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ETNONACIONALISMO

por Walker
Connor
Colección ECÚMENE

Traducción: María Corniero

Porcada: Pablo Maojo

Primera edición en español, febrero de 1998


© Trama Editorial, S.L.
Apartado Número 10.605, 28080 Madrid, España

Primera edición en inglés, 1994


© Walker Connor, 1994
Esta traducción de Etbnonationalism: the quest for understanding se publica por acuerdo con
Princeton University Press.

DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY

ISBN: 84-89239-08-8
Depósito legal: M-8086-1998

Realización gráfica: Carácter, S.A.


Este libro está dedicado
—por orden de aparición— a

Peter, Joan y Daniel

Recordad las secuoyas..,


ÍNDICE DE CONTENIDOS

LISTA DE FIGURAS Y TABLAS ..................................................... ix

PREFACIO a la edición española ................................................................. xi

INTRODUCCIÓN ........................................................................................... xm
PRIMERA PARTE: EL ETNONACIONALISMO Y SUS
ESTUDIOSOS ................................................................................................... 1
CAPÍTULO 1. LA TRADICIÓN INTELECTUAL BRITÁNICA
(«La autodeterminación: una nueva fase») ........................................................... 3
CAPÍTULO 2. ESTUDIOS ESTADOUNIDENSES DE LA SEGUNDA
POSGUERRA MUNDIAL («¿Construcción o destrucción de
la nación?») ............................................................................................................ 27
CAPÍTULO 3. UN PANORAMA MÁS ACTUAL («El etnonacionalismo»)... 63
SEGUNDA PARTE: EXAMEN DE ALGUNAS DE LAS DIFICULTADES
FUNDAMENTALES PARA COMPRENDER EL ETNONACIONALISMO ...
83
CAPÍTULO 4. EL CAOS TERMINOLÓGICO («Una nación es una nación,
es un Estado, es un grupo étnico, es...») ............................................................... 85
CAPÍTULO 5. ILUSIONES DE HOMOGENEIDAD («Mitos sobre la
unidad de los hemisferios, los continentes, las regiones y los
Estados») ................................................................................................................. 113
CAPÍTULO 6. EL ATRACTIVO DE LAS EXPLICACIONES ECONÓMICAS
(«¿Econacionalismo o etnonacionalismo?») ... 137
CAPÍTULO 7. LA AHISTORICIDAD: EL CASO DE EUROPA
OCCIDENTAL («El etnonacionalismo en el Primer Mundo:
El presente desde una perspectiva histórica») ........................................................ 159
VIII Etnonacionalismo
TERCERA PARTE: LOS ESTUDIOSOS Y EL MUNDO MÍTICO
DE LA IDENTIDAD NACIONAL .......................................................... 181
CAPÍTULO 8. EL HOMBRE ES UN ANIMALJlACIONAL («Más allá de la 183
razón: la naturaleza del vínculo etnonacional») ..................................................
CAPÍTULO 9. ¿CUANDO EXISTE UNA NACIÓN? («De la tribu a la 197
nación») .............................................................................................................
LISTA DE FIGURAS Y DE TABLAS

FIGURAS
1. La conciencia de clase refuerza la conciencia etnonacional ....................... 150
2. La conciencia de clase rivaliza con la conciencia etnonacional.................. 151
TABLAS
1. Categorías para establecer comparaciones................................................ 73
2. Comparación de las rentas medias familiares .......................................... 143
3. Autoadscripción a una clase social .......................................................... 153
PREFACIO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA

Hace cuatro años que Etnonacionalismo se publicó en inglés. Los sucesos ocurri-
dos desde entonces han confirmado aún más el poder emocional de la identi-
dad etnonacional y la casi universalidad de las pautas de conducta a las que da
lugar. Han continuado desarrollándose luchas étnicas que vienen de largo,
como entre otras: las que enfrentan a árabes y dinkas en Sudán, a birmanos y
shans en Myanmar, a gentes de ascendencia irlandesa y de ascendencia escocesa
(de las Lowlands) en Irlanda del Norte, y a árabes y judíos en Israel/Palestina.
Los sijs, los cachemires y varios pueblos del nordeste de la India han prose-
guido su lucha en pro de una mayor autodeterminación; al igual que lo han
hecho los tibetanos y uigures en China y los kurdos en Irak, Irán y Turquía. El
tiempo transcurrido también nos ha proporcionado horrorosos ejemplos de la
conducta bestial a la que pueden dar lugar los conflictos etnonacionales: entre
bosnios, croatas y serbios en los Balcanes, y entre hutus y tutsis en Burundi,
Congo (antiguo Zaire) y Ruanda. Mientras tanto el alzamiento zapatista de
1994 en Chiapas atrajo la atención sobre un fenómeno mucho más extendido:
el descontento general de varios pueblos amerindios que pueblan las zonas
montañosas desde México a Chile que se conciben a sí mismos sojuzgados por
mestizos y/o gente de ascendencia europea pura. En el ínterin también se ha
puesto de relieve la importancia estratégica de los territorios patrios étnicos,
en primer lugar, por la capacidad de los chechenos, numéricamente reducidos,
para librar a Chechenia de las fuerzas armadas rusas; en segundo, por el movi-
miento de los talibanes en Afganistán, encabezado por pashtunes, que ha con-
quistado rápidamente las tierras pashtunes pero ha encontrado una resistencia
férrea en las tierras pobladas por hazaras, tayicos y uzbecos. La psicología pa-
triótica también se ha manifestado en la recepción hostil que han sufrido los
inmigrantes en casi todas partes: la migración masiva de gente ha continuado
incrementándose tanto en el interior de continentes y Estados como entre
ellos, y se han extendido ampliamente las reacciones violentas frente a esta in-
trusión de «los extranjeros» en la patria. Europa occidental no ha sido una ex-
cepción, y la violencia de que han sido objeto los inmigrantes en toda la zona
ha empañado la imagen que se tenía de la Unión Europea como región donde
supuestamente se había debilitado el nacionalismo. En vista de todos estos
acontecimientos, los pasados cuatro años han estado llenos de acontecimientos
relacionados con el nacionalismo étnico.
Hacer hincapié ante los lectores españoles en el potencial revolucionario del
nacionalismo étnico supone insistir en lo obvio. Los medios de comunicación
españoles, tanto de alcance estatal como regional, traen con regularidad infor-
XII Etnonacionalismo

mariones acerca de incidentes de inspiración etnonacional, y los debates en el


Congreso de los Diputados reflejan habitualmente consideraciones etnonacio-
nales. Es más, los especialistas españoles han hecho una contribución sustan-
cial e, incluso, desproporcionada a la literatura científica reciente sobre el na-
cionalismo. El número de trabajos recientes en español sobre esta materia es
impresionante, y asimismo se han celebrado en España varios congresos sobre
nacionalismo. Como he tenido la buena fortuna de asistir a varios de estos con-
gresos y habiéndome beneficiado del intercambio de ideas con los colegas es-
pañoles, es un gran honor para mí que mi trabajo haya sido traducido a una
lengua con tanta abundancia de perspicaces estudios, llenos de erudición, so-
bre el nacionalismo.

Walker Connor
Belmont (Vermont)
Estados Unidos de América
INTRODUCCIÓN

Es probable que la primera reacción que suscite el título de este libro, Etnona-
cionalismo, sea preguntarse qué es el etnonacionalismo y en qué se distingue
del nacionalismo a secas. La respuesta es que no hay ninguna diferencia entre
ambos cuando nacionalismo se emplea en su sentido original. Mas, por desgra-
cia, no suele emplearse en ese sentido. Tal como se explicará en el capítulo 2 y,
con mayor detalle, en el capítulo 4, la negligencia en el uso de los términos
clave «nación» y «nacionalismo» es más bien la regla que la excepción, incluso
en obras que supuestamente versan sobre el nacionalismo. En este libro, el vo-
cablo nación se usa para referirse a un grupo de personas que creen poseer una
ascendencia común. Y nacionalismo se emplea para designar la identificación
con la propia nación y la lealtad a la misma, en el sentido en que se acaba de
definir la nación; no se refiere a la lealtad al país al que se pertenece. Así pues,
admitimos que etnonacionalismo es un término redundante, cuyo empleo sólo
se justifica por el deseo de evitar todo posible equívoco con respecto a cuál es
nuestro objeto de estudio. En las páginas de esta obra, nacionalismo y etnona-
cionalismo se emplean como sinónimos.
El texto de este libro se compone de nueve ensayos que se publicaron a lo
largo de un cuarto de siglo. Hace casi veinte años, Sanford Thatcher me co-
mentó por primera vez que la Princeton University Press estaba interesada en
publicar una recopilación de estos textos. Aunque esa perspectiva me entu-
siasmó, una serie de proyectos me llevaron por otros caminos. Pero mi interés
en publicar una recopilación sobre el nacionalismo se mantuvo y en las décadas
de los setenta y de los ochenta escribí varios artículos sobre el tema teniendo
en mente la idea de incluirlos en dicho volumen. Por ello, cuando Gail Ull-
man, de la Princeton University Press, volvió a plantearme la cuestión de si
me interesaría publicar una serie de artículos sobre el nacionalismo, el material
sobre el que se podía hacer la selección había aumentado.
Gail Úllman me sugirió que seleccionara los artículos que «se centraran bá-
sicamente en los aspectos teóricos del estudio del nacionalismo». De acuerdo
con su consejo, es el estudio del nacionalismo, y no la política del naciona-
lismo, lo que constituye el nexo de unión de los diversos capítulos. Esto no
equivale a decir que las consecuencias políticas del etnonacionalismo se hayan
pasado por alto. Muy al contrario, la contraposición de la bibliografía sobre el
desarrollo político con los acontecimientos políticos reales es un elemento funda-
mental de la crítica a los estudios del tema que se realiza en la primera parte
del libro. No obstante, si el libro se hubiera titulado La política del etnonaciona-
lismo, habría incluido una selección de textos muy diferente.
XIV Etnonacionalismo

Todos los artículos se han reproducido básicamente tal como se publicaron


por primera vez. Claro está que el mapa político ha sufrido numerosos cambios
significativos desde que el primer artículo se publicara en 1967. El número de
Estados independientes ha aumentado casi en un cincuenta por ciento, pa-
sando de unos 120 a 180. Los imperios coloniales de ultramar continuaron de-
sintegrándose. El Imperio multinacional continental que fue creado por los za-
res rusos y gobernado por los marxista-leninistas durante los últimos setenta
años de su existencia se desmembró en quince «repúblicas» independientes.
Checoslovaquia y Yugoslavia, dos Estados fundados al final de la Primera Guerra
Mundial bajo el estandarte de la autodeterminación de las naciones, también
se escindieron en función de las líneas divisorias etnonacionales. Los ben-galíes
del Paquistán Oriental crearon su propio Estado. Chipre fue sometido a una
división defacto entre sus componentes griego y turco. Las dos Alemanias se
unieron, al igual que los dos Vietnams. Las luchas de inspiración etnonacio-nal
continuaron proliferando; pero, en conjunto, todos estos acontecimientos
parecen respaldar, en lugar de poner en tela de juicio, el marco analítico gene-
ral que se presenta en los capítulos que vienen a continuación. En los casos re-
lativamente escasos en que se ha estimado necesario actualizar el material, se
han empleado notas a pie de página, letra cursiva y corchetes para advertírselo
al lector.
Cuando se ha suprimido algo, se ha hecho casi exclusivamente con el fin de
evitar duplicaciones innecesarias. Como cada artículo se concibió para ser una
unidad independiente, era necesario repetir en ellos algunas nociones básicas
(como la definición de nación del autor). Además, algunas citas elegantemente
escritas y especialmente perspicaces de Ernest Barker, Rupert Emerson, Carl-
ton Hayes, Hans Kohn y otros autores, también se empleaban en más de un
artículo, y, en algunos casos excepcionales, el material repetido se ha conser-
vado con el propósito de hacer hincapié en algún aspecto concreto. Confío en
que las duplicaciones se hayan reducido a un nivel aceptable.
La ordenación de los artículos responde al deseo de dar continuidad al
tema. No se ha tenido en cuenta ni el año en que fueron escritos, ni el año de
su publicación. Ahora bien, en todos los casos se facilitan ambas fechas con ob-
jeto de que el lector pueda distinguir las previsiones de futuro de los análisis
retrospectivos. Una experiencia personal del autor quizá sirva para explicar por
qué considero importante que el lector pueda establecer dicha diferenciación.
En los años sesenta, tuve ocasión de releer los Ensayos sobre el nacionalismo que
Carlton Hayes había publicado cuarenta años atrás (1926). Me dejó atónito
que el análisis de Hayes sobre las tendencias de la política europea (incluida
una advertencia sobre los futuros conflictos entre los grupos etnonacionales de
Bélgica y de Suiza, y una explicación de lo que él llamaba los «pequeños na-
cionalismos en germen» de los islandeses, los vascos, los catalanes, los bielo-
rrusos y otros) había sido confirmado por los acontecimientos ocurridos en Eu-
ropa después de la Segunda Guerra Mundial, cuando ni siquiera los estudiosos
de la posguerra fueron capaces de preverlos. Un análisis retrospectivo que hu-
biera escrito Hayes en los años sesenta no me habría creado una impresión tan
indeleble sobre el hecho de que su profunda preocupación por la vitalidad y la
resistencia de los sentimientos etnonacionales estaba plenamente justificada.
Gracias a este encuentro con el Hayes de los años veinte, mi obra posterior ha
Introducción XV

reflejado un gran respeto por la influencia que el etnonacionalismo ejerce en


las percepciones y comportamientos humanos. Tengo la esperanza de que algu-
nos de mis textos anteriores, leídos desde la perspectiva de los años noventa,
puedan contribuir a generar en otros un respeto similar por el poder y la in-
fluencia del factor etnonacional.
El esquema de esta obra es el siguiente: en la primera parte se hace un re-
paso de la visión de varios estudiosos sobre el etnonacionalismo y sus conse-
cuencias políticas. Comienza esta parte de la obra (capítulo 1) con un debate
multigeneracional sobre la viabilidad y las virtudes del Estado multinacional,
debate en el que participaron algunos de los estudiosos británicos más reputa-
dos del siglo xix y comienzos del XX, y se mide la precisión de sus conclusio-
nes con el rasero de la realidad política. En el capítulo 2 se señala que la es-
cuela de pensamiento de la «construcción de la nación» (nation-building), que
predominaba en la literatura científica sobre desarrollo político en los Estados
Unidos de los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, hizo caso omiso
de la importancia del nacionalismo o lo infravaloró desmesuradamente; ade-
más, se sugieren algunas razones que explican por qué fue así. El capítulo 3,
escrito cuando la agitación de inspiración etnonacional se había propagado
tanto como para atraer la atención de numerosos estudiosos, pone de relieve
que la consecuente proliferación de estudios sobre el nacionalismo revela gran-
des discrepancias con respecto, primero, a la naturaleza de la identidad etnona-
cional, y, segundo, a cómo se puede dar cabida a la heterogeneidad étnica por
medios pacíficos, e incluso a si es posible lograrlo.
En la segunda parte de esta obra se analizan cuatro dificultades para per-
feccionar los estudios sobre el etnonacionalismo: la confusión terminológica
(capítulo 4), la tendencia a percibir homogeneidad incluso cuando la heteroge-
neidad está en pleno auge (capítulo 5), la tendencia infundada a buscar la ex-
plicación de los conflictos étnicos en la desigualdad económica (capítulo 6) y
la falta de perspectiva histórica (capítulo 7).
El hilo conductor de la tercera parte de este libro también podría incluirse
en la categoría de los obstáculos para el estudio del nacionalismo. Pero en este
caso no nos ocupamos de deficiencias o tendencias de los analistas susceptibles
de ser corregidas. Por el contrario, esta parte versa sobre problemas de análisis
que surgen de la propia naturaleza de la identidad etnonacional. Tal como se
explica en el capítulo 8, el vínculo nacional es de inspiración subconsciente y
emocional antes que consciente y racional; por ello, puede superar contradic-
ciones flagrantes con toda una serie de datos demostrables (capítulo 9). Así
pues, en conjunto, la parte tercera se ocupa de las limitaciones intrínsecas de la
investigación racional en el ámbito de la identidad grupal.
PRIMERA PARTE

El etnonacionalismo y sus estudiosos


CAPÍTULO 1

LA TRADICIÓN INTELECTUAL BRITÁNICA

Escribí el artículo que se recoge a continuación («La autodeterminación: una


nueva fase») en 1966. Es mi primera publicación sobre el nacionalismo y debo
rogar al lector que se muestre indulgente con el empleo que, en las primeras
páginas, hago de la expresión grupo cultural como sustituto de nación. Tal como
lo señalo en el texto, estaba decidido a eludir por todos los medios la «laberín-
tica pregunta de "¿Qué constituye una nación?"». No tardé en darme cuenta
de que eludirla era imposible (véanse los capítulos 2 y 4 de este mismo libro),
y, a partir de entonces, no volví a considerar que estuviera justificado sustituir
el término nación por «grupo cultural».
El subtítulo («Una nueva fase») tiene su importancia, ya que entre los
principales objetivos del artículo se contaba el de llamar la atención sobre el
hecho, a la sazón apenas reconocido, de que los movimientos nacionales esta-
ban aflorando en el mundo entero. El debate intelectual británico sobre la su-
pervivencia del Estado multinacional me pareció un buen recurso para presentar
la cuestión. Dicho debate posee, en mi opinión, dos aspectos colaterales de gran
interés. El primero es su larga duración: desde que lo iniciara John Stuart Mili
hasta que Alfred Cobban interviniera en él durante la Segunda Guerra Mundial
transcurrieron ochenta años. Muy distinta es la situación hoy día, cuando el
interés que despierta la obra de un/a estudioso/a del nacionalismo rara vez le
sobrevive; tal vez esto contribuya a explicar el dicho de que «Todas las
generaciones deben volver a inventar la rueda», que tanto se repite en los
círculos académicos. El segundo aspecto de interés es el carácter normativo del
debate: quienes en él participaron, mantenían posturas opuestas respecto de si
era el Estado-nación o el Estado multinacional el que reflejaba —en palabras
de Hegel— «el paso de Dios por el mundo». El debate encierra buenas dosis
de vanidad, ya que una de sus premisas implícitas, bien que nunca expresadas,
es que quien quiera que presentara los mejores argumentos en contra o a favor
del Estado multinacional dirigiría su destino. Las referencias a las experiencias
reales de los Estados son escasas y están, con frecuencia, mal interpretadas. En
conjunto, cabe afirmar que el debate pone de manifiesto una idea exagerada
sobre la importancia de los intelectuales, así como un conocimiento más bien
limitado del mundo real.
4 Etntmacionaltsmo

LA AUTODETERMINACIÓN: UNA NUEVA FASE*


¿Es posible que coexistan en el seno de una misma estructura política dos o
más grupos culturales autodiferenciados? Se estimará, tal vez, que esta pre-
gunta encuentra una respuesta inequívoca en la aplastante evidencia que pro-
porcionan los hechos de la política internacional contemporánea ya que, en
efecto, no es necesario demostrar que las fronteras políticas y las étnicas no
suelen coincidir. Así pues, la meta existencia de multitud de Estados multina-
cionales, de los que la Unión Soviética constituye un ejemplo que ha superado
la prueba del tiempo, bastaría quizá para justificar una respuesta afirmativa.
Por otro lado, el reciente brote de agitación política en Estados tan diversos
desde el punto de vista geográfico y tan faltos de relación histórica como pue-
dan serlo, entre otros, Canadá, Guyana, la India, Uganda, Bégica, Sudán, Bir-
mania [Myanmar], Yugoslavia, Chipre, Ruanda, el Reino Unido e Irak, ha di-
rigido la atención hacia la causa originaria común de estos conflictos
intraestatales que, a la vez, son internacionales, volviendo a poner en tela de
juicio las premisas del Estado multinacional.
Estas premisas nunca se habían puesto seriamente en cuestión antes de que
sutgiera la conciencia nacional popular, por lo que nos enfrentamos con un pro-
blema de origen relativamente reciente. Tal como lo ha señalado Sir Ernest
Barker:

La conciencia de sí mismas de las naciones es un producto del siglo XIX. Esta


cuestión es de la máxima importancia. La naciones existían desde antes; exis-
tían en efecto desde hacía siglos; pero las cosas relevantes para la vida humana
no son aquéllas que simplemente «existen». Lo que en última instancia posee
una importancia real son las cosas que se perciben como ideas y a las que, en
tanto que ideas, se les atribuyen emociones hasta convertirlas en causas y re-
sortes de la acción. En el mundo de la acción, sólo las ideas percibidas poseen
energía; y una nación debe ser una idea además de un hecho antes de conver-
tirse en una fuerza dinámica1.

En esta exposición, Barker nos brinda los medios de eludir la laberíntica


pregunta de «¿qué constituye una nación?». Bien considerado, la coincidencia
de los tradicionales atributos tangibles de la nacionalidad, tales como la len-
gua y la religión compartidas, no resulta determinante. El requisito básico es
subjetivo y consiste en la identificación de la población con un grupo: con su
pasado, su presente y, lo que es más imporrante, con su destino.
El desarrollo de la conciencia nacional se vio alentado políticamente por
una doctrina afín, según la cual la autoexpresión política era necesariamente
un elemento concomitante de la conciencia cultural; doctrina que ponía gra-
vemente en entredicho, sino negaba categóricamente, la legitimidad de la es-
tructura multiestatal. Hay un acuerdo general con respecto a que los prime-

* Traducido de Walker Connor: «Self-Determination: The New Phase», WorldPolitics, 20, 1967,
pp.20-53. Copyright© 1967 Johns Hopkins University Press. Publicado con permiso de la Johns
Hopkins University Press.
1
Ernest Barker: National Character and the Factors in lis Formation, Londres, 1927, p.173.
2
Lord Accon creía que 1831 había sido el año «divisorio». Los movimientos revolucionarios an-
teriores a esa fecha habían surgido, en su opinión, de aspiraciones imperialistas rivales o de la nega-
tiva del pueblo a sufrir el mal gobierno de unos extranjeros, En este sentido, apuntaba que, antes de
1831, las resistencia ante los turcos, los holandeses a los rusos no se debía a que se les tuviera por
«usurpadores», sino por «opresores», se les rechazaba «porque gobernaban mal, y no porque fueran
una raza diferente» (John E. E. Dalberg-Acton: Tbe History of Freedom and Other Essays, Londres,
1907, p.284),
1
Véase Sarah Wambaugh: Plebiscites Sime tbe World Wat; vol.l, Washington (D.C.), 1933,
p.488.
I
Véase, por ejemplo, el discurso pronunciado por Wilson ante la Leagtie tu En/orce Peace (Liga
para la Imposición de la Paz) el 27 de mayo de 1916: «Creemos en estas cosas fundamentales: pri
mero, que todo pueblo tiene derecho a elegir la soberanía bajo la que desea vivir...» (Citado en
Wambaugh: Plebiscites..., p.4).
5
Más adelante, Wilson confesaría, ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, su es-
tupor y su descontento ante el gran número de peticiones de respaldo a movimientos independentis-
tas. Se citan extractos de su testimonio en Alfred Cobban: National Self-Determituttitm, Chicago,
1949, p.21.
II
Aunque también en Europa se hace notar esta influencia, la mayoría de las fronteras políticas
europeas no son resultado de movimientos reivindicativos de la «autodeterminación».
, Etnonacionalismo

se han sumado a algunos Estados europeos de mayor antigüedad en la reivindi-


cación, cada vez más decidida, de que se dé un paso más para llevar la autode-
terminación hasta sus consecuencias naturales. Y los dirigentes de estos nuevos
Estados, a pesar de haber abrazado no hace mucho la doctrina de la autodeter-
minación nacional, se han visto abocados a defender el multinacionalismo.
* * *

El multinacionalismo cuenta con defensores y antagonistas entre sus estudio-


sos. Los análisis relativos a los fundamentos lógicos de las fronteras políticas
tradicionales siempre invocaban un principio vehementemente defendido por
Locke y Jefferson, según el cual el gobierno debe basarse en el consentimiento
de los gobernados, es en la obra de John Stuart Mili donde por vez primera se
plantea claramente la cuestión en términos de nacionalidad. Sus comentarios al
respecto, publicados en 1861 en Consideraciones sobre el gobierno representativo,
desencadenaron una polémica entre los estudiosos británicos, en la que llega-
rían a participar figuras tan destacadas como Lord Acton, Ernest Baker y Al-
fred Cobban.
Mili sostenía que «es por lo general condición necesaria de la libertad de
las instituciones que los límites del gobierno coincidan en lo fundamental con
los de la nacionalidad»7. Mili llegó a esta conclusión movido por el miedo al
despotismo, por cuanto consideraba que una población multinacional alentaría
el autoritarismo al ser campo abonado para la técnica de «divide y vencerás».
Su temor era que la mutua antipatía y la rivalidad entre las diversas nacionali-
dades prevalecieran sobre la desconfianza que pudiese inspirar el poder guber-
namental, Y, ante todo, a Mili le preocupaban los efectos que el multinaciona-
lismo podía tener en el ejército. Convencido de que el mejor freno para el
despotismo era que los militares y el pueblo compartieran el vínculo de la na-
cionalidad, previo el riesgo de que el déspota de un Estado multinacional em-
pleara tropas de una etnia contra los subditos de otra diferente. Según Mili, en
tal eventualidad, los soldados «no tendrán mayores escrúpulos en masacrarlos,
ni mayores deseos de indagar en los motivos de sus actos, de los que tendrían
para actuar de la misma manera contra un enemigo declarado»8.
El análisis de Mili seria vehementemente refutado por Lord Acton en un
artículo que se publicó en el curso del siguiente año9. El contraste entre las
conclusiones antitéticas de ambos hombres resulta tanto más notable por el
hecho de que sus objetivos fueran idénticos. El mayor deseo de ambos era evi-
tar el absolutismo, mas, en opinión de Acton, la homogeneidad de la pobla-
ción propugnada por Mili era aliada natural del autoritarismo. En una argu-
mentación similar a la esgrimida por Madison en el Federalist Paper n.Q10 (si se
sustituyen la diversidad económica y geográfica por las diferencias de naciona-
lidad), Acton sostenía que:

7
John Stuart Mili: Cvmideratiom an Repmentative Government, Nueva York 1873 p 313 _« lhid.,
p.311. Un miedo semejante, inspirado por la composición étnica del ejército 'desempeño un
papel decisivo en los sucesos acaecidos en Nigeria en 1966
» Se publicó con el título de «Nationality» en Home and Fomgn Review, julio de 1862 y fue re-
editadoen Acton: History of Ft-eedotn..., pp.270-300.
La tradición intelectual británica y

La presencia de distintas naciones bajo una misma soberanía [...] es un antídoto


contra el servilismo que florece a la sombra de una autoridad única, ya que
equilibra los intereses, multiplica las asociaciones y proporciona a los subditos
la moderación y el respaldo resultantes de una combinación de opiniones10,

y añadía:

La intolerancia de la libertad social que caracteriza al absolutismo encontrará


sin duda un correctivo en la diversidad nacional, y no hay ningún otro factor
que actúe en este sentido con tanta eficacia. La convivencia de diversas nacio-
nes en un mismo Estado, a la vez que pone a prueba su libertad, es el mejor
medio para garantizarla11.

Además de reconocer la función antidéspotica del Estado multinacional,


Acton también lo apoyaba por considerarlo un vehículo indispensable de la ci-
vilización. Las distintas naciones sólo podrían interactuar y competir amistosa-
mente y contribuir a su mutuo progreso dentro del amplio crisol de un Estado
heterogéneo. Desde esta perspectiva, los pequeños Estados homogéneos se te-
nían por «impedimentos del progreso de la sociedad, que depende de la mez-
cla de razas sometidas a un mismo gobierno»12. Ahora bien, el término «mez-
cla» no debe entenderse en sentido literal, pues Acton no pretendía de
ninguna manera propugnar la asimilación, sino que aspiraba a una estricta
autonomía cultural. Si el Estado donde no había una mezcla de nacionalidades
era «imperfecto», el Estado que pretendía neutralizar o absorber las diferentes
culturas que abarcaba no estaba haciendo otra cosa que «destruir su propia vi-
talidad» y era, según Acton, un Estado «decrépito»13,
El análisis de Acton sería a su vez criticado por Ernest Barker, quien lo
consideraba falto de fundamentos pragmáticos. Gracias a los conocimientos
adicionales proporcionados por sesenta y cinco años más de historia política,
Barker pudo tachar la defensa que Lord Acton hacía del Estado multinacional
de abstracta y contraria a los hechos. Barker afirmaba que «incluso en 1860, se
podría haber percibido que en los Estados multinacionales el gobierno o bien
enfrenta a unas naciones con otras con objeto de asegurarse un dominio abso-
luto [tal como lo sostenía Mili], o bien se deja convertir en el órgano que una
de las naciones emplea para reprimir u oprimir a las otras» 14 . Aun recono-
ciendo que la historia ofrece ejemplos de Estados autocráticos compuestos por
varias naciones, Barker sostenía que un Estado democrático donde no se hu-
biera operado un proceso de asimilación tendería a disolverse en tantas demo-
cracias como nacionalidades incluyera. Pensando en los efectos combinados de
esta tendencia y de un supuesto movimiento inexorable hacia la asimilación
—resultante del desarrollo de factores como el sistema público de enseñanza,
los medios de comunicación de masas y la necesidad de una lengua común de

1(
Uid., p.289
11
lbid., p.290.
12
lbid.
13
lbid., p.298.
14
Barker: National Character..., p.16.
o Etnonacionalismo
o

ámbito estatal—, Barket predijo «un modelo [mundial] de organización polí-


tica de acuerdo con el cual toda nación es a la vez un Estado y todo Estado es a
la vez una nación»15.
En tiempos de la Segunda Guerra Mundial, Alfred Cobban hizo suya la ta-
rea de restablecer el equilibrio en esta disputa entre estudiosos. Alineándose
con Lord Acton de manera explícita, Cobban afirmaba que el Estado nacional-
mente heterogéneo «ha de reintroducirse en el canon político, del que nunca
debiera haberse eliminado, tal como Acton declaró hace muchos años»16. Cob-
ban creía, como Acton, que no había una relación lógica entre Estado-nación y
libertad y señalaba que «las soluciones más comunes para el problema nacional
en un mundo de nacionalismos rivales [...] serán con toda probabilidad la ex-
pulsión, la masacre y el desgaste económico»17.
A pesar de su preferencia declarada por el multinacionalismo, Cobban reco-
nocía que el concepto de Estado-nación estaba cobrando fuerza. Ello no obs-
taba para que negara con gran vehemencia que los Estados hubieran de ser así
necesariamente. Así pues, refutaba el argumento de Barker según el cual la
historia había demostrado que sólo los Estados autocráticos podían permitirse
ser multinacionales, y enumeraba una serie de Estados contemporáneos que, en
su opinión, eran ejemplos del buen funcionamiento de las democracias multi-
nacionales. Y, de tal suerte, llegaba a una conclusión muy distinta: en la mayo-
ría de los casos, era de todo punto imposible lograr que las fronteras étnicas y
políticas coincidieran18. Con respecto al futuro, Cobban supo anticipar la reti-
rada política de los europeos de la mayoría de sus dominios de África y Asia, y
expresó la convicción de que el error común de suponer que hay necesaria-
mente un vínculo entre las fronteras políticas y étnicas sería particularmente
inaplicable y pernicioso en esos continentes. En concordancia con las propues-
tas de Acton, Cobban propugnaba para esas regiones estructuras políticas
transgrupales en las que los sentimientos tribales y culturales gozaran de auto-
nomía.
* * *

Dejando al margen la cuestión de índole más filosófica de cuál ha de ser la in-


cidencia de la identidad en la relación entre las naciones y las entidades políti-
cas soberanas, quedan sin resolver dos preguntas, cuyas respuestas, amén de es-
tar implícitas en las conclusiones de los pensadores antes citados, pueden ser
sometidas a una investigación empírica. La primera pregunta se refiere a la ca-
pacidad de supervivencia del Estado multinacional como sistema político efec-
tivo: ¿es esencialmente un anacronismo, bien que tenaz, por el que doblaron
las campanas a muerte tan pronto como comenzó a manifestarse la conciencia
nacional popular? La segunda pregunta versa sobre la relación entre el Estado-
nación y los principios e instituciones democráticos: ¿qué tipo de Estado ha
demostrado una adhesión mayor a la democracia, el multinacional o el for-

15
Bid.pp. 125-26.
16
Cobban: National Self-Determitiation, p 62
17
Ibid., p.73.
18
Ibid,, pp.á2 y 63.
La tradición intelectual británica 9

mado por una sola nación? De los acontecimientos políticos ocurridos desde la
Segunda Guerra Mundial podrían deducirse fácilmente las respuestas adecua-
das ya que, aunque sólo han transcurrido un par de decenios desde que se pu-
blicara el estudio de Cobban, en este período ha surgido una profusión sin pre-
cedentes de datos pertinentes. El número de Estados se ha multiplicado, la
investigación global y la cobertura de los medios de comunicación se han ex-
pandido enormemente y las fuerzas del cambio político se han acelerado. Ade-
más, las experiencias de los Estados multinacionales se han ceñido a un mo-
delo notablemente uniforme a partir de la Segunda Guerra Mundial y ello
facilita la elaboración de respuestas más certeras a las preguntas planteadas. El
modelo en cuestión se manifiesta con particular claridad en lo que se refiere a
la capacidad de supervivencia del Estado multinacional.
Como ya se ha señalado antes, la decisión de ajustar las nuevas demarcacio-
nes políticas en África y Asia a las fronteras políticas y administrativas impe-
riales resultó en la creación de numerosos Estados transculturales. Si hubiera
indicios de que, llegado a ese punto, el movimiento en pro del separatismo po-
lítico había culminado, quedaría justificada la fe depositada por Acton y Cob-
ban en la capacidad aglutinadora de las estructuras multinacionales. Mas una
evidencia aplastante demuestra que ese movimiento está muy lejos de haber
alcanzado sus objetivos.
Pensemos en Asia: los informes insisten en señalar que el gobierno comu-
nista chino está convirtiendo a los pueblos turcos de la provincia de Sinkiang
en una minoría al promover la emigración masiva de chinos a esa provincia,
táctica con la que Pekín pretende asegurarse la lealtad de esa región. Asi-
mismo, la resistencia tibetana ante el gobierno chino ha provocado una ocupa-
ción militar permanente de la región desde 1959. En Taiwan, un sordo clamor
de insatisfacción se eleva desde la población autóctona, que ve en el grupo de
expatriados de la China continental que dirige el país a un grupo de extranje-
ros. En Indonesia, la reciente preocupación del gobierno por la cuestión comu-
nista, no debe hacernos olvidar que tras la rebelión de 1958-1961 se encon-
traba el regionalismo y que una toma de conciencia general acerca de las
diferencias culturales continúa promoviendo la resistencia contra el régimen
de Yakarta19. En el caso de Vietnam, los enfrentamientos entre los propios
vietnamitas (anamitas) han contribuido a ocultar el activo movimiento en pro
de la «autodeterminación» en el que están empeñadas las tribus montañesas
que pueblan más de la mitad del territorio del país, designados popularmente
con el término erróneamente global de «montagnards»; estos pueblos han de-
mostrado con sus abiertas revueltas contra el gobierno vietnamita y con la cre-
ación de un frente de liberación, que los problemas políticos internos de Viet-
nam no tocarían a su fin ni siquiera en el caso muy improbable de que se
constituyera un gobierno aceptable para todos los grupos étnicos
vietnamitas211. En Laos, la confusa y multifaccionaria guerra civil es en buena

■'' Véase, por ejemplo, George Kahin et ai: Major Governments of Asia, T ed., Ithaca, 1963,
p.67-1
-" El frente de liberación se llama FULRO, acrónimo francés de Frente Unido para la Liberación
de las Razas Oprimidas. Al respecto de dos de las principales revueltas tribales véase el New York Ti-
mes del 21 de septiembre de 1964 y del 20 de diciembre de 1965.
Etnonatitmalumo

parte consecuencia de la inexistencia de una identificación transcultural con el


Estado laosiano compartida por la heterogénea población21. En Tailandia, la
eficacia del dominio de Bangkok disminuye a ojos vista al alejarse de la región
culturalmente homogénea del valle del Chao Phraya y adentrarse en los terri-
torios del nordeste, de lengua laosiana, o en las montañas occidentales pobla-
das por los karens, o en las regiones de la Península Malaya de población china y
malaya. En la vecina Malasia, la cohesión nacional se ve amenazada por los
antagonismos entre los malayos y la poderosa minoría china, antagonismos
que ya han llevado a la expulsión de Singapur de la Federación22. En el caso de
Birmania [Myanmar], se ha estimado que Rangún sólo alcanza a controlar la
mitad de su territorio; la otra mitad está habitada por grupos disidentes de
otras etnias: shans, kachins, karens, chins y mons23. Los habitantes de Paquis-
tán Oriental llevan largo tiempo expresando la insatisfacción que les inspiran
sus vínculos políticos con los pueblos de Paquistán Occidental, a los que no
les une otra afinidad que la religión*. En Ceilán [Sri Lanka], la unidad del Es-
tado se ha visto frustrada por la intensa rivalidad que enfrenta a cingaleses y
tamiles, y que se manifiesta en revueltas periódicas. En la agitada historia de
la India han sido aún más frecuentes los estallidos de violencia motivados por
la insatisfacción de los diversos grupos lingüísticos y culturales, y las generosas
concesiones relativas a la delimitación de las fronteras interestales y al estatuto
de «oficialidad» otorgado a diversas lenguas ha sido el precio que el gobierno
ha debido pagar para restaurar el orden. Las tribus de los nagas y los mizos, al
este de la India, se han declarado en rebelión contra el gobierno de Nueva
Delhi. Irak está escindido por el movimiento independentista kurdo, pro-
blema que no puede disociarse del hecho de que el territorio kurdo se prolon-
gue por los territorios vecinos de Irán y Turquía. El fracaso más sonado que el
multinacional ismo ha tenido después de la Segunda Guerra Mundial tal vez
sea el caso de Chipre, donde conviven un pueblo asiático y otro europeo; el
único intermedio de las luchas intestinas entre griegos y turcos que merece se-
ñalarse coincide con el intento fallido de constituir un gobierno transnacional
en el período de 1960-1963".
La breve historia de la generalización de la independencia en el África sub-
sahariana también ilustra con numerosos ejemplos el fracaso del concepto de
Estado multicultural. En efecto, pocos hechos indican la existencia de una

n
Se encontrará una descripción de las tensiones y relaciones étnicas en Frank LeBar et al.: Lcios,
Nueva York, 1960.
22
Un informe sobre la posibilidad de que Sarawak también trate de separarse de la Federación
por razones étnicas se puede encontrar en el New York Times del 17 de noviembre de 1966.
>(
■ Robert McCabe: «When China Spits, We Swim», New York Times Magazine, 27 de febrero de
1966, p.48.
* La tensión entre Paquistán Oriental y Paquistán Occidental se agudizó con el paso de los años,
hasta que Paquistán Oriental, apoyado por el ejército indio, se convirtió en el Estado independiente
de Bangladesh en 1971.
" La violencia entre ambos pueblos, alimentada en gran medida por los gobiernos de Grecia y
de Turquía, continuó en ascenso. En 1974, después de una intervención de las fuerzas armadas tur-
cas, el mapa étnico chipriota se alteró radicalmente y se estableció una división de facto de la isla en
dos entidades políticas separadas: la República Turca del Norte de Chipre, con un 99 por ciento de
población turca, y una zona de aplastante mayoría griega, que abarca dos tercios de la isla en su zona
meridional, y que ha conservado el nombre de República de Chipre.
La tradición intelectual británica \j

lealtad supratribal en las nuevas entidades políticas creadas al sur del Sahara,
en tanto que la evidencia abunda a efectos contrarios; la anárquica historia del
Congo [Zaire] es buen ejemplo de ello. El rechazo de los principios transnacio-
nales ha sido particularmente acusado en las situaciones en que estaban impli-
cados «europeos» y «africanos». Los antagonismos entre las minorías blancas
gobernantes y las mayorías negras de los Estados y territorios de la franja meri-
dional de África dan testimonio de la relativa debilidad de los sentimientos
transraciales; el intento de «africanización» —sustitución de las gentes de razas
distintas a la negra por personas de esta raza en las empresas de toda índole y a
la mayor brevedad posible— llevado a cabo en casi toda el África subsaha-riana
restante ilustra el mismo punto. Ahora bien, la presencia «europea» no ha
sido requisito necesario de las tensiones raciales; los casos en que la conciencia
racial (en el sentido restringido de distinciones aparentes a la vista) ha de-
mostrado ser antitética al concepto de Estado multinacional abundan, como lo
demuestran los siguientes ejemplos: la prolongada insurrección de los pueblos
negroides del Sudán meridional contra los árabes políticamente dominantes de
las regiones del norte; el derrocamiento y expulsión de la minoría árabe diri-
gente de Zanzíbar a comienzos de 1964; los encarnizadísimos enfrentamientos
entre los antaño dominadores tutsis y los hutus ocurridos en Ruanda entre
1959 y 1963; los esporádicos conflictos genocidas surgidos entre estos dos
mismos pueblos por el control político de la vecina Burundi; la revuelta que
en 1966 protagonizó la importante tribu buganda en contra del régimen cen-
tralista de Uganda; los movimientos irredentistas somalíes de Etiopía y del
nordeste de Kenia; o el general resentimiento de los negros de la costa oriental
contra los pobladores de origen asiático. Otra diferencia cultural que, aun no
siendo una fuente tan evidente de disensiones interestatales como el tribalismo
o la raza, afecta seriamente a diversos Estados, es la que separa a los pueblos ri-
bereños, los más influidos por las costumbres e instituciones europeas durante
el período colonialista, de los pueblos más aislados de las regiones interiores.
Esta división contribuye a explicar, por ejemplo, la ruptura de la Federación de
Mali provocada por la retirada de Senegal en 1960, así como la animosidad entre
hausas e ibos que amenaza la supervivencia de Nigeria*. Y aún hay en África
un cuarto factor de división, que traspasa las fronteras estatales y parece estar
cobrando una significación política cada vez mayor: el islamismo. La distinción
entre la cultura islámica y la no islámica quizá sea el factor fundamental del
movimiento eritreo en pro de la independización de la Etiopía cristiana, y
también es un elemento potenciador del irredentismo somalí en Etiopía y
en Kenia, de las actitudes independentistas de la Somalilandia francesa
[Djibouti] y de las luchas intestinas de Nigeria y Sudán.
La conclusión mejor fundada que puede extraerse del repaso de los aconte-
cimientos recientes de África y Asia parece ser que el concepto de autodeter-
minación ha demostrado ser más poderoso de lo que cabía anticipar en los años
cuarenta, Si la evidencia sólo procediera de estos dos continentes, podría obje-

* En el período que medió entre la redacción y la publicación de este artículo, los ibos empren-
dieron un movimiento secesionista que desencadenó una guerra de tres años de duración y un saldo
estimado de un millón de víctimas.
La tradición intelectual británica ,,

las voces más reconocidas siempre han subrayado la notable homogeneidad de


la mayor de las islas del Reino Unido26. Es más, cuando la afluencia de emi-
grantes caribeños y del Asia meridional puso a prueba esa homogeneidad en la
posguerra empezaron a producirse fricciones raciales y se promulgaron leyes
que restringían la inmigración, dos hechos incompatibles con el concepto de
multinacionalismo. Y en lo tocante a Irlanda del Norte, tanto los esfuerzos de
la minoría católica por expresar a través del proceso electoral el tradicional
descontento que le inspiraba el dominio político de un pueblo de religión y
cultura diferentes, como los intentos del gobierno moderado de promover la
igualdad de oportunidades para la minoría, concluyeron con una serie de vio-
lentas reacciones raciales en 196627.
Por lo que al caso sudafricano se refiere, es de suponer que Cobban no lo
habría empleado como ejemplo si se hubiera podido vaticinar la subsiguiente
adhesión del gobierno a la política del apartheid. En el caso de que Cobban
sólo se estuviera refiriendo a las relaciones entre las dos minorías blancas —la
de origen británico y los boers—, sería preciso señalar que las radicales dife-
rencias actitudinales que enfrentaban a ambos grupos han persistido, aunque
los conflictos más acuciantes planteados por la relación entre blancos y negros
las hayan relegado a un segundo plano28. Así las cosas, habrá que esperar a que
el entorno se normalice para ver el desenlace político de la división cultural
entre ingleses y boers.
Los ejemplos de Canadá y Bélgica resultan más instructivos, pues, en am-
bos casos, dos culturas diferenciadas han coexistido largo tiempo dentro de sus
fronteras en aparente armonía. Cobban pudo afirmar refiriéndose a los franco-
canadienses y a los anglocanadienses: «Han conseguido una nacionalidad polí-
tica común sin renunciar a sus diferencias culturales características»29. Remon-
tándose casi doscientos años atrás, hasta las guerras contra los franceses y los
indios, para buscar los orígenes de la unificación canadiense, Cobban atribuye
el éxito de ésta al buen juicio demostrado por los británicos al firmar unos
acuerdos de paz que soslayaban la exigencia de una anglificación obligatoria y
garantizaban la autonomía cultural de la comunidad francesa30. De forma si-
milar, Mili afirmaba hace más de un siglo que en Bélgica existía una concien-
cia nacional común y compartida por flamencos y valones, y esto a pesar de
que dicho autor fuera el creador del concepto de Estado-nación; y ya en 1944,
Cobban no detectaba «la menor razón» para pensar que la conciencia cultural

2(1
Véase, por ejemplo, Gwendolen Cárter a al; Majar Poreign Powers, 3" ed., Nueva York, 1957. El
grado de asimilación se manifiesta en el hecho de que sólo una minoría de galeses y una proporción
insignificante de escoceses son capaces de conversar en sus lenguas autóctonas, en tanto que tan sólo
una exigua minoría de ambos grupos no domina el inglés. En ambas regiones han surgido en los
últimos tiempos movimientos nacionalistas, que propugnan desde simples reformas administrativas
sin trascendencia hasta la independencia absoluta. Sea como fuere, no se considera que estos movi-
mientos representen una amenaza seria para el «nacionalismo británico», y, en todo caso, son más
bien manifestación del resurgimiento del particularismo nacionalista que de un multinacionalismo
cooperativo.
27
J. H. Huizinga: «Captain O'Neil and the Anti-Papist», The Repórter, Nueva York, 20 de oc-
tubre de 1966, pp.43-44.
2IÍ
Paul Fordham: The Geography of African Affairs, Baltimore, 1965, p.207.
N
Cobban: National Self-Determination, p.60.
111
Ibtd., p.79.
La tradición intelectual británica 15

poner en peligro la neutralidad del país35. Pero mucho más significativo es el


hecho de que Suiza no haya sido inmune a las crecientes tensiones intraestata-
les que en los últimos tiempos vienen multiplicándose en los Estados multina-
cionales. Berna, el único cantón con una minoría francoparlante sustancial (su-
perior al cinco por ciento e inferior al cincuenta por ciento), ha sido en los
últimos años escenario de la actividad de un movimiento secesionista, a pesar
de que los límites de este cantón se establecieran hace más de 150 años36 *.
Además de los Estados ya mencionados, Cobban también ponía a la Unión
Soviética como ejemplo del éxito del multinacionalismo. Aunque tenía pre-
sente la diferenciación que Barker establecía entre los Estados «autocráticos» y
los «democráticos», Cobban estimaba que la mención de la Unión Soviética
estaba justificada por el hecho de que era, en su opinión, un régimen más de-
mocrático y más cohesionado que el zarista. Sea como fuere, y dondequiera que
se sitúe a la Unión Soviética en el espectro que va de la democracia al autorita-
rismo, este país no puede considerarse ejemplar en el terreno de la cooperación
cultural. Cierto es que las fuentes autorizadas difieren con respecto al grado de
asimilación logrado en la Unión Soviética, pero todas coinciden en señalar que
el gobierno soviético ha mantenido una firme política de rusificación. Evaluar
los resultados de esta política no es sencillo, por cuanto el gobierno ha tolerado
el uso de lenguas minoritarias, al propio tiempo que cegaba las fuentes en que
bebían las culturas minoritarias, como, por ejemplo, la religión islámica. De
tal suerte, recurriendo a diversas tácticas —ora coercitivas, ora persuasivas—,
la Unión Soviética ha promovido la asimilación a la vez que, en los aspectos
más superficiales, mantenía la autonomía cultural37. Por otra parte, los espe-
cialistas predicen una aceleración del programa de rusificación, que incluirá el
menosprecio de las lenguas distintas del ruso38. Este tipo de estrategia estaría
en consonancia tanto con el plan prerrevolucionario de Lenin —según el cual
un breve período de autonomía lingüística precedería a la imposición de una
única lengua estatal—, como con una declaración contenida en el nuevo pro-
grama del partido: «La construcción completa del comunismo constituye un
nuevo estadio en el desarrollo de las relaciones nacionales, durante el cual las
naciones se irán aproximando más entre sí, hasta que se logre la unidad to-
tal»39. Pero, además, es muy probable que la persistencia del impacto discor-

15
George Codding, Jr.: The Federal Government ofSwitzerland, Boston, 1961, p.154 y ss.
1fl
Ibid., p.39. Véase también el artículo del New York Times del 19 de marzo de 1966 donde se
informa de las condenas impuestas a los secesionistas acusándoles de terrorismo, asi como de las de-
claraciones en que el juez admite que existe un clima general de tensión política.
* Las presiones para lograr que se constituyera un cantón exclusivamente francoparlante se pro-
longaron durante más de otro decenio y concluyeron con la división del cantón de Berna en dos enti-
dades, una francoparlance y orra germanoparlante, el 1 de enero de 1979.
" Se encontrará una descripción histórica de este proceso en el caso concreto de los pueblos tur-
cos de la URSS en Michael Rywkin: «Central Asia and the Price of Sovietization», Problems ofCom-
mimism, 13, 1964, pp.7-15. En los artículos de Richard Pipes y Hugh Seton-Watson sobre el mismo
tema, se ofrece un examen más general de la rusificación.
18
En ello coincidieron los especialistas que participaron en un congreso celebrado en la Uni-
versidad de Brandéis en otoño de 1965, según lo explica el New York Times del 31 de octubre de
1965.
w
Citado por Richard Pipes: «The Forces of Nationalism», Problems of Cmamunism, 13, 1964,
p.4.
15 ítnonaúonalumo

dante de las orientaciones de los grupos culturales sea un motivo apremiante


para que el gobierno acelere el proceso de asimilación. De ahí que en 1961 se
acusara a una serie de personalidades letonas de promover sentimientos nacio-
nalistas regionales. A comienzos de 1963, Pravda citaba unas declaraciones del
Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de Uzbequistán
que reflejan el mismo talante: «En nuestra tierra, no hay fundamento alguno
—ni social, ni político, ni económico— para el nacionalismo. Mas no pode-
mos olvidar que aún quedan vestigios de él en un determinado sector de per-
sonas políticamente inmaduras [...] [y que] en cualquier momento pueden aflorar
a la superficie»40. Además, el gobierno se vio en la necesidad de censurar a los
grupos nacionalistas de Ucrania en la primavera de 196641. Partiendo de la
idea de que, por razones de política interior y exterior, la Unión Soviética pre-
feriría ocultar los problemas de esta índole, los casos puntuales en que la exis-
tencia de actitudes nacionalistas ha sido reconocida oficialmente pueden consi-
derarse sintomáticos de la trascendencia que el gobierno atribuye a este
problema. En el mejor de los casos, se puede afirmar que los responsables polí-
ticos soviéticos aún no han resuelto «el problema de las minorías».
Dan testimonio de las dificultades que entraña la resolución del problema
de las minorías las experiencias muy distintas de otros dos Estados europeos
donde tampoco hay democracia: Yugoslavia y España. Siguiendo el ejemplo
soviético, el gobierno yugoslavo ha tratado de respetar parcialmente la idea de
autonomía cultural. Por consiguiente, ha adoptado la forma externa de una fe-
deración de seis repúblicas y dos regiones autónomas, étnicamente delimita-
das, y ha permitido el uso de diversos alfabetos y lenguas. Ahora bien, Yugos-
lavia no ha tenido tanto éxito como la Unión Soviética en su empeño de evitar
que se aireen públicamente las enemistades interculturales. La amplitud que
habían alcanzado las tensiones étnicas fue una de las principales causas de
la purga que hizo caer al vicepresidente Rankovic y a sus seguidores a media-
dos de 1966. Este grupo fue acusado de demostrar un «chovinismo gran ser-
bio», lo que intensificó la hostilidad que la etnia serbia dominante inspiraba a
croatas, eslovenos, albanos, macedonios y otros pueblos minoritarios. Un año
antes de que se desencadenara la purga, el gobierno ya se había visto forzado a
reprimir el Movimiento de Liberación Croata, cuyos miembros eran por tér-
mino medio tan jóvenes como para no recordar un régimen anterior al de Tito,
lo que indica que el movimiento era un reflejo del resurgimiento de las aspira-
ciones independentistas croatas y no un vestigio de tiempos pasados. Es evi-
dente, por tanto, que la política yugoslava de conceder autonomía limitada a
los grupos culturales no ha promovido la causa de la unidad.
La solución que Franco dio a las divisiones culturales fue imponer la homo-
geneidad a la fuerza. Pese a que las minorías vasca y catalana habían disfrutado
de un breve período de autonomía lingüística en tiempos de la Segunda Repú-
blica, Franco decretó que en las escuelas y en los medios de comunicación se
utilizara exclusivamente el español. Estas medidas seguían suscitando una

40
lbid,, p.5.
41
New York Times, 16 de abril y 20 de abril de 1966.
ha tradición intelectual británica \7

fuerte resistencia cuando ya habían pasado tres décadas desde su implantación


y, en los últimos tiempos, el gobierno ha dado marcha atrás y ha adoptado una
actitud más permisiva con respecto al uso de las lenguas minoritarias. Vemos,
pues, que el intento español de erradicar a la fuerza las culturas minoritarias ha
fracasado.
Entre los ejemplos que demuestran el fracaso de Europa para dar cabida al
multinacionalismo en el seno de un único Estado podrían citarse la insatisfac-
ción que expresan con tanta frecuencia los germanoparlantes del Tirol italiano,
las tensas relaciones entre los rumanos y los magiares de la Transilvania
rumana42, y la reaparición de la «cuestión macedonia», que enfrenta a minorías
de Albania, Bulgaria, Grecia y Yugoslavia43. También es pertinente señalar
que los Estados «europeos» de Australia y Nueva Zelanda han plantado una
decidida resistencia al multinacionalismo. A pesar de la grave escasez de po-
blación que padecen, ambos países han levantado barreras contra la afluencia
de inmigrantes no caucásicos, a la vez que trataban de atraerse por todos los
medios a los que procedían de la Europa noroccidental, que eran más fácil-
mente asimilables.
Vemos, así, que la experiencia europea tiende a confirmar la tendencia ge-
neral a que la conciencia política coincida con la nacionalidad. Si los deseos de
las nacionalidades tuvieran el poder de convertirse en realidad, la segunda
parte de la predicción de Barker con respecto a la división política del mundo
—«toda nación es a la vez un Estado y todo Estado es a la vez una nación»—
no tardaría en cumplirse. Y, sin embargo, ya se ha señalado que las fronteras
políticas rara vez coinciden con las étnicas.
El motivo básico de que los logros en materia de autodeterminación estén
tan alejados de las predicciones que se hacían es la tendencia universal de los
gobiernos a fundar sus decisiones en el supuesto implícito de que es necesario
preservar intacta la unidad política. Contra los alegatos en favor del derecho a
la autodeterminación, los gobiernos proclaman el derecho a aplastar la rebe-
lión y el deber de evitar la secesión. Lo que es una verdad evidente para quie-
nes aspiran a la independencia, es una traición para quienes están a cargo del
gobierno. Esta polarización de actitudes con respecto a los pros y los contras de
la autodeterminación se hace patente con meridiana claridad en el cambio ra-
dical de postura de los antiguos valedores de la autodeterminación que dirigie-
ron hasta el éxito diversos movimientos independentistas: ya se ha dicho antes
que los dirigentes africanos y asiáticos que antaño criticaban la dominación
europea alegando que violaba el derecho a la autodeterminación, no están
ahora dispuestos a reconocer ese derecho a las minorías de sus propios Esta-
dos41.
El estudio de los Estados multinacionales no indica que ningún tipo deter-
minado de gobierno haya resuelto la dicotomía entre la necesidad de unifica-
ción y el efecto disgregador de la conciencia étnica. Recordemos que Ernest

u
IbicL, 5 de febrero de 1966.
11
Ibiil.. 1H de septiembre de 1966.
■'■' Encontramos un penetrante análisis de este fenómeno en Ruperc Emerson: Self-Determi-
ncit'um Revisita/ in the Era of Decolonizatian, Cambridge (Massachusetts), 1964, particularmente
p.28.
ig Etnonarionalisvio

Barker estaba dispuesto a admitir que los gobiernos que no abrazaban la demo-
cracia solían impedir que los grupos étnicos desarrollaran una conciencia polí-
tica. Sin embargo, la mayoría de los Estados afroasiáticos agitados por tensiones
étnicas no son en absoluto democráticos, aunque sus sistemas de gobierno y la
efectividad de los mismos varíen mucho. Ni tampoco, como ya se ha señalado,
están libres de esos conflictos otros Estados donde no hay democracia, como la
Unión Soviética, Rumania, Yugoslavia y España. Así pues, la incapacidad de
los gobiernos autoritarios para resolver la cuestión del multinacionalismo debe
considerarse un testimonio más de la fuerza creciente de las aspiraciones étni-
cas, por cuanto indica que la inmunidad de la que se creía que gozaban los re-
gímenes autoritarios hace cuarenta años, ha perdido su efectividad.
La presencia generalizada de disonancias étnicas en tantos sistemas autori-
tarios es, sin duda, un dato significativo, si tenemos en cuenta que el autorita-
rismo cuenta con ventajas reales a la hora de combatir los movimientos nacio-
nalistas. Dos de las poderosísimas armas a disposición de este tipo de
gobiernos son su aparato de información clandestino y la posibilidad de encar-
celar durante largos períodos a los líderes de la disidencia sin necesidad de pre-
sentar cargos contra ellos. El control de las comunicaciones también es impor-
tante, ya que, suponiendo que sea eficaz, permite al gobierno aislar a los
líderes de posibles apoyos internos o extranjeros. Cuando los regímenes autori-
tarios se dignan a reconocer la existencia de movimientos en pro de la autode-
terminación, suelen atribuirlos a la actividad de un puñado de provocadores o
de inadaptados. En esos casos, resulta muy difícil, si no imposible, hacer una
estimación realista de la situación. Aunque anteriormente ya se ha aludido a
las dificultades que entraña evaluar la importancia de los movimientos étnicos
de la Unión Soviética, debe señalarse que diversos movimientos de otras regio-
nes no han llegado a ser estudiados debido a la falta de datos fiables. Por ejem-
plo, ¿hasta qué punto es poderoso el deseo de independencia en Cachemira?
¿Qué fuerza tiene en la India el movimiento en favor de la creación de un Dra-
vidistán? ¿O de un Tamilistán? ¿O de un Sijistán? ¿Con qué apoyos cuenta el
movimiento en pro de la independencia de los pashtunes en Paquistán Occi-
dental o en Afganistán? ¿Y el movimiento a favor de un Arabistán indepen-
diente en el suroeste de Irán? ¿O el que en Turquía promueve la constitución
de un Estado armenio independiente? ¿O el que lucha por la independencia de
Eritrea en Etiopía? ¿O el movimiento por la independencia beréber en el noro-
este de Argelia? En todos estos casos, y podrían enumerarse muchos más, se
sabe de la existencia de un movimiento étnico, pero su verdadera fuerza no
puede evaluarse debido a la escasez de información. Sea como fuere, no nos
equivocaremos al concluir que la conciencia política de diversos grupos étnicos
es un fenómeno mucho más extendido de lo que cabe documentar.
Esta tendencia está en flagrante contradicción con la opinión muy general
de que el nacionalismo ha demostrado ser un fenómeno demasiado estrecho de
miras para la era moderna y que su apogeo es cosa del pasado. Esta opinión pa-
reció quedar ratificada por la proliferación de organizaciones multiestatales en
la posguerra, organizaciones cuyos objetivos originales iban de la simple coo-
peración militar o económica, a la unificación absoluta. Ahora bien, aunque
los objetivos de las organizaciones transestatales pueden estar en contradicción
con las aspiraciones nacionales, no lo están necesariamente. Un factor a tener
La tradición intelectual británica 19

en cuenta es el grado de integración previsto: la cooperación militar o econó-


mica no es en absoluto incompatible con una fuerte conciencia nacional, siem-
pre que los resultados de dicha cooperación se juzguen beneficiosos para el in-
terés nacional; sin embargo, cuanto más se aproximan los objetivos de una
organización a la constitución de un Estado multinacional, más se agudiza el
conflicto entre la organización y el nacionalismo. Así, por ejemplo, el naciona-
lismo no impide que De Gaulle aprecie las ventajas económicas que puedan
obtener los franceses de la cooperación económica regional en la CEE, pero ex-
plica su resistencia a aceptar toda propuesta favorable a las transferencia de la
capacidad decisoria de los Estados individuales. Otro tanto puede decirse con
respecto al apoyo que De Gaulle está dispuesto a prestar a una cooperación mi-
litar limitada, sin por ello comprometer la independencia de su país en ningún
aspecto relativo a la estrategia militar. En resumen, no hay nada intrínseca-
mente incompatible entre el desarrollo de la conciencia nacional y el de las or-
ganizaciones transestatales de objetivos limitados, como puedan serlo las aso-
ciaciones de libre comercio de Europa o América Latina. Ahora bien, hay que
subrayar que cuando los objetivos de esas organizaciones han entrado en claro
conflicto con los del nacionalismo, siempre han primado estos últimos: la es-
tructura de la CEE se ha mantenido, pero el optimismo al respecto de sus obje-
tivos supranacionales ha menguado notablemente. Similar es el caso del «blo-
que sinosoviético», de brevísima vida, que naufragó en la incompatibilidad de
las aspiraciones nacionales de chinos y soviéticos. Los posteriores esfuerzos rea-
lizados por la Unión Soviética para perpetuar el carácter monolítico de la es-
tructura multinacional de la Europa del Este, de ámbito geográfico más limi-
tado y que incluye el Consejo de Asistencia Económica Mutua (COMECON) y el
Pacto de Varsovia, han sufrido una serie de reveses importantes a causa del rea-
vivamiento del nacionalismo de polacos, rumanos, checos, búlgaros y otros
pueblos de la región. En el terreno de las relaciones interestatales, como en el
de los Estados típicamente multinacionales, las fuerzas centrífugas de las aspi-
raciones nacionales están demostrando ser más poderosas que las fuerzas cen-
trípetas del transnacionalismo.
Por otra parte, hay fundados motivos para esperar que los movimientos a
favor de la autodeterminación proliferen aún más, ya que para la mayoría de
los pueblos la conciencia étnica todavía es cosa del futuro. La conciencia nacio-
nal presupone el reconocimiento de la existencia de otros grupos culturales y,
hasta ahora, el mundo significativo para la mayor parte de la población mun-
dial termina en los límites de la aldea45. Atendiendo a las lecciones que nos en-
señan el pasado y el presente, cabe esperar que la conciencia política y la cultu-
ral se extiendan a caballo de la difusión de las comunicaciones y que de las
mezcolanzas étnicas ele Asia y África se alcen multitud de voces reclamando un
trazado diferente de las fronteras políticas.
¿Es conveniente satisfacer esas reivindicaciones en pro de la autodetermina-
ción? Esta pregunta puede responderse desde dos perspectivas: la moral y la

■" En un estudio realizado por la UNliSCO en 1962 se estimaba que el 70 por ciento de la pobla-
ción mundial apenas tenía noticia de los sucesos ocurridos más allá de su aldea. Véase también
Emerson: Self-Delermination Rei'isitee/,.., p.36.
-,,. Etnonacimalismo

práctica. Si entendemos que la pregunta se refiere a si, en virtud de sus carac-


terísticas distintivas en tanto que grupo cultural, todas las nacionalidades tie-
nen derecho a gobernarse a sí mismas, es imposible llegar a una conclusión
demostrable. Los axiomas como el que afirma el «derecho a la autodetermina-
ción» parecen imperativos morales hasta que se les contraponen máximas
opuestas, y ya se ha señalado que el «principio» de la autodeterminación
puede refutarse con otros «principios», como el derecho de los Estados a su
preservación, a la protección de su integridad territorial, al mantenimiento del
orden interno, a la promulgación de leyes contra la traición, etcétera. Por otra
parte, si se entiende que la pregunta se refiere a si es razonable, e incluso posi-
ble, conceder a todas las naciones el estatuto de Estado, es dudoso que aun los
mayores defensores del principio de autodeterminación respondieran afirmati-
vamente. Mili y Barker, por ejemplo, estaban dispuestos a reconocer la invia-
bilidad de la autodeterminación cuando dos o más grupos estaban tan mezcla-
dos geográficamente como para impedir una separación geográfica bien
definida. Otro reparo que cabe oponer a la autodeterminación es que un pueblo
no esté preparado para gobernarse a sí mismo. Algunos estudiosos han
planteado la cuestión de los requisitos mínimos, es decir, la idea de que la au-
todeterminación debe denegarse cuando el grupo es demasiado pequeño, el te-
rritorio limitado en exceso o la posibilidad de mantener una economía viable
demasiado remota.
Lo más interesante del asunto es que este tipo de consideraciones de orden
práctico rara vez han tenido una influencia apreciable en las aspiraciones étni-
cas. Ni siquiera la falta de unos fundamentos geográficos claros ha impedido
que surgieran movimientos en pro de la autodeterminación. Tanto en el caso
de los griegos y los turcos de Chipre como en el de los hindúes y los musulma-
nes de la India británica, el alto grado de dispersión geográfica que presenta-
ban ambas culturas no impidió que en Chipre estallara la violencia intergru-
pal, ni para que en la India se realizara una partición geográfica*. Por lo que se
refiere a la tesis de que la falta de preparación para el autogobierno es un obs-
táculo legítimo para la independización inmediata —tesis aceptada por Mili e
institucionalizada, más adelante, en el sistema de mandatos de la Sociedad de
Naciones y en el de administración fiduciaria de las Naciones Unidas— hay
que decir que, con el tiempo, se ha ido considerando más y más tendenciosa y,
por ello, cada vez se invoca menos en los debates públicos relativos a la inde-
pendencia. Y en cuanto al criterio relativo al tamaño del territorio, una vez
más resulta instructivo citar a Cobban con objeto de ilustrar cómo la autode-
terminación ha modificado la situación internacional en el curso de las dos úl-
timas décadas: con idea de subrayar la inviabilidad de conceder la independen-
cia a todas y cada una de las naciones pequeñas, Cobban se refería por
reducción al absurdo, a la posibilidad de conceder la independencia a Malta y a
Islandia. Pero, más adelante, ambas regiones se convirtieron es Estados inde-
pendientes y no sólo eso, otras entidades minúsculas, como Gambia, las Islas
Maldivas, Barbados, Trinidad y Tobago y Samoa Occidental, siguieron sus

' Como ya se ha señalado, en Chipre también se estaría llegando a una Ppartición def facto tras
S
los
; masivos traslados de población entre el norte y el sur de la isla ' °S
La tradición intelectual británica 21

pasos con éxito, lo que viene a ratificar que las consideraciones prácticas no
pueden rivalizar con la fuerza emocional de la autodeterminación cuando los
sentimientos del grupo nacional son el factor decisivo.
Pero, ¿pueden ser decisivos los sentimientos de un grupo nacional? En las
últimas etapas de la era colonial hubo varios casos en que, con espíritu realista,
Gran Bretaña y Francia tomaron la iniciativa de conceder la independencia a
algunos de sus dominios de ultramar. Ahora bien, tal como lo ha señalado Ru-
pert Emerson, la historia demuestra de manera inequívoca que los gobiernos
no son propensos a conceder la autodeterminación y que los casos en que sí lo
han hecho constituyen una excepción46. No obstante, la historia también de-
muestra con pareja claridad que la negativa a conceder la autodeterminación
no es un buen medio para erradicar el problema. Los artífices de los tratados
de paz de 1920 tal vez se creían capaces de establecer los límites correctos de
la autodeterminación en la Europa del Este y de frenar el avance de la balcani-
zación, mas, medio siglo después, la región es campo abonado para el desarrollo
del principio de autodeterminación. El atractivo y la fuerza de la autodeter-
minación poco tienen que ver con las consideraciones sobre lo que un gobierno
debiera hacer o está dispuesto a hacer. Se da por sentado que los gobiernos de
los Estados multinacionales continuarán oponiendo resistencia a las reivindica-
ciones independentistas de las minorías pero, en tales casos, también se da por
descontado que los grupos de orientación secesionista dificultarán cada vez
más la pervivencia del Estado.
La asimilación es una respuesta natural ante ese peligro. Es de prever que se
pondrán en práctica programas para fomentar la homogeneidad de la pobla-
ción en los casos en que la coexistencia de distintas culturas parece incompati-
ble con la preservación de la unidad del Estado y la partición del territorio na-
cional se considera inadmisible. Además, a esta razón de carácter negativo,
aunque no por ello menos apremiante, hay que añadirle otra razón positiva en
favor de la política asimilacionista, a saber, que una heterogeneidad muy acu-
sada constituye un impedimento para la integración social y económica de ám-
bito estatal que requiere el Estado moderno. Nunca se pone esto tan de mani-
fiesto como cuando existen diferencias lingüísticas: es evidente que la
multiplicidad de lenguas de la Unión Soviética ha de ser un gran obstáculo
para la eficacia, pues hace precisas innumerables traducciones orales y escritas
de los reglamentos, los programas de acción, las instrucciones para el uso de la
maquinaria, etcétera. Asimismo, la tendencia de las personas a identificarse
con una cultura y un territorio concretos debe de constituir un grave impedi-
mento para la movilidad de la mano de obra. Así pues, sin contar con la nece-
sidad de combatir las tendencias separatistas que emanan del faccionalismo ét-
nico, también las exigencias de la modernización ejercen presión sobre el
gobierno para que erradique el muítinacionalismo.
Ahora bien, sería un error subestimar la resistencia a la asimilación con la
que pueden chocar los gobiernos; más de un régimen político ha descubierto
demasiado tarde que la animosidad que la aculturación inspiraba a las mino-
rías era un adversario más temible de lo que se esperaba. Por ello, los gobier-

""' Emerson: SelJ-Determinution Rtv'mited.,,, pp.63-64.


Etnonatrionalumo

nos indio y paquistaní cuvieron que abandonar sus planes de establecer una
lengua oficial única; también Franco ha mostrado su incapacidad para superar
la resistencia de los vascos y los catalanes al prescindir de numerosos elementos
de su programa de asimilación. Por otra parte, el «crisol» estadounidense se
cita con frecuencia como ejemplo de que es posible lograr la asimilación de di-
versas culturas en un período relativamente breve. Pero es muy cuestionable
que la experiencia de Estados Unidos pueda aplicarse a otras regiones47. Una
serie de importantes rasgos que singularizan la historia de los Estados Unidos
indican, con su mera existencia, cuáles son los obstáculos para la asimilación a
los que se enfrentan otros Estados; entre ellos pueden citarse los siguientes: la
política de conquistas estadounidense eliminó a los pueblos indígenas en tanto
que competidores culturales; el modelo de asentamiento inicial creó una cul-
tura dominante casi exclusivamente anglosajona, y a esta base cultural firme-
mente asentada se le fueron añadiendo, de tanto en tanto y por propia inicia-
tiva4", grupos relativamente pequeños de representantes de otras culturas. En
consecuencia, los problemas étnicos de Estados Unidos no se han caracterizado
fundamentalmente porque las minorías plantaran cara a la asimilación, sino
por la resistencia del grupo dominante a permitir que la asimilación se desa-
rrollara al ritmo deseado por las minorías. Una cosa es tratar con un número
proporcionalmente reducido de personas que han dejado voluntariamente su
patria para incorporarse a una estructura político-cultural establecida, en la
que la aceptación de las costumbres y la lengua es condición sine qua non para
el éxito; y otra muy distinta resolver las relaciones de dos grandes grupos étni-
cos vecinos que poseen indiscutibles derechos sobre sus respectivos territorios.
El segundo caso es el que más se aproxima a la situación de Canadá, Bélgica y,
en realidad, a la mayoría de las situaciones étnicas conflictivas a las que se ha
hecho referencia.
Es de esperar que la continua expansión de las comunicaciones y los medios
de transporte modernos, y la ampliación de las instituciones sociales de ámbito
estatal tales como el sistema público de enseñanza, tengan una influencia deci-
siva sobre los programas de asimilación. Pero, ¿nos es dado predecir el carácter
de esa influencia? No es necesario demostrar que la centralización de las comu-
nicaciones y el aumento de los contactos contribuye a difuminar las diferencias
culturales regionales en Estados del tipo de los Estados Unidos. La cuestión es
que, cuando el contexto no es el de una sola cultura con mínimas variaciones
regionales, sino el de dos culturas muy distintas y diferenciadas, cabe la posi-
bilidad de que el incremento de los contactos aumente los antagonismos. Las
mejoras efectuadas durante los últimos veinte años en el ya de por sí efectivo
sistema de transportes y comunicaciones de Bélgica, no se han visto acompa-
ñadas por una mejora de las relaciones entre los valones y los flamencos. Y en
los fcstados menos modernos, ya hemos señalado que la conciencia cultural
precede a la conciencia política, y que el reconocimiento de la existencia de
otras culturas es condición previa para el desarrollo de la conciencia cultural.

* La principal excepción la constituyen los esclavos africanos.


La tradición intelectual británica 23

¿No cabe esperar, por tanto, que al ir conociendo mejor las culturas extranje-
ras, los pueblos baluchis, que habitan a ambos lados de la frontera de Paquis-
tán e Irán, conviertan Baluchistán —término que hasta ahora era el nombre de
una zona geográfica— en una consigna política?*.
La conclusión evidente es que la asimilación es mayor enemiga natural de
la autodeterminación que el Estado multinacional. Por otro lado, la creciente
fuerza emocional de la conciencia étnica, que amenaza al Estado multinacio-
nal, plantea serias dudas sobre las posibilidades de éxito de los programas de
asimilación; sin embargo, todo parece indicar que se va a poner más énfasis en
la asimilación, tanto para evitar las disensiones emanadas de una conciencia
nacional en auge como para responder a las exigencias de la modernización. El
Estado multinacional se enfrenta, por tanto, a una doble amenaza derivada,
desde abajo, de las reivindicaciones en pro de la autodeterminación y, desde
arriba, de los programas gubernamentales de asimilación.
Hemos visto que las fuerzas políticas contemporáneas tienden con toda evi-
dencia a aproximarse al cumplimiento de la segunda parte de la profecía de
Barker, que anticipaba un orden mundial en el que «cada Estado es a la vez una
nación». Sin embargo, la primera parte de su profecía, que mantenía que «cada
nación es a la vez un Estado», no encuentra el menor respaldo en la actual divi-
sión política del mundo árabe o de la región hispanohablante de América La-
tina. Cabe concluir que la diversidad de culturas tiende a impedir la unidad po-
lítica, en tanto que la afinidad cultural no impide la división política.
íp ¡Ji ¡j!

