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No damos cátedra

taller de
investig/acción urbana

[pensar el espacio, resistir el desalojo]


No damos cátedra
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papanuel 2009

No damos cátedra. Taller de investig/acción urbana


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BY NC SA
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–¿No damos cátedra?

–Sí. Ese ha sido el nombre que hemos querido


darnos, hace ya más de un año. Pero antes de
ponernos a explicar el por qué de éste, quisiéramos
acercarles una pregunta, que es también un
problema, que aún hoy nos inquieta y nos reclama
seguir pensando: ¿es posible hacer experiencia de
otros modos de producción de conocimiento no
parcelados por la máquina-academia? Decimos
que la academia es una máquina que opera
cercando las tierras comunales del intelecto. De la
misma forma en que el trabajo vivo produce a su
opuesto –el capital, trabajo muerto acumulado-, la
academia se nos aparece como la privatización de
la inteligencia del común. Esta mercantilización
requiere, asimismo, que la máquina produzca la
escasez de su producto, es decir, que recorte de
entre un inagotable fondo –sin fondo- de saberes
comunes, una propiedad plena de sabiduría.
La certificación académica, el anhelado título,
compondrá así con el capital una perfecta máquina:
soportará una dominación basada en el principio
de la desigualdad de las inteligencias. El mando
del capital sabrá vestirse así con los ropajes de la
racionalidad y/o de la naturaleza. En todas partes
no habrá ya más que ordenamiento policial de los
cuerpos –ese mal hábito de la/s jerarquía/s-; a cada
cual le corresponderá pues hacerse del lugar que
le ha sido asignado como propio en el reparto,
ocuparse de lo suyo. Estudiante será quien sepa
consagrarse a la servidumbre.
4- No damos cátedra

¡Pero si son Uds. unos privilegiados! ¡Hablan


de la academia cuando persiguen el mismo título del
que reniegan! –se nos dirá. Es cierto. Pero cuando
no hay afuera del capital ¿adónde podríamos ir?
Indefectiblemente en él, intentamos pasar de un
espacio a otro, haciendo lo posible por no golpearnos.
Habitamos la máquina, somos producidos por sus
dispositivos. Empero, así como el hecho de que el
capital produzca industrialmente modos de vida no
elimina la emergencia del antagonismo, habitar la
máquina no impide que le hagamos sabotaje. Al igual
que cualquiera, somos capaces de resistir al dominio
del capital creando alguna otra cosa. Un desafío
nos consume: desalambrar las tierras comunales
del intelecto. No profesamos la arrogancia del
propietario en territorio conquistado; quisiéramos
que los campos que habitamos dejasen de ser
dominios. La experiencia del borde resume así lo
impensado mismo. Afirmar la ruptura; fugarse sin
por eso arribar a ninguna parte. No el afuera, sino
el entre. Podemos la autogestión; podemos lo que
cualquiera puede. La proliferación de experiencias
de autoorganización en los márgenes de la máquina-
academia remite a una verificación en acto de la
potencia común del intelecto; un indicio de otros
modos de ser-en-común que escapan a la forma-
mercancía. No se sabe de dónde vienen, pero vienen,
se encuentran. La máquina procede consagrando
separaciones, produciendo jerarquías; nada hay más
peligroso para ésta que la confusión. Nosotras/os
no queremos reparar en sus codificaciones; sabemos
que esa puerta ha sido hecha para solicitarnos, mas
nuestras miras apuntan hacia otra parte. Hemos
nacido para contribuir a la confusión generalizada;
queremos volvernos indistintos. Indistintos, no
uniformes. Ante el muro de la normalización,
quisiéramos abrir pasajes, grietas, poner en
funcionamiento otras tantas máquinas contra el
taller de investig / acción urbana -5

Estado. No consideramos nuestro pensamiento


un ministerio, no buscamos impartir órdenes;
queremos hacer experiencia de la potencia común
del intelecto. Hemos querido nombrar aquello
que hacemos como “investig/acción”, es decir, una
investigación que se reconoce a sí misma acción. Un
encuentro con el otro –en el que nosotras/os también
nos encontramos-, un dejarnos afectar por la situación
abierta. El nuestro es un taller de co-producción (de
saberes disidentes en torno) de modalidades de vida
urbanas. Envueltos en ellas, confundidos en ellas,
hacemos experiencia, actualizamos, inventamos
otros posibles. Ni un soliloquio, ni un coloquio, ni
un paper. Polifonía de voces, resonancias múltiples
–irreductibles a lo Uno-, recombinaciones, afinidades.
Crear, pensar, delirar. Es pretencioso, lo sabemos.
Pero también sabemos que la potencia del hacer/
pensar común nos asiste. Nuestra apuesta es por la
autoorganización del trabajo vivo, la cooperación y
el apoyo mutuo. No sabemos cómo hacerlo. Para
encontrar los modos hemos puesto a andar un co-
laboratorio contra la privatización de la experiencia,
un pensamiento sin buró central, una máquina
delirante. Pero, ¿qué son todas estas etiquetas? No
más consignas; se trata de dejar de repetir, reanudar
el juego y así poder escuchar la música, derribar los
muros. ¡Ah!, teníamos que contarles el por qué de
un nombre… bueno, sencillamente, porque no hay
jerarquía en la ignorancia.

Indisciplina urbana

¿Cómo confundirnos con los otros y sus sabe-


res? Esta es la pregunta a la que buscamos inventarle,
al menos precariamente, alguna que otra respuesta.
Un año hace ya que le damos vueltas. ¿Cómo dejar
6- No damos cátedra

atrás los cercamientos disciplinarios?, ¿cómo recom-


binar nuestros saberes con otras disciplinas?, pero
también, ¿cómo producir desbordando las separa-
ciones consagradas, trascendiendo la academia y su
producción industrial de modos de ser –modos de
ser que, sabemos, arrastramos en torno nuestro-? O
lo que es lo mismo, ¿cómo producir indisciplinada-
mente? El pensamiento remite siempre a la apertura
de problemas. A éste poco le importan las propieda-
des, nada sabe de cercos disciplinarios, se confunde
fácilmente. Se trata de poner algo en común, y ya
se puede echarlo a andar. No hay que privarse, para
esto, de ir a ver qué pasa al lado. No confinarse;
por el contrario, hay que ser impropios. Al encuen-
tro con el otro emergen los saberes comunes, las
afinidades, las complicidades. Ser libre significa no
ser función. Tampoco disciplina. El pensamiento no
observa límites. Es por esto que, al encuentro, nos
hemos encontrado implicados, envueltos en la situa-
ción. A partir de allí comenzamos a pensar, incluso
contra nosotras/os mismos. Nos sorprendimos al
ver emerger la desmesura de la metrópolis urbana
como un interrogante –y ya no como una propie-
dad-. Quisimos pensar la máquina y sus dispositivos
específicos, y hasta incluso aquello que, al mirar, no
se deja ver, es decir, que aparece como el puro me-
dio del medio: la máquina mediática-espectacular.
La metrópolis nos reclamaba, asimismo, pensar las
subjetividades emergentes, aquello que resulta del
encuentro de los cuerpos y dispositivos. Los modos
de ser-en-común. Hay allí un conflicto latente, lu-
cha, antagonismo. Y quisimos tomar parte, porque
formábamos parte. Esgrimiendo algunos saberes
menores, nos arrojamos a la tarea. Y compusimos
algunos textos, algunas máquinas mutantes. Buscá-
bamos algo en común y no un terreno que cercar.
Y en el camino encontramos algunos cómplices.
Decimos que queremos crear un urbanismo indis-
taller de investig / acción urbana -7

ciplinado, aún cuando nada tenemos que ver con


el urbanismo. Porque, al igual que cualquiera, pode-
mos servirnos de él. En este cuadernillo abordamos
algunas percepciones en torno a lo urbano que nos
urgen poner en común. Son parte de una produc-
ción fragmentaria, que se quiere en situación, que
se piensa envuelta en ella y con ella se produce, se
altera y compone. Al pensarlas nos pensamos a
nosotras/os mismos: de eso se trata la autonomía.
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Andar es no tener un lugar

Propiedades

Bajo la pretensión de univocidad propia de la


ciudad-concepto, Michel de Certeau reconoce los
rumores de una multiplicidad de operaciones, es
decir, la imposibilidad de reducir la ciudad vivida a
una representación desencarnada, sin trayectorias,
sin cuerpos.
La ciudad como una propiedad, entonces,
parte de postular una significación pura, más allá
de toda habitabilidad por un cuerpo, es decir,
exenta de toda opacidad, siendo la experiencia del
espacio “lo impensado mismo de una tecnología
científica y política”.

Habitables

Sin embargo, más allá de un texto urbano ori-


ginario, unívoco, habitar la ciudad es hacer algo con
ella, reanudarla en un deambular que, al mismo
momento, la funda; es decir, es producir el espacio
desencarnado como espacio vivido, pletórico de sig-
nificaciones y afectos, por tanto, ya no homogéneo y
vacío o, lo que es lo mismo, desencantado.
En el encuentro con la ciudad, entonces, no
hay el puro espacio, sino una apertura de un posi-
ble indeterminado que la intención de obrar –que
es, a su vez, un significar- de un cuerpo propio ins-
cribe. De esta manera, la ciudad habitada es siem-
10- No damos cátedra

pre opaca, un magma de significaciones en perma-


nente ebullición, entorno de apropiación afectiva.
Así, hacer experiencia de un espacio es mante-
ner con él una relación de afectividad y ya no de do-
minio; como en el juego, que suspende todo orde-
namiento en un instante pleno, así el andar actua-
liza un desvío, es decir, produce líneas de fuga en el
saturado orden de lo unívoco, las cuales se inscriben
en el espacio como marcas, referencias de lo propio.
Entonces, quizás se pueda decir que andar la
ciudad es abrir espacios de libertad, hacerla habita-
ble, inscribir en ella un mundo propio, entendien-
do así las prácticas como potencia instituyente; a
su vez, en el reanudar la ciudad emerge la estrecha
vinculación entre habitar y hábito –es decir, las sig-
nificaciones que portamos en torno a nosotros.

Desvíos

Si habitar es volver habitable, entonces el des-


vío ocupa la ciudad, permanentemente se inscribe
en ella; sin embargo, como veremos, la reasimila-
ción espectacular/mercantil se revela su reverso,
anulando las referencias locales, despojándolas de
toda peligrosidad.
Según Christian Ferrer, los espacios de trans-
gresión “no aparecieron como un injerto del in-
fierno sino como un brote moral, consecuencia de
intensas y oscuras necesidades”, por tanto, como
emergencia del gasto improductivo en el plan
maestro de la ciudad.
Así, la pretensión ascética de un naciente
capitalismo industrial no se producía sin resto,
y la ciudad ordenada, transparente, daba paso,
en los intersticios, a las opacidades de la ciudad
taller de investig / acción urbana -11

prostibular, a la vez marcada por lo desmesurado,


el oprobio y la tolerancia.

Capturas

Por un lado, entonces, la imposibilidad de negar


el cuerpo propio, la inscripción de lo afectivo, corpo-
ral, libidinoso en el cuerpo de la ciudad, por el otro,
la pretensión desencarnada de un dominio sobre
éste, reduciéndolo a mera máquina obediente.
Así, el reverso del orden paranoico/policial de
la mirada se revelaba un orden colador, mucho más
oneroso cuanto que excesivo en sus mecanismos de
vigilancia; por ende, antes que desterrar comporta-
mientos considerados desviados, los asumiría como
objeto de su administración, sabiéndose, a su vez,
una tarea siempre inconclusa, desbordada.
Se trataría, entonces, de tránsitos entre am-
bas, de contemplaciones antes que rupturas, es de-
cir, no de reprimir la ilegalidad sino de “establecer
una frontera móvil entre la ley y su transgresión,
con el fin de dominar sus desplazamientos”, ade-
más de valorizarlos.
Lo propio de este ordenamiento de los place-
res no sería ya, no podría ser la amputación sino la
recodificación. Así, la captura se revela cifra de un
poder tanto más productivo cuanto que se muestra
como anónimo, impersonal, bajo el signo del equi-
valente general: la forma-mercancía, incluso si la
encarna en modos aberrantes como la trata.

Resistencias

Y, sin embargo, molecularmente, las resisten-


cias, que no son meras reacciones sino creaciones,
12- No damos cátedra

experimentaciones en torno al cuerpo social nor-


malizado, trazan silenciosos ardides, puntos de
fuga al margen de todo ordenamiento urbanístico
y/o captura.
Así, el incesante reanudar las prácticas micro-
bianas, los sabotajes imposibles de manejar por el
poder espectacular-mercantil, deja entrever la po-
tencia autónoma del trabajo vivo. Sin embargo,
contra toda ingenuidad, el deseo de código rein-
troduce más eficaces mecanismos de control. El
orden reina, la normalización modela los cuerpos.

Andar es no tener un lugar.


