Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
DERECHO PENAL
ESPAÑOL
(LECCIONES)
MADRID, MCMLX
ES PROPIEDAD. QUEDA HECHO EL
DEPOSITO QUE MARCA LA LEY
COPYRIGHT 1960
JUAN DEL ROSAL
DERECHO PENAL ESPAÑOL
(Lecciones)
PRINTED IN SPAIN
S. AGUIRRE TORRE, IMPRESOR- GENERAL ÁLVAREZ DE CASTRO, 38.- TELEFONO 230366.- MADRID
La Revista Actualidad Penal del Instituto Pacífico ofrece en esta oportunidad un
extracto del libro titulado Derecho penal español, correspondiente a las lecciones:
decimosexta, decimoséptima y decimoctava, del jurista español Juan del Rosal,
quien fue catedrático de Derecho Penal en la Universidad de Valladolid y en la
Universidad Complutense de Madrid.
Para la presente edición se ha tomado como fuente el original del libro, publicado
en 1960, en Madrid.
Sumario: 24.° TEORÍA JURÍDICA DEL DELITO. DE LA DOCTRINA DE LOS CARACTERES DEL
DELITO. A) Generalidades. B) Aspectos fundamentales. C) Del concepto del delito.
Distintas definiciones. D) Estudio técnico-jurídico del delito. E) Método a seguir. —25.°
LEGISLACIÓN ESPAÑOLA. A) Ausencia de definición legal. B) Estimación técnica de la
fórmula legal: a) Doctrina científica, b) Doctrina jurisprudencial. c) Adecuada
definición conforme al código penal español, d) Caracteres del delito.
Parece que la definición más adaptable a la fórmula del código penal español es la
siguiente: El delito es una acción u omisión típicamente antijurídica, culpable y punible.
Así, pues, a primera vista estaría conforme la presente definición con el párrafo primero
del código penal. Y en este caso, los caracteres a dables serán los siguientes:
a) “Acción”, en sentido amplio, comprensiva de su fase positiva —acción— y de su
fase negativa —omisión propia o impropia— (las acción y omisiones).
b) “Típicamente antijurídica”, lo que quiere decir que la tipicidad es ratio essendi de la
antijuricidad, esto es, que toda la acción u omisión por el hecho de encajar en una
determinada figura del código, es también antijurídica, salvo si no concurre alguna causa de
justificación, adscrita en la formulación genérica del artículo octavo, donde se enumeran las
“eximentes”. Cuyo elemento del delito cabe verlo en la denominación del código al
decirnos “penadas por la ley”.
c) “Culpable”, en cuanto si bien la palabra que origina este carácter del delito hemos
de contemplarla en la expresión “voluntarias” del código —aunque a veces el código
emplea la expresión “dolosas”, como sucede en el artículo cuatrocientos veintitrés, de
nuevo cuño. Y aun cuando ella hace referencia de modo concreto a una de las formas de la
culpabilidad, a saber, la “forma dolosa”, no es posible llegar a su entero conocimiento sin
relacionarla con la descripción contenida en el artículo quinientos sesenta y cinco (de la
imprudencia temeraria). Lo cual no prejuzga la explanación que más adelante haremos en la
teoría de la culpabilidad acerca de la edificación de ésta, conforme a la técnica del código
penal español.
d) Y, finalmente, la “punibilidad”, en cuanto el artículo del código alude expresamente a
lo de “penadas por la ley”, pues si bien con ello viene a reforzar el argumento del legalismo
del derecho penal, tampoco es menos verdad que esta expresa mención confiere la
característica diferencial a la acción antijurídica y culpable por contraposición a las demás
infracciones del derecho.
¿No será posible buscar puntos de apoyo en el propio texto para inclinar la “punibilidad”
como carácter del delito? La respuesta parece afirmativa, si tenemos en cuenta:
1.° Las razones nacidas de la extinción de la responsabilidad penal.
2.° Del texto de la fórmula del párrafo primero del artículo primero del código penal
español.
En parecidos términos, Battaglini plantea la cuestión de si la “punibilidad” es elemento esencial e
independiente dentro del repertorio de los caracteres del delito. Y razona su inclusión como característica
definitoria y última, en relación en llamadas causas de “extinción del delito y de la pena”. Veamos más de
cerca cómo cabe plantear el problema. Se dice que “las causas de extinción de la responsabilidad son
determinadas circunstancias que sobrevienen después de la comisión del delito y anulan la acción penal o la
pena”. Mejor todavía: extinguen por completo la pena y todos sus efectos (artículo ciento doce, número
segundo, del código penal español, en lo tocante a la amnistía), esto es, que obran directamente sobre el delito
realizado, y sólo por reflexión influyen sobre la acción (Battaglini). Y como la naturaleza de estas causas son
de carácter supervivientes, esto es, que sobrevienen una vez cometido el delito, cabría pensar ¿qué elementos
del delito anulan? De las palabras del código se infiere, con la mayor claridad, que eliminan la pena. Es decir,
son causas de extinción de la punibilidad o de la posibilidad de aplicar la pena. Luego si se extinguen los
efectos de la pena, ¿no quiere decir que el delito exige para su realización completa o su perfección
conceptual el elemento de la punibilidad? Ya que en idéntico sentido argumenta Battaglini al decirnos que ni
el hecho objetivamente realizado ni la culpabilidad pueden abolirse por esta causa, sino únicamente aquel
elemento o carácter del delito que por ser dependiente de la voluntad del legislador puede éste dejar en
suspenso su efecto. De este modo la “punibilidad” viene a ser un carácter independiente del delito.
Ahora bien; en parecidos términos puede razonarse a la vista del código penal español, puesto que, en el
título quinto del libro primero, bajo la rúbrica de “Extinción de la responsabilidad y de sus efectos”, se
agrupan las llamadas “Causas que extinguen la responsabilidad”. Dice así el artículo ciento doce: La
responsabilidad penal se extingue: 1.° Por la muerte del reo. 2.° Por la amnistía, la cual extingue por completo
LA PENA Y TODOS SUS EFECTOS. 3.° Por el cumplimiento de la condena. 4.° Por indultos, etc.