Queda por esclarecer la otra cuestión sobre la que Mili, Acton, Barker y Cob-
ban mantenían opiniones enfrentadas, a saber, si la heterogeneidad favorece el
autoritarismo o la democracia. Los acontecimientos de la posguerra indican la
existencia de un vínculo entre el multinacionalismo y la tendencia a no actuar
de manera democrática. Con esto no pretende decirse que el grado de homoge-
neidad cultural de un Estado baste para predecir la forma que adoptará su ré-
gimen político: la mayoría de los sistemas de gobierno de los Estados multina-
cionales pueden definirse, en conjunto, como autoritarios, pero lo mismo
podía decirse de los regímenes que había en dos países muy homogéneos, Ale-
mania y Japón antes de la guerra, o de los sistemas de la mayoría de los Esta-
dos árabes de nuestros días. Así pues, parece evidente que los factores que de-
terminan la forma que adoptará el sistema político son muchos y se combinan
de formas diversas e impredecibles. Sea como fuere, la tendencia de los siste-
mas políticos a acentuar la importancia de su integridad política y territorial
no ha facilitado la resolución democrática del problema cada vez más grave de
la conciencia político-cultural.
Entre la ¿w/íodeterminación de las naciones y el concepto democrático de
que es la opinión popular la que ha de decidir las filiaciones políticas existe un

* Esta pregunta, básicamente retórica en el momento de su formulación, ha encontrado una res-


puesta real, ya que en ambos países no han tardado en aflorar movimientos independentistas de los
baluchis.
24 Etnonacionalisma

nexo lógico. Por ello, resulta paradójico que a la vez que numerosos regímenes
defienden de palabra la causa de la autodeterminación, sean tan escasos los que
han permitido que un proceso democrático resuelva la cuestión de la autode-
terminación en su territorio49. La postura generalmente adoptada por los Esta-
dos africanos con respecto al problema de Rodesia en los años 1965 y 1966
ofrece un ejemplo muy esclarecedor de esta incongruencia: movidos por el
pragmático deseo de liberar a África del «dominio blanco», todos insistían en
que la concesión británica de la independencia, previa al establecimiento de un
gobierno popular, sería una farsa del principio de autodeterminación, pero, al
mismo tiempo, esos gobiernos no estaban dispuestos a permitir que la voluntad
popular determinara la filiación política de algunos grupos étnicos que eran
parte de su propia población.
La natural aversión de los Estados a dar soluciones democráticas a las cues-
tiones relativas a la filiación política de las minorías se ha puesto claramente
de manifiesto en los casos en que un gobierno se ha negado a celebrar un ple-
biscito sobre el tema después de prometer que lo haría. La India, por ejemplo,
ha preferido comprometer su imagen internacional durante muchos años antes
que cumplir sus promesas relativas al voto de los cachemires. Aunque la cele-
bración de un referéndum fue una de las condiciones establecidas por las Na-
ciones Unidas para aceptar que Indonesia se anexionara el territorio de Irian
Occidental en 1963 (que hasta entonces había sido la Nueva Guinea holan-
desa), hay quien sospecha que Sukarno nunca tuvo intención de celebrarlo. El
posterior intento de golpe de Estado de los comunistas llevó al poder a un
grupo moderado que no respaldaba los principales puntos del programa de po-
lítica interior ni de política exterior de Sukarno; a pesar de ello, fue durante el
mandato de este grupo cuando, a finales de 1966, se renunció definitivamente
al compromiso de someter la anexión a la aprobación pública por vía de una
votación. Parece evidente que los asuntos que comprometen la filiación polí-
tica de los grupos residentes en un territorio soberano son juzgados excesiva-
mente importantes como para dejarlos al arbitrio de la opinión popular.
Los métodos empleados por los gobiernos para combatir los movimientos
nacionales han sido, por lo general, coercitivos. Los gobiernos más expeditivos
no se han parado en mientes a la hora de sofocarlos mediante la fuerza militar:
ejemplos actuales o recientes de esta forma de proceder nos los ofrecen Argelia
(con respecto a los bereberes), Birmania [Myanmar], Burundi, China continen-
tal (en relación al Tíbet), el Congo [Zaire], Chipre, la India (represión de los
mizos y los nagas), Indonesia, Irak, Nigeria, Ruanda, Vietnam del Sur (con
respecto a los «montagnards») y Uganda. Por otra parte, ya se ha señalado antes
que a los dirigentes de los movimientos en pro de la autodeterminación rara
vez se les han ofrecido las salvaguardas legales mínimas que establecen los cri-
terios democráticos: muchas veces sólo han podido optar por vivir en el exilio,
como el Dalai Lama y numerosos líderes del movimiento de Formosa, o sopor-
tar de tanto en tanto prolongados períodos de encarcelamiento sin ser someti-

19
Las resoluciones tomadas por Francia y el Reino Unido al respecto de sus dominios de ultramar
una vez que se hubo hecho evidente que los días del Imperio estaban contados, no pueden con-
siderarse como excepciones verdaderas que contravengan esta afirmación.
La tradición intelectual británica 25

dos a un proceso legal, como es el caso de Khan Abdul Ghaffar Khan (paladín
de la independencia de Pashtunistán, que hoy día pertenece a Paquistán).
Viendo en los movimientos a favor de la autodeterminación una amenaza para
su supervivencia, los regímenes políticos han tendido a reaccionar violenta-
mente contra ellos y a justificar el sanguinario trato infligido a sus líderes co-
locándoles en la categoría de rebeldes o de traidores, aún más despreciable que
la de delincuente. Este tipo de actitudes encuentran su mejor respaldo en la le-
gislación que regula el estado de excepción y en las leyes penales que, en tér-
minos muy generales y ambiguos, permiten detener sin seguir los procedi-
mientos legales habituales a quienes actúan contra los intereses del Estado. La
legislación de esta índole es sumamente común en los Estados multinaciona-
les, pero también se encuentra en países cuyos sistemas políticos son en apa-
riencia democráticos50. No se trata de determinar sí ias mencionadas actitudes
están justificadas, ni en general ni en ningún caso concreto; lo importante es
señalar que la reacción habitual de los Estados multinacionales ante la cre-
ciente amenaza de los movimientos nacionalistas ha sido volverse menos
democráticos.
ífí Vf. !(!

La evolución política desde la Segunda Guerra Mundial pone claramente de


manifiesto que la conciencia nacional está muy lejos de ser una fuerza política
en retroceso; antes bien, se encuentra en pleno ascenso. Ahora mismo, su ener-
gía se hace notar en todo el África subsahariana y en toda Asia, donde la con-
ciencia étnica reivindica un reconocimiento político que venga a sustituir a la
actual división política basada en el modelo colonial. Por otro lado, cabe espe-
rar que en esos continentes el nacionalismo experimente un notable floreci-
miento cuando la multitud de grupos étnicos que en ellos habitan, muchos de
los cuales aún no han tomado conciencia de su identidad, desarrollen una con-
ciencia nacional. Los Estados multinacionales de Europa y las regiones pobla-
das por europeos son asimismo testigos de una intensificación de las tenden-
cias nacionalistas.
Ninguna estructura multinacional ha sido inmune a la influencia del resur-
gimiento nacionalista, que ha afectado por igual a las sociedades autoritarias y
a las democráticas, a las comunistas y a las no comunistas. La proliferación de
organizaciones y bloques transestatales en la posguerra tampoco desmiente la

"•" Un ejemplo típico es la denominada Ley de Seguridad promulgada por el gobierno de Gu-
yana a finales de 1966, con la que la población negra dominante pretendía a todas luces restringir
las actividades del sector amerindio de la población. La mencionada ley otorga al Primer Ministro la
facultad de encarcelar sin juicio, durante dieciocho meses, a cualquiera que, en su opinión, haya ac-
tuado o vaya a actuar «de cualquier manera perjudicial para la seguridad pública o el orden público
o la defensa de Guyana» (New York Times, 9 de diciembre de 1966).
El gobierno de la India ha recluido periódicamente a los líderes cachemires acogiéndose a las
medidas de «emergencia». Por otra parte, en 1963, y básicamente como reacción ante el movi-
miento independentisca de Dravidistán, el gobierno indio promulgó la Decimosexta Enmienda a la
Constitución, que pretendía «prevenir la tendencia secesionista que en este país ha sido engendrada
por las lealtades regionales y lingüísticas, así como preservar la unidad, la soberanía y la integridad
territorial» de la Unión India (Citado por Robert L. Hardgrove, Jr.: «The DMK and the Politics of
Tamil Narionalism», Pacific Affairs, 37, 1964-65, p.397).
26 Etnonacionalismo

influencia del nacionalismo; de hecho, la relaciones interestatales de los últi-


mos tiempos son una muestra más de la creciente tendencia a pensar en térmi-
nos nacionalistas.
Ningún gobierno de un Estado multinacional ha dado con la solución al
dilema que se plantea al tratar de conjugar la unidad estatal y las tendencias
centrífugas de una conciencia nacional cada vez más poderosa. El deseo de evi-
tar la división territorial y las exigencias de la modernización hacen prever que
esos gobiernos opondrán resistencia a los movimientos nacionalistas a la vez
que promueven la asimilación, de ser necesario, con métodos coercitivos.
Aunque sea imposible predecir el resultado de este tipo de política, la tena-
cidad y la fuerza emocional probadas del nacionalismo convierten a esta idea
abstracta en un oponente formidable. Sea como fuere, hay que concluir que el
principio pernicioso y, quizá, falto de realismo que proclama el derecho a la
«autodeterminación de las naciones», está muy lejos de haber perdido su pu-
janza como factor relevante de la política internacional.
CAPÍTULO 2
ESTUDIOS ESTADOUNIDENSES DE LA SEGUNDA
POSGUERRA MUNDIAL

El texto que viene a continuación es una versión ampliada de la ponencia que


presenté en el Séptimo Congreso Mundial de la Asociación Internacional de
Sociología, celebrado en Varna (Bulgaria), en septiembre de 1970. Lo que dio
en llamarse la guerra fría estaba en pleno apogeo y, dado que Bulgaria pertene-
cía a la esfera de influencia de la Unión Soviética, en el congreso estaba garan-
tizada una nutrida representación de los académicos de los Estados marxista-
leninistas. Mis referencias al aumento de los antagonismos étnicos en el seno
de la Unión Soviética, aun siendo escasas y moderadas, suscitaron vehementes
críticas.
Ahora bien, la Unión Soviética nada tenía que ver con el núcleo de mi ar-
gumentación. Mi propósito era criticar la escuela de pensamiento de los teóri-
cos de la «construcción de la nación», que, a la sazón, dominaba la producción
bibliográfica sobre el desarrollo político, sobre todo en los Estados Unidos. La
atención prácticamente nula que el etnonacionalismo recibía en esta escuela, a
la que pertenecían numerosos politólogos de renombre en esos tiempos, no
deja de resultar sorprendente. Es una manifestación más del divorcio entre las
teorías intelectuales y el mundo real.
•^ Etnottacionalismo

¿CONSTRUCCIÓN O DESTRUCCIÓN DE LA NACIÓN?"

Los estudiosos próximos a las teorías sobre la «construcción de la nación» han


tendido a no tomar en consideración la diversidad étnica o a prestar una aten-
ción superficial a la identidad étnica, considerándola un simple impedimento
más para la integración efectiva del Estado. Cuando la identidad étnica se ha
tenido en cuenta, ha solido entenderse como un obstáculo en cierto modo in-
trascendente y efímero que, con el paso del tiempo, a medida que las moder-
nas redes de comunicaciones y transportes aproximen más a las diversas partes
del Estado, será sustituido por una identidad común que unificará a todos los
habitantes del Estado, sea cual fuere su legado étnico. Ambas posturas, muy
alejadas de la realidad de los hechos, han contribuido a fomentar ese opti-
mismo infundado que caracteriza buena parte de los estudios sobre la «cons-
trucción de la nación».
No es difícil documentar la afirmación de que los principales teóricos de la
«construcción de la nación» han tendido a minimizar, cuando no a desatender
mn^Mi?' P r ° bl r aS relacionados con la diversidad étnica. Una somera
consulta de los mdices de contenidos y de los índices analíticos de las obras so
que ¿téTem i""'10" M CÍÓn>>
, baStafá Pam COnvencer a los
«cépticos de
EK < /r t •menC1°'na So oen contadas
f ojones y se toma en seria consi-
Ucrauon en ocas.ones aun mas infrecuentes'. Para estar justificadas, esas omi-

U/i Johns Ho kins


Johns Hopkins Univercity Press P University Press. Publicado con permiso de

1W; ("bricl AlmonJ y G BinZm PowHl r Cflem.ttn:D^^Pohtks of Developing Áreas, Princeton, IW| ; "tól
Alm.md v S¡dni^.^& 1 ¿ i ÍT? Bftte » fl/ ' tól; A Devek P"^ ¿ NQroacb, Boston MUrm:Míl>!,
Clueco/1965; Wü íd / BeC, r/re> SA°% 19Ó3; David AP«" ™e PolHics of >£«'/•* a MUÍ, Nu tVll
York, 197 ) K ti W Vr I ^ wn T °" en (C ° mpS ' ): D ^°P i "B ^tioJ: Nu,va York, IWfi; Jas.m
Rnkle y R¡S c'.Se rm J 7»T ^ (C ° mpS ' ): N J ÍO ^B HÍ M Í ^, Nu«a V.rk, lyr,(,; Phili E. Jacob y j
mCS V w"n('rPS-): ftf"1 D^oPmenl and Social Chente,

'1'^ "JU..W- c,nu, compradoras, que emr^ °üman f n mUeS"a qUeda ^^"^ente ampliada ya
N.n«u,u de las di,. obras ^ ^ iU1^^« cincuenta contribuciones diferentes. Y
Li CapítuI ni Lln a
'""'»'»
S 1:
ik- la divmidad étnica. En an ri ste\T ' "" °' P"«d° importante a i; '
!:;;" - *-->■ 'H,rocraaa, cías^Ss ™ í"^ue se repiten en los Luces de

lJ3n Una de ias


obras citadas anterior-
Etnonacionalismo
30
sobre cuál es el factor común que constituye la mayor amenaza para la supervi-
vencia política de Bélgica, Canadá, Chipre, Guyana, Kenia, Nigeria, Sudan,
Yugoslavia y tantos otros Estados multiétnicos. Es posible que el teórico de la
«construcción de la nación» haya elaborado alguna propuesta con la que cree
que es posible reducir a dimensiones manejables la cuestión de las lealtades ri-
vales, pero, en tal caso, dicha propuesta sería un elemento importante de su
modelo teórico y debiera ocupar un lugar destacado en su exposición3.
Por lo que se refiere a la hipótesis de que la identidad étnica irá debilitán-
dose a medida que se desarrollen los procesos denominados con el nombre co-
lectivo de modernización, cabe pensar que los que así opinan, habrán sido in-
fluenciados, directa o indirectamente, por los escritos de Karl Deutsch. Y, sin
embargo, que de su obra pueda inferirse semejante opinión con respecto al fu-
turo de la identidad étnica es una cuestión debatible. Deutsch no siempre ex-
plica de manera inequívoca cómo entiende la interrelación entre lo que él de-
nomina la «movilización social» y la asimilación (es decir, la «construcción de
la nación», por lo que a la identidad se refiere) y parece que sus ideas al res-
pecto sufrieron fluctuaciones significativas. Sea como fuere, teniendo en
cuenta la magnitud de la influencia de este autor, se impone examinar con de-
tenimiento su obra si queremos definir y evaluar con mayor precisión sus con-
clusiones sobre la importancia que la identidad étnica posee para la «construc-
ción de la nación».
La obra más conocida de Deutsch, Nacionalismo y comunicación social4, servirá
para ilustrar la dificultad que entraña definir su postura con precisión. Por un
lado, en esta obra se alude repetidas veces, bien que de pasada, a la posibilidad
de que el incremento de los contactos entre pueblos culturalmente diversos au-
mente el antagonismo entre ellos5. Por otro lado, varios pasajes pueden llevar

■' Véase, por ejemplo, Arnold Rivkin: Nation-Building in África, New Brunswick, 1969. Después de
examinar una serie de conflictos de toda África y de afirmar que su origen es básicamente étnico en
numerosos casos (ve'anse, por ejemplo, pp.35-37, 195, 196 y 226), el autor concluye (p.238): «Aunque las
poblaciones divididas de África —de distintas tribus, diferentes orígenes étnicos (como I los tutsis y los
hutus de Ruanda y Burundi), religiones diversas (cristiana, islámica, animista, etc.) y I distintos
orígenes históricos— plantean grandes y serios problemas a la construcción de la nación, comparadas
con las divisiones de América Latina —que se han ido desarrollando con el transcurso de los siglos y son
resultado de una mezcla de factores raciales, de la estructura social y del estatus económico— parecen
relativamente fáciles de afrontar y susceptibles de ser resueltas con el tiempo». fem, al no ofrecer mas
detalles relativos a esa posible solución, se está pidiendo al lector que haga un acto de te para aceptar esa
optimista previsión.
Uno de los ejemplos más asombrosos de la incapacidad para enfrentarse al problema de la diver-
sidad étnica nos lo ofrece Ludan Pye: Poiitia, Persomlity, and Nation-Buildmg: Buma's Search for
hhuty New Huyen, 1962. Pese a que los burmeses, que son el grupo étnico políticamente domi-
m™nMan| i T/T" ftmca contra las ™'™'™ del país de forma prácticamente ininte-síndnítt trU l
" ad° u Can2am SCU
? indePende"™>e yYS*Smf
pesar de que esa guerra continuada es
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Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 31

al lector a concluir que Deutsch estaba convencido de que la modernización,


materializada en la expansión de la urbanización, la industrialización, la esco-
larización, los medios de transporte y las comunicaciones, etcétera, conduciría
a la asimilación. Es más, el desarrollo y examen pormenorizado del concepto
de movilización social que se hace en este libro, manifiestamente consagrado al
estudio analítico del nacionalismo, revela la idea implícita de que existe una
relación entre ambos fenómenos. Y ello queda demostrado en que sea el capí-
tulo titulado «Asimilación o diferenciación nacional: algunas relaciones cuan-
titativas» el que Deutsch escoge para exponer los factores que, en su opinión,
determinan el ritmo del proceso de movilización social. Más adelante, una vez
que ha analizado por separado las tasas de movilización y de asimilación,
Deutsch indica de manera inequívoca que entre ambas se da una interrelación
causal y de mutuo refuerzo:

Hasta ahora, hemos estudiado las tasas de cambio como si fueran indepen-
dientes entre sí [...] Ahora bien, la experiencia nos ha demostrado que la tasa
de asimilación de una población desarraigada y movilizada (como los inmi-
grantes que vinieron a América) suele ser considerablemente más elevada que
la tasa de asimilación de las poblaciones que viven aisladas en comunidades
enraizadas en su terruño [...] Es probable que la investigación teórica de los
aspectos cuantitativos de la fusión y la división de las naciones pudiera lle-
varse aún más lejos. Uno de los motivos para detenernos llegados a este punto
cal vez sea que, aunque ahora sabemos qué tipo de información estadística
merece la pena recoger, hasta que esos datos no estén disponibles seguir ade-
lante no parece tener mucho sentido6.

Más adelante, al resumir el mismo capítulo, Deutsch señalaba:

Se ha descubierto que un factor decisivo de la asimilación o la diferenciación


nacional es el proceso de movilización social concomitante a la expansión de
los mercados, las industtias, las ciudades y, por último, de la alfabetización y
las comunicaciones de masas. Las tendencias del proceso subyacente de movi-
lización social pueden tener un efecto determinante sobre el mantenimiento o
la inversión de las tendencias nacionales existentes en países concretos7.

En el capítulo siguiente, Deutsch examinaba la tasa de asimilación en fun-


ción de seis modelos de equilibrio entre factores tanto cuantitativos como cua-
litativos, y, a continuación, volvía a exponer su idea sobre la relación entre las
tasas de movilización y de asimilación:

En los pueblos sólidamente enraizados en sus comunidades originales y su


tierra natal, la asimilación suele desarrollarse a un ritmo mucho más lento
que en las poblaciones movilizadas, pero, aun así, es un proceso inexorable,
pese a que pueda prolongarse durante muchas generaciones [...] Aun queda

'■ //W.,p.l52. 7
/fó/.,P.188.
Etnonacitmalismo

por establecer una comparación cuantitativa más general entre la velocidad


relativamente elevada de la asimilación enere las personas movilizadas y la ve-
locidad de asimilación considerablemente menor propia del resto de la pobla-
ción. Queda, asimismo, por elucidar la interacción mutua entre los diversos ín-
dices de cambio, que hasta el momento se han estudiado como si fueran
totalmente independientes enere sí8.

Se diría que las afirmaciones de esta índole son fundamento suficiente para
concluir que Deutsch creía que la modernización, al movilizar socialmente a
amplios sectores de la población, incrementaría tanto las posibilidades^ de asi-
milación como el ritmo de ésta. Conclusión que encuentra confirmación en el
optimismo con el que Deutsch contemplaba la posibilidad de que la asimi-
lación de diversos grupos étnicos se sometiera a la ingeniería social. Al final
de una exposición sobre las funciones de los planificadores políticos, Deutsch
señalaba:

Muy a menudo, los hombres han tomado la lengua y la nacionalidad por un


accidente, sin profundizar más, o bien las han aceptado sumisamente como
un destino. Lo cierto es que no son ni un accidente ni un destino, sino el re-
sultado de un proceso discernible; y en cuanto comenzamos a hacer visible ese
proceso, ya hemos comenzado a transformarlo9.

En 1961, la visión de Deutsch sobre la relación entre la movilización social


y la asimilación se había modificado de manera sustancial, pues ahora estimaba
que el efecto de la movilización sobre la asimilación era más bien el contrario:

Supuesta la igualdad de los demás factores, cabe esperar, por tanto, que una
etapa de movilización social rápida promueva la consolidación de los Estados
cuyos pueblos comparten de antemano una lengua, una cultura y unas insti-
tuciones sociales básicas comunes; del mismo modo, ese proceso tenderá a de-
sestabilizar o a destruir la unidad de los Estados cuya población se encuentra
dividida de antemano en diversos grupos con distintas lenguas, culturas o
modos de vida básicos1".

Ahora bien, las consecuencias prácticas de este cambio de punto de vista, en


cuanto a lo que parecía augurar con respecto a la supervivencia de la mayoría de
Estados no industrializados que son multiétnicos, quedaban mitigadas por la
afirmación realizada a continuación de que no todos los casos son iguales. Más
en concreto, Deutsch argumentaba que la identidad étnica no podría rivalizar
con la ruerza de los intereses personales:

Ahora bien en última instancia, el problema del tamaño de los Estados su-
pera a los efectos de la lengua, la cultura o las instituciones, por importantes

h
lliitl., pp.162 y 163; énfasis añadido. "
//«</, p. 164.
^.."'s5KYÍrííUp^5i:SOCÍal M°bÍlÍZatiOn ímd P0HtÍCal Development», American Polnical Science Re-
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 33

que éstos sean. En un período de movilización social rápida, el tamaño acep-


table de una unidad política tenderá a depender de los resultados que logre
[...] En el fondo, la aceptación popular que tiene un gobierno en un período
de movilización social depende básicamente de cómo responde ante las nece-
sidades que siente su población".

En un ensayo escrito dos años más tarde por el profesor Deutsch, se ad-
vierte un retorno a su postura inicial. Al retomar su anterior optimismo con
respecto a los efectos de la modernÍ2ación sobre la etnicidad, Deutsch re-
prende, sin nombrarlos, a los autores que mantienen que las divisiones étnicas
constituyen una amenaza permanente para la «construcción de la nación»:

Las tribus, como nos lo demuestra la historia europea, pueden cambiar de


lengua y de cultura, pueden absorber a otras tribus, y las grandes tribus se
han formado mediante la federación o la fusión de tribus menores, o mediante
su conquista o absorción por otra mayor. En contraste con este panorama de
plasticidad y cambio, numerosos estudios políticos de África y Asia se ocupan
de las tribus como si fueran elementos estables y poco susceptibles de trans-
formarse de manera significativa durante las próximas décadas. Sin embargo,
es probable que, aun siendo moderado, el ritmo del cambio cultural y étnico
del Asia y el África contemporáneas resulte ser más rápido que el de la Eu-
ropa de los inicios de la Edad Media [...] A la investigación corresponde facilitar
datos contrastados, pero de la experiencia de las minorías étnicas en otras
regiones del mundo cabe inferir la probabilidad de que el proceso de moder-
nización parcial atraiga a muchos de los individuos mejor dotados y con ma-
yor iniciativa a las ciudades o a los sectores económicos en expansión, aleján-
dolos de los grupos tribales o minoritarios a los que pertenecían, y, de tal
suerte, reste fuerza y energía a estos grupos tradicionales, tornándolos más fá-
ciles de gobernar12.

Más adelante, en el mismo ensayo, Deutsch especificaba las cuatro etapas por
las que predecía que había de pasar la asimilación:

Resistencia declarada o latente a la fusión política en un Estado nacional co-


mún; integración mínima, hasta el punto de que se aceptasen pasivamente las
órdenes del gobierno de fusión; integración política más profunda, hasta el
punto de que se conceda apoyo activo al Estado común, a la vez que se man-
tienen la diversidad y la cohesión de los grupos étnicos y culturales; y, por úl-
timo, coincidencia de la fusión y la integración políticas en virtud de la asi-
milación de todos los grupos en el seno de una cultura y una lengua comunes
(tales podrían ser las principales etapas de la trayectoria que se origina en las

1
llúd. No deja de ser revelador que Deutsch diese ejemplos negativos de este fenómeno (por
ejemplo, la secesión de las Estados Unidos y la separación de Irlanda de Gran Bretaña), pero no
mencionara ningún caso en que un grupo étnico haya renunciado a su identidad merced a la efectivi
dad del gobierno.
12
Karl Deutsch: «Natiun-Building and National Developmenc: Some Issues for Political Rese
arch», en Deutsch y Foltz (comps.): Natimi-Builtling, pp.4-5.
,/ Etnonacionalismo

tribus y concluye en la nación). Puesto que la nación no es un organismo ani-


mal ni vegetal, su evolución puede llevarla por estadios distintos de los de
esta secuencia [...] No obstante, la secuencia más común en el Asia y el África
modernas bien podría ser la que se ha esbozado anteriormente. ¿Cuánto
tiempo tardarán las tribus u otros grupos étnicos de los países en desarrollo
en atravesar las distintas etapas de dicha secuencia? No lo sabemos, pero la
historia europea nos ofrece algunas sugerencias13.

El optimismo de esta predicción sobre el destino de los nuevos Estados de


África y Asia difiere notablemente de las opiniones expresadas por Deutsch en
su más reciente exposición sobre el nacionalismo14, las cuales, a su vez, se apro-
ximan más a las que mantenía en su artículo de 1961. Una vez más, y aleján-
dose del análisis previo contenido en Nacionalismo y comunicación social, Deutsch
trata la asimilación y la movilización como dos procesos aislados en cuanto a
sus causas13. La única relación admitida entre ambos es la cronológica, es decir, el
hecho de que uno anteceda al otro:

El factor decisivo en tales situaciones es el equilibrio entre los dos procesos


que nos vienen ocupando. Si la asimilación tiene lugar antes que la moviliza-
ción o mantiene la delantera con respecto a ella, el sistema político conservará
probablemente la estabilidad y, andando el tiempo, todos los habitantes lle-
garán a integrarse en un pueblo único [...] Por otro lado, si la movilización es
más rápida que la asimilación, ocurrirá lo contrario10.

Si bien esta postura recuerda a la expresada por Deutsch en 196117, nuestro


autor ha dejado de sostener que la mejora de los servicios y prestaciones públi-
cas pueda servir para eludir las consecuencias lógicas de este análisis. De ello se
deriva una nota de pesimismo que no se detectaba en el análisis de 1961 y que
contradice el patente optimismo de sus reflexiones de 1963:

Hemos visto que cuanto más gradual es el proceso de movilización social, de


más tiempo dispondrá la asimilación social y nacional para llevarse a efecto. Y,
al contrario, cuanto más se posponga la movilización social, tanto más deprisa
habrán de realizarse sus diversos aspectos (lengua y moneda comunes, audien-
cia de masas, alfabetización, sufragio, urbanización, industrialización) llegado
el momento. Mas cuando se hace preciso acumular todas estas transformacio-
nes en el tiempo de vida de una o dos generaciones, las probabilidades de que

11
Ibid., pp.8-9. Es pertinente señalar que, al examinar los posibles estadios del proceso de usi-
m.lacion, Deutsch citaba varias de sus propias obras, entre ellas, Nationalism and Social Commnnica-
nou, indicando de esa forma que, en su opinión, esa obra era perfectamente compatible con esta pers-
pectiva sobre la erradicación absolura de la fragmentación étnica.
" Karl Deutsch: Nathtialism andlts Alternativa, Nueva York, 1969
15
El cambio de actitud de Deutsch con respecto al problema de la asimilación se hace notar en
que, mientas el proceso asimilador desempeñaba un papel fundamental en Nationalism and Social
Commumcatton, en su obra mas recente apenas se le conceden un par de páginas, y se examinan sus
«dimensiones» en lugar de sus «componentes». Véanse pp.25-27.
"' Deutsch: Nationalism and Its Alternatives, p.27.
17
Véase nota anterior.
Estadios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 35

la asimilación tenga éxito disminuyen notablemente. Es muy probable que, en


estos casos, las personas sean lanzadas a la política sin apenas haber modificado
su antigua lengua, su tradicional visión del mundo, ni sus viejas lealtades tri-
bales, y, en consecuencia, se hace muy difícil lograr que se vean como miem-
bros de una nación nueva y única. Crear a los ingleses y a los franceses fue una
labor de siglos. ¿Cómo convertir a los diversos grupos tribales en tanzanos,
zambianos o malawianos en el transcurso de una sola generación?18.

Si damos por bueno el análisis más reciente de Deutsch sobre la interrela-


ción entre la asimilación y la movilización social, es decir, si aceptamos que la
relación entre ambas no es en absoluto causal sino meramente cronológica, el
valor predictivo que el concepto de movilización social pueda tener para el
«constructor de la nación» parece desvanecerse. Decir que «si la asimilación
tiene lugar antes que la movilización o mantiene la delantera con respecto a
ella [...] andando el tiempo, todos los habitantes llegarán a integrarse en un
pueblo único», ciertamente no es decir mucho. Si la asimilación progresa, es
evidente que logrará realizarse19. Y al añadir, como lo hace Deutsch, que «si la
movilización es más rápida que la asimilación, ocurrirá lo contrario», no se
está proporcionando al planificador estatal una guía para la acción; antes bien,
se está negando que la cuestión sea susceptible de someterse a la ingeniería so-
cial. Si la asimilación, aun pudiendo llevarse a cabo, es un proceso largo que
ocupa a varias generaciones, y si el profesor Deutsch no pretende recomendar
que a los Estados del Tercer Mundo se les inmunice contra la modernización
—y en la cita precedente afirma que esa inmunización no es posible—, no
resta sino concluir que allá donde la asimilación no se ha realizado, tiene muy
escasas probabilidades de llegar a efectuarse nunca.
Así pues, la obra más reciente del profesor Deutsch no respalda a quienes
suponen que la etnicidad irá extinguiéndose paulatinamente ante el avance de
la modernización; por el contrario, los refuta. Sin embargo, sus comentarios
anteriores, y en particular aquéllos en los que predecía cuatro etapas de desa-
rrollo del proceso asimilador, podrían a todas luces citarse en apoyo de los
planteamientos de dicha escuela de pensamiento. Ahora bien, al margen de la
lectura que quiera hacerse de Deutsch, la hipótesis de que la modernización
socava las lealtades étnicas se puede impugnar con fundamentos meramente
empíricos.
De ser cierto que los procesos englobados en la modernización promueven la
desaparición de la conciencia étnica y el fortalecimiento de la identificación con el
Estado, el número de Estados con problemas de carácter étnico estaría disminu-
yendo. Pero un estudio global demuestra que la conciencia étnica está en inequí-

18
Deutsch: Nationalism and Its Alternativa, p.73.
" Se encuentra otro ejemplo de esta tautología en ibid., p.68. Refiriéndose a ejemplos más anti-
guos de la integración nacional, Deutsch concluye que «los procesos combinados de la movilización social
y la asimilación terminarán por convertirlos en pueblos y naciones consolidados». Si se omiten las
palabras en cursiva, esta afirmación se convierte en una tautología, puesto que no es más que una de-
finición de la asimilación. Ahora bien, tal como se expresa la idea, resulta falsa, pues la movilización
social necesita como requisito previo que se haya alcanzado la era industrial y exista una red de
transportes y comunicaciones relativamente moderna. Y, sin embargo, la nación china, como casi to-
das las demás, existe desde antes de que se produjera la Revolución industrial.
36 Etnonacionulismo

voco ascenso en tanto que fuerza política y que esta tendencia es una amenaza cre-
ciente para la estabilidad de la actual delimitación de las fronteras estatales20. Y
aún resulta más significativo que ningún Estado multiétnico, sea cual sea su
grado de modernidad, se haya visto libre de esta amenaza. En este sentido, es muy
instructivo observar la elevada proporción de Estados de Europa occidental, re-
gión tecnológica y económicamente avanzada, que han sufrido conflictos a causa
de la agitación étnica en los últimos tiempos. Pueden citarse a modo de ejemplos:

1. España y las acciones anticastellanas de los vascos, los catalanes y, en


menor medida, de los gallegos;
2. la animosidad manifiesta que despiertan en los suizos los trabajadores in
migrantes extranjeros, así como las reivindicaciones de los francoparlan-
tes de Berna en favor de una separación política de los germanoparlantes;
3. la insatisfacción que inspira a los tiroleses del sur el sometimiento al do
minio italiano, acallada recientemente gracias a las concesiones realiza
das por el gobierno de Italia;
4. las muestras de descontento de los bretones ante la perpetuación del do
minio francés;
5. el resurgimiento del nacionalismo escocés y gales, el conflicto de Irlanda
del Norte y la amplia popularidad de las actitudes contrarias a los inmi
grantes, personificadas en la figura de Enoch Powell (tres problemas que
afectan al Reino Unido), y
6. la enconada rivalidad de valones y flamencos en Bélgica. Fuera de Europa,
el desafío al concepto de un Canadá unido que representan los movimien
tos francocanadienses, así como la existencia de movimientos negros sepa
ratistas en Estados Unidos, dan testimonio de que la combinación de una
larga tradición estatal con un alto grado de integración tecnológica y eco
nómica no garantizan la inmunidad contra el particularismo étnico.

No es preciso abundar más en el hecho de que la movilización social no


conduce necesariamente a una transferencia hacia el Estado de las lealtades ori-
ginales al grupo étnico. ¿Podemos dar un paso más y suponer una correlación
inversa entre la modernización y el grado de disonancia étnica en los Estados
raultiétnicos? Contraponer a la hipótesis de que los procesos de modernización
conducen a la asimilación cultural una supuesta ley férrea de la desintegración
política, según la cual la modernización promueve necesariamente el incre-
mento de las reivindicaciones a favor de la separación étnica, ciertamente en-
ttaña sus peligros. Aún no estamos en posesión de datos suficientes que permi-
tan hacer una afirmación tan categórica. Sea como fuere, la evidencia
considerable que obra en nuestro poder viene a confirmar la hipótesis de que
los incrementos materiales de lo que Deutsch denomina comunicación y movi-
lización sociales tienden a promover la conciencia cultural y a exacerbar los con-
flictos interétnicos. Como prueba de ellos se podría volver a citar el número
considerable y creciente de movimientos étnicos separatistas.

2I)
Se encontrará un análisis de esta tendencia, en tanto que fenómeno global, en el capítulo 1 ele
este volumen.
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 37

Ahora bien, numerosos estadistas y estudiosos objetarían a este enfoque


macroanalítico que algunos casos citados en apoyo de nuestra tesis son Estados
poscoloniales. Incluir antiguos dominios coloniales en la lista que se aduce
como prueba de la correlación entre modernización y etnicidad no está justifi-
cado, nos dirían, siendo así que los responsables de las colonias se preocuparon
de mantener viva la conciencia étnica, y de fomentarla, con objeto de reforzar
su política de «divide y vencerás». La presencia generalizada de la conciencia y
los antagonismos étnicos en estos territorios es, para ellos, resultado de su esti-
mulación artificial por parte de la política colonial. De no haber existido ésta,
la etnicidad no constituiría un problema grave para los nuevos Estados.
La validez de tal convicción puede ponerse a prueba comparando la expe-
riencia de las antiguas colonias con la de los Estados multiétnicos de industria-
lización tardía que no han vivido una etapa significativa de colonización. Y
esta comparación no revela diferencias importantes; pensemos, por ejemplo, en
Etiopía y en Tailandia, países ambos con una prolongada historia de Estados
independientes21. En estos dos lugares han coexistido sin dificultad y durante
largo tiempo diversos elementos étnicos, gracias a que los Estados estaban
poco integrados y las minorías apenas tenían contacto entre sí ni con el go-
bierno estatal (cuya existencia era más bien teórica). Hasta hace bien poco, la
situación de estas minorías no difería mucho de la de los grupos étnicos de las
colonias donde las autoridades coloniales habían adoptado la práctica muy co-
mún de gobernar a través de los dirigentes de los diversos grupos étnicos. En
estos casos, el conflicto entre el dominio extranjero y la determinación del
grupo étnico de preservar su modo de vida se minimizaba. Aunque los gobier-
nos de los Estados subclesarrollados hayan abrigado desde hace mucho tiempo
la lógica aspiración de hacer efectivo su dominio en todo el territorio estatal,
lo cierto es que el desarrollo de las comunicaciones y los transportes era un
paso previo sin el que la presencia gubernamental no podía imponerse con efi-
cacia en las remotas regiones habitadas por las minorías.
Cuando la presencia gubernamental se ha hecho efectiva, el resentimiento
contra el dominio extranjero se ha convertido por primera vez en una fuerza
política importante. Por otro lado, al margen de quién gobierne, está la cues-
tión de la preservación de la propia cultura. Los Estados que carecen de inte-
gración no constituyen una amenaza seria para el modo de vida de los diversos
grupos étnicos; pero la mejora en la calidad y la cantidad de los medios de
transporte y de comunicación va restringiendo paulatinamente el aislamiento
cultural en el que un grupo étnico puede amparar su pureza cultural y defen-
derse de la influencia desvirtuadora de las demás culturas del Estado. Las res-
tricciones de tal índole pueden muy bien desencadenar una reacción de hostili-
dad xenófoba.
Los avances en las comunicaciones y transportes tienden asimismo a acre-
centar la conciencia cultural de las minorías, en tanto en cuanto favorecen la
percepción de los factores que los diferencian de otros grupos. Esta influencia
tiene una doble vertiente: además de conocer mejor a otros grupos étnicos dis-

21
Se parte del supuesto de que el brevísimo período en que Etiopía estuvo bajo el dominio ita-
liano en la década de los treinta no invalida su empleo como ejemplo de Estado sin historia colonial.
jg Etnonacionalismo

tintos del suyo, el individuo también llega a conocer a otros grupos que com-
parten su identidad. Así, los transistores de radio no sólo han servido para que
los aldeanos de lengua lao del nordeste de Tailandia salieran de su aislamiento
y empezaran a discernir las diferencias lingüísticas y étnicas que los separaban
de la población políticamente dominante de lengua siamesa que habita en el
oeste del país; a la vez, la radio también les ha permitido darse cuenta de la
afinidad cultural que les une a los laos que habitan otras aldeas diseminadas
por el nordeste de Tailandia y en la zona occidental de Laos, al otro lado del río
Mekong22. Vemos, pues, que las comunicaciones intraétnicas e interétnicas de-
sempeñan un papel fundamental en la creación de la conciencia étnica.
Como resultado de estos procesos, Tailandia se enfrenta hoy a los movimien-
tos separatistas de las tribus montañesas del norte, de los laos del nordeste y de
los malayos del sur23. También el Estado de Etiopía, pese a sus tres mil años de
historia, es escenario de movimientos étnicos separatistas surgidos de la toma
de conciencia de las minorías y de la presencia acrecentada del gobierno central
en todo su territorio24. Y la misma pauta se repite en otros Estados multiétni-
cos subdesarrollados que no han tenido una historia colonial25. A este respecto,
el colonialismo no parece ser un factor diferenciador significativo.
Podemos anticipar otro de los reparos que se opondrán a la argumentación
según la cual la modernización tiende a exacerbar las tensiones étnicas. Ya se
ha señalado antes que el reciente avivamiento de los conflictos étnicos en los
Estados multiétnicos industrializados de Europa y América del Norte pone
seriamente en tela de juicio la hipótesis de que la modernización disipa la
conciencia étnica. Ahora bien, ¿puede esgrimirse ese mismo motivo para re-
batir la tesis de que la modernización fomenta la conciencia étnica? Puesto
que la Revolución industrial tuvo lugar en estos Estados hace más de un si-
glo, ¿no sería lógico que la conciencia étnica hubiera alcanzado su cota más
alta hace mucho tiempo? Para dar una respuesta parcial a esta pregunta acu-
diremos a lo que los marxistas denominan la «ley de la transformación de la
cantidad en calidad», que puede parafrasearse diciendo que «suficientes dife-
rencias cuantitativas constituyen una diferencia cualitativa». Los procesos de
modernización previos a la Segunda Guerra Mundial ni estimularon los con-
tactos internacionales, ni precisaron de ellos en la misma medida que en el

22
Véase en el capítulo 5 de este volumen un análisis más completo de la relación entre la dis-
tancia de las comunicaciones y la distancia física.
2!
En Charles F. Keyes: «Ethnic Identity and Loyalty of Villagers in Northeast Thailand», Asían
Snrvey, 6, 1966, pp.362-369, se ofrece una descripción fascinante de cómo se ha fortalecido la iden-
tidad lao gracias a la intensificación de los contactos.
24
Un reportero hacía este perspicaz comentario con respecto a Etiopía: «La falta de comunica
ciones contribuyó a mantener unido el Imperio. Ahora, el desarrollo de las comunicaciones y la toma
de conciencia política que aquéllas promueven están poniendo en peligro su unidad.» (Frederich
Hunter en el Christian Science Monitor del 8 de enero de 1970).
Además de la recientemente absorbida Eritrea, también son zonas conflictivas las provincias de
Bale y Gojam. Véase el New York Times del 1 de abril de 1969.
25
Entre los ejemplos pertinentes se cuentan Afganistán, Irán y Liberia. Podrían incluirse asi
mismo numerosos Estados latinoamericanos. Al respecto de estos últimos, véase Anderson tí al; Is-
sues ofPolithalDevelopmeM, pp.45-46. Hay una descripción más pormenorizada de la intensificación
de la conciencia étnica en Tailandia y el sur de Asia en Connor: «Ethnology and the Peace of South
Asia», WorldPolitics, 22, 1969, pp.51-86.
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial jg

período de la posguerra. En unos tiempos en que las carreteras eran pocas y


deficientes y los vehículos privados mucho más escasos e ineficaces, cuando
las emisoras locales de radio aún no habían cedido el puesto a la televisión de
ámbito estatal como canal principal de las comunicaciones de masas no escri-
tas, cuando el nivel educativo era más bajo y más restringido el conocimiento
de los hechos de los que no se tenía experiencia directa, cuando los niveles de
renta generales no permitían a las gentes alejarse mucho de su lugar de resi-
dencia, aún era posible mantener la tolerancia étnica: la cultura de Bretaña
parecía a salvo de las intrusiones francesas, Edimburgo se sentía lejos y aislada
de Londres, la mayoría de los valones y de los flamencos rara vez entraban en
contacto —ni siquiera mediante un contacto artificial como el que propor-
ciona la televisión— con miembros del otro grupo. En resumen, la situación
de los grupos étnicos de estos Estados no era muy distinta de la que se ha des-
crito anteriormente en el marco de las sociedades sin industrializar26; la dife-
rencia sólo era una cuestión de grado hasta que se llegase al punto en que se
produjera un salto cualitativo. Ahora bien, el momento en que una propor-
ción significativa de la población percibió que los efectos acumulativos de los
aumentos cuantitativos de la intensidad de los contactos intergrupales habían
llegado a constituir una amenaza para su etnicidad representó, en términos
políticos, una transformación cualitativa.
Pero quizá no sea tanto el carácter y la densidad de los medios de comuni-
cación, como el mensaje que transmiten, lo que explica el auge de la concien-
cia étnica militante en los Estados avanzados y menos avanzados. La expresión
«autodeterminación de las naciones» data, cuando menos, de 186527, pero ape-
nas se le concedió atención antes de que varios estadistas de renombre mundial
se adhirieran a esa doctrina en tiempos de la Primera Guerra Mundial. Por
otro lado, el hecho de que dicha doctrina no se aplicara después de la guerra a
los Imperios multiétnicos de Bélgica, España, Francia, Gran Bretaña, los Paí-
ses Bajos y Portugal demuestra que los estadistas no estimaban que la autode-
terminación fuera un axioma de validez universal. Hubo que esperar a que
concluyera la Segunda Guerra Mundial para que una organización que aspi-
raba a tener una jurisdicción mundial hiciera suya la doctrina de la autodeter-
minación28. La autodeterminación no cuenta, por tanto, con una larga tradi-


El regionalismo estadounidense es una prueba de que la presencia generalizada de contactos
intergrupales dentro del Estado era sustancialmente diferente en las época previa y posterior a la Se-
gunda Guerra Mundial. Como señalaremos más adelante, a diferencia de la etnicidad, el regiona-
lismo tiende a desaparecer a un ritmo directamente proporcional al de la ampliación de las comuni-
caciones y las redes de transportes interregionales. A pesar de ello, una serie de conceptos, como el
de los «derechos de los estados», así como los bloques de votantes y los patrones de voto, demues-
tran que en la posguerra el regionalismo todavía conservaba mucha fuerza. La manifestación más
persistente del regionalismo, el «bloque del Sur» (Solid Sotttti), ha comenzado a desaparecer sólo en
los últimos años.
11
Esta expresión apareció en la Proclamación de la Cuestión Polaca, aprobada por el Congreso
de la Primera Internacional celebrado en Londres. La Proclamación señalaba «la necesidad de anular
la influencia rusa en Europa, mediante el reforzamiento del derecho a la autodeterminación y me-
diante la reconstrucción de Polonia sobre unos cimientos democráticos y sociales» (Citado en G.
Stellcoff: History of the First International, Nueva York, 1968). Se encuentra una referencia al empleo
anterior que Karl Marx hace de esta expresión en Herr Vogt en Stefan Possony: «Nationalism and the
Ethnic Factor», Orbis, 10, 1967, p.1218.
2H
Carta de las Naciones Unidas, art.I, pár.2.
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 41

6. Ahora bien, los efectos concomitantes del desarrollo económico (au


mento de la movilización social y de las comunicaciones) sí han contri
buido a incrementar las tensiones étnicas y a fomentar las reivindicacio
nes separatistas.
7. Y, sin embargo, a pesar de toda esta evidencia, los principales teóricos
de la «construcción de la nación» han tendido a soslayar o a minimizar
los problemas asociados a la etnicidad.

Si pretendemos analizar los motivos de este divorcio entre la teoría y la rea-


lidad, se nos ofrecen doce posibilidades interrelacionadas y solapadas.

1. El empleo equívoco de los términos clave «nación» y «Estado» como


si fueran intercambiables. Podrá parecer disparatado iniciar esta exposición
adentrándonos en las cuestiones semánticas, que tantas veces resultan ser fúti-
les. Sin embargo, probablemente ninguna disciplina se habrá visto tan afec-
tada por el uso impropio de sus términos clave como las Relaciones Internacio-
nales. Los antropólogos se lamentan con frecuencia de la nebulosa que encierra
el concepto de raza; ambigüedad que se ha reflejado en numerosas teorías
acientíficas que, a su vez, han obligado a perder el tiempo tefutándolas. Ahora
bien, el concepto de raza, aun siendo fundamental para la Antropología, no
puede parangonarse con el de persona, concepto clave de esa disciplina. En
cambio, los conceptos de Estado y de la relación de las personas con el Estado
son el núcleo de las Relaciones Internacionales. Y a pesar de la función básica
que desempeñan, ambos conceptos están sumidos en la ambigüedad que se de-
riva de la negligente utilización de los términos.
Consideremos en primer lugar el concepto de Estado y el empleo que de
él suele hacerse como sinónimo de una idea tan distinta como lo es la de na-
ción. La Sociedad de Naciones, las Naciones Unidas e incluso la expresión re-
laciones internacionales no son sino una muestra de la frecuencia con que los
estadistas y los estudiosos intercambian ambos conceptos de manera indis-
criminada21-*. Teniendo en cuenta que a los expertos no les pasan inadvertidas
las diferencias entre Estado y nación, la perpetuación de esta confusión ter-
minológica no es fácil de explicar. Un diccionario concebido para uso del es-
tudiante de la política global ofrece la siguiente definición de Estado: «Con-
cepto legal que describe a un grupo social que ocupa un territorio definido y
está organizado al amparo de unas instituciones políticas comunes y de un
gobierno efectivo»311. En contraste, la nación se define como «un grupo so-
cial que comparte una ideología común, unas instituciones y costumbres co-
munes y un sentimiento de homogeneidad». Después se hace la siguiente
precisión: «Una nación puede comprender parte de un Estado, coincidir con
un Estado o extenderse más allá de las fronteras de un solo Estado». Los
autores de libros de texto y monografías de Relaciones Internacionales trazan
por lo general este mismo tipo de distinciones entre Estado y nación. Pero,

2¡i
The Worldmark Encydopedia of tbe Nations, 3" ed., Nueva York, 1967, vol.l, pp.254-57, in-
cluye cincuenta organizaciones intergubernamentales cuyos nombres comienzan con International.
Ninguna de ellas tiene nada que ver con las naciones.
•1" Jack C. Plano y Roy Olton: The International Relations Dictionary, Nueva York, 1969.
42 Etnonacionalismo

lamentablemente, esos mismos autores también incurren en el uso indiscri-


minado de ambos términos31.
Es probable que la tendencia a no distinguir ambos términos surgiera del
deseo de sustituir por una versión abreviada ia expresión Estado-nación, que se
supone posee un significado preciso, en tanto en cuanto describe la situación
en que las fronteras de la nación son muy semejantes a las del Estado. Pero ya
hemos señalado que, en términos estrictos, menos del 10 por ciento de los Es-
tados del mundo pueden considerarse esencialmente homogéneos. A pesar de
lo cual, los expertos suelen denominar Estado-nación a todos los Estados32.
La confusión derivada del uso erróneo de estos términos viene constitu-
yendo desde hace tiempo un obstáculo para el estudio de numerosos aspectos
de las relaciones interestatales, pero, sobre todo, ha impedido comprender el
nacionalismo. Más en concreto, la lealtad hacia la nación se ha confundido
muy a menudo con la lealtad hacia el Estado. Confusión que también en este
caso se debe en gran medida a la inadecuación terminológica, en la que, a su
vez, se refleja.
Las definiciones de Estado y nación anteriormente citadas ponen de mani-
fiesto que lo que hasta ahora hemos venido denominando grupos étnicos auto-
diferenciados son en realidad naciones. En consecuencia, la lealtad al grupo ét-
nico debería en buena lógica llamarse nacionalismo; pero ei nacionalismo, tal
como suele emplearse, se refiere a la lealtad al Estado —o a la palabra nación,

11
Véase, por ejemplo, A.F.K. Organski: World Polkas, 2" ed. rev., Nueva York, 1968, p. 12: «La historia
que vamos a contar es un relato sobre las naciones. Los personajes principales son las naciones, y nos
varaos a ocupar cíe sus actividades, de sus objetivos y planes, de su poder, de sus posesio-: nes y de
sus relaciones mutuas». Véase también Deutsch: Nationalisi/i and Its Alternativas, donde, a : pesar
de que define el término nación como pueblo (es decir, grupo étnico) que domina un Estado í
(p.19), el autor denomina naciones a las poblaciones multiétnicas de España (p.13) y c ' e Bélgica \
(p.7ü). Véase, asimismo, el último párrafo de Dankwart Rustow: A World of"Nations, Washington t
(D.C.), 1967, donde el autor señala que «más de 130 naciones, reales o así llamadas, realizarán su .?■
contribución a la historia de las postrimerías del siglo xx». Anteriormente (por ejemplo, p.36), Rus-:s
tow había establecido una diferenciación entre Estado y nación. Para comprobar que los estudios que ::
se ocupan de los problemas específicos que la diversidad étnica plantea a la integración estatal no i. . ' .
son necesariamente inmunes al uso inadecuado de la terminología, véase Donald Rothchild: «Ethni-S
city and Conflict Resolution», World Pnlilks, 22, 1970, particularmente pp.597-598. «En primer 1
lugar, a pesar de que se recurra frecuentemente a la distinción entre un sistema interno coercitivo y S
un sistema internacional básicamente no coercitivo, las estrategias de búsqueda de poder empleadas g;
por los grupos étnicos dentro de los Estados son sensiblemente similares a las de las relaciones entre ;'
tinción y tuición [...] Nuevas "décadas de desarrollo" más productivas, y sus previsibles intentos redis-¡
tributivos, pueden resultar tan indispensables para el reconocimiento mutuo de las costumbres y le-1
yes ajenas entre los grupos étnicos en el interior de un solo Estado como ocurre entre las naciones del
mundo» (énfasis añadido). Puesto que los ejemplos de la tendencia a emplear erróneamente los tér-
minos clave son muy abundantes, mi debe entenderse que los autores citados en esta nota y en las si-
guientes hayan sido elegidos porque se muestran especialmente poco circunspectos en su terminología.
Muy al contrario, su elección se debe, entre otros motivos, a que son autoridades reconocidas.
a
Véase, por ejemplo, Norman J. Paddleford y Georye A. Lincoln: The Dynamics o] International
Palitks, 2a ed., Nueva York, 1967, p.7: «Los actores del sistema político internacional son los Estados-
nación independientes». O Lotus j. Halle: Civiliztitiim aml l'oretgn Policy, Nueva York, 1952, p.10:
«Un hecho primordial con respecto a nuestro mundo es que está fundamentalmente compuesto por
Estados-nación». Y Elton Atwattr et ¡ti.: Wurld íinsitim: Cimflkt and Acmmodatinn, Nueva York, 1967,
p,16: «Puesto que hay unos 120 Estados-nación c-n el mundo». Karl Deutsch también se refiere
habicualmencu a todos los Estados denominándolos Estados-nación. Véase, por ejemplo, Natio-nalism
and Its Alternativa, pp. 61, 125 y 176, y al respecto de la denominación de Estado-nación que otorga a
los Estados multiétnicos de Checoslovaquia, Rumania y Yugoslavia, véanse pp.62-63.
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 43

cuando ésta se usa incorrectamente como sustituto de Estado—33. Así, el


mismo diccionario cuyas precisas definiciones de Estado y de nación acabamos
de citar, define el nacionalismo como una emoción colectiva que «convierte el
Estado en el principal catalizador de la lealtad individual» (énfasis añadido).
Una vez desvirtuado de esta forma el término nacionalismo, los estudiosos se
han visto en la necesidad de buscar un sustituto para definir la lealtad a la na-
ción. Entre los términos propuestos se cuentan regionalismo, localismo, pri-
mordialismo, comunitarismo, complementariedad étnica y tribalismo. Por
desgracia, la perpetuación del uso incorrecto de nacionalismo para referirse a la
devoción al Estado, unida al empleo de otros términos con diferentes raíces y
connotaciones esencialmente diversas para definir la devoción a la nación, poco
puede contribuir a deshacer el entuerto creado en torno a ambas lealtades34.
Antes bien, propicia una peligrosa infravaloración del magnetismo y la capaci-
dad de permanencia de la identidad étnica, en tanto en cuanto esos términos
no son aptos para transmitir el aura de profundo compromiso emocional que
acompaña al nacionalismo. Cualquier escolar aprende, por ejemplo, que las tri-
bus germánicas y célticas de la antigüedad quedaron subsumidas en una iden-
tidad más amplia; o que el regionalismo ha ido perdiendo importancia en los
Estados Unidos y en Alemania. Y, sin embargo, ese mismo escolar aprende
que, a la vez que ese tipo de fuerzas se desvanecían, el nacionalismo ha sido
uno de los factores que más ha influido en el curso de la política mundial
durante los últimos doscientos años, Pero, al equiparar el nacionalismo con la
lealtad al Estado, se está condicionando al estudiante para que piense que el
Estado es el poderoso vencedor de la contienda entre lealtades, donde otros
anacronismos de menor categoría han demostrado ser efímeros.
Si el Estado-nación fuera en efecto la forma universal de las entidades po-
líticas, la confusión de conceptos a que hemos aludido carecería de impor-
tancia. En los casos en que la nación y el Estado coinciden casi por completo,
las dos lealtades se funden en lugar de rivalizar entre sí. Ahora bien, los teó-
ricos han solido caer en la trampa de equiparar el compromiso emocional ge-
nerado por el Estado-nación con la lealtad al Estado sin calificativos. El estu-
dio del nacionalismo ha estado muy influenciado en las postrimerías del
siglo XX por las experiencias de Alemania y de Japón, que se consideran ca-
sos ilustrativos del compromiso extremo que el nacionalismo puede alentar.
De ello se deduce que otros Estados poseen la misma capacidad potencial
para suscitar ese tipo de reacción de masas, aunque es de esperar que con me-
nor fanatismo. Pero casi ningún estudio tiene en cuenta que precisamente
estos dos Estados se cuentan entre los pocos que son étnicamente homogé-
neos55; por ello, Deutschland y Nippon han sido para sus respectivas poblacio-

11
A la vez, a la expresión estatalismo o étatisme que debiera referiese a la lealrad al Estado, se le
han atribuido otros significados que poco tienen que ver con ningún tipo de lealtad.
31
Véase, por ejemplo, en Edward Shils: Politkal Development in the New States, La Haya, 1968, la
sección titulada «Parochialism, Nationality and Nationalism», pp.32-33. En este contexto, loca-
lismo se refiere a la lealtad al grupo étnico, mientras que nacionalidad y nacionalismo se refieren,
respectivamente, la identificación con el Estado y la lealtad al Estado.
35
Una manifestación ha sido la agrupación del nacionalismo de Japón y Alemania en la década
de los treinta y comienzos de la de los cuarenta y el de los Estados multiétnicos de Argentina, Italia
y España en la categoría de fascismo, una doctrina que afirma la superioridad del Estado corporativo.
44 Etnonacionalismo

nes algo mucho más profundo que una mera unidad político-territorial de-
nominada Estado; han sido esa unidad étnico-psicológica que es la nación.
Pensar en el nacionalismo alemán y japonés en términos de lealtad al Estado
es un garrafal error de interpretación, y es, además, una distorsión extrema
de la capacidad del Estado para inspirar lealtades cuando en la psique popu-
lar no existe un vínculo entre Estado y nación. Si esta vinculación existe, los
líderes pueden formular sus llamamientos apelando tanto al Estado (Deutsch-
land) como a la nación (Volksdeutsch, Volkstum, Volksgenosse), pues ambas no-
ciones despiertan el mismo tipo de asociaciones. Y lo mismo puede decirse
con respecto a los miembros del grupo políticamente dominante de algunos
Estados multiétnicos; así, por ejemplo, los chinos hans tenderán a ver el Es-
tado de China como el Estado de su nación particular y, de tal suerte, serán
sensibles a los llamamientos realizados tanto en nombre de China como en
nombre del pueblo han de China. Ahora bien, la idea de China despierta aso-
ciaciones muy distintas, y reacciones también muy diferentes, en los tibeta-
nos, los mogoles, los uigures y demás pueblos minoritarios. El empleo equí-
voco de la terminología ha desviado a los estudiosos de la cuestión
fundamental: ¿Cuántos ejemplos se nos ocurren de un «nacionalismo esta-
tal» poderoso que se manifieste a través de un pueblo que percibe su Estado
y su nación como entidades separadas?
Los estudiosos contemporáneos no se habrían desviado tanto de esta cuestión si
no se hubiera acuñado la equívoca expresión de «construcción de la nación».
Puesto que la mayoría de los Estados menos desarrollados engloban varias
naciones, y dado que la transferencia al Estado de la lealtad primaria a la nación
suele considerarse una condición sitie qua non de la integración, el verdadero
objetivo no es en realidad la «construcción de la nación» sino la «destrucción de la
nación». ¿Se habrían mostrado los estudiosos tan optimistas con respecto a las
posibilidades de la integración si se hubiera empleado la terminología adecuada?
En todo caso, de haber sido así, seguramente no habrían soslayado ni minimizado
tan a la ligera el problema de la identidad étnica, que { es el verdadero
nacionalismo36.

<ff- " Véase, por ejemplo, Rothchild: «Ethnicity and Conflict Resolution», p,598: «En segundo
ÍQ lugar, la confrontación interétnica plantea interrogantes sobre el potencial unificador del nacio-
ir-{K tialismo. Aunque el nacionalismo ha rechazado eficazmente las aspiraciones hegemónicas de la
e; li, metrópoli en una serie de confrontaciones cruciales, aún debe demostrar su capacidad para supe-;
:' rar los "sentimientos primordiales" y promover un sentimiento de comunidad de objetivos». Al :
> equiparar el nacionalismo con la lealtad al Estado, Rothchild incurre en el error de criticar el na-
cionalismo por no ser capaz de superarse a sí mismo. No obstante, si su pesimismo perdurase, su
análisis básico sobre la fuerza relativa de la lealtad étnica y la lealtad al Estado sería válido.
Ahora bien, más adelante Rothchild critica a los autores de diversas obras sobre la problemática
étnica por hacer hincapié en la importancia de las divisiones étnicas antes que en el potencial positivo
del «equilibrio étnico». Esos autores muestran «una preocupación excesivamente general por
explicar los conflictos y divisiones del pasado en lugar de ocuparse de las dimensiones cambiantes
del proceso de integración política» (p,6l2). «Nos hablan más de las divisiones que de los
vínculos, de los conflictos que de la cooperación y la reciprocidad. Aunque trazan un panorama
cuidadosamente decallado, una panorámica completa debiera prestar mayor atención a la
acomodación, la interrelación, la adaptación y el intercambio» (p.6l5). Y hay que preguntarse si el
autor no se habría percatado más fácilmente de que estaba planteando preguntas sin posible
tespuesta si hubiera sido consciente de que el nacionalismo favorece la desintegración del Estado y
no su integración.
ludios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 45

. La comprensión errónea de la naturaleza del nacionalismo étnico y la


ansecuente tendencia a subestimar su fuerza emocional. En un sentido
nplio, esto sería consecuencia de la falta de atención prestada a la etnicidad
or los especialistas y no su causa. Desde esta perspectiva, antes que una expli-
ición del problema, sería un mero enunciado del mismo. Ahora bien, en el
antexto en que aquí se emplea, tan sólo pretende señalar la tendencia'de los
studiosos a percibir el nacionalismo étnico a través de sus manifestaciones ex-
ernas y no a través de su esencia. La esencia de una nación no es tangible sino
isicológica. Es una cuestión de actitudes y no de hechos.
Según la definición citada anteriormente, la nación es un grupo étnico
.utodiferenciado. Un requisito para la existencia de la condición de nación es
a idea o creencia popular en que el propio grupo es único, especial, en un sen-
ido muy vital. Cuando no se da esta convicción popular, el colectivo no pasa
le ser un grupo étnico. Aunque a ojos del antropólogo, y aun del observador
10 especializado, la singularidad de un grupo pueda ser evidente, la nación no
existirá en tanto en cuanto una proporción elevada de sus miembros no sean
:onscientes de su diferenciación.
Siendo así que la esencia de la nación es una cuestión de actitudes, las ma-
nifestaciones tangibles de la diversidad cultural sólo son relevantes en la me-
dida en que contribuyen a crear un sentimiento de particularidad. Y, en efecto,
ese sentimiento vital de particularidad puede surgir aun sin fundarse en unos
rasgos culturales peculiares tangibles ni notables, como lo demuestra la expe-
riencia étnico-psicológica de los afrikaners, los colonos americanos y los taiwa-
neses con respecto a su antigua identidad holandesa, británica y china han. Y,
al revés, el concepto de nación puede trascender las diferencias culturales tan-
gibles, como lo ilustra el hecho de que la nación alemana esté compuesta por
católicos y luteranos37.
Toda nación es susceptible de ser definida, como es lógico, por la amalgama
peculiar de rasgos tangibles que la caracterizan, como puedan serlo el número
de sus miembros, su ubicación física, su composición religiosa y lingüística,
etcétera. Pero también es posible describir en estos términos a cualquier colec-
tivo humano, aun cuando se trate de un colectivo tan irrelevante como el de
los naturales de Nueva Inglaterra. Al conceder intuitivamente mayor impor-
tancia a lo que tienen en común con el resto de los estadounidenses que a sus
rasgos diferenciadores, los naturales de Nueva Inglaterra se han relegado a sí
mismos al estatus de elemento subnacional. En contraste, los ibos conceden
mucha mayor importancia a ser ibo que a ser nigeriano. Así pues, el factor
esencial para determinar la existencia de una nación no son las características
tangibles de un grupo, sino la imagen que éste se forma de sí mismo.
Muchas veces, la esencia abstracta del nacionalismo étnico no es perceptible
para el observador. Por ello, en los análisis de la discordia étnica se advierte una
comprensible propensión a reducir los conflictos a sus rasgos más fácilmente
discernibles. Así, la agitación ucraniana suele describirse popularmente como

37
Puesto que el concepto de nación no excluye la posibilidad de que existan divisiones internas
significativas, en realidad abarca dos importantes tipos de actitudes. Con respecto a las diferencias y si-
militudes intraiMciimales, hace hincapié, cuando es necesario, en los rasgos que fomentan la unidad; con
respecto a las diferencias y similitudes entre las naciones, siempre resalta los rasgos diferenciadores.
46 Etnmacitmalismo

un intento de defender la lengua ucraniana contra las agresiones rusas; se dice


que el mayor problema de Bélgica es esencialmente lingüístico; el conflicto en-
tre etíopes y eritreos y la problemática de Irlanda del Norte se atribuyen a razo-
nes religiosas; y en las disputas entre checos y eslovacos, bengalíes y paquista-
níes occidentales, y serbios y croatas, se estima que lo que está en juego son
básicamente cuestiones de diferenciación económica. Los factores lingüísticos,
religiosos y económicos que distinguen a unos pueblos de otros son fácilmente
discernibles y, lo que no es menos importante, fáciles de explicar a la audiencia.
Esta propensión a atribuir las divisiones étnicas a los rasgos diferenciadores más
tangibles encuentra muchas veces respaldo en las afirmaciones y acciones de
quienes están más implicados en ellas. Movidos por el deseo de afirmar su
singularidad, los miembros de los grupos étnicos suelen esforzarse en destacar
los rasgos visibles que más les caracterizan. Así, por ejemplo, con objeto de su-
brayar que su identidad no es rusa, los ucranianos basan su campaña por la su-
pervivencia nacional en la reivindicación del derecho a emplear el ucraniano,
en lugar del ruso, en sus comunicaciones escritas y orales. Pero cabe plantearse
si acaso la nación ucraniana (es decir, la conciencia popular de ser ucraniano)
no sobreviviría aun en el caso de que el ruso sustituyera por completo a su len-
gua, tal como perduró la nación irlandesa tras la virtual desaparición del gaé-
lico, por mucho que las consignas previas a 1920 defendieran que el gaélico y
la identidad irlandesa eran inseparables'8. ¿Es la lengua el fundamento básico
de la nación ucraniana, o no es sino un mero elemento menor que ha sido ele-
vado a la categoría de símbolo de una nación que lucha por perdurar? La identi-
dad nacional puede sobrevivir a transformaciones sustanciales de la lengua, la
religión, el estatus económico y cualquier otra manifestación tangible de su
cultura. Lo que no obsta para que quienes están implicados en una disputa ét-
nica no sólo tiendan a expresar su conciencia nacional a través de símbolos tan-
gibles, sino también a manifestar su aversión hacia la otra nación concretán-
dola en atributos externos fácilmente identificables. Es muy raro que alguien
reconozca que no le gusta un miembro de otro grupo por el mero hecho de ser
chino, judío, ibo, afroamericano, italiano o lo que fuere. Casi todos nos senti-
mos obligados a traducir a términos más «racionales» las reacciones básica-
mente emocionales (es decir, los prejuicios) ante estímulos foráneos. Decimos,
entonces, que no nos gustan «ellos» porque suelen ser vagos —o agresivos—,
o delincuentes, o porque tienen demasiados hijos o, si se trata de una minoría,
porque son unos traidores. «Ellos» tienen prejuicios contra nosotros y nos tratan
con altanería, desprecian nuestra cultura y están decididos a aprovecharse de
nosotros económicamente, pretenden imponernos su cultura y sus criterios y
relegarnos a un estatus inferior39. Para respaldar con datos tangibles este tipo

38
También podrían citarse como ejemplos el resurgimiento de los nacionalismos escocés y gales
incluso entre quienes han sido asimilados a la lengua inglesa.
39
Los esfuerzos pioneros de Hadley Cantril en el estudio de las imágenes estereotípicas que un
grupo se forma de otro son altamente pertinentes y valiosos para el estudio del nacionalismo étnico.
El hecho de que su objeto de estudio fuera el conjunto de la población de los países y no los grupos
étnicos no obsta para que la obra de Cantril y de los estudiosos más influidos por él tenga gran valor.
Ante la pregunta de qué adjetivos describen mejor a la población de otro país, es muy probable que
el encuestado piense en el grupo étnico políticamente dominante del Estado en cuestión (por ejem
plo, se percibe a los británicos como ingleses, a los sudafricanos como afrikaners, a los checoslovacos
Estadios estadounidenses de la segunda posguerra mundial Al

de alegaciones se suelen esgrimir estadísticas, no siempre fiables ni pertinen-


tes, relativas al empleo, a la delincuencia, a la natalidad, a los ingresos, a la
emigración, a la esperanza de vida y al bilingüismo. De tal suerte, la «idea»
toma cuerpo.
Como resultado de la tendencia compartida por participantes y observado-
res a describir los fenómenos etnopsicológicos como si fueran cuestiones tangi-
bles, nunca se llega a sondear la auténtica naturaleza ni la fuerza de los senti-
mientos étnicos. Tanto es así, que en muchas ocasiones los analistas ni siquiera
advierten que están ocupándose de un caso de nacionalismo étnico. La situa-
ción actual de Irlanda del Norte nos permitirá ilustrar esta cuestión.
Los conflictos que agitan los seis condados del norte de Irlanda se han
estudiado casi exclusivamente como si de un antagonismo religioso se tratara,
una reminiscencia curiosa de las guerras religiosas intranacionales que en épo-
cas pretéritas enfrentaron a franceses contra franceses, alemanes contra alema-
nes, etcétera. En los casos excepcionales en que el problema de Irlanda del
Norte no se ha considerado religioso, se ha estimado que es una lucha en pro
de los derechos civiles que pretende la reforma política y económica. Lo cierto
es que, en esencia, no es ni una cosa ni la otra; antes bien, es una lucha basada
en diferencias fundamentales relativas a la identidad nacional. En contra de
los relatos habituales, no todos los habitantes de Irlanda del Norte se consi-
deran irlandeses40. De hecho, una encuesta de opinión realizada en 1968 por
investigadores de la Universidad de Strathclyde puso al descubierto que la
mayoría de ellos no se tenían por irlandeses: si bien el 43% de los encues-
tados se veían como irlandeses, un 29% se consideraban británicos, un 21%
del Ulster y el 7% restante se adscribían a otra nacionalidad o a una naciona-
lidad mixta o indeterminada41.
Por desgracia, el estudio no se preocupó de correlacionar la identidad na-
cional de los encuestados con su religión; no obstante, a la vista de la historia
étnica y religiosa de la isla, no parece aventurado suponer que hay una fuerte
correlación entre la autoidentificación como irlandés y la adhesión al catoli-
cismo42. Ahora bien, la diferencia esencial es la que separa a quienes se atribu-
yen la nacionalidad irlandesa de quienes ni se consideran irlandeses ni son vis-
tos como tales por la mayor parte del contingente irlandés. El hecho de que la
religión sea un factor más bien accidental explica en parte por qué no se ha

como checos, etc.). Más importante es la limitación de que las respuestas no estén tabuladas en fun-
ción de la etnicidad de los encuestados. Y aún hay que tener en cuenta otro factor: los adjetivos que
suelen presentarse en los estudios de este tipo rara vez transmiten el profundo odio irracional que
pueden inspirar los habitantes de otro país. Los atributos negativos del tipo de atrasado, dominante,
engreído, e incluso cruel, son de un orden diferente que las pasiones inexpresadas que pueden llevar a
los camboyanos a masacrar a numerosos civiles vietnamitas desarmados; a los balineses, los javaneses
y los malayos a masacrar a los chinos; o a los hutus a ensañarse con los tutsis; a los hausas con los
ibos, o a los turcos con los armenios.
411
Un ejemplo típico es el artículo de Linda Charlton publicado en el Neiv York Times del 15 de
agosto de 1969, en el que se describe un conflicto que enfrenta al «irlandés contra el irlandés» y a
los «Prods» (protestantes) contra los católicos.
41
Richard Rose: The United Kingdom as a Multinational State, Glasgow, 1970, p.10.
1)2
La composición religiosa es la siguiente: 35% de católicos, 29% de presbiterianos (Iglesia de
Escocia), 24% de episcopalistas (Iglesia de Inglaterra), 10% de protestantes y 2% de otras religio-
nes, lbid., p.13.
48 Etnonaáonalismo

prestado oído a los repetidos llamamientos en favor de la tolerancia realÍ2ados


por casi todos los líderes religiosos43. En realidad, no sería más descabellado
decir que el conflicto se explica en razón de los apellidos que atribuirlo a las
religiones. A pesar de una cierta tendencia a los matrimonios mixtos, los ape-
llidos continúan siendo un indicador bastante fiable del linaje irlandés, por
contraposición al inglés y el escocés44. Por ello, los apellidos desencadenan a
veces reacciones positivas o negativas. Una manifestación lamentable de este
fenómeno es la inclinación de los irlandeses militantes (señalados como católi-
cos) a mostrarse particularmente agresivos con las unidades escocesas de las
Fuerzas Armadas británicas desplazadas a Irlanda del Norte, lo cual se explica
por la preponderancia de los apellidos escoceses en la población de Irlanda del
Norte que no es irlandesa45. La percepción popular irlandesa asimila a los ene-
migos de su tierra con las tropas escocesas por su común extranjería y por su
linaje escocés compartido.
Por lo que el autor de esta obra sabe, sólo una descripción de los conflictos
de Irlanda del Norte los ha situado en un contexto adecuado:

En el Ulscer, particularmente, buena parte de las tensiones datan del siglo


XVII. Tras una ronda más de enfrentamientos contra los católicos irlandeses,
los británicos alentaron a ingleses y escoceses a establecerse en Irlanda del
Norte para domesticar a los naturales. La población originaria católica ha
odiado desde entonces a los invasores protestantes, no sólo porque sean pro-
testantes, sino porque son forasteros con costumbres distintas y más privile-
gios. Entonces como ahora, las fricciones eran tanto sociales como religiosas46.

Si en la última frase sustituimos sociales por étnicas o nacionalistas., quedará en


evidencia que el conflicto de Irlanda del Norte no difiere mucho en cuanto a
sus causas últimas de las luchas entre flamencos y valones en Bélgica, entre les

" Véase el New York Times del 24 de enero de 1971 al respecto de la concentración de mujeres
de Belfast: ante la casa del obispo católico en protesta por una homilía en la que aconsejó a los católi-
cos que no tuvieran tratos con el ilegal Ejército Republicano Irlandés.
41
Constituye una excepción notable Terrence O'Neill, el antiguo primer ministro moderado. El
hecho de que los apellidos despierten fuertes asociaciones emocionales en la comunidad política de
Irlanda del Norte llevó a sus colegas a suponer que O'Neill les ayudaría a granjearse el respeto y la
confianza de la minoría irlandesa.
45
Véase el New York Times del 30 de abril de 1970. Véase asimismo el New York Times de dos i
días antes, donde se informa de que el orden se restableció en Belfast sólo después de que las tropas
escocesas fueran reemplazadas por tropas inglesas.
El estudio anteriormente mencionado sobre la identificación nacional pone claramente de mani-
fiesto que el término iriandoescocés es una denominación étnica equívoca. Se refiere simplemente a
las personas cuyos antepasados escoceses emigraron a Irlanda, pero no indica necesariamente una as-
cendencia irlandesa.
'"■ Wall Street Journal, 16 de agosto de 1969- Un análisis similar se publicó en la sección de car-
tas al director del New York Times del 12 de julio de 1970, firmado por John C. Marley: «Pero las
convicciones religiosas de los adversarios son incidentales con respecto a la cuestión política de
fondo, que es si los seis condados del Irlanda del Norte deben ser gobernados por una autoridad ex-
tranjera. Una mayoría aplastante de irlandeses, del Norte y del Sur, comparte el deseo de que los bri-
tánicos se marchen de Irlanda. La única excepción con respecto a este punto de vista es el grupo ét-
nico británico que constituye una mayoría únicamente en un pequeño enclave de treinta millas de
radio en torno a Belfast, y no en la totalidad de los seis condados ocupados».
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 49

Anglais y les Canadiens de Canadá, entre ibos y hausas en Nigeria, o entre los
«asiáticos» y los «africanos» de Guyana. Mas cuan distinta resulta la imagen
del carácter, la profundidad y la insolubilidad del problema de Irlanda del
Norte que se desprende de este análisis respecto a la imagen sugerida por la si-
guiente afirmación de C. L. Sulzberger: «todos son irlandeses y, por consi-
guiente, les encanta pelearse: son hombres formidables que se dejan arrastrar
fácilmente por la pasión [...] Todos los irlandeses, ya sean partidarios del Verde
o del Naranja, se divierten peleándose»47.
En resumen, muchas veces los conflictos étnicos se analizan desde una pers-
pectiva superficial que los atribuye a factores tangibles como la lengua, la reli-
gión, las costumbres, la desigualdad económica u otros. Y, sin embargo, el ver-
dadero germen de esos conflictos es una divergencia en la identidad básica que
se manifiesta en el síndrome de «nosotros-ellos». Y, en última instancia, la de-
cisión de si una persona es uno de los nuestros o de los suyos rara vez depende
de su adhesión a unos u otros aspectos culturales visibles. Esta cuestión es la
que ha dificultado los prolongados y todavía vanos intentos realizados por el
gobierno israelita para definir a los judíos. A efectos políticos y legales, el go-
bierno puede exigir la adhesión a una de las ramas de la religión hebraica
como prueba de que se es judío. Pero, al propio tiempo, el gobierno sabe muy
bien que hay muchas personas que se declaran agnósticas, ateas o que se han
convertido a otra religión y que no por ello son menos judías, en el sentido
más amplio y psicológicamente profundo del término; así como hay personas
que practican la religión hebraica y no son judíos desde el punto de vista ét-
nico. El judaismo ha sido, sin lugar a duda, un elemento importante del nacio-
nalismo judío, como también lo ha sido, en menor medida, el catolicismo en
el caso del nacionalismo irlandés. Pero un individuo —o un grupo nacional
entero— puede desprenderse de todas las manifestaciones culturales visibles
que tradicionalmente se atribuyen a su grupo étnico sin por ello perder su
identidad fundamental de miembro de esa nación. La asimilación cultural no
comporta necesariamente la asimilación psicológica.

