Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
por Walker
Connor
Colección ECÚMENE
ISBN: 84-89239-08-8
Depósito legal: M-8086-1998
INTRODUCCIÓN ........................................................................................... xm
PRIMERA PARTE: EL ETNONACIONALISMO Y SUS
ESTUDIOSOS ................................................................................................... 1
CAPÍTULO 1. LA TRADICIÓN INTELECTUAL BRITÁNICA
(«La autodeterminación: una nueva fase») ........................................................... 3
CAPÍTULO 2. ESTUDIOS ESTADOUNIDENSES DE LA SEGUNDA
POSGUERRA MUNDIAL («¿Construcción o destrucción de
la nación?») ............................................................................................................ 27
CAPÍTULO 3. UN PANORAMA MÁS ACTUAL («El etnonacionalismo»)... 63
SEGUNDA PARTE: EXAMEN DE ALGUNAS DE LAS DIFICULTADES
FUNDAMENTALES PARA COMPRENDER EL ETNONACIONALISMO ...
83
CAPÍTULO 4. EL CAOS TERMINOLÓGICO («Una nación es una nación,
es un Estado, es un grupo étnico, es...») ............................................................... 85
CAPÍTULO 5. ILUSIONES DE HOMOGENEIDAD («Mitos sobre la
unidad de los hemisferios, los continentes, las regiones y los
Estados») ................................................................................................................. 113
CAPÍTULO 6. EL ATRACTIVO DE LAS EXPLICACIONES ECONÓMICAS
(«¿Econacionalismo o etnonacionalismo?») ... 137
CAPÍTULO 7. LA AHISTORICIDAD: EL CASO DE EUROPA
OCCIDENTAL («El etnonacionalismo en el Primer Mundo:
El presente desde una perspectiva histórica») ........................................................ 159
VIII Etnonacionalismo
TERCERA PARTE: LOS ESTUDIOSOS Y EL MUNDO MÍTICO
DE LA IDENTIDAD NACIONAL .......................................................... 181
CAPÍTULO 8. EL HOMBRE ES UN ANIMALJlACIONAL («Más allá de la 183
razón: la naturaleza del vínculo etnonacional») ..................................................
CAPÍTULO 9. ¿CUANDO EXISTE UNA NACIÓN? («De la tribu a la 197
nación») .............................................................................................................
LISTA DE FIGURAS Y DE TABLAS
FIGURAS
1. La conciencia de clase refuerza la conciencia etnonacional ....................... 150
2. La conciencia de clase rivaliza con la conciencia etnonacional.................. 151
TABLAS
1. Categorías para establecer comparaciones................................................ 73
2. Comparación de las rentas medias familiares .......................................... 143
3. Autoadscripción a una clase social .......................................................... 153
PREFACIO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
Hace cuatro años que Etnonacionalismo se publicó en inglés. Los sucesos ocurri-
dos desde entonces han confirmado aún más el poder emocional de la identi-
dad etnonacional y la casi universalidad de las pautas de conducta a las que da
lugar. Han continuado desarrollándose luchas étnicas que vienen de largo,
como entre otras: las que enfrentan a árabes y dinkas en Sudán, a birmanos y
shans en Myanmar, a gentes de ascendencia irlandesa y de ascendencia escocesa
(de las Lowlands) en Irlanda del Norte, y a árabes y judíos en Israel/Palestina.
Los sijs, los cachemires y varios pueblos del nordeste de la India han prose-
guido su lucha en pro de una mayor autodeterminación; al igual que lo han
hecho los tibetanos y uigures en China y los kurdos en Irak, Irán y Turquía. El
tiempo transcurrido también nos ha proporcionado horrorosos ejemplos de la
conducta bestial a la que pueden dar lugar los conflictos etnonacionales: entre
bosnios, croatas y serbios en los Balcanes, y entre hutus y tutsis en Burundi,
Congo (antiguo Zaire) y Ruanda. Mientras tanto el alzamiento zapatista de
1994 en Chiapas atrajo la atención sobre un fenómeno mucho más extendido:
el descontento general de varios pueblos amerindios que pueblan las zonas
montañosas desde México a Chile que se conciben a sí mismos sojuzgados por
mestizos y/o gente de ascendencia europea pura. En el ínterin también se ha
puesto de relieve la importancia estratégica de los territorios patrios étnicos,
en primer lugar, por la capacidad de los chechenos, numéricamente reducidos,
para librar a Chechenia de las fuerzas armadas rusas; en segundo, por el movi-
miento de los talibanes en Afganistán, encabezado por pashtunes, que ha con-
quistado rápidamente las tierras pashtunes pero ha encontrado una resistencia
férrea en las tierras pobladas por hazaras, tayicos y uzbecos. La psicología pa-
triótica también se ha manifestado en la recepción hostil que han sufrido los
inmigrantes en casi todas partes: la migración masiva de gente ha continuado
incrementándose tanto en el interior de continentes y Estados como entre
ellos, y se han extendido ampliamente las reacciones violentas frente a esta in-
trusión de «los extranjeros» en la patria. Europa occidental no ha sido una ex-
cepción, y la violencia de que han sido objeto los inmigrantes en toda la zona
ha empañado la imagen que se tenía de la Unión Europea como región donde
supuestamente se había debilitado el nacionalismo. En vista de todos estos
acontecimientos, los pasados cuatro años han estado llenos de acontecimientos
relacionados con el nacionalismo étnico.
Hacer hincapié ante los lectores españoles en el potencial revolucionario del
nacionalismo étnico supone insistir en lo obvio. Los medios de comunicación
españoles, tanto de alcance estatal como regional, traen con regularidad infor-
XII Etnonacionalismo
Walker Connor
Belmont (Vermont)
Estados Unidos de América
INTRODUCCIÓN
Es probable que la primera reacción que suscite el título de este libro, Etnona-
cionalismo, sea preguntarse qué es el etnonacionalismo y en qué se distingue
del nacionalismo a secas. La respuesta es que no hay ninguna diferencia entre
ambos cuando nacionalismo se emplea en su sentido original. Mas, por desgra-
cia, no suele emplearse en ese sentido. Tal como se explicará en el capítulo 2 y,
con mayor detalle, en el capítulo 4, la negligencia en el uso de los términos
clave «nación» y «nacionalismo» es más bien la regla que la excepción, incluso
en obras que supuestamente versan sobre el nacionalismo. En este libro, el vo-
cablo nación se usa para referirse a un grupo de personas que creen poseer una
ascendencia común. Y nacionalismo se emplea para designar la identificación
con la propia nación y la lealtad a la misma, en el sentido en que se acaba de
definir la nación; no se refiere a la lealtad al país al que se pertenece. Así pues,
admitimos que etnonacionalismo es un término redundante, cuyo empleo sólo
se justifica por el deseo de evitar todo posible equívoco con respecto a cuál es
nuestro objeto de estudio. En las páginas de esta obra, nacionalismo y etnona-
cionalismo se emplean como sinónimos.
El texto de este libro se compone de nueve ensayos que se publicaron a lo
largo de un cuarto de siglo. Hace casi veinte años, Sanford Thatcher me co-
mentó por primera vez que la Princeton University Press estaba interesada en
publicar una recopilación de estos textos. Aunque esa perspectiva me entu-
siasmó, una serie de proyectos me llevaron por otros caminos. Pero mi interés
en publicar una recopilación sobre el nacionalismo se mantuvo y en las décadas
de los setenta y de los ochenta escribí varios artículos sobre el tema teniendo
en mente la idea de incluirlos en dicho volumen. Por ello, cuando Gail Ull-
man, de la Princeton University Press, volvió a plantearme la cuestión de si
me interesaría publicar una serie de artículos sobre el nacionalismo, el material
sobre el que se podía hacer la selección había aumentado.
Gail Úllman me sugirió que seleccionara los artículos que «se centraran bá-
sicamente en los aspectos teóricos del estudio del nacionalismo». De acuerdo
con su consejo, es el estudio del nacionalismo, y no la política del naciona-
lismo, lo que constituye el nexo de unión de los diversos capítulos. Esto no
equivale a decir que las consecuencias políticas del etnonacionalismo se hayan
pasado por alto. Muy al contrario, la contraposición de la bibliografía sobre el
desarrollo político con los acontecimientos políticos reales es un elemento funda-
mental de la crítica a los estudios del tema que se realiza en la primera parte
del libro. No obstante, si el libro se hubiera titulado La política del etnonaciona-
lismo, habría incluido una selección de textos muy diferente.
XIV Etnonacionalismo
* Traducido de Walker Connor: «Self-Determination: The New Phase», WorldPolitics, 20, 1967,
pp.20-53. Copyright© 1967 Johns Hopkins University Press. Publicado con permiso de la Johns
Hopkins University Press.
1
Ernest Barker: National Character and the Factors in lis Formation, Londres, 1927, p.173.
2
Lord Accon creía que 1831 había sido el año «divisorio». Los movimientos revolucionarios an-
teriores a esa fecha habían surgido, en su opinión, de aspiraciones imperialistas rivales o de la nega-
tiva del pueblo a sufrir el mal gobierno de unos extranjeros, En este sentido, apuntaba que, antes de
1831, las resistencia ante los turcos, los holandeses a los rusos no se debía a que se les tuviera por
«usurpadores», sino por «opresores», se les rechazaba «porque gobernaban mal, y no porque fueran
una raza diferente» (John E. E. Dalberg-Acton: Tbe History of Freedom and Other Essays, Londres,
1907, p.284),
1
Véase Sarah Wambaugh: Plebiscites Sime tbe World Wat; vol.l, Washington (D.C.), 1933,
p.488.
I
Véase, por ejemplo, el discurso pronunciado por Wilson ante la Leagtie tu En/orce Peace (Liga
para la Imposición de la Paz) el 27 de mayo de 1916: «Creemos en estas cosas fundamentales: pri
mero, que todo pueblo tiene derecho a elegir la soberanía bajo la que desea vivir...» (Citado en
Wambaugh: Plebiscites..., p.4).
5
Más adelante, Wilson confesaría, ante la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, su es-
tupor y su descontento ante el gran número de peticiones de respaldo a movimientos independentis-
tas. Se citan extractos de su testimonio en Alfred Cobban: National Self-Determituttitm, Chicago,
1949, p.21.
II
Aunque también en Europa se hace notar esta influencia, la mayoría de las fronteras políticas
europeas no son resultado de movimientos reivindicativos de la «autodeterminación».
, Etnonacionalismo
7
John Stuart Mili: Cvmideratiom an Repmentative Government, Nueva York 1873 p 313 _« lhid.,
p.311. Un miedo semejante, inspirado por la composición étnica del ejército 'desempeño un
papel decisivo en los sucesos acaecidos en Nigeria en 1966
» Se publicó con el título de «Nationality» en Home and Fomgn Review, julio de 1862 y fue re-
editadoen Acton: History of Ft-eedotn..., pp.270-300.
La tradición intelectual británica y
y añadía:
1(
Uid., p.289
11
lbid., p.290.
12
lbid.
13
lbid., p.298.
14
Barker: National Character..., p.16.
o Etnonacionalismo
o
15
Bid.pp. 125-26.
16
Cobban: National Self-Determitiation, p 62
17
Ibid., p.73.
18
Ibid,, pp.á2 y 63.
La tradición intelectual británica 9
mado por una sola nación? De los acontecimientos políticos ocurridos desde la
Segunda Guerra Mundial podrían deducirse fácilmente las respuestas adecua-
das ya que, aunque sólo han transcurrido un par de decenios desde que se pu-
blicara el estudio de Cobban, en este período ha surgido una profusión sin pre-
cedentes de datos pertinentes. El número de Estados se ha multiplicado, la
investigación global y la cobertura de los medios de comunicación se han ex-
pandido enormemente y las fuerzas del cambio político se han acelerado. Ade-
más, las experiencias de los Estados multinacionales se han ceñido a un mo-
delo notablemente uniforme a partir de la Segunda Guerra Mundial y ello
facilita la elaboración de respuestas más certeras a las preguntas planteadas. El
modelo en cuestión se manifiesta con particular claridad en lo que se refiere a
la capacidad de supervivencia del Estado multinacional.
Como ya se ha señalado antes, la decisión de ajustar las nuevas demarcacio-
nes políticas en África y Asia a las fronteras políticas y administrativas impe-
riales resultó en la creación de numerosos Estados transculturales. Si hubiera
indicios de que, llegado a ese punto, el movimiento en pro del separatismo po-
lítico había culminado, quedaría justificada la fe depositada por Acton y Cob-
ban en la capacidad aglutinadora de las estructuras multinacionales. Mas una
evidencia aplastante demuestra que ese movimiento está muy lejos de haber
alcanzado sus objetivos.
Pensemos en Asia: los informes insisten en señalar que el gobierno comu-
nista chino está convirtiendo a los pueblos turcos de la provincia de Sinkiang
en una minoría al promover la emigración masiva de chinos a esa provincia,
táctica con la que Pekín pretende asegurarse la lealtad de esa región. Asi-
mismo, la resistencia tibetana ante el gobierno chino ha provocado una ocupa-
ción militar permanente de la región desde 1959. En Taiwan, un sordo clamor
de insatisfacción se eleva desde la población autóctona, que ve en el grupo de
expatriados de la China continental que dirige el país a un grupo de extranje-
ros. En Indonesia, la reciente preocupación del gobierno por la cuestión comu-
nista, no debe hacernos olvidar que tras la rebelión de 1958-1961 se encon-
traba el regionalismo y que una toma de conciencia general acerca de las
diferencias culturales continúa promoviendo la resistencia contra el régimen
de Yakarta19. En el caso de Vietnam, los enfrentamientos entre los propios
vietnamitas (anamitas) han contribuido a ocultar el activo movimiento en pro
de la «autodeterminación» en el que están empeñadas las tribus montañesas
que pueblan más de la mitad del territorio del país, designados popularmente
con el término erróneamente global de «montagnards»; estos pueblos han de-
mostrado con sus abiertas revueltas contra el gobierno vietnamita y con la cre-
ación de un frente de liberación, que los problemas políticos internos de Viet-
nam no tocarían a su fin ni siquiera en el caso muy improbable de que se
constituyera un gobierno aceptable para todos los grupos étnicos
vietnamitas211. En Laos, la confusa y multifaccionaria guerra civil es en buena
■'' Véase, por ejemplo, George Kahin et ai: Major Governments of Asia, T ed., Ithaca, 1963,
p.67-1
-" El frente de liberación se llama FULRO, acrónimo francés de Frente Unido para la Liberación
de las Razas Oprimidas. Al respecto de dos de las principales revueltas tribales véase el New York Ti-
mes del 21 de septiembre de 1964 y del 20 de diciembre de 1965.
