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Sergio Vilar

* i' í I
Sergio Vilar (Valencia, 1935) es
doctor en sociología por la Univer-
sidad de Paris-Vincennes (1974).
En 1978 termina su' "thése de
doctorat d'État en science politi-
que" en la Sorbona, donde ha sido
profesor de esas especialidades du-
rante los últimos seis años. Perio-
dista en activo desde 1956, tras la
muerte de Franco vuelve a publicar
numerosos artículos en la prensa
española. He aquí algunas de sus
obras: Manifiesto sobre Arte y
Libertad (Nueva York, 1963), El
poder está en la calle (Madrid, 1968), Cataluña en España (Barcelona.
1968), y Protagonistas de la España democrática- La oposición a la
dictadura (París, 1969), una de las que más popularidad le han dado.
También ha publicado Carta abierta a la oposición (Barcelona, 1977).
Sus principales aportaciones a la investigación histórica y a la teoría
política son Cuba, socialismo y democracia (París, 1973), La naturaleza
del franquismo (Barcelona, 1977) y Fascismo y militarismo, que hoy
presentamos.
*
He aquí por primera vez un análisis comparativo entre las
principales dictaduras de Europa y di América Latina. Los
populismos y los "gorilismos" de Argentina y de Brasil, los
fascismos italiano y alemán, el franquismo, los estudia Sergio
Vilar a través de sus respectivos procesos históricos, subrayan-
do las especificidades y los rasgos comunes de las tensiones y
los enfrentamientos entre las clases sociales.
La radical novedad de esta investigación la ponen de relieve
otros enfoques: el que de manera principal marca esclarecedo-
ramente este libro es la constante crítica del sistema imperialis-
ta en los hechos que determinan la formación de dictaduras en
las sociedades periféricas.
Hasta hoy no se había analizado en profundidad el grave efecto
político introducido por el imperialismo en el Estado depen-
diente. La validez de su teorización, punto central de este texto,
se extiende mucho más allá de los países investigados
directamente: la proliferación del tipo de Estado convertido en
"destacamento supletorio" de los USA es una tendencia-
realidad que cuelga come espada de Damocles sobre millones
de personas.
Este libro es una lúcida y original investigación del pasado que
penetra en los interrogantes de nuestro presente y plantea
rigurosas cuestiones clave, prospectivas del futuro que nos
corresponde vivir.
SERGIO VILAR

FASCISMO
Y
MILITARISMO

22

colección Nuevo Norte

EDICIONES GRIJALBO, S. A.
B A R C E L O N A - B U E N O S AIRES • MÉXICO, D. F.
1978
© 1977, SERGIO VILAR
© 1978, EDICIONES GRIJALBO, S. A.
D é u i Mata, 98, Barcelona, 29

Primera edición
Reservados todos los derechos

PRINTED IN SPAIN
IMPRESO EN ESPAÑA

ISBN: 84-253-0972-7

D e p ó s i t o Legal: B. 49.797-1977

Impreso en Novagrafik, Recaredo, 4, Barcelona


SUMARIO

INTRODUCCIÓN
1. La eterna actualidad 11
2. Los «árboles» y el «bosque» 15
3. Diferencias y rasgos comunes 16
4. Primera g e r m i n a c i ó n 18
5. Las distintas fases de desarrollo e c o n ó m i c o y la
r e o r g a n i z a c i ó n estatal correspondiente . . . 19
6. Los p a í s e s que no hicieron la r e v o l u c i ó n bur-
guesa 22
6.1. — Las clases inertes 24
6.2. — Los v a c í o s p o l í t i c o s y los «partidos de nue-
vo tipo» 28
7 . Cesarismo, bonapartismo, bismarckismo . . . 32
8. F e n ó m e n o s de ayer, de hoy y siempre latentes . 35
9 . Los n o v í s i m o s aspectos del absolutismo . . . 36
10. Violencia e ilegitimidad 38
11. El poder considerado como d e g e n e r a c i ó n de la
potencia 40

Primera Parte
EL ANTAGONISMO NTERNACIONAL Y SUS EFECTOS
EN LOS PAISES SUBORDINADOS
1. El reparto del mundo 46
2. La conquista de nuevos mercados . . . .... . 47
3. De los enfrentamientos comerciales a las guerras . 57
3.1. — Fascismo, socialismo 60
3.2. — La guerra civil e s p a ñ o l a 66
4 . L a o r g a n i z a c i ó n d e u n mercado mundial . . . 70
5. Las multinacionales y la m i l i t a r i z a c i ó n de la eco-
nomía 72
6. El pentagonismo, « e s t a d o s u p r e m o » del imperia-
lismo 79
7. El problema del Estado en el mundo contempo-
ráneo 79

Segunda Parte
LAS FORMACIONES HISTÓRICAS Y LOS ORIGENES
DE LAS DICTADURAS
I. ITALIA 89
1. Estructura e c o n ó m i c a y clases dominantes . . 90
2. La p e q u e ñ a b u r g u e s í a y la f o r m a c i ó n del fas-
cismo 94
2.1. — Ultranacionalismo e imperialismo . . . 96
2.2. — Los «Fasci d i c o m b a t t i m e n t o » . . . . 98
2.3. — Finanzas del partido y n ú m e r o de militan-
tes 100
2.4. — El PNF, las bandas armadas y la organiza-
ción del terror 104
25. — El fascismo como ideología. — Primer aná-
lisis 108
2.6. — Elecciones, v a c í o p o l í t i c o y conquista del
Estado 110
3. La crisis p o l í t i c a del proletariado 113

II. ALEMANIA 117


1. Industrialización rápida y reproducción de los an-
tiguos elementos p o l í t i c o s 119
1.1. — Los militares, n ú c l e o central de las clases
dominantes 122
2 . Crisis e c o n ó m i c a y alienación política . . . . 129
2.1. — El partido nazi: c r e a c i ó n y desarrollo . . 130
22. — E l capital f i n a n c i e r o ayuda a Hitler . . . 134
2.3. — El e j é r c i t o tradicional, las «fuerzas arma-
das privadas» y la violencia organizada . . 140
2.4. — El fascismo como i d e o l o g í a . — Segundo aná-
lisis 143
2.5. — Los procesos electorales 145
3. Crisis de h e g e m o n í a de los partidos obreros . . 147

III. ESPAÑA 151


1. Grandes terratenientes y banqueros . . . . . 152
1.1. — La marcha sin retorno hacia la dictadura . 159
2. La i n t e r v e n c i ó n extranjera 163
3. Una dictadura acaba siendo dictatorial para casi
todas las tendencias sociales 166
4. El fascismo como ideología. — Tercer análisis. —
El integrismo y la derecha tradicional. — El fran-
quismo 168
5. La d e s t r u c c i ó n de la vía electoral 170
6. La crisis de los dirigentes 173

IV. ARGENTINA 176


1. De los militares terratenientes a los militares in-
dustriales (pasando por l a oligarquía) . . . . 178
1.1. — De nuevo, una clase inerte 183
1.2. — L a p e n e t r a c i ó n de los capitales extranjeros . 185
2. El proceso político-militar 191
2.1. — Los militares: desde y hasta P e r ó n . . . 193
2.2. — E l peronismo: un «fascismo» de efectos re-
tardados 200
2.3. — De la dictadura militar latente, a la dicta-
dura militar manifiesta 205
2.4. — Los militares: una clase supletoria y su
«partido» 209
2.5. — La re-peronización o el parche imposible . 220
2.6. — Aterrados, encerrados, enterrados y deste-
rrados 223
3. El « p e c a d o original» de la izquierda argentina . 226

V. BRASIL 235
1. La f o r m a c i ó n de una b u r g u e s í a interior . . . 238
1.1. — El imperialismo g a r g a n t ú a 243
2. El destacamento supletorio 248
2.1. — Los militares y el nacional-populismo . . 248.
2.2. — El populismo considerado como « f a s c i s m o
colonial» 252
2.3. — El destacamento subimperialista . . . 256
2.4. — El v a c í o p o l í t i c o , el golpe y las felicitaciones . 262
3. El proletariado: de las tentativas revolucionarias
a la subordinación 265

Tercera Parte
ESPECIFICIDADES Y PROBLEMAS GENERALES
1. De la Europa del Sur a S u d a m é r i c a : los diferen-
tes aspectos de la dependencia 274
1.1. — La relación Centro-Periferia 276
2. La esquizofrenia de las b u r g u e s í a s interiores . . 279
3. El «partido» de las multinacionales 281
3.1. — El Estado periférico 283
INTRODUCCIÓN
— La eterna actualidad

Cada día millares de personas son detenidas, tor-


turadas, encarceladas por sostener unas ideas opues-
tas a las de las minorías que detentan el poder. Tam-
bién mueren a miles por las mismas razones. Por
deas de libertad y de justicia, en general.
Las barbaries del pasado retornan época tras
época.
Hoy, en el mundo, medio millón de presos polí-
ticos denuncian la represión generalizada en las
más diversas latitudes, desde Argentina a Indone-
sia, desde Corea a Brasil... Más de la mitad de los
Estados miembros de las Naciones Unidas son re-
gímenes de dictadura militar. En ciento tres países
se han producido violaciones de los derechos huma-
nos. La tortura es una práctica demostrada en unos
sesenta países (1).
La opresión y la represión de las ideas contestata-

(1) De un informe de « A m n e s t y International» al pro-


clamar 1977 el « a ñ o del preso de opinión».

11
rias no sólo constituyen un sistema en muchos paí-
ses capitalistas; también en las naciones que, a su
modo, han empezado la construcción del socialismo,
y en particular en la URSS, son diversos los casos
concretos de personas que van a la cárcel por soste-
ner unas ideas diferentes a las de los «comunistas»
que ocupan los puestos de dirección del Estado.
Yo he empezado a criticar los graves fenómenos de
falta de democracia en las sociedades llamadas «so-
cialistas» (1); ese primer estudio crítico no será el
último que salga de mi pluma.
Por necesidades metodológicas, en este libro ana-
lizo sólo las dictaduras más características del ca-
pitalismo contemporáneo. Esto es, las dictaduras
que han amenazado y amenazan directa e indirecta-
mente nuestra libertad en el hemisferio occidental.
Los regímenes dictatoriales más específicos, y
que más se reproducen a lo largo del tiempo, son
los fascistas, los militaristas y los compuestos por
elementos diversos de ultra-autoritarismo. Por lo
tanto, en este libro voy a estudiar, en primer lugar,
el fascismo en Italia y el nazismo en Alemania.
El análisis de la Italia de Mussolini y de la Ale-
mania de Hitler ofrece un triple interés: A) la ob-
servación de los procesos históricos que han llevado
a la formación de esos regímenes; B) su originali-
dad respecto a anteriores formas de poder político;
y C) la fuerza expansiva de sus ideas, a través de
países y de continentes, y a través del tiempo, hasta
hoy. (Porque tanto en Europa como en América
seguimos observando corrientes políticas que se ins-
piran directamente en el «Duce» y en el «Führer».)
En segundo lugar, estudio la dictadura de Fran-
co. La imbricación compleja de militarismo, inte-

(1) Sergio Vilar: «Cuba, socialismo y d e m o c r a c i a » ,


Editions de la Librairie Espagnole, París, 1973.

12
grismo y fascismo en el «sistema» franquista es ex-
tremadamente interesante por muchas razones: evi-
dentemente, porque nos afecta —aún hoy— de ma-
nera directa; pero también es muy interesante
porque reproduce residuos dictatoriales del pasado
(feudal-absolutismo, despotismo) poniéndolos de re-
lieve con más fasto que en cualquier otro régimen
reaccionario en Europa; interesante asimismo por-
que contiene elementos típicos del fascismo asimi-
lados directamente de las fuentes italiana y ale-
mana.
Más: el caso de España es también un caso-
difusor o un caso-puente dictatorial, incluso antes
de la época del franquismo. El caudillismo en la
América Latina del siglo xix recibe indudables in-
fluencias del caudillismo español del período de los
pronunciamientos, según podemos verificar en di-
versos documentos y a lo hondo de una abundante
literatura política internacional que trata de la cues-
tión.
Después de la catástrofe bélica del fascismo y
del nazismo, la supervivencia del franquismo ha
contribuido a retransmitir varios aspectos de esas
ideologías, en una influencia directa e indirecta.
En Europa estudio, pues, los casos principales
del fascismo y del militarismo (Italia, Alemania y
España). El análisis de los casos de Portugal y de
Grecia resulta innecesario en esta perspectiva de
investigación y de teorización concreta del proble-
ma general de las dictaduras, puesto que ello nos
aportaría escasas variables, de poca importancia
respecto al fondo político de esos regímenes en
cuanto concierne a sus procesos históricos origina-
rios.
Por análogas razones escojo Argentina y Brasil
como casos principales de América del Sur: desde
el getulismo y el peronismo hasta las respectivas

13
dictaduras militares. Estos sistemas también son
representativos, en sus diferentes etapas, del fascis-
mo y del militarismo en aquellas latitudes, o de lo
que diversos autores definen como populismo, o de
lo que yo propongo definir como despotismos neo-
coloniales.
Estudio, pues, dos casos que pertenecen (en par-
te, aparentemente) al pasado; uno cuyo pasado
aplasta todavía el presente; y otros dos casos que
siguen siendo de rigurosa actualidad.
Digo que los casos de Italia y de Alemania per-
tenecen al pasado en cierta medida aparente, y tal
vez conviene esclarecer lo que indico con esa apa-
riencia. Yo no pertenezco a ese tipo de historiado-
res, sociólogos o científicos de la política que estu-
dian las sociedades como si fueran naturalezas muer-
tas. Mi interés se centra sobre todo en la dinámica
de las clases sociales y en los obstáculos que se pre-
sentan a esa dinámica transformadora en unas y
en otras formaciones sociales. El pasado no queda
simplistamente cortado en el ayer, como indican
tantos historiadores de ese tipo; el pasado está
contenido en el presente; el pasado se reproduce,
bajo otras formas, hacia el futuro. Y en cualquier
caso, hemos de estudiar los procesos históricos a
fin de sacar lecciones para el presente y fundamen-
tos prospectivos para el futuro.
Al decir que el caso italiano y el alemán pertene-
cen aparentemente al pasado, quiero significar tam-
bién que, aun cuando el fascismo fue vencido al fi-
nal de la II Guerra Mundial, quedaron fuertes nú-
cleos socio-ideológicos que luego se han reproducido
en esos países y lo que es más grave: se han repro-
ducido en el seno de las fuerzas armadas italianas y
alemanas, así como en los diversos sectores de la
policía, como han revelado diversos hechos recien-
tes.

14
A través de los desfases cronológicos, podemos
observar las reproducciones de los sistemas dictato-
riales, sus rasgos comunes y sus especificidades.
La era del fascismo y del militarismo no ha ter-
minado, afirmación que constituye un punto cen-
tral que desarrollo a lo largo de las páginas de esta
obra. Y lo que es más grave: en cierto sentido que
indico a continuación, estamos al principio de nue-
vos tipos de regímenes fascistas y militaristas.
Otros regímenes de características parecidas pue-
den imponerse en unas o/y en otras naciones:
A) si las corrientes políticas reaccionarias en-
cuentran que son lo suficientemente fuertes para
intentarlo;
B) si las tendencias progresistas no trabajan
con lucidez y audacia para seguir impulsando la gra-
dual y permanente liberación de los pueblos.
Por todo ello resulta del máximo interés enfo-
car nuestros análisis sobre los procesos históricos
que desembocaron en la implantación de las dicta-
duras contemporáneas; qué tensiones estructurales
y qué enfrentamientos entre los diferentes bloques
de clases llevaron a la imposición de los fascismos
y de los militarismos; estudiar bien los orígenes de
los regímenes ultra-autoritarios no significa sólo
una suma de aportaciones teóricas y de análisis con-
cretos, que esclarecen el pasado, sino que a la vez
supone la adquisición de los conocimientos esenciales
para tratar de evitar que los sistemas dictatoriales
se reproduzcan.

2. — Los "árboles" y el "bosque"

Son diversos —demasiados en todo caso— los


historiadores a quienes el estudio de los «árboles»

15
les impide conocer a fondo las características de los
«bosques». Personalmente estoy muy en contra de
ese método histórico. Pienso que en el estudio de
cualquier sociedad lo que importa es la visión de con-
junto de sus partes principales y el análisis de sus
interinfluencias. Los estudios monográficos (aun-
que en una u otra medida son necesarios) pueden
producir «visiones» deformadas, por lo parciales, de
las realidades. Más o menos vinculado con el «mo-
nografismo» se encuentra la tendencia histórica que
se limita a contar los acontecimientos, uno tras otro
en superficial cronología, sin analizarlos, sin pro-
fundizar en las causas ni en los efectos, sin deslin-
dar lo que son hechos principales y lo que son he-
chos secundarios.
Éste es, pues, un libro que se centra en el análi-
sis de los hechos principales del fascismo y del mili-
tarismo teniendo en cuenta, primordialmente, su in-
terdeterminación nacional; y al mismo tiempo es-
tudio las influencias que reciben de las tensiones y
problemas internacionales. Hoy no se puede inves-
tigar en serio la problemática de cualquier país sin
estudiar a la vez la penetración del imperialismo en
cada formación nacional.

3. — Diferencias y rasgos comunes

La literatura política que simplifica la cuestión


de las dictaduras es, desgraciadamente, abundante.
También abundan los textos que asimilan unos sis-
temas dictatoriales con otros, creando confusiones
graves. A partir del ascenso del fascismo durante
los años veinte y treinta, las otras dictaduras con-
servadoras han solido llamarse «fascistas», sin parar-
se a reflexionar lo más mínimo acerca de la especifi-

16
cidad de unas y de otras. Los partidos de izquierda,
socialistas y comunistas, son los principales respon-
sables de esas confusiones, hasta tal punto que las
simplificaciones y las asimilaciones han producido
errores y dificultades en la práctica de sus estrate-
gias y tácticas políticas. Para esos partidos, el con-
cepto de fascismo dejó de reflejar un proceso espe-
cífico de tensiones y enfrentamientos de clases, para
convertirse en la adjetivación más peyorativa de las
dictaduras capitalistas. Así, llamaron a Franco «fas-
cista» cuando el general no conquistó el Estado por
la vía fascista. Del mismo modo definieron a los
militares brasileños como fascistas, sin tomar en con-
sideración el tipo de asalto al poder que éstos hi-
cieron.
Por supuesto, que yo niegue el carácter predo-
minante de fascista —como demuestro con análisis
concretos— al proceso histórico que Franco enca-
beza en 1936, no significa de ningún modo que lo
considere menos represivo que Hitler y Mussolini.
En cierto modo Franco fue «peor» que esos dictado-
res, al menos porque el general gallego estuvo mu-
cho más tiempo aplicando la represión sistemática.
Las dictaduras son todas negativas, pero un estu-
dio serio no sólo ha de poner de manifiesto los ras-
gos comunes sino también las diferencias que exis-
ten entre ellas. Las corrientes políticas progresistas
se enfrentarán de manera poco eficaz a las dictadu-
ras, si no se tienen en cuenta las peculiaridades de
cada una de ellas. El fascismo, el nazismo, el fran-
quismo, el getulismo alternado con el gorilismo bra-
sileño y el peronismo alternado con el militarismo
argentino, no son el mismo fenómeno político aun
cuando existan elementos que se repiten en cada
uno de ellos.
A lo largo de mis textos hago, por lo tanto, im-
plícita o explícitamente, un análisis comparativo a

17
2. FASCISMO Y MILITARISMO
fin de poner de relieve con mayor claridad los he-
chos que son específicos de cada sociedad y de cada
Estado, así como para explicar con más rigor cien-
tífico los fenómenos que muestran rasgos comunes
transnacionales (1).

4. — Primera germinación

Mi estudio del fascismo y del militarismo em-


pieza con la verificación de una serie de profundas
semejanzas en los orígenes estructurales de las so-
ciedades contemporáneas en las que la clase econó-
micamente dominante impone una u otra forma de
dictadura.
En los procesos de articulación y de transición
entre el feudalismo y el capitalismo, podemos ob-
servar, tanto en Italia como en Alemania y en Es-
paña, una serie de retrasos en la formación econó-
mica de tipo capitalista. Esos retrasos aún son ma-
yores en Argentina y en Brasil, que sufren —como
todos los países sometidos a régimen colonial— la
deformación suplementaria de verse invadidos por
sistemas económicos, ideológicos y políticos total-
mente ajenos a los antiguos pueblos de aquellas la-
titudes.
Lo que importa señalar en esta primera aproxi-
mación, es que esos retrasos en la organización
del capitalismo comportan, al propio tiempo, nume-
rosas supervivencias del modo de producción feu-
dal.

(1) Para m á s consideraciones m e t o d o l ó g i c a s sobre el


estudio de la historia, c o n s ú l t e s e mi «La naturaleza del
f r a n q u i s m o » , Ediciones Península, Barcelona 1977. Y sobre
todo mi tesis doctoral: «Dictature militaire et fascisme en
E s p a g n e » , Editions Anthropos, París 1977.

18
Tenemos, pues, la realidad de que los países en
los que las clases económicamente dominantes de-
legan el poder político a dictadores fascistas o a ge-
nerales, sufrieron desajustes económicos durante
largos períodos históricos; los residuos pre-indus-
triales continúan presentes en esas sociedades, sobre
todo en la italiana y en la española hasta mucho
después de la imposición de las dictaduras; y en la
argentina y la brasileña, hasta tiempos más recien-
tes, aunque existan grandes núcleos de avanzada in-
dustrialización.
La combinación desequilibrada entre distintos
modos de producción indica en cierto grado, en cada
una de esas sociedades (y escribo no sólo a partir
de análisis míos, sino tomando en consideración,
implícitamente, conclusiones de otros autores) la
dificultad en la constitución de un Estado liberal
burgués correspondiente al modelo típico del ca-
pitalismo en Francia o en Inglaterra. Pero esa causa
lejana, aun siendo muy importante, no es la deci-
siva.

5. — Las distintas fases de desarrollo económico y la


reorganización estatal correspondiente

Sabemos que los niveles económicos, políticos e


ideológicos de una sociedad son relativamente autó-
nomos, a la vez que se determinan entre sí. Un
modo de producción puede tener, sobre todo du-
rante las primeras fases de su desarrollo, un Esta-
do que se encuentre impregnado de los elementos
políticos del antiguo modo de producción. Pero a
la larga se va imponiendo la necesaria racionali-
dad: poner en justa correspondencia las superes-
tructuras con las infraestructuras.

19
Esa necesidad se pone principalmente de mani-
fiesto en la transición entre grandes sistemas (feu-
dalismo-capitalismo-socialismo), pero también se
precisa durante las etapas de paso de una fase a
otra fase del mismo modo de producción (por ejem-
plo, del capitalismo de «libre concurrencia» al capi-
talismo monopolista de Estado).
En las naciones que estudiamos en estas pági-
nas, las faltas de correspondencia entre las estruc-
turas económicas y las formaciones estatales no
sólo se produjeron en los períodos de transición
del feudalismo al capitalismo, sino también en los
inicios de la concentración financiera (Italia, Ale-
mania y España) así como en la acentuación de la
dependencia (Argentina, Brasil) del imperialismo,
que hizo «saltar» a esos países a otras formas neo-
colonialistas.
El concepto de dependencia se explica como «una
situación en la cual un cierto grupo de países tienen
su economía condicionada por el desarrollo y la ex-
pansión de otra economía respecto a la cual está so-
metida» (1).
La dependencia se crea por distintas vías: por la
apropiación de las materias primas; por la implan-
tación de capitales financieros extranjeros en un mer-
cado interior controlando sus sectores clave y re-
patriando los beneficios (a los países imperiales);
por la exportación de mercancías y de «modelos»
de consumo y de tecnología (del centro a la peri-
feria), y por el intercambio desigual que todo ello
supone. Por ejemplo: los países subdesarrollados
venden baratas sus materias primas y compran ca-
ros los productos elaborados industrialmente. Así,

(1) Theodonio Dos Santos: «La crise de la théorie du


d é v e l o p p e m e n t et les relations de d é p e n d a n c e en A m é r i q u e
Latine», in «L'homme et la société», n.° 12, París, 1969 p. 61.

20
en todas las épocas y en todas las latitudes sé dan
descomunales absurdos: desde la España del si-
glo xix que exportaba mineral de hierro y com-
praba vagones de ferrocarril, vías y locomotoras,
hasta el Brasil, tercer productor mundial de cacao,
que importa el chocolate suizo.
En la primera serie de sociedades, si bien las
determinaciones internas fueron las principales en
la configuración de sus sistemas dictatoriales, los
conflictos inter-imperialistas jugaron asimismo, en
ese sentido, un papel importante que analizo en cada
caso a partir de la Primera Parte de este libro.
En la segunda serie de naciones, aunque he de
destacar igualmente la dinámica interna de cada
sociedad, el imperialismo tiene más graves y más
directas responsabilidades en la formación de las
dictaduras, sobre todo, como pondré de relieve, en
el golpe militar en Brasil (1964).
Pero hasta aquí aludo más a los factores econó-
micos que a los comportamientos políticos de las
clases sociales. No caigamos en interpretaciones eco-
nomicistas, uno de los vicios más temibles del mar-
xismo, vicio contrapuesto a las verdaderas tesis de
Marx y de los marxistas científicos que supieron y
saben ver con clarividencia que si en los procesos
de transformación histórica lo económico es deter-
minante, sin embargo es lo político lo que tiene la
supremacía. Esto es, en la formación de las clases
sociales, en su ideología, en su conciencia (clara o
no) de las necesidades y de las posibilidades socia-
les, y en el tipo de luchas que llevan a cabo, se en-
cuentra el tipo de dinámica que produce (o no) ta-
les o tales otros cambios en todos los niveles de
la formación social y en el Estado.

21
6. — Los países que no hicieron la revolución bur-
guesa

En la formación económica capitalista de esos


países encontramos el peso y la reproducción del
pasado feudal en diversos sectores, principalmente
en el agrario y en el comercial. Ese peso y su repro-
ducción no ofrecen ninguna facilidad, tal como he
sugerido, a la realización de transformaciones polí-
ticas de acuerdo con el mundo liberal-burgués. Pero
si esa determinación estructural es de importancia
indudable, la clave que explica la falta o la debili-
dad de los cambios estatales la hallamos en la for-
mación y en el comportamiento de la burguesía. El
peso y la reproducción de la ideología aristocrática
proyecta efectos mucho más negativos sobre las bur-
guesías que el peso y la reproducción de formas eco-
nómicas pre-capitalistas.
El resultado es un conjunto de burguesías que,
en contra de otras clases burguesas como por ejem-
plo la francesa, no tienen nada de revolucionarias.
Bajo aspectos relativamente diferentes, en ellas
encontramos rasgos comunes extraordinarios: has-
ta tal punto que diversos autores, a través de las
distancias de tiempo y de lugar, a menudo coinci-
dimos en la conceptualización de esos fenómenos
socio-políticos.
En Alemania, la revolución burguesa «simple-
mente no ha tenido lugar» (1), dice Nicos Poulant-
zas, si bien en otro libro matiza más esta conside-
ración, sugiriendo que la alemana se trata de una
«revolución» burguesa que hay que poner entre co-
millas, puesto que no se hizo bajo la dirección he-
gemónica de la burguesía (2). La clase burguesa ale-
(1) N. Poulantzas: «Pouvoir politique et classes socia-
les», t. I, Maspéro, p. 192.
(2) N. Poulantzas: « F a s c i s m e et dictature», M a s p é r o .

22
mana organiza su estructura económica correspon-
diente, pero el miedo al proletariado le impide ha-
cer los cambios políticos. Es, pues, la nobleza la
que sigue ocupándose de la gestión del Estado.
En Italia, la burguesía «no supo ni quiso com-
pletar su victoria» (Engels), se quedó en un nivel
conservador de la revolución, si se me permite su-
gerirlo así, o no hizo más que una «revolución pasi-
va» (Gramsci). A pesar de su debilidad como clase,
la burguesía italiana se aprovechó de un movimiento
popular para ocupar el poder político; pero lo hizo
con el fin de dar garantías a los terratenientes: la
condición fue el aplastamiento de la movilización
proletaria. Así se pusieron en marcha las «restau-
raciones progresistas» o las «revoluciones-restaura-
ciones» (Gramsci).
En España, los fenómenos son bastante pareci-
dos a los italianos y a los alemanes. De una manera
o de otra, la nobleza sigue dominando desde el Es-
tado. La primera serie de pronunciamientos del si-
glo xix significan diversos intentos de llevar ade-
lante la revolución burguesa; pero estos pronuncia-
mientos apenas son seguidos por movimientos po-
pulares. En un principio los militares son revolu-
cionarios, pero luego se corporativizan y se buro-
cratizan al ritmo de sus fracasos (y también de sus
ambiciones) en la formación de un auténtico Esta-
do liberal burgués. La burguesía, débil en su es-
tructura económica, es todavía más inconsistente
en su formación ideológica, hasta el punto que con-
templamos un agudo proceso de aristocratización de
la clase burguesa. Esta burguesía aristocratizada, po-
líticamente subordinada a la antigua clase dominan-
te, contribuye y se limita a hacer funcionar de otra
manera el Estado feudal monárquico, «modernizán-
dolo» en cierto modo «definitivamente» a partir de
la restauración de 1875.

23
En América Latina, los procesos históricos de su-
peración de las formas económicas y políticas de tipo
más o menos feudal y esclavista (en Brasil, sobre
todo), se tornan más complejos debido a las varian-
tes de las tendencias áescolonizadoras y después re-
colonizadoras de aquellos países. Pero los resultados
son análogos a los europeos (y sus efectos a largo pla-
zo mucho más negativos). En efecto, «el aristócrata
se aburguesa y el burgués se aristocratiza: dos pro-
cesos convergentes, que ayudan a disimular la rea-
lidad y a ocultar lo que era la burguesía naciente
(una plutocracia fundada sobre el "poder del dine-
ro" y sobre la asociación directa con los emisarios
y representantes extranjeros de los intereses exter-
nos)». La recolonización «restablece el yugo externo
de una manera más compleja, sutil y avasallado-
ra» (1). Las clases privilegiadas no establecen com-
promisos con el proletariado a fin de impulsar re-
voluciones nacionales de tipo progresista y anti-im-
perialista. Al contrario, como las clases burguesas
aristocratizadas en Europa, se organizan en pode-
res autocráticos desde los que aplican la represión.

6.1. — Las clases inertes

Cuando nos encontramos ante hechos históricos


específicos, cuyo análisis nunca ha sido puesto de
relieve, hemos de buscar nuevos conceptos que re-
flejen fielmente su realidad. Hace años, al repasar
la historia de España desde comienzos del siglo xix
y compararla con las sociedades capitalistas en de-

(1) F l o r e s t á n Fernandes: « P r o b l e m a s de conceptualiza-


ción», pp. 220-222, en «Las clases sociales en América La-
tina». Instituto de Investigaciones Sociales de la Universi-
dad Nacional A u t ó n o m a de M é x i c o . Seminario de Mérida.

24
sarrollo en otros países europeos, llegué a la con-
clusión de que la burguesía española no era una
auténtica clase social; esto es, una clase que hace
progresar sus tesis no sólo en el terreno económi-
co, sino también en el ideológico y en el político,
y en contraposición (y a veces en lucha) frente a la
antigua clase dominante. La burguesía española sólo
ha producido transformaciones en la estructura
económica, pero no ha contribuido decisivamente
a realizar cambios en el Estado; no sólo ello no lo
consigue en el siglo xix, sino tampoco en el xx. El
principal ensayo de revolución burguesa, la II Re-
pública, se liquida precisamente por la sublevación
estimulada por los grandes terratenientes, banque-
ros e industriales. (Tras la dictadura de Franco, la
transición a la democracia liberal se impulsa sobre
todo por las fuerzas proletarias y de la pequeña y
mediana burguesías democráticas. La gran burgue-
sía, franquista hasta el último momento, asimila len-
tamente y de manera oportunista la corriente de-
mocrática. Es decir, en 1976 la burguesía española
todavía duda en realizar a fondo los cambios polí-
ticos que los burgueses franceses empezaron a hacer
en 1789.)
Por eso escribí que «cuando una clase no lucha
(a veces ni siquiera a nivel económico), y sobre todo
cuando no lucha al nivel político-ideológico para
construir un nuevo tipo de sociedad, propongo de-
finirla como una clase inerte» (1). Aquí, al referir-
me a un «nuevo tipo de sociedad» quiero decir con
un mayor progreso económico, cultural y ético.
Aunque sea en grados diferentes, este concepto
puede aplicarse a la burguesía italiana hasta el fas-
cismo, a la burguesía alemana hasta el nazismo; y
hoy en día puede aplicarse principalmente a las bur-
il) Cfr. «La naturaleza del franquismo», op., cit, p. 27.

25
guesías argentina y brasileña, si bien el fenómeno
es generalizable a las burguesías de muchos otros
países, desde Uruguay a Chile, desde Bolivia a Pa-
raguay, etc. De manera globalizadora, Florestán Fer-
nandes hace una descripción de esas clases burgue-
sas que se aproxima mucho a lo que yo deseo sig-
nificar con clase inerte: al mismo tiempo que acep-
tan «la incorporación al "mundo capitalista" hege-
mónico, se arman para someter el proceso a control
político y para sofocar el radicalismo de las clases
"bajas"... imponiendo nuevas modalidades de do-
minación autocrática, fundadas en el poder estatal,
en la militarización de las estructuras y funciones
del Estado, en la represión policial militar de las
"amenazas del orden", ya sea que tengan orígenes
liberal-democrático o socialistas».
Eso es muy importante subrayarlo: los fascismos
y los militarismos, en cualquier país capitalista que
se apoderan del Estado, no sólo son contrarios al
«comunismo» sino que también se oponen al libe-
ralismo. Los discursos de Franco son explícitos en
ese sentido.
Las burguesías como clases inertes «sólo distin-
guen una alternativa a sus privilegios: lo que per-
ciben y explican cataclísmicamente como la "sub-
versión del sistema"... Al atribuirse privilegios ex-
cesivos y apegarse a ellos..., las clases "altas" y
"medias" obstaculizan los caminos por los cuales
podrían realizarse como clases, realizando al mismo
tiempo, de alguna manera, intereses de otras cla-
ses... Lo que ganan en una dirección puramente
egoísta, lo pierden en capacidad creadora, en to-
dos los niveles de su actuación económica, socio-
cultural y política» (1).
En lo que se refiere a la burguesía brasileña,

(1) Op. cit, p. 253.

26
el profesor Helio Jaguaribe considera que «la con-
ciencia insuficiente de clase y de función de la bur-
guesía nacional..., no ha permitido nunca la forma-
ción de una fuerza política suficiente para consoli-
dar el Estado y reforzar así la propia burguesía na-
cional» (1). (Lo criticable, o al menos lo matizable,
en el párrafo citado, como demostraré en el capítu-
lo dedicado a Brasil, es el concepto de burguesía
nacional que Jaguaribe utiliza sin tener suficiente-
mente en cuenta la realidad de la burguesía brasile-
ña que, por su gran subordinación al capitalismo
norteamericano tiene poco de «nacional».)
Aunque con palabras diferentes, todos estamos
sosteniendo las mismas tesis: se trata de burguesías
incapaces de fomentar su hegemonía política: son
burguesías que no saben —o no pueden, o no quie-
ren— desarrollar una lucha ideológica ni enfrentar-
se pacíficamente con las acciones ideológicas que
Ies plantea el otro bloque de clases. Esas burguesías
muestran su incapacidad en la organización gra-
dual del consensus a base de ceder una parte de sus
intereses económicos al tiempo que se apropian (o
frenan, o controlan) una parte de los impulsos po-
líticos proletarios. Son burguesías terriblemente
simplistas, maniqueas, propias de la mentalidad de
las películas del oeste (los «buenos» y los «malos»),
brutalmente partidarias del «todo» o «nada», que
todavía no se han enterado que la expansión de las
libertades burguesas, si bien es cierto que favorece
a las clases explotadas, también favorece a la pro-
pia burguesía.
Así, pues, esas burguesías que tienen comporta-
mientos análogos a los de los señores medievales,

(1) H. Jaguaribe: «Brésil: stabilité sociale par le colo-


nial fascisme?», in «Les Temps Modernes», n.° 247, octubre
1967.

27
esas clases inertes, aun cuando consiguen organizar
una economía privada fuerte, crean, sin embargo,
en torno a ellas un vacío político peligroso para la
buena marcha de la sociedad en su conjunto.
Porque ese vacío en el que no existen los partidos
políticos democráticos de la burguesía, capaces de
enfrentarse electoralmente con los partidos del pro-
letariado, es un vacío que de alguna manera tiene
que llenarse.

6.2. — Los vacíos políticos y los «partidos de nuevo


tipo»

En todos los países que estudio en esta obra se


han producido, en unas o en otras etapas, esos vacíos
en los que la burguesía no hace acto de presencia
con sus partidos políticos democráticos.
La peligrosidad colectiva de ese vacío es que la
burguesía no tarda demasiado en llenarlo de otra
manera, con otros elementos. Y en esas circunstan-
tancias renacen en las clases inertes las actitudes
del más bárbaro primitivismo.
En tales situaciones socio-políticas, las burgue-
sías llenan sus vacíos de dos modos:
A) A base de diversas tentativas de perversión
ideológica, esto es, demagógicamente, alienando el
bloque de clases contrapuesto. Esas tentativas se
combinan con la actuación de algunas bandas ar-
madas, más o menos a sueldo del capital financie-
ro. (Es el caso de los fascismos [Italia y Alemania] y
de los populismos [en parte en Argentina —época
de Perón—, y en parte en Brasil —época de Getulio
Vargas].)
B) Con una sublevación militar, sea prolongán-
dola en una guerra civil (España), sea limitada a
un golpe de Estado (Argentina y Brasil, en las eta-

28
pas de dictadura militar estricta, esto es, sin com-
binación con el populismo).
En cualquier caso, las burguesías presentan for-
mas híbridas a la hora de pretender llenar esos va-
cíos. Unas veces les sirve el partido de tipo fascista,
otras «necesitan» directamente (esto es, creen que
«necesitan») las fuerzas armadas. Cuando uno está
presente, las otras están detrás; cuando éstas ac-
túan, aquél se encuentra al menos en germen. En
unos países, el fascismo utiliza el ejército, en otros
países las fuerzas armadas se sirven de los grupos
fascistas y populistas.
(Cuando aquí hablo de «ejército» y de «fuerzas
armadas» me refiero a los sectores de militares reac-
cionarios, los cuales no son los únicos militares. En
contra de los simplismos antimilitaristas de ciertos
núcleos de la izquierda, es un hecho que en el ejér-
cito existen militares demócratas y progresistas.)
Pero en las fuerzas armadas observo un movi-
miento de inercia natural que tiende a ocupar los
vacíos. El ejército es la institución más fuerte en
cualquier país, el núcleo central de cualquier Esta-
do. Por ello, cuando el sistema político falla, la ins-
titución militar se muestra partidaria de ocupar ese
vacío. En las etapas de grave crisis burguesa, siem-
pre existe una parte, al menos, de las fuerzas arma-
das dispuestas a transformarse en una especie de
«partido político de nuevo tipo» al servicio de los
intereses reaccionarios.
Estudiando principalmente el caso de España,
ya he hecho diversas proposiciones teórico-concretas
en ese sentido (ver mi crítica de La naturaleza del
franquismo). Tras unas décadas durante las cuales
los militares actúan como progresistas, en España
los jefes y oficiales se corporativizan y se burocrati-
zan, como sugería más atrás, y poco a poco forman
el cuerpo principal del Estado feudal remozado con

29
fachadas burguesas. En 1923, el ejército español tie-
ne una primera intervención, sin disimulo, como
«partido político de nuevo tipo»; esa intervención
la repite en 1936 y consigue un efecto que dura cua-
renta años.
Pienso que es necesario subrayar esta cuestión
puesto que, después de haber hecho esas propues-
tas teórico-concretas, he comprobado que otros au-
tores coinciden en mi análisis, hasta el punto de que
(también en este aspecto) utilizamos más o menos
las mismas palabras. Celso Furtado, antiguo minis-
tro del Plan del gobierno Goulart y hoy profesor en
la Universidad de París, al analizar el proceso que
conduce al golpe de 1964 dice que los militares «se
presentan a la hora del "putsch" como portadores
de un programa de ellos, como un partido político
auténtico» (1). (Es SV quien subraya.) En otro tex-
to, Furtado insiste en que las fuerzas armadas «cons-
tituyen tradicionalmente en el Brasil un partido po-
lítico sui generis» (2). Jaguaribe (3) insiste en la
misma cuestión desde otra perspectiva analítica
que también me es muy próxima: el ejército brasi-
leño «ha concentrado todo el poder en manos de los
militares, considerados en tanto que corporación,
reduciendo hasta volverla nominal o secundaria, la
participación de los hombres políticos que han con-
tribuido a la contra-revolución anti-Goulart... Car-
los Lacerda, en su cualidad de veterano contra-re-

(1) C. Furtado: «Brésil: de la R é p u b l i q u e oligarchique


á l'Etat militaire», Cfr. «Les Temps Modernes», op., cit.,
Página 598.
(2) C. Furtado: «Analyse du "modele" brésilien», Edi-
tions Anthropos, París, 1974, pág. 52.
(3) H. Jaguaribe: op., cit., p. 616. (Jaguaribe fue el
creador y el director del Instituto Superior de Estudios
Brasileños y t a m b i é n ha e n s e ñ a d o en la Harvard Universi-
y en la Stanford University.)

30
volucionario, el más hábil de Brasil, ha sido rápi-
damente relegado a una posición marginal».
Ése es el problema que no saben prever las bur-
guesías inertes: que cuando una parte de los mili-
tares se apodera del Estado tiende a conservarlo en
sus propias manos, autonomizándose relativamente
incluso respecto a y en contra de los «representantes
políticos» de la burguesía. Es una grave falta de pre-
visión de los burgueses que se repite en diversos
países, a lo largo del tiempo, como si los errores
de los unos no sirvieran para aleccionar a los otros.
Porque eso es lo que le ocurrió a Gil Robles en la
España de 1936-1939, lo que le sucedió a otro con-
tra-revolucionario como Lacerda en Brasil en 1964,
lo que volvió a pasarle a Frei en el Chile some-
tido al general Pinochet y lo que les ocurre casi
permanentemente a los burgueses argentinos in-
capaces de organizar el país políticamente. Por
lo que podemos comprobar con otros autores,
la gran burguesía argentina se muestra particu-
larmente destructiva de la vida política pacífica:
llámense «comunistas, «radicales», «demócratas-
progresistas», «conservadores», «cristianos revolucio-
narios», etc., los partidos políticos argentinos no
son finalmente más que marionetas de cuyos cor-
dones tira la burguesía para distraer a la población
de preocupaciones más subversivas. Sus posiciones
no tienen, en efecto, ninguna importancia, y las cla-
sificaciones que un observador escrupuloso podría
tener la tentación de establecer (izquierda, centro,
derecha) no recubrirían más que el mismo vacío
político (1). (Es SV quien subraya.)

(1) F. Geze y A. Labrousse: «Argentine, revolution et


c o n t r e r é v o l u t i o n s » , Editions du Seuil, París, 1976, pág. 203.

31
7. — Cesarismo, bonapartismo, bismarckismo...

Los regímenes fascistas y militaristas, no son sis-


temas enteramente nuevos. De ahí que yo insista
tanto en éste y en otros libros, en el peso constante
y en la reproducción del pasado, en ciertas continui-
dades profundas de la historia, que van más allá de
las superficiales divisiones cronológicas que acos-
tumbran hacer tantos historiadores.
Por fortuna no estoy solo en ese análisis de las
supervivencias del ayer e incluso del remoto antea-
yer. En el tiempo de los fascismos y de los milita-
rismos, son varios los científicos de la política de
solvencia internacional que observan en estas co-
rrientes dictatoriales contemporáneas una serie de
nuevas formas del cesarismo, del bonapartismo y del
bismarckismo.
Gramsci escribió páginas de gran lucidez sobre
las condiciones históricas que dan lugar al creci-
miento y a la implantación pública de personalida-
des dictatoriales. El gran marxista italiano, marxis-
ta hasta el punto de que fue uno de los primeros
antistalinistas, centraba su estudio de esta cues-
tión en el cesarismo, pero generalizaba su teoriza-
ción aludiendo a otros casos concretos como el bo-
napartismo, al tiempo que tenía presente la realidad
del fascismo que él vivía en la cárcel.
Con la sutileza propia del pensamiento grams-
ciano, hemos de notar en primer lugar que son di-
versas las gradaciones de un sistema dictatorial. En
todas esas dictaduras del pasado, a las que también
podemos considerar en cierto modo «pre-fascistas»
y militaristas, se producen momentos de mayor o de
menor represión y de mayor o de menor opresión
ideológica. En todas ellas se producen combinacio-
nes, según los períodos, entre la destrucción física
y la alienación ideológica, si bien hemos de distin-

32
guir en cada instante cuál es el aspecto dominante.
Lo que más interesa, sin embargo, como vengo
sugiriendo, es tener en cuenta el tipo de situación
histórico-política que da origen directamente a la
imposición del poder dictatorial: «Se puede decir
que el cesarismo expresa una situación en la cual las
fuerzas en lucha se equilibran de modo catastrófico,
esto es, se equilibran de manera que la continua-
ción de la lucha no puede concluirse más que con la
destrucción recíproca» (1).
De ese enfrentamiento y destrucción recíproca,
surgen al final de la lucha, como detentadores del
Estado, otras categorías sociales que evidentemen-
te están en relación con un bloque clasista más que
con el otro, pero que son categorías sociales con
una autonomía relativa propia. Esas categorías so-
ciales son los militares y la burocracia de los parti-
dos fascistas de masas que disponen, además, de
un cuerpo de policía armada poderoso. Es el caso
de una parte del ejército en España, con el surgi-
miento del «bonaparte» Franco, y los casos de Ita-
lia con el «cesar» Mussolini y de Alemania con el
«bismarck» Hitler.
Ahora bien, «puede haber una solución cesarista
asimismo sin un César, sin una gran personalidad
"heroica"». Y esta proposición teórica, que Gramsci
aplicaba a otros regímenes, podemos nosotros to-
marla en consideración respecto a Argentina, en
donde el «jefe» populista Perón no llegó nunca a
tener la preponderancia respecto a los otros cesa-
res (los hechos demuestran, en las dos etapas del
peronismo, que este caudillo suramericano siempre
estuvo supeditado a los clanes de generales, que
prescindieron de él o volvieron a llamarle según sus

(1) A. Gramsci: « N o t e sul Machiavelli, sulla p o l í t i c a e


sullo Stato m o d e r n o » , Einaudi Editore, Torino 1966, p. 58.

33
3. FASCISMO Y MILITARISMO
intereses y los de las clases económicamente domi-
nantes). Esa propuesta teórica es útil también para
analizar el régimen brasileño, donde no existe un
solo «bonaparte» sino varios que se controlan en-
tre sí y se suceden disciplinadamente en el rango
de jefe del Estado. Brasil podríamos definirlo como
el cesarismo «colectivizado» (entre una minoría, en
todo caso).
Además de las características generales de re-
presión y de alienación, en el origen de las dictadu-
ras, tanto las del pasado como las contemporáneas,
se produce un rasgo común que he de subrayar dada
su importancia: unos u otros tipos de fascismos y
de militarismos pueden asaltar el poder más fá-
cilmente en las fases históricas en las que es nece-
sario pasar de un tipo de Estado a otro tipo, y tam-
bién cuando es preciso hacer evolucionar una forma
estatal que se ha quedado anticuada e inoperante
respecto, como sugiero ya más atrás, a las transfor-
maciones infrastructurales.
El bonapartismo, por ejemplo, correspondió a
una fase «evolutiva» (pero en sentido democrático
regresivo) del Estado de la burguesía francesa del si-
glo xix. En el bonapartismo se pone de relieve un as-
pecto plebiscitario que, junto con el apoyo que le
dan los campesinos, constituye un rasgo distintivo
respecto a la mayoría de regímenes dictatoriales de
nuestro tiempo (1). Pero en él hallamos el papel que

(1) Al analizar los contornos y los dintornos del bona-


partismo, Marx e s c r i b i ó consideraciones de extraordinaria
clarividencia, no s ó l o para el estudio de aquel r é g i m e n ,
sino para estudiar asimismo la generalidad de fascismos
y de militarismos. «La b u r g u e s í a h a b í a hecho la apoteosis
del sable, y es el sable el que la domina. H a b í a suprimido
la prensa revolucionaria y es su propia prensa la que su
prime»... «La dinastía de los Bonaparte no representa el
progreso, sino la fe supersticiosa del cambio.»

34
juega todo «hombre providencial», aunque también
existen diferencias entre los «bonapartes», llámense
Napoleón, Luis, Benito, Adolfo, Francisco y los múl-
tiples nombres suramericanos. (Ahora bien, lo que
primero nos interesa estudiar, no son esas «perso-
nalidades», sino los distintos procesos de luchas de
clase que los llevan al poder.)
La referencia al bismarckismo, como antecedente
de los regímenes fascistas y militaristas, todavía es
más interesante; no por el hecho de que se produjo
en Alemania, sino porque es un sistema político
que prefigura el Estado «fuerte», decididamente in-
tervencionista en lo económico, que se implanta a
partir de los años veinte y treinta en Europa, y en-
tre los años cuarenta y sesenta en Argentina y Brasil.
Los fascismos y los militarismos del siglo xx
tienen elementos del bismarckismo también en el
sentido de que son sistemas que promueven el de-
sarrollo económico capitalista por una vía polí-
tica reaccionaria. O bien, dicho de otra manera, son
sistemas «modernizadores conservadores-ultraautori-
tarios» que rechazan los métodos c'ásicos del libera-
lismo, propios de las sociedades capitalistas más de-
sarrolladas.

8. — Fenómenos de ayer, de hoy y siempre latentes

No insistiremos nunca bastante: viejas y nuevas


formas de fascismo y militarismo pueden continuar o
restaurarse en unos o/y en otros países, al ritmo de
los elementos bárbaros que pululan en el interior de
la clase burguesa o articulados con ella, y al ritmo
también de los errores, de las graves fallas de con-
ciencia realista de las situaciones, de los excesivos
utopismos cuando no de la carencia de impulso re-

35
volucionario de las clases proletarias. De la última
parte de la frase anterior es muy necesario tomar
buena nota, sobre todo las personas que militan en
partidos de izquierda. Porque cuando se critica los
regímenes fascistas y militaristas, se suele caer en
demasiados simplismos, en excesivas consideraciones
maniqueas. Por supuesto que el capital financiero, y
el conjunto de burguesías como clases inertes, tienen
grandes y graves responsabilidades, las principales,
en la formación de esas dictaduras. Pero lo que po-
demos verificar al hacer los análisis concretos de
cada caso, es que los partidos socialistas y comunis-
tas —en Italia, en Alemania, en España, en Argenti-
na, en Brasil— tienen también graves responsabili-
dades porque no supieron organizar las fuerzas pro-
letarias y de la pequeña burguesía, organizarías de
manera consecuente a fin de oponerse eficazmente a
la «progresión» de los partidos fascistas y a las suble-
vaciones del ejército. No supieron crear ni mante-
ner de forma duradera alianzas de clase y alianzas
partidarias con la fuerza suficiente para frenar el
avance de las tendencias reaccionarias del gran ca-
pital.
Por todo lo cual, ante las nuevas etapas de cri-
sis, hemos de preocuparnos de analizar hasta lo más
hondo los fenómenos dictatoriales del pasado, para
vigilar con mayor atención las nuevas formas que
puedan quizá tomar, hoy y mañana, los «cesarismos»
y los hitlerismos.

9. — Los novísimos aspectos de! absolutismo

Lo que, sin embargo, demuestra lo muy avanza-


dos que estamos en el estudio de las dictaduras, es
que, como vengo sugiriendo, somos varios los in-

36
vestigadores que, si bien trabajamos de manera com-
pletamente independiente, cada cual por su lado,
llegamos a los mismos resultados y ante las mismas
realidades utilizamos conceptos muy parecidos. Al
analizar el franquismo, el sociólogo Salvador Giner
lo define como un «absolutismo despótico» (1) o
como un «despotismo moderno» (2), mientras yo
insisto en el análisis de los «elementos feudal-ab-
solutistas» y «teocráticos» (3) que se integran en el
Estado capitalista dictatorial.
Otros autores llegan a semejantes conclusiones
y conceptualizaciones por su propia vía autónoma.
Al estudiar, por ejemplo, el caso de Brasil, observo
que los investigadores y críticos de aquel país con-
ceptúan la dictadura brasileña con nuestras mis-
mas palabras. Miguel Arraes la llama «la nueva cara
del absolutismo» (4), y Julia Juruna define aquel
régimen militar como el «despotismo tropical» (5).
Tan extraordinario acuerdo entre investigadores que
no nos conocemos, hay que subrayarlo.
Esa vía de análisis y de conceptualización pue-
de ser continuada en el próximo futuro, porque los
que describo como «novísimos aspectos del abso-
lutismo» contienen asimismo residuos, en estado
puro, provenientes de tiempos remotos.
Uno de esos novísimos absolutismos es, para
quien esto escribe, el tecnocratismo. ¿En dónde se
injertó primordialmente el tecnocratismo en Espa-
ña? Pues en un organismo, el Opus Dei, en donde
prevalece una religiosidad de tipo medieval, mila-

(1) Cfr. «Cuadernos de Ruedo Ibérico», n ú m e r o s 43-45,


enero-junio de 1975.
(2) Cfr. «Quaderni de sociología», vol. X X V , n.° 1, To-
rino 1976.
(3) V é a s e mi libro «La naturaleza del f r a n q u i s m o » .
(4) Cfr. «Le Monde diplomatique», septiembre, 1974.
(5) Cfr. «Le Monde d i p l o m a t i q u e » , jumo, 1976.

37
grera e intolerante. En otros países, el tecnocratis-
mo ofrece una imagen más moderna, pero no menos
conservadora y ultra-autoritaria. Además, como pon-
go de manifiesto más adelante, el tecnocratismo, a
escala internacional, se encuentra estrechamente
vinculado con las más brutales intervenciones mi-
litaristas. Mucho más grave aún: el militarismo tie-
ne hoy su cabeza pensante en el tecnocratismo. El
militar de formación simplemente reaccionaria y dic-
tatorial todavía puede llevar la gestión de los re-
gímenes despóticos en países subdesarrollados. Pero
en los países de alto desarrollo industrial, el fascis-
ta tradicional ya no es «útil» a las clases económica-
mente dominantes. Hoy en día, en los países de ele-
vada industrialización, uno de los peligros —el prin-
cipal— de germinación de nuevas dictaduras se en-
cuentra en los militares que son a la vez tecnócra-
tas, o en los tecnócratas militarizados o en la aso-
ciación de los unos con los otros. Porque hoy las
fuerzas armadas necesitan manejar ordenadores y
armamentos de sofisticada tecnología. En este sen-
tido, y si las fuerzas progresistas no lo impiden, to-
davía se desarrollarán en el futuro las que podría-
mos llamar dictaduras tecnocráticas.
El tiempo de las espadas reales está pasando a la
historia, pero el tiempo de las espadas simbólicas
todavía pertenece al presente y al futuro que vis-
lumbramos.

10. — Violencia e ilegitimidad

En el seminario sobre las dictaduras que, bajo la


dirección de Maurice Duverger, hacemos en el «Cen-
tre d'Analyse Comparative des Systèmes Politiques»
de la Sorbona, insistimos mucho en los conceptos

38
de violencia e ilegitimidad como dos de los hechos
principales ligados a todo tipo de dictadura.
En los fascismos, militarismos y viejos y nuevos
tipos de absolutismos, chocamos con la violencia
por todas partes. Violencia en los orígenes.
Violencia en los métodos de conquista del Es-
tado.
Violencia en la gestión gubernamental.
Violencia en todos los niveles estatales, desde los
ministeriales a los últimos peldaños administrati-
vos en las delegaciones provinciales y municipales.
Las dictaduras son auténticas hipertrofias de la
violencia.
Sus instituciones opresivas y represivas se de-
dican, sobre todo, a vigilar y a destruir las fuerzas
progresistas, pero también vigilan y reprimen a cuan-
tos pertenecen, en un principio, a los núcleos de
fieles de las ciudadelas que se atreven, en un segun-
do momento, a desviarse por rumbos menos hermé-
ticos.
Donde existe la violencia no puede haber legiti-
midad.
Las dictaduras se constituyen mediante unas u
otras formas de usurpación del poder.
La legitimidad es la realidad positiva frente a la
negatividad de las dictaduras.
En los sistemas políticos democráticos, la legi-
timidad es el resultado de la soberanía popular l i -
bremente expresada a través de todos los partidos.
La legitimidad es el efecto de los enfrentamien-
tos y de los consensos ideológicos expresados a tra-
vés de los legítimos representantes de unas u otras
corrientes sociales de pensamiento.
La legitimidad ha de ser el reflejo fiel de las so-
luciones progresivas, de las vías posibles de supe-
ración de las contradicciones, de los problemas que
buscan y que encuentran su liberación. La le-

39
gitimidad es, en muchos casos, un elemento de la
libertad humana que, en lo económico, en lo ideo-
lógico, en lo político, necesita su legalidad.
La legitimidad se opone a las dictaduras, así
como un régimen fascista y militarista es ilegítimo
por su violencia física e intelectual.

11. — El poder considerado como degeneración de


la potencia

En un libro como éste que trata de graves pro-


blemas socio-políticos y que está escrito por un
autor cuya formación es principalmente (pero no
únicamente) marxista, resulta evidente que los aná-
lisis de las dinámicas de las clases sociales ocupan
el mayor espacio. (Decir esto en una obra que pri-
mero se publica en España, pero que escribo desde
mi actual situación intelectual en París, me parece
una obviedad. Pero a la vez tengo la impresión de
que es necesario referirse, en el panorama español,
a esa obviedad. A pesar de que en España el estu-
dio científico del marxismo avanza, todavía son mu-
chos los que consideran el marxismo y la lucha de
clases como algo confuso y confusionario que se
utiliza para complicar todavía más los problemas.
En países como Francia, el estudio de las luchas de
clases, anterior a Marx como él mismo confesaba,
se hace hoy, incluso por científicos que no tienen
nada de comunistas y tampoco de socialistas, incor-
porando elementos del marxismo a otras metodolo-
gías para el análisis de la historia. Así que ya es hora
de que algunos españoles, y entre ellos no pocos
profesores universitarios, dejen de leer, con una
mezcla de sospecha e incluso de miedo, los concep-
tos del marxismo y de los enfrentamientos clasistas.

40
Porque en cualquier caso, las clases luchan, al mar-
gen del marxismo. Lo que hay que observar, en cada
país y en cada etapa, son los ritmos específicos de
esas tensiones entre las clases.)
Los enfrentamientos decisivos se producen en
los procesos históricos que llevan a la conquista del
Estado.
La conservación del Estado, la posesión del Es-
tado, el futuro asalto al Estado es algo que deslum-
hra. Es alarmante la fascinación que produce por
todas partes el poder. Esas actitudes, exacerbadas,
descontroladas de la base democrática, lanzadas en
el irracionalismo, son extremadamente peligrosas.
Hay gente —en cualquier sistema— dispuesta a no
abandonar jamás el Estado una vez se ha apode-
rado de él.
Es un proceso histórico-político de enormes di-
mensiones patológicas. Proceso patológico, porque
todo poder político (partidario, gubernamental, es-
tatal) no es sino una reducción de la potencia de
la sociedad.
Cuando el poder político se transforma en una
dictadura, podemos considerar ese poder como una
degeneración de la potencia.
Porque sólo los degenerados son capaces de apli-
car los métodos de opresión y de represión como
sustitutivos de la dirección del Estado.
Porque sólo los degenerados se sienten incapaces
de enfrentarse racionalmente con los problemas;
esos degenerados, débiles en el fondo, que se ponen
las armaduras de hombres fuertes para negar la le-
gitimidad de los problemas. Esos «jefes» que produ-
cen la degeneración en los valores humanos alcan-
zados hasta un momento determinado, y que tam-
bién hacen que degeneren las posibilidades de pro-
greso que lleva consigo toda movilidad social mani-
festada con libertad.