3. La exageración infundada de la influencia del materialismo en los


asuntos humanos. Son muchos los especialistas que han señalado la inclina-
ción de un sector de estadistas y estudiosos estadounidenses del período poste-
rior a la Segunda Guerra Mundial a suponer que los aspectos económicos son
un factor determinante de los asuntos humanos. Así, por ejemplo, la promo-
ción y defensa de los programas de ayuda exterior se ha basado en la idea de
que el estatus económico de un Estado está directamente relacionado con su
forma de gobierno, su estabilidad política y su agresividad4". Por otro lado, los
planificadores políticos de los Estados Unidos han tratado de desactivar una se-
rie de encarnizados conflictos interestatales —e interétnicos— convirtiendo la
cooperación entre los adversarios en condición de la ayuda material (proyectos

1)7
New York Times, 10 de julio de 1970.
1(1
Se encontrarán varias descripciones de esta tendencia en Hans Morgenthau: «The American
Tradición in Foreign Policy», en Roy C. Macridis (comp.): Forrign Policy in World Politics, 3a ed., En-
glewood Cliffs, 1967, p.254, y en Stanley Hoffman: Gnlliver's Tmubles in the Setting of American Fo-
reign Policy, Nueva York, 1968, pp.120-121.
50 Etnonaaonalis,no

de los ríos Mekong, Jordán e Indo, por ejemplo). El Plan Marshall, el Punto
Cuarto, la Doctrina Eisenhower y la Alianza para el Progreso pueden verse
como otros tantos ejemplos de los esfuerzos por modificar actitudes apelando a
los intereses materiales.
La hipótesis de que los asuntos económicos son la fuerza primordial que mol-
dea las ideas y actitudes humanas ha tenido una influencia notable en buena
parte de la bibliografía relativa a la integración política. De manera implícita o
explícita, se sostiene que una minoría étnica no se escindirá de un Estado siem-
pre que su nivel de vida esté mejorando, tanto en términos reales, como en tér-
minos relativos a los demás sectores de la población estatal49. Este pronóstico es
uno más de los que subestiman la fuerza de los sentimientos étnicos y hacen caso
omiso de la evidencia contraria: por ejemplo, por lo que respecta a la cuestión de
la desigualdad económica entre varios grupos, pueden enumerarse varios casos en
que la conciencia étnica de una minoría y su animosidad hacia el elemento do-
minante se acentuaron a la vez que la diferencia en el nivel de ingresos de ambos
grupos se iba atenuando a pasos agigantados. Los flamencos de Bélgica y los es-
lovacos de Checoslovaquia son sendos ejemplos de lo expuesto5". E incluso hay
ejemplos de movimientos separatistas que emanan de un gmpo más aventajado
en términos económicos que el elemento étnico políticamente dominante: los
croatas y eslovenos, de Yugoslavia, y los vascos y catalanes, de España, ilustran
esta situación. En lo relativo al estatus económico objetivo, y no al comparativo,
ya se ha dicho antes que la discordia étnica se ha incrementado en todos los Esta-
dos multiétnicos, fuera cual fuese su nivel de desarrollo económico. Ahora bien,
las consideraciones económicas pueden actuar como revulsivo y reforzar la con-
ciencia étnica; y, tal como se ha apuntado, quienes están más implicados en un
conflicto lo exponen a veces en términos económicos. Pero, cuando rivalizan con
el componente emocional del nacionalismo étnico, ios factores económicos tie-
nen muchas probabilidades de salir malparados. Numerosos nexos coloniales se
han cortado sin tener en cuenta si resultaban o no beneficiosos para el pueblo co-
lonizado. El argumento de que su nación no tiene el tamaño necesario para con-
vertirse en una unidad económicamente viable difícilmente conseguirá disuadir
de su empeño a los separatistas (ya sean anguillanos, eritreos, nagas o galeses)*.
La consigna «Más vale un gobierno nefastamente dirigido por los filipinos que
un gobierno maravillosamente dirigido por los americanos» transmite un mensaje
no por simple menos profundo y de aplicación virtualmente universal.

4. La aceptación aerifica de la hipótesis de que el incremento de los con-


tactos entre los grupos fomenta la toma de conciencia de lo que tienen
en común y no de lo que les hace diferentes. También son numerosos los
especialistas que han señalado que la política exterior estadounidense está ex-
cesivamente influenciada por una concepción optimista de los asuntos huma-
nos, según la cual el hombre es un ser esencialmente racional y dotado de
buena voluntad, inclinado por naturaleza a buscar soluciones razonables a los

49
Ya se ha señalado antes que Karl Deutsch sostuvo exph'ciramence esta opinión en 1961. 511
Los afroamericanos de los Estados Unidos son un caso comparable.
* No debiera haberse mencionado a Eritrea, que es un movimiento de carácter más regional que
écnico.
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 51

problemas51. En el terreno de la etnicidad, este optimismo se manifiesta en la


convicción de que la falta de entendimiento entre las naciones se debe al des-
conocimiento que domina sus relaciones; de ello se deriva que un contacto ma-
yor entre las naciones fomentaría la comprensión y la armonía. La diplomacia
basada en el contacto personal que constituye la razón de ser del Peace Corps* es
una manifestación de esta creencia, como también lo es el apoyo oficial a am-
plios programas de intercambio cultural y educativo. La misma convicción se
hace patente asimismo en el hecho de que en las instancias oficiales no se con-
temple con inquietud que la presencia masiva de estadounidenses en un Es-
tado extranjero pueda generar reacciones xenófobas52. Por otro lado, estas con-
cepciones pueden contribuir a explicar por qué los estudios sobre la
integración política prestan tan escasa atención a la etnicidad: si la ampliación
de los contactos, motivada por la mejora de las redes de comunicaciones y
transportes, promueve la armonía, la heterogeneidad étnica no es una cuestión
que merezca ser analizada con detenimiento.
Sea como fuere, ya se ha indicado que, de hecho, los contactos promovidos
por la modernización han tenido el efecto contrario. La perspectiva optimista
no tiene en cuenta que, si bien es cierto que el conocimiento mutuo es requi-
sito previo de la amistad, también lo es de la rivalidad. Es más, la conciencia
de la propia identidad, que es una condición sine qua non de la nación, sólo
puede surgir cuando se identifica a quiénes no son miembros. La idea de que
se es único o diferente requiere un referente o, lo que es lo mismo, la idea de
«nosotros» precisa de «ellos». En consecuencia, se puede afirmar que, en el
mejor de los casos, la profundización en el conocimiento de otro grupo no ga-
rantiza la armonía, o que, cuando menos, en conjunto tiene tantas probabilida-
des de provocar una respuesta positiva como negativa. Y a la vista de la evi-
dencia empírica sobre el auge de la conciencia étnica y de las disensiones
étnicas, cabría añadir que la última posibilidad es la más probable.

5. Las analogías inadecuadas con el caso de los Estados Unidos. Muchas


obras sobre la integración política mencionan el éxito de la historia de asimila-
ción de los Estados Unidos como prueba de que la identidad básica de un pue-
blo es fácil de transferir del grupo étnico a otra agrupación de mayor tamaño
que coincida con el Estado53. Por otro lado, es probable que la concepción de

51
Particularmente significativo para este análisis es el siguiente comentario de Gabriel Al-
mond: «Este optimismo manifiesto es un ingrediente tan compulsivo de la cultura estadounidense,
que los factores que lo amenazan, como el fracaso [...] se desvían del foco de atención y se tratan de
una manera superficial.» (The American People and Foreign Policy, Nueva York, 1961, pp.50-51). Vé
ase también Frederick Hartman, The New Age ofAmerican Foreign Policy, Nueva York, 1970, p,58.
* El Peace Corps es una agencia gubernamental estadounidense creada en 1961, cuyo objetivo
oficial es el envío de voluntarios para ayudar al desarrollo de diversos países del Tercer Mundo (Nota
delaTrad,).
52
Comparemos, por ejemplo, la costumbre estadounidense de animar a los soldados de su país a
que pasen sus permisos en Bangkok, con la costumbre soviética de minimizar la presencia rusa en
Estados como la República Árabe Unida (Egipto). Véase Connor: «Ethnology and che Peace of
South Asia», pp.51-86, con respecto a la influencia de la presencia extranjera sobre la lucha de gue
rrillas, así como a las distintas percepciones que de esa influencia se tienen en Estados Unidos, por
un lado, y en China, la Unión Soviética y Vietnam del Norce, por otro.
Vi
Véase, por ejemplo, el comentario de Karl Deutsh citado anteriormente en la p.34.
Etntmaciunalistiio
52

Estados Unidos como un «crisol» de culturas haya ejercido una influencia no


reconocida expresamente sobre un número mucho mayor de estudiosos Si en
los Estados Unidos se dio, casi de manera espontánea, un vasto proceso de asi-
milación, ¿por qué no ha de repetirse la experiencia en otros lugares? Si de una
mezcolanza étnica enormemente variada surgió casi por sí misma una sola «na-
ción estadounidense» {American nation), cabría esperar que el proceso se desa-
rrollara con pareja naturalidad en el resto del mundo. Pero, como veremos, es-
tablecer esta analogía entraña graves riesgos.
Cuando negarnos la pertinencia de universalizar la experiencia estadounidense
no estamos basándonos en el renovado interés que en los últimos tiempos vienen
suscitando en Estados Unidos las cuestiones étnicas. La miríada de monografías y
artículos dedicados a estos temas que se han publicado- recientemente demuestra
de manera inequívoca que el proceso de fusión étnica aún no está a la altura del
mito y que la herencia nacional preestadounidense continúa siendo un indicador
importante de la vida de barrio, de las pautas de voto, del asociacionismo, etcé-
tera54. Es más, muchos estadounidenses que antaño minimizaran la importancia
de su herencia preestadounidense han comenzado a enorgullecerse de ella. Ahora
bien, estos hechos no son necesariamente aplicables al estudio del nacionalismo
étnico; como tampoco alteran el hecho incuestionable de que en los Estados Uni-
dos se ha conseguido un grado excepcionalmente alto de asimilación. Aunque la
fusión absoluta aún no se haya producido, y quizá no llegue a producirse nunca,
sí ha hecho notables avances y sigue progresando a buen ritmo. Asimismo, aun
cuando el resurgimiento del orgullo étnico resultara ser algo más que una moda
pasajera, tampoco habría que concluir por ello que se trata de una manifestación
del nacionalismo étnico. Ya se ha apuntado antes que el concepto de la nación
única no excluye las disensiones internas. En el seno de una sola nación pueden
existir relaciones «nosotros-ellos» de menor ámbito, siempre que en cualquier si-
tuación donde se ponga a prueba la lealtad el «nosotros» más amplio de la nación
demuestre ser más poderoso que las exigencias de una religión o región particu-
lar, del legado étnico preestadounidense o de cualquier otro factor minoritario.
Subrayar la propia herencia cultural italiana o polaca no es en absoluto incompa-
tible con sentirse parte de la «nación estadounidense».
Ahora bien, el nacionalismo negro sí puede entrañar un desafío abierto con-
tra el «nosotros» más amplio de la «nación estadounidense». Si bien es cierto
que bajo el estandarte común del nacionalismo negro se agrupan actitudes y
objetivos muy diversos, todos ellos coinciden en subrayar el hecho fundamental
de que lo que hasta ahora se ha conocido como la «nación estadounidense» ha
sido, de hecho, una nación blanca. El nacionalismo negro es un nacionalismo en
el sentido más estricto del término, ya que rechaza la identificación con la .«na-
ción estadounidense» y afirma la existencia de una nación negra rival". Y esto
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 53

es así tanto en el caso de que los nacionalistas defiendan la postura de «dos na-
ciones y un solo Estado» como en el de que propugnen la separación política de
facto. Por consiguiente, el nacionalismo negro constituye un objeto válido de
investigación en el área de estudio de la etnicidad como fenómeno global. Pero,
como ya se ha dicho, la asimilación entre los estadounidenses blancos no es un
modelo adecuado para otras situaciones.
El factor clave que singulariza el proceso de asimilación en los Estados Unidos
es que el impulso asimilador procedió en su mayor parte de los grupos sin asimi-
lar y no del grupo dominante. El emigrante típico, excepción hecha del africano,
abandonaba voluntariamente su lar cultural y recorría una distancia notable, tanto
en sentido físico como psicológico, para internarse en un entorno etnopolítico di-
ferente que no presentaba semejanzas políticas o psicológicas notables con su tie-
rra natal. Además, ya perteneciera a una generación o a otra, tanto él como los de-
más inmigrantes de su etnia estaban en franca minoría numérica con respecto a la
población estadounidense dominante, la anglosajonizada. Y aunque bien pudiera
darse el caso de que este emigrante viviera —y que sus descendientes sigan vi-
viendo— en un gueto étnico donde se preservaban su lengua y sus costumbres
originales, el gueto no era lo bastante grande ni reunía las condiciones económicas
necesarias para permitirle realizar sus aspiraciones más ambiciosas, ya fueran de
índole económica, social o política. El emigrante se daba cuenta en todo mo-
mento de que pertenecía a una entidad cultural más amplia que impregnaba y
modelaba el gueto de innumerables maneras56, y sabía que el único medio de sor-
tear los obstáculos más obvios interpuestos en el camino de sus ambiciones era
aceptar la asimilación cultural. Como consecuencia de todo esto, los problemas
étnicos de los Estados Unidos no se han caracterizado fundamentalmente por la
resistencia de las minorías a la asimilación, sino porque el grupo dominante care-
cía de la capacidad o de la disposición necesarias para permitir que la asimilación
se desarrollara al ritmo deseado por quienes aún no se habían asimilado.
En el resto del mundo, el problema de la etnicidad suele ser el contrario,
siendo así que las minorías por lo general perciben que la presión hacia la asi-
milación procede del grupo dominante. Pensemos, por ejemplo, en un franco-
canadiense que vive en la gran provincia de Quebec, predominantemente fran-
cesa. Esa persona habita en su patria étnica, en un lugar poblado por franceses
desde antes de la llegada de les Anglais y cargado de resonancias emocionales.
Allí los angloparlantes y su cultura son intrusos, extranjeros en una tierra fran-
cocanadiense. Es más, la comunidad francocanadiense es lo bastante grande
como para acoger dentro de su ámbito étnico a grandes triunfadores57. En con-

indicador de si el encuestado aspira a la independencia de su nación. Pero no hay que deducir de ello
que los estudios actitudinales sean válidos para determinar esas actitudes. Hay una crítica muy acer-
tada de esos estudios, realizada por un profesional con mucha experiencia en el tema, en Arnold
Rose: Migrants in Europe, Mineápolis, 1969, pp.lOO y passim.
56
Las instituciones y servicios públicos (en especial los colegios), los medios de comunicación
que trascienden al gueto, la publicidad y las elecciones son algunas de las numerosas fuerzas externas
que afectan al gueto.
" La cuestión del tamaño contribuye a explicar por qué suele corresponder a los profesionales un por-
centaje desproporcionadamente alto de partidarios de la separación total. Bélgica, Canadá y Ceilán [Sri
Lanka] ofrecen ejemplos pertinentes. Puesto que en los sociedades menos desarrolladas los objetivos tende-
rán a ser menos ambiciosos, una comunidad menor puede bastar en las situaciones menos modernas.
Utnonacionalismo
54

secuencia respaldado como está por las fuerzas y símbolos de su entorno poco
es lo que anima al individuo a renunciar a su cultura y mucho lo que le lleva a
despreciar y a rechazar la intromisión de una cultura ajena. A diferencia de la
asimilación en Estados Unidos, que, por lo general, ha sido entendida por la
minoría como un acto voluntario, en Canadá, todo cuanto requiera de cierto
grado de asimilación desprende un tufo a coerción física o psicológica58. Esta
reacción es a tal punto universal, que la expresión «imperialismo cultural» se
ha difundido con gran rapidez. Y es una reacción que se refuerza a sí misma,
ya que exacerba la susceptibilidad étnica y lleva a considerar ofensivo lo que
ayer se tenía por inocuo. De tal suerte, las tensiones étnicas se magnifican y las
tenues posibilidades de llevar a cabo la asimilación se desvanecen aún más.
En conclusión, puede decirse que las analogías trazadas con la experiencia
estadounidense suelen ser engañosas. Una cosa es que una proporción relativa-
mente pequeña de personas se alejen voluntariamente de su medio cultural
para incorporarse a un medio político-cultural ajeno donde la asimilación cul-
tural se percibe positivamente, en tanto que requisito indispensable del éxito;
pero es muy distinta una situación caracterizada por la coexistencia de dos o
más grupos grandes que se hacen fuertes en un territorio al que consideran su
patria tradicional y su reserva cultural, Y éste suele ser el trasfondo de la gran
mayoría de los enfrentamientos interétnicos.

6. Deducir erróneamente que el hecho de que el aumento de las comu-


nicaciones y los transportes contribuya a difuminar las diferencias cul-
turales entre las regiones de un Estado en el que básicamente predo-
mina una sola cultura, significa que el mismo proceso se repetirá en
situaciones en las que están implicadas dos o más culturas distintas. No
es necesario demostrar que el aumento de los contactos entre las regiones de
los Estados Unidos ha debilitado las culturas políticas regionales distintivas
{sectionctlism). Los medios de comunicación de ámbito estatal (en particular, la
televisión y el cine), los movimientos de población interregionales, la difusión
geográfica de la industria y sus productos, así como la creciente estandariza-
ción de la educación han tendido a homogeneizar los Estados Unidos. Entre
los factores que dan claro testimonio de esta tendencia pueden citarse el ate-
nuamiento del «efecto regional» distintivo en los patrones de voto que antes
caracterizaba al país («el bloque del Sur» [the Solid South] demócrata y la Nueva
Inglaterra norteña republicana, por ejemplo) y la progresiva eliminación de la
singularidad de las costumbres locales en cuanto a los dialectos, el humor, la
vestimenta y la música. Pero cuando no nos ocupamos de variaciones dentro de
un solo grupo cultural, sino de varios grupos culturales distintos y autodife-
renciados, el aumento de los contactos, como ya se ha dicho, tiende a generar
tensiones en lugar de armonía. El aumento de los contactos ha incrementado
la discordia entre vascos y castellanos, checos y eslovacos, rusos y ucranianos,
valones y flamencos, galeses e ingleses, canadienses francoparlantes y anglopar-
lantes, serbios y croatas. Y lo mismo puede decirse con respecto a los diversos

—rs t^^¿r dominante para °btener - <™d— -ia •**-


Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 55

grupos de Tailandia y Etiopía. El incremento de los contactos suele tener un


efecto en los entornos uniculturales y otro muy distinto en las zonas de diver-
sidad cultural59.

7. La presunción de que la asimilación es un proceso unidireccional. Si


partimos del supuesto de que la asimilación es irreversible, cualquier avance
demostrado de la asimilación se convierte en un logro irrevocable y en funda-
mento del optimismo. En el Reino Unido, donde los pueblos escocés y gales
estuvieron inmersos durante generaciones en un proceso continuo de acultura-
ción y llegaron a una asimilación lingüística casi completa, y donde la identi-
dad nacional británica era una noción cargada de significado para la mayoría
de los escoceses y galeses, la autoridades se mostraron durante muchos años
prácticamente unánimes en su convicción de que la homogeneidad de la iden-
tidad se había logrado de una vez por todas60. Pero el súbito resurgimiento de
los nacionalismos escocés y gales en la década de los sesenta demuestra que el
proceso de asimilación puede invertirse siempre que el aliento de la identidad
étnica supuestamente asimilada no se haya extinguido por completo.

8. La interpretación de la falta de enfrentamientos étnicos como signo in


dicador de la existencia de una sola nación. La existencia de una sola con
ciencia nacional compartida por todos los sectores de la población de un Estado
no puede deducirse de la mera ausencia de enfrentamientos étnicos. Llegar a una
conclusión de tal índole siempre es arriesgado pues, así como el fervor con que
se abraza el nacionalismo étnico y la forma en que se manifiesta varían sustan-
cialmente de un individuo a otro, también varían con el transcurso del tiempo
en el caso de las naciones. Casi nadie sostendría que el nacionalismo alemán ha
muerto, si bien es evidente que desde la década de los treinta se ha aplacado y
se ha canalizado por distintas vías. A los períodos en que el nacionalismo
adopta formas más pasivas pueden seguirles otros de nacionalismo militante y
viceversa. Por otro lado, las relaciones bilaterales entre los grupos étnicos fluc
túan tanto como las relaciones interestatales; se sitúan a lo largo de un continuo
que va de la relación genocida a la simbiosis. Aunque Canadá y los Estados
Unidos hayan coexistido en pacífica vecindad durante muchas generaciones,

" La relación inversa hace que el empleo del término regionalismo resulte un sustituto particu-
larmente inadecuado y peligroso de nacionalismo étnico.
''" Richard Rose se cuenta entre esos especialistas. En 1964, observaba que «la política actual
del Reino Unido está muy simplificada por la ausencia de divisiones importantes con respecto a la
etnicidad, la lengua o la religión [...] La solidaridad del Reino Unido de hoy día puede deberse a un
conjunto fortuito de circunstancias históricas; aún así, es real e importante» {Politia in England, Bos-
ton, 1964, pp.lü y 11). Pero en 1970, la situación se había modificado tan drásticamente que el
profesor Rose publicó un libro con el título de The United Kingdom as a Midti-National State. En la
página 1, Rose cita a A.S. Amery, Samuel Beers, Harry Eckstein, Jean Blondel y S.E. Finet como
ejemplos de escritores que en tiempos recientes no han logrado detectar la importancia potencial de
las divisiones étnicas del Reino Unido. Estos autores no constituyen de ninguna manera una excep-
ción por el hecho de no haber previsto el gran cambio de actitudes que estaba a punto de producirse
en Escocia y Gales. Véase, por ejemplo, el capítulo 1 de este volumen, donde el autor de esta obra
reconocía la fuerza inminente de la idea nacionalista escocesa, pero también la infravaloraba. Véase,
también, J.D. Mackie: A History ofScotland, Baltimore, 1964, pp.367-370, donde un autor escocés
tampoco reconoce la fuerza sumergida pero a punto de aflorar del nacionalismo escocés.
56 Etnonaríonalismo

ello no significa que constituyan un solo Estado. Del mismo modo, la ausencia
de hostilidades entre dos grupos étnicos vecinos no indica la inequívoca presen-
cia de una única identidad transgrupal. Ya hemos señalado que diversos grupos
étnicos pueden coexistir, al menos durante algún tiempo, en el seno de un sola
estructura política. Entre los factores relevantes en este tipo de situaciones cabe
mencionar el grado de conciencia de la propia cultura, la forma en que la mino-
ría percibe la magnitud y el carácter de las amenazas contra la conservación de
su grupo como entidad singular, así como la reputación que el gobierno se haya
labrado al responder con mayor o menor dureza a los actos de «traición». Mas,
en cualquier caso, la coexistencia —aun cuando sea pacífica— no debe tomarse
como prueba de la existencia de una nación única.
El error de interpretación consistente en creer que la falta de conflictos en-
tre los grupos étnicos es un indicador de la unidad nacional no sólo se ha co-
metido con respecto a situaciones pacíficas. Otra apreciación inexacta común
es atribuir una sola conciencia nacional a movimientos militantes que encua-
dran en sus filas a miembros de grupos étnicos diferentes. La conciencia étnica
no se convierte de manera automática en obstáculo para desarrollar una acción
coordinada, o incluso conjunta o integrada, contra un enemigo que se estima
común, ni tampoco una acción en pro de la consecución de un objetivo dese-
ado por todos. Es posible, y ocurre a menudo, que diversos grupos étnicos
marchen bajo el mismo estandarte y coreen las mismas consignas. Ahora bien,
muchas veces se ha cometido el error de identificar esos movimientos conjun-
tos como manifestación de un nacionalismo único que abarca a todos los gru-
pos aliados. En la época de decadencia del colonialismo, por ejemplo, diversos
sectores de la población de la India británica coincidieron en el deseo de libe-
rar al subcontinente del dominio extranjero y el movimiento resultante en pro
de la supresión del gobierno británico se identificó generalmente con el nacio-
nalismo indio (subdividiéndolo a partir de 1930 en dos nacionalismos: el
hindú y el musulmán). Se habría hecho mayor justicia a la realidad si se hu-
biera descrito ese movimiento como una alianza en tiempos de guerra, similar
en muchos aspectos a las que entablan los Estados. Así como las alianzas inte-
restatales tienden a debilitarse gradualmente a medida que la amenaza común
se va desvaneciendo y la consecución del objetivo se ve más próxima, una vez
que los británicos anunciaron su intención de retirarse de sus dominios, los la-
zos interétnicos entraron en un proceso sostenido de deterioro dentro de los
nuevos Estados poscoloniales, Hoy día siguen existiendo movimientos mul-
tiétnicos anticoloniales en el puñado de colonias que aún no se han liberado,
como Angola y Mozambique*. Son asimismo muy frecuentes en una serie de
situaciones poscoloniales en diversas regiones, como Birmania [Myanmar], el
norte de Borneo, Nueva Guinea occidental y en toda la cordillera indochina.
Todas estas alianzas étnicas están compuestas por varios movimientos naciona-
les, mas ninguna coincide con una sola nación. Ahora bien, el que no exista
discordia étnica entre los diversos grupos étnicos —bien porque simplemente
no se enfrentan, bien porque cooperan entre sí— no puede tomarse como
prueba de la existencia de una conciencia nacional común.

* Tanto Angola como Mozambique lograron independizarse a mediados de los años setenta.
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 57

La tendencia a interpretar como unidad étnica la ausencia de conflictos ét-


nicos declarados ha tenido una influencia importante en las teorías de la
«construcción de la nación». Contribuye asimismo a explicar el hábito muy
común de describir Europa occidental como una región compuesta por Estados
totalmente integrados, cuando, como hemos visco, la situación es muy otra.
Así, Europa occidental se pone como modelo de algo que no es, se esgrime
como prueba de la posibilidad de conseguir en otros lugares algo que ni ella
misma ha logrado61. Otra consecuencia de esta tendencia es la costumbre de
analizar los estallidos del nacionalismo étnico con teorías ad boc, en lugar de
considerarlos manifestaciones contemporáneas de un fenómeno global e histó-
rico. El desencadenamiento de hostilidades étnicas en Malasia, Jamaica, Bu-
rundi, España o Canadá se consideran como casos aislados y la mayoría de los
observadores no tardan en olvidarlos una vez que se restablece una situación
más pacífica. Por ello, la ubicuidad y la relevancia del nacionalismo étnico no
llegan a reconocerse por lo que son.

9. La comprensión errónea del tiempo cronológico y del desarrollo de


los sucesos cuando se analizan los fenómenos contemporáneos por ana-
logía con las experiencias asimilacionistas previas a la «era del naciona-
lismo». Cuando los expertos invocan con entusiasmo el ejemplo de las nacio-
nes de Europa occidental y de Asia oriental constituidas a partir de elementos
étnicos muy dispares, olvidan que los modelos previos al siglo XIX pueden no
resultar pertinentes en la situación actual. Nunca se citan ejemplos importan-
tes de asimilación posteriores al inicio de la era del nacionalismo y a la propa-
gación del principio de autodeterminación de las naciones.
En conjunto, puede afirmarse que los pueblos que antes del siglo xix se de-
jaron seducir por los halagos de otras culturas (los pueblos que se convirtieron
en «ellos») no tenían conciencia de pertenecer a un grupo cultural peculiar y
orgulloso de sus propias tradiciones y mitos. En ese contexto, no había una
competencia fuerte para lograr la lealtad de los grupos. En nuestros días, por
el contrario, los pueblos del mundo tienen por lo general más presente su per-
tenencia a un grupo con un origen mítico singular, unas costumbres y creen-
cias peculiares, y tal vez una lengua propia, todo lo cual les diferencia de los
demás grupos y permite al individuo común responder intuitiva e inequívoca-
mente a la pregunta: «¿Tú qué eres?». La respuesta espontánea: «Soy luo», en

'■' Véanse en el capítulo 1 de este volumen una serie de ejemplos de esta tendencia a confundir
la ausencia de enfrentamientos étnicos con la existencia de Estados-nación en toda Europa Occiden-
tal. Entre quienes han incurrido en este error se cuentan figuras tan notables como John Stuart Mili,
Lord Accon, Ernest Barker y Alfred Cobban; su error de apreciación afectaba, entre otros lugares, al
Reino Unido, a Bélgica, a Suiza y a España. De igual forma, el perspicaz Frederick Engels escribió
en una ocasión: «Los gaélicos de las tierras altas (los escoceses) y los galeses pertenecen sin duda a na-
cionalidades distintas de la británica, pero nadie atribuiría a estos vestigios de pueblos desaparecidos
hace mucho tiempo el título de nación, como tampoco se lo otorgarían a los habitantes célticos de la
Bretaña francesa» (Citado en Román Rosdolsky: «Worker and Fatherland: A Note on a Passage in
the Communist Manifestó», Setenes andSociety, 29, 1965, p.333; énfasis añadido). En su obra más re-
ciente, Nutionalism and Its Alternativa, Karl Deutsch también pone Europa occidental de modelo de
región con Estados bien integrados. Y en ambas ediciones de Nationalism and Social Communkation,
Deutsch afirma que los bretones, los escoceses, los flamencos, las francocanadienses, los francosuizos,
los germanosuizos y los galeses están totalmente asimilados.
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 59

de los contactos pueden decidir si un pueblo avanzará despacio hacia la asimi-


lación o deprisa hacia el etnocentrismo.
Si esta es la relación que existe entre la asimilación y el tiempo asimilacio-
nista, habría que albergar grandes dudas con respecto a la posibilidad de some-
ter a la ingeniería social el proceso de asimilación. La planificación se orienta
antes a la acción que a la inacción, y suele actuar en el tiempo de vida de una
generación y no en el de varias generaciones. Y, lo que es más importante, la
modernización tiende a imponer su propio calendario. Los avances tecnológi-
cos y otras fuerzas modernizadoras llevan incorporado un mecanismo de acele-
ración que provoca un continuo «encogimiento del mundo» y de sus Estados
tal como están definidos actualmente. Así pues, la frecuencia y la ubicuidad de
los contactos intergrupales parecen estar destinadas a aumentar en progresión
geométrica, sin que en ello influyan los deseos del planificados

11. La confusión de los síntomas con las causas. Los textos teóricos sobre
la integración política suelen pecar de optimismo, como ya se ha apuntado an-
tes. Ahora bien, a medida que los Estados de nueva creación demostraban po-
seer una cohesión menor de la prevista, las explicaciones de su desintegración
política han ido menudeando más y más. Pero en muchas de estas explicacio-
nes se toman por causas últimas de la decadencia política algunos de sus sínto-
mas y algunos de los factores de escasa importancia que han contribuido a fo-
mentarla.
Por ejemplo, un estudio sobre la decadencia política en el África subsaha-
riana63, enumera entre sus causas, además del colonialismo y el neocolonia-
lismo,

a) la sobrevaloración de la fuerza real del gobierno centralizado;


b) el debilitamiento de los «partidos de masas»;
c) la reducción de la movilización política;
d) la disminución de los vínculos entre el gobierno estatal y sectores de la
población;
e) la incapacidad del Estado para satisfacer las necesidades percibidas de la
población;
f) la pérdida del aura carismática que antaño poseyeran las figuras políticas
más notables, y
g) la existencia de un «impulso pretoriano».

Esta lista no incluye la cuestión de la lealtad fundamental, ni tampoco la iden-


tidad étnica. Por otro lado, es evidente que los factores enumerados no son
causas sino síntomas (a, b, d, e, f) o factores de escasa importancia cuya perti-
nencia se limita a unas cuantas situaciones específicas (c y g). Para identificar
la causa original de la desintegración política habría que preguntarse por qué se
tenía una idea exagerada del poder el gobierno central, por qué los partidos de

6)
Christian Potholm: «Politkal Decay in Post-Independence África: Some Thoughts on its
Causes and Cures», ponencia presentada en el Congreso Anual de la New York State Political
Science Association, 1970.
60 Etiumacioiulism

«masas» demostraron ser inestables, por qué el gobierno no consiguió estable-


cer vínculos sólidos con todos los sectores de la población y por qué las figuras
de «los padres de la patria» perdieron su popularidad.
La causa primordial de la desunión política es la falta de unas coordenadas
psicológicas compartidas por todos los sectores de la población. La homogenei-
dad étnica no garantiza por sí sola ese tipo de consenso, como lo demuestran
las disensiones internas de Vietnam. Mas en el caso del Estado multinacional,
ya se ha señalado que la identidad primaria de la mayoría de los habitantes no
se extiende más allá del grupo étnico. Y, con algunas excepciones, los nuevos
Estados son multiétnicos.
Retomemos ahora el ejemplo del África subsahariana con objeto de ilustrar la
importancia de la conciencia étnica en tanto que impedimento de la integración
política del Estado multiétnico. El nacionalismo étnico es a todas luces el hecho
político de mayor trascendencia en esta región y las identidades fundamentales en
las que se basa serán de gran ayuda para responder a las preguntas que hemos
planteado. La fuerza de los gobiernos centrales se sobrevaloró en un principio
porque no se tuvo en cuenta que, en general, la lealtad de la gente rara vez se
extendía más allá de su propio grupo étnico; tanto fue así que, a pesar de la
brevedad de la historia poscolonial subsahariana, una proporción eleva-dísima de
Estados (más de un tercio) ya han experimentado la fragmentación étnica en su
forma más exacerbada: la guerra civil entre facciones étnicas64. En la mayoría de
los Estados los partidos de masas se han utilizado fundamentalmente como
medio de encubrir las rivalidades étnicas, sin sustentarse en la identificación
del individuo con el partido65. Y en lo tocante a las figuras de los «padres de la
patria», en términos generales, sólo han conservado su ascendiente sobre
quienes los veían como líderes étnicos; así, por ejemplo, Kenyatta sigue
conservando su carisma ante los kikuyus, y tiene problemas con los luos y con otros
grupos que lo consideran ante todo un kikuyu66.

M
Burundi, Camerún, Chad, Congo (Kinshasa), Costa de Marfil, Etiopía, Kenia, Nigeria, Ruanda,
Sudán, Tanzania (Zanzíbar), Uganda y Zambia. El Congo (Brazzaville) también vivió una guerra étnica
en vísperas de su independencia, y, en Ghana, Nkrumah sofocó los movimientos separatistas ashantí y
ewe al comienzo de su gobierno. Los golpes de Estado que tuvieron lugar en Dalio-mey y Sierra Leona
también se justificaron alegando que su propósito era evitar una guerra étnica. En Liberia, el gobierno de
Tubman declaró culpable a un oficial de haber conspirado pata desencade-| nar una guerra civil étnica.
La etnicidad también desempeña un papel importante en la lucha contra I, los portugueses librada en
Angola y en Mozambique, mientras que en el francés Territorio de los Afars y los Issas [Djibouti] también
ha habido violencia étnica.
65
Edward Feit dijo en cierta ocasión que los partidos políticos africanos eran «la prolongación
de las guerras tribales por otros medios». Véase asimismo sus comentarios sobre este asunto en «Mi-
litary Coups and Political Development: Some Lessons from Ghana and Nigeria», World Politia, 20,
b
1968, p.184.
(
* Aunque no haya ocurrido en un Estado africano, el derrocamiento de Norodom Sihanoukes
un ejemplo muy instructivo relativo a una figura muy popular que durante muchos años desempeñó
conscientemente el papel de gran líder nacional (léase «étnico») y fue visto así por el pueblo jemer
de Camboya. Después del golpe palaciego que derrocó a Sihanouk, era esencial para los líderes suble-
vados que la lealtad jemer a Sihanouk se transfiriera sin demora al nuevo gobierno. Con este obje-
tivo el nuevo gobierno difundió una serie de acusaciones contra la personalidad y la historia de Siha-
nouk, a mayoría de las cuales eran falsas o exageradas. Ahora bien, la acusación más efectiva resultó
ser la de que bihanouk había sido «blando con los vietnamitas», al permitir que el Viet Cong y otros
vietnamitas violaran con impunidad el territorio patrio jemer. Esta acusación, unida n la intensiva
campana para fomentar el odio contra la etnia vietnamita, situó a Sihanouk en un dilema: cómo se-
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial (¡ 1

No está de más repetir que la homogeneidad étnica no basta por sí misma


para garantizar unos vínculos de unión tan inquebrantables que puedan resistir
los efectos de las fuerzas disgregadoras. Así pues, el estudio de los compo-
nentes de una identidad eficaz debiera tener en cuenta el impacto de las insti-
tuciones, las oportunidades económicas, la geografía, la alfabetización, la
urbanización y otra miríada de factores. Ahora bien, la experiencia pasada y
presente de los Estados multiétnicos parece indicar de manera inequívoca que
probablemente la nación étnica es la que señala los límites externos de dicha
identidad. Si se cree que hay una manera viable de transferir la identificación y
la lealtad fundamentales de la nación al Estado, o si se vislumbran métodos de
dar cumplimiento a las aspiraciones nacionales en el seno de un Estado mul-
tiétnico, ciertamente hay que indagar en esas posibilidades. Mas lo que debe
evitarse a toda costa es ocultar la potente fuerza disgregadora del particula-
rismo étnico atribuyendo a sus síntomas el importante papel que desempeña.

12. La predisposición del analista. El último punto de esta lista de factores


que contribuyen a la infravaloración general de las repercusiones del naciona-
lismo étnico es el que resulta más difícil de documentar, siendo así que se trata
de la influencia que sobre la percepción del analista pueden tener los ideales
que abraza. A la vista de las numerosas e inequívocas manifestaciones del na-
cionalismo étnico que nos ofrecen África y Asia —y el resto del mundo—, es
difícil comprender por qué muchos estudios sobre el desarrollo hacen caso
omiso de ellas o se limitan a tratarlas superficialmente. Las once consideracio-
nes precedentes no bastan, ni siquiera en conjunto, para explicar por qué no se
reconoce la trascendencia del factor étnico. Por ello, parece imponerse la con-
clusión de que la predisposición de los analistas también está en juego; que el
«constructor de la nación» abriga los mejores deseos para los pueblos de su
área de estudio; que está convencido de que el bienestar de los pueblos va ne-
cesariamente unido al Estado tal como está constituido actualmente, y que su
compasión le ha llevado a distorsionar su manera de percibir las cosas, de
suerte que, ajeno a la situación real, considera que las tendencias que estima
deseables son las que de hecho existen. Si el nacionalismo étnico no es compa-
tible con su visión, hace como si no existiera. El miedo a que dar publicidad al
nacionalismo étnico contribuya a reforzarlo es otra razón concomitante para
eludir su análisis. En ambos casos, los hechos indeseables o bien se pasan por
alto, o bien se descartan a la ligera. Y aunque esta actitud pueda estar justifi-
cada para el planificador político, nunca lo estará en el caso del estudioso.

¿íuir siendo el paladín del nacionalismo jemer a la vez que entablaba una alianza con Hanoi y el Viet
Cong, una alianza que le era indispensable para oponerse a las fuerzas armadas que el nuevo gobierno
«mboyano reñía a su disposición. Así pues, la esrraregia contra Sihanouk consistió en volver el na-
cionalismo étnico jemer contra quien fuera su mayor líder, acusándole de traidor y de estar promo-
viendo la causa de un enemigo étnico histórico.
CAPÍTULO 3
UN PANORAMA MÁS ACTUAL

Este artículo se escribió en 1984 con el objetivo de presentarlo en el Seminario


Conjunto sobre Desarrollo Político (JOSPOD -Joint Seminar on Political Deve-
lopment) de Harvard y el MIT [Michigan Institute of Technology], El JOSPOD
celebraba ese año su vigésimo aniversario (bajo la codirección de Myron Wei-
ner y Samuel Huntington) y, con ese motivo, encargó a una serie de autores
que revisaran, desde el punto de vista de sus intereses particulares, la biblio-
grafía sobre desarrollo político de los últimos veinte años y propusieran posi-
bles líneas de investigación para el futuro.
Así pues, la primera parte de este artículo coincide necesariamente en algu-
nos puntos con el capítulo previo, siendo así que «¿Construcción o destrucción
de la nación?» se ocupa del mismo período de tiempo. Ahora bien, el nuevo
texto se centra básicamente en la bibliografía de los años setenta y de comien-
zos de los ochenta, así como en la presentación de diversas propuestas encami-
nadas a perfeccionar nuestras técnicas de investigación. Por último, quiero se-
ñalar entre paréntesis que si tuviera que actualizar este texto para incluir los
estudios posteriores a 1984, creo que no sería necesario retocar sustancial -
mente mi evaluación de la bibliografía posterior a 1970.
Etnonacionalismo

EL ETNONACIONALISMO*

UNA MIRADA RETROSPECTIVA


Señalar que en los últimos veinte años el etnonacionalismo ha desempe-
ñado un papel crucial, tanto en el Primer Mundo como en el Segundo y
en el Tercero, es arriesgarse a abundar en lo obvio. Incluso el observador
más circunstancial de la escena mundial sabe que Bélgica, España, Francia
y el Reino Unido no son Estados étnicamente homogéneos, o que la leal-
tad de los flamencos, los corsos, los vascos y los galeses a sus respectivos
Estados no puede darse por sentada. La agitación étnica ocurrida en
China, Rumania, la Unión Soviética y Vietnam (y otros muchos Estados
marxista-leninistas) es asimismo un hecho establecido, aunque no tan di-
vulgado. La relevancia de la heterogeneidad étnica de los Estados del Ter-
cer Mundo ha llegado a apreciarse hasta tal punto que incluso las infor-
maciones periodísticas sobre los golpes de Estado, las elecciones y las
luchas de guerrillas de esos países suelen hacer referencia a las dimensio-
nes étnicas del problema.
Ciertamente, pocos estudiosos pueden afirmar que previeron este resurgi-
miento global del etnonacionalismo o reconocieron sus primeras manifestacio-
nes. Por lo que al Primer Mundo respecta, se impuso la tendencia a considerar
que estaba formado por Estados-nación y no por Estados multinacionales, o, en
todo caso, a presuponer que la Segunda Guerra Mundial había convencido a
los pueblos de Europa occidental de que en el nacionalismo era un interés tras-
nochado y excesivamente peligroso para la era moderna. Las señas de identidad
de la Europa futura se predecían supranacionales y supraestatales. Con respecto
al Segundo Mundo, la opinión general mantenía que un eficacísimo aparato de
poder y el adoctrinamiento de las masas en la ideología marxista-leninista
había convertido en superfluo u obsoleto el problema del etnonacionalismo.
En efecto, los estudiosos dieron por buena la versión oficial de los gobiernos
marxista-leninistas, según la cual la aplicación de la política nacional leninista
había resuelto «la cuestión nacional» al conseguir que las masas abrazaran el
internacionalismo proletario. Los estudios sobre el Tercer Mundo tendían asi-
mismo a pasar por alto la heterogeneidad étnica, o a desecharla alegremente
como si fuera un fenómeno efímero. La consigna de la teoría del desarrollo po-
lítico de aquella época era la «construcción de la nación», aunque quienes la
defendían rara vez presentaban propuestas sobre cómo forjar una conciencia
nacional que unificara a distintos elementos étnicos.
¿Cómo cabe explicar esta enorme discrepancia entre la teoría y la realidad?
Hace ya más de un decenio, el autor de esta obra sugirió doce causas que, sola-
pándose y reforzándose, contribuían a dar cuenta de esta situación1:
Un panorama más actual 65

1. El empleo equívoco de los términos clave como si fueran intercambiables. Princi


pal resultado: la tendencia a equiparar el nacionalismo con la lealtad al
Estado (patriotismo) y, en consecuencia, a dar por sentado que el Estado
siempre saldrá victorioso de cualquier rivalidad entre lealtades.
2. La comprensión errónea de la naturaleza del nacionalismo étnico y la consecuente
tendencia a subestimar su fuerza emocional. Principal resultado: la percep
ción de las disonancias étnicas como si estuvieran basadas en la lengua,
la religión, las costumbres, la desigualdad económica u otros factores
tangibles y, propter hoc, la incapacidad para profundizar en los sentimien
tos étnicos y llegar a comprender su naturaleza y fuerza auténticas.
3. La exageración infundada de la influencia del materialismo en los asuntos huma
nos. Principal resultado: la suposición implícita o explícita de que el origen
de la discordia étnica es de carácter económico y que, por tanto, para apla
car a las minorías étnicas basta mejorar su nivel de vida, tanto en términos
reales como relativos a los de otros sectores de la población del Estado.
4. La aceptación aerifica de la hipótesis de que el incremento de los contactos entre
los grupos fomenta la toma de conciencia de lo que tienen en común y no de lo que
los hace diferentes. Principal resultado: la creencia optimista en que el re
forzamiento de los vínculos entre los grupos revela a la par que fomenta
la armonía de sus relaciones (como se manifiesta, por ejemplo, en la teo
ría del flujo de transacciones).
5. Las analogías inadecuadas con el caso de los Estados Unidos. Principal resul
tado: la suposición de que la historia de aculturación y asimilación de una
sociedad de inmigración se puede repetir en los Estados multinacionales.
6. Deducir erróneamente que el hecho de que el aumento de las comunicaciones y los trans
portes contribuya a difuminar las identidades regionales significa que el mismo proceso
se repetirá en situaciones en las que están implicados dos o mas pueblos etnonacionaks.
Principal resultado: la suposición de que la pérdida de importancia de las
identidades regionales en un Estado étnicamente homogéneo, como puede
serlo Alemania, sienta un precedente para los Estados multinacionales.
7. La hipótesis de que la asimilación es un proceso unidireccional. Principal resultado: el
menor signo indicativo del avance de la aculturación/asimilación se considera
un logro irreversible y fundamento suficiente para predicciones optimistas.
8. La interpretación de la falta de enfrentamientos étnicos como signo indicador de la exis
tencia de una sola nación, Principal resultado: un período de calma en las relacio
nes entre dos o más grupos etnonacionales lleva a los estudiosos a: a) presumir
que la sociedad es étnicamente homogénea, o a b) percibir los «movimientos
de liberación nacional» multiétnicos como fenómenos monoétnicos.
9. La comprensión errónea del tiempo cronológico y del desarrollo de los sucesos cuando
se analizan los fenómenos contemporáneos por analogía con las experiencias asimi-
lacionistas previas a la «era del nacionalismo». Principal resultado: los casos
de asimilación previos al siglo xix se ofrecen como otras tantas pruebas
de que la identidad étnica es un fenómeno básicamente mudable.
10. La comprensión errónea de la duración del proceso de asimilación, que impide
comprender que los intentos de abreviar el «tiempo asimilacionista» mediante el
aumento de la frecuencia y del ámbito de los contactos pueden desencadenar una
reacción negativa. Principal resultado: la convicción de que la asimila
ción se puede someter fácilmente a la ingeniería social.
Etnonacwnalisnm

11 La confusión de los síntomas con las causas. Principal resultado: las expli-
caciones de la decadencia política se centran en fenómenos secundarios,
como el debilitamiento de los «partidos de masas», en lugar de acudir
a la raíz de las rivalidades étnicas.
12. La predisposición del analista. Principal resultado: la propensión a perci
bir como reales las tendencias que se estiman deseables.

Esta lista de motivos dista mucho de ser exhaustiva, y al menos podrían


añadírsele otros cinco:

13. La falsa creencia en que los Estados de Europa occidental eran Estados-nación
plenamente integrados. Una serie de destacados teóricos del desarrollo po
lítico sostenían explícitamente que la experiencia de los Estados de
Europa occidental se repetiría en los Estados del Tercer Mundo a me
dida que fueran desarrollándose. De tal suerte, utilizaban a los países
de Europa occidental como modelos de algo que no eran, como prueba
de que los Estados-nación se desarrollarían en el Tercer Mundo.
14. La tendencia a aplicar enfoques académicos convencionales al Tercer Mundo.
Buena parte de los primeros estudios sobre el Tercer Mundo reflejaban
la formación primermundista de los analistas. Las vías de investigación
que venían aplicándose a las sociedades del Primer Mundo se transfe
rían a los Estados tercermundistas. Así pues, numerosos estudios sobre
el Tercer Mundo se consagraban al análisis de las estructuras de los
partidos políticos y a las pautas de voto en los parlamentos estatales,
sin comprender que, en esos países, los partidos políticos se veían mu
chas veces a nivel popular como una prolongación de las rivalidades ét
nicas por otros medios.
15. IM excesiva concentración en el Estado. Muchos de los estudios pioneros so
bre el Tercer Mundo se limitaban a ofrecer el punto de vista de la capi
tal del país, sin prestar atención a la perspectiva de las patrias étnicas.
16. La excesiva concentración en el grupo dominante en el caso de sociedades con un
Staatvolk, como Birmania y Tailandia. Esta tendencia se manifiesta, por
ejemplo, en algunos estudios político-culturales de ámbito supuesta
mente estatal en los que no se hace referencia alguna a la cultura polí
tica de las minorías étnicas, aun cuando éstas representen un porcen
taje significativo de la población.
17. La tendencia de muchos estudiosos a dar prioridad a ¿as explicaciones basadas
m la clase social1. El nacionalismo étnico enfrenta a esos estudiosos con
una grave paradoja, en tanto en cuanto indica que los compartimentos
vemcales que dividen a la humanidad en alemanes, ingleses, ibos,
malayos y demás categorías semejantes generan identidades y leal-
cíoícl^é? P SaS qUe l0S com ardmentos
P horizontales denomina-

***

-■ *«V «» deuda con Myron Weiner por haberme hecho notar esta omisión en mi Hsca.
Un panorama más actual 67

Por la razón o razones que fuesen, la escuela de la «construcción de la nación»


no prestó la atención debida a lo que, en la mayoría de los Estados, era uno de
los mayores obstáculos para el desarrollo político, cuando no el principal. Hoy
día, tal como hace un par de décadas, el nacionalismo étnico constituye la
amenaza más grave para la estabilidad política en una miríada de Estados tan
alejados geográficamente como Bélgica, Birmania [Myanmar], Etiopía, Gu-
yana, Malasia, Nigeria, la Unión Soviética, Sri Lanka, Yugoslavia y Zimbabue.
Y puesto que los teóricos del desarrollo político no se han ocupado de los pro-
blemas planteados por la heterogeneidad étnica, no deja de resultar inquie-
tante que no se haga referencia a tan notable fallo en la revisión de la teoría del
desarrollo político y de sus críticas que ha realizado Gabriel Almond*. Lo
cierto es que, aun cuando numerosos autores han llamado la atención sobre la
pasmosa infravaloración del factor étnico en los estudios sobre la «construcción
de la nación», esas críticas no han hallado respuesta en quienes son general-
mente considerados los creadores de la teoría del desarrollo político.

UNA PERSPECTIVA ACTUALIZADA

La indiferencia de los estudiosos ante los problemas de la heterogeneidad ét-


nica no tardó en desaparecer tan pronto como los movimientos étnicos comen-
zaron a multiplicarse. A mediados de los setenta, el estudio de la heterogenei-
dad étnica y sus consecuencias era una empresa en plena expansión. En la
última década, millares y millares de artículos centrados en el etnonaciona-
lismo han ocupado muchas páginas de las publicaciones en lengua inglesa.
Una legión de monografías y colecciones se han dedicado al mismo tema, así
como un sinnúmero de tesis doctorales. Los congresos y mesas redondas sobre
la etnicidad están a la orden del día, y los coloquios sobre este tema se han
convertido en elemento habitual de los programas de las reuniones anuales de
las asociaciones profesionales. Una serie de publicaciones nuevas (como la Ca-
nadian Review of Studies in Nationalism o Ethnic and Racial Studies) dan asi-
mismo testimonio del renovado interés por la etnicidad.
Es indisputable que este amplio Corpus teórico ha contribuido a aumentar
notablemente nuestro conocimiento de diversos pueblos, de sus actitudes y
conductas interétnicas, de sus líderes y aspiraciones. Sin embargo, también hay
que reconocer que esta industriosa actividad académica no ha generado una
aproximación a un planteamiento coherente del tema. No se ha logrado ni un
asomo de acuerdo con respecto al mejor medio para acomodar la heterogenei-
dad étnica e, incluso, a si es posible lograrlo sin recurrir a la coerción. Estos
desacuerdos son a su vez el reflejo de la falta de consenso con respecto al fenó-
meno que es supuestamente el tema común de todos estos estudios. En algu-
nos casos, la investigación, que ha recurrido a términos cajón de sastre como
pluralismo cultural, ha agrupado diversas categorías de identidad (por ejem-

* Gabriel Almond, «The Developmenr oFPolitical Development», en Myron Weiner y Samuel


Hunrington (comps.): UndentimdingPolitkctlDevelopment, Boston, 1987, pp. 437-490.
,-„ Etnonacionalismo

pío, religiosa, lingüística, regional y etnonacional) como si fueran una sola o,


cuando menos, como si ejercieran la misma influencia sobre la conducta. Otros
investigadores, dejándose llevar por el uso incorrecto que suele hacerse del tér-
mino etnicidad en el contexto de la sociedad estadounidense, han rubricado
con él estudios sobre prácticamente cualquier tipo de minoría que pueda haber
en un Estado (pese a que el término etnicidad deriva del vocablo griego ethnos,
empleado para designar a un grupo caracterizado por su común ascendencia).
La utilidad de categorías tan amplias es más que dudosa; en el mejor de los ca-
sos, emplearlas impide plantearse la cuestión crucial de qué identidad grupal
tiene más probabilidades de resultar más poderosa cuando se ponen a prueba
las lealtades.
Hay además otros estudiosos que, aun ocupándose del etnonacionalismo, lo
han descrito como un «ismo» más. Después de haber adscrito erróneamente el
término nacionalismo a la lealtad al Estado, se han visto obligados a acuñar un
término diferente para definir la lealtad al grupo etnonacional. Entre las alter-
nativas más comunes pueden citarse primordialismo(s), tribalismo, regiona-
lismo, comunitarismo {communalism), localismo (parochialism) y subnacio-
nalismo. Como cada uno de estos términos ya poseía un significado sin relación
alguna con el nacionalismo, la confusión terminológica que envuelve el estudio
del nacionalismo no ha hecho sino acrecentarse. (Así, por ejemplo, el término
comunitarismo, que en el contexto de Europa occidental hace referencia a la
autonomía de los gobiernos locales en tanto que en el subcontinente asiático
alude a la identidad confesional, ha aparecido en títulos de libros y artículos re-
firiéndose al etnonacionalismo de África y del Asia sudoriental.) Por otra parte,
cada uno de estos términos ejerce su propio efecto distorsionador sobre las per-
cepciones del autor y del lector. En conjunto, este vocabulario tan variado
puede producir la equívoca impresión de que lo que se define erróneamente
como regionalismo en un país, como tribalismo en otro y como comunitarismo
en otro, son fenómenos diferentes, cuando en realidad el objeto de estudio es en
todos los casos el etnonacionalismo. La imprecisión del vocabulario es un factor
sintomático a la vez que un potenciador de la ambigüedad en la que está su-
mida el estudio del etnonacionalismo. Como ya se ha señalado en otro lugar':

En un mundo como el de Alicia en el País de las Maravillas donde nación


suele significar Estado, donde el término Estado-nación se emplea por lo ge-
neral para designar a los Estados multinacionales, donde nacionalismo sig-
nifica generalmente lealtad al Estado, y donde etnicidad, primordialismo,
pluralismo, tribalismo, regionalismo, comunitarismo, localismo y subnacio-
nahsmo se refieren por lo general a la lealtad a la nación, no debería sorpren-
dernos que la naturaleza del nacionalismo siga básicamente pendiente de ser
investigada.

En efecto, muy pocos estudiosos han abordado directamente la cuestión de


en que consute el vínculo etnonacional. Entre quienes se plantearon esta cues-
tión en la primera mitad de este siglo predominaba el enfoque empírico con-

1
Váise el capitulo 4.
(Jnpanorama más actual ¿9

sístente en preguntar: «¿Qué constituye una nación?». Carlton Hayes y Hans


Kohn fueron dos de los grandes teóricos que se enfrentaron a este interrogante,
preguntándose qué era necesario y qué era superfluo para la existencia de una
nación. La respuesta típica solía referirse a una lengua común, una religión
compartida, un territorio único u otros factores semejantes. La definición de
nación formulada por Stalin en 1913, que aún ejerce una enorme influencia en
los estudios marxista-leninistas, encaja perfectamente en esta tradición: «Una
nación es una comunidad estable de personas que ha llegado a desarrollarse a
lo largo de la historia y que está constituida sobre la base de una lengua, un te-
rritorio, una vida económica y una estructura psicológica comunes, manifesta-
dos en una cultura compartida»4. Esta perspectiva sigue contando con sus in-
condicionales, entre quienes destaca Louis Snyder. No hay que negarle el
mérito de destacar la oportunidad de recurrir a un amplio marco comparativo
para estudiar el etnonacionalismo. Ahora bien, los análisis comparativos de-
muestran que ningún conjunto de características tangibles es esencial para que
se mantenga la conciencia nacional, y, aún más, se diría que este enfoque cae
en la trampa ya aludida de confundir las manifestaciones externas de una na-
ción con su esencia.
Como se ha señalado antes, muy pocos estudiosos de la generación actual
han tratado seriamente de investigar en profundidad la naturaleza del vínculo
etnonacional, con lo que han obligado a los interesados a inferir el concepto
que tienen de él a partir de sus comentarios sobre las causas o soluciones de la
agitación etnonacional. Cuando se emplea este criterio, da la impresión de que
muchos autores tienen escaso respeto por el dominio psicológico y emocional
que la identidad étnica ejerce sobre el grupo. Para algunos, la identidad etno-
nacional viene a ser poco más que un epifenómeno que se activa como resul-
tado del desposeimiento económico relativo y se elimina mediante un mayor
igualitarismo. Otros lo rebajan a la categoría de un grupo de presión que se
moviliza con objeto de competir por unos recursos escasos. Una vanante del
concepto de grupo de presión pone mayor énfasis en el papel de las élites; en
lugar de considerarse como una respuesta más o menos espontánea de las ma-
sas ante la competencia, el avivamiento de la conciencia nacional se considera
una estratagema a la que recurren los aspirantes a convertirse en élite para pro-
mocional* su posición social. Por último, en manos de muchos adeptos al mo-
delo del «colonialismo interno», grupos etnonacionales enteros se equiparan a
una clase socioeconómica, con lo que la conciencia etnonacional viene a con-
vertirse en conciencia de clase.
Todos estos enfoques pueden criticarse por ser una prolongación de la ten-
dencia de los estudiosos a incurrir en una «infundada exageración de la
influencia del materialismo en los asuntos humanos» a la que antes nos referi-
mos. Pueden criticarse asimismo por ser ejemplos de una aplicación equivo-
cada de diversos enfoques teóricos (como la teoría del grupo de presión, la teo-
ría de las élites y la teoría de la dependencia). Además, se las puede criticar
con fundamentos empíricos. (El propagandista más conocido de la tesis del co-
lonialismo interno, Michael Hechter, se ha retractado recientemente de sus

* Jostph Stalin: Marxism andthe National Qtiestion, Moscú, 1950, p.16.


70 Etnonacionalismo

opiniones por considerar que dicha tesis tiene escaso poder explicativo)5. Mas
la principal objeción que debe hacérseles es que no reflejan la profundidad
emocional de la identidad etnonacional ni los enormes sacrificios colectivos
que se han hecho en su nombre. Las explicaciones conductuales que aluden a
grupos de presión, a ambiciones elitistas o a la teoría de la elección racional no
dicen nada en absoluto de las pasiones que mueven a los guerrilleros kurdos,
tamiles y tigrinos, ni a los terroristas corsos, irlandeses, palestinos o vascos.
Como tampoco hablan de las pasiones que desembocaron en las masacres de
bengalíes cometidas por los asameses o en las de punjabíes cometidas por los
sijs. La conclusión es que estas explicaciones tienen poco que decir sobre la
conducta inspirada en el etnonacionalismo.
Entre los estudiosos que demuestran un interés más profundo por las di-
mensiones psicológicas y emocionales de la identidad etnonacional se ha ido
formando un núcleo reducido, aunque cada vez mayor, que define el grupo
etnonacional como un grupo de parentesco. Forman parte de dicho núcleo Jos-
hua Fishman6, Donald Horowitz7, Charles Keyes8, Kian Kwan y Tomotshu
Shibutani9, Anthony Smith10 y Pierre van den Berghe11. Y, curiosamente, Yu
Bromley, uno de los académicos más influyentes en el estudio de la conciencia
nacional en la Unión Soviética, también reconoce la función del parentesco en
la formación de la nación, pese a que esta formulación del nacionalismo se
aleja del marxismo clásico12.
Reconocer el sentimiento de parentesco común que impregna los vínculos
etnonacionales allana varias dificultades. Se logra, por un lado, establecer una
diferencia cualitativa entre la conciencia nacional y las identidades no relacio-
nadas con el parentesco (como las basadas en la religión o la clase), con las que
tan a menudo se ha equiparado. Asimismo, el sentimiento intuitivo de paren-
tesco o de pertenencia a una familia extensa explicaría por qué las naciones
poseen una dimensión psicológica —y emocional— de la que no están dotados
los grupos esencialmente funcionales o jurídicos, tales como las clases socio-
económicas y los Estados.
A diferencia de lo que ocurre en el mundo académico, los líderes políticos
percibieron hace mucho tiempo ese sentimiento de pertenencia a un linaje co-
mún y han apelado a él abiertamente para movilizar a las masas13. Recorde-

5
Michael Hechter, Debra Friedman y Malka Appelbaum: «A Theory of Ethnic Collective Ac-
tion», International Migration Repiew, ló, 1982, pp.412-434. El artículo hace hincapié en la elección
racional como medio de superar las limitaciones explicativas de la estratificación en grupos.
6
Joshua Rshman: The Rise andFall ofthe Ethnic Revival in ihc USA, La Haya, 1985.
7
Donald Horowitz: Ethnic Groups m Conflkt, Berkeíey, 1985.
" Charles F. Keyes: «Towards a New Formulation ofthe Concept of Ethnic Group», Ethniaty, 3,
1976,pp.2O2-213.
9
Kian Kwan y Tomorshu Shibutani: Ethnic Stratifkation: A Combarative Apbroacb Nueva York
1965, p.47.
10
Anthony D. Smith: The Ethnkal Revival, Cambridge, 1981.
1
Pierre van den Berghe: «Race and Ethnicity: A Sociobiological Perspectiva, Ethnic and Ra
cial Stiidies, 1, 1978, pp.401-411.
12
Yu. Bromley: «Echnography and Ethnic Processes», Problems on the Contemhoran World 73.
1978, Moscú.
13
Se encontrará un examen más completo y numerosos ejemplos en el capítulo 8 de este volu
men.
Un panorama más actual -¡\

mos, por ejemplo, cómo Mao Tse-Tung definía en 1938 a los comunistas chi-
nos: «parte de la gran nación china, carne de su carne y sangre de su
sangre»14. O leamos el programa actual del Partido Comunista Rumano,
donde se afirma que el cometido fundamental del partido es defender los in-
tereses nacionales de «nuestro pueblo», una nación «nacida de la fusión de los
dacios [un pueblo antiguo] y los romanos»13. Un artículo publicado en Hungría
en 1982 criticaba a una publicación rumana por promover un «Estado
etnocrático» fundado en «la unidad de una "raza de pura sangre", donde no
tiene cabida la especie rara, el forastero»16. Las apelaciones a «la limpieza de
sangre» y a «la pureza de sangre» cuentan con una larga tradición entre los
políticos castellanos. En África, los líderes yorubas y fangs han fomentado la
leyenda de un origen común, mientras los líderes malayos hacían lo propio en
su país.
Cabría preguntarse por qué los estudiosos han tardado tanto en descubrir
algo que es mayoritariamente sentido por los pueblos y que no había pasado
inadvertido a sus líderes. Entre las razones que pueden dar cuenta de esta si-
tuación se incluyen la incomodidad que lo «no racional» (nótese: no lo irra-
cional) genera en los intelectuales, así como la búsqueda de explicaciones
cuantificables y, por ende, tangibles. Otro factor explicativo es la propensión
a pasar por alto la distinción crucial entre la realidad y la percepción de la
realidad. Diversos estudios de la última generación, a los que se ha hecho
alusión, mencionaban la ascendencia común como uno de los posibles crite-
rios para definir la nación; ahora bien, acto seguido los autores se apresuraban
a negar la importancia de ese factor señalando que es posible demostrar que
la mayoría de los grupos nacionales descienden de varios pueblos. Esto es,
en efecto, un hecho demostrable; pero las conductas no se inspiran en la
realidad, sino en lo que la gente cree que es real. Una nación es un grupo de per-
sonas que se caracteriza por un mito sobre su ascendencia común. Es más,
sean cuales fueren sus orígenes, una nación debe comportarse como un grupo
esencialmente endogámico con objeto de conservar el mito en el que se
funda.
Ya se ha dicho antes que el hecho de que un reducido núcleo de estudiosos
influyentes hayan llegado a reconocer el mito de la ascendencia común como
una de las características definitorias de la nación da pie a previsiones optimis-
tas. Es posible que a lo largo de la próxima década se llegue a profundizar se-
riamente en las dimensiones subjetivas del vínculo nacional. Fishman ya ha
comenzado a explorar esta área, mientras que, en su obra Grupos étnicos en con-
flicto, Donald Horowitz señala que recurrir a la psicología experimental (para
ocuparse tanto de la conducta individual como de la grupal) sería una vía de
investigación fructífera para mejorar la comprensión del etnonacionalismo.
Por su parte, Pierre van den Berghe apunta que los estudios de sociobiología
tienen mucho que aportar al estudioso de la identidad étnica.

'■< Sekcted Works of Mao Tse-Tung, vol.2, Pekín, 1975, p.209.


1
"• Prográmate of the Romanian Commtmist Party for the Bttilding of the Multilattrally Developed Socia-
li.u Society and Romania's Advance toward Communism, Bucarest, 1975:
"• Gyorgy Szaraz: «On a Curious Book»,>»»/ PuUications Research Service 82763, 3 enero de
1983.
72 Etnonacionalismo

Podrían citarse, al menos, otras dos vías de investigación que probable-


mente contribuirían a ahondar en la dimensión emocional/psicológica del
etnonacionalismo. Los poetas, consagrados a la expresión de las pasiones más
profundas, serían a buen seguro guías más fiables en este terreno de lo que lo
han sido los científicos sociales. Hasta ahora, apenas se han realizado estudios
comparativos de la poesía nacionalista de las diversas regiones del mundo, y,
dejando al margen los valores estéticos, sería sin duda muy ilustrativo saber
qué sentimientos e imágenes han solido invocar los poetas nacionalistas de
reconocido prestigio, dejando de lado por una vez los factores geográficos, de
desarrollo y otros de índole semejante.
Otra fuente que posiblemente contribuiría a esclarecer la esencia del etno-
nacionalismo son los discursos de los líderes nacionalistas, así como los panfle-
tos, programas y demás documentos de las organizaciones etnonacionalistas.
Este tipo de materiales se han solido despreciar considerándolos mera propa-
ganda que ni siquiera convencía a sus autores. Ahora bien, el nacionalismo es
un fenómeno de masas y poco importa que sus líderes sean nacionalistas con-
vencidos o no lo sean; no se trata de averiguar la sinceridad del propagandista,
sino ei tipo de instinto de masas al que apela su propaganda. Es incuestionable
que Napoleón tenía más de manipulador que de verdadero nacionalista, pero
ello no obstaba para que la mayoría de los soldados de sus ejércitos estuvieran
inflamados de un auténtico ardor nacionalista. Así las cosas, no estaría de más
realizar un estudio comparativo de los contenidos de los discursos y programas
nacionalistas: ¿con qué frecuencia se repiten determinados términos e imáge-
nes?, ¿qué referentes se utilizan para desencadenar una respuesta psicológica?
Sea como fuere, hay que dar por descontado que muy pocos estudiosos tra-
tarán de ahondar en la esencia del nacionalismo. Tal como ha ocurrido hasta
ahora, la mayoría de los autores que se ocupan del etnonacionalismo estudiarán
sus manifestaciones en alguna sociedad concreta y/o determinados programas
políticos encaminados a refrenarlas. Aun así, el tratamiento general que den al
tema y la valoración que hagan de los programas en cuestión serán necesaria-
mente un reflejo de la percepción implícita que los autores tengan del etnona-
cionalismo, y es de esperar que los análisis en este campo expresen cada vez
más ese hondo respeto hacia la profundidad emocional y psicológica del etno-
nacionalismo que hemos observado en la obra de una minoría, cada vez mayor,
de escritores de peso.

BREVE COMENTARIO SOBRE LA POSIBILIDAD DE ESTABLECER


COMPARACIONES

Antes de abordar la cuestión de cómo resolver el problema del etnonaciona-


lismo es apropiado escribir unas líneas sobre la posibilidad de establecer com-
paraciones. Los principales estudiosos del nacionalismo están de acuerdo en
que es esencial emplear una amplia perspectiva comparativa. Tal como lo ha
señalado Hans Kohn: «El estudio del nacionalismo debe emplear un método
comparativo; no puede restringirse a una sola de sus manifestaciones; sólo la
comparación de distintos nacionalismos del mundo entero permitirá que el
U n panorama más actual -¡ i

analista descubra lo que tienen en común y lo que poseen de peculiar, pu-


diendo de ese modo realizar una valoración justa»17.
Aun cuando esta afirmación suscitaría una aquiescencia prácticamente ge-
neral, lo cierto es que el enfoque comparativo no nos ha dado la clave mágica
para entender el problema. Muchos estudios comparativos decepcionan, pues
dejan al lector impresionado con las disparidades entre las sociedades más que
con sus similitudes. En otros casos, unas analogías simplistas en exceso han
llevado a conclusiones extremadamente cuestionables. En ausencia de una ana-
logía perfecta, la aproximación comparativa al etnonacionalismo continuará
siendo una herramienta analítica imperfecta, que, sin embargo, podría mejo-
rarse estableciendo una categorización de pueblos y Estados que toda analogía
debiera respetar. En otras palabras, debería ser posible asignar la mayoría de
los pueblos y Estados a una serie de categorías que asegurasen un cierto grado
de pertinencia a la hora de establecer analogías internas y que, a la vez, sirvieran
como señal precautoria cuando se comparasen pueblos o Estados clasificados en
categorías diferentes. La Tabla 1 es una tentativa de crear una clasificación en
categorías que permita no caer en algunas de las analogías erróneas que más
obstaculizan la comprensión del etnonacionalismo.

Tabla 1 Categorías para establecer comparaciones

Estados
Estados-nación Estados
multinacionales
1. Estados monopatria
2. Estados multipatria
3. Estados sin patrias
Estados de inmigración
Estados mestizos

Pueblos
Prenaciones/naciones potenciales
Naciones
Naciones retoño
Naciones en la diáspora (emigrantes y refugiados)
Miembros de sociedades de inmigración

Las limitaciones de espacio nos obligan a que el repaso de estas categorías


sea somero. Comenzaremos por la clasificación de Estados. Los Estados-nación,
caracterizados por la extremada homogeneidad de su población, son las situa-
ciones relativamente infrecuentes en que una nación posee su propio Estado.

17
Hans Kühn: The Idea of Nationalism: A Study in ¡ts Orígim and Backgraund, Nueva York, 1944,
pp.IX-X.
74 Etnonacionalimio

Islandia, Japón, Noruega y la Polonia posterior a la Segunda Guerra Mundial


responden a este esquema.
Los Estados multinacionales son los más comunes. Ahora bien, es importante
diferenciar los Estados monopatria, los Estados mukipatria y los Estados sin
patrias. Los atlas etnográficos ponen de manifiesto que la mayoría del mundo
habitado está dividido en territorios patrios etnonacionales, regiones cuyos
nombres reflejan los derechos especiales que sus pobladores creen tener sobre
ellos; Baluchistán, Escocia, Nagalandia, Ucrania y Zululandia sirven de mues-
tra. El concepto de patria o territorio patrio está íntimamente relacionado con el
mito de un pueblo con ancestros comunes. La sensación de que este lugar es el
hogar de la familia extensa le dota de una dimensión reverencial que se ma-
nifiesta en términos tan universales como patria {fatherland), madre patria
(motberland) y lar patrio {bomeland). Los miembros de un pueblo que habita un
territorio patrio se consideran con derechos preferentes y exclusivos sobre su
tierra. Aunque la presencia de forasteros se acepte, y aun se anime de manera
temporal (la de trabajadores extranjeros invitados, por ejemplo), la exigencia de
que los residentes temporales vuelvan a su país puede plantearse en cualquier
momento, e incluso hacerse extensible a los compatriotas además de a los ex-
tranjeros. Una serie de estudios bastante exhaustivos realizados en la [antigua]
Unión Soviética confirman las pautas de conducta y actitudes observadas en
otras regiones del mundo. El hecho de que un pueblo habite en su suelo patrio
o viva fuera de él ejerce una influencia decisiva en cuestiones tales como su ac-
titud con respecto a la adopción de la lengua de ámbito estatal (si no coincide
con la suya), su buena disposición para contraer matrimonio fuera del grupo,
la elección de una identidad etnonacional por parte de los hijos de matrimo-
nios mixtos y las actitudes hacia otros grupos etnonacionales. Quienes habitan
en su patria manifiestan una animosidad más enconada hacia otros grupos y
una resistencia mayor a la aculturación y a la asimilación. La consecuencia más
relevante de la psicología del lar patrio es la hostilidad que genera la intrusión
de extraños en la «tierra natal». Los ejemplos de este fenómeno abundan en el
Primer Mundo (Euskadi y Córcega), en el Segundo Mundo (Lituania, Uiguris-
tán [China] y Eslovenia) y en el Tercer Mundo (Assam, Baluchistán, Bangsa-
moro [Filipinas] y Kurdistán).
Los Estados multinacionales monopatria son aquéllos en los que la diversidad
étnica deriva de la inmigración. El pueblo autóctono estima que todo el territo-
rio estatal es territorio patrio histórico, si bien es posible que sus propios ante-
pasados emigraran a la región en tiempos remotos (por ejemplo, los malayos de
Malasia y los cingaleses de Sri Lanka). Aun cuando esté en minoría (como los
fijianos), un pueblo autóctono considera que, al ser «hijos de la tierra», tanto
ellos como su cultura merecen una situación de privilegio con respecto a los in-
trusos. El enorme aumento de las migraciones globales que está produciéndose
en la actualidad redundará posiblemente en el engrosamiento de esta categoría.
Los trabajadores extranjeros invitados que adoptan como residencia fija otro país
están seguramente transformando antiguos Estados-nación, como la República
Federal Alemana y Suecia, en Estados monopatria multinacionales.
Los Estados multinacionales multipatria, que constituyen la categoría más am-
plia, están sujetos a grandes variaciones con respecto al número de territorios
patrios que contienen. Así como algunos se componen básicamente de dos pa-
Un panorama más actual 75

trias (Checoslovaquia)*, algunos llegan a englobar más de un centenar (Nige-


ria). La Unión Soviética** es uno de los Estados más complejos incluidos en
esta categoría. Allí, el sistema político reconoce, con diversos grados de auto-
nomía administrativa, un total de cincuenta y tres patrias, en muchas de las
cuales los rusos han llegado a ser el elemento poblacional predominante.
Los Estados multinacionales sin patrias son aquéllos cuya población, en primer
lugar, es mayoritariamente el resultado de la emigración y, además, está cons-
tituida por al menos dos grupos significativos, cada uno de los cuales es viva-
mente consciente de sus diferencias étnicas con respecto al otro(s) y está deci-
dido a conservar esa singularidad. En la zona del Caribe encontramos diversos
ejemplos de este tipo, como Guyana, Surinam y Trinidad y Tobago.
Los Estados de inmigración también son Estados sin patrias, pero con una po-
blación de orígenes muy diversos, como pueda serlo la de los Estados Unidos. El
habitante arquetípico según la versión oficial (el «americano» en el caso de EE
UU) no está étnicamente definido, es decir, es étnicamente neutro. Estos Estados
se caracterizan por un elevado grado de aculturación y de asimilación. El hecho
de que unos pocos pueblos habiten en pequeños territorios patrios dentro del
ámbito del Estado (por ejemplo, la existencia de patrias amerindias y esquimales
en Estados Unidos) no excluye al Estado en cuestión de esta categoría.
Los Estados mestizos sólo existen en América Latina y se caracterizan por tener
una población en la que el elemento dominante —aunque no necesariamente
desde el punto de vista numérico, como ocurre en Bolivia— es de linaje mixto
euroamerindio. Estos Estados siempre han planteado graves problemas de clasifi-
cación y análisis a los estudiosos del etnonacionalismo. Si la imagen etnonacional
difundida por los gobiernos se aproximara a la forma en que los pueblos se perci-
ben a sí mismos, a efectos comparativos, estos Estados podrían recibir el mismo
tratamiento que los Estados-nación. Dicha imagen se basa en la supuesta exis-
tencia de una nueva especie o raza (la raza cósmica) que habría evolucionado a
partir de la fusión de los europeos y los amerindios, y de ese todo básicamente no
diferenciado, habrían surgido naciones que coinciden con los Estados: la nación
guatemalteca, la mexicana o la peruana. Sin embargo, la realidad es algo dife-
rente: un número bastante significativo de pueblos amerindios no ha abando-
nado sus diferentes identidades ancestrales y manifiestan una creciente hostili-
dad a la dominación de los mestizos. Los sentimientos antimestizos son un
ingrediente fundamental de las luchas de guerrillas libradas en Guatemala, Ni-
caragua y Perú, y amenazan con desempeñar el mismo papel en Bolivia y Ecua-
dor, entre otras regiones. También en Panamá, los pueblos amerindios están re-
clamando una autonomía mayor. Así pues, vemos que aunque los Estados
mestizos deban colocarse en una categoría independiente a efectos analíticos, se
asemejan más a los Estados multinacionales que a los Estados-nación.
Nos ocuparemos ahora de los pueblos. La primera categoría es la de preñarían
o nación potencial. Todavía existen numerosos pueblos para los que el adveni-
miento de la identidad nacional aún está por llegar. La identidad que tiene sen-
tido para ellos está testringida a la aldea, al clan, a la tribu o a otros agrupa-

* Antes de su disolución en 1993.


