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Rosenbaum Katia
Carrera: 402
Matricula: 19150
2016
1
Índice:
Resumen ………………………………………………………………………………………………… 3
Presentación del tema ……………………………………………………………………………….… 4
Objetivos …………………………..….…………………………………………………………………. 6
Consideraciones procedimentales …………………………………..……………...……………...… 6
Relevancia y justificación de la temática ……………………………………………..…………....… 7
Estado del arte ……………………………………………………………………………………..…. 10
1. CAPÍTULO 1: Hacia una conceptualización de la Inteligencia Emocional …………... 14
1.1. Bases neuropsicológicas de la Inteligencia Emocional: Las cuatro ramas del
modelo……………………………………………………………………...……………. 15
1.1.1. Percepción y expresión de las emociones…………………………………. 15
1.1.2. Facilitación emocional de la actividad cognitiva…………………….……… 18
1.1.3. Comprensión de las emociones…………………………………….……….. 19
1.1.4. Regulación de las emociones………………………………………………… 21
1.2. Los modelos mixtos de Inteligencia Emocional……………………………………… 23
1.2.1. El modelo de Goleman de Inteligencia Emocional………………………… 24
1.2.2. El modelo de Bar-On de Inteligencia Emocional-Social…………………… 25
1.3. Las medidas de evaluación……………………………………………………...…….. 26
1.3.1. Inteligencia Emocional Percibida ……………………………………..…….. 26
(a)El Trait Meta Mood Scale (TMMS) [Escala Rasgo Meta Estado de
Animo] ………………………………………………………………..…...……. 26
(b) La versión española: TMMS-24…………………………………………. 28
1.3.2. Medidas de habilidad o ejecución ………………………………………….. 29
1.3.2.1. El Mayer Salovey Caruso Emotional Intelligence Test (MSCEIT) [Test
de Inteligencia Emocional de Mayer, Salovey y Caruso]
…………………………………………………………....…………..…….. 29
2. CAPITULO 2: La Inteligencia Emocional en la escuela ………………………….…..… 32
2.1. El papel de la Inteligencia Emocional como predictora del rendimiento académico
…………………………………………………………………………………………….. 33
2.2. Inteligencia Emocional y ajuste psicológico: su efecto indirecto sobre el rendimiento
académico ………………………………………………………………………...…….. 35
2.3. La importancia del ajuste psicológico en la educación …………..……………….. 39
Consideraciones finales…………………………………………………………………………….… 43
Referencias bibliográficas…………………………………………………………………………….. 46
Referencias de consulta…………………………………………………………………..………….. 53
Anexo…………………………………………………………………………………..……………….. 55
2
Resumen
El trabajo presente constituye una revisión bibliográfica acerca del constructo
Inteligencia Emocional (IE). El objetivo general es examinar el modelo de IE propuesto por
Peter Salovey y John D. Mayer y su efecto sobre la salud mental de los estudiantes. A partir del
modelo propuesto, se define la IE como la capacidad para procesar la información emocional
correcta y eficientemente, incluyendo la información relevante para el reconocimiento, la
construcción y la regulación de las emociones propias y las de los otros. Entre los factores que
se miden para determinar la salud mental y el ajuste psicológico de las personas encontramos
puntuaciones de ansiedad, depresión, la cantidad de pensamientos rumiativos, su satisfacción
en la vida y la calidad de las relaciones sociales, entre otras características. Se hace foco
sobre el papel de la Inteligencia Emocional en el ámbito de aplicación educacional por
considerarse el de mayor relevancia y urgencia ya que su adquisición se produce en edades
tempranas y actúa holísticamente como un factor determinante sobre el que intervenir
favoreciendo tanto la consecución de metas vitales como la adaptación del sujeto al medio.
Aún más, un adecuado ajuste psicológico mediada por una Inteligencia Emocional elevada,
incide indirectamente en el rendimiento académico de los estudiantes.
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Presentación del tema
Cada vez es más difícil ignorar la necesidad de promover una integración que se halle
útil y perdurable, entre los hallazgos realizados por las neurociencias en relación al modo en
que actúa nuestro cerebro cuando aprendemos, y su posible aplicación al proceso de
enseñanza-aprendizaje (Puebla & Talma, 2011). Es aún cuestión de debate cuáles son las
relaciones potenciales entre neurociencia y educación que permitirían y avalarían el desarrollo
de una nueva disciplina, y una nueva figura entre nuestros profesionales, para dirigir los
esfuerzos a la construcción de puentes entre ambas disciplinas y reducir las brechas
epistemológicas, metodológicas, tecnologías y prácticas que presentan en la actualidad
(Benaros, Lipina, Segretin, Hermida & Colombo, 2010). Sin duda el sistema educativo
tradicional presenta una serie de inconvenientes importantes; se han hecho evidentes algunos
de los aspectos más negativos de nuestro sistema (Bejar, 2014).
La literatura existente refleja un consenso en relación al sistema educativo tradicional
en tanto que ha quedado anticuado en correspondencia a las necesidades de la sociedad
contemporánea (Botero Carvajal, 2014; Campos, 2010; Marques & Osses, 2014; Puebla &
Talma, 2011). Diversos inconvenientes, desde la escasez de educadores calificados,
propuestas curriculares pobres, ineficientes prácticas pedagógicas, hasta la falta de un
ambiente emocionalmente positivo han sido señalados. Se resalta especialmente el modo en
que, desde los criterios institucionales tradicionales, se favorece la práctica de enseñanza por
sobre el acto mismo de aprendizaje: un contenido se da por aprendido sólo por el hecho de
haberse enseñado (Botero Carvajal, 2014). Hay una creciente preocupación sobre la
pertinencia de las teorías educacionales y los métodos didácticos actuales en vistas de los
descubrimientos de las neurociencias cognitivas.
La gran pregunta es cuál es el recorrido que tenemos por delante para efectuar un
cambio en este sistema que va quedando en desuso: ¿Cómo introducir una reforma? Aún
resulta difícil saber con exactitud hacia dónde dirigir la mirada para germinar el cambio; los
resultados de la razón científica no pueden faltar en el camino que toca recorrer. El surgimiento
de la neuroeducación está permitiendo construir los puentes interdisciplinarios, examinando las
implicaciones emergentes de la articulación entre neurociencia, psicología cognitiva y
educación, dando razones de peso para que los educadores comprendan cómo podría
aplicarse el conocimiento neurocientífico al proceso de enseñanza-aprendizajeque conlleven
las reformulaciones necesarias para que el sistema educativo actual esté en consonancia con
los avances científicos de las últimas décadas.
El estudio de la Inteligencia Emocional (IE) acuñado por Peter Salovey y John D. Mayer
en 1990 ofrece un marco de bases neuropsicológicas desde el que estudiar algunas posibles
intervenciones que pueden realizarse al proceso de enseñanza-aprendizaje para desarrollar al
máximo las potencialidades cognitivas y socioemocionales de los estudiantes, teniendo en
cuenta el desarrollo de ésta nueva disciplina, y abordar de alguna forma la problemática que
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se nos hace evidente. Sin embargo, debe tenerse presente a lo largo del trabajo, el poco
tiempo de evolución de la IE como teoría científica.
El desarrollo humano en su totalidad, y el proceso de enseñanza-aprendizaje en
particular, comportan características específicas y esenciales a las cuales atender; la
neuroeducación viene a atenderlas, generando nuevas técnicas de intervención y conocimiento
aplicado, capaces de mejorarlas. Siendo el objetivo el enriquecimiento de un dialogo crítico y la
producción genuina conjunta de diversas propuestas sobre cómo amalgamar el conocimiento
neurocientífico y la práctica docente,aparece como necesaria la figura del neuroeducador como
mediador entre las disciplinas (Bejar, 2014; Benaros, et. al., 2010). No sólo los neurocientíficos
han de acercarse a los educadores, sino que éstos últimos han de obtener una formación
pertinente que les permita ser parte de los cuestionamientos capaces de ser respondidos por
las neurociencias (Puebla & Talma, 2011).
Los desarrollos en el campo de la IE en la última década han estimulado el interés por
desarrollar al máximo las potencialidades cognitivas y socioemocionales de la población en
general y en el ámbito educativo en particular. En síntesis, el trabajo se centrará en una
revisión bibliográfica del concepto de IE, y siguiendo el modelo de Salovey y Mayer, haremos
foco en el ámbito educativo, para conceptualizar el efecto indirecto que se produce en el
rendimiento académico a través del ajuste psicológico y la salud mental de los estudiantes,
mediada por una IE elevada. A partir de ello,se plantearán algunos caminos que quedan por
recorrer en el futuro próximo en el estudio de la IE como factor de cambio para el sistema
educativo actual.
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Objetivo general
- Examinar el modelo de Inteligencia Emocional propuesto por Peter Salovey y John. D.