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títu
lo

Flechita hacia arriba: continúe derecho, hacia


adelante, sin doblar ni retroceder, como caballo
con orejeras que, domado a golpe de rebenque,
tira obediente del carro. Flechita zigzagueante:
zona de curvas, primero hacia la derecha y luego
hacia la izquierda, o primero hacia la izquierda
y luego hacia la derecha, pero nunca dos veces
seguidas hacia una misma dirección, siempre
moderado, nunca extrema. Rayita blanca sobre
fondo rojo: contramano, prohibido avanzar,
terminantemente prohibido continuar, por aquí
se vuelve, se retorna, se regresa, se viene pero no
se va. Los carteles indicadores con señales viales
son –tautología mata metáfora- indicadores de
lo que vendrá, borras de café que pre-vienen
el por-venir, anticipan las huellas que el paso
14- No damos cátedra

indefectible del tiempo –que no por pasar es


tiempo- imprimirá por espacios que aún no se
han llegado a transitar. El camino ya fue trazado,
sea a contramano, de una mano o dos manos,
ya fue delineado de antemano, y al caminante,
transeúnte o peregrino –mal que le pese a Serrat
y su poesía- no le queda más alternativa que
obedecer al anonimato de las señales viales. El
camino es uno e idéntico a sí mismo, siempre
el mismo, la singularidad del viajante se diluye
en su invariabilidad y las señales viales anulan la
posibilidad de cualquier bifurcación.
Pero los carteles indicadores no sólo anticipan
y obligan (o, mejor, obligan y, obligando, anticipan)
un camino a recorrer sino, también, ubican, marcan
los espacios y, entre estos, los cuerpos de quienes
los transitan. En la ciudad cuadriculadamente
diagramada, con líneas rectas e intersecciones de
90º que deshabilitan la contingencia de sentirse
como perro en cancha de bochas (excepto cuando
de imprevisto se cruza una diagonal que traza cinco
o más esquinas donde, bajo ciertas condiciones
de normalidad, no debería haber más de cuatro
y, quien allí se encuentra, queda girando sobre su
propio eje como un rombo de mil colores), cada
calle tiene un nombre, cada casa un número y
cada habitante un domicilio. A cada cual su lugar:
el nombre de un insigne prócer, de algún país
vecino o la fecha de alguna ilustre batalla –que,
por supuesto, ganamos-, y también un número que
sube o baja dependiendo hacia donde se camine,
que es par si se está en una vereda e impar si se
está en la de enfrente. Así se ubica a las personas,
así se las encuentra, sobre todo de noche: cuando
la oscuridad, el miedo y el aire libre –que nunca
es libre sino esclavo del viento, que es mucho más
que aire en movimiento- se con-funden y cada cual
regresa a cobijarse a la intimidad de los casilleros
taller de investig / acción urbana -15

inscriptos en la segunda página de sus DNI´s –o


de la del cambio de domicilio en los casos en que
corresponda-. El domicilio de las personas es donde
llegan las facturas a pagar, las modernas damas de
beneficencia con sus modernos informes socio-
ambientales y sus (no tan) modernos bolsones de
comida, las cartas de amor que ya nadie envía y
los golpes impetuosos del puño policial cuando se
hace “lo que no está bien”.
Los carteles indicadores están allí afuera, es-
tratégicamente colocados para que todos los vea-
mos, aunque más no sea a fuerza de imposiciones
e imposturas. Los carteles indicadores indican aun-
que nadie les pregunte, y es que su función no es
responder preguntas sino dar órdenes –y hacer del
orden una realidad ex ante. Preguntando se llega
a Roma y, preguntando también, se hacen viejos
amigos que invitan a uno a tomar mate y comer
pan casero y regalar historias que nunca se hubie-
ran conocido si no se hubiera estado lo suficiente-
mente perdido como para preguntar cómo llegar
adonde se quiere ir. Los carteles indicadores, en
cambio, no responden preguntas –y, por ende, no
permiten hacer amigos-, pero sí las formulan a ca-
minantes distraídos, como en Londres –no la ciu-
dad inglesa sino la más antigua del noroeste argen-
tino, en la que sus habitantes, para diferenciarse
de los londinenses, se dicen londrinos-, en donde,
al no haber sido sus calles bautizadas –quizás por
carencia de insignes próceres o por nunca haber
tenido sus habitantes la necesidad de encontrarse
(tal vez por nunca haberse desencontrado)-, en va-
rias esquinas se levantan, como un happening van-
guardista de los años ´60, un cartel indicador que
indica la ausencia del nombre: “?”. No una “?” en
las esquinas de una misma calle, tampoco una “?
Sur” y una “? Norte”, ni diversas “?´s” numeradas
de menor a mayor de forma tal que se pueda dife-
16- No damos cátedra

renciar el domicilio de quien vive en “?1” respecto


de quien vive en “?2”. No, simplemente “?”, mu-
chas “?´s” en distintas esquinas de todo el pueblo.
Pero existen también otros modos, otras for-
mas –y no me atrevería ya a decir indicar, sino,
más bien- de comunicar caminos. Las apachetas son
aquellos montículos de piedras cuidadosamente co-
locadas una sobre la otra, de modo tal que forman
especies de torrecitas que suelen encontrarse entre
las montañas, en lugares generalmente alejados de
las ciudades. Muchos creen que se tratan de cumpli-
dores de sueños, que si uno arma una de ellas y pide
un deseo éste luego se realiza, pero lo (in)cierto es
que, originariamente, tenían otro uso: quienes ante-
riormente vivían en aquellos lugares –mucho antes
de que un cartel indicador indicara un peligro de
derrumbe- las utilizaban para comunicar caminos.
Cuando un caminante llegaba a una bifurcación en-
tre las montañas elegía un posible camino y, si al re-
gresar éste le había parecido estaba bien (por ser cor-
to, fácil de transitar o, sencillamente, bello), armaba
una apacheta a un costado del mismo. Cuando un
nuevo caminante llegaba a la misma bifurcación y
veía la apacheta, sabía que alguien más había pasado
por allí, había transitado uno de aquellos caminos
y éste le había parecido bueno, por lo cual podía
optar por seguir el mismo y, si al regresar acordaba
con los caminantes que lo habían precedido, colo-
car una nueva piedra sobre el montículo –o elegir
alguno de los otros y, si éste le había gustado, armar
una nueva apacheta a un costado del nuevo. Luego,
al llegar otro caminante a la bifurcación, éste veía
las apachetas y, según cuál sea la más alta, intuía qué
camino había sido el más transitado.
Las apachetas no obligan, no ordenan, no an-
ticipan el por-venir. Las apachetas comunican una
experiencia, hablan sobre lo que un otro vivió en
un momento distinto, dicen algo acerca de un po-
taller de investig / acción urbana -17

sible camino a seguir, como un guiño cómplice


entre una marea de miradas o un susurro al oído
flotando en un océano de gritos. Las apachetas es-
tán allí afuera, al igual que los carteles indicado-
res, pero no están a-pesar-de sino porque alguien,
alguna vez, creyó que su experiencia valía la pena
ser comunicada, no toda (lo cual sería imposible
pues la experiencia es intraducible), pero sí un frag-
mento de ella cual imagen metonímica del viaje,
una piedra entre otras del montículo. Claro que
las apachetas no podrían comunicar demasiado en
medio del caos sobre-indicado de las ciudades, y
es que ellas son propias de otros parajes, de otras
latitudes: tierras de ninguna parte que pertenecen a
hombres de ningún lugar.

Catamarca – Buenos Aires,


Enero – Febrero de 2009
-19

Postales del poder

Las callecitas de Ayacucho tienen ese qué sé


yo. Un saber en realidad ajeno, que organiza el es-
pacio, pero del cual podemos reapropiarnos. Ese
saber que, como dijo Michel “Torino” Foucault, y
simplificando, es poder. En nuestro divagar por la
urbe rural del sur de la provincia de Buenos Aires,
intentamos atender a los detalles benjaminianos, a
los fragmentos que delatan grandes constelaciones,
esos relámpagos de indeterminación (o sobredeter-
minación, según cómo se lo vea) que iluminan ver-
dades fugaces y escurridizas.
Era de prever que caminando por una calle
que se llama Poderoso nos íbamos a topar con algo.
Antes de pensar si el nombre de la calle era un ho-
menaje a un buque, al koinor, o a aquella persona
que se ufana de su investura de poder, Ayacucho,
tierra de muertos en quechua, nos regaló una señal
de que la tumba de los poderosos está en constante
proceso de excavación. El poder, o Poder, aunque
no lo veamos, siempre está. Pero, cuando lo vemos,
cuando lo sorprendemos en un flash inasible, pue-
de mostrar y expresarnos sin quererlo sus debilida-
des. La microfísica a flor de piel nos hace pregun-
tarnos, ¿quién tiene el poder: he-man(/she-ra) o
it-town? Personal o impersonal, impartido por los
que lo ejercen o subvertido por quienes se lo apro-
pian y lo desvían de su cauce controlador y preten-
didamente ubicuo, esa red de poderes en tensión se
manifiesta en números que nombran propiedades,
20- No damos cátedra

nombres que numeran calles y espacios planifica-


dos para ser transitados de una manera ordenada
por cuerpos no dóciles, pero sí perdidos en una
ficción impuesta. Sin embargo, esa trama también
se expresa en todos los usos y abusos que podemos
efectuar sobre un espacio dado y cuyas directrices
podemos hacer estallar en su continente como una
botella devenida molotov.
Los números que pretenden ordenar un oa-
sis de cemento en un desierto de pasturas y los
nombres que se extienden sobre las calles de un
pequeño felpudo asfáltico que bienviene a la
pampa, se diluyen en la resistencia corporal, en la
crítica que ejerce el libre albedrío. Así nos debati-
mos entre la literalidad y lo metafórico que exuda
la composición de una placa numérica que se cae
y un nombre apuntalado precariamente. El sig-
nificado es equívoco como todos, pero la ciudad
letrada, como la llama Ángel Rama, en su afán
de ordenamiento, deja entrever sus falencias a la
hora de aspirar al control absoluto. Estos tropie-
zos del poder se traducen en resquicios de poesía
que, a veces, pueden liberarnos brevemente de las
cadenas de la brújula. Y esas experiencias reales
pueden permitirnos crear nuestras propias ficcio-
nes para ponerlas en común, en una especie de
mito destructor refundante.
taller de investig / acción urbana -21
-23

Crónica de un no-lugar

Las agujas del reloj se alinean en posición


vertical y marcan la hora de mayor felicidad del
día: aquella en que los trabajadores-usuarios del
transporte “público” regresan a su casa tras la fi-
nalización de una nueva jornada laboral. El subte
de la línea C termina su recorrido en la estación
Retiro. El coche se detiene en el andén, las puertas
de salida se abren mientras las de entrada perma-
necen un tiempo más cerradas a fin de cuidar que
nadie suba sin pagar. Salgo al pasillo empujado
por el resto de viajantes, ansiosos por asomar la
cabeza fuera del vagón como cuerpos que luchan
contra el agua por salir a la superficie a tomar aire.
Al llegar a las boleterías, entre los transeúntes que
parecen huir de un lado a otro de manera despavo-
rida, algunas mujeres y niños ofrecen un periódico
–aquel que suelen entregar gratis en muchas esta-
ciones- al grito de “La Razooon a voluntaaa”. Según
parece, sin voluntad no hay razón: el grito de venta
me recuerda a El Maestro Ignorante de Jacques Ran-
cière, quien decía, haciendo de la máxima kantia-
na una herramienta, somos voluntad servida de
razón. Volviendo a la estrategia de supervivencia,
la venta de lo gratuito me induce a pensar en los
modos en que, lo que para algunos carece de valor,
es por otros reapropiado como medio de subsis-
tencia. Similar situación la del cartoneo o la de los
ya extintos botelleros, lo cual no tiene nada que
ver con la reapropiación capitalista de aquello que
intenta extraerse a los flujos del capital, pero en
algún punto se le parece: y es que en el capitalismo
24- No damos cátedra

post-fordista todo se recicla, nada se desperdicia,


desde la remera con la cara de Lenin hasta la basu-
ra del vecino.
Subo la escalera hacia la calle, aquella que
desemboca en Plaza San Martín. Camino hacia la
estación Mitre, uno de aquellos no-lugares que, al
decir antropológico de Marc Augé, se caracterizan
por ser no identitarios, no históricos, no relacio-
nales. Dentro del viejo y restaurado edificio –vano
intento de historización- , sentados sobre cada una
de las paredes de cemento que interceden entre bo-
letería y boletería, pibes y pibas, muchas de ellas
con bebés en brazos, extienden la mano abierta ha-
cia delante, palma para arriba, y balbucean “una
moneda por favor”. Son muchos, al menos uno por
cada ventanilla, más unos cuantos dando vueltas,
observando con desparpajo a los transeúntes que
pasan, soportando miradas de reojo que expiran
dejos de lástima, miedo, curiosidad y asco. Las bo-
leterías son los espacios de circulación de las posi-
bilidades de viaje, de acreditación de viajantes por
medio de la adquisición de boletos. A ellas se diri-
gen los transeúntes para adquirir, por medio de la
puesta en circulación de su dinero, el boleto que los
acreditará como viajantes legales, entre quienes se
mezclan los polizones que, por alguna u otra razón,
no pagan el permiso que los habilita para el viaje. A
ellas se dirigen también los pibes y pibas a solicitar
el sobrante del pago de acreditación, el vuelto por
la compra del boleto.
El transeúnte deviene viajante al momento
de cruzar la barrera –tanto real del molinete como
simbólica del boleto en tanto medio de acredi-
tación- que separa los espacios de libre tránsito
de aquellos en que éste se vuelve restringido, se
vuelve viaje. El tránsito no requiere acreditación
ni permiso, o al menos no en tanto no esté limi-
tado por la privatización del espacio, ante lo cual
taller de investig / acción urbana -25

deja de ser tránsito. Éste es el desplazamiento li-


bre de los cuerpos por el espacio público vuelto
espacio de tránsito –bien podría ser otra cosa en
tanto lo que allí acontezca sea también otra cosa:
un debate político como expresión de ciudadanía
o la constitución de intimidad como emergencia
de habitación. Los sujetos devienen transeúntes
al desplazarse libremente por el espacio. El tran-
seúnte es un sujeto nómade, desterritorializado,
no es sujeto del espacio que transita en tanto no
está sujeto a él. No alcanza a establecer relación
de pertenencia alguna con el espacio, en tanto y
en cuanto no pertenece a éste ni éste le pertene-
ce: el espacio público es de todos y, por ende, de
nadie. Es el limbo al que iban a parar las almas de
los niños no bautizados antes de ser abolido por
la Iglesia; el éter, ahora simple vacío, por el que
transitan los astros.
El tiempo –relativamente intrínseco al espacio
y sólo analíticamente escindido de aquel- deviene,
en el espacio de tránsito, temporalidad inaprehensi-
ble, agua que se filtra entre los dedos. En el espacio
de tránsito es siempre tarde –temporalidad tardía-, ya
que, como tiempo del por-venir, su sentido está
puesto en un momento otro que el instante en el
que se transita. Éste, el sentido de la temporalidad
tardía, se encuentra circunscrito al lugar de llega-
da, de arribo, el cual nunca deja de estar adelante,
hasta que se llega y se deja transitar.
El viaje es producto de la privatización, pero
no del espacio, sino de la relación de éste con el
tiempo: lo privatizado es el desplazamiento de un
punto a otro del espacio en un tiempo menor al
requerido por el tránsito, es decir, por el despla-
zamiento sin boleto o acreditación. El viaje es la
posibilidad de llegar antes, la temporalidad tardía
del tránsito es su condición de posibilidad. El viaje
se paga, se compra, y más cuesta cuanto más trayec-
26- No damos cátedra

to se viaje, lo cual, claro está, implica también más


tiempo, pero el valor del boleto es predeterminado
por la cantidad de espacio a recorrer –a recorrer de-
bido a que el permiso debe siempre adquirirse ex
ante del viaje-, y no por los minutos a viajar.