** Antes de su desmembramiento en 1991-
76 Etntmacimalismo

mientos similares. Es imposible decir qué proporción de miembros de un pue-


blo debe adquirir una conciencia nacional para que ese grupo pueda calificarse
de nación; pero no basta con que un grupo importante de intelectuales sostenga
que la nación existe. El caso árabe nos sirve como recordatorio del peligro que
supone conceder excesiva relevancia a las opiniones de la élites, en general, y a
las de los intelectuales, en particular: los árabes son uno de los primeros pueblos
no europeos que generaron una élite imbuida de una conciencia nacional, que
se dedicó a desarrollarla entre las masas, y, sin embargo, después de medio siglo
consagrado a ese empeño, el nacionalismo árabe continúa siendo anómalamente
débil. Los literatos nacionalistas son, a veces, un indicador equívoco del verda-
dero grado de desarrollo de la conciencia nacional. Siendo así que afirmar con
precisión en qué momento se transforma un grupo prenacional en nación es di-
fícil, ello no obsta para que resulte esencial recordar que ambas cosas son dife-
rentes. Nunca deben utilizarse los cambios de identidad del grupo prenacional
como prueba del supuesto carácter efímero o circunstancial de la nación.
Anteriormente ya se ha examinado la esencia de las naciones. Son el grupo
humano más amplio que se caracteriza por el mito de una ascendencia común.
Mito cuya realidad histórica resulta irrelevante.
Las naciones retoño se crean cuando un sector importante de una nación ha
estado separado geográficamente de su grupo de origen durante un período
tan prolongado como para que haya llegado a desarrollar una conciencia inde-
pendiente. Aunque los miembros de la nación retoño saben que proceden de
una nación determinada, creen que las características que les siguen uniendo a
ella no son tan significativas como las que les singularizan. Como ejemplos
cabe citar a los afrikaners, a los hanjens de Formosa y a los quebequeses.
Las naciones en la diáspora son pueblos que habitan fuera de su patria y que
no han asimilado la identidad de la región que les ha acogido.
Los miembros de las sociedades de inmigración son aquellos cuya lealtad pri-
maria no se adscribe a la etnonación o a las etnonaciones de sus antepasados,
sino a la sociedad creada como resultado de la emigración.
* * *

La clasificación hasta aquí expuesta en ningún caso debe considerarse nada más
que un esquema rudimentario cuyo propósito es evitar algunas de las analogías
más evidentemente falaces. Mas es un esquema que podría perfeccionarse intro-
duciendo nuevas precisiones. Los pueblos con un territorio patrio podrían, por
ejemplo, subdividirse en otras categorías dependiendo de si su patria coincide
básicamente con el Estado (Suecia), o si sólo comprende una parte del Estado
(Gales), o si está dividida entre varios Estados en los que el grupo étnico en
cuestión es el dominante (el mundo árabe), o si está dividida entre diversos Es-
tados, en uno de los cuales el grupo étnico es el dominante, mientras en otro u
otros es minoritario (las situaciones llamadas irredentistas), o si está dividida
entre varios Estados en ninguno de los cuales el grupo en cuestión es dominante
(los kurdos). Esta y una miríada más de precisiones contribuirían sin duda a
mitigar los fallos del enfoque analógico. Es asimismo evidente que algunos Es-
tados no encajan fácilmente en el esquema anteriormente trazado. Canadá es en
parte un Estado de inmigración (salvo en Quebec) y en parte un Estado multi-
Un panorama más actual 77

nacional monopatria. Ahora bien, esto no habría de constituir un problema se-


rio siempre que ambas zonas se trataran como entidades separadas a la hora de
establecer analogías: el Canadá «anglo» posee un valor analógico en tanto que
Estado de inmigración, mientras que el pueblo de Quebec lo tiene en tanto que
pueblo que habita en su patria. Sea como fuere, lo que interesa destacar es que,
si el estudio comparativo de la heterogeneidad étnica pretende avanzar, habrá
de prestar mayor atención a las «categorías comparables».

LA ACOMODACIÓN DE LA HETEROGENEIDAD

El problema de cómo dar cabida a la heterogeneidad étnica dentro de un único


Estado gira en torno al equilibrio de fuerzas creado por dos lealtades: la lealtad
a la nación y la lealtad al Estado. Los numerosos movimientos separatistas vio-
lentos que han tenido lugar en el transcurso de las dos últimas décadas, tanto
en el Primer Mundo, como en el Segundo y en el Tercero, dan sobrado testi-
monio de que cuando ambas lealtades entran en conflicto irreconciliable, la
lealtad al Estado siempre sale vencida. Mas no siempre se percibe la situación
de esa manera: cuando los pueblos habitan su propio Estado-nación o cuando
constituyen un elemento tan fuertemente dominante en un Estado multina-
cional como para percibir ese Estado como el de su nación (por ejemplo, los
ingleses, los chinos hans, los tais), las dos lealtades se confunden y se refuerzan.
El caso de las minorías nacionales es aquel en que la percepción de ambas leal-
tades tiene más probabilidades de entrar en conflicto.
Durante la última década se han realizado importantes progresos en la in-
vestigación de las actitudes de las minorías con respecto al Estado, pero aún
queda mucho por hacer. Varios análisis con un alto grado de complejidad se
han valido de datos actitudinales que nos permiten superar la etapa en que
sólo cabía plantear hipótesis sobre ambas lealtades18. Hay que señalar, sin em-
bargo, que los estudios se basan mayoritaria, aunque no exclusivamente, en los
Estados del Primer Mundo y en los pueblos con un territorio patrio.
Podemos resumir así los descubrimientos realizados por estos estudios:

1. Los miembros de las minorías etnonacionales manifiestan un afecto al


Estado mucho menor que el de los miembros del grupo dominante.
2. Las minorías de un mismo Estado pueden diferir significativamente con
respecto al primer punto.
3. En todo caso, la mayoría de las personas no perciben ambas lealtades
como incompatibles. Los vínculos afectivos con el Estado coexisten con
la conciencia etnonacional.
4. En la mayor parte de los casos en que existe un movimiento separatista
activo, grandes sectores —por lo general mayoritarios— del grupo im
plicado no son partidarios de la secesión.

ia Merecen especial mención los estudios de Maurice Pinard sobre Canadá y de Roberc Clark so-
bre España.
Un panorama más actual
7
9

bien, se diría que la norma es que la mayoría de los pueblos con un territorio
patrio están dispuestos a conformarse con la autonomía de su patria. Aun
cuando se reivindica la independencia, las élites del Tercer Mundo, como las
del Primer Mundo, suelen estar divididas entre quienes mantienen esa postura
y quienes declaran su buena disposición para aceptar una simple autonomía
(los baluchis paquistaníes, los kurdos iraquíes, los moros filipinos y los sijs
ilustran este punto). Es más, después de librar violentas luchas en pro del ob-
jetivo declarado de lograr la independencia, algunos grupos han entablado una
relación pacífica con las autoridades estatales una vez que éstas les han conce-
dido cierto grado de autonomía. Por lo general, estos períodos pacíficos se de-
sintegran en una espiral de acusaciones y contraacusaciones sobre si el go-
bierno ha cumplido sus promesas relativas a la autonomía. En el trasfondo de
estos fallos de acomodación suele haber distintos puntos de vista sobre el con-
tenido de la autonomía.
Aunque muchas veces los estudiosos, las autoridades estatales y las élites
etnonacionales tratan la independencia y la autonomía como si fueran dos po-
los alternativos, la realidad es que no lo son. La autonomía es un concepto
amorfo, que abarca una amplia gama de situaciones: desde un grado mínimo
de prerrogativas locales hasta el control absoluto en todos los terrenos, excep-
ción hecha de la política exterior. Puede, por tanto, aplicarse a situaciones que
varían desde la subordinación total al centro hasta la independencia absoluta.
Así pues, autonomía e independencia son términos que tienden a ocultar mati-
ces fundamentales de las actitudes que los miembros de un grupo pueden te-
ner con respecto a sus objetivos.
No es de sorprender que los pueblos etnonacionales tiendan a asimilar los
términos independencia y autonomía. Por su propia naturaleza, los intereses
etnonacionales se dirigen fundamentalmente a acabar con el dominio de quie-
nes no pertenecen al grupo, y no a conseguir libertad para dirigir las relacio-
nes con otros Estados; son una reacción ante las relaciones internacionales, y
no ante las relaciones interestatales. El ciudadano vasco o flamenco de a pie,
como el kurdo o el naga corriente, no se siente particularmente atraído por la
posibilidad de lograr un escaño en las Naciones Unidas o una embajada en
Moscú. En efecto, para la mayoría de los pueblos del Tercer Mundo, la autono-
mía a la que aspiran supondría un retorno, bien al sistema poco cohesionado
de alianzas feudatarias que conocieron fajo los Imperios afgano, chino, etíope o
persa, bien al dominio indirecto que conocieron bajo el colonialismo, sistemas
ambos que supieron acallar las reivindicaciones etnonacionales con mayor efec-
tividad que aquellos que los sucedieron. En resumen, la etnocracia no pasa
necesariamente por la independencia estatal, sino por un grado significativo
de autonomía.
Los descubrimientos relativos a la simpatía popular que despiertan
quienes desarrollan acciones violentas en nombre del grupo nacional tiene
asimismo implicaciones vitales para la estabilidad de los Estados, ya que
explica por qué ha sido posible que algunos movimientos guerrilleros
perduraran durante años y años en circunstancias de abrumadora desven-
taja. Este hecho viene a demostrar el acierto de la afirmación que realizó
Giuseppe Mazzini hace más de siglo y medio: «La insurrección —por me-
dio de grupos guerrilleros— es el método genuino de guerrear de las nació-
l
Vn panorama más actual 81

los fenómenos sociales para explicar los hechos sociales, también debiéramos
emplear un conjunto de factores políticos para explicar otros factores
políticos19.

A MODO DE RESUMEN

Los estudios sobre la heterogeneidad étnica han dado un gigantesco paso ade-
lante en la última década. En consecuencia, nuestro conocimiento de diversos
pueblos y problemas concretos ha mejorado enormemente. Sin embargo, esta
profusión de estudios no ha resultado en un amplio consenso con respecto a la
esencia del etnonacionalismo ni a los medios para lograr su acomodación, aun-
que hay motivos fundados para prever optimistamente que durante la próxima
década se producirán avances sustanciales.
Los consejos que daría para garantizar esos avances son cinco:

1. Redoblar la cautela con respecto al uso impreciso y equívoco de la ter


minología20.
2. Prestar mayor atención a la profundidad psicológica/emocional de la
identidad etnonacional.
3. Depurar la metodología aplicada a la clasificación de pueblos y sistemas
políticos con fines comparativos.
4. En las propuestas para acomodar la heterogeneidad étnica debiera refle
jarse un mayor reconocimiento de que las reivindicaciones etnonaciona-
les son en el fondo de carácter político y no de índole económica21.
5. Nunca se debe olvidar que el etnonacionalismo es un fenómeno de ma
sas; tener siempre presente esta idea ayudará a contrarrestar la tendencia
a conceder excesiva importancia al papel que desempeñan las élites y sus
agentes22.

[l)
Myron Weiner: «Matching Peoples, Terricories and States: Post-Ottoman Irredentism in che
Balkans and in che Middle East», en Daniel Elazar (comp.): Gaverning Peoples and Territories, Filadel-
fia, 1982,p.l31.
211
Obsérvese, por ejemplo, el empleo que hace Gabriel Almond del término «Estado-nación»
para referirse a todos los Estados, y el de «naciones» cuando habla de los Estados de Orience Medio,
África y Asia. La persistencia en el empleo erróneo de estos términos clave es un claro reflejo, y quizá
parte de la explicación, de la incapacidad de Almond para enfrentarse a los problemas que la hetero-
geneidad étnica plantea al desarrollo político (Almond: «The Development of Political Develop-
ment»).
21
Véase un análisis más detallado en el capítulo 6 de este volumen.
21
Tal como lo expuso un estudioso hace más de cuarenta años: «La historia de la conciencia na-
cional, a semejanza de la historia de la filosofía, no debe limitarse a describir las ideas de un grupo
reducido de personas eminentes sin prestar atención a cuántos seguidores tienen. Como en el caso de
la historia de las religiones, necesitamos saber cuál ha sido la respuesta de las masas ante las diferen-
tes doctrinas» (Walter Sulzbach: National Consciousness, Washington (D.C.), 1943, p.14).
SEGUNDA PARTE

Examen de algunas de las dificultades fundamentales


para comprender el etnonacionalismo
CAPÍTULO 4

EL CAOS TERMINOLÓGICO

Después de examinar las deficiencias de los estudios sobre el desarrollo polí-


tico, vamos a pasar a ocuparnos de algunas de las principales razones que han
dificultado a los estudiosos la labor de reconocer y valorar la fuerza del etnona-
cionalismo. El lector recordará que en la lista de doce motivos de este tipo for-
mulada en el capítulo 2 («¿Construcción o destrucción de la nación?»), se con-
cedía el primer puesto al «empleo equívoco de los términos fundamentales
nación y Estado como si fueran intercambiables». El capítulo que viene a con-
tinuación se escribió inmediatamente después de «¿Construcción o destruc-
ción de la nación?» con objeto de profundizar en el análisis del problema que
plantea el uso negligente de la terminología. Este texto se presentó en el Con-
greso Anual de 1971 de la Northeastern Political Science Association.
¡^ Etnonacionalismo

UNA NACIÓN ES UNA NACIÓN, ES UN ESTADO, ES UN GRUPO


ÉTNICO, ES...'
A la vista de los acontecimientos de la última década, incluso los observadores
más circunstanciales de la política mundial han comprendido que el etnona-
cionalismo constituye una amenaza importante y creciente para la estabilidad
política de la mayoría de los Estados. En lugar de presenciar una evolución de
comunidades estatales o supraestatales estables, el observador de la política
global ha sido testigo de una sucesión de situaciones conflictivas entre lealta-
des rivales, en las que los pueblos han demostrado que el sentimiento intuitivo
de vinculación a una subdivisión informal y no estructurada del género hu-
mano es mucho más profundo y poderoso que los vínculos que los unen a la es-
tructura formal y legalista del Estado al que pertenecen. La violencia a gran es-
cala que ha tenido lugar recientemente o aún está teniendo lugar en
numerosos Estados del Tercer Mundo, como Birmania [Myanmar], Burundi,
Chad, Etiopía, Filipinas, Guyana, India, Irak, Kenia, Malasia, Nigeria, Pa-
quistán, Sudán, Tailandia, Turquía y Uganda —por mencionar sólo algunos de
los Estados afectados— da amplio testimonio del fracaso general de los gobier-
nos en su empeño de inducir a un sector importante de la ciudadanía a transfe-
rir su lealtad primaria de una agrupación humana al Estado1. Tampoco los Es-
tados del Primer Mundo, más integrados tecnológicamente, han demostrado
ser inmunes a este problema: Austria, Bélgica, Canadá, Dinamarca, Francia,
Italia, Holanda, el Reino Unido y Suiza han vivido disturbios de origen
étnico-1. Y aunque los Estados marxista-leninistas del Segundo Mundo decla-
ran oficialmente que, en virtud de una fiel aplicación de los consejos de Lenin
para debilitar el nacionalismo, han logrado resolver lo que ellos denominan la
«cuestión nacional», lo cierto es que la agitación de los grupos nacionales es
un factor fundamental de la política interior y exterior de la Unión Soviética,
China, Checoslovaquia, Laos, Rumania, Vietnam y Yugoslavia'
Muy pocos son los estudiosos que pueden afirmar que, cuando menos, pre-
vieron k posibilidad de que esta tendencia se manifestara. La perspectiva que
PrÍmeraS
MuE sosteX ^"^ qUe SÍgUief°n a k Se^unda Gue^
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capítulo 2 de este volumen. ' ' ' pp-^5- Con respecto a los Estados africanos, véase el
^^^i^u^Um^C'^S^i^0 de\T,°r,de £SCe 1¡bro <<The Political Siisniñ-
1
Véase la obra del autor de este l¡|lm TA M ■ ,
c«on, 1984, para ampliar la informador? "' QmH°n ™ Marxht Th^ and Strategy, Prin-
El caos terminológico 87

2. que la Segunda Guerra Mundial había enseñado a los pueblos de Europa


occidental que el nacionalismo era un interés demasiado estrecho de mi
ras para la era moderna y que, en consecuencia, la conciencia suprana-
cional y supraestatal de ser europeo estaba convirtiéndose rápidamente
en la identidad básica de los habitantes de la región; y
3. que la(s) estructura(s) marxista-leninista, «monolítica» y altamente cen
tralizada, combinada con el efecto del adoctrinamiento del pueblo en los
principios de la ideología marxista-leninista, habían restado toda rele
vancia a fenómenos como el etnonacionalismo.

Los motivos por los que tantos estudiosos no han logrado prever la resisten-
cia a la que de hecho ha tenido que enfrentarse la integración del Estado son
múltiples. En otro lugar, el autor de esta obra ha hecho una lista de doce moti-
vos que se solapan y se refuerzan4, lista que sin duda podría prolongarse. Mas
el propósito de este capítulo es exponer que el factor fundamental que da
cuenta de la divergencia entre las expectativas de los estudiosos y la realidad
de los hechos ha sido que la naturaleza del nacionalismo no ha llegado a com-
prenderse.
El error básico de los estudios académicos sobre el nacionalismo ha sido la
tendencia a equiparar el nacionalismo con el sentimiento de lealtad al Estado y
no con la lealtad a la nación. Esta confusión ha hecho que los estudiosos supu-
sieran que la relación entre nacionalismo e integración estatal es funcional y
constructiva, en lugar de disfuncional y destructiva. Y como hay un acuerdo
general sobre el hecho de que el nacionalismo sigue siendo un factor motiva-
cional poderoso y dominante, se ha considerado que el vínculo del naciona-
lismo con el Estado garantizaría la victoria de este último sobre todos los ele-
mentos que rivalizan con él para lograr la lealtad de los habitantes del Estado.
El error de equiparar nacionalismo con lealtad al Estado deriva de una en-
fermedad terminológica general que afecta al estudio de la política global. Se-
ría difícil nombrar cuatro palabras más esenciales para la política mundial que
Estado, nación, Estado-nación y nacionalismo. Pero, pese a su relevancia, estos
cuatro términos han estado envueltos en la mayor ambigüedad debido a su uso
impreciso, incoherente y, muchas veces, totalmente erróneo. En 1939, un estu-
dio del nacionalismo realizado por el Royal Institute of International Affairs
señalaba que «entre las dificultades que pesan sobre el estudio del "naciona-
lismo", el lenguaje ocupa la primera posición»5. Y durante las cuatro décadas
transcurridas desde entonces, la selva lingüística en la que está inmerso el con-
cepto de nacionalismo no ha hecho sino espesarse.
Resulta especialmente paradójico que se tolere el empleo erróneo generali-
zado de los términos esenciales en una época en que tantas autoridades de la
disciplina que nos ocupa han hecho hincapié en la necesidad de emplear un
vocabulario más preciso y científico. Karl Deutsch ha elogiado los grandes
avances realizados en este sentido:

1
Véase el capítulo 2 de este volumen.
5
Natiotialism: A Repon by a Sttidy Group of Members of tbe Royal lnstitute of International Affairs,
Londres, 1939, p.xvi.
El caos terminológico 89

bros, lo distingue de una forma fundamental del resto de los pueblos. La natu-
raleza de ese vínculo y sus fuentes continúan siendo oscuros e inaprensibles, y
la consecuente dificultad de definir la nación suele ser reconocida por quienes
abordan dicha tarea. Por ello, un popular diccionario de Relaciones Interna-
cionales describe así la nación:

Un grupo social que comparte una ideología común, unas instituciones y cos-
tumbres comunes, así como un sentimiento de homogeneidad. Es difícil definir la
«nación» con suficiente precisión para distinguirla de otros grupos, como las
sectas religiosas, que presentan algunas características similares. Ahora bien, en
la nación también está presente un fuerte sentimiento grupal de pertenencia, aso-
ciado con un territorio concreto que el grupo considera singularmente suyo8.

La palabra clave de esta definición particular es sentimiento, mientras otras


autoridades la sustituyen por sensación o intuición, pero, en todo caso, las defini-
ciones de nación suelen reconocer adecuadamente la esencia abstracta de la na-
ción. Ahora bien, después de llamar la atención sobre ese vínculo psicológico
esencial, apenas se intenta profundizar en él. En efecto, después de definir la
nación como un fenómeno esencialmente psicológico, las autoridades pasan a
emplear el término nación como ya se ha dicho, esto es, como sinónimo del
concepto muy distinto y perfectamente tangible de Estado.
Incluso cuando nación se emplea en su estricta acepción apolítica de colec-
tivo humano, la ambigüedad que envuelve su naturaleza no se disipa, ¿Cómo
se distingue la nación de otros colectivos humanos? La definición que se ha ci-
tado anteriormente hablaba de «un sentimiento de homogeneidad». Otros ha-
blan de sensación de identidad, de unidad, de pertenencia o de conciencia de
grupo. Mas todas estas definiciones pecan de exceso de prudencia y no llegan a
diferenciar la nación de otros muchos tipos de grupos; así las cosas, es posible
pensar que tanto los amish, como los pueblos montañeses de los Apalaches o
los habitantes de Maine cumplen bastante claramente los criterios establecidos
para definir la nación.
Con muy escasas excepciones, los especialistas han evitado describir la na-
ción como un grupo de parentesco y, por lo general, han negado explícita-
mente que la consanguinidad sea uno de sus elementos constitutivos. Esta re-
futación se basa en datos que demuestran que la mayoría de los grupos que se
declaran naciones tienen una ascendencia genética mixta. Pero, como ya se ha
señalado, dicho enfoque no tiene en cuenta la sabiduría de la antigua máxima
que afirma que, cuando se analizan las situaciones sociopolíticas, lo que ver-
daderamente cuenta no es la realidad, sino lo que la gente cree que es real. Y la
creencia subconsciente en los orígenes y la evolución singulares del grupo es
un ingrediente importante de la psicología nacional. Cuando alguien declara
que es chino, no sólo se está identificando con la cultura y el pueblo chinos de
hoy día, sino con el pueblo chino y sus actividades a lo largo de la historia. En

" Jack C. Plano y Roy Olton: The International Relations Dktionary, Nueva York, 1969, p.H9;
énfasis añadido. [La cuarta edición, publicada en 1988, no introducía cambios sustanciales en las de-
finiciones de nación y de nacionalismo]
,
q¡ Etnonacionaiismo

1937, el Partido Comunista Chino apelaba así a la creencia en los orígenes y la


evolución singulares del pueblo chino:

Sabemos que para transformar el glorioso futuro en una China nueva, indepen-
diente, libre y feliz todos nuestros compatriotas, todos y cada uno de los devo-
tos descendientes de Huang-ti [el legendario primer emperador de China] de-
ben participar resuelta e implacablemente en una lucha concertada [...] Nuestra
gran nación china, con una larga historia a su espalda, es inconquistable9.

La célebre exhortación de Bismark al pueblo alemán —repartido por dis-


tintos Estados— para que «pensara con la sangre», fue un intento semejante
de activar una vibración psicológica de masas basada en el sentimiento intui-
tivo de consanguinidad. La nación china —o la alemana— se funda implícita-
mente en la idea de que en una nebulosa época protohistórica existieron un
Adán y una Eva chinos —alemanes—, y que la descendencia de esta pareja ha
evolucionado hasta nuestros días prácticamente sin adulterarse. Al reconocer
esta dimensión de la nación, numerosos escritores del siglo xix y comienzos
del xx decidieron emplear el término raza como sinónimo de nación, de ma-
nera que en aquellos tiempos las referencias a la raza alemana o a la raza in-
glesa eran bastante habituales.
Puesto que la nación es más bien un grupo que se define a sí mismo que un
grupo definido por los demás, la convicción general en los orígenes singulares del
grupo no necesita estar respaldada por datos objetivos, y rara vez lo está. Así pues,
un antropólogo puede sentirse satisfecho al demostrar que el pueblo pashtun que
habita la región fronteriza entre Afganistán y Paquistán tiene una ascendencia ge-
nética múltiple y concluir que ese gaipo desciende de los diversos pueblos que han
pasado por esa región. Sin embargo, lo importante es que los pashtunes están con-
; vencidos de que todos los pashtunes han evolucionado a partir de un origen único
y se han conservado prácticamente puros. Esto es algo que se sabe de manera intui-
i tiva e incontrovertible, es una cuestión de actitudes y no un hecho; es una cuestión
fundada en una convicción, que probablemente no se verá sustancialmente alterada
ni siquiera por la aceptación racional de la evidencia contraria de carácter antropo-
lógico o de otro orden. Dependiendo del grado de refinamiento del tratado, este
tipo de conocimiento sensorial se describirá como «un a priori», «una convicción
de tipo emocional más que racional», un conocimiento «primordial», «un modo
de pensar con el corazón (o con la sangre) en lugar de con la cabeza», o «una reac-
ción "refleja" o de las "entrañas"». Sea cual sea su nomenclatura, esta convicción
intuitiva es un atributo extremadamente importante de la idea nacional10. Es ella

« Conrad Brande, Benjamín Schwartz y John Fairbank: A Dommentary History of Chínese Commu-
msm, Londres, 1952, p.245; el texto entre paréntesis es un añadido.
ki ■■'¡■'i/*íüf WebCr Señ,a'a ?Ue <<d concePto de "nacionalidad" [o "nación"] comparte con el de "pueblo {Vote)
—en sentido étnico"— la vaga connotación de que todo aquello que se siente tener claramente en
común debe derivar de una ascendencia común» (Weber: Ecmomy and Soriety, «1. por Guenther
Roth y Claus Wittich, Nueva York, 1968, vol.l, p.395). Una antigua definición europea de nación,
aunque pretendidamente humorística e irónica, y citada por Karl Deutsch en ese sentido, viene a

s!^z:~dencii y por k común aversión hada sus vecmos»(DeLicsch:»"


decir prácticamente lo mismo: «Una nación es un grupo de personas unidas por un error
El caos terminológico 91

la que puede dotar a las naciones de una dimensión psicológica semejante a la de la


familia extensa, es decir, de un sentimiento de consanguinidad.
El término nación deriva del latín y, cuando se acuñó por vez primera,
denotaba claramente la idea de un vínculo de sangre compartido. Nación
deriva del participio pasado del verbo nasci, que significa nacer. De ahí
surge el nombre latino nationem, que connota progenie y raza. Lamentable-
mente, los términos usados para describir a los colectivos humanos (como
raza y clase) invitan al uso desmedido de la licencia literaria y nación,
ciertamente, no constituye una excepción". En algunas universidades me-
dievales, la nationem del alumno designaba la región del país de donde pro-
cedía. Pero cuando se incorporó a la lengua inglesa, a finales del siglo XIII,
fue en su connotación original de grupo consanguíneo. Un etimologista se-
ñala, no obstante, que a comienzos del siglo XVII, nación también se usaba
para denominar a los habitantes de un país, fuera cual fuese la composición
etnonacional de la población, habiéndose convertido en sustituto de otras
categorías humanas menos específicas como pueblo y ciudadanía11. Este uso
desafortunado se ha conservado hasta nuestros días y explica la frecuencia
con que los autores se refieren a la ciudadanía estadounidense denomi-
nándola nación estadounidense. Sea lo que fuere el pueblo estadounidense
—seguramente algo sui generis—, no es una nación en el sentido original
del término. Pero el desacertado hábito de llamar nación a los estadouni-
denses y, de tal suerte, equipararlos con los alemanes, los chinos, los
ingleses, etcétera, ha llevado a los estudiosos a establecer analogías erró-
neas. En efecto, aunque un estadounidense se sienta orgulloso de pertenecer
a una «nación de inmigrantes» con una tradición de «crisol», la ausencia
de unos orígenes comunes puede dificultarle, cuando no imposibilitarle, la
aprehensión instintiva de la idea de nación en la misma dimensión y con
la misma claridad con que la aprehende un japonés, un bengalí o un
kikuyu. A un estadounidense le resulta difícil comprender lo que significa
ser alemán para un alemán o francés para un francés, porque los efectos
psicológicos de ser estadounidense no son fácilmente equiparables; algunas
de las asociaciones emocionales no están presentes en la condición de ser
estadounidense y otras pueden ser muy diferentes.
Ahora bien, mucho más perjudicial para el estudio del nacionalismo ha
sido la tendencia a emplear el término nación como sustituto del vocablo
Estado, que hace referencia a una unidad jurídico-territorial. Los orígenes
de este hábito, que al parecer ya era bastante común a finales del siglo
XVII, no son fácilmente discernibles. Se nos ocurren dos explicaciones.
Una de ellas estaría relacionada con la rápida difusión de la doctrina de la
soberanía popular, acelerada en esa época por las obras de autores como
Locke. Al afirmar que al pueblo era la fuente de todo poder político, esta
doctrina revolucionaria convirtió pueblo y Estado prácticamente en sinó-
nimos. L'état c'est moi pasó a convertirse en l'état c'est le peuple, y, en conse-

" Como ejemplo reciente del uso negligente del término nación véase Jill Johnscon: Lesbia»
Nafran: The Feminist Solution, Nueva York, Simón and Schuster.
'- Raymond Williams: Keyuvrds: A Vocabulary of Culture andSociety, Nueva York, 1976, p.178.
Etnonacionalismo

cuencia nación y Estado también se convirtieron prácticamente en sinó-


nimos dada la tendencia antes señalada a equiparar la nación con el con-
junto del pueblo o de la ciudadanía. Así pues, la Declaración de los Derechos
del Hombre y del Ciudadano realizada en Francia proclamaba que «la fuente
de toda soberanía reside esencialmente en la nación; ningún grupo ni nin-
gún individuo puede ejercer una autoridad que no emane expresamente
de ella». Aunque quienes redactaron la Declaración quizá no se dieran
cuenta de ello, la «nación» a la que se referían, además de por franceses,
estaba compuesta por alsacianos, bretones, catalanes, corsos, flamencos,
occitanos y vascos*.
También es probable que la costumbre de intercambiar los términos nación
y Estado surgiera con objeto de abreviar la expresión Estado-nación. La acuña-
ción de este nombre compuesto demuestra por sí sola que las diferencias cru-
ciales entre nación y Estado no pasaban inadvertidas. Esta expresión pretendía
denominar una unidad político-territorial (el Estado) cuyas fronteras coinciden
plena o aproximadamente con la distribución territorial de un grupo nacional.
O, de manera más concisa, es una expresión que describía la situación en que
una nación posee su propio Estado. Por desgracia, el término Estado-nación ha
llegado a aplicarse indiscriminadamente a todos los Estados. Así, un especia-
lista ha señalado que «un hecho primordial relativo al mundo es que está com-
puesto en su mayor parte por Estados-nación»13. Afirmación que debiera refor-
mularse en estos términos: «un hecho primordial relativo al mundo es que no
está compuesto en su mayor parte por Estados-nación». Un estudio de 132 en-
tidades que en 1971 se consideraban de modo general Estados, dio como re-
sultado la siguiente clasificación:

1. Sólo doce Estados (9,1%) pueden denominarse justificadamente Estados-


nación.
, 2. Veinticinco Estados (18,9%) contienen una nación o una nación poten-
; cial que engloba a más del 90 por ciento de la población total del Es-
tado, pero contienen asimismo a una minoría importante14. 3. Otros
veinticinco Estados (18,9%) contienen una nación o una nacic5n
potencial que engloba del 75 al 89 por ciento de la población.

* En la brillante obra de Eligen Weber: Peasants intn Frenchmen: The Modernizathm of Rural
Irance. 1870-19l-í Stanford, 1976, se demostraría más adelante que, en su inmensa mayoría, los ha-
bitantes de I-rancia no llegaron a adquirir la conciencia de ser franceses hasta mucho después de la
Revolución francesa.
" LouisJ Halle: Cbilizatim,andFomgtt Policy, Nueva York, 1952, p.lü. Véase otro ejemplo ele
la costumbre de denominar Estados-nación a los Estados, referido al Reino Unido y a la Unión So-
v.rt.ca, en Dunkwart Rustow: A WovldofNathm, Washington (D.C.), 1967, p.30. Vémse asimismo
os coméntanos hnales de Rustow: «Más de 130 naciones, reales o así llamadas, realizarán su contri-
voU¡mer! " ^ *** <P'282>- V&nSe °tr0S e)emPlos en el «PÍCLll« ~? de este
<■' Por nación potencial se entiende un grupo de personas que parecen cumplir todos lo S requi-
1 n?T US Pilra.ai,nvert.irse ™ .™?ion pero que aún no han desarrollado la conciencia de idln-
£1 du™ Z "' i* C°nV1CC1Ón C'e qU£ SUS destin0S están entrelazados. Los antropólogos
.suL.fti. denommar a estos colectivos «grupos etnolingüísticos». El sentimiento básico de identid-.d
£xr£:
nadadle"
:ie íz* :st:rsTid'?a«'la™lr«frecen
iudotc den
lidad a k ( iii
' diversos
™ ejemplos
* ™«" ^»° i St
de este tipo de pueblos pre-
El caos terminológico 93

4. En treinta y un Estados (23,5%), el elemento étnico mayor constituye


entre la mitad y las tres cuartas partes de la población.
5. En 39 Estados (29,5%), la nación o nación potencial mayor engloba a
menos de la mitad de la población*.

Si todos los Estados fueran Estados-nación, referirse a ellos como si fuesen


naciones no tendría mayor trascendencia, y a quienes insistieran en que había
que mantener la distinción entre nación y Estado podría achacarse un excesivo
celo lingüístico o semántico. Cuando la nación y el Estado coinciden básica-
mente, emplear ambos términos como sinónimos es correcto porque ambos
conceptos se han fundido hasta tal punto en la percepción popular que ya no se
distinguen. El Estado se percibe como la extensión política de la nación y los
llamamientos realizados en nombre del Estado desencadenan una respuesta
psicológica positiva idéntica a los llamamientos realizados en nombre de la na-
ción. Preguntarle a un kamikaze japonés, a o un japonés que va a participar en
un ataque suicida, si está a punto de morir por Nippon o por el pueblo nipón
sería sumirle en la perplejidad, ya que, para él, ambas nociones forman un
todo inseparable. Hitler podía realizar sus llamamientos al pueblo alemán en
nombre del Estado {Deutsches Reich), de la nación (Voiksdeutsch) o de la patria
(Deutschland), ya que todos estos conceptos evocaban las mismas asociaciones
emocionales. Y ocurre lo mismo cuando los miembros de una nación son el
elemento claramente dominante de un Estado, aun cuando en él también haya
minorías significativas. Ahora bien, la invocación de ese tipo de símbolos tiene
un efecto muy distinto en las minorías: la «madre Rusia» provoca un tipo de
respuesta en un ruso y otra muy distinta en un ucraniano. Las emotivas invo-
caciones a La France realizadas por De Gaulle encontraban una acogida muy
distinta en la lie de France y en Bretaña o en Córcega.
Sea cual fuere la razón del empleo alternativo de nación y Estado, un mí-
nimo de reflexión basta para comprender el omnipresente efecto que ha tenido
el uso negligente de la terminología en el medio intelectual-cultural donde
necesariamente se desarrolló el estudio del nacionalismo: la Sociedad de Na-
ciones y las Naciones Unidas son nombres evidentemente incorrectos; la disci-
plina denominada Relaciones Internacionales debiera llamarse Relaciones
Interestatales1^; la lista de las organizaciones contemporáneas contiene sesenta y
seis nombres que comienzan con la palabra International (por ej., International

' Esta estadística también se ha recogido en el capítulo 2 y el único propósito de repetirla aquí
es subrayar la notable heterogeneidad étnica de los Estados.
11
Un examen aleatorio de los libros sobre política mundial publicados en Estados Unidos y
concebidos como libros ele texto universitarios proporciona una amplia documentación sobre los
efectos que el uso erróneo de la terminología ha ejercido sobre la disciplina. Además de la miríada de
títulos que se limitan a recoger las expresiones relaciones internacionales a politice! ititernaciimal, o las
contienen, hay otros ejemplos tan conocidos como «Política entre naciones» (Politia Amimg Neitions),
«La potencia de las naciones» (The Might nf Nalitins), «Naciones y hombres» (Naliom and Ale»), «La
inseguridad de las naciones» (The Inseairity uf Nutiuns), «Cómo se comportan las naciones» (How
Naliom Behcive) y «Juegos en que las naciones compiten» (Gantes Nalimis Play). Otro ejemplo nos lo
ofrece la asociación profesional estadounidense llamada International Studies Association: su razón
de ser oficial, tal como se expone en los primeros números de su revista, es que la organización «está
consagrada a fomentar el desarrollo ordenado del conocimiento relativo al impacto de unas naciones
sobre otras».
„/ Etnonacionalistno

Court ofjustke [Tribunal Internacional de Justicia] o International Monetary


Fund [Fondo Monetario Internacional]), pero ninguna de esas organizaciones
está relacionada, ni por sus miembros ni por sus funciones, con las naciones;
las expresiones derecho internacional y organización internacional son otros
dos ejemplos importantes de esta tendencia común e incorrecta a equiparar Es-
tado y nación; las expresiones renta nacional, riqueza nacional, interés nacio-
nal, etc., se refieren en realidad a asuntos que conciernen al Estado; para des-
cribir las relaciones interestatales extragubernamentales se emplea un término
erróneo con efectos ridículos de reciente acuñación, transnacional —e incluso
transnacionalismo—, y nacionalización es, también, otro de los numerosos voca-
blos erróneos que enturbian la comprensión del fenómeno nacional.
Puesto que los conceptos de Estado y de nación se hayan sumidos en tal
confusión, quizá no debiera sorprendernos que nacionalismo haya llegado a sig-
nificar identificación con el Estado en lugar de lealtad a la nación. Incluso el
Diccionario de Relaciones Internacionales cuya definición de nación se ha citado
antes porque capta adecuadamente la esencia psicológica de la nación, incurre
en este error. Después de puntualizar que «una nación puede abarcar parte de
un Estado o extenderse más allá de las fronteras de un único Estado», en otro
lugar afirma que el nacionalismo «convierte el Estado en el máximo depositario
de la lealtad del individuo»16. Dice asimismo que el nacionalismo «en tanto
que emoción de masas, es la fuerza política más poderosa que actúa en el
mundo»17. Casi nadie se mostraría en desacuerdo con esa valoración de la
fuerza del nacionalismo, y ése es precisamente el problema. Impresionados por la fuerza
del nacionalismo, y partiendo de la premisa de que está al servicio del Estado, los estu-
diosos del desarrollo político están predispuestos a suponer que los nuevos Estados de
África y Asia se convertirán naturalmente en depositarios de la lealtad de sus habitan-
tes, En éste, como en la mayoría de los casos, el nacionalismo demostraría ser
una fuerza irresistible y, por consiguiente, los demás destinatarios posibles de
la lealtad individual no serían rivales dignos de la estructura política que se de-
nomina, alternativamente, nación, Estado o Estado-nación. Este síndrome,
mezcla de conjeturas y de confusión terminológica, que ha caracterizado en
buena medida a la escuela teórica del desarrollo político se refleja en el hecho
de que la expresión elegida para denominar sus primeros empeños fuera la
«construcción de la nación». Al contrario de lo que indica su nomenclatura, en
la práctica, la escuela de la «construcción de la nación» se ha dedicado a la
construcción de Estados viables, y, con muy escasas excepciones, el mayor obs-
táculo para la unidad estatal ha sido que los Estados suelen abarcar más de una
nación y, a veces, incluso centenares de naciones. Sin embargo, al repasar la bi-
bliografía se observa que apenas se ha reflexionado sobre cómo destruir los vín-
culos psicológicos que unen a algunos sectores de la población estatal. Es un es-
fuerzo vano revisar la bibliografía a la busca de técnicas para sustituir los
vínculos grupales basados en la creencia en el origen, el desarrollo y el destino
singulares del propio pueblo y en otras creencias similares por la lealtad a una

™ Plano y Olton: The International Relatiom Dictionary, pp. 119 y 120.


17
Ibid., p.120 [Como se ha señalado antes, las ediciones posteriores no incluyen cambios im-
portantes en las definiciones de naciones y de nacionalismo]
El caos terminológico 95

estructura estatal, cuya población nunca ha compartido esos sentimientos co-


munes. La naturaleza y la fuerza de esos vínculos abstractos que identifican a la
auténtica nación apenas se mencionan, y se analizan aún menos. La presunción
de que la poderosa fuerza del nacionalismo está al servicio del Estado elimina la
necesidad de emprender una difícil investigación de tales nociones abstractas.
Como en el caso de la sustitución del término nación por el de Estado, tam-
bién es difícil señalar con precisión el origen de la tendencia a equiparar nacio-
nalismo con lealtad al Estado. Sin duda, se trata de una tendencia reciente, ya
que el propio término nacionalismo se ha acuñado hace poco. G. de Bertier de
Sauvigny opina que apareció por vez primera en un texto en 1798 y no volvió
a reaparecer hasta 1830. Es más, el hecho de que los primeros diccionarios que
lo recogen sean de finales del siglo xix y principios del XX indica que su
empleo no se generalizó hasta fechas mucho más recientes. Por otra parte,
todos los ejemplos de su uso inicial transmiten la idea de una identificación
con la nación en sentido estricto, y no con el Estado18. Aun cuando no se pueda
discernir cuándo llegó a asociarse nacionalismo con Estado, es incuestionable
que esa asociación fue posterior a la tendencia a equiparar Estado con nación y
derivó de ella. Es asimismo indudable que recibió un gran impulso del extenso
corpus literario ocasionado por el desarrollo del nacionalismo militante en
Alemania y en Japón durante la década de los treinta y comienzos de la de los
cuarenta en el presente siglo.
El nacionalismo alemán y el nacionalismo japonés de esta época han pasado
a ocupar un lugar importante en los subsecuentes estudios sobre el naciona-
lismo, ya que son ejemplos notables de las reacciones fanáticas que puede en-
gendrar el nacionalismo. Lamentablemente, estas manifestaciones de un nacio-
nalismo extremo se han identificado una y otra vez con la lealtad al Estado.
Entre los términos que se les ha aplicado, el más común es fascismo, una doc-
trina que promulga la obediencia inquebrantable al Estado orgánico y corpora-
tivo. La expresión alternativa más generalizada, totalitarismo, quizá transmite
aun en mayor medida la idea de una completa (total) identificación del indivi-
duo con el Estado.
Al vincular al Estado estos ejemplos por excelencia de nacionalismo ex-
tremo, se da a entender que es posible que otros Estados se conviertan en objeto
de la devoción de las masas. Si algunos Estados pueden suscitar una devoción
tan fanática, ¿por qué no podrían suscitarla otros? Cierto es que pocos querrían
ser testigos del resurgimiento de una entrega al Estado tan extrema y tan des-
naturalizada. Pero si, durante la Segunda Guerra Mundial, la idea del Estado ja-
ponés fue capaz de motivar «ataques banzai», misiones kamikaze y numerosas
decisiones de suicidio a fin de eludir la rendición —y, en la posguerra, numero-
sos ejemplos de personas que han soportado durante muchos años una existen-
cia propia de animales en cuevas de diversas islas del Pacífico—, y todo ello
porque la lealtad al Estado japonés era tan inquebrantable como para que no se
pudiera concebir su derrota, no hay motivos para pensar que los Estados del
Tercer Mundo no puedan despertar en sus habitantes una lealtad lo bastante po-

18
Véase G. de Bertier de Sauvigny: «Liberalism, Nationalism, and Socialism: The Birth of
Three Words», The Revimv ofPolttics, 32, 1970, particularmente las pp.155-161.
El caos terminológico 97

tran la fuerza potencial de la vinculación emocional con la propia nación a la


que deben enfrentarse los Estados multiétnicos. El nacionalismo de alemanes y
japoneses era más bien un augurio del desarrollo de conceptos tales como los
de ibo, bengalí, kikuyu, naga, karen, lao, hutu, kurdo y baganda, y no de con-
ceptos como Nigeria, Paquistán, Kenia, India, Birmania [Myanmar], Tailan-
dia, Ruanda, Irak y Uganda.
Por otra parte, la errónea equiparación de nacionalismo con lealtad al Es-
tado ha fomentado la confusión terminológica al promover la acuñación de
otros términos equívocos. Como al término nacionalismo ya se le había atri-
buido otro significado, los especialistas han tenido dificultades para ponerse de
acuerdo a la hora de elegir un término que describa la lealtad de algunos secto-
res de la población estatal a su nación particular. Entre los términos empleados
con mayor frecuencia se cuentan etnicidad, primordialismo, pluralismo, triba-
lismo, regionalismo, comunitarismo y localismo. Este vocabulario tan variado
viene a sumarse a los obstáculos para la comprensión del nacionalismo, ya que
produce la impresión de que cada término se refiere a un fenómeno distinto.
Es más, reservar el término nacionalismo para denominar la lealtad al Estado
—o, más comúnmente, a la palabra nación, cuando ésta se emplea como susti-
tuto incorrecto de Estado—, a la vez que para referirse a la lealtad a la nación
se emplean diversos vocablos con diferentes raíces y connotaciones fundamen-
talmente distintas, acrecienta enormemente la confusión. Cada uno de los tér-
minos que se han citado ha ejercido su particular efecto negativo en el estudio
del nacionalismo.

ETNICIDAD (ETHNICITY)
Etnicidad (identidad con el propio grupo étnico) es, cuando menos, un término
más camaleónico que nación en cuanto a su capacidad de definición. Deriva de
Ethnos, la palabra griega que designaba a la nación en el sentido original de
grupo caracterizado por una ascendencia común. En consonancia con esta eti-
mología, surgió un consenso general sobre el hecho de que grupo étnico se re-
fiere a una categoría humana básica (es decir, no a un subgrupo). Es de lamen-
tar, sin embargo, que los sociólogos estadounidenses terminaran por emplear
grupo étnico para referirse a «un grupo con una tradición cultural común y un
sentimiento de identidad, que existe como subgrupo de una sociedad más am-
plia»21. Esta definición convierte la expresión grupo étnico en sinónimo de
minoría y, en efecto, en Estados Unidos se ha empleado en el estudio de las re-
laciones grupales para referirse prácticamente a cualquier minoría discernible,
ya sea de carácter religioso, lingüístico o cualquier otro.
La definición de grupo étnico acuñada por los sociólogos estadounidenses
no respeta su significado original al menos en dos aspectos importantes. En

21
George Theodorson y Achules Theodorson: A Modern Dictimary of Sociology, Nueva York,
1969, p.135. Véase una definición similar en la entrada «Ethrüc Groups» realizada por H. S. Morris en
The International Uncyctopedia ofthe Social Sciences, Nueva York, 1968.
El caos terminológico 99

Pero la costumbre mucho más común de usar etnicidad para denominar di-
versos tipos de identidad ejerce un efecto más pernicioso, ya que al agrupar
varias identidades en una sola categoría se da por supuesto que son de la
misma clase. Cuando analicemos más adelante los términos primordialumo y
pluralismo nos detendremos a examinar con mayor detalle las consecuencias
adversas de esta premisa, limitándonos ahora a señalar que la premisa en cues-
tión impide que se plantee la pregunta fundamental de cuál entre las diversas
identidades de una persona tenderá a salir victoriosa en una competición de
lealtades.
Los antropólogos, los etnólogos y quienes realizan estudios comparativos de
ámbito mundial han solido emplear con mayor frecuencia etnicidad y grupo ét-
nico en su sentido original, es decir, para designar a grupos que creen tener una
ascendencia común24. Max Weber, por ejemplo, señalaba que:

Llamaremos grupos étnicos a aquellos grupos humanos que abrigan una


creencia subjetiva en su linaje común [...] esta creencia debe ser impor-
tante para la propagación de la formación del grupo; por el contrario, la
existencia de una relación consanguínea objetiva carece de importancia.
La pertenencia al grupo étnico {Ge??ieinsamkeit) difiere de la pertenencia
al grupo de parentesco precisamente porque se trata de una identidad
supuesta25.

Se diría que esta definición equipara el grupo étnico a la nación, y, en efecto,


como ya se ha señalado, Weber vinculaba los dos conceptos 26 . Sin embargo,
en otro texto, Weber establecía entre ambos una diferenciación importante y
útil:

La idea de nación suele incluir la creencia en una ascendencia común y en


una homogeneidad esencial, aunque frecuentemente indefinida. Estas
creencias son comunes a la «nación» y al sentimiento de solidaridad de las
comunidades étnicas, el cual también se alimenta de otras fuentes diversas,
como ya hemos visto antes [cap.V, p.4]. Mas el sentimiento de solidaridad étnica
no basta para crear una «nación». Indudablemente, aunque los rusos blancos
siempre hayan tenido un sentimiento de solidaridad étnica que los distingue
de los grandes rusos, ni siquiera hoy día afirmarían que reúnen los
requisitos necesarios para constituir una «nación» independiente. Hasta hace
poco, los polacos de la Alta Silesia apenas poseían el menor sentimiento
de solidaridad con la «nación polaca». Se sentían un grupo étnico diferente
de los alemanes y, por lo demás, eran subditos prusianos y nada más27.

24
Véase, por ejemplo, Tomotshu Shibutani y Kian Kwan: Etbnic Stratification: A Compartít¡ve
Approach, Nueva York, 1965, p.47, donde se dice que grupo étnico es aquél que está compuesto por
«quienes se consideran a sí mismos semejantes en virtud de su ascendencia compartida, real o ficti
cia, y a quienes también los demás ven de esa forma».
25
Max Weber: Economy andSociety, p.389.
2Í1
Véase la nota 10 de este capiculo.
n Weber: Economy and Snciety, p.923.
100 Etnonadonalismo

Es obvio que, en este pasaje, Weber está hablando de pueblos prenaciona-les


o de lo que anteriormente hemos denominado naciones potenciales28. Emplea
corno ejemplos a pueblos que aún no son conscientes de pertenecer a un
elemento étnico más amplio. La conciencia de grupo a la que se refiere —un
nivel bastante bajo de solidaridad étnica que se genera en un sector del ele-
mento étnico al enfrentarse a un elemento extranjero— no tiene por qué ser
relevante desde el punto de vista político y está más cerca de la xenofobia que
del nacionalismo. Ahora bien, en tanto en cuanto representa un paso en el
proceso de la formación de una nación, demuestra que las personas de un
grupo deben saber lo que no son desde el punto de vista étnico antes de saber
lo que son. Así pues, a los ejemplos de Weber podríamos añadir el caso de los
eslovacos, los croatas y los eslovenos, que ya eran conscientes de no ser alema-
nes ni magiares cuando pertenecían al Imperio austrohúngaro, mucho antes
de llegar a adquirir una opinión concreta sobre su identidad étnica o nacio-
nal. En los casos de este tipo, la identidad significativa de carácter positivo no
trasciende los límites de la localidad, de la región, del clan o de la tribu. Ve-
mos, pues, que para que exista un grupo étnico no es necesario que sus miem-
bros sean conscientes de pertenecer a él. El antropólogo o el observador podrá
discernir sin problemas la existencia de un grupo étnico, pero éste no se con-
vertirá en nación hasta que sus miembros no tomen conciencia de la singula-
ridad de su grupo. Por tanto, mientras el grupo étnico puede ser definido
desde fuera, la nación debe ser definida por sus propios miembros29. Así pues,
emplear los términos grupo étnico y etnicidad para referirse a diversos tipos
de identidad desdibuja la relación entre el grupo étnico y la nación y, al propio
tiempo, priva al estudioso de un término excelente para denominar tanto a las
naciones como a las naciones potenciales.

PRIMORDIALISMO (PRIMORDIALISM)

El término primordialismo, otro de los sustitutos habituales de nacionalismo,


suele atribuirse a Clifford Geertz, aunque el propio Geertz ha reconocido que
se lo debe a Edward Shils30. Es más, Geertz nunca habló de primordialismo,
sino de sentimientos primordiales. El uso del término en plural no era acci-
dental, ya que Geertz no concebía la cuestión de la rivalidad entre lealtades
como una dicotomía entre lealtad al Estado y lealtad a la nación. En su opi-
nión, los «sentimientos primordiales» o «vínculos primordiales» eran una serie
de fenómenos diferentes que sólo se solapaban en algunas ocasiones. Geertz
considera que los vínculos psicológicos derivados de unos orígenes comunes en

-" Véase el capítulo 3 de este volumen.


29
Tal como lo ha señalado Charles Winick al referirse al etbnns: «Un grupo de personas vinculadas
tanto por su nacionalidad como por su raza. Estos vínculos son por lo general aceptados incons-
cientemente por los miembros del grupo, pero quienes no pertenecen a él aprecian su homogenei-
dad» (Winick: Dictionary oj"Anthnpalngy, Nueva York, 1956, p.193).
■ícl Clifford Geertz: «The Integrative Revolución: Primordial Sentiments and Civil Politics in
the New States», en Clifford Geertz (comp.): Oíd Societies and New States, Nueva York, 1963, par-
ticularmente la p.109.
El caos terminológico 101

el ámbito lingüístico, racial, tribal, regional o religioso constituyen identida-


des fundamentales totalmente independientes, lo que no impide que a me-
nudo se refuercen.
Como ya hemos visto al comentar la etnicidad, Geertz ciertamente no
constituye una excepción por considerar que no todos los vínculos funda-
mentales son de la misma naturaleza. Por ejemplo, varios autores afirman
que el conflicto entre valones y flamencos es esencialmente lingüístico, dado
que no se observan entre ellos diferencias religiosas o de otro tipo fácilmente
apreciables; en contraste, el problema de Irlanda del Norte casi siempre se
califica de religioso, siendo así que no está relacionado con diferencias lin-
güísticas o raciales; el problema de Singapur se define a menudo como un
conflicto racial, porque entre el típico malayo y el típico chino hay diferen-
cias visibles; los problemas de identidad de Indonesia suelen denominarse
regionales, dado que el carácter insular de su geografía salta a la vista; la
identidad taiwanesa tenderá a calificarse de étnica sólo porque no hay dife-
rencias tangibles entre los taiwaneses y los hans de la China continental.
Ahora bien, la cuestión es si cada uno de estos ejemplos constituye un caso
diferente o si su descripción en términos esencialmente religiosos, lingüísti-
cos, etcétera, se debe a la confusión entre las manifestaciones tangibles de la
nación y su esencia psicológica.
Claro está que cualquier nación posee características tangibles y que,
una vez que éstas se identifican, es posible describirla en términos tangi-
bles. La nación alemana puede definirse por su número de miembros, por
su composición religiosa, por su lengua, por su ubicación y por otra serie
de factores concretos. Pero ninguno de estos elementos es un requisito
esencial de la nación alemana. La esencia de la nación, como ya se ha di-
cho, es una cuestión de ¡swfirpercepción o de ¿«¿«conciencia. Muchos de los
problemas que plantea la definición de la nación pueden atribuirse precisa-
mente al hecho de que es un grupo que se define a sí mismo. Por ello, al-
gunos estudiosos, como Ernest Baker, Rupert Emerson, Carlton Hayes y
Hans Kohn siempre han empleado términos como autopercepción y con-
ciencia de sí misma para analizar y definir a la nación. La creencia grupal
en los vínculos de parentesco y en la singularidad del grupo constituye la
esencia de la nación, mientras que sus características tangibles, como pue-
dan serlo la religión o la lengua, sólo son significativas para la nación en la
medida en que fomentan el sentimiento (o creencia) de identidad y singu-
laridad del grupo. Llegados a este punto, conviene señalar que la nación
puede perder o modificar alguna o todas sus características externas sin
que por ello desaparezca la creencia en la propia singularidad vital que la
convierte en nación. Así, los irlandeses o los escoceses de las Highlands po-
drían perder su lengua sin por ello perder la convicción de que poseen una
identidad nacional particular. Del mismo modo, los judíos pueden cortar
sus lazos con el judaismo a la vez que mantienen una vinculación muy
consciente con la nación judía. En efecto, en una época en que la vesti-
menta tradicional, las ceremonias y otras costumbres que en otros tiempos
ayudaban al forastero a identificar a las distintas naciones están dando paso
a una creciente uniformidad global, el nacionalismo, en el sentido estricto
del término, está en evidente auge. Así pues, las características tangibles
Utnonaáonalismo

de una nación no son su esencia y todas las situaciones anteriormente men-


cionadas, aunque se describan en términos esencialmente lingüísticos, reli-
giosos, raciales, etcétera, son de hecho de la misma especie, yaque, en úl-
tima instancia, se fundan en la existencia de una serie de identidades
nacionales divergentes.
La propensión a confundir las manifestaciones tangibles de la nación con su
esencia psicológica se debe a varios motivos. Uno de ellos es que los elementos
tangibles se ven con mayor inmediatez y se conceptualizan con facilidad; es
más, desde el punto de vista del comentarista de televisión, del periodista, e
incluso del estudioso, los aspectos tangibles no sólo son más fáciles de percibir,
sino también más fáciles de transmitir a la audiencia en términos comprensi-
bles. Otro motivo es la importancia que ha comenzado a concederse a la cuan-
tificación en los círculos académicos, que explica por qué los investigadores
han concentrado sus esfuerzos en la búsqueda de factores determinantes del
nacionalismo susceptibles de ser cuantificados31.
Sea como fuere, no sólo debe culparse del problema a los observadores.
Quienes están más implicados en un conflicto de identidades nacionales tam-
bién pueden contribuir a destacar en exceso sus elementos más visibles al me-
nos de tres maneras:

1. Muchas veces, un rasgo específico de una nación se convierte en caba-


llo de batalla de las luchas nacionales y se describe como un compo-
nente indivisible de la nación. Así, por ejemplo, los ucranianos, los
francocanadienses y diversos grupos nacionales de la India y de
Paquistán insisten en que la conservación de su lengua es indispensa-
ble para que no desaparezca su identidad nacional, En estos casos, se
está afirmando que el imperativo «primordial» del nacionalismo es
lingüístico. Sin embargo, hemos señalado antes que varias naciones
han perdido su lengua sin por ello perder su conciencia nacional.
Especialmente pertinente es el caso de los nacionalistas irlandeses,
ya que si bien en el siglo xix y a comienzos del xx aseveraban que la
lengua y la singularidad nacional estaban indisolublemente unidas,
los esfuerzos por resucitar el gaélico realizados una vez que se consi-
guió la independencia han sido menospreciados por la mayoría del
pueblo irlandés que, sin embargo, ha conservado con toda evidencia su
identidad nacional32.

" Se encontrará una afirmación inusitada sobre cómo los estudios modernos han logrado
desentrañar en gran medida el nacionalismo en el New York Times del 16 de marzo de 1971,
donde hay una prepublicadón crítica de un estudio de Karl Deutsch, John Platt y Diter Seng-
aas c,llc enumera los que en opinión de los autores, son «los 62 logros principales obtenidos
cuant'ru vnCm,S|S0C1 * l^ '" T^'"* desde 1900l>- Hntre ell°s. se fluyen «los modelos c mXT 1
, nac 7 :ll ' s ™ y de la integración (estudios matemáticos de las reacciones na-
««S S"& y i967XC0'ese avance se debe a K-Deutsch'B- Russett yR-L- M«ri»' yse
t<.d.1ievidencher!°,Lnterranre '? COnstitu>'en los vas»s. Aunque su nivel de nacionalismo es con
Íñ^r nZl "nf',S°n d gRrUp° n° CM[ellano de EsPaña ™nos interesado en exigir que k
d SZ rl ZZNI" 7r ' aC,Td qU6dÓ refleiada en una enaiesta cir'ld" P°r Milton
sklaS"M síS tn W ' "■' A ^ St"dy m Eénk N~^«. «sis doctoral, Univer-
El caos terminológico 103

2. El segundo factor que fomenta la tendencia que nos ocupa es que los
miembros de una nación tienden a destacar sólo uno de sus atributos
para simplificar la descripción del complejo conjunto de criterios que
los distinguen de otros grupos. Así pues, para los habitantes de Irlanda
del Norte de extracción escocesa e inglesa, los irlandeses son «católi
cos». Y el proceso inverso les convierte en «protestantes». Por ello, es
fácil que el observador incurra en el error de pensar que un problema
basado en diferencias relativas a la identidad nacional fundamental no es
más que una cuestión religiosa33.
3. Un tercer factor contribuyente es esencialmente psicológico y más difí
cil de documentar. Las personas implicadas en un conflicto entre identi
dades nacionales parecen sentir la necesidad de expresar o explicar sus
reacciones emocionales ante el otro grupo de una forma más «lógica» y
concreta. La convicción o el sentimiento de singularidad que crea un abismo
entre ellos debe traducirse a unos términos más tangibles, como puedan
serlo las diferencias de religión, de costumbres o de dialecto. Un fenó
meno claramente relacionado con este aspecto es la necesidad aparente
mente general de «justificar» los prejuicios (es decir, las reacciones emo
cionales ante estímulos foráneos) atribuyendo al otro grupo rasgos
diferenciadores que se perciben con facilidad, o que se perciben errónea
mente con facilidad.

La costumbre de describir las situaciones que nos ocupan en términos


esencialmente lingüísticos, raciales, religiosos o de otra índole, además de
ocultar la causa original y la profundidad psicológica de la cuestión, com-
porta el mismo peligro al que hemos aludido al comentar el uso de términos
de significados múltiples como etnicidad: el riesgo de pensar que cada tér-
mino se refiere a un fenómeno distinto. Los análisis que hacen hincapié en
algún rasgo tangible suelen estar salpicados de expresiones como «naciona-
lismo cultural», «nacionalismo religioso» y «nacionalismo lingüístico».
Aunque estas expresiones tengan el mérito de señalar la presencia del nacio-
nalismo, al propio tiempo transmiten la impresión de que el nacionalismo se
compone de distintos tipos de fenómenos y que no podría sobrevivir a la de-
saparición de los factores tangibles. Por esta razón, el empleo de primordia-
lismo es preferible al de «sentimientos primordiales», porque al menos no
fracciona más el concepto nacional. La mayor crítica que puede hacerse al
término primordialismo es que, al igual que el término tribaiismo, connota
un cierto primitivismo, que puede inducir la idea de que tenderá a desapare-
cer a medida que avance la modernización. Es un término que no parece
aplicable a las sociedades «modernas»; pero la lista de los Estados europeos
que han experimentado fricciones nacionales en los últimos tiempos revela
que la conciencia nacional no es un fenómeno exclusivo del Tercer Mundo: la
Unión Soviética, Rumania, Chipre, Checoslovaquia, Yugoslavia, Italia, Fran-

í!
Al revés de lo que afirman la mayoría de los estudios, los dos bandos del conflicto no se consi-
deran irlandeses. Una encuesta indica que menos del 50 por ciento se consideran irlandeses. Véase
más información en los capítulo 2 y 7 de este volumen.
El caos terminológico 105

la misma índole; y esto, unido a la aceptación apriorística de la sociedad como


algo dado y permanente que caracteriza al pluralismo, favorece una interpreta-
ción del fenómeno en términos de la concepción madisoniana del equilibrio
entre diversos intereses entrecruzados. Puesto que las distintas identidades del
individuo, como la regional, la económica, la social, la religiosa, la etnonacio-
nal y la racial, no coinciden perfectamente entre sí, esta teoría afirma que los
intereses rivales que emanan del conjunto de identidades diversas tenderán a
contener la tendencia segregacionista de cualquiera de los intereses concretos
y, de tal modo, garantizarán el mantenimiento de la viabilidad del Estado.
Ahora bien, este pronóstico pasa por alto el hecho demostrado e ilustrado por
diversos movimientos separatistas etnonacionales de que las fuentes de la iden-
tidad nacional son más profundas que las asociadas con la religión, la clase so-
cial, etcétera, y que, por ello, la presencia de algunas características comparti-
das puede no bastar para preservar el Estado. Que el individuo participa
simultáneamente de varias identidades grupales es incuestionable; pero que
esas identidades no son de la misma clase era la base de la acertada definición
de nación que formuló Rupert Emerson: «La comunidad de mayor tamaño
que, a la hora de la verdad, domina eficazmente las lealtades humanas, impo-
niéndose tanto sobre las exigencias de otras comunidades menores contenidas
en ella, como sobre las de otras que se solapan con ella o la engloban potencial-
mente en el seno de una sociedad aún mayor»36.

TRIBALISMO (TRIBALISM)

Tal como se emplean en la actualidad, los términos tribu y tribalismo suelen


asociarse con el África no árabe, donde han añadido una dimensión especial a
la oscuridad que envuelve el estudio del nacionalismo. Aunque el término
tribu está lejos de ser preciso y su significado es objeto de polémica entre los
antropólogos, se ha empleado tradicionalmente para describir una unidad
sociopolítica homogénea que se caracteriza por ser sólo una de las partes interre-
lacionadas de una agrupación de mayor tamaño. Este concepto de tribu como
unidad étnica subordinada suele aplicarse a regiones no africanas; así pues, las
unidades sociopolíticas principales comprendidas en algunos pueblos asiáti-
cos, como el azerbaijano, el kurdo y el pashtún, se denominan tribus, trans-
mitiendo la idea de que, en cada caso, existe un grupo étnico que engloba a
todas la unidades tribales. Por otra parte, la mayoría de las categorías huma-
nas a las que por lo general se designa con el término tribu están en el África
no árabe y son naciones o naciones potenciales. Algunos ejemplos muy cono-
cidos son los ashantis, los congos, la hausas, los ibos, los xhosas y los zulúes.
Es probable, por tanto, que entre dos «tribus» africanas haya tantas diferen-
cias —psicológicas al igual que tangibles— como entre los franceses y los ale-
manes. Al denominarlas tribus en lugar de naciones o naciones potenciales,
los estudiosos han caído en el error de subestimar la atracción emocional que

ifl
Rupert Emerson: From Entpire to Nution, Boston, 1960, pp.95-96.
,..(■ Etnonacionalhmo

estos colectivos ejercen sobre los individuos. Llamar a esta atracción tribalismo,
a la vez que se reserva el término nacionalismo para referirse a la adhesión a
los nuevos Estados, es un reflejo, a la par que un refuerzo, de la premisa de
que, con el tiempo, la lealtad del individuo terminará inexorablemente por
transferirse de la unidad subordinada (que en realidad es la nación, aunque se
llame tribu) al todo (que en realidad es el Estado, aunque se denomine
nación).
También refuerza esta premisa el hecho de que el término «tribu», además
de transmitir la idea de un estatus subétnico, también connota popularmente
un estadio primitivo de desarrollo de la organización humana. Las tribus célti-
cas y germánicas acabaron por ser absorbidas por una unidad nacional transtri-
bal. Y, por analogía, puede suponerse que las «tribus» africanas terminarán
siendo absorbidas por, pongamos por caso, la «nación nigeriana». Se entiende,
en consecuencia, que el tiempo está de parte de los Estados, y que son ellos, y
no las tribus, los que dominarán el futuro.
Hay un último problema relativo al significado del término tribu tal como
se aplica al África no árabe. La mayoría de los grupos étnicos bien definidos a
los que se denomina tribus están, en realidad, organizados sobre una base mui-
dtribal. Así pues, la terminología al uso suele describir de la misma forma a
los grupos subordinados y a los grupos principales. Esta doble utilización del
término tribu convierte en una empresa arriesgada hacer previsiones generales
sobre la probabilidad de que todas las unidades denominadas tribus lleguen a ser
absorbidas por entidades mayores. El aumento de los contactos entre unidades
étnicamente subordinadas tenderá a fomentar la toma de conciencia de lo que
tienen en común, potenciando el surgimiento de la idea de nación. Pero no se
puede presuponer que el aumento de los contactos entre grupos étnicos dife-
rentes tendrá el mismo efecto.

REGIONALISMO (REGIONALISM)

Buena parte de lo dicho con respecto al término tribalismo es aplicable al uso


del vocablo regionalismo como sustituto de nacionalismo. En este caso, la confu-
sión deriva parcialmente de que, en la manera de hablar actual, regionalismo
se emplea con dos significados incompatibles, uno relativo a una identidad
transestatal, y otro a una identidad intraestatal. La integración transestatal de
una parte del mundo se denomina, por ejemplo, regionalismo europeo; y las
estructuras como la OTAN, la SEATO, la CEE y la Liga Árabe se definen como
organizaciones regionales. Por otro lado, el término regionalismo se emplea
para describir las diferencias intraestatales fundadas en los vínculos sentimen-
tales con la propia localidad. Es con este segundo sentido, afín al de cultura
política regional distintiva (sectionalism), con el que el término regionalismo
suele emplearse como sustituto incorrecto de nacionalismo
Aun en mayor medida que primordialismo y tribalismo, el término re-
giona ismo no transmite el concepto de compromiso emocional que caracte-
riza al nacionalismo, por lo que su mero uso refleja y refuerza la convicción
de que este factor no podrá rivalizar con la lealtad fundamental de un indivi-
El caos terminológico 107

dúo37. Es más, equiparar regionalismo y nacionalismo genera confusión por-


que el regionalismo, en sentido estricto, coexiste muchas veces con el verda-
dero nacionalismo. El nacionalismo alemán, por ejemplo, no impide que
haya diferencias entre las actitudes regionales de los prusianos, los bávaros,
los renanos, etcétera. Lo que realmente importa es que, cuando las lealtades
se ponen a prueba, los factores que todos los miembros de la nación alemana
consideran tener en común se estiman más importantes que las diferencias
regionales.
Hay algunas situaciones, cierto es, en que la «idea» nacional (la conciencia
nacional) aún no ha cuajado por completo y donde, por tanto, la identidad re-
gional sigue constituyendo un rival importante del nacionalismo en la lucha
por lograr la lealtad del pueblo. Así, el concepto de Occidente árabe (al-magrib
al Arabi) continúa ejerciendo una influencia importante sobre la identidad de
los árabes que habitan al oeste de Libia; aunque el nacionalismo árabe está in-
troduciéndose en esa zona, algunos de sus habitantes siguen creyendo que
entre los árabes occidentales y los orientales existen diferencias cruciales que
pesan más que su común condición de árabes38. Ahora bien, casi todo el
mundo concuerda en que la cultura política regional distintiva desaparece con
el aumento de los contactos entre los diversos sectores de una población étnica-
mente homogénea. La evolución de varias situaciones confirma la hipótesis de
que la intensificación de los contactos entre diversos sectores de una población
que posee fundamentos para creer en sus orígenes comunes afianzará esa creen-
cia. Las naciones de hoy día estaban compuestas en otros tiempos por pueblos
fragmentados sin otro sentimiento fundamental de identidad que el basado en
la familia, la aldea, el clan o la tribu. Es más, una vez que se establece un senti-
miento de conciencia nacional, la posterior intensificación de los contactos in-

17
Véase Werner Feld: «Subnational Regionalism and the European Communky», Orbis, 18,
1975, pp.l 176-1192; en este artículo se agrupan los movimientos etnonacionales (como los de Bre-
taña, Córcega, Escocia y Gales) con el localismo (como el que demuestran algunos Icinder alemanes)
en la categoría de «regionalismo subnacional». La consecuencia es que se establecen comparaciones
equívocas entre fenómenos diferentes. Se encontrará una descripción del nacionalismo escocés como
si fuera un movimiento regionalista —con la consecuente infravaloración de su fuerza— en John
Schwarcz: «The Scottish National Party», World Palitks, 22, 1970, pp.496-517, y particularmente
la p.515, donde el autor habla de la «identidad regional». Véase asimismo Jack Haywood: The One
and Indivisible French Republic, Nueva York, 1973, pp.38 y 56, donde se denomina regionalismo al
movimiento bretón. No se hace la menor referencia al etnonacionalismo, ni tampoco a otras mino-
rías étnicas de Francia. Puesto que el término región implica la existencia de un todo mayor, la indi-
visibilidad de Francia queda garantizada (tal como lo indica el título). Los planes de «regionaliza-
ción» de los últimos tiempos, orientados a descentralizar la administración, probablemente han
reforzado la tendencia a denominar regionalismo a los movimientos etnonacionales de Francia e Italia.
En ambos casos, es frecuente que la demarcación de las nuevas regiones coincida con bastante
exactitud con la distribución de los grupos étnicos.
iH
Se observa una manifestación de esta identidad regional peculiar al comparar las distintas
constituciones de los Estados. En tanto que las constituciones de la mayoría de los Estados árabes
afirman que su población pertenece a la «nación árabe», las constituciones de Marruecos y de Túnez
omiten esa expresión y hacen hincapié en que su Estado forma parte del «Gran Magreb». Otra ma-
nifestación de regionalismo es la atenuación progresiva de las reacciones emocionales provocadas por
el «principal enemigo» de los árabes, Israel, a medida que se avanza hacia el Occidente árabe. El
presidente Burguiba de Túnez pudo recomendar hace muchos años que los Estados árabes reconocie-
ran a Israel sin levantar grandes iras en su país. Que un dirigente de Oriente Medio adoptara una
postura similar sería una locura.
108 Etnonacwnalismt

terregionales tiende claramente a homogeneizar las costumbres, los gustos y


las actitudes de las diversas poblaciones. Pero en las situaciones en que no
existe una única nación potencial, sino varios grupos cuyas costumbres y creen-
cias revelan, en conjunto, unos orígenes y una evolución diferentes en lugar de
una historia común, la intensificación de los contactos suele tener el efecto
opuesto. En dichos casos, en lugar de fortalecer el atractivo de los rasgos que se
consideran comunes, fomenta la tendencia a hacer hincapié en las característi-
cas diferenciadoras. El notable aumento de las tensiones que agitan a multitud
de Estados multiétnicos pone de relieve esta dicotomía. La ampliación de los
contactos ha promovido la conciencia nacional de los kurdos, los laosianos, los
luo, los flamencos, los galeses y los francocanadienses, pero también les ha
alentado a oponerse con mayor encono a los árabes y los turcos, los tais, los ki-
kuyus, los valones, los ingleses y los canadienses anglófonos, respectivamente.
Así pues, el aumento de las comunicaciones y los transportes en el interior
de un Estado tiene un efecto determinado en los miembros de una misma na-
ción o de una misma nación potencial, y otro muy distinto en los miembros de
naciones diferentes. El error de denominar regionalismo al nacionalismo ha
llevado a creer a los especialistas que las variaciones de identidad que estudian
desaparecerán con la modernización. Sin embargo, la evidencia acumulada de-
muestra lo contrario.

COMUNITARISMO (COMMUNALISM)

Comunitarismo, otro de los términos que sustituye a nacionalismo, también


plantea una serie de problemas. Este vocablo se incorporó a los estudios sobre el
nacionalismo para referirse a los acontecimientos políticos del Asia meridional,
convirtiéndose en un término popular para describir la tendencia de los pueblos de
la región a dividirse en función de su adhesión al islamismo o al 1 hinduismo.
En la etapa previa a la retirada británica de la India, el término co-í munitarismo
se refería a la tendencia de la gente a acentuar la importancia de la identidad
vinculada a la religión en lugar de a lo que dio en denominarse erróneamente
«nacionalismo indio». Por consiguiente, en esta región, el comunitarismo llegó a
verse como un rival de lo que se denomina «nacionalismo» (es decir, de lo que
hemos denominado en sentido estricto lealtad al Estado), pero .no se empleaba
(como sí se han empleado primordialismo, tribalismo y regionalismo en otras
regiones) como sinónimo de lo que en este texto se ha identificado con el
«auténtico nacionalismo». Por el contrario, el término comunitarismo, al denotar
que la identidad fundamental dependía de las líneas divisorias religiosas, que
englobaban a varias naciones a la vez que dividían a otras, negaba la importancia
que aquí hemos atribuido al concepto de nación.
Este punto de vista se fundaba en la agitación que tuvo lugar antes de la
independencia en apoyo de la división de la India en dos Estados, uno de los
cuales aspiraba abiertamente a que se le identificara como una república islá-
mica; en una serie de plebiscitos en los que se dividió a varias naciones de
acuerdo con sus creencias religiosas y su afinidad con Paquistán; y en los san-
grientos enfrentamientos entre los distintos grupos religiosos que tuvieron
El caos terminológico 109

lugar tanto en la época de la retirada británica como a intervalos periódicos


desde entonces. Sin embargo, es evidente que los pueblos de la región han de-
mostrado una progresiva toma de conciencia de su nacionalidad. El hecho de
que la unidad multinacional que es la India se conserve intacta territorial-
mente no deja de ser significativo, mas para conservar esa unión ha habido
que realizar una serie de concesiones a las diversas naciones con respecto a las
fronteras internas de la India, a la aceptación de diversos grados de autonomía
grupal, etcétera. En algunos casos, como el de los cachemires, los mizos y los
nagas, esas concesiones no han bastado para lograr su pasividad. En Paquis-
tán, la agitación separatista de los sindis y los pashtun.es pone seriamente en
entredicho la preponderancia del sentimiento religioso sobre el nacional.
Ahora bien, el caso de los bengalíes es el que refuta con mayor contundencia
la hipótesis de que el comunitarismo es más poderoso que la idea de nación.
Y es así no sólo porque el pueblo bengalí se separase de Paquistán, sino tam-
bién porque ha ofrecido numerosos ejemplos, especialmente extremos durante
la guerra independentista, de que la división entre hindúes y musulmanes y
entre paquistaníes e indios no corta el vínculo que une a todos los bengalíes39.
Si en la bibliografía sobre el Asia meridional el comunitarismo se ha tratado
como un rival del concepto de nación, en los estudios sobre el resto del mundo
se percibe una tendencia creciente a equiparar ambos conceptos40. Vemos, pues,
que es un término de notable versatilidad, capaz de connotar una serie de
conceptos sin relación alguna con el nacionalismo; o de referirse a una identidad
religiosa que pone en entredicho la validez del nacionalismo; o de ser
sinónimo de nacionalismo sin que nunca se le identifique como tal. Como
sembrador de confusión, pocos términos pueden rivalizar con él.

LOCALISMO (PAROCHIALISM)

Si primordialismo y tribalismo denotan una visión paternalista del nacionalismo


en el Tercer Mundo, entendido como una réplica pintoresca de algo que los
europeos superaron antes de que terminara la «edad del oscurantismo», la con-
notación que el vocablo localismo ha adquirido en los círculos intelectuales es-
tadounidenses supone que equipararlo con nacionalismo equivalga a señalar
con dedo acusador a cualquiera que reconozca abrigar un sentimiento de leal-
tad hacia su nación. La tercera edición del Nuevo Diccionario Internacional de
Webster define el localismo como «la condición o estado de ser pueblerino; esp.:
mezquindad egoísta o estrechez (de intereses, de opiniones o de miras)». El
empleo de una terminología que implica un juicio de valor nos dice más sobre
la tendenciosidad emocional del autor con respecto a, entre otra cosas, la riva-

w
Si se desea más información, véase Connor: «An Overview of the Echnic Coniposition and
Problems of Non-Arab Asia».
■!1) Véase, por ejemplo, Robert Melson y Howard Wolpe: «Modernizntion und the Policics of
Comrnunalism: A Theoretical Perspeccive», American Política! Science Review, 64, 1970, pp.1112-
1130. Véase también E H. H. King: TheNew Malayan Natioti: A Study of Cammutialtsm andNationa-
&w, Nueva York, 1957.
— — — - — ""vutttfj

lidad entre el Estado y la nación, que acerca del fenómeno nacional41. Indica
asimismo que es escasamente probable que a continuación se realicen un análi-
sis y una evaluación desapasionados del vínculo nacional.

