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Bogotá, 29 noviembre 2015

EFECTO KIKI / BOUBA , ¿UNA CONSECUENCIA DE LA ORTOGRAFÍA?


Daniela Osorio Castro - danosoriocas@unal.edu.co
Universidad Nacional de Colombia

Artículo presentado para la asignatura: Lenguaje y Cognición


Docente: Silvia Baquero

Resumen
El efecto Kiki/Bouba consiste en asociar palabras similares a “kiki” a figuras puntiagudas y palabras como
“bouba” a figuras curvas. Este fenómeno es uno de los más conocidos y citados en la literatura sobre
psicología y lingüística cognitiva, pues es uno de los ejemplos por excelencia del simbolismo sonoro.
Simbolismo sonoro es como se conoce a las teorías que plantean una estrecha relación entre formas fónicas
y el significado. En este caso específico, la oposición de las palabras codificaría intrínsecamente la
oposición entre las figuras, lo que haría naturales las asociaciones. No obstante, a pesar de que es de los
ejemplos más sólidos, muy pocos estudios dan relevancia a la influencia de la ortografía en los resultados.
Al menos en las sociedades que utilizan el alfabeto romano (como son la mayoría de las que han participado
en los estudios) dicha asociación recurrente podría estar condicionada por la forma de las letras como “k”
y “b”. Los estudios que intentan evadir esta influencia recurren a niños pequeños o a hablantes de lenguas
minoritarias, utilizan exclusivamente estímulos auditivos o diversas fuentes tipográficas. En general, estas
medidas no son suficientes ya que la influencia de la ortografía es mucho más fuerte de lo que las
metodologías y las conclusiones contemplan. Este artículo propone una reflexión al respecto.
Palabras Clave: Efecto kiki/bouba, ortografía, simbolismo sonoro, takete/maluma

Introducción
Desde que Saussure planteó los fundamentos de la Lingüística, esta ciencia ha adoptado como uno
de sus pilares la arbitrariedad del signo. A partir de la diversidad lingüística que hay en el mundo,
podemos afirmar que los nombres de las entidades y los conceptos no son únicos y, por lo tanto,
quien las origina no es la madre naturaleza sino la convencionalidad. Sin embargo, últimamente
se ha retomado aquella idea de que el lenguaje está motivado, despertando nuevamente la discusión
sobre la naturaleza del lenguaje que se planteaba el Crátilo de Platón. ¿Pueden los términos
condensar la esencia de las cosas a las que refieren? Investigaciones recientes han demostrado que
hay cierta naturalidad en la relación entre el significante y el significado, lo que revela que los

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signos lingüísticos no son exclusivamente simbólicos, sino que también pueden ser icónicos o
indexicales (Schmidtke, Conrad, Jacobs, 2014). Hay evidencia de que la forma fónica de las
lenguas puede guardar una estrecha relación con el significado más allá de una simple denotación.
La rama de la lingüística cognitiva que se encarga de desentrañar estas relaciones se conoce como
simbolismo sonoro.

El simbolismo sonoro provoca en una integración intermodal de los sentidos, pues de una señal
acústica se hacen asociaciones en otros planos de la percepción. Una de las tareas más conocidas
en este marco es el efecto “kiki/bouba”, que consiste en asociar tales palabras (o similares) a
formas puntiagudas o redondeadas, respectivamente. Es numerosa la literatura que cita este efecto
que es comúnmente aceptado por la comunidad científica y no científica. Sin embargo, no todos
entran a explicar en detalle las causas reales que lo provocan. El presente texto plantea argumentar
que la influencia de la ortografía es mucho más relevante de lo que se ha tenido en cuenta. Para
esto se hace una breve introducción al gran tema del simbolismo sonoro, se introducen los estudios
más relevantes del efecto kiki/bouba a la luz de dicha tesis y se finaliza con una discusión sobre la
tesis misma. Cabe resaltar que la transcripción entre barras inclinadas referencia a los sonidos (no
necesariamente fonemas, ya que los experimentos no se hacen en ninguna lengua específica)
mientras que la transcripción entre comillas se refiere a la forma gráfica.