Respecto a la circulación, ella requiere de una


serie de condiciones –por ejemplo: la condición del
dinero como prostituta universal- que permitan un
movimiento constante. Refiere, como la palabra lo
indica, a aquello que se desplaza en círculo: lo que
entra en circulación lo hace en un punto cualquie-
ra del espacio, el cual no afecta su condición de
cosa circulante, y luego retorna a éste que ya no es
el mismo que antes sino que es otro, como los dos
extremos de un hilo que se juntan luego de rodear
un perímetro, la circulación de los planetas alrede-
dor del Sol, el flujo de capitales líquidos, el eterno
retorno nietzcheano o la revolución en términos
físicos. La temporalidad de la circulación es otra que
la del tránsito: ésta no cuenta con un punto de lle-
gada así como tampoco de salida, es temporalidad
taller de investig / acción urbana -27

indefinida. La circulación es constante y variante,


no tiene un adelante y un atrás, un más temprano
y un más tarde. Cada momento de la circulación
es una nueva multiplicidad inmedible respecto a la
que la precede y la que la prosigue, e incluso tam-
bién respecto a sí misma: como las partículas de
un átomo en movimiento, cuyas probabilidades de
medición requieren de la negación, justamente, de
su propio movimiento. Los transeúntes transitan
hasta y por la estación, ponen en circulación dine-
ro que vuelve en calidad de permiso de viaje –bole-
to- y luego viajan en línea recta –que es siempre la
distancia más corta entre dos puntos cualesquiera
del espacio- de un lugar de salida a otro de llegada,
a no ser que se pierdan en el flujo continuo y va-
riante de la circulación, como aquel del cuento de
Cortazar Texto en una libreta.
Extiendo un cuerpo más la cola por la adqui-
sición de mi condición de viajante en tren mien-
tras observo la casi nula comunicación entre los
pibes –que no transitan ni viajan ni circulan- y los
transeúntes que pasan. Una de las pibas sentadas
sobre los bloques de cemento carga un bebé en
brazos y se mueve de atrás hacia adelante en for-
ma compulsiva, como si fuera una mecedora que
alguien empuja. Tiene la mirada perdida, con un
brazo sostiene al bebé para que no se caiga y con
el otro suplica alguno de los vueltos que el vende-
dor de boletos entrega. Un grupo de cuatro pibas
pasan delante mío, caminan en hilera de mayor a
menor, la más grande aparenta tener unos doce,
la que marcha última, descalza, no más de siete.
Llevan las cuatro unas bolsitas de pegamento. La
que encabeza el grupo se detiene y, tras ver la bolsa
de la más chica, le pega un cachetazo en la nuca y
la reprende en forma interrogativa: “¿Qué hacés ja-
lando vos pendeja?”, demostrando ser la más gran-
de y, por ende, aquella con más experiencia en la
28- No damos cátedra

cuestión. Luego continúan las cuatro su marcha


zigzagueante –máxima distancia entre dos puntos
cualesquiera del espacio- por la estación. Identida-
des no idénticas en un espacio de no-identidad.
-29

Tachas un sábado a la tarde


por Plaza Pizzurno.

Un fantasma recorre Buenos Aires. No es, cla-


ro está, el Fantasma de la Ópera –ni el fantasma del
Ópera-, ni el fantasma al que los siempre bien reci-
bidos interinos en La Capi hacen referencia a la hora
de caracterizar un personaje extravagante: lo que en
el barrio de Boedo llamamos el diferente, el distinto,
el especial. Aquel que, además de jugar al ajedrez y
tocar el piano, practica tenis, deporte burgués si los
hay. El fantasma que recorre las calles del –federa-
listamente hablando- centro del país es el fantasma
del tachismo.
Si en el presente año abundarán las tesinas
sobre el msn y cómo este, a partir de apodos y
subapodos, subjetiva al apodado-subapodado y
construye comunidades de pertenencia más reales
que lo presuntamente ilusorio de toda comunidad,
en cinco años chorrearan las tesis sobre el tachis-
mo. El tachismo, para horror de femonólogos, es
la copulación –cuidadosa, con una planificación
familiar digna de peor suerte- de los significantes
taxista y fascismo. Es difícil, cuando una sociedad
eligió en menos de diez años personajes tan pro-
gresistas como De la Rúa y Macri, identificar al
sector más reaccionario de la misma. Quizá, como
encontrarle el corazón a la cebolla, es una tarea im-
posible. Sin embargo, baste quizá tomarse un taxi
desde Barrio Norte en dirección a Lugano para
–ante la envidia de kioskeros y periodistas- toparse
con el que seguramente sea el sector más conserva-
dor de la ya de por sí suficientemente statuquoista
30- No damos cátedra

sociedad porteña. Estamos hablando, qué duda


cabe, de los nómades trabajadores taxistas.
De no haber sido porque lo hizo sin necesidad
de enterarse de este desfavorable acontecimiento,
el autista de Deleuze se hubiera pegado un tiro –o
hubiera tomado una pastilla de cianuro- de haber-
se enterado que una profesión -¿u oficio?- que se
encuentra en permanente movimiento –como si
la principal de las enseñanzas trotskistas fuera una
biblia para ella- conforma el bloque más sólido del
ya amurallado reaccionarismo porteño. Citando
al hermoso de Pauls –Alan, obvio, jamás Gastón,
Nicolás o el ignoto cuarto hermano-, el conser-
vadorismo, como el pasado, es un bloque. Una,
como a un amigo que sabe que difícilmente vaya a
modificar los ribetes más insoportables de su per-
sonalidad, lo toma o lo deja. Pero, sin atención a lo
matices, siempre en bloque. Como una experra ti-
tuló una biografía sobre el líder de la organización
a la que pertenecía, todo o nada.
El tachismo, futuro objeto de investigación
de an-metodológicos humanólogos, plantea va-
rio interrogantes. ¿Por qué será que, estando la
vaca atada, el ternero no se va? ¿Por qué es pre-
cisamente este sector de la sociedad el que lo-
gra sintetizar conservadurismos que exceden
vastamente el habitáculo de las cuatro puertas
amarillentas y negras? ¿Qué tiene que ver, en
esta síntesis, los hecho carne hábitos tax-istas?
Cuando una se sube a un taxi, además de
–respetuosamente- saludar con un debido buen día
o buenas tardes al tachero –elemento militante del
movimiento del tachismo-, lo primero que realiza,
aún antes de dejarse engatusar por ese microclima
extraño que construye todo taxi, es indicar el desti-
no –es decir: el camino- que ese viaje, cuyo punto de
partida es todo lo que conocemos, poseerá. Podrá
objetarse, tan rápidamente como las compresiones
taller de investig / acción urbana -31

–o sea: justificaciones- arendtianas del nazionalso-


cialismo de su maestro, que, además del punto de
partida, una también conoce el punto de llegada,
porque de hecho es una misma la que le indica el
destino al taxista –no lo olvidemos: infiltrado del
tachismo en un país de cuyas arcas pretende finan-
ciarse la construcción del EstadoNación de su secta.
Sin embargo, como seguramente se habrá notado,
hay algo que media –medianamente bien- entre el
inicio del viaje y su final, entre el punto de partida
y su destino. Eso que medía, podría argüirse con el
despiste propio de todo filósofo –algo habrá que
reconocerle a Hanna Arendt o, como lo pronuncia
la campestre Carrió, Anna Harendt-, es el mismo
viaje, la misma experiencia extraordinaria –y por
lo tanto no susceptible de hacer-tener experiencia-
del viaje. Sin embargo, lo que está en el medio, no
es el viaje. Reformulando: el viaje, inevitablemen-
te, forma parte del entre entre un punto y otro, es la
conexión que –cual regla de las que nos obligaban
a usar en la primaria- se extiende entre un lugar y
otro. Aún así, lo que está en el medio, lo que con-
forma la temeraria penetración del movimiento del
tachismo en la sociedad porteña, forma parte del
viaje pero no es el viaje, es la parte que continúa
siendo parte a pesar de su pertenencia a un todo.
Cuando los jóvenes universitarios franceses,
mancomunados –es decir: agarrados de la mano-
con los no tan púberes obreros de misma nacio-
nalidad, perpetraron el mayo francés –el más
corto de los mayos, minimalistamente breve en
comparación con el pornográficamente prolon-
gado mayo italiano-, una de las preguntas que, a
modo de microambiente tachero, decoraban las
calles parisinas era si, para instaurar la dictadura
de la imaginación y construir la patria socialista
en la tierra de la libertad, la igualdad y la fraterni-
dad, había que tomar los cuarteles –más bien pri-
32- No damos cátedra

maverales- de las fuerzas armadas o, en su lugar,


copar los medios de comunicación para -con las
antenas recientemente socializadas- comunicarle
al resto de la población que, desde ese instante,
el país iba a ser gobernado por jóvenes que sa-
bían de ambientes laborales lo que los obreros
con los que man-comunaban conocían de Mar-
cuse. La disyuntiva, tomar los medios, copar los
regimientos, pareciera reactualizarse exactamente
cuarenta años después ante la pregunta de si hace
falta sacar un solo gendarme a la calle –alguno
de los que no haya recibido un tiro en la nuca
como agradecimiento de jóvenes morochos pero
con muy buena puntería por el tratamiento de
aquellos para con estos- para orquestar –con una
distribución de funciones un poco más coral que
la centralidad que adquiere todo director de or-
questa- un golpe de estado. El que, si se es afec-
to a los contextualismos, debería dejar de ser así
llamado, ya que no consistiría en el clásico golpe
de estado cívico-militar de los que tantos excelen-
tes ejemplos son encontrables en la historia re-
ciente de Latinoamérica. Si actualmente no hace
falta sacar los idiotamente útiles tanques a la ca-
lle para perpetrar un golpe, y con la igualmente
útil aunque nada idiota presencia de la dictadura
del movilero basta, es un tanto absurdo –como
planteó cierta izquierda que de tanto correrse por
izquierda una de estas mañanas va a amanecer
en Australia, pero sin embargo qué difícil es no
profesarle afecto- plantear que la resistencia a un
golpe mediático recorrería los corredores polacos
de una variante posmodernamente zapatista de
la tradicional lucha armada urbana tupamara.
Aquel corredor, más que polaco, es un callejón
sin salida, el pasadizo secreto sin desembocadura
de quien no comprende que la ciudad ya no al-
berga ese tipo de prácticas.
taller de investig / acción urbana -33

Sin embargo, el tachismo, los taxistas que


de tanto escuchar Radio 10 se vuelven más pa-
pistas que el papa y más fascistas que Feinmann
-el que quema los libros, no el ñeri peronista que
embarradamente los escribe-, tan móviles como el
nomadismo o los grupos de tareas israelitas que
recogen el pensamiento deleziano para acribillar
palestinos, se mueve libre por la ciudad, con un
condicionamiento –jamás determinación, válga-
nos dios- mediático-comunicacional que, dada la
concentración de medios y el mayor y mejor papel
de estos en la reproducción de determinado senti-
do común político, aúna, para terror ya no de fe-
nomenólogos sino de deterministas, los condicio-
namientos económicos y culturales. Ya es un lugar
común –en un sentido negativo de la expresión, ya
que ningún grupo puede reproducirse (ampliarse)
sin lugares comunes- que es difícil la política por
fuera de los medios: tal vez, también, sea hora de
sumar a aquel reconocimiento el encarnizamiento
de que no por ser un trabajador –nómade, para
más- que recorre automovilísticamente –es decir:
guerreramente- la ciudad se es menos burgués que
el funcionario del Ministerio de Educación que
se recoge un sábado por la tarde en la puerta del
edificio de aquel, mientras la plaza de enfrente
esta atestada de tribus urbanas –la indianajoniza-
ción de la sociedad- con vestimentas tan exóticas
como sus peinados. Lo que un interino llamaría
fantasmas. Un fantasma más que se suma al fan-
tasma del tachismo que patrulla las calles porteñas.
-35

espaciar

andar des-ubicada ser


ondulación una danza
no deslizar por los planos
con la tenacidad de objeto
que es masa uniforme
ser deformidad
desconformar
no orbitar ni ser átomo
pisar fuera del pie
perder el tiempo
expandir el espacio
-37

Saliendo a ver qué pasa en el barrio

Hojas y hojas se gastan describiendo ciuda-


des, intentando dar cuenta de lo que allí pasa;
teorías, escuelas, universidades, intelectuales,
grandes nombres, pequeños nombres, medianos
nombres, más o menos nombres, abocados a la
afanosa y complicada tarea de echar luz a los fe-
nómenos que en ella ocurren. De entre todos los
“había una vez…” con los cuales empezar tomamos
aquel que nos cuenta que: desde hace mucho, mu-
cho tiempo, lo urbano (para darle cierto sentido o
unicidad, o mejor dicho para darle algún nombre
a las cuestiones a contar) es visto como una cons-
trucción social sobre-determinada por el modo de
producción dominante; por ende, se establece que
su estructura y dinámica obedecen a las leyes que
rigen dicha forma de producción. Esto nos mues-
tra que desde su concepción dentro de la lógica de
la ciudad capitalista, el espacio urbano entraña a
priori profundas contradicciones en la medida en
que su producción se encuentra ligada a los proce-
sos de reproducción de la fuerza de trabajo, bajo la
lógica del mercado (mercancía) y la competencia.
Es así que se puede establecer que las ciuda-
des son la expresión territorial y por ende refle-
jan las contradicciones que se desprenden de este
sistema de acumulación; es decir, el crecimiento
urbano se encuentra articulado a los cambios de
este proceso, atrayendo y repeliendo población, al
tiempo que produce fragmentación y segregación
social a conveniencia, según determinados mo-
mentos históricos. En ese sentido, la estructura de
38- No damos cátedra

las ciudades obedecería a una lógica de jerarquiza-


ción de espacios que se vincula a la dinámica o a la
lógica del modelo de acumulación dominante de
la época, así como también a su cristalización en la
instancia política.
Desde esta forma de concebir lo urbano, a
partir de los noventa (desde años antes también) se
empiezan a pensar los fenómenos urbanos a partir
de la resignificación que sufre el Kapitalismo, en lo
que se llamó o hace llamar Neoliberalismo; es así
que comienza a surgir el concepto de ciudad global.
Éste plantea un cambio en el papel y la función de
la ciudad caracterizado por el gran crecimiento de
la globalización económica que incrementa y com-
plejiza los flujos económicos mundiales, mientras
que, por otro lado, hace crecer la intensidad y la
demanda de los servicios en la organización de la
economía. El papel preponderante de los servicios
en la organización económica general y las condi-
ciones específicas de producción que requieren los
servicios corporativos avanzados, se combinan para
hacer de las ciudades un sitio clave de producción.
Creándose así una red de ciudades principales tan-
to en el norte como en el sur que funcionan como
centros para la coordinación, al servicio del capital
global. La ciudad global se erige gracias a la com-
binación de producción/servicios avanzados y la
aparición de una economía informacional que gira
en torno a centros de mando y de control capaces
de coordinar, gestionar e innovar las actividades
entrecruzadas de las redes empresariales. Esto es
posible debido a la interdependencia existente en-
tre las grandes metrópolis y ciudades intermedias,
lo que indica que la ciudad global no se reduce a
unos cuantos núcleos urbanos, sino que implica a
los servicios avanzados, los centros de producción
y los mercados de una red global.
taller de investig / acción urbana -39