SUBNACIONALISMO (SUBNATIONALISM)

Nos ha parecido apropiado concluir con subnacionalismo la lista de sustitutos


incorrectos del término nacionalismo42. Comenzaremos por reconocer que
quienes emplean este término al menos demuestran ser conscientes de que es-
tán enfrentándose a algo semejante al nacionalismo. Ahora bien, el término
subnacionalismo no tiene rival cuando se trata de dar a entender que el naciona-
lismo está al servicio del Estado o de relegar la lealtad al grupo etnonacional a
una categoría subordinada de fenómenos. Este término es en sí mismo una
afirmación de la victoria final de la lealtad al Estado sobre la lealtad étnica,
***

¿Dónde se sitúa hoy día el estudio el nacionalismo? En un mundo como el


de Alicia en el País de las Maravillas, donde nación suele significar Estado,
donde el término Estado-nación se emplea por lo general para designar a los Es-
tados multinacionales, donde nacionalismo significa generalmente lealtad al
Estado, y donde etnicidad, primordialismo, pluralismo, tribalismo, regiona-
lismo, comunitarismo, localismo y subnacionalismo se refieren por lo general a
la lealtad a la nación, no debería sorprendernos que la naturaleza del naciona-
lismo continúe básicamente pendiente de ser investigada. En efecto, la negli-
gencia terminológica incluso ha impedido que se haga una valoración realista
de la magnitud del potencial revolucionario del nacionalismo. Al no ser identi-
ficado como tal, el nacionalismo por lo general se ha pasado por alto o se ha
comprendido erróneamente en los estudios sobre el desarrollo político. Cuando
se ha identificado con un apelativo equivocado, o bien se le ha restado impor-
tancia creyendo que desaparecería ante el avance de la modernización, o bien se
ha identificado con algo tan desagradable como para resultar intolerable. Las
implicaciones del nacionalismo no podrán apreciarse en tanto en cuanto este fe-
nómeno no se reconozca como tal y continúen atribuyéndosele numerosas deno-
minaciones. Y no es probable que.la naturaleza del nacionalismo llegue a com-
prenderse mejor mientras no se reconozcan el fenómeno ni sus implicaciones.
Ahora bien, además de ser uno de los factores que más fomentan la ambi-
güedad que envuelve al nacionalismo, el uso negligente de la terminología es al
propio tiempo un reflejo de la esencia intangible del fenómeno en cuestión.
Como muy bien saben los filósofos, la negligencia terminológica encuentra un

41
Aunque no tengan per se una carga de prejuicios tan grande, otros términos que se utilizan
con frecuencia, como particularismo, también revelan las inclinaciones estatalistas del autor.
42
Véase, por ejemplo, Víctor Olorunsok (comp.): The Politks of Cultural Stib-Nattmalism in
África, Garden City (Nueva York), 1972. Véase también Feld: «Subnational Regionalism and che
European Communiry».
El caos terminológico 111

campo abonado en el terreno de la abstracción. Por ello, el carácter abstracto e


ilusorio del vínculo nacional es en sí mismo un obstáculo para la investigación
académica. Bien podría ocurrir, por tanto, que el conocimiento de la quinta-
esencia del nacionalismo continúe eludiéndonos. En un artículo que invita a la
reflexión, Ladis Kristof ha planteado la idea de que la investigación científica
quizá no sea adecuada para estudiar este tipo de fenómenos43. Aun combinados,
el análisis y la lógica pueden resultar no sólo inadecuados, sino también enga-
ñosos, cuando se aplican al estudio de las lealtades emocionales. Rupert Emer-
son, un estudioso de cuya dedicación y perspicacia en la comprensión del nacio-
nalismo se ha beneficiado todo aquel que ha meditado sobre su obra, ha
expresado una opinión muy similar en las líneas que sirven de prefacio a una
excelente investigación de los elementos que suelen acompañar al nacionalismo:

La afirmación más simple que puede hacerse con respecto a la nación es que es un
conjunto de personas que se sienten nación; y es posible que, una vez realizados
todo tipo de elaborados análisis, esta afirmación sea asimismo la conclusión final.
Para avanzar más, hay que tratar de diseccionar la nación y examinar por sepa-
rado, después de aislarlos, los diversos factores y elementos que parecen haber
contribuido más al surgimiento de la creencia en la identidad común que está en
la raíz de la nación, la creencia en la existencia de un importante «nosotros» na-
cional que se diferencia de todos los otros que componen el «ellos» extranjero.
Pero este proceso es necesariamente demasiado mecánico, ya que el nacionalismo,
al igual que otras emociones profundas como el amor y el odio, es algo más que la
suma de las partes que son susceptibles de ser analizadas fría y racionalmente11.

El comentario de Emerson da a entender que el requisito básico para com-


prender mejor el nacionalismo puede ser una buena dosis de humildad. Si se
quiere profundizar en el conocimiento del fenómeno nacional, probablemente
será más fructífero albergar ciertas dudas con respecto a la propia capacidad
para penetrar en su núcleo más recóndito que mostrarse confiado. Admitir la
posibilidad de que quizá no se llegue a comprender el nacionalismo por com-
pleto es una manera de garantizar que no se olvidará la complejidad del tema,
ni se incurrirá en el error muy común de confundir sus manifestaciones apa-
rentes con su esencia. Reconocer que no se puede explicar la quintaesencia del
nacionalismo no impide realizar progresos en su comprensión. En una área de
conocimiento totalmente física como lo es la medicina, el hecho de que no se
hayan descubierto las causas originales ni la naturaleza de los melanomas ma-
lignos no ha impedido que se realizaran grandes avances en el conocimiento de
sus síntomas y sus reacciones ante distintos estímulos. Pero antes fue necesario
identificar los melanomas y diferenciarlos de otros fenómenos. De la misma
forma, los requisitos necesarios para llegar a comprender mejor el naciona-
lismo son, en primer lugar, llegar a reconocerlo, y, en segundo término, que el
nacionalismo y sólo el nacionalismo se identifique como tal.

" Ladis Kristof: «The State-Idea, the National Idea and the Image of the Facherland», Orbis,
11, 19ó7,p.255.
■1'1 Emerson: Empire to Nation, p.102.
CAPÍTULO 5

ILUSIONES DE HOMOGENEIDAD

Anteriormente hemos señalado la tendencia de numerosos estudiosos a percibir


homogeneidad, o a presuponerla, en el seno de Estados donde de hecho reina
la heterogeneidad. Esta propensión forma a su vez parte de una tendencia
mucho más general consistente en dividir perceptualmente el mundo en sec-
ciones enormes, basándose en la supuesta uniformidad de los modelos cultura-
les, históricos y conductuales. Cabe citar como ejemplo actual las ubicuas refe-
rencias al «mundo islámico». En las obras que emplean esta expresión está
implícita, cuando no explícita, la creencia en que es posible establecer genera-
lizaciones acerca de las pautas de pensamiento y de conducta de todos los pue-
blos predominantemente musulmanes que se extienden desde Marruecos hasta
el oeste de China e Indonesia. Obviamente, esa idea no se ajusta en absoluto a
la realidad, puesto que el islam de las distintas regiones ha recibido la influen-
cia de las culturas preislámicas de la zona. Así pues, pese a que la tradición is-
lámica es militantemente monoteísta («No hay otro dios que Alá...»), la ma-
yoría de los musulmanes de Indonesia (los abanganes) practican una religión
abiertamente politeísta. Y aunque los preceptos islámicos son estrictamente
igualitarios, la estructura de castas preislámica sigue conservando su pujanza
en numerosas comunidades musulmanas del Asia meridional.
Aunque en el capítulo que viene a continuación no se analiza el «mundo is-
lámico», no está de más señalar que la tendencia a percibir a los musulmanes
como un grupo no diferenciado ha ejercido una clara influencia en la biblio-
grafía sobre la identidad nacional. La tradición islámica sostiene que la identi-
dad religiosa (la pertenencia a la ummah o comunidad de creyentes) es el ele-
mento clave de la identidad grupal, y numerosos autores han dado por buena
esa jerarquía de identidades. En consecuencia, antes del desmembramiento de
la Unión Soviética, mucha autoridades en el estudio del Asia central soviética
aseveraban que los kazajos, los turcomanos, los uzbekos y otros pueblos se
veían a sí mismos ante todo y sobre todo como un pueblo musulmán único;
pero cuando la Unión Soviética comenzó a desintegrarse, las naciones de Asia
central demostraron hacia otras naciones predominantemente musulmanas una
hostilidad equiparable, si no mayor, que la que les inspiraban las naciones no
musulmanas. A continuación se analiza la influencia que las percepciones erró-
neas de la homogeneidad han tenido sobre los estudiosos y sobre las políticas
públicas.
¡Imiones de homogeneidad 115

servir para que ninguna chispa prendida por las guerras de otras regiones
del globo sea arrastrada sobre los anchos océanos que nos separan de ellas, y
así será3.

En un tono similar, Henry Clay declaró en la Cámara de Representantes algu-


nos años más tarde:

Una vez que la América española logre la independencia, y sea cual fuere el
tipo de gobiernos que en sus territorios se establezcan, es indudable que estos
gobiernos estarán imbuidos de un sentimiento americano y guiados por una
política americana. Acatarán las normas del sistema del Nuevo Mundo, del
que forman parte, que es distinto del de Europa4.

En ambas declaraciones se afirma que existe un vínculo místico nacido


de una proximidad asimismo mística. De la tajante diferenciación que es-
tablecen entre Europa y todo lo europeo, por un lado, y el Nuevo Mundo y
todo lo «nuevo mundano», por otro, se deduce claramente que ambos
hombres habían establecido una relación directa entre la geografía física y
los asuntos humanos de su tiempo. Los océanos se veían como otras tantas
barreras para las relaciones humanas, mientras que la conexión por tierra
entre los Estados Unidos y los Estados situados al sur se consideraba,
al menos en contraposición con los océanos, como un puente cultural y
político.
Esta misma suposición apriorística animaba la fanfarria del «destino mani-
fiesto», que exhortaba a los estadounidenses a adaptarse a las leyes de la natu-
raleza extendiendo su dominio político-cultural hasta los confines de la por-
ción de la superficie terrestre que habitaban. El presidente estadounidense,
John Q. Adams, opinaba que «es un hecho geográfico establecido que los Es-
tados Unidos y América del Norte son la misma cosa». Le siguieron otros que
llevaron la lógica de las «fronteras naturales» (el litoral oceánico) hasta sus úl-
timas consecuencias. En 1845, por ejemplo, un congresista de Illinois profeti-
zaba en el Parlamento que pronto el Presidente de la Cámara reconocería no
sólo a un caballero de Oregón, sino también a uno de Canadá, de Cuba, de
México, «sí, incluso a un caballero de la Patagonia». Y su profecía era respal-
dada por Stephen A. Douglas, quien, no obstante, aclaraba que «no pretendía
ir más allá del vasto océano [...] de los límites que la naturaleza divina nos ha
señalado»5.
Aunque más adelante los Estados Unidos se conformarían con un territo-
rio mucho menos ambicioso que el delimitado por el Ártico y el Estrecho de
Magallanes, la idea del vínculo hemisférico continuó siendo el núcleo ideoló-

* De uaa carta a su amigo Alexander von Humboldt (Citada en Dexter Perkins: A History ttf
ihe Motiroe Doctrine, Boston, 1963, p.22; énfasis añadido). Puede suponerse que !a afirmación en
cuestión refleja adecuadamente las convicciones de Jefferson, puesto que no se concibió para ser pu-
blicada.
4
Discurso del 24 de marzo de 1818 (Citado en Perkins: A History oftbe Matine Doctrine, pp.3-4;
énfasis añadido).
' Frederick Merk: Manifest Destiny, Nueva York, 1963, pp.16 y 28.
lié Ettionaríonalisnio

gico de la política latinoamericana de los Estados Unidos. Desde que se


abrazara la doctrina Monroe en 1823, hasta la Alianza para el Progreso, los
Estados Unidos han mantenido la inquebrantable convicción de que unos
vínculos especiales les unen a América Latina, en primer lugar, porque am-
bos están separados de Eurasia por los mismos océanos y, en segundo tér-
mino, en razón de su interconexión terrestre. Habida cuenca de que los Esta-
dos Unidos y algunos Estados sudamericanos están más alejados entre sí de
lo que lo están de Europa, cómo sino podrían entenderse las aseveraciones de
la doctrina de Monroe: «Nuestra conexión con los sucesos en este hemisferio
es necesariamente más inmediata, y lo es por razones que deben resultar evi-
dentes a todo observador bien informado e imparcial». O cómo explicar la
opinión emitida en 1895 por el Secretario de Estado Olney: «Los Estados de
América, tanto del Sur como del Norte, debido a su proximidad geográfica, [ . . . ] son
amigos y aliados»6. O el hecho de que Theodore Roosevelt afirmara que la
única aspiración de los Estados Unidos con respecto al hemisferio Occidental
era «ver a los países vecinos en paz, con estabilidad y prosperidad»7. O la
referencia de Franklin Roosevelt a los «buenos vecinos». O la manera en
que el Congreso justificaba la Alianza para el Progreso: «El Congreso estima
que las relaciones históricas, económicas, políticas y geográficas entre los
pueblos y repúblicas americanas es única y posee una significación espe-
cial...»8.
Es evidente que esta relación «única» y «especial» se funda en el hecho
de compartir la misma porción de tierra, siendo así que no es mucho más lo
que los Estados Unidos comparten con los Estados de América central y del
Sur. Ciertamente, no comparten la cultura, que en los Estados Unidos es
predominantemente anglosajona, protestante y de lengua inglesa, en tanto
que sus vecinos del sur son predominantemente hispanos, de lengua espa-
ñola o portuguesa y católicos. En cuanto a la economía, algunos Estados de
América central y del Sur han sido importantes proveedores de materias
primas de los Estados Unidos, mientras otros han tenido escasa relevancia
para la economía estadounidense, y aún otros, como Argentina, han sido
competidores.
Mas, ¿qué importancia real ha tenido el hecho de compartir la misma por-
ción de la superficie terrestre? La realidad es, como cabía esperar, que las rela-
ciones con todos los Estados situados al sur de México se han desarrollado
como si éstos estuvieran ubicados en una isla diferente a la que ocupara Estados
Unidos. Y lo mismo puede decirse de las relaciones más importantes entre Mé-
xico y los Estados Unidos. El «puente terrestre» del istmo de Panamá es, de
hecho, una barrera —recorrida por cordilleras montañosas y poblada por bos-
ques tropicales, sin una carretera que la cruce enteramente de Norte a Sur—,
que ha sido soslayada por los viajeros antes que utilizada. La importancia que el

6
Perkins: A Histoiy ofthe Monroe Doctrine, p.149; énfasis añadido.
7
Mensaje anual del presidente Roosevelt al Congreso de los Estados Unidos, 6 de diciembre de
1904, recogido en William Williams (comp.): The Shaping of American Diplomacy, Chicago, 1956,
p.53O,
8
Fareign Assistame Act de 1962, Título VI: Alianza para el Progreso, sec.251, pár.(a); énfasis aña
dido.
Ilusiones de homogeneidad 117

istmo ha tenido en las relaciones entre los Estados del hemisferio Occidental ha
venido dada por el canal de Panamá, una obra de ingeniería que lo recorre de
Este a Oeste, y no por su continuidad de Norte a Sur. Los contactos entre Esta-
dos Unidos y otros Estados americanos situados al sur se han realizado funda-
mentalmente por mar y, en lo que concierne al tráfico de pasajeros en los últi-
mos tiempos, por medios aéreos, pero prácticamente no ha habido contactos
por tierra. Ahora bien, ¿podrían los Estados Unidos invocar una relación
«única» y «especial» con, pongamos por caso, Argentina, si ambos Estados es-
tuvieran «separados por el océano» en lugar de estar «conectados por tierra»?

La ubicuidad del mito de las relaciones terrestres no se restringe al hemisferio


Occidental. Cuando se mira el mapamundi, hay una tendencia general a ver en
los océanos y en los grandes mares pintados de azul abismos y vacíos que sepa-
ran eficazmente los continentes —en especial Eurasia, África y las Américas—
y los convierten en todos intrarrelacionados y volcados hacia el interior. De
ello se deduce que las relaciones significativas terminan en las costas. La fór-
mula que explicaría esta idea sería: Dos puntos, conectados por tierra, están más
cerca entre sí que otros dos puntos entre los que media la misma distancia y que están se-
parados por las aguas.
Hay que reconocer que esta fórmula fue válida hasta finales del siglo XV,
siempre que las aguas que separasen los dos puntos fueran las aguas de un gran
océano. Ahora bien, en la prehistoria el hombre ya había descubierto y había
aplicado una idea que sus sucesores continuarían poniendo en práctica, aunque
muchas veces sin percibirlo: que el agua constituye un obstáculo menor para el
movimiento y las comunicaciones que la tierra.
Las consecuencias sociopolíticas de las ventajas comparativas de los viajes
por agua se manifiestan en que los ríos navegables han desempeñado a lo largo
de toda la historia la función de arterias de la comunicación. Así, la primera
integración política de un territorio y una población de gran tamaño ocurrió
en Egipto, donde hasta el día de hoy casi el 99 por ciento de los habitantes vi-
ven en el 4 por ciento del territorio, que se extiende a lo largo del Nilo. Otras
civilizaciones antiguas florecieron en las riberas del Tigris y el Eufrates, del
Indo y del río Amarillo9.
La influencia integradora de los ríos posee una relevancia enorme en la
política del Asia meridional contemporánea. En el caso de Birmania [Myan-
mar], por ejemplo, un examen de los mapas lingüístico y topográfico revela
que el pueblo de habla birmana se extiende casi exclusivamente por los va-
lles fluviales y los deltas de los ríos Irrawadi y Sittang y por un trecho de la
planicie costera. En Tailandia, el grupo que habla siamés se concentra bási-
camente en las zonas costeras y en el valle del Chao Praya. En Vietnam, los

' Algunos datos sugieren que la civilización del Tigris-Eufrates puede ser anterior a la del
Nílo.
118 Etnonacionalismo

hablantes de vietnamita ocupan únicamente los valles y deltas de los ríos


Rojo y Mekong, la fina franja costera y la llanura de la Cochinchina, que está
surcada por múltiples ríos y canales. Es, por tanto, evidente que los ríos y los
mares han sido las principales vías de intercambio cultural y económico a lo
largo de la historia del Asia meridional. Los pueblos que ocupan territorios
muy distantes entre sí y comunicados por un río navegable o por mar están a
menudo culturalmente relacionados y, lo que es más importante desde el
punto de vista político, son conscientes de esa interrelación debido a los con-
tinuos contactos que la alimentan. En contraste, otros pueblos separados por
distancias terrestres mucho menores (por ejemplo, los karens, los kachins,
los mons y otros pueblos de Birrnania [Myanmar]; las tribus montañesas del
norte de Tailandia y los pueblos de lengua lao del nordeste; los
«montagnards» de Vietnam) han estado relativamente aislados del pueblo do-
minante en el Estado político al que ahora pertenecen. Muchos de los princi-
pales problemas del Asia meridional contemporánea se deben al intento de
combinar en unidades político-territoriales únicas a los grupos culturales de
las tierras altas y a los grupos ribereños y costeros, que habían vivido de ma-
nera independiente.
Las aguas costeras también han constituido canales de comunicación
intercontinental desde épocas remotas. Todos los escolares «occidentales»
aprenden que el Mediterráneo desempeñó un papel clave en diversas civi-
lizaciones antiguas. Lo que rara vez se subraya en los libros de historia es-
colares es que «la cuna de la civilización occidental» era un crisol de civi-
lizaciones asiáticas y africanas, además de europeas. Es más, antes de la
era cristiana, llegaban regularmente al Mediterráneo mercancías del Asia
monzónica a través del océano índico, el mar Rojo y por la ruta terrestre
más corta que cruzaba el istmo de Suez. Asimismo, mucho antes de que
Vasco de Gama doblara el cabo más meridional de África, ya existía un
comercio oceánico floreciente entre el litoral oriental de África y el sub-
continente indio. Las mejoras de los instrumentos de navegación y el pro-
greso realizado en la construcción de barcos que hicieron posible la «era
de los descubrimientos» no fueron sino un paso más, bien que un paso gi-
gantesco, en la evolución de las relaciones humanas. Los viajes transoceá-
nicos no supusieron un cambio radical con respecto a los modelos de rela-
ción anteriores.
Claro está que la historia también ha presenciado importantes movimientos
por tierra. Las migraciones de pueblos enteros entre territorios muy alejados
son un hecho bastante común; las rutas de las caravanas que transportaban
mercancías entre el Oriente y el Mediterráneo y entre el norte y el sur del Sa-
hara se establecieron en tiempos remotos; y también hubo imperios, como el
kanato de la Horda de Oro, que se basaban esencialmente en las relaciones por
tierra. Ahora bien, tres puntos son obvios:

1. A lo largo de toda la historia, el hombre siempre ha preferido utilizar


las aguas navegables a su disposición antes que las vías terrestres de co-
municación. Las aguas navegables han desempeñado un papel mucho
más importante que la tierra en las relaciones que trascendían la proxi-
midad inmediata.
Ilusiones de homogeneidad 119

2. Las relaciones por vía marítima y fluvial han sido mucho más impor
tantes, tanto en términos cualitativos como cuantitativos, que las rela
ciones por tierra. Así, las -migraciones por vía terrestre ocurridas a lo
largo de la historia solían ser hechos aislados, pues las rutas que se
guían no se constituían en canales permanentes de intercambio entre
las culturas situadas en el punto de origen y el de llegada de la migra
ción. Por otro lado, los grandes imperios terrestres, como el de la
Horda de Oro, tuvieron una influencia poco duradera en los pueblos
que habitaban los confínes de sus dominios10. La influencia cultural
china se mantuvo en las llanuras fluviales y costeras, pero apenas se
hizo notar en los pueblos del sur de China, en el Tíbet, en Sinkiang y
en Mongolia. Las culturas portuguesa y española ejercieron una in
fluencia duradera en los diversos pueblos sudamericanos que vivían de
cara a las costas, pero su impacto fue mucho menor entre los pueblos
de tierra adentro. En efecto, la influencia de la cultura castellana en los
pueblos costeros y fluviales de los territorios sudamericanos dominados
en su día por España fue mayor que la que tenía sobre los vascos y los
catalanes, ubicados en la propia península Ibérica. Viene esto a demos
trar que la relación entre el transporte por vía fluvial y marítima y la
aculturación que se ha señalado con respecto al Asia meridional no era
un fenómeno exclusivo de esa región.
3. Los contactos por vía marítima y fluvial han sido decisivos en numero
sas regiones donde apenas se establecían comunicaciones entre zonas te
rritoriales adyacentes.

II

La tecnología ha tenido un influjo enorme y progresivo sobre la «percepción


de la distancia» en términos cuantitativos. Pero, ¿ha modificado las desventa-
jas comparativas de los desplazamientos por tierra, o simplemente las ha mag-
nificado? Para responder a esta pregunta es preciso distinguir entre las distan-
cias referidas a los transportes, a las comunicaciones y a la estrategia militar.
La continua construcción de redes de carreteras y ferrocarriles, de oleoduc-
tos y gaseoductos, da testimonio de los progresos realizados por la humanidad
en la superación de los obstáculos al transporte terrestre. Sin embargo, las
vías acuáticas siguen siendo las más eficaces para el transporte de grandes car-
gamentos. A modo de ejemplo, compararemos los costes del transporte de
grandes volúmenes de petróleo por vía terrestre con los costes de su trans-
porte en barco en el caso de EE UU: la conducción a través de un oleoducto
resulta cuatro veces más cara que el transporte en barco; el transporte en tren,

'" Si, como suele creerse desde hace largo tiempo, los primeros incas no eran navegantes, el Im-
perio inca sería una excepción; pero algunos descubrimientos recientes de piezas de cerámica plan-
tean serias dudas con respecto a esa suposición. Véase el artículo de Walter Sullivan en el Neiv York
Times del 1 de junio de 1969, y una descripción de un viaje realizado en una embarcación de juncos
enere Perú y Panamá en el New York Times del 22 de junio de 1969-
j2Q Etnonacionalismo

veintidós veces más caro; y el transporte en camión, setenta y cinco veces más
caro11*.
A pesar de la proliferación de diversas redes de transporte terrestre, la cifras
citadas demuestran con toda evidencia que el transporte por vía acuática sigue
siendo el método preferido para el traslado de mercancías de gran volumen
siempre que sea posible utilizarlo12. Ilustra esta preferencia el hecho de que el
70% del tonelaje que entra y sale de los puertos de Estados Unidos procede
del comercio interior**. De igual forma, en términos funcionales aunque no
políticos, estaría justificado considerar el Canal de Panamá como una vía de
comunicación interna, siendo así que la sexta parte de los barcos que lo cruzan
van de una costa a otra de los Estados Unidos***. San Francisco mantiene estre-
chas relaciones comerciales con Nueva York por vía marítima, pese a que la
distancia navegable que separa ambas ciudades es mayor que la distancia te-
rrestre que media entre ellas, así como mayor que la distancia que hay entre
Nueva York y Río de Janeiro o Estambul, y que la distancia de San Francisco a
los puertos de Japón y de Corea. La misma ventaja comparativa explica por
qué el transporte de mercancías entre Alaska y el grupo de los otros cuarenta y
ocho estados situados al sur de Canadá se realiza básicamente como si ambos
territorios fueran sendas islas. También confiere cierta realidad al desliz en que
incurren algunos escritores y oradores de tanto en tanto al denominar a esos
cuarenta y ocho estados «los Estados Unidos continentales», en contraposición

1
John Alexander: Economk Geography, Englewood Cliffs (Nueva Jersey), 1963, p.347.
* Estos costes comparativos se modifican sustancialmente a lo largo del siguiente cuarto de si-
glo. En 1987, James Morris afirmaba que los cargueros de servicio irregular transportaban mercan-
cías por «un uno por ciento del coste del transporte aéreo, un cinco por ciento del transporte en ca-
mión y un diez por ciento del transporte ferroviario» («America's Stepchild: The Maritime World»,
Wihon Quarterly, 11, 1987, p. 118). Así pues, aunque el transporte marítimo había conservado sus
ventajas de ahorro, las diferencias de coste con respecto a los camiones y a los trenes habían descen-
dido significativamente. Este cambio se debía a la nueva tecnología, incluidos los transbordadores y
la adopción a escala mundial de contenedores de tamaño estándar para el transporte de grandes car-
gamentos (que permiten trasvasar rápidamente el cargamento entre los barcos, los camiones y los
trenes).
12
La distancia, claro está, debe ser bastante grande para que compense el coste y las molestias
de trasladar las mercancías de un camión o un tren a un barco, o viceversa. Si el viaje es relativa
mente corto, las ventajas del transporte directo por ferrocarril o carretera entre el punto de origen y
el de destino serán de mayor peso que la reducción del gasto por tonelada y kilómetro del transporte
en barco. Esto explica la gran pérdida de importancia relativa sufrida en los últimos años por el
transporte intraestatal en barco.
Debido sobre todo al cambio de los costes comparativos, esta cifra había descendido del 70%
al 51% en 1989 (Extrapolada de la tabla 1060 del US Bureau of the Census: Statistkal Abstract of ée
United States: 1992, Washington (D.C.), 1992).
El notable aumento del tamaño de los barcos (tanto de los cargueros contenedores como de
los grandes buques cisterna) ha restado importancia al Canal para el comercio estadounidense, puesto
que se ha multiplicado el porcentaje de buques demasiado grandes para el sistema de esclusas del Ca-
nal. Ahora bien, en lo que al transporte del petróleo de Alaska a la costa Este se refiere, el hecho de
que el istmo sea muy estrecho sigue siendo importante; como se ha construido un oleoducto en para-
lelo al Canal, el transporte marítimo de este producto sólo se ve interrumpido por una estrecha franja
de tierra. En contraste, como resultado tanto de la revolución de los contenedores como de las pro-
longadas esperas para atravesar el Canal —a las que se ven sometidos incluso los navios de menor to-
nelaje—, éste ha ido cediendo terreno al transporte por carrerera entre la costa Oeste y la costa Este
de EE UU (particularmente algunos cargamentos, como los vehículos de motor de fabricación japo-
nesa). La repetida propuesta de construir un canal al nivel del mar con objeto de reconducir el tráfico
comercial hacia el istmo está sujeta a controversia, tanto en Japón como en los Estados Unidos.
Ilusiones de homogeneidad 121

con el archipiélago hawaiano y con lo que se infiere que es el «archipiélago»


de Alaska. Las ventajas del transporte por vía acuática explican asimismo por
qué la autopista de Alaska, construida durante la Segunda Guerra Mundial por
motivos estratégicos, apenas si ha tenido importancia económica. Siempre que
existe una vía de transporte marítimo alternativa, las carreteras de gran longi-
tud, como la de Alaska y la panamericana —todavía en construcción— tienen
básicamente un valor turístico y psicológico, mientras que su utilidad econó-
mica se restringe a ámbitos muy reducidos.
El transporte aéreo tampoco puede competir con el transporte por vía marí-
tima. Su importancia está todavía limitada a aquellos tipos de mercancías cuya
relación valor/volumen es muy elevada, a las situaciones en que la rapidez de la
entrega es importante y a los casos en que no se dispone de otro medio de
transporte.
El papel de los viajes marítimos y fluviales es desde luego muy distinto
cuando se trata del transporte de pasajeros; en este caso, pierden su primacía en
favor de los viajes por vía aérea o por vía terrestre, siempre que haya carreteras y
líneas férreas adecuadas. Ahora bien, la cuestión no es tan simple. Es evidente
que el avión es el medio de transporte básico entre zonas urbanas separadas por
grandes distancias, pero sigue siendo inadecuado cuando el lugar de destino es
una localidad menor. Las anécdotas sobre la necesidad de invertir más tiempo
en llegar al aeropuerto más próximo que en viajar entre dos ciudades muy aleja-
das entre sí han pasado a formar parte del acervo común de los viajeros. Por
otro lado, dado que hace mucho que los vuelos comerciales intercontinentales
se han convertido en una realidad, dichas anécdotas ponen una vez más de ma-
nifiesto el peligro de presuponer que «la tierra une y el agua divide». Y nos lle-
van a plantearnos una cuestión de mayor envergadura: hasta qué punto tienen
relevancia los viajes personales en las relaciones interculturales.
A veces las capitales de los Estados del Tercer Mundo están a unas horas de
vuelo de París o de Washington, pero a días, o incluso semanas de viaje de al-
gunos lugares situados en su propio Estado. Así las cosas, los viajes aéreos ape-
nas han afectado a la gran mayoría de la población mundial. Incluso en los
Estados con una buena red de transportes intraestatales, los efectos directos de
los viajes personales sobre la sociedad son minúsculos. Al ciudadano medio de
Estados Unidos, Francia o Rusia no le afecta significativamente el tráfico
interestatal de viajeros de los aeropuertos de Nueva York, París o Moscú; como
tampoco afecta a su cultura. Por otro lado, si hablamos de un número tan ele-
vado de extranjeros como para que su visita simultánea posea un impacto cul-
tural13, podría argüirse que la presencia extranjera masiva a veces genera esa si-
tuación de aislamiento cultural que se caracteriza por el etnocentrismo y la
xenofobia. Los contactos personales interculturales suelen ser intrascendentes o
perniciosos, a no ser que cumplan una función deseada por ambas partes (el co-
mercio o el establecimiento de una alianza militar a la vista de una amenaza
que se percibe como común, por ejemplo).

13
Entre los ejemplos recientes pueden citarse las fuerzas de ocupación aliadas tras la Segunda
Guerra Mundial, los trasvases de población de rusos y ucranianos a Kazajstán y a otras regiones asiá-
ticas de la Unión Soviética, el establecimiento de chinos en Sinkiang y el Tíbet, y la presencia de Es-
tados Unidos en Vietnam del Sur y Tailandia.
Ilusiones lie homogeneidad 123

en mejorar el canal de San Lorenzo y en crear un canal más ancho en el istmo


de Panamá también da testimonio de las previsiones optimistas sobre el futuro
del transporte por vía acuática15. El advenimiento de la «era aérea» y, más re-
cientemente, el de la «era espacial», no han asestado un golpe de gracia a la
«era marítima».
El concepto de distancia comunicativa presenta una serie de características
equiparables a las que se han comentado con respecto al transporte aéreo. Las
zonas urbanas más importantes del mundo están interconectadas por canales
de comunicación, sean cuales fueren la distancia o los océanos que las separan,
y establecer contacto entre esas zonas urbanas y sus hinterlands es a menudo
mucho más difícil. A pesar de los problemas que en el pasado planteó el ten-
dido de cables telefónicos submarinos, la tendencia a que los canales de comu-
nicación interestatales se establezcan en función de la demanda antes que de la
distancia o de las características del medio físico se pone de manifiesto en el
hecho tantas veces comentado de que las comunicaciones telefónicas entre las
capitales sudamericanas pasen por Nueva York, y en que dos lugares de África
estén en muchos casos conectados telefónicamente a través de Europa16. La im-
portancia de estas rutas de comunicación radica en que desmienten los concep-
tos de insularidad y de solidaridad continental.
Los últimos avances tecnológicos y los que están en proyecto con respecto
al uso de los satélites de comunicación servirán para aproximar a todos los Es-
tados en cuanto a distancia comunicativa, sea cual sea su ubicación. Los satéli-
tes intdsat ya pueden emplearse comercialmente para las transmisiones telefó-
nicas, telegráficas, radiofónicas y televisivas, y se prevé ampliar mucho los
servicios.
Ahora bien, este sistema de interconexión global no bastará por sí mismo
para cambiar la situación de las regiones con escasas infraestructuras comuni-
cativas. Las comunicaciones aproximarán a los continentes y a las capitales de
los Estados, pero algunas áreas de numerosos Estados continuarán básicamente
incomunicadas.
En los últimos tiempos se ha hablado mucho de los efectos integradores ge-
nerados por la difusión de los transistores de radio baratos en las regiones menos
accesibles de los Estados africanos y asiáticos. A este respecto, deben hacerse dos
advertencias. La primera es que se sabe muy poco sobre la naturaleza y el grado
de la influencia de las comunicaciones unidireccionales. La expresión «monó-
logo significativo» está por acuñarse todavía. La segunda es que cuando la zona
transmisora comparte con la receptora la lengua base, el dialecto y las expresio-

15
El ejemplo reciente más conocido de la confianza depositada en el futuro del transporte marí
timo tal vez sea el que nos ofrece una corporación privada, la Humble Oil and Refining Company,
que en 1969 se embarcó en un proyecto de 30 millones de dólares para demostrar la viabilidad de
establecer una ruta marítima abierta durante todo el año a lo largo de la costa norte del continente
norteamericano. El proyecto se justificó alegando que se lograría un ahorro inmenso al transportar el
petróleo directamente en barco desde la vertiente norte de Alaska hasta los puertos de la costa Este
de los Estados Unidos. Se estimó que la alternativa de llevar el petróleo hasta los barcos a través de
un oleoducto que recorriera Alaska de Norte a Sur elevaría el precio final de entrega de 0,96 dólares
a 1,81 dólares por barril. Véase el New York Times del 18 de agosto de 1969.
16
Véase, por ejemplo, Albert Wohlstetter: «Illusions of Distance», Foreigti Affairs, 46, 1968,
p.248.
124 Etnonacionalism

nes coloquiales, el motivo es que ambas zonas vienen disfrutando de una rela-
ción intracultural muy intensa desde hace largo tiempo. En esos casos, la radio
se limita a intensificar una relación preexistente, pero no la crea. Cuando, por el
contrario, las lenguas o dialectos son distintos, los locutores de la radio corren el
riesgo de llamar la atención sobre los rasgos diferenciadores en lugar de sobre las
características compartidas, y eso suponiendo que se le comprenda. Si los pro-
gramadores deciden realizar las emisiones en la lengua o dialecto local, cabe
plantearse si las comunicaciones están reforzando los contactos interculturales o
la conciencia de la propia especificidad cultural. Los transistores diseminados
entre las tribus del norte y el nordeste de Tailandia han sido el medio del que se
han valido Pekín y Hanoi para subrayar, en emisiones realizadas en el dialecto
local, las diferencias y conflictos que separan a los radioyentes del grupo tai do-
minante. Bangkok desarrolla una contraofensiva emitiendo programas en las
lenguas locales. ¿Cabe realmente hablar de asimilación vía radiofónica en una si-
tuación de esta índole? ¿O sería más adecuado señalar que la reducción de la dis-
tancia comunicativa está aumentando la distancia cultural?17.

III

El concepto de distancia estratégica puede parecer anacrónico. A la hora de pro-


gramar los blancos de los proyectiles balísticos intercontinentales, la distancia
resulta irrelevante, como tampoco tiene la menor importancia el hecho de que
hayan de sobrevolar zonas terrestres o marítimas. Ahora bien, los misiles de al-
cance medio de lanzamiento submarino continúan desempeñando un papel im-
portante en la planificación estratégica de las potencias nucleares, de lo que se i
deduce que las relaciones oceánicas entre enemigos potenciales influyen sobre ?
su vulnerabilidad. Una vez más, el agua une y la tierra separa, ya que la única
medida relevante en este contexto es la distancia que separa el blanco de la vía ■
acuática más próxima que esté conectada a un océano. Por ello, Omaha vuelve a \:
ser uno de los puntos menos vulnerables de los Estados Unidos.
En cualquier caso, aun suponiendo que deba descartarse la posibilidad de
una guerra nuclear, la diferenciación entre la distancia por mar y la distancia
por tierra sigue teniendo importancia estratégica. A juzgar por su línea de ac-
tuación, es de prever que los Estados poseedores de armas modernas rehuirán
la confrontación directa y dirimirán sus rivalidades a través de guerras de me-
nor importancia relativa, combatidas a través de intermediarios. La política
adoptada por la Unión Soviética con posterioridad a la Segunda Guerra Mun-
dial, el reciente distanciamiento de británicos y franceses de sus compromisos
internacionales, los artículos escritos por los líderes chinos sobre las guerras
populares y las protestas de los estadounidenses por la participación en la Gue-
rra de Vietnam son datos reveladores de la alta improbabilidad de que los ciu-
dadanos de las potencias mundiales se impliquen directa y masivamente en las
guerras. Ahora bien, si la tendencia actual se perpetúa, cabe esperar que los

17
Este tema se trata con mayor detalle más adelante.
Ilusiones de homogeneidad j 25

grandes Estados suministren la base logística de las guerras. Y en este campo


se revelan, una vez más, las claras ventajas del transporte en barco, ya que una
de las extrañas normas de las nuevas guerras que las grandes potencias libran
«a través de intermediarios» es el total respeto a la libertad en los mares. Du-
rante la Guerra de Vietnam, Haifong y la bahía de Cam Ranh eran las puertas
que comunicaban la zona bélica con la zona de paz; los Estados Unidos y la
Unión Soviética podían transportar suministros a Vietnam con tanta facilidad
como podrían haberlos transportado, en circunstancias bélicas similares, a Ale-
mania, Tanzania o Venezuela. Cuando un Estado posee una marina mercante
con capacidad de reserva, el hecho de que una travesía dure unos días más o
menos de lo previsto no tiene repercusiones estratégicas una vez que las mer-
cancías ya han comenzado a entregarse. Por ejemplo, la travesía de Gran Bre-
taña al golfo Pérsico por el cabo de Buena Esperanza dura unos diecisiete días
más que la ruta del Canal de Suez. Pero, cuando el Canal se cerró al tráfico en
1967, el retraso en el suministro de petróleo sólo se hizo notar durante un
breve período: después del primer retraso, que medió entre la llegada del úl-
timo petrolero que atravesó el Canal y la llegada del primer buque que reco-
rrió la nueva ruta de El Cabo, la capacidad de carga de los buques se aumentó
lo suficiente para compensar los efectos adversos del cierre del Canal. Claro
está que acortar las distancias reporta ventajas económicas; pero la irrelevancia
relativa de esta consideración queda ilustrada en el hecho de que buena parte
del transporte de petróleo continuará empleando la ruta de El Cabo una vez
que se vuelva a abrir el Canal de Suez. Los costes derivados del retraso de die-
cisiete días quedan sobradamente compensados por la utilización de superpe-
troleros, demasiado grandes para atravesar el Canal, y por el ahorro que supone
no pagar los derechos de paso.
De igual forma, la distancia que debe recorrerse para abastecer las zonas be-
ligerantes posee escasa relevancia estratégica siempre que se observe el princi-
pio de la libertad en los mares. Los serios problemas logísticos de la Guerra de
Vietnam no estaban relacionados con el transporte de mercancías hasta la ba-
hía de Cam Rahn, sino con su desembarco y transporte por tierra. La distancia
logística entre cualquier punto de Laos, Sikkim, Níger o Bolivia y el puerto
más próximo sería incuestionablemente mayor que la distancia entre ese
puerto y los Estados Unidos, pues a las desventajas naturales del transporte por
tierra habrían de sumársele los problemas derivados de las actividades guerri-
lleras y de la inadecuación de las redes ferroviarias y de carreteras.
Cierto es que hay un fenómeno en relación al cual sí puede afirmarse que el
agua separa y la tierra une. Dicho fenómeno está asociado con la segunda
norma peculiar de las guerras contemporáneas, evidenciada en la actuación de
Los Estados. Esta norma sostiene:

1. que en una situación de «guerra revolucionaria», los aliados de ambos


bandos defenderán de boquilla el principio tradicional de la inviolabili-
dad de las fronteras (es decir, que el gobierno de un Estado no debe in-
tervenir en los acontecimientos que se desarrollan al otro lado de sus
fronteras sin permiso del Estado vecino, como tampoco debe permitir
que dentro de sus fronteras tengan lugar actividades que afecten a los
asuntos internos del otro Estado);
126 ^tn<"'acionalh,m

2. que el gobierno anturevolucionario y sus seguidores deben respetar en


la práctica la tradicional inviolabilidad de las fronteras, y
3. que el movimiento revolucionario y sus seguidores utilizarán el lado in
violable de la frontera como refugio y canal logístico.

Como resultado de esta nueva costumbre, siempre que el gobierno de un Es-


tado deseaba derrocar al gobierno del Estado vecino mediante una revolución,
el éxito o el fracaso de los movimientos revolucionarios ha dependido en gran
medida de la contigüidad entre ambos Estados. Cuando, después de la ruptura
con la Unión Soviética, Yugoslavia cerró sus fronteras a los revolucionarios
griegos, el movimiento griego no tardó en desaparecer. Otro caso análogo es el
del movimiento de insurrección en lo que fuera la Malasia británica, que
nunca llegó a ser muy efectivo, entre otros motivos porque el gobierno tai no
estaba dispuesto a permitir que las guerrillas utilizaran su territorio. Por otra
parte, el Frente de Liberación Nacional argelino sí pudo utilizar los territorios
de Marruecos y de Túnez como refugio y como base de aprovisionamiento. El
empleo que el Viet Minh hizo del territorio chino para esos mismos propósitos
a partir de 1949 es sobradamente conocido. Y también lo es el uso del territo-
rio laosiano, como ruta de abastecimiento (la senda Ho Chi Minh), y del terri-
torio camboyano, como refugio y vía de abastecimiento, por parte de Hanoi.
Los grupos que aspiraban a «liberar» Mozambique y Angola se han servido
con fines semejantes de los territorios de Tanzania y de la República Democrá-
tica del Congo.
Así pues, la inmunidad de los gobiernos a los movimientos revolucionarios
se acrecienta gracias a la ausencia de fronteras comunes con otro Estado. Esto
no significa, evidentemente, que los Estados insulares sean invulnerables a las
revoluciones, como lo demuestra el caso de Cuba; pero lo que sí es verdad es
que las fronteras oceánicas evitan que se establezcan bases de aprovisiona-
miento y cuarteles generales de la oposición en los territorios adyacentes al
Estado. Además, dificultan el suministro secreto de material bélico desde el
exterior del Estado. Patrullar la costa puede ser difícil, sobre todo si las aguas
costeras suelen estar atestadas de barcos de pesca, juncos, sampanes, falúas y
otras embarcaciones similares; pero siempre es mucho más fácil que patrullar
una frontera terrestre de longitud equivalente. El movimiento huk de las
Filipinas tenía graves dificultades de aprovisionamiento, y también el mo-
vimiento comunista javanés una vez que se hubo constituido en auténtico
movimiento revolucionario (después de perder el respaldo del gobierno con
posterioridad al abortado golpe de Estado). El frustrado deseo de Castro de ex-
portar la revolución a toda América Latina está bien documentado. La situa-
ción sería muy diferente si Castro se hubiera hecho con el poder en Venezuela
o en algún otro Estado «continental». Pero las aguas interpuestas, y no la dis-
tancia real, son la clave de la frustración de Castro; Jamaica es para Cuba un
lugar tan remoto como Brasil.
La situación con respecto a los océanos sirve, por tanto, como patrón de
medida de la invulnerabilidad a los efectos de la tendencia contemporánea de
los Estados de orientación revolucionaria a pasar por alto la inviolabilidad de
las fronteras siempre que les conviene. Al propio tiempo, otra regla adoptada
en las guerras contemporáneas, la de la observancia del principio de la libertad
¡¡taimes lie homogeneidad 127

en los mares, tiene una consecuencia más significativa: la posibilidad de que


los Estados costeros se conecten entre sí sin que las distancias que los separan
sean una consideración de gran importancia.
Aún no estamos en condiciones de evaluar los efectos que el transporte aé-
reo de contingentes militares puede tener sobre la estrategia militar. En estado
de alerta, Francia tiene capacidad para establecer una presencia militar limi-
tada en sus antiguos dominios africanos en un lapso de tiempo muy breve.
Gran Bretaña ha declarado su intención de conservar esa capacidad con res-
pecto a Malasia y a Singapur. En 1968, los Estados Unidos realizaron unas ma-
niobras aéreas transatlánticas con objeto de demostrar su capacidad para
aumentar rápidamente sus destacamentos militares en Europa; y en marzo de
1969 llevaron a cabo una operación aérea similar en Corea. Aun reconociendo
las graves limitaciones del transporte aéreo como medio de organizar operacio-
nes continuadas a gran escala, la capacidad de maniobra rápida a larga distan-
cia, sea cual fuere su importancia, viene a confirmar lo que se ha dicho con res-
pecto al transporte marítimo y pone de manifiesto que es incorrecto equiparar
distancia estratégica y distancia kilométrica.
Así pues, el análisis de las distancias económica, comunicativa y estratégica
nos lleva a la conclusión de que en algunas circunstancias la distancia real ca-
rece de importancia —como en los casos de la programación de los proyectiles
balísticos intercontinentales y de la comunicación entre las capitales—, y
cuando sí la tiene, la distancia por mar separa menos que la distancia por tie-
rra. La fórmula que antes se citó debiera por ello reformularse en estos términos:
Cuando la distancia es una consideración relevante, dos puntos conectados por vía
acuática están más próximos entre sí que dos puntos a los que separa la misma distancia
por tierra. Pero, a pesar de su inexactitud, la fórmula sin corregir se ha dado ge-
neralmente por buena, tal como lo evidencian los mitos populares de la unidad
hemisférica, continental, regional y estatal. Todos estos mitos contienen dos
falacias potenciales: en primer lugar, que la unidad en cuestión, ya se trate de
un hemisferio, de un continente, de una región o de un Estado, está de algún
modo integrada, y, además, que no existen intereses compartidos con quienes
habitan más allá de los límites terrestres de esa unidad.

IV

Los mitos hemisféricos. Lo dicho hasta el momento con relación al «hemisfe-


rio Occidental» basta para indicar que los conceptos geográficos erróneos sobre
las relaciones hemisféricas sirven de fundamento a numerosas decisiones políti-
cas importantes. La división del mundo en dos partes, a las que se nombra con
términos complementarios como «Occidental» y «Oriental» o «Norte» y
«Sur», es inherentemente falsa. Esta concepción confiere un carácter natural a
una división que de hecho es absolutamente arbitraria y da por sentada la exis-
tencia de unas relaciones intrahemisféricas que tal vez no existen, a la vez que
niega las relaciones interhemisféricas que son un hecho. Aun cuando las distan-
cias culturales fueran susceptibles de medirse en kilómetros reales —y no lo
son—, dos puntos adyacentes situados en lados opuestos de la línea divisoria de
Ilusiones de homogeneidad 129

plantea la siguiente cuestión: ¿Cómo se constituye Egipto, o todo el litoral


septentrional de África, en «nexo de unión con el mundo exterior» de lugares
como Dakar, Lagos, Ciudad del Cabo, Cabo Elizabeth o Dar es Salaam?
Una mirada superficial al mapa de transportes de África bastará para tomar
aguda conciencia de la falta de conexiones entre diversas bolsas de población
importantes y muy alejadas entre sí. En África no hay un nudo de comunica-
ciones del que salgan radialmente carreteras y líneas férreas. El modelo al que
se ajusta el sistema de transportes, incluidos los ríos navegables, las rutas de
las caravanas, las carreteras y los ferrocarriles, consiste en una serie de ejes, ge-
neralmente cortos y rara vez interconectados, que se adentran hacia el interior
desde la costa. Sudáfrica es el único Estado del que puede afirmarse que sus re-
giones interiores están adecuadamente equipadas con un sistema de transpor-
tes. No hay una línea férrea transcontinental de Norte a Sur y, al norte de Ro-
desia [Zimbabwe], tampoco hay ningún ferrocarril que una el este y el oeste
del continente. El mapa de transportes revela de manera inequívoca que prác-
ticamente no han existido vínculos económicos ni culturales entre los Estados
africanos subsaharianos que no son colindantes. La mayoría de las sociedades
del interior de África han estado básicamente aisladas desde el punto de vista
cultural; en tanto que los pueblos ribereños, costeros o conectados por carre-
tera o ferrocarril que han sufrido influencias externas, las han recibido funda-
mentalmente de sociedades de fuera de África.
El caso sudamericano es similar Esta región ciertamente merece la denomi-
nación de «continente hueco» que se le ha atribuido, ya que el clima y la topo-
grafía se han combinado para orientar hacia el exterior los enclaves más impor-
tantes; es decir, las sociedades principales han vivido de espaldas al continente.
El predominio de una cultura ibérica común en la mayoría de los Estados es
innegable, pero también comparten esa cultura los pueblos de numerosas islas
del Caribe y los de la península Ibérica. Así pues, por sí misma, la cultura
compartida no demuestra la existencia de la solidaridad continental. Más reve-
ladora resulta la persistencia de las culturas indias autóctonas, dominantes en
la mayor parte de las regiones interiores y que separan los enclaves ibéricos.
Los intentos de muchas capitales para entablar un contacto físico y cultural
con el interior son recientes. Las relaciones interestacales entre Buenos Aires,
Bogotá y Lima son un hecho innegable, pero también lo es que la relación te-
rrestre apenas si han tenido importancia.
Asia también se caracteriza por la existencia de una serie de bolsas cultura-
les importantes, orientadas todas ellas hacia la periferia antes que hacia el inte-
rior. Los contactos entre los pueblos de las estepas y las montañas y los pueblos
ribereños y costeros han sido insignificantes, como lo demuestra, por ejemplo,
el escaso influjo que la cultura china han ha tenido en los pueblos no costeros
de la periferia de China. Es más, las relaciones transcontinentales han resul-
tado en numerosos extremos más relevantes que las intracontinentales, como
lo demuestra la influencia ejercida por la cultura británica sobre la lengua y las
instituciones políticas del subcontinente asiático. Por último, podría señalarse
que aunque denominar «chinos de ultramar» a los chinos del Asia meridional
es geográficamente incorrecto, la relativa falta de contactos por tierra que han
mantenido con los chinos de China viene a justificar esa denominación en el
terreno cultural.
130 Etnonaáonalismo

Cabría anticipar que, de todas las expresiones que denotan una unidad con-
tinental, la de continente «europeo» sea la que más responde a la realidad.
Durante muchas generaciones, el «continente» ha significado la Europa conti-
nental para la cultura anglosajona y a quien exhibe costumbres de estilo euro-
peo se le califica de «continental». El tan mentado legado común grecorro-
mano sería la base de una amplia integración cultural. Mas, ¿cómo reconciliar
este concepto de «europeidad» con los últimos doscientos años de la historia
de la región? Ninguna zona de tamaño semejante ha dado tantas y tan profun-
das muestras de disensiones, reflejo de grandes recelos y rivalidades entre las
naciones. No es posible reconciliar la realidad con las ideas porque el concepto
de una cultura europea única es ficticio y la realidad está formada por múlti-
ples lenguas, dialectos, creencias religiosas y otras manifestaciones culturales
diversas. El menor de los continentes multiestatales es increíblemente variado;
el hecho de que estuvieran conectados por tierra no ha servido para germanizar
a los franceses ni para afrancesar a los alemanes. Aunque se ha hecho mucho
hincapié en la unidad cultural, la «europeidad» es un mito. Los esfuerzos reali-
zados a lo largo de la historia para unificar Europa: a) no han derivado de la in-
tensificación «natural» de los contactos, sino de una superposición coercitiva;
b) no se han realizado en nombre de Europa, sino de un grupo nacional parti-
cular, y c) se han visto abocados al fracaso debido a la decidida resistencia de
los grupos deseosos de tener autonomía cultural y política.
Con la notable excepción de Charles de Gaulle, pocas voces se han alzado
en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial para hablar de la unidad
europea, lo que puede atribuirse a la división entre comunistas y no comunis-
tas. Ahora bien, sí se han hecho intentos de integración regional desde ambos
bandos. La CEE y el COMECON confían en unificar seis Estados mediante la in-
tensificación de sus contactos económicos. Aunque el área geográfica que
abarca cada una de estas organizaciones no representa sino una pequeña por-
ción de Europa, resulta esclarecedor que ambas se hayan enfrentado a numero-
sos problemas corno consecuencia de las rivalidades nacionales. Se puede decir,
como mínimo, que esa problemática ilustra la falacia de suponer automática-
mente que los Estados adyacentes poseen intereses y características históricas
comunes.
La mejor ilustración del carácter ilusorio de los conceptos continentales tal
vez sea una pregunta que los estudiosos y los oradores llevan siglos tratando de
responder: ¿Dónde termina Asia y comienza Europa? La separación ficticia del
territorio continental responde al hecho de que los contactos por tierra entre
las costas del Pacífico y del Atlántico apenas si han tenido importancia, pero,
en el fondo, esta división geográfica es un intento de definir una línea a partir
de la cual los pueblos de un lado miren hacia el Oeste y los del otro hacia el
Este. Tan inane cuestión apenas merecería que nos detuviéramos en ella si no
fuera por el influjo que continúa ejerciendo en las convicciones humanas. Así,
por ejemplo, De Gaulle hablaba a menudo de una Europa para los europeos,
una Europa que se extendería desde el Atlántico hasta los Urales, como si la
Unión Soviética [Rusia] estuviera dispuesta a renunciar a sus posesiones situa-
das más allá de esa cordillera o como si fuera capaz de diferenciar los intereses
de sus componentes europeos y asiáticos. Las líneas divisorias topográficas no
tienen por qué coincidir con las humanas.
Ilusiones de homogeneidad 131

El problema de diferenciar Europa de Asia no termina en la Unión Sovié-


tica. Turquía, con territorios a ambos lados del estrecho del Bosforo, ¿es asiá-
tica? La cuestión se complica aún más por el hecho de que los turcos otomanos
procedían originariamente del Asia central, pero lo cierto es que desde los
tiempos de Ataturk, sino desde antes, se han considerado europeos. ¿Termina
Europa al menos en la frontera oriental de Turquía? Los pueblos turcos se ex-
tienden, casi sin solución de continuidad, desde Turquía hasta el oeste de
China. Por otro lado, ¿cómo justificaríamos que se excluya de Europa a las re-
giones de lengua indoeuropea de Irán, Paquistán Occidental y el norte de la
India? Los contactos culturales y las fronteras políticas han tenido muy poco
que ver con la división del mundo en continentes.
El término continente deriva de continere, que significa abarcar, represar, con-
tener. Así pues, aplicarlo a Europa está aún menos justificado que en otros ca-
sos, dado que los grupos culturales de la región pueden afirmar que sus ideas y
costumbres han recibido una influencia mundial mayor que las culturas de
cualquier otra región. «La era de los viajes marítimos», «la era de los descubri-
mientos», «la era del imperialismo», «el colonialismo», «el neocolonialismo»
y la presencia de franceses, españoles, portugueses e ingleses en regiones dise-
minadas por el mundo entero dan testimonio de que, ciertamente, Europa no
era una unidad contenida en sí misma. Los mitos no tienen por qué concordar
con la realidad, pero, aun así, no deja de resultar paradójico que el antiguo di-
rigente francés De Gaulle se opusiera a la creación de una comunidad atlán-
tica, negando a los Estados Unidos toda participación de ios asuntos europeos
simplemente porque no pertenecían a Europa; con ello, se pasaban interesada-
mente por alto toda una serie de hechos que se remontan a los tiempos de las
exploraciones francesas en América del Norte y entre los que se incluyen la
alianza de Francia con los Estados Unidos durante la Guerra de Independencia,
la cesión del territorio francés de Luisiana a los Estados Unidos, la alianza fran-
coestadounidense durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, los pro-
pios intereses de De Gaulle en Quebec y la posesión continuada por parte de
Francia de las islas transatlánticas de Saint Pierre y Miquelon, Guadalupe y
Martinica, y del territorio continental transatlántico de la Guayana francesa.

Los mitos regionales. Al igual que en el caso de los hemisferios, se puede


afirmar que existen tantas regiones como nos sea dado imaginar. «América La-
tina», por ejemplo, abarca más de un continente, aunque el término regional
suele emplearse con referencia a una región menor que un continente en la que
hay varios Estados. Esta denominación implica, cuando menos, que los pue-
blos de la región poseen en común una serie de características importantes que
justifican que se les otorgue el tratamiento de entidad diferenciada e indepen-
diente. Sin embargo, los términos regionales rara vez se atribuyen a entidades
que cumplan tales requisitos. Aunque siempre comportara el riesgo de ocultar
diferencias esenciales, la expresión «América Latina» ha sido hasta hace muy
poco una abreviatura útil para denominar al conjunto de Estados independien-
132 Etnonacimalisnio

tes de América del Norte y del Sur y de las islas vecinas, excluyendo a Canadá
y a los Estados Unidos. No obstante, ahora que la Guyana, Jamaica, Trinidad y
Tobago y las Barbados han adquirido la categoría de Estados independientes, y
que la Honduras Británica [Belice] está en vías de adquirirla, la expresión re-
sulta obsoleta y nos demuestra una vez más los peligros de relacionar cultura y
ubicación geográfica de forma indiscriminada.
Las demás expresiones regionales tampoco suelen resultar más acertadas. Su
arbitrariedad se hace patente en el hecho de que en distintos períodos se hayan
atribuido a territorios muy diferentes y en que incluso los autores de una
misma época les den contenidos distintos. Los cambios de las fronteras políticas
y las disparidades en el conocimiento de la complejidad de la sociedades de la
región en cuestión contribuyen a explicar las discrepancias entre los autores, La
región de Oriente Próximo, por ejemplo, se define así en la tercera edición del
Nuevo Diccionario Internacional de Webster: «Empleada originalmente con referen-
cia a los Estados balcánicos, posteriormente a la región que abarcaba el Imperio
otomano y, en la actualidad, referida a menudo a todos los países del sudeste de
Europa y a toda la zona que se extiende desde Libia o Marruecos, Etiopía y So-
malia, hasta Grecia, Turquía, Irán, Afganistán y, a veces, la India». Se siente
uno tentado de preguntar: ¿incluidos o excluidos? La tarea de definir las múlti-
ples definiciones de un término tan ambiguo merece toda nuestra simpatía, an-
tes que nuestras críticas, y por ello es fácil excusar que no se incluya el territorio
turco en el sudeste de Europa; ahora, bien, no se puede por menos de sentir per-
plejidad ante la exclusión de Grecia de la Europa sudoriental.
La inconcebible falta de precisión de este tipo de términos resultaría jocosa si no
fuera porque suelen evocar imágenes estereotipadas fundadas en el mito de la
homogeneidad cultural. Imágenes que constituyen un obstáculo para el análisis.
La expresión «Sudeste Asiático» se refiere en la mayoría de los textos a Bir-
mania [Myanmar], Tailandia, Malasia, Singapur, Laos, Camboya, los Vietnams,
Indonesia y las Filipinas. La costumbre de restringir los agrupamientos regio-
nales a territorios relacionados por vía terrestre no se sigue en este caso, ya que
se incluye en la región a Indonesia y a las Filipinas. Indonesia, que mide unos
4.827 km de oeste a este, llega más al este que el más lejano de los Estados del
Lejano Oriente, Japón. Australia, que no se incluye en la definición, sólo está a
unos cuantos kilómetros de distancia del territorio indonesio en la zona del es-
trecho de Torres. La Filipinas, que también están cerca de Indonesia, están no-
tablemente más alejadas del Sudeste Asiático continental que de China y Tai-
wan. La inclusión de los archipiélagos se debe, claro está, al legado étnico
común del grupo dominante en la Malasia continental y de los grupos domi-
nantes en Filipinas e Indonesia. En el caso de las Filipinas, el punto de vista
adoptado se funda en la historia remota y, sin embargo, pasa por alto el hecho
de que, desde el siglo XVI, la influencia cultural de España y de los Estados
Unidos ha tenido mayores efectos en Filipinas que los contactos intrarregiona-
les, como lo demuestra el predominio del catolicismo y de la lengua inglesa.
Es más, también se hace caso omiso del hecho de que la cultura dominante en
Java no coincide con la del resto de las islas indonesias, incluidas las dos mayo-
res en términos territoriales. Pero aún es más importante señalar que si el cri-
terio elegido es el de la cultura dominante, habría que incluir en el Sudeste
Asiático a la isla de Madagascar (República Malgache), situada en las costas
Ilusiones de homogeneidad 133

africanas, pero de legado cultural malayo. Mientras que Singapur, donde do-
mina la cultura china, debiera considerarse parte del Lejano Oriente y no del
Sudeste Asiático; lo que también es aplicable a la región poblada por los viet-
namitas. El desconcierto creado por el activismo político de los monjes budis-
tas de Vietnam habría sido menos común si más gente supiera que la cultura
vietnamita se parece mucho más a las culturas que tiene al norte que las que
tiene al oeste, y que el budismo mahayana de los países del norte (China, Co-
rea, Japón y Vietnam), es diferente del pacifista budismo theravada (o hina-
yana) de Birmania, Tailandia y Camboya.
Dos cosas son evidentes. El Sudeste Asiático, así como el Lejano Oriente,
Oriente Medio, Oriente Próximo, Europa Occidental, el África subsahariana y
otras regiones geográficas similares son zonas muy diferenciadas y, por lo gene-
ral, en sus diferencias, y no en sus similitudes, radica la clave de la política.
Por otro lado, el establecimiento de categorías regionales no sólo es arriesgado
porque tiende a ocultar diferencias importantes, sino porque también suele pa-
sar por alto relaciones interregionales significativas.
* * *

Los mitos estatales. Entre todos los conceptos territoriales (hemisferio, conti-
nente, región y Estado), el último es el que menos se presta a la generalización
en términos del grado de integración cultural, económica y política. Algunos
Estados, como por ejemplo Japón, constituyen una unidad muy uniforme; en
tanto que otros, como Nigeria, se caracterizan por una heterogeneidad y unas
tendencias centrífugas muy acusadas. Estas discrepancias quizá debieran pare-
cer normales si tenemos en cuenta que estamos hablando de unidades de ta-
maño territorial tan distinto: Canadá, por ejemplo, es mayor que Europa en-
tera, y la Unión Soviética [era] entre dos y tres veces mayor que Canadá y
Europa; en el extremo opuesto, las Islas Maldivas ocupan un territorio aproxi-
madamente equivalente a la décima parte del estado de Rhode Island. Ahora
bien, de lo expuesto anteriormente se deduce que la distribución de la pobla-
ción con respecto a las facilidades de intercomunicación es un factor más rele-
vante que el tamaño.
En cualquier caso, seguramente es necesario introducir una distinción entre
las vías «naturales» de fácil acceso, como los ríos y las costas, y las vías artifi-
ciales, hechas por el hombre, como las vías férreas y las carreteras. No se puede
poner en duda que las redes de transportes y comunicaciones modernas e in-
tensivas revelan unas interrelaciones económicas generalizadas, pero su im-
pacto intercultural no está tan claro. Admitamos como axioma que las comu-
nicaciones centralizadas y los contactos económicos intensificados contribuyen
a difuminar las diferencias culturales locales en los Estados básicamente mono-
culturales como los Estados Unidos. Pero, cuando están en juego dos culturas
distintas, ¿es posible que el aumento de los contactos favorezca la perpetuación
y, quizá, el exacerbamiento de las inclinaciones nacionalistas y del particula-
rismo? El aumento de los contactos ha agravado los conflictos entre valones y
flamencos en Bélgica, entre los canadienses francófonos y los anglófonos, entre
serbios y croatas en Yugoslavia, y entre los checos y los eslovacos de Checoslo-
vaquia.
, ,4 Etnonaáonaiismo

Lo cierto es que sabemos muy poco sobre el proceso de asimilación. Siendo


así que en esencia es un proceso psicológico, que pasa por la autoaceptación, es
lógico pensar que los programas diseñados para lograr la asimilación están con-
denados al fracaso, o, para decirlo de una forma más optimista: el mejor medio
de lograr la asimilación son los contactos que no están especialmente programa-
dos para lograrla. El mercader árabe que, de manera espontánea, se arrodilla en
su alfombra de oraciones en medio del bullicioso bazar de una ciudad subsaha-
riana puede ejercer una atracción cultural mayor que el más entregado proseli-
tista. A pesar de medio siglo de proyectos y programas étnicos, la Unión Sovié-
tica continúa atenazada por «la cuestión nacional». Es asimismo indicativo que
ni la India ni Paquistán hayan logrado imponer en la práctica las lenguas que
sus respectivas constituciones declaran oficiales, el hindi y el urdu, a los diver-
sos pueblos estatales. Como también lo es el fracaso de los esfuerzos de Franco
para castellanizar a los catalanes y a los vascos. Los ejemplos de la resistencia a
los programas gubernamentales son innumerables. La asimilación programada
parece tener el efecto opuesto al deseado. Por lo visto, la asimilación se logra
mejor de forma accidental, como efecto colateral, que de manera intencionada.
Otro factor relacionado es que la asimilación requiere probablemente de un
período de larga duración, mayor que el de una generación. La intensificación
de los contactos, ya sea programada o accidental, en lugar de abreviar el pro-
ceso, puede erigir una barrera psicológica. Las variaciones en el ritmo de los
contactos interculturales quizá no sea una simple cuestión de grado, sino una
cuestión cualitativa que determina que un pueblo tienda a la asimilación o al
etnocentrismo. La asimilación de todos los pueblos ribereños de China a la
cultura han tardó muchos siglos en conseguirse. El intento posterior a 1949 de
encauzar a las minorías restantes en la corriente cultural principal del Estado
chino mediante una gran expansión de los contactos ha tenido como conse-
cuencia marcados antagonismos intergrupales19. Numerosos Estados contem-
poráneos, y de hecho la mayoría de los Estados africanos, asiáticos y latinoame-
ricanos, contienen grandes zonas que hasta el día de hoy carecen de conexiones
mediante arterias de transportes y comunicaciones. Aunque se prevé que ese
aislamiento deje de existir en breve, el resultado cultural de la nueva situación
tal vez sea muy distinto de lo que suele imaginarse. No es posible dar por des-
contado que se producirá una integración cultural.
Es muy probable que, además de la duración, el tiempo cronológico tam-
bién sea un factor relevante con respecto a la asimilación. El teléfono, la radio,
el ferrocarril y los vehículos de motor son innovaciones muy recientes, al menos
en lo tocante al «tiempo asimilacionista», y, lo que es aún más importante, son
posteriores al advenimiento de la era del nacionalismo. Antes del siglo XVIII, las
personas que sucumbían ante la invasión de una cultura extranjera no tenían
consciencia de pertenecer a una civilización desarrollada y rival de la otra, una
civilización que les inspirara un gran orgullo. En contraste, hoy día, las gentes
del mundo entero suelen ser mucho más conscientes de pertenecer a un grupo

'" Se encontrarán unas afirmaciones notablemente sinceras relativas a este asunto, realizadas por
el Vicepresidente de «Comisión de las Nacionalidades de China en Liu Chun: The National Questio»
and Class btmggle, Pekín, 1966, particularmente las pp. 18-22.
1
Ilusiones de homogeneidad ■''

imbuido de una historia, unas costumbres, unas creencias y, quizá, una lengua
que lo diferencian del resto de los grupos étnicos20. Las razones ele la agudiza-
ción de la conciencia étnica son múltiples, siendo una de las principales el gran
aumento de la frecuencia, el ámbito y el tipo de contactos intraculturales e in-
terculturales. Mas fueran cuales fuesen las causas, el hecho es que la conciencia
cultural tiende a obstaculizar gravemente cualquier intento asimilacionista y
que los contactos interculturales suelen fortalecer los vínculos étnicos. En gene-
ral, se supone que las buenas redes de comunicaciones y transportes de ámbito
estatal han fomentado la integración cultural de todos los elementos afectados.
Pero aun reconociendo que dichas redes han tendido a neutralizar las diferencias
regionales de segundo orden, también hay que decir que el desarrollo de un
buen sistema de comunicaciones y transportes suele producirse dentro de una
unidad cultural que ya era básicamente homogénea. Las nuevas redes suelen
fortalecer los vínculos comunes; pero, en tal caso, ¿no es de prever que Ibolan-
dia dejará de formar parte de Nigeria, Kurdistán de Irak, Tíbet se separará de la
actual China, el Estado ucraniano dejará de formar parte de la URSS y Flandes
dejará de ser Bélgica? La «era del nacionalismo» puede haber sido el heraldo del fin de
la asimilación. Y el fin de la asimilación hace prever el redoblamiento de las
reivindicaciones encaminadas a lograr que la mayoría de las fronteras políticas
actuales se sometan a una radical redefinición.
Es ésta una cuestión de la máxima importancia, ya que la mayoría de los Es-
tados son multiétnicos, El acrecentamiento de la conciencia étnica, traducido
en múltiples movimientos en pro de la autodeterminación, ya está poniendo en
tela de juicio las estructuras políticas existentes en todos los hemisferios, conti-
nentes y regiones. Y aunque los mitos sobre la unidad afirmen los contrario, lo
cierto es que incluso la mayoría de los Estados están culturalmente escindidos.
Parabién o para mal, la exigencia que hoy día va adquiriendo más y más fuerza
es que la realidad se aproxime al mito de la unidad del Estado mediante un
nuevo trazado de fronteras que refleje la unidad étnica.

VI

Los mitos varían enormemente en cuanto a su concordancia con la realidad.


Ahora bien, sean cuales fueren sus fundamentos reales, los mitos engendran su
propia realidad, ya que, por lo general, lo que más relevancia política cieñe no
es la realidad, sino lo que la gente cree que es real. Si los dirigentes estadouni-
denses han estado convencidos de que entre Estados Unidos y los listados su-
damericanos existía una relación especial basada en su conexión terrestre, la
realidad es que esos vínculos especiales han existido, al margen de la veracidad
de la suposición en la que se fundaban. ¿Por qué, entonces, refutar los mitos
sobre la unidad? En efecto, una idea errónea que da lugar a la convicción de-
que existen intereses transestatales compartidos y, en consecuencia, promueve
la armonía, debiera cultivarse en lugar de criticarse.

20
Véase el capítulo 1 de este volumen.
,, /■ Utnonacionalismo
136

La respuesta es que, si bien los mitos sobre la unidad poseen la capacidad de


generar armonía, también pueden acentuar las disensiones. Y, por lo general, se
suelen invocar con el segundo propósito. La idea de «África para los africanos»
deriva de la falsa creencia en unas relaciones intracontinentales que nunca exis-
tieron. Ha sido asimismo la justificación de la expulsión de los pueblos de orí-
genes asiáticos de África del Este, a pesar de que la mayoría de los expulsados
habían nacido en África del Este y de que las relaciones de África del Este con
Asia cuentan con una historia milenaria, en tanto que sus relaciones con el
África interior han sido prácticamente inexistentes. Todo mito geográfico sobre
la unidad, excepción hecha de la unidad mundial, se basa en la exclusión.
Fundar nuestras hipótesis en mitos obstaculiza el análisis lógico y puede llevar
a emitir juicios discutibles. Por ejemplo, se viene aceptando desde hace largo
tiempo que el colonialismo es malo en sí mismo. Pero en la definición popular de
colonialismo está implícito el mito de que «el agua separa y la tierra une». Así
pues, sólo se estima que una situación es colonial cuando entre la metrópoli y el
territorio ocupado media agua salada. Casi nunca se critica a la Unión Soviética ni
a China por perpetuar el colonialismo, pese a que ambas abarcan zonas inmensas,
residuos de la época imperial, que están pobladas por minorías diferentes.
Otro ejemplo de una conclusión cuestionable basada en el mito de que «el
agua separa» es el concepto de las «esferas de influencia». Encontramos una
manifestación reciente de este concepto en la postura que sostiene que la inter-
vención estadounidense en el sur de Asia [por ejemplo, durante la Guerra de
Vietnam] es una violación de la lógica geográfica. Según esta escuela de pensa-
miento, es «natural» que China, «el coloso del norte», ejerza su dominio sobre
toda la región, pero, como ya se ha señalado, esta premisa no es correcta desde
el punto de vista histórico. Es más, siempre que se observe la libertad en los
mares, la privilegiada situación de los Estados Unidos en cuanto al transporte
marítimo sitúa el litoral de Asia meridional, incluido el de Vietnam del Sur,
más cerca de los Estados Unidos que de China,
Los mitos sobre la unidad geográfica no sólo dificultan la comprensión de
importantes relaciones internas, sino también la de importantes diferencias in-
ternas. El catalizador de la historia política ha sido lo que divide a los hombres
y no lo que tienen en común. El nacionalismo tribal es sin lugar a duda un he-
cho más relevante de la política de África de lo que pueda serlo la armonía
africana. El nacionalismo étnico es muy probablemente el reto más explosivo
para la supervivencia de la Unión Soviética. Así pues, si se quiere realizar un
análisis correcto, es imprescindible distinguir la realidad del mito.
No vivimos en un mundo uniforme, sino en un mundo muy diverso. Lo
mismo cabe decir con respecto a los hemisferios, los continentes, las regiones y
la mayoría de los Estados. La configuración de las diferencias y de las similitu-
des, de los intereses compartidos y enfrentados, forma un diseño enormemente
complejo y caleidoscópico debido a su dinamismo. Aunque no hay ningún
conjunto de relaciones que sea auténticamente global, los intentos de restrin-
gir la descripción de las relaciones humanas a cualquier subdivisión del globo
terráqueo son intrínsecamente insatisfactorios. Conocer el telón de fondo geo-
gráfico es esencial para comprender la política mundial contemporánea, pero
el factor geográfico rara vez constituye una explicación suficiente y puede lle-
var muchas veces a conclusiones engañosas.
CAPÍTULO 6

EL ATRACTIVO DE LAS EXPLICACIONES ECONÓMICAS

En el capítulo 2 se ha señalado la tendencia dominante en la escuela de la


«construcción de la nación» a la «infundada exageración de la influencia del
materialismo en los asuntos humanos». En el capítulo 3 hemos observado la
misma tendencia en los estudiosos que, conscientes de la creciente pujanza del
etnonacionalismo, lo explican recurriendo a conceptos tales como el «desposei-
miento económico relativo», el «colonialismo interno», la «competencia por
recursos escasos» y otros de la misma índole. El capítulo que viene a continua-
ción trata de refutar las explicaciones económicas del etnonacionalismo, tan al
uso entre los estudiosos. Este texto se expuso por vez primera en un congreso
celebrado en 1976 en la Universidad de Washington (Seattle) y, nuevamente,
en una versión ampliada, en el Saint Antony's College de la Universidad de
Oxford en 1979.
138 Etnonarionalismo

¿ECONACIONALISMO O ETNONACIONALISMO?*

Al comentar cualquier conflicto etnonacional concreto, los portavoces de al menos


uno de los grupos en conflicto, los periodistas y los estudiosos siempre tienden a
subrayar la dimensión económica del problema. En dichos estudios de casos, se
suele conceder gran preeminencia a los datos relativos a las diferencias intergrupa-
les con respecto a la renta, a la ocupación y al nivel de vida en general, con lo cual
se transmite la idea, ya sea implícita o explícitamente, de que el conflicto en cues-
tión podría desaparecer si dichas diferencias económicas se redujeran o desapare-
ciesen. La abundancia de análisis de estas características es a la vez un reflejo y un
refuerzo de una teoría general sobre las relaciones entre los grupos (por lo general
denominada «teoría del desposeimiento económico relativo»), según la cual el et-
nonacionalismo es en el fondo un impulso de carácter económico1.
La propensión a hacer hincapié en los factores económicos puede conside-
rarse una manifestación de una tendencia más amplia a confundir las caracterís-
ticas externas de una nación con su esencia. La esencia de la nación es psicoló-
gica, ya que radica en la profunda convicción en la identidad o la unidad de la
comunidad, convicción que, desde la perspectiva del grupo, lo distingue de los
demás grupos de una manera fundamental. Inspirándonos en Max Weber, va-
mos a precisar aún más la cuestión: esa convicción o conciencia de pertenencia a
una comunidad deriva del mito de la ascendencia común2. Los miembros de una
nación creen o sienten de manera intuitiva que están emparentados entre sí.