La cual hace pensar que la “punibilidad” cobra un valor destacado al lado de los demás elementos del
delito.
Sumario: 26.° SUJETOS Y OBJETOS DEL DELITO. A) Sujeto activo: el ser humano.
Limitaciones. B) Personas morales: a) Conclusiones. C) Sujeto pasivo. Distinciones. D)
Objetos del delito. Sus clases. —27.° LEGISLACIÓN ESPAÑOLA. A) Sumaria exposición.
B) Indicación en el código penal español y en la jurisprudencia: a) Respecto al sujeto
activo. b) A las personas morales. C) Al sujeto pasivo y objeto del delito.
B) PERSONAS MORALES. —Sólo el ser individual es sujeto activo del delito. Porque el
“derecho penal no se fundamenta sobre abstracciones y ficciones, sino que radica en la
realidad ético-psicológica” (Bettiol). Ni los animales, ni las cosas, pueden detentar esta
cualificación; carecen constitutivamente de los atributos que exige todo acto delictivo. Pero
el problema empieza a complicarse cuando se pregunta si además del ser racional pueden
ser sujetos activos las personas morales. Es decir, ¿la universitas tiene capacidad de realizar
delitos y de padecer penas? En torno a la respuesta reina absoluta discrepancia. El problema
viene planteado desde punto y hora que la ley reconoce derechos y obligaciones y
protección en general, no sólo a la persona individual, sino a la colectiva, puesto que goza
en el ámbito jurídicopositivo de capacidad legal. Ahora bien; a pesar de este expreso
reconocimiento por la ley, la cosa cambia de aspecto cuando se trasplanta el problema de la
capacidad a la esfera del derecho punitivo. La historia del derecho punitivo ofrece las más
variadas opiniones a este respecto. Hasta la misma terminología se aparece un tanto
insegura, puesto que bajo esta rúbrica general de personas morales se pueden comprender
las personas jurídicas, colectivas, sociales o corporativas.
a) Conclusiones. —Existe casi unánime parecer de criterio de que la universitas no
puede delinquir en el sentido riguroso de la técnica penal. Pero en lo que, por el contrario,
no reina discrepancia es en lo relativo a que pueden aplicarse medidas penales adecuadas a
la existencia del grupo social. Esto no quiere decir que sea posible aplicar “una pena sin
culpabilidad”, sino que el orden punitivo dispone de algunas sanciones que, sin desmentir
aquel firme aforismo, pone en práctica la mecánica de un sistema defensista del estado con
las sociedades que infringen las disposiciones penales. Ya que prevalece en este sentido la
consideración práctica sobre la teórica, puesto que en todas aquellas disposiciones penales
generales o especiales en las que se admite el delito de corporación, que se “establece en
una época en la que el actuar colectivo y el patrimonio revisten redoblada significación, un
sistema, que si bien desde el punto de vista de la responsabilidad no deja de ofrecer reparos,
prácticamente es casi imprescindible; por otra parte, aquellos reparos pierden importancia
desde el momento que la responsabilidad personal del individuo es generalmente muy
limitada” (Mezger).
Así es que no existe especial repulsa en admitir una cierta capacidad penal, esto es, de padecer penas; en
tanto que en el estado actual de la ciencia penal se rechaza de plano la capacidad criminal. Ahora bien; la
polémica se aviva cuando se trata de precisar el carácter de las medidas aplicadas y cuáles serán las más
apropiadas a la especial naturaleza jurídica de las personas morales. Veamos si es hacedero una agrupación de
las dispares opiniones: 1.° Un grupo de penalistas —a la cabeza puede colocarse Beling— rechazan de
antemano el castigo de las personas morales: “no sólo es una enorme injusticia, sino también inútil”, y
combate de lege ferenda el delito de corporación. O como dice este autor, en el año 1930: Las personas
jurídicas y las sociedades son incapaces de obrar penalmente, no pueden por ello cometer ningún delito y ser
punibles. Es decir: absoluta negación de las dos capacidades.
2.° Puede recogerse otro criterio expresado, por ejemplo, en la tesis de Mezger, y que comparten la
inmensa mayoría de tratadistas, que consiste en dar cabida a una cierta capacidad penal, en virtud de
consideraciones prácticas. Significa, pues, reconocimiento de la capacidad de sufrir penas, si bien niegan en
principio la capacidad criminal.
3.° En este apartado pueden inscribirse las opiniones de aquellos penalistas, como Hippel y Hafter —
primitiva tesis— de aplicación de medidas penales, pero sin que éstas posean carácter “represivo” alguno. Y
todavía en forma mucho más atenuada se pronuncia otro círculo de autores, en quienes, por ejemplo, la
responsabilidad contraída por la persona moral es de linaje civil y sólo sanciones de esta clase son aplicables
(Jellinek), o un tipo de responsabilidad de índole administrativa (J. Goldschmidt). Así como Binding, que si
bien admite la capacidad, sin embargo silencia en los sujetos del delito si pueden o no ser capaces de
delinquir.
4.° Y, por último, una minoría que mantiene la existencia real de estas personas, es decir, su existencia a
se, una vida propia e independiente de cada uno de los miembros, si bien los fundamentos a la misma difieren
en unos y otros autores los cuales, por consiguiente, conceptúan que las personas morales poseen capacidad
de realizar delitos y de soportar penas, al modo como las personas individúales. Dentro de esta línea, y
acentuando los puntos de vista prácticos, tenemos a y otros más.