El lugar de Argentina dentro de estos re-


acomodamientos del capital y aparición de estas
nuevas metrópolis no aparece determinado de for-
ma tan clara; y, entre lo blanco y lo negro, acá la
historia se llena de grises. Por un lado, había una
vez un presidente riojano y un pelado ministro de
economía que traían consigo la implementación
de una agresiva combinación de políticas de esta-
bilización, desregulación y reformas estructurales;
entre las que se incluían la convertibilidad (mejor
conocido como el 1 a 1), la privatización de empre-
sas del estado así como también de servicios públi-
cos, una importante reforma fiscal, etc. Trayendo
no sólo el beneficio y la fiesta (menemista) a unos
pocos privilegiados, sino también como contracara
una profundización de la polarización social en el
Área Metropolitana de Buenos Aires. Se observan
en ella tendencias a la modernización y globaliza-
ción acompañadas por megaproyectos, inversiones
inmensas en hoteles de lujo, restoranes y todas esas
40- No damos cátedra

cosas para que la gente como “ellos” puedan vivir


como se debe; pero, a su vez, como otra contraca-
ra, la profundización de la pobreza y la exclusión
social son reflejadas en cuanto índice se las mire.
El cambio de régimen de acumulación cristaliza
nuevas dinámicas territoriales y nuevos patrones
de metropolización. Estos se reacondicionan en
función de lógicas de consumo y de los servicios
avanzados, declinando así el rol de la ciudad, bajo
la lógica industrial, de ámbito vivencial de encuen-
tro y sociabilidad que la había caracterizado hasta
esos años, el Estado como forma de organización
declina su tarea de creación del espacio urbano a
mero gestor de los negocios del capital. La frag-
mentación se vincula a la desaparición del fun-
cionamiento global en beneficio de las pequeñas
unidades, a la disolución de los vínculos orgánicos
entre fragmentos urbanos, al empobrecimiento del
continuum espacial y a la repetición de desigualda-
des en las distintas escalas infraurbanas, con islotes
de pobreza junto a reductos de riqueza en el inte-
rior de los espacios urbanos. La ciudad a partir de
los noventa aparece solamente como un espacio
de valorización.
Apurados en contar la historia nos olvidába-
mos de cosas importantes. Cabe aclarar que las fi-
guras teóricas utilizadas así como el nombrar polí-
ticas determinadas o índices algunos, tienen detrás
a gente de carne y hueso y que todo lo ocurrido
no se dio tampoco de la noche a la mañana. Si
queremos hacer un poco de memoria lo primero
que puede venir a la mente es alguna imagen de los
varios desalojos provocados por las expropiaciones
para el nuevo trazado de la AU3 o la recuperación
de espacios verdes. Quizá alguno de los miles de
inquilinos teniendo que trasladarse al conurbano
o algún asentamiento, debido a la implementación
de políticas como la ley de alquileres, relacionadas
taller de investig / acción urbana -41

más que nada con la protección de la propiedad


privada en la figura del dueño, o la ley del pla-
neamiento urbano que exacerba la estratificación
social de la ciudad al restringir la posibilidad de
encontrar vivienda a los sectores populares debido
al aumento de los precios en la construcción orien-
tada a las clases que sí van a poder pagarla. Más
que nada lo que se intenta (y se logra) con estas me-
didas es el establecimiento de nuevas jerarquías en
el espacio urbano, así como una nueva concepción
del derecho al espacio urbano (para hablar claro,
el famoso “merecer la ciudad” de Cacciatore) y el
cambio en la función de la ciudad en clara sintonía
con lo que va a venir en los años siguientes, que
nosotros ya explicamos antes.
Si bien la primavera alfonsinista intenta alguna
que otra cosa para tratar el problema de la vivien-
da (así encontramos el programa de erradicación
de villas o la mesa de concertación del movimiento
villero), encuentra legislación pero no voluntad po-
lítica. Así, como quien no quiere la cosa, llegamos
a los noventa, conjugación perfecta de los procesos
de represión y cambios económicos de la dictadu-
ra (que establece, como dijimos en el párrafo ante-
rior, una determinada forma de ciudad), procesos
de hiperinflación y la implementación de políticas
neoliberales puestas en marcha por los intendentes
de turno. ¿Perfecta para quién? Se preguntará uno.
Claramente no lo fueron para los sectores populares
de la CABA. Crecen en ella cantidad de personas
que comienzan a tener problemas con la vivienda
aumentando la cantidad de asentamientos, ocupa-
ciones ilegales o la cantidad de gente que vive en
las villas. Esto acompañado por la construcción de
otredades negativas como la del ocupante -intruso
aquel que no merece vivir en la ciudad asociada a la
figura del inmigrante ilegal-, creándose una especie
de tríada maldita que se mantiene hasta nuestros
42- No damos cátedra

días: ocupante, inmigrante –saca trabajo–, chorro o


traficante. El discurso se iba a hacer sentir en la car-
ne de estos sectores, en las represiones que se dan en
los denominados “desalojos ejemplares”, entre los
cuales podemos contar a los del ex PADELAI o las
bodegas Giol.
Más allá de los hechos puntuales o las histo-
rias que podamos contar, que sin dudas las hay y
muchas, lo interesante de este cuento es mostrar
que a medida que la ciudad se va convirtiendo en
un espacio de valorización y esa lógica se va plan-
teando como totalidad, cada vez es menos el lugar
en donde sostener las luchas de muchísimas perso-
nas que buscan reivindicar el derecho a la vivien-
da como un derecho humano básico. Esto es lo
que pasa hoy en día con el macrismo, por ahora
la expresión más acabada (y da miedo porque cada
día parece perfeccionarse más y más) de las lógicas
que se arrastran desde hace ya muchísimos años,
que plantean a la ciudad para unos pocos, estable-
ciendo en sus discursos y en sus llamamientos al
“vecino”, quién merece y no merece habitar esta
ciudad, restringiendo cada vez más el derecho al
espacio público, con ansias privatizadoras al me-
jor estilo menemista, concluyendo o intentando
concluir las recetas noventosas que parecían ex-
tinguidas con el frío de los pingüinos (ojo, no es
que apoyemos el modelo del frío de la Patagonia
pero durante varios años dichas políticas fueron
solapadas o suplantadas por otro tipo de discurso).
Lo que quizá transforme a esta historia en una de
terror es la reivindicación de los estandartes y las
recetas que nos empujaron a la situación actual
de forma tan pero tan descarada, bajo una alegre
puesta teatral-cinematográfica-espectacular de car-
teles, publicidades, volantes, veredas y veredas de
baldosas grises y uniformes, y calles emparchadas,
todo bajo un tono amarillo furioso (deberíamos
taller de investig / acción urbana -43

habernos dando cuenta de que el amarillo es el co-


lor de la atención, atención) junto a la gran sonrisa
macabra de nuestro jefe de gobierno. El discurso
de empresa permea toda acción estatal, la lógica de
maximización de recursos aparece en cada decla-
ración, las ansias de privatización de la vida brota
en cada inauguración de una nueva plaza enrejada,
las ganas irrefrenables de represión se escapan -cual
saliva de baboso- cada vez que alguien corta una
calle o se opone a un desalojo etc.
Y como contracara, los que resisten a veces
más organizados, a veces más apurados que orga-
nizados, a veces cortando calles, a veces bancando
un desalojo, a veces aguantando alguna paliza de
la patota de la UCEP, a veces en intervenciones
artísticas o elaboradas, a veces con lo que se tiene,
con bronca, alegres, a veces con la terquedad del
que sabe que tiene razón, a veces con la resigna-
ción del que siempre fue golpeado, a veces por
radios o televisoras disidentes, a veces gritando
a veces susurrando, a veces con todo junto, a ve-
ces con nada, pero siempre, siempre resistiendo,
haciendo que esta historia, la historia de ¿nuestra
ciudad?, una historia abierta en disputa y sin co-
lorín, colorado este cuento se ha acabado.
-45

El retorno de lo reprimido

La ciudad avanzó a lo largo de los años como


una gran mancha oleaginosa de cemento y asfalto,
comiéndose pueblos rurales y anexándolos a su es-
tructura reglamentadora. Así sucedió en la primera
creciente de la urbe bonaerense, con las viejas es-
tancias retiradas de Palermo, Belgrano y San José
de Flores, por nombrar sólo algunos de los cascos
que mantuvieron durante el siglo XX una identidad
arraigada como barrios. Actualmente, muchos de
esos barrios delimitados dentro de la pretendida
autonomía de Buenos Aires mutan su identidad
congénita en el marasmo de torres, hoteles de lujo,
calles comerciales y adaptadas al turismo con refe-
rencias neoyorquinas; territorios ganados en base al
desalojo y que se rigen por la lógica del mercado. Y
fuera de los límites porteños, el proceso expansivo de
la urbanización continúa hacia el sur, el oeste y el
norte del Conurbano.
Sin embargo, esta mancha civilizadora encuen-
tra resistencias sintomáticas. Es el caso de las villas
de emergencia, que permanecen envueltas como va-
cuolas, como traumas de una memoria oficial que
las relega en el olvido y busca erradicarlas con un
rastrillo más allá de la General Paz. El Estado las
aísla como forma de desconocimiento, las cubre
para que no sean visibles para el resto de la socie-
dad, esperando una improbable declinación en la
lucha cincuentenaria que mantienen sus habitantes
para que esos barrios sean urbanizados y, por con-
siguiente, sean integrados al resto de la ciudad (y
sus calles aparezcan, por ejemplo, en la guía filcar).
Porque la urbanización, claro, no debería ser enten-
dida únicamente como un negocio inmobiliario,
46- No damos cátedra

sino que además debería implicar mecanismos de


integración a zonas y personas con escasos recursos
de subsistencia, que habitan esas tierras por el dere-
cho de años de ocupación o por el derecho ad hoc de
haber ocupado territorios ociosos.
Esta es una de las tensiones que pueden recono-
cerse en el complejo mundo de las políticas urbanas
en general, y habitacionales en particular. Y la actual
gestión del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
tomó uno de estos extremos como estandarte de su
ciudad-modelo. Las políticas de vivienda del resto
del país o de gestiones anteriores en la ciudad lejos
estuvieron de ubicarse del otro lado de la balanza.
En este sentido, el violento desalojo del ex Patrona-
to de la Infancia durante la gestión de Ibarra (que
ahora será cedido al gobierno español para montar
un centro cultural, a costa de una cooperativa con
derechos sobre el inmueble) no encuentra grandes
diferencias con el del edificio de Bolívar y Moreno
en 2008, donde se construirá un hotel cinco estre-
llas. Pero el cinismo del gobierno macrista frente a
esta problemática alcanzó grandes niveles de exhi-
bicionismo. El déficit habitacional se complementa
con una política sistemática del desalojo, cuyas vícti-
mas deben retirarse fuera de los límites de la ciudad,
o bien establecerse en las villas y barrios precarios,
en esas burbujas donde la represión se ejerce por
acción u omisión.
Esta política represiva no parece tener una
solución positiva, lo cual puede detectarse dentro
de las exiguas partidas presupuestarias habilitadas
para el área. Y por más que eso pueda ser visto
como una falta de política, en su negatividad tam-
bién es política. Y es la política supresora, expul-
siva, represora que un gobierno teje a partir de la
cesión de recursos estatales a las distintas depen-
dencias que directa o indirectamente influyen en
las ejecuciones de esa directiva.
taller de investig / acción urbana -47

Un breve recorrido por algunas medidas y


proyectos de la gestión Pro pueden darnos una
idea más o menos global sobre una política frag-
mentaria, opaca y torpe en materia urbanística y
habitacional. Por más que exista un esfuerzo para
difundir a través de innumerables carteles un apa-
rente paquete de medidas, el gobierno hace caso
omiso del régimen de lo visible, que evidencia su
inacción. La proliferación de carteles amarillos con
la H muda de “Haciendo Buenos Aires” ejercen el
mismo efecto de tapa-que-tapa de cualquier diario
masivo. Un enunciado cuyo discurso pretende con-
trolar las trayectorias desviadas del deseo nacido
del conflicto. Precisamente, detrás de ese decorado
se libera una batalla invisibilizada que lleva años y
que lejos parece estar de su fin.
Una de las primeras medidas del Ejecutivo
porteño fue enviar a la Legislatura un proyecto
de ley que transfería funciones del Instituto de la
Vivienda de la Ciudad (IVC) a una empresa del
Estado (es decir, mixta, con capitales públicos y
privados) como la Corporación Sur. De esta ma-
nera, iba a compartir junto al IVC, un ente au-
tárquico, la planificación estratégica de políticas
y programas relativa al desarrollo urbano dentro
de la ciudad; mientras que la administración cen-
tral sólo se reservaría la atención de la emergen-
cia y la asistencia en cuestiones habitacionales a
través de la Unidad de Gestión de Intervención
Social (UGIS). Finalmente, este proyecto cargado
de contradicciones y que posibilitaba la superposi-
ción de funciones entre tres organismos distintos
(divide y reinarás) con el fundamento de lograr
mayor “eficacia” y “agilidad”, no pudo ser tratado
en sesión legislativa gracias a las protestas de aso-
ciaciones y grupos barriales que fueron oídas por
la oposición de turno. A pesar de que muchos de
los y las funcionarias del actual gobierno de Macri
ostentan maestrías en administración pública de
48- No damos cátedra

universidades públicas y privadas -donde una de las


líneas más fuertes que se bajan es que toda política
pública se destaca por su carácter integral-, antes
que administrar este gobierno prefiere tercerizar
decisiones en áreas sensibles.
A través de la UGIS, el Ejecutivo se reservaba
los núcleos habitacionales del norte de la ciudad,
aquellos más rentables pero también más conflic-
tivos, como el de la Villa 31 y 31 bis. La pelea me-
diática que comenzó el macrismo contra las casas
en altura construidas con elementos precarios fue
la primera piedra para autorizar la intervención
reguladora del gobierno en ese territorio. Pero el
intento se vio pronto apagado por los cortes de la
autopista Illia que realizaron los y las vecinas de
la Villa, y que desestimaron el ataque con fichas
amarillas de TEG.
De todas formas, y más allá de esta derrota
legislativa que dejaba ver sus intenciones, el macris-
mo continuó echando mano de sus propios recur-
sos administrativos para socavar la legitimidad de
las organizaciones villeras. La UGIS, con su simpá-
tico nombre de pizzería popular, basó su actividad
en entrometerse en los barrios más postergados de
la ciudad con punteros y patotas para obstaculizar
las elecciones de delegados y juntas vecinales. Este
organismo dependiente del Ministerio de Desarro-
llo Económico tiene la función de “formular, imple-
mentar y ejecutar programas y planes habitacionales que
se definen en orden a las villas de emergencia, núcleos
habitacionales transitorios y barrios carenciados (…)
Organizar, ejecutar y supervisar las obras de solución,
mejoramiento habitacional, mantenimiento del hábitat
en las situaciones de necesidad en villas de emergencia y
barrios carenciados e integrar a la trama de la ciudad por
ejecución de obras de construcción o autoconstrucción”.
Es evidente que la letra de una ley es las más de las
veces un mero ornamento. Por otro lado, este de-
taller de investig / acción urbana -49

creto de Macri habilita a la UGIS a reglamentar las


elecciones barriales, en un intento por intervenir
cualquier esbozo de autoorganización.
En este sentido, ni siquiera la “ley de leyes”,
la de presupuesto, es tomada al pie de la letra. La
sub-ejecución presupuestaria que ostenta el Gobier-
no de la Ciudad de Buenos Aires en los primeros
dos años de gestión Pro es significativa en el área de
vivienda. Uno de los ítems que se cumplió a rajata-
bla fue el otorgamiento de créditos. Claro que este
título podría parecer positivo si no se tratara de los
créditos irrisorios que se les da a las familias desalo-
jadas para establecerse en hogares temporales o en
la provincia de Buenos Aires.