Simbolismo sonoro
Simbolismo, fonosimbolismo, iconocidad fonética o fonosemántica son distintos términos de un
mismo fenómeno: la idea de que hay una estrecha y directa relación entre la forma y el significado.
Esto contradice los principios de la lingüística estructural para la cual los fonemas son unidades
distintivas pero carentes de significado. Éste último, para dicho enfoque, se expresa en el plano
morfosintáctico. No obstante, es posible que los sonidos mismos tengan una fuerte influencia en
el significado que atribuimos a ciertas construcciones, especialmente aquellos significados que
hacen referencia a la dimensión sensorial.

Uno de los términos más relevantes en este ámbito es el de ideófono; es decir una palabra que
condensa una imagen sensorial (Dingemanse, 2012). Su estructura fonológica es marcada puesto
que su estructura se compone de patrones de sonidos poco habituales en la lengua. Son palabras

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porque tienen un significado, pues no son simples sonidos que evocan imágenes. Los ideófonos se
caracterizan porque hay una estrecha relación entre el plano fonológico y el semántico, pues
representan la imaginería sensorial de los individuos, pero de manera gráfica, casi retratándolas.
Es por esto en inglés (como enfatiza claramente Dingemanse, 2012) se dice que los ideófonos
‘depict’ el mundo sensorial, en vez de simplemente describirlo verbalmente. En este sentido, tales
construcciones están más cerca de las imágenes que de las palabras. Otros autores llaman a los
ideófonos miméticos o expresivos, precisamente porque una de sus principales funciones (pero no
la única, cabe resaltar) es añadirle carga emocional a las narraciones y conversaciones cotidianas.
Para esto recurren a procesos de morfología expresiva, como la reduplicación y el alargamiento
(Dingemanse, 2012). De esta forma, los relatos resultan más expresivos y la imagen que se crea
quien lo escuche es más completa, así como las ilustraciones de un texto que enriquecen y apoyan
lo estrictamente verbal.

Los significados de los ideófonos son variados y, aunque no hay una gran profundidad de estudios
en el tema, Dingemanse (2012) propone una jerarquía de los mismos. Esta escala va desde lo más
concreto y fácil de representar (el sonido, el movimiento), hasta lo más abstracto (los estados
cognitivos y los sentimientos). El sonido, claramente, es aquel estímulo que más fácilmente se
puede representar en el lenguaje. Para las percepciones de otros sentidos se suelen usar rasgos
suprasegmentales, como el alargamiento para marcar intensidad o la reduplicación para indicar
repetición. Una lengua que no tenga ideófonos para representar el sonido, no tendrá ideófonos para
representar el resto de la jerarquía. Adicionalmente hay formas de no-arbitrariedad que no son
icónicas sino sistemáticas. Consisten, por lo tanto, relaciones estadísticas entre patrones de sonido
y su uso, ya sea para distinguir clases de palabras o para oponer significados (Dinglemanse et al,
2015). Las unidades que presentan estas características se llaman fonoestemas, secuencias de
fonemas que se asocian al mismo campo semántico (Schmidtke et al, 2014). Por ejemplo, el grupo
/gl/ suele usarse, en inglés, en palabras relacionadas con la luz o la visión (“glimmer,” “glisten,”
“glitter,”“gleam,” “glow,” “glint”), mientras que el grupo /kr/ aparece en palabras relacionadas
con “impactos ruidosos” (“crash,” “crack,” crunch”) (Fort et al, 2015).

El fonosimbolismo es considerado por varios una manifestación de la sinestesia. En efecto hay


una relación directa entre el sonido y otros estímulos sensoriales. De esta forma, serían sinestéticas
las oposiciones de sonido que corresponden regularmente a diferencias de significado. Ocurre así
cuando las oposiciones entre vocales se asocian con oposiciones de tamaño. Diversos estudios

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afirman que frecuentemente las vocales anteriores se relacionan con objetos pequeños mientras
que las vocales posteriores se relacionan con objetos grandes (Schmidtke et al, 2014). También
serían sinestéticas las asociaciones entre sonido y sabores (Bremner et al, 2013) e incluso entre
sonido y emoción, como ocurre cuando recurrentemente unos sonidos son considerados más
agradables que otros (Schmidtke et al, 2014). Esta intermodalidad de los sentidos ha resultado ser
muy común en todas las personas, por lo que ciertos autores la consideran algo normalizado y
reservan el término sinestesia para los casos en los que las asociaciones son exageradas (Nielsen,
2013). Tales experimentos, junto muchos otros, serían evidencia de que existen ciertas
constricciones entre el sonido y la percepción del mundo