41
Primera Parte

EL A N T A G O N I S M O
I N T E R N A C I O N A L Y SUS
EFECTOS E N L O S
PAÍSES S U B O R D I N A D O S
Es imposible escribir con rigor científico del fas-
cismo y del militarismo sin tener en cuenta las trans-
formaciones económicas que se producen desde fi-
nales del siglo xix en los principales países capita-
listas. En efecto, los regímenes fascistas y militaris-
tas que estudio en este libro, no sólo surgen en el
capitalismo, sino en una fase peculiar de este sis-
tema económico que se conoce como imperialismo.
Nadie puede escribir seriamente sobre tales dicta-
duras si no toma en consideración, explícita e im-
plícitamente, los problemas imperialistas; o, mejor
dicho, los problemas inter-imperialistas. (También
en esta cuestión se suele simplificar fijando sólo la
atención en un imperialismo, cuando la verdad es
que son varios los «modelos» imperialistas. De he-
cho, cualquier nación económica, militar y políti-
camente poderosa, al tiempo que pone de relieve
su identidad interna proyecta su nacionalismo al
exterior convirtiéndolo en un imperialismo. Esa pro-
yección se agudiza con frecuencia en agresión, sea

45
de tipo comercial, política, cultural o estrictamen-
te bélica.)
Los primeros gérmenes imperialistas, y la prime-
ra etapa de formación del sistema mundial del im-
perialismo, son harto explícitos en ese sentido. La
interpenetración de unos países con otros bajo la ley
«superior» de obtener beneficios máximos, origina,
a corto y a relativamente largo plazo, conflictos cada
vez más graves.

1. — El reparto del mundo

Por imperialismo entendemos, en principio, las


formas de dominación exterior del capital industrial
integrado al capital bancario, cuya combinación se
define como capital financiero. Las manifestaciones
más descollantes del capitalismo imperialista consis-
ten en la explotación de diversos países sometidos
al régimen colonial (principalmente: extracción de
materias primas), en la inversión de capitales en el
extranjero (con uno de los efectos principales: con-
trol o desorganización del mercado interior de tal
o tal otro país) y en general en las transacciones
comerciales, con los consiguientes dominios políti-
cos o influencias determinantes sobre las naciones
subordinadas.
Entre finales del siglo xix y la primera década
del xx se perfila el gran reparto del mundo. Cua-
tro son los países que dominan el mundo: Gran
Bretaña, Francia, Estados Unidos y Alemania. Res-
pecto a los dos primeros, la explicación económica
reside en el hecho de que fueron los dos países que
primero desarrollaron la sociedad capitalista, siste-
ma burgués que pudo edificarse gracias a un exten-
so imperio colonial. En lo que concierne a las otras

46
dos naciones, ya en esa época muestran una indus-
trialización avanzada que se desarrolla rápidamente.
En esa etapa del naciente imperialismo, no sólo
los países que se industrializan a toda marcha se
reparten el mundo, sino también sus grandes mono-
polios. Lo que hoy es un fenómeno que se generali-
za y deviene «popular», las multinacionales, surge
también en ese momento histórico. En 1884, entre
Gran Bretaña (66%) y Alemania (27 %), se reparten
el mercado exterior de construcción de vías férreas,
dejando una pequeña participación a Bélgica (7 ). 0/o

En 1907, son los «trusts» alemanes y americanos de


construcciones eléctricas los que se distribuyen las
zonas de acción. (La «General Electric» se queda con
Estados Unidos y Canadá, mientras la AEG tiene su
mercado en Alemania, Austria, Holanda, Dinamar-
ca, etc.) Podrían ampliarse estas elocuentes estadísti-
cas, pero no es ése el tema de estas páginas.
Lo que importa, sobre todo, señalar en esa etapa
es otra cuestión que afecta a los alemanes. Esto es,
que mientras los otros países disponen de colonias
o de grandes extensiones territoriales para llevar
adelante su desarrollo imperialista, Alemania care-
ce de un sistema colonial equiparable al inglés y al
francés. Esta realidad exacerbaría las tensiones en-
tre distintos imperialismos.

2. — La conquista de nuevos mercados

A pesar de que empezó tarde su industrializa-


ción, Alemania ocupó con cierta rapidez uno de los
primeros puestos en la estructura capitalista mun-
dial. Era, pues, conveniente darse los medios polí-
ticos de tal desarrollo. Esto es lo que pensaba Gui-
llermo II al lanzar en 1890 su «Weltpolitik» (política

47
mundial), con el objetivo de seguir asegurando la
industrialización interna y la expansión por diversos
países. En aquellos años, los alemanes ya tenían uno
de los ejércitos más poderosos del mundo, pero con-
tinuaron incrementando su fuerza con la cons-
trucción de una marina de guerra (1) en 1898. Es-
tos planes, que se aceleran después, crean las prime-
ras fricciones con la Gran Bretaña.
Con todo, Alemania lleva a cabo varios de sus pro-
yectos para hacerse con un sistema colonial o neo-
colonial. En primer lugar su expansión se dirige ha-
cia el Extremo y el Medio Oriente. En 1897, por
ejemplo, los alemanes intervienen militarmente en
China y consiguen la cesión del puerto de Kiao-
Tchéou (2). En 1899, los alemanes construyen el fe-
rrocarril de Bagdad a Constantinopla. En 1910, des-
pués de intentar implantarse en el Marruecos fran-
cés, Alemania obtiene que Francia le ceda una parte
del Congo.
Todo ello fue agudizando las rivalidades inter-
imperialistas, las cuales se concretaban ya en 1907
con toda claridad, debido a la formación de dos blo-
ques de naciones antagónicas. Por un lado, la «Tri-
ple Entente», compuesta por Gran Bretaña, Francia
y Rusia; y por el otro la «Tríplice», en la que se alia-
ban Alemania, Austria-Hungría e Italia.
La concurrencia comercial —Alemania extiende

(1) Discurso de Guillermo II del 23 de septiembre de


1898: «El día que haya una marina alemana bastante fuerte
en el Mar del Norte, veremos inmediatamente a los ingle-
ses devenir conciliadores, incluso respecto a nuestra ex-
p a n s i ó n en las diferentes partes del mundo (...) Nuestro
porvenir está en el mar.»
(2) En esta o c a s i ó n dijo Guillermo II: «Centenares de
negociantes alemanes van a exultar pensando que por fin el
Reich a l e m á n ha puesto el pie s ó l i d a m e n t e en Asia.» (Cfr
Gilbert Badia: «Histoire de l'Allemagne C o n t e m p o r a i n e » ,
Editions Sociales, París 1962, t. I, pp. 28-29).

48
su comercio exterior a Brasil y a Turquía— y el cre-
ciente poderío naval, alarman cada vez más a los
otros imperialismos. Alemania, sin embargo, parece
sentirse lo suficientemente fuerte como para arros-
trar los mayores conflictos. Tan es así que, en ju-
lio de 1914, con motivo del asesinato (el día 28 de
junio) del príncipe heredero de Austria en Sarajevo,
provoca la Primera Guerra Mundial. Apoyada por
Alemania, Austria declara la guerra a Servia (el 28
de julio). En agosto, Alemania declara la guerra a
Rusia y a Francia. Inglaterra entra también en gue-
rra al lado de los franceses. E Italia, después de una
serie de significativas vacilaciones que estudio a con-
tinuación, se suma, en fin, al bando de Francia.
(Estados Unidos no entran en guerra hasta 1917.)

Aun cuando muy subordinada en la estructura ca-


pitalista mundial, Italia también realiza diversas ten-
tativas imperialistas. Como Alemania, Italia no arran-
ca de manera decisiva su industrialización más que
a partir de 1880. Ahora bien, dada la importancia
de su capital bancario, determina en cierta medida
la rapidez de la concentración financiera. Pero aquí
es donde intervienen diversos capitales extranjeros
—franceses y británicos en un primer momento, ale-
manes después— lo que explica las vacilaciones de
las que empiezo a hablar más arriba.
Sus ensayos subimperialistas, los italianos los
proyectan en diversas fechas. En 1890 intentan la
colonización de Eritrea y Somalia. En 1911, tras
una guerra con Turquía, se anexionan la Cirenaica
y la Tripolitania. Desde 1911 también, y hasta 1912,
conquistan Libia. Pero los resultados económicos de
estas tentativas sub-imperialistas son muy pobres o
incluso contraproducentes. Pietro Grifone sostiene
que la guerra de Libia produjo efectos negativos,
ya que el capital financiero italiano no salió refor-

49
4. FASCISMO Y MILITARISMO
zado de ese conflicto. El Banco de Roma perdió unos
cincuenta millones en las operaciones. En suma, en-
tre 1900 y 1914, «con el auxilio del capital extranje-
ro y con la intervención estatal, el imperialismo ita-
liano había hecho indudables progresos pero, en vís-
peras de la guerra mundial, poco brillantes eran sus
condiciones en comparación con los imperialismos
rivales» (1).
Las indicadas, no serían las últimas vacilaciones
de Italia en el panorama de los antagonismos inter-
nacionales.

En la época de fin del siglo pasado y comienzos


del presente, España se veía obligada a tomar, no
sin cierto dramatismo, rumbos muy diferentes a
los de esos países europeos. En ese punto de parti-
da, España se encontraba incluso en peores condi-
ciones que Italia. Mientras este país hacía sus in-
tentonas pseudo-colonialistas, y las otras naciones
(sobre todo Inglaterra) seguían aumentando su po-
der colonial, España sufría la etapa final de su de-
sastre imperial. El que había sido el mayor imperio
colonial del mundo, se reducía casi a cero.
España, que habría podido ser la primera socie-
dad industrializada de Europa, era un país agrario.
Se pagaban así duramente la falta de inversión pro-
ductiva de las riquezas procedentes de la explota-
ción colonial, la falta de organización y de extensión
de un mercado interior de tipo capitalista y en ge-
neral la falta de cambios políticos y administrati-
vos coherentes (al menos) con el tiempo que se vi-
vía a escala internacional.
Para los fines analíticos que aquí hemos de al-
canzar, basta que, sobre este período, tengamos en

(1) Pietro Grifone: «II capitale finanziario in Italia»,


Piccola Biblioteca Einaudi, Torino 1971, pp. 19 y 21.

50
cuenta que en España la industrialización es tam-
bién muy tardía y débil. Durante el último cuarto
del siglo xix, la siderurgia española sigue estando
muy por debajo de la siderurgia francesa e inglesa.
Los retrasos que se producen durante el siglo
pasado se deben también, sin embargo, a ciertos
efectos producidos por la penetración de capitales
extranjeros: franceses (desde 1856, con la fundación
del banco «Crédit Mobilier», que en 1902 se transfor-
maría en el Banco Español de Crédito), belgas, ingle-
ses, que se dedican a controlar recursos mineros y
construcción de infraestructuras, en combinación
con un escandaloso comportamiento para-colonial
de las clases dominantes españolas respecto al pro-
pio territorio nacional. Así, uno de los escándalos
que pueden citarse es que España, país productor
de mineral de hierro, tiene que importar vías, vago-
nes y locomotoras para construir el ferrocarril (1).
El capital bancario español, que tiene una fuer-
te carga, directa, del capital agrario, domina todo

(1) La construcción del ferrocarril hubiera podido ser


un excelente punto de partida para crear una poderosa
siderurgia española. En cambio, debido a la presión de los
ingleses, se importó gran parte del material, durante los
primeros cuarenta años. Porque hasta 1882 no se fabricó
ni un vagón en España, y la primera locomotora no salió
hasta 1884, y aun «fueron hechos aislados, sin verdadera
significación económica». (Cfr. Jorge Nadal: «La economía
española, 1829-1931», in «El Banco de España, una historia
económica», Madrid 1970.) Existe una excelente monogra-
fía que estudia los problemas económicos en torno a la
construcción del ferrocarril: Gabriel Tortella: «Los oríge-
nes del capitalismo en España», Editorial Tecnos, Madrid
1973. Sobre esta etapa consúltese también Miguel Martínez
Cuadrado: «La burguesía conservadora 1874-1931» Alianza
Editorial, Madrid 1973, que ofrece un lúcido análisis de
conjunto de todos los problemas de esa época, en los que
no podemos entrar aquí, puesto que no es ése el tema
principal de este libro.

51
el proceso de industrialización. La subordinación
de la estructura económica coterránea al capital
bancario y al imperialismo no hacía más que co-
menzar.

Los casos de Argentina y de Brasil se encuen-


tran en el polo opuesto de los países europeos.
Aunque existen algunas similitudes con Italia y Es-
paña desde el punto de vista de la penetración de
los capitales extranjeros, la subordinación a los
sistemas imperialistas es mucho más acentuada en
la zona latinoamericana. La dependencia española
e italiana se debe a «decadencias» históricas (desa-
rrolladas después) mientras que la dependencia en
aquellos países es una constante secular, respecto a
los orígenes de la cual son precisamente los pueblos
ibéricos quienes tuvieron las principales responsa-
bilidades originarias.
Podría decirse que sufrir uno u otro sistema co-
lonial es algo «consustancial» a los pueblos argen-
tino y brasileño. Tras haber sufrido el colonialismo
español y portugués, que tantas destrucciones oca-
sionaron en aquellas tierras, esas naciones caen bajo
la garra imperialista británica para luego devenir
neocolonias de Estados Unidos.
Pero conviene volver atrás y recordar algunos
hechos fundamentales de la colonización de Amé-
rica. En conjunto hay que subrayar que mientras
Europa se liberaba del feudalismo, en el continen-
te americano no sólo se introducían formas nuevas
de tipo feudal sino también la esclavitud. El co-
mercio de esclavos negros (1) fue la terrible fuen-

(1) « S e estima en unos diez millones el total de negros


esclavos introducidos desde Africa, a partir de la conquis-
ta de Brasil y hasta la a b o l i c i ó n de la esclavitud.» (Cfr.
Eduardo Galeano: «Las venas abiertas de A m é r i c a Lati
na», Editorial Siglo X X I , M é x i c o 1975, p. 79.)

52
te de riquezas de muchos europeos, principalmen-
te ingleses y holandeses. Estos últimos eran asi-
mismo los que tenían en su poder una gran parte
del comercio con las posesiones coloniales españo-
las, junto con otros países que también sometieron
a rapiña a los países oficialmente colonizados por
España (1). De ahí que cuando contemplamos el
alto nivel de desarrollo europeo, la fotografía de
sus riquezas monumentales, a la vez hemos de tra-
tar de ver el negativo de la miseria y de la des-
trucción introducidas por nosotros en las latitudes
americanas. Porque aquellas tierras eran y son ri-
cas por naturaleza.

La intervención del imperialismo británico en


Argentina se acentúa a principios del siglo xix.
Antes ya se había desarrollado una fuerte presión
comercial, legal e ilegalmente, puesto que asimis-
mo eran cuantiosas las mercancías que entraban
de contrabando. De hecho, España ya había perdi-
do aquella colonia antes de que el 25 de mayo de
1810 los ganaderos y exportadores argentinos de-
rrocaran al virrey Cisneros. Pero en esa fecha se
concreta decisivamente la intervención ya que,
además, tiene un marcado carácter para-militar:
los buques de guerra británicos que se encontraban
allí saludaron con una salva de cañonazos la cons-
titución de la «Junta revolucionaria» de Buenos

(1) «Un memorial f r a n c é s de fines del siglo xvn nos


permite saber que E s p a ñ a s ó l o dominaba, por entonces, el
5 % del comercio con "sus" posesiones coloniales..., cerca
de una tercera parte del total estaba en manos de holan-
deses y flamencos, una cuarta parte pertenecía a los fran-
c e s e s . . . » (Cfr. Eduardo Galeano, op., cit., p. 36, quien cita
a Roland Mousnier: «Los siglos xvi y x v n » , volumen IV
de la «Historia General de las civilizaciones» de Maurice
Crouzet, Barcelona 1967.)

53
Aires. Gran Bretaña conquistaba así un amplio mer-
cado para sus productos (1) y un caudal de mate-
rias primas.
En una segunda etapa, más típicamente imperia-
lista, la penetración británica se caracteriza por la
implantación de su capital financiero. De este modo,
siguiendo un fenómeno internacional de aquella épo-
ca, los ingleses realizan fabulosos negocios en torno
a la explotación del ferrocarril. Aunque en principio
es el capital argentino el que tiene la iniciativa de
crearlo, es el capital británico quien acaba quedán-
doselo en gran parte. Mientras que en 1885, los ar-
gentinos poseían el 45 % del ferrocarril, en 1890
sólo poseen el 10 %. Al mismo tiempo, los ingleses
recibieron unos 3 millones de hectáreas de las tie-
rras junto a las vías, terrenos que luego fueron ob-
jeto de grandes especulaciones (2).

También Brasil pasa a convertirse en una neo-


colonia de Gran Bretaña, incluso bajo la domina-
ción oficial de Portugal, puesto que la nación por-
tuguesa no era ya otra cosa que una colonia de los
ingleses (desde el tratado de Methuen, 1703). Du-
rante el siglo xvin, Gran Bretaña se dedicó a la ex-
plotación de los ricos yacimientos de oro (3), al

(1) « T ó m e n s e todas las piezas de su ropa, e x a m í n e s e


todo lo que lo rodea y exceptuando lo que sea cuero, ¿qué
cosa habrá que no sea inglesa?» (Según un texto del cón-
sul inglés en Buenos Aires en 1837: Woodbine Parish: «Bue-
nos Aires y las provincias del Río de la Plata», Buenos
Aires 1958.)
(2) Francois Géze et Alain Labrousse: «Argentine, ré-
volution et contre-révolutions», op., cit., p. 20.
(3) Hasta finales del siglo xviii, Inglaterra se llevó una
cantidad de oro valorada en unos 200 millones de libras.
(Cfr. Miguel Arraes: «Le Bresil, le peuple et le pouvoir»,
M a s p é r o , París, 1970, p. 28.) Antiguo gobernador del Esta-
do de Pernambuco, Miguel Arraes, que t a m b i é n fue diputado

54
tiempo que desarrollaba sus vínculos con los gran-
des terratenientes dedicados primordialmente al cul-
tivo de la caña de azúcar (1). Los lazos entre ingle-
ses y oligarcas brasileños llevan a éstos a conside-
rarse lo suficientemente fuertes para proclamar la
independencia (1822) de Brasil respecto a Portugal.
Así como en una primera etapa habían sido las
explotaciones azucareras las que predominaban en
el panorama agrario brasileño, explotaciones hechas
en combinación con los holandeses, al cambiar el
sistema de dependencia con el imperialismo, esto
es, al vincularse cada vez más Brasil con Gran Bre-
taña, la importancia del azúcar decayó en la estruc-
tura económica, al tiempo que se desarrollaba el va-
lor de las explotaciones de café. De este modo, mien-
tras en 1821-1830, Brasil exportaba unos trescientos
mil sacos de café al año, en 1851-1860 exportaba
más de dos millones y medio. Inglaterra apoyaba
esta producción, no sólo por razones limitadamente
económicas, sino por los efectos políticos que a tra-
vés de ella podía alcanzar. En efecto, mientras los
ingleses controlaban a los «señores del café », te-
nían como adversarios a los «señores del azúcar». El
enfrentamiento se resolvió a partir de 1831, a favor
de los productores de café, lo que facilitó la continui-
dad del monopolio de Gran Bretaña sobre Brasil.
Sin embargo, con la proclamación de la Repúbli-

y alcalde de Recife, representante del movimiento popular


sobre todo de la r e g i ó n del Nordeste, se exilió tras el golpe
militar de 1964.
(1) En c o m b i n a c i ó n con capitales holandeses. Hasta la
é p o c a de 1650, Brasil fue el principal productor mundial de
azúcar. Los holandeses hicieron t a m b i é n fuertes inversiones
en la p l a n t a c i ó n de azúcar en la isla Barbados. Cuando en
1654 fueron expulsados de Brasil, pudieron sin embargo con-
tinuar con el negocio en aquella isla, desde la que hicieron
una fuerte competencia a la p r o d u c c i ó n azucarera brasileña.

55
ca (1889), entre los brasileños se desarrollaron al-
gunas veleidades independentistas, y a finales del
siglo xix, los ingleses tuvieron que dejar participar
a otros imperialismos (el francés, el alemán) en la
explotación de aquellas tierras. Por otra parte el
primer acuerdo comercial de Estados Unidos con
Brasil data de 1891: a medida que se avanza en el
siglo xx, el capital norteamericano es el que va do-
minando la formación económica brasileña hasta
hoy.

El reparto del mundo que he descrito, es decir,


el que afectaba a los países que analizo en este l i -
bro, iniciaba una constante que dura hasta la ac-
tualidad en los países más subordinados (Brasil,
Argentina, y en cierto modo también España e Ita-
lia). Pero la desconformidad de Alemania en ese pri-
mer reparto, y la actitud ambigua de Italia, iban a
desarrollar otras tentativas de repartición de las zo-
nas de influencia en el mundo.
Lo que, en todo caso, es ya importantísimo em-
pezar a señalar es que las estructuras de subordina-
ción económica de todos esos países iban a traer
consigo la imposición de sistemas dictatoriales. Este
punto, en el que me extiendo más adelante, es im-
portantísimo, porque constituye otra constante que
se prolonga hasta 1978, sobre todo en lo que con-
cierne al caso argentino y al caso brasileño (pero
Italia y España, a pesar de las transformaciones de-
mocráticas, no se han librado de esa constante), y
muchas realidades indican que la constante puede
tener otras formas de crecimiento.

56
3. — De los enfrentamientos comerciales a las guerras

La concurrencia creciente, pues, entre los dis-


tintos imperialismos provoca la Primera Guerra
Mundial, en cuyo estallido Alemania tuvo la pri-
mera responsabilidad. El transcurso y el resulta-
do de la conflagración, no sólo no van a resolver los
problemas que planteaba Alemania, sino que van a
exacerbarlos. Porque, así como es verdad que las
clases sociales, cuando luchan, no se hacen regalos,
también es muy cierto que las naciones capitalistas,
cuando se lanzan a la guerra para solventar sus di-
ferencias, no dudan en someter al país o países ven-
cidos a las más graves subordinaciones e incluso
humillaciones. El tratado de paz que los vencedores
de esta guerra (Inglaterra, Estados Unidos, Francia,
Italia) imponen a Alemania, no sería más que el se-
millero de los elementos fascistas que crecen en el
«cultivo» del nacionalismo exacerbado.
Antes de que se firme el tratado, los representan-
tes de la gran burguesía y los jefes del ejército ale-
mán desarrollan una campaña contra las exigencias
de los aliados. Hindenburg dice que «el ejército ha
sido apuñalado por la espalda». Este sector pro-
yecta reemprender la guerra. Pero tras una consul-
ta a diversos comandantes de las unidades del ejér-
cito, se dan cuenta de que las tropas no están dis-
puestas a continuar las batallas y que, por lo tan-
to, hay que plegarse a las condiciones fijadas por
los enemigos.
El Tratado de Versalles se firma, pues, el 28 de
junio de 1919, pero la derecha alemana tiene mucho
cuidado de cargar la responsabilidad de ello a los
social-demócratas (1). Aunque al final los alemanes

(1) En la Asamblea Constituyente de Weimar, los parti-


dos de la mayoría —social-demócratas, «Zentrum» y socia-

57
consiguen que los aliados suavicen algunas condi-
ciones, la derrota es enorme. Alemania pierde una
octava parte de su territorio y la décima parte de
población que tenía en 1914. (Alsacia y Lorena pasa-
ban a Francia; a Bélgica le cedían los territorios de
Eupen y de Malmedy; se hacía la reconstrucción
de Polonia, que recuperaba la parte occidental de
Prusia; Gran Bretaña se repartía, con Francia, las
colonias alemanas. Alemania pierde el monopolio de
la extracción de potasa, una cuarta parte de su ace-
ro y de su carbón, en tanto que se reduce en tres
cuartas partes la extracción de mineral de hierro
y de zinc, en la mitad la extracción de mineral de
plomo y en un 15 % la producción agrícola (1).
La URSS condena ese tratado, del cual Lenin
dice: «Se ha impuesto a Alemania una paz de usu-
reros y de verdugos. Ese país ha sido saqueado y
partido en pedazos. Le han arrebatado todos los
medios de vida... Es una increíble paz de bandidos.»
El juicio moral de Lenin era justo, preciso, pero
no había por qué sorprenderse demasiado; era la
aplicación lógica de la propia ley interna del capi-
talismo.
De la misma manera, continuaron siendo expre-
siones de los elementos salvajes de la sociedad ca-
pitalista, los preparativos que poco a poco fueron
desarrollándose para replantear, no sólo los enfren-
tamientos estrictamente económicos sino de nuevo
la guerra. Los planes revanchistas se perfilarían gra-
dualmente, no sólo a partir de algunos jefes del
ejército, sino sobre todo a partir de la formación
del Partido Nazi (2).

listas independientes— votan a favor de la firma del trata-


do de paz, mientras que la derecha vota contra.
(1) Cfr. Gilbert Badia, op., cit., pág. 158, t. I.
(2) Para estudiar la dinámica de las luchas de clases in-

53
Ello puede observarse fácilmente a partir de
1933. La Alemania reconstruida, impulsa poderosa-
mente su industrialización. Al mismo tiempo, Hit-
ler organiza el rearme y una política exterior en-
caminada a neutralizar y dividir a las antiguas po-
tencias enemigas. Ya en su libro «Mein Kampf»,
Hitler vuelve a exponer la preocupación y la reivin-
dicación de siempre: conquistar «la tierra nece-
saria para nuestro pueblo alemán». Su objetivo es
apoderarse de «Europa y sus colonias» (1).
Con ese fin, los nazis integran sus intereses en
un sistema de alianzas internacionales que parece
muy operativo. En efecto, contando con que en Ita-
lia se encuentran en el poder sus correligionarios
Hitler concreta sus pactos con Mussolini desde 1936
tanto más cuanto que el Duce participa de una me-
galomanía anexionista análoga a la del Führer. Los
nazis reconocen el 25 de octubre de 1936 la anexión
de Abisinia por los fascistas italianos. El 25 de no-
viembre de 1936, Alemania firma con Japón el Pac-
to Antikomintern, al cual se adhiere Italia el 6 de no-
viembre de 1937 (2). Este pacto cumple dos Fun-
ciones: A) la que definimos como función ideológi-
ca, esto es, que los regímenes fascistas pretenden de-
cir a las democracias burguesas liberales que el prin-
cipal objetivo de Alemania, Italia y Japón es luchar

ternas en la Alemania nazi, léase el c a p í t u l o correspondiente


en la Segunda Parte. Recuerdo que en esta Primera Parte
me limito a plantear los problemas a escala internacional.
Esto es, a subrayar los determinantes de los enfrentamien-
tos inter-imperialistas en la configuración de r e g í m e n e s fas-
cistas y militaristas.
(1) S e g ú n contaba el presidente del Senado de Dantzig,
Hermann Rauschning. (Cfr. Gilbert Badía, op., cit., t. II, pá-
gina 35.
(2) La E s p a ñ a franquista t a m b i é n se adhiere a este
Pacto en 1939.

59
contra la URSS y los partidos comunistas; y B) la
de la expansión del imperialismo japonés en China.

3.1. — Fascismo o socialismo

En efecto, en esa etapa histórica, la crisis inter-


imperialista se quiere continuar resolviendo a expen-
sas de los países del Tercer Mundo, de las naciones
menos desarrolladas de Europa, y asimismo contra
los intereses de las tendencias progresistas en unas
o en otras sociedades. Esta última realidad es la que
más interesa analizar en estas páginas.
El fascismo y el militarismo, si bien son regíme-
nes determinados principalmente por factores inter-
nos de las sociedades en las que se imponen, son
también dictaduras fuertemente condicionadas por
las tensiones y enfrentamientos internacionales. En
este sentido, el imperialismo británico, el francés y
el americano tienen graves responsabilidades, direc-
tas e indirectas, en los procesos de asalto al poder
de los regímenes ultra-autoritarios en Europa, pri-
mero, y en América del Sur en segundo término.
Desde los años veinte de este siglo se forma una
constante histórica internacional, que se reproduce
en unas o/y en otras naciones, hasta la actualidad:
que el capitalismo internacional prefiere que se es-
tablezcan dictaduras reaccionarias (siempre y cuan-
do no constituyan una amenaza para los países do-
minantes) bárbaramente opresivas y represivas, an-
tes que dejar paso a movimientos populares que
avancen hacia la construcción de sociedades socia-
listas.
Esa constante, según muchos indicios, que en ma-
yor o menor intensidad se dan en todas partes, pue-
de seguir desarrollándose destructoramente en el
futuro. Porque los dirigentes políticos del capitalis-

60
mo no saben que, cediendo una parte de su fuerza
económica, podrían seguir detentando el poder po-
lítico.
En lo que se refiere al antagonismo internacio-
nal en aquella época, entre relativamente diferentes
sistemas capitalistas y primordialmente respecto a
la construcción del socialismo en la Unión Soviética,
se puede observar cuanto teorizo a través de una
serie de datos concretos sumamente elocuentes.
Mientras no les afecten directamente sus intere-
ses, la gran burguesía inglesa, así como la america-
na y la francesa, no sólo están dispuestas a tolerar
el revanchismo alemán y su expansionismo hacia el
Este, sino que hasta cierto punto lo alientan. Des-
de finales de 1937, Chamberlain, primer ministro
británico, confiesa que están decididos a «consentir
grandes sacrificios para satisfacer las reivindicacio-
nes» de los Estados totalitarios. Casi lo único que
los ingleses le piden a Hitler es que guarde un poco
las formas, que disimule un poco la realidad de su
voluntad expansionista. Pero de hecho le entregan
ya o le dan carta blanca para que se apodere de
Austria y de Checoslovaquia. El 13 de marzo de
1938, las tropas del Führer invaden Austria, y este
país queda incorporado al imperio nazi. El 2 de abril
de 1938, el gobierno inglés reconoce el «Anschluss».
El Vaticano hace lo mismo (1), y por supuesto tam-
bién Mussolini (2).

(1) Ya el 15 de marzo, el cardenal Innitzer hizo una vi-


sita de c o r t e s í a al Führer. Y el día 18, los obispos austría-
cos dieron p ú b l i c a m e n t e gracias a los nazis por haber «sal-
vado Austria del peligro bolchevique». (Cfr. M . Scheinmann:
«Le Vatican pendant la Heme guerre m o n d i a l e » , Dietz, Ber-
lín 1954, p. 45.)
(2) El «Duce» a p o y ó la i n v a s i ó n que Hitler iba a hacer.
Por ello Hitler le telegrafió d e s p u é s : «Jamás olvidaré lo que
usted ha hecho.»

61
Desde el 21 de abril, Hitler comienza los prepa-
rativos militares (con el general Keitel) para anexio-
narse Checoslovaquia. El 28 de mayo, el caudillo
alemán reúne a los jefes del ejército y les explica el
«Plan Verde» para «aplastar en poco tiempo» Che-
coslovaquia. El mes de septiembre, en la reunión
de Munich, los ingleses y los franceses aceptan las
exigencias de Hitler, coreadas por Mussolini. El 15
de marzo de 1939, «Checoslovaquia ha dejado de
existir» en tanto que Estado independiente (así lo
afirma el jefe nazi en la proclama que lanza en esa
fecha). El potencial industrial checo pasaba a ma-
nos del capitalismo alemán. El gobierno británico
llegó incluso a entregar al Reich el stock de oro
que el Banco Nacional de Checoslovaquia había de-
positado en el Banco de Inglaterra «como medida de
seguridad» (!!).
Los representantes políticos de la gran burgue-
sía francesa e inglesa creían que, haciendo esas con-
cesiones a los nazis, iban a evitar la guerra. Pero se
equivocaban completamente, como los propios ge-
nerales alemanes reconocieron después, en los pro-
cesos de Nuremberg (1).
De tal modo, Hitler fue avanzando inexorable-
mente hacia la catástrofe.
Desde finales de marzo, el jefe nazi empezó a
planear con el general Keitel la invasión de Polonia.
El 11 de abril firma las instrucciones precisas para
que la invasión se lleve a cabo durante el otoño pró-
ximo. Siguiendo un ritmo análogo, la Italia fascista
invade Albania el mes de abril. El 22 de mayo Ale-

(1) Keitel: « E s t o y firmemente convencido de que si en


Munich, Daladier y Chamberlain hubieran sostenido Che-
coslovaquia, no h a b r í a m o s tomado medidas militares.» Jodl:
«Si se hubiera previsto seriamente la i n t e r v e n c i ó n militar
franco-inglesa, el Führer no habría emprendido una a c c i ó n
militar contra Checoslovaquia.»

62
mania e Italia firman el «Pacto de Acero» por el
cual los íegímenes fascistas se comprometen a en-
trar en guerra para defender el espacio vital de una
y de otra.
En la gran «feria» de los equívocos sangrientos,
de los pactos y de las contra-alianzas internaciona-
les secretas, a partir de esas semanas se inicia una
aceleración de las combinaciones verosímiles e in-
cluso «inverosímiles» entre distintos países con el
objetivo de defenderse mejor frente a la guerra.
Porque implícitamente, al menos, ya nadie parece
dudar de que la conflagración mundial resulta ine-
vitable.
Todos desconfían de todos.
Los ingleses y los franceses no podrán aceptar
más anexiones de Alemania. Y en este sentido, los
ingleses dan garantías a los polacos y a los rumanos.
Es, pues, inviable un frente único del capitalismo
internacional contra la URSS. Pero esto podemos
interpretarlo hoy con todos los datos a la vista. En
aquel período histórico, esos detalles eran secretos
para unos o para otros países en conflicto, los cua-
les eran «libres» de imaginar más combinaciones
pactistas de las que verdaderamente se realizaban, y
también menos de las que podían realizarse. Así, las
vacilaciones de los ingleses y de los franceses en las
negociaciones para establecer un tratado con la
URSS que «se funde en el principio de la igualdad
y de la reciprocidad» (1) lleva a los soviéticos a
desconfiar de esos países capitalistas liberales. Esa
desconfianza, y también la necesidad de frenar un

(1) El 29 de junio, Jdanov denuncia las tácticas dila-


torias de los ingleses y de los franceses en ese sentido. Des-
de el 17 de abril, la URSS proponía a esos dos países un
pacto de asistencia militar, lo que era rechazado. (Cfr. W.
Shirer: «Le III Reich», París 1961, t. I., p. 517.)

63
choque bélico con Alemania, lleva a los comunistas
a concluir un pacto «con monstruos y caníbales»,
según describió el propio Stalin (1) el Pacto ger-
mano-soviético firmado en Moscú durante la noche
del 23 al 24 de agosto de 1939. Alemania, sobre todo,
el propio Hitler, insisten mucho en la firma de ese
Pacto; todo el mundo quiere engañar a todo el
mundo, y según una viejísima «ley» histórica el pez
grande se come el pequeño. La «presa», en este caso,
es Polonia: la «presa» que se discute todo el mun-
do y por la cual se desencadenará la guerra.
Durante la última semana de agosto, los ejércitos
de las distintas naciones europeas activan su movi-
lización. El 1.° de septiembre, a las 4,45 de la madru-
gada, el ejército nazi ataca Polonia. En las tierras
polacas existen importantes inversiones del capital
inglés y del francés. El día 3 de septiembre, pues.
Inglaterra declara la guerra a Alemania, y a conti-
nuación lo hace Francia. El nuevo reparto del mun-
do que pensaban hacer los distintos imperialismos
en contra de las fuerzas progresistas, no podía lle-
varse a término. Aunque hubo otras tentativas para
ver la manera de ponerse de acuerdo. El más espec-
tacular de los intentos fue el de Rudolf Hess, lugar-
teniente de Hitler, que el mes de mayo de 1941 se
lanzó en paracaídas sobre Inglaterra llevando una
serie de proposiciones a los ingleses, pero éstos re-
chazaron las negociaciones.
En cualquier caso es verificable que la invasión

(1) Declaración del 3 de julio de 1941. (Cfr. «Recherches


Internationales» 23/24, 1961, p. 163.)
Stalin, según Churchill, dijo en 1942 que «la razón pro-
funda de la decisión soviética fue la comprobación de que
Gran Bretaña y Francia rehusaban hacer la guerra a Hit-
ler». Churchill también dijo del Pacto germano-soviético
que fue «una decisión muy realista». Según Kruschev, los
soviéticos lo firmaron para «ganar tiempo».

64
de Gran Bretaña fue retrasándose debido a los pre-
parativos alemanes para atacar la URSS, que se
perfilan desde el 19 de julio de 1940. Moscú se alar-
ma cada vez más, sobre todo a partir de la firma del
pacto tripartito entre Alemania, Italia y Japón (28
de septiembre de 1940). La primera fricción impor-
tante se produce el 1.° de marzo de 1941, cuando los
alemanes invaden Bulgaria, lo que motiva la protes-
ta enérgica de los soviéticos (3 de marzo de 1941).
Pero la decisión de desencadenar la guerra ya ha sido
tomada, y si su puesta en práctica se retrasa ello se
debe a que los nazis consideran necesario alcanzar
primero otros objetivos (ocupación de Yugoslavia
y Grecia). Y al alba del 22 de junio, los hitlerianos
violan el pacto de no-agresión firmado en 1939; sin
previa declaración de guerra (lo que, por supues-
to, ya constituía el «método» propio de Atila y otros
bárbaros del remoto pasado), 170 divisiones de la
«Wehrmacht» apoyadas por unas treinta divisiones
formadas por italianos, húngaros, eslovacos, ruma-
nos y finlandeses, penetran en territorio de la URSS.
El sistema de alianzas internacionales iba a lan-
zarse de nuevo en grandes oscilaciones. A fin de cuen-
tas, las sociedades capitalistas liberales prefieren
aliarse coyunturalmente con los comunistas para
aplastar el fascismo que amenaza con la domina-
ción del mundo. De esta manera, el mismo día que
los alemanes atacan a los soviéticos, Gran Bretaña
declara que apoya a la URSS. El 24 de junio, los Es-
tados Unidos toman la misma decisión. A partir de
ese momento, la destrucción de los regímenes fas-
cistas europeos y asiático es una cuestión de tiem-
po, aunque éstos todavía sembrarán la destrucción
en Europa, en Asia e incluso en Estados Unidos:
ataque japonés a Pearl Harbour (diciembre 1941).

65
FASCISMO Y MILITARISMO
A corto plazo, pues, los imperialismos inglés y
francés permitieron que se establecieran regímenes
fascistas impulsados por un agresivo expansionismo,
que iban a constituir baluartes en contra de la pro-
gresión de las fuerzas favorables a la construcción de
sociedades más justas. Pero a largo plazo, se vie-
ron obligados a enfrentarse militarmente con los
ultra-imperialismos alemán, italiano y japonés. Las
dinámicas internas de Italia y de Alemania durante
el fascismo las estudio en la Segunda Parte, lo mis-
mo que las correspondientes a España, Argentina y
Brasil. Pero conviene dar en esta Primera Parte al
menos otro ejemplo concreto de los graves efectos
políticos, directos e indirectos, que el antagonismo
internacional produjo en un país económicamente
subordinado: España.

3.2. — La guerra civil española

Las luchas de clases que en 1936 se desbordaron


en una guerra de clases, tienen principalmente ca-
racterísticas españolas muy específicas, tal como
analizo después; pero los distintos bloques de cla-
ses que se enfrentaron, representaban con gran in-
tensidad, directa e indirectamente, los antagonis-
mos clasistas internacionales de aquella etapa histó-
rica. La guerra civil española fue, sin duda alguna,
una introducción a la Segunda Guerra Mundial.
La sublevación de una parte del ejército espa-
ñol, la parte íntimamente relacionada con los mo-
nárquicos, integristas y falangistas, se hizo contan-
do con el visto bueno y la firme promesa de ayudas
provenientes de la Alemania nazi y de la Italia fas-
cista. Esas ayudas venían materializándose desde
hacía años, así como las entrevistas en Roma y en
Berlín, entre personalidades reaccionarias españo-

66
las y los jefes fascistas de esos países. La prueba de
que todo estaba acordado de antemano, es la rapi-
dez con la que los italianos y los alemanes fueron
en ayuda de las tropas de Franco. Fueron los Jun-
kers 52, pilotados por oficiales alemanes, los que
en pocos días transportaron las tropas marroquíes
a la Península (1).
Eso no era «suficiente» para aplastar las fuerzas
armadas republicanas que habían permanecido fie-
les a la legitimidad popular. Así, Hitler decidió que
tanto la aviación como el ejército de tierra alemán,
intervinieran directamente. En noviembre de 1936
llegaban los 6.500 hombres de la Legión Cóndor.
A los aviones se sumaron los tanques Panzer. Un
total de unos 16.000 militares alemanes intervinie-
ron al lado de los generales sublevados. Por otro
lado, la Marina alemana también realizó diversas
operaciones directas contra el bando republicano:
por ejemplo, el bombardeo del puerto de Almería y
el bloqueo de diversos puertos españoles. Para los
alemanes se trataba tanto de ayudar a la imposición
de un Estado totalitario en España como del en-
trenamiento militar para estar mejor preparados
en los próximos conflictos bélicos. Son diversos los
documentos que prueban que las armas de la Se-
gunda Guerra Mundial fueron primeramente ensa-
yadas en las tierras ibéricas (2).

(1) Cfr. «Die Wehrmacht», 1939, bajo el título « N o s o t r o s


hemos combatido en España», el general de a v i a c i ó n Sperr-
le, escribía: «Fueron los aviadores alemanes los que, en po-
cos días, transportaron a Jerez 15.000 hombres, legionarios
y m a r r o q u í e s , con todo su equipo» (...) «Desde el mes de
julio, los grupos de caza alemanes e italianos se aseguraron
el dominio del cielo de Madrid, Zaragoza, León, etc.»
(2) Goering confirmó durante los procesos de Nurem-
berg que el material de guerra a l e m á n fue ensayado en
España.

67
La intervención italiana en España presenta aná-
logas características. Unos 7.000 aviadores fascistas,
más unos 43.000 hombres del ejército de tierra,
combatieron junto a las tropas franquistas.
En apoyo del bando franquista también inter-
vinieron unos 20.000 portugueses, y la Standard Oil
suministró a los rebeldes todos los carburantes y lu-
brificantes que necesitaron.

A pesar de haberse constituido el «Comité de no-


intervención», la participación de los nazis y de los
fascistas italianos en la guerra fue descarada. Mien-
tras tanto, Inglaterra y Francia, haciendo protestas
de neutralidad embargaban el armamento que
se enviaba a la España republicana. En el transcurso
de esta guerra se observó con toda claridad cómo el
capitalismo inglés y francés, liberales en su respecti-
va sociedad, preferían que el pueblo español cayera
bajo la bota totalitaria de ultra-derecha, antes de
que pudiera avanzar por el camino democrático hacia
el socialismo.
La II República sólo fue ayudada por la URSS
y por México. Pero, en comparación con las ante-
riores, estas ayudas fueron mucho menos impor-
tantes. México envió unos veinte mil fusiles junto
con unos veinte millones de balas. Y los soviéticos
vendieron material de guerra por valor de unos
120 millones de dólares. La presencia extranjera más
destacable al lado de los republicanos fue la de las
Brigadas Internacionales, por las que pasaron unos
35.000 hombres, principalmente franceses, y de muy
diversas nacionalidades, que sentían la necesidad de
luchar por la libertad y por el progreso, amenazados
no sólo en España, sino también en sus propios
países.
La ayuda directa de los imperialismos alemán e
italiano, así como la ayuda indirecta del capitalis-

68
mo internacional americano, inglés y francés, fue-
ron determinantes para que el franquismo se impu-
siera como dictadura en España.
Y a pesar de que esos imperialismos se enfren-
taron a continuación en la guerra más catastrófica
que ha conocido la historia, y a pesar de que Fran-
co era fundamentalmente un vástago político de
Hitler y de Mussolini, la larga duración de la dicta-
dura franquista no puede explicarse si no se tiene
en cuenta el apoyo que siguió recibiendo de los im-
perialismos que ganaron la guerra, principalmente
del americano. Tras el sistema de alianzas interna-
cionales que se había creado coyunturalmente entre
los países capitalistas liberales y el país que estaba
construyendo una primera etapa del socialismo, y
una vez estos Aliados consiguieron aplastar los sis-
temas capitalistas opresivos y represivos, en el pla-
no internacional volvió a dibujarse el antagonismo
entre fuerzas burguesas y fuerzas proletarias y pro-
gresistas.
A juicio de muchos historiadores y científicos
de la política, el problema de la dictadura de Fran-
co se hubiera podido resolver fácilmente después
de la II Guerra Mundial. Los aliados hubieran po-
dido facilitar enormemente el restablecimiento de
un sistema democrático en España. Pero el impe-
rialismo americano prefirió que continuara en el
poder un dictador; a juicio del capital americano,
un régimen militar-fascista era una pieza más se-
gura en el sistema de seguridad internacional, fun-
damentalmente dirigido contra la URSS, que se
perfilaba entonces. Pero tampoco la URSS adoptó
una posición clara en la defensa o en la necesidad
de restablecer un régimen democrático en la Pe-
nínsula Ibérica.

69
4. — La organización de un mercado mundial

Los enfrentamientos comerciales se desarrollaron


en las guerras; las guerras perseguían un nuevo re-
parto mundial: reparto de mercados, reparto de
materias primas, y asimismo un reparto de zonas
de influencia política y militar. A partir de ese mo-
mento, puede y debe hablarse no sólo de los im-
perialismos de signo capitalista, sino también del
social-imperialismo de la URSS; es decir, en las ne-
gociaciones de Yalta y Potsdam, la URSS intervino
más como un Estado que defendía los intereses es-
pecíficos de su sociedad y de su zona de influencia
geográficamente próxima, que no como una poten-
cia revolucionaria que alcanzaba proyección mun-
dial.
La URSS no opuso ningún problema a la orga-
nización de las zonas de influencia en el mundo del
capitalismo, a cambio de que permitieran a los so-
viéticos organizar su propia zona de control polí-
tico, militar y económico.
El sistema imperialista de signo capitalista, que
es del que en estas páginas tratamos explícita o im-
plícitamente, iba, a partir de 1945, a organizar de
una manera más civilizada sus antagonismos inter-
nos, incluso a escala mundial. Pero el arreglo pací-
fico de cuentas entre los grandes imperios europeos
y americano, iba en todo caso a encontrar sus so-
luciones en contra de otros países: los que forman
el capitalismo periférico, subordinados al capitalis-
mo centrado en Estados Unidos, Inglaterra, Fran-
cia, etc. En la gradual internacionalización del capi-
tal financiero, en la internacionalización del sistema
productivo, el imperialismo alemán (que renuncia a
la primacía absoluta) no tardaría en ocupar el pues-
to que le correspondía, hasta convertirse de nuevo
en una de las primeras potencias industriales del

70
mundo, que organiza asimismo sus zonas de influen-
cia en las naciones dependientes.
Lanzándose a una explotación más intensa en
América del Sur, en África, en Asia, etc., los países
imperialistas europeos alejaban el espectro de la
guerra entre sí, al tiempo que transmitían sus ten-
siones a las latitudes lejanas. Los imperialismos
europeos y americano no sólo eliminaban el peli-
gro de nuevos conflictos entre ellos, sino que supri-
mían también el riesgo de tendencias a las guerras
civiles en cada país (1). Haciendo participar al pro-
letariado de los capitalismos del centro en los be-
neficios de la explotación neocolonial, se amortigua-
ban las luchas de clase en los países desarrollados.
Pero esa tendencia internacional limitada a las so-
ciedades altamente industrializadas del norte, re-
percutiría de manera muy negativa en los países
subdesarrollados del sur, como Argentina y Brasil,
y también, aunque en otra medida, en países como
España e Italia. Hasta hoy —y seguramente en el
futuro, mientras no se encuentren soluciones—, las
crisis cíclicas del capitalismo internacional produ-
cen efectos brutales en las economías y en la orga-
nización socio-política de los países periféricos.
Ya he empezado a apuntarlo más atrás, pero

(1) Cecil Rhodes d e s c r i b í a en 1895 con absoluta claridad


ese aspecto del imperialismo: «Para salvar a los cuarenta
millones de habitantes del Reino Unido de una guerra ci-
vil asesina, nosotros, los colonialistas, hemos de conquis-
tar tierras nuevas a fin de instalar en ellas el excedente
de nuestra p o b l a c i ó n , y con el objetivo asimismo de en-
contrar en esos territorios salidas para los productos de
nuestras f á b r i c a s y de nuestras minas. Yo siempre he di-
cho que el Imperio es una c u e s t ó n de e s t ó m a g o . Si usted
;

quiere evitar la guerra civil, tiene usted que devenir impe-


rialista.» (Cfr. «Die Neue Zeit», X V I , n.° 1, 1898, p. 304. Ci-
tado por Lenin en «L'impérialisme, stade s u p r é m e du ca-
pitalisme.»)

71
conviene recalcarlo con otras palabras: a menores
márgenes económicos en los países subordinados,
se origina una mayor posibilidad de enfrentamientq,
y de choque más agudo, entre los distintos bloques
de clases. De ahí que las clases económicamente do-
minantes en las sociedades menos desarrolladas, esas
clases inertes que también propongo definir como
burguesías delegadas (burgueses que representan a
las burguesías imperialistas), sientan la propensión
(la necesidad, desde su punto de vista) a organizar-
se en Estados fuertes, de tipo fascista o/y de tipo
militar, que hacen más factible la superexplotación
a la que someten a los pueblos de esos países.
Esa tendencia es permanente en naciones como
Argentina y Brasil, lo es en España también, al me-
nos hasta 1976, podría seguir reproduciéndose en el
futuro, de manera característica, asimismo en países
como Italia e incluso en Alemania (a pesar de que
ha conseguido integrarse en una buena posición en
el sistema imperialista mundial). Respecto a la per-
manencia o/y a la reproducción de los sistemas fas-
cistas y militaristas, las fuerzas progresistas, princi-
palmente socialistas y comunistas, tienen y tal vez
también tendrán sus responsabilidades. Es decir,
que la continuidad o la desaparición de las dictadu-
ras depende asimismo de que esos partidos del pro-
greso luchen correctamente, o no, contra ellas.

5. — Las multinacionales y la militarización de la eco-


nomía

Tal como sugiero desde la introducción a este


libro, el fascismo y el militarismo no sólo son re-
gímenes del pasado, sino que pueden igualmente ser-
lo del inmediato presente y del próximo futuro. En
ese sentido, siguen dándose al menos dos de las

72
condiciones objetivas que facilitan la simple conti-
nuidad o bien la reproducción compleja de las dic-
taduras: las tensiones y crisis que el imperialismo
produce por su dominación de la estructura econó-
mica internacional y el acompañamiento de la mili-
tarización, estrechamente asociada a esos fenóme-
nos.
En los países económicamente subordinados
como Argentina, Brasil, España e Italia, tales con-
diciones se agudizan. Esos problemas presentan en
primer lugar una «cara»: la de las multinacionales;
en segundo término, aparece la «cara» militar de
tal o tal otro país; y en el fondo, dominando todo
el panorama, se encuentra el imperialismo ameri-
cano junto a sus fuerzas armadas.
Prestemos mucha atención a esa perspectiva, y
ahondemos un poco más en ella con otros detalles:
Las tres cuartas partes de la producción indus-
trial del mundo capitalista están en manos de un mi-
llar de grandes monopolios. Según algunos futuró-
logos, dentro de diez años más o menos la misma
producción estará en un grupo mas reducido, esto
es, más concentrado: entre 200 y 300 grupos. Aho-
ra bien, es importante tener en cuenta que al me-
nos el 50 % de las grandes multinacionales, y sin
duda alguna las de más peso económico y las de tec-
nología más avanzada, son norteamericanas. Las
demás son europeas (sobre todo inglesas) y japone-
sas (1). Pero también en muchas de estas multina-
cionales suele haber penetración del capital finan-
ciero americano, penetración que se hace, a veces,
con el disfraz de otra nacionalidad.
En suma, existen grupos multinacionales que son
más poderosos que muchos Estados-nación. La Ge-

(1) Beaud-Bellon-Francois: «Lire le c a p i t a l i s m e » , Edi-


tions Anthropos, París, 1976, p. 136-137.

73
neral Motors, la Gulf Oil, la General Electric, la
IBM, la ITT, la Westinghouse, la Xerox, la Boeing,
la Lockheed, etc., constituyen verdaderos reinos del
imperio yanki. Las empresas electrónicas junto con
las aeroespaciales y las petroleras, son las que más
caracterizan el proceso histórico de la internacio-
nalización de la producción. Además, esas multina-
cionales no son sino ramas de bancos y grupos fi-
nancieros también muy conocidos, como el Rocke-
feller, la Morgan Bankers, el First National, etc. El
capital de esas y otras multinacionales controla al-
gunos de los sectores clave de la economía de los
países dependientes. Por ejemplo, en el terreno del
material eléctrico, el capital extranjero controla el
70 % de la producción del Brasil (pero en países
que no son económicamente subordinados [salvo
respecto a USA] como en Alemania, las empresas
extranjeras controlan un 40 % de la electrónica, y
en Francia la penetración que viene de fuera alcan-
za más del 32 %) (1).
Las principales multinacionales de la electrónica,
el petróleo y las aeroespaciales, tienen numerosos y
fuertes vínculos con las fuerzas armadas de unos y
de otros países, y fundamentalmente con el Depar-
tamento de Defensa de Estados Unidos. Esos lazos
son de muy diverso signo, por encima (y por deba-
jo) de los más visibles: esto es, de los económicos.
Esas empresas suministran sus productos a los
ejércitos y al mismo tiempo suelen recibir ayudas
financieras para la investigación científico-técnica.
Algunos datos ilustran esas relaciones. Los contra-
tos pasados entre el departamento de Defensa ame-
ricano y algunas de esas multinacionales en el año

(1) Armand Mattelart: «Multinationales et s y s t è m e s de


c o m m u n i c a t i o n » , Editions Anthropos, Paris, 1976, pp. 22
y 24.

74
1974, son los siguientes (en millones de dólares):
Lockheed, 1.853; General Electric, 1.211; Boeing,
1.076; Westinghouse, 461; IBM, 252; ITT, etc., et-
cétera (1).
Por otra parte, el financiamiento de la investiga-
ción también ofrece datos que hablan por sí solos.
En 1970, el 79 % del financiamiento de la investi-
gación aerospacial provenía de agencias guberna-
mentales, y la parte más importante era del Pentá-
gono. En lo que se refiere a la electrónica, todos
los años recibe un 60 % de su presupuesto-investi-
gación del departamento de Defensa. Esas ayudas,
repartidas por empresas, presentan las siguientes
cifras (correspondientes a 1973, en millares de dó-
lares): Boeing, 401.549; General Electric, 330.123;
Lockheed, 278.195; IBM, 126.627; Westinghouse,
119. 361; ITT, 28.536, etc. (2).

6. — El pentagonismo, "estado supremo" del imperia-


lismo

Casi todo acaba pasando al archivo de la histo-


ria, incluso algunos aspectos de las tesis revolucio-
narias de Marx y de Lenin. Aquella frase-título del
libro («El imperialismo, fase suprema del capi-
talismo») dio en el clavo, por su sonoridad y por
la justeza de su análisis. Pero los marxistas han
caído en varias visiones erróneas; algunas de las
más descollantes son las producidas por la defor-
mación del economicismo catastrofista: es decir,
el pensar que la propia evolución del capitalismo

(1) Fuente: Department of Defense: «100 Companies


and Their Subsidiary Corporations Listed According to Net
V a l u é of Military Prime Contract Awards».
(2) Fuente: «Aviation Week & Space Technology», 6
mayo 1974.

75
llevaría a esta sociedad a su autodestrucción. Eso
de «estadio supremo» puede interpretarse en el sen-
tido de que ya no cabe un desarrollo posterior de
tal formación económico-política. Error, grave error.
Porque el capitalismo puede seguir evolucionando,
a través de viejas y nuevas injusticias, hasta que las
fuerzas revolucionarias no le obliguen a desapare-
cer. Una sociedad puede pudrirse, pero nunca se en-
tierra a sí misma.
Más de medio siglo después de que el dirigente
ruso escribiera ese texto, comprobamos que el ca-
pitalismo internacional sigue fuerte. Tan es así que,
podemos decir que el imperialismo que conoció don
Vladimiro Ilich ha pasado por nuevas transforma-
ciones, hasta generar hoy otro aspecto: el pentago-
nismo, que tal vez acabe siendo el «estado supre-
mo» del imperialismo (parafraseando críticamente
el título leninista).
En el capítulo anterior apuntaba que entre las
multinacionales y el Pentágono no sólo existen rela-
ciones limitadas a lo económico; tampoco se que-
dan en la colaboración científico-técnica. Las rela-
ciones van mucho más allá. No consisten solamente
en el intercambio del personal dirigente: es decir,
que el antiguo dirigente de una multinacional de la
electrónica pase a ocuparse de la dirección de una
agencia de espionaje; o que el general vaya a ocu-
parse de la construcción de aeronaves en tal otra
multinacional; o que el banquero-petrolero se con-
vierta en el presidente o vicepresidente de este o de
aquel Estado, etc. Ésos no son sino detalles de un
fenómeno más vasto y profundo que quizá poda-
mos definir como la punta de lanza de la «política»
de una superpotencia. Esa lanza que se empuña
desde Estados Unidos, y se blande hacia los países
económicamente subordinados; esa lanza cuya de-
legación cae a veces en manos de las burguesías in-

76
tenores (la inerte interioridad de quienes no hacen
mucho más que representar las burguesías exterio-
res radicadas en Nueva York, Londres, Bonn, etc.).
Porque en momentos de crisis en una de las na-
ciones capitalistas periféricas, ya ha quedado de-
mostrado —uno de los ejemplos más sangrientos
es el de la ITT en Chile— que algunas multinaciona-
les actúan como verdaderas agencias gubernamen-
tales, con misiones —económicas, para-militares, et-
cétera—, que sobrepasan las tareas de las embaja-
das correspondientes.
Pero al margen de esas etapas de crisis, las mul-
tinacionales realizan constantemente funciones para-
pentagónicas. Estas funciones, además, encuentran
numerosas facilidades en la complementariedad de
los regímenes militaristas que aquí analizo. Porque
si en Estados Unidos existe una articulación entre las
multinacionales y el Pentágono, en los países de-
pendientes —lo veremos con toda claridad en la Se-
gunda Parte, sobre todo en cuanto concierne a Bra-
sil y a Argentina— las grandes empresas se encuen-
tran directamente en manos de los militares. La
economía se encuentra más militarizada, no sólo
en el interior de las empresas, sino en algunas zo-
nas que las rodean: los generales brasileños han
decretado que son zonas estratégicas no sólo las
fronterizas, sino también determinados sectores de
considerable densidad industrial.
La penetración económica y la subordinación mi-
litar se encuentra, pues, insertada constantemente
en una amplísima operación política que se desa-
rrolla incluso en los ámbitos ideológicos. Esto es,
todo ello está acompañado por la difusión de los
valores ideológicos del imperialismo. En este senti-
do, por ejemplo, es muy significativo que en la tele-
visión de varios países, entre ellos España, abun-
den los seriales filmados en Estados Unidos. Y exis-

77
ten otros planes, ya avanzados, de expansión de la
influencia ideológica americana a través de la tele-
visión, de la educación, e incluso de las agencias
de publicidad (1). Los objetivos prioritarios de la
propaganda de Estados Unidos son, en primer lugar,
China, la República Federal alemana, Japón y la
URSS. Obsérvese que en esta primera categoría se
encuentran no sólo los principales países socialistas,
sino también dos de los principales países capita-
listas: es decir, los que pueden hacerles mayor com-
petencia, pero también donde los americanos tienen
grandes intereses económicos y estratégicos. En se-
gundo lugar se halla una lista en la que se encuen-
tran Brasil, India, Indonesia, Italia, Vietnam y Yugos-
lavia. En tercera fila, numerosos países entre los que
están catalogados, Argentina, Chile, Cuba, Francia,
España, Turquía, etc. (2). Según los países, los ele-
mentos de la propaganda se combinan con mayor
o menor dosis de persuasión y de tentativas de alie-
nación, con unos u otros matices acerca de quiénes
son los «malos» y quiénes son los «buenos» (a gran-
des rasgos, según la propaganda imperialista en
cualquier país, que se guía por el primario esque-
ma simple de las películas del oeste, los «buenos»
son, por supuesto, los capitalistas, y los «malos» los
comunistas; pero por «necesidades» propagandísti-
cas llegan a llamar «comunista» a cualquiera que
no comparta sus puntos de vista, incluso a un cató-
lico sencillamente progresista o que protesta ante
las injusticias que el capitalismo internacional co-
mete en los países del Tercer Mundo).

