceso de producción normal del lenguaje y qué han dicho durante años los expertos en
cuanto a la causa de la tartamudez. Para ello presentaremos un breve resumen de las
principales teorías elaboradas en torno a este tema. Para evitar que se desilusione al terminar
de leer este capítulo le adelantaremos que nada se ha dicho que sea definitivo o concluyente:
todas las teorías son válidas, o tienen aspectos válidos, pero ninguna lo es del todo. Aún no le
podemos decir cuál es la causa de la tartamudez de un niño, y quizá la razón sea porque no
hay causa única, sino un conjunto de factores que interaccionan, todos ellos igual de
importantes. Ahora bien, el hecho de que existan tantas tan diversas teorías, la mayoría de
ellas asentadas sobre estudios experimentales, ha dotado al tema de una fuerte base
científica, lo cual es tranquilizador en el sentido de que han conseguido que apenas existan
aspectos oscuros o totalmente desconocidos. Por último, la abundancia de investigaciones ha
permitido el desarrollo de diversas técnicas de tratamiento, algunas con más éxito que otras,
pero que en ningún caso dejan indefenso al sujeto frente a su trastorno. Quizá no sepamos
todavía por qué se produce y se mantiene la tartamudez; quizá sea necesario un modelo
integrador de todos los aspectos anteriores, como el que proponemos en el último apartado
de este capítulo. En cualquier caso, no tenemos por qué desalentarnos ante el problema. Si
usted sospecha que un niño empieza a tartamudear, no se alarme, porque su reacción podría
ser definitiva para que el niño se convierta realmente en tartamudo. Por ahora siga leyendo y
haga caso a las indicaciones que le iremos proponiendo a lo largo de estas páginas. y llévelo a
un especialista, él o ella sabrán lo que es mejor para el niño.
bien son, en general, muy especulativos, plantean temas de gran interés para el estudio de la
tartamudez.
Hablar es una actividad que se produce siguiendo un esquema similar en todos las personas
adultas normales. Antes de iniciar el discurso, la persona que va a hablar se plantea una idea
o mensaje que quiere comunicar a quien le escucha. En un principio el contenido de su
mensaje no es audible, no es transmisible, solamente son ideas que quiere hacer llegar a su
interlocutor, y para ello el hablante debe traducirlas a un código lingüístico comprensible por
ambas partes. Seleccionará entonces aquellas unidades que mejor se adecuen al contenido
de su idea, utilizará las palabras más adecuadas para expresar lo que quiere decir y las
ordenará según las reglas gramaticales propias del idioma en el que esté hablando. El último
paso del proceso consistiría en la traducción de la codificación lingüística del mensaje en un
programa motor, que consiste en una secuencia de órdenes motoras para poner en acción los
órganos articulatorios fonatorios y respiratorios, de manera que sea pronunciada la sucesión
de fonemas según el programa lingüístico previo. De esta forma conseguirá que quien le
escucha pueda comprender (en ocasiones con menos eficacia de la que sería deseable) lo
que nosotros queremos decir.
A modo de resumen podemos concluir que en la producción del lenguaje verbal se dan dos
procesos encadenados: en primer lugar, un proceso cognitivo, de traducción de la información
de unos códigos de representación no lingüística a otra lingüística, y, en segundo lugar, un
proceso motriz, de transformación de la información lingüística en lenguaje verbal. Consiste,
pues, en convertir esa idea, u opinión (de naturaleza no lingüística) en una lingüística.
Los trabajos que intentan validar este modelo se apoyan fundamentalmente en la observación
de los errores que cometen los sujetos cuando están hablando. Estos errores se refieren a
errores que uno puede observar en las conversaciones normales: pausas, disfluencias,
repeticiones de partes de la emisión o frases incompletas.
Otra fuente de datos para el estudio de la producción verbal han sido los estudios
experimentales sobre los tiempos de reacción en el habla, es decir, el estudio de las pausas o
silencios en la emisión. Se teoriza que estas pausas son indicativas del tiempo de elaboración
de las decisiones léxicas al programar el sujeto su emisión, siendo la duración de las mismas
mayor en función de la complejidad de los procesos implicados.
El resultado de estas y otras investigaciones podrían explicar el hecho que se observa con
frecuencia en los sujetos tartamudos, respecto al grado de fluidez que mantienen en el habla
cuando están realizando una descripción concreta de objetos o dibujos, frente al mayor
número de errores que presentan en explicaciones de acontecimientos o situaciones (más
abstracta que la anterior). El tiempo que transcurre entre el estímulo y la respuesta se supone
que corresponde a los procesos cognitivos que el hablante está haciendo, de forma que si la
demora de la respuesta es mayor, el número de operaciones cognitivas que se supone
necesaria para producir dicha respuesta también será mayor .
Sin embargo, en el estudio de las pausas o titubeos no se puede olvidar que el habla es un
instrumento de comunicación y las pausas también cumplen un papel básico en la
transmisión de determinados contenidos en la comunicación interpersonal.
Este tipo de investigaciones lingüísticas nos enfrenta con una serie de procesos que hacen
referencia al funcionamiento del sistema en el sujeto normal y pueden apuntar hacia aspectos
que en el tartamudo pudieran estar alterados o deficientemente adquiridos. Ahora bien,
dentro del enfoque lingüístico no se tiene en cuenta las motivaciones del sujeto al tomar la
decisión de iniciar una comunicación verbal. Los sujetos hablan porque quieren comunicar
algo, y en tal decisión intervienen diferentes variables sociales, motivacionales del sujeto, que
no son lingüísticas y que son decisivas para entender el proceso en su conjunto. Para clarificar
estos aspectos relacionados con la motivación para comunicarse, tenemos que plantear un
enfoque alternativo al puramente lingüístico. Una parte de los psicólogos cognitivos se plantea
que la actividad lingüística de los hablantes es compleja, de modo que sólo puede ser
abordada desde una teoría que integre los aspectos cognitivos, de motivación y de acción. En
esta línea sí se entiende la producción del lenguaje como un proceso comunicativo, en el que
el marco de estudio se amplía al contexto en que se realiza la comunicación, a las intenciones
y motivaciones del hablante ya las relaciones entre los mismos. Dentro del trastorno de
tartamudez nos interesan especialmente aquellas orientaciones de la psicolingüística que
plantean el estudio de variables no estrictamente lingüísticas sino comunicativas, ya que en el
caso de la tartamudez los factores relacionados con el contexto, como, por ejemplo, la
relación del tartamudo con su interlocutor o la intención comunicativa que quiere transmitir,
son factores que influyen decisivamente en la aparición de errores en el habla.
Hasta aquí nos hemos referido al modelo de producción del lenguaje sin entrar a considerar
los procesos que se dan a partir de la programación motora. Ahora bien, como el objetivo que
perseguimos es la explicación de tales procesos y en qué medida pueden alterar la fluidez del
habla, describiremos cómo se conforma el programa motor, cómo se organiza y se autorregula
el sistema, una vez realizada la traducción lingüística. Al hilo de lo anterior, y puesto que
A continuación pasamos a explicar el modelo que se re- presenta en la figura 2.1. En primer
lugar, aparecen las funciones que abordan los procesos de naturaleza lingüística del sistema,
como son la ideación y la programación lingüística, en cuanto a la construcción de una
estructura sintáctica, selección de los elementos léxicos adecuados y la aplicación de las
reglas fonológicas y pragmáticas pertinentes. A continuación la función, reguladora motora,
pone en acción las órdenes motoras a través de los nervios efectores según el programa
lingüístico previamente elaborado. Finalmente se ejecuta el programa motor.
Figura 2.1 Esquema de producción del lenguaje (tomado de Santacreu y Fernández, 1991).
IDEAS
Regulación
PROGRAMA NEUROLINGÜÍSTICO motora
lo que quiere
decir
Es igual, sigue
el programa Es distinto, Movimiento de los
COMPARADOR cambio de órganos implicados
programa. en el habla.
Propioceptores Fonación,
Lo que se ha articulación y
dicho respiración.
Receptores DICCIÓN
auditivos
1. Formación de ideas: este proceso comienza tan pronto el individuo quiere exponer una
idea. Es un proceso complejo que podría ocurrir en las zonas prefrontales del cerebro.