Etnonatitmalumo
n
Se encontrará una descripción de las tensiones y relaciones étnicas en Frank LeBar et al.: Lcios,
Nueva York, 1960.
22
Un informe sobre la posibilidad de que Sarawak también trate de separarse de la Federación
por razones étnicas se puede encontrar en el New York Times del 17 de noviembre de 1966.
>(
■ Robert McCabe: «When China Spits, We Swim», New York Times Magazine, 27 de febrero de
1966, p.48.
* La tensión entre Paquistán Oriental y Paquistán Occidental se agudizó con el paso de los años,
hasta que Paquistán Oriental, apoyado por el ejército indio, se convirtió en el Estado independiente
de Bangladesh en 1971.
" La violencia entre ambos pueblos, alimentada en gran medida por los gobiernos de Grecia y
de Turquía, continuó en ascenso. En 1974, después de una intervención de las fuerzas armadas tur-
cas, el mapa étnico chipriota se alteró radicalmente y se estableció una división de facto de la isla en
dos entidades políticas separadas: la República Turca del Norte de Chipre, con un 99 por ciento de
población turca, y una zona de aplastante mayoría griega, que abarca dos tercios de la isla en su zona
meridional, y que ha conservado el nombre de República de Chipre.
La tradición intelectual británica \j
lealtad supratribal en las nuevas entidades políticas creadas al sur del Sahara,
en tanto que la evidencia abunda a efectos contrarios; la anárquica historia del
Congo [Zaire] es buen ejemplo de ello. El rechazo de los principios transnacio-
nales ha sido particularmente acusado en las situaciones en que estaban impli-
cados «europeos» y «africanos». Los antagonismos entre las minorías blancas
gobernantes y las mayorías negras de los Estados y territorios de la franja meri-
dional de África dan testimonio de la relativa debilidad de los sentimientos
transraciales; el intento de «africanización» —sustitución de las gentes de razas
distintas a la negra por personas de esta raza en las empresas de toda índole y a
la mayor brevedad posible— llevado a cabo en casi toda el África subsaha-riana
restante ilustra el mismo punto. Ahora bien, la presencia «europea» no ha
sido requisito necesario de las tensiones raciales; los casos en que la conciencia
racial (en el sentido restringido de distinciones aparentes a la vista) ha de-
mostrado ser antitética al concepto de Estado multinacional abundan, como lo
demuestran los siguientes ejemplos: la prolongada insurrección de los pueblos
negroides del Sudán meridional contra los árabes políticamente dominantes de
las regiones del norte; el derrocamiento y expulsión de la minoría árabe diri-
gente de Zanzíbar a comienzos de 1964; los encarnizadísimos enfrentamientos
entre los antaño dominadores tutsis y los hutus ocurridos en Ruanda entre
1959 y 1963; los esporádicos conflictos genocidas surgidos entre estos dos
mismos pueblos por el control político de la vecina Burundi; la revuelta que
en 1966 protagonizó la importante tribu buganda en contra del régimen cen-
tralista de Uganda; los movimientos irredentistas somalíes de Etiopía y del
nordeste de Kenia; o el general resentimiento de los negros de la costa oriental
contra los pobladores de origen asiático. Otra diferencia cultural que, aun no
siendo una fuente tan evidente de disensiones interestatales como el tribalismo
o la raza, afecta seriamente a diversos Estados, es la que separa a los pueblos ri-
bereños, los más influidos por las costumbres e instituciones europeas durante
el período colonialista, de los pueblos más aislados de las regiones interiores.
Esta división contribuye a explicar, por ejemplo, la ruptura de la Federación de
Mali provocada por la retirada de Senegal en 1960, así como la animosidad entre
hausas e ibos que amenaza la supervivencia de Nigeria*. Y aún hay en África
un cuarto factor de división, que traspasa las fronteras estatales y parece estar
cobrando una significación política cada vez mayor: el islamismo. La distinción
entre la cultura islámica y la no islámica quizá sea el factor fundamental del
movimiento eritreo en pro de la independización de la Etiopía cristiana, y
también es un elemento potenciador del irredentismo somalí en Etiopía y
en Kenia, de las actitudes independentistas de la Somalilandia francesa
[Djibouti] y de las luchas intestinas de Nigeria y Sudán.
La conclusión mejor fundada que puede extraerse del repaso de los aconte-
cimientos recientes de África y Asia parece ser que el concepto de autodeter-
minación ha demostrado ser más poderoso de lo que cabía anticipar en los años
cuarenta, Si la evidencia sólo procediera de estos dos continentes, podría obje-
* En el período que medió entre la redacción y la publicación de este artículo, los ibos empren-
dieron un movimiento secesionista que desencadenó una guerra de tres años de duración y un saldo
estimado de un millón de víctimas.
La tradición intelectual británica ,,
2(1
Véase, por ejemplo, Gwendolen Cárter a al; Majar Poreign Powers, 3" ed., Nueva York, 1957. El
grado de asimilación se manifiesta en el hecho de que sólo una minoría de galeses y una proporción
insignificante de escoceses son capaces de conversar en sus lenguas autóctonas, en tanto que tan sólo
una exigua minoría de ambos grupos no domina el inglés. En ambas regiones han surgido en los
últimos tiempos movimientos nacionalistas, que propugnan desde simples reformas administrativas
sin trascendencia hasta la independencia absoluta. Sea como fuere, no se considera que estos movi-
mientos representen una amenaza seria para el «nacionalismo británico», y, en todo caso, son más
bien manifestación del resurgimiento del particularismo nacionalista que de un multinacionalismo
cooperativo.
27
J. H. Huizinga: «Captain O'Neil and the Anti-Papist», The Repórter, Nueva York, 20 de oc-
tubre de 1966, pp.43-44.
2IÍ
Paul Fordham: The Geography of African Affairs, Baltimore, 1965, p.207.
N
Cobban: National Self-Determination, p.60.
111
Ibtd., p.79.
La tradición intelectual británica 15
15
George Codding, Jr.: The Federal Government ofSwitzerland, Boston, 1961, p.154 y ss.
1fl
Ibid., p.39. Véase también el artículo del New York Times del 19 de marzo de 1966 donde se
informa de las condenas impuestas a los secesionistas acusándoles de terrorismo, asi como de las de-
claraciones en que el juez admite que existe un clima general de tensión política.
* Las presiones para lograr que se constituyera un cantón exclusivamente francoparlante se pro-
longaron durante más de otro decenio y concluyeron con la división del cantón de Berna en dos enti-
dades, una francoparlance y orra germanoparlante, el 1 de enero de 1979.
" Se encontrará una descripción histórica de este proceso en el caso concreto de los pueblos tur-
cos de la URSS en Michael Rywkin: «Central Asia and the Price of Sovietization», Problems ofCom-
mimism, 13, 1964, pp.7-15. En los artículos de Richard Pipes y Hugh Seton-Watson sobre el mismo
tema, se ofrece un examen más general de la rusificación.
18
En ello coincidieron los especialistas que participaron en un congreso celebrado en la Uni-
versidad de Brandéis en otoño de 1965, según lo explica el New York Times del 31 de octubre de
1965.
w
Citado por Richard Pipes: «The Forces of Nationalism», Problems of Cmamunism, 13, 1964,
p.4.
15 ítnonaúonalumo
40
lbid,, p.5.
41
New York Times, 16 de abril y 20 de abril de 1966.
ha tradición intelectual británica \7
u
IbicL, 5 de febrero de 1966.
11
Ibiil.. 1H de septiembre de 1966.
■'■' Encontramos un penetrante análisis de este fenómeno en Ruperc Emerson: Self-Determi-
ncit'um Revisita/ in the Era of Decolonizatian, Cambridge (Massachusetts), 1964, particularmente
p.28.
ig Etnonarionalisvio
Barker estaba dispuesto a admitir que los gobiernos que no abrazaban la demo-
cracia solían impedir que los grupos étnicos desarrollaran una conciencia polí-
tica. Sin embargo, la mayoría de los Estados afroasiáticos agitados por tensiones
étnicas no son en absoluto democráticos, aunque sus sistemas de gobierno y la
efectividad de los mismos varíen mucho. Ni tampoco, como ya se ha señalado,
están libres de esos conflictos otros Estados donde no hay democracia, como la
Unión Soviética, Rumania, Yugoslavia y España. Así pues, la incapacidad de
los gobiernos autoritarios para resolver la cuestión del multinacionalismo debe
considerarse un testimonio más de la fuerza creciente de las aspiraciones étni-
cas, por cuanto indica que la inmunidad de la que se creía que gozaban los re-
gímenes autoritarios hace cuarenta años, ha perdido su efectividad.
La presencia generalizada de disonancias étnicas en tantos sistemas autori-
tarios es, sin duda, un dato significativo, si tenemos en cuenta que el autorita-
rismo cuenta con ventajas reales a la hora de combatir los movimientos nacio-
nalistas. Dos de las poderosísimas armas a disposición de este tipo de
gobiernos son su aparato de información clandestino y la posibilidad de encar-
celar durante largos períodos a los líderes de la disidencia sin necesidad de pre-
sentar cargos contra ellos. El control de las comunicaciones también es impor-
tante, ya que, suponiendo que sea eficaz, permite al gobierno aislar a los
líderes de posibles apoyos internos o extranjeros. Cuando los regímenes autori-
tarios se dignan a reconocer la existencia de movimientos en pro de la autode-
terminación, suelen atribuirlos a la actividad de un puñado de provocadores o
de inadaptados. En esos casos, resulta muy difícil, si no imposible, hacer una
estimación realista de la situación. Aunque anteriormente ya se ha aludido a
las dificultades que entraña evaluar la importancia de los movimientos étnicos
de la Unión Soviética, debe señalarse que diversos movimientos de otras regio-
nes no han llegado a ser estudiados debido a la falta de datos fiables. Por ejem-
plo, ¿hasta qué punto es poderoso el deseo de independencia en Cachemira?
¿Qué fuerza tiene en la India el movimiento en favor de la creación de un Dra-
vidistán? ¿O de un Tamilistán? ¿O de un Sijistán? ¿Con qué apoyos cuenta el
movimiento en pro de la independencia de los pashtunes en Paquistán Occi-
dental o en Afganistán? ¿Y el movimiento a favor de un Arabistán indepen-
diente en el suroeste de Irán? ¿O el que en Turquía promueve la constitución
de un Estado armenio independiente? ¿O el que lucha por la independencia de
Eritrea en Etiopía? ¿O el movimiento por la independencia beréber en el noro-
este de Argelia? En todos estos casos, y podrían enumerarse muchos más, se
sabe de la existencia de un movimiento étnico, pero su verdadera fuerza no
puede evaluarse debido a la escasez de información. Sea como fuere, no nos
equivocaremos al concluir que la conciencia política de diversos grupos étnicos
es un fenómeno mucho más extendido de lo que cabe documentar.
Esta tendencia está en flagrante contradicción con la opinión muy general
de que el nacionalismo ha demostrado ser un fenómeno demasiado estrecho de
miras para la era moderna y que su apogeo es cosa del pasado. Esta opinión pa-
reció quedar ratificada por la proliferación de organizaciones multiestatales en
la posguerra, organizaciones cuyos objetivos originales iban de la simple coo-
peración militar o económica, a la unificación absoluta. Ahora bien, aunque
los objetivos de las organizaciones transestatales pueden estar en contradicción
con las aspiraciones nacionales, no lo están necesariamente. Un factor a tener
La tradición intelectual británica 19
■" En un estudio realizado por la UNliSCO en 1962 se estimaba que el 70 por ciento de la pobla-
ción mundial apenas tenía noticia de los sucesos ocurridos más allá de su aldea. Véase también
Emerson: Self-Delermination Rei'isitee/,.., p.36.
-,,. Etnonacimalismo
' Como ya se ha señalado, en Chipre también se estaría llegando a una Ppartición def facto tras
S
los
; masivos traslados de población entre el norte y el sur de la isla ' °S
La tradición intelectual británica 21
pasos con éxito, lo que viene a ratificar que las consideraciones prácticas no
pueden rivalizar con la fuerza emocional de la autodeterminación cuando los
sentimientos del grupo nacional son el factor decisivo.
Pero, ¿pueden ser decisivos los sentimientos de un grupo nacional? En las
últimas etapas de la era colonial hubo varios casos en que, con espíritu realista,
Gran Bretaña y Francia tomaron la iniciativa de conceder la independencia a
algunos de sus dominios de ultramar. Ahora bien, tal como lo ha señalado Ru-
pert Emerson, la historia demuestra de manera inequívoca que los gobiernos
no son propensos a conceder la autodeterminación y que los casos en que sí lo
han hecho constituyen una excepción46. No obstante, la historia también de-
muestra con pareja claridad que la negativa a conceder la autodeterminación
no es un buen medio para erradicar el problema. Los artífices de los tratados
de paz de 1920 tal vez se creían capaces de establecer los límites correctos de
la autodeterminación en la Europa del Este y de frenar el avance de la balcani-
zación, mas, medio siglo después, la región es campo abonado para el desarrollo
del principio de autodeterminación. El atractivo y la fuerza de la autodeter-
minación poco tienen que ver con las consideraciones sobre lo que un gobierno
debiera hacer o está dispuesto a hacer. Se da por sentado que los gobiernos de
los Estados multinacionales continuarán oponiendo resistencia a las reivindica-
ciones independentistas de las minorías pero, en tales casos, también se da por
descontado que los grupos de orientación secesionista dificultarán cada vez
más la pervivencia del Estado.
