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La represión
En la mañana del 10 la ciudad seguía paralizada y los
huelguistas parecían dominar la situación: los escasos vehículos
que circulaban exhibían "permisos" otorgados por la FORA (9º
C.); los canillitas sólo vendían La Vanguardia y La Protesta;
grupos de obreros recorrían las panaderías fijando los precios
máximos y confiscando la mercadería donde encontraban
resistencia. En los barrios obreros -señala un cronista- se
improvisaban mítines "para dar rienda suelta a la verba
revolucionaria". "Parecía -comenta otro- que todo el mundo
aguardaba la producción de algo que debía suceder".
Pero mientras tanto se iba concentrando un formidable aparato
represivo: a las fuerzas policiales, del escuadrón de seguridad y
los bomberos armados, se habían sumado ya las tropas de la 1ª.
y 11ª. División del Ejército, y en Dársena Norte atracaban los
acorazados Belgrano y Garibaldi desembarcando sus efectivos.
Dellepiane contó pronto con más de diez mil hombres
perfectamente equipados.
Cuando aparecieron las primeras patrullas por las calles
céntricas fueron recibidas con vítores y aplausos. No ocurría lo
mismos en los barrios obreros: "se nos hacía fuego desde varios
lugares a la vez -recuerda un inspector de policía destacado en
La Boca-: desde lo alto de las azoteas, por las ventanas abiertas
de las casas de madera, y aún desde los zaguanes . Pensé que
la revolución, que adjudicáramos a un sector circunstancial de la
población, tomaba las graves proporciones de una insurrección
armada de todo el pueblo".
Por todas partes se levantaban barricadas con adoquines
arrancados de la calle y otros elementos. Sus ocupantes las
defendían tenazmente, y cuando después de violentos
combates eran desalojados por las tropas, se refugiaban en
otras para reanudar la lucha desde allí.
Muchas calles se convirtieron en verdaderos campos de batalla
pero las tropas se imponían y comenzaban a practicar
numerosas detenciones; para liberar a sus compañeros, muchos
grupos se lanzaron al asalto de las comisarías. No todos esos
ataques, sin embargo, fueron reales: el pánico policial -agravado
por la constante tensión, la falta de sueño y los alarmantes
rumores- protagonizó numerosos incidentes. Ante la más
mínima sospecha las comisarías comenzaban a vomitar fuego
por sus cuatro costados, aterrorizando a los vecinos y
contribuyendo a la confusión general. El caso más grave ocurrió
en el propio Departamento Central de Policía, convertido en
cuartel general de las fuerzas represivas. En medio de un caos
total, sus ocupantes se balearon entre sí y acribillaron a las
viviendas circundantes durante más de media hora, hasta que
llegó Dellepiane y logró poner fin al pandemonium. Algo
parecido ocurrió en el Correo Central, y ambos "asaltos" fueron
publicitados como pruebas de la peligrosidad del movimiento y
de su intención de tomar el poder. Hacia la tarde las fuerzas
represivas controlaban ya la situación. Por las calles del centro
aparecían las primeras manifestaciones "patrióticas", mientras
que las guardias blancas comenzaban la "caza del ruso" en los
barrios proletarios.
La Revolución
El 6 de septiembre de 1930 estalló la revolución dirigida por el
Teniente General José Félix Uriburu con la colaboración de las
Fuerzas Armadas y un núcleo de civiles opositores.
El movimiento militar triunfó fácilmente y las tropas rebeldes
ocuparon la Casa de Gobierno, la Corte Suprema de Justicia de
la Nación en una acordada emitida el día 10 de septiembre,
reconoció a las nuevas autoridades como un gobierno de Facto
y dió validez a sus actos .