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Como resultado de estas medidas, la metrópoli española buscaba agenciarse cada vez más de
los metales preciosos y recursos naturales extraídos de las colonias, usando para ello el poder
cedido a la Audiencia de Centroamérica. La primera medida a tomar comprendió el
establecimiento de nuevas formas de tributación, muchos de los cuales afectaban
directamente al comercio de bienes que entraba a las colonias. De acuerdo a Ots Capdequí,
“los primeros gravámenes que se cobraron fueron el quinto real, el diezmo, el almojarifazgo,
la alcabala y el tributo. Los ramos estancados, las bulas de la Santa Cruzada, los donativos y
servicios (exigidos a particulares mediante empréstitos que muy pocas veces se restituían) la
venta de cargos públicos y la media anata, entre otros, complementaban los ingresos de la
Corona”. 22 De esta forma, se buscaba reducir el incentivo para la adquisición de mercancías
provenientes del contrabando y la piratería, a la vez que se permitía el ingreso de bienes de
otros países, pero con un alto gravamen. En un inicio, la dependencia de este tipo de bienes,
los cuales no se producían en España, generó un aumento de ingresos a la Audiencia; sin
embargo, debido al continuo incremento de los gravámenes, fueron mayores las ganancias
que los hacendados y autoridades obtenían al infringir las disposiciones de la metrópoli, lo
que hizo florecer con mayor fuerza la práctica del contrabando y la piratería hacia finales del
siglo XVIII.
Por su parte, “la alcabala era un impuesto de larga tradición en tierras castellanas. En las
colonias se fijó en un 2 por ciento y se aplicó a cualquier operación de compraventa. La ley
mandaba que se cobrara alcabala de la primera y todas las demás ventas, trueques y cambios,
así de las mercaderías que se llevaren de estos reinos a las Indias, como de las que en ellas
hubiere, y se fabricaren y labraren, a razón de a dos por ciento en dinero de contado”.
Haciendo una muy breve mención al origen de la SAT, el Gobierno de Guatemala, por medio
del Ministerio de Finanzas Públicas, inició a principios de 1997 un conjunto de acciones
orientadas a transformar y fortalecer el sistema tributario del país. Dentro de estas acciones
se incluyó la creación de la Superintendencia de Administración Tributaria – SAT –, con el
propósito de modernizar la administración tributaria y dar cumplimiento a los compromisos
fiscales contenidos en los Acuerdos de Paz y el Programa de Modernización del Sector
Público. El proyecto de la creación y puesta en operación de la SAT, se inició en septiembre
de 1997 con la integración de un equipo de trabajo responsable de administrarlo. El objetivo
general del proyecto consistió en crear, diseñar y poner en funcionamiento una institución
autónoma y descentralizada, moderna, eficiente y eficaz, que se hiciera cargo de la
administración tributaria y aduanera, y que fuera capaz de incrementar los ingresos tributarios
en forma sostenida, honesta y transparente. La creación de la SAT fue aprobada por el
Congreso de la República, según Decreto Número 1-98, el cual entró en vigencia a partir del
21 de febrero de 1998.
La SAT tiene como objeto ejercer las funciones de administración tributaria contenidas en
Decreto No. 1-98 del Congreso de la República, Ley Orgánica de la Superintendencia de
Administración Tributaria y otras funciones que a continuación se mencionan:
Ejercer régimen tributario. Recaudación y fiscalización de todos los tributos internos
y comercio exterior, exceptuando los que por ley administra y recaudan las
municipalidades.
Administrar el régimen aduanero de acuerdo con leyes, convenios y tratados
internacionales ratificados en Guatemala.
Generalidades:
El delito es toda aquella actividad ilícita o la violación de las reglas o leyes que lo rigen
causando daños a una sociedad o entidad. Este acto ilícito es una actividad desleal que se ha
venido practicado a lo largo de la historia. Existen delitos en diversas ramas, como la penal,
ambiental, internacional, mercantil, entre otros, no pudiendo dejarse de lado el ámbito
aduanal como un aspecto de la vida democrática que es susceptible de ser objeto de delitos.
Se considera contrabando en el ámbito aduanero a la extracción o introducción al país de
mercancías sin pagar parcial o totalmente sus obligaciones fiscales tal como impuestos,
cuotas compensatorias o contribuciones, así como el tráfico de mercancías prohibidas.
También comete delito de contrabando quien importe mercancías extranjeras procedentes de
las zonas libres al resto del país en cualquiera de los casos ya mencionados, así como quien
las exporte de los recintos fiscales o fiscalizados sin que las autoridades respetivas las
entreguen personalmente. El contrabando y la defraudación aduanera son flagelos que
afectan la captación de tributos del Estado; primero a través de lo introducción o extracción
clandestina de mercancías de cualquier clase, origen o procedencia, evadiendo la
intervención de las autoridades aduaneras; y el segundo, a través de la realización de acciones
que tengan por objeto evadir dolosamente, en forma total o parcial, el pago de los tributos
aplicables al régimen aduanero. Los delitos aduanales se han incrementado debido al proceso
de globalización y al incremento del comercio global entre países y territorios, lo cual ha
motivado a las autoridades nacionales e internacionales a realizar esfuerzos concretos para
combatirlo.