La asimilación es una respuesta natural ante ese peligro. Es de prever que se
pondrán en práctica programas para fomentar la homogeneidad de la pobla-
ción en los casos en que la coexistencia de distintas culturas parece incompati-
ble con la preservación de la unidad del Estado y la partición del territorio na-
cional se considera inadmisible. Además, a esta razón de carácter negativo,
aunque no por ello menos apremiante, hay que añadirle otra razón positiva en
favor de la política asimilacionista, a saber, que una heterogeneidad muy acu-
sada constituye un impedimento para la integración social y económica de ám-
bito estatal que requiere el Estado moderno. Nunca se pone esto tan de mani-
fiesto como cuando existen diferencias lingüísticas: es evidente que la
multiplicidad de lenguas de la Unión Soviética ha de ser un gran obstáculo
para la eficacia, pues hace precisas innumerables traducciones orales y escritas
de los reglamentos, los programas de acción, las instrucciones para el uso de la
maquinaria, etcétera. Asimismo, la tendencia de las personas a identificarse
con una cultura y un territorio concretos debe de constituir un grave impedi-
mento para la movilidad de la mano de obra. Así pues, sin contar con la nece-
sidad de combatir las tendencias separatistas que emanan del faccionalismo ét-
nico, también las exigencias de la modernización ejercen presión sobre el
gobierno para que erradique el muítinacionalismo.
Ahora bien, sería un error subestimar la resistencia a la asimilación con la
que pueden chocar los gobiernos; más de un régimen político ha descubierto
demasiado tarde que la animosidad que la aculturación inspiraba a las mino-
rías era un adversario más temible de lo que se esperaba. Por ello, los gobier-
nos indio y paquistaní cuvieron que abandonar sus planes de establecer una
lengua oficial única; también Franco ha mostrado su incapacidad para superar
la resistencia de los vascos y los catalanes al prescindir de numerosos elementos
de su programa de asimilación. Por otra parte, el «crisol» estadounidense se
cita con frecuencia como ejemplo de que es posible lograr la asimilación de di-
versas culturas en un período relativamente breve. Pero es muy cuestionable
que la experiencia de Estados Unidos pueda aplicarse a otras regiones47. Una
serie de importantes rasgos que singularizan la historia de los Estados Unidos
indican, con su mera existencia, cuáles son los obstáculos para la asimilación a
los que se enfrentan otros Estados; entre ellos pueden citarse los siguientes: la
política de conquistas estadounidense eliminó a los pueblos indígenas en tanto
que competidores culturales; el modelo de asentamiento inicial creó una cul-
tura dominante casi exclusivamente anglosajona, y a esta base cultural firme-
mente asentada se le fueron añadiendo, de tanto en tanto y por propia inicia-
tiva4", grupos relativamente pequeños de representantes de otras culturas. En
consecuencia, los problemas étnicos de Estados Unidos no se han caracterizado
fundamentalmente porque las minorías plantaran cara a la asimilación, sino
por la resistencia del grupo dominante a permitir que la asimilación se desa-
rrollara al ritmo deseado por las minorías. Una cosa es tratar con un número
proporcionalmente reducido de personas que han dejado voluntariamente su
patria para incorporarse a una estructura político-cultural establecida, en la
que la aceptación de las costumbres y la lengua es condición sine qua non para
el éxito; y otra muy distinta resolver las relaciones de dos grandes grupos étni-
cos vecinos que poseen indiscutibles derechos sobre sus respectivos territorios.
El segundo caso es el que más se aproxima a la situación de Canadá, Bélgica y,
en realidad, a la mayoría de las situaciones étnicas conflictivas a las que se ha
hecho referencia.
Es de esperar que la continua expansión de las comunicaciones y los medios
de transporte modernos, y la ampliación de las instituciones sociales de ámbito
estatal tales como el sistema público de enseñanza, tengan una influencia deci-
siva sobre los programas de asimilación. Pero, ¿nos es dado predecir el carácter
de esa influencia? No es necesario demostrar que la centralización de las comu-
nicaciones y el aumento de los contactos contribuye a difuminar las diferencias
culturales regionales en Estados del tipo de los Estados Unidos. La cuestión es
que, cuando el contexto no es el de una sola cultura con mínimas variaciones
regionales, sino el de dos culturas muy distintas y diferenciadas, cabe la posi-
bilidad de que el incremento de los contactos aumente los antagonismos. Las
mejoras efectuadas durante los últimos veinte años en el ya de por sí efectivo
sistema de transportes y comunicaciones de Bélgica, no se han visto acompa-
ñadas por una mejora de las relaciones entre los valones y los flamencos. Y en
los fcstados menos modernos, ya hemos señalado que la conciencia cultural
precede a la conciencia política, y que el reconocimiento de la existencia de
otras culturas es condición previa para el desarrollo de la conciencia cultural.
¿No cabe esperar, por tanto, que al ir conociendo mejor las culturas extranje-
ras, los pueblos baluchis, que habitan a ambos lados de la frontera de Paquis-
tán e Irán, conviertan Baluchistán —término que hasta ahora era el nombre de
una zona geográfica— en una consigna política?*.
La conclusión evidente es que la asimilación es mayor enemiga natural de
la autodeterminación que el Estado multinacional. Por otro lado, la creciente
fuerza emocional de la conciencia étnica, que amenaza al Estado multinacio-
nal, plantea serias dudas sobre las posibilidades de éxito de los programas de
asimilación; sin embargo, todo parece indicar que se va a poner más énfasis en
la asimilación, tanto para evitar las disensiones emanadas de una conciencia
nacional en auge como para responder a las exigencias de la modernización. El
Estado multinacional se enfrenta, por tanto, a una doble amenaza derivada,
desde abajo, de las reivindicaciones en pro de la autodeterminación y, desde
arriba, de los programas gubernamentales de asimilación.
Hemos visto que las fuerzas políticas contemporáneas tienden con toda evi-
dencia a aproximarse al cumplimiento de la segunda parte de la profecía de
Barker, que anticipaba un orden mundial en el que «cada Estado es a la vez una
nación». Sin embargo, la primera parte de su profecía, que mantenía que «cada
nación es a la vez un Estado», no encuentra el menor respaldo en la actual divi-
sión política del mundo árabe o de la región hispanohablante de América La-
tina. Cabe concluir que la diversidad de culturas tiende a impedir la unidad po-
lítica, en tanto que la afinidad cultural no impide la división política.
íp ¡Ji ¡j!
Queda por esclarecer la otra cuestión sobre la que Mili, Acton, Barker y Cob-
ban mantenían opiniones enfrentadas, a saber, si la heterogeneidad favorece el
autoritarismo o la democracia. Los acontecimientos de la posguerra indican la
existencia de un vínculo entre el multinacionalismo y la tendencia a no actuar
de manera democrática. Con esto no pretende decirse que el grado de homoge-
neidad cultural de un Estado baste para predecir la forma que adoptará su ré-
gimen político: la mayoría de los sistemas de gobierno de los Estados multina-
cionales pueden definirse, en conjunto, como autoritarios, pero lo mismo
podía decirse de los regímenes que había en dos países muy homogéneos, Ale-
mania y Japón antes de la guerra, o de los sistemas de la mayoría de los Esta-
dos árabes de nuestros días. Así pues, parece evidente que los factores que de-
terminan la forma que adoptará el sistema político son muchos y se combinan
de formas diversas e impredecibles. Sea como fuere, la tendencia de los siste-
mas políticos a acentuar la importancia de su integridad política y territorial
no ha facilitado la resolución democrática del problema cada vez más grave de
la conciencia político-cultural.
Entre la ¿w/íodeterminación de las naciones y el concepto democrático de
que es la opinión popular la que ha de decidir las filiaciones políticas existe un
nexo lógico. Por ello, resulta paradójico que a la vez que numerosos regímenes
defienden de palabra la causa de la autodeterminación, sean tan escasos los que
han permitido que un proceso democrático resuelva la cuestión de la autode-
terminación en su territorio49. La postura generalmente adoptada por los Esta-
dos africanos con respecto al problema de Rodesia en los años 1965 y 1966
ofrece un ejemplo muy esclarecedor de esta incongruencia: movidos por el
pragmático deseo de liberar a África del «dominio blanco», todos insistían en
que la concesión británica de la independencia, previa al establecimiento de un
gobierno popular, sería una farsa del principio de autodeterminación, pero, al
mismo tiempo, esos gobiernos no estaban dispuestos a permitir que la voluntad
popular determinara la filiación política de algunos grupos étnicos que eran
parte de su propia población.
La natural aversión de los Estados a dar soluciones democráticas a las cues-
tiones relativas a la filiación política de las minorías se ha puesto claramente
de manifiesto en los casos en que un gobierno se ha negado a celebrar un ple-
biscito sobre el tema después de prometer que lo haría. La India, por ejemplo,
ha preferido comprometer su imagen internacional durante muchos años antes
que cumplir sus promesas relativas al voto de los cachemires. Aunque la cele-
bración de un referéndum fue una de las condiciones establecidas por las Na-
ciones Unidas para aceptar que Indonesia se anexionara el territorio de Irian
Occidental en 1963 (que hasta entonces había sido la Nueva Guinea holan-
desa), hay quien sospecha que Sukarno nunca tuvo intención de celebrarlo. El
posterior intento de golpe de Estado de los comunistas llevó al poder a un
grupo moderado que no respaldaba los principales puntos del programa de po-
lítica interior ni de política exterior de Sukarno; a pesar de ello, fue durante el
mandato de este grupo cuando, a finales de 1966, se renunció definitivamente
al compromiso de someter la anexión a la aprobación pública por vía de una
votación. Parece evidente que los asuntos que comprometen la filiación polí-
tica de los grupos residentes en un territorio soberano son juzgados excesiva-
mente importantes como para dejarlos al arbitrio de la opinión popular.
Los métodos empleados por los gobiernos para combatir los movimientos
nacionales han sido, por lo general, coercitivos. Los gobiernos más expeditivos
no se han parado en mientes a la hora de sofocarlos mediante la fuerza militar:
ejemplos actuales o recientes de esta forma de proceder nos los ofrecen Argelia
(con respecto a los bereberes), Birmania [Myanmar], Burundi, China continen-
tal (en relación al Tíbet), el Congo [Zaire], Chipre, la India (represión de los
mizos y los nagas), Indonesia, Irak, Nigeria, Ruanda, Vietnam del Sur (con
respecto a los «montagnards») y Uganda. Por otra parte, ya se ha señalado antes
que a los dirigentes de los movimientos en pro de la autodeterminación rara
vez se les han ofrecido las salvaguardas legales mínimas que establecen los cri-
terios democráticos: muchas veces sólo han podido optar por vivir en el exilio,
como el Dalai Lama y numerosos líderes del movimiento de Formosa, o sopor-
tar de tanto en tanto prolongados períodos de encarcelamiento sin ser someti-
19
Las resoluciones tomadas por Francia y el Reino Unido al respecto de sus dominios de ultramar
una vez que se hubo hecho evidente que los días del Imperio estaban contados, no pueden con-
siderarse como excepciones verdaderas que contravengan esta afirmación.
La tradición intelectual británica 25
dos a un proceso legal, como es el caso de Khan Abdul Ghaffar Khan (paladín
de la independencia de Pashtunistán, que hoy día pertenece a Paquistán).
Viendo en los movimientos a favor de la autodeterminación una amenaza para
su supervivencia, los regímenes políticos han tendido a reaccionar violenta-
mente contra ellos y a justificar el sanguinario trato infligido a sus líderes co-
locándoles en la categoría de rebeldes o de traidores, aún más despreciable que
la de delincuente. Este tipo de actitudes encuentran su mejor respaldo en la le-
gislación que regula el estado de excepción y en las leyes penales que, en tér-
minos muy generales y ambiguos, permiten detener sin seguir los procedi-
mientos legales habituales a quienes actúan contra los intereses del Estado. La
legislación de esta índole es sumamente común en los Estados multinaciona-
les, pero también se encuentra en países cuyos sistemas políticos son en apa-
riencia democráticos50. No se trata de determinar sí ias mencionadas actitudes
están justificadas, ni en general ni en ningún caso concreto; lo importante es
señalar que la reacción habitual de los Estados multinacionales ante la cre-
ciente amenaza de los movimientos nacionalistas ha sido volverse menos
democráticos.
ífí Vf. !(!
"•" Un ejemplo típico es la denominada Ley de Seguridad promulgada por el gobierno de Gu-
yana a finales de 1966, con la que la población negra dominante pretendía a todas luces restringir
las actividades del sector amerindio de la población. La mencionada ley otorga al Primer Ministro la
facultad de encarcelar sin juicio, durante dieciocho meses, a cualquiera que, en su opinión, haya ac-
tuado o vaya a actuar «de cualquier manera perjudicial para la seguridad pública o el orden público
o la defensa de Guyana» (New York Times, 9 de diciembre de 1966).
El gobierno de la India ha recluido periódicamente a los líderes cachemires acogiéndose a las
medidas de «emergencia». Por otra parte, en 1963, y básicamente como reacción ante el movi-
miento independentisca de Dravidistán, el gobierno indio promulgó la Decimosexta Enmienda a la
Constitución, que pretendía «prevenir la tendencia secesionista que en este país ha sido engendrada
por las lealtades regionales y lingüísticas, así como preservar la unidad, la soberanía y la integridad
territorial» de la Unión India (Citado por Robert L. Hardgrove, Jr.: «The DMK and the Politics of
Tamil Narionalism», Pacific Affairs, 37, 1964-65, p.397).