* Traducido de Walker Connor: «Eco- or Ethno-Nationalism?», Ethnk and Racial Stndies, 7,


1984, pp. 324-359. Copyright © 1984 Routledge Journals.
1
«La competencia por recursos escasos» es una variante de la tesis del desposeimiento econó
mico relativo, y, desde su punto de vista, el etnonacionalismo se percibe corno el resultado de la de
cisión de movilizar a un grupo étnico o a lo que se denomina «grupo de presión» en el contexto de
la política estadounidense.
Quienes introducen el concepto de estatus en el análisis social nos ofrecen una variante ligera-
mente más general de la tesis del desposeimiento. Siendo así que el estatus es un concepto bastante
amorfo y vago, que no se puede equiparar exactamente con la posición económica, su introducción
en el análisis contribuye a que se evite caer en una teoría excesivamente simplista de la causalidad
económica. Pero, en la práctica, definir una nación determinada como un grupo de estatus inferior y
sostener que su nacionalismo se debe a la frustración de que se le niegue un estatus más elevado no
supone una gran variación con respecto a los análisis que describen la nación como una clase econó-
micamente desposeída y el nacionalismo como el resultado del desposeimiento.
El modelo del colonialismo interno y el de la elección racional, aplicados al comportamiento de
los grupos etnonacionales, también son marcos analíticos muy utilizados actualmente y que conce-
den gran importancia al valor explicativo de las motivaciones económicas. Bs más, quienes asocian el
ascenso y la decadencia del nacionalismo étnico con una etapa específica del desarrollo económico (el
«industrial» o el «posindustrial») o con la «modernización» también están subordinando el naciona-
lismo étnico a los aspectos materiales.
Teniendo en cuenta todo esto, resulta evidente que la mayoría de los científicos sociales que es-
criben sobre el nacionalismo étnico podrían incluirse en la lista de quienes atribuyen gran importan-
cia al poder explicativo de los factores económicos. Véanse nombres concretos en Jeffrey Ross: «A
Test of Ethnicity and Economics as Contrasting Explanations of Collective Political Behavior», Plural
Sociales, 9, 1978, en las pp.69-71 en especial; y en Joshua Fishman: «The Rise and Fall of the
Ethnic Revival in the USA», en Walker Connor (comp.): Mexican Americans in Comparative
Perspectiva, Washington (D.C.), 1985. La lista del primero incluye a celebridades como J. S.
Furnivall y M. G. Smith. En tanto que la lista del segundo es extremadamente amplia y se remonta
hasta la obra de Karl Deutsch en busca de los orígenes de la tendencia a buscar explicaciones
económicas.
2
Véase en el capítulo 4 de este volumen una explicación más amplia del significado de los tér
minos clave, como nación, grupo étnico y nacionalismo.
Ei atractivo de las explicaciones económicas j so

Ahora bien, aunque la característica definitoria de la nación es de carácter


psicológico, ya que consiste en la manera en que el grupo se percibe a sí
mismo, cualquier nación ha de poseer necesariamente unos atributos tangi-
bles. Todo grupo humano puede describirse en función de un conjunto dado
de rasgos externos: estadísticas vitales, distribución de la población, composi-
ción religiosa y lingüística, etcétera. Pero esos rasgos sólo poseen relevancia
para el concepto de nación en la medida en que fomentan el sentimiento intui-
tivo de parentesco y la creencia en la singularidad vital que distingue a los
miembros de la nación de quienes no pertenecen a ella. Sin embargo, cuando
una diferencia relativa a uno de los rasgos tangibles coincide en términos ge-
nerales con la escisión entre dos grupos nacionales, el conflicto entre ellos suele
explicarse aludiendo a dicha disparidad tangible. Las diferencias externas entre
los protagonistas del enfrentamiento se sitúan en la raíz de éste. De tal suerte,
el conflicto entre los valones y los flamencos casi siempre se ha descrito en tér-
minos lingüísticos, siendo así que no se aprecian entre ellos diferencias raciales
o religiosas notables. Los disturbios de Irlanda del Norte entre quienes se con-
sideran irlandeses y quienes no se consideran irlandeses se clasifican a la ligera
en la categoría de luchas religiosas, puesto que no se detectan entre ambos
grupos otras diferencias fácilmente identificables, como pudieran serlo las lin-
güísticas o las raciales. Y, con la misma lógica, el problema fundamental de la
Guyana se ve como una cuestión racial (entre los «asiáticos» y los «africanos»).
El analista puede comprobar si esas consideraciones de orden tangible no
son prerrequisitos esenciales del conflicto etnonacional por el sencillo método
de realizar un amplio estudio comparativo de dichos conflictos. Y ese estudio
confirma que, en muchas ocasiones, las luchas etnonacionales estallan sin que
medien diferencias de lengua, raza y/o religión. Ahora bien, el enfoque compa-
rativo no es tan válido para refutar las explicaciones de carácter económico, ya
que los factores económicos parecen ser un ingrediente inevitable de los proble-
mas etnonacionales del mundo entero. Los analistas se han dejado engañat por
el hecho de que las disparidades económicas observables son casi universal-
mente factores concomitantes de la agitación étnica. La comparación de la
renta per cápita y del estatus ocupacional de los grupos implicados en un con-
flicto étnico revelaría en la mayoría de los casos unas diferencias notables.
Pero aunque el análisis estadístico parezca indicar lo contrario, es posible
que esta correlación de frecuencias casi perfecta tenga escasa relación con los
motivos de fondo del conflicto. Con raras excepciones, los grupos etnonaciona-
les habitan territorios bien definidos, como lo demuestra el hecho de que se
hayan podido trazar mapas étnicos de casi todas las partes del mundo. Claro
está que esos proyectos cartográficos no se han llevado a cabo sin dificultades,
y entre las zonas donde más difícil ha sido trazar el mapa étnico se cuentan las
regiones divididas donde convergen dos o más patrias étnicas y las sociedades
de inmigración compuestas por personas que han abandonado (o, más proba-
blemente, cuyos antepasados abandonaron) diversas patrias étnicas. La cuestión
se complica aún más debido a que los territorios en los que predomina un
grupo suelen incluir ciudades de origen plural y/o minorías muy dispersas. Sea
como fuere, y tal como lo indican los términos Bengala, Bretaña, Croacia, Ibo-
landia, Ucrania, etc., los grupos etnonacionales habitan por lo general en terri-
torios bien definidos.
140 Utnonacionalismo

La distribución geográfica de los grupos etnonacionales en territorios patrios


bien delimitados explica por sí sola las disparidades económicas que se dan entre
los grupos. Existe algo que podría denominarse la «ley» del desarrollo económico
regional desigual. Y aunque es en la comparación de grandes áreas —como pue-
dan serlo los continentes— donde esa desigualdad se hace más patente, la norma
prácticamente universal es que también se den desigualdades entre las regiones de
un mismo Estado. Esto es cierto tanto en los Estados homogéneos como en los he-
terogéneos; Alemania al igual que Francia son ejemplos de Estados con notables
diferencias interregionales. Entre los factores que contribuyen a crear esta situa-
ción se cuentan las variaciones regionales incluidas en categorías como:

1. la topografía (facilidad de transportes),


2. el clima,
3. la fertilidad del terreno,
4. la presencia de recursos naturales y de materias primas,
5. la densidad de población,
6. la capacidad tecnológica actual de la población del lugar,
7. la distancia a los mercados potenciales,
8. la superioridad relativa de la industria local en cuanto a
a) la antigüedad de las fábricas y los equipamientos y
b) el margen de beneficios, y
9- la perdurabilidad de los efectos de decisiones pasadas relativas a las in-
versiones y a la ubicación de las industrias y equipamientos de apoyo (la
infraestructura)3.

Si tenemos en cuenta la distribución geográfica de las etnonaciones y el de-


sarrollo económico desigual de las regiones, definir los conflictos etnonacionales
en función de la desigualdad económica viene a ser como definirlos en función
del oxígeno: pues allá donde se encuentre uno de esos elementos, es razonable
esperar que también se encuentre el otro. Uno de los graves riesgos que entraña
la aplicación de estadísticas económicas al estudio de los grupos etnonacionales
es que las cifras suelen dar a entender muchas más cosas de las que demuestran.
Ya se ha dicho antes que cabe esperar que cualquier categorización de seres hu-
manos refleje divergencias estadísticas. Los grupos, ya sean étnicamente homo-
géneos o heterogéneos, arrojarán por lo general variaciones relativas no sólo a
los asuntos económicos, sino también a cuestiones tan diversas como la altura y
el peso medios, la distribución por edades y sexos, o el consumo de alcohol per
cdpitaA. Cuando se suma el factor del desarrollo regional desigual, como en el
caso de las estadísticas económicas, cabe prever que se darán variaciones estadís-
ticamente significativas entre los grupos geográficamente diferenciados.

1
Las «adiciones culturales de los grupos locales también incluyen elementos más abstractos
como los hábitos laborales, la predisposición hacia la vida rural o la vida urbana, el rasero que utili-
zan para medir «la buena vida», la aptitud general para los negocios, etcétera.
1
Dichas disparidades son muchas veces sorprendentemente acusadas. Por ejemplo, en 1970, el
número de hombres por cada cien mujeres variaba entre 91,5 en Nueva York y 101,8 en Dakota del
Norte (U.S. Bureau of the Census: Statistkal Abstract oí' thi United States: 1974, 95" ed., Washington
D.C., 1974).
El atractivo de las explicaciones económicas 1A1
Sea como fuere, hay que esperar que los portavoces de los movimientos etno-
nacionales aludan a las disparidades económicas, empleándolas como muestra
evidente de la discriminación. «Las cifras hablan por sí solas» es un dicho harto
manido. Armados con la evidencia estadística sobre las disparidades económicas,
y respaldados por las protestas de los grupos desposeídos, los observadores de los
problemas etnonacionales han favorecido en exceso las explicaciones socioeconó-
micas y las soluciones encaminadas a nivelar económicamente a los grupos, in-
cluido, de ser necesario, el establecimiento de cuotas como medio de garantizar
una representación adecuada del grupo en todas las categorías profesionales.
Un aspecto interesante de los alegatos en contra de la discriminación que su-
fren determinados grupos etnonacionales es que, por lo general, sólo se dirigen
a los Estados donde residen los grupos supuestamente perjudicados. Pero ya
que hablábamos de estadísticas económicas, no está de más recordar que las va-
riaciones significativas entre los grupos étnicos no se restringen a situaciones
intraestatales, pues también se dan con relación a ías nacionalidades dominantes
de otros Estados (por ej., los escoceses con respecto a ios gran rusos, a los alema-
nes, a los chinos han o a los suecos). Sea como fuere, los alegatos transestatales
en contra de la explotación de una etnonación por otra han sido casi siempre
afirmaciones muy generales y abstractas sobre los «ricos» y los «pobres» del
mundo (y, en los últimos tiempos, sobre el «Norte privilegiado» frente al «Sur
desposeído»), que han tenido eco en élites políticas relativamente reducidas y
en intelectuales. Por el contrario, los alegatos que han tocado la fibra popular
han sido casi siempre de ámbito ¿ntraestatú y no iwterestatal5. Así, por ejemplo,
la voz del pueblo no se ha elevado para acusar a los ciudadanos de Kuwait, que
disfrutan de una de las rentas per cápita más elevadas del mundo, de que su nivel
de vida se basa en la explotación de pueblos más allá de las fronteras de su país.
Como tampoco los ingleses suelen culpar a los estadounidenses de tener una
renta peí" cápita mucho más elevada que la suya. Sin embargo, los líderes na-
cionales escoceses y galeses son proclives a clamar contra la discriminación que
supone la inferioridad de su renta per cápita con respecto a la de los ingleses,
aunque esa diferencia sea mucho menor que las mencionadas anteriormente.
El motivo evidente de que las acusaciones de discriminación tiendan a reali-
zarse en ámbitos ¿titraest'dtales en lugar de /'«wesratales es que suele interpretarse
que la economía es una empresa de ámbito estatal. Ese es el motivo de que
hablemos de la economía estadounidense, británica o soviética. No es éste el
lugar para analizar si esa visión cornpartimentada de la economía es válida, sobre
todo en una época de expansión de los bloques comerciales y de las
llamadas «compañías multinacionales». Hoy día, las personas perciben que el
gobierno es la principal fuerza reguladora de la economía y se sienten ofendidas
cuando estiman que a su grupo no se le está concediendo una participación justa
en la economía del país. Pero aun aceptando la tesis de que el gobierno es un
arbitro con libertad de acción para decidir la distribución de los recursos dentro
de las fronteras estatales, ¿hay que deducir de ello que las disparidades entre las
5
Los alegatos contra la explotación colonial fueron muy populares durante l¡t época del colonialismo ul-
tramarino. Ahora bien, ya que se referían a la discriminación dentro de un mismo crisol económico y polí-
tico, no diferían mucho de las situaciones puramente intraesnitak-s. til «neocolonialismo» también da lugar a
alegatos contra la explotación dentro del propio listado, aun cuando esta esté dirigida desde el extranjero.
i, Etnonacionalisnw

etnonaciones se deben a una discriminación programada? En tal caso, ¿por qué


la economía global, cuyos controles son mucho menores, se caracteriza por unas
disparidades aún mayores?
En determinados Estados, la posibilidad de que la discriminación etnona-
cional sea un hecho tiene, ciertamente, muchos visos de realidad. Por ejemplo,
en Irlanda del Norte, la discriminación es uno de los principales factores expli-
cativos del menor estatus económico y ocupacional de los irlandeses con res-
pecto a la población no irlandesa6. Mas como último ejemplo de que no siem-
pre es la discriminación la que produce disparidades económicas entre las
etnonaciones, podemos analizar la posición económica relativa de castellanos,
malayos y serbios: ya se ha dicho que, en general, se tiende a considerar que el
gobierno es la mano no-del-todo-invisible que está detrás de la distribución de
los recursos económicos, y, sin embargo, aunque los tres grupos citados son la
nación políticamente dominante en sus respectivos Estados (España, Malasia y
Yugoslavia), el nivel de vida de los vascos y catalanes es más elevado que el de
los castellanos, tal como lo es el de los chinos (de Malasia) con respecto a los
malayos, y el de los croatas y los eslovenos con respecto a los serbios.
Aunque numerosos adeptos a la teoría del desposeimiento económico rela-
tivo han dado por sentada la omnipresencia de la discriminación, lo cierto es
que de la teoría en cuestión no se desprende necesariamente esa conclusión.
La existencia de disparidades intergrupales, sea cual fuere su origen, puede
por sí sola respaldar la tesis de que los conflictos etnonacionales son, en el
fondo, resultado de la desigualdad económica. Arrojar dudas sobre la capaci-
dad explicativa de la discriminación con respecto a la desigualdad entre las
naciones no pone automáticamente en entredicho la validez de la teoría del
desposeimiento relativo. Ahora bien, si esta teoría es válida, las dos proposi-
ciones enunciadas a continuación deberían ser empíricamente verificables:

Proposición 1
Si las diferencias fundamentales son las económicas, la reacción ante simila-
res disparidades económicas entre grupos debiera ser semejante tanto en las
sociedades homogéneas como en las heterogéneas. La presencia o ausencia de
la diversidad nacional no debería ser determinante. Proposición 2
Si las rivalidades etnonacionaies tienen unas causas básicamente económi-
cas, los cambios decisivos que se produzcan en las relaciones económicas con
el transcurso del tiempo deberán reflejarse en las relaciones etnonacionales7.
Y de aquí podría extraerse un corolario relativo a la comparación de las re-
laciones etnonacionales que se dan en distintos conjuntos de grupos etno-
nacionales, a saber; cuando los distintos conjuntos son muy distintos entre
si en cuanto al grado de disparidad económica, las relaciones sociopolfricas
también deberían variar sustancialmente de un conjunto a otro.

el -,™ SST? ¡r'TléS y n0,irl;1I1flés del Wa«da del Norte también están menos segregados en c I aspu o
territorial que la mayoría de los grupos etnonacionales.
«lev de hr'Zlí T™0 $ A T^ ?T, Índ¡Car la influencia de lo
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superestructura
El atractivo de las explicaciones económicas 143

Pero ninguna de estas proposiciones supera la prueba de la validación em-


pírica. Examinemos en primer lugar la proposición número uno. Contra lo que
afirma su enunciado, la realidad demuestra que en situaciones en que no hay
una escisión etnonacional, los grupos regionales aceptan las disparidades eco-
nómicas que les sitúan en desventaja con respecto a otros grupos del Estado,
cuando de haber coincidido dichas disparidades con las diferencias etnonacio-
nales, habrían provocado protestas contra la discriminación y muestras de se-
paratismo político. Consideremos a continuación el caso de dos regiones adya-
centes de Canadá y los Estados Unidos: Quebec y Maine. Como se refleja en la
Tabla 2, la renta media familiar es, en términos reales, bastante semejante en
ambas regiones. Y, en lo tocante a la situación relativa que ocupan las regiones
en sus respectivos Estados, los habitantes de Quebec disfrutan de una situación
económica más favorable que los de Maine. Sin embargo, el Parti Québécois,
que atrajo más de la mitad de los votos francocanadienses en las últimas elec-
ciones provinciales, blande la bandera de las disparidades económicas entre
Quebec y Ontario para demostrar la discriminación que sufre Quebec y el he-
cho de que su situación mejoraría si se independizara. Los habitantes de Maine
también son conscientes de hallarse en situación de desventaja económica con
respecto al resto de la Unión, y siempre eligen a los políticos que les prometen
traer más industrias al estado y elevar su nivel de vida. Pero los habitantes de
Maine no atribuyen su situación a una confabulación para discriminarles, sino
más bien a los factores geográficos (su ubicación en el término de la vía de fe-
rrocarril). En Maine nunca se han escuchado reivindicaciones autonómicas ni
separatistas.

Tabla 2 Comparación de las rentas familiares medias

' Las cifras corresponden a 1978 en el caso de Canadá y a 1979 en el de Estados Unidos. Teniendo
en cuenca el índice de inflación estadounidense en 1978/1979 (9%) y la tasa de cambio en 1978
(1 dólar canadiense = 0,85 dólares EE UU), la renta media de las familias de Quebec continúa
siendo más elevada que la de las familias de Maine (15.803 dólares frente a 14.749 dólares).
b
Columbia Británica y Alaska.
c
Isla del Príncipe Eduardo y Arkansas.
FUENTES: U.S. Bureau of che Census: Statistkal Abstract of the United States, 1982-
1983, Washington (D.C.), 1982; y Canadá Yearbook, 1980-1981, Ottawa, 1981.

El caso de Quebec y Maine no es excepcional. Ya se ha señalado que en la


mayoría de los Estados se dan acusadas variaciones regionales de la renta. Sin
embargo, los movimientos autonomistas y separatistas, que en justicia debie-
144 Etnonaríonalisma

ran llamarse regionalistas y no nacionalistas, han sido muy infrecuentes. En


contraste, aproximadamente el cincuenta por ciento de los Estados del mundo
han sido escenario de movimientos etnonacionales en tiempos recientes y, en
muchos casos, de varios movimientos simultáneos8.
Otro aspecto interesante del tema de la homogeneidad frente a la heterogenei-
dad es que las variaciones económicas regionales intraestatales no suelen estar cla-
ramente delimitadas. A falta de fronteras estatales que las dividan, las regiones eco-
nómicas suelen estar separadas por zonas de transición y no por demarcaciones
precisas9. Esto significa, en lo que respecta a los territorios patrios étnicos, que las
diferencias económicas entre los pueblos colindantes que están separados por una
línea divisoria etnonacional suelen ser infinitesimales. De tal suerte, las privaciones
económicas de los habitantes de los territorios contiguos situados a ambos lados de
la frontera anglo-escocesa son muy similares y, si la economía determinara la con-
ciencia social, todos deberían reaccionar de la misma forma ante su situación; sin
embargo, los ingleses y los escoceses tienen una percepción muy distinta de los he-
chos. El factor primordial que determina el punto de vista adoptado es la nítida se-
paración entre quienes pertenecen al grupo etnonacional y quienes no pertenecen a
él, y no las diferencias económicas interregionales, mucho más sutiles y graduales.
Por lo que respecta a la segunda proposición (que afirma que una nivela-
ción efectiva de las diferencias económicas debe provocar una aproximación si-
milar de las actitudes etnonacionales), hay que decir que los datos comparati-
vos demuestran con bastante claridad que no responde a la realidad. En un
nivel de análisis muy general, puede señalarse que así como la propagación del
socialismo y del Estado del bienestar es reveladora de una época que se caracte-
riza por el importante papel «nivelador» atribuido a los gobiernos —al menos
en lo tocante a atenuar la riqueza y la pobreza extremas—, esta época también
se ha caracterizado por el rápido desarrollo del etnonacionalismo. Sin querer
sugerir de ninguna manera que entre estos dos fenómenos se da una relación
causal, su coexistencia refuta la tesis de que la nivelación de las diferencias eco-
nómicas entre los grupos atenúa las disensiones etnonacionales.
Las experiencias de Bélgica y Checoslovaquia no son, por tanto, atípicas.
Flandes y Eslovaquia recibieron una proporción desmesuradamente elevada de
las inversiones estatales durante las décadas de los cincuenta y los sesenta10. Y,
sin embargo, en ambos casos, la rápida nivelación de la situación económica de
los dos grupos etnonacionales principales del Estado fue acompañada por un
aumento de las reivindicaciones autonómicas.

8
Una lista de los Estados afectados puede encontrarse en Walker Connor: «The Politics of Et-
nonacionídism»,Journal o/International Affairs, 27, na.l, 1973, en especial la p.2.
9
Las fronteras estatales pueden coincidir con agudas variaciones económicas, a causa de la com
binación de una distribución muy desigual de la riqueza entre los Estados fronterizos (por ejemplo,
México y los Estados Unidos) con unas restricciones estrictas de los intercambios a través de las fron
teras (aranceles, severas leyes de inmigración, etc.). Incluso en las regiones con libertad de comercio
(como la CEE), las fronteras pueden coincidir con grandes variaciones del nivel de vida debido a las
diferencias entre las políticas de bienestar desarrolladas por los gobiernos de dos Estados.
10
Véase, por ejemplo, Eugen Steiner: TheSkvak Dilemma, Cambridge, 1973, pp.129-138, y Jo-
seph Rudolph: The Belgian Front Democratiqne des Bruxellois Francophoms-Rassemblement Wallon (F.D.R-
R.W.) and the Politics of Sub-National lnstittition Building, ponencia presentada en el Congreso Anual
de 1973 de la Northeastern Political Science Association, p.3.
El atractivo de las explicaciones económicas 145

Para eludir la posibilidad de que dos o tres decenios sean un período dema-
siado breve para discernir las tendencias reales, pasaremos a examinar el caso
de la Unión Soviética, que cuenta con casi setenta años de historia. En conso-
nancia con la interpretación marxista de la historia y con los preceptos especí-
ficos de Lenin, desde 1917, los dirigentes soviéticos siempre han sostenido que
los ubicuos antagonismos entre naciones son el resultado de la actuación de los
factores económicos. Cuando se elimina la explotación de una nación por otra,
argumentaban Lenin y sus discípulos, los antagonismos nacionales desapare-
cen. En consecuencia, la «igualdad de las naciones» ha sido, desde el principio,
una de las piedras angulares de la política soviética respecto a las nacionalida-
des. En palabras de un escritor soviético:

La instauración de la Unión de Repúblicas Soviéticas situó en primer plano la


tarea de promover el progreso del pueblo que perteneciera al antiguo Imperio
ruso. La eliminación de las barreras socioeconómicas, de todo cuanto había
contribuido a exacerbar los conflictos entre las naciones, proporcionó la base
necesaria para acelerar y equiparar el desarrollo económico de las regiones
atrasadas y para erradicar de una vez por todas las desigualdades nacionales de
toda índole".

Otro autor soviético responde sucintamente a la pregunta de: «¿Cuál es el


objetivo primordial de abordar la cuestión de las nacionalidades en un país
multinacional?», diciendo que el objetivo es: «Garantizar la igualdad real de
las naciones»12. Y aunque la política soviética de igualdad entre las naciones
posee un componente cultural, sus logros se han elogiado básicamente en tér-
minos económicos. Así pues, en el artículo que acabamos de citar, se explican
de la siguiente manera los pasos dados hacia la igualdad:

Durante todo el período soviético, el Partido ha garantizado a las repúblicas


no rusas unas tasas de crecimiento económico más elevadas que la media glo-
bal del país. En 1968, el crecimiento de la producción industrial de la Unión
fue 79 veces superior al de 1913, mientras que ese crecimiento se multipli-
caba por 125 en Kazajstán, por 152 en Kirguisia, por 146 en Armenia, y en
algunas repúblicas autónomas era aún más elevado (habiéndose multiplicado
por 223 en la república de Komi, por 477 en Bashkiria, etc.). El Partido y el
Estado reservan una proporción relativamente grande de las inversiones de ca-
pital para las zonas nacionales, con objeto de elevarlas al nivel de las naciones
avanzadas13.

Sin embargo, después de más de medio siglo de experimentación con la polí-


tica nacional, ios dirigentes soviéticos reconocen públicamente que los proble-
mas persisten.

1
L. Lebedinskaya: «The Nationality Question and the Formation of the Soviet State», Interna
tional Affairs, Moscú, 197 2, p. 11.
12
S. Gililov: «The Worldwide Significance of the Soviet Experience in Solving the Nationali-
ties Question», International Affairs, Moscú, 1972, p.6l.
1S
I bul.
146 Etnonacionalismo

Algunos estudiosos, aun siendo conscientes de la incapacidad de las mejoras


económicas para hacer desaparecer el etnonacionalismo, siguen creyendo que el
etnonacionalismo y la economía están relacionados. Argumentan que el etnona-
cionalismo no depende de la desigualdad económica, sino del cambio econó-
mico. Veamos cómo describe un autor esa relación en el caso de los eslovacos:

De hecho, las condiciones económicas y sociales han mejorado en Eslovaquia


[...] Este puede ser muy bien uno de los motivos del aumento de la conciencia
nacional eslovaca. La insatisfacción económica no es en todos los casos la causa
fundamental del nacionalismo; muchas veces, el nacionalismo sale a la luz
cuando mejoran las condiciones económicas. El nacionalismo eslovaco habría
existido y se habría desarrollado aun cuando el país no hubiera tenido razones
para protestar por el injusto trato económico que le deparaba Praga14.

La tesis de que el etnonacionalismo está ligado al proceso de cambio econó-


mico entra en contradicción con la agitación nacionalista de multitud de
pueblos del Tercer Mundo, como los baluchis, los congos, los ewes, los
hutus, los karens, los nagas, los shans y los somalíes, cuya situación econó-
mica habría de calificarse de estancada más que de dinámica. Por otro lado,
el caso de los vascos y los catalanes de España, así como el de los croatas y
los eslovenos de Yugoslavia, atestiguan que el cambio de estatus económico
no constituye un requisito necesario del avivamiento del nacionalismo. Ya
se ha indicado anteriormente que estos pueblos disfrutan de una clara supe-
rioridad económica con relación al grupo políticamente dominante en sus
respectivos Estados; superioridad que, de hecho, ha continuado acre-
centándose13, y, sin embargo, los cuatro pueblos han demostrado un etnona-
cionalismo cada vez más enardecido. En efecto, si dos encuestas de opinión
realizadas en Yugoslavia pueden considerarse un reflejo más o menos acer-
tado de la realidad, los eslovenos, que seguramente son el más rico de los
ocho grupos etnonacionales principales de Yugoslavia —y que, desde la Se-
gunda Guerra Mundial, han acrecentado su preeminencia sobre todos sus
rivales—, también son con toda probabilidad el pueblo más insatisfecho de
pertenecer a Yugoslavia16.
Por lo visto, habría que llegar a la conclusión de que la teoría del despo-
seimiento relativo no ofrece una explicación satisfactoria de las disensiones et-
nonacionales. La tendencia creciente de los pueblos a sentirse agraviados ante
el dominio de quienes consideran extranjeros, y a plantarles resistencia, pa-
rece seguir cauces independientes de las variables económicas. Los Estados
pobres y ricos, y las naciones pobres y ricas, han demostrado la misma falta de
inmunidad ante el virus del etnonacionalismo. Todos los entornos económi-
cos, estáticos o dinámicos, han sido testigos de crecientes disensiones etnona-
cionales.

14
Steiner: Slovak Dilemma, p.134.

Véase Milton da Silva: «Modernization and Ethnic Conflict: The Case of the Basques», Com-
parative Politia, 7, 1975, pp.238-242 en especial; y Richard Burks: The National Probkm and the Fu-
ture of Yugoslavia, Santa Ménica, 1971, particularmente las pp.50-54.
16
Compárense las tablas de las pp.43 y 55 de Burks: The National Pwblem and Futttre.
El atractivo de las explicaciones económicas 147

¿Debe, entonces, negarse toda influencia a los factores económicos? En


absoluto. Tal como lo demuestra el gran énfasis concedido a las privaciones
económicas (reales o imaginarias) en la propaganda etnonacional, los argu-
mentos económicos pueden actuar como catalizadores o agravantes de las
tensiones nacionales. Mas de ello no se deduce que el desposeimiento eco-
nómico deba considerarse condición sine que non del conflicto etnonacional.
Las privaciones económicas no son sino uno de sus posibles catalizadores,
entre los que también se cuentan, como se señaló al comienzo, la lengua, la
religión y la raza. Así, por ejemplo, en las situaciones en que la lengua es
un factor crucial, la postura habitual del grupo «agraviado» será considerar
que la preservación de la lengua vernácula es indispensable para la supervi-
vencia del «espíritu» nacional; se alegará que si se suprime la lengua, se su-
prime la nación. Las campañas encaminadas a lograr que la lengua verná-
cula se implante —o se conserve— como lengua oficial de los medios de
comunicación, la literatura, la enseñanza escolar e incluso de la señalización
en calles y tiendas, se convierten en cruzadas nacionales que, muchas veces,
culminan con derramamientos de sangre. Los ucranianos, por ejemplo, han
librado sus batallas nacionales fundándose básicamente en la lengua y ale-
gando que su existencia como nación está en peligro. Podemos suponer que
son sinceros al mantener este punto de vista; pero no es posible suponer que
la pérdida de la lengua llevaría a la desaparición de la identidad ucraniana.
Los nacionalistas irlandeses de finales del siglo pasado coreaban consignas
lingüísticas semejantes cuando marchaban bajo el estandarte de la preserva-
ción de la lengua; pero una vez que se logró la independencia, la lengua,
que había sido un punto básico de litigio durante la lucha de liberación,
perdió de pronto su contenido emocional y su relevancia y, en conjunto, el
nuevo Estado se volvió más angloparlante de lo que lo era cuando estaba
bajo el dominio de Londres. Hemos visto casos análogos relativos a las dis-
paridades económicas, a las que se dota de una dimensión emocional si
coinciden con una escisión etnonacional, mientras que carecen de ella en
ausencia de diferencias etnonacionales (Maine frente a Quebec). Por tanto,
aunque la lucha se desarrolle en términos económicos —o lingüísticos—, el
fondo de la cuestión que se dirime es la existencia de dos identidades gru-
pales diferentes y quién tiene derecho a gobernar a la otra. Por más que las
desigualdades económicas se eliminen o inviertan (como en el caso de los
catalanes, los chinos de Malasia, los croatas, los eslovenos, los flamencos y
los vascos), el conflicto permanece. Pero si se elimina el problema etnona-
cional, a la vez que se mantiene la desigualdad económica interregional, el
conflicto desaparece (Maine).
Ya sea que actúen como catalizadores, como agravantes y/o como campo es-
cogido para librar las batallas verbales del etnonacionalismo, las disparidades
económicas entre dos pueblos pueden ejercer una influencia importante, aun-
que indirecta, sobre el etnonacionalismo cuando generan migraciones impor-
tantes hacia o desde un territorio patrio étnico. La propaganda etnonaciona-
lista suele otorgar mucho relieve a los datos sobre las migraciones, señalando
que la incapacidad de la economía para ofrecer empleos suficientemente atrac-
tivos en la propia tierra ha provocado la desintegración de la «familia» etnona-
cional. Veamos cómo expuso un autor el caso de los eslovacos:
148 Etnonationalismo

Los economistas eslovacos contemplaban con amargo pesimismo la emigra-


ción de la mano de obra eslovaca a los territorios checos. Decenas de millares
de eslovacos se vieron forzados a establecerse en ellos permanentemente por-
que no encontraban empleo en su tierra. Se tenía la sensación de que esos es-
lovacos, o cuando menos sus hijos, estaban perdidos para la nación. Las auto-
ridades locales checas no se preocupaban de proporcionarles escuelas
eslovacas. Esta «deseslovaquización» probablemente preocupaba más a los na-
cionalistas que los aspectos puramente económicos de la cuestión. Ninguna
nación, ni tan siquiera ninguna región, acepta de buen grado una situación en
la que gran parte de su población se ve obligada a emigrar, aun cuando esa
emigración tenga lugar dentro del mismo Estado17.

Por otra parte, la invasión del territorio patrio motivada por un gran despe-
gue económico tiene consecuencias aún más incendiarías que la emigración hacia
el exterior. El movimiento creado para expulsar a los trabajadores extranjeros de
Suiza recibió un nombre muy bien ideado para provocar una reacción emocional:
Nationale Aktion gegen die Uberfremdung von Volk und Heimat [Movimiento
Nacional contra la Dominación Extranjera del Pueblo y de la Patria]. La buena
disposición de la gente para aceptar un descenso de su nivel de vida antes que
permitir la llegada masiva de inmigrantes es un testimonio significativo de la
primacía del sentimiento etnonacional sobre las consideraciones de carácter
económico; por ejemplo, en 1974, más de un tercio de los votantes suizos optó
por deportar a numerosos trabajadores inmigrantes, a pesar de que los
formadores habituales de la opinión pública coincidían en oponerse a esa
expulsión, incluidos el Congreso y el Senado (157 votos contra 3 y 42 contra
0), partidos de todo el espectro político, líderes religiosos y organizaciones de
empresarios y trabajadores, y es más, todos los partidos convenían en que la
expulsión provocaría una grave dislocación económica y una caída del nivel de
vida. Algo similar ha ocurrido en los países bálticos, donde el pueblo se ha
opuesto a que el gobierno soviético realizara más inversiones de capital al pensar
que sin duda la industrialización atraería a más rusos a las patrias de estonios,
lituanos y letones, lo que se consideraba un precio demasiado alto por mejorar el
nivel de vida18. Un corolario de esa reacción psicológica negativa es que las
personas se resisten a dejar su lar etnonacional para buscar empleo en otro
territorio patrio, y este problema psicológico constituye un grave freno para la
movilidad de la mano de obra en el seno de los Estados multinacionales. Un
especialista en Yugoslavia ha señalado a este respecto que en el norte de
Yugoslavia es difícil cubrir todos los puestos de trabajo debido a la resistencia
de los pueblos del sur, étnicamente distintos, a emigrar desde sus patrias; es
más, los movimientos poblacionales que llegan a producirse están muy in-
fluenciados por consideraciones etnonacionales: los serbios de Bosnia van a Ser-
bia y los croatas a Croacia, Eslovenia, que es la región más rica, atrae a un nú-
mero relativamente pequeño de inmigrantes, en tanto que Kosovo (la patria de
los albaneses), que es la región más pobre, ha tenido un saldo migratorio posi-
17
1!)
Steiner: Slovak Diletnma, p.134.
Véanse, por ejemplo, el Neu/ York Times del 21 de marzo de 1971 y del 19 de julio de 1971, y el
Christian Science Monitor del 1 de abril de 1972.
El atractivo de las explicaciones económicas 149

tivo durante cuarenta años19. Todo ello demuestra que el magnetismo de las
patrias étnicas y el deseo de preservar la identidad etnonacional pueden pesar
más que los incentivos económicos.
En buena lógica, cabría esperar que las consideraciones de carácter econó-
mico tuvieran una influencia mayor en situaciones donde la unidad económica
principal (la «economía») coincide con la etnonación o donde las clases socioe-
conómicas de una economía dada coinciden con varias etnonaciones. La primera
situación sería equiparable al caso en que una escisión (ckavage) lingüística o re-
ligiosa coincide con una división etnonacional. (Como ejemplos, pueden citarse
la escisión de flamencos y valones y la de judíos y árabes.) En dicho caso, el fac-
tor lingüístico o religioso reforzaría el factor etnonacional. Ahora bien, siendo
así que, como se ha dicho antes, el Estado constituye la unidad básica de la eco-
nomía moderna, la nación y la economía sólo pueden coincidir en los auténticos
Estados-nación, es decir, en aquellas unidades donde las fronteras políticas y et-
nonacionales son las mismas. Si excluimos tanto a los Estados multinacionales
como a los Estados que, pese a ser homogéneos, se caracterizan por esa situación
que ha dado en llamarse irredentista, en la que el grupo dominante se extiende
más allá de las fronteras del Estado, sólo podrían citarse como ejemplos a Dina-
marca, Holanda, Islandia, Japón, Luxemburgo, Noruega y Portugal, Estos Esta-
dos representan menos del 4% de la población mundial y menos del 1% si se
excluye a Japón. Dado que los Estados-nación son tan escasos, establecer analo-
gías entre el etnonacionalismo y los conceptos económicos globales (PNB,
fuerza de trabajo, etc.) no puede resultar de gran provecho.
Quizá pudiera defenderse la hipótesis de que el mismo hecho de que el Es-
tado sea el crisol económico fundamental es el que mueve a los grupos etnona-
cionales a reclamar un Estado propio. Ser los «amos de nuestra propia casa», los
«arquitectos de nuestro destino» y otras expresiones similares incluyen, entre
otras ideas, la de hacerse con el control de la economía. Ahora bien, el hecho de
que algunas colonias y grupos etnonacionales hayan luchado por la independen-
cia, aun sabiendo que ésta seguramente empeoraría su situación económica, nos
previene una vez más contra la tendencia a conceder primacía a las motivacio-
nes económicas. La abundancia de lo que ha dado en llamarse microestados, y la
proliferación aún mayor de pequeños movimientos secesionistas, nos demuestra
que no es fácil disuadir de su empeño a los separatistas esgrimiendo el argu-
mento de que su Estado es demasiado pequeño para tener una economía viable.
Los análisis basados en la segunda situación antes mencionada (la coinci-
dencia de las naciones con las clases socioeconómicas) cuentan con una larga
historia. Tanto Marx como Engels, especialmente a partir de 1848, tendieron a
sustituir en sus argumentaciones las clases por las naciones en tanto que prin-
cipales vehículos de la historia. En sus obras, llegaron a asimilar a algunas na-
ciones (como la alemana, la magiar y la polaca) con las fuerzas de la ilustración
y del progreso, es decir, con el papel que en sus tratados clásicos reservaban al
proletariado. Otras naciones, y en particular los pueblos eslavos que no eran
rusos ni polacos, asumieron el papel de fuerzas del oscurantismo y de la reac-

19
Burks: The National Prolilem and Fnture, p.57. Las migraciones intiírrepionales han aumentado
desde que Burks realizara su estudio.
15o Etnonacionalismo

ción, cuya «misión principal [era] perecer en el holocausto revolucionario», papel


que antes desempeñaban la aristocracia feudal y la burguesía20.
Es posible, desde luego, que una sociedad esté estratificada de acuerdo con sus
divisiones etnonacionales: el sistema de clases tradicional en Ruanda y Burundi,
que coincidía con la división entre los tutsis dominantes y los hutus dominados,
se aproximaba a esta situación. Tal como ocurre con la lengua, la religión y la
raza, la coincidencia de la clase con la nación tiende a reforzar la escisión
etnonacional (véase, la Figura 1). Pero en las sociedades desarrolladas, las
demarcaciones de las clases sociales suelen traspasar las unidades etnonacionales.
En estos casos, los dos tipos de divisiones (las verticales, que separan las unidades
etnonacionales, y las horizontales, que dividen la nación en clases) son rivales
potenciales en la competición por atraer la lealtad de los pueblos (véase la
Figura 2). Tal como suelen señalarlo los autores que se ocupan del nacionalismo,
la conciencia etnonacional se funda en la división del género humano en un
«nosotros» y un «ellos». Mas esta creencia en un «nosotros» etnonacional no
impide que existan relaciones de segundo orden entre «nosotros» y «ellos»
dentro de la etnonación, ni tampoco otras relaciones de mayor ámbito que la
trasciendan: diversos sentimientos clasistas, religiosos y localistas se
entrecruzan en una nación. Ahora bien, la pregunta relevante es cuál de los
numerosos «nosotros» a los que pertenece una persona se impondrá sobre los
demás cuando las distintas lealtades entren en conflicto. ¿Cuál es la lealtad
primordial? En esto radica la profundidad inherente a la definición cautivado-
ramente simple de nación formulada por Rupert Emerson:

La comunidad de mayor tamaño que, a la hora de la verdad, domina eficaz-


mente las lealtades humanas, imponiéndose tanto sobre las exigencias de otras
comunidades menores contenidas en ella, como sobre las de otras que se solapan
con ella o la engloban potencialmente en el seno de una sociedad aún mayor21.

211
Democratk Panslavista en Paul Blackstock y Bert Hoselitz (comps.): The Riissian Menace to Europe: A
Collection of Anides, Speechts, Letters and News Despatches by Kmi Marx and Friedrkb Engeh, Glencoe
(Illinois), 1952; la cita es de la p.59. Véase también, en el mismo volumen, Hungary and Panslavista.
21
Rupert Emerson: From Empire to Nation, Boston, 1960, pp.95-96.
El atractivo de las explicaciones económicas

Lenin tuvo ocasión de comprobar durante la Primera Guerra Mundial que,


efectivamente, la definición de Emerson demuestra ser acertada a la hora de la
verdad: obligada a elegir entre la conciencia proletaria y el etnonacionalismo, la
clase obrera de Francia y de Alemania se decidió a luchar en nombre de sus res-
pectivas naciones. De hecho, el nacionalismo imbuyó incluso a la vanguardia del
proletariado, una apostasía que Lenin describiría en estos términos después de la
guerra: «La vil traición al socialismo cometida por la mayoría de los líderes del
proletariado de las naciones opresoras en 1914-1919»22. Después de aprender
esta dura lección sobre la fuerza relativa de la lealtad de clase frente a la lealtad
etnonacional, Lenin y compañía decidieron que era estratégicamente aconsejable
mostrarse como aliados de las causas nacionales y, a partir de entonces, la desca-
rada invocación a las aspiraciones etnonacionales se convirtió en ingrediente
habitual de la propaganda marxista-leninista, De tal suerte, en 1924 se informó
a todos los partidos comunistas de la imperiosa necesidad de adoptar una postura
pública con respecto a «uno de los principios básicos del leninismo, que exige a
los comunistas una defensa decidida y constante del derecho a la autodetermina-
ción nacional (secesión y formación de un Estado independiente)»23. Además, se
informó a los partidos de que esta apelación al etnonacionalismo era «uno de los
ingredientes básicos de la política encaminada a ganarse a las masas y a preparar
una revolución victoriosa»2^. Al propio tiempo, se advertía una vez más a los
partidos contra «el error de subestimar la cuestión nacional, error que les priva
de la oportunidad de atraerse a estratos importantes, y a veces decisivos, de la
población»25. El énfasis concedido a la apelación a las aspiraciones etnonacionales
rindió grandes frutos, ya que esta estrategia desempeñó un papel vital en la as-

22
Preli?riinary Draft ofTheses on the National and Colonial Qimtion, June 1920, en Lenin on the Na
tional and Colonial Questivns: Three Arríeles, Pekín, 1967, p.28.
23
Extraéis [rom the Resolution of the Fifth Comintern Congress of the Exeattive Committee ofthe Commu-
ntst International, June 26, 1924, en Jane Degras (comp.): The Cmmttnist International 1919-1943:
Docmmnts, Londres, 1960, vol.2, p.106.
M
Extraéis fi-om the Theses on Tactics Adopted by the Fifth Comintern Congress (Jtily 1924), en Degras:
Docmnents, pp. 142-156.
25
Extraéis from the Theses on the Bolshevization of Communist Parties Adopted at the Fifth Executive
Plenmii (April 1925), en Degras: Docmnents, pp.188-200.
152 Etntmacionalismo

censión al poder de los partidos comunistas de la Unión Soviética, de la Repú-


blica Popular China, de Vietnam y de Yugoslavia, es decir, de los cuatro partidos
comunistas que pueden aseverar que han llegado al poder fundamentalmente
por sus propios medios, sin el apoyo de ejércitos extranjeros26. Vemos, por tanto,
que los principales éxitos del marxismo-leninismo se deben en mayor medida al
poder del etnonacionalismo que a su propia capacidad para atraer a las masas o a
los pronósticos inexorables del materialismo dialéctico histórico. Que una es-
cuela basada en el determinismo económico recurriera al etnonacionalismo para
catapultarse hacia el poder es sin duda un poderoso testimonio de la primacía de
las motivaciones etnonacionales sobre las económicas.
Puesto que las naciones son por regla general conglomerados de varias clases
sociales, los movimientos etnonacionales de amplia base también tenderán a tener
una base multiclasista. A veces, los líderes de los movimientos etnonacionales
muestran durante algún tiempo inclinaciones elitistas o «derechistas», si bien
esto era más frecuente antes de la Segunda Guerra Mundial que después de ella.
También puede ocurrir que, durante cierto tiempo, los líderes evidencien
inclinaciones «Í2quierdistas radicales», como lo hizo el Frente para la Libera-
ción de Quebec cuando desempeñaba el papel protagonista en el drama quebe-
qués a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta. En general, puede
afirmarse que el elemento más destacado del liderazgo de los movimientos et-
nonacionales ha sido la intelligentsia (ya fuera de derechas o de izquierdas).
Ahora bien, ningún elemento de clase es esencial para que se desarrolle un mo-
vimiento etnonacional. En efecto, si los líderes permiten que se les identifique
en exceso con unos intereses o una clase específicos, reducen sus posibilidades
de dar la imagen de representantes legítimos de toda la nación. Los partidos co-
munistas, que se autodenominan vanguardia del proletariado, han puesto de
manifiesto en numerosas ocasiones que eran muy conscientes de este peligro al
ampararse en un «frente unido de todas las fuerzas nacionales y patrióticas».
Señalar que un movimiento etnonacional debe proyectar una imagen que
vaya más allá de las clases e intereses específicos no equivale a afirmar que
los objetivos etnonacionales, como el separatismo, serán uniformemente
aceptados por todas las clases. Como tampoco equivale a sostener que los di-
rigentes no tendrán que enfrentarse a escisiones en facciones que abrazan dis-
tintas filosofías socioeconómicas, tal como pueden tener que afrontar un fac-
cionalismo basado en disensiones debidas a la personalidad y/o a las
tácticas27. Sea como fuere, el etnonacionalismo defiende, por definición, la
primacía de la unidad etnonacional sobre las diferencias de clase28. Y además

26
Aunque Castra también ascendió al poder sin el apoyo de ningún ejército extranjero, su ideología
marxista-leninista Fue un secreto bien guardado hasta después de que tornara el poder. Con respecto a las
experiencias de los partidos soviético, chino, vietnamita y yugoslavo, véase la obra del autor de este libro
The National Qiiesthn in Marxht-Lminist Tbeory andStrategy, Princeton, 1984, capítulos 3 al 6.
27
Véanse ejemplos y una descripción más extensa en Connor: «The Politics of Ethnonationa-
lism», p, 17.
m
Encontrarnos un ejemplo notable del deseo de someter los intereses de clase a los intereses et-
nonacionales durante un período largo de tiempo en la comunidad sueca de Finlandia, donde un
porcentaje elevadísimo de todos los grupos ¡dentificables (intelligentsia, trabajadores industriales, di-
rectivos, pequeños comerciantes y campesinos) ha prestado un apoyo continuado al Partido del Pue-
blo Sueco, con preferencia sobre los demás partidos del país, desde comienzos de siglo. El porcentaje
El atractivo de las explicaciones económicas

de sostener que los vínculos etnonacionales priman sobre todo tipo de divi-
siones internas, el etnonacionalismo también mantiene que esos vínculos son
mas poderosos que cualesquiera otros que vayan más allá del grupo nacional,
fcl caso de Irlanda del Norte resulta instructivo en este sentido. La Tabla 3
recoge los resultados de una encuesta de opinión en la que los encuestados se
autoadscnbían a una clase y a una religión. Dado que el catolicismo puede
considerarse un indicador bastante válido de la identidad irlandesa y el pro-
testantismo de la identidad no irlandesa, son de destacar dos aspectos de di-
chos resultados: a) la divergencia entre clase y grupo nacional, siendo así que
cada grupo nacional está dividido en varias clases; b) la notable semejanza
entre ambos grupos en cuanto al espectro de clases que se atribuyen a sí mis-
mos. Ahora bien, a pesar de las notables similitudes en la composición de
clases de los dos pueblos, los sucesos políticos de Irlanda del Norte ponen de
manifiesto que, «a la hora de la verdad», una conciencia de clase que vaya
más allá de la nación no existe o no es relevante. La conciencia nacional ha
demostrado ser más poderosa que las divisiones de clase i»íranacionales y
que la solidaridad de clase ZKímiacional.

Tabla 3 Autoadscripción a una clan social

Protestantes Católicos Total


(%) (%) (96)

Clase alta 1 0
Clase media 52 41 47
Clase trabajadora 29 34 31
Clase baja, pobre 2 4 3
Clase común, corriente 2 5 3
No cree en las clases 2 2 2
No sabe, otras clases 12 14 12

FUENTE: Richard Rose: Goberning Without Consensus, Boston, 1971, p.286.

Con una visión retrospectiva, se diría que la tendencia a percibir causas


económicas detrás de las actividades etnonacionales se debe en gran medida a
un azar de la cronología. La Revolución industrial y la era del nacionalismo ét-
nico comenzaron aproximadamente en las mismas fechas; por ello, es com-
prensible que se caiga en la tentación de atribuir una interrelación causal a su
origen y desarrollo paralelos. Mas, tal como lo señaló muy perspicazmente
Carlton Hayes hace casi medio siglo:

total del electorado sueco que vota a ese partido se eleva al 35%. Véase Theodore Stoddard tial.
Ana Handbookfor Finland, Department of the Army Pamphlet 550-167, Washington (D.C.), 1974,
pp.50-51 y 145-146.
J54 Etnonacionalismo

Es importante tener presente que la Revolución industrial no es necesaria-


mente una revolución intelectual. En sí misma, no es nacionalista ni intema-
cionalista; es esencialmente mecánica y material. Se ha limitado a perfeccio-
nar los medios y a aumentar las oportunidades para la difusión de cualquier
tipo de ideas [...] Pero dio la casualidad de que, cuando la Revolución indus-
trial se puso en marcha, el nacionalismo estaba convirtiéndose en un movi-
miento intelectual de primer orden, aun más importante que el internaciona-
lismo. Por consiguiente, aunque la nueva maquinaria industrial se ha puesto
al servicio de objetivos internacionales, también se ha utilizado, y en mayor
medida, para lograr objetivos nacionalistas. Los evidentes frutos internaciona-
les de la Revolución industrial no deben impedir que veamos sus contribucio-
nes e implicaciones intensamente nacionalistas29.

* * *

Recapitulando, numerosos especialistas han tendido a percibir las luchas etno-


nacionales en términos de discriminación económica. Dos razones contribuyen
a explicar esta tendencia:

1. La propensión a confundir las características tangibles de la nación con


su esencia.
2. El hecho de que las disparidades económicas observables sean casi siem
pre un elemento concomitante de las luchas étnicas.

La costumbre de inferir la existencia de una situación de discriminación a


partir de datos estadísticos relativos a las diferencias económicas pasa por alto
tres hechos:

1. A causa de la «ley» del desarrollo económico regional desigual, la distri


bución geográfica de los grupos étnicos en territorios patrios diferentes
garantiza por sí sola la existencia de disparidades económicas entre ellos.
2. Aunque la. posibilidad de ejercer un control centralizado, efectivo y ma
nipulador sobre la distribución regional de las nuevas fábricas, de las di
ferencias salariales, de los subsidios gubernamentales y de otros factores
semejantes es mucho mayor en el ámbito intraestatal que en el interes
tatal, las mayores disparidades económicas son las que se dan entre los
Estados.
3. En diversos Estados, el grupo nacional que controla el aparato guberna
mental está en situación de desventaja económica con respecto a las mi
norías nacionales, lo que confirma que las disparidades económicas no
pueden considerarse una prueba suficiente de la existencia de la discri
minación.

Si^ la teoría del desposeimiento económico relativo fuera válida, también


habrían de serlo las siguiente proposiciones:

29
Carlton Hayes: The Histórica! Ewlution ofModern Nationalism, Nueva York, 1931, pp.234-237.
El atractiva de las explicaciones económicas 155

1. Ante unas disparidades económicas similares, todos los grupos deberían


reaccionar de forma semejante, tanto en las sociedades étnicamente ho
mogéneas como en las heterogéneas.
2. La nivelación de las diferencias económicas existentes entre los grupos
etnonacionales debería bastar para eliminar los particularismos naciona
les. Corolario: La modificación de los diferenciales económicos en diver
sos conjuntos de grupos debería ir acompañada de modificaciones simi
lares en las relaciones grupales de los distintos conjuntos.

Sin embargo, los datos comparativos refutan ambos enunciados.


La conclusión de que el etnonacionalismo parece actuar con notable auto-
nomía con respecto a las variables económicas no equivale a restar toda impor-
tancia a los factores económicos, que, en muchos casos, actuarán como agentes
catalizadores, como revulsivos o como campo elegido para librar las batallas.
La situación económica puede asimismo ejercer un efecto relevante sobre las
migraciones hacia o desde las patrias étnicas, migraciones que, a su vez, pue-
den desencadenar graves conflictos. Pero los catalizadores y las fuerzas indirec-
tas no deben confundirse con las causas.
Cabe esperar que los aspectos económicos ejerzan una influencia máxima
allá donde la clase socioeconómica y la nación coinciden. Ahora bien, la cate-
goría vertical de la nación suele estar dividida por la categoría horizontal de la
clase, siendo éste el motivo de que marxismo y nacionalismo sean básicamente
incompatibles. Los marxista-leninistas han descubierto que, al verse obligados
a escoger entre la lealtad a la nación y la lealtad de clase, los pueblos suelen in-
clinarse por la primera.
Aunque las naciones son por lo general conglomerados de clases socioeco-
nómicas, la motivación fundamental de los líderes de los movimientos nacio-
nales puede ser tanto la expectativa de lograr beneficios materiales como una
filosofía de clase. Ahora bien, la esencia del nacionalismo ha de buscarse en los
sentimientos de masas a los que apelan las élites, y no en los motivos de las éli-
tes, que pueden manipular el nacionalismo para alcanzar sus propios objetivos.
Quienes manipulan los sentimientos nacionales de las masas deben ocultar sus
motivos o arriesgarse a perder el respaldo popular. Por ello, los movimientos
marxista-leninistas han aprendido a arropar sus llamamientos prerrevoluciona-
rios con el manto del etnonacionalismo.
La última de las razones sugeridas para explicar la tendencia a percibir una
estrecha relación entre el etnonacionalismo y las fuerzas económicas es la histo-
ria paralela del desarrollo del nacionalismo y el de la industrialización. Pero
debe entenderse que una coincidencia cronológica no basta para establecer una
relación causal.
CAPÍTULO 7

LA AHISTORICIDAD: EL CASO DE EUROPA OCCIDENTAL

En 1975, se celebró en la Universidad de Cornell un congreso sobre plura-


lismo y conflictos étnicos en la Europa occidental y el Canadá contemporá-
neos. Asistieron a él estudiosos de Europa occidental y de Canadá, así como es-
pecialistas estadounidenses en Europa occidental. El congreso se organizó
como resultado de la oleada de agitación de inspiración etnonacional que reco-
rría diversos países de Europa occidental. La sorpresa era la actitud que predo-
minaba claramente en el congreso. Una y otra vez, los participantes plantea-
ban la pregunta: «¿Por qué ahora?». (En realidad, corno ya se ha explicado en
el capítulo 1, los movimientos en cuestión habían empezado a manifestarse al
menos una década antes.) La pregunta «¿Por qué ahora?» llevaba implícita la
opinión de que estos movimientos etnonacionales carecían de raíces históricas
—siendo, por ello, impredecibles— y no concordaban con la percepción que
los estudiosos tenían de la Europa occidental contemporánea. Como se sugiere
en el texto que viene a continuación, redactado para dicho congreso, si se
tuviera un conocimiento más profundo de la historia del nacionalismo en
Europa, la pregunta quizá no habría sido «¿Por qué ahora?», sino «¿Por qué
no ahora?».
158 Etnonacionalismo

EL ETNONACIONALISMO EN EL PRIMER MUNDO: EL PRESENTE


DESDE UNA PERSPECTIVA HISTÓRICA*

Hasta hace bien poco, la opinión erudita al uso sobre la vitalidad del etnona-
cionalismo en la región denominada Europa occidental descansaba en dos pi-
lares. El primero era la convicción de que la Segunda Guerra Mundial había
convencido por completo a los habitantes de la región de que la tecnología
moderna había convertido el nacionalismo en un lujo que no podían permi-
tirse. Por un conjunto de razones, positivas y negativas, se alegaba que si
antes de la guerra se tendía a conceder una importancia fundamental a ser
«británico», francés o alemán, ese énfasis había sido sustituido por la con-
ciencia supranacional de ser europeo, que iba acompañada de la buena dispo-
sición para aceptar modificaciones radicales en la estructura política tradicio-
nal con objeto de adaptarla a la nueva identidad europea. En palabras de
Stanley Hoffmann:

Si había una parte del mundo donde los hombres de buena voluntad podían
pensar que el Estado-nación era prescindible, esa parte era Europa occidental.
Se diría que las condiciones eran ideales. Por un lado, el nacionalismo parecía
haber tocado fondo; por otro lado, todo indicaba que se habían inventado la
fórmula y el método adecuados para elaborar algo que lo sustituyera1.

A la vez que identifica el primero de los pilares mencionados, sin proponér-


selo, Hoffman también da testimonio de la ubicuidad del segundo, a saber, la
suposición de que en Europa occidental no había minorías nacionales significa-
tivas. Todos los Estados de la región se solían describir —costumbre que sigue
practicándose con excesiva frecuencia— indiscriminadamente como Estados-
nación, ese fenómeno relativamente infrecuente, que caracteriza a menos del
diez por ciento de los Estados, consistente en que las fronteras políticas del Es-
tado abarquen a un único grupo étnico. Esta imagen comúnmente difundida
de Europa occidental sostenía que los Estados individuales o bien habían lo-
grado asimilar a los pueblos dispares de su territorio (por ejemplo, en el caso
de Bélgica, España, Francia, el Reino Unido y Suiza), o bien se habían origi-

* Traducido de Walker Connor: «Ethnonationaüsm in che First World: The Present in Histori-
cal Perspective», en Milton J. Esman (comp.): Ethnk Conflkt in the Western World, pp. 19-45. Copy-
right © 1977 de la Universidad de Cornell. Publicado con permiso de la editorial Cornell Univer-
sity Press.
1
Stanley Hoffman: «Obstínate or Obsolete? The Fate of The Nation-State», en Stanley Hoff-
man (comp.): Conditiom of World Order, Nueva York, 1966, p.110. Véase asimismo Charles Lerche
y Abdul Said: Concepts of International Politics, 2" ed., Englewood Cliffs (Nueva Jersey), 1970,
p.274: «La Europa, de la posguerra constituía un terreno muy bien abonado para la experimenta-
ción de nuevos tipos de organización internacional. Los pueblos europeos necesitaban huir del
destructivo nacionalismo que había originado el drama devastador de vivir dos guerras mundiales
en medio siglo». La aceptación generalizada de este punto de vista también queda confirmada por
el respaldo que le otorga Dankwart Rustow en su ensayo «Nation», en la International Encydopedia
of the Social Sciences, Nueva York, 1968, vol.ll, p.10: «Desde la Segunda Guerra Mundial, las leal-
tades europeas habituales han comenzado a competir con las fidelidades nacionales del pasado,
hasta el punto de que los países europeos están perdiendo su carácter de naciones; si este proceso
sigue adelante, tal vez llegará el día en que nuestros descendientes podrán hablar de una nación
europea».
La ahistoriádad: el caso de Europa occidental 159

nado a partir de la consolidación de un pueblo con conciencia de nación (como


en el caso de Alemania o Italia)2.
La suposición de que los Estados de Europa occidental que contenían más
de un grupo étnico habían resuelto con éxito sus problemas nacionales me-
diante la asimilación era especialmente importante para la empresa académica
colectiva denominada la «construcción de la nación». Al examinar con un solo
ojo la problemática de la integración sociopolítica a la que se enfrentaban los
Estados africanos y asiáticos de gran complejidad étnica, mientras con el otro
ojo veían una configuración uniforme de Estados bien asimilados en la región
industrialmente avanzada de Europa occidental, los «constructores de la na-
ción» concluyeron que la experiencia de estos últimos tenía valor predictivo
con respecto al futuro político de África y Asia3. Si los habitantes de Cornua-

2
Los Estados de los que se dice que han asimilado a sus poblaciones, han recurrido a dos méto
dos claramente distintos para lograrlo. Aunque vistos desde fuera todos parecían estar encaminán
dose —y logrando— la asimilación psicológica, algunos, como Gran Bretaña, Francia y España, han
promovido la asimilación cultural, mientras otros, como Bélgica y Suiza —y Canadá—, han tole
rado la diversidad cultural y, parcialmente, la lingüística.
3
Con toda probabilidad, el exponente más destacado e influyente de la escuela de la construcción
de la nación ha sido Karl Deutsch. Se encontrará una exposición relativamente temprana de su tesis
en «Nation-Building and National Development» en Karl Deutsch y William Foltz (comps.): Nation-
Building, Nueva York, 1966, en especial las pp.1-8. Con respecto a una afirmación posterior relativa al
éxito de la experiencia asimilacionista en Europa occidental, véase su obra Nationalisui and Its Alternativa,
Nueva York, 1966, cap.l, titulado «The Experience of Western Europe». En este capítulo, se citan como
ejemplos de Estados con una conciencia nacional única a Italia, España y Suiza, además de a Canadá y Es
tados Unidos. También se realizan referencias específicas al éxito de la asimilación de bretones, cornualle-
ses y escoceses. En las dos ediciones de su obra previa Nationalism and Social Commnnkation: An Inquity into
the Foundatiom ofNationality, Cambridge, 1953, 1956, Deutsch cita a los bretones, los escoceses, los fla
mencos, los francocanadienses, los galeses y los suizos francófonos y germanófonos como ejemplos de pue
blos totalmente asimilados. La influencia que esa imagen del éxito de la asimilación tuvo sobre la manera
en que Deutsch concebía el futuro de los Estados afroasiáticos se hace patente en su descripción de un pro
ceso en cuatro etapas que culmina con el éxito de la asimilación. Una vez enumeradas las cuatro etapas,
Deutsch pregunta: «¿Cuánto tiempo tardarán en pasar por esta secuencia escalonada las tribus y otros
grupos érnicos de los países en desarrollo? No lo sabemos, pero la historia europea nos ofrece cuando me
nos algunas indicaciones» (Veáse «Nation-Building and National Development», p.324).
Otro ejemplo de la vinculación de la experiencia «asimilacionista» de Europa con el futuro de los Es-
tados afroasiáticos nos lo ofrece Benjamín Akzin: State and Nation, Londres, 1964. Después de comentar la
pérdida de relevancia política de grupos tales como «los galeses, los escoceses, los lapones, los frisones, los
bretones, los saboyanos [y] los corsos» (p.63), el autor prosigue así: «Si dirigimos la mirada a los Estados-
nación de la Europa moderna, veremos que, con la posible excepción de los de la península Escandinava,
la población de todos ellos es fundamentalmente producto de grupos étnicos preexistentes que se integra-
ron en las naciones que hoy conocemos. Esto es cierto con respecto a la nación francesa, consolidada a partir
de un conjunto bastante heterogéneo de elementos entre los siglos VH y XII [...] Los alemanes, los italianos,
los polacos, los rusos y los españoles se han convertido en las naciones bien definidas que hoy
conocemos con uno o dos siglos de difetencia entre sí [...] En las condiciones premodernas el proceso re-
quería de un período de gestación bastante prolongado [...] Metidos en el caldero de la proximidad física,
tapados con la tapa de un sistema político compartido, expuestos al fuego del intercambio cultutal y so-
cial, los diversos elementos se transformarán al cabo de un período bastante largo (en el pasado, duró unos
cuantos siglos, pero puede que dure menos en el futuro) en un cocido. El cocido no será del todo homogé-
neo. Aún se podrán distinguir, aquí y allá, un garbanzo, un casco de cebolla, un trozo de carne o una es-
quirla de hueso. Pero será inequívocamente un cocido, con un olor y un gusto característicos» (pp.83-84).
Donald Puchala expone con mayor concisión esta doctrina analógica en International Politics Today', Nueva
York, 1972, pp.200-201: después de definir el Estado-nación como aquel en que «las demarcaciones polí-
ticas del Estado coinciden con las demarcaciones étnicas de la nación», el autor concluye que «procesos si-
milares a los que generaron los Estados-nación de Europa en el transcurso de los dos últimos siglos, están
generando nuevos Estados-nación en el África y el Asia contemporáneas».
150 Etnonacwnalismo

lies, los escoceses y los galeses se habían convertido en auténticos británicos; si


los catalanes, los gallegos y los vascos ya eran españoles; si los flamencos y los
valones se habían hecho belgas; si los alsacianos, los bretones y los corsos se ha-
bían asimilado a los franceses; ¿por qué los ibos, los hausas y los yorubas no
iban a convertirse en nigerianos?; ¿o los baluchis, los bengalíes, los pashtunes
y los sindhis en paquistaníes?
La tesis de que el proceso de construcción de los Estados-nación, por el que
supuestamente había pasado Europa occidental, estaba destinado a repetirse en
el Tercer Mundo, no se fundaba únicamente en el determinismo cronológico,
es decir, en la idea de que los Estados de creación más reciente deberían seguir
necesariamente la misma secuencia evolutiva de los Estados con mayor anti-
güedad. Así, por ejemplo, Afganistán, Etiopía, Irán y Tailandia podían vana-
gloriarse de haber sido creados antes que todos o la mayoría de los Estados de
Europa occidental; y, sin embargo, no se les tenía por modelos probables para
el futuro. De hecho, estos Estados se incluían en la misma categoría de los Es-
tados tercermundistas que supuestamente estaban a punto de iniciar la ruta
trazada por Europa occidental. Se consideraba que el factor clave no era el
tiempo cronológico, sino la modernización, un término aplicado a un conjunto
de subprocesos entre los que se incluían la industrialización, la urbanización,
el aumento de la alfabetización, la intensificación de las redes de comunicacio-
nes y transportes y otros semejantes. Estos procesos, así como la «movilización
social» de las masas más aisladas e inertes que esos procesos presagiaban, se
consideraban la raíz del éxito de la asimilación en el Primer Mundo"1. Puesto
que la modernización iba a extenderse necesariamente por el Tercer Mundo,
cabía predecir que de ella surgirían una serie de Estados-nación; pero si en los
Estados europeos, en realidad, no se hubiera alcanzado el éxito en la asimila-
ción, ¿qué quedaría de esta teoría deductiva y de sus predicciones?
Hoy día, ha llegado a imponerse la opinión de que los dos pilares del aná-
lisis académico a los que he aludido (una Europa posnacional y una Europa de
Estados-nación) se apoyaban en unos cimientos endebles. La hipótesis de un
sentimiento intuitivo de «europeidad» que trascendía la conciencia nacional
fue puesta en tela de juicio, entre otras cosas, por

1. el fracaso de la Comunidad Europea de Defensa como resultado de la


desconfianza francesa ante el militarismo alemán;
2. la tolerancia general con la que se aceptaba, dentro y fuera de Francia, la
insistencia del presidente Charles de Gaulle en una Europe des patries, to
lerancia que indicaba que esa idea contaba con amplios apoyos, bien que
no expresados;
3. el rechazo del electorado noruego a que su país se incorporase a la Co
munidad Económica Europea ( CEE), así como la general falta de interés
en participar en ella demostrada por los pueblos de otros Estados;

4
En este contexto, el Primer Mundo incluye a los Estados industrializados de Canadá y los Es-
tados Unidos además de a los de Europa occidental. Aunque es indudable que también Japón forma
parte del Primer Mundo, los tratados teóricos sobre la construcción de la nación casi nunca lo tenían
en cuenta, tal vez porque era un país homogéneo en términos étnicos desde tiempos muy anteriores
a la modernización.
La ahistoricidad: el caso de Europa occidental 161

4. la proclividad de los Estados a velar por sus propios intereses, que se


manifestaba esporádicamente, con ocasión, por ejemplo, del em
bargo selectivo declarado por los Estados árabes productores de pe
tróleo, y
5. las reacciones negativas, a menudo rayanas en la xenofobia, que suscita
ban los trabajadores inmigrantes en toda Europa occidental5.

Al propio tiempo, las manifestaciones de agitación étnica que florecían


en toda la región pusieron de manifiesto el carácter ilusorio del segundo
pilar, es decir, de una Europa compuesta por Estados uninacionales. Entre
los casos más conocidos hay que mencionar la revitalización de los movi-
mientos nacionalistas escocés y gales, así como las tensiones surgidas entre
flamencos y valones, entre los alemanes del Tirol meridional y Roma, entre
los vascos y Madrid, entre los irlandeses y los no irlandeses de Irlanda del
Norte, y entre los francófonos y germanófonos del cantón suizo de Berna.
Alcanzaron menor difusión, pero no por ello son casos menos pertinentes,
la creciente belicosidad etnonacional de catalanes y gallegos en España; de
alsacianos, bretones, corsos, occitanos y vascos en Francia; de los eslovenos y
los naturales del Val d'Aosta en Italia; de croatas y eslovenos en Austria; de
los habitantes de ascendencia noruega de las islas Faroe, de soberanía
danesa; y de la población esquimal de Groenlandia, de soberanía danesa2. Y
esta enumeración no agota los ejemplos de grupos europeos que conservan
un sentimiento de diferenciación étnica con respecto al elemento domi-
nante en su Estado7.

5
Arnold Rose, el conocido sociólogo estadounidense, analizó la fuerza de los sentimientos su-
pranacionales (la «europeidad») estudiando la disposición de las poblaciones de los Estados para
aceptar como compatriotas a trabajadores extranjeros. Si bien detectó algunas variaciones entre las
poblaciones, en general, descubrió una incidencia elevada de la xenofobia en toda Europa occidental,
a la vez que no halló ningún lugar donde la buena disposición para aceptar como compatriotas a los
extranjeros fuera relevante. Véase su obra Migrants in Enrope, Minneapolis, 1969. Desde que este li
bro se publicara, los prejuicios étnicos y los intentos de expulsar a los extranjeros se han vuelto más
flagrantes.
6
La falta de publicidad concedida a algunos de estos movimientos se refleja, a su vez, en el gran
desconocimiento público de su existencia. Por ejemplo, en el congreso anual de la Northeastern Po-
litical Science Association celebrado en noviembre de 1973, se me criticó jjor referirme a la agita
ción etnonacional en el territorio francés y, en particular, a los bretones. El crítico (un especialista en
asuntos franceses) insistió en que nunca había detectado semejante sentimiento durante sus numero
sas visitas a Bretaña. Y, sin embargo, dos meses después el gobierno francés se sintió obligado a de
clarar ilegales cuatro movimientos de liberación nacional, dos de ellos bretones, además de uno vasco
y otro corso. Véase también Collette Guillaumin: «The Popular Ptess and Ethnic Pluralism: The Si-
tuation in France», International Social Sciences Journal, 22, 1971, pp.576-593. Por lo visto, ln autora
cree que las únicas minorías étnicas que hay en Francia son los judíos, los gitanos y los pueblos de
las provincias de ultramar; al parecer, no se ha percatado de la existencia de una serie de comunida
des de su propio Estado: los alsacianos, los bretones, los catalanes, los flamencos, los occitanos y los
vascos.
7
A mediados de la década de los setenta se celebraron una serie de congresos de grupos minori
tarios europeos. El celebrado en Trieste en julio de 1974 contó con la presencia de representantes al
sacianos, bretones, catalanes, corsos, croatas, escoceses, flamencos, frisones (de Holanda), galeses, ga
llegos, irlandeses, occitanos, piamonteses (de Italia), sardos y vascos, entre otros. AI Congreso de la
Liga Céltica celebrado en la Isla de Man en septiembre de 1975 acudieron representantes de «Alba»,
«Breizh», «Cymru», «Eire», «Kernow» y «Manin» (es decir, de Escocia, Bretaña, Gales, Irlanda,
Cornualles y la Isla de Man).
162 Etnonacionalismo

A las primeras manifestaciones etnonacionalistas de la Europa de la posgue-


rra (la de los tiroleses del sur, por ejemplo) se les podía restar importancia por
considerarlas casos especiales o vestigios de otra época. Pero a medida que di-
versos pueblos a los que hasta entonces se había considerado carentes de con-
ciencia étnica o, cuando menos, dotados de una conciencia sin trascendencia
política, comenzaban a dar muestras evidentes de un sentimiento etnonacio-
nal, los estudiosos empezaron a formular diversas teorías para explicar este
inesperado fenómeno transocietal. Entre las explicaciones que han gozado de
mayor popularidad se cuentan las siguientes:

1. la teoría del desposeimiento relativo (económico, cultural y/o político);


2. la anomia, resultante de un sentimiento creciente de alienación con res
pecto a la moderna sociedad de masas, despersonalizada y dehumani-
zada; alienación que, a su vez, generaría lo que, en unas ocasiones, se ha
descrito como una vuelta al «tribalismo» y, en otras, como una alterna
tiva nueva y de mayor trascendencia;
3. una serie de relaciones «centro-periferia» en las que los grupos étnicos
(los pueblos periféricos) que han desarrollado una nueva capacidad de
autoafirmación habrían estado al margen o en los límites de la sociedad
dominante, sin haber recibido, por tanto, más que una influencia mar
ginal de las corrientes principales de la sociedad8, y
4. la pérdida general de prestigio sufrida por los Estados europeos, que
contrasta con la posición eminente de la que gozaban en el período de
entreguerras, y que habría llevado a una pérdida concomitante del orgu
llo de ser considerado británico en lugar de escocés o francés en lugar de
bretón9.