Mayer y su efecto sobre la salud mental de los estudiantes.
Objetivos específicos
- Explicar las bases neuropsicológicas de la Inteligencia Emocional desde el modelo de
Peter Salovey y John D. Mayer, mostrando el recorrido que se realiza en el desarrollo
de la misma.
- Destacar la rigurosidad científica del modelo de Inteligencia Emocional de Peter
Salovey y John D. Mayer, enfatizando el potencial de aplicación de la IE en el ámbito
educativo.
- Identificar y desarrollar las medidas de evaluación que más se utilizan para medir la
Inteligencia Emocional desde el modelo de referencia.
- Delimitar la incidencia de la Inteligencia Emocional dentro del contexto educativo y
conocer el impacto que una buena IE ejerce sobre el rendimiento escolar.
- Explorar en las investigaciones relevadas el efecto de un adecuado ajuste psicológico,
como consecuencia de niveles altos de IE, sobre el rendimiento académico de los
estudiantes.
Consideraciones procedimentales
Este estudio constituye principalmente una revisión bibliográfica acerca del constructo
Inteligencia Emocional y su efecto indirecto sobre el rendimiento académico de los estudiantes,
a través del ajuste psicológico que produce una IE elevada.Se utilizaron diversas bases de
datos como Ebsco, Google Scholar y Research Gate. La búsqueda de las fuentes se realizó
mediante las siguientes palabras claves: `Inteligencia Emocional´, `Inteligencia Emocional +
educación´, `neuroeducación´, `Inteligencia Emocional + escuela primaria´, `Inteligencia
Emocional + neuroeducación´, `Inteligencia Emocional aplicada en escuelas´, `Mayer y Salovey
+ educación´, `Mayer y Salovey + escuela primaria´, `Mayer y Salovey + intervención´, `Ramas
de la Inteligencia Emocional aplicada´. Los anteriores criterios de búsqueda fueron utilizados en
cada una de las bases de datos mencionadas. Asimismo se utilizó el Manual de Inteligencia
Emocional de José Miguel Mestre Navas y Pablo Fernández-Berrocal que describe el modelo
de Inteligencia Emocional propuesto por John D. Mayer y Peter Salovey para explicar las bases
neuropsicológicas de la IE mostrando el recorrido que se realiza en el desarrollo de la misma.
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Relevancia y justificación de la temática
La integración de los descubrimientos neurocientíficos al proceso de enseñanza-
aprendizaje resulta uno de los caminos que predominan en el debate científico actual sobre
cómo introducir una reforma en el sistema educativo tradicional incluyendo estos hallazgos.
Existe un acuerdo general de que hay que atender a estos nuevos aportes, en relación al
funcionamiento del cerebro, para responder a los interrogantes actuales. Por ejemplo: ¿Implica
un aporte al currículo educativo el conocimiento de las características del desarrollo cerebral?,
¿Puede verse mejorado el diseño de las evaluaciones del aprendizaje a partir de éste
conocimiento?, ¿Pueden identificarse aquellas diferencias en el desarrollo que deben ser
atendidas por las diferentes técnicas didácticas? (Puebla & Talma, 2011). Preguntas como
éstas, tienen el objetivo último de reducir las brechas epistemológicas, metodológicas,
tecnológicas y prácticas con las que nos tropezamos al analizar el sistema educativo tradicional
(Benaros, et. al., 2010). Esto implica una vigente demanda de redes interdisciplinares para
poder intervenir siempre en búsqueda del restablecimiento de lo que ha quedado endeble.
La neuroeducación como disciplina ha de intervenir en distintos niveles, salvando los
obstáculos presentes; por ejemplo, desarrollando nuevos métodos de aprendizaje que tengan
en cuenta la neuropsicología del cerebro en desarrollo en relación a los tiempos críticos de
mayor plasticidad cerebral pautado por la aparición de ventanas cognitivas (Bejar, 2014;
Marques & Osses, 2014). Simultáneamente han de construirse puentes que permitan avanzar
en el estudio de la mente, el cerebro y sus posibles implicaciones para la educación; por
ejemplo, mediante la formación de educadores en neurociencias para contribuir a la
cooperación entre ambas áreas y la formulación de preguntas pertinentes, o la formación de
neurocientíficos en relación a la práctica educativa para alcanzar un mejor ajuste entre los
contextos experimentales y las clases en el aula, teniendo presentes las posibles divergencias
críticas (Benaros, et. al., 2010).
Tradicionalmente se ha sobrevalorado la inteligencia cognitiva de las personas por
sobre otras cualidades por lo que en las escuelas, hasta finales del siglo XX se han priorizado
los aspectos intelectuales y académicos de los alumnos por sobre los aspectos emocionales o
sociales, que se consideraban del ámbito privado. Sin embargo, es cada vez mayor la
evidencia que se acumula que ha demostrado que ser cognitivamente inteligente no es
suficiente para garantizar el éxito académico, profesional y personal (Jiménez Morales &
López-Zafra, 2009). La posición extrema que consideraba a la cognición y la emoción como
entidades opuestas ha quedado relegada y se le adjudica un nuevo importante papel cultural a
las emociones en la sociedad actual. Esto ha contribuido a que en los últimos 15 años haya
prosperado significativamente la investigación en IE (Jiménez Morales & López-Zafra, 2009).
La IE es un constructo psicológico tan interesante como controvertido que constituye el
desarrollo psicológico más reciente en el campo de las emociones y refiere a la interacción
entre emociones y cogniciones que está al servicio de un funcionamiento del individuo
adaptado al medio. Es decir, subyace la idea de que las competencias emocionales son un
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factor crucial para explicar el funcionamiento del sujeto en todas las áreas vitales (Jiménez
Morales & López-Zafra, 2009). Una de las importantes razones por las cuales es necesario
llevar a cabo una revisión bibliográfica del constructo es la diversidad teórica de la que parten
los modelos de IE. Esto genera mucha controversia en torno al mismo que dificulta su
consiguiente aplicación al ámbito educativo, así como a otros ámbitos en los que podría
aplicarse, como por ejemplo al ámbito organizacional. Esta diversidad teórico-conceptual
supone un gran obstáculo en el desarrollo de esta área de psicología ya que no existe una
definición operacional clara y consensuada del constructo (Jiménez Morales & López-Zafra,
2009). A fines prácticos, se tomará el modelo de IE propuesto por John D. Mayer y Peter
Salovey quienes definieron la IE como la capacidad para procesar la información emocional
correcta y eficientemente, incluyendo la información relevante para el reconocimiento, la
construcción y la regulación de las emociones propias y las de los otros (Mayer & Salovey,
1995).
Actualmente, uno de los debates más significativos en relación al concepto de IE gira
en torno a su posible aplicación en el ámbito educativo. Es ampliamente reconocido que, entre
otras variables, la IE es un aspecto relevante que complementa y dota al sujeto de una serie de
habilidades y capacidades que facilitan y favorecen la consecución de metas vitales para el
individuo, actuando como buena predictora de la adaptación de un sujeto a su medio (Ferragut
& Fierro, 2012; Pérez Pérez & Castejón Costa, 2007). Tomando en consideración las
expectativas referentes a la capacidad adaptativa de aquellos que poseen una adecuada IE, y
el conocimiento de que su adquisición se produce en edades tempranas, el ámbito por
excelencia, donde estudiar si se cumplen o no estas aseveraciones, es el educativo.
Consecuentemente, podrían implementarse programas de IE mejor diseñados para desarrollar
potencialmente esta habilidad, teniendo en cuenta la importancia que se le ha atribuido en el
logro académico y profesional y en el desarrollo en general. Teniendo en cuenta la
neuropsicología del cerebro en desarrollo en relación a los tiempos críticos de mayor
plasticidad cerebral, la neuroeducación puede intervenir en el diseño apropiado de estos
programas, avanzando en el estudio de la mente, el cerebro y sus aplicaciones al campo
educativo (Bejar, 2014; Marques & Osses, 2014).
Estos serían algunos posibles caminos por recorrer, en vistas de un objetivo que no
debe perderse de vista: la reformulación del proceso de enseñanza-aprendizaje y del sistema
educativo tradicional en general, a saber de los nuevos hallazgos alcanzados por las
neurociencias en los últimos 30 años, que continúan produciéndose ininterrumpidamente. Las
posibles implicancias de éstos son señaladas con tenacidad por diversos autores (Bejar, 2014;
Benaros, et. al., 2010; Botero Carvajal, 2014; Campos, 2010; Marques & Osses, 2014; Puebla
& Talma, 2011) y cada vez con mayor frecuencia, duración y empeño se están poniendo en
práctica diversos programas e intervenciones en las escuelas, en el desarrollo de los diseños
curriculares y en la formación docente, para reducir las brechas entre un conocimiento
neurocientífico contemporáneo, que ha puesto al sistema educativo tradicional en posición
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pretérita, y el proceso mismo de enseñanza-aprendizaje que atañe a la formación de todos los
estudiantes.