Reducidas las innumerables facetas que presenta este problema de la responsabilidad, hagamos punto con
la pregunta relativa a si la pena o medida aplicaba a la universitas excluye la pena individual que pudiera
recaer en los miembros del grupo social. También existe cierta diversidad de pareceres, pues en tanto Gierke
opina que se excluyen, Mestre es partidario de la coetaneidad de las dos penas. Teniendo presente lo
anteriormente expuesto, puede sostenerse sin temor a equivocación alguna que, según los preceptos
estatutarios que recen, existirá compatibilidad de actuación de la persona individual como ente particular y
como representante de la corporación o en la mayoría de los casos, veremos que independiente de la
responsabilidad penal imputable a la persona física podrá soportar la corporación una medida penal. Así es
que no hay motivo para descartar la compatibilidad de sanciones.
C) SUJETO PASIVO. DISTINCIONES. —En todo delito tenemos un sujeto activo o varios,
realizadores de la conducta reprochable, y un sujeto o pluralidad de ellos que sufren los
efectos de la acción punitiva. De suerte que el sujeto pasivo viene a ser una modalidad
esencial de la figura de delito, pudiendo a este respecto revestir distintas formas. ¿Qué se
entiende técnicamente por sujeto pasivo del delito? Tampoco existe unidad de pareceres.
En tanto Bucellati da un concepto amplísimo del mismo, diciendo que el sujeto pasivo es
toda la sociedad en la que se ha producido el hecho penal, otros, como Carrara y Brusa,
restringen la expresión a la persona o la cosa sobre la que recae la acción del sujeto activo.
“El hombre que delinque es —dice el primero de los autores citados— el sujeto activo
principal del delito. Los instrumentos de los cuales se sirve son unos sujetos activos
secundarios. El hombre o la cosa sobre que recaen los actos materiales del culpable,
dirigidos al fin perverso, son el sujeto pasivo del delito. El derecho abstracto que se viola es
el único y verdadero objeto del delito.” Como dice certeramente Garraud, esta opinión
confunde lamentablemente el corpus delictum con su víctima. Por esto se ha dado en pensar
por algunos autores que el sujeto pasivo del delito es aquel a quien pertenece el interés
jurídico lesionado o atacado por la conducta delictuosa. Esto es, el titular del bien jurídico.
Así se ha resuelto en la moderna técnica penal. Nuestra opinión no disiente. Silvela dijo que
“el sujeto pasivo del delito es aquel a quien se debe la condición jurídica negada por el
crimen”. Así, pues, de esta manera nos hallaremos con que pueden ser sujetos pasivos del
delito o la persona individual, la persona moral del estado, puesto que todas ellas pueden
ser poseedoras de bienes jurídicos. En algún cuerpo legal se menciona expresamente el
sujeto pasivo como la “persona ofendida por el delito”. Hay que distinguir entre sujeto
pasivo del delito y el perjudicado por la acción, o, como dice el código penal español, el
agraviado (artículos ciento tres y otros), cuando se trata de “reparación del daño” o de
“indemnización de perjuicios”, o del perjudicado (artículo ciento cinco), aunque
generalmente coinciden en una misma persona el sujeto pasivo y el perjudicado. Pero puede
ocurrir que aparezcan ambas denominaciones concretadas en distintas personas. Por
ejemplo, en el delito de homicidio (artículo cuatrocientos siete) el muerto es el sujeto
pasivo, en tanto que los parientes de la víctima aparecen con la cualificación de
perjudicados, que a tenor del artículo ciento cuatro se puede hacer efectiva la
indemnización de perjuicios, tanto materiales como morales, no sólo los causados al
agraviado, en sentido estricto, sino también los que hubieren irrogado, por razón del delito,
a su familia o a un tercero. Otro tanto sucede, por ejemplo, en el delito de falsificación de
moneda (artículo doscientos ochenta y tres), en que la persona perjudicada inmediatamente
es el individuo que la recibe, y a la par se viola el derecho del estado a la fabricación y cuño
legal de aquélla; en el rapto (artículo cuatrocientos cuarenta), en que es perjudicada la
raptada y al mismo tiempo se viola el derecho de patria potestad del padre o tutor. E incluso
es transmisible la acción para repetir la restitución, reparación e indemnización a los
herederos.
Sería por demás instructivo y conveniente, con vistas a reunir materiales con los que ir haciendo una
rigurosa interpretación técnica del código penal español, puntualizar ciertas modalidades en que se suele
presentar el sujeto pasivo del delito. De igual manera que dijimos al exponer el sujeto activo que algunos tipos
penales exigen para su actualización viva y real determinadas condiciones de aquél, otro tanto acontece con el
sujeto pasivo. Veamos las más sobresalientes:
a) Sucede en ocasiones que la acción delictiva ofende a más de un sujeto pasivo; estamos ante un
concurso ideal de delitos. Problema que agudamente devela en forma prolija nuestro Silvela cuando trata de la
“pluralidad de sujetos pasivos del delito”, pero que trataremos en la “teoría del concurso”.
Otras veces la misma redacción del tipo penal demanda para su existencia conceptual la presencia de dos
sujetos pasivos. El hecho de interceptar la correspondencia, punido en el artículo doscientos cuarenta y nueve
del código penal español, en que aparecen perjudicados dos sujetos: el remitente y el destinatario.
b) A veces el precepto penal hace expresa alusión a ciertas y concretas características que ha de reunir
el sujeto pasivo. Así, verbi gratia, “recién nacido” en el infanticidio (artículo cuatrocientos diez), “niño menor
de siete años” en el abandono de niños (artículo cuatrocientos ochenta y ocho), “superior jerárquico” en la
calumnia o injuria (artículo doscientos cuarenta y uno), etc.
c) Cuando se exige que concurra alguna especial cualidad o posición, como el “consentimiento” del
sujeto pasivo (artículo cuatrocientos once, número segundo, aborto), o concurre alguna circunstancia
agravante en el sujeto pasivo, como la del número quinto del artículo décimo, o atenuante, como la del
número quinto del artículo noveno.
d) En algunas figuras de delito la titularidad del sujeto pasivo se extiende incluso aunque no sea
jurídicamente. Así, en el aborto se protege la esperanza de vida infatns conceptus pro nato habetur, quoties de
commodies eius agitur; bien cuando el sujeto es un ser inimputable (artículo cuatrocientos ochenta y ocho, en-
trc otros). O bien se protege a sujetos inimputables, “menor de siete años” (artículo cuatrocientos ochenta y
cuatro). Pues aun cuando “no son inteligentes el feto en el claustro materno, el niño, el demente, el hombre
dominado, sin embargo —dice Carrara— son aptos para constituir el sujeto pasivo del delito, porque están
provistos de derechos que la ley defiende, aunque se conozca el derecho por quien la posee, o la ofensa por
quien la recibe”.