2. Programación o planificación neurolingüística: en esta etapa se intentan poner los medios
para la expresión de la idea en los términos fonológicos, sintácticos y semánticos que son
característicos de un determinado idioma. En otras palabras, se trataría de escribir en la
mente la idea, y la tarea del sujeto consistiría no sólo en buscar las unidades lingüísticas
adecuadas para la expresión de la idea, sino en ordenar temporalmente cada fonema en
cada palabra, cada palabra en su correspondiente frase y cada frase en el lugar adecuado
para que el discurso sea comprensible y aparezca una adecuada entonación, conforme al
contenido del mismo y al contexto general de la comunicación.
3. Función reguladora motora: consiste en la transformación (traducción) del programa
neurolingüístico en secuencias temporales de órdenes motoras que a través de los nervios
efectores llegarán a los músculos apropiados relacionados con el lenguaje, de manera que
se pronuncie el fonema correspondiente, según el programa neurolingüístico previamente
elaborado.
4. Ejecución miodinámica: esta etapa consiste en ejecutar la secuencia de movimientos
establecidos por la función reguladora motora previa en los órganos fonatorios,
articulatorios y respiratorios. En relación con esta actividad, ha de tenerse en cuenta la
dificultad que implica la inervación temporal de los diferentes órganos, ya que las
velocidades de propagación de la señal son distintas en los nervios que activan los
numerosos músculos que están relacionados con el lenguaje. Un ejemplo de ello podrían
ser los nervios que activan la lengua y la laringe, que siguen vías totalmente distintas, de
diversa longitud y, por tanto, con diferente velocidad de transmisión.
5. Función autorreguladora: los diferentes pasos desde la producción de la idea hasta la
dicción de la misma exigen un control del trasvase de una codificación a otra. El sistema de
autocontrol se produce a diferentes niveles, pero de una manera especial al contrastar lo
que se dice con lo que se deseaba decir, comparando la idea con la expresión real de la
misma.
En nuestros trabajos de investigación hemos mostrado que los niños que tartamudean tienen
una especial predisposición a responder contrayendo los músculos de la cara cuando se
enfrentan a estímulos estresantes, de la misma forma que otros niños sudan en exceso, se
ponen colorados o rompen a llorar. En resumen, existe un factor de predisposición en los
niños que puede facilitar la aparición del tartamudeo, sin que esto quiera decir que la
tartamudez sea un problema genético y mucho menos que el entorno (padres, hermanos,
maestros, etc.) condenen de una forma definitiva a ese niño a ser llamado tartamudo.
las que se habla con aquellas en las que se puede tartamudear, y, por tanto, con
situaciones de miedo, con la consiguiente tensión muscular excesiva y el correspondiente
tartamudeo. Como en todo condicionamiento en el que existen estímulos aversivos,
también se produce otro tipo de respuestas asociadas: las respuestas de evitación. Un
comportamiento que se va instalando cada vez más en los sujetos que tartamudean es la
huida o evitación de situaciones en las que hay que hablar.
La teoría de la ansiedad, como la mayoría de las teorías, deja algunos puntos sin aclarar.
Hay muchas personas tartamudas que dicen que tartamudean aunque no estén nerviosas.
y es cierto, porque llega un momento en que estamos condicionados a determinadas
situaciones, de forma que las características de éstas y Su grado de similitud con
aquellas primeras en las que empezamos a tartamudear provocan por sí solas el
tartamudeo, independientemente de nuestro propio estado de ansiedad/ tranquilidad.
Otras personas se condicionan a las palabras, de modo que siempre que vayan a
pronunciar alguna que empiece por determinadas letras, o contenga un vocablo concreto,
tartamudearán con mayor probabilidad y esto ocurre porque están pendientes de la
aparición de la sílaba temida, y cuando ocurre hacen algo que les lleva a tartamudear
(paradójicamente, ese algo es prepararse para no hacerlo).
Con respecto a la ansiedad le comentaremos una anécdota que ocurrió la primera vez que
uno de los autores dio una conferencia sobre tartamudez. Hacía poco tiempo que había
terminado los estudios de Psicología y había comenzado a trabajar en el tema de
tartamudez. Un buen día le propusieron dar una conferencia y por supuesto aceptó. Era su
estreno en un gran salón de actos y se preparó a fondo su disertación; después de una
brillante exposición sobre la disfemia, su definición, características, evaluación y
tratamiento, el moderador inició el turno de preguntas. Uno de los asistentes, tras escuchar
la charla que tan concienzudamente había preparado y expuesto el conferenciante a lo
largo de dos horas, se levantó para decir lo siguiente:
“Naturalmente usted, como ex tartamudo que es, piensa que es muy fácil el tratamiento de
la tartamudez, pero...”.
Se puede imaginar la cara del conferenciante, absolutamente sonrojado y avergonzado
ante la evidencia de no haber podido ocultar su inexperiencia como orador. Con qué
frecuencia tenía que haber tartamudeado para llegar a producir en un asistente un
comentario de ese tipo. Tras un rápido intercambio de miradas con el moderador, salió al
paso respondiendo que la única explicación de su comportamiento, es decir, de sus
frecuentes errores de dicción y, en consecuencia, del diagnóstico de tartamudez que la
persona que le estaba preguntando había hecho, se podía encontrar en la teoría de la
ansiedad. Este es un buen ejemplo, además, de cómo la frecuencia con la que se
tartamudea no está relacionada con ser tartamudo. Sin duda lo que podía haber ocurrido
era que estaba muy nervioso (y, efectivamente, el autor atestigua que sí lo estaba),
preocupado por los resultados de esa conferencia ante un público muy selecto y conocedor
del tema.
Lo que acabamos de describir es una de esas típicas situaciones en las que
probablemente lila persona tartamuda o con riesgo de tartamudear efectivamente lo llaga.
La situación de estrés, de alarma provoca tensión muscular generalizada en el sujeto y eso
le lleva a producir más errores de dicción. No siempre es la situación la que determina la
frecuencia de la tartamudez. De acuerdo con la teoría de la ansiedad, la propia percepción
de la tartamudez, el temor a ser calificado de tartamudo o la expectativa de tartamudear
en las próximas palabras pueden inducir la producción de mayor número de errores en la
dicción.
c. La tartamudez como un trastorno de personalidad
Desde una perspectiva diferencialista se intentaron encontrar qué características de
personalidad tenían los sujetos tartamudos que les hicieran distintos de los no tartamudos
en un intento de explicar los errores de dicción en función de los rasgos de personalidad;
en este punto se ha dicho que las personas tartamudas era más ansiosas, más
introvertidas y menos hábiles socialmente que las no tartamudas. No se han encontrado
datos concluyentes sobre esta hipótesis, si bien se ha establecido que es el desarrollo de la
tartamudez en el contexto social lo que podría originar diversos problemas personales al
individuo. Es decir, la aparición del. problema tendría lugar sin que hubiese ningún
trastorno de la personalidad previo, pero el desarrollo del mismo y la propia percepción por
parte del sujeto de lo que está ocurriendo (esto es de su dificultad para comunicarse)
serían los factores que provocasen un comportamiento más retraído y ansioso.
presión; en segundo lugar, los músculos abductores han de ser capaces de abrir y cerrar
las cuerdas vocales. Por último, los órganos articulatorios (lengua, labios, etc.) han de
moverse de forma adecuada y coordinada para que las vibraciones de las cuerdas vocales
como resultado de la emisión de aire puedan transformarse en palabras inteligibles.
Parece ser que, a diferencia de los sujetos no tartamudos, los que sí tartamudean
presentan una inadecuación de estos movimientos y una descoordinación en el
funcionamiento de los tres sistemas implicados, que puede ser fácilmente comprobado al
reducir alguno de los sistemas. Así la mayoría de las personas que tartamudean reduce
prácticamente a cero el número de errores al cuchichear (cuando no interviene el sistema
fonatorio).
Conseguir que un niño tartamudee es una tarea relativamente rápida y sencilla. Es. verdad
que el muchacho ha de tener unas características de partida, que consisten sencillamente en
las siguientes: que esté comenzando a hablar, que balbucee de vez en cuando y que cuando
tiene miedo o ansiedad lo manifieste mínimamente a través de un incremento de la tensión
muscular en el cuerpo en general y en la cara en particular. Pero sobre todo lo que necesita el
niño es tener unos padres que se fijen el, los pequeños problemas que manifiesta al hablar,
unos padres de esos que se alarman ante el más pequeño error e inmediatamente le corrigen
y advierten de cómo tiene que decirlo. Con unos padres así tenemos el éxito asegurado:
apenas importa lo que haga el chico para que efectivamente consigamos que sea tartamudo.