El efecto Kiki/Bouba

Una de las tareas más conocidas en el marco del simbolismo sonoro es el efecto kiki/bouba,
consiste en asociar dichas palabras a una figura plana puntiaguda y una redondeada,
respectivamente. Esta relación sonido-forma se hizo conocida por uno de los fundadores de la
Psicología de la Gestalt, Wolfgang Köhler. Muchos lo han repetido desde entonces, e incluso desde
antes se había planteado la cuestión de tal asociación. Entre los diversos estudios cabe destacar el
de Kohler (1929, citado en Nielsen et al 2013), en el que utilizó la palabras “takete” y “baluma”
(y posteriorment “maluma”); el de Ramachadran y Hubbard (2001,2005), en el que se utilizan por
primera vez “kiki” y “bouba”; el de Maurer et al (2006, citado por Nielsen et al 2013), en el que
utilizan palabras como “baamoo”, “gogaa”, “kuhtay” , “teetay”; y el de Westbury (2005), en el
que la asociación se estudia implícitamente en una tarea de decisión léxica. Estos son sólo algunos
de las muchas versiones que se han hecho del experimento. Sin embargo, son más las citaciones
del mismo que los experimentos efectivos. Este fenómeno es conocido incluso más allá del ámbito
académico, y muchos artículos citan solamente la aparente solidez del estudio: Al parecer, un gran
porcentaje de los entrevistados asigna palabras como “kiki” a las figuras puntiagudas (Ver Fig 2)
y palabras como “bouba” a las figuras redondeadas (Ver Fig 1). Ramachandran y Hubbard (2005)
afirman que el 95% de sus entrevistados respondieron de la forma esperada, y que el experimento
mismo de Köhler se había comprobado por una gran mayoría. Muchos estudios afirman la
potencial universalidad de este experimento (entre ellos Barton, 2016) ya que se ha realizado con
comunidades culturalmente diversas y con edades variadas. Esto soportaría la afirmación de que
la relación sonido-forma sería una tendencia innata determinada biológicamente y no aprendida.

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Tomado de http://www.sciencefriday.com/wp-content/uploads/2016/02/bouba3.jpg

A raíz de tales resultados varios investigadores se han planteado la pregunta de cuál es el rasgo
específico que provoca esta relación entre lo visual y lo auditivo. La explicación para este
fenómeno se ha asociado a propiedades articulatorias y acústicas. Según Ramachandran y Hubbard
(2001,2005) la tensión que se requiere para articular palabras como “kiki” y la posición de los
labios en “bouba” serían las responsables de la asociación. Es muy común la teoría de que el efecto
se deba a las vocales, ya que producir vocales como /o/ e /u/ conlleva un redondeamiento de la
boca, mientras que la /i/ y la /e/ son estiradas. Así lo comprueba el experimento de Spector y
Maurer (2012) en el que muestran palabras que sólo diferían por las vocales a niños de 2 años y
medio. De esta forma sería natural asociar figuras redondeadas con las primeras, mientras que las
segundas se asemejarían más a figuras con puntas. Ramachandran y Hubbard (2001,2005) afirman
que existe una sinestesia sensoriomotoria que explicaría la similitud que hay entre aquello que se
escucha y la forma de articular los sonidos. Esta sinestesia (provocada en parte por la activación
simultánea del área que analiza los mapas motoros y el área que procesa el sonido) podría explicar,
entre otras cosas, el origen del lenguaje. Por su parte las explicaciones acústicas se centran en que
las frecuencias altas se asocian con las figuras puntiagudas, mientras las frecuencias bajas con
figuras curvas. (Chen et al, 2016 ; Marks, 1987, citado en Fort et al, 2015). Otros investigadores
han encontrado que los rasgos [+continuo] y [+sonoro] suelen agruparse con las figuras curvas
(D’Onofrio, 2013; Nielsen & Rendall, 2012; Westbury, 2005 citados en Cuskley et al, 2015). A
nivel más cerebral se ha sugerido que la cercanía en el cerebro de la corteza visual y la corteza
auditiva podrían provocar que se activaran conjuntamente ambos estímulos de formas sistemáticas
(Ramachandran y Hubbard, 2005)