Sin embargo, se ha pasado por alto la explicación de que el reavivamiento


del etnonacionalismo de bretones, galeses, vascos y otros grupos similares es el
reflejo de un estadio natural —y quizá incluso predecible— de un proceso que
viene desarrollándose desde hace aproximadamente dos siglos. Desde que el
concepto filosófico y abstracto de que el derecho a gobernar corresponde al pue-
blo se asoció en la imaginación popular con un pueblo concreto y étnicamente
definido —lo que ocurrió por vez primera en tiempos de la Revolución fran-
cesa—, la convicción de que, por la propia naturaleza de las cosas, el pueblo al
que se pertenece no debe ser gobernado por quienes son considerados extranje-
ros ha planteado serios problemas a la legitimidad de las estructuras multina-
cionales. Como consecuencia de esta alianza entre la soberanía popular y la et-

8
El modelo centro-periferia varía según quien lo exponga. Para algunos, es un concepto funda-
mentalmente espacial o geográfico, que da a entender que Bretaña o Escocia han estado físicamente
alejadas del centro sociopolítico del Estado, y, como resultado, no han llegado a formar parte de su
red intensiva de comunicaciones y transportes. Para otros, la noción de pueblo periférico es esencial-
mente social, y abarca a aquellos pueblos que han sufrido menos movilización social y que se sitúan,
por ejemplo, en los niveles inferiores de renta y educación.
k>
Más adelante se hacen nuevas referencias a estas explicaciones. En cualquier caso, conviene se-
ñalar en este punto que, así como algunas explicaciones se solapan y refuerzan mutuamente, otras
parecen ser de algún modo contradictorias (por ejemplo, difícilmente podría considerarse que Dina-
marca y España eran potencias mundiales en el período de entreguerras).
La ahistoricidad: el caso de Europa occidental 163

nicidad (alianza que con el transcurso del tiempo daría en llamarse autodeter-
minación nacional), la legitimidad política de cualquier Estado que no sea un
auténtico Estado-nación se ve con recelo por parte de uno o varios sectores de
la población10. Desde 1789, el dogma que afirma que «todo gobierno extranjero
es un gobierno ilegítimo» se ha difundido a un ritmo cada vez más rápido entre
un número creciente de pueblos con conciencia étnica. En efecto, por lo que a
Europa se refiere, la historia subsiguiente de la región ha sido en buena medida
una historia de movimientos de liberación nacional". Los sentimientos
etnonacionales fueron una base propicia para las guerras independentistas
ocurridas en Grecia en la década de 1820; de las luchas de liberación de valo-
nes y flamencos de 1830; de las revoluciones fracasadas de 1848 (particular-
mente, las de los alemanes, los italianos y ios húngaros); de la consolidación
política de Alemania e Italia en la década de 1860 y comienzos de la de 1870;
y de la creación de Rumania (1878), Serbia (1878), Noruega (1905), Bulgaria
(1908), Albania (1912), Finlandia (1917), Checoslovaquia, Estonia, Hungría,
Letonia, Lituania, Polonia y Yugoslavia (todas ellas en 1918), Irlanda (1921) e
Islandia (1944)12. Así pues, a finales de la Segunda Guerra Mundial, todos los
Estados europeos, salvo tres de ellos, o bien eran resultado de las aspiraciones
etnonacionales, o bien habían perdido una parte sustancial de su territorio a
causa de ellas13.
Es evidente que muchas de las entidades creadas o modificadas para adap-
tarse a las aspiraciones etnonacionales no representaron la culminación del pro-
ceso de autodeterminación, como lo demuestra el hecho, ya aludido, de que en
Europa occidental haya muy pocos Estados-nación auténticos. Las estructuras

1(1
Este concepto de la soberanía popular debiera entenderse como un criterio de legitimidad es-
tatal antes que de legitimidad gubernamental. En estos términos, no implica la existencia de una
democracia, sino el hecho de que las élites políticas reconozcan que gobiernan en nombre del pue-
blo. En palabras del emperador Napoleón: «En todo momento nos ha servido de guía esta gran ver-
dad: la soberanía reside en el pueblo francés, siendo así que todo, absolutamente todo, debe hacerse
por sus intereses, por su bienestar y por su gloria» («Mensaje al Senado, 1804», publicado en J. Ch-
ristopher Herold [comp. y tracl.]: The Mind of Napoleón: A Sekction/rom His Writtm andSpaken Words,
Nueva York, 1955, p.72). En una vena similar, Hitler describía así su «Estado popular»: «Nosotros,
en tanto que arios, somos capaces de imaginar un Estado que no es sino el organismo vivo de la na-
cionalidad y que, además de salvaguardar la conservación de esa nacionalidad, la conduce hacia la
máxima libertad educando sus capacidades espirituales e ideales» (Mein Kampf, Nueva York, 1940,
p.595).
11
Se encontrará un análisis más detallado del desarrollo histórico del etnonacionalismo en Europa
en Walker Connor: «The Politics of Ethnonacionnlism», JWr/ja/ of International Affairs, 27, n s .l,
1973, en especial pp.5-11.
l
- Además de los fineses, los estonios, los letones y los lituanos, al menos otros nueve grupos se
separaron de Rusia entre 1917 y 1918 y crearon Estados independientes. Excepción hecha de los
cuatro grupos antes citados, y de los pueblos de Besarabia y de lo que había sido la Polonia rusa, el
gobierno soviético logró reabsorber a todos los grupos en pocos años. Después, como consecuencia
de la Segunda Guerra Mundial, pudo reabsorber a los pueblos restantes, salvo a los fineses y a los
polacos.
'■* De las tres excepciones (Portugal, España y Suiza), una (Portugal) era un Estado étnicamente
homogéneo. En términos estrictos, España no constituía una excepción, ya que durante la Segunda
República española, que tuvo una vida breve en la década de los treinta, los vascos, los catalanes y
los gallegos lograron que se les concediera un período de autonomía antes de que los ejércitos fran-
quistas los reincorporasen al Estado central. Suiza también tuvo problemas étnicos durante la Guerra
Franco-Prusiana (1871) y durante la Primera y la Segunda Guerras Mundiales. Véase el capítulo 1
de este volumen.
164 Etnanacionalismo

multiétnicas siguieron constituyendo la regla tanto dentro como fuera de


Europa14. Así como la miríada de movimientos secesionistas repartidos por
África y Asia (incluidas la secesión fracasada de los ibos y la lograda por los
bengalíes) nos recuerdan que los intentos de recortar las aspiraciones a la auto-
determinación de los pueblos étnicamente conscientes no suelen quedar sin
respuesta por mucho tiempo, también debieran recordárnoslo los aconteci-
mientos de la Europa del Este15. Aunque los artífices de los tratados de paz
posteriores a la Primera Guerra Mundial creían que era posible poner límites a
las aspiraciones etnonacionaies, evitando la balcanización, hoy día las exigen-
cias etnonacionales insatisfechas infestan toda la región más que hace cin-
cuenta años. La situación no es muy distinta en Europa occidental: la razón
que se esgrimió para independizar Chipre en 1960 y Malta en 1964 fue la ile-
gitimidad del gobierno extranjero16; y la oleada nacionalista que agita a cata-
lanes, escoceses, vascos y otros grupos étnicos puede considerarse la etapa más
reciente de un proceso que viene desarrollándose desde finales del siglo xvm.
Ahora bien, percibir la reciente oleada etnonacional como parte de un pro-
ceso de largo alcance no impide reconocer que algunos fenómenos le han ser-
vido de catalizadores. Volviendo, por ejemplo, al tema de la modernización y
de la intensificación de las comunicaciones, aunque calificar de «primitivo» al
período de entreguerras quizá pueda ofender a muchas personas que lo vivie-
ron, lo cierto es que el carácter y la intensidad de los contactos entre los gru-
pos parece haberse modificado sustancialmente desde la época anterior a la Se-
gunda Guerra Mundial. Como ya se ha señalado en otro lugar:

El reciente avivamiento de los conflictos étnicos en los Estados multiétnicos


industrializados de Europa y América del Norte pone seriamente en tela de
juicio la hipótesis de que la modernización disipa la conciencia étnica. Ahora
bien, ¿puede esgrimirse ese mismo motivo para rebatir la tesis de que la mo-
dernización fomenta la conciencia étnica? Puesto que la Revolución industrial
tuvo lugar en estos Estados hace más de un siglo, ¿no sería lógico que la con-
ciencia étnica hubiera alcanzado su cota más alta hace mucho tiempo? Para dar
una respuesta parcial a esta pregunta acudiremos a lo que los marxistas deno-
minan la «ley de la transformación de la cantidad en calidad», que puede para-
frasearse diciendo que «suficientes diferencias cuantitativas constituyen una
diferencia cualitativa». Los procesos de modernización previos a la Segunda
Guerra Mundial ni estimularon los contactos internacionales, ni precisaron de

14
Desde el punto de visca serbio, la constitución en 1918 del Reino de los Serbios, Croatas y
Eslovenos, que después pasaría a llamarse Yugoslavia, podría incluso verse como un paso en la direc
ción opuesta. Pero, en todo caso, para los croatas y los eslovenos supuso un paso de acercamiento a la
autodeterminación, ya que antes formaban parte del gran Imperio austro-húngaro.
15
Las tensiones entre croatas y serbios, eslovacos y checos, magiares y rumanos han recibido una
gran difusión pública, pero hay otros muchos grupos afectados por tensiones similares (albaneses, es
lovenos, macedonios, búlgaros y rumanos de Besarabia). Véase un análisis reciente y sucinto de mu
chas de esta luchas étnicas en Robert King: Minorities Under Communism: Nationalities as a Source of
Tensión amongBalkan Ctmimnnist States, Cambridge, 1973.
16
La posterior división defacto de Chipre en una zona turca y otra griega, ocurrida en 1974, po
dría entenderse como un fenómeno análogo a los movimientos de Biafra y de Bangladesh, es decif,
como un paso más hacia la autodeterminación nacional.
La (¡historicidad: el caso de Europa occidental 165

ellos en la misma medida que en el período de la posguerra. En unos tiempos


en que las carreteras eran pocas y deficientes y los vehículos privados mucho
más escasos e ineficaces, cuando las emisoras locales de radio aún no habían ce-
dido el puesto a la televisión de ámbito estatal como canal principal de las co-
municaciones de masas no escritas, cuando el nivel educativo era más bajo y
más restringido el conocimiento de los hechos de los que no se tenía experien-
cia directa, cuando los niveles de renta generales no permitían a la gente ale-
jarse mucho de su lugar de residencia, aún era posible mantener la tolerancia
étnica: la cultura de Bretaña parecía a salvo de las intrusiones francesas, Edim-
burgo se sentía lejos y aislada de Londres, la mayoría de los valones y de los
flamencos rara vez entraban en contacto —ni siquiera mediante un contacto
artificial como el que proporciona la televisión— con miembros del otro
grupo. En resumen, la situación de los grupos étnicos de estos Estados no era
muy distinta de la que se ha descrito anteriormente en el marco de las socieda-
des sin industrializar. La diferencia sólo era una cuestión de grado hasta que se
llegase al punto en que se produjera un salto cualitativo. Ahora bien, el mo-
mento en que una proporción significativa de la población percibió que los
efectos acumulativos de los aumentos cuantitativos de la intensidad de los con-
tactos intergrupales habían llegado a constituir una amenaza para su etnicidad
representó, en términos políticos, una transformación cualitativa17.

Un autor ha hecho notar con respecto a los bretones:

En efecto, el sentimiento de identidad étnica se agudizó a medida que los contac-


tos y las comunicaciones entre Bretaña y el resto de Francia se intensificaban. Las
organizaciones étnicas regionales con aspiraciones políticas se crearon después de
la Primera Guerra Mundial, cuando la mayoría de los jóvenes bretones tuvieron
su primera oportunidad de ver «Francia» y de vivir entre los «franceses»18.

No se puede poner en duda que el apoyo de masas de estos movimientos dio


un paso gigantesco a finales de los años cincuenta y durante los sesenta19.
Esta percepción de los efectos de la modernización sobre las relaciones so-
ciales difiere apreciablemente de la expuesta por Karl Deutsch en su modelo
asimilacionista, al que se ha hecho alusión en la nota número 3- La tendencia a
percibir que los contactos favorecen la asimilación parece fundarse en dos si-
tuaciones en las que al menos una de las partes implicadas no es un grupo con
conciencia étnica. Así, por ejemplo, el modelo de Deutsch podría explicar la
cultura política regional distintiva: los indicadores de las actitudes regionales
que hay dentro de Estados Unidos revelan que la uniformidad se ha ido impo-
niendo en todo el país a medida que aumentaban los contactos interregionales;

17
Véase el capítulo 2 de este volumen.
1H
Suzanne Berger: «Bretons, Basques, Scots, and Other European Nations»,Jo«r)W of lnterdisci-
plinary History, 3, 1972, pp.170-171. Un poco más adelante, la autora señala: «Si antes sólo tenían
conciencia de pertenecer a su pequeña región y a su unidad administrativa, la provincia, muchos
bretones descubrieron a través de la radio y de la televisión que formaban parte de Bretaña» (p.174).
ly
Véase una concisa historia del movimiento bretón en David Fortier: «Between Nationalism
and Modern France: The Permanent Revolución», en Oriol Pi-Sunyer (comp.): Tbe Limits of Integra-
tion: Etbnkity and Nationalism in Modern Europe, Amherst, 1971, pp.77-109.
166 Etnonacionalistno

pero así como el aumento de los contactos regionales tiende a disipar las dife-
rencias regionales entre los habitantes, se diría que la intensificación de los
contactos entre varios grupos con conciencia étnica consolida y refuerza el se-
gregador sentimiento de singularidad20. Así pues, aunque «el nacionalismo y
las comunicaciones sociales» pueden en efecto estar relacionados en situaciones
en que existe un solo elemento etnonacional, «el nacionalismo y las comunica-
ciones asocíales» sería una expresión más adecuada de esa relación en las situa-
ciones de coexistencia de dos o más elementos etnonacionales.
La segunda situación en que los contactos han tenido un efecto asimüacio-
nista es aquélla en la que una o las dos partes implicadas estaban todavía en una
fase prenacional. Así pues, antes de la era del nacionalismo imperaba la tenden-
cia a que los grupos se fusionaran en agrupaciones mayores. Los anglos, los pic-
tos, los sajones, los vándalos y los visigodos son algunos de los pueblos que cam-
biaron de identidad grupal. Ahora bien, una vez iniciada la era del nacionalismo,
los contactos entre grupos dotados de una ligera noción de poseer un legado ét-
nico especial han tendido a consolidar y reforzar ese sentimiento de singularidad.
Por consiguiente, la costumbre bastante extendida de tomar los ejemplos de asi-
milaciones logradas antes del siglo xvill como precedentes de situaciones actua-
les que implican a grupos étnicamente conscientes es una falacia analógica.
Hay todavía otro aspecto en el que la modernización y la mejora de las co-
municaciones han actuado como catalizadores de las reivindicaciones de inspi-
ración etnonacional. Con la expansión de la enseñanza formalizada y de las co-
municaciones globales también han aumentado las probabilidades de que los
pueblos lleguen a conocer los movimientos en pro de la autodeterminación pa-
sados y presentes. Al adquirir ese conocimiento, la reacción más común es pre-
guntarse: «Si ese pueblo tiene un derecho obvio e inalienable a la autodetermi-
nación nacional, ¿por qué no nosotros?». Lo que los científicos sociales han
denominado «efecto demostrativo» ha producido una evidente reacción en ca-
dena en la evolución del nacionalismo21. Todas y cada una de las reivindicacio-

20
Expresé por vez primera esta opinión en «Self-Determination: The New Pilase», y Arend
Lijphart, después de citarla favorablemente en su apasionante e influyente artículo «Consociational
Democracy» (Wotid Politics, 21, 1969, p.220), proseguía diciendo: «Esta proposición podría elabo
rarse expresando tanto el grado de homogeneidad como el de contactos mutuos como un continuo, y
no como una serie de dicotomías». De lo dicho anteriormente con respecto a la diferente intensidad
de los contactos en la época de entreguerras y en la segunda posguerra, se deduce que ambos concor
damos en que tanto la intensidad como el carácter de los contactos puede influir en el grado de conflic-
tividad que se dé entre los grupos étnicos. Ahora bien, la cuestión de las semejanzas culturales rela
tivas entre dos grupos sería otra cuestión. Una de las peculiaridades de nuestra época (motivada en
buena medida por el aumento cuantitativo y cualitativo de las redes de comunicaciones) es que, a la
vez que las culturas de los diversos grupos cada vez se asemejan más entre sí, la importancia de los
sentimientos de diferenciación étnica también es cada vez mayor. Así pues, el grado de similitud
cultural no parece ser el factor que está en juego. El factor que nos ocupa es la asimilación psicoló
gica, no la asimilación cultural, y, en última instancia, la cuestión de si alguien se siente intuitiva
mente miembro de este o aquel grupo etnonacional se plantea, para la mayoría del género humano,
en términos de sí o no, y no de más o menos.
21
Los dirigentes de los Estados mukiétnicos han indicado una y otra vez el miedo que les ins
pira este fenómeno. Así, por ejemplo, los líderes políticos africanos se han resistido obstinadamente
a reconocer la legitimidad de los movimientos étnicos secesionistas ocurridos en los Estados del
África negra. El rechazo del gobierno indio a negociar la cuestión cachemir también se funda en
parte en el efecto multiplicador que la independencia de Cachemira podría ejercer sobre otros secto
res étnicos de la población.
La «historicidad: el caso de Europa occidental 167

nes del derecho a la autodeterminación nacional han solido desencadenar otras


exigencias similares. Los líderes de los más recientes movimientos europeos en
pro de la autodeterminación han demostrado la importancia que concedían al
poder del efecto demostrativo, tanto por sus esfuerzos para cooperar entre sí,
como por sus referencias esporádicas a otros pueblos que habían sentado un
precedente al lograr la independencia política y conservarla. Huelga decir que
la intensidad de los efectos ejercidos por un modelo concreto sobre un grupo
étnico determinado dependerá de una serie de variables, como por ejemplo:
a) el tiempo cronológico (en general, cuanto más reciente sea el ejemplo,
con mayor fidelidad se reproducirá)22;
b) la proximidad23;
c) la semejanza entre el tamaño de las poblaciones y los territorios;
d) los mitos relativos a una relación ancestral24, y
e) el hecho de que ambos grupos hayan sido gobernados en tiempos pasados
desde la misma capital o nunca hayan compartido el mismo gobierno25.

Estos factores pueden, como es lógico, solaparse y reforzarse. Así, por ejemplo,
el ejemplo de la independencia de Irlanda goza de las cinco características seña-
ladas en relación a los escoceses y los galeses, de las cuatro primeras en relación
a los bretones, y sólo de la quinta y la segunda con respecto a los vascos26.

22
Una excepción notable es el caso en que un partidario de la secesión argumenta en contra de
la manida afirmación de que el Estado propuesto no podría convertirse en una entidad económica
viable. En ese caso, la longevidad del modelo elegido puede ser la clave de su utilidad.
25
Por citar algunos ejemplos de fuera de Europa, el episodio biafreño fue indudablemente per-
cibido como una amenaza mayor por los líderes africanos que por los asiáticos. Un caso similar fue la
creación de Bangladesh, que tanto los dirigentes indios como los paquistaníes percibieron como un
hecho de consecuencias muy relevantes para todo el subcontinente, previsión que sería confirmada
por los hechos. Y, por úlrimo, citaremos la decisión soviética de realizar una intervención armada en
Checoslovaquia en 1968, decisión influida por el miedo a los efectos que el movimiento autonomista
eslovaco pudiera tener sobre los ucranianos que habitaban la zona limítrofe al otro lado de la frontera
y que ya daban muestras de agitación.
24
Aun a riesgo de incidir en lo obvio, señalaremos que cuanto más próxima se perciba una rela
ción, más intenso tenderá a ser el efecto demostrativo. Por ello, la creación de todos y cada uno de
los Estados árabes estimuló la reivindicación de que se concediera la libertad a todos los árabes. Y
aunque con menor fuerza, la idea del paneslavismo hizo que la creación de todos y cada uno de los
Estados eslavos centrara la acendón de los pueblos eslavos todavía sometidos al dominio extranjero.
25
Por ejemplo, siempre que una colonia alcanza la independencia, ese acontecimiento posee
para las minorías de la metrópoli mayor relevancia de la que habría tenido si esa colonia hubiera per
tenecido a otro Estado. Y aún se concedería mayor importancia a la secesión de una parte del «terri
torio metropolitano», es decir, del propio Estado.
2fl
Véase, por ejemplo, Kennerh Morgan: «Welsh Nationalism: The Historical Background»,
Contemporary History, 6, 1971, p.172, donde se señala que el movimiento nacional gales «estaba cla-
ramente en deuda con el nacionalismo del resto del mundo, con el nacionalismo húngaro y, en parti-
cular, con el nacionalismo irlandés». La ascendencia celta común es el factor básico que expLica la in-
fluencia de los irlandeses sobre los bretones, dos pueblos sin vínculos históricos ni políticos. La
influencia del legado céltico común es más problemática en el caso de los escoceses y los irlandeses,
debido a la animosidad que enfrenta tradicionalmente a ambos pueblos a causa del predominio de
personas de ascendencia escocesa entre la población no irlandesa de Irlanda del Norte. George Mal-
colm Thomas, después de indicar que los escoceses «por su raza y su temperamento, están más cerca
de los irlandeses de lo que les gusta reconocer», continuaba diciendo: «la verdad es que el Ulster es
tanto irlandés (geográficamente) como británico. O, para ser más exactos, escocés (culturalmente)»
{Cbristian Science Monitor, 6 de julio de 1974). Pero véanse en Owen Dudley Edwards et al.: Celtic
168 Etnonaciotialismo

Dos fenómenos han tenido una relevancia especial en virtud del efecto de-
mostrativo que han ejercido sobre los movimientos en pro de la autodetermi-
nación ocurridos en Europa occidental después de la Segunda Guerra Mundial.
Uno de ellos es la tendencia que se ha manifestado de forma general, aunque
no uniforme, a que el nacionalismo de Europa occidental afecte a elementos
étnicos cada vez menores. Así, por ejemplo, la declaración de la independencia
política de Noruega en 1905 supuso un hito importante en tanto en cuanto
los noruegos son un pueblo menos numeroso que los catalanes y los
escoceses27. La emancipación de Irlanda fue un paso más en esta dirección,
mientras que la decisión de Islandia de adquirir un estatus independiente du-
rante la Segunda Guerra Mundial ofreció la prueba palpable de que las dimen-
siones reducidas no constituyen un- obstáculo para la independencia. Sin em-
bargo, hacía mucho que estudiosos y estadistas consideraban como un axioma
el concepto opuesto, es decir, que el tamaño insignificante constituía un obstá-
culo insalvable para la independencia política, idea que también debió de ejer-
cer cierta influencia sobre las masas. De no ser así, sería difícil comprender por
qué, en su empeño por captar adeptos, los líderes de los nuevos movimientos
hacen tanto hincapié en los ejemplos ofrecidos por comunidades aún
menores28. Sea como fuere, entre los elementos étnicos de Europa occidental
que tenían líderes potenciales con sueños de independencia eran pocos los que
superaban numéricamente a los islandeses. En una fecha tan reciente como
1944, Alfred Cobban intentó poner en ridículo las implicaciones lógicas del
principio de la autodeterminación invocando la imagen futura de Islandia o de
Malta logrando su independencia29. Que Islandia alcanzara la independencia el
mismo año en que se publicaba ese comentario de Cobban y que Malta si-
guiera sus pasos en 1964 son hechos que demuestran que las poderosas reser-
vas psicológicas asociadas a las proporciones pequeñas de un pueblo habían lo-
grado ser exorcizadas de los axiomas políticos heredados de tiempos pasados.
Otro fenómeno de importantes consecuencias fue el final de la era colonial
a causa de la contagiosa difusión por todas las posesiones de ultramar de la
idea de que «todo gobierno extranjero es un gobierno ilegítimo». Como ya se
ha dicho, el efecto demostrativo producido por la declaración de la indepen-

Nationalism, Londres, 1968, los capítulos de nacionalistas irlandeses, escoceses y galeses, todos los
cuales hacen hincapié en el vínculo céltico. Véase asimismo la publicación del Partido Nacional Es-
cocés (SNP) 100 Home Rule Questiom Amwered by Sandy M'Intosh, 2" ed. rev., Forfar, 1968, p.15: «Allí
donde se da una integración obligatoria y un sentimiento de descontento en uno o más de los países
integrados, no existe una verdadera unidad, tal como lo ha demostrado sobradamente la historia ir-
landesa». En la p.28 hay una referencia a las «naciones orgullosas y patrióticas como Eire». Las orga-
nizaciones pancélticas contemporáneas, como el Congreso Céltico y la Liga Céltica, son signos re-
cientes de las consecuencias políticas que derivan del panetnicismo, si bien se desconoce su
influencia popular.
27
El Partido Nacional Escocés recurre muchas veces al caso noruego con propósitos comparativos
cuando insiste en que Escocia también puede «seguir por su cuenta». Véase, por ejemplo, 100 Home
Rule Questions Answered by Sandy M'Intosh, particularmente las pp.27 y 45.
2S
Los nacionalistas galeses, por ejemplo, señalan que treinta y nueve Estados tienen una población
menor que la de Gales y hacen particular hincapié en que entre ellos se cuentan Islandia, Lu-
xemburgo y Nueva Zelanda. Véase Christian Science Monitor, 2 de agosto de 1974.
-9 Alfred Cobban: National Self-Determination, Londres, 1944, pp.131-132. En la p.173, el autor
hace comentarios similares referidos a Gales, la Rusia Blanca (Bielorrusia), Alsacia, Flandes y el Ca-
nadá francés.
La ahhtoriádad: el caso de Europa occidental 169

ciencia de un Estado determinado tenía distintos grados de influencia en los


diferentes grupos étnicos de Europa occidental; de modo que cabría esperar
que la liberación de la India ejerciera una influencia máxima sobre los del
Reino Unido y que la liberación de Argelia la ejerciera sobre los de Francia.
Pero el efecto de conjunto del espectáculo proporcionado por este desfile mun-
dial hacia la independencia podría esperarse que hubiera afectado a todos los
pueblos europeos étnicamente conscientes, sin que importara el Estado en el
que estuvieran encuadrados. Tal como lo expresó Pierre Fougeyrollas:

La descolonización de Asia y de África incita a las minorías oprimidas de Eu-


ropa a emprender seguidamente su propia descolonización [...] ¿Por qué las
ideas e inclinaciones que se han impuesto en Dakar, Brazzaville, Argel e in-
cluso Montreal no iban a desarrollarse inexorablemente en Brest, Estrasburgo
y Dunkerque?30.

Aun cuando la descolonización no hubiera tenido lugar, no hay ningún motivo


manifiesto para pensar que el virus etnonacional no habría terminado por afec-
tar a todos los pueblos étnicamente diferenciados de Europa occidental, tal
como ya había afectado a los alemanes, a los noruegos y a los irlandeses. En
efecto, los movimientos posteriores a la Segunda Guerra Mundial no se desa-
rrollaron plenamente, cual Atenea, de la noche a la mañana; la historia de su
evolución se remonta al período de entreguerras y, en algunos casos, a antes de
la Primera Guerra Mundial. Mas el hecho de que numerosos movimientos ad-
quirieran de pronto gran relevancia hacia finales de la década de los cincuenta
y en la de los sesenta revela la presencia de poderosos catalizadores, uno de los
cuales fue incuestionablemente el efecto demostrativo de la descolonización
mundial. El etnonacionalismo, que los dirigentes franceses, británicos y esta-
dounidenses del periodo de entreguerras creían poder confinar a la Europa del
Este, se había propagado a todas las regiones extraeuropeas, desde donde afectó
de rebote a los pueblos no independientes de Europa occidental.
La modernización y la expansión de las comunicaciones han tenido un
efecto innegable en los movimientos etnonacionales contemporáneos, aunque
no el tipo de efecto percibido por la escuela que afirma que «la modernización
promueve la asimilación». Anticipando con extraordinaria clarividencia la
errónea tesis de esta escuela, Carlton Hayes advertía hace casi medio siglo:

Muchos optimistas de nuestros días están convencidos de que la Revolución


industrial es fundamentalmente antinacionalista [...] El ámbito de las comu-
nicaciones trasciende las fronteras de cualquier nación concreta además de
abarcar su interior. Todos los países, todas la nacionalidades, están estre-
chando sus conexiones mediante los ferrocarriles, los barcos de vapor, los ve-
hículos de motor, los automóviles, los aviones, los servicios postales, el telé-
grafo, el teléfono, la radio y la televisión. Los viajes se están volviendo más
internacionales. La información que se refleja en los periódicos y en la prensa

3i) pierre Fougeyrollas: Pour une Frailee fedérale: Ven I'imité eiiropéenm par la révolution repártale, Pa-
rís, 1968, p. 12.
17 ü Etnonacionalismo

se recoge y se distribuye en un espacio internacional ampliado. Los movi-


mientos intelectuales de un país se ramifican cada vez con mayor velocidad
hacia los demás países [...] Sabemos muy bien que las artes mecánicas han me-
jorado inconcebiblemente durante los últimos ciento cuarenta años, hasta el
punto de justificar que se hable de una revolución industrial [...] Pero, ade-
más, es evidente, o debiera serlo, que durante esos mismos ciento cuarenta
años se han producido [...] una difusión y una intensificación paralelas del na-
cionalismo [...] Parece paradójico que el nacionalismo político adquiera fuerza
y virulencia a la vez que aumenta el internacionalismo económico [...] Para
comprender esta paradoja, es importante no olvidar que la Revolución indus-
trial no es necesariamente una revolución intelectual. En sí misma, no es na-
cionalista ni internacionalista; es esencialmente mecánica y material. Simple-
mente ha proporcionado mejores medios y mayores oportunidades para la
diseminación de cualquier idea [...] Se da la circunstancia de que, cuando la
Revolución industrial se puso en marcha, el nacionalismo estaba convirtién-
dose en un movimiento intelectual relevante, aun más relevante que el inter-
nacionalismo. En consecuencia, aun cuando la nueva maquinaria industrial se
ha aplicado a la consecución de objetivos internacionales, también se ha apli-
cado, con mayor frecuencia, a lograr objetivos nacionalistas. Los evidentes
frutos internacionales de la Revolución industrial no deben impedirnos ver
sus contribuciones e implicaciones intensamente nacionalistas31.

En resumen, la modernización ha actuado fundamentalmente como cataliza-


dor, no como causa. Ha tenido mayores efectos en el ritmo de desarrollo del
nacionalismo que en su esencia32. Contribuye a explicar por qué la idea de la
autodeterminación nacional se ha difundido entre los pueblos con un ritmo
cada vez más acelerado. Ha aumentado el impacto del efecto demostrativo.
Pero mientras los medios de comunicación sufrían transformaciones revolu-
cionarias, el mensaje candorosamente simple de que la etnicidad y la legiti-
midad estatal estaban asociadas apenas si se reelaboró desde que se enunciara
en la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano en 1789: «La
fuente de toda soberanía reside esencialmente en la nación; ningún grupo ni
ningún individuo puede ejercer una autoridad que no emane expresamente
de ella».
Pero si el surgimiento del sentimiento nacional en los grupos étnicos de
Europa occidental que seguían siendo dependientes representaba un paso más
dentro del proceso secuencial de la evolución histórica, ¿cómo es que provocó
tanto desconcierto entre los estudiosos y, en particular, entre los estudiosos del

31
Carlton Hayes: The Historkal Evohition of Modem Nationalism, Nueva York, 1931, pp.234-237.
El análisis que Hayes hacía de la relación entre modernización industrial y nacionalismo era
notablemente distinto del de Karl Marx y Friedrich Engels, como lo testimonia el siguiente pasaje
del Manifiesto Comunista: «Las diferencias y antagonismos nacionales entre los pueblos están desa-
pareciendo día a día, debido al desarrollo de la burguesía, a la libertad de comercio, al mercado
mundial, a la uniformidad del modo de producción y a las condiciones de vida resultantes de todo
ello».
" El ritmo, como es lógico, puede ejercer por sí mismo un efecto importante: cuanto más in-
tensos sean los contactos entre los grupos, más probable es que surja una reacción etnonacional mili-
tante. Véase el capítulo 2 de este volumen.
La «historicidad: el caso de Europa occidental 171

nacionalismo? Hay que sospechar que en muchos casos ese desconcierto se de-
bía a la falta de perspectiva histórica. Si el ascenso del nacionalismo en una co-
munidad étnica concreta se atribuye exclusivamente, pongamos por caso, al
efecto de la discriminación económica (la teoría del desposeimiento relativo),
se elimina la necesidad de profundizar en la historia a la busca de los preceden-
tes o de los orígenes y el desarrollo del concepto abstracto de un pueblo empa-
rentado. De forma similar, el primer pilar de los estudios convencionales sobre
Europa occidental desarrollados en la posguerra, que se ha examinado anterior-
mente (la imagen de los habitantes de la región como cosmopolitas sofistica-
dos que habían reconocido en el nacionalismo un peligroso anacronismo para
nuestra época), reflejaba una visión del nacionalismo como fenómeno efímero
y fácil de eliminar. Esta visión no concuerda en absoluto con la historia polí-
tica e intelectual acaecida desde finales del siglo XVIII.
En otros casos, la total imprevisión de los acontecimientos recientes no se
debe tanto a que se haya hecho caso omiso de la historia, sino a que la historia
se ha interpretado mal. Quienes creían que el avivamiento de las reivindica-
ciones etnonacionales ocurrido en toda Europa occidental a finales de la dé-
cada de los sesenta carecía de antecedentes, estaban pasando por alto la exis-
tencia de numerosos y claros augurios. Entre ellos, cabe mencionar la
autonomía adquirida mediante plebiscito popular por los catalanes, gallegos y
vascos en la España de los años treinta; los disturbios promovidos por los ale-
manes del Tirol meridional casi desde el momento en que se les incorporó a
Italia después de la Primera Guerra Mundial, el famoso referéndum convo-
cado por Hitler para proteger el Eje Roma-Berlín de las repercusiones de di-
chos disturbios (y en el que una proporción asombrosamente elevada de vo-
tantes declaró su voluntad de abandonar sus hogares y establecerse en el
Tercer Reich antes que convertirse en ciudadanos italianos) y la rápida reanu-
dación de las actividades antiestatales en el Tirol meridional después de la Se-
gunda Guerra Mundial; el éxito obtenido por Hitler al apelar al etnonaciona-
lismo de flamencos y bretones para lograr su colaboración; los llamamientos
similares que Mussolini dirigió a los corsos; y los movimientos separatistas
que estaban activos en Cerdeña y Sicilia durante la Segunda Guerra Mundial y
en el Val d'Aosta francófono durante esa misma guerra y en la inmediata pos-
guerra33. A la vista del desarrollo histórico de la idea nacional (su propagación a
un número creciente de pueblos a partir de Francia), resulta especialmente
inaudito que Konstantin Symons-Symonolewicz afirme que «apenas puede
discernirse una tendencia evolutiva clara relativa al desarrollo del principio de
la nacionalidad; sostener que progresa ininterrumpidamente no sería menos
aventurado que concluir que su dinámica se ha agotado por completo»34. Es

33
Una analogía canadiense sería la reacción de los francocanadienses ante las propuestas de Lia- \ ■]
triarlos a filas, durante la Primera y la Segunda Guerras Mundiales, para luchar en lo que ellos per-
!
cibían como «guerras inglesas». No es muy distinto el caso de la Europa del Este, donde Hitler lo
gró cierto grado de colaboración entre eslovacos y croatas ofreciéndoles la autonomía respecto a los
checos y los serbios, respectivamente. La reacción positiva inicial de los ucranianos, Los tártaros de
Crimea y otros elementos étnicos no rusos ante la invasión alemana de la Unión Soviética también
ha sido muy divulgada.
34
Konstantin Symons-Symonolowicz: Nationalist-Movements: A Comparative View, Meadvüle,
1970, p.4.
172 Etnonaámialismo

más, teniendo en cuenta la ruta seguida por el etnonacionalismo en Europa,


trazada en párrafos anteriores —una ruta que sólo ha dejado inalteradas las
fronteras de tres Estados—, es inquietante leer en la monumental obra de Ar-
nold Toynbee:

El nacionalismo fue comparativamente inocuo en su cuna, Europa occiden-


tal, donde, por lo general, aceptó el mapa político tal como lo había ha-
llado, y se contentó con utilizar los Estados locales existentes, con sus fron-
teras establecidas, como crisoles en los que hervir el embriagante guiso
político de su energía psíquica. Su potencial nocivo se reveló allí donde, le-
jos de sancionar las fronteras que había encontrado en el mapa, esta ideología
política, agresiva y exótica, las recusó en nombre de la explosiva propuesta
política de que todas las personas que hablaban esta o aquella lengua
vernácula poseían un derecho natural a unirse políticamente entre sí en un
solo Estado nacional, soberano e independiente, y, por tanto, tenían la obli-
gación moral de sacrificar su bienestar, su felicidad e incluso su vida, así
como la de sus vecinos, para llevar a cabo esre pedantesco programa polí-
tico. Esta interpretación —o caricatura— lingüística de la ideología del
Nacionalismo de Europa occidental nunca se tomó al pie de la letra en los
propios países de la región, ya que en ellos siempre se había entendido que
el vínculo externo proporcionado por el hecho de compartir la lengua era
meramente uno entre los diversos signos externos del sentimiento interno
de solidaridad política que nacía de la comunidad de experiencias, institu-
ciones e ideales políticos33.

Con lo que se ha dicho hasta ahora no se pretende negar que antes de 1960
existieran historias de diversos movimientos étnicos dignas de alabanza 36 .
Como tampoco se pretende negar que los especialistas de diversos países hayan
dado numerosas muestras de comprender la diversidad étnica en el seno de sus
respectivos países37. Ahora bien, estas historias y especialistas han propendido
a utilizar un punto de vista demasiado restringido, tendiendo a ver los movi-
mientos como sui generis, a pensar que sólo se nutrían dentro del Estado, y a no
encuadrarlos en un movimiento intelectual más amplio. En opinión de Hans
Kohn:

35
Arnold Toynbee: A Study o/History, Londres, 1954, 8, p.53ó.
"> Son ejemplos en lengua inglesa dignos de mención Shepard Clough: A History of the Flemish
Movement in Belgium: A Study in Nationalism, Nueva York, 1930; y Reginald Coupland: Wehh and
Scottish Nationalism: A Study, Londres, 1954.
37
No debe suponerse, sin embargo, que los especialistas en países concretos han sido más sensi-
bles a este tipo de diversidad que los estudiosos sobre temas generales. Los especialistas en el Reino
Unido, por ejemplo, vienen subrayando desde hace largo tiempo el grado inusualmente elevado de
homogeneidad de la denominada sociedad británica o, incluso, inglesa. Richard Rose cita a L. S.
Amery, Samuel Beer, Harry Eckstein, Jean Blondel y S. E. Finer corno ejemplos de las numerosas au-
toridades en el estudio del Reino Unido que no han prestado atención a los asuntos étnicos; véase
Richard Rose: The United Kingdom as a Miilti-National State, Glasgow, 1970. Rose podría haberse
añadido a sí mismo a la lista, ya que en su obra afirma: «La política actual del Reino Unido se ha
simplificado mucho gracias a la ausencia de divisiones importantes debidas a la etnia, la lengua y la
religión» {Politics in England, Boston, 1964, p. 10). Las monografías sobre Francia también revelan la
asombrosa falta de atención prestada a las divisiones étnicas.
La ahistorirídad: el caso de Europa occidental 173

El estudio del nacionalismo debe emplear un método comparativo; no puede


restringirse a una sola de sus manifestaciones; sólo la comparación de los dis-
tintos nacionalismos del mundo entero permitirá que el analista descubra lo
que tienen en común y lo que poseen de peculiar, pudiendo de ese modo rea-
lizar una valoración justa. El nacionalismo sólo puede llegar a comprenderse a
través de la historia mundial de la era del nacionalismo38.

Kohn vuelve a hacer hincapié en la doble necesidad de adoptar una perspectiva


histórica y un amplio marco para el análisis comparativo en otro de sus textos:
«Sólo el estudio del desarrollo histórico del nacionalismo y el estudio compara-
tivo de sus diferentes manifestaciones puede llevarnos a comprender el impacto
del nacionalismo en nuestros días»39. La argumentación de Kohn no pretendía
negar la necesidad de realizar estudios de casos. A lo largo de su vida, publicó
diversas monografías consagradas al ascenso del etnonacionalismo en un medio
único. Lo que Kohn pretendía indicar con su razonamiento es que el estudioso
de un movimiento o varios movimientos concretos debía comprender previa-
mente cómo había evolucionado el nacionalismo en otras sociedades40.
Su consejo parece muy pertinente para buena parte de los estudios acadé-
micos sobre Europa occidental realizados en los últimos tiempos. Así, por
ejemplo, la teoría del desposeimiento relativo será probablemente tomada me-
nos al pie de la letra por quienes sepan que los vascos y los catalanes gozan de
mejor situación económica que los castellanos; que los croatas y los eslovenos
tienen más recursos económicos que los serbios; que Flandes recibió una pro-
porción muy elevada de las inversiones belgas entre 1958 y 1968, un período
que fue testigo del agudizamiento de la intransigencia flamenca; que los movi-
mientos étnicos de Europa occidental y Canadá no han recibido sus mayores
respaldos de las capas pobres de la población y que, si bien cuentan con segui-
dores de todos los niveles de renta, por lo general han atraído a un número
desproporcionado de profesionales; que en 1974 más de un tercio de los votan-
tes suizos se mostraron favorables en referéndum a las propuestas del Movi-
miento Nacional contra la Dominación Extranjera del Pueblo y de la Patria,
propuestas que de haberse aplicado habrían provocado la deportación de mu-
chísimos trabajadores extranjeros, aun cuando la población era consciente de
que dar ese paso acarrearía serias dislocaciones económicas y la caída del nivel
de vida; y que varios grupos étnicos de la Unión Soviética han expresado su
oposición a que se realizaran inversiones adicionales en sus territorios patrios
étnicos, ya que estaban convencidos de que la expansión de la industrialización
atraería a más trabajadores rusos a su tierra y no estaban dispuestos a pagar ese
precio por mejorar su nivel de vida.

m
Hans Kohn: The Idea ofNational"um; A Study oflts Origins and Bachgnimd, Nueva York, 1944,
p.¡x-x. Se encontrará un análisis interesante de las ventajas y limitaciones del método comparativo
(no aplicado específicamente al estudio del nacionalismo) en Arend Lijphart: «Comparative Politics
and the Comparative Method», American Política!Science Review, 65, 1971, pp.682-693.
w
Hans Kohn: Nationalism: Its Meaning and Histoij, ed. rev., Princeton, 1965, p.4.
4
" En un ensayo muy supérente, Milton da Silva recurría al movimiento vasco para ilustrar las
debilidades de diversas teorías sobre la esencia y las causas del etnonacionalismo. En su exposición
Da Silva demostraba poseer una notable amplitud de conocimientos. Véase su «Modernization and
Ethnic Conflict: The Case of che Basques», Comparative Politics, 7, 1975, pp.227-251.
174 Etnonacionalismo

De la misma forma, quienes opinan que la explicación del reciente aviva-


miento del nacionalismo ha de buscarse en el desposeimiento cultural debie-
ran saber que los vascos, que han sido el elemento nacionalista más militante
de España, también son el que demuestra menor interés por emplear su lengua
en las conversaciones cotidianas y en que esa lengua se les enseñe a sus hijos
en el colegio41; que uno de los factores que alentó a los nacionalistas flamen-
cos no fue el desposeimiento cultural, sino la libertad cultural que permitió
que una proporción creciente de padres flamencos optaran porque a sus hijos
se les enseñara el francés como primera lengua42; que el Plaid Cymru (el par-
tido nacional gales) reconoce que la mayoría de sus afiliados no habla gales y
también admite indirectamente, al prometer que no convertirá en obligatorio
el aprendizaje de esa lengua, que a muchos afiliados no les interesa apren-
derla; que las encuestas han indicado casi invariablemente que los escoceses
son más partidarios que los galeses de «seguir por su cuenta», pese a que son
muy pocos los que hablan la lengua escocesa y a que el movimiento naciona-
lista escocés ha concedido escasa importancia a su recuperación; y que la
adopción de la lengua vernácula irlandesa —e incluso su aprendizaje como se-
gunda lengua—, cuya revitalización y reinstitución ocupó en otros tiempos
un lugar destacado en los programas de los movimientos irlandeses de libera-
ción, ha contado con escasos respaldos en el período posterior a la indepen-
dencia. Quienes mantienen que la intensificación del etnonacionalismo se
debe a la alienación provocada por la moderna sociedad de masas, deberían
quedarse perplejos por la vitalidad de la que goza en sociedades tan poco mo-
dernas como las de Baluchistán, Kurdistán, Mizolandia y Nagalandia.
Además de la falta de perspectiva histórica y comparativa, hay otra serie de
factores que contribuyen a explicar la sorpresa engendrada por la oleada etnona-
cionalista que ha recorrido Europa recientemente. En otro texto, he expuesto
doce posibles fallos de los que ha adolecido el estudio del nacionalismo, cuatro
de los cuales parecen ser especialmente aplicables a la experiencia europea43:

1. La confusión terminológica, que genera una tendencia a no identi-


ficar correctamente el etnonacionalismo. Los estudios sobre Europa oc-
cidental, como todos en general, han empleado habitualmente los términos
nación y Estado como si fueran intercambiables. Y de ahí se ha pasado a em-
plear el nacionalismo —y, en consecuencia, a percibirlo— como una descrip-
ción de la lealtad al Estado, en lugar de al grupo etnonacional. La necesi-
dad de encontrar otro término para denominar la lealtad a la nación vasca,
bretona o flamenca ha generado una serie de sustitutos, como, por ejemplo,

1
Véase Juan Linz: «Early State-Building and Late Peripheral Nationalisms against the State:
The Case of Spain», ponencia presentada en el Congreso de la UNESCO sobre la Construcción de la
Nación, Cérisy, Normandía, agosto de 1970, pp.85-86.
12
Joseph Rudolph: «The Belgian Front Democratique des Bruxellois Francophones-Rassem-
blan: Wallon (FDF-RW) and the Politics of Sub-National Institution-Building», ponencia presen
tada en el Congreso Anual de la Northeastern Political Science Association, 9 de noviembre de
1973, p.3.
45
Véase en el capítulo 2 de este volumen una explicación más completa y ejemplos de las cuatro
categorías. Los cuatro problemas aquí expuestos se presentan en el mismo orden que en ese capítulo,
aunque se hayan omitido otros ocho de la lista original.
La ¿¡historicidad: el caso de Europa occidental 175

lealtades subnacionales, pluralismo étnico, regionalismo y otros similares. Este


tipo de terminología es en sí misma un obstáculo para el análisis. Si se en-
tiende que el nacionalismo respalda al Estado, también se supondrá que los
demás fenómenos citados no constituyen una amenaza seria a largo plazo
para la lealtad que el Estado inspira a los ciudadanos; los movimientos más
recientes no se consideran análogos a los movimientos nacionalistas de las
naciones que, como la alemana, la polaca y la noruega, dominan un Es-
tado44. Aplicar el término «regionalismo» a los movimientos etnonaciona-
les resulta particularmente pernicioso puesto que, como ya se ha señalado,
el regionalismo (en el sentido de cultura política regional distintiva [sectio-
nalism}) ha tendido a desaparecer a medida que la modernización establecía
vínculos más estrechos entre las distintas regiones de los Estados45. Así
pues, quien conciba el etnonacionalismo de un pueblo como regionalismo,
estará predispuesto a percibir los adelantos de la modernización como un
signo de la decadencia de aquél; sin embargo, la modernización suele tener
el efecto opuesto cuando actúa sobre grupos etnonacionales46. Es más, los
términos región y área regional (section) denotan la existencia de un todo más
grande; en este sentido, el regionalismo, aun antes de su decadencia, no es
incompatible con la lealtad al Estado. Por contraposición, el supuesto etno-
nacional de que la legitimidad estatal y la etnicidad están asociadas es in-
compatible con la lealtad al Estado si se considera que éste está dominado
por personas ajenas al grupo.

11
Véase, por ejemplo, la cita de Dankwart Rustow de la nota 1 de este capítulo, en la que «na-
ción» se refiere evidentemente al «Estado». En la frase previa, Rustow pone en relación las experien-
cias de la nación alemana con la nación «británica» —y también con una dudosa nación «ita-
liana»—, señalando que «en la Gran Bretaña actual no se percibe generalmente que exista un
conflicto grave entre la nacionalidad británica de conjunto y las nacionalidades particulares de ingle-
ses, galeses y escoceses».
^ Regionalismo es asimismo un término poco oportuno porque puede referirse tanto al regiona-
lismo intraestatal como a la integración supraestatal de una zona mayor, como Europa occidental o
América Latina.
lfi
Los movimientos etnonacionales (como el bretón, el corso, el escocés y el gales) y el localismo
(como el demostrado en algunos laender alemanes) se agrupan en la misma categoría de «re-
gionalismo subnacional» en el artículo de Werner Feld: «Subnational Regionalism and the Euro-
pean Community», Otó, 18, 1975, pp.1176-1192. Como resultado, se establece entre fenómenos
diferentes una comparación que llama a la confusión. Con respecto a la descripción del naciona-
lismo escocés como una forma de regionalismo (con la consiguiente infravaloración de su fuerza),
véase John Schwartz: «The Scottish National Party», World Politks, 22, 1970, pp.496-517, y parti-
cularmente la p.515, donde el autor habla de una supuesta «identidad regional». Véase asimismo
Jack Haywood: The One and Indivisible French Republic, Nueva York, 1973, pp.38 y 56, donde se de-
nomina regionalismo al movimiento de Bretaña. No se hace ninguna referencia al etnonaciona-
lismo, ni tampoco a ninguna otra minoría étnica de Francia. Puesto que el término región denota la
existencia de una entidad mayor en la que se incluye la región, la indivisibilidad de Francia queda
garantizada (tal como lo indica el título de la obra). La propensión a denominar regionalistas a los
movimientos etnonacionales de Francia e Italia probablemente se ha visto alentada en los últimos
años por los planes de «regionalización» orientados a descentralizar la autoridad. En ambos casos,
las fronteras de las nuevas regiones reflejan con bastante exactitud la distribución de los grupos ét-
nicos. Quien esté interesado en un análisis más pormenorizado, puede consultar mi capítulo dedi-
cado a Europa occidental en Abdul Said y Luiz Simmons (comps.): Eíhnicify in an International Con-
texto Edison (Nueva Jersey), 1976. El término periferia, tal como se utiliza en el concepto
centro-periferia, significa muchas veces región, por lo que las reservas anteriormente expresadas
con respecto al uso de regionalismo para hablar del etnonacionalismo también son aplicables a esta
palabra.
\-j(¡ Etnonacionalismo

2. La tendencia a pensar que los conflictos nacionales se basan fun-


damentalmente en la lengua, la religión, las costumbres, la desigual-
dad económica o en otros factores tangibles. El ejemplo contemporá-
neo clásico es la costumbre de describir invariablemente como una revuelta
religiosa los disturbios de Irlanda del Norte. La propensión a percibir y a
explicar esta lucha recurriendo al socorrido factor religioso, que es fácil-
mente discernible, en lugar de profundizar en la cuestión y tratar de trans-
mitir el concepto abstracto de una identidad irlandesa que se contrapone a
varias otras identidades nacionales queda ilustrado en los siguientes ejem-
plos. En un artículo del New York Times que informaba sobre una entrevista
realizada a Glenn Barr, un miembro de la comunidad no irlandesa, se cita
a Barr diciendo: «No sé qué soy. La gente dice que soy británico. Los bri-
tánicos me tratan como un ciudadano de segunda clase. No soy irlandés.
Soy un hombre del Ulster»47; y a pesar de que hace esta afirmación, el artí-
culo presenta a Barr como un «líder protestante» —pese a que no ostenta
ningún cargo religioso— y analiza el conflicto como si fuera una lucha re-
ligiosa. En la misma vena, una comunicación de Associated Press fechada
el 30 de enero de 1975 indica que el Ejército Republicano Irlandés (IRA)
está recibiendo armas «de los católicos separatistas bretones que quieren
liberar a Bretaña de Francia»; ¿por qué llamar la atención sobre el hecho
de que los bretones son católicos, cuando son ciudadanos de un Estado ma-
yoritariamente católico?; claro está que haber hecho referencia a la dimen-
sión céltica habría supuesto introducir conceptos abstractos sobre los vín-
culos ancestrales y la conciencia nacional, conceptos extremadamente
difíciles de transmitir a los lectores y a los editores. Sea como fuere, la ten-
dencia a describir esta lucha en términos religiosos está chocando con una
evidencia en contrario cada vez mayor. Así, por ejemplo, una declaración
política del Partido Laborista y Democrático Social (SDLP) de Irlanda del
Norte (un partido bastante moderado que tiene su base en el sector irlandés
de la comunidad) emplea expresiones como «más de un tercio de la po-
blación [de Irlanda del Norte] se considera parte de la Comunidad Irlan-
desa global [...] [El gobierno] debe tener en cuenta las divisiones internas
de Irlanda del Norte, sus identidades nacionales enfrentadas y las relaciones
especiales que Irlanda del Norte mantendrá siempre con Gran Bretaña y
con la República de Irlanda [...] Las dos identidades nacionales deben alcanzar
un reconocimiento en las relaciones de Irlanda del Norte con Gran Bretaña y
con la República de Irlanda»48. Las referencias a la religión brillan por su
ausencia.
Siendo el ejemplo más llamativo de la tendencia a confundir las caracte-
rísticas tangibles con la esencia, Irlanda del Norte no es el único caso de Eu-
ropa occidental que ilustra este fenómeno. Tal como lo he señalado en mis
comentarios previos sobre las teorías del desposeimiento relativo, son mu-
chos quienes han percibido la agitación étnica en los términos empleados
por el grupo implicado para presentar sus reivindicaciones, es decir, recu-

n
New York Times, 16 de noviembre de 1974.
4a
Keesing's Contempomry Archives, 23-29 de septiembre de 1974, 26732, énfasis añadido.
La ¿¡historicidad: el caso de Europa occidental 177

mendo a las estadísticas económicas o a algún aspecto de la cultura, como


pueda serlo la lengua49.

3. La infundada exageración de la influencia del materialismo en los


asuntos humanos. Lo dicho hasta ahora con respecto a la teoría del desposei
miento económico relativo basta para demostrar la preeminencia de esta ten
dencia en los estudios sobre Europa occidental que nos ocupan.

4. La tendencia a interpretar la ausencia de enfrentamientos étnicos


como signo indicador de la existencia de una única nación. Con la notable
excepción de los tiroleses del sur, los años inmediatamente posteriores a la Se
gunda Guerra Mundial fueron un período de relativa calma en lo que al etnona-
cionalismo respecta. Los motivos de esta tregua son comprensibles: la región to
davía estaba recuperándose de un holocausto cuya causa principal había sido el
etnonacionalismo en sus manifestaciones más extremas. Las extravagantes acti
vidades desarrolladas en nombre del Volksdeutsch (el pueblo alemán) y de la
razza itálica (la raza italiana) convertían el etnonacionalismo en un elemento in
trínsecamente sospechoso. Este período de apatía etnonacional interrumpió
temporalmente la continuidad de una serie de movimientos anteriores a la gue
rra; interrupción que se interpretó como si fuera la desaparición del etnonacio
nalismo y, por ello, su resurgimiento se juzgó un hecho sorprendente, cuando
no por completo original. Los estudiosos se habían concentrado en las opiniones
manifiestas de la época, sin prestar atención a las actitudes latentes.
Además del miedo general suscitado por la capacidad destructiva del etno-
nacionalismo, el cual había sido engendrado por los excesos del fascismo
étnico, otros problemas concretos afectaron a una serie de movimientos. La
equiparación que se había establecido entre nacionalismo alemán y nacional-
socialismo hizo perder buena parte de su atractivo al legado alemán. La reper-
cusión de este fenómeno sobre pueblos germánicos, como el alsaciano, se ma-
nifestó con claridad meridiana. Los tres partidos políticos que abogaban por
la autonomía de Alsacia lograron el 40% de los votos alsacianos en 1928,
pero a partir del ascenso de Adolf Hitler al poder, el etnonacionalismo pare-
ció perder mucha fuerza entre los alsacianos, hasta llegar a desaparecer apa-
rentemente en los primeros años de la posguerra. Sin embargo, la creación en
1970 del Movimiento Regional de Alsacia-Lorena demuestra la resistencia de
las motivaciones etnonacionales50. No muy distinto fue el caso de los movi-

49
Después de topar una y otra vez con la explicación religiosa de los conflictos de Irlanda del
Norte, me congratuló oír cómo el catedrático Juhn White de la Queen's University de Belfast afir
maba en una conversación que mantuvimos en el Harvard Cencer for International Affairs (octubre
de 1974) que dicho conflicto era sin lugar a duda de carácter étnico y no religioso. Sin embargo,
unos minutos después, cuando le comenté a un representante del gobierno belga que me gustaría
mucho tener la oportunidad de hablar con él sobre el problema étnico de su país, él me repuso que
el problema no era en absoluto étnico, sino lingüístico.
50
Le Fígaro, 5 de julio de 1971. La elección de Estrasburgo como sede del Consejo de Europa
ha tenido indudablemente un efecto significativo, aunque inmensurable, sobre el etnonacionalismo
alsaciano de los últimos tiempos. El papel internacional desempeñado por esta ciudad alsaciana
sirve como recordatorio permanenre de que el límite fronterizo franco-alemán ya no es, como lo fue
en el período de entreguerras, una barrera imporranre para las relaciones con los alemanes de
allende la frontera.
178 Etnonacionalismc

mientos flamenco y bretón, mancillados por el hecho de que algunos de sus


líderes habían colaborado con los nazis. Además de necesitar tiempo para que
el recuerdo de esas actividades y alianzas se olvidara, los movimientos tam-
bién tuvieron que tomarse su tiempo para encontrar nuevos dirigentes que
sustituyeran a los que habían caído en desgracia y, en muchos casos, habían
huido, habían sido asesinados por la resistencia clandestina o habían sido en-
carcelados en la posguerra.
La reacción contra el fascismo étnico ocurrida en la posguerra no se res-
tringió a las minorías. Sus efectos sobre la conducta de franceses, holandeses,
daneses y otros pueblos en los tiempos en que las secuelas de la guerra aún
eran muy visibles convenció a las estudiosos de que los europeos habían supe-
rado el nacionalismo (cayendo en ese error que hemos denominado primer pi-
lar de los estudios convencionales de posguerra sobre Europa occidental). Ca-
bía esperar que la reacción más intensa se diera en el pueblo que se había
dejado arrastrar con mayor fanatismo por la espeluznante cruzada etnonacio-
nal, los alemanes. Bajo el peso del recuerdo reciente de las pasiones desatadas
que había demostrado encerrar la caja de Pandora del nacionalismo alemán,
avergonzados —cuando no arrepentidos— de los excesos cometidos en su
nombre, con una visión realista del equilibrio de fuerzas de la posguerra y
conscientes de que el resto de los europeos los observaban atentamente para
descubrir el menor síntoma de una posible revitalización del nacionalismo,
los alemanes refrenaron cuidadosamente sus inclinaciones etnonacionales.
Pero a medida que los recuerdos se van desvaneciendo y aumenta el convenci-
miento de que nazismo y nacionalismo alemán no son inevitablemente sinó-
nimos, a medida que el orgullo inspirado por los logros materiales y culturales
de la posguerra va adquiriendo un tono de orgullo por los logros alemanes,
ahora que los alemanes de más edad comienzan a pensar que el período de ex-
piación y de libertad condicional en que ha vivido Alemania ya ha durado su-
ficiente y que en la generación de posguerra cobra fuerza la convicción de que
no se la puede considerar culpable de los errores cometidos por sus padres, el
nacionalismo alemán empieza a dar muestras mesuradas de recuperación51.

51
Por ejemplo, en las elecciones de 1972, el victorioso Partido Socialdemócrata basó su cam-
paña en la invocación al orgullo nacional y a la conciencia nacional. Véase, por ejemplo, el Nav
York Times del 17 de noviembre de 1972. Basándose sobre todo en la interpretación de las encuestas
de opinión, diversas personas han defendido recientemente la tesis de que la idea de una nación
alemana única es cosa del pasado y ha sido sustituida por una unificación de la identidad en torno a
las ideas de Austria, Alemania del Este y Alemania del Oeste. Véanse, por ejemplo, Wi-Uiam
Bluhm: Building an Austrian Nation, New Haven, 1973; Gordon Munro: «Two Germanies: A
Lasting Solución to che Germán Question», tesis doctoral, Claremont Gradúate School, 1972; y
Gebhard Schweigler: «National Conciousness in Divided Germany, tesis doctoral, Universidad de
Harvard, 1972. Ahora bien, los datos obtenidos en las encuestas no están libres de contradicciones
y otros datos los desmienten (por ejemplo, la decisión tomada a comienzos de 1975 por las autori-
dades de Alemania del Este de suspender temporalmente sus intentos de eliminar la idea de que
los pueblos de Alemania del Este y Alemania del Oeste forman parte de la misma nación ale-
mana). Es más, si tenemos en cuenta las numerosas fuerzas psicológicas y políticas que actúan en
la Alemania de la posguerra (descritas anteriormente), la posibilidad de realizar encuestas de opi-
nión válidas sobre el nacionalismo en ese entorno se torna cuando menos cuestionable. También
debe tomarse en consideración que las actitudes latentes no tienen por qué coincidir con las opi-
niones expresadas. Por último, resta por dilucidar la cuestión de si, aun en las circunstancias más
propicias, la encuestas de opinión son una herramienta adecuada para determinar la actitudes ét-
La ¿(historicidad: el caso de Europa occidental 179

Así pues, las necrológicas del etnonacionalismo han demostrado ser prematu-
ras en toda Europa.

* * *

En este artículo se ha expuesto la idea de que el desarrollo creciente del et-


nonacionalismo en Europa occidental puede entenderse como una paso evo-
lutivo dentro de un proceso secuencial de expansión del campo de fuerzas
del nacionalismo. Recordando una vez más la sorpresa ocasionada por el
hecho de que la realidad socavara los dos pilares de los estudios de posguerra
sobre Europa occidental (la obsolescencia del nacionalismo y la inexistencia
de Estados multinacionales), reflexionemos sobre este pasaje escrito por
Carlton Hayes:

Un rasgo asombroso de la agitación nacionalista del período fue, evidente-


mente, que afectó e hizo célebres a una serie de pueblos europeos de los que
nunca se había supuesto que tuvieran conciencia nacional ni aspiraciones po-
líticas. Otro rasgo, aún más desconcertante, fue la aceleración y el encarniza-
miento de sus manifestaciones en [...] los pueblos de los que ya se sabía que
eran nacionalistas.

Cuando habla de «pueblos europeos de los que nunca se había supuesto que
tuvieran conciencia nacional», Hayes está refiriéndose a los bretones, a los ca-
talanes, a los flamencos, a los vascos y otros similares. Ahora bien, este pasaje
no se escribió en los años setenta, sino en 1941; y no pretendía describir la
Europa occidental de las décadas de 1960 y 1970, sino la de las décadas de
1870, 1880 y 189052. Lo cierto es que los análisis más acertados del naciona-
lismo escritos en el período de entreguerras proporcionaban valiosas claves
para comprender los sucesos que previsiblemente ocurrirían en Europa occi-
dental a medida que el nacionalismo fuera desarrollándose. Así, por ejemplo,
ya en 1926, Hayes lanzaba una señal de alarma relativa a los conflictos entre
los grupos etnonacionales de Bélgica y de Suiza, «pese a los intentos artificia-
les de promover un sentimiento de solidaridad social, semejante a la naciona-
lidad, que se han llevado a cabo en Suiza y en Bélgica»53. Se refería asimismo a
«los pequeños nacionalismos incipientes» de los islandeses, los catalanes, los
provenzales, los vascos, los wendos, los rusos blancos (bielorrusos), los habi-
tantes de la isla de Man y los malteses54. El famoso informe sobre el naciona-
lismo realizado en 1939 por el Royal Institute of International Affairs tam-
bién contenía una visión más perspicaz del conflicto de Irlanda del Norte que
la mayoría de los estudios actuales:

nicas. Se argumenta que no lo son en los estudios de Arnolcl Rose: Migrants in Europe, p.100, y
John Wahlke y Milton Lodge: «Psychological Measures of Change in Political Attitudes», ponen-
cia presentada en el Congreso Anual de la Midwest Political Science Association, 1971, particu-
larmente pp.2-3.
52
Carlton Hayes: A Generarían of Materialism: 1870-1900, Nueva York, 1941, p.280.
" Carlton Hayes: Essays nn Natitmalism, Nueva York, 1926, p.15.
M
//W.,p.59.
jgQ Etnonacionalismo

Pero en el pensamiento de los nacionalistas irlandeses la independencia ha


llegado a asociarse con la idea de la unidad geográfica de Irlanda, del terri-
torio que constituía el libre, aunque algo legendario, Reino de Irlanda antes
de que hicieran su aparición los invasores anglosajones. No basta con que
quienes se sienten miembros de la nación irlandesa sean libres para gober-
narse, también es necesario que toda Irlanda esté unida. Así pues, la cuestión
irlandesa ha generado otro enfrentamiento entre las reivindicaciones de dos
nacionalismos rivales55.

En otro lugar, el informe advertía que «la propia Gran Bretaña no es inmune a
este problema, ya que sería arriesgado suponer que la solución que actual-
mente se ha dado a la relación entre ingleses, escoceses y galeses tiene que ser
necesariamente permanente»56.
Ahora bien, aunque en estos estudios se dieran muestras de perspicacia y
comprensión, muchas de sus predicciones resultaron erróneas57. El pasado no
siempre es un prólogo. La historia —incluida la historia del nacionalismo—
no actúa al margen de los deseos y caprichos de individuos y acontecimientos.
Por ello, ni siquiera un examen correcto del desarrollo histórico del naciona-
lismo puede eliminar los riesgos inherentes a toda predicción de futuros acon-
tecimientos políticos. No obstante, tal como lo indican los pasajes de Hayes y
del Royal Institute que se han citado, comprender la pauta de desarrollo del
nacionalismo puede aumentar las posibilidades de realizar predicciones acerta-
das; o, cuando menos, reducirá las probabilidades de que las manifestaciones
más recientes del nacionalismo nos tomen totalmente por sorpresa.

» Naüanalism: A Repon by a Stndy Group of Memberí of the Royal Imtitute of International Affairs,
Londres, 1939, p.l 11.
56
/¿/V., p.l37.
57
Véanse, por ejemplo, los comentarios patentemenre optimistas de Hayes con respecto a la ca
pacidad de Suiza, Canadá, la República Sudafricana y el Imperio británico para acomodar diversos
nacionalismos divergentes, en sus Essays on Natknalism, pp.21, 22 y 270. El informe del Royal Insti-
tute fue realizado por nueve especialistas y, en consecuencia, en él abundan las contradicciones.
Algunos ensayos revelan una sagaz comprensión del fenómeno nacional, comprensión que brilla por
su ausencia en otros textos.
TERCERA PARTE Los estudiosos y el

mundo mítico de la identidad nacional


CAPÍTULO 8
N EL
HOMBRE ES UN ANIMAL RACIONAL

En el capítulo 3 señalamos la persistente tendencia de los estudiosos a infrava-


lorar exageradamente la profundidad emocional de la identidad etnonacional y
relacionamos este fallo con el desconocimiento de la esencia de esa identidad.
Sugeríamos entonces que un camino potencialmente fructífero para ahondar
en esa enigmática esencia podría ser el estudio comparativo de la propaganda
escrita y de los discursos que han apelado con éxito a los sentimientos naciona-
listas. Él artículo que viene a continuación es un intento de llevar a la práctica
esa propuesta. Se redactó en 1991 como discurso inaugural de una serie de
conferencias anuales patrocinadas conjuntamente por la revista Etbnic and Ra-
cial Studies y por la London School of Economics and Political Science.
184 Etnanacionalismo

MÁS ALLÁ DE LA RAZÓN: LA NATURALEZA DEL VÍNCULO


ETNONACIONAL*

En aras de la claridad, comenzaremos señalando que los términos naciona-


lismo y patriotismo se refieren a dos lealtades bastante diferentes: el pri-
mero a la lealtad al grupo nacional y el segundo a la lealtad al Estado (país)
y a sus instituciones. En el caso de los pueblos que, como el japonés, po-
seen un Estado-nación propio étnicamente homogéneo, así como en el de los
Staatvolker, como el pueblo francés, que dominan cultural y políticamente
un Estado, en el que puede haber otros grupos numéricamente importan-
tes, el hecho de que nacionalismo y patriotismo sean dos fenómenos distintos
posee escasa relevancia. Para esos pueblos, ambas lealtades tienden a
confundirse en un todo sin fisuras. Pero en un mundo donde hay millares
de grupos etnonacionales y menos de doscientos Estados, es evidente que,
en el caso de la mayoría de los pueblos, la lealtad a la nación y la lealtad al
Estado no pueden coincidir. Y, de hecho, muchas veces rivalizan para lograr
la adhesión de los individuos.
Así, por ejemplo, el nacionalismo vasco y el catalán han entrado frecuente-
mente en conflicto con el patriotismo español, el nacionalismo tibetano con el
patriotismo chino, el nacionalismo flamenco con el patriotismo belga, el na-
cionalismo corso con el patriotismo francés, el nacionalismo cachemir con el
patriotismo indio y el nacionalismo quebequés con el patriotismo canadiense.
La lista podría prolongarse mucho. Nacionalismo y patriotismo son dos fenó-
menos esencialmente distintos y no deberían confundirse a causa de un uso ne-
gligente del lenguaje.
Los estudios comparativos sobre el nacionalismo nos han demostrado que
en las situaciones en que se percibe que ambas lealtades están en conflicto irre-
conciliable (es decir, cuando la gente se siente obligada a escoger entre ellas),
el nacionalismo suele resultar la más fuerte. En nuestros tiempos, hemos te-
nido el privilegio de ser testigos presenciales de uno de los ejemplos más claros
de la historia sobre la fuerza relativa de estas dos lealtades: el muy reciente
caso de la Unión Soviética, donde un acorralado presidente Gorbachov descu-
brió con retraso que el sentimiento de lealtad a la Unión de Repúblicas Socia-
listas Soviéticas (lo que durante setenta años se había denominado patriotismo
soviético) no podía rivalizar con el sentimiento nacionalista demostrado por casi
todos los pueblos de la Unión Soviética, incluida la propia nación rusa. Y, evi-
dentemente, los acontecimientos que hasta hace muy poco han venido desarro-
llándose en la que se denominara República Federal de Yugoslavia ponen de
relieve que los nacionalismos albanés, bosnio, croata y esloveno se han im-
puesto sobre el patriotismo yugoslavo.
Para comprender por qué el nacionalismo ha resultado ser casi siem-
pre una fuerza mucho más poderosa que el patriotismo, es necesario ana-
lizar con mayor detenimiento la conciencia nacional y el sentimiento

' Traducido del discurso inaugural de la conferencia organizada por Ethnic and Racial Studies y la
Londun School of Economics en el Oíd Theatre de la LSE el 27 de febrero de 1992 y publicado por
primera vez en Etbnic and RacialStudies, 16, n" 3, 1993. Reproducido con permiso de los compilado-
res y editores de ERS.
El hombre es un animal'Jfachnal Ig5

nacional. ¿Cuál es, por ejemplo, la esencia del vínculo que une a todos
los polacos y los diferencia del resto de la humanidad? Subrayar las ca-
racterísticas tangibles de la nación ha estado de moda hasta hace muy
poco entre los más destacados especialistas en el nacionalismo. La na-
ción se definía como una comunidad de personas que se caracterizaban
por compartir la lengua, el territorio, la religión y otros factores seme-
jantes. Si realmente se pudiera explicar la nación mediante criterios tan-
gibles de este tipo, profundizar en su conocimiento sería una tarea mu-
cho más sencilla. Cuánto más fácil sería la labor si adoptar la lengua
polaca, vivir en Polonia y abrazar el catolicismo bastara para definir la
pertenencia a la nación polaca, para convertirse en polaco. Sin embargo,
hay alemanes, lituanos y ucranianos que cumplen estos requisitos y no
por ello se consideran polacos, ni tampoco son considerados polacos por
sus compatriotas.
Así las cosas, los criterios objetivos no bastan por sí mismos para de-
terminar si un grupo constituye una nación. La esencia de la nación es el
vínculo psicológico que une a un pueblo y, en la convicción subconsciente
de sus miembros, lo distingue de una forma decisiva del resto de la huma-
nidad.
Con muy escasas excepciones, los especialistas han evitado definir la nación
como un grupo de parentesco y, por lo general, han negado explícitamente que
la nación esté fundada sobre el parentesco. Estas refutaciones suelen respal-
darse con datos que demuestran que, en realidad, la mayoría de las naciones
tienen una herencia genética múltiple. Mas esta línea de argumentación hace
caso omiso de la máxima que afirma que lo que influye en las actitudes y en la
conducta no es la realidad sino lo que la gente percibe como real. Y la creencia sub-
consciente en el origen y la evolución singulares de un grupo es un ingre-
diente importante de la psicología nacional.
Al pasar por alto o negar el sentimiento de parentesco del que está im-
buida la nación, los estudiosos no han logrado ver algo que los líderes nacio-
nalistas percibían con palmaria claridad. En agudo contraste con los analistas
académicos del nacionalismo, quienes han logrado movilizar naciones han
comprendido que en el centro de la etnopsicología hay un sentimiento de
consanguinidad y no han dudado en apelar a él. En consecuencia, cuando se
trata de descubrir la naturaleza emocional/psicológica del nacionalismo, los
discursos y proclamas nacionalistas suelen ser una área de investigación más
fructífera que las obras eruditas. Muy a menudo, ese tipo de discursos y pro-
clamas se han desechado a la ligera, considerándolos mera propaganda que
no respondía a las verdaderas convicciones de los líderes. Pero el naciona-
lismo es un fenómeno de masas y el grado de convencimiento de quienes lo
promueven no afecta a la realidad de los hechos; lo importante no es la since-
ridad del o de la propagandista, sino el tipo de instinto de masas al que
apela.
Examinemos, a esta luz, la famosa exhortación de Bismark a los alemanes
—que en su día se difundió por más de treinta entidades soberanas— alentán-
doles a unirse en un solo Estado: «¡Alemanes, pensad con la sangre!». Las re-
petidas apelaciones de Adolf Hitler a la pureza étnica de la nación (Volk) ale-
mana son sobradamente conocidas. Daremos un solo ejemplo; en un discurso
186 Etnonacionaltsmo

pronunciado en 1938 en Konigsberg (hoy, Kaliningrado, en la República


Rusa), Hitler declaró:

En Alemania, hoy, poseemos la conciencia de pertenecer a una comunidad,


una conciencia que es mucho más poderosa que la creada por los intereses po-
líticos o económicos. Esa comunidad está condicionada por el hecho de la
consanguinidad. El hombre de hoy se niega a seguir separado de la vida de su
grupo nacional; se aferra a él con inquebrantable afecto. Arrostrará graves ne-
cesidades y calamidades con tal de permanecer unido a su grupo nacional.
[Sólo esta noble pasión puede elevar al hombre por encima de las preocupa-
ciones sobre las ganancias y los beneficios.] La sangre es un vínculo más firme
que los negocios1.

Aunque se sienta la tentación de considerar que estas alusiones a los lazos de


sangre son meras exageraciones de un demagogo fanático, no hay que olvidar
que precisamente con ese tipo de alusiones Hitler se ganó la intensa e incues-
tionable devoción de la nación más alfabetizada y educada de Europa. Ya se ha
dicho antes que no nos interesa el o la líder, sino el instinto de masas al que
apela. Y apelando a la consanguinidad, Hitler logró arroparse con el manto del
nacionalismo alemán y convertirse en la personificación de la nación a los ojos
de los alemanes.
No deja de resultar paradójico que Benito Mussolini, en quien Hitler en-
contró la inspiración de numerosos motivos nacionalistas, se hiciera con el po-
der en un Estado caracterizado por una significativa heterogeneidad étnica. Por
ello, se enfrentó a una tarea mucho más complicada: para movilizar a todos los
sectores de la población con apelaciones de carácter nacionalista, previamente
debía convencer a los lombardos, los venecianos, los florentinos, los napolita-
nos, los calabreses, los sardos, los sicilianos y demás pueblos, de que entre ellos
existía una relación de consanguinidad. Con ese propósito, los dialectos verná-
culos se prohibieron y la propaganda estatal rara vez dejaba escapar la oportuni-
dad de hacer hincapié en la común ascendencia italiana. A modo de ejemplo,
citaremos un extracto de un manifiesto promulgado en toda Italia en 1938:

La raíz de las diferencias entre los pueblos y naciones ha de buscarse en las di-
ferencias de raza. Si los italianos son distintos de los franceses, alemanes, tur-
cos, griegos, etc., no es sólo porque posean una lengua y una historia diferen-
tes, sino porque su desarrollo racial ha sido distinto [...] El «italiano de pura
raza» ya es una realidad. Esta aseveración [se basa] en el vínculo de sangre que
une a los italianos de hoy en día [...] Esta pureza antigua de la sangre es el
más elevado título nobiliario de la nación italiana2.

Las apelaciones nacionalistas a la pureza étnica concordaban, por supuesto,


a la perfección con el dogma fascista. Pero resulta más extraño que los líderes

1
Adolph Hitler: The Speeches of Adolph Hitler, April 1922-Angutt 1939, Londres, 1942, vol.2,
p.1438.
2
Según la cita de Charles Delzell: Mediteiranean Fastísm, Nueva York, 1970, pp.193-194.
El hombre es un animal factorial \^-¡

marxista-leninistas, a pesar de la incompatibilidad filosófica entre comu-


nismo y nacionalismo, se sintieran obligados a recurrir a llamamientos de ín-
dole nacionalista para ganarse el apoyo de las masas. Tanto Marx como Lenin,
a la vez que remachaban que el nacionalismo era una ideología burguesa que
todo comunista debía anatemizar, también apreciaban su influencia sobre las
masas. Y no sólo toleraban que se apelara al nacionalismo, sino que lo reco-
mendaban como medio de hacerse con el poder*, Pero aun teniendo en cuenta
estos antecedentes, no deja de ser extraño que Mao Tse-Tung, al recabar el
apoyo de las masas chinas, no se refiriera al Partido Comunista Chino llamán-
dolo «la vanguardia del proletariado», sino «la vanguardia de la nación china
y del pueblo chino»3. En la propaganda maoísta, los comunistas chinos se
convertían en «parte de la gran nación china, carne de su carne y sangre de su
sangre»4.
En otra proclama, Mao apelaba directamente a los lazos familiares deriva-
dos de un único antepasado común:

¡Queridos compatriotas! Con todo respeto y la mayor sinceridad, el Comité


Central del Partido Comunista Chino dirige el siguiente manifiesto a todos
los padres, hermanos, tías y hermanas del país: Sabemos que para transformar
el glorioso futuro en una China nueva, independiente, libre y feliz, todos
nuestros compatriotas, todos y cada uno de los devotos descendientes de
Huang-ti [el legendario primer emperador de China] deben participar re-
suelta e implacablemente en una lucha concertada5.

Ho Chi Minh, fundador del movimiento comunista vietnamita, también


invocaba la ascendencia común y empleaba términos denotadores de relaciones
familiares para buscar el apoyo de las masas. Por ejemplo, en 1946 afirmó:

¡Compatriotas del sur de Vietnam y de la zona meridional del centro de Viet-


namí ¡El Norte, el Centro y el Sur forman parte integral de Vietnam! [...] Te-
nemos los mismos antepasados, formamos parte de la misma familia, todos
somos hermanos y hermanas [...] Nadie puede separar a los hijos de una fami-
lia. De la misma forma, nadie puede dividir Vietnam6.

Los líderes democráticos han apelado asimismo a la idea del linaje común
con objeto de lograr el respaldo de las masas para adoptar un curso de acción
determinado. De una forma en cierto modo paradójica, los orígenes históri-
cos del pueblo estadounidense —ese colectivo humano destinado a formar la
sociedad de inmigración poligenética por excelencia— nos ofrece dos ejem-
plos notables, el primero relativo a la decisión de separarse de Gran Bretaña

* Hay una exposición más pormenorizada de este asunto en la obra del autor de este libro, The
National Question in Marxist-Leninist Theory and Strategy, Princeton, 1984, en especial en los
capítulos 1-3-
3
Conrad Brandt et al.: A Documentar/ History of Chínese Communim, Londres, 1952, p.260.
4
Mao Tse-tung; Selected Works ofMao Tse-tung, Pekín, 1975, vol.2, p.209.
5
Brandt: A Documentary History, p.245.
6
Ho Chi Minh: 0?? Remitirían: Selected Writings 1920-1966, ed. por Bernard Fall, Nueva York,
i n/í-j .,_ i c o
188 Etnonacionalismo

y el segundo a la decisión de constituir una unión federal. La explicación de


esta aparente paradoja radica en la psicología del Staatvolk. La élite política
de la época no creía estar dirigiendo a un pueblo étnicamente heterogéneo; a
pesar de la presencia de colonos de origen alemán, escocés, francés, gales,
holandés e irlandés —así como de nativos americanos y de diversos grupos
procedentes de África (estos últimos constituían la quinta parte de la pobla-
ción en aquella época)— la autopercepción del pueblo norteamericano, que
prevalecía tanto en la élite como en las masas populares, era la de un pueblo
étnicamente homogéneo de ascendencia inglesa. Por ello, quienes habrían de
convertirse en los líderes revolucionarios de la época pensaban que, para am-
pliar el apoyo popular a la separación de Gran Bretaña, habría que superar el
importante problema planteado por el sentimiento de pertenencia a la gran
familia inglesa que tenían los colonos. Así pues, los artífices de la Declara-
ción de la Independencia llegaron por lo visto a la conclusión de que, para
conseguir el respaldo de las masas a la independencia, era necesario enfren-
tarse al sentimiento de parentesco transatlántico y contrarrestarlo. Después
de enumerar las quejas contra el rey, la Declaración pasaba a ocuparse de las
transgresiones cometidas por la rama de la familia que continuaba habitando
en Gran Bretaña:

Tampoco nuestros hermanos británicos nos han prestado atención [...] Hemos
apelado a su natural justicia y magnanimidad, y hemos invocado nuestro linaje co-
mún para repudiar estas usurpaciones, las cuales interrumpirían inevitablemente
nuestros contactos y relaciones. Ellos también han permanecido sordos a la voz de la
justicia y de la consanguinidad. Debemos, por tanto [...] considerarlos, tal
como consideramos al resto de la humanidad, en la Guerra, Enemigos, en la
Paz, Amigos.