Y, por último, toca ver el extremo de si pueden ser sujetos pasivos de delitos las
personas muertas.
Respecto a si pueden ser sujetos pasivos los cadáveres y los animales, el problema
reviste especial interés, sobre todo en la determinación del iter criminis, pues ¿delinque o
no el que apuñala a un cadáver? Como ya veremos en la teoría de la tentativa, depende del
criterio que se adopte. Si se efectúa la valoración desde el punto de vista subjetivo —
posición positiva—, se castigará a la persona que apuñala el cadáver, esto es, la tentativa
imposible, por constituir estos actos un claro síntoma de la peligrosidad del agente. En tanto
que, desde el punto de vista objetivo, no existe ninguna clase de forma delictiva, por
inidoneidad de objeto, ya que la protección del bien jurídico —en este caso, la vida
humana— es inexistente. En el mejor de los casos, a lo sumo podrá aplicarse una medida de
seguridad a causa de la revelación que esta acción nos hace de la temibilidad del sujeto. La
opinión acertada la expone claramente Alimena: “Sólo el hombre vivo puede ser sujeto
pasivo del delito, pues el muerto no es poseedor de derecho alguno; y, como veremos, las
ofensas a los muertos, o son ofensas contra los parientes vivos, que obran por cuenta
propia, porque de un modo mediato ha sido violado su derecho, o son ofensas contra la
colectividad”. Así queda clara la delimitación del sujeto pasivo en algunos delitos, como,
por ejemplo, la violación de sepulturas, en que aparentemente dijérase que los sujetos
pasivos son los cadáveres, siendo así que es la sociedad, ofendida en los nobles
sentimientos de la piedad cristiana y respeto a la memoria del ser humano. Igualmente, las
leyes penales protegen a los muertos de los actos difamatorios contra su memoria. Pero en
este caso no es que sean sujetos pasivos, pues el muerto carece de la condición previa para
ser sujeto de derecho —que es la vida—, sino que la acción se ejerce por sus parientes, que
son en los que recaen propiamente las ofensas contra el difunto.
En cuanto a los animales, la solución es bien sencilla: no pueden ser titulares de
derechos. Y, por tanto, carecen de capacidad para conceptuarlos como sujetos pasivos de
delitos. Pero ¿qué ocurre en aquellas legislaciones que configuran el llamado delito de
maltrato de los animales? ¿Son, en efecto, en estos supuestos delictivos sujetos pasivos de
delitos? Tanto en estos delitos como en aquellos supuestos de análoga redacción en que se
castigaba los actos contra natura realizados en animales (sodomía), lo que se protege son
los sentimientos de piedad, de honestidad sexual del grupo social, a fin de que la pena
cumpla una función de utilidad y de corrección educativa sobre los miembros de la
sociedad. No son, por tanto, los animales sujetos pasivos, sino la comunidad, herida en sus
sentimientos morales.
Tampoco ofrece duda alguna en la doctrina y en las legislaciones la aceptación de que,
lo mismo que la persona individual, puede ser sujeto pasivo de delito la persona moral,
tanto pública como privada, la sociedad y el estado. Ya que, tanto las unas como los otros,
son titulares de bienes jurídicos que se hallan protegidos en la ordenación penal.
D) OBJETOS DEL DELITO. SUS CLASES. —No se precisa con idéntica sencillez la
concepción de lo que debe entenderse por objeto del delito, sobre todo desde que la
corriente técnicojurídica puso mano en el asunto, haciendo del objeto del delito punto de
apoyo para su construcción y análisis del tipo legal. Y no ya en este aspecto concreto de la
teoría del delito, sino que, como agudamente dijera Rocco, “se relaciona con todo el campo
penal, puesto que una de las cuestiones más importantes y en conjunto más difíciles y
controvertidas que presenta la ciencia del derecho penal es indudablemente aquella relativa
a la determinación del concepto del así llamado objeto jurídico (objetivo jurídico) del
delito, lo cual vale decir del objeto de la ofensa (lesión o amenaza) contenida en el delito”.
Pero conviene, antes de presentar la polémica en torno a las distinciones del objeto,
como también de su significación en la elaboración técnica del delito, valemos de la
conocida y usual definición del objeto del delito, en el sentido en que aquí emplearemos
este término. Se dice que es el objeto corporal sobre el que recae la acción típica. Con lo
cual referimos al llamado objeto de la acción, o, como otros autores 11aman, objeto del
acto. Pertenece al mundo táctico; es, en suma, un objeto corporal. De aquí que se le haya
bautizado por algunos penalistas como el “objeto material o físico”. Por ejemplo: el
“hombre” en el homicidio (artículo cuatrocientos siete), una “mujer” en el rapto (artículo
cuatrocientos cuarenta), las “cosas muebles” en el robo (artículo quinientos un menor de
diecisiete años” en la sustracción de menores (artículo cuatrocientos ochenta y cuatro), etc.