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Influencia de la ortografía
Muy pocos estudios citados le han dado relevancia a la influencia de la ortografía. Si es la similitud
visual entre las letras y las figuras las que provoca tal asociación, no podría hablarse de
fonosimbolismo. Cuskley, Simner, y Kirby (2015) se plantean este problema, debido a que
ninguna investigación a la de ellos toma este factor como un variable. Es razonable pensar que la
“k” y la “b” del alfabeto latino tienen una gran influencia en agrupar las palabras “kiki” y “bouba”
con formas puntiagudas y redondeadas, especialmente si la mayoría de los encuestados en los
experimentos son miembros alfabetizados de comunidades que usan dicho alfabeto. Estos autores
plantean que las investigaciones previas sobre este fenómeno suelen estar sesgadas, ya que no
toman en cuenta el contacto de los entrevistados con formas gráficas.

Los que sí tienen en cuenta este factor lo han intentado evadir estudiando niños pre-literados o
sociedades sin escritura. Los resultados en niños, no obstante, son bastante variados. Ozturk et al
(2013) encontraron que niños de 4 meses tenían reacciones diferentes (cuando intervenían tanto
vocales como consonantes) entre la agrupación (incongruente) de “kiki” con una forma curva y de
“bubu” con una forma estrellada y la agrupación (congruente) de las mismas. En cambio, Fort et
al (2013) no pudieron corroborar los resultados en niños de 5 y 6 meses con una mayor variedad
de estímulos. Además, Cuskley et al (2015) afirman que los niños pueden tener influencias no
mesurables de la escritura incluso antes de aprender a leer y a escribir, ya que viven constantemente
rodeados de letras. En Spector et al (2013), aunque las consonantes no son analizadas, podemos
ver en las gráficas que las palabras “koko” y “kiki” son menos asociados con la figura curva que
las palabras con las demás consonantes analizadas (/d/, /b/ y /g/). Los estudios transculturales, por
su parte, no son cuantiosos, pues la mayoría se realizan en comunidades occidentales, y no dan
siempre gran cantidad de detalle. La investigación de Davis (1961, citado por Bremner, 2013), se
realizó entre niño Mahali del Congo que habían estudiado swahili en la escuela, una lengua que se
escribe desde hace siglos con letras latinas.

Bajo este panorama Cuskley et al (2015) realizan un experimento para comprobar la influencia de
la ortografía en estudiantes de la Universidad de Edimburgo. Utilizaron palabras como “fefe”,
“zeze”, “veve”, “keke” o”gege” etc, cuyas consonantes fueron cuidadosamente escogidas según
su angularidad, su sonoridad y su continuidad. Los resultados demostraron que la ortografía sí es
un factor determinante a la hora de elegir la figura correspondiente. Las consonantes más veces
asociadas a la figura curva son el par d/g, seguido por el par s/f, el par z/v y por último el par k/t,

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que se asocia fuertemente con figuras en forma de estrella. Este patrón coincide perfectamente con
el grado de redondeamiento de los grafemas. Si la sonoridad o la continuidad de los fonos hubiera
sido el factor dominante, habría tenido que ser asociada z/v más veces a la forma curva.

Algunos autores aseguran haber evadido la influencia de la ortografía. Ramachandran et al (2005),


ante la crítica, argumentan que el estudio de Köhler fue llevado a cabo entre una comunidad
prelingüística de Tenerife con un éxito asombroso. No obstante, aunque el escrito de 1929 no pudo
ser revisado para este trabajo, el mismo Köhler en 1947 no explica quiénes fueron los participantes
y ni siquiera hace explícito cuál es la asociación de las palabras a las figuras. Por su parte Nielsen
et al (2012) hace el experimento con las palabras escritas, pero utilizando una ortografía mixta ya
que “L”, “M” y “N”, usualmente asociadas con las figuras curvas, son más angulares en
mayúsculas mientras que “P”, a pesar de asociarse con figuras estrelladas, es relativamente curva
tanto en mayúscula como en minúscula. Westbury (2005) también había contemplado la posible
influencia de la ortografía, pero la descarta con base en que la mayoría de los caracteres tienen
tanto rasgos curvilíneos como rasgos rectos, por lo que no es claro qué determina que una letra sea
redondeada y no puntiaguda, especialmente ante la variedad de fuentes. A esto suma que no
encuentra ninguna tendencia reconocible entre la forma de las letras y las respuestas a sus
experimentos. Asimismo, Sidhu et al (2016) intentan reducir el efecto utilizando una fuente
redondeada y una fuente más puntiaguda. Además, hacen un experimento sólo con estímulos
auditivos para evitar cualquier efecto de la ortografía.