Sirva una anécdota para ilustrar este aspecto. Un compañero de la facultad nos llamó por
teléfono para plantear el siguiente problema:
“Tengo un sobrino que es tartamudo. Te puedes imaginar como están sus padres,
mi hermano de preocupado. Pero no sólo ellos, toda la familia lo estamos: los
abuelos, sus tíos, ninguno sabemos qué hacer para corregirlo”.
Le preguntamos la edad, para hacernos una idea del desarrollo del lenguaje y del grado de
asentamiento del trastorno.
“Tiene 3 años, y es un niño muy inteligente. Verás, el niño hasta ahora no había
presentado ningún problema; empezó a tartamudear la semana pasada, así de
repente. Y te digo que es muy inteligente, no sabemos cómo le puede haber
entrado la tartamudez. Mi hermano ya ha buscado varios especialistas, yo le he
hablado de ti, y quiere venir a verte”.
Buscando en la agenda una hora para atenderle, vimos que no era posible hasta un par de
semanas más tarde. Pero él se empeñó en que la cita fuera inmediata, aun fuera del horario
habitual, pues la situación parecía insostenible.
Lo vimos tan desesperado que supusimos que la situación era realmente tan terrible como él
nos la pintaba, un muchacho aquejado repentinamente de tartamudez, condenado de por
vida a ser un tartamudo. Así que le dimos cita para el día siguiente, a las nueve de la noche tal
como quería.
Llegaron puntualmente, los padres y el niño. Empezaron a contar desde el principio cómo
había surgido el problema. En la misma línea que su tío el día anterior, señalaron que el niño
era muy inteligente, que hablaba correctamente y que de repente le entró la tartamudez.
Estábamos realmente sorprendidos: el padre era biólogo, trabajaba en el Consejo Superior de
Investigaciones Científicas, la madre también era bióloga, aunque había dejado su carrera
profesional para dedicarse a la educación de un niño ...; en fin, parecía que el niño se
encontraba en el mejor de los ambientes para que se desarrollase de una forma adecuada.
Desde el embarazo y la lactancia le dedicaron los cuidados más exquisitos, de modo que a los
tres años ya era capaz de distinguir perfectamente entre Mozart y Julio Iglesias, de construir
las torres más estables y armónicas con sus bloques de madera y de dar todo tipo de
muestras de su gran inteligencia que le auguraba un brillante porvenir. Pero hacía justamente
una semana que esos tres años de trabajo se derrumbaron: ¡el niño les había salido
tartamudo! Esa noche nada hacía presagiar la desgracia; su madre preparaba la cena y su
padre se entretenía con él. Hasta el momento, y según el padre, el niño había hablado
perfectamente (aunque nuestra comprobación posterior desmintió este hecho: el niño
hablaba como cualquier niño de tres años) y de repente, así por las buenas, le apareció la
tartamudez.
Aquella historia estaba resultando demasiado increíble, así que decidimos ver al niño.
Efectivamente, éste era capaz de tartamudear a la perfección; con los padres presentes, le
pedimos al muchacho que dibujara una casa ya continuación fuera contando qué era cada
una de las cosas; hizo la descripción tartamudeando en prácticamente todas las palabras,
ante la mirada atenta y preocupada de los padres. Entonces era verdad que lo habían
conseguido en una sola semana: !!El niño tartamudeaba perfectamente!! La primera vez que
lo hizo sucedió del modo siguiente: una noche estaban viendo unas fotos el padre y el hijo,
cuando el primero le preguntó si sabía quién era una de las personas que aparecía retratada.
El niño se quedó sorprendido al verse en una foto junto a su padre, y no supo qué contestar.
Ante la insistencia del padre, se atrevió a decir su nombre, Juan. Pero no le salió así de bien,
sino que sus palabras fueron más o menos como sigue:
“Maribel, este niño tartamudea”, “Imposible, no puede ser verdad”, decía ella
incrédula y temerosa a la vez.
El niño los miraba a uno y a otro sin saber muy bien qué estaba ocurriendo. Volvieron a
preguntarle, sin poder disimular la ansiedad, el nombre de las cosas que había a su alrededor.
¡Imagínese usted el desconcierto del muchacho ante tanta excitación!; iba acrecentándose
por momentos, hasta el punto de que ya no podía apenas hablar:
En aquellos momentos al niño le era imposible decir una sola palabra sin tartamudear con un
gran número de bloqueos. Fue un golpe terrible para los padres, pasar en apenas un minuto
de tener un hijo superdotado a tener uno tartamudo después de tres años (y nueve meses) de
preparación intensiva. Inmediatamente la madre llamó al resto de la familia: primero a la
abuela, después a los tíos, y, uno tras otro, todos los miembros se fueron enterando de la
tragedia. Incluso los que vivían cerca fueron a la casa, por supuesto los abuelos, en un estado
casi de desesperación por lo que le estaba ocurriendo a su primer y único nieto. y todos a una
querían saber de forma inmediata la gravedad del problema, por lo que preguntaban una y
otra vez por el nombre de todas las cosas que tenían a la vista. Juan, a estas alturas de la
escena, ya estaba absolutamente compungido y nervioso (y tartamudo), y lo único que quería
era dejar de hablar y que lo mimasen. Pero la familia lo estaba más todavía, y continuaba
insistiendo en su comprobación; finalmente el niño rompió a llorar desesperadamente, se fue
a la cama sin cenar y después de un buen rato se durmió.
Al día siguiente los padres se pusieron a la tarea. El objetivo era hacerle tartamudear, la mejor
y más rápidamente posible, aunque ellos no lo sabían y solamente pretendían confirmar que
la desgracia no era cierta. Parecía que los padres hubiesen sido entrenados para poner en
práctica un magnífico y eficaz programa de aprendizaje de la tartamudez. Al igual que se
habían esmerado en hacer de un niño un muchacho brillante, el mismo grado de perfección
pusieron en convertir, en un tiempo récord, a un niño en un tartamudo. Aún no se había
despertado Juan cuando ya sus padres estaban haciéndole las preguntas de rigor, y,
efectivamente, seguía tartamudeando. Es verdad que no lo hacía con la perfección de la tarde
anterior, pero todavía lo conseguía en algunas. Cada vez que tartamudeaba le hacían más
preguntas, y cuantas más preguntas más tartamudeos. ¡Entonces era verdad, aquello no era
una cosa pasajera, si no que iba a más! Así que decidieron llamar a un amigo médico que les
puso en contacto con un especialista del lenguaje. Fueron a verle por la tarde, pero aunque el
señor en cuestión, con muy buen criterio, les quiso tranquilizar y quitarle hierro al asunto,
diciéndoles que era muy probable que fuera una cosa pasajera, sólo consiguió que los padres
pensaran que no les había prestado la suficiente atención.
Siguieron en su empeño, y buscaron otro especialista, quien, sin embargo, les dijo que si el
niño iba a ser tartamudo no tenían nada que hacer; era un problema sin solución, él no podría
hacer nada y el niño tartamudearía para siempre. Así que lo mejor era ir haciéndose a la idea.
Se sucedieron unos días entonces durante los cuales la familia en pleno no dejó ni un
momento tranquilo a Juan, no fuera a ser que éste se olvidase de tartamudear. Y continuaron
las visitas a los especialistas, cinco fueron consultados y más de diez contactos telefónicos
con médicos y psicólogos, hasta que nos tocó a nosotros.
Llegados a este punto la madre nos comentó que el otro día había pillado al niño hablando sin
tartamudear, en un momento que estaba solo con el panadero. Sin dar crédito a lo que oía, se
acercó y preguntó por la conversación. En ese momento el niño empezó a hablar como era
habitual en los últimos días, con un perfecto tartamudeo. La madre nos dijo que situaciones
de este tipo se habían repetido con cierta frecuencia: cuando no había algún familiar
presente, Juan no tartamudeaba.