26 Etnonacionalismo
1W; ("bricl AlmonJ y G BinZm PowHl r Cflem.ttn:D^^Pohtks of Developing Áreas, Princeton, IW| ; "tól
Alm.md v S¡dni^.^& 1 ¿ i ÍT? Bftte » fl/ ' tól; A Devek P"^ ¿ NQroacb, Boston MUrm:Míl>!,
Clueco/1965; Wü íd / BeC, r/re> SA°% 19Ó3; David AP«" ™e PolHics of >£«'/•* a MUÍ, Nu tVll
York, 197 ) K ti W Vr I ^ wn T °" en (C ° mpS ' ): D ^°P i "B ^tioJ: Nu,va York, IWfi; Jas.m
Rnkle y R¡S c'.Se rm J 7»T ^ (C ° mpS ' ): N J ÍO ^B HÍ M Í ^, Nu«a V.rk, lyr,(,; Phili E. Jacob y j
mCS V w"n('rPS-): ftf"1 D^oPmenl and Social Chente,
'1'^ "JU..W- c,nu, compradoras, que emr^ °üman f n mUeS"a qUeda ^^"^ente ampliada ya
N.n«u,u de las di,. obras ^ ^ iU1^^« cincuenta contribuciones diferentes. Y
Li CapítuI ni Lln a
'""'»'»
S 1:
ik- la divmidad étnica. En an ri ste\T ' "" °' P"«d° importante a i; '
!:;;" - *-->■ 'H,rocraaa, cías^Ss ™ í"^ue se repiten en los Luces de
■' Véase, por ejemplo, Arnold Rivkin: Nation-Building in África, New Brunswick, 1969. Después de
examinar una serie de conflictos de toda África y de afirmar que su origen es básicamente étnico en
numerosos casos (ve'anse, por ejemplo, pp.35-37, 195, 196 y 226), el autor concluye (p.238): «Aunque las
poblaciones divididas de África —de distintas tribus, diferentes orígenes étnicos (como I los tutsis y los
hutus de Ruanda y Burundi), religiones diversas (cristiana, islámica, animista, etc.) y I distintos
orígenes históricos— plantean grandes y serios problemas a la construcción de la nación, comparadas
con las divisiones de América Latina —que se han ido desarrollando con el transcurso de los siglos y son
resultado de una mezcla de factores raciales, de la estructura social y del estatus económico— parecen
relativamente fáciles de afrontar y susceptibles de ser resueltas con el tiempo». fem, al no ofrecer mas
detalles relativos a esa posible solución, se está pidiendo al lector que haga un acto de te para aceptar esa
optimista previsión.
Uno de los ejemplos más asombrosos de la incapacidad para enfrentarse al problema de la diver-
sidad étnica nos lo ofrece Ludan Pye: Poiitia, Persomlity, and Nation-Buildmg: Buma's Search for
hhuty New Huyen, 1962. Pese a que los burmeses, que son el grupo étnico políticamente domi-
m™nMan| i T/T" ftmca contra las ™'™'™ del país de forma prácticamente ininte-síndnítt trU l
" ad° u Can2am SCU
? indePende"™>e yYS*Smf
pesar de que esa guerra continuada es
m ■ Ír sseÍmencionan
minorías Í ñ° T de pasada ' una
en ? dVsola
° Pam la ¡n
página«e^^n, las referencias a algunas de las
C mm lmimim l
(Massachús^f^'^imf' " . M ¿.^ 1953 «P*yy la«»Se*** Fomuktim ofNationality, Cambridge
ínTlZ S£h r fer na nume clóni'" * ™ ' S unda > ^ e inclu V e camb ¡° s sustaneia-' Véase
,xS™V\l n 7 P ? de la* Peinas corresponden a la segunda edición.
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 31
Hasta ahora, hemos estudiado las tasas de cambio como si fueran indepen-
dientes entre sí [...] Ahora bien, la experiencia nos ha demostrado que la tasa
de asimilación de una población desarraigada y movilizada (como los inmi-
grantes que vinieron a América) suele ser considerablemente más elevada que
la tasa de asimilación de las poblaciones que viven aisladas en comunidades
enraizadas en su terruño [...] Es probable que la investigación teórica de los
aspectos cuantitativos de la fusión y la división de las naciones pudiera lle-
varse aún más lejos. Uno de los motivos para detenernos llegados a este punto
cal vez sea que, aunque ahora sabemos qué tipo de información estadística
merece la pena recoger, hasta que esos datos no estén disponibles seguir ade-
lante no parece tener mucho sentido6.
'■ //W.,p.l52. 7
/fó/.,P.188.
Etnonacitmalismo
Se diría que las afirmaciones de esta índole son fundamento suficiente para
concluir que Deutsch creía que la modernización, al movilizar socialmente a
amplios sectores de la población, incrementaría tanto las posibilidades^ de asi-
milación como el ritmo de ésta. Conclusión que encuentra confirmación en el
optimismo con el que Deutsch contemplaba la posibilidad de que la asimi-
lación de diversos grupos étnicos se sometiera a la ingeniería social. Al final
de una exposición sobre las funciones de los planificadores políticos, Deutsch
señalaba:
Supuesta la igualdad de los demás factores, cabe esperar, por tanto, que una
etapa de movilización social rápida promueva la consolidación de los Estados
cuyos pueblos comparten de antemano una lengua, una cultura y unas insti-
tuciones sociales básicas comunes; del mismo modo, ese proceso tenderá a de-
sestabilizar o a destruir la unidad de los Estados cuya población se encuentra
dividida de antemano en diversos grupos con distintas lenguas, culturas o
modos de vida básicos1".
Ahora bien en última instancia, el problema del tamaño de los Estados su-
pera a los efectos de la lengua, la cultura o las instituciones, por importantes
h
lliitl., pp.162 y 163; énfasis añadido. "
//«</, p. 164.
^.."'s5KYÍrííUp^5i:SOCÍal M°bÍlÍZatiOn ímd P0HtÍCal Development», American Polnical Science Re-
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 33
En un ensayo escrito dos años más tarde por el profesor Deutsch, se ad-
vierte un retorno a su postura inicial. Al retomar su anterior optimismo con
respecto a los efectos de la modernÍ2ación sobre la etnicidad, Deutsch re-
prende, sin nombrarlos, a los autores que mantienen que las divisiones étnicas
constituyen una amenaza permanente para la «construcción de la nación»:
Más adelante, en el mismo ensayo, Deutsch especificaba las cuatro etapas por
las que predecía que había de pasar la asimilación:
1
llúd. No deja de ser revelador que Deutsch diese ejemplos negativos de este fenómeno (por
ejemplo, la secesión de las Estados Unidos y la separación de Irlanda de Gran Bretaña), pero no
mencionara ningún caso en que un grupo étnico haya renunciado a su identidad merced a la efectivi
dad del gobierno.
12
Karl Deutsch: «Natiun-Building and National Developmenc: Some Issues for Political Rese
arch», en Deutsch y Foltz (comps.): Natimi-Builtling, pp.4-5.
,/ Etnonacionalismo
11
Ibid., pp.8-9. Es pertinente señalar que, al examinar los posibles estadios del proceso de usi-
m.lacion, Deutsch citaba varias de sus propias obras, entre ellas, Nationalism and Social Commnnica-
nou, indicando de esa forma que, en su opinión, esa obra era perfectamente compatible con esta pers-
pectiva sobre la erradicación absolura de la fragmentación étnica.
" Karl Deutsch: Nathtialism andlts Alternativa, Nueva York, 1969
15
El cambio de actitud de Deutsch con respecto al problema de la asimilación se hace notar en
que, mientas el proceso asimilador desempeñaba un papel fundamental en Nationalism and Social
Commumcatton, en su obra mas recente apenas se le conceden un par de páginas, y se examinan sus
«dimensiones» en lugar de sus «componentes». Véanse pp.25-27.
"' Deutsch: Nationalism and Its Alternatives, p.27.
17
Véase nota anterior.
Estadios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 35
18
Deutsch: Nationalism and Its Alternativa, p.73.
" Se encuentra otro ejemplo de esta tautología en ibid., p.68. Refiriéndose a ejemplos más anti-
guos de la integración nacional, Deutsch concluye que «los procesos combinados de la movilización social
y la asimilación terminarán por convertirlos en pueblos y naciones consolidados». Si se omiten las
palabras en cursiva, esta afirmación se convierte en una tautología, puesto que no es más que una de-
finición de la asimilación. Ahora bien, tal como se expresa la idea, resulta falsa, pues la movilización
social necesita como requisito previo que se haya alcanzado la era industrial y exista una red de
transportes y comunicaciones relativamente moderna. Y, sin embargo, la nación china, como casi to-
das las demás, existe desde antes de que se produjera la Revolución industrial.
36 Etnonacionulismo
voco ascenso en tanto que fuerza política y que esta tendencia es una amenaza cre-
ciente para la estabilidad de la actual delimitación de las fronteras estatales20. Y
aún resulta más significativo que ningún Estado multiétnico, sea cual sea su
grado de modernidad, se haya visto libre de esta amenaza. En este sentido, es muy
instructivo observar la elevada proporción de Estados de Europa occidental, re-
gión tecnológica y económicamente avanzada, que han sufrido conflictos a causa
de la agitación étnica en los últimos tiempos. Pueden citarse a modo de ejemplos:
2I)
Se encontrará un análisis de esta tendencia, en tanto que fenómeno global, en el capítulo 1 ele
este volumen.
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 37
21
Se parte del supuesto de que el brevísimo período en que Etiopía estuvo bajo el dominio ita-
liano en la década de los treinta no invalida su empleo como ejemplo de Estado sin historia colonial.
jg Etnonacionalismo
tintos del suyo, el individuo también llega a conocer a otros grupos que com-
parten su identidad. Así, los transistores de radio no sólo han servido para que
los aldeanos de lengua lao del nordeste de Tailandia salieran de su aislamiento
y empezaran a discernir las diferencias lingüísticas y étnicas que los separaban
de la población políticamente dominante de lengua siamesa que habita en el
oeste del país; a la vez, la radio también les ha permitido darse cuenta de la
afinidad cultural que les une a los laos que habitan otras aldeas diseminadas
por el nordeste de Tailandia y en la zona occidental de Laos, al otro lado del río
Mekong22. Vemos, pues, que las comunicaciones intraétnicas e interétnicas de-
sempeñan un papel fundamental en la creación de la conciencia étnica.
Como resultado de estos procesos, Tailandia se enfrenta hoy a los movimien-
tos separatistas de las tribus montañesas del norte, de los laos del nordeste y de
los malayos del sur23. También el Estado de Etiopía, pese a sus tres mil años de
historia, es escenario de movimientos étnicos separatistas surgidos de la toma
de conciencia de las minorías y de la presencia acrecentada del gobierno central
en todo su territorio24. Y la misma pauta se repite en otros Estados multiétni-
cos subdesarrollados que no han tenido una historia colonial25. A este respecto,
el colonialismo no parece ser un factor diferenciador significativo.
Podemos anticipar otro de los reparos que se opondrán a la argumentación
según la cual la modernización tiende a exacerbar las tensiones étnicas. Ya se
ha señalado antes que el reciente avivamiento de los conflictos étnicos en los
Estados multiétnicos industrializados de Europa y América del Norte pone
seriamente en tela de juicio la hipótesis de que la modernización disipa la
conciencia étnica. Ahora bien, ¿puede esgrimirse ese mismo motivo para re-
batir la tesis de que la modernización fomenta la conciencia étnica? Puesto
que la Revolución industrial tuvo lugar en estos Estados hace más de un si-
glo, ¿no sería lógico que la conciencia étnica hubiera alcanzado su cota más
alta hace mucho tiempo? Para dar una respuesta parcial a esta pregunta acu-
diremos a lo que los marxistas denominan la «ley de la transformación de la
cantidad en calidad», que puede parafrasearse diciendo que «suficientes dife-
rencias cuantitativas constituyen una diferencia cualitativa». Los procesos de
modernización previos a la Segunda Guerra Mundial ni estimularon los con-
tactos internacionales, ni precisaron de ellos en la misma medida que en el
22
Véase en el capítulo 5 de este volumen un análisis más completo de la relación entre la dis-
tancia de las comunicaciones y la distancia física.
2!
En Charles F. Keyes: «Ethnic Identity and Loyalty of Villagers in Northeast Thailand», Asían
Snrvey, 6, 1966, pp.362-369, se ofrece una descripción fascinante de cómo se ha fortalecido la iden-
tidad lao gracias a la intensificación de los contactos.
24
Un reportero hacía este perspicaz comentario con respecto a Etiopía: «La falta de comunica
ciones contribuyó a mantener unido el Imperio. Ahora, el desarrollo de las comunicaciones y la toma
de conciencia política que aquéllas promueven están poniendo en peligro su unidad.» (Frederich
Hunter en el Christian Science Monitor del 8 de enero de 1970).
Además de la recientemente absorbida Eritrea, también son zonas conflictivas las provincias de
Bale y Gojam. Véase el New York Times del 1 de abril de 1969.
25
Entre los ejemplos pertinentes se cuentan Afganistán, Irán y Liberia. Podrían incluirse asi
mismo numerosos Estados latinoamericanos. Al respecto de estos últimos, véase Anderson tí al; Is-
sues ofPolithalDevelopmeM, pp.45-46. Hay una descripción más pormenorizada de la intensificación
de la conciencia étnica en Tailandia y el sur de Asia en Connor: «Ethnology and the Peace of South
Asia», WorldPolitics, 22, 1969, pp.51-86.
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial jg
2ñ
El regionalismo estadounidense es una prueba de que la presencia generalizada de contactos
intergrupales dentro del Estado era sustancialmente diferente en las época previa y posterior a la Se-
gunda Guerra Mundial. Como señalaremos más adelante, a diferencia de la etnicidad, el regiona-
lismo tiende a desaparecer a un ritmo directamente proporcional al de la ampliación de las comuni-
caciones y las redes de transportes interregionales. A pesar de ello, una serie de conceptos, como el
de los «derechos de los estados», así como los bloques de votantes y los patrones de voto, demues-
tran que en la posguerra el regionalismo todavía conservaba mucha fuerza. La manifestación más
persistente del regionalismo, el «bloque del Sur» (Solid Sotttti), ha comenzado a desaparecer sólo en
los últimos años.