(1) Cfr. «Multinationales et systèmes de communica-


tion», op., cit. Entre las agencias de publicidad, cabe seña-
lar la McCann Erickson, la Walter Thompson, etc.
(2) Fuente: USIA (United States Information Agency),
citada por Armand Mattelart, en «Multinationales et systè-
mes de communication», op., cit., p. 379.

78
7. — El problema del Estado en el mundo contem-
poráneo

Hoy se plantea un problema suplementario res-


pecto a las cuestiones que aquí analizo: que en el
mundo contemporáneo se desarrollan diversas ten-
dencias contrarias a la perduración de los Estados
democráticos. Se trata de un fenómeno con el que
tienen que enfrentarse las sociedades que durante
largo tiempo han estado sometidas al fascismo o/y
al militarismo, problema agravado en aquellos paí-
ses en los que las dictaduras siguen en el poder,
pero en todo caso la problemática se cierne, si bien
en otro grado, también sobre las sociedades libera-
les avanzadas.
Esas tendencias objetivas se imbrican en la cri-
sis económica mundial, en las dificultades con las
que choca el sistema capitalista para seguir armó-
nicamente su evolución. Tales dificultades se lla-
man crisis energética, y de manera general (en lo
cual no estamos más que en el principio), se definen
como planteamientos, cada vez más claros, por par-
te de los países del Tercer Mundo, de sus exigencias
de nuevas relaciones comerciales, más justas. (Pero
a esos países no les será fácil alcanzar ni una parte
de sus reivindicaciones.)
Las dificultades del sistema capitalista se llaman
asimismo tendencia a la baja del índice de los be-
neficios, y lucha cada vez más acentuada del pro-
letariado de los países desarrollados frente a unas
burguesías que se han acostumbrado a vivir con de-
masiados privilegios económicos. Son burguesías
que persisten en mantener unos índices de benefi-
cios que difícilmente podrán conservar en los años
venideros. O, si se obcecan, tendrán que sostener
esa pretensión por vías no democráticas, esto es,
retornando a formas de Estado dictatoriales en las

79
que la función del aparato represivo constituye la
principal respuesta a las peticiones de los trabaja-
dores. En casi todos los países existen núcleos bur-
gueses que están dispuestos a tomar esa orienta-
ción: en las sociedades en las que ya han conocido
el fascismo como Italia y Alemania (1) pueden ob-
servarse ciertas reactivaciones de elementos ultra-
derechistas. En naciones como Argentina y Brasil,
la reproducción del fascismo y del militarismo no
choca con grandes obstáculos. En España, aunque el
bunker más estridente ha perdido gran parte del po-
der, lo verificable es que su continuidad se realiza
sin problemas, lo mismo que la continuidad del fran-
quismo en su totalidad, aunque se disfrace bajo otras
apariencias políticas. Las corrientes antidemocráti-
cas, o de una democracia aherrojada, se dibujan
igualmente en formaciones históricas que se han ca-
racterizado predominantemente por la creciente de-
mocracia política y por el progreso económico. En
Francia, por ejemplo, la opción que empieza a plan-
tear Chirac muestra un color político más a la de-
recha, con mayor inclinación a utilizar métodos vio-
lentos, que las aspiraciones neoliberales de Giscard
d'Estaing (aspiraciones vagas, sin embargo, con más
«wishful thinking» que programas concretos.)
Ante ese panorama, algunos politicólogos escri-
ben que el Estado liberal burgués ya ha pasado de
moda, y que entramos en una época en la que se
impondrán nuevos tipos de Estados dictatoriales.
Personalmente no creo que se deba caer en esas vi-
siones fatalistas. No hemos de dejarnos llevar por
consideraciones unilaterales. Un análisis científico,
así como una acción racional en la práctica, debe
tomar en cuenta las partes —cualquier parte de
la realidad— en su conjunto, en sus interinfluen-

(1) V é a s e la Segunda Parte.

80
cias, en su creatividad y destructividad recíprocas.
En lo que concierne a las superestructuras esta-
tales, el resultado de la crisis dependerá también de
la manera con que los partidos progresistas sepan
enfrentarse a ella. Insisto en este aspecto importan-
tísimo. En cualquier caso lo verificable es que el
margen de maniobra se reduce para todo el mundo,
y sobre todo en las naciones económicamente más
dependientes de la estructura capitalista internacio-
nal, entre las cuales se encuentran hoy, menos Ale-
mania, todos los países cuyos problemas políticos
estudio en este libro.

Las que difícilmente vendrán serán las transfor-


maciones superidealistas de ciertos «catecismos» al
uso en los partidos comunistas, que desgraciada-
menten confunden la propaganda política con los
análisis y las prospectivas científicas. No habrá
—nunca ha habido— una línea de cambios constan-
temente progresiva. No se pasará, como en un cami-
no bordeado de rosas, tal como más o menos lo pre-
sentan numerosos textos oficiales de los comunistas,
del Estado de los monopolios al Estado de todo el
pueblo, sin que surjan graves dificultades externas
(provocadas por el capitalismo) y posiblemente no
menos graves deformaciones internas (burocracia
«socialista»). En todo caso, la «desaparición» del
Estado es una utopía cuya realización no resulta
previsible en vida de las generaciones presentes.
Los fenómenos que observamos en los países que in-
tentan construir el socialismo ofrecen no sólo nu-
merosas deformaciones burocráticas, sino reforza-
mientos sin cuento del Estado, militarizaciones de
diversos sectores estatales que no pertenecen estric-
tamente a las fuerzas armadas (investigación cien-
tífica, aplicación tecnológica, industria pesada, et-
cétera), pero que pasan por procesos de organización

81
6. FASCISMO Y MILITARISMO
comparables a los de las sociedades capitalistas.
(Pero en esas militarizaciones existen, además, en
los países llamados socialistas, diversos problemas
de tipo subjetivo que aquí no puedo abordar.) (1).
No hay que caer en pesimismos ante el futuro de
la democracia. Pero la verdad es que tampoco po-
demos dejarnos llevar por ultraoptimismos. Por-
que junto a esas tendencias económicas que, en prin-
cipio, podrían reducir el margen de la libertad, se
suman otros fenómenos políticos. Por ejemplo, el
de la mitología de la seguridad. La seguridad inter-
nacional, y la seguridad interna de cada país, permi-
te a muchos Estados —incluso a los que hoy por hoy
son democráticos— desarrollar tácticas de vigilan-
cia, de ocupación de territorios y ciudades, de opre-
sión psicológica sobre las poblaciones, etc., con la
invención constante de fantasmagóricos «enemigos
de potencias extranjeras». Las empresas propagan-
dísticas a las que aludo más atrás trabajan de mil
maneras —también en las películas de estilo james-
bondiano, en los «tebeos» o dibujos animados, etc.—,
en la configuración de actitudes de marcado antago-
nismo contra el otro bloque, tanto en su presencia
estrictamente exterior, como en su versión del lla-
mado «enemigo interior». Los tecnócratas de la co-
municación refinan las técnicas para interiorizar en
las personas esa desconfianza e incluso ese odio
sistemático a cuanto no esté integrado en lo que

(1) Por ejemplo, la manía de antiguos j ó v e n e s , que


posiblemente fueron revolucionarios, y que al llegar al po-
der se nombran mariscales. El ú l t i m o caso es Brejnev. Lo
m á s alarmante, sin embargo, es que un Estado poderoso
como el s o v i é t i c o , que p o d r í a permitirse numerosas liber-
tades, m á s que un Estado capitalista, se dedique t o d a v í a a
perseguir, encarcelar y exiliar a personas que no se dedi-
can m á s que a manejar palabras, pinceles o arcos de vio-
l í n y de violoncello.

82
podríamos llamar el «modelo imperial». Lo historia-
ble también es que en casi todos los ejércitos del
mundo capitalista se entrenan hoy grupos especia-
les de militares profesionales o para-profesionales, a
veces coordinados con grupúsculos de la ultradere-
cha, para cubrir las «hipotéticas necesidades» de
futuras «guerras interiores».

83
Segunda Parte

LAS F O R M A C I O N E S
HISTÓRICAS Y L O S ORÍGENES
DE LAS D I C T A D U R A S
Las ciencias sociales, sobre todo las que están
influenciadas por concepciones burguesas, pero tam-
bién ciertas tendencias del marxismo «ortodoxo» y
simplificador, suelen decantarse en exceso hacia «vi-
siones» inmóviles y generalizadorar de las realida-
des de cualquier país. Según esos puntos de «vista»
todas las sociedades capitalistas tienen las «mis-
mas» estructuras económicas, plantean los «mis-
mos» problemas interclasistas y desembocan, con
un matiz más o menos, en el «mismo» Estado. Se
trata de graves simplificaciones que la investigación
histórica contradice.
Al hacer el análisis concreto de cada nación con-
creta, descubrimos que, junto a los rasgos comunes
con otras formaciones históricas, se ponen de re-
lieve los fenómenos específicos. Es la especificidad
la que tiene la supremacía sobre la generalidad.
Y se muestra así incluso cuando hacemos estudios
comparativos entre países cuyos pueblos se enfren-
tan con problemas políticos análogos.

87
Los hechos específicos se destacan cuando se pro-
fundiza en la pulsación de cada realidad y en sus
relaciones con el conjunto de las otras realidades.
De esta manera vemos que en la generalidad de so-
ciedades capitalistas, aun teniendo todas una estruc-
tura económica típicamente capitalista, la composi-
ción de esa estructura puede ser muy diferente. En
un país es el capital industrial el que domina esa
estructura, en otra nación, el capital bancario, etc.,
todo lo cual produce efectos diferentes en una o en
otra sociedad.
Lo mismo podemos decir de las clases sociales.
Es evidente que en toda sociedad capitalista existen
tres bloques clasistas fundamentales: el de la bur-
guesía, el del proletariado (clase obrera, principal-
mente) y el de la pequeña burguesía. Pero, por ejem-
plo, la clase obrera alemana es distinta de la espa-
ñola (en ello tiene asimismo mucho que ver la
diferente formación política), como la pequeña bur-
guesía italiana era diferente de la española, y la bur-
guesía brasileña muestra disparidades respecto a
la burguesía alemana, etc.
Empiezo a sugerirlo desde la introducción, y con-
viene volver a subrayar todo eso, porque tales ten-
dencias a la asimilación y a la confusa generaliza-
ción son graves: la gravedad posiblemente más dra-
mática consiste en que esas confusiones afectan de
modo negativo la actuación de las fuerzas democráti-
cas y progresistas. Los regímenes fascistas y milita-
ristas, aún mostrando numerosos rasgos comunes,
son, cada uno de ellos, específicos.
El significado de esas especificidades alcanza su
plenitud cuando las observamos a través de los rit-
mos de cada formación histórica.

88
I. ITALIA

Ya he indicado los problemas de la transición del


feudalismo al capitalismo, y la incapacidad de la
burguesía italiana en llevar adelante una auténtica
revolución política. Gramsci escribió páginas de
gran lucidez sobre esta cuestión: «La burguesía ita-
liana ha conseguido organizar su Estado menos por
su propia fuerza intrínseca que porque ha sido favo-
recida en su victoria sobre las clases feudales y se-
mi-feudales por toda una serie de condiciones de
orden internacional (la política de Napoleón III en
1852-1860, la guerra austro-prusiana de 1866, la de-
rrota de Francia en Sedan y el desarrollo que tomó,
a continuación de ese acontecimiento, el imperio ger-
mánico). Así el Estado se ha desarrollado más len-
tamente» (1).

(1) A. Gramsci: «Le origini del gabinetto Mussolini», in


«La Correspondance internationale», del 20 noviembre 1922.
(Cfr. Gramsci: «Sul F a s c i s m o » , Editori Reuniti, Roma, 1974,
pág. 168.) En otras p á g i n a s , Gramsci e s c r i b i ó teorizaciones
clarividentes sobre los problemas p o l í t i c o s italianos: « N o

89
Las formas estatales burguesas se desarrollaron
también con diversas debilidades, a causa de varios
problemas de primera magnitud: la realización tar-
día de la unidad nacional (1871), una unidad que se
realiza en provecho de las regiones del norte y que
deja sin resolver plenamente diversas cuestiones de
peso (1); la influencia negativa del Vaticano; y so-
bre todo las fuertes supervivencias del modo de
producción feudal en el naciente capitalismo.

1. — Estructura económica y clases dominantes

La unidad nacional de un país es, por supuesto,


incompleta mientras algunas regiones plantean pro-
blemas particulares. En este sentido, España, aunque
oficialmente hizo la unidad hace unos quinientos
años (2) presenta la cuestión más específica en com-

existe el Estado de clase en el cual se traduce al m á x i m o


la eficacia del principio de la libre concurrencia, con la al-
ternativa en el poder de los grandes partidos representati-
vos de los intereses generales de las c a t e g o r í a s producto-
ras. (Cfr. «L'intransigenza di classe e la storia d'Italia»,
in «Il Crido del Popolo», 18 mayo 1918 —«Scritti politici»,
páginas 130-132). «Italia es el país que tiene el mayor peso
de p o b l a c i ó n parasitaria, que vive pues sin intervenir de
ninguna forma en la actividad productiva.» (Gramsci, « N o t e
sul Machiavelli», p. 186.) Al escribir ese ú l t i m o comentario,
Gramsci seguramente se o l v i d ó o no c o n o c í a el caso de
España.
(1) «Los grandes terratenientes del sur conservaron
durante largo tiempo —hasta 1920— la nacionalidad espa-
ñola, y no dejaban pasar ni una o c a s i ó n para agitar el es-
pectro del separatismo.» (Cfr. N. Poulantzas: « F a s c i s m e et
dictature», op., cit., p. 32.)
(2) Sobre el problema de las nacionalidades, y el de
Cataluña en particular, c o n s ú l t e s e la obra fundamental de
Pierre Vilar: «Catalunya dins l'Espanya m o d e r n a » (Edi-
cions 62, Barcelona) y mi trabajo «Cataluña en E s p a ñ a »
(Aymá, S. A. Editora, Barcelona).

90
paración con los otros países que estudio en este l i -
bro. Pero la unidad nacional de un país es asimismo
más bien un deseo que una realidad mientras esa
nación no haya organizado su unidad económica,
esto es: mientras no haya ordenado su mercado in-
terior de tipo capitalista. Esta problemática se plan-
tea con diversas similitudes tanto en Italia como en
España, Argentina y Brasil.
Una unidad económica capitalista resulta de muy
difícil realización mientras en el seno de una socie-
dad pervivan fuertes residuos estructurales de tipo
feudal. Este punto es a destacar en primer lugar,
puesto que una cierta coexistencia de los dos modos
de producción se prolonga en Italia hasta los pro-
cesos que llevan al poder al fascismo. Es decir, has-
ta los años veinte de este siglo, fuertes superviven-
cias del modo de producción feudal dominaron en
las relaciones de producción en el mundo rural ita-
liano. Que el capitalismo monopolista fuera domi-
nando a continuación esas supervivencias feuda-
les en el terreno económico (agrícola), no signifi-
ca, sin embargo, que esas supervivencias no con-
tinuaran mostrándose activas en los niveles po-
líticos e ideológicos de Italia. Ai contrario, estos
elementos feudal-absolutistas fueron determinantes
en la conquista del poder por los fascistas.
La unidad económica de tipo capitalista tampo-
co se consigue plenamente en un país, si su estruc-
tura económica está controlada, al menos en algu-
nos de sus aspectos clave, por el capital extranjero.
En principio (1861-1887), fue el capital bancario
francés (los Pereire, los Rotschild), y después la fi-
nanza alemana fundó la «Banca Comerciale italiana»
(1894). Este capital bancario se articuló a la banca
italiana a través del Estado. El desarrollo económi-
co italiano está subordinado a esa combinación-su-
perbancaria.

91
El proceso de industrialización es tardío. Hasta
1880 no puede decirse que se realicen impulsos de-
cisivos. El primer núcleo de industria pesada, la
Terni (altos hornos) no surge hasta 1884; la Breda
(locomotoras) es de 1886; pero, hasta esos momen-
tos, es la industria textil la que caracteriza el pro-
ceso (o sea la industria ligera, las pequeñas y me-
dianas empresas).
La concentración se acentúa desde 1905 con la
creación de otro gran monopolio siderúrgico, la Ilva (1); la concentración
mera Guerra Mundial, mientras la dominación de
la banca sobre la industria se afirma. Como una de
las necesidades y efectos de la guerra, surge la in-
dustria química y la hidroeléctrica. El Estado de-
sarrolla su función en ese crecimiento económico,
«El medio más poderoso a través del cual intervi-
no el Estado a favor del capital financiero fue el mo-
netario: la inflación» (2).

Después de la guerra, el proceso de industrializa-


ción sufriría un parón de graves consecuencias para
las relaciones entre las clases. Los pedidos bélicos
habían hinchado artificialmente esa expansión, sin
que se previera la continuidad de las salidas comer-
ciales.
La crisis se hace cada vez más grave en Italia.
No sólo son numerosas las pequeñas y medianas em-
presas que quiebran, sino que también se de-
rrumban algunos monopolios como la Uva y la An-
saldo que arrastra en su caída a la «Banca italiana
di Sconto».
La crisis significa, sobre todo, a partir de 1920-

(1) La Uva era una filial de la Comit, el 90 % de cuyo


capital estaba en manos alemanas.
(2) P. Grifone: «II capitale finanziario in Italia», op.,
cit., pág. 30.

92
1921, una agravación de las tensiones y de los en-
frentamientos entre las clases sociales. Las clases
económicamente dominantes se inclinan cada vez
más por una «solución» de fuerza. Pero antes de im-
poner una dictadura al proletariado, los grandes ban-
queros, industriales y terratenientes tienen que re-
solver las agudas contradicciones que se plantean
entre ellos.
En ese sentido se produce una contradicción glo-
bal entre el capital financiero y los grandes propie-
tarios agrícolas. También se plantean tensiones en-
tre el capital no monopolista y los monopolios. El
capital medio llega a establecer alianzas con los agra-
rios para enfrentarse con el gran capital. Todas esas
tensiones se traducen a nivel político en la inesta-
bilidad y debilidad de los gobiernos burgueses ante-
riores a la implantación del fascismo. De Nitti (1) a
Giolitti (2), de Bonomi (3) a Facta (4), los sucesi-
vos equipos ministeriales no consiguen salir de la
crisis que se generaliza y se profundiza con la in-
tervención de la pequeña burguesía y del proletaria-
do, al tiempo que los enfrentamientos armados pro-
liferan.
Frente a la presión creciente de las clases explo-
tadas, banqueros, industriales y terratenientes optan
por unirse. Y su unión no se dirige hacia la organi-
zación de un partido capaz de luchar políticamente,
en paz, contra la clase obrera, sino que se orienta ha-
cia la corporación de tipo medieval y al estableci-
miento de la opresión y la represión más brutales.

(1, 2, 3 y 4) Estos políticos son las relativamente dife-


rentes caras de las clases económicamente dominantes, se-
gún las necesidades políticas de cada etapa. Nitti era el
hombre de los grandes bancos. Giolitti era el moderniza-
dor de la monarquía. Bonomi un antiguo socialista refor-
mista (excluido del PSI en 1912). Facta, un continuador de
la tendencia giolittiana.

93
El peso agrario-feudal es determinante en la mez-
quindad de tal concepción política. En 1911, la agri-
cultura representaba el 55 % del producto global,
y en 1921 todavía representa el 46,3 %. La burgue-
sía, que «jamás había tenido una fuerte organización
política unificada, jamás había tenido una organi-
zación bajo la forma de un partido» (1), continúa con
su fraccionamiento, regionalista y casi-individualis-
ta, propio de una sociedad rural. Cuando consigue
organizarse, lo hace corporativamente, al nivel de
sus más elementales intereses económicos y con l i -
mitada visión política. Así el 7 de marzo de 1920 se
celebra la primera conferencia de la Confederación
General de la Industria Italiana (Confindustria). Y el
18 de agosto se constituye la Confederación Ge-
neral de la Agricultura (Confagricultura). Ambos
organismos, junto con otra institución corporativa,
la Asociación bancaria, se dedicarían a planear una
política reaccionaria, a financiar el Partido Fascis-
ta, a proyectar asimismo la «solución» de una dicta-
dura militar, y a inclinarse en fin por la instalación
de Mussolini en el poder.

2. — La pequeña burguesía y la formación del fas-


cismo

La grave crisis económica, como empezaba a su-


gerir, afectó destructivamente a la pequeña bur-
guesía. Las quiebras de una serie de pequeñas y me-
dianas empresas afectaron a miles de pequeño-bur-
gueses, proletarizándolos de hecho. Pero, psicológi-
camente, es uno de los fenómenos que más teme y
rechaza el individuo pequeño-burgués. En esa con-
junción de la crisis estructural con la crisis subjeti-

(1) P. Togliatti: «Le fascisme italien», op., cit., p. 29.

94
va, las ideas fascistas encontraron un terreno abo-
nado para desarrollarse.
Esa doble crisis comienza, sin embargo, al menos
veinte años antes. Gramsci lo recordaba en un ar-
tículo que publicó el 2 de enero de 1921: «El proce-
so de desagregación de la pequeña-burguesía ha em-
pezado en la última década del siglo xix. La peque-
ña burguesía pierde toda importancia y, con el de-
sarrollo de la gran industria y del capital financiero,
abandona toda posición vital en el dominio de la
producción; ella deviene una simple clase políti-
ca...» (1). En ese mismo texto, el gran teórico ita-
liano indica algunos de los aspectos característi-
cos del comportamiento de la pequeña-burguesía
«que sustituye, en una escala siempre más vasta, la
autoridad de la ley por la violencia privada, ejerce
(y no puede hacerlo de otro modo) esa violencia de
una manera caótica, brutal, y levanta contra el Es-
tado diversas capas de la población cada vez más
importantes».
Las consideraciones de Gramsci son interesantes
aunque he de matizarlas un poco: la pequeña bur-
guesía estaba lejos de perder «toda importancia» en
el proceso productivo; y por otra parte, esa violen-
cia pequeñoburguesa contra el Estado es algo muy
superficial: en realidad, se trataba de una puesta en
escena en combinación con el capital financiero para
apoderarse más fácilmente del Estado.
La crisis estructural pequeño burguesa está acom-
pañada, desde el final de la Primera Guerra Mun-
dial, por un movimiento igualmente significativo, el
de los «arditi» (2), cuyo comportamiento se articu-

(1) Citado por María A. Macciocchi: « E l é m e n t s pour


une analyse du f a s c i s m e » , t. 1., Union Genérale d'Editions,
Col. 10/18, París, 1976, p á g s . 3940.
(2) «Arditi», literalmente significa, «atrevido», o «audaz»,

95
la operativamente con el de la pequeña burguesía.
Esos militares desmovilizados, entre los cuales se
encuentran centenares de oficiales (es decir, elemen-
tos típicamente pequeño burgueses), que formaron
las tropas de choque durante la conflagración euro-
pea, van a constituir asimismo las tropas de choque
del Partido Fascista. Como grupo social, Togliatti
los describía en espera, desde hacía tiempo, de con-
quistar el poder: «El poder conquistado habría de-
bido ser su poder. Esos grupos estaban alimentados
de la concepción utópica según la cual la pequeña
burguesía puede ir al poder, y dictar leyes al prole-
tariado y a la burguesía, organizar la sociedad con
planes, etc.» (1). Era gente que durante la guerra ha-
bía hipertrofiado su gusto por ser jefe, y que nece-
sitaba, con exacerbación patológica, seguir milita-
rizando sus actividades, o mejor dicho: someter a
una cierta militarización al conjunto de la sociedad.

2.1. — Ultranacionalismo e imperialismo

No puede hablarse de fascismo sin tratar, decía-


mos, explícita o implícitamente de tensiones inter-
imperialistas; de la misma manera, no puede es-
tudiarse el fascismo sin investigar antes el substrato
de las ideas ultranacionalistas.
El ultranacionalismo se estimulaba en Italia des-
de revistas como «Il Regno» (fundada el 7 de no-
viembre de 1903), en cuyas páginas se glorificaba la
Roma imperial, y a los pintores y poetas de la Edad
Media y del Renacimiento. Mussolini seguramente

así se llamaba a los militares ultranacionalistas italianos de


la Primera Guerra Mundial.
(1) P. Togliatti: «Le fascisme italien», op., cit., p. 23.

96
recibió influencias de algunos de esos textos, ya que
contienen elementos decisivos del fascismo.
A la tesis de la lucha de clases querían contrapo-
ner la de lucha de naciones, proponiendo un «socia-
lismo nacional», según la fórmula de Enrico Corra-
dini (1), en el congreso de Florencia de la «Asocia-
ción Nacionalista Italiana» (3 de diciembre de 1910).
Esta fórmula proliferó luego por los ambientes de
la derecha italiana (2), alemana (3), española (4),
así como, en el fondo, constituye una de las claves
de los populismos suramericanos: a través de la
propuesta «socialista» recuperar y alienar los movi-
mientos contestatarios del proletariado integrándo-
los en un nacionalismo primario.
Pero como otros ultranacionalismos, el italiano
se basaba en dos paradojas. Primera, que preconi-
zaba la expansión colonial (5); y segunda, que esta-
ba financiado en gran parte por un grupo bancario
alemán (el que había creado la «Banca Comercial
Italiana»). En la base financiera de los grupos na-
cionalistas también se encontraba la «Sociedad ita-
liana para la fabricación de proyectiles» y Agnelli,
de la Fiat.
Los que manejaban el nacionalismo, si en princi-
pio eran partidarios de entrar en guerra al lado de
Alemania (a la que les unía un pacto firmado en
1882), al final, decantándose del lado de sus inte-

(1) Corradini (1867-1931), era uno de los principales


i d e ó l o g o s del ultranacionalismo italiano.
(2) El 13-15 de mayo de 1918 se c r e ó la «Unión Socia-
lista Italiana», que iba a construir el « s o c i a l i s m o nacional».
(3) R e c u é r d e s e , y v é a s e m á s adelante, que el fascismo
en Alemania se l l a m ó nazismo, es decir: nacional-socialismo.
(4) R e c u é r d e s e , y v é a s e m á s adelante, que uno de los
aspectos del fascismo en E s p a ñ a es el nacional-sindicalismo.
(5) Esta tesis se difundió desde un semanario, «L'Idea
Nazionale», que e m p e z ó a publicarse en marzo de 1911.

97
7. FASCISMO Y MILITARISMO
reses, lo hicieron al lado de los ingleses-franceses
firmando el pacto de Londres del 26 de abril de
1915 que les prometía «justas compensaciones».
Entre los gérmenes ideológicos originarios del
fascismo, también cabe señalar lo que propongo con-
ceptuar como el nacional-poetismo y el conocido
movimiento futurista. D'Annunzio (1) representaba
el primero y Marinetti (2) el segundo. Sobre éste,
jefe del «futurismo», hay que señalar que en polí-
tica era extremadamente pasadista, con sus violen-
tísimas concepciones guerreras. Aquél prefiguraba
en su comportamiento la formación de las bandas
armadas fascistas. Ambos personajes se encuentran
con Mussolini en la fundación del partido.
El ultranacionalismo italiano aún se exacerbó
más después de la guerra. Los vencedores no cum-
plieron las promesas hechas al firmar el Pacto de
Londres. Las reivindicaciones italianas fueron, en
su mayor parte, rechazadas. De ahí que se empeza-
ra a hablar de la «victoria mutilada», a la vez que
se pensaba organizar otro sistema de alianzas in-
ter-imperialistas: el que acabaría planteando la Se-
gunda Guerra Mundial.

2.2. — Los «Fasci di combattimento»

Benito Mussolini, hijo de un herrero, empezó a


trabajar como maestro de escuela y a militar en el

(1) El nacioinal-poetismo d"annunziano tenía f ó r m u l a s


muy gráficas; por ejemplo, a p r o p ó s i t o de la guerra de Li-
bia, decía «el Paraíso e s t á a la sombra de las espadas» (en
«Canzone d'Oltremare», 1911). Estas fórmulas seguramen-
te influyeron al nacional-poetismo de algunos falangistas.
(2) Marinetti decía que «la guerra es la única higiene
del mundo-», s e g ú n proclama el título de uno de sus libros
(«Guerra sola igiene del m o n d o » , 1915).

98
Partido Socialista. En aquel tiempo ya sabía esti-
mular el culto a su personalidad presentándose como
un socialista intransigente. La espectacularidad de
su conducta le llevó a ocupar el puesto de director
de «Avanti» (1) a partir del 1.° de diciembre de
1912. Todo eso por muy poco tiempo. Porque en
aquellos años empezó a poner de manifiesto su ca-
rácter contradictorio, mezcla dispar de ideas opues-
tas que es uno de los aspectos principales de la ideo-
logía fascista. Mussolini se convirtió en dirigente
socialista por haberse opuesto declamatoriamente
contra la guerra de Libia, y dejó de ser socialista
porque el 18 de octubre de 1914 preconizó la inter-
vención en la Primera Guerra Mundial al lado de los
países de la «Entente». En efecto, en esa fecha pu-
blicó un artículo en «Avanti» que era un llamamien-
to relativamente velado en ese sentido. La dirección
del PS lo cesó (el día 20) como director del perió-
dico, y el 24 de noviembre lo expulsó de las filas del
partido.
Antes, el 15 de noviembre, Mussolini inició la pu-
blicación del diario «Il Popolo d'Italia» en el que
iban a desarrollarse los primeros aspectos de la ideo-
logía fascista. El 1° de enero de 1915 publicó un
primer manifiesto de los «Fasci d'azione rivoluzio-
naria» (2). Y el 24-25 de enero organizó el primer con-
greso de estos «fasci». Pero hasta 1919 los «fasci»

(1) «Avanti» era y sigue siendo el ó r g a n o oficial del


Partido Socialista italiano.
(2) De este t é r m i n o se deriva «fascista», «fascismo».
«Fasci» es el plural de «fascio» y significa simplemente
«haz» (manojo, grupo, etc.). El origen e s t á en la Roma an-
tigua: ciertos magistrados iban precedidos de oficiales,
llamados lictors, que llevaban, como signo de poder, varas
de abedul en forma de haz en torno a un hacha. En el len-
guaje p o l í t i c o italiano de la é p o c a pre-f ascista, se llama-
ban «fasci» las ligas de a c c i ó n p o l í t i c a y social. Pero es
Mussolini quien marca definitivamente el concepto.

99
no cobraron su verdadera identidad, y su principio
de organización. Durante un año, Mussolini se de-
dicó a trabajar políticamente a los «arditi». «Il Po-
polo d'Italia» del 25 de noviembre de 1918 cuenta
«cómo, algunos días antes, Mussolini se había uni-
do a un grupo de "arditi" y, después de haberles
llevado a un café, se ganó su simpatía haciéndoles
un discurso demagógico y adulador» (1). El 23 de
marzo de 1919, en Milán, Mussolini funda el movi-
miento de los «fasci di combattimento». La asisten-
cia estaba compuesta por unas ciento cincuenta
personas, entre los cuales Marinetti y unos pocos
«futuristas», Roberto Farinacci (que luego sería se-
cretario del Partido Nacional Fascista), algunos anar-
cosindicalistas y diez oficiales (tenientes) (2). Desde
el 15 de agosto, el «movimiento» publicó «II Fascio»,
semanario oficial de los fascistas. Pero pasó otro
año antes de que Mussolini pudiera contar con unos
pocos miles de militantes de la «causa» que él preco-
nizaba.

2.3. — Finanzas del partido y número de militantes

El incremento de las primeras está en estrecha


relación con el aumento de los segundos.
Los días 9 y 10 de octubre de 1919 tiene lugar
en Florencia el Primer Congreso de los Fasci. Du-
rante este año, los fascistas todavía no son un par-
tido de masas. Pero es difícil saber con exactitud
el número de militantes, ya que diversos autores
manejan cifras muy diferentes. Robert Paris, por

(1) Cfr. Robert Paris: « H i s t o i r e du fascisme en Italie»,


M a s p é r o , Paris, 1962, pág. 247.
(2) Cfr. R. Paris: «Les origines du f a s c i s m e » , Flam-
marion, Paris, 1968, pág. 60.

100
ejemplo, en su «Histoire du fascisme en Italie» (1)
publicada en 1962, dice que en esa fecha había 56
«fasci» con 17.000 inscritos. Pero el mismo autor, en
su libro «Les origines du fascisme» publicado en
1968, dice respecto a la misma época que «al final
del año había en Italia 31 "fasci" que agrupaban a
ochocientos setenta miembros» (2).
Esa falta de precisión debe ser criticada, pero la
diferencia no afecta la continuación de mis consi-
deraciones. Basta con saber que las masas de tra-
bajadores italianos todavía no habían sido influidos
por el fascismo.
Mussolini empezó siendo financiado por la An-
saldo, el mastodonte siderúrgico y metalúrgico, pero
diversos otros representantes de la industria pesada
le ayudaron económicamente. Hacia finales de 1919,
los capitales para-fascistas afluyen cada vez más,
pero las cantidades importantes, decisivas, no en-
tran en las cajas mussolinianas más que a partir
del verano de 1921, que es cuando quedan estable-
cidas cotizaciones sistemáticas.
A mediados de 1920, los grupos fascistas son en-
grosados gracias a la recomendación que el Minis-
tro de la Guerra, Bonomi, y otros generales, hacen a
los oficiales para que ingresen como militantes en el
movimiento reaccionario. Gramsci habla de la «des-
movilización de unos 60.000 oficiales» (...) «que con-
servaban las cuatro quintas partes de su sueldo» que
«en su mayoría fueron enviados a los centros políti-
cos más importantes, con la obligación de adherir-
se a los "fasci di combattimento"» (3). Gramsci sitúa
este hecho en el mes de julio, pero en este caso segu-
ramente es el marxista italiano el que cae en un error,

(1) R. Paris, op., cit., p. 226.


(2) R. Paris, op., cit., p. 61.
(3) Gramsci: «Sul Fascismo», op., cit., p. 171.

101
porque Robert París aporta datos muy precisos so-
bre la cuestión (1). Fue el 24 de septiembre de 1920
cuando el Estado Mayor envió una circular reco-
mendando discretamente la entrada en los «fasci»
que «de ahora en adelante pueden ser considerados
como fuerzas vivas a oponer eventualmente a los
elementos antinacionales y subversivos». Lo impor-
tante a tener en cuenta respecto a todo ello es que
en esa etapa comienzan su actuación las bandas ar-
madas que siembran el terror entre los trabajado-
res de la ciudad y del campo. Italo Balbo, que con
el fascismo en el poder sería mariscal, era uno de
los oficiales que dirigían esos grupos terroristas de
ultraderecha.
Un año después, en el otoño de 1921, cuando van
a celebrar el congreso de Roma y la constitución
del Partido Nacional Fascista (7-10 de noviembre),
los mussolinianos ya constituyen un movimiento
impresionante. En esa fecha, el PNF cuenta con
320.000 miembros (2), en su mayoría burgueses y
pequeño-burgueses. De las cifras que aporta To-
gliatti (3), cabe subrayar, como componentes de la
burguesía, 4.000 industriales y 18.000 terratenientes;
pero es necesario criticar la poca caracterización que
hace el dirigente comunista italiano al hablar de
21.000 estudiantes y enseñantes (¿hijos, en su mayo-
ría, de la burguesía?, o bien, ¿cuántos pertenecían
a la pequeña burguesía?) así como tampoco concre-

(1) R. París: «Les origines du fascisme», op., cit., pgs.


113-114.
(2) París, p. 243.
(3) Togliatti, sin embargo (p. 32) da una cifra distinta
del n ú m e r o de inscritos: 151.000. N i el primero ni el segun-
do aportan datos concretos de las fuentes de tales estadís-
ticas. Aunque la diferencia entre un n ú m e r o y otro de mi-
litantes es grande, b á s t e n o s saber que en 1921 el P N F era
ya un partido de masas.

102
ta quiénes eran los 14.000 comerciantes inscritos en
el PNF de ese momento (¿pequeños comerciantes?
Pero, ¿cuántos eran representativos de la gran bur-
guesía comerciante?) Las estadísticas concernien-
tes a la pequeña burguesía son las siguientes: 10.000
personas pertenecientes a las profesiones liberales,
7.000 funcionarios del Estado y 15.000 empleados.
Y los datos sobre el proletariado: 25.000 obreros y
27.000 trabajadores agrícolas (jornaleros y, según la
explicación que más adelante da Togliatti, miembros
de la pequeña y la mediana burguesía rural).
Si consideramos que la mayoría de los estudian-
tes y una parte de los comerciantes se catalogan ob-
jetivamente en la burguesía, tenemos que las clases
económicamente dominantes constituían el núcleo
numéricamente más importante del PNF de 1921.
También es preciso poner muy de relieve que en
esas clases económicamente dominantes el sector
principal es el formado por personas del mundo ru-
ral. Más: téngase en cuenta asimismo que los víncu-
los que por lo general unían a los jornaleros agrí-
colas con los propietarios, son vínculos (no sólo
económicos, sino de relación primario-afectiva, de
convivencia más o menos servil-señorial, como con-
secuencia de las fuertes supervivencias del feudalis-
mo en la agricultura italiana de aquellos años),
vínculos, digo, mucho más fuertes que los lazos que
pueden existir relativamente entre obreros e indus-
triales que sean militantes de un mismo partido.
Ciertamente, el fascismo es un sistema político
articulado a la escalada del capital financiero y a
un proceso acelerado (forzado) de industrialización;
sin embargo, hay autores, entre los cuales Poulant-
zas (de cuyas posiciones teóricas, sin embargo, me
encuentro muy cerca) que insisten demasiado en ello
y de una manera unilateral: es decir, desarrollan su
análisis tomando sólo en consideración los aspec-

103
tos económicos de la etapa durante la cual el fas-
cismo llega al poder. Aunque desde un punto de vis-
ta estrictamente económico están en lo cierto, olvi-
dan o dejan de lado el hecho de significación decisi-
va en el nivel político: que los elementos ideológi-
cos y los comportamientos determinantes de las ten-
dencias bárbaras del sistema fascista se nutren de
los dominios feudal-ruráles. Esto nos lo prueba la
investigación histórica, cuantitativa y cualitativa-
mente llevada a término. En cualquier caso la in-
dustrialización es muy reciente: y si una estructura
económica se ha transformado, eso no significa que
el cambio ideológico se haya producido al mismo
ritmo.
Es el capital financiero el que se aprovecha del
fascismo, pero lo hace utilizando la fuerza reaccio-
naria que germina en el mundo rural, conmocionado
por la introducción del capitalismo y de las luchas
de clases que éste comporta, luchas de clases que
rompen la secular estabilidad interclasista en el cam-
po. De análoga manera, es el capital financiero el
que se aprovecha del fascismo, pero lo hace utili-
zando la fuerza reaccionaria que parte de la pequeña
burguesía desclasada, nostálgica de su pasado y re-
chazando la proletarización que le aguarda en el fu-
turo. En suma, el conjunto de elementos ideológi-
cos pasadistas tienen una función clave en la cons-
titución del fascismo. Ésta es una primera conclu-
sión que he de desarrollar al ritmo de la investiga-
ción de los hechos.

2.4. — El PNF, las bandas armadas y la organización


del terror

Recordemos que la burguesía italiana había sido


incapaz de organizarse en un gran partido político,

104
claramente caracterizado como portavoz de los in-
tereses burgueses. En la etapa de los años veinte,
esa incapacidad se agudiza, dado que, con el creci-
miento de las acciones proletarias, y la crisis econó-
mica, los burgueses no pueden continuar gobernando
como hasta ese momento lo han hecho. Tienen, pues,
(desde su punto de vista) que aliarse con otras fuer-
zas: la pequeña burguesía, la clase obrera y el cam-
pesinado alienados. Éste es un aspecto importantí-
simo que es necesario tener en cuenta en el análisis
de todos los fascismos y populismos: la habilidad
que muestran las burguesías al utilizar a otras cla-
ses sociales para la defensa de los intereses del gran
capital; esto es, cómo utilizan a la pequeña burgue-
sía para alienar al proletariado poniéndolo al servi-
cio del capital financiero. Por que si, de hecho (un
hecho que se disimula), el PNF está controlado por
la gran burguesía industrial, bancaria y terratenien-
te, aparentemente, el PNF está en manos de la pe-
queña burguesía «revolucionaria».
Además, la burguesía establece ese complejo sis-
tema de alianzas en no importa qué tipo de organi-
zación; la burguesía fomenta la creación de un «par-
tido de nuevo tipo», un «partido» que principalmen-
te se caracteriza por sus milicias.
En efecto, el PNF se trata de un partido en el
que la discusión política es inexistente, los militan-
tes actúan según un rígido sistema jerárquico y su
principal actividad consiste en llevar a cabo trope-
lías con sus bandas armadas. El PNF deviene una
especie de ejército politizado, por su fanatismo ideo-
lógico mucho más eficaz que el propio ejército; el
PNF también podemos definirlo como la avanzadilla
politizada de los núcleos reaccionarios de las fuer-
zas armadas.
La cuestión de la «necesidad» de organizar nú-
cleos militarizados en el seno del partido fascista es

105
planteada por Mussolini antes del congreso consti-
tuyente del PNF. En la reunión que los «fasci» tu-
vieron en Bolonia el 17 de agosto de 1921, Mussolini
ya propuso la construcción de «un partido sólida-
mente encuadrado y disciplinado, que pueda, cuan-
do sea necesario, transformarse en un ejército capaz
de actuar sobre el terreno de la violencia, sea para
atacar, sea para defenderse» (1). Dos semanas des-
pués del congreso, la organización de las bandas ar-
madas está ya en marcha, bajo la dirección de Italo
Balbo y del general Asclepio Gandolfo. Y poco des-
pués se proclama el carácter militarizado, general y
predominante: «El Partido Nacional Fascista for-
ma un todo con sus escuadras» (2). Los militantes
deben prestar juramento de que están dispuestos a
morir por la «revolución fascista».
Las acciones terroristas de los fascistas comien-
zan, sin embargo, mucho antes de la constitución
oficial de las bandas armadas o de lo que pomposa-
mente ellos llamaban el «ejército fascista». Pode-
mos recordar, en ese sentido, numerosos hechos, por
ejemplo:
— la bomba que Mussolini ordena echar en una
reunión de los socialistas (el 17 de noviembre
de 1919) (nueve personas heridas)
— el ataque al Ayuntamiento (socialista) de Bo-
lonia (el 21 de noviembre 1920) (diez muer-
tos y un centenar de heridos).
Durante esa coyuntura empieza a expandirse asi-
mismo el fascismo rural. Si bien nació (como pro-
yecto) en la ciudad, el movimiento fascista empieza
desarrollándose al sembrar el terror en el campo.
Los «squadristi» se ponen al servicio de los latifun-

(1) Cfr. «II Popolo d'Italia» del 23 de agosto de 1921.


(2) Cfr. «II P o p ó l o d'Italia» del 15 de diciembre de
1921.

106
distas para liquidar los gérmenes revolucionarios que
se forman en el campesinado; armados con porras y
cuchillos, con pistolas y fusiles, caen, por la noche,
en las Casas del Pueblo, en los sindicatos populares
así como asaltan domicilios privados de personas
significadas políticamente a la izquierda. Los «squa-
dristi» están formados o al menos se encuentran
bajo el mando de antiguos «arditi», oficiales de la
guerra del 14, retirados. Los fascistas disponen de
camiones con los cuales pueden trasladar rápida-
mente sus bandas de un lugar a otro. Desde el ve-
rano de 1921 el fascismo domina una gran parte de
las zonas agrícolas.
En suma, hay que insistir, puesto que no he de
caer en las simplificaciones de otros autores y sí
deseo ahondar en la complejidad de lo real, en que el
fascismo se pone al servicio del gran capital indus-
trial y bancario, pero política y «militarmente» se
fundamenta primordialmente en sus prácticas repre-
sivas en el campo. O como muy bien decía Togliatti:
«los terratenientes habían dado la forma de organi-
zación por escuadras y los industriales la habían
aplicado en seguida a la ciudad» (...). «A partir de
la mitad del año 1921, se crean escuadras en la ciu-
dad» (...). «Los grupos se crean siguiendo el mode-
lo de los del campo» (1).
A primeros de diciembre de 1921, los fascistas
asesinan al diputado socialista Boldori. Los fascis-
tan muestran, además, su cinismo: «tenía el cráneo
demasiado frágil».
El terrorismo fascista en la ciudad se desarrolla-
rá sobre todo en la etapa inmediatamente anterior
y posterior a su asalto al poder. Ese terrorismo se
efectuará en algunas ocasiones bajo la protección o
al menos la tolerancia de la policía.

(1) Cfr. Togliatti, op., cit., págs. 14-15.

107
2.5. — El fascismo como ideología. — Primer aná-
lisis

Según he empezado a sugerir en 2.1., el fascis-


mo es, en principio, un ultranacionalismo. Y fueron
los nacionalistas intransigentes los que empezaron
a introducir el germen de la violencia en la práctica
fascista.
Mussolini mismo subrayó en diversas ocasiones
el nacionalismo como elemento primigenio del fas-
cismo: «El fascismo de estos últimos tiempos, en
ciertas regiones, no se parece de ninguna manera al
primero; no está de acuerdo con los criterios que
inspiraron la creación del fascismo, que era un mo-
vimiento de defensa de la nación» (1). De ahí que el
Estado fascista tenga que ser «el guardián celoso, el
defensor y el propagador de la tradición nacional,
del sentimiento nacional, de la voluntad nacional».
Exacerbar la idea de la nación es un modo de
anular las diferencias y las tensiones entre las dis-
tintas clases sociales. Es un primer instante de la
dinámica para alienar a las clases explotadas. Para
los fascistas, la nación constituye el «interés supe-
rior» que oculta el interés real del gran capital. Ya
habrá observado el lector que el PNF antepone el
concepto de «nacional» al de «fascista».
Todo lo cual —archicomprobado— no le impedirá
a Mussolini afirmar en una ocasión que «ese equí-
voco entre nacionalismo y fascismo —que ha apa-
recido en ciertos centros— debe cesar» (2). Lo cual
empieza a mostrarnos otros aspectos importantes de
la ideología fascista:
Dispar, contradictoria, confusa.
El carácter heterogéneo de la ideología fascista

(1) Cfr. «II P o p ó l o dTtalia», 27 de julio de 1921.


(2) Cfr. «II P o p ó l o d'Italia», 13 de noviembre de 1920.

108
es, a veces, más que dispar, disparatado. Son diver-
sas las contradicciones, además de la que acabo de
señalar, en las que cae Mussolini a lo largo de su
vida política. Otro ejemplo lo encontramos en su
republicanismo de los primeros años y su monar-
quismo a medida que avanza hacia la conquista del
poder.
«Queremos una Asamblea Nacional que vote por
la Monarquía o por la República. Desde este mo-
mento nosotros decimos: República» (1).
«La ceremonia que se desarrolla en la reapertu-
ra de la Cámara es profundamente dinástica —dice
Mussolini en otra ocasión (2)—; da lugar a inevita-
bles manifestaciones de lealtad dinástica. Se grita:
Viva el rey. Los fascistas gritan: Viva Italia. Nues-
tro símbolo no es el escudo de armas de los Sabo-
ya; es el "Fascio" romano.»
El republicanismo de Mussolini no durará mucho.
Cuestión de meses, pues el 23 de agosto «II Popólo
d'Italia», ya preconiza, en un texto sin firmar, que
en los conflictos «la Corona no está en juego, con tal
de que la Corona no quiera meterse en el juego».
Y el 20 de septiembre del mismo año, Mussolini en
un discurso, proclama que «es preciso tener el va-
lor de ser monárquicos» (...) porque la monarquía
representa «la continuidad histórica de la nación».
Mussolini se dio cuenta de que el ejército era monár-
quico, y por ende simpatizando con la corona podía
acabar de atraerse a los oficiales.
De la misma manera, Mussolini fue, durante los
primeros años, como otros fascistas, anticlerical pero
luego estableció pactos con el Vaticano que le fue-
ron útiles.
Esas oscilaciones de un polo a otro nos permi-

(1) Cfr. «II P o p ó l o d'Italia», 24 de marzo de 1919.


(2) Cfr. «II P o p ó l o d'Italia», 24 de mayo de 1921.

109
ten descubrir asimismo en la ideología fascista un
carácter de gran oportunismo demagógico; no le im-
porta contradecirse con tal de seguir realizando la
identidad de jefe que todo fascista lleva dentro, de
jefe al servicio de la clase económicamente domi-
nante, de jefe que sirve de articulador a los elemen-
tos heteróclitos del pasadismo, del corporatismo, del
culto del Estado, de la xenofobia y del racismo. Es-
tos elementos italianos acabaré de estudiarlos en los
capítulos correspondientes de Alemania, España, Ar-
gentina y Brasil.

2.6. — Elecciones, vacío político y conquista del Es-


tado

En principio, desde un punto de vista electoral


los fascistas fueron insignificantes y aparentemente
poco temibles para la izquierda. En las elecciones
del 15 de noviembre de 1919, la candidatura de Mus-
solini, en Milán, no obtiene más que 4.795 votos,
mientras que esa misma jornada el Partido Socia-
lista consigue 170.000 votos.
En las elecciones del mes de mayo de 1921, la
relación de fuerzas empieza a cambiar, a nivel de
las superestructuras representativas, porque ya ha
cambiado el apoyo que las clases económicamente
dominantes daban a las bandas fascistas (recuérde-
se el capítulo 2.4.) y el establecimiento progresivo de
lo que en Italia se llamaba el reino del «mangane-
11o» (garrote). Durante esas elecciones, las bandas
armadas mussolinianas atacan —y también asesi-
nan— a los socialistas y a los comunistas, y cuando
menos incendian sus locales. El gran capital da rien-
da suelta a la barbarie fascista, asegurándole la im-
punidad gracias a «la complicidad pasiva de la po-

lio
licía» (1). El 15 de mayo de 1921, en la nueva Cáma
ra ya tienen su puesto 35 diputados fascistas junto
a 10 nacionalistas (2).
A partir de esa etapa, los fascistas aumentarían
ininterrumpidamente sus fuerzas, no sólo por el
apoyo financiero y policíaco que les brindaban las
clases económicamente dominantes, sino también
como una consecuencia de los errores cometidos por
los socialistas y los comunistas en el planteamiento
de la lucha política (véase el capítulo siguiente 3).
En la Italia de esos años se asiste a una acentua-
da descomposición de la sociedad italiana que afec-
ta gravemente las estructuras, ya podridas, del Es-
tado. La idea de la democracia, que nunca había sido
fuerte hasta ese período, va degenerando por vías
múltiples de confusión hasta recaer en antiguas bar-
baries (3).
La gran burguesía quiere hacer pagar al Esta-

(1) Cfr. «L'Humanité», 11 de mayo de 1921.


(2) En ese momento, el Parlamento italiano ofrecía la
siguiente c o m p o s i c i ó n : La derecha: 40 conservadores; 80
liberales (Giolitti); 60 d e m ó c r a t a s (Nitti); 35 fascistas y 10
nacionalistas. — El «centro» (relativo): 100 populares; —
La izquierda: 122 socialistas y 16 comunistas. — O b s é r v e s e
que los partidos representantes del proletariado t e n í a n to-
davía grandes posibilidades de maniobra legal en contra
del ascenso del fascismo.
(3) Gramsci e s c r i b i ó páginas muy lúcidas sobre y en
aquellos mismos d í a s : «è divenuto ormai evidente che il
fascismo non p u ò essere che parzialmente assunto corno
fenomeno di classe, come movimento di forze politiche con-
sapevoli di un fine reale» (...) «è divenuto uno scatenamento
di forze elementari irrefrenabili nel sistema borghese di
governo e c o n ò m i c o e politico» (...) «Il fascismo è divenu-
to cosi un fatto di costume, si è identificato con la psicolo-
gia barbarica e antisociale di alcuni strati del popolo ita-
liano, non modificati ancora da una tradizione nuova, dalla
scuola, dalla convivenza in uno Stato bene ordinato e bene
amministrato.» (Cfr. «L'Ordine Nuovo», 26 aprile, 1921.)

Ili
do las catástrofes financieras que ella crea (1). Los
equipos ministeriales se suceden, de Bonomi a Fac-
ta, mientras Mussolini se muestra cada día más in-
solente en su marcha hacia el poder. El débil Es-
tado liberal burgués no puede facilitar las voraces
exigencias del capital financiero; de ahí que se orien-
te cada día más a la formación de un Estado de
excepción de tipo fascista. De un punto de vista es-
trictamente político, las clases económicamente do-
minantes dejan que se cree un vacío que forzosa-
mente acabará llenando o un movimiento para-mi-
litar como el fascista o el ejército directamente.
Tras haberse planteado la «solución» del golpe
de Estado que imponga la dictadura militar (con
los generales Días y Badoglio), el gran capital se in-
clina definitivamente por apoyar a Mussolini y a su
PNF en cuyas filas ya militan incluso generales
como Gandolfo, De Bono, el almirante Thaon de Re-
vel (jefe de Estado Mayor de la Marina) (2).
La crisis económica y política se agudiza hasta
el extremo de que el último gobierno típicamente
«liberal» burgués decide proclamar el estado de ex-
cepción (el 28 de octubre de 1922), que sería aplica-
do también a los jefes fascistas (incluso había el
proyecto de detener a Mussolini). Pero cuando Facta
quiere que el rey le firme el decreto en ese sentido,
el monarca rechaza. La conspiración fascista-gran
capital ya había implicado incluso al rey.
Apoyado por la Confindustria, la Confagricultura
y la Asociación bancaria (3) Mussolini se apresta a

(1) Por ejemplo cuando los industriales pretenden que


el Estado acuda en ayuda de la quiebra de la Banca Scon-
to, que es el episodio culminante de la crisis e c o n ó m i c a de
1921.
(2) Cfr. G. Salvemini: «Le Origini del fascismo en Ita-
lia», p. 322.
(3) Daniel Guerin: « F a s c i s m e & grand capital», t. II,

112
conquistar el Estado. Sobre todo se ocupan de ello
dos dirigentes del primer organismo corporativo,
Benni y Olivetti, junto con el general De Vecchi, diri-
gente fascista y amigo personal de Mussolini. Al tiem-
po que se organiza la «Marcha sobre Roma», se utili-
zan los últimos contactos entre el rey y Mussolini,
para que éste se ocupe de la formación del próximo
gobierno. De Vecchi informa por teléfono a Mussoli-
ni de esa decisión real. Pero Mussolini aún exige
más: (1): que el rey le envíe un telegrama personal
a fin de formar un equipo ministerial uniforme-
mente fascista. El telegrama llega la tarde del 29 de
octubre de 1922.
En su lucha contra el proletariado, la clase eco-
nómicamente dominante había decidido acentuar su
explotación a través de un partido de ideología pe-
queño burguesa fuertemente militarizado.

3. — La crisis política del proletariado

Ya lo he sugerido más atrás: el fascismo llega


al poder no sólo por impulso propio y gracias al

M a s p é r o , París, 1969, p. 30, explica que los banqueros die-


ron veinte millones de liras para financiar la «Marcha sobre
Roma».
(1) La p r e p a r a c i ó n de la Marcha sobre Roma h a b í a em-
pezado h a c í a d í a s . El día 24 de octubre, en el transcurso
del Congreso de N á p o l e s del PNF, y d e s p u é s de haber
presenciado el desfile de 40.000 Camisas Negras, Mussolini
d e c l a r ó : « N o s o t r o s , fascistas, no queremos ir al poder por
la puerta de servicio» (...) «Con toda la solemnidad que el
momento impone os digo: o nos dan el poder o lo arreba-
tamos cayendo sobre Roma. A partir de ahora se trata de
d í a s y quizá de horas.» (Cfr. «II Discorso di Napoli», Ope-
ra Omnia, t. XVIII, pp. 453 y 460).

113
8. FASCISMO Y MILITARISMO
apoyo del capital financiero, sino también debido a
la crisis política por la que pasan las organizaciones
partidarias de la clase obrera. Veamos este proceso
histórico a través de sus detalles más significativos.
El Partido Socialista era la organización más im-
portante de la izquierda de esos años. Ahora bien,
en lugar de ocuparse de la organización y de la di-
rección del proletariado, los dirigentes socialistas
caen en diversas polémicas y fraccionamientos, que
se hallan asimismo en los orígenes de la fundación
del Partido Comunista.
El proletariado había llevado a cabo algunas in-
tentonas aparentemente revolucionarias, que a fin
de cuentas no consiguieron más que provocar al
adversario y estimularle su reacción. Estos «resul-
tados» se obtienen con la «combinación» de sueños
maximalistas de los burócratas de los partidos con
las dinámicas espontaneistas de la ocupación de fá-
bricas, todo lo cual desemboca en fenómenos híbri-
dos e ineficaces. Dadas las condiciones objetivas de
1920, la serie de huelgas no podían desarrollarse de
ningún modo —era impensable aunque algunos di-
rigentes «comunistas» lo pensaron— en un autén-
tico proceso revolucionario que avanzara hacia el
socialismo. Un dirigente comunista de aquella épo-
ca hizo su autocrítica meses después: «Mientras
que todo el mundo hablaba de revolución, nadie
la preparaba, al contrario: se preparaba el terror
contrarrevolucionario, excitando y vituperando a los
soldados, los carabineros, los guardias reales, en vez
de ganárselos a la causa. Ahora somos nosotros las
víctimas de esa infatuación revolucionaria parlan-
china que ha engañado un poco a todo el mundo
(...)». «La famosa ocupación de fábricas fue interpre-
tada como una acción revolucionaria reflexionada, y
al contrario, no era más que un episodio (...)». «Aho-
ra la burguesía espantada por nuestros ladridos

114
muerde y muerde cruelmente. Se defiende encarni-
zadamente antes incluso de ser atacada» (1).
En su relación con la disponibilidad protestataria
de las masas, los dirigentes de izquierda cometie-
ron graves errores. También fueron graves las disen-
siones entre los dirigentes socialistas y los comu-
nistas.
La primera escisión en el seno de las fuerzas
socialistas se produce durante el congreso de Livor-
no (15-21 de enero de 1921): en este momento un sec-
tor de militantes funda el PCI. La moción unitaria,
socialista-comunista (Baratono-Serrati) obtiene la
mayoría (98.028 votos), los reformistas (Turati-Tre-
ves) tienen 14.695 votos, y los partidarios (Bor-
diga, Bombacci, Gramsci) de fundar el PCI consi-
guen que 58.783 militantes les apoyen.
Ahí empezaría una serie de ineficaces polémicas
entre social-demócratas y maximalistas utópicos.
Las tensiones en el seno del PSI volvieron a repro-
ducirse durante el congreso de Milán (10-15 de oc-
tubre de 1921). El enfrentamiento, en esta ocasión,
se plantea así: por un lado los maximalistas unita-
rios (47.628) (Serrati); por otro los colaboracionis-
tas (19.916) (Turati), con otros dos subgrupos que
oscilaban más o menos en favor de la primera o de
la segunda tendencia.
Tales querellas significaron grandes pérdidas en
el mundo de militantes del PSI: mientras en 1920
contaba con 216.000 militantes, en 1921 se queda
con 107.000 y en 1922 no tiene más que 74.000 ins-
critos. Un fenómeno análogo de pérdida de la base
militante sucede en el campo sindical «rojo».
El verbalismo ultra-revolucionario destruyó las

(1) De un artículo de Serrati publicado en «L'Humanité»


del 13 de mayo de 1921, citado por Tasca en su prefacio
a « N a s c i t a e avvento del f a s c i s m o » , pp. X X I I I - X X I V .

115
posibilidades progresistas que los socialistas podían
realizar en combinación con algunos grupos burgue-
ses liberales. Los socialistas rechazaron todo com-
promiso con el gobierno, dando paso así a la caída
del último equipo ministerial liberal-burgués y a la
llegada del fascismo al poder. Como bien reconoce-
ría el propio Serrati, uno de los responsables del
desastre: «no es la reacción fascista la que ha pro-
ducido la depresión socialista: la depresión socialis-
ta ha hecho posible la reacción fascista».