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Estado del arte
En las últimas décadas, la visión de la inteligencia que sólo hace referencia al cociente
intelectual como un factor de inteligencia general ha quedado incompleta. La propuesta de una
visión más amplia, en la que se tienen en cuenta factores que trascienden lo racional, como
son los factores emocionales, juegan un nuevo papel en la sociedad y cultura actual. Entre las
teorías vigentes de la inteligencia, Stenberg ha propuesto una visión multidimensional de la
misma en la que propone tres tipos de inteligencia relativamente distintas e independientes: la
analítica, la práctica y la creativa (Pérez Pérez & Castejón Costa, 2007). Por otra parte, en
1983, Gardner enuncia su teoría de las Inteligencias Múltiples en la que refiere un amplio
abanico de inteligencias diversas. Entre éstas, la inteligencia inter e intra-personal estarían
relacionadas con aspectos socio-emocionales, acercándose a la perspectiva de otros autores
que defienden la existencia de una IE independiente de otros constructos cercanos y
relacionados como la inteligencia analítica o psicométrica, o la personalidad (Pérez Pérez &
Castejón Costa, 2007).
Peter Salovey y John D. Mayer fueron los primeros en utilizar el término IE en 1990
quienes lo definieron como la capacidad de regular los sentimientos y emociones propios así
como los de los demás, de comprender y discriminar entre ellos y utilizar esta información para
guiar nuestro pensamiento y nuestras acciones (Ferragut & Fierro, 2012). El concepto viene a
conectar dos ámbitos de investigación que anteriormente se creían opuestos e independientes,
como son los procesos cognitivos y los afectivos (Ramos, Hernández & Blanca, 2009). El
modelo de Salovey y Mayer se centra en el procesamiento emocional de la información y en el
estudio de las capacidades relacionadas con dicho procesamiento. Construido sobre las bases
neuropsicológicas de la IE, se proponen cuatro grandes componentes o ramas que representan
ordenadas jerárquicamente, esta habilidad, a saber: (a) Percepción y expresión emocional, (b)
Facilitación emocional, (c) Comprensión emocional, y (d) Regulación emocional.
Ahora bien, el término IE resulta aún controvertido y se encuentra en desarrollo por su
multiplicidad de definiciones y la falta de consenso subsiguiente sobre la operacionalización del
constructo (Jiménez Morales & López-Zafra, 2009). Si bien el estudio de la IE se ha
diversificado en perspectivas bien diferenciadas, desde un punto de vista conceptual, a todas
subyace la idea de que las competencias emocionales son un factor crucial para explicar el
funcionamiento del sujeto en todas las áreas vitales. Podemos distinguir, principalmente, entre
los modelos basados en el procesamiento de información emocional centrado en las
habilidades emocionales básicas, como el de Salovey y Mayer que mencionamos, y aquellos
modelos que se denominan `mixtos´ que están basados en los rasgos de la personalidad, a
saber, los modelos de Bar-On (1997) o Goleman (1995) (Jiménez Morales & López-Zafra,
2009). La naturaleza teórica de la que parten estos modelos genera gran controversia: mientras
la primera categoría engloba modelos que conciben la IE como un conjunto de habilidades, en
los modelos basados en los rasgos de la personalidad, la visión de la IE es mucho más amplia
y difusa, concebida la IE como una inteligencia genuina basada en el uso adaptativo de las
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emociones de manera que el individuo pueda solucionar problemas y adaptarse de forma
eficaz al medio que le rodea.
Debido a esto, los resultados de la investigación científica se muestran inconsistentes y
la metodología utilizada continua en una etapa incipiente, e incluso contradictoria, de
desarrollo. Las primeras herramientas desarrolladas para evaluar las habilidades de IE, y hasta
el momento las más utilizadas, son las medidas de autoinforme (Fernández Berrocal &
Extremera, 2006).En 1995, Salovey y su equipo desarrollaron el Trait Meta-Mood Scale
(TMMS)[Escala Rasgo Meta Estado de Ánimo] que evalúa los aspectos intrapersonales de la
IE. En España, Fernández-Berrocal, Extremera y Ramos, (2004) (citados en Fernández
Berrocal & Extremera, 2006) desarrollaron una versión reducida denominada Trait Meta-Mood
Scale (TMMS-24) que es la más utilizada en la investigación psicológica de la IE en España y
gran parte de Latinoamérica. Ambas versiones del Trait Meta-Mood Scale (TMMS)[Escala
Rasgo Meta Estado de Ánimo] evalúan concretamente tres dimensiones: Atención a los
sentimientos, definida como el grado en el que las personas creen prestar atención a sus
emociones y sentimientos; Claridad emocional refiere cómo las personas creen percibir sus
emociones; y Reparación de las emociones alude a la creencia de la persona a su capacidad
para interrumpir y regular estados emocionales negativos y prolongar los positivos (Fernández
Berrocal & Extremera, 2006). Es importante distinguir éste `índice de IE percibida´ como un
indicador de la IE subjetiva, de las mediciones obtenidas mediante pruebas de ejecución o de
habilidad.
En consonancia con el modelo de habilidad propuesto sobre la IE, Mayer, Salovey y
Caruso han desarrollado en el 2002 el Mayer-Salovey-Caruso Emotional Intelligent Test
(MSCEIT)[Test de Inteligencia Emocional de Mayer, Salovey y Caruso], una medida de
ejecución: un instrumento compuesto por 141 ítems, diseñado para medir los cuatro factores
del modelo: a) percibir emociones de manera eficaz, b) usar emociones para facilitar el
pensamiento, c) comprender las emociones y d) manejar emociones. El Mayer-Salovey-Caruso
Emotional Intelligent Test (MSCEIT)[Test de Inteligencia Emocional de Mayer, Salovey y
Caruso] evalúa cada una de las 4 habilidades que componen el modelo a través de ocho tareas
emocionales de diversa índole. Es importante destacar que hay un gran sesgo en la
investigación teniendo en cuenta que la mayoría de las investigaciones empíricas sobre IE
revisadas por Fernández-Berrocal y Extremera (2006) utilizan medidas de autoinforme como el
Trait Meta-Mood Scale (TMMS) [Escala Rasgo Meta Estado de Ánimo], contando con una
minoría que utiliza medidas de ejecución como Mayer-Salovey-Caruso Emotional Intelligent
Test (MSCEIT)[Test de Inteligencia Emocional de Mayer, Salovey y Caruso]. Esto se debe en
parte a las ventajas que posee la evaluación mediante el Trait Meta-Mood Scale
(TMMS)[Escala Rasgo Meta Estado de Ánimo] debido a su bajo coste económico, la facilidad
para administrarlo y el amplio corpus científico de investigaciones previas para la comparación
de los datos, en oposición con el Mayer-Salovey-Caruso Emotional Intelligent Test
(MSCEIT)[Test de Inteligencia Emocional de Mayer, Salovey y Caruso] cuyo tiempo de
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administración y corrección es mayor, así como su costo económico.
En los últimos años ha incrementado el interés por los efectos de la IE en el éxito
académico y el ajuste emocional de los estudiantes. Lo que sabemos acerca de IE se basa en
gran medida en los estudios acerca del papel de las habilidades emocionales en el aprendizaje.
En concreto Salovey y Mayer comenzaron estos estudios con la esperanza de integrar la
literatura emocional en los currículos escolares (Jiménez Morales & López-Zafra, 2009).
Retomando la metodología que se utiliza para evaluar la IE, si nos centramos en aquellas
investigaciones que recurren a los autoinformes, se encuentran relaciones de los factores
emocionales con el rendimiento académico, moderadas aunque significativas, incluso cuando
se controla el efecto de la inteligencia psicométrica tradicional (Jiménez Morales & López-Zafra,
2009). Pérez Pérez y Castejón Costa (2007) demostraron, mediante medidas de autoinforme, y
medidas de ejecución, que mientras las dimensiones de la IE actuaron como predictores
significativos de las calificaciones académicas en estudiantes universitarios, la inteligencia
psicométrica tradicional no correlacionó con el rendimiento académico. Los autores concluyen y
enfatizan la importancia de las habilidades emocionales en la etapa universitaria donde el nivel
intelectual es muy homogéneo y los factores no intelectuales podrían ejercer una mayor
influencia sobre el rendimiento académico. Asimismo, se han encontrado correlaciones
positivas y significativas entre la IE y el rendimiento académico en investigaciones que emplean
medidas de ejecución (Jiménez Morales & López-Zafra, 2009). No obstante, en otros estudios
sólo se encuentra un apoyo muy limitado para la hipótesis de que la IE podría estar relacionada
con el éxito académico en estudiantes (Jiménez Morales & López-Zafra, 2009).