Se puede imaginar cuál era el estado de los padres mientras contaban esta historia, tratando
de demostrar lo grave que era el problema, lo mucho que tartamudeaba y lo justificado de su
actuación y de su estado de temor y preocupación. Por nuestra parte, ver a un niño de tres
años que cometía algunos errores al hablar no era una cosa precisamente llamativa;
especialmente cuando los errores no eran graves, únicamente algunos bloqueos, algunos
silencios entre palabras o algunas palabras rotas inadecuadamente. Por ejemplo, decía: «Esto
es una foo-ca», pero sin tensar la cara excesivamente o mostrar algún rictus exagerado.
Se quedará usted intrigado de cómo se resolvió el caso, pero no se lo contaremos ahora, sino
en el capítulo correspondiente. Únicamente adelantarles que fue un proceso relativamente
sencillo, porque, por fortuna, lo que se puede aprender en una semana se puede desaprender
en un período similar. Y, como imaginarán, el tratamiento apenas tuvo que ver con el niño,
quien no había hecho nada especial excepto responder en la forma que la situación que le
rodeaba le estaba provocando.
Hemos señalado antes que el niño puede tartamudear, en primer lugar, porque tiene una
cierta predisposición a hacerlo. y esta predisposición tiene que ver con responder con tensión
muscular a situaciones de estrés. Si un niño , cuando se pone nervioso, tensa especialmente
los músculos relacionados con el habla (por ejemplo, el masetero de la cara), es más probable
que tenga pequeños balbuceos y esto es un factor de riesgo. Pero no es más que eso, y desde
luego éste no es el más importante. Mucha gente presenta esta tensión y cuando son adultos
a lo más que llegan es a sufrir dolores de cabeza ante situaciones de estrés. Pero no por ello
tartamudean.
En segundo lugar está la atención que le prestamos al habla tartamuda. Los niños funcionan,
a veces no todo lo que nos gustaría, de acuerdo con lo que nosotros premiamos (lo que nos
agrada) o castigamos (no nos gusta), de forma que cuando ven que sus padres les prestan
atención a algo que hacen, tienden a repetirlo para volver a conseguir esta atención. Entonces
si los padres prestan atención al habla tartamuda del niño, éste se fija en lo que hace, para
poderlo repetir. Aquí tenemos otro factor de riesgo, la existencia de unos padres
excesivamente pendientes de que un niño hable adecuadamente.
Muy relacionado con el anterior está el miedo o la ansiedad que pueden provocar en el niño
sus propios errores al hablar. Si cada vez que comete un error los padres, como en el ejemplo
anterior, corren a hacerle el test, o lo que es peor, le riñen y castigan, el niño terminará
aprendiendo que hablar es una cosa muy peligrosa, y se pondrá nervioso cada vez que lo
tenga que hacer; es decir, tartamudeará.
El entorno también es importante; si en la escuela existen personas que subrayan los errores
del niño, que clasifican a los alumnos en función de determinadas características,
probablemente lo que se consiga es que tales características se mantengan durante más
tiempo. Por ejemplo, hay maestros que dicen: «En mi clase tengo dos meones, tres
tartamudos y un superdotado», posiblemente conseguirá que esos niños sigan siendo
merecedores de sus correspondientes etiquetas. Esto también es válido para los amigos de la
familia, el psicólogo de la escuela y demás adultos que conforman el entorno próximo del
muchacho. Está demostrado que los prejuicios sociales que tienen los adultos sobre los niños
en general les llevan a un tipo de comportamiento que suele ser perjudicial para el niño: si
uno tiene la creencia de que por el hecho de tartamudear un niño será tartamudo para toda
su vida, es muy probable que así sea; en el mismo sentido, si un maestro considera que uno
de sus alumnos es muy inteligente le prestará una atención especial que efectivamente
conseguirá que los resultados del niño confirmen sus expectativas. En el caso de que esto no
ocurra, dirá que el niño es vago (pero le seguirá prestando atención de acuerdo con sus
creencias previas). Si, por el contrario, piensa que el niño es tonto, aunque consiga unos
resultados medianos, su conclusión será que se esfuerza mucho, y no considerará que
necesite una especial atención. Podemos ver cómo estos prejuicios llevan a una persona
mediana a obtener buenos resultados ya una persona también mediana a obtenerlos malos y
finalmente determina una parte importante de su vida. Por tanto, lo que se haga en la escuela
es muy importante y puede contribuir, cómo no, a mejorar la tartamudez.
Una vez definido el problema, podemos comenzar con la explicación de cómo se genera.
Hasta ahora hemos hablado de diversas variables que incidían en la génesis y desarrollo de la
tartamudez y de múltiples teorías explicativas de la misma. También señalábamos la
necesidad de un modelo integrado que considerase e interrelacionase todos los factores
relevantes. Este modelo lo vemos descrito en la figura 2.2, que pasaremos a explicar a
continuación.
En esta figura partimos de un niño que está aprendiendo a hablar, de modo que su esfuerzo
para manejar el lenguaje se refleja en cierta falta de fluidez y algunos bloqueos que en
ocasiones son difícilmente identificables, pues cuesta distinguir si le cuesta decir la sílaba, no
sabe decirla o simplemente no sabe lo que quiere decir. En este momento, ¿qué factores
pueden facilitar el aprendizaje de la tartamudez?
En primer lugar, que el niño no sabe hablar y le falta la fluidez inicial. A consecuencia de esto
se producen pequeños bloqueos y repeticiones de sílabas o palabras, de forma
absolutamente normal.
En segundo lugar, puede que haya algún familiar que tartamudee, o simplemente que hable
rápido. En el primer caso, difícilmente el niño puede pensar que ese habla no es la normal o
es mala, y puede intentar imitarlo. Aun así no es muy común, al igual que hay muchas
personas que se muerden las uñas y sus hijos no lo hacen. Depende de lo que facilitemos el
aprendizaje, de lo bien que tartamudeemos ante el niño, de lo nerviosos que nos pongamos,
etc., pero ésta no es una condición necesaria o suficiente para que se desarrolle la
tartamudez. Hay otros modelos familiares que, en contra de lo que pudiera parecer, pueden
ser facilitadores de la tartamudez: son aquellos que hablan muy bien, muy rápido y sin
errores, vocalizando todas las palabras. Cuando el niño pretenda imitarlos, cometerá errores
puesto que es difícil hablar muy rápido, sobre todo cuando aún no se sabe hacerlo apenas. En
ese intento de hablar rápido se equivoca y tartamudea.
En tercer lugar, está el nivel de exigencia del entorno hacia el niño. Los padres pueden pensar
que el niño tiene dos años y ya debería hablar más y mejor, y entonces se le presiona para
que hable, de modo que se le puede estar enseñando a tartamudear.
Además de estas cuestiones ambientales, aparecen a partir de ahora otro tipo de factores que
facilitan todavía más la génesis de la tartamudez.
Niño que
TARTAMUDEA
Figura 2.2. Génesis del patrón de habla tartamudo (tomado de Santacreu y Fernández,
1991).
Primero, la crítica a la forma de hablar, que se esté corrigiendo constantemente lo que dice el
niño, y mucho más que se etiqueten los errores que comete como tartamudeó. Frases del tipo
siguiente:
“Estás tartamudeando”
“No hables mal, pareces tartamudo”.
Y no digamos qué puede ocurrir si el comentario lleva implícita una amenaza o un castigo:
Estas frases inducen miedo, temor a las situaciones de hablar y hacen que el niño, cuando va
a hacerlo, recuerde que puede equivocarse y que hay que estar muy atento en la situación,
con lo cual su nivel de ansiedad se elevará y la probabilidad de que se equivoque será mucho
mayor. Como veremos ahora mismo, estar muy atento no es algo imprescindible para hablar, y
mucho menos para hablar sin tartamudear. Los niños aprenden solos, en cuanto se les dé la
oportunidad de hablar sin presiones y con derecho a equivocarse. Cuando empiezan, los niños
tienen unas ganas maravillosas de hablar y de expresarse, de hacerse entender, y hay que
dejarles que lo hagan con toda libertad.
En un lado están, por tanto, el aspecto de las críticas y, en otro, el aspecto de padres que
centran excesivamente la atención en la falta de fluidez; en realidad hacen como, cualquier
padre, cuando el niño habla bien están tranquilos y apenas se fijan pero en cuando habla mal
se vuelcan hacia él, insistiendo en que repita las palabras equivocadas.