116
II. ALEMANIA

En la Introducción ya he señalado la insignifican-


te fructificación de los valores políticos del liberalis-
mo en la sociedad alemana del siglo xix. Asimismo
ha quedado sugerido, como rasgo común con Ita-
lia, que la unión nacional se lleva a término muy
tarde, y aun de manera muy específica. En efecto,
Alemania fue antes una unidad económica que una
unidad nacional (política).
Ese proceso histórico se inicia en 1818, con la
creación de la «Zollverein» (Unión Aduanera) y va
desarrollándose hasta 1834. En esa época se elimi-
nan poco a poco las barreras económicas de los anti-
guos Estados feudales, que se agrupan en torno al
principal, Prusia. Pero todavía falta edificar un con-
junto político que permita hablar de una sola na-
ción.
Ese segundo proceso de transformación histórica
se lleva a cabo teniendo también como eje Prusia,
sus fuerzas armadas y un hombre, Bismarck, que
fue primer ministro a partir del 24 de septiembre

117
de 1862 (1), más conocido como el «Canciller de hie-
rro». El primer nivel de la unión nacional fue la
«Norddeutscher Bund» (Confederación de la Ale-
mania del Norte) que sumaba veintiún pequeños
Estados. La Constitución (2) de esta Confederación
se transformaría en 1871, en la Constitución del
Reich (Imperio), y el rey de Prusia se convirtió en
el emperador alemán.
En esa gradual organización del territorio para
poner los fundamentos de una estructuración so-
cio-económica de tipo capitalista, las burguesías de
las ciudades apenas jugaron un papel de tipo polí-
tico. Fue la aristocracia agrario-militar la que hizo
una especie de «revolución por arriba» (según la ex-
presión de Marx), para cambiar algunas fachadas
que iban a permitir conservar mejor los elementos
clave de un Estado feudal. Disfrazado con algunas
formas parlamentarias, el Reich bismarckiano iba
no sólo a mantener sino a reproducir el viejo despo-
tismo que se aliaría, al paso del tiempo, con los nú-
cleos policíacos característicos del Estado moderno.

(1) He aquí una de las primeras declaraciones de ese


antepasado natural de Hitler: « N o es con discursos ni con
el voto de m a y o r í a s parlamentarias como se zanjan las
grandes cuestiones, sino por la sangre y por el hierro.»
(Discurso ante la C o m i s i ó n del presupuesto, el 30 de sep-
tiembre de 1862).
(2) Cfr. G. Badía: «Histoire de l'Allemagne contempe-
rante», t. I., p. 15: «Un d e m ó c r a t a de la Alemania meridio-
nal lanzó la f ó r m u l a siguiente, que c o n o c i ó alguna celebri-
dad: La C o n s t i t u c i ó n de la "Norddeutscher Bund" com-
porta tres p á r r a f o s : el 1.° dice: paguen sus impuestos; el
segundo: hagan el servicio militar como soldados; el ter-
cero: cierren el pico.»

118
. — Industrialización rápida y reproducción de los
antiguos elementos políticos

Como en los otros países que estudio en este l i -


bro, en la formación socio-económica alemana se
observan numerosos residuos del modo de produc-
ción feudal. Siguiendo una tendencia muy generali-
zada, en Alemania la transición del feudalismo al
capitalismo tiene más bien aspectos formales, que
poco o nada determinan cambios reales y progre-
sistas, al menos durante un primer período muy lar-
go. Así observamos que si, oficialmente, la servidum-
bre se abolió en Prusia por un decreto del 9 de oc-
tubre de 1807, prácticamente la servidumbre per-
dura todavía en 1870. Badía, en su «Historia de
Alemania», aporta un documento en el que se de-
muestra que los jornaleros agrícolas son tratados
como siervos, apoyándose además en un «reglamento
particular» que dice que «los servidores deben so-
meterse a todas las órdenes del amo y aceptar las
disposiciones que él toma» (art. 73). «Los servido-
res no pueden resistirse a su amo más que en el
único caso en que su vida o su salud estén en peli-
gro inmediato» (art. 79).
Durante el primer tercio del siglo xix, Alemania
es un país agrícola, escasamente comparable a In-
glaterra y a Francia. Las grandes empresas indus-
triales que conocemos en el siglo xx, se fundan,
sin embargo, durante esa época: la Krupp es de
1811, la Siemens funciona desde 1847, etc. Desde
la década de 1850 puede decirse que la industriali-
zación empieza a hacer progresos. Pero la acelera-
ción no se produce hasta 1870-1880. Y ésta es una
particularidad muy destacable en Alemania: la ra-
pidez con la que, a pesar del retraso secular, se co-
loca al mismo nivel que las grandes naciones indus-
triales.

119
En 1911, Alemania ya es el primer país industrial
de Europa. Mientras Francia, ese año, produce (ex-
presado en miles de toneladas) 4.687 de acero, y
Gran Bretaña 7.786, Alemania produce 18.935.
Esa fenomenal expansión de las fuerzas produc-
tivas alemanas, articulada a la supervivencia de una
ideología ultranacionalista y militarista, llevarían,
como he puesto de relieve, al enfrentamiento con
otro sistema interimperialista.

Tras la Primera Guerra Mundial, Alemania vol-


vio a poner en marcha un desarrollo rápido basa-
do, en principio, en una fuerte explotación del pro-
letariado.
En 1927-1928, Alemania no sólo vuelve a alcanzar
el volumen de producción industrial anterior a la
guerra, sino que lo sobrepasa en un 15 %.
La concentración monopolista también se acen-
túa. Mientras en 1907, 500 fábricas de más de 1.000
obreros empleaban en total un millón de asalaria-
dos, en 1925 ese tipo de empresa ha pasado a 900
y emplea dos millones y medio de personas (1).
Los «carteles» más típicos y poderosos son el
del acero (las «Stahlwerke») (2) y el de la industria
química («I. G. Farben») (3), que como luego se de-

(1) G. B a d í a : « H i s t o r i e de l'Allemagne contemporai-


ne», op., cit., p. 240.
(2) Idem, las «Acerías reunidas» eran la fusión (1926)
de las fábricas Thyssen, Phoenix y Rhein-Elbe-Union, que
p r o d u c í a n : 22 por ciento del carbón, 40 por ciento del acero,
80 por ciento del material ferroviario, y ocupaban a 200.000
obreros.
(3) « I n t e r e s s e n Gemeinschaft der deutschen Farbenin-
dustrie» (Grupo de intereses de la industria alemana de
colorantes) controlaba la p r o d u c c i ó n de carburantes sinté-
ticos, las tres cuartas partes de los colorantes y de los
abonos, la mitad de los productos f a r m a c é u t i c o s , los ex-
plosivos... En 1929 empleaba a 120.000 personas.

120
mostrará estuvieron entre los principales promoto-
res de Hitler.
Pero ese desarrollo espectacular sufre una serie de
fuertes frenazos a partir de 1929-1930. La crisis finan-
ciera de 1930 afecta incluso a grandes compañías
de navegación y a dos bancos que corren el riesgo de
la quiebra (el Danatbank y el Dresdner), el apunta-
lamiento de los cuales cuesta medio billón de marcos
procedentes de los capitales públicos. En 1931-1932
la crisis sigue acentuándose, lo que significa la ruina
de numerosos comercios y pequeñas industrias, así
como el aumento grave del número de parados (1).
Durante esos años de crisis se plantean diversas con-
tradicciones coyunturales entre las fracciones agra-
ria, industrial y bancaria de las clases económica-
mente dominantes. Y en la constitución del gran ca-
pital financiero, al final acaba siendo la banca la
que domina a la industria, gracias al papel interven-
cionista jugado por el Estado (2). Estas tensiones
muestran asimismo sus efectos en la inestabilidad
y en las sucesivas reorganizaciones políticas, pero
lo destacable es la tendencia acentuada, común a to-
das las fracciones económicamente dominantes y
por ende tendencia unificadora de sus contradiccio-
nes, a enfrentarse con las clases explotadas median-
te la imposición de la violencia dictatorial. Ahora
bien, la unificación de su ultra-autoritarismo políti-
co no la alcanza hasta su articulación con el movi-
miento fascista.

(1) En febrero de 1919, hay cerca de un m i l l ó n de pa-


rados; en diciembre de 1920, cuando la r e c u p e r a c i ó n in-
dustrial ya es importante, quedan todavía 350.000 parados;
pero en 1929, el paro aumenta de nuevo mucho: en febre-
ro son dos millones, en diciembre, tres millones; durante
el invierno de 1931-1932, ya son 6 millones los parados.
(2) Cfr. Ch. Bettelheim: «L'economie allemande sous
le nazisme», op., cit.

121
Antes se producen otras tentativas y se hacen
otros planes cuyo eje central está constituido por
los militares.

1.1. — Los militares, núcleo central de las clases do-


minantes

Como fundamento primero y como recurso final


de su poder, las clases económicamente dominantes
disponen de las fuerzas armadas. Las burguesías ci-
vilizadas, capaces de organizar el consenso social
a partir de sus tendencias hegemónicas, dejan en un
transfondo opaco ese fundamento-recurso. Pero las
burguesías aristocratizadas, los burgueses dominados
por la ideología feudal así como los subordinados
al imperialismo, exhiben constantemente su milita-
rismo, dispuestos a imponerlo en cualquier momen-
to, o bien a sustituir la intervención armada por
una fuerza que conquista los mismos objetivos por
otros medios: el fascismo.
La teorización general que acabo de hacer es vá-
lida para todas las sociedades que en esta obra es-
tudio (Italia, Alemania, España, Argentina y Brasil),
y sin duda alguna para muchas otras que aquí rio
menciono, pero en cada una hemos de poner de re-
lieve sus matices diferenciales. En el caso de Ale-
mania, el agresivo militarismo prusiano no cesa de
manifestarse, de una manera o de otra, durante toda
la etapa que estudio.
A ese respecto, es de importancia esencial re-
cordar cómo la nobleza conservó el poder sobre la
burguesía; esa continuidad del control del Estado
por parte de los antiguos señores feudales fue de-
terminante en la difusión de la ideología medieval
que impregnó no sólo a los burgueses sino a diver-
sas otras capas de la población.

122
Al menos durante la primera década del siglo xx,
si bien en Alemania se desarrollan las estructuras
económicas de tipo capitalista, desde la perspectiva
de las clases sociales la sociedad alemana sigue pre-
sentando fuertes caracteres feudales. Gilbert Badía
opina que puede hablarse de un régimen de cas-
tas (1). En efecto, la nobleza, y sobre todo los «Jun-
kers» prusianos, componen la mayoría del personal
dirigente de la burocracia estatal, desde los minis-
tros a los diplomáticos. Sobre todo es en el Ejérci-
to en donde persisten los aristócratas: en 1913,
«más de la mitad de los oficiales de Estado Mayor
eran de origen noble (87 % en caballería, 48 % en
infantería, 41 % en artillería».
Los militares como personas y los símbolos mi-
litares ocupan siempre lugares preeminentes. De ahí
que las nociones de jerarquía, de respeto y de fi-
delidad a los jefes, de disciplina, de admiración a
los «héroes» guerreros, desde Federico II hasta Bis-
marck, son «virtudes» altamente apreciadas en la
sociedad alemana. Tanto más cuanto que los nuevos
jefes de las clases económicamente dominantes se
ocupan de reproducir estos elementos ideológi-
cos (2). La disciplina militarizada es algo que se exi-
ge desde la escuela hasta la fábrica, a veces con ex-
presiones absolutamente propias de un príncipe de
la Edad Media (3).

(1) G. Badía, opc, cit., p.p. 4849.


(2) Guillermo II d e c í a a unos reclutas en el momento de
jurar bandera: « V o s o t r o s me h a b é i s jurado fidelidad, es
decir, que vosotros sois mis soldados... Dada la agitación
socialista actual puede ocurrir que yo os ordene tirar so-
bre miembros de vuestra familia, vuestros hermanos e in-
cluso vuestros padres. Incluso en ese caso t e n é i s que ejecu-
tar mis órdenes sin murmurar.»
(3) Decía Krupp: «Quiero trabajar con gentes que no
reivindiquen... La regla suprema es la fidelidad...»

123
Con el desastre de la I Guerra Mundial y la pre-
sión revolucionaria de una parte del pueblo, las
clases dominantes se ven obligadas a prescindir del
aspecto más brillante de su Estado feudal moder-
nizado: el emperador Guillermo II abdica. Pero a
pesar de los entusiastas combates de los trabajado-
res en favor del socialismo, la gran burguesía con-
serva su poder y evidentemente mantiene lo que ha
quedado definido como su núcleo central con la prin-
cipal cabeza visible del mariscal Hindenburg quien
habrá de ser el que se ocupe de traspasar el poder
al propio Hitler.
Mientras tanto, desde el final de la guerra, los
militares ultranacionalistas constituyen uno de los
caldos de cultivo decisivo del nazismo. Estos ofi-
ciales ultramonárquicos (1) van a ser quienes for-
men los jefes y generales de la Wehrmacht hitle-
riana.
Antes de llegar al fascismo, sin embargo, lo que
resulta profundamente significativo es que los pla-
nes de imposición de una dictadura militar sin dis-
fraz político alguno, son proyectos estimulados so-
bre todo por los grandes propietarios terratenientes.
Ello es lógico porque los militares, como hemos
visto, son, en altos porcentajes, hijos de la nobleza
o aliados a ella, esto es: los jefes y oficiales se en-
cuentran íntimamente articulados con una clase so-
cial que era dominante en el antiguo modo de pro-
ducción, fundamentalmente agrario. Ante el desa-
rrollo del capitalismo, los latifundistas-guerreros no
sólo se sienten amenazados en sus formas de exis-
tencia por las clases explotadas que adquieren nue-
vos impulsos reivindicativos desde los medios in-
dustriales, sino que hasta cierto punto ven como

(1) Von Seeckt, al tomar el mando de la «Reichswehr»


dijo: «La forma cambia, el e s p í r i t u p e r m a n e c e . »

124
una amenaza o al menos como una concurrencia
aplastante el nacimiento y crecimiento de la cate-
goría de los industriales. De ahí que sea en las zo-
nas agrícolas donde la «Reichswehr negra» (1) en-
cuentra, en principio, su principal refugio y ayuda.
En todo caso el gran capital industrial tampoco
regatea los subsidios a esa organización para-mili-
tar (2), y a otras como la «Stahlhelm» (3), que pue-
den serle útiles para liquidar las revueltas prole-
tarias.
La inestabilidad gubernamental de la trasguerra
—por ejemplo, en cuatro años (1924-1928) se suce-
den ocho equipos ministeriales— muestra, en la es-
fera política, las contradicciones internas de las di-
versas fracciones de las clases económicamente do-
minantes, en su evolución desde el núcleo dominan-
te del capital agrario hacia la coordinación de éste
con la nueva dominación bancaria-industrial. Aho-
ra bien, lo más importante que es preciso subrayar
es que las nuevas fuerzas económicas demuestran
su incapacidad en superar el primitivismo político
de los antiguos señores feudales. Hasta cierto pun-
to, no obstante, el capital financiero «moderniza»
el modo violento de intervención «política» (planes
de dictadura militar) de los agrarios contribuyen-
do a crear un movimiento, el fascismo, que sin pres-
cindir de las violencias físicas, sabe sin embargo di-
simularlas y a fin de cuentas subordinarlas a la
(1) D e s p u é s de la Primera Guerra Mundial, los aliados
obligaron a los alemanes a limitar sus fuerzas armadas a
100.000 hombres; pero los alemanes empezaron a organi-
zar al mismo tiempo un «ejército secreto» cuyas tropas se
albergaban sobre todo en las fincas de los nobles.
(2) El comandante Buchrucker, responsable de la «Reich-
wehr negra», en Pomerania, confesaba que sus unidades se
desarrollaban «gracias a los subsidios de ciertos magnates
de la gran industria.» (Cfr. Badía, op., cit., p. 195).
(3) «Casco de acero», grupo nacionalista.

125
alienante violencia verbal (relativamente menos bár-
bara que el militarismo en acción [caso de España]
en los procesos de conquista del Estado). Pero al
fondo de la escena política sigue siempre vigilante
un ejército la mayoría de cuyos mandos son reaccio-
narios. Tan es así que la joven República alemana
acaba dándose un general monárquico (1) como pre-
sidente. En efecto, el 27 de abril de 1925, Hinden-
burg, apoyado por los representantes de la indus-
tria pesada, es elegido a la cabeza del Estado repu-
blicano, con más de doce millones de votos de di-
ferencia respecto al candidato comunista (2). El
proceso de fascistización no empieza todavía pero
se concretan las condiciones políticas para que ese
proceso se ponga en marcha, sobre todo cuando la
crisis económica (1929-1930...) permite prever una
agudización de la conflictividad social.
Con la caída del gabinete Müller (3) y la forma-
ción del equipo de Brüning, empiezan los gobiernos
«fuertes» que van liquidando el sistema parlamen-
tario. Durante el otoño de 1931, el gran capital ya
se decide a convertir esta dictadura disimulada en
dictadura abierta. Diversos financieros ya piden más

(1) En una carta a Groener (25 de mayo de 1920), Hin-


denburg dice : «Soy un m o n á r q u i c o demasiado inveterado
para no preferir este r é g i m e n a la mejor de las repúblicas.»
Antes de aceptar ser candidato, el «generalísimo» lo con-
s u l t ó con el ex-emperador que residía en Doorn (Holanda).
(2) Los resultados fueron los siguientes: Hindenburg,
14,6 millones (48,3 %), Marx («Zentrum») 13,7 millones (apo-
yado por los social-demócratas) y Thaelmann (comunista)
1.900 000 (6,3 %).
Varios comentaristas de la é p o c a piensan que una parte
del pueblo a l e m á n ha sido sensible a esa presencia militar.
( R e c u é r d e n s e los procesos de alienación i d e o l ó g i c a que en
ese sentido se llevan a cabo en la sociedad alemana en las
d é c a d a s anteriores.)
(3) El 27 de marzo de 1930.

126
o menos abiertamente que Hitler sea el nuevo can-
ciller, pero Hindenburg todavía desconfía del «cabo
de Bohemia» (1). El 30 de mayo de 1932, Bruning
dimite (de hecho sigue los deseos de Hindenburg).
El barón Von Papen, oficial de caballería, queda en-
cargado de formar el nuevo gobierno. Hitler res-
peta este ministerio a cambio de dos condiciones:
que levanten la prohibición de las SA y que se di-
suelva el Parlamento. El gobierno de Von Papen
no será más que un equipo de transición hacia la
dictadura hitleriana. El ministro del ejército, Von
Schleicher, tenía planes en ese sentido. De hecho
la organización para-militar nazi ya impone su ar-
bitrariedad hasta el crimen (2). El general Von
Schleicher, que ya había jugado un papel clave en
las anteriores crisis de gobierno, somete a presiones
a Von Papen, que dimite. Von Schleicher pasa, pues,
el 1.° de diciembre a encargarse de la formación de
un nuevo equipo ministerial. Pero no cuenta con
el apoyo de los grandes financieros e industriales
que se inclinan cada día más a favor de que Hitler
tome el poder. Schleicher, además confía dema-
siado en que el ejército está a su favor, y no calcu-
la con la capacidad de intriga que los nazis, el gran
capital, Von Papen y el propio Hindenburg pueden
desarrollar incluso entre otros generales. De hecho,
Schleicher provoca la liquidación de su equipo cuan-

(1) Pero Hitler ya era un «cabo» con enorme poder. En


las nuevas elecciones a la Presidencia del Reich (10 de
abril de 1932), Hitler obtuvo el 36,8 % de los votos, frente
a Hindenburg que fue reelegido con 53 % de los votos;
Thaelmann (comunista) se q u e d ó muy atrás con un 10,2 %.
(2) El 10 de agosto de 1932, nueve miembros de las
SA (Sturmabtelung = Secciones de asalto) asesinaron a
un obrero comunista de Potempa. Un tribunal c o n d e n ó a
muerte a cinco de los asesinos. Hitler sale en su defensa
y hace «una c u e s t i ó n de honor» el conseguir su libertad.
Von Papen y Hindenburg ceden, y los SA son amnistiados.

127
do trata de maniobrar en el seno del propio parti-
do nazi, al atraerse a Strasser, responsable de la
organización, y representante del ala «izquierdista»
de los hitlerianos: este hecho, en lugar de destruir
el partido nazi, lo fortalece puesto que elimina las
últimas reservas de la gran burguesía respecto a
Hitler: el «Führer» deja de estar rodeado por un
hombre que formulaba exigencias en materia eco-
nómica. Lo que podemos definir como la coalición
nazi-financiera pone en marcha en pocas semanas el
plan para que Hitler tome el poder. A mediados de
enero ya han obtenido el apoyo del general Von
Blomberg (que había sido jefe de la región militar
de Prusia, y cuyo jefe de Estado Mayor, Von Rei-
chenau, era militante nazi), y el acuerdo de Hinden-
burg para nombrarle ministro de Defensa en el pri-
mer gobierno Hitler. El 28 de enero, ante la impo-
sibilidad de atraer a Hindenburg a sus planes,
Schleicher dimite. El 30 de enero, Hitler es canci-
ller. El jefe nazi conquista el Estado pacífica y le-
galmente, contando con la tolerancia de las fuerzas
armadas. Pero la organización para-militar del par-
tido nazi acabó controlando y dominando al conjun-
to del ejército.
Después de haber escrito los anteriores párra-
fos, he de hacer inmediatamente una advertencia,
a fin de evitar que el lector se deslice en conside-
raciones erróneas en las que han caído algunos
autores. No puede considerarse al partido nazi como
una creación absoluta del gran capital ni de los mi-
litares ultraconservadores, aunque unos y otros es-
tán también en los orígenes del hitlerismo. Los fi-
nancieros y los jefes del ejército, sobre todo en cuan-
to se refiere a su representatividad clasista e insti-
tucional, pactan con el «Führer» cuando éste de-
muestra que su movimiento ha adquirido una fuer-
za enorme. ¿Cómo se ha creado esta corriente de

128
masas, mucho más numerosa que en Italia, que apo-
ya ciegamente a un demagogo que va a conducirlas
a la catástrofe?

2. — Crisis económica y alienación política

El fenómeno del fascismo no se ha analizado


suficientemente, sobre todo en cuanto concierne a
la formación de una conciencia que establece una
relación obnubilada con la realidad social. Dicho
con otras palabras: falta todavía explicar a fondo
el porqué unas extensas capas de la población,
pequeño-burguesas y proletarias, gravemente explo-
tadas por el capital financiero, se dejan embaucar
por una confusa ideología que a fin de cuentas las
subordina más a las clases dominantes. Sin duda:
se han publicado estudios importantes, los de Grams-
ci, Poulantzas, Reich, Guerin, Macciocchi... Pero to-
davía puede avanzarse y profundizar en el análisis
de las corrientes fascistas. Precisamente si hago
este trabajo es con el fin de penetrar en otra etapa
de la interpretación; una investigación que, con-
viene volver a subrayarlo, se centra en la historia
(estructuras económicas, movimientos ideológico-
políticos, procesos de lucha de clases, formaciones
estatales), una historia interrogada desde las preo-
cupaciones presentes que explícita o implícitamen-
te hacen una prospectiva del próximo futuro. Una
investigación comparativa, para poner mejor de re-
lieve los aspectos específicos y los transnacionales,
insisto en ello, y del estudio del conjunto sacar con-
clusiones que aporten luces nuevas sobre los siste-
mas dictatoriales.
Al seguir, pues, con el caso alemán observamos
que la crisis económica produce efectos bastante
parecidos a los de Italia. Quiebra de numerosas pe-

129
9. FASCISMO Y MILITARISMO
queñas empresas, por ende tendencia objetiva a la
proletarización de los pequeños burgueses tradicio-
nales, pero también proletarización —e incluso
paro— de algunos millares de miembros de la nue-
va pequeña burguesía (ingenieros, maestros de es-
cuela) (1), etc. Un dato que asimismo es importan-
te poner de relieve es que durante los años ori-
ginarios del fascismo son centenares de miles los
jóvenes de menos de 25 años que no encuentran
trabajo (2).
La crisis política es igualmente análoga a la ita-
liana, pero se imbrica en un contexto ideológico re-
lativamente diferente, al menos cuantitativamente.
Por ejemplo, el ultranacionalismo y las reivindica-
ciones territoriales de tipo imperialista —ya lo he
sugerido— se manifiestan de manera mucho más in-
tensa que en los grupos parecidos en Italia.
En esa sociedad, pues, carente de fuertes tradi-
ciones liberales y sometida a grandes presiones inter-
nas y externas, es donde un grupúsculo con ambi-
ciones dictatoriales encuentra las condiciones favo-
rables para su desarrollo.

2.1. — El partido nazi: creación y desarrollo

La constitución del grupúsculo nazi puede fechar-


se el 24 de febrero de 1920 (3). Y en diciembre del
mismo año, ya tienen el nombre definitivo: Partido

(1) E n 1931 hay unos 7.000 ingenieros recién titulados


que no encuentran trabajo, y en la misma s i t u a c i ó n unos
21.000 maestros.
(2) E n 1931 se encuentran sin trabajo 1.500.000 j ó v e n e s .
(Recordemos que durante el invierno de ese a ñ o , la tota-
lidad de los parados suman 6 millones.)
(3) Ese día, en la cervecería Hofbrau de Munich, Hit-
ler leyó su programa ante unos 2.000 auditores.

130
Obrero Nacional-socialista Alemán (NSDAP = Na-
tional Socialistische Deutsche Arbeiterpartei). Antes,
Hitler (1), que todavía es soldado, parece ser que ha
trabajado como confidente al servicio del ejército (2).
Un rasgo común a todos los embriones fascistas se
manifiesta también en Alemania: el de las bandas ar-
madas. En efecto, Hitler organiza en seguida las pri-
meras SA (Sturmabteilung = secciones de asalto).
Pero los elementos militarizados se integran en el
partido nazi subordinándose, desde el principio, a la
acción ideológica de los «jefes».
Tal trabajo de alienación política se puede hacer
fácilmente a partir del programa inicial del partido
nazi que, aparentemente, era un programa progresis-
ta, ya que pedía la nacionalización de los monopolios
(punto 13), la participación de los obreros en los
beneficios (punto 14), y la reforma agraria sin indem-
nización (punto 17). Hitler en particular «servía» ese
programa a las muchedumbres adornándolo de pro-
mesas grandilocuentes, de prosperidad sin límites en
un «Reich milenario». Este último es un aspecto
muy importante, decisivo en la formación de las
ideologías dictatoriales: el milenarismo (3) es un

(1) Hitler nace el a ñ o 1889 en Braunau (Austria). Des-


de joven manifiesta sus sentimientos antisemitas. Antes de
la Primera Guerra Mundial se instala en Munich y se en-
rola en el E j é r c i t o b á v a r o . Se manifiesta pronto como un
orador muy persuasivo, cuyos «slogans» simplistas, repe-
tidos f a n á t i c a m e n t e , penetran f á c i l m e n t e en las masas sin
f o r m a c i ó n política.
(2) Badía, in op., cit, p. 203, sin citar ninguna fuente,
dice: « S u s oficiales —que ya hacen la a c c i ó n p s i c o l ó g i c a y
han observado su facundia exaltada— le encargan de pe-
netrar y controlar los movimientos revolucionarios.»
(3) «Milenario. Relig. Dícese de los que creían que Je-
sucristo reinaría sobre la tierra por tiempo de mil a ñ o s
antes del día del juicio.» (Cfr. «Diccionario ideológico» de
J. Casares, de la Real Academia Española.)

131
fenómeno religioso que se reprodujo en las corrien-
tes políticas fascistas, tuvieran éstas o no vincula-
ción estrecha con el cristianismo. (El milenarismo
puede manifestarse —y de hecho se ha manifesta-
do— también en movimientos ideológicos progresis-
tas como el marxismo, porque consciente o incons-
cientemente son todavía muchas las personas —del
pueblo llano, pero asimismo intelectuales— que
buscan o quieren ir al «paraíso» y gozar de una fe-
licidad «eterna»).
Pero lo historiable es que, al mismo tiempo, Hit-
ler forma a sus militantes como soldados, esto es:
como un cuerpo para-militar de élite debido a su
fidelidad política, que pueden cumplir con misiones
de primera importancia en caso de una guerra civil.
En enero de 1923 los nazis hacen la primera mani-
festación en la que participan las SA. El 1.° de mayo
del mismo año, ya presentan 5.000 hombres arma-
dos. El 8 de noviembre de 1923, Hitler decide inten-
tar un «putsch» (1) en combinación con algunos mi-
litares ultras: la intentona se acaba con 14 muer-
tos, varios heridos y el «führer» condenado a 5 años
de cárcel (2). En la cárcel puede escribir tranquila-
mente su libro «Mein Kampf» (3) y el 20 de diciem-

(1) El «putsch» e m p e z ó de manera «operística»: Hit-


ler, seguido por sus bandas armadas, e n t r ó en la cervecería
B ü r g e r b á u h a u s , s u b i ó a una silla, tiró un tiro al aire para
impresionar a su auditorio, y gritó: «La r e v o l u c i ó n nacio-
nal ha estallado.» Al día siguiente se enfrentaron con el
ejército.
(2) El proceso fue en parte una farsa. Los jueces per-
mitieron que Hitler atacara violentamente la R e p ú b l i c a de
Weimar, y reconocieron el carácter «nacional» de los obje-
tivos nazis. I m p l í c i t a m e n t e se h a b í a acordado que Hitler
no c u m p l i r í a toda la condena, como así fue.
(3) En «Mein Kampf» es patente la influencia de Mus-
solini sobre Hitler. Esto es: la teorización de la doctrina

132
bre de 1924, gracias a una amnistía concedida por
el Gobierno bávaro, puede reemprender libremente
su actividad política.
El número de militantes del partido crece cons-
tantemente: en 1925 son 27.000; en 1927, 72.000 (de
ellos 30.000 SA); en 1928, 108.000; en 1929, 178.000;
en 1932, son más de un millón los militantes nazis,
militantes que se multiplican por otros millones de
simpatizantes en cada elección que se convoca.
¿Quiénes son, desde un punto de vista de clase,
esos militantes? El porcentaje principal lo dan los
«empleados» (26 %); otra categoría que Badía cla-
sifica como «no-asalariados», y que puede interpre-
tarse como pequeña burguesía tradicional, represen-
ta el 21 %; el 18 % de los militantes son obreros.
También son altamente significativas las estadísticas
de los diputados nazis de 1930: 23 son funciona-
rios, de entre los cuales 10 enseñantes; 15 diputados
son oficiales retirados; y entre los 25 diputa-
dos «económicamente independientes», los más nu-
merosos son los propietarios agrícolas, lo que de-
muestra el grave peso del pasado i icluso en el fas-
cismo que se manifiesta en los países de gran im-
pulso industrializador. Esa reproducción de tenden-
cias políticas reaccionarias se manifiesta también en
las actitudes de los miembros de la pequeña bur-
guesía fascista, nostálgicos de los tiempos en que
ni los monopolios amenazaban con aplastarlos ni
corrían el riesgo de ser asimilados por los proleta-
rios. De ahí que si en Alemania y en Italia, el
fascismo no es (mientras no plantea la guerra) un
fenómeno «económicamente retrógrado», sí es en
todo caso un fenómeno «políticamente retrógrado»

nazi se inspira en el fascismo italiano. Ese libro tuvo una


f u n c i ó n importante en la difusión de las ideas hitlerianas.

133
que acaba afectando de manera muy destructiva la
evolución de la propia estructura económica.
Ese movimiento de retorno al ayer, movimiento
que se hace acompañado de considerables dosis de
irracionalidad, de emotividad —el «amor a la pa-
tria», la «comunidad de la tierra», etc.—, de prima-
ria agresividad —xenofobia y racismo— y de culto
al jefe, aliena a los trabajadores que creen en esas
mitologías nacionales y que son incapaces de so-
meter al menor análisis a la fraseología pseudo-re-
volucionaria.
La difusión de esos elementos ideológicos que
componen el fascismo pudo hacerse gracias a las
poderosas ayudas financieras que Hitler recibió y que
le permitieron utilizar importantes mass-media.
Ahora bien, como demuestro en el último punto
de este capítulo dedicado a Alemania, la propaga-
ción general y la penetración de la ideología fascis-
ta en el seno de la pequeña burguesía y del proleta-
riado también se hizo porque los socialistas y los
comunistas de aquellos años no supieron hacer fren-
te a esa nueva táctica de dominación de las clases
explotadas, no supieron desarrollar un trabajo ideo-
lógico que no sólo contrarrestara esa táctica, sino
que llevara a los trabajadores —incluso a los peque-
ño-burgueses— a tomar posiciones políticas más
coherentes con su pertenencia clasista y con la di-
námica de la historia.

2.2. — El capital financiero ayuda a Hitler


El general de brigada Telford Taylor, presidente
del tribunal americano (Chef of Council for War Cri-
mes) contra los nazis en el tribunal de Nuremberg,
lo dijo con toda claridad el día 24 de agosto de
1947: «Sin la colaboración de la industria alemana

134
y el partido nazi, Hitler y sus camaradas jamás ha-
brían podido tomar el poder en Alemania, ni con-
solidarlo, y el III Reich nunca se habría atrevido a
precipitar el mundo en una guerra.»
En efecto, las pequeñas ayudas financieras em-
piezan a llegarle a Hitler desde 1921 (1). Pero es a
partir de octubre de 1923 cuando un representante
del gran capital financia con cantidades decisivas a
los seguidores del «Führer». Fritz Thyssen, con
grandes intereses en la industria del acero (2), que-
da muy impresionado al conocer a Hitler e inmedia-
tamente se muestra decidido a ayudarle dándole
100.000 marcos-oro (3). Desde ese momento, Thyssen
estará siempre presente en todas las combinaciones
que los nazis llevan a cabo con otros representan-
tes del capital financiero en su gradual escalada
hacia el poder.
Diez años antes, pues, de que los nazis tomaran
el poder, el dinero afluye cada vez en mayores can-
tidades, mediante las cuales Hitler puede ampliar y
consolidar su organización política y para-militar.
En los años sucesivos, los nazis van ampliando sus
zonas de influencia. En 1926-1927, el «Führer» pro-
nuncia diversas conferencias en los centros indus-
triales. Una de ellas la da en la sala Friedrich Krupp
de Essen. Al mismo ritmo que Hitler lanza sus de-
magogias «revolucionarias» a las masas proletari-
zadas, se ocupa muy mucho de explicar sus ver-
daderas intenciones a los representantes del gran
capital. Indirecta o directamente, las ayudas que si-
guen llegándole a Hitler provienen del «manantial»

(1) Archivos Nacionales de los E E . U U . (ÑAUSA). World


War II Record División, microfilm T 84, rollo 5. Cfr. Hanns
Hofmann «Der Hitler Putsch» (1920-1924) Munich 1961.
(2) R e c u é r d e s e los datos de la pág. 120, nota 2.
(3) Cfr. Fritz Thyssen: «I paid Hitler», Nueva York,
1942, p. 80.

135
primero: Thyssen. Otro industrial amigo de éste,
Emil Kirdof (presidente de honor del comité de di-
rección de la «Gelsenkirchner Betgwerg A. G.», y uno
de los principales accionistas de las «Acerías reu-
nidas») se convierte en entusiasta seguidor del aspi-
rante a dictador.
El 27 de noviembre de 1930, Thyssen, durante la
reunión del comité director de la «Reichsverband
der deutschen Industrie» (el sindicato patronal), de-
clara con toda claridad su plan de gobernar con
el partido nazi. Por su parte, Kirdof obtiene que las
industrias del carbón del sindicato de Rhénania-
Westfalia entreguen 5 pfennings al partido nazi por
cada tonelada de mineral vendida (1).
En diciembre de ese mismo año (2), Hitler hace
otra amistad determinante para sus planes: Hjal-
mar Schacht, ex-presidente del Reichsbank. Schacht,
que conservaba influyentes relaciones en el mundo
de la alta finanza, llegó a Hitler a través de Georg
von Strauss, miembro del comité de dirección de la
Deutsche Bank, y de Göring. Schacht, impresionado
por «la energía y el entusiasmo» del jefe nazi, se
convirtió en uno de sus principales consejeros.
Desde el verano de 1931, ese grupo de industria-
les y banqueros somete a presiones constantes y di-
rectas a Hindenburg para que confíe el puesto de
canciller a Hitler. A final de agosto de 1931, Kirdoff
organiza una conferencia y posteriormente una serie

(1) Cfr. Eberhard Czichon: «Wer verhalf Hitler zur


Macht», Pähl Rugenstein Verlag, K ö l n 1967. Y «Qui a aide
Hitler ä prendre le pouvoir?» in « R e c h e r c h e s Internatio-
nales» n.° 69/70 (1971).
(2) Esta fecha me parece m á s probable que la del mes
de enero de 1931, que utiliza B a d í a (op., cit., p. 287). Czi-
chon, en su texto, da los suficientes elementos para conside-
rar que fue en diciembre de 1930 cuando Schacht c o n o c i ó
a Hitler y no en enero 1931.

136
de entrevistas (el 11 de septiembre) de Hitler con
otros industriales, de las cuales cabe destacar la de
Fritz Springorum, de la Hoechst. En octubre, tiene
lugar otra reunión importante de financieros: por
ejemplo, Rudolf Blohm (astilleros de Hamburgo),
generales retirados (Von Seeckt) y dos hijos del ex-
emperador (Eitel Friedrich y August Wilhelm von
Hohenzollern), con Hitler y los habituales Thyssen
y Schacht. La resolución que se adopta termina re-
clamando un «Gobierno auténticamente nacio-
nal» (1).
Pero la clase económicamente dominante toda-
vía no ha unificado sus planes políticos. Otros in-
dustriales (como Friedrich Siemens del comité di-
rector de la AEG, Gustav Krupp, etc.) tienen proyec-
tos relativamente diferentes, en aquella coyuntura,
pero que a fin de cuentas persiguen el mismo obje-
tivo: la destrucción de la democracia, la imposición
de una dictadura. Ese hecho les hará coincidir cada
día más con los planes de los industriales nazis.
Tan es así que el 30 de octubre de 1931, Siemens,
durante un almuerzo en el Bond-Club de Nueva
York, se dedicó a dar seguridades a sus invitados
(banqueros e industriales americanos) (2) diciéndo-
les que el partido nazi tenía como «objetivo princi-
pal... la lucha contra el socialismo».
Con todo cabía hacer los últimos esfuerzos unifi-
cadores. El 27 de enero de 1932, en el Industrie Klub

(1) Cfr. «Stahlelm» n.° 42 m, 18-10-1931.


(2) Hitler t a m b i é n fue ayudado financieramente por al-
gunas multinacionales de aquella é p o c a (que siguen sien-
do algunas de las m á s poderosas de 1977). Por ejemplo,
Henry Deterding, de la Royal Dutch Shell Company, dio
una suma muy importante a Hitler para financiar su can-
didatura a la presidencia del Reich en la primavera de
1932 ( s e g ú n Glyn Roberts en «The most powerful man in
the world», Londres, 1939, p. 322).

137
de Dusseldorf, Thyssen invitó a trescientos empre-
sarios, a quienes Hitler volvió a darles «segurida-
des políticas» (prohibición de los sindicatos y de
los partidos, etcétera, cuando él llegara al poder).
El jefe nazi prometió lo mismo el 18 de mayo. Las
reuniones con los industriales del Ruhr se prosi-
guen: otra reunión importante es la del 20 de oc-
tubre en el castillo de Thyssen en Landsberg. En
noviembre (después de los resultados poco fa-
vorables de las elecciones del 6 de noviembre)
Schacht toma la iniciativa de una serie de ges-
tiones para reclamar de nuevo el poder para Hit-
ler. La petición dirigida a Hindenburg está firmada
por los principales nombres de la industria alema-
na: Thyssen, Krupp, Siemens, Bosch. En ella tam-
bién figuran los grandes propietarios terratenientes
y los banqueros, hasta 17 nombres. Pero el mariscal
monárquico todavía rehusa entregar la presidencia
del Gobierno al «cabo austríaco» (19 de noviembre
de 1932), a pesar de que en el complot pro-nazi inter-
vienen favorablemente Von Papen (a la sazón canci-
ller) y Meissner (secretario de Estado).
Ahora bien, el paso del poder a Von Schleicher
no hace más que estimular la unión del gran capital
en torno a Hitler, porque consideran que ese gene-
ral «social» va a realizar una política favorable a los
«bolcheviques».
A finales de noviembre, representantes de la I. G.
Farbenindustrie se entrevistan con Hitler; altamente
satisfechos de sus objetivos, prometen girar 100.000
marcos al partido nazi. Otro banquero, el barón Von
Schroeder, presidente de la Bolsa de Colonia, muy li-
gado a los industriales renanos, que ya se había en-
trevistado con Hitler el mes de julio de 1932, se suma
a la masiva conspiración.
En la coordinación con los diversos financieros,
Himmler jugaba una función central.

138
El 16 de diciembre de 1932, Von Papen pronuncia
una conferencia en el Herrenkloub de Berlín en la
que veladamente ataca la política de su sucesor,
Schleicher. Von Schroeder se encuentra entre los
asistentes. El complot sigue avanzando. La reunión
inmediatamente anterior a la toma del poder se ce-
lebra el 4 de enero de 1933, en el chalet del ban-
quero-barón, en Colonia. Ese día Hitler, Hess, Him-
mler, Von Papen y Von Schroeder se pusieron de
acuerdo en las grandes líneas del reparto del poder
que iba a hacerse el 30 de enero (Hitler canciller,
Von Papen vice-canciller, o dicho con otras palabras
el partido nazi iba a compartir el poder con la de-
recha tradicional) el «führer» ratificó que disolve-
ría a «todos los bolcheviques, los social-demócratas
y los judíos» (1). El mismo día, Hitler informó de
esta reunión secreta a Thyssen y a Kirdorf. Poco
después, el «círculo de amigos» de Himmler con-
siguió ayudas sumando un total de un millón de
marcos, que mejoraron la situación económica del
partido nazi (2).
Una presión de los grandes terratenientes en con-
tra de los proyectos «sociales» de Schleicher contri-
buye a que Hindenburg pierda la confianza en su
canciller (3).

(1) Czichon, op., cit., p. 104.


(2) El aparato b u r o c r á t i c o en torno a Hitler, las cam-
p a ñ a s electorales y los salarios de las SA exigían cuan-
tiosos medios financieros. S ó l o las SA costaban 10 mi-
llones de marcos al mes. Goebbels decía el 11 de noviem-
bre: «La s i t u a c i ó n financiera del movimiento en B e r l í n es
desesperada. Nada m á s que deudas.» Y el 16 de enero: «La
s i t u a c i ó n financiera se ha mejorado radicalmente de la no-
che a la mañana.» El «Chicago Daily Tribune» ya había in-
formado el 12 de enero: «Los financieros e industriales
del Ruhr que apoyan a Hitler han aceptado sacar al parti-
do nazi de sus dificultades financieras.»
(3) La protesta de la «Reichslandbund» se h a c í a en

139
El 22 de enero, otra reunión en la que se perfi-
lan los detalles de la llegada al poder de Hitler:
en casa de Von Ribbentrop, el «führer» se entrevis-
ta con el hijo de Hindenburg, Oskar y con Meiss-
ner; Hitler promete casi todo lo que le piden. Sch-
leicher quiere replicar proclamando el estado de
excepción, pero Hindenburg se lo impide. Las pre-
siones de los industriales, de los banqueros, y de los
grandes latifundistas se multiplican, así como las de
sus representantes en la camarilla que rodea al gene-
ral monárquico de 86 años. Durante unos días pare-
ce ser que se va a un enfrentamiento armado. Von
Papen vence las últimas resistencias de Hindenburg
a entregar el puesto de canciller a Hitler haciendo
correr el rumor de que Schleicher va a dar un golpe
de Estado contando con la guarnición de Potsdam.
El 28, Schleicher dimite. El 29, Von Papen informa
a Hindenburg de la lista de los nuevos ministros.
El 30 Hitler jura la constitución de la República,
una constitución que no iba a respetar. Tampoco iba
a respetar la combinación de poderes que había he-
cho con la derecha tradicional a través de sus re-
presentantes (Alfred Hugenberg, del Partido Nacio-
nal Alemán, DNVP y Franz Seldte, del «Casco de Ace-
ro»).

2.3. — El Ejército tradicional, las «fuerzas armadas


privadas» y la violencia organizada

Los militares tradicionales detentan, pues, la


cima del poder, desde que Hindenburg ocupa la pre-
sidencia de la República (1925). La democracia vigi-

t é r m i n o s como é s t o s : «El Gobierno ha tolerado un empo-


brecimiento de la agricultura inimaginable incluso bajo un
Gobierno puramente marxista.»

140
lada por el ejército funciona mientras la crisis eco-
nómica no produce graves efectos sociales. El capi-
tal financiero —y sobre todo los grandes terrate-
nientes— proyectan pasar a la dictadura militar sin
disfraz alguno; pero al final es el partido nazi el que
se encarga de organizar un nuevo sistema dictato-
rial.
Ahora bien, como ya he sugerido en páginas an-
teriores, el hitlerismo se desarrolla, en parte, gracias
al caldo de cultivo ultranacionalista de la Alemania
humillada por el Tratado de Versalles y gracias a
la tolerancia cuando no la connivencia del ejército
respecto a los nazis.
Como en el caso italiano, al principio en Alema-
nia no son más que una banda armada, una entre
otras puesto que existían otros «cuerpos francos» y
«ligas de combate» englobadas en la «Reichswehr
negra». Sin embargo, la banda de los hitlerianos
se destaca pronto como la más combativa. A través
de las «expediciones punitivas», al estilo de los «squa-
dristi», van perfilándose las SA que oficialmente que-
dan constituidas como tales después de la batalla
de la Hofbráuhaus, en octubre de 1922 (1). De las
SA fue surgiendo una «élite» de tropas de choque,
con mayor formación, que desde el mes de agosto
de 1923 se llamaron SS (= Schutz Staffeln = colum-
nas o escalones de protección).
Las intervenciones represivas de los nazis se sis-
tematizan hasta crear un verdadero clima de te-
rror entre los obreros que militan en organizacio-
nes de izquierda. Con la crisis económica, este terro-
rismo al servicio del gran capital se amplía, así
como su coordinación con el Ejército. Desde 1920,
Roehm, el jefe directo de las SA, se entrevista en

(1) Cfr. Daniel Guerin: « F a s c i s m e & gran capital» (Sur


le fascisme II), Maspéro, París, 1969, pp. 107-108.

141
diversas ocasiones con el general Von Schleicher.
El representante de las fuerzas tradicionales, no sólo
se muestra favorable a la función que cumplen las
«fuerzas armadas privadas», sino que brinda a los
hitlerianos instructores militares y terrenos para en-
trenarse. Los oficiales monárquicos, evidentemen-
te, se encuentran plenamente satisfechos de ese ejér-
cito supletorio que les brinda el partido nazi, que
les ahorra a ellos las tareas de una larvada guerra
interior, y del que pueden distanciarse cuando les
convenga. También constituían una especie de ejér-
cito de reserva que podían incorporar al ejército ofi-
cial en el momento necesario.
Los desmanes de las SA fueron tantos y el desa-
rrollo de su organización militar tal, que el 13 de
abril de 1932 el gobierno decidió prohibirlas, aunque
algunos generales se oponían (Schleicher, el almiran-
te Raeder, el coronel Von Reichenau, etc.). En aquel
momento era ministro del Ejército y del Interior el
general Groener (en el gabinete Brüning) y en el
decreto de prohibición se decía: «Ese ejército pri-
vado constituía un Estado en el Estado y una fuen-
te de inquietud permanente para la población pa-
cífica.»
El partido nazi no se enfrentó con la decisión;
Hitler hizo un llamamiento a la calma a los SA
(400.000 eran ya en aquella fecha, entre un millón
de militantes), pero les sugirió que ya llegaría «el
día de las represalias».
Las protestas y las intrigas contra Groener no
tardaron en producirse; sobre todo provenían de
los sectores de extrema derecha y del propio ejérci-
to. El propio Kronprinz dirigió una protesta a Groe-
ner. Unos y otros insistían en la importancia de las
milicias hitlerianas como fuerzas armadas supleto-
rias para conflictos internos o exteriores. Desauto-
rizado, pues, por sus compañeros de armas y por el

142
propio Hindenburg, el general Groener tuvo que dar
su dimisión como ministro del Ejército el 12 de
mayo. Aproximadamente un mes después, el 17 de
junio, las SA volvían a ser autorizadas. Y aunque los
nazis tuvieron considerables éxitos electorales, el
terrorismo siguió extendiéndose (1). Los asesinatos
se hacían de manera tan descarada que un tribunal
tuvo que condenar a muerte a cinco SA que, al
final, salieron en libertad gracias a las presiones de
Hitler sobre el gobierno, según indico más arriba.
Mientras tanto, la ideología fascista fue penetran-
do en los oficiales jóvenes, y Hitler contó cada día
con más simpatizantes en el ejército tradicional. El
promotor de la violencia ideológica fascinaba a la
clásica institución de la violencia física; ambas vio-
lencias acabaron coordinándose plenamente bajo
las órdenes del «führer».

2.4. — El fascismo como ideología. Segundo análisis

Al tratar de la ideología fascista en el capítulo


dedicado al caso italiano, he subrayado sobre todo
el carácter ultranacionalista que tiene en sus oríge-
nes. En ese mismo terreno de confusos sentimientos
y reivindicaciones nacionales se inserta, en Alema-
nia, el nazismo. De la misma manera que Mussolini
exclamaba: «Nuestro mito es la nación. Nuestro
mito es la grandeza de la nación.» (2), Hitler ser-
moneaba: «Yo no puedo separarme de la fe de mi
pueblo, de la convicción de que esta nación resuci-
tará...» (3). Si en la prensa italiana podían leerse

(1) Un mes d e s p u é s , el 20 de julio, s ó l o en Prusia se


contaban 99 muertos y 1.125 heridos a causa de las «expe-
diciones» nazis (Cfr. Badía, op., cit., p. 304).
(2) En un discurso del 24 de octubre de 1922.
(3) Cfr. D. Guerin, op., cit., p. 68.

143
expresiones como «Italia santa, Italia divina» (1)
en Alemania se cultivaba la doble «creencia» de que
«Hitler es Alemania y Alemania es Hitler».
Partiendo del ultranacionalismo, en una socie-
dad en la que impera la ideología feudal «transfor-
mada» (militarismo, culto del despotismo estatal,
etcétera) (2), el jefe fascista puede hacer que crez-
can los sentimientos de una nueva «religión». En Ita-
lia y en Alemania, estos fenómenos también son muy
parecidos. Dice Mussolini «Si el fascismo no fuese
una fe, ¿cómo daría el estoicismo y el valor a sus
adeptos» (3). Hitler: «Vosotros habéis sido esta
guardia que, en otro tiempo, me ha seguido con un
corazón creyente... No es la inteligencia sutil la que
ha sacado a Alemania de su angustia, sino vuestra
fe» (4).
Esas nuevas religiones se sostienen y se desarro-
llan a nivel de masas porque los dictadores saben
presentarse como «hombres providenciales», como
«salvadores de la patria», o sea como «mesías». La
revista oficial «Milizia fascista» daba la siguiente
consigna: «Acuérdate de amar a Dios, pero no ol-
vides que el Dios de Italia es el Duce» (5). Y Roehm
llamaba a Hitler «nuestro redentor» (6).
Reich observó con lucidez cómo la ideología del
honor nacional deriva del orden sexual autoritario
y cómo el «misticismo sádico-narcisístico del nacio-
nalismo» tenía que reemplazar «el misticismo maso-

(1) Idem.
(2) N. Poulantzas: « F a s c i s m e et dictadure», op., cit.,
pp. 108-109.
(3) Mussolini in «II p o p ó l o d'Italia», 19-1-1922.
(4) Hitler, discurso en el Congreso de Nurembferg,
13-9-1935.
(5) D. Guerin, op., cit., p. 66.
(6) Ide., p. 67.

144
quista, internacional, religioso» (1). Se trataba, en
suma, de poner al día una nueva forma de religión
con una nueva «hagiografía» a fin de seguir infan-
tilizando a las masas.
En la imposición de la ideología fascista jugó un
papel decisivo la propaganda. La habilidad del na-
zismo consistió en saber utilizar a fondo los nue-
vos medios de difusión. Hitler se interesaba mucho
en la organización de la propaganda, y en ese senti-
do fue, sin duda alguna, un innovador respecto a
los partidos de aquella época.
Con tales elementos ideológicos —a los que se
suman los componentes de la demagogia «antica-
pitalista» y del racismo— y con esos medios mate-
riales —radio, altavoces, automóviles, aviones—
Hitler se dedicó a conquistar muchedumbres ha-
biéndoles de manera muy repetitiva y simplista.
O sea, desgraciadamente: Hitler hablaba al nivel
de «comprensión» de muchos sectores de la pobla-
ción.

2.5. — Los procesos electorales


Ya lo he sugerido: a los núcleos de trabajadores
que Hitler no podía alienar por vía ideológica, las
SA se encargaban de someterlos a la represión. Con
todo resulta comprobable que Hitler conquistó su
influencia entre las masas principalmente gracias a
la persuasión política.
En ese sentido las estadísticas son muy explíci-
tas. No sólo resulta impresionante el aumento gra-
dual del número de militantes, sino que también
impresiona la multiplicación del número de elec-

(1) W. Reich: «La psychologie de masse du f a s c i s m e » ,


Payot, París, 1972. p. 119.

145
10. FASCISMO Y MILITARISMO
tores que apoyan las propuestas del «führer». En
las elecciones de 1928, los nazis obtienen 810.000
votos y 12 diputados en el Reichstag; en 1930
6.407.000 votos y 107 diputados; en 1932, 13.779.000
votos y 230 diputados. Aunque en las nuevas elec-
ciones que tienen que celebrarse en noviembre de
1932, los nazis pierden unos dos millones de vo-
tos (11.737.000 v. con 196 d.) prácticamente resultan
el partido mayoritario, sobre todo si suman los vo-
tos de los nacional-alemanes, de los populistas y de
los católicos.
Sigue siendo significativo volver a poner de re-
lieve que es en las regiones agrícolas donde los na-
zis obtienen una mayoría más aplastante.
Así, pues, si bien han de tomarse en consideración
los factores represivos (las bandas armadas) y la
opresión latente con el apoyo, implícito al menos,
del ejército, lo cierto es que Hitler ha tomado el
poder por vía pacífica (sin guerra civil) y más o me-
nos de acuerdo con la legalidad. Esto es, Hitler ha
seguido una dinámica de conquista del Estado aná-
loga a la de Mussolini.
En Italia y en Alemania, pues, una parte muy
importante del pueblo, alienada o engañada, o equi-
vocada, ha contribuido de manera decisiva a insta-
lar una dictadura (y eso es lo específico del fascis-
mo, que en cierta medida, pero más compleja, vol-
veremos a estudiar en Argentina). El caso de Espa-
ña y de Brasil es muy diferente, porque la clase do-
minante española se ha manifestado de manera más
directa, más brutal, sin tentativas de asimilación
ideológica, a través del ejército.

146
3. — La crisis de hegemonía de los partidos obreros

En esos procesos alienadores, los partidos obre-


ros tuvieron, al menos, dos responsabilidades gra-
ves: A) no supieron desarrollar una lucha ideológica
que contrabalanceara las demagogias y alienaciones
del fascismo y B) despilfarraron las energías para-
revolucionarias en enfrentamientos verbales que lle-
garon a los peores insultos políticos (los comunis-
tas llamaban a los socialistas «social-fascistas», y los
socialistas a los comunistas los definían como «nazi-
comunistas»).
Al final de la Primera Guerra Mundial se inició
un verdadero proceso revolucionario, que acabó de-
sembocando en la catástrofe, por causas parecidas a
las que llevaron al desastre al movimiento proleta-
rio en Italia.
La crisis ideológica en los partidos obreros tie-
ne una doble expresión. Por un lado, el de los co-
munistas, la crisis se manifiesta como un efecto de
la introducción de elementos de la ideología peque-
ño-burguesa en la ideología revolucionaria, con los
resultados de izquierdismo (que no tiene en cuenta
las posibilidades de articulación de las acciones so-
bre el movimiento social y sus disponibilidades para
realizar, o no, o qué, cambios), anarquismo, espon-
taneismo. Por otra parte, la de los socialistas, la
crisis ideológica se traduce en un sindicalismo mo-
derado, en un reformismo limitado a lo económico,
sin poner mayores reivindicaciones.
En un panorama histórico podemos observar
cómo en 1918-1919 fracasa la revolución alemana.
Pero la clase obrera aún no está aplastada. Al con-
trario, en 1920 el PCA pega un salto en el número
de sus militantes (gracias a la unión, en diciembre,
de los spartakistas con los socialistas independien-
tes), pasando de 80.000 a 350.000. Ahora bien, como

147
consecuencia de la política ultraizquierdista que in-
tenta llevar a cabo la dirección comunista, al año
siguiente, el número de adheridos desciende a
180.000, y en 1929 se reducen a 130.000 (1). En lo
que se refiere a la influencia electoral, el PCA con-
serva e incluso a veces mejora un poco los porcenta-
jes: mayo de 1924, 12 %; diciembre de 1924, 9 %;
1928, 10,6 %; 1930, 13.1 %; julio de 1932, 14,6 %;
noviembre de 1932, 16,9 %. (Téngase en cuenta que
los últimos años corresponden al aumento masivo
del paro.)
El Partido Social Demócrata tiene más fuerza: el
número de sus adheridos no sólo se mantiene sino
que progresa un poco: en 1928 son 937.000 miem-
bros y en 1932, 984.000 (2). (Cifra, sin embargo, in-
ferior a la de los militantes del partido nazi, que,
recordémoslo, ya suman más de un millón.) Los so-
cial-demócratas poseen, además, una fuerte influencia
sindical, al menos como miembros inscritos (la con-
federación sindical ADGB tiene 4.867.000 miembros).
Pero esas fuerzas sociales apenas son empleadas en
el enfrentamiento clasista. En lo que se refiere a su
influencia electoral, los social-demócratas mantienen
una cota en torno al 20 % (pero con tendencia a la
baja): en 1928, 29,8 %; en 1930, 24 6 %; en julio
1932, 21,6 %; en noviembre 1932, 20,4 %.
Todo lo cual quiere decir que comunistas y so-
cialistas perdían influencia en las clases trabajado-
ras, que se apartaban de ellos atraídas por la de-
magogia nazi, y seguramente también cansadas de

(1) Esta cifra es la que utiliza Badía, in op., cit., p. 280;


pero E. Colloti, en «Die Kommunistische Partei Deutsch-
land 1918-1933», p. 210, da un n ú m e r o relativamente diferen-
te. 124.500. Y en 1930, 176.000; en 1931, 180.000; en 1932,
300.000.
(2) M. Duverger: «Les Partis politiques», A. Colin, Pa-
rís, 1951, p. 89, 124.

148
los verbales choques fratricidas entre el PCA y el
PSA. Hasta cierto punto, no puede negarse que las
fuerzas progresistas alemanas han seguido siendo
fuertes hasta la llegada de Hitler al poder; pero
era una fortaleza no sólo desunida sino a veces con
graves querellas internas. Esas querellas han faci-
litado objetivamente la escalada nazi, una escalada
cuyo peligro pocos han analizado y previsto con
lucidez. Los comunistas, al menos hasta 1931, sos-
tienen la tesis de que «el esfuerzo principal debe
ser dirigido contra la social-democracia» (1). Los
social-demócratas mantienen infundadas esperanzas
de que podrán seguir avanzando en un sistema de-
mocrático, introduciendo reformas revolucionarias
en la sociedad capitalista. Es un problema que no
se plantearía por última vez: el casi eterno proble-
ma de tratar de avanzar más aprisa, por una parte
y de manera pausada, según otros, hacia el socialis-
mo, con la incompetencia general, de unos y de
otros, pero tal vez más de los comunistas, por no
saber articular dinámicamente las vanguardias con
mayor impulso revolucionario a las masas o mili-
tantes de disposición más moderada, o de menos
concienciación política. La desarticulación entre so-
cialistas y comunistas era tal que ni siquiera sabían
unirse frente a las expediciones punitivas de las SA.
Cuando los planes de acción antifascista pretendie-
ron ponerse en marcha, ya era demasiado tarde.
En esa situación de crisis ideológica del movi-
miento obrero, los nazis encontraron facilidades
para propagar su demagogia «anticapitalista» y
atraerse a trabajadores y pequeño-burgueses sin for-
mación política. Esa demagogia impregna a gran-
des sectores de la población porque los nazis, ade-
más, saben estar presentes en los conflictos socia-

(1) Cfr. Badía, op., cit., p. 289.