11
Esta expresión apareció en la Proclamación de la Cuestión Polaca, aprobada por el Congreso
de la Primera Internacional celebrado en Londres. La Proclamación señalaba «la necesidad de anular
la influencia rusa en Europa, mediante el reforzamiento del derecho a la autodeterminación y me-
diante la reconstrucción de Polonia sobre unos cimientos democráticos y sociales» (Citado en G.
Stellcoff: History of the First International, Nueva York, 1968). Se encuentra una referencia al empleo
anterior que Karl Marx hace de esta expresión en Herr Vogt en Stefan Possony: «Nationalism and the
Ethnic Factor», Orbis, 10, 1967, p.1218.
2H
Carta de las Naciones Unidas, art.I, pár.2.
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 41
2¡i
The Worldmark Encydopedia of tbe Nations, 3" ed., Nueva York, 1967, vol.l, pp.254-57, in-
cluye cincuenta organizaciones intergubernamentales cuyos nombres comienzan con International.
Ninguna de ellas tiene nada que ver con las naciones.
•1" Jack C. Plano y Roy Olton: The International Relations Dictionary, Nueva York, 1969.
42 Etnonacionalismo
11
Véase, por ejemplo, A.F.K. Organski: World Polkas, 2" ed. rev., Nueva York, 1968, p. 12: «La historia
que vamos a contar es un relato sobre las naciones. Los personajes principales son las naciones, y nos
varaos a ocupar cíe sus actividades, de sus objetivos y planes, de su poder, de sus posesio-: nes y de
sus relaciones mutuas». Véase también Deutsch: Nationalisi/i and Its Alternativas, donde, a : pesar
de que define el término nación como pueblo (es decir, grupo étnico) que domina un Estado í
(p.19), el autor denomina naciones a las poblaciones multiétnicas de España (p.13) y c ' e Bélgica \
(p.7ü). Véase, asimismo, el último párrafo de Dankwart Rustow: A World of"Nations, Washington t
(D.C.), 1967, donde el autor señala que «más de 130 naciones, reales o así llamadas, realizarán su .?■
contribución a la historia de las postrimerías del siglo xx». Anteriormente (por ejemplo, p.36), Rus-:s
tow había establecido una diferenciación entre Estado y nación. Para comprobar que los estudios que ::
se ocupan de los problemas específicos que la diversidad étnica plantea a la integración estatal no i. . ' .
son necesariamente inmunes al uso inadecuado de la terminología, véase Donald Rothchild: «Ethni-S
city and Conflict Resolution», World Pnlilks, 22, 1970, particularmente pp.597-598. «En primer 1
lugar, a pesar de que se recurra frecuentemente a la distinción entre un sistema interno coercitivo y S
un sistema internacional básicamente no coercitivo, las estrategias de búsqueda de poder empleadas g;
por los grupos étnicos dentro de los Estados son sensiblemente similares a las de las relaciones entre ;'
tinción y tuición [...] Nuevas "décadas de desarrollo" más productivas, y sus previsibles intentos redis-¡
tributivos, pueden resultar tan indispensables para el reconocimiento mutuo de las costumbres y le-1
yes ajenas entre los grupos étnicos en el interior de un solo Estado como ocurre entre las naciones del
mundo» (énfasis añadido). Puesto que los ejemplos de la tendencia a emplear erróneamente los tér-
minos clave son muy abundantes, mi debe entenderse que los autores citados en esta nota y en las si-
guientes hayan sido elegidos porque se muestran especialmente poco circunspectos en su terminología.
Muy al contrario, su elección se debe, entre otros motivos, a que son autoridades reconocidas.
a
Véase, por ejemplo, Norman J. Paddleford y Georye A. Lincoln: The Dynamics o] International
Palitks, 2a ed., Nueva York, 1967, p.7: «Los actores del sistema político internacional son los Estados-
nación independientes». O Lotus j. Halle: Civiliztitiim aml l'oretgn Policy, Nueva York, 1952, p.10:
«Un hecho primordial con respecto a nuestro mundo es que está fundamentalmente compuesto por
Estados-nación». Y Elton Atwattr et ¡ti.: Wurld íinsitim: Cimflkt and Acmmodatinn, Nueva York, 1967,
p,16: «Puesto que hay unos 120 Estados-nación c-n el mundo». Karl Deutsch también se refiere
habicualmencu a todos los Estados denominándolos Estados-nación. Véase, por ejemplo, Natio-nalism
and Its Alternativa, pp. 61, 125 y 176, y al respecto de la denominación de Estado-nación que otorga a
los Estados multiétnicos de Checoslovaquia, Rumania y Yugoslavia, véanse pp.62-63.
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 43
11
A la vez, a la expresión estatalismo o étatisme que debiera referiese a la lealrad al Estado, se le
han atribuido otros significados que poco tienen que ver con ningún tipo de lealtad.
31
Véase, por ejemplo, en Edward Shils: Politkal Development in the New States, La Haya, 1968, la
sección titulada «Parochialism, Nationality and Nationalism», pp.32-33. En este contexto, loca-
lismo se refiere a la lealtad al grupo étnico, mientras que nacionalidad y nacionalismo se refieren,
respectivamente, la identificación con el Estado y la lealtad al Estado.
35
Una manifestación ha sido la agrupación del nacionalismo de Japón y Alemania en la década
de los treinta y comienzos de la de los cuarenta y el de los Estados multiétnicos de Argentina, Italia
y España en la categoría de fascismo, una doctrina que afirma la superioridad del Estado corporativo.
44 Etnonacionalismo
nes algo mucho más profundo que una mera unidad político-territorial de-
nominada Estado; han sido esa unidad étnico-psicológica que es la nación.
Pensar en el nacionalismo alemán y japonés en términos de lealtad al Estado
es un garrafal error de interpretación, y es, además, una distorsión extrema
de la capacidad del Estado para inspirar lealtades cuando en la psique popu-
lar no existe un vínculo entre Estado y nación. Si esta vinculación existe, los
líderes pueden formular sus llamamientos apelando tanto al Estado (Deutsch-
land) como a la nación (Volksdeutsch, Volkstum, Volksgenosse), pues ambas no-
ciones despiertan el mismo tipo de asociaciones. Y lo mismo puede decirse
con respecto a los miembros del grupo políticamente dominante de algunos
Estados multiétnicos; así, por ejemplo, los chinos hans tenderán a ver el Es-
tado de China como el Estado de su nación particular y, de tal suerte, serán
sensibles a los llamamientos realizados tanto en nombre de China como en
nombre del pueblo han de China. Ahora bien, la idea de China despierta aso-
ciaciones muy distintas, y reacciones también muy diferentes, en los tibeta-
nos, los mogoles, los uigures y demás pueblos minoritarios. El empleo equí-
voco de la terminología ha desviado a los estudiosos de la cuestión
fundamental: ¿Cuántos ejemplos se nos ocurren de un «nacionalismo esta-
tal» poderoso que se manifieste a través de un pueblo que percibe su Estado
y su nación como entidades separadas?
Los estudiosos contemporáneos no se habrían desviado tanto de esta cuestión si
no se hubiera acuñado la equívoca expresión de «construcción de la nación».
Puesto que la mayoría de los Estados menos desarrollados engloban varias
naciones, y dado que la transferencia al Estado de la lealtad primaria a la nación
suele considerarse una condición sitie qua non de la integración, el verdadero
objetivo no es en realidad la «construcción de la nación» sino la «destrucción de la
nación». ¿Se habrían mostrado los estudiosos tan optimistas con respecto a las
posibilidades de la integración si se hubiera empleado la terminología adecuada?
En todo caso, de haber sido así, seguramente no habrían soslayado ni minimizado
tan a la ligera el problema de la identidad étnica, que { es el verdadero
nacionalismo36.
<ff- " Véase, por ejemplo, Rothchild: «Ethnicity and Conflict Resolution», p,598: «En segundo
ÍQ lugar, la confrontación interétnica plantea interrogantes sobre el potencial unificador del nacio-
ir-{K tialismo. Aunque el nacionalismo ha rechazado eficazmente las aspiraciones hegemónicas de la
e; li, metrópoli en una serie de confrontaciones cruciales, aún debe demostrar su capacidad para supe-;
:' rar los "sentimientos primordiales" y promover un sentimiento de comunidad de objetivos». Al :
> equiparar el nacionalismo con la lealtad al Estado, Rothchild incurre en el error de criticar el na-
cionalismo por no ser capaz de superarse a sí mismo. No obstante, si su pesimismo perdurase, su
análisis básico sobre la fuerza relativa de la lealtad étnica y la lealtad al Estado sería válido.
Ahora bien, más adelante Rothchild critica a los autores de diversas obras sobre la problemática
étnica por hacer hincapié en la importancia de las divisiones étnicas antes que en el potencial positivo
del «equilibrio étnico». Esos autores muestran «una preocupación excesivamente general por
explicar los conflictos y divisiones del pasado en lugar de ocuparse de las dimensiones cambiantes
del proceso de integración política» (p,6l2). «Nos hablan más de las divisiones que de los
vínculos, de los conflictos que de la cooperación y la reciprocidad. Aunque trazan un panorama
cuidadosamente decallado, una panorámica completa debiera prestar mayor atención a la
acomodación, la interrelación, la adaptación y el intercambio» (p.6l5). Y hay que preguntarse si el
autor no se habría percatado más fácilmente de que estaba planteando preguntas sin posible
tespuesta si hubiera sido consciente de que el nacionalismo favorece la desintegración del Estado y
no su integración.
ludios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 45
37
Puesto que el concepto de nación no excluye la posibilidad de que existan divisiones internas
significativas, en realidad abarca dos importantes tipos de actitudes. Con respecto a las diferencias y si-
militudes intraiMciimales, hace hincapié, cuando es necesario, en los rasgos que fomentan la unidad; con
respecto a las diferencias y similitudes entre las naciones, siempre resalta los rasgos diferenciadores.
46 Etnmacitmalismo
38
También podrían citarse como ejemplos el resurgimiento de los nacionalismos escocés y gales
incluso entre quienes han sido asimilados a la lengua inglesa.
39
Los esfuerzos pioneros de Hadley Cantril en el estudio de las imágenes estereotípicas que un
grupo se forma de otro son altamente pertinentes y valiosos para el estudio del nacionalismo étnico.
El hecho de que su objeto de estudio fuera el conjunto de la población de los países y no los grupos
étnicos no obsta para que la obra de Cantril y de los estudiosos más influidos por él tenga gran valor.
Ante la pregunta de qué adjetivos describen mejor a la población de otro país, es muy probable que
el encuestado piense en el grupo étnico políticamente dominante del Estado en cuestión (por ejem
plo, se percibe a los británicos como ingleses, a los sudafricanos como afrikaners, a los checoslovacos
Estadios estadounidenses de la segunda posguerra mundial Al
como checos, etc.). Más importante es la limitación de que las respuestas no estén tabuladas en fun-
ción de la etnicidad de los encuestados. Y aún hay que tener en cuenta otro factor: los adjetivos que
suelen presentarse en los estudios de este tipo rara vez transmiten el profundo odio irracional que
pueden inspirar los habitantes de otro país. Los atributos negativos del tipo de atrasado, dominante,
engreído, e incluso cruel, son de un orden diferente que las pasiones inexpresadas que pueden llevar a
los camboyanos a masacrar a numerosos civiles vietnamitas desarmados; a los balineses, los javaneses
y los malayos a masacrar a los chinos; o a los hutus a ensañarse con los tutsis; a los hausas con los
ibos, o a los turcos con los armenios.
411
Un ejemplo típico es el artículo de Linda Charlton publicado en el Neiv York Times del 15 de
agosto de 1969, en el que se describe un conflicto que enfrenta al «irlandés contra el irlandés» y a
los «Prods» (protestantes) contra los católicos.
41
Richard Rose: The United Kingdom as a Multinational State, Glasgow, 1970, p.10.
1)2
La composición religiosa es la siguiente: 35% de católicos, 29% de presbiterianos (Iglesia de
Escocia), 24% de episcopalistas (Iglesia de Inglaterra), 10% de protestantes y 2% de otras religio-
nes, lbid., p.13.
48 Etnonaáonalismo
" Véase el New York Times del 24 de enero de 1971 al respecto de la concentración de mujeres
de Belfast: ante la casa del obispo católico en protesta por una homilía en la que aconsejó a los católi-
cos que no tuvieran tratos con el ilegal Ejército Republicano Irlandés.
41
Constituye una excepción notable Terrence O'Neill, el antiguo primer ministro moderado. El
hecho de que los apellidos despierten fuertes asociaciones emocionales en la comunidad política de
Irlanda del Norte llevó a sus colegas a suponer que O'Neill les ayudaría a granjearse el respeto y la
confianza de la minoría irlandesa.
45
Véase el New York Times del 30 de abril de 1970. Véase asimismo el New York Times de dos i
días antes, donde se informa de que el orden se restableció en Belfast sólo después de que las tropas
escocesas fueran reemplazadas por tropas inglesas.
El estudio anteriormente mencionado sobre la identificación nacional pone claramente de mani-
fiesto que el término iriandoescocés es una denominación étnica equívoca. Se refiere simplemente a
las personas cuyos antepasados escoceses emigraron a Irlanda, pero no indica necesariamente una as-
cendencia irlandesa.