La literatura existente no ha logrado resolver la falta de acuerdo entre los teóricos
sobre qué es la IE y cómo debería ser evaluada lo que conlleva hallazgos inconclusos,
mostrando un desconocimiento sobre cuáles son las herramientas de evaluación más
adecuadas para evaluar el constructo y diferencias metodológicas en la mayoría de los trabajos
realizados. Simultáneamente, el rendimiento académico es un constructo multidimensional que
conlleva numerosas dificultades para su estudio debido a los numerosos factores que pueden
influirla. Debido a esto, aún no puede establecerse la validez predictiva del constructo IE con
respecto al rendimiento académico, aunque la gran mayoría de los estudios realizados apoyan
una existente relación entre ambas variables, siempre que se controlen variables como la
inteligencia psicométrica general y características de la personalidad (Jiménez Morales &
López-Zafra, 2009).
Un enfoque que ha tratado de superar estas dificultades es aquel que establece una
relación indirecta entre la IE y el rendimiento, relación medida por su incidencia en la
estabilidad emocional de los estudiantes. Bermúdez, Álvarez y Sánchez (2003) afirman que
aquellos con mayor autocontrol emocional y conductual perciben que poseen mayor control
sobre las demandas del medio, y también, mayor autoestima. Los autores de este estudio
encontraron una relación positiva entre las puntuaciones altas en IE y un mayor bienestar
psicológico concluyendo que cuanto mayor es la IE, mayor es la estabilidad emocional, y que
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las personas estables emocionalmente presentan una actitud más positiva con respecto a sí
mismas. En otras palabras, teniendo en cuenta la fuerte relación entre los procesos
emocionales y los procesos de aprendizaje, el desajuste emocional de las personas puede
afectar la habilidad de los estudiantes, resultando en un pobre trabajo escolar que incremente
la ansiedad y frustración.
Extremera y Fernández-Berrocal (2001) (citados en Ferragut & Fierro, 2012; Jiménez
Morales & López-Zafra, 2009) han constatado el efecto mediador de la IE como factor
explicativo del rendimiento académico en estudiantes de Enseñanza Secundaria Obligatoria. A
diferencia de estudios anteriores, no estudiaron la relación directa entre IE y el rendimiento,
sino a través de su efecto indirecto sobre la salud mental de los estudiantes. Los autores
pusieron de manifiesto que la IE influye decisivamente sobre la salud mental de los
estudiantes, y así interviene en el rendimiento académico; concluyen que este constructo junto
a las habilidades cognitivas constituyen predictores adecuados del logro escolar.
Concretamente, en un estudio similar, Fernández-Berrocal, Extremera y Ramos (2003)
hallaron que el metaconocimiento para atender a nuestros estados emocionales negativos,
experimentar con claridad los sentimientos propios y poder reparar los estados emocionales
negativos es decir, componentes de la IE intrapersonal, influía decisivamente sobre la salud
mental de los estudiantes; y este equilibrio emocional está relacionado, a su vez, con el
rendimiento académico final (citados en Ferragut & Fierro, 2012; Jiménez Morales & López-
Zafra, 2009).
En conclusión, los factores relacionados con la IE han sido investigados desde diversas
perspectivas, desde los marcos teóricos que subyacen a la definición del constructo, hasta la
variedad de herramientas y metodologías que se utilizan para abordarlo. Desde el comienzo,
Salovey y Mayer tenían la esperanza de integrar la literatura emocional en los currículos
escolares. En las últimas décadas, muchos investigadores han tratado de determinar la
relación entre la IE y el rendimiento académico con resultados inconclusos aunque
prometedores. Progresivamente, aumenta la consciencia en los centros educativos de que la
adquisición de conocimientos académicos no alcanza para obtener el éxito escolar. Se enfatiza
la necesidad de considerar los aspectos emocionales en el aula. Se están implementando
programas de educación en habilidades socioemocionales alrededor de todo el mundo y
continúan las investigaciones sobre la IE en relación a la definición y operacionalización del
constructo. Aunque quedan muchos retos por delante, existen datos suficientes para realizar
una revisión bibliográfica sobre la IE y comenzar a delinear perspectivas futuras en su
investigación, desarrollo y aplicación en el ámbito educativo, mejorando aquellas fallas que se
han hecho notables en el proceso de enseñanza-aprendizaje, a partir de los hallazgos
neurocientíficos de los últimos 30 años.
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Capítulo 1: Hacia una conceptualización de la Inteligencia
Emocional
El concepto de Inteligencia Emocional (IE) debe ser abordado desde una perspectiva
interdisciplinar ya que marca la intersección entre dos componentes fundamentales de la
personalidad: el sistema cognitivo y el sistema emocional (Mayer & Salovey, 1995; Navas &
Fernández-Berrocal, 2007). Así, el concepto integraría diversos aspectos de la conducta desde
las emociones, los sentimientos y las cogniciones como expresiones del funcionamiento de
ciertas áreas subcorticales y corticales del cerebro, así como de las variadas interconexiones
existentes entre ellas. Dentro de las líneas actuales de la investigación neuropsicológica el
trabajo tiene por objetivo examinar el concepto de IE desde el modelo de habilidades propuesto
por John D. Mayer y Peter Salovey y su efecto indirecto sobre la salud mental de los
estudiantes. La neuropsicología es un campo de estudio interdisciplinario que tendería un
puente entre las neurociencias y la psicología cuyo objeto de estudio es la relación entre el
cerebro y el comportamiento. Se trata de reconocer, si bien de forma escueta y sin desmerecer
otras líneas de investigación los aportes que estos autores vienen realizando al estudio de la
relación cerebro-emoción. La propuesta que hace foco en el estudio y descripción de la IE
viene determinada por una serie de inconvenientes que se han presentado en los últimos años
por la proliferación de significados y metodología de análisis del constructo. Su abordaje se ha
vuelto tan amplio que resulta cada vez más difícil establecer qué puede pensarse o incluirse, y
qué no, cuando nos referimos a la IE.
El término fue acuñado en el año 1990 por John D. Mayer y Peter Salovey quienes lo
definieron como la capacidad para procesar la información emocional correcta y
eficientemente, incluyendo la información relevante para el reconocimiento, la construcción y la
regulación de las emociones propias y las de los otros (Mayer & Salovey, 1995). Los autores
conceptualizaron la IE como un conjunto de habilidades interrelacionadas cuyo desarrollo
estaría íntimamente relacionado tanto con la maduración del cerebro como órgano de la
conducta y la cognición, como con las interconexiones que se vayan dando entre las áreas
cerebrales que subyacen al procesamiento de la emoción y las que participan en la cognición.
Consiguientemente, habría algunas personas con mayor capacidad que otras para llevar a
cabo un procesamiento sofisticado de la información sobre las emociones y los estímulos
emocionales relevantes, y utilizar esa información para guiar su pensamiento y conducta
(Mayer, Salovey & Caruso, 2008). En otras palabras, las personas inteligentes emocionalmente
pueden definirse, al menos en parte, como quienes regulan sus emociones de acuerdo a un
modelo lógicamente consistente de funcionamiento emocional. En consecuencia, aquellos
individuos con puntuaciones altas en IE se ven beneficiados adaptativamente, ya que tienen
una mejor habilidad para prestar atención, utilizar, entender y regular sus emociones.
Mayer y Salovey plantean que las habilidades emocionales puede caer en un
continuum desde aquellas de relativamente bajo nivel, en tanto que acarrean funciones
psicológicos discretas y fundamentales, hasta aquellas que tienen un desarrollo más complejo
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y operan al servicio de la autogestión personal de los objetivos (Mayer, Salovey & Caruso,
2008). En los niveles más bajos, una de las habilidades fundamentales es la capacidad de
percibir las emociones con precisión, mientras que los niveles más altos incluyen la capacidad
para gestionar las emociones adecuadamente. Estas habilidades pueden organizarse en una
jerarquía aproximada de cuatro ramas: (a) percibir las emociones propias y ajenas con
precisión; (b) utilizar las emociones para facilitar el pensamiento; (c) comprender las
emociones, el lenguaje emocional y las señales transmitidas por las emociones; y (d) gestionar
las emociones a fin de alcanzar metas específicas (Jiménez Morales & López-Zafra, 2009;
Mayer, Salovey & Caruso, 2008). Pasaremos a desarrollar brevemente cada una de las ramas
del modelo siguiendo el Manual de Inteligencia Emocional de Navas y Fernández-Berrocal
(2007), el primer manual en lengua castellana que se publicó realizando un recorrido de las
bases neuropsicológicas de la IE desde el modelo de habilidades de referencia.