De esta suerte recogemos con esta definición la doctrina alemana e italiana y se logra, por
otra parte, como dice Mezger, una precisa delimitación con otros objetos del delito. Así,
pues, existe un objeto de la acción, del acto material —son lo mismo—, cuya existencia
está enclavada en el mundo real, y siempre se distingue con sólo saber contra qué cosa o
persona se dirige la acción humana. Carrara, decía a este respecto, que surgirían muchas
dificultades si se pretendiera ver el objeto del delito en la cosa o la persona sobre la que
recae la acción. Y por esto refiere todo lo material al sujeto. Sin embargo, aquellos reparos
han sido salvados por la moderna técnica, teniendo presente las separaciones que hace
dentro del término objeto del delito.
Del objeto de la acción hemos de distinguir el objeto jurídico del delito, como le llama
Rocco. Se trata del “objeto valorativo protegido en el tipo, esto es, del bien jurídico
protegido por el derecho penal y atacado por el delito” (Mezger). En ocasiones coinciden
ambos objetos. Por ejemplo, en el homicidio vemos que el objeto de la acción es el
“hombre”, como parte integrante del mundo corporal, y el objeto jurídico del delito es
también el hombre —la protección dispensada a su persona—, “como parte ideal integrante
del mundo valorativo del derecho”. En tanto que en el hurto los hallamos separados, pues el
objeto de la acción es la “cosa mueble ajena”; el objeto jurídico es el bien jurídico de la
propiedad en su sentido más amplio, y el sujeto pasivo la persona perjudicada por el hurto.
Este deslinde, dentro del tipo penal, entre objeto de la acción, objeto jurídico y sujeto
pasivo, de inexcusable entendimiento si se quiere hacer en su día una interpretación
rigurosa y técnica de los delitos en particular, constituye el supuesto previo de la aportación
de Rocco. Dentro del objeto del delito, distingue entre objeto jurídico, objeto material y
sujeto pasivo. Este es el “paciente o víctima del delito, aquel que con expresión técnica es
el llamado ofendido, lesionado o perjudicado por el delito”; esto es, la persona tanto
individual como moral, puesto que en todo delito persona dupliciter spectatur: eius qui
fecit el eius qui passus est. Si bien, como en todo delito, no sólo se lesiona o pone en
peligro un interés individual, sino también se siente herida o conmovida la sociedad
humana en donde se comete, dijérase que, en cierta medida, como dice Buccelati, la
sociedad es siempre sujeto pasivo del delito. A diferencia de éste, llama Rocco objeto
material del delito tanto al hombre como la cosa en cuanto el uno o la otra constituyen la
materia sobre que recae la actividad física. Es decir, que el objeto material no es otra cosa
que el famoso corpus delicti. En cambio, objeto jurídico no es sino el bien o interés
protegido por norma jurídicopenal, violada por la acción delictuosa. De modo que dan
perfectamente circunscritas las propias y distintas significaciones del objeto jurídico, del
objeto material y del sujeto pasivo. Pongamos un ejemplo: en un supuesto de hecho de
hurto (artículo quinientos catorce), tenemos que el sujeto pasivo está representado por la
persona hurtada; el objeto material, por la cosa mueble ajena, que es sobre la que se realiza
la acción humana, y el objeto jurídico por el interés jurídicamente protegido en la norma
penal, que no es otro sino la propiedad.
Además, hemos de distinguir entre objeto jurídico desde el punto de vista formal y
sustancial. El primero, sería la norma del derecho penal, con la cual la acción delictiva entra
en oposición. En tanto que sustancialmente, está constituido el objeto jurídico del delito por
el interés que la norma protege.
¿Qué valor técnico y dogmático poseen ambos objetos del delito, esto es, el objeto de la
acción y el objeto de protección? El primero forma parte de la descripción de una figura de
delito; “es siempre —como dice M. E Mayer— un elemento del tipo legal”; claro que se
necesita conocer bien la naturaleza del acto, a fin de saberlo deducir de entre las
modalidades que la acción presenta. Mientras que el objeto de protección “nunca es —sigue
opinando el mismo autor— una modalidad de la acción, ni tampoco un elemento del tipo
«legal», sino una «síntesis» de dicho tipo”. Y la determinación del mismo nos sitúa en la
esencia de la antijuricidad y forma el criterio rector para una sistematización de los delitos
en particular. “Por ello —dice Mezger—, lo determinante en una sistemática valorativa de
la parte especial del derecho penal no es el objeto de la acción, sino el objeto de protección.
A cada delito le es esencial un objeto de protección; en tanto que el objeto de la acción
puede faltar en cuanto la eficacia sobre una persona o sobre un objeto no pertenezca al tipo
legal”; de entre los cuales cita la bigamia, servicio de guerra en un poder enemigo y otros.
27.° LEGISLACIÓN ESPAÑOLA. —En España, salvo algunas excepciones, se acoge, por
regla general, la doctrina del derecho romano: exclusiva capacidad individual criminal;
alrededor del último tercio del siglo XIX empieza a gozar de favor entre los autores la
doctrina contrapuesta de la capacidad criminal de las personas morales (Saldaña).