Todas estas situaciones, en las que además pueden intervenir los amigos de la familia,
familiares, maestros, etc., pueden hacer que el niño que comete pequeños errores de dicción
al hablar empiece a relacionar las situaciones del habla con situaciones de tensión, de forma
que todas las respuestas que configuran las respuestas de ansiedad se activan en éstas (tasa
cardiaca, sudoración, tensión muscular, etc.); si un niño en concreto presenta una
predisposición a manifestar su ansiedad a través de un incremento de la tensión muscular,
cada vez que se ponga nervioso ( y eso ocurrirá casi siempre que hable) también, se pondrá
más tenso, y con ello aumentará la probabilidad de ocurrencia de bloqueos, repeticiones y
demás errores característicos de la tartamudez. Cuanto más tartamudee, más críticas y más
atención a su habla inadecuada, lo cual implica a su vez más tensión y más tartamudeos.
Así se puede establecer un círculo que puede durar unos meses o unos años. Si se persiste
durante unos años, la probabilidad de que el niño llegue a tartamudo, como quien llega a
abogado, es más alta; el niño termina por condicionarse a las situaciones de hablar. Usted se
preguntará qué es eso. Pues la respuesta es relativamente sencilla: imagínese que se está
haciendo fotos, con flash. La cámara está muy cerca de usted, de forma que el fogonazo le
molesta y le hace cerrar los ojos. Después de unas cuantas veces (ensayos, diríamos nosotros
los psicólogos) de producirse esta secuencia, empezaría a cerrar los ojos antes del disparo del
flash, se prepararía para recibir el resplandor. Durante un cierto tiempo, y aunque dejásemos
de utilizar el flash, seguiría cerrando los ojos cada vez que la máquina se acercase a su rostro
en posición de disparo. Pues lo mismo ocurre con los niños que empiezan a tartamudear:
cada vez que su padre se acerca para comprobar que el niño tartamudea o que ya no lo hace,
independientemente de que el padre ya se haya tranquilizado al respecto y no vaya a insistir
en la correcta pronunciación, el niño generará de nuevo ansiedad, se disparará la respuesta
de tensión muscular y volverá a tartamudear. Más tarde el proceso se diversifica: puede
generalizar a otras situaciones o a otras personas; por ejemplo, puede hablar en tartamudo a
todos los adultos y en no tartamudo a los niños, o viceversa. Cada niño tendrá su propia
experiencia.
Como ven, aquí el asunto no es cuestión de un día, un niño no es todavía un niño tartamudo,
sino un niño que tartamudea. Usted no consigue fácilmente un tartamudo sólo porque
durante seis meses haya hecho conductas inadecuadas como las que le describíamos antes.
A pesar de que puede hacer que el niño en veinticuatro horas comience a tartamudear
bastante bien, no es tan fácil conseguir que este aprendizaje se mantenga si usted,
finalmente, le deja tranquilo.
Antes de decidirse a visitar a un especialista, puede ser conveniente que usted sepa lo más
exactamente posible en qué cosiste el problema del niño, si es o no es tartamudo. Cuanto
más sepa antes de tomar cualquier decisión para ayudarlo, más eficaz será la ayuda que
finalmente le preste. Lo primero que tiene que hacer es tranquilizarse, calmarse. Eso de la
tartamudez no es algo que se aprenda sin más, de hoy para mañana (si es que no le
ayudamos a tartamudear, recuérdelo). Lo normal es que su hijo cometa errores de dicción,
que se enganche, como se dice popularmente, que repita sílabas o incluso palabras, e incluso
es normal que usted note algunas veces cierta tensión. Tiene que pensar que su hijo está
tratando de encontrar una solución para hablar sin esfuerzo, pero que no la encuentra con
facilidad. Nada más que eso, no hay otro problema. Y, desde luego, usted no le ayudará nada
preocupándolo, poniéndolo nervioso, salvo a favorecer un rápido desarrollo del problema.
Si usted ya se había dado cuenta de que su hijo, con bastante frecuencia, se enganchaba o
repetía alguna palabra, quizá lo primero que se le ocurrió pensar es: “¡Vaya desgracia, ya
tenemos un tartamudo en la familia!”. Tal vez se puso nervioso y lo comentó con su familia, o
incluso se lo dijo a sus amigos. Al principio de buen humor, en tono de broma, pero más tarde,
al ver que el niño no dejaba de tartamudear, la situación ya no le parecía tan divertida y
empezó a estar seriamente preocupado: su hijo podía tener un grave problema al hablar que
le limitaría para el resto de sus días.
En esos momentos lo único que se piensa es que hay que hacer algo, aunque no sepamos
exactamente qué es; quizá lo más importante, pensaba usted, sea impedir que la tartamudez
vaya a más, prevenir el desarrollo del problema. Para ello lo mejor sería corregirle cualquier
error que cometiese al hablar, de forma inmediata, siempre pendiente de él.
Pero ahora sabemos que eso no es lo correcto; si usted está demasiado preocupado y se le
ocurre buscar la ayuda de un especialista, hágalo, pero cuidado, tendremos que estudiar
previamente hasta qué punto puede serle de utilidad. No olvide que una intervención
inadecuada en estos momentos puede ser perjudicial para su hijo.
Si usted está convencido de que su hijo tartamudea de forma sistemática, tendremos que
estudiar cuáles son los antecedentes del problema, qué factores incidieron originariamente
para provocar la aparición de los errores de dicción. Supongamos que tiene usted un hijo
entre tres y cinco años, que está aprendiendo a hablar o ya lo hace bastante bien, y que por
alguna extraña razón empieza a repetir sílabas, o a trabarse de vez en cuando. Puede que eso
se deba a que algún vecino, primo o quien sea, también tartamudea, y aunque la tartamudez
no es algo que se contagie, sin embargo, sí se aprende de distintas formas, entre otras,
imitando. Pero puede que el problema no esté en otra persona que tartamudea de vez en
cuando; puede que simplemente usted hable muy rápido, o puede que lo haga su pareja. Otra
posibilidad es que haya alguna persona entre sus compañeros (sobre todo alguna niña) que
hable mucho más rápido y mucho más claro y él trate sencillamente de imitarla.
Todas estas razones iniciales o antecedentes del problema tienen importancia, pero no
demasiada. En condiciones normales aprender a tartamudear cuesta lo suyo. Antes de iniciar
un análisis más pormenorizado para averiguar hasta qué punto su hijo tartamudea, quizá sea
conveniente confirmar si tartamudea de verdad. El trabajo a realizar es complejo; no se trata
aquí de valorar cuán grave es la tartamudez, porque a efectos de tratamiento esto no tiene
ninguna importancia. Lo que sí nos interesa saber, a usted y al especialista correspondiente,
es cuánto se esfuerza su hijo para hablar, desde un punto de vista, correctamente (y desde
nuestro punto de vista, cuánto se esfuerza para hablar en tartamudo). El recuento de palabras
dichas por minuto, o de palabras tartamudeadas por cada cien, son indicadores que le
pueden señalar con qué frecuencia su hijo tartamudea. Los gestos hechos con la cara, la
respiración excesivamente evidente mientras habla, la sensación de ahogo son también un
indicador adecuado de los problemas que tiene su hijo al hablar. Es importante tratar de
averiguar si su hijo ejecuta intentos de solución para no tartamudear, si el niño tiene la
expectativa de que va a tartamudear y hace algo para evitarlo. Generalmente esto depende de
que al chico se le haya insistido en lo importante que era esforzarse en no tartamudear, estar
pendiente cada vez que lo hiciese, para de esta forma poder conseguirse. Si éste no es el
caso, es muy probable que apenas se den por su parte intentos de solución para no
tartamudear.
Alberto era un mecánico de la marina mercante. Estaba seis meses en el mar y otros seis en
tierra; vino a tratamiento porque tenía todas las dificultades del mundo para hablar y la
verdad es que, delante del terapeuta, tartamudeaba bastante bien. Él señalaba que
especialmente con su familia tenía grandes dificultades y, sin embargo, en el mar, con la
gente que se embarcaba se entendía sin excesivos problemas; allí pasaba mucho tiempo en
la sala de máquinas, donde, para hacerse entender, debía hablar casi gritando, haciendo
pausas entre palabras y gesticulando mucho (esta forma de hablar impide o dificulta
sobremanera el tartamudeo).