'"■ Wall Street Journal, 16 de agosto de 1969- Un análisis similar se publicó en la sección de car-
tas al director del New York Times del 12 de julio de 1970, firmado por John C. Marley: «Pero las
convicciones religiosas de los adversarios son incidentales con respecto a la cuestión política de
fondo, que es si los seis condados del Irlanda del Norte deben ser gobernados por una autoridad ex-
tranjera. Una mayoría aplastante de irlandeses, del Norte y del Sur, comparte el deseo de que los bri-
tánicos se marchen de Irlanda. La única excepción con respecto a este punto de vista es el grupo ét-
nico británico que constituye una mayoría únicamente en un pequeño enclave de treinta millas de
radio en torno a Belfast, y no en la totalidad de los seis condados ocupados».
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 49
Anglais y les Canadiens de Canadá, entre ibos y hausas en Nigeria, o entre los
«asiáticos» y los «africanos» de Guyana. Mas cuan distinta resulta la imagen
del carácter, la profundidad y la insolubilidad del problema de Irlanda del
Norte que se desprende de este análisis respecto a la imagen sugerida por la si-
guiente afirmación de C. L. Sulzberger: «todos son irlandeses y, por consi-
guiente, les encanta pelearse: son hombres formidables que se dejan arrastrar
fácilmente por la pasión [...] Todos los irlandeses, ya sean partidarios del Verde
o del Naranja, se divierten peleándose»47.
En resumen, muchas veces los conflictos étnicos se analizan desde una pers-
pectiva superficial que los atribuye a factores tangibles como la lengua, la reli-
gión, las costumbres, la desigualdad económica u otros. Y, sin embargo, el ver-
dadero germen de esos conflictos es una divergencia en la identidad básica que
se manifiesta en el síndrome de «nosotros-ellos». Y, en última instancia, la de-
cisión de si una persona es uno de los nuestros o de los suyos rara vez depende
de su adhesión a unos u otros aspectos culturales visibles. Esta cuestión es la
que ha dificultado los prolongados y todavía vanos intentos realizados por el
gobierno israelita para definir a los judíos. A efectos políticos y legales, el go-
bierno puede exigir la adhesión a una de las ramas de la religión hebraica
como prueba de que se es judío. Pero, al propio tiempo, el gobierno sabe muy
bien que hay muchas personas que se declaran agnósticas, ateas o que se han
convertido a otra religión y que no por ello son menos judías, en el sentido
más amplio y psicológicamente profundo del término; así como hay personas
que practican la religión hebraica y no son judíos desde el punto de vista ét-
nico. El judaismo ha sido, sin lugar a duda, un elemento importante del nacio-
nalismo judío, como también lo ha sido, en menor medida, el catolicismo en
el caso del nacionalismo irlandés. Pero un individuo —o un grupo nacional
entero— puede desprenderse de todas las manifestaciones culturales visibles
que tradicionalmente se atribuyen a su grupo étnico sin por ello perder su
identidad fundamental de miembro de esa nación. La asimilación cultural no
comporta necesariamente la asimilación psicológica.
1)7
New York Times, 10 de julio de 1970.
1(1
Se encontrarán varias descripciones de esta tendencia en Hans Morgenthau: «The American
Tradición in Foreign Policy», en Roy C. Macridis (comp.): Forrign Policy in World Politics, 3a ed., En-
glewood Cliffs, 1967, p.254, y en Stanley Hoffman: Gnlliver's Tmubles in the Setting of American Fo-
reign Policy, Nueva York, 1968, pp.120-121.
50 Etnonaaonalis,no
de los ríos Mekong, Jordán e Indo, por ejemplo). El Plan Marshall, el Punto
Cuarto, la Doctrina Eisenhower y la Alianza para el Progreso pueden verse
como otros tantos ejemplos de los esfuerzos por modificar actitudes apelando a
los intereses materiales.
La hipótesis de que los asuntos económicos son la fuerza primordial que mol-
dea las ideas y actitudes humanas ha tenido una influencia notable en buena
parte de la bibliografía relativa a la integración política. De manera implícita o
explícita, se sostiene que una minoría étnica no se escindirá de un Estado siem-
pre que su nivel de vida esté mejorando, tanto en términos reales, como en tér-
minos relativos a los demás sectores de la población estatal49. Este pronóstico es
uno más de los que subestiman la fuerza de los sentimientos étnicos y hacen caso
omiso de la evidencia contraria: por ejemplo, por lo que respecta a la cuestión de
la desigualdad económica entre varios grupos, pueden enumerarse varios casos en
que la conciencia étnica de una minoría y su animosidad hacia el elemento do-
minante se acentuaron a la vez que la diferencia en el nivel de ingresos de ambos
grupos se iba atenuando a pasos agigantados. Los flamencos de Bélgica y los es-
lovacos de Checoslovaquia son sendos ejemplos de lo expuesto5". E incluso hay
ejemplos de movimientos separatistas que emanan de un gmpo más aventajado
en términos económicos que el elemento étnico políticamente dominante: los
croatas y eslovenos, de Yugoslavia, y los vascos y catalanes, de España, ilustran
esta situación. En lo relativo al estatus económico objetivo, y no al comparativo,
ya se ha dicho antes que la discordia étnica se ha incrementado en todos los Esta-
dos multiétnicos, fuera cual fuese su nivel de desarrollo económico. Ahora bien,
las consideraciones económicas pueden actuar como revulsivo y reforzar la con-
ciencia étnica; y, tal como se ha apuntado, quienes están más implicados en un
conflicto lo exponen a veces en términos económicos. Pero, cuando rivalizan con
el componente emocional del nacionalismo étnico, ios factores económicos tie-
nen muchas probabilidades de salir malparados. Numerosos nexos coloniales se
han cortado sin tener en cuenta si resultaban o no beneficiosos para el pueblo co-
lonizado. El argumento de que su nación no tiene el tamaño necesario para con-
vertirse en una unidad económicamente viable difícilmente conseguirá disuadir
de su empeño a los separatistas (ya sean anguillanos, eritreos, nagas o galeses)*.
La consigna «Más vale un gobierno nefastamente dirigido por los filipinos que
un gobierno maravillosamente dirigido por los americanos» transmite un mensaje
no por simple menos profundo y de aplicación virtualmente universal.
49
Ya se ha señalado antes que Karl Deutsch sostuvo exph'ciramence esta opinión en 1961. 511
Los afroamericanos de los Estados Unidos son un caso comparable.
* No debiera haberse mencionado a Eritrea, que es un movimiento de carácter más regional que
écnico.
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 51
51
Particularmente significativo para este análisis es el siguiente comentario de Gabriel Al-
mond: «Este optimismo manifiesto es un ingrediente tan compulsivo de la cultura estadounidense,
que los factores que lo amenazan, como el fracaso [...] se desvían del foco de atención y se tratan de
una manera superficial.» (The American People and Foreign Policy, Nueva York, 1961, pp.50-51). Vé
ase también Frederick Hartman, The New Age ofAmerican Foreign Policy, Nueva York, 1970, p,58.
* El Peace Corps es una agencia gubernamental estadounidense creada en 1961, cuyo objetivo
oficial es el envío de voluntarios para ayudar al desarrollo de diversos países del Tercer Mundo (Nota
delaTrad,).
52
Comparemos, por ejemplo, la costumbre estadounidense de animar a los soldados de su país a
que pasen sus permisos en Bangkok, con la costumbre soviética de minimizar la presencia rusa en
Estados como la República Árabe Unida (Egipto). Véase Connor: «Ethnology and che Peace of
South Asia», pp.51-86, con respecto a la influencia de la presencia extranjera sobre la lucha de gue
rrillas, así como a las distintas percepciones que de esa influencia se tienen en Estados Unidos, por
un lado, y en China, la Unión Soviética y Vietnam del Norce, por otro.
Vi
Véase, por ejemplo, el comentario de Karl Deutsh citado anteriormente en la p.34.
Etntmaciunalistiio
52
es así tanto en el caso de que los nacionalistas defiendan la postura de «dos na-
ciones y un solo Estado» como en el de que propugnen la separación política de
facto. Por consiguiente, el nacionalismo negro constituye un objeto válido de
investigación en el área de estudio de la etnicidad como fenómeno global. Pero,
como ya se ha dicho, la asimilación entre los estadounidenses blancos no es un
modelo adecuado para otras situaciones.
El factor clave que singulariza el proceso de asimilación en los Estados Unidos
es que el impulso asimilador procedió en su mayor parte de los grupos sin asimi-
lar y no del grupo dominante. El emigrante típico, excepción hecha del africano,
abandonaba voluntariamente su lar cultural y recorría una distancia notable, tanto
en sentido físico como psicológico, para internarse en un entorno etnopolítico di-
ferente que no presentaba semejanzas políticas o psicológicas notables con su tie-
rra natal. Además, ya perteneciera a una generación o a otra, tanto él como los de-
más inmigrantes de su etnia estaban en franca minoría numérica con respecto a la
población estadounidense dominante, la anglosajonizada. Y aunque bien pudiera
darse el caso de que este emigrante viviera —y que sus descendientes sigan vi-
viendo— en un gueto étnico donde se preservaban su lengua y sus costumbres
originales, el gueto no era lo bastante grande ni reunía las condiciones económicas
necesarias para permitirle realizar sus aspiraciones más ambiciosas, ya fueran de
índole económica, social o política. El emigrante se daba cuenta en todo mo-
mento de que pertenecía a una entidad cultural más amplia que impregnaba y
modelaba el gueto de innumerables maneras56, y sabía que el único medio de sor-
tear los obstáculos más obvios interpuestos en el camino de sus ambiciones era
aceptar la asimilación cultural. Como consecuencia de todo esto, los problemas
étnicos de los Estados Unidos no se han caracterizado fundamentalmente por la
resistencia de las minorías a la asimilación, sino porque el grupo dominante care-
cía de la capacidad o de la disposición necesarias para permitir que la asimilación
se desarrollara al ritmo deseado por quienes aún no se habían asimilado.
En el resto del mundo, el problema de la etnicidad suele ser el contrario,
siendo así que las minorías por lo general perciben que la presión hacia la asi-
milación procede del grupo dominante. Pensemos, por ejemplo, en un franco-
canadiense que vive en la gran provincia de Quebec, predominantemente fran-
cesa. Esa persona habita en su patria étnica, en un lugar poblado por franceses
desde antes de la llegada de les Anglais y cargado de resonancias emocionales.
Allí los angloparlantes y su cultura son intrusos, extranjeros en una tierra fran-
cocanadiense. Es más, la comunidad francocanadiense es lo bastante grande
como para acoger dentro de su ámbito étnico a grandes triunfadores57. En con-
indicador de si el encuestado aspira a la independencia de su nación. Pero no hay que deducir de ello
que los estudios actitudinales sean válidos para determinar esas actitudes. Hay una crítica muy acer-
tada de esos estudios, realizada por un profesional con mucha experiencia en el tema, en Arnold
Rose: Migrants in Europe, Mineápolis, 1969, pp.lOO y passim.
56
Las instituciones y servicios públicos (en especial los colegios), los medios de comunicación
que trascienden al gueto, la publicidad y las elecciones son algunas de las numerosas fuerzas externas
que afectan al gueto.
" La cuestión del tamaño contribuye a explicar por qué suele corresponder a los profesionales un por-
centaje desproporcionadamente alto de partidarios de la separación total. Bélgica, Canadá y Ceilán [Sri
Lanka] ofrecen ejemplos pertinentes. Puesto que en los sociedades menos desarrolladas los objetivos tende-
rán a ser menos ambiciosos, una comunidad menor puede bastar en las situaciones menos modernas.
Utnonacionalismo
54
secuencia respaldado como está por las fuerzas y símbolos de su entorno poco
es lo que anima al individuo a renunciar a su cultura y mucho lo que le lleva a
despreciar y a rechazar la intromisión de una cultura ajena. A diferencia de la
asimilación en Estados Unidos, que, por lo general, ha sido entendida por la
minoría como un acto voluntario, en Canadá, todo cuanto requiera de cierto
grado de asimilación desprende un tufo a coerción física o psicológica58. Esta
reacción es a tal punto universal, que la expresión «imperialismo cultural» se
ha difundido con gran rapidez. Y es una reacción que se refuerza a sí misma,
ya que exacerba la susceptibilidad étnica y lleva a considerar ofensivo lo que
ayer se tenía por inocuo. De tal suerte, las tensiones étnicas se magnifican y las
tenues posibilidades de llevar a cabo la asimilación se desvanecen aún más.
En conclusión, puede decirse que las analogías trazadas con la experiencia
estadounidense suelen ser engañosas. Una cosa es que una proporción relativa-
mente pequeña de personas se alejen voluntariamente de su medio cultural
para incorporarse a un medio político-cultural ajeno donde la asimilación cul-
tural se percibe positivamente, en tanto que requisito indispensable del éxito;
pero es muy distinta una situación caracterizada por la coexistencia de dos o
más grupos grandes que se hacen fuertes en un territorio al que consideran su
patria tradicional y su reserva cultural, Y éste suele ser el trasfondo de la gran
mayoría de los enfrentamientos interétnicos.
" La relación inversa hace que el empleo del término regionalismo resulte un sustituto particu-
larmente inadecuado y peligroso de nacionalismo étnico.
''" Richard Rose se cuenta entre esos especialistas. En 1964, observaba que «la política actual
del Reino Unido está muy simplificada por la ausencia de divisiones importantes con respecto a la
etnicidad, la lengua o la religión [...] La solidaridad del Reino Unido de hoy día puede deberse a un
conjunto fortuito de circunstancias históricas; aún así, es real e importante» {Politia in England, Bos-
ton, 1964, pp.lü y 11). Pero en 1970, la situación se había modificado tan drásticamente que el
profesor Rose publicó un libro con el título de The United Kingdom as a Midti-National State. En la
página 1, Rose cita a A.S. Amery, Samuel Beers, Harry Eckstein, Jean Blondel y S.E. Finet como
ejemplos de escritores que en tiempos recientes no han logrado detectar la importancia potencial de
las divisiones étnicas del Reino Unido. Estos autores no constituyen de ninguna manera una excep-
ción por el hecho de no haber previsto el gran cambio de actitudes que estaba a punto de producirse
en Escocia y Gales. Véase, por ejemplo, el capítulo 1 de este volumen, donde el autor de esta obra
reconocía la fuerza inminente de la idea nacionalista escocesa, pero también la infravaloraba. Véase,
también, J.D. Mackie: A History ofScotland, Baltimore, 1964, pp.367-370, donde un autor escocés
tampoco reconoce la fuerza sumergida pero a punto de aflorar del nacionalismo escocés.
