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REFLEXIONES DE UNA ABOGADA NO FEMINISTA EN TORNO A LA EQUIDAD

DE GÉNERO
Por Carina Gómez Fröde1

El lugar que nos hemos ganado las mujeres dentro de la sociedad se lo


debemos principalmente a hechos históricos, acontecidos el siglo pasado; en
concreto, las dos guerras mundiales, las cuales ocasionaron que la mujer
tuviese que salir de su casa, a ganarse el pan, para sostener a sus hijos. No
había hombres que proveyeran los alimentos, habían sido obligados a
enlistarse en las filas del ejército, muchos de ellos murieron y los que
regresaron retornaban en condiciones psíquicas y de salud lamentables.
Por otro lado, el que las circunstancias obligaran las mujeres a salir al
mundo laboral y productivo, no implicó de ninguna manera que todas se
masculinizaran, o actuaran como hombres, como a veces se ha querido ver;
para así poder competir con la fuerza masculina.
Los psicólogos y psiquiatras han gastado miles de litros en tinta para
tratar de explicar las diferencias entre hombres y mujeres. Por ejemplo, que
¡las mujeres son de Venus y los hombres de Marte! (sic). Sabemos que no
somos iguales biológicamente, sin embargo, yo les planteo esta pregunta
¿somos diferentes psicológica y psiquiátricamente? ¿De verdad podemos
hacer una distinción tajante de sexos cuando se trata de realizar actividades
como producir, escribir, inventar o crear ideas, construir teorías, elaborar
nuevos sistemas de pensamiento?
Como es ampliamente conocido, muchas mujeres han destacado en
nuestra comunidad en las últimas décadas, sobre todo gracias a la valiosa
oportunidad de ingresar a la universidad, algunas han demostrado tener una
vida profesional exitosa en empresas privadas y públicas o en los diversos
1
Abogada postulante en Materia Familiar. Defensora de los derechos de paternidad. Autora entre otros del
libro “ Derecho Procesal Familiar”, editado por Porrúa. Profesora de Tiempo Completo y Directora del
Seminario de Derecho Procesal de la Facultad de Derecho, U.N.A.M.
niveles de gobierno, así como muchas de ellas son senadoras o diputadas.
Incluso tuvimos nuevamente una candidata a la Presidencia de la República
en las últimas elecciones federales. Por lo que toca al poder judicial local,
actualmente en la Ciudad de México, D.F. contamos con 278 juzgados en
diversas materias: de paz, civiles, penales, en justicia para adolescentes, de
ejecución. A la fecha, de estos 278 juzgados 167 son hombres y 111 mujeres.
Ahora bien, en las Salas de segunda instancia, contamos con 84 Magistrados:
47 son hombres y 37 mujeres. Todavía hay más hombres que mujeres los
ocupando cargos en nuestra judicatura del Distrito Federal.
Se ha hablado mucho de las cuotas de género, es decir, imponer a las
instituciones públicas que sean integradas por igual número de hombres que
de mujeres. En mi personal opinión, lo que debe importar es contar con las
mejores personas, las más capacitadas, las más preparadas
independientemente del género al que pertenezcan.
Desde los años setenta del siglo pasado surge fuertemente el discurso
feminista o también denominado “de género”. Algunas veces, basado en
posiciones de revancha o de competencia hacia el género masculino.
Muchas asociaciones feministas en los últimos años han conseguido imponer
un cambio en nuestro lenguaje al exigir que se diga por ejemplo “chiquillos y
chiquillas”, “jueces y juezas”, preferir la palabra “la tierra” en vez de “el
planeta”, suprimir de nuestros discursos el concepto de “hombre” y
cambiarlo por el de “persona”. Así por ejemplo, según el discurso feminista
ya no es políticamente correcto decir: “La Declaración de los Derechos
Fundamentales del Hombre” sino debe denominarse así: “La Declaración de
los Derechos fundamentales de la persona”.
Estos cambios de forma, más no de fondo a nuestro lenguaje, no
modifican para nada la desigualdad que continúa existiendo entre los
hombres y las mujeres. Es de todos sabido el sometimiento que ha sufrido la
mujer a través de la historia, a las decisiones muchas veces unilaterales,
arbitrarias y machistas de los hombres. Nada más con observar el trato que
se otorga a la mujer en los países árabes, musulmanes, asiáticos, y para qué ir
tan lejos, en nuestro propio país, es denigrante y violatorio de los derechos
fundamentales al respeto y a la dignidad de muchas mujeres.
Sin embargo, nuestra Constitución desde hace ya 40 años consagra un
derecho fundamental: “El varón y la mujer son iguales ante la Ley”. Es por
ello que si se promulgan leyes como “La Ley de acceso de las mujeres a una
vida libre de violencia” vigente desde el año 2007, de acuerdo a mi opinión,
se está legislando en contra del espíritu del principio constitucional de
equidad de género. Es una realidad que las mujeres continúan sufriendo
actos de violencia, pero es necesario hacernos la pregunta: ¿Qué los
hombres no sufren también violencia por parte de las mujeres? En los
últimos años han surgido movimientos en España, en Francia, incluso en
México, integrados por hombres que se sienten discriminados y maltratados
por las mujeres. Parece que la balanza nuevamente ha perdido su equilibrio.
Tenemos muchos ejemplos contenidos en nuestra legislación nacional
en los cuales se da un trato privilegiado a las mujeres: En el D.F. por ejemplo:
la preferencia de custodia sobre los hijos hasta que éstos cumplan los 12
años de edad; el derecho pensión y de jubilación contenidos en la Ley
Federal del Trabajo; el derecho de licencia de maternidad, aunque debemos
reconocer que, desde el 26 de enero de este año se reformó la Ley de
Igualdad Sustantiva entre mujeres y hombres, en su artículo 21. Por primera
vez, se otorga a los varones un derecho de paternidad por 10 días para
convivir con sus hijos recién nacidos o adoptados. También hay que
destacar lo siguiente: En el Código Civil del D.F. esta desigualdad que
favorecía a la mujer ( la llamada Ley Robles) actualmente se ha ajustado al
dictado de la equidad de género. Es decir, por muchos años, el derecho a
exigir una compensación por los años de matrimonio solamente les
correspondía a las mujeres.
Si de verdad las mujeres deseamos la equidad debemos aprender a ser
responsables de nuestros destinos. Ya no podemos continuar jugando un
papel de víctimas. Al revés, debemos sentirnos verdaderamente complacidas
con el momento histórico que nos ha tocado vivir, dejar la pelea entre los
sexos, tener una verdadera visión de equidad de género, sin discriminar al
otro, sin hacer menos a los hombres, sin competir y sin luchar contra ellos.
Mi consejo sincero es que el reconocimiento de nuestra diversidad es
finalmente una condición de la equidad, pues la discriminación hacia las
mujeres o hacia los hombres provoca necesariamente la disminución en el
goce de nuestros derechos fundamentales.
Coyoacán, Octubre,2012

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