15
Mayer y Salovey (1997, citado en Mayer, Salovey & Caruso, 2008) postulan que cada
rama del modelo tiene su propia trayectoria evolutiva y describe una serie de habilidades,
desde unas relativamente fáciles, hacia otras cada vez más sofisticadas, que en su conjunto
hacen a la IE. Por ejemplo, la percepción de emociones comienza típicamente con la habilidad
de percibir emociones básicas en los rostros y el tono de voz de las personas, y puede
progresar a una percepción precisa de diferentes combinatorias emocionales y de las
microexpresiones emocionales en los rostros. Si bien sabemos que la percepción visual de los
rostros viene acompañada de la percepción de señales de otros sistemas sensoriales con gran
potencial de comunicación emocional, nos referiremos fundamentalmente a la percepción de la
expresión facial, destacando sin embargo, la multisensorialidad que caracteriza a la percepción
de forma sincrónica, con márgenes temporales mínimos (Navas & Fernández-Berrocal, 2007).
Sin embargo, mientras algunos autores (Navas & Fernández-Berrocal, 2007) sugieren
que la percepción de la expresión facial de las emociones está lateralizada en el HD,
independientemente de la valencia, otros autores (Tamietto, Latini, de Gelder & Geiniani, 2006)
concluyen que probablemente se produzca una sumación neural y una cooperación
interhemisferica, al margen de la valencia de los estímulos (citado en Navas & Fernández-
Berrocal, 2007). En tanto atendiendo a la teoría de la especificidad emocional, cada una de
nuestras emociones estaría vinculada con sistemas específicos de expresión y el
reconocimiento de las mismas (Navas & Fernández-Berrocal, 2007). Por ejemplo, se ha
demostrado respecto al miedo que por un lado se produce un incremento en la actividad neural
de la amígdala (LeDoux, 1996 en Navas &Fernández-Berrocal, 2007), mientras que al mismo
tiempo, pacientes con lesiones amigdalares han mostrado déficits específicos en el
reconocimiento de expresiones de miedo (Adolphs, 2002).
16
lado, y la percepción inconsciente de estímulos emocionales, por el otro (Meeren, van
Heijnsbergen & de Gelder, 2005). Se utiliza la hipótesis de la doble ruta del procesamiento
visual, considerada en el ámbito de la neuropsicología, para explicar la existencia de dos vías
separadas en la respuesta a estímulos emocionales (Navas & Fernández-Berrocal, 2007). En
una investigación llevada a cabo por de Gelder (2005) se ha podido demostrar que las
expresiones faciales son procesadas a nivel inconsciente a través de una vía subcortical que
implica a la amígdala derecha, al núcleo pulvinar, situado en la parte lateral del tálamo y al
colículo superior; mientras que el procesamiento consciente de los rostros incrementaría la
conexión entre el giro fusiforme y el córtex orbito-frontal (en Navas & Fernández-Berrocal,
2007).
Para cerrar este apartado, es importante recordar que todos estos enfoques y la
continua discusión en el estudio de la percepción y la expresión de las emociones dan cuenta
de la complejidad que presenta esta primer rama del modelo de IE propuesto por Peter Salovey
y John D. Mayer, justificando el recorrido que se realiza en el desarrollo de la misma.
Simultáneamente, nos invoca que en el procesamiento de la percepción y la expresión
emocional pueden participar diferentes estructuras neurales y/o sistemas funcionales, sin dejar
de mencionar que a pesar de su variada etiología existen diferentes cuadros neurológicos que
pueden afectar a la expresión facial emocional de forma distinta o similar (Navas & Fernández-
17
Berrocal, 2007).
18
tanto como afecto negativo, relacionados con los sistemas emocionales del HD (en Navas &
Fernández-Berrocal, 2006).
Por otra parte, Phelps (2006) postula que la emoción modula el procesamiento de la
información en las fases tempranas del análisis de la información visual a través de la amígdala
influyendo en la cognición (Navas & Fernández-Berrocal, 2007). Sucesivamente, en función de
sus múltiples proyecciones con distintas áreas cerebrales, se le confiere un papel importante
en el procesamiento de componentes tanto autonómicos como cognitivos de la emoción
(Kandel & col., 2001 en Navas & Fernández-Berrocal, 2007). Siguiendo estas teorías, Miller y
Cohen (2001) han observado que las lesiones en la división dorsolateral de la corteza
prefrontal en el HI tienden frecuentemente a provocar síntomas depresivos. Otros autores
(Pizzagalli y cols., 2001) apoyan esta teoría mediante técnicas de neuroimagen en las que
observaron una mayor activación basal en las proyecciones que van de la corteza prefrontal
derecha hacia la amígdala en pacientes que experimentan ataques de pánico. La idea no seria
que un nivel basal de activación elevado en cualquiera de los hemisferios determina por si sola
la experiencia afectiva, sino justamente en función de esta rama del modelo de IE, que actúa
como “facilitador” de la misma, en presencia de los estímulos adecuados para su manifestación
(Navas & Fernández-Berrocal, 2007).
19
relacionadas con la emoción:
Todas ellas constituyen los múltiples sistemas neuro-funcionales que pueden estar
mediando en el procesamiento de la información.Diversas investigaciones, entre ellas la de
Rizzolatti y Craighero (2005) han confirmado mediante estudios de neuroimagen la existencia
de un sistema de neuronas que se activa cuando se ejecuta una acción, tanto como cuando se
observa esta acción siendo ejecutada por otro, o se imita dicha conducta. En otro estudio de
Rizollatti junto a Sinigaglia (2007) se sostiene que este sistema especular o neuronas espejo,
como se han dado a llamar, cumplen la función primordial de comprender el significado de las
acciones ajenas. Estos sistemas neurales son activados cuando experimentamos una
determinada emoción o cuando percibimos la expresión de esa emoción en otra persona.
Teniendo en cuenta la hipótesis de la retroalimentación facial revisada en la primera rama del
modelo de IE propuesto, podemos comprender la importancia de la labor que llevan a cabo las
neuronas espejo en la comprensión de las emociones para una adecuada regulación intra e
intersujeto.
La ínsula sería el meollo del mecanismo espejo, en tanto que allí están representados
los estados intrínsecos del propio cuerpo y constituye además un centro de integración
visceromotora cuya activación impulsa la conversión de las aferencias sensoriales en
reacciones viscerales (Navas & Fernández-Berrocal, 2007). Podría considerarse que la
activación de las neuronas espejo estaría en conexión con la hipótesis de la retroalimentación
facial, hallándose, como sugieren Kolb y Whishaw (2006, citado en Navas & Fernández-
Berrocal, 2007) en la base del reconocimiento de las emociones.Resulta interesante destacar
20
el aporte de Singer et. al. (2006) quienes observaron que si bien la empatía activa áreas fronto
insulares y de la corteza cingulada anterior, ésta es modulada por el tipo de relaciones sociales
entre las personas, es decir, que una misma expresión emocional puede inducir respuestas
diferentes entre una y otra persona, en función del tipo de relación que mantengan los
integrantes durante determinada interacción, el estado interno del receptor, etc. En otras
palabras, existe una extraordinaria versatilidad entre las personas e incluso, en función de
distintas circunstancias o factores, en cuanto a los niveles de consciencia emocional.
Podríamos preguntarnos cómo aumentar el nivel de consciencia emocional cuando
pretendemos practicar un dominio regulador a voluntad, permitiendo una conducta consciente
autogestionada que fomente, y sea fruto simultáneamente del incremento de la IE.
En función de lo que venimos viendo en los apartados anteriores, podemos deducir que
la regulación de las emociones requiere fundamentalmente de la participación de tres partes
del encéfalo, que serían: a) el sistema límbico; b) la corteza cerebral, frontal y prefrontal; y 3)
las estructuras neurales de interconexión entre ambas partes, entre las que se destaca la
corteza cingulada. Los autores confían en que las contribuciones sobre observaciones e
investigaciones realizadas en el contexto de estos sistemas funcionales podrían favorecer la
intelección de algunos de los mecanismos que subyacen a la regulación de las emociones. Sin
embargo, no olvidan destacar el desconocimiento sobre la probable existencia de algún
21
mecanismo que coordine y/o enlace la actividad de estos tres sistemas en su conjunto (Navas
& Fernández-Berrocal, 2007).
22
De tal modo, reúne la intervención de variadas estructuras y/o sistemas funcionales que actúan
más o menos eficazmente en personas sin lesión cerebral y en ausencia de psicopatología.
Aun así se resaltan las diferencias inter e intraindividuales que pueden existir en los niveles de
regulación reflexiva, respecto a las distintas emociones y de acuerdo a las circunstancias.
23
otros autores tengan una visión más amplia sobre la IE. En el apartado precedente se ha
explicado en el modelo de Salovey y Mayer, ahora pasaremos a describir brevemente entonces
los modelos mixtos (b) y (c) de IE mencionados.