Las medidas recién mencionadas no son lo suficientemente sólidas para desmentir una posible
influencia de la ortografía. Es cierto que sí hay un cambio en los resultados entre los experimentos
hechos con las palabras escritas y aquellos que las presentan como estímulo auditivo. En el estudio
mismo de Cuskley et al (2015), cuando los participantes escuchan la palabra en vez de verla escrita,
se reducen bastante las asociaciones de los pares z/v y s/f a sus respectivas figuras, pero la escala
mencionada anteriormente no cambia. Esto demuestra que la ortografía no es la única involucrada,
pero no anula que intervenga incluso cuando la palabra no está escrita. Que no sean claros cuáles
rasgos son determinantes para definir como redondeada o puntiaguda una letra, como plantea
Westbury (2005), no implica que no sean considerados incluso inconscientemente por los sujetos
que efectúan el experimento. Esta poca claridad de criterios sería únicamente una dificultad para
el análisis de los resultados, pero no hay razón alguna para afirmar que los usuarios no consideren
ciertos rasgos del grafema a la hora de hacer su elección. Por último, es importante enfatizar que

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la influencia de la ortografía no es necesariamente una relación entre dos estímulos visuales: el de
la figura y el de los caracteres. La ortografía está totalmente interiorizada en los hablantes
alfabetizados, por lo que no necesitan tener un estímulo constante para saber cuál es la forma de
las letras. Si tener una escritura favorece la conciencia fonológica (Cuskley et al), es probable que
la conciencia fonológica se represente mentalmente a través de grafemas. Por lo tanto es posible
que tales representaciones aparezcan incluso sin el estímulo visual explícito a la hora de procesar
palabras (Nielsen et al, 2013). Por esto es que alterar el tipo de fuente o escoger mayúsculas en
vez de minúsculas no son medidas que garanticen un control o una eliminación de la influencia
del plano ortográfico.

Otro punto que podría añadirse a lo planteado por la investigación de Cuskley et al (2015) es el
estudio de Fort et al (2015) concluye que las consonantes son más determinantes para generar la
asociación entre las palabras y las formas. En los resultados, en efecto, las vocales /e/ e /i/ no
influyen absolutamente en que las consonantes /b/, /m/ o /l/ se asocien a figuras redondeadas.
Asimismo, las vocales /o/ y /u/ no impiden que /t/ y /k/ sean agrupadas exclusivamente con figuras
puntiagudas. No obstante, a pesar del mayor peso de las consonantes para decidir, no queda
realmente claro si es por cuestiones acústicas, articulatorias u ortográficas. Los autores afirman
que los segmentos continuos se asocian más frecuentemente con figuras curvas, excepto por /v/ y
/z/ que presentan el efecto contrario. Entre las oclusivas sólo /t/ y /k/ se asocian a figuras
puntiagudas, mientras que el resto ( /b/, /p/, /ɡ/, /d/) se asocian a figuras redondeadas. Teniendo en
cuenta que el experimento se hizo entre adultos franceses, sería muy plausible que este resultado
se debiera en gran parte a la ortografía, lo que destruiría la hipótesis de la conexión intermodal
entre sentidos que caracteriza el simbolismo sonoro.

Por último, el estudio de Freyer, Freeman y Pring (2014) comprueba que el efecto kiki/bouba se
conserva en el plano háptico en personas videntes; que en videntes parciales y ciegos que habían
perdido la visión disminuye notablemente y que en personas ciegas de nacimiento no se presenta
en absoluto, siendo todos angloparlantes. A raíz de esta investigación se hace explícita la
importancia del plano visual para que se presente el efecto. En principio esto no invalidaría el
efecto mismo, ya que podría ser un fenómeno exclusivo de la asociación entre el sonido y la
imagen. Sin embargo, cabría la posibilidad de que estos resultados se debieran a que los videntes
tienen una exposición constante a las representaciones gráficas de las palabras. Si este es el caso,

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sería la ortografía nuevamente la que determinaría la relación entre la palabra y la forma y no el
sonido.