Pero tal vez uno de los hechos más emble-


máticos en esta materia fue la participación de la
Unidad de Control del Espacio Público (UCEP),
una fuerza de choque encubierta que se encarga-
ba de desalojar a la fuerza a okupas, sin techo y
demás “agentes del desorden” de forma violenta,
50- No damos cátedra

sustrayendo sus pocas pertenencias y actuando


fuera de su propio reglamento. En la lista de sus
intervenciones irregulares, podemos incluir los
desalojos de la Huerta Orgázmika de Caballito y
la de la Plaza Houssay, entre otras. Este organismo
dependiente del Ministerio de Ambiente y Espacio
Público, según las últimas informaciones oficiales
va a ser disuelto y sus funciones pasarán al área de
Desarrollo Social. O sea que lo que deja de existir
es una sigla demasiado estigmatizada, para que una
nueva tropilla se encargue del trabajo sucio.
El ministro de Ambiente y Espacio Público
Juan Pablo Piccardo, heredero de la Nobleza, dejó
traslucir la idea de democrazzia que tiene el Pro en
el discurso que brindó en las discusiones de presu-
puesto 2010 en la Legislatura de la Ciudad de Bue-
nos Aires. Allí explicó que la misión de la UCEP
es “equilibrar las necesidades de los vecinos con las
de las personas que no tienen recursos”. La Uni-
dad, que iba a tener un presupuesto quintuplicado
para el año que viene, se encargaba primero de di-
ferenciar a los vecinos y vecinas de las personas con
bajos recursos. Luego, la forma de equilibrar nece-
sidades era borrando a las personas en situación de
calle del espacio público. De esa forma la vecindad
no iba a tener con quién compararse.
En definitiva, los aumentos de presupuesto en
distintas áreas relativas al ordenamiento y control
del espacio público se producen a costa de destinar
esos recursos a la solución de la problemática de la
vivienda en la ciudad de Buenos Aires.
Las medidas que el gobierno porteño trazó
en dos años en materia habitacional se basaron
en el diseño de unidades represivas para supri-
mir las trayectorias que se desvían de una carto-
grafía neoliberalmente ideal; y en el incentivo a
las familias desalojadas para trasladarse hacia el
Conurbano como parte de un efecto rastrillo.
taller de investig / acción urbana -51

Pero la desatención de problemas estructurales


nos hace esperar que el inconsciente villero de la
ciudad -alimentado de una conciencia política
histórica construida por sus habitantes- pronto
emerja como el retorno de lo reprimido, como
una pesadilla en las filcar de quienes “hacen” de
Buenos Aires un cartel amarillo y mudo.
-53

La ciudad enferma. El mundo inmóvil.

No otra cosa que el control es lo que Mauricio


Macri pretendía realizar arrasando, recientemente,
una huerta comunitaria, en el barrio de Caballito.
En el saturado orden de la mercancía, todo resqui-
cio considerado indeseable debe ser, como la huer-
ta, erradicado. Si los modos legales no fueran sufi-
cientes a los fines, bien se podrá recurrir al obrar
de grupos de tareas y, de esta manera, normalizar,
des-intrusar la ciudad.
Para la normalización que inviste los cuerpos,
entonces, no ya lo diferente, pasible de ser indus-
trializado como producto-vedette, sino aquello que
pone en suspenso las coordenadas espacio-tempo-
rales de la forma-mercancía, es lo que debe ser de-
jado al cuidado de las topadoras y los mercenarios
del control. ¿Ya estará bueno Bs. As.?
Una similar pretensión de control, asimismo,
ocupará las representaciones. El ruido blanco de
los medios, con sus tecnologías de normalización
en torno al común, como es de esperar, no se hizo
eco del orgásmico murmullo huertero. Control, se
nos ha dicho, es el nombre del nuevo monstruo
que viene a reemplazar al orden disciplinario de
los cuerpos. No se tratará, por cierto, de temer o
esperar, sino de buscar nuevas armas.
* * *
Habría que preguntarse qué cosa distingue a
una huerta comunitaria. Quizás con ello logremos
entender qué era aquello que resultaba intolerable
para el gobierno macrista. Rápidamente podemos
54- No damos cátedra

adelantar que, en ella, ya no se trata de la mera


provisión de alimentos, como tampoco se puede
reducir la experiencia a la de un vivero.
La provisión de alimentos, sea en un almacén
o verdulería, es cosa otra. La vivencia huertera no
tiene que ver con la posesión de dinero, sino con
la inmediatez del propio hacer, que es, a su vez, un
hacer con otros y la tierra, en ambos casos con una
modalidad específica de relacionarse, no reducti-
ble a puro medio, instrumento.
Producción y autoabastecimiento de alimentos
–no bombas-, plantas medicinales y otras variedades
bio-diversas conformarán la experiencia. Importa
además el modo. Se compartirán saberes-prácticos
y experiencias eco-lógicas en torno al hacer, como
también se interrogarán las modalidades industria-
les de producción, agroquímicos y agronegocios.
Impacto socio-ambiental. Soberanía alimentaria,
autosustentabilidad.
Asimismo, se cuestionarán las formas de vida
urbana, sea el borramiento de las marcas propias
de la ciudad –y su concerniente estandarización
bajo el código de las franquicias mercantiles-, los
fastuosos negoci(ad)os inmobiliarios, como tam-
bién la auto(in)movilización como cifra de la má-
quina de máquinas –y su contraparte caótico-po-
lucionada. Se interrogarán los modos alimenticios
basados en la vida animal, proponiendo a su vez el
veg(etari)anismo. Se recompondrán lazos sociales
con el barrio, realizando encuentros de todo tipo,
además de con otras experiencias similares que
habitan el espacio de lo público. El espacio verde
será entendido ya no como mero estereotipo, sino
como consustancial a la vida, lejos del asfalto, los
cercos y las rejas.
Se podría decir, entonces, que sustraer al
común la experiencia que antaño residiera en el
propio saber-hacer, es ya un momento de la privati-
taller de investig / acción urbana -55

zación social. Los modos de relacionarse hablarán,


de esta manera, de cercamientos en torno a lo co-
lectivo. Habrá supermercado y urna. La experien-
cia huertera buscará hacer proliferar otros modos
de ser. Las plazas compondrán, con ella, un espa-
cio donde habitar la cosa común, y ya no la priva-
tización securitaria, o mejor aún, el ordenamiento
policial de los cuerpos.
La ecología pareciera ser ya un discurso co-
mún en boca de los mismos que, a su vez, pro-
ducen industrialmente más muerte y contamina-
ción. Es claro, no persiguen sino valorizar nuevos
mercados –y el espectáculo, va de suyo, no deja
de hacer lo propio. Sin embargo, contra la preten-
sión de los mercaderes, la ecología remite a una
significación originaria del capital –el dominio
instrumental-, la cual informa la totalidad de la
vida. Con ella hará emergencia, entonces, la ina-
plazable pregunta por lo común.
La experiencia huertera, por tanto, prefigura
otros modos de habitar la metrópolis urbana –y
su difuso entramado de dispositivos-, ensayando
así prácticas sociales específicas de reinvención
ecológica -ambiental, social, individual -, sustraídas
éstas a la pretensión de dominio-sobre. Se tratará,
entonces, de hacer experiencia de otros modos de
estar en el mundo, con los otros y las cosas. Quizás
sea esto lo que distinga a la huerta. Allí se habita
como si dijéramos más originariamente el mundo,
puesto que se abren los posibles a una singular
manera de hacer experiencia de él. Esta vivencia,
cuidadosa del ser, puede ser considerada si no ori-
ginaria, al menos deseable –la voluntad es allí un
tender hacia otras modalidades del ser-con-otros.
Pensar las maneras de ser específicas que allí
han tenido lugar, por tanto, es pensar no sólo las
formas organizativas autónomas que han sabido
darse, las redes que se han tejido con experiencias
56- No damos cátedra

afines, sino también la experimentación de formas


de vida resistentes, anómalas, refractarias al control,
o lo que es igual, al muro de la normalización. Lo
que acontece en los márgenes, entonces, nada tiene
de marginal.
Distinto que la experiencia privada de mundo
–y del otro- que la privatización social encarna, lo
que allí aconteció traduce una verdadera práctica
terapéutica. Si la normalización produce una forma
privatizada de individuo, entonces, forzosamente,
hemos de devenir minoritarios. Se tratará así de
hacer sabotaje creativo a la máquina.
* * *
Quien haya leído La conquista del pan sabrá
la importancia que Kropotkin atribuía al alimento
para un proceso de autoorganización social. Con-
tra la concepción jacobina que reducía todo a la
conquista del poder político, es decir, a la confor-
mación de nuevos patrones –aunque éstos se lla-
masen comisarios-, posesión de la máquina-Estado
mediante, Kropotkin diría que hay que asegurar,
primero, el pan para todos.
¿Cómo? No es cuestión de recetas, es claro,
pero resulta condición de posibilidad para ello que
el común se sepa servir a sí mismo, es decir, que se
autogestione y no ya que se subordine a las órdenes
dictadas por los hombres de buró central. Los usos
comunales, la cooperación y el apoyo mutuo, o lo
que es lo mismo, la invención de nuevas formas de
la autoorganización social serán, entonces, requisi-
to fundamental.
Sería preciso, por lo tanto, para Kropotkin,
que las grandes ciudades cultivaran la tierra, que
los parques y jardines de los señores fuesen así re-
cuperados. Las tierras estaban, los brazos se pres-
tarían al trabajo de igual manera, la inteligencia
taller de investig / acción urbana -57

del común se portaba consigo mismo ¿qué más


haría falta? Nos da gusto pensar que esta propues-
ta comunitarista, pensada para otras circunstan-
cias, es claro, y a la que sólo cabe agregar la pre-
gunta en torno a los modos de ser de la técnica, y
su referencia a lo ecológico, ha sido y aún hoy es
verificada por experiencias moleculares como la
Huerta orgázmika.
Quien busque en la huerta la lucha final, de
seguro, no la encontrará, aquella barricada no dará,
acaso, lugar a tan ansiada –pero no menos mítica-
estocada. En la huerta, las irreductibles formas de
vida que se han sabido experimentar proliferan
como indicios, aquí y ahora, de otros mundos, es
decir, de otros modos de hacer-ser, dentro, contra y
más allá del capital. El ensayo de la autogestión, por
tanto, inscribe líneas de fuga en los bordes del cuer-
po normalizado de la ciudad, espacios de libertad
que, al tiempo que la hacen habitable, abren a un
puro tiempo-ahora, inventando así otros posibles.
-59