149
les y a su manera hacer propuestas «justas». Por
ejemplo, en octubre de 1930, apoyan la huelga de
los metalúrgicos berlineses. Y en noviembre de 1932
llaman, junto con los comunistas, a la huelga de los
transportes de Berlín.
A ese respecto, hay que tener en cuenta que el
partido nazi tiene, desde 1929, un sindicato, la «Or-
ganización Nacional-Socialista de las Células de Em-
presa» que, en 1932, cuenta con 400.000 miembros.
La composición social de este sindicato está forma-
da, por una parte, de cuadros medios y superiores,
técnicos y administrativos, que pueden catalogarse
desde el punto de vista de clase como nueva peque-
ña burguesía; por otra parte, los nazis hacen adhe-
rentes entre los obreros de reciente origen campe-
sino; y también entre los jóvenes parados (que bus-
can un empleo: los patronos empezaban a pedir el
carnet del partido nazi para dar un puesto de tra-
bajo).
En suma, aunque acompañado por fuerzas y ac-
tos represivos, el nazismo, como el fascismo italia-
no, consiguió controlar, principalmente por vía ideo-
lógica, una gran parte de los trabajadores alemanes
y neutralizar a los otros. Como se demuestra a con-
tinuación, el proceso de conquista del Estado por
parte de los franquistas fue muy distinto. Todo el
mundo recuerda la guerra civil, trágico preludio de
la Segunda Guerra Mundial.

150
III. ESPAÑA

Ya he indicado sucintamente las debilidades eco-


nómicas y políticas de la transición al capitalismo, y
los procesos de aristocratización por los que pasa
la burguesía. Esas mismas tendencias se reprodu-
cen bajo la dominación generalizada del capital ban-
cario y de la crisis cada vez más acentuada del Es-
tado feudal «modernizado». Ahora bien, esa crisis
muestra graves contradicciones incluso en el seno
de las propias clases dominantes, lo cual, relaciona-
do con el ascenso de las corrientes revolucionarias
del proletariado, produce con frecuencia efectos
múltiples, tanto en el sentido de acentuar el sistema
dictatorial (o tentativas con ese fin) como en el sen-
tido de avanzar hacia la democracia.
El conjunto de contradicciones produce, en los
ritmos de transformación del Estado español, mayo-
res complejidades que en Italia y en Alemania. En
estos dos países, las clases económicamente domi-
nantes buscan soluciones y consiguen armonizar sus
contradicciones en un proceso ininterrumpido al

151
que incorporan a la pequeña burguesía y a sectores
importantes de la clase obrera a través del partido
fascista; en España, por el contrario, el proceso se
divide en dos etapas: ambas se caracterizan por la
preferencia de la gran burguesía a organizarse en
una forma política sin máscara: la dictadura mili-
tar. Esto es: en un Estado en el que prevalezca la
dominación violenta, la opresión y la represión; en
suma, las clases económicamente dominantes espa-
ñolas escogen un proceso de asalto al poder y una
estructuración estatal más primitiva que la que or-
ganizan las burguesías italiana y alemana contando
con el partido fascista.
Ahora bien, ello no se debe sólo a una mayor
incapacidad hegemónica por parte de la burguesía
española, sino también a una situación diferente de
las clases dominadas. Principalmente: el proletaria-
do español, como voy a poner de relieve, no cayó en
la crisis ideológica en la que se hundieron las cla-
ses obreras italiana y alemana. Hubo también una
crisis, crisis muy específica, tan específica que con-
sistió en un exceso de impulso revolucionario (un
impulso que no contó, y ahí está el problema cen-
tral, de trágicas consecuencias, con los suficientes
dirigentes, y tampoco tuvo los dirigentes suficien-
temente conscientes de las posibilidades de alcan-
zar cambios reales). Lo que nos permite sostener la
siguiente tesis: que ante mayor impulso revoluciona-
rio, pero mal utilizado, y que acaba en el fracaso,
la gran burguesía replica más brutalmente e impo-
ne una dictadura más represiva.

1.— Grandes terratenientes y banqueros

En la etapa de transición al capitalismo, España


muestra un ritmo de industrialización análogo al

152
de Italia. En todo caso el principal rasgo común a
los dos países es la dominación del capital banca-
rio asociado al capital financiero internacional. Una
peculiaridad transnacional que conviene subrayar
es que el gran capital de esos dos países, así como
el de Alemania, muestran vínculos poderosos con
los grandes terratenientes. Dicho con otras pala-
bras: es importante observar que la aparente mo-
dernidad del capital bancario está juertemente pe-
netrada por los elementos feudales del capital agra-
rio.
Los elementos feudales se reproducen en todos
los niveles de la formación social.
En la agricultura: ciertamente, a partir de 1837,
con las primeras tentativas de desamortización, va
pasándose de la propiedad feudal de la tierra a la
propiedad capitalista. Ahora bien, el hecho de que
la propiedad cambie de manos (de las manos de la
Iglesia a las de los burgueses —y también nobles y
a no pocos testaferros), ello no quiere decir de nin-
guna manera, como algunos confunden, que la pro-
piedad empieza a «funcionar» de otro modo: esto
es, que empieza a ser explotada a fondo con nuevas
técnicas y nuevos métodos comerciales. Nada de eso
ocurre en el panorama español: los campesinos sin
tierra son sometidos a igual o mayor explotación que
cuando estaban bajo el dominio del clero, pero los
burgueses realizan esa explotación de forma rudimen-
taria, sin introducir innovaciones económicas pro-
gresistas. Peor aún: desde el punto de vista social
el capitalismo agrava la situación de los sectores
de campesinos que podían explotar los bienes co-
munales.
La estructura de la gran propiedad no cambia en
lo fundamental, porque la burguesía no sólo no se
enfrenta con el sistema ultralatifundista de la aris-
tocracia feudal, sino que, como empezaba a sugerir,

153
se alia a ella, subordinándose, además, a los antiguos
niveles ideológicos y políticos de la nobleza.
Los grandes latifundistas hacen una capitaliza-
ción insuficiente de las rentas agrarias; reinvierten
muy poco o nada para modernizar la agricultura;
y en lugar de promover una industrialización, se con-
centran en la formación del capital bancario.
Esas clases inertes articuladas parasitariamente
a la tierra no comprenden, ni siquiera en 1931-1936,
que de lo que se trata, en el fondo, es de poner la
estructura económica al nivel de racionalidad exis-
tente en otros países europeos, y que, con ese fin,
es necesario llevar a buen término una reforma agra-
ria, coordinarla con nuevos impulsos industriales,
y consolidar el desarrollo haciendo concesiones a las
clases dominadas.
En la industria: el sector textil catalán, que fue
el primer núcleo industrial de España, predomina
en el panorama coterráneo hasta los años treinta.
Esto es: se trata de una industria ligera, compuesta
por pequeñas y medianas empresas, empresas fami-
liares, con todo lo que ello significa de supervivencia
de formas artesanales, es decir, impregnadas todavía
de maneras de hacer feudales.
La gran industria, cuyo desarrollo es la que da
verdadero empuje al capitalismo, empieza a con-
centrarse en el País Vasco a partir de 1863 (el pri-
mer alto horno se construye en Bilbao en 1849).
Pero la siderurgia no produce grandes transfor-
maciones más que a finales del siglo xix y princi-
pios del xx. No obstante, la gran industria espa-
ñola es pequeña en comparación con la gran in-
dustria de Alemania, Gran Bretaña, Francia. Esa
industrialización española, además, ya iniciaba su
dependencia de la industrialización exterior, debi-
do a su propia subordinación interna al capital
bancario, a su vez dominado por el capital finan-

154
ciero internacional, que había establecido relacio-
nes con el capital estatal de la monarquía.
La formación del capital bancario se hace con
los capitales comerciales procedentes del Imperio
colonial perdido, con las rentas agrarias, y con los
beneficios de las concesiones mineras hechas al ca-
pital extranjero (francés, inglés, belga). Una primera
concentración bancaria se hace en 1856 con la cons-
titución del Banco de España. Ese mismo año se
autoriza el establecimiento de tres sociedades de
crédito francés: el Crédito Mobiliario (de la fami-
lia Pereire, que también domina, con los Rothschild,
el capital bancario italiano); la «Compañía Gene-
ral de Crédito de España» (del grupo Prost); y la
«Sociedad Española Mercantil e Industrial» (de los
Rothschild). La primera de esas sociedades es la
entidad bancaria más poderosa de la época, así
como lo seguiría siendo después, al transformarse
(en 1902) en el actual Banco Español de Crédito.
Las burguesías catalana y vasca fundan asimis-
mo sus bancos. El Banco de Barcelona data de 1844;
y el Banco de Bilbao, de 1857. Ahora bien, a prin-
cipios del siglo xx y en las fases siguientes, se marca
una nueva tendencia en la radicación geográfica
del núcleo financiero principal. Después de haber
empezado en Barcelona, la concentración financiera
se desplaza al País Vasco y al centro del poder po-
lítico: Madrid. Ese desplazamiento está determina-
do por la creciente articulación de los capitales pri-
vados con los capitales públicos en el desarrollo
de la gran industria y de la creación de infras-
tructuras:
— en Madrid: el Banco Hispano Americano
(1900); el Banco Urquijo (1918) y el Banco Cen-
tral (1919) (además del indicado Banco Español de
Crédito).

155
— en el País Vasco: el Banco Guipuzcoano
(1899) y el Banco de Vizcaya (1901).
La burguesía aristocratizada, que ha cambiado
el sistema de colonización externa, por el de co-
lonización interna en combinación con las burgue-
sías extranjeras, sabe aprovechar, sin embargo, la
coyuntura de la Primera Guerra Mundial. Mien-
tras las burguesías europeas se lanzan a dirimir
sus conflictos por la vía armada, en 1914-1918 las
clases económicamente dominantes españolas rea-
lizan beneficios extraordinarios, a veces en nego-
cios directamente relacionados con la guerra. Pero
sigue hipertrofiándose la «cabeza» bancaria, sin que
se ponga en marcha un verdadero proceso de in-
dustrialización. Así, al comparar la estructura eco-
nómica española de los años 1920, con la italiana
observamos que mientras en ésta es el capital in-
dustrial el que domina (exactamente antes de la lle-
gada del fascismo) en la composición del capital fi-
nanciero, en aquélla sigue siendo el capital banca-
rio el dominante.
En esos años podemos ver cómo las tres clases
económicamente dominantes (la italiana, la espa-
ñola y la alemana), que no han acabado de liberarse
del Estado feudal o que han salido débilmente de
él (con escasas dosis de liberalismo), ya vuelven a
planear seriamente su reintegración en un Estado
de excepción para defenderse más eficazmente de —y
también para atacar a— las clases explotadas. El
ritmo de imposición de esas dictaduras es signifi-
cativo de la situación económica de cada uno de los
países: Italia (1922) y España (1923) casi lo hacen
al mismo tiempo, mientras que Alemania, que se
encuentra en un fuerte proceso de industrialización,
no establece el sistema dictatorial más que diez
años después (1933). Ahora bien, ello no permite
sacar conclusiones simplistas al estilo de: a menos

156
desarrollo, más conflictividad social y por ende ma-
yores posibilidades de opciones revolucionarias, por
un lado, pero también mayores posibilidades de im-
posición de regímenes ultra-autoritarios. Aunque
mucho de verdad existe en todo ello, también es
cierto que eso —en el país que sea— no podemos
acabar de sostenerlo científicamente si no es inves-
tigándolo a través de las acciones de las clases so-
ciales, y su diferente formación política.
En el ámbito estrictamente político es interesan-
te poner de relieve cómo la burguesía aristocratiza-
da (y la nobleza que se aburguesa) se acostumbra,
a lo largo del siglo xix, a resolver sus conflictos
(sobre todo con el proletariado) mediante la utili-
zación de su clan militar. La serie de pronunciamien-
tos y de caudillos decimonónicos van formando
una constante histórica que desemboca en la dicta-
dura del general Primo de Rivera.
La crisis hegemónica endémica del bloque domi-
nante busca, pues, solución a sus problemas en la
utilización del ejército como «partido de nuevo tipo».
Ahora bien, si esas clases son polacamente incapa-
ces, también Primo de Rivera lo es, hasta tal punto
extraordinario que ese general acaba perdiendo la
confianza y el apoyo de la burguesía y del propio
rey.
El golpe de Estado de Primo de Rivera se hace
con el acuerdo de los grandes propietarios terrate-
nientes y del capital financiero. El principal obje-
tivo de esta dictadura es la liquidación o al menos
la imposición de frenos al desarrollo de las luchas
del proletariado. Ahora bien, los políticos burgue-
ses aspiran, al mismo tiempo, a ocupar directamen-
te ellos mismos algunos de los puestos clave de la
dirección del Estado. Pero las transformaciones que
va introduciendo el general no se orientan en ese
sentido. Mientras la represión se desencadena con-

157
tra los núcleos más revolucionarios de la clase obre-
ra, comunistas y anarquistas, Primo de Rivera consi-
gue la colaboración de los socialistas. Ese primer
momento da la impresión de que la dictadura se
encamina hacia un sistema más o menos fascista.
En 1922 ya se expresaron, por parte de algunos
oficiales, diversas simpatías respecto a la «Marcha
sobre Roma». Primo de Rivera también elogia a
Mussolini, con quien, en compañía del rey, se en-
trevista dos meses después. Las influencias fascis-
tas son observables en la ley sobre la Organización
corporativa nacional del 26 de noviembre de 1926.
El general trata también de constituir, con la Unión
Patriótica, un partido único, que acabe con los di-
ferentes clanes y forme un sistema de camarillas
fieles a su persona. Pero Primo de Rivera demues-
tra pronto que no es más que una caricatura gro-
tesca de dictador, que ni siquiera es capaz de aca-
bar con la conflictividad social.
Así, pues, a pesar de que al principio había polí-
ticos burgueses que sostenían que era preferible de-
mocratizar la monarquía en crisis, el golpe de Pri-
mo de Rivera contó con el apoyo de las clases do-
minantes. Pero éstas van apartándose del dictador
a medida que se dan cuenta de su incompetencia.
El golpe también contó con el apoyo del ejército,
pero la crisis termina pasando asimismo a través de
los jefes y oficiales, una parte de los cuales se se-
para del dictador.
Las contradicciones graves acaban planteándose
incluso en la cima del poder, entre el general y el
rey. El conjunto de fenómenos da la impresión de
unas camarillas reproducidas del sistema feudal que
no toman plena conciencia de que el Estado que tie-
nen que dirigir ya no es el correspondiente a un
país exclusivamente agrario y colonialista, sino que,
a pesar de su retraso político, el Estado debe «ges-

158
tionar» una sociedad que hace avanzar su estruc-
tura capitalista desde el sistema de concurrencia
simple a las formas más complejas de los monopo-
lios. En suma, con el acuerdo del propio Alfon-
so XIII, el 26 de enero 1930, un pronunciamiento
acaba con la dictadura de Primo de Rivera. Pero
el rey ha ido ya demasiado lejos en su alianza con
el dictador; de manera que el gabinete del general
Berenguer (30 de enero de 1930 -14 de febrero de
1931) y la ortopedia final del gobierno de concen-
tración monárquica del almirante Aznar (18 de fe-
brero- 13 de abril), no son más que las formas agó-
nicas de la monarquía. Porque cuando las eleccio-
nes del 12 de abril dan la victoria a la coalición
republicana, incluso el director general de la guar-
dia civil, Sanjurjo, es favorable a la proclamación
de la Segunda República.

1.1. — La marcha sin retorno hacia la dictadura

Algunos núcleos burgueses deseaban la formación


de un sistema democrático; otros, verificada la crisis
de la monarquía y la inviabilidad de la dictadura,
aceptan, no sin reservas, la proclamación de la II Re-
pública (14 abril 1931). Pero la fuerza popular, pro-
letaria y pequeño-burguesa, que a continuación se
pone en marcha no sólo les resulta sorprendente
sino que les parece cada vez más amenazante de su
estructura de intereses. Realmente, como pondré de
manifiesto después, la coalición progresista cometió
no pocos errores y algunas provocaciones innecesa-
rias que exacerbaron la proclividad reaccionaria de
las clases económicamente dominantes.
La primera tentativa de golpe militar contra la
República se lleva a cabo el 10 de agosto de 1932.
Pero el general Sanjurjo, jefe de la rebelión, fra-

159
casa junto con 144 oficiales. Causas: preparación
insuficiente y marcha atrás, entre ellos Franco, de
algunos jefes que se habían comprometido a sumar-
se a la sublevación. No obstante, la preparación de
nuevos levantamientos no sólo continúa sino que se
acentúa. Algunos militares monárquicos revanchistas
como los generales Orgaz, Ponte y Cavalcanti ya ha-
bían estado viajando por España para estimular el
complot, para lo cual contaban con ayudas financie-
ras de miembros de la aristocracia y de hombres
como Juan March. Alfonso XIII, exiliado en Roma,
se encarga de organizarles entrevistas con los jefes
fascistas italianos.
Durante el bienio negro (19 noviembre 1933 - 29
octubre 1935) las tentativas golpistas van tomando
cada vez más cuerpo, a pesar de que el equipo mi-
nisterial que preside esta etapa ya constituye, por sí
mismo, una contra-reforma autoritaria, incluso fas-
cistizante.
Ello se debe a que el elemento «ideológico» prin-
cipal de los partidos y grupos políticos de la clase
económicamente dominante, no es otro que el plan
militarista, en mayor o menor amplitud. En aquella
época, Gil Robles está fuertemente condicionado por
la ideología fascista, vía Hitler y Dollfus ("el jefe
de la CEDA va como invitado al congreso que el Par-
tido Nazi celebra el mes de septiembre de 1933 en
Nuremberg). La fraseología («todo el poder para el
jefe») de la CEDA corresponde a la del fascismo.
Además, es el propio Gil Robles, mientras es minis-
tro de la Guerra, quien da los puestos claves del
Ejército a los generales golpistas, entre ellos a Fran-
co, que deviene jefe del Estado Mayor Central.
Desde el mes de febrero de 1934, en España que-
da constituido, sin embargo, el auténtico partido fas-
cista: FE y de las JONS. Pero la Falange, al con-
trario de los partidos de Mussolini e Hitler, no es

160
un partido de masas. Durante toda la Segunda Re-
pública, apenas pueden superar el estadio primario
de banda armada o al menos banda de la porra.
Con esos grupos no se puede conquistar el Estado.
Los organizadores de estas bandas eran, además,
los responsables de la UME (Unión Militar Espa-
ñola), entre ellos el coronel Arredondo (retirado).
Los monárquicos, si bien están infiltrados, al me-
nos mediante ayudas financieras, en la CEDA y en
la F E , constituyen además sus propios grupos, en
los que el elemento militar también se manifiesta.
La «Comunión Tradicionalista» conserva una orga-
nización para-militar, desde los tiempos de las gue-
rras carlistas. Además, con el acuerdo de Mussoli-
ni, los tradicionalistas envían algunos de sus mili-
tantes a entrenarse militarmente en Libia.
Los monárquicos alfonsinos de «Renovación Es-
pañola» también preparan la sublevación militar.
El dirigente de este grupo, Antonio Goicoechea, con
el general Barrera, se entrevistan con Mussolini el
21 de marzo de 1934, y el «Duce» les propone ayuda
en armas y en dinero.
«Renovación Española» entra luego a formar
parte del «Bloque Nacional», creado por Calvo So-
telo; este antiguo ministro de Hacienda durante la
dictadura de Primo de Rivera, que se había exilia-
do en Francia, y estaba fuertemente influido por
Maurras, regresa a España el 10 de diciembre de
1934, y se impone como dirigente máximo de la
extrema derecha. Frente a él, Gil Robles parecía
moderado. Calvo Sotelo, en coordinación con el ge-
neral Sanjurjo (exiliado en Portugal), se muestra
asimismo muy activo en la preparación del «alza-
miento». Precisamente el asesinato de este monár-
quico fascistizante el 13 de julio de 1936 (como
«réplica» al asesinato del teniente de izquierda José
Castillo, cometido el día anterior) es el factor que

161
11. FASCISMO Y MILITARISMO
acelerará la sublevación militar del 17-18 de julio.
Insisto en un punto esencial: la corriente prin-
cipal de la ideología de esos partidos y grupos de
la clase dominante es una tendencia militarista, esto
es: que en vez de aspirar a resolver los problemas y
conflictos sociales por la vía política (confronta-
ción ideológica, de tesis teórico-concretas, electoral,
etcétera), oscila hacia la búsqueda de «soluciones»
a través de la acción armada. Dicho con otras pala-
bras: la burguesía creaba su propio vacío político
(falta de consolidación de un gran partido conser-
vador) y al mismo tiempo contribuía a llenarlo in-
mediatamente después con el «partido de nuevo
tipo».
Evidentemente, esa dinámica de los partidos de
la burguesía estaba acompañada por la propia di-
námica interna de un sector del ejército: una diná-
mica que también les venía de las profundidades de
la historia. Ya he señalado la constante histórica
al golpismo que se desarrolla a partir del siglo xix.
Esa constante se agrava con los fenómenos de bu-
rocratización y corporativismo, es decir: desarrollo
de un espíritu de cuerpo (e incluso de casta), y de-
fensa encarnizada de los intereses de su institución
ligados a los intereses de la burguesía aristocrati-
zada. La participación de muchos jefes y oficiales
en las guerras de Marruecos, lleva, además, a la for-
mación de una especie de «Estado» dentro del pro-
pio «Estado» de las fuerzas armadas. Son los que
van a ser conocidos como africanistas, esto es: mi-
litares monárquicos, estrechamente ligados a las cla-
ses económicamente dominantes (éstos son los dos
aspectos principales), que suelen ser también cató-
licos a machamartillo y que acaban recibiendo in-
fluencias del fascismo. (Por supuesto, también hubo
militares que estuvieron en Marruecos, y que al-
gunos podrían llamar «africanistas», pero que no

162
tenían ninguna de las cuatro condiciones reacciona-
rias que acabo de señalar.) El africanista típico es
el propio general Franco, fundador, cuando era co-
mandante, en 1920, con aquel guerrero medieval
que era el general Millán Astray, de la Legión, el
cuerpo en el que el militarismo se multiplica aún
por el fanatismo y el desprecio de la vida humana.
Con el triunfo del Frente Popular, Franco pier-
de el puesto de jefe del Estado Mayor Central y re-
cibe el destino de capitán general de Canarias. Des-
de ahí volará, gracias a un avión fletado por los mo-
nárquicos, hasta Marruecos donde las tropas ya se
han sublevado. Allí le espera el coronel Yagüe (con
quien Franco ya dirigió la represión de la «Comu-
na asturiana», 5-20 octubre 1934).
En la Península, se sublevan otros africanistas
como el general Mola, «Director» de la conspira-
ción, delegado en el interior de la verdadera «alma»
de la sublevación, el general Sanjurjo.
Pero los oficiales que se oponen a los subleva-
dos son numerosos. Hasta tal punto que dieciséis
generales, al negarse a colaborar con los facciosos,
pierden la vida por declararse fieles a la II Repú-
blica.
El vacío político producido por la incapacidad
hegemónica de la burguesía vuelve a ser «llenado»,
pues, por la fuerza bárbara de las armas.

2.— La intervención extranjera

Los años 1920-1930... fueron los del desarrollo


de las corrientes fascistas; pero también lo eran, a
nivel internacional, los del ascenso del movimiento
revolucionario del proletariado. En la mente de no
pocos burgueses, que recordaban la llegada al po-
der de los comunistas en Rusia, ese «peligro» segu-

163
ramente se había exagerado, consciente o subcons-
cientemente. En España, las tomas de posición de
los grandes terratenientes, banqueros e industria-
les, probablemente se debieron, en parte, a ello (en la
otra parte, se encuentra la incapacidad económica,
es decir, la falta de programas concretos para in-
dustrializar España, con todo lo que ello comporta-
ba de necesaria reorganización del conjunto de la
formación social española).
A nivel internacional también se plantearon aná-
logos «motivos» que contribuyeron a la destrucción
del Estado democrático. De una u otra manera, el
capitalismo internacional fue inclinándose a favor
de Franco, o sea del establecimiento de una dicta-
dura.
La intervención de Italia y de Alemania fue la
más clara, la más contundentemente bélica.
Las ayudas del fascismo internacional se concre-
taron el mismo día que empieza la sublevación mi-
litar, lo que demuestra cuan profundamente se ha-
bían ido creando lazos entre los africanistas, los
monárquicos y los falangistas con Mussolini e Hit-
ler. En efecto, las tropas sublevadas de Marruecos,
que no podían llegar a España por vía marítima,
ya que la sublevación en la Marina había fracasado
y los buques se encontraban en manos republicanas,
pudieron atravesar el estrecho de Gibraltar gracias
a aviones italianos y alemanes, que los fascistas les
enviaron en seguida.
A continuación Alemania, Italia y Portugal en-
viaron los cuerpos de ejército que ya he relacionado
en la Primera Parte.
Además, los buques de guerra italianos y alema-
nes cumplieron numerosas misiones de apoyo direc-
to e indirecto a los franquistas.
Por otra parte, algunas de las grandes multina-
cionales de aquellos años, como la Standard Oil,

164
prestaron a Franco una ayuda decisiva; la compa-
ñía petrolera, concretamente, aseguró el aprovi-
sionamiento de carburantes y de lubrificantes al ejér-
cito rebelde.

Al mismo tiempo, el Gobierno legal de la II Re-


pública sufría el bloqueo del Comité de No-Inter-
vención. Así, pues, mientras Alemania e Italia ayuda-
ban descaradamente a Franco, Inglaterra y Francia
lo ayudaban indirectamente, prohibiendo el en-
vío de armamentos a España así como el recluta-
miento de voluntarios que deseaban ir a defender
el régimen liberal. El mismo embajador de Estados
Unidos en Madrid, lo reconoció abiertamente: todo
ello constituía «una contribución poderosa al triun-
fo del Eje sobre la democracia española».
En efecto, como he escrito en otras páginas, «el
capitalismo internacional prefiere que los alemanes
y los italianos amplíen su zona de influencia a Es-
paña, antes que tener en este país una República
popular consolidada y progresando hacia el socia-
lismo» (1).
Las ayudas que la II República recibió de miles
de liberales, demócratas y revolucionarios de casi
todo el mundo, formaron el mayor movimiento de
solidaridad popular internacional de los tiempos
contemporáneos, pero eran cuantitativamente (en
material de guerra y en hombres) muy inferiores a
las ayudas recibidas por los franquistas. Incluso si
a esas ayudas concentradas espontáneamente en las
Brigadas Internacionales sumamos las ayudas en-
viadas por la URSS y México.
El internacionalismo proletario fue derrotado
por el internacionalismo ultracapitalista.

(1) «Dictadure militaire et fascisme en E s p a g n e » , op.,


cit, p. 166, y «La naturaleza del franquismo», op., cit., p. 91.

165
3. — Una dictadura acaba resultando dictatorial para
casi todas las tendencias sociales.

Como ya he sugerido, la sublevación militar se


hacía con el claro propósito de imponer un régimen
ultra-autoritario a las clases explotadas, y a los de-
mócratas en general. Pero lo que no sospechaban
en 1936 los carlistas, los falangistas, los católicos
conservadores, e incluso la propia burguesía y di-
versos militares, es que, en unas o en otras etapas,
la dictadura de Franco acabaría afectándoles negati-
vamente, en uno u otro grado, a cada uno de ellos,
como personas y como grupos sociales. Ello puede
observarse con claridad desde los primeros meses
de guerra civil hasta la muerte de Franco.
En lo que concierne a la primera etapa, esto es,
a la de los orígenes de la dictadura y hasta el mo-
mento en que Franco se instala en el poder, se pro-
ducen diversos hechos muy significativos en ese sen-
tido.
La rápida escalada en pos del poder, Franco la
hace en contra del parecer hasta de sus más inme-
diatos compañeros de rebelión.
Por supuesto, en plena situación de guerra, el ge-
neral que pronto se añadirá el «ísimo» ya deja de
contar con los dirigentes políticos que, como Gil
Robles, tanto le ayudaron a trepar a las altas esfe-
ras estatales. Como acabaré de mostrar en el ca-
pítulo siguiente, la CEDA, que durante la II Re-
pública es el principal partido de la burguesía, de-
saparece, como organización se deshace, y ya no
volverá a reaparecer jamás.
La «Junta de Defensa Nacional», creada el 24
de julio de 1936, es el primer germen del Estado
militar. Lo preside el más antiguo de los generales
que se han rebelado, Miguel Cabanellas. La junta
está formada por todos ellos, y Franco no es por el

166
momento más que un jefe entre los otros. Pero ya
tiene sus aliados: principalmente los generales mo-
nárquicos Kindelán y Orgaz.
Primordialmente es necesario controlar la cima
del poder en las fuerzas armadas. El 21 de setiembre
de 1936 vuelven a reunirse para nombrar un jefe
único que coordine toda la guerra. La mayoría vota
por Franco, sea por razones «políticas» (como Kin-
delán, quien creía que Franco iba a restaurar en se-
guida la monarquía) o por estrictas razones milita-
res, es decir, porque reconocen que Franco es el
que dispone del mejor cuerpo de ejército, es el más
capaz y el más joven. (Sanjurjo había muerto en
un accidente de aviación y Mola no había alcanzado
con el ejército del norte victorias tan espectacula-
res como las del aspirante a «caudillo».) Al nombra-
miento sólo se opone Cabanellas. Mola cree, por su
lado, que de lo que se trata es de conceder a Franco
únicamente la coordinación de las operaciones mili-
tares.
La sorpresa la tienen una semana después, exacta-
mente el día 28. Kindelán les lee el proyecto de de-
creto: «La jerarquía de generalísimo llevará anexa
la función de Jefe de Estado, mientras dure la gue-
rra...» Tras diversas protestas, los generales acaban
poniéndose relativamente de acuerdo en aras de las
exigencias de la guerra. Con habilidad, Cabanellas
introduce un matiz de importancia: Franco no será
más que «jefe del Gobierno del Estado español», lo
que, dentro de su ambigüedad, incluía una posibili-
dad nada despreciable para evitar en el futuro que
el general impusiera su dictadura personal. Esa pers-
pectiva seguramente la intuyó Nicolás, el hermano de
Franco, porque en el último momento envía una or-
den a la imprenta diciendo que sólo había que ha-
cer constar «Jefe del Estado».
El 1.° de octubre, el dictador nombra, de hecho,

167
su primer consejo de ministros. Y si bien los gene-
rales continúan ocupando los principales puestos,
Franco empieza ya a hacer combinaciones «equili-
bradas», es decir, recíproco-neutralizadoras, de los
diversos subsistemas políticos que le han ayudado
a subir al poder: son las combinaciones que él ne-
cesita para desarrollar su mando personal.
Los generales sublevados, pues, fueron uno de los
primeros grupos en experimentar que Franco les lle-
vaba hacia un sistema dictatorial respecto al cual
también ellos tendrían que subordinarse. Y es que
cuando se inicia un proceso armado, ultra-autorita-
rio, todo el mundo puede pagar las graves conse-
cuencias. Esto lo comprobaron a continuación los
carlistas y los falangistas.

4. — El fascismo como ideología. — Tercer análisis.


— El integrismo y la derecha tradicional. — El
franquismo

El proceso histórico de imposición de una dicta-


dura en España, es muy distinto a los procesos de
luchas de clases que tienen lugar en Italia y en Ale-
mania. El lector mismo puede ahora comparar unas
y otras series de hechos principales, y observar cómo
en los casos italiano y alemán prevalece la lucha
ideológica (electoral, etc.), y en el caso español
predomina la lucha armada; más: la guerra a toda
escala.
Pero en España también se da, aunque subordi-
nado, un fenómeno ideológico reaccionario, en el
que asimismo existen algunos elementos fascistas.
¿Qué es el fascismo español?
En primer lugar hay que recordar que, como ya
he demostrado, se trata de un movimiento político

168
minoritario en España, y también pequeño en com-
paración con los partidos fascistas en Italia y en
Alemania. La ideología fascista no puede penetrar
en el cuerpo social popular, en el proletariado y en
la pequeña burguesía urbana, porque estas clases
sociales tienen fuertes organizaciones políticas y sin-
dicales (CNT, UGT, PSOE, PC, Izquierda Republi-
cana, etc.).
Ahora bien, la ideología fascista existe en la Es-
paña de la II República. En ella también podemos
analizar el nacionalismo agresivo, pero con la si-
guiente peculiaridad acentuada: mientras que en
Italia y en Alemania, como un efecto de la situación
provocada por los resultados de la Primera Guerra
Mundial, el ultranacionalismo lanza su agresividad
sobre todo hacia el exterior, en España, las corrien-
tes fascistas buscan principalmente el polo opuesto
de su nacionalismo en el interior de la Península.
Los falangistas depositan su agresividad nacionalis-
ta en la parte de los españoles considerados como
la «Anti-España». Para los falangistas, y de manera
más general para los franquistas, la «Anti-España»
no sólo la componían los socialistas, los comunis-
tas, los anarquistas, y los liberales sino también los
catalanistas, vasquistas, etc., que, aunque fueran
conservadores, reclamaban la autonomía de sus res-
pectivas nacionalidades. Los franquistas se inventa-
ban su «enemigo interior»: todos cuantos no esta-
ban con ellos eran «agentes subversivos de potencias
extranjeras». El nacionalismo fascista español, no
obstante, también apuntaba sus ambiciones impe-
rialistas, en África y en Europa (Portugal) e inclu-
so aspiraban a la «resurrección» del viejo Imperio
español.
En ese último sentido, pero también a causa de
sus vinculaciones con la religión, el nacionalismo es-
pañol está más imbricado a la tradición simplemen-

169
te reaccionaria que no el fascismo y el nazismo que
constituyeron, verdaderamente, «fuerzas nuevas» que
de manera muy sutil, y por vía indirecta (y en prin-
cipio aparentemente opuesta), se dedicaron a dar
una nueva salida a las tendencias ultraconservado-
ras en Italia y en Alemania.
El fascismo español tuvo ya, en su origen, con-
siderables dosis de integrismo, sobre todo a través
de la influencia de Onésimo Redondo. Con el tiempo,
y principalmente al término de la guerra civil, las
tendencias integristas irían dominando los elemen-
tos típicamente fascistas. En este sentido, la CEDA,
que desapareció como tal, fue un partido pre-fas-
cista, ya que, además, muchos de sus militantes —y
algunos de sus dirigentes, como Serrano Súñer—
pasaron a engrosar las filas de la FET y de las JONS.
Y todo ello quedaría rápidamente subordinado
al franquismo, como sistema ideológico dimanante
del «Caudillo», en organización de camarillas en las
que, la vida política estricta y normalmente enten-
dida, iría quedando desplazada por un conjunto de
prácticas, explícitas e implícitas (pero también ha
habido «teorización» al respecto), de fidelidad, de
adulación y de culto al Jefe. La personalización de
las relaciones políticas produce graves consecuen-
cias en la formación de capas dirigentes (a nivel
estatal) de las clases económicamente dominantes.

5. — La destrucción de la vía electoral.

La llegada del fascismo al poder en Italia y en


Alemania, significó asimismo la liquidación de todos
los enfrentamientos electorales de las distintas posi-
ciones de clase. Ahora bien, en ningún caso la des-
trucción fue tan grande como en el proceso milita-

170
rizado que tuvo que sufrir el pueblo español a partir
de mediados de 1936.
La militarización de la vida política española re-
sulta, evidentemente, mucho más violenta —y por
ende mucho menos legítima— que la violencia fas-
cista. Pero los ritmos de militarización en España
son, en principio, mucho más complejos —indecisos,
inseguros, escasamente operativos— que los ritmos
de fascistización en las otras dos sociedades. Ya lo
he indicado, pero conviene recordarlo: el asalto al
poder del fascismo en Italia y en Alemania se desa-
rrolla en un proceso ininterrumpido, mientras que
en España las tentativas de imponer una dictadura
sufren varios frenazos y cortes, el principal el de la
II República, globalmente considerada.
A todas luces se puede considerar que el proceso
de militarización comienza en 1923 con la dictadura
de Primo de Rivera y su apuntalamiento de la mo-
narquía feudal «modernizada». El fracaso de esta
dictadura junto con la institución que, de hecho, la
patrocinaba, hunde a las clases económicamente do-
minantes en una grave crisis. No obstante, al princi-
pio parece ser que esas clases se muestran dispuestas
a jugar pacíficamente su papel en la construcción de
una sociedad democrática. Esa impresión queda en-
tre interrogantes ya durante el verano de 1932,
con el también fracasado golpe militar del general
Sanjurjo. El bienio negro y la represión de la huel-
ga insurreccional de Asturias apenas dejan lugar a
dudas acerca de cómo piensa la burguesía aristo-
cratizada responder, incluso en un sistema democrá-
tico, a los movimientos y reivindicaciones populares.
Más: a partir de 1933, en los partidos y grupos
políticos articulados a las clases económicamente
dominantes (integristas, monárquicos, falangistas),
puede observarse que su elemento «ideológico» prin-
cipal poco o nada tiene que ver con un auténtico

171
«sistema de ideas», porque se trata de una tendencia
militarista que se expresa cada día con más bruta-
lidad, al tiempo que va perfilando proyectos con-
cretos de sublevación armada.
La victoria del Frente Popular en febrero de 1936,
lleva a la derecha a hacerse de manera más sistemá-
tica un plan con el que contrarrestar «definitivamen-
te» esa tendencia progresista.
La dinámica de esos partidos y grupos derechis-
tas, más la propia propensión de una parte de las
fuerzas armadas españolas —los caracterizados como
«africanistas»— al golpismo, no tardan en poner en
marcha una amplia sublevación militar cuyo objeti-
vo es la destrucción de la sociedad y del Estado de-
mocráticos. Pero ese objetivo tardaron en alcanzarlo
mucho más tiempo del que imaginaban.
En los orígenes de las dictaduras, que en este li-
bro analizo, encontramos la gran especificidad espa-
ñola: las fuerzas progresistas y revolucionarias se
encuentran en el poder, y no sólo no sufren ninguna
alienación ideológica que les subordine al bloque
clasista enemigo, sino que, muy al contrario, com-
baten durante tres años a los militares sublevados
con las clases dominantes (1).
(1) En España existe una grave incomprensión (inclu-
so entre quienes trabajan en el terreno de la historia) de
lo que fue (es) la especificidad del franquismo respecto a
las particularidades del fascismo italiano y del alemán.
Como prueba de ello consúltese la reseña disparatada que
el señor Rodríguez Ibáñez hizo de mi estudio de «La na-
turaleza del franquismo» (en «El País» del 6 de abril de
1977). Lo curioso es que un diario de cierto renombre in-
telectual como ése imprima en sus páginas un conjunto
de incompetencias notorias en ciencias sociales; significati-
vamente, después de seis meses diciéndome que iban a pu-
blicar mi réplica, Rafael Conté, adjunto a la dirección del
periódico, se opuso a ello con su tradicional espíritu de
antiguo jefe del SEU pamplónica.
Siguiendo asimismo el «espíritu» de la sociología nor-

172
Ahora bien, el tipo de respuesta (política, mili-
tar, etc.), del enemigo se halla en cierta medida in-
serta en el grado, en la amplitud y en la agudeza de
la acción del bloque de clases contrapuesto. Esto
es, insistamos en ello: a movimiento revolucionario
más poderoso, si no triunfa, corresponde una ré-
plica reaccionaria más brutal.

6. — La crisis de los dirigentes

A lo largo de la II República y durante la gue-


rra civil, es observable un extraordinario impulso
revolucionario por parte de las masas, impulso que
raramente recibe una buena orientación por parte
de los dirigentes de los partidos y de los sindicatos
proletarios. Lo más trágico es que esa falta de di-
rección se pone de manifiesto en plena guerra.
Durante la primera etapa del régimen republica-
no, cuando se habrían podido realizar reformas de-
cisivas para la consolidación del Estado democráti-
co, se malgastó el tiempo en querellas con la Igle-
sia y con el Ejército, querellas que no era difícil
dejar de lado.
En la segunda fase (1933-1935), durante la cual
cualquier movimiento progresista corría el riesgo de
caer bajo la represión derechista, los dirigentes de
izquierda lanzaron, sin embargo, a las masas hacia
combates que estaban perdidos de antemano. Lo que
no habían hecho durante los dos años anteriores,
pretenden realizarlo en pocos días.

teamericana, esa crítica fue reproducida, en parte, con


una fe exaltada y razones invisibles, por Julio Colomer,
en la revista «Razón y Fe» (junio 1977). Es lógico que en
un ó r g a n o así me lancen excomuniones y que eleven a los
altares a Juan J. Linz sociólogo-USA especialista en difun-
dir conceptos suavizadores de la dictadura de Franco.

173
La tercera etapa (febrero de 1936-julio de 1936)
empieza a dibujar un auténtico proceso revolucio-
nario, sobre todo en cuanto concierne a la reforma
económica (reparto de tierras, principalmente). Pero
es una reforma que llega tarde y que no está apoya-
da por otras medidas de carácter político y militar
(búsqueda de acuerdos con los grandes terratenien-
tes, vigilancia más acentuada y corte de raíz de los
proyectos de los generales golpistas, etc.).
Durante la guerra, sigue poniéndose de relieve la
falta de dirección de las masas revolucionarias. Las
principales tendencias políticas proletarias organi-
zan, cada cual autónomamente, su propia milicia.
Eso no es todo: en la zona republicana existe una
tendencia acentuada a la proliferación de poderes de
todo tipo. En los frentes, la falta de disciplina y
de simple coordinación militar, llevaba a batallones
enteros de gran coraje revolucionario, a sufrir ma-
tanzas que se podían evitar atendiendo a unas re-
glas mínimas de táctica. Todo ello salpicado de san-
grientas querellas entre anarquistas, trotskistas, co-
munistas y socialistas.
La gran diferencia de la crisis —insistimos en
ello— en el movimiento obrero internacional es que,
mientras en Italia y en Alemania una parte muy im-
portante del proletariado y de la pequeña burguesía
se afilian al partido fascista, en España el movimien-
to popular se encuentra en bloque en las organiza-
ciones socialistas, anarquistas, comunistas y de la
pequeña burguesía progresista. Esto es, en España
existen no sólo muchas más posibilidades de evitar
cualquier forma de dictadura ultraburguesa, sino po-
sibilidades también de avanzar hacia formas sociales
para-socialistas.
La diferencia también está en momentos claves
como la preparación de las elecciones del Frente
Popular y en el período posterior, en el que las orga-

174
aciones de izquierda presentan una amplia unión.
Los rasgos comunes, negativos, radican en las
incapacidades e irresponsabilidades de los dirigen-
tes de las fuerzas del progreso: como en los otros
países, en España también se plantea la querella
entre quienes «desean» avanzar rápidamente hacia
el socialismo (e incluso hacia el «comunismo»), y
quienes consideran que las transformaciones no pue-
den alcanzarse si no es a un ritmo más lento.
Los anarcosindicalistas oscilaban entre el «apoli-
ticismo» y el utopismo; los comunistas, rígidamen-
te stalinistas, iban de ciertos izquierdismos a una
moderación insuficientemente argumentada; los so-
cialistas, al menos en parte, también se dejaban lle-
var por algunos izquierdismos que no estaban en
consonancia con la situación.
En suma, como escribo, en otras páginas (1), «la
historia de las sociedades nos muestra cómo a ve-
ces existen situaciones revolucionarias sin que las
clases revolucionarias sean suficientemente podero-
sas para realizar la plena revolución. Durante ese
período, en España, el problema es diferente. Ha-
bía una coyuntura revolucionaria desde 1931, las
clases revolucionarias también existían con un po-
tencial extraordinario, pero faltaban los intelectua-
les orgánicos capaces de dirigir lúcidamente esas
fuerzas». Faltaban los dirigentes capaces de obser-
var con claridad qué objetivos podían conquistarse
y en qué momentos. Faltaban los dirigentes capa-
ces, en momentos de grave crisis, de establecer los
compromisos necesarios con el enemigo a fin de
conservar una gran parte de las conquistas progre-
sistas, o al menos evitar perderlo todo, como lo per-
dieron.

(1) «Dictature militaire et fascisme en E s p a g n e » . Edi-


tions Anthropos, París, 1977, p. 171.

175
IV. ARGENTINA

Ya he puesto de relieve cómo, en los orígenes de


los sistemas dictatoriales en Italia, Alemania y Es-
paña, se hallan fuertes pervivencias del modo de pro-
ducción feudal. El caso argentino es diferente en el
sentido de que en aquellas inmensas praderas no
existía, cuando los españoles las conquistaron, nin-
gún sistema feudal: allí sólo pululaban unas tribus
primitivas que, con el tiempo, fueron exterminadas.
Ahora bien, las formas económicas que empeza-
ron a introducir los españoles operaron, de hecho,
como una feudalización específica; con el siguiente
agravante: que se iniciaba, al mismo tiempo, la su-
bordinación de unas tierras lejanas a la explota-
ción de la metrópoli europea, con todo lo que ello
iba a significar de destrucción permanente (e inclu-
so de esterilización de los gérmenes) de una racio-
nalidad social, política y económica peculiares, pro-
pias.
Argentina desarrolló una economía agropecuaria
que hoy aún sigue siendo lo fundamental de su ac-

176
tividad productiva (aun cuando existen, por supues-
to, importantísimos núcleos de industrialización
—«demasiados»—, al decir del gusto de algunos mi-
litares de ultraderecha que sueñan con retornar a
una economía exclusivamente pastoril (1), lo que
prueba que reacción e incultura andan casi siempre
juntas).
La formación económica argentina se basó, pues,
en la producción agrícola y en la ganadería: en la
exportación de maíz, de trigo, de carnes y de cueros.
Lo más importante que es preciso tomar en consi-
deración es que esas exportaciones estructuran una
~¿onomía complementaria de las sucesivas poten-
cias imperialistas que dominan el capitalismo agra-
rio de aquellas pampas.
Así, pues, mientras en los países europeos en los
que se llega tarde y débilmente a la formación ca-
pitalista, las burguesías nacientes tienen que enfren-
tarse con los problemas de los fuertes residuos feu-
dales a la hora de organizar la producción y el mer-
cado interior, en Argentina, la racionalidad económi-
ca y política de tipo capitalista-liberal choca no
sólo con esas dificultades, sino asimismo (y a menu-
do sobre todo) con la complejísima problemática
de encontrarse en un país oficialmente constituido
como independiente, pero, que, de hecho, es una
zona económica dependiente de un país europeo (y
de Estados Unidos, después), un enclave.
La vida política en países como Argentina (lue-
go estudiaremos Brasil) está disgregada durante dé-
cadas y décadas, no sólo como un efecto de esa de-
pendencia económica del exterior, sino también por
la propia composición social del país: se trata de

(1) Esta o p i n i ó n en s í n t e s i s sobre la actualidad me la


da un d i p l o m á t i c o francés, que retorna de una larga estan-
cia en aquel p a í s , el mes de abril de 1977.

177
12. FASCISMO Y MILITARISMO
una sociedad de reciente y fluctuante formación,
debida a periódicas oleadas migratorias asimismo de-
sarticuladas (españoles, italianos, etc.), y cuya de-
sarticulación perdura porque la mayoría de esos
emigrantes continúan pensando en sus países de ori-
gen como su patria verdadera a la que (al menos
como proyecto psicológico permanente) se quiere
regresar. En principio (pero un «principio» que no
podemos limitar sólo al siglo xix, sino hasta después
de la Segunda Guerra Mundial), los países del
«Nuevo Mundo» como Argentina son «tierras de na-
die» («No man's land»), a las que todo el mundo se
orienta y en las que la mayoría permanece (duran-
te la primera generación, al menos) con la exclusi-
va preocupación de someterlas a la mayor explota-
ción posible, en provecho estrictamente personal,
esto es, sin que se tenga el menor proyecto de pro-
ducir mejoras en la sociedad en la que se vive (¿para
qué, si el plan fundamental es regresar a la tierra
que les vio nacer, o a la de los padres... a «la madre
patria» como repiten tantos latinoamericanos gene-
ración tras generación...?).

1. — De los militares terratenientes a los militares in-


dustriales (pasando por la oligarquía)

Otro signo de la peculiar feudalización de las tie-


rras argentinas, lo vemos en la primera etapa de
la constitución de la clase económicamente domi-
nante.
Por supuesto, las tierras pertenecieron primero
al Estado monárquico español, y después al Esta-
do de la oligarquía argentina (aunque, bien enten-
dido, aquellos territorios «pertenecían», en verdad,
a los indígenas que vivían en ellos). Precisamente un

178
sector de los grandes terratenientes se forma a par-
tir del despojo de las tierras «liberadas de los in-
dios». En efecto, los militares que se dedicaron a
exterminar los indígenas —como los guerreros me-
dievales que en España se dedicaron a expulsar los
árabes, y de ahí que los grandes latifundios se en-
cuentran en Castilla, Andalucía...— recibieron como
recompensas inmensos lotes de tierras: los jefes,
8.000 hectáreas, los capitanes, 2.500 y los simples
soldados 100. Muchas de estas tierras, sin embargo,
acabaron pasando a manos de la oligarquía.
Las clases económicamente dominantes argenti-
nas se subdividen, en principio, en el sector de ga-
naderos y en el de industriales. Ahora bien, cada
una de esas categorías clasistas se encuentran aún
subdivididas: entre los ganaderos hemos de distin-
guir a los «criadores» (que son los verdaderos ga-
naderos) y los «invernadores», que son los nego-
ciantes que se dedican a vender directamente las
carnes a las redes frigoríficas, y que es el núcleo
dominante; y entre los industriales, se diferencian
los que están ligados a la industria ligera, los que
se hallan en un proceso de gradual articulación con
los capitales extranjeros y, en fin, los militares in-
dustriales, de los que en especial trato después.
Sin embargo, todas esas denominaciones clasis-
tas no deben entenderse al estilo europeo, literal-
mente, propias de países centrales (1). Existe una
profunda razón en contra de ello: esas fracciones
de la clase dominante tienen poder por delegación,
esto es, en gran parte son burguesías delegadas de
unas u otras burguesías imperialistas. Decía con

(1) E n los textos económico-políticos europeos, tam-


bién definimos como p a í s e s centrales a las sociedades de
alto desarrollo industrial, de la misma manera que ha-
blamos de naciones periféricas, cuando aludimos a las for-
maciones sub-desarrolladas y semi-industrializadas.

179
enorme sinceridad un documento oficial argentino
de 1940: «La vida económica del país gira alrededor
de una gran rueda maestra que es el comercio ex-
portador. Nosotros no estamos en condiciones de
reemplazar esa rueda maestra...» (1).
Como ese mismo documento decía, los burgueses
argentinos tenían, no obstante, que poner en fun-
cionamiento algunas «ruedas menores» que permi-
tiesen la generalización de un cierto nivel de vida.
Con ese objetivo, a medida que pasaba el tiempo se
fue poniendo de relieve la dificultad de armonizar
los intereses de esos sectores diversos, llegando a
verdaderos enfrentamientos entre los ganaderos que
simplemente pretendían que Argentina se limitara a
una organización económica agropecuaria exporta-
dora, los partidarios de una industrialización autó-
noma y los que prefieren ser representantes de le-
janas metrópolis, de Londres a Washington. No será
fácil encontrar soluciones políticas que formen un
bloque de poder estable.
No será fácil a pesar de que, un sector de la oli-
garquía, los militares, además de su indudable po-
der fáctico engloba gradualmente un poder econó-
mico cada vez más determinante de la estructura-
ción argentina: es decir, en principio, los militares
van a tener cada vez más en sus manos la posibi-
lidad de configurar uno u otro sistema político.
Apuntaba al empezar este apartado que los mili-
tares se entroncan en la oligarquía por la vía de sus
propiedades latifundistas. Todavía es más impor-
tante subrayar cómo el verdadero poderío indus-
trial argentino va concentrándose en manos de los
representantes de las fuerzas armadas. Éste tam-
il) «El Plan de Reactivación económica ante el Hono-
rable Senado», Ministerio de Hacienda, Buenos Aires,
1940, p. 156.

180
bien es un rasgo específico de la estructuración eco-
nómico-política argentina (especificidad que encon-
traremos asimismo en Brasil) y que no se dio en
las sociedades europeas que aquí estudiamos (aun-
que sí se da, en parte, después, hacia los años 1960-
1970... con el desarrollo ampliado del capitalismo
monopolista de Estado y la vinculación de las in-
dustrias de punta a las «necesidades» de tipo es-
tratégico).
Las fuerzas armadas argentinas crean las prime-
ras fábricas militares en 1923. No se vea en este im-
pulso una clara vocación progresista industrial, sino
simplemente un cálculo para asegurarse de mane-
ra independiente el aprovisionamiento de produc-
tos clave para la defensa nacional. La tendencia
va creciendo: en 1935 fundan la primera acería;
en 1936, la fábrica de municiones de artillería; en
1941 ya crean un organismo que coordina las dife-
rentes empresas: La «Dirección General de Fabri-
caciones Militares» (DGFM); en 1947, en Córdoba,
los militares fabrican el primer avión argentino a
reacción (el «Pulqui»); en 1946-1947, dos Planes (el
del teniente coronel Julio A. Sanguinetti, y el del
general Savio) coordinan la producción para fines
estrictamente militares con la producción destina-
da a la sociedad civil.
El peronismo se encuentra, en gran parte, condi-
cionado por esa tendencia militar-industrial, ten-
dencia que no cesará de desarrollarse en los años
sucesivos. En la actualidad, las «Fabricaciones mi-
litares» constituyen uno de los principales grupos
industriales argentinos. Los militares no se ocupan
sólo de la dirección «desde las alturas», sino que se
ocupan de la gestión directa de las empresas: tam-
bién poseen fuertes participaciones en sociedades
mixtas, de capitales privados «nacionales» y extran-

m
jeros (1). Y por supuesto controlan las empresas
características de cualquier Estado moderno, como
telecomunicaciones, transportes, etc. Más: del tiem-
po del peronismo, los militares conservan una serie
de empresas de las que preferirían deshacerse. La
demagogia peronista nacionalizaba industrias —o
simplemente compraba empresas deficitarias— que,
de hecho, son un engorro para el Estado: por su
escasa rentabilidad, por la conflictividad social con
la que tienen que enfrentarse directamente, y por
el conjunto disparatado de actividades empresaria-
les que han de coordinar. Alain Rouquié, uno de los
más brillantes sociólogos franceses que se dedican
a investigar en latitudes latinoamericanas, me de-
cía hace poco, de regreso de un viaje a Brasil y
Argentina, que la situación en este último país es
un verdadero «quilombo» (2), muy difícil de arre-
glar, y en lo que se refiere al tema que tocamos en
estas líneas me hacía observar que el Estado ar-
gentino controla empresas tan dispares como una
fábrica de galletas, una de zapatos, unas bodegas...
En suma, en las clases económicamente domi-
nantes se concreta, a medida que avanzamos hacia
la actualidad, el núcleo de la gran burguesía finan-

(1) Los militares argentinos tienen el 50 % de capital


de P e t r o q u í m i c a General Mosconi, el 42 % de Carboquími-
ca Argentina, el 20 % de Atanor (materias primas para la
industria del plástico), 17 % de P e t r o q u í m i c a Bahía Blan-
ca, 76 % de Hierro Patagónico (minas) y 67 % de Aceros
Ohler (aceros especiales).
(2) En Argentina, «quilombo» significa «lío», «follón».
Alain R o u q u i é me h a b l ó , sobre todo, de la gravísima si-
t u a c i ó n e c o n ó m i c o - s o c i a l por la que pasa aquel país, y
acerca de las enormes dificultades que todavía se plantea-
rán. Cuando este libro m í o se encuentra en período de
i m p r e s i ó n , Alam R o u q u i é publica una obra importante:
«Pouvoir militaire et s o c i é t é pohtique en République Ar-
gentine», Presses de la Fondation Nationale des Sciences
Politiques, París 1978.

182
ciera y comercial (Bancos de negocios y grandes em-
presas frigoríficas), cuya fuerza le viene asimismo
de su estrecha asociación con el capital extranjero.
Antes de entrar en el análisis de los papeles po-
líticos jugados en cada etapa histórica por cada una
de esas fracciones de las clases dominantes, es ne-
cesario que nos preguntemos acerca de las causas
que llevan a esas burguesías a una dependencia en
cada fase más acentuada respecto al imperialismo.
Es muy importante tratar de deslindar las líneas
fundamentales de la causalidad interna de las de la
causalidad exterior. Porque también hemos de re-
chazar toda «creencia» en una especie de fatalidad
global determinada por la condición de países co-
lonizados que tuvieron, desde «siempre», Argentina
y Brasil. En la misma América Latina encontramos
otros muchos ejemplos de sociedades que partie-
ron de esa situación colonial, y que, no obstante,
han llegado a situaciones bastantes distintas a las
argentino-brasileñas.

1.1. — De nuevo, una clase inerte

La causalidad interna es primordial y principal


en la formación de las problemáticas económicas,
ideológicas y políticas de las sociedades que estudio
en este libro. Y una de las realidades centrales de
sus orígenes se halla, como vengo sugiriendo desde
la introducción, en lo que conceptúo como clases
inertes.
En el libro de Geze y de Labrousse (1) volvemos
a encontrar una descripción de la clase dominante
argentina que corresponde a mi propio análisis de

(1) F. Geze y A. Labrousse: «Argentine, r é v o l u t i o n et


contrerévolutions», op., cit., p. 143.

183
la cuestión: «Aunque la parte del PIB correspon-
diente al capital pasa del 40 % en 1945-1949 a 60 %
en 1970, gracias a un agravamiento de la explotación
de los trabajadores, la parte consagrada a las in-
versiones permanece prácticamente constante: alre-
dedor de un 20 o, del cual la mitad se dedica a la
0/

construcción y un cuarto sólo a la adquisición de


máquinas y de equipos industriales. Eso significa
simplemente que la burguesía rehusa acumular, con-
sagrando una parte creciente de la renta nacional
a su propio consumo y a las transferencias al exte-
rior.» (Es SV quien subraya.)
Esas «razones» de fondo corresponden también,
aunque en otra medida, a la clase económicamen-
te dominante española. Ahí encontramos una de
las causas originarias de la creciente subordinación
al imperialismo. Esa irresponsabilidad se agrava en
el caso de la burguesía argentina, dados los enor-
mes recursos naturales que posee aquel país: agro-
pecuarios, sin duda, pero también se encuentra en
aquellas tierras una de las más importantes rique-
zas mineras del mundo. Un ejemplo global, senci-
llo, acerca de la brutalidad explotadora, y al propio
tiempo inerte explotación practicada por las clases
dominantes en Argentina: mientras tiene una su-
perficie cinco veces superior (2.876.789 km ) a la de
2

Francia, tiene la mitad de la población (25 millones


de habitantes), cuya renta per cápita es asimismo
la mitad aproximadamente (1.350 f) de la de los
franceses.
El subdesarrollo, pues, es un efecto de la con-
tinuidad del neo-colonialismo: el practicado por las
burguesías delegadas en combinación con las bur-
guesías imperialistas.

184
1.2.— La penetración de los capitales extranjeros
Como empezaba a sugerir en la primera parte,
la penetración del capital inglés se va acentuando
a lo largo del siglo xix. El imperialismo británico
fue el primer imperialismo del mundo, al menos has-
ta la Primera Guerra Mundial. Argentina era el país
que mayor número de inversiones británicas acu-
mulaba en América Latina: esas inversiones con-
trolaban Bancos, compañías de seguros, el trans-
porte y el comercio exterior. La complementariedad
entre las dos economías se establecía, por una par-
te, en el envío de productos alimenticios argenti-
nos y, por la otra, en la exportación de equipos in-
dustriales.
El capital yanqui inicia su fuerte penetración a
través de los sistemas frigoríficos, pero hasta el
año 1920 no existe un gran enfrentamiento entre los
dos imperialismos. A partir de esa fecha, los cho-
ques van teniendo lugar sobre todo en el terreno
petrolero, entre la Royal Dutch Shell (compañía in-
glesa) y la Standard Oil (norteamericana).
La concurrencia con los ingleses va manifestán-
dose en otros renglones. En 1922, la Ford, y en 1925,
la General Motors, se instalan en Argentina. A los
frigoríficos, a los automóviles y al petróleo, se aña-
den el cemento y los productos farmacéuticos. La
ITT hace también su aparición. Diez años después
(1920-1930), las inversiones de capitales norteame-
ricanos empiezan a superar las inversiones de ca-
pitales británicos. Además, las importaciones de mer-
cancías estadounidenses aumentan constantemente.
De manera global, alrededor de otra década des-
pués el imperialismo ya domina todo el proceso de
industrialización. Citando a Adolfo Dorfman (1), Mi-

(1) A. Dorfman: «La e v o l u c i ó n industrial argentina»,


Buenos Aires, 1938, p. 259.