Reflexiones finales
Plantearse la cuestión de la ortografía en el efecto kiki/bouba es una forma de cuestionar
afirmaciones verdades que aún no están del todo demostradas, pero que en la cultura popular se
asumen como ciertas e indiscutibles. La investigación de Bremner et al (2013), realizada en una
comunidad Himba al norte de Namibia y aislada de la cultura occidental, surge a raíz de los pocos
datos empíricos y consistentes que demostraran la tan afirmada universalidad del efecto. Aunque
el resultado es favorable para comprobarlo, que sea éste el único trabajo verdaderamente
contundente nos pone la siguiente cuestión: ¿Hasta qué punto el efecto kiki-bouba es realmente un
ejemplo sólido del simbolismo sonoro y no un fenómeno esporádico vuelto creencia popular?
¿Podría deberse el éxito del efecto más a la repetición que a una investigación contundente? Así
ocurre, por ejemplo, con la falsa creencia de que los esquimales tienen cientos de palabras para la
nieve, cuando, en realidad, sólo tienen dos raíces distintas. Al parecer, una mala interpretación de
Boas (quien originalmente planteaba cuatro términos), ha llevado a encontrar autores, artículos y
hasta noticias de periódico presentando 3, 7, 9, 100 y 48 términos, entre muchas otras cifras. La
afirmación se ha afianzado en la cultura popular sólo por una descuidada forma de utilizar datos
ajenos (Pullum, 1991). Existe la posibilidad de que algo parecido ocurra con el efecto kiki/bouba.
De tanto citar datos de investigaciones en las que no siempre es explícita la metodología y de tanto
citarse los unos a los otros, se podrían estar corroborando circularmente los resultados. Es algo
que puede estar ocurriendo con Köhler, citado en absolutamente todo trabajo, pero cuyos escritos
(al menos los que se pudieron consultar) no ahondan sobre el tema.

Afirmar que la forma de las letras determina la asociación de ellas con determinados dibujos
anularía el efecto del fonosimbolismo, pero trabajos que plantean esta hipótesis, como el de
Cuskley et al (2015), no deben tomarse como una crítica o un saboteo a todos los demás avances
en el campo del simbolismo sonoro. Al contrario: estudiar realmente las causas que producen el
efecto kiki/bouba es la dosis de escepticismo necesaria para fortalecer realmente la teoría y
enriquecer de esta manera los conocimientos sobre el simbolismo. No aceptar a priori el efecto no
es un retroceso en la disciplina sino simplemente un alto en el camino, un alto necesario para
reevaluar las metodologías, los estudios y las conclusiones a las que se han llegado con el paso de

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los años y evitar así que una afirmación negligente y simplista, esas que los artículos de
divulgación científica tanto recrean, permee futuros estudios.

Todo esto no demerita los resultados que sí han demostrado cierta asociación entre el sonido y la
oposición entre formas. Especialmente el estudio de Bremner et al (2016) realmente comprueba
que sí intervienen más factores, (así no se puedan determinar específicamente cuáles) más allá de
la ortografía. Los mismos Cuskley et al (2015) comprueban en sus experimentos que no sólo la
forma de las letras condiciona los resultados, pues no es igual el resultado entre la prueba que se
hace con escritas y la que cuenta sólo con el estímulo auditivo. En realidad, en el efecto kiki/bouba,
al ser cada palabra un todo, intervienen elementos acústicos, articulatorios y fonológicos (Fort et
al, 2015). La ortografía, por lo tanto, puede ser uno más de los recursos a los que los hablantes se
acogen para tomar decisiones en las tareas de selección entre dos figuras. Desde otra perspectiva,
la ortografía misma podría ser producto de el efecto kiki/bouba en el desarrollo del lenguaje. El
hecho mismo de que Cuskley et al (2015) no hayan encontrado en inglés oclusivas sonoras con
forma angular y consonantes continuas sordas con forma angular, podría ser una consecuencia de
una influencia del simbolismo sonoro en el desarrollo de la escritura. ¿Qué tan descabellado es
pensar que la forma misma de la “K” y de la “B” nace a partir de procesos de fonosimbolismo?