56 Etnonaríonalismo
ello no significa que constituyan un solo Estado. Del mismo modo, la ausencia
de hostilidades entre dos grupos étnicos vecinos no indica la inequívoca presen-
cia de una única identidad transgrupal. Ya hemos señalado que diversos grupos
étnicos pueden coexistir, al menos durante algún tiempo, en el seno de un sola
estructura política. Entre los factores relevantes en este tipo de situaciones cabe
mencionar el grado de conciencia de la propia cultura, la forma en que la mino-
ría percibe la magnitud y el carácter de las amenazas contra la conservación de
su grupo como entidad singular, así como la reputación que el gobierno se haya
labrado al responder con mayor o menor dureza a los actos de «traición». Mas,
en cualquier caso, la coexistencia —aun cuando sea pacífica— no debe tomarse
como prueba de la existencia de una nación única.
El error de interpretación consistente en creer que la falta de conflictos en-
tre los grupos étnicos es un indicador de la unidad nacional no sólo se ha co-
metido con respecto a situaciones pacíficas. Otra apreciación inexacta común
es atribuir una sola conciencia nacional a movimientos militantes que encua-
dran en sus filas a miembros de grupos étnicos diferentes. La conciencia étnica
no se convierte de manera automática en obstáculo para desarrollar una acción
coordinada, o incluso conjunta o integrada, contra un enemigo que se estima
común, ni tampoco una acción en pro de la consecución de un objetivo dese-
ado por todos. Es posible, y ocurre a menudo, que diversos grupos étnicos
marchen bajo el mismo estandarte y coreen las mismas consignas. Ahora bien,
muchas veces se ha cometido el error de identificar esos movimientos conjun-
tos como manifestación de un nacionalismo único que abarca a todos los gru-
pos aliados. En la época de decadencia del colonialismo, por ejemplo, diversos
sectores de la población de la India británica coincidieron en el deseo de libe-
rar al subcontinente del dominio extranjero y el movimiento resultante en pro
de la supresión del gobierno británico se identificó generalmente con el nacio-
nalismo indio (subdividiéndolo a partir de 1930 en dos nacionalismos: el
hindú y el musulmán). Se habría hecho mayor justicia a la realidad si se hu-
biera descrito ese movimiento como una alianza en tiempos de guerra, similar
en muchos aspectos a las que entablan los Estados. Así como las alianzas inte-
restatales tienden a debilitarse gradualmente a medida que la amenaza común
se va desvaneciendo y la consecución del objetivo se ve más próxima, una vez
que los británicos anunciaron su intención de retirarse de sus dominios, los la-
zos interétnicos entraron en un proceso sostenido de deterioro dentro de los
nuevos Estados poscoloniales, Hoy día siguen existiendo movimientos mul-
tiétnicos anticoloniales en el puñado de colonias que aún no se han liberado,
como Angola y Mozambique*. Son asimismo muy frecuentes en una serie de
situaciones poscoloniales en diversas regiones, como Birmania [Myanmar], el
norte de Borneo, Nueva Guinea occidental y en toda la cordillera indochina.
Todas estas alianzas étnicas están compuestas por varios movimientos naciona-
les, mas ninguna coincide con una sola nación. Ahora bien, el que no exista
discordia étnica entre los diversos grupos étnicos —bien porque simplemente
no se enfrentan, bien porque cooperan entre sí— no puede tomarse como
prueba de la existencia de una conciencia nacional común.
* Tanto Angola como Mozambique lograron independizarse a mediados de los años setenta.
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 57
'■' Véanse en el capítulo 1 de este volumen una serie de ejemplos de esta tendencia a confundir
la ausencia de enfrentamientos étnicos con la existencia de Estados-nación en toda Europa Occiden-
tal. Entre quienes han incurrido en este error se cuentan figuras tan notables como John Stuart Mili,
Lord Accon, Ernest Barker y Alfred Cobban; su error de apreciación afectaba, entre otros lugares, al
Reino Unido, a Bélgica, a Suiza y a España. De igual forma, el perspicaz Frederick Engels escribió
en una ocasión: «Los gaélicos de las tierras altas (los escoceses) y los galeses pertenecen sin duda a na-
cionalidades distintas de la británica, pero nadie atribuiría a estos vestigios de pueblos desaparecidos
hace mucho tiempo el título de nación, como tampoco se lo otorgarían a los habitantes célticos de la
Bretaña francesa» (Citado en Román Rosdolsky: «Worker and Fatherland: A Note on a Passage in
the Communist Manifestó», Setenes andSociety, 29, 1965, p.333; énfasis añadido). En su obra más re-
ciente, Nutionalism and Its Alternativa, Karl Deutsch también pone Europa occidental de modelo de
región con Estados bien integrados. Y en ambas ediciones de Nationalism and Social Communkation,
Deutsch afirma que los bretones, los escoceses, los flamencos, las francocanadienses, los francosuizos,
los germanosuizos y los galeses están totalmente asimilados.
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial 59
11. La confusión de los síntomas con las causas. Los textos teóricos sobre
la integración política suelen pecar de optimismo, como ya se ha apuntado an-
tes. Ahora bien, a medida que los Estados de nueva creación demostraban po-
seer una cohesión menor de la prevista, las explicaciones de su desintegración
política han ido menudeando más y más. Pero en muchas de estas explicacio-
nes se toman por causas últimas de la decadencia política algunos de sus sínto-
mas y algunos de los factores de escasa importancia que han contribuido a fo-
mentarla.
Por ejemplo, un estudio sobre la decadencia política en el África subsaha-
riana63, enumera entre sus causas, además del colonialismo y el neocolonia-
lismo,
6)
Christian Potholm: «Politkal Decay in Post-Independence África: Some Thoughts on its
Causes and Cures», ponencia presentada en el Congreso Anual de la New York State Political
Science Association, 1970.
60 Etiumacioiulism
M
Burundi, Camerún, Chad, Congo (Kinshasa), Costa de Marfil, Etiopía, Kenia, Nigeria, Ruanda,
Sudán, Tanzania (Zanzíbar), Uganda y Zambia. El Congo (Brazzaville) también vivió una guerra étnica
en vísperas de su independencia, y, en Ghana, Nkrumah sofocó los movimientos separatistas ashantí y
ewe al comienzo de su gobierno. Los golpes de Estado que tuvieron lugar en Dalio-mey y Sierra Leona
también se justificaron alegando que su propósito era evitar una guerra étnica. En Liberia, el gobierno de
Tubman declaró culpable a un oficial de haber conspirado pata desencade-| nar una guerra civil étnica.
La etnicidad también desempeña un papel importante en la lucha contra I, los portugueses librada en
Angola y en Mozambique, mientras que en el francés Territorio de los Afars y los Issas [Djibouti] también
ha habido violencia étnica.
65
Edward Feit dijo en cierta ocasión que los partidos políticos africanos eran «la prolongación
de las guerras tribales por otros medios». Véase asimismo sus comentarios sobre este asunto en «Mi-
litary Coups and Political Development: Some Lessons from Ghana and Nigeria», World Politia, 20,
b
1968, p.184.
(
* Aunque no haya ocurrido en un Estado africano, el derrocamiento de Norodom Sihanoukes
un ejemplo muy instructivo relativo a una figura muy popular que durante muchos años desempeñó
conscientemente el papel de gran líder nacional (léase «étnico») y fue visto así por el pueblo jemer
de Camboya. Después del golpe palaciego que derrocó a Sihanouk, era esencial para los líderes suble-
vados que la lealtad jemer a Sihanouk se transfiriera sin demora al nuevo gobierno. Con este obje-
tivo el nuevo gobierno difundió una serie de acusaciones contra la personalidad y la historia de Siha-
nouk, a mayoría de las cuales eran falsas o exageradas. Ahora bien, la acusación más efectiva resultó
ser la de que bihanouk había sido «blando con los vietnamitas», al permitir que el Viet Cong y otros
vietnamitas violaran con impunidad el territorio patrio jemer. Esta acusación, unida n la intensiva
campana para fomentar el odio contra la etnia vietnamita, situó a Sihanouk en un dilema: cómo se-
Estudios estadounidenses de la segunda posguerra mundial (¡ 1
¿íuir siendo el paladín del nacionalismo jemer a la vez que entablaba una alianza con Hanoi y el Viet
Cong, una alianza que le era indispensable para oponerse a las fuerzas armadas que el nuevo gobierno
«mboyano reñía a su disposición. Así pues, la esrraregia contra Sihanouk consistió en volver el na-
cionalismo étnico jemer contra quien fuera su mayor líder, acusándole de traidor y de estar promo-
viendo la causa de un enemigo étnico histórico.
CAPÍTULO 3
UN PANORAMA MÁS ACTUAL
EL ETNONACIONALISMO*
11 La confusión de los síntomas con las causas. Principal resultado: las expli-
caciones de la decadencia política se centran en fenómenos secundarios,
como el debilitamiento de los «partidos de masas», en lugar de acudir
a la raíz de las rivalidades étnicas.
12. La predisposición del analista. Principal resultado: la propensión a perci
bir como reales las tendencias que se estiman deseables.
13. La falsa creencia en que los Estados de Europa occidental eran Estados-nación
plenamente integrados. Una serie de destacados teóricos del desarrollo po
lítico sostenían explícitamente que la experiencia de los Estados de
Europa occidental se repetiría en los Estados del Tercer Mundo a me
dida que fueran desarrollándose. De tal suerte, utilizaban a los países
de Europa occidental como modelos de algo que no eran, como prueba
de que los Estados-nación se desarrollarían en el Tercer Mundo.
14. La tendencia a aplicar enfoques académicos convencionales al Tercer Mundo.
Buena parte de los primeros estudios sobre el Tercer Mundo reflejaban
la formación primermundista de los analistas. Las vías de investigación
que venían aplicándose a las sociedades del Primer Mundo se transfe
rían a los Estados tercermundistas. Así pues, numerosos estudios sobre
el Tercer Mundo se consagraban al análisis de las estructuras de los
partidos políticos y a las pautas de voto en los parlamentos estatales,
sin comprender que, en esos países, los partidos políticos se veían mu
chas veces a nivel popular como una prolongación de las rivalidades ét
nicas por otros medios.
15. IM excesiva concentración en el Estado. Muchos de los estudios pioneros so
bre el Tercer Mundo se limitaban a ofrecer el punto de vista de la capi
tal del país, sin prestar atención a la perspectiva de las patrias étnicas.
16. La excesiva concentración en el grupo dominante en el caso de sociedades con un
Staatvolk, como Birmania y Tailandia. Esta tendencia se manifiesta, por
ejemplo, en algunos estudios político-culturales de ámbito supuesta
mente estatal en los que no se hace referencia alguna a la cultura polí
tica de las minorías étnicas, aun cuando éstas representen un porcen
taje significativo de la población.
17. La tendencia de muchos estudiosos a dar prioridad a ¿as explicaciones basadas
m la clase social1. El nacionalismo étnico enfrenta a esos estudiosos con
una grave paradoja, en tanto en cuanto indica que los compartimentos
vemcales que dividen a la humanidad en alemanes, ingleses, ibos,
malayos y demás categorías semejantes generan identidades y leal-
cíoícl^é? P SaS qUe l0S com ardmentos
P horizontales denomina-
***
-■ *«V «» deuda con Myron Weiner por haberme hecho notar esta omisión en mi Hsca.
Un panorama más actual 67
1
Váise el capitulo 4.
(Jnpanorama más actual ¿9
opiniones por considerar que dicha tesis tiene escaso poder explicativo)5. Mas
la principal objeción que debe hacérseles es que no reflejan la profundidad
emocional de la identidad etnonacional ni los enormes sacrificios colectivos
que se han hecho en su nombre. Las explicaciones conductuales que aluden a
grupos de presión, a ambiciones elitistas o a la teoría de la elección racional no
dicen nada en absoluto de las pasiones que mueven a los guerrilleros kurdos,
tamiles y tigrinos, ni a los terroristas corsos, irlandeses, palestinos o vascos.
Como tampoco hablan de las pasiones que desembocaron en las masacres de
bengalíes cometidas por los asameses o en las de punjabíes cometidas por los
sijs. La conclusión es que estas explicaciones tienen poco que decir sobre la
conducta inspirada en el etnonacionalismo.
Entre los estudiosos que demuestran un interés más profundo por las di-
mensiones psicológicas y emocionales de la identidad etnonacional se ha ido
formando un núcleo reducido, aunque cada vez mayor, que define el grupo
etnonacional como un grupo de parentesco. Forman parte de dicho núcleo Jos-
hua Fishman6, Donald Horowitz7, Charles Keyes8, Kian Kwan y Tomotshu
Shibutani9, Anthony Smith10 y Pierre van den Berghe11. Y, curiosamente, Yu
Bromley, uno de los académicos más influyentes en el estudio de la conciencia
nacional en la Unión Soviética, también reconoce la función del parentesco en
la formación de la nación, pese a que esta formulación del nacionalismo se
aleja del marxismo clásico12.
Reconocer el sentimiento de parentesco común que impregna los vínculos
etnonacionales allana varias dificultades. Se logra, por un lado, establecer una
diferencia cualitativa entre la conciencia nacional y las identidades no relacio-
nadas con el parentesco (como las basadas en la religión o la clase), con las que
tan a menudo se ha equiparado. Asimismo, el sentimiento intuitivo de paren-
tesco o de pertenencia a una familia extensa explicaría por qué las naciones
poseen una dimensión psicológica —y emocional— de la que no están dotados
los grupos esencialmente funcionales o jurídicos, tales como las clases socio-
económicas y los Estados.