En Silvela nos encontramos con la tesis de la realidad jurídica de estas personas al decirnos: “no son las
sociedades o corporaciones —como de ordinario se dice— para creación de la ley, autorizada para marcar a
su antojo el circulo dentro del cual hayan de moverse, sino que el estado debe limitarse a reconocer su
existencia y su director, y, por tanto, tan naturales como los individuos...; la existencia dentro del derecho, la
legitimidad, las contribuciones que a las personas colectivas correspondan, provienen todas del fin lícito que
las anima... Tan sólo pueden ponerse en común de manera que cada uno tenga una parte indivisa, los
materiales para conseguir el fin. Por esto, tratándose de la responsabilidad, sólo cabe hacer efectiva la civil,
que en último caso se traduce en la entrega de un objeto material que pertenece a los socios porque todos
tienen parte en él”. Luego la tesis de este penalista español cabe concretarla así: Reconoce la sociedad como
entidad real, en virtud del fin lícito que la constituye, pero como carece de una conciencia e inteligencia al
modo del individuo, sólo es factible exigirles responsabilidad civil. Y en su magnífico proyecto de código
penal de 1884 expone su doctrina en las frases siguientes: “La asociación para delinquir, o con un fin
determinado y punible, constituye a los socios en codelincuencia y les sujeta a responsabilidad por la
participación que tomaron con el fin común del delito; mas no por eso pierde tal responsabilidad su carácter
evidentemente individual. Pero pueden muy bien la asociación, corporación o persona jurídica ser lícita por su
fin y por los procedimientos consignados en el pacto para conseguirlo y, sin embargo, utilizarse los medios
sociales para delinquir, no aisladamente éste o el otro socio, sino arrastrando la representación entera de la
sociedad o empresa al delito, de tal suerte que para la conciencia pública, fácil siempre en dar verdadera
forma personal a todo suceso, sea la sociedad, la empresa o la colectividad la que delinque”. Esta posición la
traduce en precepto en el artículo veinticinco del citado proyecto.
En los proyectos de códigos penales, la doctrina de la responsabilidad penal de las personas morales
aparece en el de Villaverde (1891), con algunas modificaciones, y en el proyecto de 1912 alcanza su máxima
expresión; en el proyecto Piniés (1921) igualmente se hace eco, y lo mismo en el proyecto de 1927.
A pesar de esta tradición casi ininterrumpida, los códigos hasta ahora vigentes han sido
cautos en la regulación del problema.
a) Respecto al sujeto activo. —Aun cuando los anteriores códigos penales y el vigente
silencian la cuestión del sujeto activo, sin embargo, la interpretación jurisprudencial
confirma en reiterada doctrina que sólo el ser individual es sujeto del delito, si bien por
algún autor —como R. Castillo— se ha llegado a decir que “nuestra misma jurisprudencia
se muestra vacilante, inclinándose a veces a creer en la responsabilidad de las
asociaciones”.
Sin embargo, la dirección jurisprudencial es bien copiosa a este respecto, ratificándose
en numerosos fallos que sólo la persona individual es sujeto activo del delito. Y declara que
las costas no son pena accesoria cuando se impone a una empresa como responsable
subsidiaria de delito cometido por uno de sus empleados (sent. 3 de abril 1884).
La anterior afirmación de Castillo está referida a cierta y antigua doctrina de la
jurisprudencia (sents. 13 de mayo 1873, 7 de octubre 1873 y 9 de octubre 1873). Pero con
buen sentido expone sobre este particular el hoy magistrado del tribunal supremo profesor
Castejón. que “por aquel entonces no se planteó la cuestión de la responsabilidad de las
personas morales, puesto que los fallos posteriores establecieron de una manera indudable
que la «acción delictiva sólo puede ser realizada por el hombre”.
b) A las personas morales. —El código guarda silencio en este extremo. Ya en el código
penal español de 1928, de acusadísima influencia en el actualmente en vigor, estableció en
el artículo cuarenta y cuatro su criterio.
El texto punitivo vigente, si bien no regula expresamente este punto, sin embargo, se
deduce de algunos preceptos. Participa, por tanto, punto de vista de que la responsabilidad
penal es exclusivamente individual. Así lo ha esclarecido la interpretación jurisprudencial,
que con ella ha venido a colmar esta falta de criterio del texto legal, señalando en
numerosas sentencias (18 de enero 1909, 13 y 27 de diciembre 1913 y 20 de febrero 1914)
que las entidades , “corporaciones” , institutos” o “personas jurídicas”, “no pueden ser
sujeto activo de delito o falta”, porque sólo las “personas naturales” o “reales” o
“individuales” son susceptibles de ello, por ser las únicas “en quienes concurren los
elementos esenciales de la imputabilidad moral”. “Aunque de manera menos contundente
—dice Castejón—, y en forma implícita, se mantiene esta doctrina: La responsabilidad que
la sentencia imputa a los miembros individuales que componían una junta se basa en la
estimación de que los referidos individuos, como miembros de la junta, se pusieron de
acuerdo para los fines delictivos..., sin que por ello entienda que se trata de infracción
imputable a una persona colectiva, sino a sujetos que, en atención a los cargos que
desempeñaban en una entidad, infringen las leyes penales”.
Es decir, que la responsabilidad penal recae de modo exclusivo en los miembros
individuales de la persona moral. Y así lo vemos confirmado en el artículo doscientos
treinta y ocho, relativo a la desobediencia de órdenes expresas del gobierno. Precepto que
proviene de los artículos cuarenta y siete y cuarenta y ocho de la ley de seguridad del
estado. Ya la doctrina jurisprudencial, en sentencia de 25 de abril de 1945. ha interpretado,
a propósito de este artículo, que si no se aprueba que la orden incumplida fue comunicada
en forma legal al obligado a su cumplimiento, falta uno de los elementos esenciales de este
delito. Y en el artículo doscientos sesenta y cinco, cuyo precedente legislativo está en el
artículo tercero de la ley de tenencia ilícita de armas.
Así, pues, el código se asienta sobre la justa doctrina de que “no hay pena sin
culpabilidad personal” y que la sanción punitiva exige una persona culpable, a quien se
contrae su aplicación. Por esto, tanto en uno como en otro artículo, vemos que precisa
taxativamente quiénes serán los responsables: directores, gerentes o encargados, o los
componentes del consejo de administración, si tuvieren conocimiento, o los empleados que
habitaren en el domicilio social, o los miembros de la junta directiva, a excepción de que
aduzcan su falta de conocimiento. Esto es: siempre tenemos a la vista el elemento de la
culpabilidad personal —conocimiento— del hecho penal. Con ello no hace más que seguir
un criterio digno de encomio y que constituye la guía más certera.