U5
guel Murmis y Juan Carlos Portantiero lo señalan
con toda claridad: «En 1938 más del 50 % del ca-
pital total de la industria estaba en manos de empre-
sas extranjeras. "Esos capitales dominan en forma
monopolista varias ramas de la actividad indus-
trial del país como, por ejemplo, frigoríficos, fábri-
cas eléctricas, compañías de gas, cemento, armado
de automotores, elaboración de artículos de caucho,
seda artificial y otros, ejerciendo una influencia de
peso en algunas otras como tabaco, petróleo, fabri-
cación de conductores eléctricos, de aparatos para
radiotelefonía, productos farmacéuticos, galvaniza-
ción de chapas de hierro, ascensores, etc."» (1).
Ese control de la estructura industrial iba a sig-
nificar —y significa hoy con toda contundencia— que
la industrialización jamás iría más allá de lo que
quisiera el capital extranjero. Eso es, el imperialis-
mo no dejaría que se constituyera una industria que
pudiera resultar competitiva internacionalmente. De
ahí que la industrialización en los países subdesarro-
llados no sea más que una industrialización limita-
da, restrictiva, como dice Fernando Henrique Cardo-
so (2), monstruosamente truncada.
El control del capital extranjero sobre la econo-
mía argentina disminuyó durante el peronismo. Ya
he empezado a sugerirlo, el peronismo desarrolló
una política de nacionalizaciones (y esto es lo que
hace tan difícil el análisis del caso argentino, que
junto a una demagogia para-derechista, Perón intro-
ducía elementos económico-políticos de tipo antiim-
perialista y por ende aparentemente para-izquier-

(1) M. Murmis y J. C. Portantiero: « E s t u d i o s sobre


los o r í g e n e s del p e r o n i s m o / 1 » , Siglo X X I Argentina Edito-
res, S. A., Buenos Aires, 1974, p. 50-51.
(2) F. H. Cardoso: «Politique et d é v e l o p p e m e n t dans
les s o c i é t é s dépendantes», Editions Anthropos, París, 1971,
p. 155.

186
dista). Pero a la larga, la tendencia de la penetra-
ción de capitales extranjeros fue acentuándose hasta
determinar no sólo la vida económica argentina,
sino también las crisis y los relativos cambios polí-
ticos que han ido sucediéndose durante las últimas
décadas.
Con todo, en el sector dominante de un fenóme-
no (sea económico, ideológico o político), aún he-
mos de distinguir el elemento que hace oscilar en
un sentido o en otro tal o cual proceso histórico.
En un nivel como en el económico (capitalista) en
donde es de «ley» que venzan los fuertes, o los de
más peso, o los de más poder de concurrencia, tam-
bién resulta «lógico» que los intereses petroleros pre-
valezcan a menudo. En el caso argentino está claro
(mucho más lo está en otras latitudes), puesto que
también en el subsuelo de aquellas pampas y sus
contornos existen ricas corrientes petrolíferas. Esa
imbricación entre economía y crisis política, entre
intereses imperialistas y caídas de unos u otros
gobernantes, la observa con lucidez Eduardo Ga-
leano: «Los acuerdos de cartel no han impedido
que la Shell y la Standard disputaran el petróleo
de este país por medios a veces violentos: hay una
serie de elocuentes coincidencias en los golpes de
Estado que se han sucedido a lo largo de los últi-
mos cuarenta años. El Congreso argentino se dis-
ponía a votar la ley de nacionalización del petró-
leo, el 6 de septiembre de 1930, cuando el caudillo
nacionalista Hipólito Yrigoyen fue derribado de la
presidencia del país por el cuartelazo de José Fé-
lix Uriburu. El Gobierno de Ramón Castillo cayó
en junio de 1943 cuando tenía a la firma un con-
venio que promovía la extracción del petróleo por
los capitales norteamericanos. En septiembre de
1955, Juan Domingo Perón marchó al exilio cuan-
do el Congreso estaba por aprobar la concesión

187
a la California Oil Co. Arturo Frondizi desenca-
denó varias y muy agudas crisis militares, en las
tres armas, al anunciar el llamado a licitación que
ofrecía todo el subsuelo del país a las empresas
interesadas en extraer petróleo: en agosto de 1959
la licitación fue declarada desierta. Resucitó en se-
guida y en octubre de 1960 quedó sin efecto. Fron-
dizi realizó varias concesiones en beneficio de las
empresas norteamericanas del cártel, y los intere-
ses británicos —decisivos en la Marina y en el sec-
tor "colorado" del ejército— no fueron ajenos a
su caída en marzo de 1962. Arturo Illía anuló las
concesiones y fue derribado en 1966; al año si-
guiente, Juan Carlos Onganía promulgó una ley
de hidrocarburos que favorecía los intereses nor-
teamericanos en la pugna interna.» (1).
Naturalmente, no fueron sólo los intereses pe-
troleros contrapuestos los que provocaron las cri-
sis como podría deducirse de manera simplista de
la lectura de los párrafos de Galeano; otras diná-
micas clasistas, económico-políticas, y a veces «pu-
ramente» ideológicas (como el conflicto de Perón
con la Iglesia), contribuyeron a poner en marcha los
mecanismos de las sustituciones gubernamentales.
Pero como indicaba más atrás, el petróleo jugó, sin
duda, papeles determinantes.
La penetración de capitales extranjeros, como
ocurre en otras latitudes, entre ellas las de España,
son acogidas demasiado «alegremente» no sólo por
las clases dominantes (lo cual entra dentro de su
«lógica» irresponsable) sino a veces también por al-
gunos partidos aparentemente representativos de
las clases explotadas. A corto plazo, la inversión ex-
tranjera produce efectos estimulantes en cualquier

(1) E. Galeano: «Las venas abiertas de A m é r i c a Lati-


na», op., cit., p. 252.

188
economía nacional; pero a la larga, la inversión ex-
tranjera significa la ruina paulatina de los pueblos;
la inversión extranjera se lleva 5, 10, 20 dólares de
beneficio, etc., por cada dólar que invierte; uno de
los objetivos de la inversión extranjera es contro-
lar los aspectos clave de un mercado interior; pero
si las cosas le van mal (por ejemplo, un cambio po-
lítico que vaya contra sus intereses, una llegada de
la izquierda al poder), el imperialismo que domi-
na tal o cual formación económica nacional puede
desbaratar los niveles fundamentales del mercado
interior, y seguidamente provocar los efectos de
permanente equilibrio catastrófico entre las clases
sociales, con el acompañamiento de sucesivas espi-
rales de terrorismo y represión.
Es la fenomenología que se dibuja con rasgos
cada vez más sangrientos en el panorama argenti-
no, a medida que avanzamos hacia la actualidad.
Esa fenomenología se expande a medida que se
acentúa la dominación imperialista. Durante la eta-
pa de Frondizi, el capital monopolista internacional
extiende su control de la economía argentina. El
Gobierno de Illía sigue por el mismo camino. En
1964, el capital extranjero (1) controla el 95 % de
la producción de neumáticos, el 88 % de la pro-
ducción de tractores, el 86 % de la producción de
otros vehículos y automóviles, el 78 % de la petro-
química y el 72 % de las fibras sintéticas. El general
Onganía sigue inclinando la posición pro-imperia-
lista de la gran burguesía argentina. El ministro de
economía de ese primer dictador militar, netamen-
te reconocido como tal, es Adalbert Krieger Vase-
na, hombre de paja del imperialismo americano,

(1) Entre 1958 y 1964, las inversiones de origen nor-


teamericano ya controlan el 70 % de todas las inversiones
extranjeras.

189
uno de los nombres «más apreciados de las socieda-
des de negocios en Argentina» (1). Mientras en 1957,
de las 100 primeras empresas argentinas, sólo 14 se
hallaban en posesión extranjera, en 1966 ya son 50 y
tres años después el capital internacional controla
59 de esas grandes empresas.
En el segundo período del peronismo (1973-1976)
y en la segunda etapa de dictadura militar, la misma
tendencia se acentúa aunque existe el proyecto de re-
negociar las condiciones de la subordinación. Eso en
el supuesto no del todo probable que a la oligar-
quía económico-militar le quede algo que negociar.
Y ése es a veces el trágico fin de las clases inertes,
que se subordinan tanto al imperialismo que acaban
controlando muy relativa y sobre todo militarmen-
te un país en el que resulta imposible vivir dada la
permanente e hipertrofiada conflictividad social: y
en ese caso, el imperialismo cambia de chaqueta y
se inclina por dar vía libre a un Gobierno democrá-
tico capaz de organizar un consensus que facilite
la continuidad de la producción económica.
No obstante, por el momento perdura la alianza
entre clases dominantes interiores y exteriores. Esa
alianza queda personificada, hoy, en el ministro de
economía de la Junta Militar de Videla, José Martí-
nez de Hoz, gran propietario terrateniente asociado
a diversas empresas multinacionales. Ahora bien, esa
«alianza» presenta varios flancos débiles. Uno, inter-
no: se ha puesto de relieve en las críticas a la si-
tuación hechas por representantes de otros impor-
tantes sectores burgueses como es Rogelio Frigerio;
en las supuestas implicaciones de la familia de fi-
nancieros Graiver (2), acusados por Videla de ayu-
(1) Rogelio García Lupo: «Mercenarios y monopolios
en la Argentina de Onganía a Lanusse.» 1966-1971. E d . Acha-
val Solo, Buenos Aires, 1972, p. 79.
(2) Este asunto muestra las graves contradicciones in-

190
dar económicamente a la guerrilla. Otro, externo:
la readaptación del papel de Argentina en los pla-
nes imperialistas para el sub-continente; es decir,
el imperialismo piensa establecer una nueva divi-
sión del trabajo en América Latina: en la distribu-
ción, a Brasil le tocaría el papel industrial, y a Ar-
gentina el tradicional «rôle» agropecuario. Este pro-
yecto provoca nuevas contradicciones en el seno de
las clases dominantes argentinas.
En todo caso, hasta la actualidad, en la sociedad
argentina se da lo que se viene dando desde hace al
menos veinte años: superexplotación de los traba-
jadores acompañada del funcionamiento cada vez
más monstruoso del aparato represivo.

2. — El proceso político-militar

El estudio del caso argentino nos permite poner


a prueba muy especial los análisis históricos de lar-
ga duración, así como afirmarnos en la crítica de
la «validez» —entre escasa y nula— de las consi-
deraciones históricas limitadas a lo que sucede du-
rante cortas etapas. Dicho con otras palabras: lo
que más nos interesa analizar en una sociedad es
el conjunto de hechos económicos, ideológicos y
políticos que forman constantes o que las de-
forman, dentro de un movimiento orgánico global
que constituye estructuras decisivas, esto es: que ya
no cambian ni siquiera bajo la presión de aconte-

ternas de las clases dominantes argentinas en la actual eta-


pa, porque pocos días d e s p u é s , el propio general Lanus-
se, dictador-presidente de la R e p ú b l i c a de 1970 a 1973, es
arrestado porque la prensa de extrema derecha establece
lazos entre el antiguo jefe del Estado y el banquero Grai-
ver (Cfr. «Le Monde», 6 de mayo de 1977).

191
cimientos coyunturales, por muy espectaculares que
sean. (A corto plazo, limitada a sus primeros años,
la valoración del peronismo parece ofrecer resulta-
dos positivos. Pero si se observa en un análisis de
larga duración, nos damos perfecta cuenta de que
el peronismo es un derivado y que, además, el caos
argentino de hoy estaba contenido en germen en los
años 1945-1955.)
Al adentrarnos en el estudio del proceso políti-
co-militar argentino podemos observar más concre-
tamente las anteriores consideraciones teóricas.
Cuando los investigadores empiezan a dedicar su
atención a Argentina, primordialmente concentran
su mirada en el peronismo: yo mismo he seguido
esa orientación y por supuesto no sin múltiples ra-
zones: el peronismo, como veremos más adelante,
es uno de los fenómenos más complejos y más «exi-
tosos» de alienación ideológica del proletariado.
Ahora bien, el peronismo no es más que un ex-
traordinario disfraz político que oculta o al menos
disimula una realidad profunda, la que verdadera-
mente detenta el poder constantemente, incluso
cuando Perón exhibe sus mejores cualidades como
actor-demagogo: es el militarismo, la élite de gene-
rales y coroneles ligados a la oligarquía económica
quienes, realmente, son responsables de la constan-
te dictatorial en Argentina. La estructuración de
la dictadura militar es una constante compleja (com-
pleja porque aparece y finge desaparecer de vez
en cuando), en tanto que el peronismo es, relativa-
mente, una formación «accidental» (ciertamente asi-
mismo compleja, de larga duración y de efectos alie-
nantes retardados). La tendencia a la dictadura mi-
litar empieza a perfilarse en 1930 (golpe de Estado
del general Uriburu), es decir, trece años antes de
que empiecen a formarse las corrientes peronistas,
y la tendencia militarista se acentúa a medida que

192
avanzamos hacia la actualidad. Los militares son los
que deciden cuándo el «populismo» ha de ocupar
una parcela espectacular de poder y cuándo ha de
abandonarlo. Es más: no hemos de olvidar nunca
que el papel populista principal lo creó y lo desem-
peñó también un militar: el propio Perón.
Con todo, es muy importante señalar que los
militares argentinos se sintieron atraídos por la
ideología fascista. Así, pues, veamos en primer lu-
gar cuáles son las relaciones que establecieron con
el mussolinismo y el hitlerismo.

2.1. — Los militares: desde y hasta Perón

Perón participa muy activamente en tareas re-


presivas desde su primera época como teniente. Du-
rante los sucesos de la semana del 7 al 14 de octu-
bre de 1919, Perón manda unas tropas que ametra-
llan a los obreros de los talleres metalúrgicos Pe-
dro Vasena. Es la «semana trágica^ argentina.
Como recuerda el lector, ésas no son las prime-
ras tareas represivas de las fuerzas armadas argen-
tinas, puesto que ya tuvieron un amplio «entrena-
miento» durante las matanzas de los indígenas de
aquellas tierras. Existe, pues, desde los primeros
tiempos «una preparación» para poder llevar a cabo
la «guerra interna».
En 1930, Perón también participa, aunque, dada
su graduación militar, de una manera muy secun-
daria, en el golpe de Estado (7 de septiembre de
1930) con el que los generales Uriburu y Justo de-
rriban el Gobierno de Hipólito Yrigoyen. Uriburu,
militar influenciado por los textos de Mussoli-
ni, es un miembro de la más vieja oligarquía
que muestra claras propensiones a establecer re-

193
13. FASCISMO Y MILITARISMO
laciones con los representantes de los intereses im-
perialistas. En este sentido, el escritor argentino
David Viñas, al enumerar los componentes que fa-
cilitan la maniobra del golpe señala «la insólita y
potente campaña periodística —al estilo Hearst—
lanzada por "Crítica", de Natalio Botana, estrecha-
mente vinculado al general Justo y a los intereses
petroleros norteamericanos, principales anuncian-
tes del diario, que venía trazando un circuito expan-
sivo en conexión con la progresiva penetración del
capital yanqui» (1).
Así empieza la llamada «década infame», que, de
hecho, no sería más que la primera de una larga se-
rie que dura hasta hoy.
Perón también había recibido fuertes influencias
del fascismo italiano. Exactamente en 1938, el ejér-
cito le envió en misión a Europa y pasó una larga
estancia en Italia, en donde se sintió profundamen-
te atraído por el sistema económico-político que se
había establecido; esa fascinación por el fascismo
Perón seguía demostrándola treinta años después,
como puso de relieve en una larga entrevista reali-
zada en Madrid durante el mes de enero de 1969:
«Era el primer socialismo nacional que aparecía en
el mundo. No quiero juzgar los medios empleados
para aplicarlo, que han podido ser defectuosos.
Pero la cosa importante es la siguiente: un mundo
ya dividido entre imperialismos ya inestables, y uno
que declara: "No, nosotros no estamos ni con unos
ni con otros; nosotros somos socialistas, pero so-
cialistas nacionales." Era una tercera vía —sigue di-
ciendo Perón— entre el socialismo soviético y el ca-

(1) D. Viñas: «Argentina: Ejército y Oligarquía», Cua-


dernos de la revista Casa de las A m é r i c a s , La Habana,
1967, p. 25.

194
italismo yanki. Para mí, esta experiencia tenía un
gran valor histórico» (1).
Lo que vale la pena subrayar en esas declaracio-
nes es no sólo su permanencia a-crítica, sino el re-
chazo en entrar en consideraciones críticas respecto
al fascismo. Ello nos permite sostener la tesis si-
guiente: probablemente lo peor de los demagogos es
que acaban creyéndose sus propias mentiras. Treinta
años después, Perón seguía considerando al fas-
cismo según la primera autodenominación musso-
liniana: «socialismo nacional»; es decir, el «caudi-
llo» sudamericano todavía no se había enterado que
el fascismo, considerado desde el punto de vista eco-
nómico, no fue más que un capitalismo ultra-autori-
tario, xenófobo y racista. En esas líneas peronistas
se observa, además, la utopía pequeño-burguesa de
la «tercera vía».
Durante esa primera «década infame» también
comienza a bosquejarse una tendencia que se con-
cretará cada día más: el enfrentamiento entre relati-
vamente diferentes sectores de militares. Perón se
integraría asimismo en uno de esos sectores, al tiem-
po que empezaba a organizar su propio núcleo de in-
fluencia. En efecto, a su regreso a Argentina se de-
dicó a difundir la ideología fascista en aquellas lati-
tudes; entre los generales no fue muy bien recibido,
pero sí entre algunos oficiales más jóvenes, con unos
cuantos de los cuales creó una organización secreta,
el GOU («Grupo de Oficiales Unidos») (2).
En 1943, el ya coronel Perón, participa decidida-
mente, aunque manteniéndose en un segundo plano,

(1) Félix Luna: «El 45», Editorial Sudamericana, Bue-


nos Aires, 1973, p. 58.
(2) Perón también difundió entre esos oficiales las in-
fluencias p o l í t i c a s recibidas al pasar por la E s p a ñ a que em-
pezaba a ser franquista (al final de la guerra civil), por
Alemania y por Portugal.

195
en el golpe de Estado (4 de junio de 1943) de los ge-
nerales Rawson y Ramírez (1). De hecho, este golpe
militar está determinado por la ideología ultranacio-
nalista, germen primero, como hemos visto al estu-
diar el caso de Italia, de los fascismos. En la práctica
ello se demuestra porque el pronunciamiento se di-
rige fundamentalmente contra otro candidato a la
sustitución del Gobierno, el senador Patrón Costas,
muy ligado al imperialismo británico, lo que, dada
la Segunda Guerra Mundial, si él llegaba al poder,
iba a significar, además, una ruptura de relaciones
con los países del Eje. De manera más general, el
golpe de Estado también iba a significar la formación
de un Gobierno neutral respecto al conflicto inter-
imperialista, lo que en definitiva resultaría positivo
para los ingleses ya que iban a poder seguir comer-
ciando con los argentinos (los alemanes no ataca-
ron los barcos del único país latinoamericano que
de tal modo les demostraba ciertas simpatías).
Por una serie de contradicciones internas y acae-
cimientos diversos entre los militares, contradic-
ciones que se resolverán en favor de los generales
más nacionalistas y pro-fascistas, Perón irá acercán-
dose a las esferas superiores del Estado. En primer
lugar, el coronel Perón no será más que primer se-
cretario del ministerio de la Guerra, dirigido por el
general Edelmiro Farrell, quien ocupó el puesto de
vice-presidente al morir el almirante Saba Sueyro
el 11 de octubre de 1943. Pocos meses después, exac-
tamente el 25 de febrero de 1944, el general Ramí-
rez dimite, y por ello el general Farrell pasa a ser
presidente de la República. Siguiendo los sucesivos
ascensos de su jefe, Perón fue acumulando sectores

(1) Rawson fue el primer nuevo Presidente de la Re-


pública, pero como se d e c l a r ó pro-aliado, tuvo que dejar el
puesto al filo-fascista R a m í r e z .

196
de poder: secretario de Estado del Trabajo (desde
el 25 de octubre de 1943), ministro de la Guerra (4
de mayo de 1944) y vice-presidente de la República
(7 de junio de 1944).
Pero a pesar de que manifestó sin ambages su
condición de oportunista también a nivel interna-
cional (Perón contribuyó decisivamente a la ruptu-
ra de relaciones diplomáticas entre Argentina y Ale-
mania durante el mes de enero de 1944, esto es, cuan-
do ya se podía calcular quiénes iban a perder la gue-
rra) (1) los Estados Unidos no le perdonaron el papel
pro-nazi que había jugado hasta entonces. De esa
manera, el nuevo embajador yanki, Braden, se con-
virtió en la práctica en el jefe de la oposición al na-
ciente peronismo.
Sin embargo, su ascenso al poder supremo no fue
frenado por tales presiones imperialistas. En esa pri-
mera etapa de conquista del Estado, Perón fracasó a
causa de que se le descubrió un vicio, la tendencia a
la corrupción y al nepotismo, que luego practicaría a
sus anchas. Eva Duarte ya jugaba un papel muy influ-
yente junto a Perón, y nombró a un protegido suyo
en la dirección de los servicios de Correos y Tele-
comunicaciones. Un sector del Ejército de tierra y
la marina consideraron ese hecho intolerable, y el
10 de octubre de 1945 Perón tuvo que dimitir. Ese
síntoma de la corrupción peronista no era, sin em-
bargo, más que la gota de agua que hacía rebosar en
aquel momento la presión que los sectores más reac-
cionarios de la oligarquía estaban acumulando con-
tra la política social de Perón. Porque la habilidad
de Perón había consistido, desde los primeros años,
en apoyarse políticamente no sólo en sus compañe-
ros de armas, sino también en la clase obrera, ante

(1) Aún m á s oportunismo, Perón d e c l a r ó la guerra a


Alemania y a J a p ó n el 27 de marzo de 1945.

197
la cual sabía presentarse como un dirigente pro-
gresista.
Pero no sólo sabía «presentarse» sino que, ade-
más (y ello prueba que Perón era un hábil manio-
brero), hacía concesiones y reformas que realmente
favorecían a corto plazo los intereses de los traba-
jadores. En algunos casos, las reformas que intro-
ducía Perón significaban una racionalización moder-
nizadora del sistema capitalista específico imperante
en aquellas pampas, esto es: un capitalismo en el
que subsistían estructuras y relaciones parecidas a
las del feudalismo. Con Perón, los jornaleros agríco-
las consiguen reglamentar sus condiciones de trabajo
así como un salario mínimo: el precio del arrenda-
miento de las tierras baja, se establecen las vacacio-
nes pagadas y se extienden los subsidios del retiro
a dos millones de trabajadores. El 30 de octubre
de 1944 fue decretado un aumento general de sa-
larios. En suma, que Perón había sabido conquis-
tarse el apoyo de los trabajadores. Por ello, cuando
los militares ultras le obligan a dimitir, Perón sabe
hacer la maniobra definitiva que va a consagrarle
como una especie de «padrecito» de las clases explo-
tadas. Perón pide autorización para dirigir un men-
saje de despedida al pueblo; su éxito es enorme por-
que utiliza frases de auténtico tinte revolucionario;
los militares, sintiéndose burlados, lo detienen y lo
destierran a la isla de Martín García.
Pero ése no sería más que un mal paso que acaba-
ría redundando rápidamente en favor de la masi-
va consolidación del peronismo.
En efecto, Perón tuvo la habilidad de combinar
sus reformas progresistas, con la represión apli-
cada a los auténticos dirigentes obreros (entre ellos
los comunistas) y con la infiltración de hombres de
su confianza en puestos directivos de los sindica-
tos. Uno de esos nombres, el coronel Mercante, que

198
controlaba el sindicato de ferroviarios, fue quien
convenció a los sindicatos CGT para que se hicie-
ra una huelga-manifestación de apoyo a Perón y
«contra el gobierno de la oligarquía». Evita asimismo
entró en contacto con los sindicalistas. Pero sin
duda alguna también se produjo un movimiento
espontáneo para sacar del destierro al demagogo.
Así, pues, el 17 de octubre de 1945 por la mañana,
una muchedumbre fue concentrándose frente al pa-
lacio del Gobierno, en la Plaza de Mayo. Por la tar-
de eran unas 200.000 personas gritando: «¡Perón!
¡Perón!»
La policía no intervino; los militares tampoco,
puesto que también se había demostrado que otros
sectores del ejército no se oponían a Perón. Aten-
diendo, pues, los deseos de esas masas, pusieron en
libertad a Perón, quien pronunció un discurso a
las 11 de la noche que sirvió para acabar de articu-
lar los lazos afectivos que le unían a aquellos tra-
bajadores considerados por el PC argentino —segu-
ramente confundiendo en exceso su propaganda con
un verdadero análisis sociológico—, como «delin-
cuentes reclutados por la policía y por los funcio-
narios de la secretaría del Trabajo» (1).
Con esa indudable base popular, el hijo de un
pequeño burgués (2), imbuido por una ideología
típicamente pequeño burguesa como el fascismo,
y apoyado por un sector determinante de las cla-
ses medias como son gran parte de los militares,
iba a intentar desarrollar un proceso «revoluciona-
rio» nacionalista y a su manera antiimperialista.

(1) «La Orientación» del 24 de octubre de 1945, s e g ú n


Abelardo Ramos en «La era del bonapartismo» (1943-1970),
Editorial Plus Ultra, Buenos Aires, 1972, p. 158.
(2) El padre de Perón tenía una p e q u e ñ a granja en la
Patagonia. P e r ó n e n t r ó en la academia militar a los 16
años.

199
El acceso al poder supremo Perón lo lleva a cabo
de manera pacífica y legal, a diferencia, como he-
mos visto, de la llegada al poder de Franco. Perón
conquista el poder por vía electoral, proceso que
muestra algún parecido a las formas de llegada al
poder de Mussolini e Hitler.
El Gobierno militar, a la vista de los aconteci-
mientos, convocó elecciones para el 24 de febrero
de 1946; Perón hizo inmediatamente acto de can-
didatura; la Iglesia le apoyó como nuevo «comba-
tiente cristiano» en contra de los radicales (que
proponían la escuela laica). Loss norteamericanos
siguieron atacándole. Braden, el antiguo embajador
en Buenos Aires que en ese momento había regre-
sado a Washington en donde ocupaba un puesto
en el Departamento de Estado, difundió un «Libro
azul» en el que denunciaba las relaciones de Perón
con los fascistas. Perón supo replicar creando un
"slogan" nacionalista que probablemente produjo
buenos efectos: « ¡Braden o Perón! » En fin, Perón
obtuvo 1.478.000 votos en contra del candidato ra-
dical (Tamborini) (1.212.300 votos).
De tal manera empezaba una década peronista
en la que se iba a impulsar una industrialización
acelerada contando fundamentalmente con la pe-
queña y mediana empresa, las «fábricas militares»
y las nacionalizaciones.

2.2. — El peronismo: un «fascismo» de efectos re-


tardados

Lo que sorprende al estudiar el peronismo es su


originalidad respecto a los fascismos europeos y
en relación al franquismo. Si empezamos haciendo
los análisis comparativos a nivel de dirigentes, ve-
mos que en Europa están claramente diferenciados

200
los dirigentes fascistas de los generales golpistas,
mientras que en Argentina las dos condiciones se
dan —aunque desfasadas en su tiempo biográfico—
en Perón: esto es, se trata de un coronel que se
convierte en político demagogo.
En segundo lugar —pero la fenomenología que
vamos a comparar a continuación todavía es más
importante que la anterior— las bases de apoyo de
unos y otros dirigentes-movimiento son distintas.
Tanto Mussolini como Hitler y Franco cuentan con
el apoyo del capital financiero y de los grandes pro-
pietarios terratenientes. O sea (y esto sólo en el caso
de Mussolini e Hitler) esos dirigentes saben hacer
dos cosas, simultáneamente: alienar ideológicamen-
te a los trabajadores, haciéndoles ver que van a
construir una «revolución nacional socialista» y de-
mostrar a la clase económicamente dominante que
todo eso no son sino exhibiciones político-teatrales
para mejor servir los intereses de la burguesía. Pe-
rón no consigue el apoyo del gran capital, a pesar
de que lo busca utilizando análogos argumentos a
los empleados por los fascistas europeos: «Hay que
saber dar el 30 % a tiempo a fin de no perderlo
todo en seguida —dice Perón en un discurso que
pronuncia el 25 de agosto de 1944 ante los miem-
bros de la Bolsa de comercio de Buenos Aires—.
Para evitar que las masas que se han beneficiado de
la justicia social no vayan más lejos en sus recla-
maciones, el primer remedio es organizar esas ma-
sas, formando organismos responsables (...). Se ha
dicho, señores, que yo era un enemigo de los ca-
pitalistas; pero si ustedes examinan con atención
lo que acabo de decir, ustedes no encontrarán de-
fensor de los capitalistas más decidido que yo, por-
que yo sé que la defensa de los intereses de los
hombres de negocios, de los industriales, de los co-

201
merciantes, es la defensa misma del Estado» (1).
El capital financiero tolera a Perón pero no le
apoya; Perón, por otra parte, se deja llevar por sus
demagogias pequeño-burguesas que acabarán en-
frentándole brutalmente con los intereses dominan-
tes. Pero cuando ese choque se produzca, él aban-
donará a los trabajadores dejándoles la grave alie-
nación de la ideología peronista que les impedirá
seguir combatiendo racionalmente las injusticias
gravísimas de aquel sistema capitalista. De ahí que
podríamos definir posiblemente el peronismo como
un «fascismo» de efectos retardados; pero aún ca-
ben otras definiciones si tenemos en cuenta las rea-
lizaciones que llevó a buen término y que, durante
una etapa relativamente corta, produjeron efectos
progresistas (y que luego podemos analizar como
efectos sólo aparentemente progresistas, lo que —y
ahí se demuestra la gravedad de la alienación— es-
tán lejos de ver los trabajadores argentinos de las
décadas que van a sucederse después de que Perón
sea expulsado del poder. Ellos no guardan en la me-
moria más que el hecho cierto de que con Perón
conquistaron un considerable nivel de vida, pero sin
analizar a fondo las bases reales y racionales, o no,
de ese progreso). Parece ser que tampoco se dan
cuenta de todo ello los jóvenes dirigentes peronistas
que, a su manera, quieren impulsar un movimiento
revolucionario.
La serie de grandes medidas económicas del Go-
bierno de Perón empieza con la creación del IAPI
(Instituto de Promoción y de Intercambio), que iba
a controlar el comercio exterior; la nacionalización
de los ferrocarriles (ingleses) (2) y de otras empre-

(1) Cfr. F. Geze y A. Labrousse: «Argentine, r é v o l u t i o n


et contre-révolutions», op., cit., p. 47.
(2) Para algunos, esta medida fue un acto favorable a

202
sas norteamericanas (por ejemplo, los teléfonos de
la ITT) y alemanas; la creación de una compañía
aérea, etc.
Por otra parte, Argentina poseía unas fuertes re-
servas económicas (1.425 millones de dólares, en di-
visas y reservas de oro). En pocas palabras, si se tra-
taba de consolidar una cierta independencia econó-
mica, Perón tenía las bases para desarrollar esa po-
lítica.
Los primeros resultados fueron altamente positi-
vos: una multiplicación de la producción en la in-
dustria textil, en la química, en los curtidos, en los
plásticos, en productos alimenticios, etc. Ahora bien,
este desarrollo se hizo sin ninguna planificación y
sin modernización tecnológica dado que, además,
como ya he sugerido antes, se trataba de promover
las pequeñas y medianas empresas. Esta expansión
productiva aseguró el pleno empleo y por ende un
cierto bienestar proletario generalizado.
Pero al observar otros sectores de la necesaria
estructuración progresiva argentina, observamos
enormes fallos de la política peronista; el principal,
a mi juicio, es no haber desarrollado la gran indus-
tria. La falta de verdadero impulso de una industria
básica iba a crearle y a exacerbarle dos problemas
fundamentales que se encuentran entre las causas
de su fracaso. Por un lado, la falta de una industria
pesada capaz de atender todas las necesidades del
mercado interior, obligó a los industriales a impor-

la independencia nacional; para otros, fue la ú l t i m a gran


e x p l o t a c i ó n imperialista británica, ya que los ferrocarriles
eran muy anticuados. El conjunto de material ferroviario
y t a m b i é n las locomotoras siguen siendo muy viejas en
1977. Al decir de algunos investigadores, los ferrocarriles
siguen a n t i c u a d í s i m o s porque los responsables se embol-
san los beneficios y los c r é d i t o s que se conceden... precisa-
mente para renovar el material.

203
tar bienes de equipo, lo que también creaba depen-
dencia del imperialismo. Por otra parte, Perón, al
no impulsar decisivamente la gran industria se ena-
jenó las relaciones amistosas que tenía con los otros
militares, que se sintieron traicionados en los pla-
nes de ampliación de sus fábricas.
Su industrialización Perón la hace no sólo con-
tando con la industria ligera sino con ligereza:
el «caudillo» argentino se guía por la superficiali-
dad, por los aparentes grandes éxitos, hasta tal pun-
to de que no le importa hacer funcionar la plancha
de billetes más allá de lo que autoriza una actitud
racional respecto a la situación material que funda-
menta la circulación de la moneda.
Otro sí: los cambios que Perón introduce afectan
muy poco el poder económico de las clases domi-
nantes, y cuando la oligarquía pone barreras al pe-
ronismo, haciendo verdaderos actos de sabotaje eco-
nómico (por ejemplo la oposición de los terratenien-
tes a la política de industrialización), el general-de-
magogo no sabe contrarrestarles ni establecer com-
promisos coyunturales con ellos. Las declaraciones
y el comportamiento político de Perón constituyen
uno de los «ejemplos» más sobresalientes de la «de-
magogia anticapitalista» de tipo fascista.
En el terreno económico-social, Perón obtuvo in-
dudables éxitos (de efectos cortos) no sólo gracias a
sus medidas demagógicas, sino debido principalmen-
te a las condiciones económicas nacionales e inter-
nacionales de aquellos años. Ya he indicado las cuan-
tiosas reservas que Argentina poseía. En el plano
exterior, Perón se aprovechó de unos años en que
prácticamente se establecía un relevo (cuando no,
todavía, una franca concurrencia) entre los sistemas
imperialistas penetrados en aquellas pampas. Ese en-
frentamiento, y posteriormente relevo entre el im-
perialismo británico y el americano, permitieron sin

204
duda a Perón autonomizarse más y durante más
tiempo (aunque tampoco fue largo) del que le hubie-
ra sido posible en un período posterior. La guerra
fría y su posible recalentamiento en una tercera
guerra mundial, también fue un conjunto de hechos
que facilitaron la movilidad de la mitología pero-
nista.
Muchos de esos signos positivos empiezan a re-
ducirse alarmantemente unos cinco años después,
a partir de la segunda etapa de Perón en el poder.
Los propios militares ya le amenazan la tranquilidad
de su ensoñación neo-fascista; una ensoñación que
por otra parte, no le hace perder, sin embargo, su
personal inclinación a llevar una vida ultraburguesa.

2.3. — De la dictadura militar latente, a la dictadura


militar manifiesta

Los procesos históricos en Argentina, desde 1930


hasta 1977, nos son extraordinariamente alecciona-
dores para rechazar toda visión ingenua acerca del
hecho y de la funcionalidad del núcleo central de
todo Estado: las fuerzas armadas. Al analizar el
caso argentino se pone clarísimamente de relieve
hasta qué punto se vive bajo una dictadura militar
larvada, que tolera tales o cuales reformas políti-
cas, siempre y cuando no afecten a los intereses de
las clases económicamente dominantes. Cuando es-
tos intereses, o los de las burguesías imperialistas,
resultan amenazados, o chocan contra obstáculos
que frenan la consecución de sus objetivos, los mi-
litares manifiestan contundentemente su inclina-
ción dictatorial. El clan oligárquico-militar delega
el poder a políticos conservadores, e incluso a po-
líticos populistas, pero cuando éstos se toman en
serio sus teorías reformistas, los militares ultras se

205
encargan de hacerles, de grado o por fuerza, vol-
ver a la «realidad». Ampliaré más adelante esta teo-
rización, puesto que, como veremos en cierta medi-
da esta fenomenología también corresponde al caso
brasileño (y sin duda al caso de Gil Robles durante
su paso por las esferas del poder de la II República
española).

Sigamos ahondando en el caso peronista. Insis-


to en que a menudo el general-demagogo da la im-
presión de que está creyéndose sus propios sueños
populistas porque a pesar de ser, evidentemente,
un buen conocedor de la mentalidad que circula
por las fuerzas armadas y de saber que a fin de
cuentas en ellas reside el principal poder fáctico,
Perón se enfrenta cada vez más con ellas, directa
o indirectamente.
Lanzado en su mitología, Perón va apartándose
del ejército como institución central del Estado, y
se dedica a organizar una nueva institucionaliza-
ción. La creación de nuevas instituciones se basa
en los sindicatos (recordemos que la organización
sindical formaba parte asimismo de la mitología
de los falangistas) y en general en la burocracia.
Todo ello se incorpora en un partido único que va
controlando indudables sectores de poder, sobre
todo porque se confunde con el propio cuerpo es-
tatal. De tal manera, Perón domina no sólo a los
trabajadores, sino también el poder judicial y la
relativa vida parlamentaria (la mayoría está com-
puesta por fieles servidores de Perón). La organi-
zación pseudo-partidaria de Perón se atribuye asi-
mismo funciones policíacas, sobre todo en cuanto
concierne a la represión contra los antiperonistas.
Pero el sistema represivo peronista es mucho menos
cruento que los sistemas fascistas y franquista. Por
otro lado ese fenómeno burocrático-partidario de-

206
mostrará su debilidad y su oportunismo cuando las
fuerzas armadas deciden liquidar el peronismo.
Perón tuvo que hacer una reforma constitucional
(el 11 de marzo de 1949) a fin de poder presentarse
a la reelección como presidente. En efecto la Cons-
titución vigente hasta entonces (la de 1853) prohi-
bía un segundo mandato (antes de que transcurrie-
ran seis años). Así, pues, Perón fue reelegido el 11
de noviembre de 1951 con una aplastante mayoría
(4.652.000 votos, contra la candidatura del dirigen-
te radical, Balbín, que obtuvo 2.348.000).
Pero el ejército, que ya había hecho saber su
oposición a la candidatura de Evita como vice-pre-
sidente, le lanzó una primera tentativa de golpe de
Estado el 28 de diciembre. Lo que prueba la «se-
guridad» que Perón tenía en su creación burocráti-
co-mitológica y en su personal capacidad para com-
batir las opciones opuestas, es que el caudillo-dema-
gogo se refugió inmediatamente en la embajada de
Brasil cuando el general Menéndez amenazó con su
regimiento de tanques. Tuvo que ser Evita la que
empujara a los militares todavía relativamente fieles
a Perón para que aplastaran ese pronunciamiento.
Y una vez Perón volvió a tener todas las riendas del
poder en su mano, dictó un estado de excepción que
se prolongó hasta 1955.
Ese año la mayoría de militares llegaron al colmo
de su paciencia. Además, se acumulaban las presio-
nes de Estados Unidos, las dificultades económicas y
al final el conflicto con la Iglesia. Éste fue el ele-
mento explosivo decisivo. La serie de enfrentamien-
tos empezó cuando Perón prohibió la creación de un
partido democristiano y siguió con la organiza-
ción de movimientos juveniles cuyas prácticas les
apartaban de la Iglesia. Los clérigos también se
escandalizaron por las invitaciones que Perón ha-
cía en su residencia a muchachas que estudiaban

207
el bachillerato. Los choques se acentuaron con la
supresión de la enseñanza religiosa en las escue-
las y con los proyectos de ley de separación de la
Iglesia y del Estado, ley sobre el divorcio, etc. La
Iglesia replicó excomulgándole, al tiempo que pro-
movía un movimiento de masas contra Perón. Ese
movimiento se concretó en una gran manifestación
(más de 100.000 personas) que se celebró el 12
de junio de 1955.
De tal modo, la preparación psicológica estaba
suficientemente creada. Cuatro días después, el 16
de junio, empezaba el golpe militar antiperonis-
ta. La aviación bombardea la Plaza de mayo, sede
del Gobierno. Con intervalos, el ataque dura desde
el mediodía hasta las cuatro de la tarde. Pero una
gran parte de la población acude en apoyo de Pe-
rón y este golpe tampoco alcanza sus fines.
La oligarquía nacional e internacional se reor-
ganiza y extiende la conspiración entre los milita-
res, quienes combinan sus fuerzas de manera más
operativa. El 16 de septiembre lanzan otro golpe:
esta vez se subleva la marina en coordinación con
una parte del ejército de tierra, principalmente la
guarnición de Córdoba. El resto del ejército adop-
tó una posición ambigua: entre interrogativa res-
pecto a la salida o el éxito de ese golpe, y el apa-
rente respeto a la legalidad gubernamental. La in-
decisión del propio Perón, su posición débil (no
distribuyó armas al pueblo como algunos pedían),
y en definitiva respetuosa de los intereses de las
clases dominantes, determinó que gradualmente las
fuerzas armadas en bloque adoptaran actitudes fa-
vorables a los golpistas. Perón pasó así el poder al
ejército, del cual lo había recibido, y se marchaba
al exilio, dejando al proletariado argentino «huérfa-
no» y confuso. Con tal confusión que, en parte, aún
no ha salido de ella, a pesar de que el bumerang de

208
las demagogias peronistas le vienen golpeando du-
rante los últimos veinte años.
Por su lado, los militares van a intentar «despe-
ronizar» y llevar adelante la gestión del país utili-
zando ahora formas dictatoriales sin ocultación, lue-
go tolerando gobiernos democráticos... La mayor
burla histórica es que son otra vez los oligarco-mi-
litares quienes facilitan una segunda experiencia pe-
ronista, antes de volver a inclinarse por la dictadura
militar de la manera más sangrienta.

2.4. — Los militares: una clase supletoria y su «par-


tido»

Por lo general, en las ciencias sociales, sobre todo


las influenciadas por el marxismo, se suele definir
una clase social únicamente por el puesto que ocupa
en uno o en otro nivel de la estructura económica.
Con Poulantzas, sobre todo, pero también con Pierre
Sorlin y con Hermet, hemos hablado varias veces
acerca de la necesidad de redefinir y ampliar los
fundamentos materiales que determinan la forma-
ción de una clase y de un bloque de clases. A mi jui-
cio ese replanteamiento es necesario dada la crecien-
te importancia que tiene el Estado en las socieda-
des contemporáneas. En otras páginas ya he suge-
rido cómo el Estado es, desde mi punto de vista,
un enorme crisol productor y reproductor de ca-
tegorías sociales que tienen tanta o más importan-
cia que las clases. Además, recordemos que si lo
económico es lo determinante en los procesos de
transformación histórica, en definitiva es lo políti-
co lo que tiene la primacía en los ritmos para con-
quistar los cambios (o bien, visto desde la clase con-
trapuesta, para frenarlos y para destrozarlos). Lo
político adquiere tanta más supremacía por cuanto

209
14. FASCISMO Y MILITARISMO
el Estado, hoy, no se limita a ser un conjunto su-
perestructura!, sino que, por el contrario, el Esta-
do contemporáneo interviene cada vez más en las
infraestructuras. El Estado no deja de ser un en-
tramado de aparatos ideológicos, políticos y repre-
sivos, y al mismo tiempo se convierte en la mayor
empresa económica de cualquier país. De ahí que,
quienes controlan el núcleo principal del Estado,
las fuerzas armadas, controlan, al propio tiempo, los
principales recursos económicos, de producción y
de cambio. Todos esos aspectos adquieren especia-
lísima significación cuando se impone una dictadu-
ra militar. ¿Hasta qué punto, pues, podemos seguir
considerando a los militares —sobre todo en casos
como Argentina y Brasil— una simple categoría so-
cial, una «rama» del «tronco» de las clases econó-
micamente dominantes? Considero necesario plan-
tear esta cuestión metodológica, que tanto puede
ayudarnos a profundizar en el análisis de la reali-
dad, aunque mi respuesta la daré alejándome de
toda simplificación; por el momento, que el lector
no deduzca «definitivamente», por las líneas que aca-
ba de leer, que me inclino sin matices en favor de la
clasificación de los militares como la «verdadera»
clase dominante. El problema es mucho más com-
plejo; no debemos olvidar nunca que la clase eco-
nómicamente dominante no es un bloque monolíti-
co: en ella se encuentran fracciones que pueden con-
traponerse.
En Argentina, sin embargo, los militares juegan
casi constantemente un papel de primer orden, pero
de manera más complicada que el papel que juega
el ejército franquista: recordemos que en España
el «partido de nuevo tipo» constituido por Franco
y los militares durante la guerra civil se guarda el
poder durante cuarenta años, lo conservan sin dar-
le apariencias populistas ni mucho menos democrá-

210
ticas, mientras que en Argentina los militares bus-
can periódicamente en quién delegar la gestión del
Estado rodeándolo de «biombos» liberales.
En todo caso, quiero insistir en las proposicio-
nes teórico-concretas que hago más atrás acerca del
paso de la dictadura militar latente a la dictadura
militar manifiesta, porque en cualquier caso, el «par-
tido militar» juega un importantísimo papel: acti-
vo, de prevención o de vigilancia (y para volver a
actuar, si lo consideran necesario, debido a uno u
otro movimiento de las clases explotadas o bien —lo
que es la otra cara de la realidad— a causa de la
inconsistencia de las organizaciones políticas di-
rectamente producidas por la burguesía).
En la Introducción de este libro ya pongo de
relieve de qué manera extraordinaria diversos so-
ciólogos, economistas e historiadores, sin conocer-
nos, esto es, sin llevar a cabo la menor investiga-
ción en equipo, estamos de acuerdo no sólo en los
análisis sino asimismo en la conceptuación de los
hechos. Sobre el «partido militar» que ha de llenar
el vacío político que deja la clase burguesa, otros
autores —argentinos precisamente— coinciden
igualmente con todos nosotros.
En un excelente artículo publicado en el sema-
nario «Triunfo» (1), el autor dice que «desde 1966,
las Fuerzas Armadas son el "partido" político del
gran capital». La cita es para mostrar cómo este
autor utiliza nuestros mismos conceptos; ahora
bien, este autor no cae en la cuenta de que en 1966
sólo empieza la dictadura militar plenamente ma-
nifiesta, que antes esa dictadura también tenía al-
gún grado de manifestación, y que en todo caso
—esto hay que tenerlo clarísimo— antes había lo

(1) Cfr. «Triunfo», del 26.3.77: «Junta Militar y reor-


denamiento de la sociedad», firmado con las iniciales L. T.

211
que yo he propuesto conceptuar como dictadura mi-
litar latente. Algunos matices parecidos debemos
aplicar a otro autor que coincide, en el fondo, con
nuestros análisis. Miguel Camperchioli, al estudiar
el radicalismo y el golpe militar del general Uri-
buru, dice lúcidamente: «Oficiales argentinos se-
guían cursos en Alemania y vestían el uniforme mi-
litar de este país. Uno de ellos, que luego frustraría
un intento francés por establecer vínculos milita-
res con Argentina, fue José Evaristo Uriburu, quien
se encargó de introducir un contingente de altos
oficiales alemanes expatriados después de la Pri-
mera Guerra Mundial. De esta manera fue logran-
do, en realidad, una política propia para los mili-
tares. Con el tiempo, el Ejército se transformaría
en otro partido político, el partido armado» (1).
Dos autores franceses también han observado el
problema con toda claridad: las circunstancias que
hemos analizado hasta aquí, llevan, pues, al «ejér-
cito a ocupar el lugar de los partidos políticos de-
masiado débilmente estructurados o inexistentes.
Así es como hay que comprender el calificativo de
"partido militar" que a veces se le aplica» (2). En
lo que no estoy de acuerdo con estos autores es en
el comentario que hacen a continuación: «Eso no
significa que el ejército constituya pura y simple-
mente una fracción suplementaria de las clases do-
minantes.» ¿Cómo no considerar, al menos, una
fracción autónoma de las clases dominantes a los

(1) Cfr. « H i s t o r i a 16», junio de 1976: «Argentina: el


ocaso de Yrigoyen». por Miguel Camperchioli. Este autor
t a m b i é n pone de manifiesto una tendencia general de todas
las dictaduras militares y fascistas, no s ó l o su feroz opo-
sición al socialismo sino t a m b i é n al liberalismo: «Uriburu
siempre c o n s i d e r ó que el verdadero foco infeccioso de los
males del país estaba constituido por el liberalismo.»
(2) F. Geze y A. Labrousse: op., cit., p. 170.

212
militares que tienen en sus manos no sólo las lla-
madas «fábricas militares» sino el conjunto de em-
presas estatales, suma de fuerzas político-económi-
cas que en algunas etapas se autonomizan de la
oligarquía —por ejemplo, durante la primera etapa
peronista— siguiendo sobre todo los intereses es-
pecíficos de quienes ocupan los aparatos estatales?
Además, los jefes militares pueden hacer oscilar,
con su fuerza decisiva, el poder político en favor de
una u otra fracción de la clase económicamente do-
minante. Pero aquí nos enfrentamos con uno de los
aspectos-clave de la complejidad en la relación mi-
litares-clase burguesa en un país como Argentina.
Cierto: los militares pueden inclinar la balanza en
favor de los terratenientes, o en favor de los indus-
triales o en favor de los banqueros etc. Pero estos
sectores económico-clasistas, a pesar de su condi-
ción de inertes, también pueden determinar la orien-
tación de un sector preponderante de los militares.
En el caso argentino, puede estudiarse con clari-
dad esa relativa diferenciación interna y relación en-
tre fracciones de militares y fracciones burguesas.
Esa diferenciación se observa, sobre todo, después
del primer período peronista: por un lado están
los militares «azules» (que no significan lo mismo
que en España (1), ya que en Argentina los «azules»
son los que defienden los intereses de la burguesía
industrial), y por el otro los «colorados» (que están
aliados con la oligarquía). Estos sectores se oponen,
a veces violentamente, en la dialéctica del golpe y del
contragolpe (limitado a veces al comunicado, e in-
cluso a la amenaza puramente verbal) (2), a medida

(1) Recordemos que en E s p a ñ a los «azules» significan


los m á s fascistas integristas, aliados al sector m á s reac-
cionario de las clases dominantes, los banqueros y los te-
rratenientes.
(2) Los argentinos cuentan que los golpes a veces se han

213
que avanzan los años hacia la actualidad, sobre todo
los años 1962 y 1963, con la tendencia a la domina-
ción de los «azules» sobre los «colorados» desde el
golpe de Ongania (1966).
No obstante, esa dialéctica va perfilando cada vez
más profundamente lo que yo propongo conceptuar
como una clase supletoria. Pienso que es muy impor-
tante tomar en consideración este concepto porque,
como todo concepto elaborado a partir de riguro-
sos análisis de la realidad, puede ayudarnos a in-
troducir más luz en esa misma realidad, a com-
prenderla con mayor clarividencia en su dinámica
principal.
Una clase supletoria es en principio aquella que,
como queda indicado, tiene que acudir en apoyo
de otra, completar su actuación, incluso reempla-
zarla completamente o disimular sus intereses bajo
la capa de los «intereses generales de la nación». En
este sentido, no sólo los militares argentinos, sino
también los brasileños, los franquistas, etc., jue-
gan ese papel durante largos años. Ahora bien, esa
clase supletoria, contando con la enorme fuerza
que hemos apuntado, puede autonomizarse com-
pletamente en su acción de suplir y devenir, a fin
de cuentas, la verdadera clase «dirigente». Esta
clase puede concentrar en sus manos tanto poder,
insistamos en ello, que puede «resolver» en su fa-
vor, autonomizándose aún más, no sólo los enfren-
tamientos y tensiones diversas entre las otras frac-
ciones de las clases económicamente dominantes,
sino también encontrar la «solución» que le con-
venga cuando esas fracciones (agrarias-industriales-

planteado y en cierta manera «resuelto» por teléfono, con


diálogos m á s o menos así: «Me sublevo con tales regimien-
tos... / Yo cuento con tales otros, y a d e m á s con la avia-
ción... O sea que he ganado...»

214
banqueras interiores) intenten (hipotéticamente) en-
frentarse con y derribar el poder económico-militar.
El concepto de clase supletoria es decisivo asi-
mismo para analizar la problemática específica de
una sociedad dependiente, porque ese poder econó-
mico-militar organizado en dictadura no sólo es una
fracción clasista «nacional», sino que es algo mucho
más importante: el principal representante de las
burguesías imperialistas. Esto es: la clase suple-
toria no sólo suple las incompetencias y las irres-
ponsabilidades de las burguesías interiores, sino
que suple, por vía delegada, la función de burgue-
sías exteriores, cuya preocupación política es nula
respecto a unos territorios que ellas no consideran
más que desde el punto de vista de la mayor ex-
plotación posible (y las «posibilidades» resultan
grandes apoyadas en el aparato represivo). En
suma: al considerar el conjunto de todas las con-
tradicciones sociales a nivel nacional, los militares
post-peronistas se encargarán de ir resolviéndolas
cada vez más teniendo en cuenta primordialmente
los intereses del capitalismo internacional. De ahí
que la demagogia nacionalista de Perón —así como
la demagogia de Mussolini y de Hitler— parezca
tener un aspecto «progresista» en comparación con
la subordinación declarada de los otros militares
respecto al imperialismo norteamericano.
Esa extensión de la dependencia con relación
al capital extranjero va acentuándose incluso con
los gobiernos compuestos por civiles que siguen al
golpe de Estado que expulsa a Perón. En efecto, tras
una corta etapa durante la cual los militares deten-
tan el poder, los golpistas toleran una nueva tentati-
va de organizar un sistema democrático burgués.
Esa tentativa también queda facilitada porque,
por el momento, no está clara la preponderancia de
ningún sector de militares, ni tampoco acaban de

215
constituirse conjuntamente como clase supletoria.
Tras la llamada «revolución liberadora» (1) el ge-
neral Eduardo Leonardi ocupa el puesto de presi-
dente. Éste es un general «azul» (2), con todo lo
que paradójicamente —y en comparación con la
otra tendencia de militares— significa de preocupa-
ciones cristianas, socialpaternalistas, nacional-desa-
rrollistas próximas a las tesis de Perón. Pero Leo-
nardi permanece sólo unas pocas semanas en el po-
der. En efecto, el 13 de noviembre de 1955, los mi-
litares «colorados» lo derrocan e imponen al general
Pedro Aramburu en la presidencia. Los «colora-
dos» (3) son antiperonistas de manera mucho más
decidida, y el sector más retrógrado, hasta 1977, de
las fuerzas armadas argentinas.
Pero las contradicciones sociales, y los problemas
económicos, y los propios conflictos internos en las
fuerzas armadas, llevan a los militares a decidir otra
vez traspasar el poder a un civil. La democracia es
tan tentadora, tan buena, que incluso atrae a los
dictadores. Así, pues, atendiendo también sugeren-
cias y necesidades del imperialismo (4), se anuncian
elecciones presidenciales para principios de 1958.
Uno de los candidatos, el radical Arturo Frondi-
zi, firma un acuerdo con Perón, a fin de conseguir el
apoyo de las masas populistas a cambio de una am-
nistía general a favor del partido peronista. Aun-
que no todos los peronistas apoyan esta operación,

(1) Es significativo cómo la derecha trata de apropiar-


se la terminología de izquierdas.
(2) Los «azules» pertenecen al Ejército de tierra, y esen-
cialmente a la caballería.
(3) Éstos pertenecen esencialmente a la Marina.
(4) Entre los militares circuló un informe confidencial
que indicaba que el capital extranjero no seguiría hacien-
do inversiones en Argentina, a menos que se le asegurase
un arreglo de las tensiones sociales.

216
Frondizi gana las elecciones del 23 de febrero de
1958. Ese pacto no dura más que unos meses, hasta
el mes de noviembre exactamente. Al conocerse los
contratos petroleros que el gobierno Frondizi había
establecido en favor de los norteamericanos, los sin-
dicatos declaran una huelga general de protesta. (La
corrupción burocrática en el seno de los sindicatos
todavía no ha perdido, en parte, su antiguo impul-
so populista.) El jefe radical replica encarcelan-
do a los responsables peronistas. La resistencia pe-
ronista va a concretarse cada día más.
Durante los cuatro años que Frondizi permanece
en el poder las huelgas no dejan de reproducirse, al
tiempo que se acentúa la dependencia económica del
exterior. Frondizi abandona, pues, pronto las expre-
siones de su radicalismo «izquierdista» para actuar
como lo que en realidad es: un hombre de paja de
los militares y de la clase dominante asociada al im-
perialismo. Cuando a los verdaderos amos ya no les
interesa el jefe radical, lo expulsan (29 de marzo de
1962). Lo mismo seguirá ocurriendo con los sucesi-
vos hombres de paja: Guido e Illía.
José María Guido, presidente del Senado, asegura
el ínterin en el poder, mientras las distintas ten-
dencias de militares siguen calculando sus relativa-
mente diferentes operaciones. Los «colorados» am-
bicionan el poder y los «azules» también. De hecho
los argentinos asisten, como muy bien ha visto Da-
vid Viñas, a «una curiosa guerra "civil" exclusiva-
mente entre militares» (1). Al final deciden resolver
sus diferencias por la vía electoral. Sobre todo son
los «azules» los partidarios de unas nuevas eleccio-
nes, que al fin tienen lugar (excluyendo a los pero-
nistas) el 7 de julio de 1963. Es otro radical, Arturo
Illía, quien las gana (en el fondo es el general Juan

(1) D. Viñas, op., cit., p. 48.

217
Carlos Onganía quien triunfa en los comicios, como
se demostrará a continuación. Porque como Mía
también demuestra su incompetencia (1) para en-
contrar soluciones durables a los problemas socio-
económicos, tres años después, Onganía ya ha pre-
parado suficientemente su golpe, y se decide a ocu-
par él directamente el puesto de presidente (28 de
junio de 1966). Este proceso histórico hace retornar
a los argentinos a la dictadura militar manifiesta.
«Azules» y «colorados» acaban inclinándose por
los mismos procedimientos de «gestión social»: los
propios de una clase supletoria al servicio del ca-
pital internacional. Porque ningún cambio de Go-
bierno, ningún golpe ni contragolpe frena la cons-
tante, cada vez más poderosa, de la penetración del
capitalismo extranjero. Ya he apuntado que el mi-
nistro de Economía del equipo de Onganía es Krie-
ger Vasena, hombre de paja de numerosas multina-
cionales. De tal modo, las burguesías imperialistas
pueden transferir tranquilamente sus beneficios al
exterior, mientras los militares aplican su mano de
hierro a los trabajadores (2). Pero el ejercicio de la
represión también desgasta, emborracha y enloque-
ce. Por otra parte, el poder sigue deslumhrando la
ambición de otros aspirantes a dictadores. (Realmen-
te, analizando estos fenómenos nos damos cuenta de
cuan cerca «inmoralmente» nos encontramos —o
más exactamente: se encuentran ese género de am-
biciosos— de los primitivos reinos de taifas y de

(1) La incompetencia es consustancial a un sistema ca-


pitalista que no opone n i n g ú n freno a la tendencia a la
s u b o r d i n a c i ó n al imperialismo. De ahí que la competencia
no se puede tener si no es, al menos, organizando un ver-
dadero gobierno de liberación nacional-progresista.
(2) La clase obrera y la p e q u e ñ a b u r g u e s í a muestran,
sin embargo, su capacidad de rebelarse el 29 de mayo de
1969 (la revuelta de Córdoba: el «Cordobazo»).

218
tiranos medievales: es la misma ultra-fascinación
por el poder máximo.) De tal modo, otras combina-
ciones de generales, cada vez más caracterizados
como miembros de la clase supletoria, deciden que
ha llegado la hora del relevo de Onganía. De acuer-
do con el Pentágono, la junta de jefes del ejército,
entre quienes destaca Alejandro Lanusse, deciden
(el 8 de junio de 1970) quitarle el poder a Onganía.
El puesto de dictador se lo pasan al agregado militar
en Washington, el general Roberto Marcelo Levings-
ton, especialista en espionaje y contraespionaje. De
hecho, sin embargo, es Lanusse el verdadero «hom-
bre fuerte», lo que demuestra el 23 de marzo de 1971
ocupando él directamente el puesto de «presidente».
Este último acto de guerra «civil» entre militares va
a constituir, en principio, los preparativos para la
gran confesión (verbalmente implícita, pero cuan
explícita en los hechos) del fracaso que experimentan
los generales en la dirección de la sociedad argen-
tina: hasta tal punto viven ese fracaso, y se sien-
ten sin energía para generar desde las fuerzas ar-
madas otras soluciones, que acaban llamando al
primer populista que expulsaron: al propio Perón.
Tan complicada es la situación en la que han desem-
bocado: tan compleja que ya no es sino un mons-
truoso círculo vicioso del que nadie ve realmente
la salida.
En todo caso, la clase supletoria, el partido mi-
litar, intenta rizar el rizo: re-utilizar la alienación
populista con el objetivo de salir del inmenso be-
renjenal, del terrible atolladero, en el que, sin em-
bargo, nuevas series de juegos sucios de las clases
económicamente dominantes seguirán hundiendo al
pueblo argentino.