24
Posteriormente, siguiendo la definición de la IE como un conjunto de atributos
positivos, distintos enfoques continuaron expandiendo el concepto (Mayer, Salovey y Caruso,
2008). Bar-On (2006) comenzó a desarrollar su modelo de Inteligencia Emocional-Social por la
década del 80 durante su tesis doctoral. Podemos encontrar en la construcción del modelo
influencias como la importancia de las emociones para la supervivencia y la adaptación
planteadas por Darwin (1872), la descripción de la inteligencia social y su importancia para el
desempeño humano descrito por Thorndike (1920, citado en Bar-On, 2006), y las
observaciones de Wechsler (1940, 1943) en relación al impacto de los factores no cognitivos
en lo que él denominó “comportamiento inteligente” (tal como se cita en Bar-On, 2006). Desde
el comienzo, Bar-On (2006) sugiere que sería más preciso referirnos a este constructo como
“Inteligencia Emocional-Social” (IES) en lugar de “Inteligencia Emocional” o “Inteligencia Social”
ya que la literatura revela varios intentos por combinar ambos componentes en un mismo
constructo.
25
como dicen Mayer, Salovey y Caruso (2008), incluye cualidades relacionadas con las
emociones como la consciencia de uno mismo o la empatía, comprende también otras
cualidades como la percepción de la realidad, la asertividad, la autoestima y la autorrealización,
cualidades no relacionadas específicamente con las mismas. Paralelamente, los autores
defienden su postura en tanto estos modelos incluyen poca o ninguna justificación de por qué
ciertos rasgos están incluidos mientras que otros no, o por qué ciertas aptitudes emocionales
están incluidas mientras que otras no, a excepción de la mención ocasional de que los atributos
han sido elegidos porque son más propensos a predecir el éxito.
En síntesis, estas posiciones explican que el enfoque de los modelos que se han dado
en denominar “modelos mixtos” en función de la mezcla de atributos, algunos relacionados y
otros no relacionados con las emociones, es desalentador sino decepcionante, desde el punto
de vista de la validez teórica y del constructo. Asimismo, plantean que éstos modelos son
científicamente desafiantes en tanto que con tantas cualidades independientes es difícil
identificar un tema que abarque las listas de atributos.Sin embargo consideran de
desorganización teórica a tal estado de la cuestión y plantean desde el comienzo su modelo de
las cuatro ramasde la IE como una alternativa a la misma.
26
continuamente, monitoreándolos, evaluándolos y regulándolos cuando pueden. Denominaron
“meta-mood experience”[experiencia meta estado de animo] a este proceso y desarrollaron una
escala, el State Meta Mood Scale (SMMS) [Escala Estado Meta Estado de Ánimo], para medir
los pensamientos de un individuo acerca de un estado de ánimo en curso (Salovey, Mayer,
Goldman, Turvey & Palfai, 1995). Como ésta no abarcaba actitudes sobre el estado de ánimo
en general ni estrategias duraderas con las que los individuos tratan sus experiencias
emocionales, Salovey et. al. (1995) desarrollaron una escala que medía cualidades más
perdurables sobre la experiencia reflexiva del estado de ánimo. La llamaron Trait Meta Mood
Scale (TMMS) [Escala Rasgo Meta Estado de Ánimo] por su diseño para evaluar diferencias
relativamente estables en las tendencias de las personas para atender a sus propios estados
emocionales, discriminar con claridad entre ellos y regularlos.
Los sujetos deben responder a los 48 ítems ordenados aleatoriamente en una escala
de Likert entre 1= Totalmente en desacuerdo y 5= Totalmente de acuerdo. La Atención a los
sentimientos se evalúa mediante ítems como “Presto mucha atención a cómo me siento” o “No
presto mucha atención a cómo me siento”; la Claridad emocional con ítems como “Suelo ser
muy claro sobre mis sentimientos” o “No puedo dar sentido a mis sentimientos”; y la
Reparación de los estados de ánimo mediante ítems como “Aunque a veces estoy triste, tengo
mayormente una perspectiva optimista” o “Aunque a veces estoy feliz, tengo mayormente una
perspectiva pesimista”. La mitad de los elementos de cada dominio se encuentran así
positivamente redactados, mientras que la otra mitad se redactaron negativamente. Algunos
ítems adicionales refieren a descripciones de estrategias activas para mejorar el estado de
ánimo, por ejemplo: “Cuando me encuentro molesto, me recuerdo a mí mismo todos los
placeres de la vida” (Salovey et. al., 1995). Revisaremos a continuación la versión española de
esta prueba, una escala reducida de 24 ítems.
27
(b) La versión española: TMMS-24
En España, Fernández-Berrocal, Extremera y Ramos (2004) desarrollaron una versión
reducida y modificada del TMMS [Escala Rasgo Meta Estado de Ánimo] tal como fue
originalmente planteado. Sin embargo mantiene la misma estructura que la versión original y
consiste asimismo de tres subescalas de 8 ítems cada una: Atención a los sentimientos,
Claridad emocional y Reparación de las emociones,cada una de las cuales evalúa diferentes
aspectos de la IE autopercibida. La Atención a los sentimientos refiere al grado en que las
personas creen prestar atención a sus emociones y sentimientos, la Claridad emocional alude
a cómo las personas creen percibir sus emociones, y la Reparación de las emociones son las
creencias que el sujeto tiene sobre su capacidad para interrumpir y regular estados de ánimo
negativos, y prolongar los positivos (Fernández-Berrocal & Extremera, 2006).
Tal denominación es útil porque permite diferenciar, además de ser más justa, este
indicador del obtenido mediante otros instrumentos como son las pruebas de habilidad, otra
forma de evaluación que abordaremos posteriormente. En cuestión de medidas de autoinforme
para la IE, nos concierne destacar que se han desarrollado otras pruebas para no soslayar la
variedad existenteen el abordajede éste constructo. Resaltamos las siguientes:
28
1.3.2. Medidas de habilidad o ejecución
Recientemente, ha aparecido una nueva forma de evaluación más objetiva que, como
mencionan Extremera y Fernández-Berrocal (2004) confía menos en la percepción subjetiva de
los sujetos sobre sus propias competencias emocionales. Estas medidas se han dado en
llamar “medidas de habilidad o de ejecución de la IE”. En líneas generales, éstas medidas han
sido desarrolladas con la esperanza de defender la perspectiva de Mayer y Salovey: suplir
aquellos sesgos que presentan los cuestionarios de autoinforme midiendo la IE como la
inteligencia lógico-matemática o verbal mediante tareas de ejecución que el sujeto debe
realizar.
Como mencionan Mayer, Salovey y Caruso (2008), pedirle a los participantes que
cumplan un criterio de corrección proporciona un excelente ajuste al concepto de IE que ellos
proponen. La evaluación permite obtener una puntuación total, dos puntuaciones que refieren a
distintas áreas del constructo (Experiencial y Estratégica), una puntuación para cada una de las
ramas del modelo que corresponden con las cuatro habilidades que propone, y finalmente una
puntuación específica para cada una de las ocho tareas presentadas (Fernández-Berrocal &
29
Extremera, 2006; Lizeretti et. al., 2006). El área experiencial del constructo está compuesta por
las habilidades de percepción y facilitación emocional lo que incluye la capacidad para percibir
emociones propias y ajenas, y la posibilidad de utilizar las emociones necesarias para
compartir y transmitir sentimientos. Por otra parte el área estratégica integra la capacidad para
comprender las emociones, cómo éstas pueden combinarse, las transiciones emocionales, la
posibilidad de valorar los significados de los sentimientos y la gestión emocional a fin de
promover el desarrollo personal (Sánchez-García et. al., 2013).
A diferencia del TMMS [Escala Rasgo Meta Estado de Ánimo], esta prueba es mucho
más costosa, tanto en términos económicos, como en el tiempo de administración y corrección
que conlleva. Es por ello que hay un importante sesgo en la investigación de la IE hacia
pruebas que utilizan medidas de autoinforme (Fernández-Berrocal & Extremera, 2006). El
autoconcepto es sin duda importante, ya que en muchos casos las personas actúan en función
de cómo se ven a sí mismas en relación a sus habilidades en oposición a sus capacidades
reales (Bandura, 1977 en Mayer, Caruso & Salovey, 2000). Sin embargo, la IE como una serie
de competencias que conciernen al procesamiento de la información emocional relevante,
puede ser mejor estudiada mediante medidas de habilidades. Como plantean Salovey et. al.,
(2002) si es inverosímil que ítems como “Creo que soy una persona inteligente” conllevaría una
medida válida para medir el coeficiente intelectual, la utilidad de ítems análogos para la IE
también es dudosa. Y aunque Mayer, Salovey y Caruso (2008) reconocen importantes
limitaciones en el MSCEIT [Test de Inteligencia Emocional de Mayer, Salovey y Caruso]
continúan considerándolo entre las mejores y más ampliamente difundidas medidas
disponibles.