El terapeuta le preguntó si en alguna situación podía hablar correctamente, a lo que él
contestó que sí: “Todos los días hablo perfectamente bien yo solo ante el espejo. A veces
mantengo con mi imagen conversaciones de esta índole:
Pero qué estúpido eres, puedes hablarme así, perfectamente, ahora que no nos
escucha nadie, con esta claridad y esta perfección. Pero si sales ahora y le dices
algo a tu madre no darás pie con bola.”
La verdad es que su tartamudez parecía muy severa, apenas podía decir veinte palabras por
minuto. Pero como Alberto afirmaba que podía hablar sin errores, el terapeuta quiso
asegurarse de que no era un problema que se manifestaba únicamente por la ansiedad
generada en algunas situaciones, así que le dijo que grabase la conversación que mantenía
con el espejo, para comprobar si podía o no hablar. Insistía el hombre diciéndole que su
madre solía escucharlo detrás de la puerta del cuarto de baño, y le decía lo siguiente:
“¡¡¡Alberto, te estoy oyendo hablar perfectamente!!! Sé que lo sabes hacer. ¿Se puede saber
por qué cuando me hablas a mí sólo lo haces en tartamudo?”
Trataba de explicar lo dura que tal situación era para él y que “encima su madre, a estas
edades, aún le reñía porque pensaba que tartamudeaba porque quería”. La desesperación de
Alberto era grande y no estaba dispuesto a que los demás pensasen que no quería hablar
bien, así que prometió traer la cinta grabada. A la semana siguiente vino, pero sin cinta. Su
explicación fue:
“Lo siento mucho, empecé a grabarme en el cuarto de baño porque pensé que era
el único sitio del mundo donde podía hablar correctamente, pero me fue imposible.
Comenzar a hablar ya tartamudear fue una misma cosa.”
El terapeuta le preguntó sobre qué creía él que había hecho para no poder hablar bien.
“No lo sé con exactitud, pero por una razón u otra, cada vez que trato de hablar y
enciendo el magnetófono, pienso que detrás estás tú y empiezo a tartamudear.
Pero tan pronto lo apago hablo correctamente. Seguro que no me creerás, pero te
prometo que lo puedo hacer”.
Así pues, como quería estar seguro de que no tartamudeaba, el terapeuta ideó un truco: puso
dos grabadoras en marcha, una debajo de la mesa activada desde el principio, y otra sobre
ésta, que Alberto debería accionar cuando quisiera empezar a grabar, igual que había hecho
en el cuarto de baño. Le explicó que iba a salir de la habitación, y que debía leer un texto de
modo que cuando hubiese leído dos líneas sin magnetófono, leyese las dos siguientes con el
magnetófono funcionando; dedicaría a esta tarea quince minutos, al cabo de los cuales el
terapeuta entraría de nuevo.
Así lo hicieron y nada más entrar el terapeuta, un Alberto desolado le advirtió que no había
conseguido absolutamente nada, ni siquiera pronunciar una sola frase correctamente
mientras estaba la grabadora encendida. En este momento sacó la grabadora oculta y ambos
pudieron escuchar el discurso fluido que se había grabado mientras Alberto hablaba creyendo
que no estaba siendo registrado por ningún artilugio de grabación.
No cabe duda que el poder que tienen las creencias del sujeto sobre su tartamudeo y su
imposibilidad de hablar bien en determinadas situaciones es enorme, y esta creencia es uno
de los factores determinantes para poder diagnosticar a una persona como tartamuda.
Intentaremos ahora definir y explicar de forma organizada cómo se llegan a formar estas
creencias que terminan por hacer acreedora a la persona de la etiqueta de tartamudo.
Para llegar a etiquetarse como tartamudo hace falta, en primer lugar, una cierta cantidad de
tiempo, hacen falta múltiples y repetidos ensayos. Cuando una persona tartamudea y se
empieza a dar cuenta que lo hace, lo vive como algo negativo, molesto, no sólo para él sino
también para las personas que le rodean; éstas le sugieren que deje de tartamudear, que
hable bien, que se esfuerce en vocalizar y pronunciar correctamente las palabras. Cuando uno
tiene siete u ocho años y todo el mundo (compañeros, padres, hermanos) le sugiere, con
mayor o menor delicadeza, que está haciendo algo mal y que debe hacerlo bien, empieza a
intentar tomar cartas en el asunto; entonces trata de no tartamudear, y para ello pone en
práctica todo tipo de posibles soluciones. Y ahí empieza el verdadero problema, porque para
no tartamudear no hay que hacer nada especial, simplemente hay que hablar, mientras que
para tartamudear sí hay que hacer cosas especiales. Por eso la mayoría de los niños
espontáneamente dejan de cometer errores a los seis o siete años, porque no han sabido
encontrar soluciones para evitar su tartamudeo. Simplemente se olvidan de que de vez en
cuando se equivocan, y empiezan a hablar más relajados, más despacio y con menos tensión.
Sin embargo, hay algunos que sí las encuentran, y con ello no contribuyen sino a desarrollar
su propia tartamudez. Presionados por la situación o por los bloqueos tratan de hacer algo
que termina por constituir una nueva forma de tartamudez, una nueva forma de cometer
errores.
¿Qué hacen algunos niños para no tartamudear? Pues varias cosas, veremos a continuación
las más características.
Una de las cosas que hacen es no pararse; ven que es al inicio del discurso cuando suelen
tener errores, pero después pueden decir cinco o seis palabras sin tartamudear. Así que
inspiran profundamente y disparan un grupo de varias palabras, hacen una pequeña pausa
para inspirar otra vez y seguidamente un nuevo disparo. Sonaría algo parecido a esto:
“Aayer...fuialcineconmispadresa...vvverunapeliculaquemegusto...mmnuchoaaunque
noeradea-venturas”.
“Ayer* fui al cine con mis padres a * ver una película que me gustó * mucho,
aunque no era de aventuras”.
Como vemos, lo que tratan de hacer es aprovechar el aire que tienen en los pulmones para
decir el máximo número de palabras de carrerilla, de modo que hacen las pausas de forma
inadecuada, sin relación con el sentido de la frase, sino con la falta de aire en los pulmones.
El niño habla a trompicones, intentando decir el máximo número de palabras sin parar.
Cuanto más amplia es la inspiración, mayor es el número de palabras que dicen entre
inspiraciones y, por tanto, más probabilidad hay de que el aire se agote antes y además en un
punto que no es conveniente para la dicción. Si uno se para cada dos o tres palabras es fácil
mantener una entonación de acuerdo con el contenido de lo que está diciendo. Si, por el
contrario, intenta decir seis u ocho palabras sin inspirar, cuando llegue a la última palabra
tendrá una tensión muy grande en los músculos intercostales, porque está soltando la última
gota de aire; y además puede que se le acabe el aire en mitad de una palabra, o entre un
artículo y el nombre correspondiente, con lo cual se notará que ha hecho una pausa forzada
que reconocerá fácilmente como tartamuda.
Otra solución típica con la que se intenta no tartamudear es esforzarse para decir una
palabra; es normal que a los niños se les pida que hagan un esfuerzo para conseguir algo que
les cuesta, y esto incluye la pronunciación correcta. Por eso los niños que comenten errores al
hablar se esforzarán en su dicción, con lo que eso conlleva de incremento de la tensión de los
músculos que intervienen en el habla. Hacen fuerza apretando las mandíbulas, cierran los
labios, tensan las cuerdas vocales y en general se produce un aumento de la actividad EMG.
Dirán palabras como:
«p-p-p-puerta» ,
«t-t-t-tiempo» ,
«m-m-m-maceta» ,
y después del esfuerzo, cuando finalmente consigan decirlas, pensarán que ésa era la
solución correcta, que han logrado decir la palabra que de otra forma no les hubiese salido,
sin darse cuenta que precisamente ese esfuerzo es el que les ha hecho tartamudear. La
tensión muscular que hacen previamente determina la imposibilidad de decir la palabra; es
imposible decir «puerta» si no abrimos los labios para pronunciar la «p» inicial. Y el ciclo se
repite: cuanto más usan el intento de solución «hacer fuerza», más tartamudez, pero más
confianza en que la fuerza es lo que les ha permitido decir la palabra en cuestión.