En resumen, désele el punto de vista norteamericano, los apóstatas eran


«ellos», no «nosotros». Eran «ellos» quienes habían destruido la familia al no
haber guardado fidelidad al sagrado vínculo del parentesco, al haber permane-
cido «sordos a la voz de la consanguinidad».
Once años más tarde, los reformadores políticos trataban de animar a la po-
blación, a la sazón repartida en trece países básicamente independientes, a
adoptar una constitución federal. La situación no era, por tanto, muy diferente
de la que, como antes se ha señalado, habría de afrontar Bismark casi un siglo
después: cómo incitar a una población diseminada por diferentes Estados a que
se una. Y, al igual que Bismark, uno de los autores de los Documentos Federalis-
tas (Federalist Papers) —cuyo objetivo era lograr el respaldo popular para la
unión— apeló a la autopercepción popular de una sociedad constituida por
una nación con un linaje común. En el segundo de los ochenta y cinco docu-
mentos, John Jay decía así:

Con parejo placer he advertido a menudo que la Providencia ha tenido a bien


otorgar este país cohesionado a un pueblo unido; un pueblo que desciende de los
mismos antepasados, que habla la misma lengua, que profesa la misma religión, ape-
gado a los mismos principios de gobierno, muy semejante en cuanto a sus
usos y costumbres [...]
El hombre es un animal Nacional Igc;

Se diría que este país y este pueblo están hechos el uno para el otro, y parece que
entrara en los designios de la Providencia que una herencia tan adecuada y conveniente
para un grupo de hermanos, unidos entre sí por los vínculos más sólidos que pueda
haber, no debiera nunca dividirse en varias soberanías insociales, recelosas y
enemistadas7.

Lo que Jay afirmaba no era otra cosa sino que somos miembros de una sola fa-
milia y que la familia debe volver a unirse. Así pues, en el caso de Estados
Unidos, en primer lugar se recurrió a la acusación de traición a los vínculos
ancestrales con objeto de lograr el apoyo popular necesario para dividir políti-
camente a la familia, y años más tarde se apeló al vínculo ancestral para conse-
guir la unión política de la parte americana de la familia.
Puede resultar interesante señalar entre paréntesis que los estadounidenses
de ascendencia anglosajona (los llamados WASPS*) continuaron manifestando
la percepción, típica del Staatvolk, de que todos los estadounidenses —o, me-
jor dicho, «todos los auténticos estadounidenses»— tenían vínculos de con-
sanguinidad con los ingleses. Por ejemplo, en una poema de mediados del si-
glo xix titulado «A los ingleses», John Greenleaf Whittier decía así:

¡Oh ingleses! ¡Hermanos nuestros en la esperanza y en las creencias,


hermanos nuestros por la sangre y por la lengua! También nosotros
somos herederos de Runnymede; y la fama de Shakespeare y las
proezas de Cromwell no sólo a nosotros nos alientan.

«Más espesa que el agua», en un reguero


ha fluido nuestra sangre sajona
a lo largo de siglos y siglos de historia,
y todavía hoy con vosotros compartimos sus bondades y maldades,
las sombras y las glorias.

Los himnos de alabanza de la ascendencia anglosajona compartida por los ver-


daderos estadounidenses seguían siendo muy abundantes bien entrado el siglo
XX. El miedo a contaminar o a debilitar ese linaje al mezclarlo con inmigran-
tes de orígenes étnicos inferiores fue el fundamento de la política de inmigra-
ción que el país aplicó hasta después de la Segunda Guerra Mundial.
Hasta ahora, nos hemos limitado casi exclusivamente a los ejemplos de si-
tuaciones intraestatales. Ahora bien, puesto que las fronteras políticas y étnicas
rara vez coinciden, los llamamientos realizados en nombre de la nación han
trascendido en numerosas ocasiones las fronteras estatales. La creencia en la as-
cendencia común puede interferir en la política exterior y plantear un pro-
blema de lealtades divididas cuando importantes sectores de un grupo están
separados por fronteras políticas. De sobra conocidos son los llamamientos que

7
Alexander Hamilton, John Jay, James Madison: Tbe Federalist: A Commentary on tbe Canstitiitim
ofthe United States, Nueva York, 1937, p.9.
* Abreviacura ele White Anglo-Saxon Protestant, blanco anglosajón y protestante (Ñola de la
Trad.).
190 Etnonacionalhmo

Hitler dirigió a los alemanes que vivían en Austria, en los Sudetes y en Polo-
nia apelando al Volksdeutsche. En tiempos más recientes, Albania ha defendido
su derecho a proteger a los albaneses de Yugoslavia basándose en que «la
misma madre que nos dio a luz, dio a luz a los albaneses de Kosovo, Montene-
gro y Macedonia»8; China ha proclamado sus derechos sobre Taiwan argumen-
tando que «los habitantes de Taiwan son nuestros familiares y amigos»9; el di-
rigente norcoreano, Kim II Sung, ha declarado la necesidad de unificar Corea
con objeto de lograr la «integración de nuestra raza»10. Y en 1990, quienes
aconsejaban a los alemanes de la República Federal Alemana y de la República
Democrática Alemana que abordaran con prudencia la tarea de reunir a la fa-
milia en un solo Estado, no podían rivalizar con la estrategia evocadora de la-
zos familiares del canciller Helmut Kohl, quien logró el respaldo popular para
la unificación inmediata utilizando una consigna candorosamente simple: Wir
sindein Volkf (¡Somos una nación!).
Vemos pues que, a diferencia de la mayoría de los autores especializados en el
nacionalismo, los líderes políticos de las tendencias ideológicas más diversas
han percibido que la consanguinidad forma parte de la psicología etnonacional
y no han dudado en apelar a ella al buscar el respaldo popular. La frecuencia y
el éxito de tales apelaciones dan testimonio del hecho de que las naciones se
caracterizan en efecto por el sentido —el sentimiento— de la consanguinidad.
Por consiguiente, nuestra respuesta a la pregunta tantas veces planteada de
«¿qué es una nación?» sería que nación es un grupo de personas que se sienten
relacionadas por su linaje. Es el grupo de mayor tamaño que puede exigir la
lealtad de una persona basándose en los vínculos de parentesco percibidos; es,
desde esta perspectiva, la familia extensa más amplia.
El sentimiento de ascendencia compartida no tiene por qué coincidir, y
prácticamente en todos los casos no coincidirá, con la historia real. La gran mayoría
de las naciones derivan de diversos linajes étnicos. La clave de la nación no está
en la historia cronológica ni en la real, sino en la historia emocional y viven-
cial. El único requisito imprescindible para que exista una nación es que sus
miembros compartan la convicción intuitiva de que el grupo nacional posee
unos orígenes y una evolución propios. Declarar que se pertenece a la nación
japonesa, alemana o tai no significa meramente que uno se identifique con el
pueblo japonés, alemán o tai actual, sino que supone una identificación con ese
pueblo a lo largo de toda la historia. O, mejor dicho, dada la convicción intui-
tiva de que la propia nación tiene un origen singular, quizá no debiéramos decir
a lo largo de toda la historia, sino más allá de la historia. Lógicamente, esa creencia
en el origen de la propia nación debe fundarse en la suposición de que en una
nebulosa época protohistórica existieron un Adán y una Eva japoneses, alemanes
o tais. Mas la lógica actúa en el terreno de la conciencia y del raciocinio; las
convicciones relativas al origen y a la evolución singulares de la propia nación
pertenecen al terreno del subconsciente y de lo «no racional» (adviértase: no
irracional, sino no racional).

8
Robert King: Minoríties Under Communhm, Cambridge, 1973, p.144.
9
NeiP York Times, 1 de septiembre de 1975.
111
Atlas, febrero de 1976, p.l$>.
El hombre es un animal ¿racional \<)\

La diferenciación entre la esencia racional de la nación y su esencia emocio-


nal quedaba reflejada en un opúsculo escrito hace algunos años por una per-
sona que estaba encarcelada e incomunicada en la Unión Soviética. Este preso,
que acababa de ser declarado culpable de actividades antiestatales realizadas en
nombre del nacionalismo ucraniano, escribió lo siguiente:

Una nación sólo puede existir allí donde haya personas dispuestas a morir por
ella;... Sólo cuando sus hijos crean que su nación es la elegida de Dios, y
consideren
a su pueblo la mejor de Sus creaciones.
Sé que todos los pueblos son iguales. La
razón me lo dice.
Pero, a la vez, sé que mi nación es única... Me lo dice el corazón. No es
prudente buscar un denominador común para las voces de la razón y de
la emoción".

La dicotomía entre el terreno de la identidad nacional y el de la razón ha


importunado mucho a los estudiosos del nacionalismo. Excepción hecha de los
psicólogos, las personas formadas en las ciencias sociales suelen sentirse incó-
modas al enfrentarse a lo que no es racional. Tienden a buscar explicaciones ra-
cionales de la nación en la economía y en otras fuerzas «reales»; pero la con-
ciencia nacional se resiste a ser explicada en esos términos. Y se resiste hasta
tal punto, que incluso Sigmund Freud, que tantos años dedicara al examen y a
la descripción de lo que denominó «el inconsciente», reconoció, en un pode-
roso testimonio de las dificultades de explicar la conciencia nacional en térmi-
nos de cualquier tipo, que las fuentes emocionales de la identidad nacional
eran imposibles de expresar. Después de indicar que él era judío, Freud afir-
maba que su sentimiento de pertenencia al pueblo judío nada tenía que ver
con la religión ni con el orgullo nacional. Proseguía diciendo que estaba «irre-
sistiblemente» unido a los judíos y a la naturaleza judía por «numerosas fuerzas
oscuras y emocionales, que eran tanto más poderosas cuanto peor pudieran expre sarse
en palabras, así como por una clara conciencia de la identidad interior, una
percepción profunda de que se comparte la misma estructura psíquica»12.
Después de señalar que era imposible expresar la identidad nacional en tér-
minos racionales, Freud renunciaba al intento de describir los vínculos nacio-
nales y los sentimientos que originan, pero es evidente que los sentimientos
que estaba tratando de expresar son los mismos que se resumen concisa y enig-
máticamente en la máxima alemana «Blut will zu Blutl», que podría traducirse
libremente como «¡Las gentes de la misma sangre se atraen!». Adolf Stocker,
escritor del siglo pasado, se extendió más sobre este sentimiento: «La sangre
alemana circula en todos los cuerpos alemanes y el alma está en la sangre.
Cuando te encuentras con un hermano alemán, y no simplemente con un her-

1
Valentine Moroz: Reportfrom tbe Hería Reserve, Chicago, 1974, p.54.
12
Esca cita combina extractos traducidos por León Poloalcov: The Aryan Myth, Londres, 1974,
p.287, y otra traducción menos lograda de The Standard Edition ofthe Complete Psychological Works of
Sigmund Freud, vol. 20 (1925-1926), Londres, 1959, pp.273-274.
192 Etnonacionalismo

mano del género humano, se produce una determinada reacción que no tiene
lugar cuando el hermano no es alemán»13. El adjetivo «alemán» de este pasaje
podría sustituirse por inglés, ruso, lituano, etc., sin que el pasaje perdiera su
validez. En efecto, el espíritu que alienta este pasaje es muy semejante al senti-
miento expresado por un joven revolucionario nacionalista chino (Chen Tian-
nua) hacia 1900:

Como dice el refrán, el hombre no se siente próximo a las personas de otra fa-
milia. Cuando dos familias se pelean, siempre se ayudará a la propia familia,
nunca se ayudará a la familia «exterior». Las familias corrientes descienden to-
das ellas de una familia original: la raza han es una gran familia. El Emperador
Amarillo es el gran antepasado, quienes no son de la raza han no descienden
del Emperador Amarillo, forman parte de familias exteriores. Es evidente que
no hay que ayudarles; quien les ayuda, no sabe a qué linaje pertenece14.

Se describa como se describa —ya como la identidad interna y la estructura


psíquica de las que habla Freud, ya como vínculos de sangre, ya como química
o como alma— no está de más repetir que el vínculo nacional es de inspiración
subconsciente y emocional antes que consciente y racional. Puede analizarse,
pero no explicarse racionalmente.
¿Cómo podemos analizarlo? Es posible analizarlo, al menos de forma tan-
gencial, examinando el tipo de catalizadores ante los que reacciona o, lo que es
lo mismo, estudiando las técnicas de probada eficacia que se emplean para tocar
la fibra nacional y suscitar una reacción. ¿Y cómo se llega al núcleo no racional
de la nación y se logra su reacción? Como hemos visto en el caso de numerosos
líderes nacionalistas de éxito, no a través de apelaciones a la razón, sino a través
de apelaciones a las emociones (apelando a la sangre, no al cerebro).
Se ha llegado al núcleo no racional de la nación y se ha logrado su reacción
a través de los símbolos nacionales, de los que la historia nos ofrece una mues-
tra muy variopinta: el sol naciente, la esvástica y Britannia. Esos símbolos pue-
den transmitir mensajes sin palabras a los miembros de la nación porque,
como ha señalado un autor, «hay algo en esos símbolos, y sobre todo en los vi-
suales, que llega allá donde las explicaciones racionales no pueden llegar».
Se ha llegado al núcleo no racional de la nación y se ha logrado su reacción
a través de la poesía nacionalista, porque el poeta es mucho más propenso a ex-
presar emociones profundas que el escritor de sesudos opúsculos, tal como lo
atestiguan las siguientes palabras escritas en 1848 por un poeta rumano que
describía así la nación rumana:

En ella nacimos, es nuestra madre;


nos hicimos hombres porque ella nos crió;
somos libres porque en ella nos movemos;
si nos entristecemos, aplaca nuestro dolor con cantos nacionales.


Carlton Hayes: A Gmeration of Materialism, 1871-1900, Nueva York, 1941, p.258. 11 Frank
Dikoccer: «Group Definkion and the Idea of "Race"» in Modern China (1793-1949)», Ethnic and
Racial Studies, 13, 1990, p.427.
El hombre es un animal Nacional I93

A través de ella hablamos con nuestro padres, que vivieron millares de años ha;
a través de ella nos conocerán dentro de miles de años nuestros descendientes
y la posteridad.

Se ha llegado al núcleo no racional de la nación y se ha logrado su reacción


a través de la música que se percibe popularmente como un reflejo del pasado y
del genio singular de la nación; este tipo de música puede ser más o menos
elaborada, y abarca desde obras de compositores como Richard Wagner, hasta
temas folclóricos.
Se ha llegado al núcleo de la nación y se ha logrado su reacción a través de
metáforas basadas en la familia, dotadas de la capacidad de transformar lo te-
rrenal y tangible en una aparición cargada de emociones; metáforas que pue-
den convertir algo que para un extraño no es más que un territorio poblado
por una nación, por ejemplo, en la madre patria, la tierra de los antepasados, la
tierra de nuestros padres, el suelo sagrado, la tierra donde murieron nuestros
padres, la tierra natal, la cuna de la nación o, más comúnmente, la patria o el
lar patrio de un pueblo determinado: la «madre Rusia», Armenia, Inglaterra
{Engla land, en inglés: tierra de los ángeles), Kurdistán (literalmente, tierra de
los kurdos). He aquí un poema uzbeko referido a Uzbekistán:

Así mi generación comprenderá el valor del suelo patrio, al


parecer, los hombres siempre se han convertido en polvo. El
suelo patrio son los restos de nuestros antepasados que en
polvo se convirtieron para crear este precioso suelo".

De tal suerte se incide en el vínculo espiritual entre nación y territorio. Tal


como lo afirmaba un conciso pareado alemán del siglo pasado, «Blut uncí
Boden», la sangre y el suelo se mezclaron en las percepciones nacionales.
Por consiguiente, son los llamamientos a los sentidos, hechos a través de los
sentidos, y no las apelaciones a la razón, hechas a través de la razón, los que nos
permiten alcanzar un cierto grado de conocimiento sobre las convicciones sub-
conscientes que las personas suelen albergar con respecto a su nación. El carác-
ter casi universal de determinadas imágenes y frases (sangre, familia, herma-
nos, hermanas, madre, antecesores, antepasados, hogar) y el éxito demostrado
de su invocación para suscitar una reacción popular de masas nos dice mucho
sobre la naturaleza de la identidad nacional. Pero tampoco esta vía de investi-
gación nos proporciona una explicación racional de dicha identidad.
Los teóricos han propuesto numerosas explicaciones racionales para este fe-
nómeno: el desposeimiento económico relativo; las ambiciones de la élite; la
teoría de la elección racional; la intensificación del flujo de transacciones; el
deseo de la intelligentsia de convertir una cultura subordinada e «inferior» en la
cultura dominante y «superior»; el análisis de costes y beneficios; el colonia-
lismo interno; una táctica de la burguesía para minar la conciencia de clase del
proletariado al ocultar el conflicto de intereses de clase que hay en el seno de

15
Walker Connor: «The Impact of Homelands upon Diasporas», en Gabriel Sheffer (comp.):
Múdern Diasporas in InternationalPolitics, Londres, 1985.
194 Etnonacionalismo

toda nación y alentar la rivalidad entre el proletariado de distintas naciones; o


una reacción de masas más o menos espontánea ante la competencia por recur-
sos escasos. Teorías, todas ellas, que pueden criticarse con fundamentos empí-
ricos, pero el principal fallo que debe atribuírseles es que no reflejan la profun-
didad emocional de la identidad nacional: las pasiones, situadas en los
extremos del continuo de amor-odio, que suele inspirar la nación y los innu-
merables sacrificios fanáticos que se han realizado en su nombre. Tal como lo
expresó Chateaubriand hace casi doscientos años: «Los hombres no se dejan
matar por sus intereses; se dejan matar por sus pasiones»16. O, por decirlo de
otra manera: las personas no mueren voluntariamente por cosas racionales.
El sentimiento de parentesco, inmerso en el núcleo de la conciencia nacio-
nal, contribuye a explicar las terribles demostraciones de salvajismo que con
tanta frecuencia brotan en las relaciones entre los grupos nacionales. La espiral
de violencia que se desencadenó a finales de la década de los ochenta en la
Unión Soviética tomó por sorpresa a las autoridades, que no habían previsto en
absoluto la escalada de brutalidad que sucedió a la perestroika y a la glasnot,
cuando los grupos nacionales de toda la zona meridional de la URSS dieron
rienda suelta a las enemistades étnicas hasta entonces reprimidas.
Esta pauta de comportamiento no es de ninguna manera infrecuente. Los
informes anuales de organizaciones como Amnistía Internacional incluyen des-
consoladoras listas de minorías nacionales cuya opresión está oficialmente san-
cionada: los tibetanos oprimidos por los chinos hans; los árabes de la franja de
Gaza y Cisjordania por los judíos; los kurdos por los árabes iraquíes, los persas
y los turcos; los dinkas y otros pueblos del Nilo por los árabes sudaneses; los
xhosas, los zulúes y otros pueblos negros por los afrikaners; los quechuas por
los mestizos peruanos; los ndebeles por los shonas; los turcos por los búlgaros;
los pueblos mayas por los mestizos guatemaltecos; los kachins, los karens, los
mons y los shans por los birmanos. La lista podría prolongarse. Además, tal
como lo indican los acontecimientos ocurridos en la Unión Soviética a los que
se ha hecho alusión, las inclinaciones genocidas con respecto a los miembros
de otras naciones afloran muchas veces sin el apoyo del gobierno. Algunos
ejemplos de naciones de fuera de la Unión Soviética que han manifestado este
tipo de inclinaciones en los últimos tiempos son los xhosas y los zulúes, los
serbios y los croatas, los serbios y los albaneses, los irlandeses y los
«Orangemen»* de Irlanda del Norte, los griegos y los turcos, los sijs y los hin-
dúes, los punjabíes y los sindhis, los sindhis y los pashtunes, los hutus y los
tutsis, los ovambos y los hereros, los corsos y los franceses, los vietnamitas y
los hans, los jemeres y los vietnamitas, los asameses y los bengalíes, los mala-
yos y los hans. Y también en este caso la lista podría ser mucho más larga.
Las relaciones entre las naciones no siempre están tan cargadas de odio. Las
actitudes populares que una nación mantiene con respecto a otra son muchas
veces bastante positivas. Pero, si bien las actitudes hacia las demás naciones
varían a lo largo de un amplio espectro, el vínculo nacional, al estar basado en

16
Citado por Walter Sulzbach: National Cansciousness, Washington (D.C.), 1943, p.62. * Referencia a
los norirlandeses «protestantes», cuyo bastión unionista es la Legión de Orange (Nota de la Trad).
El hombre es un animal racional \ 95

la creencia en el linaje común, siempre termina por dividir a la humanidad en


un «nosotros» y un «ellos». Y esta predisposición a escindir a la especie
humana cuenta con una larga historia. Obsérvese la simple relación causal en-
tre pureza étnica y odio a todos los extranjeros que Platón, por boca de Mene-
xos, atribuye al más culto y sofisticado de los pueblos antiguos, el ateniense:

El pensamiento de esta ciudad es tan noble y libre, tan poderoso y saludable, y


tan adverso a los bárbaros, porque somos helenos puros y no estamos mezclados con
los bárbaros. Entre nosotros no habita ningún Pélope, Cadmo, Egipto o Dánao,
ni cualquier otro de aquéllos que son bárbaros por naturaleza y helenos sólo
según la ley, sino que vivimos como helenos puros y sin mezclar con los
bárbaros. Por tanto, la ciudad ha adquirido un auténtico odio contra la naturaleza
extranjera.

Puesto que el sentimiento de parentesco compartido no trasciende los lími-


tes de la nación, la compasión que el parentesco suele inspirar —con algunas
excepciones—, no está presente en las relaciones entre grupos nacionales. Las
fallas que separan a las naciones son más anchas y profundas que las que divi-
den a los grupos no emparentados, y los terremotos que provocan suelen resultar
mucho más destructivos. La frase que hoy día se ha convertido en un lugar
común, «el hombre es inhumano con el hombre», suele basarse en muchos ca-
sos en la realidad de que «la nación es inhumana con la nación».
El hecho de que los estudiosos no hayan sabido entender los orígenes psico-
lógicos de la nación contribuye sin duda a fomentar la tendencia a infravalorar
el potencial del nacionalismo. Como ya se ha señalado antes, cuando se percibe
que nacionalismo y patriotismo son irreconciliables, el nacionalismo suele ser
la lealtad que se impone.
Con esto no se pretende negar que el patriotismo no pueda ser un senti-
miento muy poderoso. El Estado tiene a su disposición numerosos medios
efectivos para inculcar el amor al país y el amor a las instituciones políticas; es
el proceso que los científicos sociales resumen en la expresión «socialización
política». Y entre esos medios destaca el control de la enseñanza pública y, en
especial, el control del contenido de las clases de historia.
Es más, incluso los gobiernos de los Estados multiétnicos complejos pue-
den y suelen adoptar el lenguaje del nacionalismo para tratar de inculcar la
lealtad al Estado. De la ya remota época en que era colegial, guardo el re-
cuerdo de que los profesores nos decían que todos los estudiantes teníamos una
ascendencia común, cuando, en realidad, la mayoría de los alumnos debíamos
de ser estadounidenses de primera, segunda o tercera generación, y de los más
diversos orígenes nacionales. Se nos inculcaba la creencia en que Washington,
Jefferson y otros personajes eran nuestros «padres fundadores». Aprendíamos
de memoria las palabras con las que Lincoln, en el Discurso de Gettysburg, re-
cordaba que, ochenta y siete años antes, «nuestros Padres habían dado a luz
una nueva nación en este continente». Entonábamos una y otra vez la breví-
sima canción «América», uno de cuyos siete versos era: «la tierra donde mu-
rieron mis padres».
Pero a pesar de las numerosas ventajas con las que cuenta el Estado para so-
cializar políticamente a sus ciudadanos en los valores patrióticos, el patrio-
196 Etnonacitmaiismo

tismo no puede generar un compromiso emocional tan poderoso como el na-


cionalismo, y así lo evidencian la multitud de movimientos separatistas que
jalonan el mundo entero. La lealtad al Estado y la lealtad a la nación no siem-
pre son contrapuestas; pero cuando se percibe que son irreconciliables, el na-
ionalismo suele resultar más poderoso.
Una vez más, el ejemplo más instructivo de los últimos tiempos quizá sea
la Unión Soviética, donde un programa global, intensivo y multigeneracional
para exorcizar el nacionalismo y exaltar el patriotismo soviético ha demostrado
ser notablemente ineficaz. Y'con toda evidencia, los programas de la misma
índole llevados a la práctica en la Europa del Este también han fracasado,
siendo el caso más notorio el de Yugoslavia. Tal como ya lo señalaba en un ar-
tículo escrito hace veinticinco años: «La evolución política desde la Segunda
Guerra Mundial pone claramente de manifiesto que la conciencia nacional está
muy lejos de ser una fuerza política en retroceso; antes bien, se encuentra en
pleno ascenso»17.

17
Véase el capítulo 1 de esre volumen.
CAPÍTULO 9
¿CUÁNDO EXISTE UNA NACIÓN?

El artículo que viene a continuación, escrito en 1988, versa sobre los frecuen-
tes errores cometidos por los estudiosos al calcular la fecha de creación de las
naciones, errores de hasta centenares de años. Dos son los motivos que me han
llevado a incluir este artículo en la sección titulada Los estudiosos en el mundo mí-
tico de la identidad nacional. El primero es que da testimonio de las dificultades
experimentadas por los especialistas al abordar el estudio de la identidad na-
cional; dificultades relativas en este caso a la determinación del momento en
que la conciencia nacional aflora en uno u otro pueblo, o incluso, a si real-
mente llega a aflorar. En segundo lugar, este artículo pone una vez más de re-
lieve la escisión entre el terreno de la identidad nacional y el terreno de la rea-
lidad. En él se examina la historia étnica de una serie de pueblos, percibidos en
sentido amplio como naciones, con objeto de confirmar que la identidad na-
cional se basa en la historia emocional o mítica antes que en la real, y que es
capaz de superar flagrantes contradicciones con los datos demostrables.
Por consiguiente, este artículo es adecuado para concluir esta obra y servirá
tanto para recordar por última vez a los especialistas en el nacionalismo que su
objeto de estudio es intrínsecamente complejo como para advertir que siempre
deben considerarse sospechosas las explicaciones «racionales» de la naturaleza
del nacionalismo. Es de suponer que influido por la negligente confusión de
nación y Estado, el poeta británico Swinburne (1837-1909) escribió en «Una
palabra a favor del país»:

No es con sueños, sino con sangre y con hierro


como se forja una nación que ha de perdurar.

En realidad, las naciones, la identidad nacional y el nacionalismo son «el


material con el que se fabrican los sueños» y esto contribuye a explicar tanto
su atractivo emocional como su resistencia a ser analizados racionalmente. Re-
sistencia que ciertamente ha demostrado ser muy fuerte. La búsqueda encami-
nada a comprenderlos aún está lejos de haber concluido.
I c)g Etnonacionalis7>¡o

¿DE LA TRIBU A LA NACIÓN?*


A pesar de los grandes esfuerzos que varias generaciones de cronistas y analistas
han consagrado a la historia de Europa y de sus pueblos, la datación de los mo-
mentos en que los aproximadamente cincuenta grupos nacionales de
Europa adquirieron una conciencia nacional sigue siendo una cuestión alta-
mente controvertida. Los desacuerdos saltan a la vista en las obras de algunos
de los historiadores más notables de la última generación. Por ejemplo, en opi-
nión de Marc Bloch, el gran especialista en el medievo francés, «los textos de-
muestran claramente que, por lo que respecta a Francia y a Alemania, la con-
ciencia nacional ya estaba muy desarrollada en torno al año 1110»; además,
Bloch creía que el caso de los ingleses era similar1. Otros autores han situado el
surgimiento de la conciencia nacional en fechas apenas posteriores. El especia-
lista holandés, Johan Huizinga, ha sostenido que la conciencia nacional fue
evolucionando a la largo de toda la Edad Media y que los nacionalismos francés
e inglés «habían florecido por completo» en el siglo XIV2. El historiador britá-
nico George Coulton se mostraba de acuerdo con dicha opinión; fundando su
análisis en las alianzas extranjeras establecidas a finales del siglo XIV por los
Estados italianos, Francia, Inglaterra, Escocia, Alemania, Hungría, Flandes y
España, Coulton deducía que «en aquella época, el nacionalismo hacia el que
Europa había estado evolucionando durante los últimos tres siglos ya se acep-
taba no sólo como un hecho social, sino como un factor fundamental de la po-
lítica europea»3. Otro estudioso británico, Sydney Herbert, expresaba la
misma tesis al decir que «la idea de la nacionalidad [comenzó a] aparecer con
todo su vigor [a medida] que la sociedad medieval se extinguía»; según él, «la
feroz resistencia [de los escoceses del siglo xm] ante los señores feudales ingle-
ses nos proporciona uno de los primeros ejemplos del nacionalismo en acción»,
y añadía que «si la Guerra de los Cien Años [1337-1453] entre Francia e Ingla-
terra no tenía en sus orígenes la menor relación con una guerra nacional,
cuando ya estaba cerca de tocar a su fin, la auténtica nacionalidad surge,
espléndida y triunfante, en la figura de Juana de Arco»'1. En un artículo consa-

* Traducido de Walker Connor: «From Tribe to Nation?», Histoiy of European Ideas, 13, n" 1/2,
1991, pp. 5-18. Copyright © 1991 Elsevier Science. Publicado con permiso de Elsevier Science Ltd,
The Boulevard, Langford Lañe, Kiddlington OX5 1GB, Reino Unido.
1
Marc Bloch: Feudal Society, trad. por L. A. Manyon, vol.2, Chicago, 1964. La cita se ha extra-
ido de la p.436; sus aseveraciones con respecto a la conciencia nacional inglesa se encuentran en la
p.432.
2
Johan Huizinga: Metí and Ideas: Histoiy, the Middle Ages, the Renaissance, Nueva York, 1959. re
cogido en León Tritón (comp.): Nationalism in tbe Middle Ages, Nueva York, 1972, p.21.
3
George C. Coulton: «Nationalism in the Middle Ages», Cambridge Histórica/ Journal, 1935,
p.37.
A
Sydney Herbert: Nationality and Its Problems, Nueva York, 1919, pp.66-67. En otro lugar
(p.72), Herbert describía en los siguientes términos la rebelión holandesa contra España del siglo
XVI: «Habiéndose originado en un conflicto religioso, la rebelión holandesa llegó a convertirse en
una afirmación de la individualidad nacional y en una reivindicación de la libertad política (lo que
los políticos modernos denominarían "autodeterminación"). En la misma guerra contra España, la
nacionalidad inglesa, si no nació, sí alcanzó la madurez». Es difícil conciliar estas y otras afirmacio-
nes con la declaración que sirve a Herbert para concluir su análisis: «En resumen: el mundo en el
que estaba a punto de estallar la Revolución francesa era un mundo en el que la nacionalidad desem-
peñaba un papel secundario» (p.76).
¿Cuándo existe una nación? 199

grado al despertar de la conciencia nacional de los ingleses, el autor estadouni-


dense Barnaby Keeney llega a la conclusión de que: «Los ingleses del siglo Xiv
gustaban de considerarse un pueblo con un origen común imaginario y un ne-
buloso destino. Eran tan plenamente conscientes de ser ingleses como de ser de
Yorkshire; les gustaban menos los forasteros extranjeros que los habitantes del
condado vecino»5. Con un talante similar, aunque con mayor cautela, Dorothy
Kirkland, autoridad británica en historia francesa, afirmaba que «en el último
cuarto del siglo xm, se agitaba en Francia una suerte de espíritu nacional»6.
Otras autoridades, tan respetadas como las anteriores, han negado que la
conciencia nacional existiera en la Edad Media. El austrohúngaro de naci-
miento Hans Kohn dijo con respecto a esa época:

La gente no observaba el mundo desde el punto de vista de la nacionalidad o


la raza, sino desde el punto de vista de la religión. El género humano no es-
taba dividido en alemanes y franceses, eslavos e italianos, sino en cristianos e
infieles, y, dentro de la cristiandad, en hijos fieles de la Iglesia y herejes7.

Carlton Hayes, uno de los más destacados especialistas estadounidenses en el


nacionalismo, se mostraba de acuerdo con la datación de Kohn. Reconociendo
como única posible excepción a Inglaterra, aseveraba lo siguiente:

Apenas cabe poner en duda que en la primera mitad del siglo XVIII las masas
de Europa, así como las de Asia y América, aun estando dotadas de una cierta
conciencia de su nacionalidad, consideraban que básicamente pertenecían a
una provincia, a una población o a un imperio, y no a un Estado nacional, y
no oponían procestas serias ni eficaces contra su transferencia de una esfera de
influencia política a otra8.

El historiador británico Thomas Tout no considera que ni siquiera los ingleses


constituyan una excepción. Desde su punto de vista, un hombre del medievo
«podía ser londinense, parisino, florentino; o podía ser sajón occidental, nor-
mando, bretón o bávaro. Pero le resultaba muy difícil creer en que tenía obli-
gaciones en tanto que inglés, francés o alemán»1-'.
La virtual inexistencia de datos concluyentes en este terreno es el motivo de
que haya divergencias de opinión tan acusadas entre las máximas autoridades.
El nacionalismo es un fenómeno de masas. El hecho de que los miembros de la
élite gobernante o de la intelligentsia manifiesten un sentimiento nacional no es

5
Barnaby Keeney: «Military Service and the Development of Nationalism in England, 1272-
1327 »,Specnlum, 22, 1947, p.549.
'' Dorothy Kirkland: «The Growth of National Sentiment in France beforc the Fifteenth Cen-
tury», History, 23, 1938-1939, recogido en Tritón: Nationalism in the Middle Ages. La cita se ha ex-
traído de la p.105.
7
Hans Kohn: The Idea of Nationalism: A Study oflts Origins and Background, Nueva York, 1944,
p.78.
B
Carlton Hayes: The Histarical Evoltition ofModem Nationalism, Nueva York, 1931, p.293.
9
Thomas Tout: France and England: Their Relations in the Middle Ages and Notv, Manchester, 1922,
recogido parcialmente en Tritón: Nationalism in the Middle Ages, La cita se ha extraído de la p.6l.
200 Etnonaitondismo

fundamento suficiente para deducir que la conciencia nacional ha impregnado


el sistema de valores de las masas. Y las masas, analfabetas o semianalfabetas
hasta tiempos muy recientes, nos han proporcionado indicaciones muy escasas
sobre la visión que tenían de su identidad grupal.
En su acepción original, nación se refiere a un grupo de personas que creen po-
seer una ascendencia común10. Es la agrupación humana de mayor tamaño que
comparte esa creencia. Ahora bien, es obvio que existen otros tipos de asociación,
tales como la ciudadanía de un Estado multinacional, que también pueden dar
lugar a poderosos apegos; pero la condición común de británico, belga o yugos-
lavo no entraña la convicción básica en la consanguinidad, y la idea de poseer
unos antepasados comunes no trasciende los límites de las naciones galesa, fla-
menca o croata. Tal y como lo atestiguan los numerosos movimientos separatis-
tas que en los últimos tiempos han afectado a numerosos Estados de todas las re-
giones del mundo, si la lealtad a la nación y la lealtad a otra asociación que no se
funda en la creencia en la ascendencia común llegan a percibirse como irreconci-
liables, la lealtad a la nación suele resultar la más poderosa.
Si bien la nación puede definirse como la agrupación de mayor tamaño ba-
sada en el mito de la ascendencia común, su relación con otros grupos de pa-
rentesco dista mucho de estar clara. Algunos antropólogos culturales sitúan di-
chos grupos en una jerarquía de cinco escalones que arranca de la familia;
varias familias forman una banda, y la agrupación de varias bandas constituye
un clan; a su vez, los clanes se unen y forman tribus, y la unión de varias tribus
constituye una nación11.
Ahora bien, en la práctica, este modelo ciertamente no ha demostrado ser una
ley inexorable de la evolución. Con el paso del tiempo, numerosos pueblos clasi-
ficados como tribus ■—o como elementos componentes de otros grupos mayo-
res— llegaron al convencimiento de que constituían por sí mismos una nación
plenamente desarrollada. Así, por ejemplo, el actual Estado yugoslavo fue creado
en 1919 sobre la base de que todos los eslavos meridionales (yugo-eslavos) cons-
tituían una nación única; de manera que los croatas, los serbios y los eslovenos
fueron denominados explícitamente «tribus» 12 . En aquel entonces, las masas
—aunque desde luego no todos los intelectuales— no parecieron ofenderse por-
que a su grupo sólo se le considerase una parte constituyente de una nación,
pero, en los años treinta, tanto los croatas como los eslovenos comenzaron a re-
clamar con creciente insistencia que a sus respectivas naciones se les concediera
mayor autonomía o la independencia. Similar es el caso de la creación del Estado
checoslovaco en 1920, momento en que las masas eslovacas aceptaron pasiva-
mente el estatus que les asignaba la Constitución como rama de una única «na-
ción checoslovaca». Pero a finales del siguiente decenio, el concepto de nación
eslovaca había germinado a tal punto que pudo ser utilizado como instrumento
de la política de divide y vencerás practicada por el Tercer Reich1'.
¿Cz¿£¿ndo existe una nación? 201

En algunos casos, la opinión popular continúa dividida al respecto de si un


grupo de personas constituye por sí mismo una nación o no es más que una
su.Indivisión de un grupo nacional mayor. Hay montenegrinos y serbios que
consideran que los montenegrinos forman parte de la nación serbia14. Y el caso
de los macedonios es aún más complejo: Bulgaria ha sostenido tradicional-
mente «que los macedonios son búlgaros; Grecia defiende que, cuando menos,
una proporción significativa son griegos; en otros momentos históricos tam-
bién los serbios les han considerado compatriotas, y a partir de la Segunda
Guerra Mundial, el gobierno yugoslavo ha insistido en que constituyen una
nación por derecho propio. La opinión de los macedonios está dividida, o lo ha
estado hasta hace muy poco: la opinión mayoritaria concordaba con el punto
de vista expresado por Sofía, según el cual los macedonios era una rama de la
nación búlgara, pero otros se consideraban serbios o griegos, y apenas si había
indicios de que los macedonios se considerasen una nación por derecho propio.
No hay por qué poner en tela de juicio el reciente éxito logrado por Belgrado
en su empeño de fomentar el sentimiento nacional en los macedonios, si bien
los datos censales de 1981, según los cuales en Macedonia no había nadie que
se considerase búlgaro ni griego, eran indiscutiblemente fraudulentos y, en su
desmesurada exageración, infravaloraban la preocupación que la identidad y la
lealtad de la población macedonia continúan inspirando a Belgrado15.
La lista de grupos que en otros tiempos fueron considerados subnaciona-
les o elementos de un grupo mayor y que después llegaron a percibirse a sí
mismos como una nación podría alargarse16. La historia de los pueblos que
desaparecieron al quedar asimilados por grupos mayores y la de los que con-
servaron y desarrollaron la conciencia de ser una nación no han seguido ca-
minos paralelos. En su día, Dante (1265-1321), se refirió a «los eslavos, los
húngaros, los alemanes, los sajones, los ingleses y otras naciones», y se iden-
tificó como miembro «de la nación florentina»17. La historia ha llegado a ra-
tificar la terminología empleada por Dante en lo relativo a los «húngaros»,
los «alemanes» y los «ingleses». Pero, incluso desde la perspectiva actual, es
difícil comprender por qué la terminología de Dante no ha sido ratificada en
su totalidad. No había motivo alguno para prever que las «tribus» eslavas no
iban a evolucionar hasta formar una nación única, en lugar de fragmentarse
en los diversos pueblos eslavos, quince aproximadamente, que hoy defienden
su. condición de nación. Y si era posible predecir la asimilación de los sajones
de la Europa continental por la nación alemana, ¿cómo explicar que hayan

14
yVl respecto de la evidencia que demuestra que la aucoimagen grupal de los montenegrinos no
es una cuestión decidida, véase Connor: The National Questitm, pp.333-334 y 381-382. [Dada la ten
dencia de muchos montenegrinos a considerarse serbios, no es de sorprender que cuando Yugoslavia
se estábil desintegrando en 1991, sólo los montenegrinos optaran por mantener su asociación con
Serbia.]
15
Seyún el censo, quienes se identificaban como búlgaros o griegos no constituían ni un uno
por cien co de la población en ninguna de las treinta provincias (obstinas) de Macedonia, En contraste,
ta mayoría de los emigrantes macedonios que residen actualmente en los Estados Unidos —así como
sus deseendientes— afirman ser de ascendencia búlgara. Y muchos de los que proceden de la zona de
Macedonia colindante con Grecia, declaran ser de origen griego. Véase Stephan Thernstrom (comp.):
Irleirvare:/ Encyclopedia of American Etbnk Gnups, Cambridge, 1980, p.691.
1(1
Surgirán varios ejemplos de este tipo al analizar la inmigración en Estados Unidos. 17
Chicado por Touc: France and Etig/ettid, p.6().
202 Etmmacionalismo

sobrevivido otros pueblos germánicos como los holandeses, los flamencos,


los frisones y los luxemburgueses? 18. Siendo así que la nación es una entidad
que se define a sí misma, la opinión popular puede llegar a considerar en
cualquier etapa evolutiva que la nación ha llegado a cobrar realidad. Así
pues, los pequeños rusos (ucranianos), aunque relacionados con los grandes
rusos, fueron adquiriendo a lo largo de este siglo el creciente convenci-
miento de que esa relación no era tan próxima como para considerarla un
vínculo nacional.
Los ejemplos ucraniano y holandés nos llevan a plantearnos la siguiente
pregunta: dado que antes hemos definido la nación como la agrupación huma-
na mayor basada en el mito de la ascendencia común, ¿no resulta contradicto-
rio que varias naciones contemporáneas hayan resultado de la fragmentación
de elementos étnicos de mayor tamaño, como el eslavo, el germánico, etc.?
Esta aparente paradoja se debe a que el mito de la ascendencia común procede
del conocimiento sensorial o intuitivo y no del racional. La mayoría de las na-
ciones, sino todas, son un producto de diversos elementos étnicos. La nación
inglesa, por ejemplo, es un conglomerado étnicamente complejo: los antiguos
britanos célticos que no fueron desplazados al extremo occidental de Gran Bre-
taña por los invasores germánicos del siglo V (los anglos, los sajones y los ju-
tos), fueron absorbidos por ellos; a esta amalgama se le sumaron después los
daneses germánicos, que arribaron en grandes números a la isla en el siglo IX,
y, más adelante aún, los normandos germánicos, que conquistaron la isla en el
siglo XI19.
El caso de los franceses no es muy distinto, ya que proceden de la fusión de
los galos célticos autóctonos con los francos, borgoñones y normandos, todos
ellos germánicos. Tampoco son los alemanes un pueblo teutónico puro, como
nos lo recuerda el siguiente pasaje:

Aunque según la creencia popular, los franceses son de ascendencia céltica y


los alemanes de origen teutónico, algunos científicos, como M. Jean Finot,
mantienen que, si es absolutamente necesario atribuir una ascendencia cél-
tica a alguno de los pueblos europeos, ese pueblo no sería el francés, sino el
alemán, en tanto que los franceses, por otra parte, tienen más sangre teutó-
nica que los alemanes. En opinión de Ripley, otro estudioso reconocido de
los problemas raciales, el tercio nororiental de Francia y la mitad de Bélgica
son actualmente más germánicos que el sur de Alemania. Esta opinión a pri-
mera vista asombrosa deja de sorprender cuando se recuerda que en Francia
fijaron su residencia los francos, los borgoñones, los visigodos y los norman-
dos, todos ellos de raza germánica [...] Esto nos recuerda el oportuno comen-
tario realizado por Israel Zangwiü: «Demos suficiente marcha atrás al Cine-
matógrafo del Tiempo, y los alemanes resultan ser franceses y los franceses
alemanes»20.

18
La cuestión de la «nación florentina» se aborda más adelante.
lJ
' Resulta curioso que para denominar el legado britano se empleen los términos Gran Bretaña y
británicos, en tanto que el nombre de la patria étnica, Inglaterra (Ingla - térra, o Engla - latid, literalmente
«tierra de los ángeles»), aluda al legado anglo.
2(1
Bernard Joseph: Natitmality: Its Nature andProblems, New Haven, 1929, pp.41-42.
¿Cuándo existe una nación? 203

En un nivel dado de la conciencia, ios pueblos inglés, francés y alemán re-


conocen su heterogeneidad étnica. Sus libros de historia así lo atestiguan.
Pero en un nivel más intuitivo o sensorial, «saben» que su nación es, étnica-
mente, herméticamente pura. Por ese motivo, los ingleses, los franceses y ios
alemanes no se sienten emparentados entre sí, pese a que los tres pueblos
compartan la ascendencia céltica y la teutónica. El famoso estudioso británico
del nacionalismo G. P. Gooch ha descrito tan acertada como sucintamente
esta escisión entre la percepción de la condición nacional y su realidad: «El
descubrimiento de que la unidad racial es un mito hace perder buena parte de
su relevancia a la raza en su sentido biológico [en tanto que explicación de la
conciencia nacional], pero la autoconciencia racial permanece virtualmente
inalterada»21.
El empleo que Gooch hace del término raza no se consideraba inapropiado
en 1929, pues hasta hace poco era costumbre emplearla como sinónimo de na-
ción y las referencias a la raza inglesa, a la raza francesa y otras similares, eran
extremadamente comunes. Por otro lado, esta terminología no es totalmente
obsoleta. En 1982, en una obra que por lo general se considera tendenciosa y
contraria a los inmigrantes recientes de Asia y del Caribe, un eminente jurista
británico señalaba con patente disgusto que «los ingleses han dejado de ser
una raza homogénea»22. Tal como se refleja explícitamente en esta frase, el em-
pleo de raza como sustituto aceptable de nación transmitía la idea de que to-
das la naciones son entidades homogéneas y, por ende, acabadas.
Tal como lo sugieren los ejemplos de las naciones inglesa, francesa y ale-
mana, el mito de una ascendencia común y exclusiva puede imponerse sobre
toda una batería de datos que lo contradicen. Los griegos, por ejemplo, están
convencidos de ser los descendientes puros y directos de los griegos de la anti-
gua Helias. Ningún griego presta oídos a los llamamientos paneslávicos; sin
embargo, la realidad es que, a partir del siglo VI, la región recibió migraciones
masivas de eslavos, cuya fuerza numérica superaba de tal forma a la de la po-
blación autóctona que en la Edad Media solía llamarse a la Grecia continental
Eslavinia (tierra de los eslavos)23.
Los búlgaros nos ofrecen en cierto modo una imagen especular del caso
griego. Eran un pueblo asiático que emigró al este de Europa durante el si-
glo vil. Allí encontraron y conquistaron a los pueblos eslavos que, como se
ha señalado al hablar de la vecina Grecia, habían comenzado a desplazarse
hacia el sur ya en el siglo VI. Pero así corno la cultura y la identidad griega
no sufrieron prácticamente la menor influencia de los eslavos, quienes con el
tiempo fueron asimilados por completo, los búlgaros se eslavizaron total-
mente, conservando únicamente su nombre. En palabras de un especialista:
«Los búlgaros originales fueron tan completamente absorbidos por sus sub-
ditos eslavos, que en la lengua búlgara moderna no queda ni una sola pala-
bra cuyos orígenes puedan encontrarse en el pueblo que llevaba inicialmente
ese nombre»24.

21
Del prólogo de G. P. Gooch a la obra de Joseph: Nationality, p.14.
22
New York Times, 29 de mayo de 19S2.
21
Rinn Shinn (comp.): Greece: A Conntry Study, Washington (D.C.), 1986, 14-15.
24
C. A. Macartney: National States and National Minorities, Londres, 1934, p.56.
204
Etvonaaonalhrm

La identidad rumana también nos demuestra la primacía del mito sobre la


realidad. El gobierno rumano, que es fanáticamente nacionalista a pesar de ser
comunista, ha adoptado oficialmente la idea de que los rumanos son el producto
inalterado de la fusión de los latinos con los dacios (un pueblo tracio), ocurrida
en tiempos del Imperio romano25. Los dado-romanos desaparecieron de los anales
de la historia después de que el ejército romano se retirase de las tierras rumanas
en el siglo ni, mas la historiografía rumana al uso argumenta que se refugiaron en
las montañas huyendo de las sucesivas invasiones teutónicas, eslavas magiares y
tártaras, para reaparecer en el siglo xi con el nombre de valacos, un pueblo de
lengua latina. Se puede afirmar con mayor fundamento que, después de llegar a
las llanuras rumanas o de regresar a ellas, los valacos se fusionaron con una
población que se había mezclado previamente con los eslavos y los tártaros. En
los primeros tiempos de la dominación comunista (a finales de los años cuarenta),
el gobierno hacía hincapié en que todas las cosas ruso/eslavas eran buenas y
dignas de ser emuladas. Esta campaña llegó al extremo de reescribir la historia
étnica de los rumanos, introduciendo la novedosa tesis de que los dacios eran una
tribu eslava26. Como ya se ha señalado, es cierto que los eslavos se cuentan entre
los ascendientes de los rumanos, pero sólo a partir del siglo VI. Sea como fuere, la
postura paneslavista no tardó en abandonarse para ser sustituida por la teoría de
un pueblo dacio-romano puro, y es más que dudoso que el paneslavismo llegara
nunca a gozar de gran popularidad entre las masas. El movimiento «latinista»,
que hace hincapié en el legado romano, el alfabeto latino y la puerza de sangre,
comenzó a contar con el respaldo activo de los intelectuales (entre los que había
numerosos clérigos) a finales del siglo xvm, y la actual postura del gobierno
concuerda plenamente con esa tradición. Según la opinión general, esta teoría
más tradicional se ha ganado el favor del pueblo, y la imagen de una nación
rumana latina, aislada entre los eslavos del norte y el sur y los magiares del oeste,
ha llegado a echar profundas raíces en la psique popular.
Aunque, tal como hemos visto, los mitos sobre los orígenes y la evolución
singular de un pueblo no requieren ningún fundamento empírico, cabe esperar
que los nacionalistas abracen con entusiasmo cualquier teoría con base cientí-
fica que defienda esa singularidad. De tal suerte, la tesis de la pureza de sangre
de los vascos está respaldada por datos estadísticos que revelan que un porcen-
taje significativamente elevado de vascos posee un Rh negativo. Además, el
hecho ele que los lingüistas no logren situar la lengua vasca en ninguna de las
grandes familias lingüísticas es un hecho al que se concede gran importancia
para defender la singularidad étnica de los vascos. Sin embargo, la tesis de la
singularidad étnica ya se defendía cuando no había datos que la respaldaran.
Del siglo XVI al siglo XVIII, se sostuvo la opinión de que los vascos eran descen-
dientes directos de Túbal, un nieto de Noé. Y todavía en nuestros días, hay
quien mantiene que los vascos descienden de los habitantes del continente de-
saparecido de la Atlántida. Otros afirman que son la tribu de Israel desapare-
cida hace mucho tiempo, identidad que ha sido reivindicada por muchos otros
grupos nacionales del mundo entero. Hay quien asevera que los vascos son los

•" Amplíese la información en Cunnor: The National Qnestitm, p.561 y ss.


2Í>
Eugene Keefe et al.: Romanía: A Country Study, Washington (D.C.), 1972, p.2.
¿Cuándo existe una nación? 205

únicos descendientes directos del pueblo cromañón que habitó en esa región
hace unos treinta o cuarenta mil años; otros dicen que descienden de un pue-
blo que emigró desde el Cáucaso; y también hay quien afirma que los vascos
procedían originalmente del norte de África. Teorías todas ellas que están más
basadas en la imaginación que en la ciencia27. Pero hay un punto en el que to-
dos los vascos se muestran de acuerdo: el pueblo vasco es un pueblo singular,
sin ninguna relación con los demás pueblos que lo rodean.
Siendo así que la conciencia nacional es de naturaleza subjetiva, a veces re-
sulta terriblemente difícil determinar no sólo el momento en que surgió una na-
ción, sino también si la nación ha llegado a existir. Anteriormente se ha mencio-
nado la controversia relativa a la existencia o inexistencia de las naciones
montenegrina y macedonia. También hay fundamentos para poner en tela de
juicio la asimilación del concepto de nación italiana por parte del pueblo de Ita-
lia. La opinión tradicionalmente aceptada sostiene que el Estado independiente
de Italia se fundó en el siglo XIX en respuesta a las aspiraciones a la autodetermi-
nación de los italianos; sin embargo, las palabras pronunciadas en 1860 por el
miembro del Risorgimento Massimo d'Azzeglio, que con tanta frecuencia se citan,
siguen resultando pertinentes en nuestros días: «Después de haber hecho Italia,
ahora debemos hacer a los italianos». Uno de los obstáculos para alcanzar ese ob-
jetivo es la división alpina-mediterránea que en la percepción popular separa a
los pueblos del norte de los del sur. Los naturales del norte de Italia siempre han
tenido una opinión desdeñosa de los habitantes del sur. Mussolini comprendió
muy bien que ese mito birracial era un anatema para la idea de la unidad nacio-
nal y trató de destruirlo con el llamado Manifiesto de los científicos racistas, difun-
dido en todas las ciudades y pueblos de Italia en 1938. El manifiesto era más un
artículo de fe que un tratado científico y parte de su doctrina rezaba así:

Si los italianos son distintos de los franceses, los alemanes, los turcos, los grie-
gos, etc., no es sólo porque posean una lengua y una historia diferentes, sino
porque su desarrollo racial también es diferente [...] La «raza italiana» pura ya
es un hecho. Esta afirmación [se basa] en el purísimo vínculo de sangre que
une a los italianos de nuestros días28.

Es interesante contrastar esta proclama con el comentario escrito por un espe-


cialista en historia italiana tan sólo dos años antes:

Desde los tiempos más remotos, los italianos han sido una mezcla de razas, y
las sucesivas invasiones han añadido tantos tintes a su sangre que no hay que
temer que surja una teoría racial de la nacionalidad italiana. Los italianos di-
fieren ampliamente en cuanto a los rasgos físicos, desde los tipos altos y peli-
rrojos que se encuentran en Lombardía y Venecia, y los celtas de la Romana,
hasta el tipo mediterráneo que predomina en el sur29.

27
Esta lista de mitos está extraída de William Douglass: «A Critique of Recent Trends in the
Analysis of Nacionalismo, ponencia presentada en el Segundo Congreso Mundial Vasco, Vitoria-
Gasteiz (España), 21-25 de septiembre de 1987.
28
Reimpreso en Charles Delzell (comp.); Meditetranean Fascism, Nueva York, 1970, pp, 193-194.
2;
' Herbert Schneider: The Fascist Government ofltaly, Nueva York, 1936, p.2.
206 Elnonacionalismo

El deseo mussoliniano de integrar a los pueblos de Italia en una única na-


ción no sólo chocaba con el obstáculo de la escisión norte-sur. En ambos lados
de la línea divisoria que separa el norte del sur, los nombres de los distintos
grupos, tales como napolitanos y calabreses, en el sur, o florentinos y venecia-
nos, en el norte, no sólo se refieren a la patria ancestral de esos grupos, sino
también a los atributos estereotípicos de unos pueblos genéticamente diferen-
tes30. Y aunque Mussolini tratara de erradicar estas identidades y sus corres-
pondientes lenguas vernáculas, por lo general mutuamente ininteligibles, am-
bos fenómenos han conservado su pujanza. Casi la mitad de la población del
país sigue utilizando su lengua vernácula en las relaciones familiares 31 . Y por
lo que respecta a la vitalidad de las identidades locales en comparación con la
condición de ser italiano, veamos cómo caracterizó la situación un observador
británico:

La mayoría de los italianos te dirán, más pronto o más tarde, que no existe ese
lugar que se llama Italia. Claro está que sí existe en tanto que expresión geo-
gráfica o entidad legal y diplomática, con capacidad para participar en trata-
dos, votar en las Naciones Unidas y hacer otras cosas de escasa importancia.
Pero en el sentido de nación (conjunto coherente y homogéneo de personas
que más o menos piensan de la misma forma y comparten un sentimiento de
orgullo y de patriotismo), en ese sentido, te dirán que Italia continúa siendo
una invención de los extranjeros. Los italianos no somos italianos en absoluto;
o, al menos, casi nunca lo somos. Somos florentinos, venecianos, napolitanos,
boloñeses. Pero, ¿italianos? ¡Claro que no!32.

Abundando en lo obvio: si el sentimiento de ser italiano no ha llegado a


materializarse, determinar la fecha de nacimiento de la nación italiana sería
una empresa quijotesca*.
La incertidumbre también domina el caso del nacionalismo albanés. Los lí-
deres políticos vienen insistiendo desde hace largo tiempo en que la existencia
de la nación albanesa es un hecho incuestionable. Sin embargo, el país sigue
estando claramente escindido —geográfica, cultural y étnicamente— por el río
Shkumbin. Al norte habitan los gegs, un pueblo montañés, mientras los tosks
ocupan los terrenos menos accidentados del sur. Las diferencias culturales que

111
Véanse, por ejemplo, John Adams y Paopa Barile: The Government of Repitbücan Italy, Boston,
1961, pp.11-31; y Joseph La Palombara: «Icaly: Fragmentation, Isolation, Alienación», en Luden
Pye y Sydney Verba (comps.): Política/ Culture and'Pulitical Development, Princeton, 1965.
11
George Armstrong: «Language of Dante Defeats che Dialect», Gmmlian Newspaper, 24 ele no-
viembre de 1983. (Citado por Jim MacLaughlin: «Nationalism as an Autonomous Social Forcé: A
Critique of Recent Scholarship on Ethnonationalism», Canadian Review of Stndies in Nationalism, 14,
1987, p.10.)
32
David Holden: «The Fall of Rome goes on and on», The New York Times Magaziru, 9 de
marzo de 1975, p.80. El autor, corresponsal del Sunday Times of London, explicaba más adelante en
estos términos la renuencia general de los italianos a pagar impuestos: «Al fin y a la postre, si la na-
ción no existe realmente, ¿por qué pagar para mantenerla?».
* A pesar de todo esto, la aparición de partidos de tendencia separatista en algunas regiones nor-
teñas y los resultados que obtuvieron en las elecciones de 1990 fue, en palabras de un corresponsal,
un hecho «totalmente imprevisto». La Lega Lombarda deparó la mayor sorpresa, al acaparar el 20%
de los votos lombardos. Véase el Independent, Londres, 9 de mayo y 21 de mayo de 1990.
¿ Cuándo existe una nación ? 207

los separan, incluida la organización social, son muy acusadas, aunque actual-
mente tiendan a difuminarse. Pero mucho más relevantes son las diferencias
físicas, fácilmente perceptibles, que distinguen a estos dos pueblos31, y que
constituyen una barrera formidable para la inculcación del mito de la ascen-
dencia común, tan asiduamente cultivado por el gobierno.
El caso de los escoceses presenta varias semejanzas con el de los albaneses.
Los habitantes de las tierras altas (Highlands) descienden de los emigrantes ir-
landeses de los siglos V y VI (en aquel entonces, se denominaba Scotia a Irlanda
y scoti a sus habitantes), que se fusionaron con los pictos nativos. En contraste,
los habitantes de las llanuras (Lowlands) del sur y el este de Escocia comparten
con los ingleses el linaje teutónico al que antes se ha hecho referencia. Ya he-
mos visto que el mito de la ascendencia compartida puede imponerse sobre los
hechos históricos que lo contradicen, pero de ello no hay que deducir que las
dos identidades escocesas, popularmente conocidas como la bighlander (natural
de las tierras altas) y la lowlander (natural de las tierras bajas), hayan perdido
por completo su vitalidad étnica. Los libros de historia escocesa no resuelven
esta duda. En efecto, los libros de texto especialmente concebidos para incul-
car un nacionalismo escocés trascendente a los jóvenes dan muchas veces la im-
presión de estar tratando de combinar la historia de dos pueblos diferentes que
han sufrido frecuentes y violentos enfrentamientos. Los autores se han visto
obligados a dejar constancia de que en las numerosas guerras y levantamientos
contra los ingleses, que se prolongaron hasta mediados del siglo xvm, hubo
numerosas ocasiones en que los naturales de las tierras altas y los de las llanu-
ras no se apoyaron mutuamente o se enfrentaron entre sí. Posteriormente, am-
bos grupos lucharon en las filas del Imperio británico, pero la decisión táctica
de Londres de crear regimientos de naturales de las tierras altas perpetuó la
imagen de un pueblo bighlander singular. Por todo ello, no debe extrañarnos
que los libros de historia escritos con el propósito de inculcar la conciencia na-
cional parezcan una mezcla poco lograda de la historia de dos pueblos: a veces
relatan la historia de los higblanders\ en otros pasajes, se refieren a la historia de
los lowlandery, pero rara vez dan la impresión de estar describiendo la historia
de un pueblo escocés unido34.
La oscuridad que envuelve la identidad nacional de los albaneses, los escoce-
ses, los italianos, los macedonios y los montenegrinos, entre otros grupos, nos
recuerda que la formación de la nación es un proceso y no algo que ocurra de
pronto. Y, como hemos visto en el caso de los croatas, los eslovacos, los holan-
deses y otros, nunca puede predecirse el momento en que el proceso alcanzará
su culminación. Es más, hasta que no haya concluido, el proceso puede inver-
tirse, tal como lo atestigua la revitalización tras la Segunda Guerra Mundial
del nacionalismo de numerosas minorías europeas que generalmente se consi-

w
Eugene Keefe et al.: Ana Handbook fur Albania, Washington (D.C.), 1971, p.5 3.
iA
Véase, por ejemplo, 'The Albany Reader. History, Edimburgo, s.f., cuyo objetivo declarado «es
proporcionar una versión sencilla de la historia escocesa, adecuada para los últimos cursos de la ense-
ñanza primaria» (según el prefacio). Véase, asimismo, A. D. Cameron: History for Young Swts, 2 vols.,
Edimburgo, 1963, dirigida a «los dos primeros cursos de la enseñanza secundaria». «Nuestro princi-
pio rector ha sido seleccionar los sucesos de la historia del país que los niños deben conocer, así como
explicar el papel que ha desempeñado en el mundo a lo largo de los siglos» (del prefacio).
208 Etnonacionalhmo

deraban práctica o totalmente asimiladas. Ya en 1866, el perspicaz Frederick


Engels creyó erróneamente que los «gaélicos de las Higblands, los galeses, los
naturales de la isla de Man, los serbios, los croatas, los rutenos, los eslovacos y
los checos» eran «vestigios de pueblos», «pueblos s i n historia» y «un
absurdo»35. Y en una fecha tan reciente como 1970, la opinión que prevalecía
entre los estudiosos era que las minorías nacionales subestatales habían dejado
de constituir un fenómeno relevante. Por ello, no se predijo en absoluto la re-
ciente actividad de inspiración nacionalista desarrollada por los albaneses (de
Yugoslavia), los armenios, los azerbaiyanos, los bretones, los catalanes, los cor-
sos, los croatas, los escoceses (tanto highlanden como lowlanders), los eslovacos,
los eslovenos, los estonios, los flamencos, los galeses, los irlandeses (de Irlanda
del Norte), los letones, los lituanos, los magiares (de Rumania), los sardos, los
serbios, los sicilianos, los tiroleses (del sur), los valones, los vascos, los wendos y
otros pueblos36.
El hecho de que la formación de la nación sea un proceso —proceso que va-
rios pueblos europeos aún no han llevado a su culminación— no nos exime de
abordar el problema planteado por los historiadores a quienes citábamos al co-
menzar este capítulo: ¿Cuándo concluyó, aproximadamente, ese proceso en el
caso de los pueblos europeos que han adquirido una inequívoca conciencia na-
cional? Respuesta: mucho más tarde de lo que generalmente se supone.
En una obra que es un alarde de erudición, Eugen Weber ha demostrado
recientemente que la mayoría de los habitantes del medio rural y de las peque-
ñas poblaciones de Francia no se consideraban miembros de la nación francesa
en 1870 y que muchos conservaron esa opinión hasta la Primera Guerra Mun-
dial37. Esta revelación resulta tanto más espectacular por cuanto Francia se ha
venido considerando el primer ejemplo histórico de cómo la victoria de la mo-
narquía sobre los señores feudales logró una centralización y una integración
efectivas, o, lo que es lo mismo, la creación de un Estado-nación. Hemos visto
que algunos historiadores proponían la tesis de que la nación francesa ya era
una realidad en la Edad Media. Otros atribuyen este logro a los monarcas Bor-
bones (1589-1793), y suelen considerar que el proceso quedó culminado du-
rante el reinado de Luis XIV (1643-1715). Una historia enciclopédica y de es-
tilo prosaico ha descrito en estos términos la situación existente en el
momento de su ascenso al trono:

Francia, a mediados del siglo xvn, ocupaba el primer puesto entre las poten-
cias de Europa [...] Durante algún tiempo, Francia fue el único país de Europa
que constituía una unidad consolidada en cuanto a la raza y a las institucio-
nes, que demostraba un espíritu nacional y que empleaba los órganos de ac-
ción y los métodos propios de un gran Estado moderno38.

" Las citas están extraídas de las tres carcas escritas por Engels al director de la publicación bri-
tánica Commonwealtb,
i(
' Véanse más detalles en los capítulos 1, 2 y 7 de este volumen.
" Eugen Weber: Peasants intu Fremimien: The Modernization oj Rural France, 1870-1914, Stan-ford,
1976.
!
" «France: Historical Outline», en Albert Bushnell Hart (comp.): A Reference History of the
World from the Earlkst Times to the Present, Springfield (Massachusetts), 1934, p.131- Esta obta fue
fruto del esfuerzo concertado de seis de los más destacados especialistas estadounidenses.
¿Cuándo existe una nación? ¡I,,,

El descubrimiento, realizado por Weber, de que Francia sólo llegó a apro-


ximarse a este nivel de integración más de dos siglos después, trastocó in-
cluso las estimaciones más prudentes sobre el momento en que las masas
quedaron imbuidas de la conciencia nacional francesa. Algunos estudiosos
opinaban que fue la Revolución francesa la que concluyó ef proceso de crea-
ción de la nación39; mientras otros hacían hincapié en el decidido propósito
de los jacobinos de erradicar las lenguas vernáculas de las zonas periféricas,
en especial las de los alsacianos, los bretones, los corsos, los flamencos y los
vascos40. Parte de los datos en que se funda Weber están extraídos de estas
regiones, pero su análisis revela que la mayor parte de Francia se caracteri-
zaba por la ausencia de una conciencia nacional. Weber cita distintas fuentes
de los siglos XIX y XX que coinciden en subrayar el aislamiento (físico, polí-
tico y cultural) en que se vivía en las aldeas. Excepción hecha de las regiones
al norte y este de París, en la década de 1870, la integración de las zonas ru-
rales apenas se había logrado41. La afamada red de carreteras era básicamente
un sistema arterial sin ramificaciones, que conectaba a las ciudades con Pa-
rís, pero no comunicaba a los pueblos. El muy elogiado sistema de enseñanza
seguía siendo inadecuado para llevar a cabo el plan jacobino de unificar la
lengua de toda la ciudadanía. Aunque la situación comenzó a modificarse
sustancialmente después de 1880, gracias a notables mejoras tanto en las re-
des de transportes y comunicaciones como en el sistema de enseñanza, Weber
cita una fuente de 1911 que señala que «la lengua materna de los campesinos
y los trabajadores es su dialecto y el francés es una lengua extranjera»42.
Por lo que el autor de esta obra sabe, no se ha realizado un estudio com-
parable sobre ninguna otra nación europea con el fin de descubrir el grado
de identificación de las masas con la nación aparente a finales del pasado siglo
y comienzos de éste. Ahora bien, sí contamos con una importante fuente de
datos pertinentes relativos a una amplia muestra de pueblos. Entre 1880 y
1910 hubo una gran emigración hacia Estados Unidos de pueblos origina-
rios en su mayoría de la Europa meridional y de la Europa oriental. Casi to-
dos los emigrantes procedían de zonas rurales y tenían una educación formal
mínima o nula. Los escasos intelectuales que se contaban entre ellos, así
como los emigrantes procedentes de ciudades grandes, solían ser conscientes
de su pertenencia a una de las agrupaciones europeas que hoy día se han con-
vertido incuestionablemente en naciones; no así los campesinos, que consti-

w
Weber, por ejemplo, cita al historiador contemporáneo francés Albert Soboul: «La Revolu-
ción francesa concluyó la nación, que se hizo una e indivisible». Véase Peasanls hito Fnmbiiten,
p.95.
1(1
Maurice Barres se hizo célebre por sus ataques contra el uso de lenguas distintas del francés
en Francia y por realizar afirmaciones del tenor de «¡Ciudadanos!, la lengua de un pueblo libre debe
ser una y la misma para todos [...] Dejar a los ciudadanos en la ignorancia de la lengua nacional es
una traición a la Patrie». Véase el capítulo «Jacobin Nationalism» en Hayes: Hhturhtl Enil/itiim,
particularmente las pp.64-65.
"" Es curioso que la región más francófona sea la del nordeste, precisamente donde mayores fue-
ron los asentamientos de borgoñones, francos y normandos teutónicos. Seguramente este hecho es
pura coincidencia y la explicación más plausible deba buscarse en que es la región con una red de
transportes terrestres y acuáticos más desarrollada.
42
Weber: Peasatits hito Frenchmen, p.73.
210 Etnonacionalismo

tuían la mayor parte de la población de los países de origen de las emigracio-


nes. Los campesinos siempre se identificaban con su pueblo, su región, su
provincia y con otras entidades similares: por ejemplo, los que actualmente
llamaríamos croatas, decían ser dálmatas, istrios, eslavonios, etc., pero no
croatas; los checos se identificaban como bohemios en lugar de como checos;
los italianos decían ser napolitanos, calabreses, etc., pero no italianos; los po-
lacos se declaraban goralis, kashubis, silesianos, etc., pero no polacos; los es-
lovacos se definían como sarisanios, zemplincanios, etc., pero no como eslo-
vacos43.
Sería erróneo suponer que estas identidades de finales del siglo pasado y co-
mienzos de éste eran esencialmente geográficas y no étnicas sólo porque se des-
cribían en términos que aludían a la población o a la región de origen. Hemos
visto cómo las identidades florentina, calabresa, etc., poseían una importantí-
sima dimensión étnica; de modo que no hay motivo para dar por sentado que
la identidad dálmata, la silesiana, etc., de 1900 no eran semejantes a la identi-
dad borgoñona o sajona de un período no muy anterior.
Es más, aunque los emigrantes que llegaron en aluvión a los Estados Uni-
dos a caballo del cambio de siglo procedían en su enorme mayoría de la
Europa meridional y oriental, también sería erróneo suponer que, con la posi-
ble excepción de Francia, la conciencia nacional estuviera desarrollándose a un
ritmo muy distinto en la Europa noroccidental. El caso de los holandeses que
llegaron a Estados Unidos en las décadas de 1840 y 1850 nos indica que no
era así. A pesar del pequeño tamaño de Holanda y de la ausencia general de
graves impedimentos geográficos para la integración, los emigrantes holande-
ses demostraron ser un pueblo notablemente diverso, cuyas identidades locales
tenían preeminencia sobre la identidad común holandesa. Una vez en los Esta-
dos Unidos, trataron de recrear los mismos enclaves geosociales que conocieran
en su país de origen.

Los inmigrantes trajeron su localismo a Estados Unidos y muchas veces tra-


taron de crear enclaves independientes dentro de las comunidades holande-
sas. Esta inclinación se puso particularmente de manifiesto en la colonia de
Holland (Michigan). La ciudad principal, a la que simplemente se denomi-
naba de stad, fue fundada en 1847 por personas llegadas fundamentalmente
de las provincias de Geldeland y de Overijssel. Durante los dos años si-
guientes, los nuevos recién llegados fundaron pueblos en un radio de 16 km
en torno a la ciudad, bautizándolos con nombres de las provincias holande-
sas, como Zeeland, Vriesland, Groningen, Overisel, North Holland,
Drenthe y Geldersche Buurt (Barrrio de Geiderland), o de los municipios
holandeses, como Zutphen, Nordeloos, Hellendoorn, Harderwijk y Stap-
horst. Había incluso un asentamiento llamado Graafschap, formado por ale-
manes de lengua neerlandesa que eran miembros de la Iglesia reformada y
procedían de Bentheim (Hanover). La mayoría de los colonos de estos pue-
blos eran originarios del lugar que daba nombre a su pueblo, hablaban un

■" Estos ejemplos, y otros muchos, pueden encontrarse en Thernstrom: Harvard Encydopedia of
American Ethnic Grunps,
¿ Cuándo existe una nación ? 211

dialecto local y perpetuaban sus costumbres locales en cuanto a la comida y


a la forma cié vestir. El conjunto de colonos de Michigan se conocía por el
nombre de de Kolonie, pero hasta que no hubo transcurrido una generación,
la colonia no llegó a ser una comunidad unida. Los asentamientos de Pella,
Iowa y Chicago, fundados asimismo en 1847, también tenían orígenes re-
gionales propios44.

Fue necesaria una larga experiencia norteamericana para que las identidades
localistas fueran perdiendo su preeminencia sobre la identidad holandesa de
conjunto.
Los emigrantes escandinavos que llegaron a los Estados Unidos entre 1840
y 1915 también llevaron consigo poderosas identidades locales que se refleja-
ban en sus pautas de asentamiento. Es más, cuando los noruegos manifesta-
ban una identidad que trascendía los límites locales, esa identidad solía ser la
escandinava, y no la noruega, siendo así que el panescandinavismo gozó de
bastante popularidad en los Estados Unidos durante los últimos años del si-
glo XIX.
Por desgracia, la inmigración de Estados Unidos no nos revela práctica-
mente nada sobre la identidad inglesa del siglo XIX. Es muy posible que la
insularidad de la metrópoli y la aventura imperialista hubieran generado una
identidad nacional única en el pueblo de «Ingla-terra» mucho antes de que se
pueda hablar con seguridad de una nación francesa. Ahora bien, la tesis de
que ese proceso se dio en la Edad Media parece pasar por alto los sucesos pos-
teriores. Así, por ejemplo, la existencia de un ferviente nacionalismo inglés
no concuerda con la patente falta de resentimiento del pueblo inglés ante el
hecho de que la corona inglesa se ofreciera al extranjero Guillermo de Orange
en 1689 y éste la aceptara; para los escoceses, sin embargo, Guillermo de
Orange siempre fue «el holandés Guillermo». Las masas inglesas tampoco de-
mostraron abiertamente el menor desagrado porque Jorge I (1714-1727) y
Jorge II (1727-1760) de Inglaterra fueran alemanes tanto por su nacimiento
como por sus tendencias. (A tal punto que Jorge I nunca se preocupó de
aprender inglés para dirigirse a sus subditos ni, lo que es más importante,
para entenderlos.) Sin embargo, sólo un siglo más tarde, a Alberto, el con-
sorte de la reina Victoria, se le negó el derecho a ostentar el título —en gran
medida vacío de significado— de rey alegando que era extranjero. Es evi-
dente que, entretanto, había ocurrido algo importante, aunque ocurriera de
manera gradual.
Hacia el final de su análisis sobre el nacionalismo francés, Weber comenta
lo siguiente: «En resumen, hemos visto que la nación no es una realidad dada,
sino en desarrollo, un modelo de algo que debe construirse y que, al propio
tiempo, se considera una realidad por razones políticas»45. En esta afirmación
se encuentra la clave de por qué los gobiernos, los intelectuales y otras élites
han tendido a anticiparse a la conciencia nacional y a tratarla como una reali-
dad mucho antes de que existiera.

44
Ibid., p.287.
45
Weber: Peasants into Frencbmen, p.493.
212 Etnonacknalismt,

A MODO DE RESUMEN

Aunque, a lo largo de varias décadas, numerosas autoridades hayan abor-


dado la cuestión de «¿Qué es una nación?», la pregunta de «¿Cuándo existe
una nación?» ha suscitado una atención mucho menor. ¿En qué momento de
su desarrollo llega a constituirse una nación? Una amplia evidencia demuestra
que las naciones europeas actualmente reconocidas surgieron en tiempos muy
recientes, en muchos casos siglos después de la fecha que suele asignarse a su
nacimiento. En lo tocante a la formación de las naciones, las diferencias crono-
lógicas entre la Europa occidental y la oriental que se suelen mencionar habi-
tualmente no son en realidad tan importantes, a la vez que el retraso del Tercer
Mundo con respecto a Europa también se ha exagerado mucho en este sentido.
En realidad, el hecho de que algunas naciones putativas de Europa hayan al-
canzado realmente la condición de nación es una cuestión que podría discu-
tirse.
Un problema fundamental al que se enfrentan los estudiosos a la hora de
datar el surgimiento de las naciones es que la conciencia nacional no es un fe-
nómeno de élite, sino de masas, y las masas, hasta hace muy poco, aisladas en
bolsas rurales y semianalfabetas o totalmente analfabetas, no han expresado
ninguna opinión con respecto a su(s) identidad(es) de grupo. Los estudiosos
han tenido que fundar sus análisis principalmente en la palabra escrita, pero
las crónicas de la historia son obra de las élites. Las generalidades referidas a la
conciencia nacional rara vez eran aplicables a las masas y, muy comúnmente, la
concepción de la nación que tenían las élites ni siquiera era compartida por las
masas.
Otro problema molesto es que la formación de la nación es un proceso, no
algo que ocurra de pronto. El momento del proceso en que una proporción su-
ficientemente grande de personas ha internalizado la identidad nacional y el
nacionalismo se convierte en una fuerza efectiva para movilizar a las masas no
se presta a un cálculo preciso. Sea como fuere, toda tesis que sostenga que una
nación existía antes del siglo XIX debe tratarse con reservas.

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