219
2.5. — La re-peronización o el parche imposible

La Historia demuestra en todas las latitudes que


aquellas gentes que más pretenden afirmar que «la
lucha de clases no existe» son precisamente quienes
más violentamente la practican. La practican con la
más brutal represión de tipo militar, o con la más
taimada difusión de planes enajenadores de las cla-
ses explotadas. El peronismo de los años cuarenta-
cincuenta fue una primera etapa, decisiva durante
décadas, de la alienación; luego vienen las dictadu-
ras militares; y en fin se retorna al proyecto de bús-
queda rápida, ultrapropagandística, del consensus.
Y ahí encontramos otra tendencia transnacional
de las burguesías inertes: que después de haber es-
tado aporreando sangrientamente al bloque de cla-
ses asalariadas, les piden que firmen un «pacto so-
cial», con el fin de seguir neutralizándolas, o peor:
con el objetivo de interiorizar voluntariamente la
opresión en el propio seno de la clase obrera. Eso
es lo que se pretende poco después de la llegada de
Lanusse al poder.
A la par que negocia con Perón, el Gobierno La-
nusse prepara el GAN («Gran Acuerdo Nacional»).
A este plan quedan, de hecho, subordinados los par-
tidos (que vuelven a ser autorizados el mes de abril)
y el anuncio (17 de setiembre de 1971) de las «pró-
ximas» elecciones (para el 11 de marzo de 1973). Pe-
rón va a jugar de nuevo su papel de gran actor po-
pulista y «anti-imperialista», mientras se encuentra
estrechamente controlado por los militares y los mo-
nopolios. En principio, esta escenificación no se hace
directamente. El «caudillo»-demagogo hace un pri-
mer retorno al país el 17 de noviembre de 1972. Pe-
rón no se presentará a las elecciones: lo hace indi-
rectamente a través de su candidato, Cámpora, quien,
el 11 de marzo, obtiene cerca del 50 % de los votos

220
(desde la primera vuelta), y queda proclamado pre-
sidente. Perón retorna definitivamente a Argentina
el 20 de junio de 1973. Pero Cámpora significa la
opción izquierdista del peronismo, con la que Perón
cuenta para recuperar el poder, pero de la que pien-
sa apartarse y se separa cuando él y su camarilla
consiguen instalarse en el puesto de mando máxi-
mo del Estado, después de haber obligado a Cám-
pora a la dimisión (13 de julio de 1973). Perón se
hace elegir como presidente el 23 de septiembre de
1973 (con más del 60 % de los votos)...
Pero si la puesta en escena contiene indudables
habilidades, el «público espectador» ya no es el
mismo. Entre el «actor» Perón y las masas peronis-
tas se observan desde el primer momento grandes
desfases. Mientras las juventudes peronistas y los
Montoneros no sólo han mantenido sino que han
acentuado su orientación izquierdista (cada vez más
bañada en el marxismo), Perón se muestra cada
vez más derechista, hasta tal punto que ya no guar-
da las formas como intentaba hacerlo durante el
primer período. Desde el mismo día de su segundo
retorno, el «servicio de orden», que rodea a la mu-
chedumbre que va a esperarle, ejecuta una monstruo-
sa matanza disparando sobre los jóvenes peronistas.
Pues bien: Perón toma partido por el servicio de
orden.
El viejo demagogo, que durante su exilio no se
preocupó en disimular su derechismo (su itinerario
como exiliado es un verdadero recorrido sistemáti-
co de países sometidos a dictaduras, del Paraguay
de Stroessner a la Venezuela de Pérez Jiménez, pa-
sando por el Sto. Domingo de Trujillo hasta insta-
larse en «casa» de Franco), vuelve convencido de que
su papel se limita a controlar las luchas de clase (a
favor de la burguesía monopolista) y a renegociar
con el imperialismo las condiciones de la dependen-

221
cia. Para ello cuenta con algunas fuerzas dirigidas
por la siniestra camarilla compuesta por su nueva
mujer, Isabel Martínez y su amigo López Rega, y
también con la corrompida burocracia sindical. Pero
los problemas son demasiados, y de dimensiones
demasiado vastas, para que puedan ser resueltos por
esas fuerzas y por las ya escasas del individuo Pe-
rón, que muere el 1.° de julio de 1974 (a los 79 años).
Lo que por otra parte demuestra la gravísima
crisis en la que se encuentran los militares y los
miembros de la burguesía monopolista es que tole-
ran durante casi dos años la ficción de poder en ma-
nos de la ex-cabaretera viuda de Perón y sobre todo
del cabo de policía-ocultista López Rega, organizador
de los escuadrones de la muerte de la AAA. Ahora
bien, si con Perón vivo no consiguieron llevar adelan-
te la re-peronización del sistema económico-social,
ese parche político resultará completamente irreali-
zable después, ni siquiera haciendo funcionar brutal-
mente el aparato represivo. Los militares sueñan
con la organización de una poderosa policía polí-
tica-organización fascista capaz de ocuparse de los
trabajos más sucios de la represión, y que les per-
mita a ellos presentarse con las manos limpias;
pero los trabajadores, la pequeña burguesía y mu-
chos jóvenes representan una masa contestataria
compuesta por centenares de miles de personas.
A los equipos policíacos dirigidos por López Rega
les resulta imposible llevar a cabo tanta represión.
De ahí que los militares tengan que volver a desem-
peñar los primeros papeles de la escena política ar-
gentina. Pero, ciertamente, no pocos entre esos mi-
litares retornan con entusiasmo a esas prácticas sá-
dicas hasta la muerte, mientras la inflación galopa
a través de porcentajes en cada coyuntura más ele-
vados, crece el déficit de la balanza de pagos y Ar-

222
gentina se transforma en una colonia caótica de Es-
tados Unidos.

2.6. — Aterrados, encerrados, enterrados y desterra-


dos

Un amigo argentino me escribe contándome el


sangriento panorama que presenta la Argentina de
hoy: la población se divide —según describe una fór-
mula que se ha hecho popular— entre los aterra-
dos, los encerrados, los enterrados y los desterrados.
Sólo la capa superior de la burguesía financiera se
muestra satisfecha de la nueva dictadura militar.
Pero esa satisfacción no puede durar mucho tiempo.
Es difícil que se prolongue mucho más sin que,
en un sentido o en otro, se introduzcan algunos
cambios: porque la enésima dictadura militar se
impone el 24 de marzo de 1976 para «normalizar»
Argentina, «eliminar» la guerrilla, etc., y en 1977
nada de ello ha conseguido la Junta Militar presi-
dida por el general Jorge Rafael Videla, a pesar
de las oleadas represivas que lanzan sobre todo nú-
cleo humano que respire libertad.
En lo que se refiere a la represión es preciso in-
dicar algunos de los principales rasgos de la actua-
lidad. Si el peronismo fue menos represivo que el
fascismo y que el franquismo, no obstante ha lle-
vado a Argentina a una situación caótica peor que
la de Italia, Alemania y España. El «Buenos Aires
Herald» escribe unos meses después del golpe: «si
no se frena la actual tendencia represiva, Argentina
se convertirá en una Europa de la Edad Media, en
donde, en todo momento, la muerte violenta, ace-
chaba a las personas» (1). Un año después del pro-

(1) Citado en un artículo de «Le Monde D i p l o m a t i q u e »

223
nunciamiento, «Amnesty International» denuncia la
aplicación general de la tortura a los detenidos,
métodos que por otra parte reconocen los propios
generales (1). Pero tal vez lo peor de la puesta en
marcha de la máquina de matar es que son diversos
los organismos militares y policíacos en combina-
ción con militantes de grupos de extrema derecha
que se han autonomizado completamente y actúan
al margen de todo control legal. De ahí que las
«desapariciones» (2) se multipliquen como un nuevo
«estilo» de efectuar detenciones y posteriores fusi-
lamientos. Los secuestrados van a parar, en primer
lugar, a centros de detención ilegal, ya conocidos por
haberlos denunciado la prensa internacional. Pos-
teriormente, se suelen aplicar diversas variantes de
la «ley de fugas».
En el fondo, el problema planteado es el mismo
de siempre, si bien con mucha más complejidad:
vacío político, esto es: inexistencia de un gran parti-
do político de la burguesía; y dinámica propia del
partido militar a ocupar ese vacío. Ahora bien, asi-
mismo como en anteriores etapas, en el seno de las
fuerzas armadas siguen manifestándose las tenden-
cias «coloradas» y las «azules». Dicho en pocas pa-

(septiembre 1976.: «Folie meurtrière et " l i b é r a l i s m e " éco-


nomique d é s o r d o n n é —Les militaires ne savent comment
sortir le pays de sa situation anarchique—.» Meses d e s p u é s ,
el director de ese diario, Robert Cox, es detenido.
(1) Cfr. el artículo de Robert Lindley publicado en el
«Financial T i m e s » del 9 de septiembre de 1976.
(2) Quizá sea un «estilo» inventado por el antiguo se-
cretario de Perón, J o s é López Rega, t a m b i é n llamado «El
Brujo», que p e r t e n e c í a (o posiblemente sigue pertenecien-
do) a «une secte religieuse ésotérique afro-bresilienne» (...)
que se consagra «à l'adoration de diverses personnifica-
tions du diable, et sacrifiait des animaux au cours de " c é -
r é m o n i e s " expiatoires, avant de baptiser ses adeptes du
sang ainsi recueilli». (Cfr. «Le Monde», 26 marzo 1977.)

224
labras: para algunos jefes y oficiales argentinos, la
represión desencadenada actualmente es «insuficien-
te» y consideran que el jefe de la Junta, Videla,
es un «blando».
En contra de las manifestaciones que solían ha-
cer en otros períodos, hoy los militares niegan que
tengan cualquier proyecto próximo de instauración
de la democracia. Las disensiones entre ellos se re-
fieren sólo al tipo de Estado represivo que preten-
den institucionalizar.
Pero la guerra interna que ellos han creado co-
rre el riesgo de ampliarse y devenir una guerra ci-
vil. La hipótesis es válida, no sólo por la existencia
de organizaciones armadas de tendencia trotskista
y de los peronistas de izquierda. También porque la
mayoría de la población —incluida la burguesía me-
dia— puede sentirse ahogada en ese ambiente ul-
tra-represivo. Porque las medidas económicas toma-
das por los actuales dictadores favorecen a los re-
presentantes de los intereses agropecuarios y con
ellas pretenden seguir atrayendo al capital extran-
jero (cuyo flujo, sin embargo, se ha reducido). Pero
esas medidas relacionadas con la enorme inflación
(347 % durante 1976-1977), la drástica reducción
del poder adquisitivo de los trabajadores (un 60 %
de reducción) y el paro creciente (un 9 %) no sólo
pueden llevar a amplios sectores del proletariado a
sostener la lucha armada, o a crear situaciones com-
plementarias mediante huelgas y manifestaciones,
sino que igualmente los propietarios de pequeñas y
de medianas industrias, afectados gravemente en
su producción y en sus ventas, pueden decidir su
participación en un movimiento global que arrolle
a quienes, desde hace más de cuarenta años, son los
responsables del caos actual. Pero, evidentemente,
no son los únicos responsables (aunque, por supues-
to, sí los principales responsables).

225
15. FASCISMO Y MILITARISMO
3. — El "pecado original" de la izquierda argentina

Es una tesis en la que conviene insistir —v en la


que insisto a través de cada caso —país— porque
así como hay maniqueismos de derecha, también
existen maniqueismos de izquierda (unos u otros
echan «toda la culpa» de los hechos al bando con-
trario): es necesario, pues, insistir en un fundamen-
to científico, que se verbaliza a menudo pero que
pocas veces se comprende en su plenitud: que los
procesos históricos son un resultado de los enfren-
tamientos entre las clases sociales, y en ese efecto
quedan integrados, en una u otra medida, con unas
u otras formas de dominación y de dirección, los
dos (o tres, o equis) polos opuestos. Así, pues, en
los países que aquí estudiamos, como ya he puesto
de manifiesto, la imposición del fascismo y de la dic-
tadura militar es también una consecuencia de las
incapacidades y de las irresponsabilidades de los
partidos y de los sindicatos progresistas que diri-
gen (o hacen como que dirigen) el movimiento de
los trabajadores.
Con la emigración europea que llegaba a Argen-
tina se introducían las ideologías anarquista y socia-
lista. Entre finales del siglo xix y principios del ac-
tual esas dos tendencias trataron de difundirse
entre la clase obrera. El PC intenta lo mismo a par-
tir de 1918. Las tres corrientes políticas se encuen-
tran lógicamente muy influenciadas por sus orí-
genes y por sus portadores europeos. Su mezcla
de utopismo y de sectarismo no sólo les impide
ampliar su influencia entre el proletariado, sino
que «además» les enfrenta encarnizadamente con
los sectores de la pequeña burguesía que habrían
podido ser sus aliados. En pocas palabras: cuan-
do Perón aparece en escena, lo menos que se pue-
de decir es que los partidos de izquierda no tienen

226
más que una influencia reducida en la clase explo-
tada. Éste es un rasgo diferencial respecto a Espa-
ña, Italia y Alemania en donde los trabajadores
tienen poderosas organizaciones partidarias y sin-
dicales.
En esa situación no resultaba difícil propagar al-
gunos elementos ideológicos propios del fascismo:
el corporatismo (los sindicatos ya tenían acusadas
características gremialistas), y el policlasismo, todo
ello mezclado con fuertes dosis nacionalistas. Los
obreros de ese momento, en su mayoría, no tenían
una clara conciencia de su condición de clase, y en
este sentido también podríamos definirlos como una
clase inerte, ya que no poseían ningún proyecto ra-
cional de realización de sus intereses globales. Te-
nían probablemente instinto de clase, autoconoci-
miento de su situación como «pobres» con todo lo
que ello puede significar de deseos o de sueños sim-
ples de querer ser «rico». En suma: una mentalidad
que puede asimilar rápidamente las demagogias por
muy descabelladas que sean, al tiempo que proyec-
tará enormes vínculos afectivos con el demagogo,
organizando el conocido culto al jefe.
¿Dónde está, sobre todo, el PC mientras esos fe-
nómenos van alienando al proletariado argentino?
No se crea que el PCA se limita a defender el sa-
crosanto sanedrín de la «pureza» revolucionaria.
Aun dentro de lo malo, eso no hubiese sido lo peor.
Pero el PCA sigue las «encíclicas» del «papa» Sta-
lin, y como observa que en el peronismo existen al-
gunos elementos de tipo fascista, deduce simplista-
mente que es un fascismo más. Pero para atacar al
peronismo —en donde, sin embargo, se encuentran
las masas—, al PC no se le ocurre otra cosa más
que aliarse con un sector de la derecha más reac-
cionaria. A partir de ese momento (1945), los co-
munistas argentinos se apartan del movimiento de

227
masas. Pero no será ésa la última vez que el PCA
se equivoque; yo no conozco otro PC que dé me-
nos pie con bola que el argentino, a pesar de que
mezcla su derechismo con un oportunismo que no
tiene miedo a los mayores zig-zags.
En 1955, lógico con su primera posición, el PCA
contribuye a hacer saltar a Perón del poder. Duran-
te los años sesenta, los comunistas argentinos pare-
ce ser que empiezan a darse cuenta de dónde se
encuentra la clase obrera y deciden establecer rela-
ciones críticas con el peronismo. Ahora bien, cuan-
do Héctor Cámpora, en las elecciones del 11 de mar-
zo de 1973, significa una evolución hacia un siste-
ma democrático, el PCA se decanta por otro candi-
dato (Oscar Allende). Y cuando ya se demuestra,
el 23 de septiembre, que Perón no va a hacer otra
política que la de la clase dominante, entonces se
apunta a la carta del demagogo. Y todavía no han
terminado los zig-zags: en tanto que sostiene al úl-
timo gobierno peronista, no deja de anunciar un
golpe de Estado; cuando éste se produce la repre-
sión cae también sobre ellos, pero ello no les impi-
de (al menos en boca de uno de sus dirigentes) (1)
decir públicamente que los militares buscan el resta-
blecimiento de la democracia, al tiempo que acusan
como «subversivos» a los Montoneros y a los trots-
kistas del Ejército Revolucionario del Pueblo. Al
PCA podríamos considerarlo un partido de risa si
no fuera porque sus posiciones cómicas resultan trá-
gicas.
Con un partido «comunista» de ese tipo no es
raro que el proletariado argentino cayera en bloque
bajo la influencia del peronismo.

(1) Eduardo Gutiérrez, vicepresidente de la F e d e r a c i ó n


Juvenil Comunista, en una entrevista a «Excelsior» de Mé-
xico, citada por «Cambio 16» del 19-12-76.

228
¿Qué es la ideología peronista de la primera épo-
ca? No puede hablarse de un sistema de ideas; es un
conjunto dispar, heterogéneo, parecido al de los fas-
cismos, en el que sin duda también se encuentran
algunos aspectos claramente fascistas, como ya he
apuntado. Quiero, todavía, subrayar otros elemen-
tos de primera importancia dada su especificidad:
a diferencia de los fenómenos de sacralización y de
adoración de la figura única del «jefe» (Mussolini,
Hitler), en el caso argentino observamos que los
lazos afectivos de las masas se establecen no sólo ni,
a veces, principalmente con Perón, sino con su mu-
jer, Evita. En la mitología peronista, la antigua lo-
cutora de radio (es significativo, el gran actor Perón
se relacionaba siempre con mujeres del espectácu-
lo) ocupa a menudo posiciones nada menos que co-
rrespondientes a una Santa, puesto que la llaman
«Señora», «Juana de Arco», «Teresa de Jesús» y
«Rosa de Lima». También la llaman «Madre», con
lo que implícitamente consideran a Perón un «Pa-
dre». Sí, es la dialéctica promovida por el paterna-
lismo para estimular el infantilismo en las masas.
Esa dialéctica múltiple del culto del jefe (y de
la jefa), buscando-ofreciendo un éxito rápido, por
vía utópico-aventurera va produciendo no sólo la
alienación de los trabajadores, sino que al mismo
tiempo crea las condiciones para impedir, durante
largos años, la posibilidad de que el proletariado
adquiera una formación a través de las auténticas
ideologías revolucionarias. Perón y Evita, mimando
a la clase explotada, consiguieron amaestrarla y
amodorrarla.
El general-demagogo pudo llevar a cabo esa gi-
gantesca ficción contando con unas condiciones na-
cionales e internacionales que no tuvieron Musso-
lini ni Hitler. Éstos tuvieron que acompañar sus
campañas de alienación con sistemáticas actuacio-

229
nes represivas, muchísimo más graves que las me-
didas tomadas por Perón. Perón llega al poder mu-
cho más pacífica y legalmente, y también con mayor
rapidez, que el «Duce» y el Führer». Pero lo que
demuestra el aspecto más grave del peronismo es
que la alienación de las masas argentinas, dura mu-
cho más que la alienación fascista en Italia y en
Alemania. Y ello se explica por las susodichas con-
diciones nacionales e internacionales que se daban
en Argentina en 1945-1955. Esas condiciones permi-
tieron a Perón «realizar» el aspecto «izquierdista»
contenido en la ideología fascista, mientras que Mus-
solini e Hitler se vieron obligados a liquidar los sec-
tores de fascistas que pretendían tomarse en serio
las verborreas «anticapitalistas». En comparación
con el italiano, el alemán y el español, el caso ar-
gentino presenta la hipertrofia de las corrientes
pseudo-izquietdistas en el seno de un movimiento
que contiene elementos fascistizantes.
La base económica que permite la realización del
izquierdismo peronista consiste, asimismo, en que
el régimen populista hace pasar un sistema de dis-
tribución de la riqueza por un sistema de produc-
ción de la riqueza. Ésa es la más descomunal mani-
pulación de Perón: su gestión socio-económica des-
de el Estado consiste más en distribuir la riqueza
(producida hasta ese momento —recordemos las
grandes reservas que tiene Argentina en esos años),
que no en seguir produciéndola. Eso parece extraor-
dinariamente positivo para unas masas de trabaja-
dores que no tienen ninguna cultura político-socio-
económica; y en efecto, a corto plazo, esas medidas
crean un bienestar indudable; pero a largo plazo,
eso mismo significa la ruina de toda una sociedad,
y por supuesto también la ruina de la clase obrera.
Por esas razones yo propongo definir el peronismo
como un fascismo de efectos retardados (punto 2,2),

230
uun sistema dictatorial (por vía de alienación) bu-
merang, esto es, que su nocividad no se descubre
mas que «después» (aunque, por supuesto, unos di-
rigentes obreros capacitados para hacer un análi-
sis a fondo en aquel momento habrían podido hacer
la crítica inmediatamente). Tan es el peronismo un
fascismo de efectos retardados, que los movimientos
peronistas que en las sucesivas dictaduras militares
van acentuando su izquierdismo hasta llegar a la
práctica de la lucha armada, apenas inician la auto-
crítica de su culto al jefe en 1977. Eso no había
ocurrido nunca: que un movimiento como el pero-
nista consiguiera engañar con sus demagogias va-
rias veces (a pesar de que a Perón se le vio, en mu-
chas ocasiones, su derechismo entre 1955-1973). Por-
que eso es lo que sorprendentemente ocurre al re-
tornar el demagogo a Argentina: que las juventudes
peronistas, los montoneros, etc., creen todavía que
tienen un jefe de izquierdas.
El «pecado original» de la izquierda argentina
es, pues, no haber hecho casi nada, ni en los princi-
pios del peronismo, ni después, durante las décadas
de su continuidad, para contrarrestar todas esas
alienaciones (la incompetencia de los comunistas y
de los socialistas argentinos es infinitamente mayor
que la de los italianos, alemanes y españoles por-
que éstos cometieron errores, pero al menos se en-
frentaron con el fascismo y el franquismo, corri-
gieron sus errores después, y contribuyeron de ma-
nera decisiva —sobre todo en Italia y en España—
al restablecimiento de la democracia.
En Argentina existen algunos buenos escritores
marxistas, capaces de hacer la crítica del peronis-
mo, pero están aislados de las masas (y también
tienen que exiliarse). No obstante, algunas dosis
de marxismo han penetrado en el movimiento pe-
ronista (gracias, sobre todo, a algunos socialistas)

231
y también a algunos comunistas que (cayendo en
otra exageración) dejan de ser comunistas para in-
tegrarse en el movimiento peronista.
La explotación creciente, también lleva, por su-
puesto, a la radicalización del movimiento peronis-
ta; igualmente les lleva a analizar con más lucidez
las contradicciones objetivas el hecho de verse obli-
gados a organizar una resistencia en la clandesti-
nidad. Tal vez el principal dirigente peronista en
hacer la crítica de su movimiento es John William
Cooke; pero a pesar de que incorpora el marxismo
a su primigenia ideología, Cooke jamás llega a re-
chazar por completo la figura de Perón.
Desde el año 1973 son diversos los grupos pero-
nistas que empiezan a declararse, a la vez, marxis-
tas (el «Peronismo de base», el «descamisado», etc.).
Los Montoneros, que constituyen hoy el principal
movimiento revolucionario, también van inclinán-
dose cada día más por las tesis netamente socialis-
tas. Ello puede notarse en su vocabulario, en el que
están desapareciendo palabras como «justicialismo»
y en el que al mismo tiempo se introducen expre-
siones como «transición al socialismo». Estos cam-
bios terminológicos pueden observarse en la reu-
nión que tienen en Roma, el 20 de abril de 1977,
con representantes de la prensa internacional, en
la que informan de la situación en su país, someti-
do a «la más sanguinaria tiranía». Los dirigentes
montoneros (1) comienzan también a hacer su auto-
crítica pública afirmando que se han desembaraza-
do del «culto de la personalidad» (textual), a la par
que su movimiento deviene «democrático». No obs-
tante, el secretario general, Mario Firmenich, hace
la crítica en unos términos extraordinariamente sig-

(1) E n Argentina, esta palabra significa «los que se


integran en las m a s a s » .

232
nificativos de la vieja alienación, puesto que dice:
«desde la muerte del general Perón y después de la
traición definitiva de Isabel y de López Rega, que
no supieron comprender que el único heredero de
Perón era el pueblo mismo, el movimiento peronis-
ta se ha sentido como huérfano, sin línea estraté-
gica y vaciado de su doctrina» (1). No puede en-
contrarse confesión más explícita de los grandes
—a mi jucio: graves— lazos afectivos con Perón,
al que, a pesar de todo, siguen considerando como
un «padre» puesto que se llaman «huérfanos». Ade-
más, ¿cómo pueden considerarse «sin línea estraté-
gica» si Perón no tuvo más que la «doctrina» de su
demagogia con la cual ocultaba la colaboración de
clases al servicio de la burguesía?
Ese fenómeno nos reafirma en mi conceptua-
ción del peronismo como un fascismo de efectos
retardados: tanto que dura en 1977 en los hijos
de los «hijos» de Perón de los años 1940 (Firmenich
tiene unos cuarenta años de edad y su origen ideo-
lógico es el catolicismo conservador).
En suma, Argentina se encuentra desde hace más
de cuarenta años (desde 1930, el golpe del general
Uriburu) constantemente «al final» de una dicta-
dura y «al principio» de otra De ahí que la situación
argentina constituya el más complejo de los oríge-
nes dictatoriales. Es el fenómeno que yo he defini-
do en otras páginas como la reproducción dictato-
rial endémica (2), peculiar incluso entre los despo-
tismos neocoloniales. Y en ese círculo vicioso toda-
vía no se ve la salida. Porque si las clases explota-
das continúan —y su misma situación les obli-
ga, si quieren sobrevivir— manifestando sus pro-

(1) Cfr. «Le Monde», 22 abril 1977.


(2) Cfr. «Historia 16»: Sergio Vilar: «Tres dictaduras
al microscopio», pág. 136 (n.° 4, agosto 1976).

233
testas (huelgas, trabajo lento, etc.), no se observa
por el momento una dirección global, conjunta de
todas las tendencias populares y progresistas, ca-
paz de restablecer la democracia en un plazo corto.
Y si esa situación podrida dura, una situación que
es la más monstruosa y anárquica de las carnice-
rías, y si una parte del ejército se desgajara de la po-
sición dictatorial, la circunstancia argentina podría
desembocar en una guerra civil.

234
V. BRASIL

En líneas generales, el caso brasileño se parece


bastante al argentino: es otra sociedad neocolonial,
de estructuras económicas fuertemente dominadas
por el imperialismo y con una formación política
que oscila entre el populismo y la dictadura militar.
Ahora bien, en Brasil hallamos asimismo grandes
especificidades, desde los primeros ritmos de su for-
mación histórica. En Brasil no sólo entran las co-
rrientes migratorias europeas, sino que, además, se
organiza uno de los principales sistemas esclavistas
del mundo. En 1887, un año antes de la abolición de
la esclavitud, en Brasil todavía hay 723.419 esclavos
(la cifra es grande si se tiene en cuenta la población
total de aquel momento: unos 14 millones, y si se
considera, además, que otra gran parte de la pobla-
ción no vivía en mucho mejores condiciones que los
negros).
En Brasil no puede hablarse, pues, de las super-
vivencias del modo de producción feudal como en
el caso de Italia, Alemania y España, residuos del

235
pasado que tanto afectan la formación de la sociedad
capitalista, sobre todo en cuanto concierne a la
organización del Estado. Pero en Brasil hemos de
tratar de algo peor —e incluso más nocivo que la
introducción salvaje del capitalismo comercial y de
las emigraciones en Argentina—; en Brasil hemos
de estudiar, explícita e implícitamente, los efectos
producidos por la introducción en aquellas latitu-
des de unas relaciones de producción mucho más
arcaicas: la esclavitud.
Durante cuatro siglos la esclavitud se generaliza
en Brasil: la historia de las grandes plantaciones
(de azúcar, de café, etc.), no puede escribirse si no
se escribe al mismo tiempo la historia de la pobla-
ción africana sometida a la más terrible dominación.
La historia del capitalismo comercial europeo —ho-
landés e inglés, principalmente— tampoco puede
escribirse si no se tiene en cuenta que sus benefi-
cios están llenos del sudor de los esclavos. En Brasil,
la esclavitud fue un sistema concentracionario insti-
tucionalizado porque «contrariamente a los Estados
Unidos, en donde la esclavitud permanece acanto-
nada en los Estados del Sur y en donde ya existía
un importante sector agrícola fuera de la gran plan-
tación esclavista, en Brasil la esclavitud es una ins-
titución nacional: está presente en toda la exten-
sión del territorio, y los agricultores libres no jue-
gan más que un papel limitado» (1).
Brasil no es sólo el último país del mundo en
abolir la esclavitud colonial (en 1888), sino que, ade-
más, sus efectos se prolongan hasta nuestros días.
La permanencia de las relaciones entre amos y es-
clavos, al menos en su esfera simbólica, de terri-
bles efectos políticos, la plantean libros especializa-

(1) J. Juruna: «Brésil, le despotisme tropical», in «Le


Monde diplomatique» (junio 1976).

236
dos en la cuestión, como el de Gilberto Freyre (1) y
también analizan sectorialmente ese fenómeno los
economistas y politólogos brasileños. A los proble-
mas generales de una sociedad dependiente, en Bra-
sil se suman los problemas de las tensiones entre
razas, de la subordinación de los negros a los blan-
cos, y la cooptación racial como forma de ascen-
sión social (a través de los diversos mestizajes).
Ahora bien, el «racismo» o las nuevas formas de la
esclavitud se han propagado asimismo respecto a los
blancos pobres. «Para los propietarios o sus admi-
nistradores sigue en vigencia, en vastas zonas, el
"derecho a la primera noche" de cada muchacha.
La tercera parte de la población de Recife sobrevi-
ve marginada en las chozas de los bajos fondos» (...)
«En numerosas plantaciones subsisten todavía las
prisiones privadas, "pero los responsables de los ase-
sinatos por subalimentación —dice René Dumont—
no son encerrados en ellas, porque son los que tienen
las llaves"» (2). La agencia «France Presse» infor-
maba el 21 de abril de 1970 de prácticas directas de
la esclavitud: «La policía del Estado de Pernambu-
co detuvo el domingo último, en el municipio de
Belem do Sao Francisco, a 210 campesinos que iban
a ser vendidos a propietarios rurales del Estado de
Minas Gérais a dieciocho dólares por cabeza.» Por
todo ello Eduardo Galeano comenta con razón que,
si bien la esclavitud quedó abolida en 1888, después
se inauguraron formas combinadas de servidum-
bre feudal y de trabajo asalariado que a veces re-
sulta más barato (por el bajo nivel de subsistencia

(1) G. Freyre: «Maîtres et esclaves», Editions Gallimard


París.
(2) E. Galeano: «Las venas abiertas de América Lati-
na», op., cit., pp. 96-97, 132-133 y 149. (Cita a R. Dumont:
«Tierras vivas. Problemas de la reforma agraria en el mun-
do», México, 1963.)

237
que permiten esos salarios) que la compra y ma-
nutención de esclavos.
La paradoja de todo ello está en que la institu-
ción militar que ha reintroducido las formas de ex-
plotación del pasado, fue la que contribuyó a la
supresión de la esclavitud, al derrocamiento de la
monarquía y a la proclamación de la República en
1889. En efecto, en aquella época, los militares que
surgían de las clases medias estaban influenciados
por la ideología liberal y progresista, y en cierto
modo se oponían a los grandes latifundistas. Sin
embargo, la clase que correspondía a esa tendencia,
los industriales, era todavía una clase social débil
en comparación con los terratenientes y los comer-
ciantes. Es un problema parecido al de los milita-
res progresistas españoles durante el siglo xix. Como
éstos, los brasileños también irán burocratizándose
y corporativizándose, aunque en el interior de las
fuerzas armadas sigan manifestándose algunos nú-
cleos democráticos y revolucionarios. En todo caso,
desde la I República, los militares tendrán constan-
temente una intervención decisiva en las reorgani-
zaciones estatales, unas veces al servicio de los «se-
ñores del café», otras en coordinación con los indus-
triales, después (sobre todo desde 1964) ellos di-
rectamente, como clase supletoria al servicio de la
burguesía imperialista.

1. — La formación de una burguesía interior

Con Argentina, el Brasil es uno de los casos más


elocuentes de formación de burguesías interiores o
delegadas del imperialismo. Su actividad económi-
ca —unas con los cereales, las carnes y los cueros;
otras con el azúcar y el café; ambas con sus mate-

238
rías primas— se inicia y se mantiene promoviendo
un desarrollo «hacia afuera», esto es, atendiendo las
necesidades de un mercado mundial, y especialmen-
te el mercado de la metrópoli imperialista a la que
están ligadas. Todo ello significa una notable des-
preocupación por los efectos que produce «hacia
dentro», sobre todo en contra de los intereses socio-
económicos del resto de la población, fundamental-
mente de las clases explotadas.
En Argentina y en Brasil, esas burguesías son
tanto más «interiores» por cuanto ellas mismas son
—al menos en sus orígenes familiares— «europeas»,
esto es, colonialistas: llegaron a aquellas tierras,
como ya he sugerido, con el exclusivo afán de enri-
quecerse, y con escasas y pobrísimas ideas de for-
mar allí otra sociedad. Además, esas burguesías han
sido siempre sucursalistas de burguesías exteriores,
hasta tal punto que su crecimiento o su ruina ha
dependido de los cambios de las relaciones con unas
u otras potencias imperialistas. En el caso del Bra-
sil eso se observa con toda claridad en el paso de
la predominancia de los «señores del azúcar» (re-
lacionados con los holandeses) a los «señores del
café» (relacionados con los ingleses), y posterior-
mente a los que podemos llamar «señores de la in-
dustria complementaria».
Los grandes plantadores de café son los que van
a dominar, económica y políticamente, al menos
hasta 1930, la peculiar sociedad brasileña. La pro-
ducción de este hermoso fruto aumenta constante-
mente, hasta cubrir la mayor parte de las necesi-
dades del mercado mundial (1). Y al mismo tiem-
po, persisten en el sistema de producción no sólo
(1) « E n 1905 se alcanza la cifra de 11 millones de sa-
cos, o sea el 70 % del consumo anual mundial.» (Cfr. M.
Arraes: «Le Brésil, le peuple et le pouvoir», F. M a s p é r o ,
1969, París, p. 39.)

239
las formas neoesclavistas que he indicado sino tam-
bién los métodos rudimentarios propios del feuda-
lismo. Pero la reducción de la fuerza económico-
política de los terratenientes (1) no significa que
su influencia no siga siendo enorme en las «costum-
bres» políticas y en la ya secular articulación al im-
perialismo.
Con la llegada al poder de Vargas, se inicia una
particular «hegemonía» de los industriales.
Como dice Celso Furtado, Brasil constituye una
de las más ricas experiencias de industrialización en
las condiciones del subdesarrollo, puesto que se tra-
ta de «una industrialización directamente comple-
mentaria de las actividades de exportación, que cre-
ce o se reduce en función de estas últimas y que
desemboca difícilmente en un proceso de industria-
lización autónoma». Eso por un lado, por el otro
también existen otras «industrias complementarias
de las importaciones o creadas por los gastos de
los consumidores» como por ejemplo las industrias
de embalaje, los textiles, los materiales de la cons-
trucción. Para una mejor comprensión del proceso
político que estudiaremos después, conviene asimis-
mo tener en cuenta que todas esas actividades in-
dustriales, sobre todo la ligada al comercio exte-
rior, tienen una escasa incidencia en la formación
de una auténtica «mentalidad industrial». La llega-
da progresiva al poder de los industriales también
significa la superación de otros fenómenos neofeu-
dales que persistían hasta ese momento. A partir de
1930, «las barreras aduaneras entre los Estados son

(1) Luis Carlos Prestes, el famoso teniente revoluciona-


rio que luego se hizo comunista, decía: « E s t e p a í s e s t á aho-
gado por el latifundio, por el r é g i m e n feudal de la pro-
piedad agraria en el que el trabajador, si ya no es escla-
vo, se encuentra sin embargo reducido a una servidumbre
larvada, a una semi-esclavitud.»

240
eliminadas y se toman una serie de medidas tendien-
do a la unificación del mercado nacional». La in-
dustrialización brasileña, como la argentina, no es
sólo producto de una burguesía industrial, sino que
el Estado cumple en todo ello una función principal,
tanto en lo que concierne al crédito como en lo
que se refiere a la creación de grandes empresas.
Desde un punto de vista político puede hablar-
se de núcleos de «burguesía nacional» ligados a las
experiencias populistas de Getulio Vargas. Pero esa
denominación ha de hacerse con todas las reservas
que nos suscita la serie de hechos que vengo anali-
zando en torno a la dependencia exterior. De hecho
el conjunto de la industrialización se lleva a cabo
siempre y cuando y en el grado que no dificulte las
relaciones económicas con el exterior: eso forma
una constante, pocas veces interrumpida, desde 1930
hasta la actualidad. De ahí que, como sugiere Fur-
tado, a esas burguesías no debamos llamarlas «na-
cionales» sino más bien cosmopolitas (1).
De una manera o de otra, el capitalismo interna-
cional va subordinando igualmente a los industria-
les brasileños. Esa subordinación se acentúa con el
suicidio de Vargas (1954); con este caudillo-popu-
lista, esto es, en combinación con el Estado, un
sector de la burguesía intentó fomentar un desa-
rrollo industrial autónomo; otras tentativas en ese
sentido se dibujan en etapas posteriores, sobre todo
durante el gobierno de Goulart. Pero el golpe mili-

(1) C. Furtado: «Analyse du "modele" brésilien», Edi-


tions Anthropos, París 1974, pp. 22, 29, 31. E n p. 55, este
autor nos ofrece otra d e s c r i p c i ó n interesante de las bur-
g u e s í a s en una sociedad dependiente: «Es mucho menos
apropiado hablar de aparición y de c o n s o l i d a c i ó n de una
b u r g u e s í a nacional que de i m p l a n t a c i ó n local de la nueva
b u r g u e s í a internacional ligada al capitalismo de los gran-
des conglomerados transnacionales.»

241
16. FASCISMO Y MILITARISMO
tar de 1964 acaba de liquidar esos proyectos, por
otra parte difícilmente realizables y cuya significa-
ción progresista estaba en entredicho, según podre-
mos observar a continuación. En efecto, entre una
burguesía «nacional» fascistizante y una burguesía
que subordinándose subordina a todo un pueblo, la
opción es difícil. Cardoso ha estudiado las varian-
tes y las analogías entre una y otra. Los que repre-
sentan el «nacional populismo», «son precisamen-
te los que tienden a controlar los sectores indus-
triales tradicionales, de débil tecnología y depen-
dientes de un mercado de consumo de masa». Los
representantes de los «valores internacionales de
desarrollo» controlan «los sectores más modernos
y de desarrollo tecnológico más avanzado». Pero a
fin de cuentas se revela el carácter de clases inertes
que ambas fracciones tienen, porque «no sólo el
grupo que se alimenta de una ideología "nacional-
populista" es el menos apto, estructuralmente, para
una acción de transformación (dado su vínculo con
los sectores menos dinámicos de la economía) y el
sector "internacionalista" es económicamente el más
progresista, sino que, en conjunto, los dos son po-
líticamente acomodaticios» (1) a las soluciones de
fuerza bruta, por vía militar y por la vía de la alie-
nación.
En suma, que entre las burguesías interiores y
las exteriores existe la complicidad de intereses que,
en la dialéctica de la libre empresa, lleva en estos
países a la opresión y a la represión de los pueblos.

(1) F. H. Cardoso: « P o l i t i q u e et d é v e l o p p e m e n t dans les


s o c i é t é s d é p e n d a n t e s » . Editions Anthropos, Paris, 1971, pa-
ginas 270-272.

242
1.1. — El imperialismo gargantúa

No sólo gargantúa sino también tragantúa; el


sistema imperial va devorando cuanto cree que con-
viene a sus intereses, sin que le preocupe el costo
social —sumado en torturas, años de cárcel y eje-
cuciones— que todo ello puede significar. El capi-
tal extranjero sólo empieza a inquietarse cuando,
como en Argentina, la conflictividad social es tan
sangrienta que destruye la estabilidad y pone graves
dificultades a la continuación de la productividad
y de la rentabilidad de las inversiones. Pero enton-
ces suele resultar demasiado tarde y las soluciones
a veces no se alcanzan más que traumáticamente y
asimismo en contra del imperialismo. Eso también
puede ocurrir en Brasil, en donde el «modelo» eco-
nómico-político empieza a mostrar su agotamiento.
Tras la pausa impuesta de la Segunda Guerra
Mundial, los norteamericanos prosiguen su penetra-
ción en la sociedad brasileña. Tan es así que en
1945, son ellos, a través de su embajador Berle Jr.,
quienes de hecho dirigen el derrocamiento del go-
bierno Vargas y liquidan así el primer período de
nacional-populismo. La dominación económica de
Estados Unidos ya es en ese momento clara, así como
su plan futuro, mientras que los intereses ingleses
se reducen cada vez más (pero se retiran, como en
Argentina, haciendo pingües negocios: también aquí
venden los viejos ferrocarriles). La desnacionaliza-
ción de la economía no hace más que empezar, si
bien siguen existiendo sectores que no dejan de plan-
tear las posibilidades de un desarrollo más autóno-
mo. Los quince años que ha pasado en el poder el
getulismo-varguismo dejan, además, fuertes influen-
cias e intereses en el aparato del Estado. Ello se
demuestra por la vuelta al poder en 1951 del viejo
líder, y la aprobación de la ley que crea la sociedad

243
nacional para la explotación del petróleo (la Petro-
brás). El 31 de diciembre de 1951 matiza las rela-
ciones que propone con el imperialismo: «No nos
oponemos, como se insinúa constantemente, a la
entrada en Brasil de capitales extranjeros. Al con-
trario. Deseamos que vengan. Pero nosotros no ad-
mitimos el abandono de nuestros recursos natura-
les y de nuestras reservas al control de las compa-
ñías extranjeras...» Y Vargas concreta: «Ya lo he
dicho y lo repito solemnemente: quien abandona
su petróleo, aliena su propia soberanía.»
No obstante, a la burguesía imperialista eso no le
bastaba. Y en 1953, el nuevo régimen de Vargas se
encuentra ya condenado, de lo cual el jefe populis-
ta empieza a ser consciente: «Tengo contra mí a
las empresas privadas que progresan en todo Bra-
sil, ganando en cruzeiros doce veces lo que invier-
ten en dólares y convirtiendo esos cruzeiros en dó-
lares enviados al extranjero a título de dividen-
dos» (1).
Pero a pesar de que la subversión ultraderechis-
ta se extiende en las fuerzas armadas, Vargas sigue
atacando públicamente: «He hecho comparar las
declaraciones hechas por los exportadores al depar-
tamento de Comercio de los USA y las que han he-
cho en nuestros consulados. En un período de 18
meses se registra un aumento, a través de las fac-
turas, que alcanza los 150 millones de dólares. Si
se considera que el sistema está generalizado, nos
es fácil concluir que se disimulan 250 millones de
dólares en 18 meses, puesto que el 55 % de nuestro
comercio se hace con los Estados Unidos» (2).
Esa vigilancia económica resulta insoportable
para los capitalistas extranjeros y para los sucursa-

(1) Vargas, discurso del 20-12-1953.


(2) Vargas, discurso del 21-1-1954.

244
listas brasileños. Y en ese momento empieza la nue-
va conspiración militar para liquidar las tentativas
nacional-populistas. El complot se concreta el 23
de agosto de 1954: 32 generales firman un manifies-
to: «Los abajo firmantes, generales del Ejército,
conscientes de nuestros deberes y de nuestras res-
ponsabilidades ante la Nación (...) declaramos juz-
gar en conciencia que para dar al pueblo la paz y
mantener la unidad de las Fuerzas armadas, el ac-
tual presidente de la República debe renunciar a su
cargo.» (El manifiesto lleva la fecha del 22 de agos-
to.)
El día 24 por la mañana va a reunirse el equipo
ministerial para tratar de encontrar una solución.
Pero Vargas se suicida a las ocho de la mañana (un
balazo en el corazón), después de escribir una carta-
testamento en la que se explica con toda claridad:
«Quiero denunciar las intrigas subterráneas de los
grupos internacionales aliados a los grupos nacio-
nales opuestos al régimen de la garantía del traba-
jo (...) Si las aves de rapiña tienen aún sed de san-
gre brasileña, yo ofrezco la mía en holocausto. Sa-
bed que he luchado para que mi país y mi pueblo
no sean despojados.»
Por supuesto, tan trágica decisión no frenaría
ni siquiera sembraría interrogantes en la concien-
cia del capital extranjero. La penetración del im-
perialismo se prosiguió de manera acentuada en los
sucesivos gobiernos: el de Café Filho (agosto 1954-
noviembre de 1955) y el de Juscelino Kubitschek
(enero 1956-enero 1961). A partir de esta última eta-
pa, ya es una verdadera invasión que desborda el
anterior marco de las inversiones e impulsa una
creciente industrialización dentro del «modelo» in-
dicado.
El gobierno de Janio Quadros constituirá otra
tentativa nacional-populista (febrero 1961-agosto

245
1961), que prolonga su sucesor Joáo Goulart. Pero
ya en 1962 se perfilan los planes militares para
acabar definitivamente con los proyectos de ese tipo.
A principios de 1964, Goulart, que había estado
combinando las concesiones a la derecha y a la iz-
quierda, decide dar un paso más marcado en favor
de las reformas progresistas: firma un decreto que
reduce las salidas de beneficios y critica áspera-
mente al capital extranjero. El mes de marzo pro-
pone al Parlamento otra serie de medidas en favor
de los intereses populares: la extensión del dere-
cho de voto a los analfabetos, el derecho de voto y
la elegibilidad para los sargentos y el control de
la petroquímica privada. En suma, una serie de
propuestas «intolerables» incluso para la burguesía
«nacional». No tardaría mucho en producirse el nue-
vo golpe militar.
Esta rebelión tiene, además, una preparación psi-
cológico-religiosa digna del mayor integrismo espa-
ñol. En Sao Paulo, el 19 de marzo de 1964 se organi-
za una «Marcha de la familia, con Dios y por la L i -
bertad». A las 6 de la tarde, unas 300.000 personas
se dirigen hacia la plaza de la catedral; allí les espe-
ran el dirigente de la ultraderecha, Carlos Lacerda,
el presidente del Senado, Moura Adrade, que es uno
de los principales ganaderos del país, el ex minis-
tro de la Guerra, Nelson de Mello y otros reaccio-
narios. En su discurso, Andrade dice: «La concien-
cia cristiana de Brasil preside esta manifestación.
Este día es decisivo para la existencia de Brasil.
Depositemos nuestra confianza en las fuerzas arma-
das y en la democracia.»
El 2 de abril, sin disparar un tiro, una junta mi-
litar ocupa el poder, mientras Goulart tomando pro-
bablemente conciencia clara de que antes que diri-
gente progresista es un gran latifundista, opta por
marcharse a administrar sus propiedades en Uru-

246
guay y Argentina, abandonando todo el proyecto
populista (1), con lo que daba todas las facilidades
a los generales como principales representantes de
los intereses norteamericanos.
Desde 1964 la estructura económica brasileña
se distribuye en tres grandes sectores. Las multina-
cionales controlan la producción de bienes de con-
sumo durables (automóviles, electrodomésticos, equi-
po industrial en general), las industrias químicas y
farmacéuticas, etc. El Estado tiene la industria pe-
sada. Y la burguesía brasileña se ocupa de la in-
dustria ligera (por ejemplo la textil), la construc-
ción y el comercio.
En Brasil, el capital norteamericano no sólo con-
trola las ramas estratégicas de la economía sino
también diversas fuentes de materias primas como
los yacimientos de hierro de Paraopeba (cedidos
por el mariscal Castelo Branco, uno de los autores
del golpe de 1964, a la Hanna Mining Co.) En
la Amazonia, los USA compraron inmensos territo-
rios en los que existen yacimientos de uranio, co-
bre, manganeso, bauxita, cromo, mercurio, etc.

(1) Goulart muere en su propiedad de Mercedes, (pro-


vincia de Corrientes, Argentina) el 6 de diciembre de 1976.
Goulart era un heredero del populismo varguista (había
sido ministro de Trabajo del ú l t i m o gobierno de Vargas)
y antes había sido vicepresidente del gobierno Kubitschek
y d e s p u é s del de Quadros, cuya d i m i s i ó n le p e r m i t i ó llegar
a la presidencia. Desde 1954, los militares b r a s i l e ñ o s decían
de él que facilitaba la «infiltración c o m u n i s t a » ; en 1964 se
decía: «Getulio detenía a los comunistas; Jango (Goulart)
recompensa a los traidores comunistas; Nuestra-Señora-Re-
velada, ilumina a los reaccionarios.» (Cfr. «Pau de Arara»:
«La violence militaire au Brésil», M a s p é r o , París 1971, pá-
gina 40.) El error de Goulart fue haber querido realizar to-
das las reformas al mismo tiempo (la agraria, la electoral,
la fiscal, la de la educación, etc.), sin haberse asegurado
suficientemente el dispositivo militar capaz de defenderlas.

247
2.— El destacamento supletorio

Como en todas las formaciones sociales que es-


tudiamos, las fuerzas armadas se encuentran cons-
tantemente, de una manera directa o indirecta, en
los orígenes de las dictaduras. Ahora bien, los mi-
litares brasileños y los procesos históricos en los
que participan son más parecidos a los argentinos
que a los de los países europeos. Aunque en Argen-
tina la oficialidad estaba (y está) ligada a la oligar-
quía, y los jefes brasileños proceden más bien de
la clase media, los rasgos generales que más nos
importa analizar son los mismos, esto es: en Bra-
sil también observamos un ritmo alternativo entre
la dictadura militar latente y la dictadura militar
manifiesta, o dicho de otra manera: una oscilación
entre la búsqueda de soluciones económico-políti-
cas por la vía nacional-populista y la mayor subor-
dinación en todo sentido al imperialismo.
El rasgo transnacional, en casi todas las etapas,
que explica el fuerte intervencionismo militarista,
es el vacío político, el abandono en que unas y otras
clases —pero principalmente la burguesía— dejan
a la escena política, y la dinámica interna de las
fuerzas armadas tendente a ocupar ese vacío.

2.1. — Los militares y el nacional-populismo

Durante los años 1920-1930 y aún más allá, en-


tre los jóvenes oficiales circulan ideas nacionalistas
que oscilan entre las simpatizantes con el socialis-
mo y las que se inclinan por el fascismo. Es el mo-
vimiento de los tenientes que se subleva en diver-
sas ocasiones contra el poder oligárquico. En aque-
llos años empiezan a sonar los nombres de algunos
de esos tenientes que en las décadas sucesivas ju-

248
garán papeles destacados y en algunos casos total-
mente contrapuestos; por ejemplo, de un lado Fi-
linto Muller y Cordeiro de Farias, que se vuelven
de ultraderecha; y del otro lado, Luis Carlos Pres-
tes, que se apunta al partido comunista y con los
años deviene su principal dirigente.
El año 1930 marca una primera y decisiva divi-
sión entre las tendencias de esos oficiales jóvenes.
En 1929, Getulio Vargas había iniciado su campa-
ña para ser presidente de la República; la «Alian-
za Liberal» que le apoyaba era la suma de las co-
rrientes de la oposición. Su fracaso en las eleccio-
nes llevó a sus partidarios a tomar la decisión de
conquistar el poder por la vía armada. Apoyados
en un sector del «tenentismo», y dirigidos por el
general Goes Monteiro y el propio Vargas, se apo-
deran del Estado. Goes va a la jefatura del Estado
Mayor y Filinto Muller se convierte en jefe de la po-
licía. Es una primera etapa en la configuración de
la dictadura populista.
La segunda etapa se cumple en 1935: los comu-
nistas promueven un golpe de Estado; los var-
guistas les replican con una dura represión; un gru-
po fascista, los «integralistas» (su divisa era «Tra-
bajo, familia, patria») colabora espontáneamente en
las tareas represivas (1). Pero el caudillo Getulio y
su camarilla todavía tienen escrúpulos democráti-
cos. La Constitución sigue vigente, y según ella ten-
drá que dejar el puesto en 1938. Ahora bien, digamos
en seguida que los escrúpulos democráticos de Var-
gas son escasísimos puesto que, por una parte, en-
carga a un jurista claramente fascista (Francisco
Campos) que le prepare una nueva constitución, y
(1) Estaban organizados en unas «milicias integralis-
tas», inspiradas en las « c a m i s a s negras» de Mussolini, y con
las que colaboraban algunos militares condecorados por
Hitler. (Cfr. «Le Monde diplomatique», París, julio 1975.)

249
a los generales que le siguen que creen el «estado
de opinión» que motive la prolongación y la conso-
lidación del sistema dictatorial. En combinación
con los integralistas, los militares montan un com-
plot imaginario, el «Documento Cohén», «plan te-
rrorista de origen comunista descubierto por el es-
tado mayor» (1). Ese documento fue «debidamente»
difundido por la prensa derechista, y el 10 de no-
viembre de 1937 por la mañana decretan el estado
de excepción, y proclaman el «Estado Novo» (era
lógico que un fascista brasileño, Campos, se inspi-
rara directamente del régimen de Salazar).
Se liquida la legalidad republicana, y con ella el
federalismo, los partidos políticos, el parlamento
y los sindicatos. En lo que se refiere al sindicalis-
mo, el «Estado Novo» se parece mucho al Estado
franquista, puesto que integra a los sindicatos en
la estructura estatal al tiempo que establece las co-
tizaciones obligatorias.
En el plano interno, Getulio Vargas desarrolla
una política que trata de equilibrar los intereses de
las diferentes fracciones de las clases económica-
mente dominantes, dando sin embargo más posi-
bilidades a los industriales. En cuanto se refiere a
su poder real, el jefe populista depende de los ge-
nerales, como demostraré después. Con las clases
explotadas Vargas combina, según dicen los fran-
ceses, «la carotte et le baton» (la zanahoria y el
palo). La represión generalizada cae sobre los mili-
tantes de los partidos revolucionarios. Otro comu-
nista de la época, Carlos Marighela, que luego mu-
rió a manos de los militares del golpe de 1964, ex-
plicó en 1946 las torturas a las que fue sometido
durante la primera época del getulismo (2). Pero al

(1) Cfr. «La violence militaire au Brésil», op., cit., p. 17.


(2) « D o c u m e n t o s » de la C o m i s i ó n parlamentaria de in-

250
mismo tiempo, Vargas promulgaba leyes que favo-
recían a los trabajadores: «Un mes después de ha-
ber tomado el poder, el 26 de noviembre de 1930
(Vargas) creó el Ministerio de Trabajo, de Indus-
tria y de Comercio y firmó los primeros decretos
relativos a las condiciones de trabajo. La duración
de la jornada laboral quedó fijada en ocho horas
en el comercio (22-3-32) y en la industria (4-5-32),
estableció los convenios colectivos y el salario mí-
nimo y fundó los Institutos de Previsión Social. Las
medidas en favor de los asalariados urbanos se su-
cedieron hasta 1945» (1).
El paternalismo de Vargas hizo sus efectos aun-
que, en contra de sus promesas, no hizo la reforma
agraria. El gran poder de los latifundios permane-
cía intacto al final de su mandato.
La defenestración de Vargas, la liquidación del
«Estado Novo», se llevó a cabo cuando el capitalis-
mo norteamericano se vio libre de la Segunda Gue-
rra Mundial: los mismos generales que habían ins-
talado en el poder a un hombre que iba a crear un
sistema parecido al fascista, fueron los que le des-
tituyeron (2). Y es que en 1945 no sólo el imperia-
lismo económico había hecho y quería seguir ha-
ciendo fuertes penetraciones en territorio brasile-
ño, que hubieran sido tal vez frenadas por la de-

v e s t i g a c i ó n sobre los actos delictivos de la dictadura; de-


p o s i c i ó n de Carlos Marighela.
(1) «Le Brésil, le pouvoir et le peuple», op., cit., p. 148.
(2) «El mismo general Goes Monteiro que había desayu-
nado langostas con Vargas el 1° de noviembre de 1937 (SV:
para celebrar la i m p o s i c i ó n del "Estado Novo") fue quien
d i c t ó (como jefe de la c o n s p i r a c i ó n ) la minuta del acto de
d i m i s i ó n a su colega Cordeiro de Farias (uno de los te-
nientes de 1924), quien luego sería ministro de Gobernación
d e s p u é s del golpe de Estado de Castelo Branco en 1964.»
Cfr. Luis Vergara: «J'ai été s e c r é t a i r e de Getulio Vargas».

251
magogia populista, sino que en ese momento ya se
habían tejido, además, fuertes lazos afectivo-políti-
cos entre los militares norteamericanos y el destaca-
mento supletorio brasileño.

2.2. — El populismo considerado como «fascismo


colonial»

Considerar, según hacen no pocos autores, los


regímenes latinoamericanos como el peronista y el
varguista, como simplemente fascistas, me parece
peligrosamente erróneo, dada la confusión que im-
plica y las equivocaciones que partiendo de ese su-
puesto pueden seguir cometiendo las fuerzas pro-
gresistas a la hora de analizar unos fenómenos de
los que tienen que liberarse. El varguismo, como el
peronismo, contienen, en sus formulaciones y en
sus prácticas, en la creación de ideología y en la
organización política, elementos claramente fascis-
tas. Pero la fuerza real en la que se apoyan, dista
mucho de ser la misma que la del mussolinismo y
la del hitlerismo. Éstos, recordémoslo, eran podero-
sos movimientos de masas, ordenados para-militar-
mente en el seno de un partido, cuya fuerza aca-
bó predominando sobre el Ejército; mientras que
el sistema de Vargas, como el de Perón, no son sino
sistemas-hombres de paja, sistemas-supletorios del
destacamento militar que a su vez suple a la oligar-
quía interior, políticamente incapaz, y a la burgue-
sía imperialista, que no se considera responsable
de la organización política de sociedades lejanas y
en las que no piensa más que para explotarlas. Ade-
más, en la primera etapa, el varguismo, como el pe-
ronismo, fueron menos represivos y aparentemen-
te (recordar lo de los efectos retardados) más pro-
gresistas que los fascismos europeos, gracias por

252
otra parte, como ya he dicho y conviene recalcar
asimismo en el caso brasileño, a la coyuntura in-
ternacional en la que los sistemas imperialistas-li-
berales (Francia, Inglaterra, Estados Unidos) ha-
cían la guerra a los sistemas imperialistas totalita-
rios (Alemania, Italia, Japón).
Ahora bien, el populismo, en su vinculación con
las masas, se parece mucho al fascismo. La figura
del caudillo, y el culto que se le rinde, es clave en
lo que yo he definido en otro libro (1) como el ele-
(1) Cfr. «La naturaleza del f r a n q u i s m o » .
(Las incapacidades para comprender las especifici-
dades de los f e n ó m e n o s sociales de unos p a í s e s respecto a
otros, se producen t a m b i é n entre no pocos militantes co-
munistas. Como b o t ó n de muestra se puede leer el texto
de V. Roncales en « N u e s t r a Bandera» n.° 86, marzo-abril
1977. En ese texto, «Roncales» [que oculta su verdadera
identidad, ya que é s e no es su apellido real] pretende re-
mitirme, para ampliar el análisis que hago del « e l e m e n t o
ideológico-jefe» en el franquismo, nada menos que al bona-
partismo, con lo cual R. demuestra ignorar la tesis funda-
mental del marxismo: la lucha de clases a lo largo de la
historia y su a n á l i s i s para comprender a fondo cualquier
hecho social. E l señor R. ignora esa tesis porque el fran-
quismo, en cuanto proceso de tensiones y enfrentamientos
clasistas en el marco determinado de unas estructuras eco-
n ó m i c a s y políticas, no tiene nada que ver con el proceso
de relaciones de clases y de estructuras del bonapartismo;
por ende, el estudio de é s t e poco o nada puede servir para
la i n v e s t i g a c i ó n de aquél. J a m á s h a b í a observado en una
revista que es el ó r g a n o oficial de un PC una mayor igno-
rancia del marxismo. Pero tal vez lo m á s grave es que, en
p e r í o d o eurocomunista, ese autor pone de relieve un do-
ble comportamiento stalinista: firma su artículo [esto es,
lanza la piedra] con s e u d ó n i m o , y me acusa, s e g ú n el viejo
estilo, de hacer una « p r o v o c a c i ó n » [esa palabra manchada
por las d é c a d a s de fraseología d o g m á t i c a y sectaria] por-
que critico al PC vasco.)
(Manuel Azcárate, director de « N u e s t r a Bandera», que
me repite en dos ocasiones que él no se h a b í a leído esa
reseña antes de enviarla a la imprenta, me dice d e s p u é s
que V. Roncales es Valeriano Bozal, «consejero» de la re-
vista.)