La justicia de los ilegales

La Ley y la justicia en ocasiones se nos apare-


cen como si fueran dos cosas semejantes o, cuanto
menos, correlativas entre sí: como si la función de
la Ley fuera implantar justicia, o como si la justicia
se expresara a través de la Ley. Sin embargo, más
allá –o más acá- de las luces platónicas de la apa-
riencia, las cosas resultan ser bastante distintas. La
Ley no es más que un puro límite, frontera o línea
que cruza por en medio de la calle, que franquea
los campos y atraviesa nuestros cuerpos de-limitan-
do lo legal de lo ilegal –de aquí la extrema preocupa-
ción de los legisladores por instituir leyes claras y
precisas que permitan, en su prolija enunciación,
erradicar el mayor vestigio posible de malentendi-
dos y contradicciones.
A un mismo tiempo que de-limita, la Ley sub-
jetiva: constituye en su de-limitación sujetos legales
e ilegales. Unos y otros –aquellos que quedamos de
un lado y del otro del límite que la Ley traza e im-
pone- no somos sino los derrotados de las luchas
en que, bajo el filo de la espada del Estado, fuimos
vencidos y convencidos del deber de agachar la ca-
beza ante su letra, que también es espada y Ley y
Estado: significante soberano.
Por el lado de la justicia, la situación resulta un
tanto más confusa y compleja. Ésta no se presenta
de manera tan clara, precisa y prolija. Ella se escon-
de vergonzosa bajo un manto de sombras que im-
pide su justa designación. El filósofo francés Alain
Badiou, en una conferencia dictada en el año 2004
en la ciudad de Rosario, sostenía que tal opacidad se
60- No damos cátedra

debe a que “no hay testimonio de la justicia, nadie


puede decir: `yo soy el justo`”. De este modo, la
justicia se nos presenta como un campo abierto de
disputas por la institución de su significación, mien-
tras que la Ley, por el contrario, disputa su lugar en
lo social como significante soberano e instituyente
–pero instituyente (vale decirlo una vez más) de lo
legal y lo ilegal, no de lo justo e injusto.
En tanto campo de disputa, la justicia nos exi-
ge tomemos posición frente a ella. ¿Qué pensamos
de la justicia?, ¿qué es lo justo y qué lo injusto? Ello
mismo se preguntaba Badiou en la conferencia
arriba citada, y proponía como respuesta una de-
finición políticamente activa de justicia. La justi-
cia –nos decía- es “toda tentativa de luchar contra
la esclavitud moderna, lo que significa luchar por
otra concepción del hombre”, distinta a aquella
que lo constituye en cuerpo que consume y sufre.
A partir de esta serie de sintéticas reflexiones,
podríamos sin inconvenientes deducir que, si la
Ley no se corresponde necesariamente con la jus-
ticia, bien puede suceder que se sancionen leyes
injustas. Si desempolvamos rápidamente un poco
la historia, podemos encontrar actos de injusticia
en la sanción de leyes tales como las de Nüremberg
en la Alemania Nazi, o las leyes de Aniquilamiento
de la Subversión en la Argentina pre-dictatorial de
Isabelita, o la Ley de Residencia elaborada por Mi-
guel Cané bajo el gobierno democrático de Julio
A. Roca.
Así también, podemos encontrar injusticias
no tan evidentes –aunque no por ello menos sig-
nificantes- en el veto injusto pero legal de la Ley de
Emergencia Habitacional en diciembre de 2008
por el gobierno de Macri. Tal medida constituyó el
puntapié inicial de un proceso aún abierto de des-
alojos compulsivos contra diversos espacios ocupa-
dos de la Ciudad de Buenos Aires, devenidos en
taller de investig / acción urbana -61

centros culturales, huertas orgánicas, asambleas


barriales, cooperativas de vivienda, fábricas recupe-
radas. La argumentación a dicho avance estatista
fue que la ocupación de los espacios era ilegal y, por
ende, sus ocupantes ilegales. Ante tal situación, la
respuesta de los ilegales no se hizo esperar y rápida-
mente se organizaron para resistir a los desalojos.
Uno de los lugares que actualmente se en-
cuentra bajo amenaza de desalojo es la asamblea
de Flores, ubicada en la intersección de la aveni-
da Avellaneda y la calle Gavilán. Allí funciona un
centro cultural en el que se dictan diversos talleres
para vecinos del barrio, y una cooperativa de vi-
vienda en la que viven treinta y cinco familias y
más de cien personas. En un documental elabo-
rado por activistas del espacio, uno de los jóvenes
que vive allí sostiene que el lugar no es un espacio
tomado u ocupado, sino recuperado.
Los verbos tomar y ocupar refieren a un acon-
tecimiento que se impone desde el presente. El
verbo recuperar, por el contrario, nos remite a un
pasado que no es directamente asible, pero que
resuena en su rememoración a un momento ori-
ginario que permanece abierto: el momento de la
justicia de aquellos que fueron vencidos y, tiempo
después, hicieron del instante en que recuperaron
el lugar que ahora ocupan (como diría Benjamin)
su “chance revolucionaria”1.

1. Quienes saben de análisis de discurso, sostienen que éstos deben


interpretarse escindidos de sus enunciadores. Quienes saben de
física, afirman que las ondas de sonido –en nuestro caso las voces-
no se pierden en el espacio con el tiempo, sino que permanecen
gravitando imperceptibles en el aire. En la misma línea en que se
62- No damos cátedra

El espacio –en tanto pura territorialidad- es y


fue, ante todo, espacio común de todos y de nadie,
luego estatizado, privatizado y de-limitado con la
sangre de los vencidos. Es este espacio originario
aquel al que los activistas de la Asamblea de Flo-
res hacen referencia cuando mencionan el verbo
recuperar. A través de la recuperación como opor-
tunidad revolucionaria, instituida por la Ley y el
Estado como ilegal, los ocupantes –o, más bien,
recuperantes- recuperaron el espacio del que alguna
vez fueron excluidos –que no es otro que el espacio
vital de su vivienda, de su trabajo, de su produc-
ción y su creación- y lo reconstruyeron como espa-
cio de resistencia.
Casi cien años antes de la conferencia dictada
por Badiou, el anarquista (no)mexicano Ricardo
Flores Magón sostenía que
“el verdadero revolucionario es un ilegal por
excelencia. El hombre que ajusta sus actos a

piensa la hermenéutica del discurso y la imposibilidad de que existan


dos significantes que sean el uno al otro sinónimos absolutos, una
misma palabra dicha por voces distintas –e, incluso, por una misma
voz en momentos distintos- no es nunca la misma. En varios de los
informes sobre planeamiento urbano del gobierno porteño, éste
nombra los proyectos de desalojo –de manera eufemística- como
“recuperaciones del espacio público”. Aquí, recuperar no sólo no
remite a chance revolucionaria alguna, sino tampoco a un tiempo
pasado del verbo. En estos discursos, recuperar implica poner en
servicio lo inservible, negar lo-que-hay por ocioso, a sus habitantes
por vagos, no-ciudadanos. Es decir aquello a recuperar, según los
informes del gobierno, no es un tiempo pasado, sino un espacio
perdido: incluir lo excluido –excluyendo aún más lo ya excluido-,
insertar en los flujos del capital aquello que se escapa por ocioso
en tanto no cuantificable, no valorizable.
taller de investig / acción urbana -63

la Ley podrá ser, a lo sumo, un buen animal


domesticado; pero no un revolucionario. (…)
Por eso, los Revolucionarios tenemos que ser
forzosamente ilegales. Tenemos que salirnos
del camino trillado de los convencionalismos
y abrir nuevas vías.”
Estas palabras nos inducen a preguntarnos:
acaso en este salirse del camino de los convencionalis-
mos, ¿no se encuentra también aquella lucha contra
la esclavitud moderna y por otra concepción del hombre
propugnada por Badiou, así como también aquella
recuperación ilegal del espacio llevada a cabo por los
asambleístas de Flores? Si nuestra respuesta es afir-
mativa, entonces podríamos sostener que la verdade-
ra justicia –la justicia originaria- no es la impartida
por la Ley, sino, justamente, aquella que ésta busca
aprisionar bajo la estigmatización de la ilegalidad: la
justicia de los ilegales.
-65
La ciudad y los ciudadanos 2

La nocion de ciudadania irrumpe en el cuerpo


teorico academico, como un concepto fundamental
a la hora de subsanar los vacios teoricos que entraña
el binomio sociedad y estado. Esta aludiría al con-
junto de derechos que el Estado le reconoce a los su-
jetos que subyuga. Para ser más precisos, habría que
decir que el ciudadano es una figura indisociable del
Estado-Nación moderno, así como el súbdito lo era
respecto a los Estados feudales y las monarquías ab-
solutas (y la cuestión de fondo siempre es la de la legi-
timidad de los distintos regímenes de dominación);
por lo tanto, más que una irrupción, se trata de una
renovada atención y debate en torno al concepto3.

2. Este artículo está inspirado en una reforma judicial que el PRO,


aprovechando la indiscutida mayoría de bancas que posee en la
Legislatura hasta el 10 de diciembre de 2009, intentó llevar a
cabo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Al momento de la
publicación de este boletín, el partido de Mauricio Macri no llevó
a votación el proyecto de ley (cuyo dictamen previo sí logró aprobar
en la Comisión de Justicia de la Legislatura), debido a la resistencia
que engendró no sólo en una minoría constituida por legisladores
provenientes de distintos partidos de la oposición, sino también en
diversas ONGs como el CELS y ACIJ.
3. Para un recuento y clasificación de las distintas perspectivas que
abordaron la relación entre Sociedad y Estado –y la insuficiencia teórica
de aquel marco conceptual tradicional para explicar las políticas
públicas que emergieron especialmente con el Estado de Bienestar-
puede consultarse el realizado por Sonia Fleury en “La naturaleza del
Estado capitalista y de las políticas públicas”, capítulo que abre Estado
66- No damos cátedra

En una primera aproximación, digamos que la


ciudadanía se construye -o se destruye (o de-constru-
ye)- en la medida que los sujetos van adquiriendo
-o perdiendo- los derechos que el Estado le debe
reconocer. Asimismo, se fortalece (o se debilita) en
la medida que los ciudadanos ejercen (o no) los de-
rechos adquiridos.
En una segunda aproximación, podemos dis-
tinguir dos niveles. Uno es el plano formal, abstrac-
to, de los cuerpos legales y normativos que rigen,
o intentan regir, la vida social. El otro es el plano
concreto, en el que se puede constatar que las leyes
no son sino letra muerta toda vez que no se cumple
con ellas. Basta contrastar la Constitución Nacio-
nal con una ligera observación de nuestro alrede-
dor, o incluso por lo difundido en la coyuntura ac-
tual por cualquier medio masivo de comunicación
(aún los más reaccionarios, que actualmente, y a
tono con las denuncias de la no menos reacciona-
ria Iglesia Católica, dan cuenta del incremento de
la pobreza estructural en nuestro país) para poner
en evidencia que los artículos de la Carta Magna
no pasarían de ser más que el producto literario
–con pomposas pretensiones políticas- de un pu-
ñado reducido de juristas.
Llevando estas discusiones al terreno de los
conflictos que nos ocupan (de los cuales no se
han hecho eco los medios masivos de comunica-
ción), podría decirse a modo de ejemplo que la
expropiación definitiva de IMPA, sancionada por
la ley 2969/2008, es una conquista popular que

sin ciudadanos. Seguridad Social en América Latina (Lugar Editorial,


Buenos Aires, 1997).
taller de investig / acción urbana -67

se expresa tanto en el plano concreto como en el


plano formal de la legalidad. Concreto, porque en
los hechos los trabajadores ocuparon la fábrica y la
pusieron en funcionamiento, reivindicando su de-
recho a trabajar contemplado por la Constitución
Nacional. Formal, porque el sistema legal poste-
riormente se vio obligado –por la constante lucha,
no exenta de conflictos internos, que supieron dar
los trabajadores de IMPA- a reconocerles este dere-
cho y a explicitarlo en una norma específica.
Ahora bien, el escenario actual nos encuentra
con la inminente declaración de inconstituciona-
lidad de dicha ley por parte del juez Héctor Hugo
Vitale -el mismo que aplicó sin miramientos la ley
de expropiación definitiva en la quiebra de Ghel-
co- tras lo cual ordenaría nuevamente el desalojo
de la fábrica para su posterior remate. Según el co-
municado de prensa que los propios trabajadores
lanzaron el pasado 10 de agosto, la razón de esta
medida es un negociado inmobiliario que dejaría
6 millones de pesos a repartirse entre Vitale y De-
benedetti, síndico de la quiebra.
Si éste desalojo tuviera lugar, es decir, si esta
vez al juez Vitale se le ocurre hacer caso omiso de
una ley sancionada por el Poder Legislativo de la
Ciudad de Buenos Aires, podría inducirse que la
lucha consagrada en el plano legal y administra-
tivo carece de importancia; que no tiene sentido
pelear por la sanción de una norma, como en su
momento pelearon los trabajadores de IMPA y de
otras empresas recuperadas, si más tarde apare-
cerán grupos con significativo poder económico
e inclinarán las leyes a su favor (sobre todo si los
jueces tienen un “sentido de la propiedad” hiper-
trofiado). Al lado del caso IMPA, hay innumera-
bles casos concretos y particulares que dan cuenta
de la violación sistemática de los derechos de las
clases subalternas. Considerados en su conjunto,
68- No damos cátedra

y por inducción, no es descabellado llegar a la pe-


ligrosa conclusión de que en el terreno legal no
hay disputa que valga la pena.
Aquí no se pretende hacer una apología de la
legalidad, sino de pensar por qué razones es necesa-
rio –si es que es necesario- seguir dando pelea tam-
bién en ese ámbito. Una buena razón podría ser de
índole discursiva. Y acá entramos de lleno en el pla-
no de la disputa de sentido, de la lucha en el campo
de lo ideológico, y sobre todo en la construcción de
la imagen de sí mismos, que los políticos le encar-
gan a sus publicistas, y que difunden a través de los
holdings mediáticos, con la colaboración de sus pe-
riodistas adictos. Para exigir la obediencia al Estado,
los defensores del “orden” (en todas las acepciones
que este término soporta), son concientes de que les
es posible avanzar sobre los derechos adquiridos de
los gobernados siempre y cuando se esté actuando
dentro de la ley. De no ser así, entrarían en contra-
dicción con aquel discurso que brega por la “cali-
dad institucional” (este término, el último grito de
la moda en la política marketinera, es un muy buen
ejemplo de lo que, en la teoría discursiva de la ideo-
logía, Laclau denominó significante vacío). Este lími-
te legal/discursivo, que en cada caso particular nos
coloca a un lado u otro de la línea imaginaria que
separa a los “honestos” de los “delincuentes”, es una
de las tantas razones por las cuales Macri, a través
de métodos más o menos groseros, se ve obligado a
reformar el marco regulatorio con el que debe ope-
rar. Lo hizo al derogar, mediante el decreto 9/2009,
la ley 2973, aquella que suspendía los desalojos de
los inmuebles del GCBA mientras estuviese vigente
la Emergencia Habitacional, prorrogada por la ley
2472/2007 hasta el 2010.
La próxima reforma ya no será por decreto,
sino que –probablemente en aras de una mejor
“calidad institucional”- el macrismo tendrá la de-
taller de investig / acción urbana -69

licadeza de impulsar una importante reforma ju-


dicial recurriendo a la Legislatura porteña, donde
mantendrá una cómoda mayoría hasta el 10 de
diciembre. El proyecto de ley, que iba a votarse
en las primeras semanas de octubre4, por un lado
faculta al GCBA para recusar un juez sin motivo
alguno (eso sí, a uno sólo) cada vez que le llegue
una causa. O sea, si el magistrado le ha fallado des-
favorablemente en juicios anteriores, puede recla-
mar que el nuevo litigio quede en manos de otro
juez. Por otro lado, y esto me parece lo más grave,
establece que toda persona jurídica deberá ofrecer
una contracautela como requisito previo a la pre-
sentación de un amparo judicial, es decir, deberá
responder con un bien de su patrimonio por si
el amparo no tiene lugar en el fallo del Tribunal.
Para analizar este nuevo orden legal que pretenden