Resulta interesante destacar que existen muy pocas investigaciones que comparan el
MSCEIT [Test de Inteligencia Emocional de Mayer, Salovey y Caruso] con el TMMS [Escala
Rasgo Meta Estado de Ánimo] u otras medidas de autoinforme (Lizeretti et. al., 2006). Los
30
resultados muestran correlaciones moderadas por lo que al menos habría que cuestionarse si
estas medidas evalúan el mismo constructo o si no evalúan distintos aspectos de la IE. Como
mencionan Brackett y Mayer (2003) cada método de evaluación influencia la validez del
constructo y la utilización de autoinformes ha sido muy criticada porque están basados en los
enunciados descriptivos de las personas acerca de sí mismas que dependen no sólo del
autoconcepto de la persona, sino de su grado de autoconocimiento y de la deseabilidad social
de los ítems. En cambio, las medidas de ejecución son estándar porque se basan en la
capacidad de las personas para resolver tareas mentales.
31
Capítulo 2: La Inteligencia Emocional en la escuela
Como mencionábamos en la introducción, la Inteligencia Emocional (IE)abre un campo
de investigación que cobra cada vez más relevancia.Con el fin de promover la integración de
ciertos hallazgos neurocientíficosen el ámbito de aplicación educacionaltomamos
paradigmáticamente la IE para intervenir en un sistema educativo que ha quedado anticuado
respecto a las demandas de la sociedad actual. Durante mucho tiempo se creía que lo
emocional y lo cognitivo eran términos y procesos antagonistas y se contrastaba el
pensamiento racional y la experiencia emocional. En función de la evidencia recolectada
durante las últimas décadas desde las neurociencias, hoy sabemos que los procesos
emocionales y cognitivos se encuentran interrelacionados y no pertenecen a campos opuestos
de estudio. A su vez, es ampliamente reconocido el papel que pueden jugar las emociones
como fuente de información para facilitar el pensamiento. Las personas pueden ser más o
menos habilidosas para utilizar esta información al servicio de la adaptabilidad al medio. La IE
es entonces un constructo teórico que consiste en la interacción entre los procesos
emocionales y cognitivos que conduce a un funcionamiento adaptativo (Schutte et. al., 2006).
La evidencia reciente sobre la materia sugiere que las competencias emocionales son
un factor crucial para explicar el funcionamiento del sujeto en todas las áreas vitales (Jiménez
Morales & López-Zafra, 2009). Entre otras variables, la IE complementa y dota al sujeto de una
serie de habilidades que favorecen la consecución de metas vitales, actuando como buena
predictora de la adaptación de un sujeto a su medio (Ferragut & Fierro, 2012; Pérez Pérez &
Castejón Costa, 2007). Siguiendo el modelo de referencia, los individuos se diferencian en la
capacidad que tienen para identificar sus emociones y las ajenas, regularlas y utilizar la
información proveniente de ellas para motivar el comportamiento adaptativo (Salovey et. al.,
2002). Las habilidades emocionales pueden de hecho contribuir a un funcionamiento social
optimo (Denham, Blair, DeMulder, Levitas, Sawyer, Auerbach-Major & Queenan, 2003). Por
ejemplo, percibir con precisión las emociones de una persona facilita la predicción y la
comprensión de las acciones posteriores que pueda tener (Elfenbein, Marsh & Ambady, 2002).
O como sugiere Gross (1998) la gestión efectiva de las emociones nos permite expresar
emociones socialmente adecuadas y comportarnos de manera socialmente aceptable.
32
hasta el presente, el concepto se ha trasladado a múltiples contextos de la vida personal y
profesional, traspasando ampliamente el laboratorio científico y la biblioteca (Extremera &
Fernández-Berrocal, 2004), como por ejemplo, en lo organizacional.
33
autores encontraron que las puntuaciones en la escala predecían de forma directa el nivel de
éxito académico y vincularon además la IE con otros constructos de tipo emocional, como
mayor optimismo, menor depresión e impulsividad, encontrando relaciones significativas.
Posteriormente, Chico (1999) buscó rectificar la validez predictiva y discriminante de la misma
escala pero obtuvo resultados divergentes (tal como se cita en Extremera & Fernández-
Berrocal, 2001). En este estudio no se hallaron relaciones significativas entre la escala de IE y
la ejecución académica posterior pero sí con otras variables emocionales evaluadas.
34
siempre y cuando se controlen variables como el coeficiente intelectual o características de la
personalidad. Sin embargo, parece quedar constancia de que la concepción de inteligencia
tradicional no es el único indicador del rendimiento escolar (Ferragut & Fierro, 2012), y que
existen otras variables, ya sean factores emocionales o de personalidad, que inciden en los
resultados académicos.
Hemos visto que el cociente intelectual de los estudiantes no alcanza para predecir su
éxito profesional futuro. Buscando delimitar la incidencia de la IE dentro del contexto educativo,
y conocer el impacto que una buena IE ejerce sobre el rendimiento académico, revisamos una
variedad de investigaciones con distintas muestras de sujetos, y con medidas tanto de IEP,
evaluadas con el TMMS [Escala Rasgo Meta Estado de Ánimo], como medidas de habilidad,
evaluadas con el MSCEIT [Test de Inteligencia Emocional de Mayer, Salovey y Caruso], y
encontramos relaciones significativas en algunos casos, y relaciones nulas o muy limitadas en
otros, para la misma hipótesis. En conclusión, respecto al rendimiento académico, aun no
puede establecerse la validez predictiva de la IE respecto al mismo, pero existe evidencia que
sustenta la relación por lo que deberían continuar los estudios a este respecto.
Un enfoque que ha tratado de superar estas dificultades es aquel que establece una
relación indirecta entre la IE y el rendimiento académico, medida por su incidencia en la salud
mental de los estudiantes. Conocer las propias emociones y poder restaurarlas obteniendo
cierto equilibrio personal aparece como un factor clave para la comprensión del rendimiento
académico (Ferragut & Fierro, 2012). En el siguiente apartado revisaremos una serie de
investigaciones que relacionan la IE con distintos factores que inciden en la salud mental en
diversas poblaciones. Algunos de estos estudios vinculan específicamente el ajuste psicológico
de los estudiantes, medido a través de puntuaciones de ansiedad, depresión, la cantidad de
pensamientos rumiativos que presenten, su satisfacción en la vida y la calidad de las relaciones
sociales, entre otras características, con la incidencia que puede tener sobre el rendimiento
académico de los estudiantes.
35
bienestar psicológico en los adolescentes fue una de las primeras perspectivas en las que se
investigaron dichas afirmaciones (Extremera & Fernández-Berrocal, 2003).
Como plantean Mestre et. al. (2006), las habilidades sociales pueden contribuir a la
adaptación social y académica por ejemplo, facilitando el pensamiento. Siguiendo la segunda
rama del modelo de referencia, utilizar las emociones para facilitar el pensamiento puede
ayudar a los estudiantes a decidir en qué actividades centrarse, dependiendo de cómo se
sienten (Lopes & Salovey, 2004). Por ejemplo, podría ser más fácil escribir un ensayo creativo
cuando uno se encuentra alegre, ya que las emociones positivas aumentan el pensamiento
divergente y la imaginación, mientras que las emociones negativas facilitan la atención en los
detalles que pueden ser más útil para realizar pruebas de geometría. En otras palabras, el
trabajo escolar supone la capacidad de utilizar y regular las emociones para facilitar el
pensamiento, mejorar la concentración, controlar la conducta impulsiva y rendir en condiciones
de estrés.
Mayor evidencia proporciona el estudio de Salovey, et. al. (2002) en que hallaron que
los estudiantes universitarios con mayor IEP informan menor número de síntomas físicos,
36
menor ansiedad social y depresión, mejor autoestima, mayor satisfacción interpersonal, menor
rumiación y mayor utilización de estrategias de afrontamiento activo para solucionar sus
problemas. Además, se recuperan emocionalmente mejor de los estados de ánimo negativos
inducidos experimentalmente y perciben los estresores como menos amenazantes. Por otra
parte, Bermúdez, Álvarez y Sánchez (2003) afirman que las personas con mayor autocontrol
emocional y conductual perciben que poseen mayor control sobre las demandas del medio y
también, mayor autoestima. Encuentran una relación positiva entre la IE y el bienestar
psicológico afirmando que cuanto mayor es la IE mayor es la estabilidad emocional. Los
autores concluyen que esta relación incide directamente en la salud mental de las personas ya
que las personas estables emocionalmente presentan una actitud más positiva con respecto a
sí mismas.