253
mente ideológico-jefe articulador del conjunto hete-
rogéneo, dispar e irracional de toda ideología fascis-
ta. En el populismo también se lleva a cabo una
global manipulación de las masas. Esa personaliza-
ción del poder, esa confusión entre el Estado y el
individuo-jefe, también la ha puesto de relieve un
autor brasileño: uno de los componentes esenciales
del populismo es «la personalización del poder, la
imagen (semi-real y semi-mítica) de la soberanía
del Estado sobre el conjunto de la sociedad». Más
adelante, Francisco Weffort amplía el análisis de
ese fenómeno constituido en gran parte, a mi jui-
cio, por el culto e incluso la sacralización del jefe,
un culto que produce la atomización de las masas:
«Las relaciones políticas que las clases populares
urbanas han entretenido con el Estado y con las
otras clases en los últimos años de la historia de
Brasil, han sido relaciones esencialmente individua-
les (es SV quien subraya) y en esas relaciones el
contenido de clase no se manifiesta de manera di-
recta. Podría decirse que son relaciones individua-
les de clase» (1). Es una excelente explicación de
cómo la conciencia de una clase puede ser destrui-
da: introduciendo en las personas que la componen
los mecanismos psicológicos que les llevan a sos-
tener, preferentemente, relaciones entre individuos.
En esa situación, una clase explotada que tenga
una débil formación política, puede perder su con-
ciencia clasista, y por supuesto unas masas sin nin-
guna concienciación devienen extraordinariamente
manipulables por el «mesías-charlatán» que consi-
gue hacerse pasar por el «padre de los pobres». Ése
es el papel que juega Vargas hasta el suicidio. Y en
este sentido, el fin trágico del demagogo brasileño,

(1) Cfr. «Les Temps Modernes», París, octubre 1967, pá-


ginas 636-640.

254
muestra una personalidad más consecuente con su
mitología que Perón, a quien no le importó hacer
el papel poco lucido de marcharse al exilio con una
parte del tesoro nacional dejando a las masas ar-
gentinas con su alienación populista.
Sin embargo, Vargas personificó asimismo la
política considerada como una gran ficción. Entre
los dictadores fascistas y militares que en este l i -
bro estudiamos, Vargas es, sin duda alguna, el ma-
yor farsante político, porque no le basta con orga-
nizar un solo partido ligado a su figura, sino que
crea dos: con uno, el PSD (Partido Social-demócra-
ta), en el que ocupa la «presidencia de honor», agru-
pa a los miembros de la burguesía «nacional», y
también a los políticos representativos de los gran-
des intereses agrarios en diversas regiones; con el
otro, el PLB (Partido Laborista Brasileño), del que
es presidente efectivo, y que funciona como la ver-
dadera máquina propagandística del populismo, con-
trola a los trabajadores de las ciudades, en concu-
rrencia con el PC.
Esta confusa ideología nacionalista y policlasis-
ta siguió teniendo una fuerza considerable en el
juego político brasileño. Esa fuerza se demostró,
primeramente, en el hecho de que los generales se
vieron obligados a aceptar el retorno de Vargas al
poder (1951-1954). Secundariamente, el populismo
getulista siguió influyendo el acontecer político bra-
sileño incluso más allá de la muerte de Vargas (en
los gobiernos de Quadros y de Goulart, que había
sido ministro de Trabajo en el segundo período var-
guista).
Los gobiernos que cubren los vacíos inmediata-
mente después que Vargas deja el poder, son asi-
mismo gabinetes-títeres manejados de una u otra
manera por los militares. Sobre todo, el primero
(enero 1946-enero 1951) formado por el general Euri-

255
co Gaspar Dutra (que había sido uno de los conju-
rados del complot que en 1937 había llevado al
poder a Vargas), y cuyos objetivos se describen sin
tapujos: «1) restablecer las condiciones necesarias
a la conservación de los privilegios del capital ex-
tranjero en Brasil; 2) contener las fuerzas popula-
res removilizadas por la derrota del nazismo» (1).
Los sucesivos gobiernos, a pesar de las nuevas
tentativas populistas, no harán más que acabar de
dibujar esas dos tendencias principales: subordina-
ción al imperialismo y sistema represivo sin ocul-
tación, esto es: imposición de una dictadura mili-
tar sin fachadas demagógicas.

2.3. — El destacamento subimperialista

En el interior de las fuerzas armadas también


circuló la influencia del varguismo con propensio-
nes fascistas; al mismo tiempo se había formado
otro sector pro-americano. Desde la segunda etapa
de la Segunda Guerra Mundial es el último grupo
el que predomina: el ejército brasileño envía una
«Forca Expedicionaria Brasileira» (FEB) a luchar
junto al ejército estadounidense en Italia. Las tro-
pas están bajo el mando del general Mascarenhas
de Maraes, pero entre los demás jefes y oficiales en-
contramos otros nombres significativos en los ante-
riores procesos dictatoriales, como Cordeiro de Fa-
rias, o en las tendencias hacia la dictadura que se
producirán después, como Castello Branco y Golbery
de Couto e Silva. En Italia se establecen más que
camaraderías: profundas amistades como la que
une al general Castello Branco y al general Vernon
Walters, oficial de enlace entre los dos ejércitos,

(1) «Le pouvoir militaire au Brésil», op., cit., p. 22.

256
agregado militar en Brasil (1962-1967), junto con
Castello Branco organizador del golpe de Estado
de 1964, y posteriormente subdirector de la CIA.
Pero no nos adelantemos a los acontecimientos, por-
que, además, el entrelazamiento entre militares yan-
quis y gorilas brasileños es mucho más amplio y
fuerte que esas relaciones amistosas indican.
Después de la Segunda Guerra Mundial, no sólo
son numerosos los oficiales subimperialistas que van
a estudiar a las Academias militares de Estados
Unidos (1), sino que también se crea una escuela
en Brasil en donde se imparte la misma instrucción.
En 1947, una misión de consejeros militares llega
a Brasil para fundar la «Escuela Superior de Gue-
rra», también llamada «Sorbona de Praia Ver-
melha». Esa misión permanece en Brasil hasta el
año 1960. El general Cordeiro de Farias es el pro-
motor principal. Fue suya, además, la idea de com-
binar los aspectos estratégicos con los del desarrollo
económico, y las consiguientes invitaciones a civiles
(miembros de las clases dominantes) a participar
en los cursos de la «Escola» (2).
En el directorio de la escuela participa, de pleno

(1) Uno de los oficiales que, ya en 1944, fue a estudiar


a Estados Unidos (exactamente a Forth-Leavenworth, en el
Estado de Kansas), es precisamente el actual dictador Er-
nesto Geisel. De regreso de los USA en 1945 participó en el
golpe de Estado que d e s t i t u y ó a Vargas. Bajo el gobierno
Dutra, Geisel fue miembro del Consejo de Seguridad Na-
cional. Colaboró asimismo en la f u n d a c i ó n de la E S G . Se-
g ú n la revista «Veja» (junio 1973), Geisel fue uno de los
miembros del grupo p a r a p o l í t i c o y semiclandestino que
durante los a ñ o s 1950 se llamaba «Cruzada democrática».
En 1957 era director del servicio de i n f o r m a c i ó n del esta-
do mayor del e j é r c i t o . En 1964 p a r t i c i p ó en el golpe y fue
nombrado jefe de la casa militar de Castello Branco.
(2) Los cursos tratan de política, de p s i c o l o g í a social,
de e c o n o m í a , de organización militar, de «información» y
contraespionaje, de adoctrinamiento proimperialista.

257
17. FASCISMO Y MILITARISMO
derecho, un miembro de la Misión militar norte-
americana y «los alumnos son oficiales de carrera,
a partir del grado de coronel, y civiles de alta posi-
ción. La proporción entre los dos grupos es prác-
ticamente la misma. Los civiles son banqueros, di-
plomáticos, ingenieros, funcionarios públicos, parla-
mentarios conservadores» (1). En 1966, según otro
investigador (2), los alumnos que se graduaron en
la Sorbona militar fueron 599 oficiales, 224 hom-
bres de negocios, 200 funcionarios de los principales
Ministerios y 97 de los organismos regionales, 39
miembros del Congreso, 23 jueces, y 107 de profe-
siones diversas (economistas, médicos, sacerdotes,
etcétera).
La «Associaçáo dos Diplomados da Escola Supe-
rior de Guerra» que agrupa a los ex alumnos es una
de las instituciones oficiosas de mayor influencia
política.

La ideología que difunden. El general Golbery


es el principal teórico de la «Escola» y actualmente
el número dos (3) de la dictadura brasileña. La amis-
tad entre Geisel y Golbery data de los años cuaren-
ta y se acentúa tras el golpe de 1964. Con el primer
gobierno, el de Castello Branco, mientras Geisel di-
rigía la Casa militar, Golbery organizaba y dirigía
el Servicio nacional de información de cuya supe-

(1) Marcio Moreira Alves: «Un grano de mostaza — E l


despertar de la r e v o l u c i ó n brasileña» (Premio Testimonio
1972). Casa de las Américas, La Habana, junio 1972, pág. 96.
(2) Alfred Stepan: «The Military in Politics, changing
patterns in Brazil», Princeton University Press, Princeton,
1971, pág. 181.
(3) « E n t r e los colaboradores inmediatos del presiden-
te, el m á s influyente es el general Golbery do Couto e Sil-
va, actual jefe del gabinete civil, que quizá p a s a r á a ser
titular de un ministerio de c o o r d i n a c i ó n o de un secreta-
riado general de la presidencia («Opiniao», 11 abril 1974).

258
rioridad dependía la coordinación de todas las ta-
reas represivas. Golbery ha publicado diversos tex-
tos cuyas tesis fundamentales pueden sintetizarse
en el anticomunismo bélico y en el maniqueismo
más brutal: «para Golbery, las relaciones entre los
grupos se basan en una categoría política esencial:
la de amigo-enemigo», dice Michel Schooyans en
«Destín du Brésil» (1). Sus tesis sobre la bipolari-
dad y el antagonismo dominante, llevan a ese gene-
ral a colocar el bien en un polo y el mal absoluta-
mente en el otro. Ahora bien, como el «comunismo
se infiltra por todas partes», la guerra ha de ser
también una guerra interior, una guerra «total»;
de ahí que incluso el desarrollo económico esté, a
fin de cuentas, subordinado a la seguridad. En Gol-
bery el ultranacionalismo se combina con el pro-
imperialismo, porque, en suma, Estados Unidos es
la principal potencia que puede defender el «Occiden-
te cristiano». Es un estereotipo ideológico que tam-
bién manejaba a menudo Franco. El día 11 de mar-
zo de 1974, el diario «Opiniao», reproducía el «nú-
cleo central de ideas» de ese general (sacado de su
libro «Geopolítica del Brasil»): «Él antagonismo
dominante entre los Estados Unidos y la URSS po-
lariza todo el conflicto, de profundas raíces ideoló-
gicas, entre la civilización cristiana de Occidente y
el materialismo comunista de Oriente, conflicto en
el cual se juega la dominación o la liberación del
mundo, y que afecta a todo el planeta» (2).
Así se desarrolla la «doctrina de la interdepen-
dencia y de la seguridad nacional» de nuevo tipo
porque «nosotros nos preparamos para una guerra

(1) M. Schooyans: «Destín du Brésil — la technocratie


militaire et son idéologie», Editions Duculot, Gembloux (Bél-
gica) 1973, p á g s . 50, 62, 76 y p á s s i m .
(2) Cfr. «Le Monde d i p l o m a t i q u e » , septiembre 1974:
«Le nouveau visage de l'absolutisme», por Miguel Arraes.

259
total y el instrumento de la acción estratégica es la
integración de todas las fuerzas». En ese plan, la
configuración del Estado-nación resulta un mito:
«La autodeterminación y la absoluta soberanía de
los pueblos devienen principios lógicos, morales,
pero no menos irreales» (1).
De ahí que la formación conjunta de los mili-
tares brasileños y americanos se haya realizado tan-
to en la «Escola» como en los centros propios de
Estados Unidos como son la «Army School» de Fort
Knox, la citada Escuela de Mando y de Estado Ma-
yor de Fort Leavenworth y las dos escuelas especia-
lizadas en las tácticas contra-revolucionarias: la
«United States Special Warfare Center and School»
de Fort Bragg y la «United States Army School of
the Americas» de la zona del canal de Panamá. Mar-
cio Moreira Alves ofrece interesantes datos concre-
tos sobre esta cuestión: «Entre 1950 y 1970, ese
programa de entrenamiento acogió a 6.858 milita-
res, un número bastante grande si tenemos en cuen-
ta que el ejército brasileño tiene apenas 13.500 ofi-
ciales en activo. El programa de asistencia militar
norteamericana al Brasil es el mayor existente en
la América Latina, totalizando doscientos veintiún
millones de dólares durante el período. A partir
de 1960, esa "asistencia" cobró la forma de mate-
rial antiguerrilla» (2).
Ahora bien, la doctrina del general Golbery corre
el riesgo de sufrir fuertes variaciones o de quedar
anulada por completo ante el cambio de política ex-
terior del equipo del presidente Cárter que matiza
su anticomunismo (elemento central en la tesis de

(1) Cfr. «Revista Brasileira de Estudios Políticos», nú-


mero 21, julio de 1966, p. 79.
(2) «Un grano de mostaza — el despertar de la revo-
lución brasileña», op., cit., p. 101.

260
«frontera ideológica») al tiempo que critica los sis-
temas dictatoriales como el brasileño. Si esa polí-
tica va convirtiéndose en práctica decidida, posible-
mente observaremos en el régimen brasileño —y en
otros de América Latina— un retorno al nacional-
populismo o una versión renovada del «anti-impe-
rialismo» (con todas las reservas que pueden supo-
nerse en países en los que la penetración económi-
ca norteamericana es tal, que sería necesario un
verdadero movimiento revolucionario para liberar-
se de ella y de sus efectos, perspectiva que hoy no
está de ningún modo cerca).

Los intereses que comparten. Como los milita-


res argentinos, los brasileños controlan directamen-
te una gran parte de la estructura económica del
país. El complejo militar-industrial deviene tan po-
deroso, que no sólo se siente «amenazada» la bur-
guesía «nacional» sino que incluso los Estados Uni-
dos se plantean los interrogantes de posibles velei-
dades independistas, a pesar de las citadas teorías
de Golbery. Esas veleidades ya se han puesto de
relieve en torno al plan de Brasil (en colaboración
con la República Federal Alemana) de dotarse de
una fuerza nuclear propia. Ahora bien, esas tensio-
nes no deben interpretarse como algo definitivo ni
fundamental, sino simplemente como búsquedas de
nuevos repartos de poder económico e internacio-
nal (subimperialista). Además, los generales tecnó-
cratas forman parte de unos u otros grupos de in-
tereses norteamericanos. Es un fenómeno bastante
generalizado: las multinacionales no tienen suficien-
te con explotar al país, sino que además buscan aso-
ciarse con los generales a fin de influir en las medi-
das económicas que se tomen desde el Estado. Como
ejemplo: durante años, el general Golbery ha sido
director de la Dow Chemical (la poderosa firma nor-

261
teamericana entre cuyos productos está la fabrica-
ción de napalm).

2.4. — El vacío político, el golpe y las felicitaciones

Rasgo transnacional de las clases inertes, el va-


cío político se demuestra con análoga claridad en el
caso brasileño. Dos autores de diferente formación,
uno brasileño y otro belga (que ha investigado en
Brasil) coinciden con nuestros análisis, aunque lo
expresen con sus propias terminologías. Weffort,
al centrarse en el estudio del populismo, concluye
sobre el problema de las clases sociales: «Si, refi-
riéndonos a la tradición europea de la lucha de
clases, decimos que una participación política ac-
tiva implica una conciencia común de intereses de
clase y la capacidad de auto-representación políti-
ca, entonces hay que concluir seguramente que to-
das las clases sociales del Brasil han sido política-
mente pasivas en los años posteriores a la revolu-
ción (1) de 1930. Justamente: es la incapacidad de
autorrepresentación de los grupos dominantes y su
división interna lo que ha permitido la instauración
de un régimen político centrado en el poder perso-
nal del presidente» (2).
He de matizar el criterio de Weffort recordando
que la causalidad no es unilateral; como ya he de-
mostrado, no sólo la clase económicamente domi-
nante incurre en esa incapacidad de autorrepresen-
tación, sino que las propias fuerzas armadas tienen
una dinámica interna que les lleva a ocupar ese va-

(1) Me parece m á s que excesivo, erróneo, definir el cam-


bio p o l í t i c o que se produce ese a ñ o como una «revolución».
En otras p á g i n a s he dicho que es preciso moderar mucho
(de acuerdo con lo real) el empleo de este concepto (SV.).
(2) Cfr. «Les temps m o d e r n e s » , op., cit., p. 639.

262
cío (en algunas ocasiones, a pesar de que ese vacío
no es total).
Schooyans, al investigar el problema de la tec-
nocracia militar, confirma asimismo que «la bur-
guesía no está organizada políticamente» y que «va-
cila mucho en instituir un poder civil. El éxito del
régimen militar con relación a la burguesía se debe,
a pesar de las apariencias, a la debilidad de ésta» (1).
En Brasil, el vacío político se produce también,
como mostraré con detalle en el capítulo siguiente,
debido a que las organizaciones políticas de las cla-
ses explotadas son inoperantes. Éste es un aspecto
particularísimo de Brasil, puesto que, a pesar de
todo, en Italia y en Alemania, hubo algo de oposi-
ción a la llegada al poder del fascismo; en Argenti-
na, las masas populistas se habrían batido si Perón
les hubiese facilitado armas; en España luchamos
durante tres años.
Otro autor brasileño que vivió los acontecimien-
tos cuenta que la falta de preparación era un he-
cho a pesar de que un año antes se publicó un li-
bro («Quem dará o golpe no Brasil», de Wanderley
Guilherme, Ed. Civilizaçáo Brasileira, Cadernos do
Povo, Rio de Janeiro 1963) en el que se «preveía
correctamente la posibilidad de un golpe militar de
derecha. Pero los vaticinios de Wanderley cayeron
en oídos sordos. Fueron considerados exagerados
hasta por el Partido Comunista, cuya supervivencia
se basa en la cautela. No hay que extrañarse, por
tanto, de la ausencia de preparación de la izquier-
da para enfrentarse al golpe y del apoyo que los
generales recibieron de la clase media. Mientras
Goulart y algunos amigos huían al exilio, abando-
nando a quienes, como el ex ministro de Educa-
ción, Darcy Ribeiro, querían resistir, los generales

(1) «Destín du Brésil», op. cit., p. 121.

263
maniobraban en un vacío político y tomaban el po-
der sin tener que enfrentar la menor resistencia (1).
(Subraya SV.)
El éxito del golpe es tan brillante que el propio
jefe superior del imperialismo, en aquella fecha el
presidente Lyndon Johnson, se apresura, el 2 de
abril en 1964, a manifestar su satisfacción en vién-
dole un telegrama al presidente del Congreso bra-
sileño, Rainieri Mazzili, que asume provisionalmen-
te el poder político para transmitirlo a los gorilas.
Decía este telegrama: «El pueblo norteamericano
observó con ansiedad las dificultades políticas y eco-
nómicas por las cuales ha estado atravesando su
gran nación, y ha admirado la resuelta voluntad de
la comunidad brasileña para solucionar esas difi-
cultades dentro de un marco de democracia consti-
tucional y sin lucha civil.»
Telegrama modelo de hipocresía porque no sólo
Vernon Walters, futuro director adjunto de la CIA,
sino el propio embajador norteamericano, Lincoln
Gordon, habían estado conspirando con Castello
Branco y prometiéndole que los USA reconocerían
el gobierno de la junta militar.
Y con los golpistas que habían iniciado sus prác-
ticas treinta años antes, reaparecen igualmente vie-
jos títeres fascistas: en efecto, de nuevo el jurista
Francisco Campos, que se había inspirado en el ré-
gimen de Salazar para bautizar también como «Es-
tado Novo» al brasileño, interviene para arreglar
los primeros aspectos de la nueva legalidad de los
generales. Campos es el autor del Acta Institucional
que los generales publican el día 9 de abril, en la
que restablecen la arbitrariedad jurídica o el «Füh-
rerprinzip», como podemos observar en su artícu-
lo 10:

(1) «Un grano de m o s t a z a » , op. cit., p. 52.

264
«En interés de la paz y del honor del país, y fue-
ra de los límites previstos por la Constitución, los
comandantes en jefe que promulgan la presente
Acta podrán suspender los derechos políticos du-
rante diez años y anular los mandatos legislativos
federales, municipales o del Estado, sin que el po-
der judicial pueda calificar esos actos.»
Los dirigentes demócratas y progresistas fueron
privados de sus derechos; también 12 generales;
146 oficiales de las fuerzas armadas eran puestos en
situación de disponibilidad... La represión no ha-
cía más que empezar. Todavía dura.
Mientras tanto, los militares endurecieron el apa-
rato «legal»; el Acta Institucional n.° 5, del 13 de
diciembre de 1968, todavía les «autoriza» mayores
arbitrariedades jurídicas, y por ende una represión
más acentuada (1). Es el imperio de la policía, en el
que un Consejo Nacional de Seguridad compuesto
de veintiún miembros decide de la vida y de la
muerte de cien millones de brasileños.

3. — El proletariado: de las tentativas revolucionarias


a la subordinación

El PCB data de 1922. Como casi todos los parti-


dos comunistas de esa época, no es numéricamente
importante; tan sólo empieza a difundir su influen-
cia entre grupúsculos de obreros de las ciudades.
Ese mismo año ya hay una revuelta militar (Co-
pacabana, 1922). Pero la más importante de las su-
blevaciones es la de 1924. Esta rebelión fracasó sólo

(1) Cfr. «La Documentation française», « P r o b l è m e s de


l'Amérique Latine», n ú m e r o s 3.749-3.750, del 30 de diciem-
bre de 1970.

265
en parte porque si no consiguió nada respecto al po-
der, sí manifestó su fuerza durante dos años y me-
dio. En efecto, la llamada «Columna Prestes», reco-
rrió veinticinco mil kilómetros por el interior del
país, en una permanente guerra de movimiento en la
que el ejército legal no pudo destruirla: Prestes con-
siguió pasar la mayoría de sus efectivos a Bolivia.
Pero el problema de Prestes fue el mismo proble-
ma con el que chocaron en España Riego y otros
militares progresistas del siglo xix, esto es: que pa-
searon su rebelión por zonas agrarias en las que eran
acogidos con indiferencia, dado el bajísimo o nulo
nivel de conciencia política. Dicho de otra manera:
Prestes y los hombres que le seguían representa-
ban, sin duda alguna, las aspiraciones populares e
incluso las proyecciones revolucionarias, pero no
consiguieron sumar a sus posiciones (probablemen-
te demasiado vagas), a los campesinos.
Prestes ingresó luego en el PC (hoy es secreta-
rio general). Pero la gradual fascistización del sis-
tema varguista, sobre todo a partir de 1937, le obli-
gó a guardar la más rigurosa clandestinidad (y has-
ta 1945). La legalidad de los comunistas dura hasta
1947: los únicos dos años legales de toda su his-
toria. Los comunistas tuvieron —y tienen— que ha-
cer «entrismo» en otras organizaciones políticas,
disimular su ideología y sus propuestas, con todo
lo que ello significa de esterilización de las propias
tesis, subordinación a las posiciones reformistas y
demagógicas, y en suma, alejamiento, en tanto que
comunistas, de las masas. No había una línea clara,
decidida, firme, de llevar a buen término un traba-
jo político en profundidad entre los trabajadores.
Los comunistas brasileños oscilaron entre ese opor-
tunismo de derechas, y el oportunismo de izquier-
das que les hacía «soñar» en proyectos insurreccio-
nales. Su zig-zag político se parece al de los argen-

266
tinos, porque después vuelven a cambiar, y se dedi-
can a trabajar como sindicalistas.
En suma, no había una organización revolucio-
naria capaz de consolidar su propia línea de masas,
sea para llevarla adelante en un verdadero proceso
insurreccional contando con la indudable inquie-
tud progresista de una parte considerable de los ofi-
ciales y los suboficiales; sea para —escogiendo la
vía pacífica, de constante presión popular— estable-
cer graduales compromisos con los dirigentes neo-
populistas y en contra del capital financiero «nacio-
nal» e internacional.
Así, pues, en la coyuntura decisiva de 1964, la iz-
quierda demuestra su incapacidad. Dejemos que sean
los propios brasileños quienes hagan la crítica re-
trospectiva: «La izquierda estaba seriamente divi-
dida; el CGT (Comando General de los Trabajado-
res) que coordinaba los sindicatos más importantes
del país. El PUA (Pacto de Unidad de Acción) estaba
dominado sobre todo por el PCB. A principios del
año 1964, el CGT estaba convencido de tener a su
disposición un aparato capaz de proveer la base de
un régimen sindicalista. De hecho, el oportunismo
de sus dirigentes, veteranos comunistas del PCB,
contribuyó a paralizar la acción de los trabajadores
del PUA y del CGT en los momentos decisivos. Así
es como la caída de Goulart no dio lugar a ninguna
huelga de protesta» (1).
Si en los países europeos en los que llegó el fas-
cismo y el militarismo al poder, los comunistas ca-
yeron, en una o en otra medida, en graves respon-
sabilidades por el lado ultraizquierdista, en los paí-
ses latinoamericanos los comunistas más bien se de-
jaron amodorrar por el populismo que había invadi-
do las masas.

(1) «La violence railitaire au Brésil», op., cit., p. 39.

267
Tercera Parte

ESPECIFICIDADES Y
PROBLEMAS GENERALES
A lo largo de los análisis comparativos de los
orígenes de las dictaduras, ya he sugerido algunos
de los aspectos principales de las especificidades y
de los problemas generales que se plantean en los
distintos regímenes fascistas y militaristas, europeos
o latinoamericanos. Conviene ahora, para proyectar
más luz sobre tales cuestiones, acabar de sistemati-
zar y profundizar tanto en las peculiaridades como
en los rasgos transnacionales.
Es también necesario insistir en las graves res-
ponsabilidades del imperialismo en la imposición de
los gobiernos ultraautoritarios. Si bien es cierto que
la suma de causalidades internas (la relación de las
estructuras con las tensiones sociales y formas de
solución económico-política) ocupan un lugar pri-
mordial en la dialéctica global, el capitalismo inter-
nacional condiciona desde el exterior, de una ma-
nera o de otra, esa dialéctica. Más: por su penetra-
ción en cada país, por el control de sectores-clave
de la economía de cada nación, el capital financiero

271
imperialista actúa directamente en el propio entra-
mado de causas internas. Según he demostrado, esa
fenomenología está muy acentuada en países como
Argentina y Brasil, pero se plantea asimismo en Es-
paña e Italia e incluso —aunque en muy distinta me-
dida— en Alemania (que el lector recuerde, además,
que estamos hablando de la Alemania de 1900-1933,
y no de la de 1977).
El imperialismo es la fuerza bárbara de nuestro
tiempo. Contiene, evidentemente, elementos feudal-
absolutistas, sobre todo en sus expresiones político-
militares directas, pero igualmente los lleva implíci-
tos en su organización económica y en los efectos
indirectos que puede producir. Algunos economistas
ingleses (1) lo señalan claramente: «El imperialis-
mo es la expresión de un atavismo, es decir, de una
supervivencia hereditaria de un pasado de otra
edad.» Ahora bien, no es sólo la reproducción de
un pasado más o menos medieval o más o menos
decimonónico (según las latitudes): se trata de algo
a la vez plenamente característico de la economía
mundial de tipo capitalista de la época de las mul-
tinacionales.
En las sociedades centrales (Inglaterra, Francia,
Estados Unidos, etc.), el capitalismo ha sabido de-
sarrollarse extraordinariamente a la par que orga-
nizaba un progresivo sistema político liberal-bur-
gués, pero todo ello lo debe, en parte, no sólo a la
explotación de los países periféricos (América La-
tina, Europa del Sur, África, etc.), sino también a
la determinación («exportación») en esas naciones
de sistemas dictatoriales. Esta tesis no es nueva,
pero conviene recordarla citando los criterios de
uno de los primeros autores que la puso de relieve:

(1) Tom Kemp: «Theories of I m p e r i a l i s m » , Dennis Dob-


son, Londres 1967, p. 93.

272
«No son ni los obreros del continente ni los obre-
ros ingleses los que han pagado las consecuencias
de esta política (del imperialismo), sino los pueblos
coloniales. Todo lo que el capitalismo representa
de sangre, de fango, de horror y de vergüenza, todo
el cinismo, toda la crueldad de la democracia mo-
derna, se ha derramado en las colonias. En cam-
bio, los obreros europeos, por el momento han ga-
nado, obteniendo salarios más altos, gracias a la
prosperidad industrial» (1).
Las diversas etapas y formas de explotación co-
lonial y la acumulación capitalista en el Norte fue
marcando una profunda división entre las socieda-
des industriales y las sociedades agrarias. Estas úl-
timas han entrado posteriormente en procesos de
industrialización, pero jamás su desarrollo alcanza-
rá el de los países que ya están, según unos, en la
segunda revolución industrial y, según otros, en el
período tecnológico post-industrial.
Una vez recordada la distinción necesaria entre
sociedades imperialistas, y naciones dependientes,
debemos avanzar más en el análisis porque en el
seno de cada uno de esos dos bloques observamos
diversas especificidades: hasta tal punto que un
capitalismo periférico como el brasileño constituye
en cierto modo, a la vez, un capitalismo (sub) im-
perialista (al menos en la zona sudamericana).
Pero antes entremos en la ampliación del estu-
dio comparado de las sociedades europeas y de las
sociedades latinoamericanas con objeto de concre-
tar seguidamente los rasgos generales de la peri-
feria.

(1) Boukharine: «L'économie mondiale et l'imperialis-


me» (1915) Editions Anthropos, Paris 1967, p. 168.

273
18. FASCISMO Y MILITARISMO
1. — De la Europa del Sur a Sudamérica: los diferen-
tes aspectos de la dependencia

En los países europeos que en estas páginas


estudio, la dependencia económica no sólo es me-
nos importante que en los sudamericanos, sino que
esa subordinación se articula con realidades nacio-
nales muy diferentes.
Insisto en que en Europa observamos una forma-
ción lenta, gradual, de las naciones, y en ellas se
arraigan, en procesos que se cuentan por siglos, po-
blaciones estables, las cuales, además, no se encuen-
tran sometidas a presiones migratorias externas.
Todo lo contrario es lo que ocurre en Argenti-
na y Brasil: allí las poblaciones autóctonas son ani-
quiladas al ritmo en que se llevan a cabo las inva-
siones militares y las emigraciones socio-económi-
cas. Estas corrientes migratorias crean de manera
arbitraria una serie de «naciones» respecto a las
cuales sienten un apego muy relativo. .Esto es, mien-
tras en las sociedades europeas se da un fenómeno
natural de conciencia nacional —ser de una misma
tierra, pertenecer a una misma cultura, hablar la
misma lengua, tener las mismas costumbres, etc.—,
en latinoamérica ese fenómeno no se da sino al
cabo —y aún relativamente— de varias generacio-
nes de permanencia de los (antiguos) emigrantes en
aquellas pampas. Pero aun en esos casos sigue ha-
blándose de la «madre patria», con todo lo que ello
puede significar de idealización de lo lejano y de
falta de lazos con la realidad circundante.
Cierto es, como puede recordar el lector por aná-
lisis que hago al comienzo de este libro: la unidad
nacional de Italia y de Alemania es una unión ofi-
cialmente tardía, esto es, la unificación económica
y estatal tarda en hacerse; por otra parte, en Es-
paña está planteado un problema plurinacional con

274
exigencias autonomistas en Cataluña y en el País
Vasco (sobre todo, pero también en Galicia y en
otras regiones) que ponen profundamente en entre-
dicho la uniformidad nacional que se preconiza des-
de el Estado centralista-madrileño. Con todo, al
margen de esas importantes cuestiones, tanto en
España como en Italia y en Alemania, la concien-
cia de pertenecer a una misma comunidad es un he-
cho mayoritario.
En los países europeos va produciéndose una
transición lenta pero progresiva entre el modo de
producción feudal y el modo de producción capita-
lista. En los latinoamericanos, tal como he demos-
trado, se produce no sólo una reintroducción de
formas feudales europeas sino incluso la esclavitud.
Ahora bien, esas diferencias desembocan, no obs-
tante, en un ámbito social análogo: el de la confi-
guración de burguesías aristocratizadas y para-im-
perialistas, el de clases burguesas interiores cuyo
comportamiento inerte les lleva a aceptar o cuando
menos a tolerar la dependencia del exterior en uno
o en otro grado, el de las clases económicamente do-
minantes que se engloban en una común tendencia a
imponer dictaduras de uno u otro tipo.
Pero aún en el interior de esos rasgos transna-
cionales cabe distinguir matices peculiares. Y las
variables se producen precisamente debido a las
acciones del otro bloque de clases antagónicas. Esto
es, en los países europeos, debido, en parte, a la
mayor solidez de la formación histórica, y en parte
a que las clases explotadas se encuentran más cer-
ca de y asimilan —a pesar de todo— mejor las ideo-
logías y las prácticas revolucionarias, pueden deter-
minar inflexiones positivas en el comportamiento
de las respectivas burguesías. Dicho con palabras
más propias del lenguaje hablado: el proletariado
europeo se deja explotar menos; a pesar de los de-

275
»18. FASCISMO Y MILITARISMO
sastres que ha sufrido, sabe arrancar mayores con-
cesiones económicas y políticas que el proletariado
latinoamericano, lo que a fin de cuentas obliga a las
burguesías de este continente a ser relativamente
más «progresistas» que las del otro lado del At-
lántico.

1.1. — La relación Centro-Periferia

La subordinación de las sociedades dependientes


a las formaciones sociales del centro, lleva en sí una
serie de movimientos paradójicos de la estructura
económica: esto es, la estructura económica perifé-
rica tiende, a la vez, a desarrollarse y a anquilosar-
se, o bien, crece por un lado mientras sus formas si-
guen siendo raquíticas por el otro. Nicos Poulantzas
analiza este fenómeno general con toda claridad:
mientras en las metrópolis imperialistas, «los efec-
tos de disolución triunfan sobre los efectos de con-
servación», es decir que el capitalismo monopolista
domina e incluso destruye las formas pre-capitalistas
y del capitalismo de «libre concurrencia», en los
países subordinados, «los efectos de conservación
triunfan sobre los efectos de disolución» (1).
La tendencia a la integración de las sociedades
subdesarrolladas —o en vías de desarrollo— al
mercado capitalista mundial supone la aceptación
de la concurrencia de las industrias centrales. En
este sentido, Samir Amir pone de relieve tres efec-
tos esenciales: primero, «las importaciones de la pe-
riferia prohiben la inversión industrial a los capi-
tales que se constituyen a partir de la "monetariza-
ción" de la economía local» por lo que esos capi-

(1) N . Poulantzas: «Les classes sociales dans le capita-


lisme aujourd'hui», Editions du Seuil, París, 1974, p. 51.

276
tales han de dedicarse a otras actividades comple-
mentarias, sobre todo comerciales. De ahí que, se-
gundo, en las naciones dependientes se produzca una
«hipertrofia de ciertas actividades terciarias» y ter-
cero, se refuerza la renta agraria: «La hipertrofia
relativa de las rentas de las clases dominantes terra-
tenientes se traduce igualmente por un fuerte ahorro
líquido, forma moderna —en un sistema dominado
por el capitalismo— de la tesorización de las socie-
dades precapitalistas. Este ahorro líquido alimenta
los circuitos de especulación» (1): compra de tierras,
construcción inmobiliaria y exportación de ahorro.
En suma, se fomenta el desarrollo de un capita-
lismo agrario y el de un sector de burguesías com-
pradoras, en tanto que la industrialización que se
promueve se concentra sobre todo en las ramas de
la industria ligera. Las sociedades de economías
autocentradas van produciendo, pues, en las forma-
ciones sociales extravertidas, una serie de «falsos
espacios económicos» como también dice lúcidamen-
te Samir Amin (2), «espacios no estructurados» que
«pueden ser rotos» e incluso «"reventados" en mi-
croespacios». Es la desarticulación general que ve-
nimos sugiriendo desde el principio y que Alain Tou-
raine teoriza asimismo en profundidad: «Lo esen-
cial es que el espacio económico esté siempre par-
tido en dos, lo que responde a la conservación de
un mercado interior estrecho, dispersado, debilitado,
sometido, mientras que el sector ligado a los inte-
reses extranjeros está a menudo super-capitalizado,
casi siempre fuertemente concentrado y dispone no
sólo de privilegios, sino de apoyos jurídicos, polí-
ticos, militares y policíacos para hacerlos respetar.

(1) Samir Amin: «L'accumulation á l'échelle mondiale».


Editions Anthropos, París, 1970, pp. 224-225-226.
(2) Idem, p. 324.

277
Es, pues, vano oponer dualismo y penetración capi-
talista, puesto que la dualidad está producida por
la dominación capitalista extranjera. Lo cual elimi-
na dos ideas igualmente falsas: la de una penetra-
ción capitalista generalizada y la de una lógica in-
terna, social y cultural, de reproducción de una eco-
nomía y de una sociedad pre-capitalista» (1).
Mientras en las sociedades autocentradas el pro-
greso se difunde por todo el cuerpo social, en las so-
ciedades dependientes persisten los arcaicos islotes
de privilegios que se asocian con nuevas zonas eco-
nómico-sociales privilegiadas. Las clases explotadas
de los pueblos de la periferia no sólo se encuentran
forzadas a trabajar para una clase dominante sino
para dos niveles de explotadores: para la burgue-
sía «nacional» y para la burguesía extranjera que se
lleva las plusvalías a los países altamente industria-
lizados. Es lo que, a mi juicio, de manera muy acer-
tada Florestán Fernán des define como «apropiación
dual»: «No sé si tal expresión del concepto sea acep-
table; pensé elegir el concepto de "apropiación dual"
y "expropiación dual" del excedente económico na-
cional, ya que el término dual implica la asociación
entre intereses internos y externos; hay por tanto
dos polos que están operando simultáneamente: uno
drena una parte del excedente económico para afue-
ra y el otro concentra la riqueza internamente. Son
dos procesos que se dan de manera simultánea y
que son importantes para explicar los procesos eco-
nómicos, sociales y políticos de la sociedad latino-
americana» (2).
Parecidos procesos se producen también en Italia

(1) A. Touraine: «Les s o c i é t é s d é p e n d a n t e s » , Editions


Duculot, París 1976, pág. 69.
(2) «Las clases sociales en América Latina», op., cit,
página 402.

278
y en España, si bien en menor cuantía. En estos
países europeos, por otra parte, se produce otro
tipo de desarticulación interna que significa asimis-
mo una combinación entre la explotación interior y
la explotación imperialista, es decir: mientras Ar-
gentina y Brasil son países receptores de emigracio-
nes, Italia y España son naciones que «exportan»
mano de obra, en un primer período precisamente
hacia América, y en la segunda etapa hacia la Euro-
pa del norte.

2. — La esquizofrenia de las burguesías interiores

El concepto de esquizofrenia lo utilizo aquí en el


sentido de división o disociación de las funciones de
las burguesías que en los países dependientes son
las delegadas directas de la interiorización del im-
perialismo. Ahora bien, esa actuación aunque se efec-
túa primordialmente en un doble plano económi-
co y territorial, sin duda alguna debe significar un
fenómeno psíquico complejo en el que «un grupo
de ideas se separa de la conciencia normal y fun-
ciona independientemente». Por fuerza ha de ser
así, cuando la subordinación se acentúa década
tras década y los burgueses delegados no son ca-
paces, no quieren o ya no pueden liberarse de esa
«doble vida» que precisamente produce la muerte
o cuando menos la dura represión contra decenas
de miles de compatriotas.
En los países de Europa del sur y de Sudamé-
rica que aquí analizamos, diversos sectores-clave
de su sistema productivo no son sino ramificacio-
nes de la economía central. Las decisiones de la
producción, de la inversión, de la política general
de las empresas, etc., se dictan desde Nueva York,

279
Londres, etc. A nivel del análisis de las clases so-
ciales, esa situación y esas conductas esquizofréni-
cas también las observa de forma clarividente Fer-
nando Henrique Cardoso: «una "burguesía nacio-
nal o un sector de empresa internacionalizado, ex-
presarán —en los dos casos, pero de manera dife-
rente (...)— esta "duplicidad estructural". Pero, y
éste es el punto crucial del problema, en la perspec-
tiva en la que empleamos el concepto de dependen-
cia, esta "doble inserción", y la orientación bi-di-
mensional correspondiente del comportamiento de
las clases y de los grupos sociales, se realiza en el
corazón de la estructura dependiente y constituye
su modo específico de existencia» (1).
Así, pues, por todo lo que venimos diciendo, las
clases sociales en las sociedades dependientes no
sólo tienen una debilidad característica en su cons-
titución económica, ideológica y política sino que,
además, acentuando esa flojedad consustancial, su
conciencia se desplaza para interpretar la voluntad
de los amos foráneos. Las burguesías de esas lati-
tudes son creadoras de un capitalismo salvaje al
mismo tiempo que han de «sufrir» (o por lo menos
tolerar) las salvajadas de los capitalismos de allende
fronteras. En Francia e Inglaterra, las burguesías
destruyeron el modo de producción feudal y crearon
un sistema democrático burgués; en los países del
sur, sobre todo en los latinoamericanos, las burgue-
sías introducen las innovaciones industriales y tec-
nológicas a la par que conservan la vieja explota-
ción agraria. En estas clases inertes se combina de
manera confusa la falta de voluntad y la imposibi-
lidad de realizarse plenamente como una clase so-
cial. Las burguesías de los países europeos altamen-

(1) Cardoso: «Politique et d é v e l o p p e m e n t dans les so-


ciétés dépendantes», op., cit., p. 70.

280
te industrializados se afirman con fuerza, pero en
sus sociedades no niegan ni la función, ni la posibi-
lidad de reivindicación ni una gran parte de los de-
rechos de las otras clases porque se han dado cuen-
ta de que esa misma dinámica se integra en el pro-
greso general de la sociedad.
Para llevar a cabo la superexplotación, esas bur-
guesías delegadas tienen, pues, que delegar a su vez
la «gestión» de la política en una institución cuya mi-
sión es otra: la defensa nacional, contra hipotéti-
cos ataques de naciones extranjeras, y de ningún
modo la represión interna.
En suma, el imperialismo no sólo crea depen-
dencia económica, sino que al propio tiempo deter-
mina la imposición de dictaduras fascistas, populis-
tas y militaristas.

3. — El "partido" de las mutinacionales

Otro autor se suma a nuestras posiciones teóri-


co-concretas respecto al «partido de nuevo tipo» o al
«partido militar»; es un investigador que sabe per-
fectamente de qué se trata porque va hasta el fon-
do del significado de ese «partido»: «En las socie-
dades latinoamericanas, las multinacionales y los
Bancos son las fuerzas directrices: facilitan y con-
trolan las inversiones y, naturalmente, impiden toda
posibilidad de réplica. Su más sólido punto de apo-
yo, y el más directo, es el ejército —ese "partido"
de las multinacionales— que se convierte en el co-
rredor (comercial) entre las diferentes fracciones
de capital extranjero y de la burguesía local» (1).

(1) James F. Petras (profesor de s o c i o l o g í a de la Uni-


versidad del Estado de Nueva York, en Binghamton): «La

281
Es lo que yo también he definido como el destaca-
mento supletorio, la «clase» que sustituye o com-
pleta las funciones de las otras clases dominantes.
La suplencia es mucho más extensa de lo que puede
imaginarse; el profesor James F. Petras nos la ex-
plica en toda su amplitud: «El nuevo Estado tota-
litario de América Latina se apoya en la existencia
de sistemas de filtración de la información, de téc-
nicas de vigilancia electrónica y de estructuras or-
ganizativas importadas de los Estados Unidos» (...).
«En los ejércitos latinoamericanos, oficiales en re-
lación con los Estados Unidos participaron en la pre-
paración de la acción militar y de los proyectos eco-
nómicos. Agentes oficiales de los servicios de infor-
mación del ejército norteamericano estaban perfec-
tamente al corriente del calendario previsto para el
golpe de Estado en Argentina; sabían en qué mo-
mento las circunstancias políticas serían las más
favorables. Seis meses antes del acontecimiento, un
agente de información daba detalles de un debate
entre el Departamento de Estado, partidario de un
golpe para finales de otoño de 1975, y la CIA, que
prefería un plazo más largo (hasta la primavera de
1976)». Por lo que hemos visto después, en ese deba-
te fueron los planes de la CIA los que prevalecieron.
Ese investigador norteamericano también sos-
tiene la tesis de que «las dictaduras militares están
concebidas para durar indefinidamente». Que el «de-
seo» del capitalismo internacional sea ése, no me
cabe duda alguna; pero de ahí a pensar que las dic-
taduras se instalan «para siempre» media un abis-
mo de errores en el que no vamos a caer.
Un «partido militar» jamás puede llegar a ser

mort du capitalisme d é m o c r a t i q u e » — «L'Amérique Lati-


ne, banc d é s s a i d'un nouveau t o t a l i t a r i s m e » (in «Le Mon-
de diplomatique», Paris, abril 1977).

282
un verdadero partido político. En el supuesto de
que pretenda —como en Brasil— organizar un sis-
tema más o menos democrático, el juego político
está, directa o indirectamente, trucado de antema-
no; en ese caso, pase lo que pase, el «partido mili-
tar» va a ganar, o va a indicar imperativamente qué
partido es el que ha de ocupar el poder (fenómeno
de los populismos).
Pero incluso bajo esa forma de dictadura militar
latente o disfrazada con verborreas y gesticulacio-
nes demagógicas, las otras clases sociales y tenden-
cias políticas se sentirán profundamente defrauda-
das. O sea: tampoco habrá una verdadera vida po-
lítica, y por ende se dedicarán a buscar las «sali-
das» hacia la democracia por otros conductos (clan-
destinos, movimientos de masas, lucha armada, et-
cétera).
A la larga, el «partido de las multinacionales»
tenderá a perder la partida. Ahora bien, es innega-
ble que se producen larguísimos «entre tantos» de
los que resulta dificilísimo liberarse. Ahí está el caso
argentino.

3.1. — El Estado p e r i f é r i c o

La teoría y el análisis marxistas siguen siendo


fecundos en lo que se refiere a la investigación eco-
nómica, pero son pobres, e incluso pobrísimos en
cuanto concierne al estudio del (os) Estado (s) trans-
formado (s) por la creciente internacionalización de
las fuerzas productivas. En su perspectiva actual
(esto es, desde la Segunda Guerra Mundial hasta
hoy), el problema de los Estados centrales (1) y el de

(1) Nicos Poulantzas personalmente, y el equipo que


colabora con él, cuyos libros se publican en la c o l e c c i ó n

283
los Estados periféricos apenas está abordado. En el
seno del marxismo, todo ello significa que son mu-
chos los autores que sufren todavía los efectos gra-
ves de la desviación economicista. Y caen de nuevo
en ello incluso quienes pretenden hacer su autocrí-
tica (1); pero después apenas dicen ni dos frases
sobre el problema fundamental del Estado. Fascismo
y militarismo es mi primer estudio del Estado de-
pendiente.
La falta de análisis de los Estados contemporá-
neos induce asimismo a cometer errores en el aná-
lisis de la estructura económica. Ello es evidente, y
por eso sorprende aún más que tantos economis-
tas y politicólogos no se esfuercen en hacer investi-
gaciones de conjunto o pidan, al menos, la colabo-
ración interdisciplinaria con unos u otros especia-
listas: porque durante los últimos treinta años se
viene acentuando la tendencia a que el Estado sea
en cada país, a la vez, el primer monopolio coordi-
nado con los principales monopolios «nacionales»
y extranjeros.
Uno de los mitos que cada día es menos vigen-
te, que en los hechos queda destruido, es el del víncu-
lo entre la nación y su respectivo Estado. La prác-
tica económica, jurídica, etc., de las multinaciona-
les en Europa y en América está demostrando que
para ellas la nación no existe. Es una idea que ya
he apuntado y que conviene subrayar: para los mas-
todónticos monopolios del petróleo, del automóvil,
de la electrónica, etc., no existen más que inmen-

«Polítiques» de PUF, forma uno de los grupos que m á s


avanzan en el análisis en esta cuestión.
(1) Por ejemplo, Christian Palloix: «L'économie mon-
diale capitaliste et les firmes m u l t i n a t i o n a l e s » (dos tomos),
M a s p é r o 1975. En sus aspectos fundamentales, es una bue-
na obra de análisis e c o n ó m i c o , pero en la que el autor si-
gue sin tener en cuenta el problema principal del Estado.

284
sos territorios, en una u otra parte del mundo, que
ellos explotan, de los que ellos extraen enormes be-
neficios que concentran en las metrópolis. El pro-
fesor Christian Goux, en un informe que hizo el 20
de mayo de 1976 ante la Comisión de la producción
y de los intercambios de la Asamblea Nacional fran-
cesa, señaló ese fenómeno: «Para esas grandes en-
tidades, las naciones, fuera de los Estados Unidos,
no están definidas, a nivel conceptual, como un con-
junto de ciudadanos que viven juntos y que defi-
nen sus propios objetivos y sus propios modos de
vida, sino como empleados de firmas que buscan
la manera de resistir a una concurrencia internacio-
nal en la cual los amos del juego siguen siendo (nor-
te) americanos» (1).
Precisamente una de las «funciones» de las mul-
tinacionales es ir destruyendo la realidad misma de
la nación, directa e indirectamente: ello no es sólo
a causa de que algunos de los sectores clave de la
economía de un país dependiente se encuentran bajo
el control de burguesías extranjeras; se debe tam-
bién a la serie de hechos que van más allá de lo que
puede sugerir el concepto que antes hemos empleado
de desarticulación. En efecto, en los países subordi-
nados de Europa del Sur y de Suramérica observa-
mos otro rasgo común indicativo de la penetración
bárbara del imperialismo: tanto en España e Italia
como en Argentina y Brasil existen marcadísimos de-
sequilibrios internos, entre regiones industrializa-
das y regiones subdesarrolladas y agrarias, de norte
a sur, planteando verdaderas situaciones de neoco-
lonialismo interno. A nivel social, todo ello demues-
tra prácticamente lo que ya he puesto de manifiesto
teóricamente: la insuficiente distribución del progre-

(1) Este informe se reproduce en «Le Monde diploma-


tique» (junio 1976).

285
so en todo el cuerpo de la sociedad, principalmen-
te, por supuesto, entre los trabajadores. En las so-
ciedades dependientes se crean polos de desarro-
llo, mientras sigue siendo fundamentalmente agra-
ria la mayoría de las zonas de esos países. Tal vez
lo más paradójico del caso, y lo que demuestra has-
ta qué extremo el capital extranjero puede destro-
zar una nación, es que en sociedades en las que el
peso agrícola es todavía muy importante, como Es-
paña, las multinacionales controlan incluso algunos
sectores de productos alimenticios (sopas de ver-
duras, productos lácteos, conservas, etc.) que «fá-
cilmente» podrían estar en manos de españoles.
Si, como estamos viendo, la nación queda grave-
mente afectada por la penetración del capitalis-
mo internacional, los efectos que produce en el Es-
tado son todavía más negativos. Para las multina-
cionales, el Estado, entendido como órgano supre-
mo de la independencia de un país, también deja
de existir. En principio, los Estados periféricos son
tolerados siempre y cuando no interfieran la super-
explotación que la burguesía exterior quiere llevar
a cabo. Pero evidentemente la destrucción de la
imagen típica del Estado moderno (liberal bur-
gués) no se queda en eso. El imperialismo no se ar-
ticula sencillamente con las clases dominantes ni con
las «clases» supletorias que detentan los aparatos
estatales, sino que condiciona una cierta forma de
poder. La superexplotación que hemos descrito crea
contradicciones suplementarias en esas sociedades
capitalistas dependientes; a corto o a largo plazo,
esas contradicciones se traducen en fuertes tensio-
nes y en enfrentamientos violentos entre los traba-
jadores y las oligarquías. Como las burguesías in-
teriores no se muestran dispuestas a hacer conce-
siones económicas a cuantos viven de un salario,
se organizan, pues, dentro de un esquema institu-

286
cional en el que las fuerzas armadas pueden ejer-
cer el «derecho» de la intervención represiva.
Una sociedad dependiente se encuentra perma-
nentemente traspasada por tantas convulsiones (eco-
nómicas, políticas, ideológicas, etc.), que, para que
no estalle, las clases dominantes «necesitan» un po-
der acorazado. Las fuerzas disjuntivas son tan temi-
bles (recordemos, además, que, si bien es cierto que el
imperialismo norteamericano es predominante en to-
dos los países, en ellos intervienen, a la vez, otros
sistemas imperialistas que en cierta medida se con-
traponen a los intereses del primero) que, para guar-
dar las apariencias de una «unidad nacional», crean
«fuerzas conjuntivas» que se caracterizan por la vio-
lencia física y por la alienación. Como no pueden
hacerse transformaciones progresivas «dentro del or-
den establecido», las clases explotadas se ven obliga-
das a proyectar revoluciones contra ese orden capi-
talista. Como los bloques de clases no dialogan, no
discuten sus diferentes intereses, acaban chocando
más o menos sangrientamente. Frente a las negacio-
nes brutales de unos, se imponen las afirmaciones ra-
dicales de los otros. Contra clases «señoriales» que se
obcecan en prácticas económico-políticas arcaicas,
las clases ascendentes se encaminan cada vez más
hacia el tipo de sociedad que se dibuja en el hori-
zonte socialista. Pero el radicalismo de los obre-
ros, campesinos y miembros de la pequeña burgue-
sía vuelve a ser aplastado por las torturas, los
encarcelamientos, los forzados exilios y los fusila-
mientos. A corto plazo, la represión alcanza sus ob-
jetivos. Pero si la violencia armada hubiese sido ca-
paz de parar el progreso del mundo, todavía esta-
ríamos sometidos a regímenes declaradamente es-
clavistas. A pesar de todo, la especie de «Edad
Media contemporánea» que los pueblos como el ar-

287
gentino y el brasileño viven, anuncia, a la par, un
nuevo «renacimiento».
Ese «renacimiento» —el restablecimiento, al me-
nos, de un sistema auténticamente democrático—
posiblemente intentarán corromperlo de nuevo por
la vía de las demagogias populistas. Esto es, los
Estados periféricos pueden volver a oscilar, aten-
diendo los intereses dominantes interiores y exte-
riores, desde las dictaduras militares manifiestas a
las dictaduras militares latentes. Cabe, sin embar-
go, la esperanza de que las clases explotadas no
vuelvan a morder ese anzuelo de satisfacciones sus-
titutivas.
Mientras tanto, esos Estados seguirán con su pa-
pel de destacamento económico-militar del imperia-
lismo. Porque esos Estados de considerables propor-
ciones se reducen, en realidad, a eso: a un nuevo
tipo de proconsulados (1) que cumplen con las ór-
denes que les llegan de las «nuevas Romas» y repro-
ducen en cada país dependiente una caricatura del
complejo militar-industrial de Estados Unidos. A
este respecto escribe un profesor norteamericano:
«asociándose con Estados extranjeros para fabricar
armas, las grandes firmas de armamentos reprodu-
cen inevitablemente en el exterior el mismo esque-
ma de colusión política, militar y económica, que
se ha hecho característica de la sociedad america-
na» (2). A nivel social, ello significa un estímulo

(1) P r o c ó n s u l : (Historia de Roma) nombre dado a los


antiguos c ó n s u l e s que recibían el gobierno de una provin-
cia y p o s e í a n los poderes militar, civil y judicial. (Por ext.):
«Personaje que ejerce, en una provincia o en una colonia,
un poder absoluto y sin control. (Subraya SV) ( R e c u é r d e s e
el concepto de déspota) (Cfr. «Petit Robert, dictionnarie de
la langue française».)
(2) Michael T. Klare (profesor en el Centro de estudios
internacionales de la Universidad de Princeton, y autor del
libro «War Without End: American Planning for the Next

288
suplementario para la reproducción ampliada del
sistema de camarillas militares. A pesar de la nue-
va política exterior de Cárter, siguen existiendo pla-
nes para consolidar la complicidad de los intereses
de las burguesías con los del destacamento supleto-
rio para mejor defender los intereses generales de
las clases dominantes norteamericanas: «El grupo
de investigaciones estratégicas de la Escuela Nacio-
nal de Guerra del Pentágono, después de haber rea-
lizado un estudio que llegaba a la conclusión de
que el "fenómeno de crecimiento de las empresas
multinacionales, en su mayoría americanas, puede
jugar un papel principal en el mejoramiento de
nuestra fuerza política, militar y económica global",
subrayaba en un documento secreto la necesidad de
la convergencia de los aparatos civiles y militares
para asegurar eficazmente la seguridad del Impe-
rio (1). (Subraya SV.)
Ése es un aspecto de la planificación para desa-
rrollar sistemáticamente el tecnocratismo como un
nuevo tipo de fascismo. Esos planes han alcanzado
ya algunos de sus objetivos. Y si siguen a ese rit-
mo, los fines que implícitamente se proponen con-
quistar colocarían, comparativamente, al nazismo
como una dictadura menos feroz. Porque esa tec-
nocracia no sólo dispondría de los tradicionales
medios de represión y de opresión, sino que ade-
más podría utilizar (en cierta medida lo hace ya)
los modernísimos medios de alienación, de control
y de vigilancia que pueden suponer, si se aplican
en ese sentido, la televisión, los ordenadores, las

V i e t n a m s » (Knopf, New York, 1972): «Technologie, dépen-


dance et a r m e m e n t s » — «La multinationalisation des indus-
tries de guerre», in «Le Monde d i p l o m a t i q u e » , febrero 1977.
(1) A. Mattelart: «Multinationales et s y s t è m e s de com-
munication», op., cit., p. 368.

289
escuchas permanentes (por micros incorporados á
los teléfonos o directamente instalados en los do-
micilios privados) y ciertas drogas.
Los progresos científicos y tecnológicos presen-
tan, al estar en manos de clases sociales de mentali-
dad fascista y militarista, esa otra cara bárbara. Tal
perspectiva es más que verosímil si recordamos que
esos Estados en manos de los militares dirigen asi-
mismo las principales empresas del país y por ende
la investigación y la aplicación científico-técnica. Por
la vía del saber también puede llegarse, como de-
muestra la aplicación de la energía nuclear a fines
bélicos, a los peores salvajismos.
Pero la institución militar no puede estar siem-
pre al servicio exclusivo de las clases económica-
mente dominantes, porque en el interior mismo de
ese organismo tan cerrado y jerarquizado se plan-
tean las tensiones de las clases sociales. Tanto más
se plantean cuanto las fuerzas armadas se ocupan
directamente no sólo de la gestión del conjunto del
Estado, sino también de sus empresas económicas.
Cerca de los trabajadores, tomando plena concien-
cia de qué es la superexplotación, los suboficiales y
los oficiales jóvenes pueden llegar a generar una
conciencia democrática, progresista e incluso revo-
lucionaria. En suma, un buen día en países como
Argentina y Brasil es posible que esos oficiales de-
cidan enfrentarse con los clanes de generales cuya
fraseología ultranacionalista no es más que una ma-
nera de disimular su actitud de servidores de in-
tereses extranjeros. Y en ese caso se daría un fenó-
meno doblemente interesante: la destrucción del
Estado de dictadura militar y a la vez la disolución
del ejército en su concepción arcaica.

París — Barcelona — Madrid


Primavera 1975 — Otoño 1977

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Esta obra, publicada por
EDICIONES GRIJALBO, S. A.
t e r m i n ó s e de imprimir en los talleres
de NOVAGRAFIK, de Barcelona,
el día 25 de febrero
de 1978

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