La cuestión varía cuando se trata de exigir una responsabilidad civil, puesto que dada la distinta estructura
de ésta —objetiva—, de la penal —subjetiva— factible hacerla efectiva en la entidad colectiva. Así, por
ejemplo, en este concreto punto, el código penal español en su actual artículo veintidós. Con esta nueva
redacción amplía la responsabilidad civil subsidiaria a entidades, organismos, por delitos o faltas de sus
empleados, para comprender el estado, la provincia y municipio, como estableció el artículo sesenta y ocho,
número tercero, del código de 1928 (Castejón). Y con anterioridad, también el código penal consigna en su
artículo veintiuno la responsabilidad civil a cualquiera persona o empresa.
Pero como puede ocurrir que estas asociaciones ilícitas realicen hechos de la misma índole, ¿qué penas o
medidas empleará el estado? Habrán de ser forzosamente medidas penales adecuadas a la especial naturaleza
de aquéllos, como ya dijimos en páginas anteriores, las cuales determina el artículo doscientas sesenta y cinco
(véase la ley de terrorismo y explosivos de 2 de octubre 1934). También el reciente código de justicia militar,
inspirado en el del 1928, se pronuncia sobre el tema en el artículo doscientos uno. Se establece este principio
según la exposición de este código, como medidas que justifican en tales hipótesis la protección del superior
interés público.
Las medidas, por tanto, se circunscriben a la disolución —artículo doscientos sesenta y cinco del código
penal común— y la suspensión, disolución o supresión, a tenor del mencionado artículo del código de justicia
militar.
En las sanciones punitivas puede observarse que las expresadas en el código penal
exigen la culpabilidad de cada una de las personas, luego la minoría inocente queda exenta
de pena. E incluso en la disolución, conforme a la ley de 30 de junio de 1887, sólo en los
casos en que se vea una intervención por parte de la asociación y de otros requisitos, podrá
sancionarse con la disolución de la entidad social. Parece pues, que el legislador —aun sin
plantearlo rigurosamente— deja abierta la salida a los socios que no hayan participado en el
hecho punitivo, recayendo de pleno la medida punitiva contra la asociación cuando
aparezca como autora o cómplice de la acción delictiva. Así, en el artículo doscientos
sesenta y cinco.
Idéntico criterio del fijado en el artículo doscientos treinta y ocho, pues en buena
técnica, el código exige que la culpabilidad de los miembros sea firme a base del previo
conocimiento de los hechos.
C) AL SUJETO PASIVO Y OBJETO DEL DELITO. —En lo que se refiere al sujeto pasivo y
objeto del delito en sus varias denominaciones, si bien va mencionamos anteriormente
algunas de las particularidades a este respecto, conviene completar aquellas indicaciones
con algunas otras, para que en lo posible ofrezcamos una reseña algo detallada.
En otros supuestos, como el regulado en el artículo doscientos cuarenta y dos, el sujeto
pasivo del delito es el movimiento nacional encarnado en FETJONS, cuando contra el
mismo se profieren “calumnias” o sus héroes, sus caídos, sus banderas y emblemas (v. ley
de 19 de julio de 1944), en los hechos de insultos o especies lanzados contra ellos.
Igualmente, son los difuntos sujetos pasivos del delito de calumnia e injuria, pudiendo
ejercer la acción penal los parientes, especificados en el artículo cuatrocientos sesenta y
seis, siempre que trascienda a ellos. En cuanto al sujeto pasivo del artículo trescientos
treinta y nueve, discrepan los comentaristas entre la sociedad o el difunto. Pero
indudablemente el sujeto pasivo es siempre el cadáver, en tanto que los intereses lesionados
son los sentimientos cristianos de piedad de la sociedad.
La entidad social también es sujeto pasivo del delito de calumnia e injuria (artículo
cuatrocientos sesenta y siete, párrafo tercero), como otras personas revestidas de especiales
condiciones jerárquicas. Se incluye en el artículo doscientos treinta y uno del código penal
vigente como sujeto pasivo de atentado a los “funcionarios públicos”.
El objeto de la acción del delito es múltiple, esto es, toda persona o cosa que
perteneciendo al mundo real forme parte del tipo legal. En esta dirección ya anotamos las
variedades con que se presenta. El objeto jurídico o de protección está a veces claramente
expresado en los epígrafes de los distintos títulos del código penal español.
Únicamente, vale la pena señalar en este lugar, que aun cuando el delito requiere la
existencia de un objeto —salvo la excepción de los delitos de simple actividad—, nos
hallamos con que en todos los supuestos de tentativa imposible del artículo cincuenta y dos
ni existe objeto de acción ni tampoco objeto jurídico. Porque e1 individuo con intención de
matar arremete contra una persona que creía dormida, pero que en realidad hacia un par de
horas que había muerto, realiza una tentativa imposible por absoluta inidoneidad de objeto
material y jurídico.
En este caso, llevado de un espíritu defensista, que hoy se refleja en otros textos
punitivos extranjeros, castiga la acción humana a pesar de la inexistencia de medio
adecuado y de objeto del delito, según lo preceptuado en el mencionado precepto, párrafo
segundo. La misma regla se observará (castigo de autores de tentativa) en los casos de
imposibilidad de ejecución o de producción del delito, cuya norma tiene su inmediato
antecedente legislativo en la derogada ley del aborto. Se trata de la llamada “tentativa
imposible” por inidoneidad de medios o inexistencia del objeto, que en los supuestos
delitos contra las personas hasta cierto punto falta el sujeto pasivo inmediato al delito.
El código penal vigente, por supuesto, no considera al estado con capacidad criminal.
El mismo texto, en su artículo veinte, regla segunda, párrafo tercero, en la graduación
que hace de la responsabilidad civil proveniente del “estado de necesidad”, extiende al
estado la responsabilidad.