37
Modelo de Inteligencia Emocional de Extremera y Fernández-Berrocal (2001):
Una investigación llevada a cabo por Barraca y Fernández (2006) encuentra relaciones
significativas y negativas, en alumnos de distintos niveles educativos, entre la IE y peores
resultados académicos, y una mayor tendencia a problemas de conducta en la escuela. Los
autores destacan la importancia de las destrezas emocionales y su necesaria educación en las
aulas, como un factor de adaptación psicosocial en el ambiente escolar (en Fernández-Berrocal
& Extremera, 2006). Como vimos en el apartado anterior, la investigación sobre la relación
directa entre IE y rendimiento académico ha arrojado resultados inconclusos aunque
prometedores. Por ello, el estudio de la relación indirecta entre la IE y el rendimiento
académico, medida por su incidencia en el ajuste psicológico de los estudiantes y su salud
mental general, aparece como un enfoque que puede superar dichas opacidades.
Seguidamente, revisamos tal relación en este apartado y descubrimos un vínculo significativo
38
entre las distintas variables que se utilizan para medir el ajuste psicológico, y el rendimiento
académico final.
Además, las investigaciones mostraron, entre otros hallazgos, que aquellos estudiantes
con una alta IE eran más capaces de establecer y mantener relaciones interpersonales, más
habilidosos para identificar expresiones emocionales o respondían mejor al estrés con menos
ideaciones suicidas comparados con aquellos que presentaban una baja IE. Asimismo,
informan menor número de síntomas físicos, mejor autoestima y se recuperan emocionalmente
mejor de los estados de ánimo negativos inducidos experimentalmente. Una hipótesis sería
pensar que el desajuste emocional de los estudiantes afecta su habilidad para concentrarse y
recordar, empobreciendo sus resultados académicos. En conclusión, los distintos autores
afirman que cuanto mayor es la IE, mayor es la estabilidad emocional de las personas, lo que
incide directamente en su salud mental, y esto, indirectamente, en el rendimiento académico de
los estudiantes.
39
La formación de las capacidades emocionales y sociales permitirían un desarrollo
integral de la educación para manejar las demandas de la sociedad actual y el estrés a ellas
adherido. Debemos ser conscientes que no sólo es importante la adquisición de las
competencias académicas para el éxito escolar sino que es necesario enseñar a reconocer los
estados afectivos propios y ajenos, reparar las emociones negativas, integrar los afectos y la
cognición, y otras habilidades socioemocionales (Extremera & Fernández-Berrocal, 2001).
Necesitamos hacer de la salud mental y el ajuste emocional y psicológico de los estudiantes
una parte central de su cuidado cotidiano, inspirando la creatividad y el autoconocimiento, para
que se sientan libres y fuertes para enfrentar las exigencias de la sociedad contemporánea.
Debemos proveer un espacio de entendimiento de sí mismos ya que como plantean Pascual y
Cuadrado (2001), la sociedad está en constante evolución y tanto sus valores como sus
expectativas y necesidades cambian continuamente (citado en Jiménez Morales & López-
Zafra, 2009).
Extremera y Fernández-Berrocal (2003) plantean que cada vez existen más casos en
que los estudiantes adolescentes presentan problemas tan cotidianos como la violencia entre
compañeros de clase o hacia los propios profesores, el consumo de drogas, embarazos no
deseados, y otros. Sin lugar a dudas en tales casos no sería el área prioritaria de enseñanza
hacer foco en las capacidades académicas. Ya en 1997 Shapiro plantea cómo las conductas
antisociales, agresivas y de falta de respeto de los adolescentes actuales, tanto en la escuela
como fuera del ámbito educativo, se explican en función de la fugacidad y la cantidad de los
cambios producidos en las pautas sociales como el aumento de la tasa de divorcios y la
influencia negativa de los medios de comunicación, o el poco tiempo que pasan los padres con
sus hijos (tal como se cita en Extremera & Fernández-Berrocal, 2001). La educación de las
habilidades emocionales favorece el bienestar psicológico y emocional de los estudiantes, lo
que incide y afecta indirectamente, en su rendimiento (Jiménez Morales & López-Zafra, 2009).
40
Hoy día ya no se puede soslayar la oportunidad para reflexionar sobre la inclusión de
estas competencias socioemocionales de forma explícita en el sistema escolar (Fernández-
Berrocal & Extremera, 2002). Entre los objetivos generales que presentan los programas de
educación emocional, en el ámbito de aplicación educacional, es posible citar y destacar los
siguientes (Jiménez Morales & López-Zafra, 2009):
- Desarrollar una actitud positiva ante la vida y potenciar la capacidad para ser feliz.
Los programas de educación emocional tienen por objetivo general superar un claro
41
déficit en algunos factores comportamentales como la incapacidad para controlar el estrés, la
ansiedad y los estados depresivos, o la baja tolerancia a la frustración, que repercuten en los
escolares de diversas formas, por ejemplo, mediante comportamientos hostiles o agresivos. En
conclusión, debemos ofrecer, desde la escuela, la posibilidad de educar a los niños no sólo en
cuestiones referidas a las capacidades académicas, sino también en relación a las
competencias socioemocionales (Ferragut & Fierro, 2012). A pesar de que cada vez son más
las propuestas de programas de desarrollo emocional, en educación infantil, primaria y
secundaria, y aunque puede suponerse en cierto grado, la educabilidad de la IE no se ha
verificado irrefutablemente (Repetto, Pena, Mudarra & Urribari, 2007). En otras palabras, no
debemos relegar el papel fundamental que cumple el entorno escolar constituido como un
espacio privilegiado de socialización emocional, y el rol de “educadores emocionales” de los
docentes que actúan como referentes en relación a las actitudes, comportamientos,
sentimientos y emocionales que presentan (Extremera & Fernández-Berrocal, 2004a).
42
Consideraciones finales
Hemos examinado el modelo de las cuatro ramas de la IE propuesto por Peter Salovey
y John D. Mayer para revisar el efecto que se produce sobre la salud mental de los estudiantes.
Las neurociencias han hecho grandes aportes a la educación en el último tiempo, con
hallazgos y herramientas implicadas seriamente en el aprendizaje, el desarrollo cognitivo y la
pedagogía. El sistema educativo debería capitalizarlos, y promover experiencias de enseñanza
y aprendizaje que sean acordes a ellos. Cuando conversamos sobre educación en distintos
lugares y ambientes, encontramos siempre un elemento en común: el descontento con el
sistema actual. Como vimos, el sistema educativo tradicional presenta una serie de
inconvenientes importantes y ha quedado anticuado en función de las necesidades presentes
de la sociedad. Existe una vigente demanda de redes interdisciplinares en función de la
creciente preocupación por la pertinencia de las teorías educacionales y los métodos
didácticos.
Como plantean los diferentes autores estudiados, tanto los profesores como los padres
y los mismos estudiantes empiezan a ser conscientes de que tanto el desarrollo intelectual,
como el emocional, afectivo y social, son parte fundamental de un currículo educativo que
pueda ser realista y satisfaga las necesidades de una autentica formación. De tal modo,
empiezan a aparecer programas de alfabetización emocional y de aprendizaje socioemocional
para educar a los estudiantes en una serie de capacidades elementales para el bienestar
individual y la convivencia humana. Hemos explorado entonces en las investigaciones
relevadas el efecto de un adecuado ajuste psicológico, como consecuencia de niveles altos de
IE, sobre el rendimiento académico de los estudiantes. Si bien la evidencia disponible acerca
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de la relación entre la IE y el rendimiento académico aun no es concluyente, contamos con
razones suficientes de peso para justificar la inclusión de programas de intervención en IE en
las escuelas, debido a la relación significativamente positiva entre un adecuado ajuste
psicológico y el rendimiento académico de los estudiantes, como consecuencia de niveles
elevados de IE.
Las investigaciones sugieren que las personas con IE elevada resultan en un estilo de
vida mejor adaptado al entorno, establecen relaciones personales más estrechas y se
desempeñan mejor en su vida profesional. Si entre otras, estas son las consecuencias de un
alto nivel de IE, nos compete como profesionales de la salud mental, acercar las habilidades
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que la promueven a la mayor cantidad de personas posibles para potenciar el funcionamiento
social y emocional de nuestra comunidad, donde sea que estemos. El ámbito por excelencia
donde hacer esto es el ámbito educativo ya que la adquisición de la IE se produce en edades
tempranas. Como dijimos anteriormente, la IE es un factor determinante sobre el que intervenir
para favorecer tanto la consecución de metas vitales como la adaptación del sujeto al medio.
Tanto psicólogos, como educadores y familiares debemos trabajar en conjunto si queremos ver
a nuestras generaciones futuras progresar en un espacio educativo distinto al que podemos
apreciar en la gran mayoría de las instituciones educativas existentes que componen el sistema
educativo actual.
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Anexo.
Modelo revisado de Inteligencia Emocional de Mayer y Salovey (1997 citado en
Extremera&Fernández-Berrocal, 2005).
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