4. Según Página 12, uno de los pocos medios importantes de la


prensa escrita que cubrió este tema (el absoluto silencio de Cla-
rín y La Nación en relación a esta reforma judicial es por demás
significativo, por no hablar de los medios electrónicos –radio y
TV- que tampoco dieron a conocer estas informaciones de alta
relevancia política y social), la ley comenzaba a discutirse en la le-
gislatura en la semana del 5 de octubre. Parece ser que la reforma
aún no se votó, ya que las últimas novedades publicadas al respecto
se refieren a la conferencia de prensa convocada por el Centro de
Estudios Legales y Sociales (CELS), Asociación Civil por la Igual-
dad y las Justicia (ACIJ) y otras organizaciones sociales, para exigir
que no se lleve adelante esta reforma. Para una información más
detallada de la cuestión, ver: “Un freno a los jueces que moles-
tan” (Página 12, 30/05/2008), “Un límite macrista a la justicia”
(Página 12, 24/09/2009), “Ugolini Jueza, sea como sea” (Página
12, 27/09/2009) y “Una reforma judicial con sello PRO” (Página
12, 28/09/2009), que al menos hasta el día 9 de octubre también
podían encontrarse en la versión digital del diario.
70- No damos cátedra

imponer el PRO, y sus eventuales aliados, hay un


caso relativamente reciente que pone en evidencia
el retroceso que significará esta reforma para los
sectores populares.
taller de investig / acción urbana -71

A principios de año, unas setecientas familias


que ocupan inmuebles del GCBA ubicados sobre el
tramo 5 de la traza de la ex autopista 3, fueron no-
tificados respecto a un inminente desalojo adminis-
trativo (la ley 1408 ya había sido vetada por Macri en
el 2008). Fue el indicio más claro, hasta entonces, de
que éste gobierno está dispuesto a desplazar barrios
enteros, y transformar a su antojo la demografía de
la ciudad, a la par que concreta negociados con em-
presarios del sector inmobiliario. Si bien Macri ya
había hecho públicas sus intenciones de erradicar
villas (plan que no pudo concretar gracias a la resis-
tencia de las organizaciones que en ellas residen),
ahora se les estaba intimando a miles de personas a
que abandonaran una zona que comprende catorce
manzanas dentro del barrio de Villa Urquiza. Cien
de esas familias, lejos de resignarse, presentaron en-
tonces sus respectivos amparos ante los Tribunales
Contenciosos Administrativos de la Ciudad de Bue-
nos Aires, y la jueza Elena Liberatori falló a favor de
ellas. En su resolución, la Dra. Liberatori consideró
que los desalojos no tenían como contrapartida una
“vivienda digna”, sino apenas un subsidio.5

5. Algunos aspectos a destacar del caso de la “ex AU3” son: a)


en primer lugar el hecho de que buena parte de los vecinos que
resistieron los desalojos se encontraban organizados desde hacía
varios años, al punto tal de que obtuvieron dos leyes –la 324 y la
341- con las que se apuntaba a una solución definitiva a su pro-
blema habitacional, mediante una línea de créditos del IVC que
tenían como objetivo la compra de los inmuebles por parte de los
mismos ocupantes; b) el carácter extorsivo que caracterizó la oferta
de por parte del GCBA, de acuerdo a las palabras de los propios ve-
cinos; c) la campaña mediática de desprestigio hacia los ocupantes,
quienes fueron tildados de delincuentes por parte del mismísimo
72- No damos cátedra

Ahora bien, una vez concretada la reforma


macrista ¿qué ocurriría ante un nuevo desalojo ma-
sivo que el GCBA decida llevar adelante, como el
que se les notificó recientemente a las 27 familias
que ocupan inmuebles sobre la Avenida Caseros
al 1600/1800? En primer lugar, estas familias sin
vivienda sólo podrían presentar un amparo si pre-
viamente ofrecieran un bien patrimonial como ga-
rantía (y si se ven obligados a ocupar un inmueble
es de suponer que carecen de medios para alquilar
una vivienda digna). En segundo lugar, suponien-
do que los vecinos pudieran sortear este escollo
iniciando un expediente para litigar sin gastos, si
el caso recayera en manos de la jueza Liberatori
-o cualquier otro magistrado con un historial de
fallos desfavorables al GCBA (o mejor dicho, con-
trarios a medidas tales como los desalojos adminis-
trativos que no consideran la vulneración de dere-
chos básicos como el de vivienda)- los mandatarios
que dicen defender el patrimonio Estatal podrían
recusar a esta jueza –reitero: sin dar motivo alguno-
con la esperanza de que la causa vaya a parar a las
manos de un juez al que le parezca correcto dejar,
más tarde o más temprano, a varias familias en la
calle. En este sentido, no está de más señalar que
esta reforma judicial viene de la mano de la desig-
nación de Daniela Bruna Ugolini al frente del Tri-
bunal Superior de Justicia: Ugolini tiene el record
de fallos favorables a la gestión PRO.

Mauricio Macri, a raíz de la cual el jefe de gobierno fue denuncia-


do ante el INADI. El caso del tramo 5 de la traza de la ex autopista
3 fue seguido por el periódico digital www.lapoliticaonline.com.ar,
de donde se recoge la información.
taller de investig / acción urbana -73

Entonces, la segunda razón para no desaten-


der la lucha en el terreno legal y administrativo,
es precisa y redundantemente de carácter legal y
administrativo. Y esta línea de acción no va en de-
trimento de la que comúnmente denominamos
acción directa, ni significa abandonar aquellas
históricas medidas de fuerza que las clases popu-
lares llevaron y llevan adelante por la construc-
ción y defensa de su ciudadanía (tomas, piquetes,
escraches, manifestaciones y movilizaciones…).
De hecho, la presión que se ejerce con éstas me-
didas es determinante para que el Estado (ya sea
a través de un juez, un legislador o un burócrata
del ejecutivo) se decida o no a violentar los dere-
chos de sus ciudadanos. Afortunadamente, esta
separación entre los diversos tipos de acción, que
aquí formulamos sólo a nivel analítico con inten-
ciones de repensar la línea legal/administrativa,
no aparece como tal en la realidad; y las clases po-
pulares, especialmente cuando se dan a sí mismas
cierto grado de organización, no sólo saben muy
bien cuándo recurrir a una u otra línea de acción,
sino que ponen en evidencia la unidad de la lu-
cha cada vez que -en un piquete o un escrache-
hacen saber a los demás ciudadanos -a través de
pintadas, pancartas y volantes, y también a viva
voz o con la ayuda de un megáfono- cuáles son
los derechos que se les están negando, o dicho
de otro modo, cuáles son las leyes fundamentales
que violan los delincuentes de turno al mando
del aparato estatal.
-75

La ciudad bella

estar ahí permanecer


como yuyo lo indeseado
que crece en los jardines
más cuidados tener
la irreverencia de ser
donde no nos interpelan

la destrucción de la huerta es el síntoma


de un gobierno que piensa la ciudad como
su jardín. cuando arrasa
las hojas irregulares, las plantas enmarañadas,
los frutos que crecen
azarosos,
amputa el desorden.
concilia su sueño de baldosas grises.

esas no tiñen los pies ni los embarran. son pul-


cras. e indistinguen todo andar y todo
espacio.
borran los rastros de la albahaca y la menta.
las veredas planas del olvido.

como los frutos, los cuerpos que andan azarosos


deben extirparse de la ciudad.
nada puede crecer
en las calles.
ni un zapallo, ni una idea, ni una amistad.
la calle no es un frutal.
76- No damos cátedra

la cadencia geométrica de las baldosas marca el


ritmo de lo predecible.
preserva el desplazamiento rectilíneo.
minimiza la exposición –abismal- de quienes de-
ben
circular.
amortigua el peso de lo común, extiende
el espacio privado.
ordenar es
aplacar el riesgo de lo que acontece.
el encuentro con un cuerpo doliente,
hambriento, desabrigado
fulgura
un segundo de incomodidad
en la conciencia de lxs buenxs ciudadanxs.

la visibilidad de la pobreza en el espacio urbano


desquicia el paradigma
de la ciudad espectacular, hecha para el goce vi-
sual.

la ciudad bella no se habita, se transita.


es museo, lo que se atraviesa y no se toca.
las baldosas no se huellan, no hay trayectorias.
el encuentro con el otro, con el pobre, agrieta ese
ser-todo-ojos. reclama
un cuerpo e incita la experiencia. la eficacia
del discurso massmediático de la inseguridad está
en garantizar que eso que aflora sea
únicamente miedo.
taller de investig / acción urbana -77

el miedo es el dispositivo
que reasegura el paso ordenado por la ciudad.
es el mínimo de experiencia
que inmuniza contra la experiencia.
-79

La parte maldita

Ha sido dicho que el concepto de perro no


ladra. Esto pareciera ser cierto toda vez que preten-
damos aferrar lo que está siendo en una representa-
ción. La máquina explicadora, entonces, se revelará
impotente cuando de capturar las intensidades se
trate. La producción de lo real, sin embargo, bien
puede ser motivada a partir de una específica pues-
ta en escena; aquello que se nos muestra, podemos
decir, no será otra cosa que la cifra de la normaliza-
ción. La gripe porcina resultará, de esta manera, de
la mercantilización -o si se prefiere, de la explota-
ción- de su imagen-espectacular.
Nuestra experiencia urbana no es sin fantas-
ma; es decir, que no hay un puro espacio al cuál
remitir, separado de las modalidades en que éste se
nos aparezca. Asimismo, reclamará cuerpos: toda
experiencia de algo será, a su vez, experiencia de
alguien. Pensar ésta, entonces, no será distinto de
pensar la opacidad que constituye nuestros modos
de ser-con-otros –o también, el nudo de intenciona-
lidades vividas, la traducción.
Habitar la ciudad es arrastrar en torno nues-
tro significaciones. La producción industrial de
imágenes de referencia, entonces, compondrá jun-
to a aquellas un mundo vivido. En este magma se
actualizará el capital en tanto investidura colectiva
de deseo. Asimismo, en esta potencia de in-for-
mación de la experiencia residirá la privatización
securitaria.
Estas tecnologías de normalización en torno
al común, por tanto, redundarán en una autén-
tica economía de la política. El gobierno de las
mentalidades referirá a que cada cual sepa ser su
80- No damos cátedra

propio vigilante. No habrá resquicio alguno por


recubrir. El sueño de la razón –una sociedad trans-
parente a sí misma-, será obsesivamente reanuda-
do cada vez a partir de la autogestión del miedo.
El cuidado de sí se nos revelará una biopolítica.

Foucault y el panóptico

Refiriendo a aquello que luego llamaría una


gubernamentalidad, Michel Foucalt nos habla de
un dispositivo que reuniría la mirada médica y
las formas arquitectónicas. A través del panópti-
co, entonces, se alcanzaría una mayor visibilidad
de los cuerpos; esto redundaría en una vigilancia
global e individualizante. El poder de mando se
asociaría así a un saber; ambos se reclamarían. El
espacio devendría en objeto de regimentación.
Mediante tecnologías de gobierno, por tanto,
el espacio será organizado en torno a un especí-
fico régimen de verdad. El saber-poder, entonces,
ocupará las ciudades; prescribirá ciertas maneras
de ser-estar, ordenará, medicalizará. La higiene
deberá llegar así a todas partes, remitirse a cada
rincón oscuro. Lo que encuentra su morada en la
sombra traducirá una amenaza. Deberá extirparse
y con ello los saberes considerados menores, po-
bres –saberes niños-; se pretenderá, de esta mane-
ra, dilucidarlo todo.
Potencia de gobierno; economía de la políti-
ca. Ante la mirada que todo lo trasluce, sólo res-
taría obedecer. He aquí la premisa que soportará
una máquina en la que, pareciera ser, nadie está
al mando. La más pura impersonalidad. “En el
Panóptico, cada uno, según su puesto, está vigila-
do por todos lo demás, o al menos por alguno de
ellos; se está en presencia de un aparato de des-
taller de investig / acción urbana -81

confianza total y circulante porque carece de un


punto absoluto”, nos dirá Foucault. Una máquina,
entonces, que se quiere sin afuera.
La novedad, si es que hay alguna aquí, no resi-
de en la disolución de un centro, sino en entender
a éste como estando soportado en apoyos mutuos,
recíprocos. Aquí la parte remite al todo como un
fondo de silencio que, aunque inaprensible, persis-
te en su ser. Las insurrecciones contra la mirada,
empero, son ardides que el antagonismo traza en
torno al cuerpo normalizado; ante éstas, la máqui-
na será actualizada siempre cada vez.

Máquina de máquinas

Afirma Giorgio Agamben que “la metrópolis


es el dispositivo o grupo de dispositivos que reem-
plaza a la ciudad cuando el poder asume la forma
de un gobierno de lo humano y de las cosas”. Reto-
ma para esto dos modelos de ciudad: el de la lepra
y el de la peste. El primero basado en la exclusión,
en el poner fuera, buscando mantener así la ciu-
dad pura. El segundo, ante la imposibilidad de ex-
pulsar el mal de la ciudad, recluirá en sus casas a
los afectados; los vigilará, controlará, es decir, sabrá
poner al cuidado.
No hay dispositivo sin proceso de subjetiva-
ción y des-subjetivación. “La metrópolis es tam-
bién un espacio en el que un tremendo proceso
de subjetivación tiene lugar”, se nos dirá. Los
modelos referidos, asimismo, se conjugarán en
la ciudad tardomoderna. Pensar la potencia gu-
bernamental de la máquina mediática, entonces,
requiere de reasumir el incesante reenvío a otros
dispositivos. ¿Se puede pensar la gripe porcina
sin hacer lo propio con el dominio instrumental,
82- No damos cátedra

cuya expresión pone en acto la producción inten-


siva de alimentos? La palabra (plena) de orden de
los especialistas, a su vez, debe poder ser suspen-
dida; deberá desocultarse, para ello, el silenciado
acontecimiento de una autoría sin nombre cuan-
do de crear un virus de nuevo tipo se refiera. Pen-
sar los modos en que habitamos nuestras ciudades
reclama, además, la pregunta en torno a lo que un
cuerpo puede. La ciudad se compone al encuen-
tro de los cuerpos y dispositivos.
Emergiendo de un difuso entramado de
tecnologías de gobierno, la máquina mediática
se nos mostrará como un nodo privilegiado de
la red. Momentos inseparables de una totalidad
indivisa, aquí también, aquello que se recorta
como figura, no excluye un fondo, el cuál nunca
deja de estar por eso allí, al margen, pronto a ser
reasumido cada vez en un específico ordenamien-
to. Asimismo, la estructura figura-fondo, según
refiere Maurice Merleau-Ponty, sobreentiende la
presencia originaria de un cuerpo propio para el
cual esta emergencia acontezca. No habría espa-
cio/tiempo para mí si yo no fuese cuerpo. Hacer
experiencia del tiempo y el espacio, por tanto, es
reanudarlo activamente, apropiárselo. Aquello
que debe hacerse presente en la ciudad, diremos,
es la experiencia vivida del rechazo a la normali-
zación; la suspensión de la experiencia privada de
mundo y del otro reclama de este modo la ingo-
bernabilidad de los cuerpos.