Por tanto, el estado contrae una responsabilidad civil, la cual se hace efectiva conforme
establezcan las leyes o reglamentos especiales. Con ello vemos consignado en el código el
principio de la capacidad de responsabilidad civil proveniente de un acto realizado bajo el
amparo de una situación de necesidad, a tenor de lo establecido en el artículo octavo,
número séptimo, del mismo texto legislativo. Así, pues, existe una responsabilidad
objetiva, exclusivamente circunscrita al ámbito de relación de daños, esto es, de naturaleza
civil.
LECCIÓN DECIMOCTAVA
¿Cómo se presenta el problema en nuestros días? Prevalece la tesis que difícilmente puede hallarse un
criterio rígido que demarque ambas zonas, y que, en fin de cuentas, se trata de una cuestión de técnica
legislativa. Por tanto, toca al estado, con su actividad político criminal, escindir los dos grandes ámbitos:
“pequeña” y “grande” criminalidad, respectivamente integrados por las “contravenciones” y los “delitos”. En
cada situación histórica concreta el estado puede considerar como contravención lo que hasta entonces era
delito, o bien eleva la cuantía del daño fijada en las faltas o tipifica como delitos lo que eran simples faltas.
No es posible, por tanto, hacerse una orientación científica a priori que configure tal acción como delito o
como falta, pues tanto la forma de perpetración, la mayor menor conmoción experimentada por la sociedad en
la realización del delito o de falta, la más intensa coloración ética del delito, pueden, en todo caso, cambiar
con las transformaciones del ambiente histórico. En última instancia, tiene la palabra actividad estatal, que
demarca los límites del orbe de las acciones punibles, bien con penas graves o con penas leves. Por esto, con
sobrada razón, H. Mayer llamó a esta cuestión uno de los grandes problemas penales de nuestro tiempo:
determinar de una manera clara y terminante el círculo de las acciones delictivas. En cuya configuración,
claro está, entran los más variados ingredientes políticos, sociales y culturales propios de cada proceso
histórico concreto.
C) POR SU ESENCIA. —Una clasificación que tenga por criterio diferenciador el bien o
valor jurídico infringido reviste particular importancia, desde el punto de vista técnico y
dogmático. Sería preferible hablar aquí de delitos “personales”, en el sentido de hechos que
atenían en primera línea contra valores radicantes en la persona. Y delitos “políticos”, todos
aquellos que lesionan en prímae faciae valores pertenecientes a la comunidad política.
a) Delitos personales. —Son todos aquellos que lesionan o ponen en peligro valores de
la persona individual o moral. Como, por ejemplo, delitos contra las personas, propiedad,
honor, etc. A esta delincuencia común le llamó Ferri “atávica”, esto es, que realiza el delito
llevado por móviles egoístas, haciendo, por ello, retroceder la evolución de la sociedad.
b) Delitos políticos. —Por contraposición a la anterior criminalidad, caracterizada por
una afirmación de sus intereses particulares, Ferri considero que este grupo de delitos
contribuye en gran medida al desarrollo de la humanidad, puesto que estos delincuentes son
verdaderos bienhechores del progreso. Nada más lejos de la realidad, se piensa hoy, a
propósito de esta delincuencia política.
La literatura penal es riquísima e inabarcable en torno a la delincuencia política, pues la
primera dificultad estriba en precisar el área de la noción del “delito político”. En realidad,
“delitos políticos” son los que atentan o ponen en peligro el orden político de una
comunidad, bien en su aspecto externo (delitos contra la independencia del estado, su
seguridad exterior integridad del territorio, etc.) o interno (contra el jefe del estado, forma
de gobierno, cuerpos legisladores, etc.).
Desde que gana el “delito político” la preocupación de los penalistas, debido a la actitud
demoliberal del siglo XIX, empezó a plantearse el problema de la delimitación de este
concepto. Ya puso mano en ello la escuela clásica, por boca de Carrara, quien decía, poco
menos, que eran indefinibles. La escuela positiva, sobre todo Ferri, se ocupó de este sector
de la delincuencia, recluyéndola en un orden privilegiado. La polémica dibuja en seguida
dos grandes criterios para distinguir el “delito político” de los demás: uno, el criterio
subjetivo, postulado principalmente por los positivistas, atiende al móvil, a las causas
subjetivas que impulsaron a la comisión. Si son de naturaleza política, el delito también lo
será. Con esta mira se pueden cometer delitos comunes con móviles políticos, en cuyo caso
serían políticos. En una palabra: el lado subjetivo cualifica la entidad delictiva. Otro
criterio, es el objetivo, que mira esencialmente la naturaleza del bien jurídico infringido. De
modo que el delito político, según este parecer, será el que lesione o ponga en peligro un
bien de índole político. Y como resultado de esta radical oposición surge un tercer punto de
referencia objetivo-subjetivo, en que efectúa la calificación del hecho delictivo como
político recogiendo tanto uno como otro aspecto. Por tanto, el quid proprium del “delito
político” ha querido hallarse: a) En el fin o propósito del agente (posición subjetiva, escuela
positivista y doctrina francesa), b) En la naturaleza del bien jurídico lesionado (posición
objetiva: forma la comunis opinio). c) En el bien jurídico lesionado combinado con los
móviles del autor (posición objetivo-subjetiva). Circulan otros criterios de menor monta,
como, por ejemplo, aquellos que se atienen a las circunstancias concurrentes en el delito, o
bien por el modo de ejecución. Y, en verdad, dijérase sin duda que es el más certero de los
criterios, a pesar de que la mayoría de las veces no ha prevalecido en opinión de los
autores. Así, pues, la noción del “delito político” puede definirse como aquella acción que
lesiona o pone en peligro el ordenamiento político de una comunidad social, o bien cuando
la realización de un delito va esmaltada de motivación política. En España, el profesor
Cuello Calón propugna esta postura, en definición parecida. Mientras que el profesor
Jiménez de Asúa acepta la doctrina subjetivista.