Hasta aquí se desarrolla el proceso de constitución del patrón de habla tartamudo. Ahora sí
que ya no hay duda, estamos ante un sujeto tartamudo que necesita de una ayuda
especializada. El grado de gravedad del problema nos lo dará una evaluación correcta e
individualizada del caso, que veremos a continuación cómo se lleva a cabo.
Éste era un hombre de veinte años que tartamudeaba bastante cuando acudió a nuestra
consulta, ya lo largo del tratamiento fue resolviendo prácticamente todos los problemas de
tartamudez que tenía. Ya no tensaba en absoluto los músculos de su cara, no hacía fuerza
con la lengua contra el paladar, ni cerraba los músculos de la glotis, como cuando tragamos,
ni apretaba los labios como para no dejar escapar las palabras. Pero no era capaz de dejar de
partir algunas palabras de vez en cuando, sin que fuésemos capaces de saber cómo. Su
forma de hablar era muy peculiar, como aspirando las sílabas de en medio. Sonaba algo así
como:
«Ca-ah-ma»,
« V e-eh -entana»,
«Ma-ah-ceta»
Tratamos de identificar cómo hacía este hombre para cometer estos errores, ahora que ya su
habla era casi totalmente normal. Y finalmente supimos cómo ocurría: lo que estaba haciendo
era inspirar cuando le venía en gana, por la boca, pero con tan baja frecuencia que a veces
tenía que hacerlo en mitad de palabra. En lugar de hablar haciendo pausas cada dos o tres
palabras, lo que hacía de vez en cuando era hablar sin parar hasta que no le quedaba aire y
esto podía ocurrir en medio de una palabra.
A la hora de utilizar el proceso que ocurre para que se produzca un bloqueo, seguiremos dos
grandes bloques las razones que subyacen al tartamudeo: por una parte, están las variables
relativas a los intentos de solución inadecuados, y, por la otra, aquellas que se refieren a
factores de condicionamiento. Unas y otras producen una serie de respuestas que configuran
el patrón de habla tartamudo. Vamos a verlas con más detalle.
tiempo mediremos su respiración, de forma que nos permita decidir si el bloqueo se produce
por un exceso de tensión muscular o por una irregularidad en el proceso respiratorio, o por
ambas simultáneamente. Como hemos dicho anteriormente, desde nuestro punto de vista
éstas son las dos principales respuestas psicofisiológicas que intervienen en la producción de
tartamudeo.
¿Qué ocurre si el registro nos muestra que no ha habido ni excesiva tensión muscular ni un
exceso de aire en los pulmones? Podemos estar oyendo a Alberto tartamudear con todas sus
ganas, mientras el gráfico refleja una actividad totalmente normal. La verdad es que cuando
registramos la actividad muscular y respiratoria de una persona que está tartamudeando, no
siempre aparecen alteradas las respuestas psicofisiológicas asociadas al tartamudeo. En
estos casos lo que ocurre es que el error está íntimamente relacionado con la historia de
aprendizaje del individuo; puede ser que Alberto se haya bloqueado con frecuencia ante
palabras que empiezan por «m», de forma que haya desarrollado una respuesta condicionada
a las palabras que contienen esa letra: ahora tiene miedo a tartamudear cada vez que ve una
palabra de este tipo y entonces se enfrenta a ella de diferentes formas: se pone tenso (lo cual
le conduce a tartamudear en forma de repeticiones), se para cuando la ve, produciendo una
pausa inadecuada en su discurso (otra forma de tartamudeo) o produce cualquier otro de los
distintos errores que hemos dicho que configuran el patrón de habla tartamudo y lo mismo
que ocurre con un determinado fonema, ocurre con sílabas, palabras, objetos o situaciones.
En resumen, desde nuestra perspectiva consideramos que la mayoría de las faltas de fluidez
que ocurren en el discurso de un tartamudo son debidas a uno de estos tres factores:
1. Tensión muscular.
2. Respiración inadecuada.
3. Condicionamiento ante determinadas palabras, sílabas o situaciones, con independencia
de la alteración de las respuestas psicofisiológicas.
Hasta los cinco años, mientras dura la etapa preescolar, los niños suelen presentar
alteraciones de tipo leve, tales como silencios prolongados o repeticiones, y en muy raras
ocasiones se pueden observar grandes bloqueos o alteraciones en las respuestas
psicofisiológicas de tensión muscular y respiración. En estas edades, el niño puede alternar
períodos más o menos largos de una prácticamente total fluidez con otros en los cuales los
errores son mucho más abundantes. A medida que pasa el tiempo y el problema evoluciona,
los períodos de fluidez se van haciendo cada vez más cortos y aislados, y poco a poco van
imperando las etapas de predominio de disfluencias. Pero tal como dijimos en un principio, los
errores que comete el niño al hablar apenas son percibidos por él, sino que son los padres los
que muestran ansiedad y preocupación ante las alteraciones.
Cuando llega la edad escolar, esto es, a partir de los cinco años, las alteraciones son
diferentes a las aparecidas hasta ahora. Por regla general, en estos niños las variaciones son
menores, el problema se va instaurando paulatinamente, al tiempo que la percepción de las
dificultades. Esto puede ser debido a que el niño empieza a conocer el mundo que existe
fuera de su casa, a tratar con otros niños de su misma edad, y con otros adultos distintos a
sus padres, de forma que puede intentar contrarrestar sus dificultades para hablar utilizando
unos determinados recursos. En este mismo sentido puede empezar a surgir ansiedad ante
determinadas situaciones o personas que se van relacionando cada vez más con los
problemas para hablar. En el caso de que los niños ya sepan leer es necesario registrar
también el habla mientras leen un texto, puesto que la lectura puede ser una actividad que
genere estrés. Durante la clase, leer en voz alta es una actividad frecuente, que permite poner
en evidencia los errores de los niños y puede dar pie a burlas y bromas por parte de los
compañeros ante los posibles errores de lectura que cometa alguno de ellos.
Antes de iniciar el proceso de evaluación es necesario delimitar cuáles son las características
de las alteraciones del habla en el niño. Usted, padre o madre de un chico que tartamudea,
podría precisar sin dificultad en qué momentos, ante qué palabras y con qué personas su hijo
tartamudea con mayor probabilidad y frecuencia; sin duda, igualmente, usted describirá ese
patrón de forma que no se parezca apenas a la descripción que haga otro padre. No existe,
por tanto, un patrón único de tartamudeo, sino que es necesario observar y registrar cómo se
expresa el niño en distintos contextos y ante tareas diferentes. La forma de hacerlo es
observando cómo habla en situaciones naturales, en conversaciones mantenidas con los
padres, con el propio terapeuta, con otros niños, así como desempeñando diversas
actividades, del tipo de leer un cuento, describir un dibujo o responder a preguntas sobre su
persona. Puede ser útil realizar grabaciones audiovisuales para efectuar el análisis del habla
del chico con mayor comodidad.
Por supuesto, es necesario descartar cualquier tipo de alteración o retraso en el lenguaje del
niño. Cuando se observe, y esto va dirigido al especialista, una expresión pobre, una falta de
fluidez léxica o en la denominación de objetos, será necesario plantear una evaluación de las
habilidades lingüísticas del niño que permita determinar qué tipo de trastorno presenta y, si es
necesario, fijar el plan de tratamiento apropiado para cada niño.
“Puede que no sea así ahora, pero sí en el pasado. Entonces quizá sea más grave, porque su
hijo puede haber llegado a la conclusión de que la única forma de que usted le haga caso
sistemáticamente es tartamudeando, pero haciéndolo muy frecuentemente, porque usted
sólo se fija en él cuando el tartamudeo es exagerado.
Otra consecuencia que su hijo puede obtener mediante el tartamudeo es la de poseer ciertos
privilegios en clase en virtud de su problema; por ejemplo, el maestro le puede eximir de
contestar preguntas, o de hacer lecturas en voz alta. Él aprenderá ese truco y lo utilizará de
forma sistemática y querrá hacer creer a sí mismo y al resto del mundo que se pone muy
nervioso cuando le preguntan y que no puede decir palabra. Por ese procedimiento puede
salvarse de riñas y castigos en la escuela. Si al maestro o la maestra, además, le da mucha
pena que el niño tartamudee, las consecuencias que obtendrá de sus problemas al hablar
serán tan amables y favorecedoras que le pondrán en el camino de etiquetarse como
tartamudo.