El cuidado de sí

¿Cómo pensar, entonces, la gripe porcina por


fuera de sus representaciones mediáticas? ¿Cómo
no retenerlas en torno nuestro? ¿Es que acaso un
taller de investig / acción urbana -83

real vivido nos exime de este compromiso con


unas significaciones industrialmente producidas?
¿No presupone por el contrario unas significacio-
nes que pareciera confirmar cada vez? ¿Cómo no
pensar en la valorización de la imagen-espectacular
de aquella? Y ¿cómo ésta, a su vez, se reanuda con
la privatización securitaria, o si se quiere, el orde-
namiento policial de los cuerpos?
Se nos dirá que hay muertes, que se trata
de una pandemia. Pareciera entonces que el va-
lor de la imagen-mercancía remite –por fin- a un
real; arrastra en torno a sí –diremos- su referente.
Transparente como la pura técnica de los especia-
listas que se apresuran en dar sus opiniones, allí
emerge lo real. No hay forma de apariencia algu-
na que pueda distorsionarlo, no hay distancia.
El puro medio del medio lo sostiene, luego no-
sotros lo habitamos. El valor de la imagen-pande-
mia encuentra su valor de uso: la pura coartada.
La novedad, sin embargo, no residirá aquí en
que el (puro medio del) medio produzca industrial-
mente un real vivido como tal. No es aquello lo
que se recorta como una figura de nuevo cuño so-
bre un fondo de tecnologías de gobierno. Nos dirá
Robert Castel que estar protegido es, asimismo,
estar amenazado; pretender dominar los riegos de
la existencia redundaría, entonces, en vivir rodea-
do de sistemas de seguridad. El riesgo de fallar se
nos mostraría, de esta forma, como su irreductible
contraparte. Lo que hará falta siempre ya será más
control. La radicalidad de esta –desmesurada- de-
manda, podemos decir, traducirá una significación
nodal del capital: el dominio instrumental.
El cuidado de sí, diremos, compondrá un
mecanismo de control con el cuerpo-capital, el
cuerpo-recurso, el puro cálculo y su racionali-
zación, la pura utilidad –y entonces ¿una pura
servidumbre?-. Cualquier semejanza con el orde-
84- No damos cátedra

namiento neoliberal que dispone una política-


que-no-es-ideología, sino una pura técnica de
gestión no será pura casualidad. En ella residirá
la consumación de una gramática utilitaria; una
economía de los cuerpos, una mentalidad dada
al cálculo. Lo que habrá que rechazar será la pér-
dida de sí, el gasto improductivo. Habrá que cui-
darse, sobre todo, obsesivamente, del otro; en él
reside la amenaza. En el contacto, en el encuen-
tro. El virus es invisible; habitará, se recluirá, en
todas partes y en ninguna. Reducir los rincones
oscuros, las sombras, resultará, de esta manera,
imprescindible. Tomar parte en el control, cla-
sificar, ser impersonal. Ser cada cual su propio
vigilante –y el vigilante un amigo-, a la vez que
se persiste en vigilar al otro y, llegado el caso –de
ello dependerá nuestra salud-, se lo denunciará
–la imposibilidad de trazar un límite entre lo que
es propio de la cosa y lo que ponemos en ella,
revelará aquí una dimensión ética irreductible-.
Recluirse, higienizarse, resguardarse. Exigir -y ad-
quirir- más seguridad. Controlar el espacio de lo
público, dejarlo todo en manos de los expertos.
Proteger, por fin, la propiedad.
* * *
La mutación en las tecnologías de gobierno se
nos muestra como un pasaje en acto. A la política
sanitaria de Estado, el (puro medio del) medio no
tardó en efectuar un socava-miento acorde a lo esce-
nificado en días del conflicto llamado del campo.
Potencia de gobierno desplegada. Si el difuso entra-
mado de mecanismos de gobierno se reclama como
momentos de una totalidad indivisa, en la cual, como
en la estructura figura-fondo, unos se nos muestran,
otros permanecen al margen, ésta no será reductible
al puro mando; la productividad de la máquina me-
taller de investig / acción urbana -85

diática, entonces, algo nos dice respecto de las trans-


formaciones operadas en la gubernamentalidad.
Alcanzar el punto de ingobernabilidad sigue siendo
la tarea que viene. La pérdida de sí deviene sabotaje.

Lo que se escapa a la servidumbre, la vida, se juega, es


decir,
se sitúa en las oportunidades que se encuentran.

El aprendiz de brujo
Georges Bataille.
-87

En el cielo ¿las estrellas?,


en el barrio ¿los vecinos o las barriadas?

Una ciudad es una mamushka. No vivimos en


una ciudad –como cantaban setentistamente Pe-
dro y Pablo- sino en muchas, aun sin salir –supues-
tamente- de la misma: he aquí el quid de la cuestión,
no hay Lo uno a la hora de hablar de las ciudades,
sino siempre Lo múltiple. No una ciudad sino mu-
chas, aunque sea dentro del mismo catastro o no-
minación. ¿Qué tienen en común las experiencias
de caminar por Villa del Parque (VDP), allí don-
de los vecinos -esa categoría tan aristocráticamente
decimonónica como neoliberalmente propia del
siglo XXI- todavía -¿todavía?, ¿es una cuestión de to-
davías?- reciben la tardecita con puertas y ventanas
abiertas -supuestamente inconscientes de la constan-
te ola de robos que, según los principales medios
de orinación, asola la ciudad-, con hacerlo por Re-
coleta, allí donde tampoco se cruzan demasiadas
personas por las veredas, pero en este caso porque
la seguridad privada pagada por los vecinos ejerce
un más o menos estricto control sobre los habitúes
de esas calles y acequias, motivo por el cual ante la
identificación de un extraño de esos lares las luces
de alarma se prenden en las esquinas de las calles
repletas de altos edificios y adolescentes de casas
bajas? Lo que no existe en estos barrios, los barrios
nortes de una ciudad que no es una sola ciudad,
son las memorias de lo que alguna vez fue la ciu-
dad: no ya la borgeanamente mítica fundación de
Buenos Aires por lo que hoy es uno de los tantos
Palermos –Palermo Soho, Palermo Hollywood,
88- No damos cátedra

Palermo Bronx, Palermo Entel-, sino lo que la(s)


ciudad(es) fue en un pasado no demasiado leja-
no, es decir, considerablemente reciente. Estos
barrios, los barrios inmobiliariamente seductores
por excelencia, son barrios psicóticos, barrios sin
pasado y con puro presente, barrios inmanentes
no por antiestructuralistas o posparanoicos sino
por obcecada plegación a un presente que –unidi-
mensionalmente- no conoce otra dimensión que
su propia existencia, a lo sumo pro-yectada a un
futuro donde se puedan hacer mejores tretas: son
barrios donde, aún sin plebeyos trenes de por me-
dio, los puentes han sido dinamitados, no hay puentes
que conecten y separen con los pasados de los que
siempre se parte.
¿De qué se habla cuando se habla de barrios?
Se corre el riesgo, pareciera, de cierto isomorfis-
mo barrial, de atribuirle cierta existencia humana
independiente a espacios que –como casi todo en
la vida- obedecen a una sobre-determinación de
factores y no a una unilateralidad de motivos. He-
mos salido del determinismo, reduccionista como
todo determinismo, del marxismo economicista
que suponía –y, tristemente, ahora sí todavía, aún
supone- que proletarizarse e irse a vivir a los ba-
rrios bajos era el modo de –conductistamente- co-
rregir los defectos pequebuses engendrados por
el nacimiento y crianza en un ámbito pequeño-
burgués –como si el entorno obrero, ejerciendo
la labor de correa de transmisión política-ideoló-
gica, fuera el reaseguro de la orgásmica toma de
conciencia clasista que llevaría a adoptar el punto
de vista de la clase obrera-, para re-caer en otros dos
determinismos, que no por antagónicos resultan
dispares, aunque no necesarios, es decir impres-
cindibles el uno para el otro: el reduccionismo
chabón que -isomórficamente- le atribuye determi-
nadas características más o menos inmutabes a
taller de investig / acción urbana -89

determinados barrios –Palermo es cultural, Alma-


gro tanguero, Barrio Norte cheto, Villa Crespo
judío, Boedo aguantador, Parque Patricios pro-
gresista, Paternal amante del buen fútbol, Once
boliviano-, y, aquel que ha adquirido notoriedad
mediática desde marzo del 2008, el reduccionis-
mo geográfico agrícolo-ganadero: las posiciones
político-ideológicas de una persona –sí, una per-
sona, para jacobino terror de los que clickean la
opción de sinónimos (como si existieran) para no
escribir aquella palabra, redundando en sujeto, ser,
individuo, según se pretenda más o menos filosófi-
co- no de-penden -es decir, no penden alrededor
de determinado hilo personal- de las opciones po-
lítico-filosóficas elegidas por la persona en cues-
tión, sino, geograficistamente, del lugar donde
nació y creció. Así, es posible escuchar de un cua-
dro bajo de Federación Agraria, esa corporación
fundada a los alcortianos gritos para oponerse a
las prácticas –que son prédicas, y viceversa- lat-
infudistas de la Sociedad Rural con la que desde
hace año y seis meses los une el amor y no el es-
panto en la antimatrimonial Mesa de Enlace, las
posiciones ante la indiscriminada –y, según dicen
cuadros kirchneristas, albertofernandizta, como,
dicen los mismos, la suspensión del conteo de
las licencias de los medios de octubre del 2005-
125 no dependería, por ejemplo, de la visión de
la sociedad, el país y su relación con uno –y sólo
uno, y, como es sabido, de los que menos em-
pleo genera, y, para mal de males, cuando lo hace
suele ser en negro- de sus sectores productivos, la
corporación agrícola-ganadera, sino, por caso, de
si esa persona nació en América o Valentín Gonzá-
lez –metrópolis de la patria sojera: ¿de dónde sa-
lió, si tan malos fueron los dividendos del sector
agrícolo-ganadero del 2003 al presente, el dinero
que cimentó el nada español pero muy inquilino
90- No damos cátedra

boom inmobiliario en pueblos y pequeñas ciuda-


des del (mal llamado) interior de la Provincia de
Buenos Aires? ¿Todos inversores españoles, rusos
o piratas somalíes?- o en Belgrano. Ahora, ¿cómo
explicar entonces el apoyo –la apoyatura sexual, el
(citando en una cita a ciegas a Melanie Klein para
analizar la diáspora entre el mal llamado gobierno
y el peor llamado campo) encabalgamiento de una
función simbólica sobre otra alimenticia- de muy
porteños -¿o portuarios?- habitantes de los barrios
de Recoleta, Barrio Norte, Palermo y Belgrano
–y, desde ya, no solamente ellos, no será desde
aquí que se operen (sin anestesia) reduccionis-
mos- de los desplantes piqueteros y caceroleros,
primero de los productores -¿puede llamarse produc-
tor alguien que alquila su campo al mejor sojiza-
dor?- agrícolo-ganaderos y luego de los coquetos
vecinos de los barrios norteños, aconsejados en las
gramáticas de la protesta y barroquicidad -y no
grisaciedad- de la democracia por la otrora van-
guardiardistamente comunista Beatriz Sarlo? ¿Y
cómo explicar, también, la oposición, no en este
caso a la 125 sino a las demandas corporativas
del simplificadoramente llamado campo, de parte
de ese mismo campo, como ser el Mocase, las Li-
gas Agrarias norteñas o los pequeños(-¿burgueses?
–No, no)productores individuales que, en un acto
de sinceridad más cercano al sincericidio que a
la calamaresca honestidad brutal, reconocieron
que, por motivo de la oficial política cambiaria
de devaluación de la moneda nacional que con-
sabidamente beneficia una actividad exportadora
como la agrícola-ganadera, no han sido poco los
dividendos que obtuvieron del 2002 al presente?
¿Cómo mantener el reduccionismo geograficista
cuando porteños apoyan acaloradamente, en me-
dio del otoño estival, demandas de provincianos
pseudoproductores especuladores y cuando inte-
taller de investig / acción urbana -91

rinos del norte o de la frígida pampa húmeda se


oponen a las simplificaciones que una mesa que
dice re-pre-sentarlos opera sobre un campo al que
también pertenecen: el campo, la no-ciudad?
La referencia a Sarlo no es propia de pos-
memoriales jóvenes irrespetuosos de las aguas
de la que alguna vez bebieron. Es brillante su
posmemorial –toda memoria (como las obras se-
gún Urondo) es póstuma, siempre y cuando se
entienda el pos como posterior y no como supe-
ración- sorpresa ante la melancolía de jóvenes
por calesitas que jamás conocieron. También es
aguda su vehemencia para ahincar que el neoli-
beralmente posmoderno –a la vez que conserva-
doramente nostálgico- sueño seguritario de Macri
de una ciudad donde los vecinos -como en una
aguafuerte de Arlt- vuelvan a tomar mate en la ve-
reda es imposible, porque el plasma, la mediática
educación política de las presentes generaciones,
no se puede sacar a la calle. A los vecinos no les
interesa sacar las sillas a la acequia y dialogar con
sus vecindades a través de la calle o la cabeza de
la patrona que ceba mate. Les interesa, pareciera,
otra cosa: encerrarse en la seguridad del espacio
privado, aún con las puertas y las ventanas abier-
tas hacia el antaño espacio público de la calle,
a ver y escuchar cómo empresas y partidos polí-
ticos que se pretenden medios de comunicación
pretenden presentar como ingenuos labradores
de la tierra a machistas, sexistas, racistas y espe-
culadores –por inflación o por alquiler- golpistas
agrícolo-mediáticos.
-93

Índice

-¿No damos cátedra? 3


Andar es no tener un lugar 9
? 13
Postales del poder 19
Crónica de un no-lugar 23
Tachas un sábado a la tarde
por Plaza Pizzurno. 29
espaciar 35
Saliendo a ver qué pasa en el barrio 37
El retorno de lo reprimido 45
La ciudad enferma. El mundo inmóvil 53
La justicia de los ilegales 59
La ciudad y los ciudadanos 65
La ciudad bella 75
La parte maldita 79
En el cielo ¿las estrellas?,
en el barrio ¿los vecinos o las barriadas? 87
Índice 93

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