Esto no tendría que ser necesariamente universal. En efecto, la variedad de representaciones


gráficas de las lenguas es notoria, por lo que no invalidaría el efecto aceptar que no se presenta de
la misma manera en distintas comunidades. Al fin y al cabo, la percepción del mundo está mediada
por numerosos factores históricos, biológicos y culturales, por lo que no es contradictorio que una
comunidad lingüística tenga su propia forma de representar los sonidos. El hecho de que el
fonosimbolismo se considere un fenómeno presente en todas las lenguas no evita que en cada una
se manifieste de forma distinta (Digenmanse, 2012). Una teoría plantea que la lengua escrita está
fuertemente motivada por la iconicidad (Abercrombie, citado en Allott, 2000), como se hace
evidente en las lenguas que utilizan pictogramas o ideogramas como el chino. Sin embargo, esto
no excluye que alfabetos como el nuestro no se hayan forjado a partir de relaciones icónicas entre
la imagen del grafema y la imagen del objeto representado, teniendo en cuenta que cada comunidad
observa el mundo a su manera y representa, por lo tanto, aquellos rasgos que considera pertinentes
¿Será casualidad que el mar y las montañas se escriban con “m”? Yendo más allá de lo meramente
icónico, Monaghan et al. (2012, citado en Fort et al 2015) encontraron que en el léxico del inglés
las palabras relacionadas con el concepto de angularidad suelen contener consonantes sordas,

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mientras que las palabras alusivas a la redondez suelen contener consonantes sonoras, lo que sería
un ejemplo de fonoestemas. Allott (2000) sugiere que la escritura se originó como representación
de la articulación, la cual, a su vez, se habría originado de intentar imitar con los movimientos de
la boca los objetos del mundo. Siguiendo esta línea, sí habría una relación directa entre el grafema
y el sonido en sí, al menos en el plano plano articulatorio. Lo anterior no sería contradictorio con
que la ortografía contribuya a los resultados mismos de tareas como el efecto kiki/bouba. El
simbolismo sonoro y la escritura pueden estar en una interelación mutua en la que se alimentan el
uno a la otra constantemente en una comunidad delimitada.

Conclusiones

El efecto kiki/bouba es un fenómeno mundialmente conocido y citado por ser de los mejores
ejemplos de fonosimbolismo. La estrecha relación entre sonido y forma que parece establecer sería
una muestra de que el lenguaje no es necesariamente arbitrario. Sin embargo, muy pocos estudios
toman en cuenta la posible influencia de la ortografía en los resultados, especialmente en las
culturas occidentales en las que más se ha realizado el experimento. Cuskley, Simner y Kirby
(2015) comprueban que en una comunidad angloparlante la forma de las letras sí interviene en los
resultados, así no sea el único factor del efecto. A raíz del análisis de otros estudios hechos por los
autores citados en el presente artículo, podemos concluir que realmente se ha menospreciado la
importancia de la ortografía en las metodologías y los análisis de los estudios realizados al
respecto. Si la explicación de la asociación entre palabras y formas es simplemente una
congruencia del aspecto visual, el efecto de la iconicidad fonética perdería validez. Por lo tanto,
es importante hacer estudios rigurosos al respecto que garanticen una sólida descripción de las
causas y las características del efecto kiki/bouba, para enriquecer realmente la creciente
investigación sobre fenómenos no arbitrarios en el lenguaje. Si realmente el simbolismo sonoro es
relevante para entender el origen o la adquisición del lenguaje, la comunicación y la categorización
(Digenmanse, 2015), es vital que los estudios de esta rama sean consistentes y no sea la ortografía
la que derrumbe los argumentos. Aún queda mucho por descubrir sobre el efecto kiki/bouba y, si
se elaboran con el debido cuidado, las investigaciones propenderán a determinar cada vez más si
el lenguaje condiciona la percepción o si la percepción condiciona el lenguaje, si estamos
programados biológicamente para hacer ciertas asociaciones o si nuestra lengua nos las enseña
inconscientemente o, en últimas, si tales condicionamientos son bidireccionales. Sólo cuando se

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ahonde lo suficiente en los procesos realmente involucrados en efectos como el descrito en el
presente texto, se podrá tener una mayor comprensión de la relación entre lenguaje y pensamiento.

Referencias

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12
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