Las consecuencias de nuestra conducta son muy importantes para explicar la frecuencia de
ejecución de la misma; ésta es una ley del aprendizaje contra la que no se puede luchar. A
Pero entonces uno se podría preguntar por qué no se da cuenta de que no lo está haciendo
correctamente; es decir, ¿cómo es que persiste en utilizar procedimientos que le imposibilitan
aprender a hablar en no tartamudo, a hablar normalmente, sobre todo cuando la mayoría de
los niños terminan por encontrar soluciones adecuadas por sí solos? ¿Y cómo es que algunas
personas tartamudas, en determinadas situaciones muy especiales, no tartamudean? Porque
es verdad, las personas tartamudas cuando cantan no tartamudean; es más, pueden hablar a
solas perfectamente (recordemos el caso de Alberto) cuando no temen tartamudear o les da
igual tanto si tartamudean como si no. A primera vista parece imposible que un
comportamiento instrumental (entendiendo como tal aquel que va dirigido a la consecución
de un objetivo), como los intentos de solución, persista si no sólo no consigue su objetivo, sino
que agrava el problema.
Por un lado, una persona tartamuda ha evaluado las situaciones en las que habla y tiene
confeccionado mentalmente un listado de aquellas que entrañan mayor riesgo. Situaciones
típicas son las de hablar en público, en visitas personales, con desconocidos o con personas
de autoridad; cada caso es distinto, pero siempre hay unas determinadas situaciones que son
vividas con mayor temor y etiquetadas como de riesgo. Por otro lado, persiste el
condicionamiento ante determinadas situaciones, determinadas personas, palabras o
estímulos del tipo que sean. Cuando una persona reconoce una situación como peligrosa, de
probable tartamudeo, lo que hace es utilizar los consabidos intentos de solución, aquellas
fórmulas que, desde su perspectiva, le ayudarán a comunicarse: procuran respirar lo menos
posible, alargan los períodos entre inspiraciones, lo cual funciona cuando la frase es muy
corta, pero constituye un modo de hablar en tartamudo cuando las frases están formadas por
más de cuatro o cinco palabras.
la excesiva tensión muscular o por el ritmo respiratorio inadecuado, sino que puede
producirse por el proceso de condiciona miento a las palabras que contengan la «p». En este
sentido puede ocurrir que si un día la persona se da cuenta de que no se ha bloqueado en la
palabra pelota, por ejemplo, puede llegar a pensar que de alguna forma se ha solucionado su
problema con las palabras con «p» y ya no se vuelva a equivocar en ellas.
El hecho de que finalmente consiga la deseada comunicación hace que esos intentos de
solución sean reforzados, premiados desde la perspectiva de la persona que tartamudea. Con
esto queremos decir que la probabilidad de que tales intentos se vuelvan a repetir es alta.
En último término y tal como dijimos al principio, la persona logra su objetivo, que ahora es el
de expresar lo que desea (frente al objetivo inicial que era no tartamudear).
Pongámonos en el caso de que el muchacho todavía no sabe que es tartamudo y, por tanto
habla como puede, sin hacer ningún esfuerzo. Le saldrá mejor o peor, tartamudeará con
mayor o menor eficacia, pero desde luego no se esforzará en hacerlo mejor. A no ser que
intervenga usted y lo empuje a iniciar un rápido aprendizaje de la tartamudez. Recuerde el
caso que contábamos en el segundo capítulo, donde hablábamos de Juan, el niño que
aprendió a tartamudear en veinticuatro horas sin apenas esfuerzo, solamente porque sus
padres se empeñaron en hacerle un test cada cinco minutos con el fin de asegurarse que su
hijo no se había olvidado de tartamudear.
A estas alturas usted se estará preguntando si lo que le estamos diciendo es que no haga
nada, que espere tranquilamente a que ocurra el milagro de que el niño deje de tartamudear.
y efectivamente así es, eso le estamos recomendando: no haga usted nada, porque ningún
milagro tiene que ocurrir; el niño aprenderá a hablar bien, normal sin ningún problema, a
menos que hagamos un trabajo especial en casa o en la escuela para que aprenda a
tartamudear. En este punto hay que comportarse como siempre que alguien tiene que
aprender algo. Por ejemplo, ¿cuáles son las normas a seguir con respecto a la educación
sexual? Está claramente demostrado que cuando los chicos tienen interés por el sexo, por las
relaciones entre hombres y mujeres, lo que hay que hacer es satisfacer su curiosidad. Y,
¿hasta cuándo? , se preguntará usted; pues hasta que les dure la curiosidad. Lo que no hay
que hacer es explicarles todo en una sola lección, simple- mente hay que satisfacerles cuando
preguntan. Pues, igual que ha ocurrido con la educación sexual hay que hacer con todas las
cosas; hay que ayudar al muchacho en la medida en que él demande ayuda, pero no más. Si
usted le presta atención cuando él no tiene ni la más mínima preocupación sobre su forma de
hablar, no le está ayudando en absoluto. Sí, hay que pedirle que hable despacio, pero cuando
lo haga siempre piense en usted: si el niño habla lentamente usted lo entenderá mejor, y
mantenga la exigencia por esa razón. Pero si solamente lo hace porque el niño tartamudea, él
pronto se dará cuenta de que usted le habla despacio o le pide que lo haga, cuando le oye
tartamudear; y entonces ya no servirá para nada.
Por tanto, toda la labor que deberá hacer si su hijo comienza a tartamudear es no
preocuparse. O si no toda, al menos la más importante; si un niño ha empezado a
tartamudear hace poco, lo hace de vez en cuando y usted lo nota, háblele despacio y con
tranquilidad. Si a pesar de ello tartamudea, recuerde, no se ponga nervioso o el problema se
puede agravar. Y entonces sí puede hacer otra cosa para ayudarle: compruebe si en casa, su
pareja, sus hermanos, abuelos o cualquier otro miembro de la familia, o alguien en la escuela
le está ayudando a aprender a tartamudear. Asegúrese que nadie se fija en su dicción
incorrecta y si la respuesta a su indagación es que todo el mundo percibe o comenta que el
niño tartamudea, e incluso algunos le llaman la atención por esa conducta; o que sus amigos
o compañeros de clase se ríen de él porque se traba al hablar , entonces no le va a quedar
más remedio que ponerse a trabajar duramente pata controlar el medio que rodea al
muchacho. Y eso es muy difícil. Si su hijo no se enfada con las burlas de sus compañeros,
probablemente éstos se aburrirán y dejarán de meterse con él. El problema principal por
extraño que le parezca, está en los adultos; sus familiares insistirán en corregir el problema
del muchacho, y pensarán que usted no se preocupa de su hijo y que no le importa
excesivamente que sea tartamudo. Como contrapartida ellos harán ostentación del problema,
recordándole continuamente, a usted y al muchacho; lo mucho que se atranca el chico.
Respecto al colegio, sería conveniente que usted visitara al profesor o al tutor y le explicase su
punto de vista respecto al problema, comprobando si lo tratan de forma especial. Tal como
hemos señalado anteriormente, el muchacho puede gozar de un trato distinto debido a sus
problemas de dicción, ya sea en forma de privilegios que le eximan de algunos deberes, o, por
el contrario, el maestro, al ver que tartamudea, intente ayudarlo mandándole leer siempre y
exponiéndole a las posibles burlas de sus compañeros. En cualquiera de los casos el trato
diferencial debe evitarse, pues todo lo que sea resaltar el problema y centrar la atención en la
tartamudez es un procedimiento sumamente eficaz para conseguir que su hijo se convierta en
un tartamudo.
Si su hijo trata de hacer cosas para no tartamudear, del tipo que sea: si quiere dar soluciones
a su propia tartamudez, si se pone tenso, si tiene expectativas de cuánto va a tartamudear, si
evita algunas situaciones porque piensa que va a bloquearse, entonces su hijo está en
camino de convertirse en un eficaz tartamudo.
En resumen, ¿cuál es la solución? En primer lugar, sea objetivo, compruebe la frecuencia real
con que tartamudea. Grabe una cinta cada mes, estudie la evolución del problema, utilizando
cualquiera de los índices que hemos explicado antes. Por ejemplo, contabilice cuántas
palabras tartamudea por cada cien. Si el problema sigue avanzando y duda de la que hay que
hacer, consulte a un especialista, él le dirá cómo tratar el problema: el suyo o el del
muchacho, el experto decidirá.
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