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Diversos estudios han demostrado (Cordero, 1998; Sánchez, 1983; SEP, 2000) que dos
tipos de espacios como el urbano y el rural, por ejemplo, tienen modos distintos de organizar
sus actividades socioeconómicas, su vida y por ende, su sistema educativo, lo que
repercute ya sea positiva o negativamente, según el caso, en la formación integral de los
alumnos. En términos de los estudiantes procedentes del campo, frecuentemente enfrentan
problemas varios de deserción, rezago y pérdida de identidad, entre otros, al momento de
ingresar al sistema de educación superior, y eso si logran hacerlo.
Así, esta exclusión educativa, se convierte en exclusión social, toda vez que los individuos
son privados del acceso al sistema, y por ende, de la posibilidad de disfrutar de ciertos
bienes y recursos esenciales para vivir con dignidad o para aspirar a mejores condiciones
de vida. Y viceversa: aquellos jóvenes que son excluidos de las posibilidades de
participación social, suelen serlo también de la educación, ya que quienes carecen de una
preparación profesional útil para la vida en común, difícilmente logran su inserción al
mercado laboral; satisfacen pobremente las necesidades sociales y/o con mucho trabajo
pueden alcanzar sus aspiraciones personales.
De aquí que en años recientes el tema de la exclusión educativa haya adquirido especial
relevancia, toda vez que se ha identificado que no se circunscribe a casos individuales o
aislados, sino que son resultado de esta interacción que se postula entre el contexto social
y el individuo que pretende ingresar a un centro educativo, en cualquier nivel de estudios.
En palabras de R. Castell (2004): La exclusión responde a un determinado orden racional
que no es arbitrario ni accidental. Está inscrita y obedece a sistemas de valores y códigos
que constituyen un determinado tipo de sociedad que utiliza, entre otras cosas, para
protegerse de quienes, por las razones que fueren, no se adaptan a ella.
De hecho puede afirmarse que los individuos no nacen siendo excluidos; sin embargo, sí
puede ocurrir que desde el momento en que nacen, su seno familiar presente condiciones
de marginación y, por lo tanto, el nuevo ser sea propenso a ella. Pero la exclusión social se
va agudizando o tomando nuevos matices a medida que el sujeto se va insertando en su
entorno social y económico el cual, por su inherente condición dinámica y cambiante, se
vuelve cada vez más difícil e impredecible.
Y este “orden natural” se transfiere en consecuencia a los espacios educativos, donde la
enseñanza homologada como lo es la mexicana, aquélla que no distingue diferencias, y
que ignora orígenes, desigualdades e inequidades, es la más común. De hecho, el sistema
escolar a nivel nacional está plagado de obstáculos para aquel estudiante que no posee los
derechos de un ciudadano común y corriente, o que es distinto de alguna manera, a
aquéllos miembros de la comunidad en la cual se desenvuelve.
Otra de las dificultades que suelen enfrentar los estudiantes procedentes de otros contextos
o de otras culturas al momento de querer ingresar al sistema educativo, es que la propia
comunidad académica –léase investigadores, docentes, alumnos-, por razones de
ignorancia o indiferencia (inclusive ambas), es incapaz de reconocer, aceptar y/o valorar
las diferencias culturales entre sus miembros, propiciando la aparición y manifestación de
actitudes de discriminación o bien, problemas de identidad.
Entonces, lo que se requiere instaurar en todo el sistema educativo nacional, es una política
de inclusión que trate de superar las barreras y conflictos sociales desde un punto de vista
sistémico, es decir, abordando simultáneamente los diversos aspectos relacionados con los
problemas de exclusión ya que se trata de un conjunto de factores heterogéneos que, al
mismo tiempo, se relacionan entre sí. Se deben diseñar directrices de Compensación y a
un mismo tiempo de Afirmación para lograr la inclusión.
Esto, con la intención de favorecer la reflexión en torno a las estrategias que podrían
adaptarse o servir de base para el diseño de políticas nacionales (que a nivel internacional
se han denominado políticas de Compensación y de Acción Afirmativa) que garanticen la
igualdad de oportunidades en el acceso educativo, la nivelación de las condiciones
socioculturales y económicas de los individuos, su rescate identitario y el reconocimiento
de sus respectivas culturas, entre otros aspectos, los cuales constituyen hoy en día los
principales obstáculos para el logro de una educación intercultural e inclusiva que
demandan las sociedades contemporáneas.