A diferencia de lo que ocurre en el mundo académico, los líderes políticos
percibieron hace mucho tiempo ese sentimiento de pertenencia a un linaje co-
mún y han apelado a él abiertamente para movilizar a las masas13. Recorde-
5
Michael Hechter, Debra Friedman y Malka Appelbaum: «A Theory of Ethnic Collective Ac-
tion», International Migration Repiew, ló, 1982, pp.412-434. El artículo hace hincapié en la elección
racional como medio de superar las limitaciones explicativas de la estratificación en grupos.
6
Joshua Rshman: The Rise andFall ofthe Ethnic Revival in ihc USA, La Haya, 1985.
7
Donald Horowitz: Ethnic Groups m Conflkt, Berkeíey, 1985.
" Charles F. Keyes: «Towards a New Formulation ofthe Concept of Ethnic Group», Ethniaty, 3,
1976,pp.2O2-213.
9
Kian Kwan y Tomorshu Shibutani: Ethnic Stratifkation: A Combarative Apbroacb Nueva York
1965, p.47.
10
Anthony D. Smith: The Ethnkal Revival, Cambridge, 1981.
1
Pierre van den Berghe: «Race and Ethnicity: A Sociobiological Perspectiva, Ethnic and Ra
cial Stiidies, 1, 1978, pp.401-411.
12
Yu. Bromley: «Echnography and Ethnic Processes», Problems on the Contemhoran World 73.
1978, Moscú.
13
Se encontrará un examen más completo y numerosos ejemplos en el capítulo 8 de este volu
men.
Un panorama más actual -¡\
mos, por ejemplo, cómo Mao Tse-Tung definía en 1938 a los comunistas chi-
nos: «parte de la gran nación china, carne de su carne y sangre de su
sangre»14. O leamos el programa actual del Partido Comunista Rumano,
donde se afirma que el cometido fundamental del partido es defender los in-
tereses nacionales de «nuestro pueblo», una nación «nacida de la fusión de los
dacios [un pueblo antiguo] y los romanos»13. Un artículo publicado en Hungría
en 1982 criticaba a una publicación rumana por promover un «Estado
etnocrático» fundado en «la unidad de una "raza de pura sangre", donde no
tiene cabida la especie rara, el forastero»16. Las apelaciones a «la limpieza de
sangre» y a «la pureza de sangre» cuentan con una larga tradición entre los
políticos castellanos. En África, los líderes yorubas y fangs han fomentado la
leyenda de un origen común, mientras los líderes malayos hacían lo propio en
su país.
Cabría preguntarse por qué los estudiosos han tardado tanto en descubrir
algo que es mayoritariamente sentido por los pueblos y que no había pasado
inadvertido a sus líderes. Entre las razones que pueden dar cuenta de esta si-
tuación se incluyen la incomodidad que lo «no racional» (nótese: no lo irra-
cional) genera en los intelectuales, así como la búsqueda de explicaciones
cuantificables y, por ende, tangibles. Otro factor explicativo es la propensión
a pasar por alto la distinción crucial entre la realidad y la percepción de la
realidad. Diversos estudios de la última generación, a los que se ha hecho
alusión, mencionaban la ascendencia común como uno de los posibles crite-
rios para definir la nación; ahora bien, acto seguido los autores se apresuraban
a negar la importancia de ese factor señalando que es posible demostrar que
la mayoría de los grupos nacionales descienden de varios pueblos. Esto es,
en efecto, un hecho demostrable; pero las conductas no se inspiran en la
realidad, sino en lo que la gente cree que es real. Una nación es un grupo de per-
sonas que se caracteriza por un mito sobre su ascendencia común. Es más,
sean cuales fueren sus orígenes, una nación debe comportarse como un grupo
esencialmente endogámico con objeto de conservar el mito en el que se
funda.
Ya se ha dicho antes que el hecho de que un reducido núcleo de estudiosos
influyentes hayan llegado a reconocer el mito de la ascendencia común como
una de las características definitorias de la nación da pie a previsiones optimis-
tas. Es posible que a lo largo de la próxima década se llegue a profundizar se-
riamente en las dimensiones subjetivas del vínculo nacional. Fishman ya ha
comenzado a explorar esta área, mientras que, en su obra Grupos étnicos en con-
flicto, Donald Horowitz señala que recurrir a la psicología experimental (para
ocuparse tanto de la conducta individual como de la grupal) sería una vía de
investigación fructífera para mejorar la comprensión del etnonacionalismo.
Por su parte, Pierre van den Berghe apunta que los estudios de sociobiología
tienen mucho que aportar al estudioso de la identidad étnica.
Estados
Estados-nación Estados
multinacionales
1. Estados monopatria
2. Estados multipatria
3. Estados sin patrias
Estados de inmigración
Estados mestizos
Pueblos
Prenaciones/naciones potenciales
Naciones
Naciones retoño
Naciones en la diáspora (emigrantes y refugiados)
Miembros de sociedades de inmigración
17
Hans Kühn: The Idea of Nationalism: A Study in ¡ts Orígim and Backgraund, Nueva York, 1944,
pp.IX-X.
74 Etnonacionalimio
La clasificación hasta aquí expuesta en ningún caso debe considerarse nada más
que un esquema rudimentario cuyo propósito es evitar algunas de las analogías
más evidentemente falaces. Mas es un esquema que podría perfeccionarse intro-
duciendo nuevas precisiones. Los pueblos con un territorio patrio podrían, por
ejemplo, subdividirse en otras categorías dependiendo de si su patria coincide
básicamente con el Estado (Suecia), o si sólo comprende una parte del Estado
(Gales), o si está dividida entre varios Estados en los que el grupo étnico en
cuestión es el dominante (el mundo árabe), o si está dividida entre diversos Es-
tados, en uno de los cuales el grupo étnico es el dominante, mientras en otro u
otros es minoritario (las situaciones llamadas irredentistas), o si está dividida
entre varios Estados en ninguno de los cuales el grupo en cuestión es dominante
(los kurdos). Esta y una miríada más de precisiones contribuirían sin duda a
mitigar los fallos del enfoque analógico. Es asimismo evidente que algunos Es-
tados no encajan fácilmente en el esquema anteriormente trazado. Canadá es en
parte un Estado de inmigración (salvo en Quebec) y en parte un Estado multi-
Un panorama más actual 77
LA ACOMODACIÓN DE LA HETEROGENEIDAD
ia Merecen especial mención los estudios de Maurice Pinard sobre Canadá y de Roberc Clark so-
bre España.
Un panorama más actual
7
9
bien, se diría que la norma es que la mayoría de los pueblos con un territorio
patrio están dispuestos a conformarse con la autonomía de su patria. Aun
cuando se reivindica la independencia, las élites del Tercer Mundo, como las
del Primer Mundo, suelen estar divididas entre quienes mantienen esa postura
y quienes declaran su buena disposición para aceptar una simple autonomía
(los baluchis paquistaníes, los kurdos iraquíes, los moros filipinos y los sijs
ilustran este punto). Es más, después de librar violentas luchas en pro del ob-
jetivo declarado de lograr la independencia, algunos grupos han entablado una
relación pacífica con las autoridades estatales una vez que éstas les han conce-
dido cierto grado de autonomía. Por lo general, estos períodos pacíficos se de-
sintegran en una espiral de acusaciones y contraacusaciones sobre si el go-
bierno ha cumplido sus promesas relativas a la autonomía. En el trasfondo de
estos fallos de acomodación suele haber distintos puntos de vista sobre el con-
tenido de la autonomía.
Aunque muchas veces los estudiosos, las autoridades estatales y las élites
etnonacionales tratan la independencia y la autonomía como si fueran dos po-
los alternativos, la realidad es que no lo son. La autonomía es un concepto
amorfo, que abarca una amplia gama de situaciones: desde un grado mínimo
de prerrogativas locales hasta el control absoluto en todos los terrenos, excep-
ción hecha de la política exterior. Puede, por tanto, aplicarse a situaciones que
varían desde la subordinación total al centro hasta la independencia absoluta.
Así pues, autonomía e independencia son términos que tienden a ocultar mati-
ces fundamentales de las actitudes que los miembros de un grupo pueden te-
ner con respecto a sus objetivos.
No es de sorprender que los pueblos etnonacionales tiendan a asimilar los
términos independencia y autonomía. Por su propia naturaleza, los intereses
etnonacionales se dirigen fundamentalmente a acabar con el dominio de quie-
nes no pertenecen al grupo, y no a conseguir libertad para dirigir las relacio-
nes con otros Estados; son una reacción ante las relaciones internacionales, y
no ante las relaciones interestatales. El ciudadano vasco o flamenco de a pie,
como el kurdo o el naga corriente, no se siente particularmente atraído por la
posibilidad de lograr un escaño en las Naciones Unidas o una embajada en
Moscú. En efecto, para la mayoría de los pueblos del Tercer Mundo, la autono-
mía a la que aspiran supondría un retorno, bien al sistema poco cohesionado
de alianzas feudatarias que conocieron fajo los Imperios afgano, chino, etíope o
persa, bien al dominio indirecto que conocieron bajo el colonialismo, sistemas
ambos que supieron acallar las reivindicaciones etnonacionales con mayor efec-
tividad que aquellos que los sucedieron. En resumen, la etnocracia no pasa
necesariamente por la independencia estatal, sino por un grado significativo
de autonomía.
Los descubrimientos relativos a la simpatía popular que despiertan
quienes desarrollan acciones violentas en nombre del grupo nacional tiene
asimismo implicaciones vitales para la estabilidad de los Estados, ya que
explica por qué ha sido posible que algunos movimientos guerrilleros
perduraran durante años y años en circunstancias de abrumadora desven-
taja. Este hecho viene a demostrar el acierto de la afirmación que realizó
Giuseppe Mazzini hace más de siglo y medio: «La insurrección —por me-
dio de grupos guerrilleros— es el método genuino de guerrear de las nació-
l
Vn panorama más actual 81
los fenómenos sociales para explicar los hechos sociales, también debiéramos
emplear un conjunto de factores políticos para explicar otros factores
políticos19.
A MODO DE RESUMEN
Los estudios sobre la heterogeneidad étnica han dado un gigantesco paso ade-
lante en la última década. En consecuencia, nuestro conocimiento de diversos
pueblos y problemas concretos ha mejorado enormemente. Sin embargo, esta
profusión de estudios no ha resultado en un amplio consenso con respecto a la
esencia del etnonacionalismo ni a los medios para lograr su acomodación, aun-
que hay motivos fundados para prever optimistamente que durante la próxima
década se producirán avances sustanciales.
Los consejos que daría para garantizar esos avances son cinco:
[l)
Myron Weiner: «Matching Peoples, Terricories and States: Post-Ottoman Irredentism in che
Balkans and in che Middle East», en Daniel Elazar (comp.): Gaverning Peoples and Territories, Filadel-
fia, 1982,p.l31.
211
Obsérvese, por ejemplo, el empleo que hace Gabriel Almond del término «Estado-nación»
para referirse a todos los Estados, y el de «naciones» cuando habla de los Estados de Orience Medio,
África y Asia. La persistencia en el empleo erróneo de estos términos clave es un claro reflejo, y quizá
parte de la explicación, de la incapacidad de Almond para enfrentarse a los problemas que la hetero-
geneidad étnica plantea al desarrollo político (Almond: «The Development of Political Develop-
ment»).
21
Véase un análisis más detallado en el capítulo 6 de este volumen.
21
Tal como lo expuso un estudioso hace más de cuarenta años: «La historia de la conciencia na-
cional, a semejanza de la historia de la filosofía, no debe limitarse a describir las ideas de un grupo
reducido de personas eminentes sin prestar atención a cuántos seguidores tienen. Como en el caso de
la historia de las religiones, necesitamos saber cuál ha sido la respuesta de las masas ante las diferen-
tes doctrinas» (Walter Sulzbach: National Consciousness, Washington (D.C.), 1943, p.14).
SEGUNDA PARTE
EL CAOS TERMINOLÓGICO
Los motivos por los que tantos estudiosos no han logrado prever la resisten-
cia a la que de hecho ha tenido que enfrentarse la integración del Estado son
múltiples. En otro lugar, el autor de esta obra ha hecho una lista de doce moti-
vos que se solapan y se refuerzan4, lista que sin duda podría prolongarse. Mas
el propósito de este capítulo es exponer que el factor fundamental que da
cuenta de la divergencia entre las expectativas de los estudiosos y la realidad
de los hechos ha sido que la naturaleza del nacionalismo no ha llegado a com-
prenderse.
El error básico de los estudios académicos sobre el nacionalismo ha sido la
tendencia a equiparar el nacionalismo con el sentimiento de lealtad al Estado y
no con la lealtad a la nación. Esta confusión ha hecho que los estudiosos supu-
sieran que la relación entre nacionalismo e integración estatal es funcional y
constructiva, en lugar de disfuncional y destructiva. Y como hay un acuerdo
general sobre el hecho de que el nacionalismo sigue siendo un factor motiva-
cional poderoso y dominante, se ha considerado que el vínculo del naciona-
lismo con el Estado garantizaría la victoria de este último sobre todos los ele-
mentos que rivalizan con él para lograr la lealtad de los habitantes del Estado.
El error de equiparar nacionalismo con lealtad al Estado deriva de una en-
fermedad terminológica general que afecta al estudio de la política global. Se-
ría difícil nombrar cuatro palabras más esenciales para la política mundial que
Estado, nación, Estado-nación y nacionalismo. Pero, pese a su relevancia, estos
cuatro términos han estado envueltos en la mayor ambigüedad debido a su uso
impreciso, incoherente y, muchas veces, totalmente erróneo. En 1939, un estu-
dio del nacionalismo realizado por el Royal Institute of International Affairs
señalaba que «entre las dificultades que pesan sobre el estudio del "naciona-
lismo", el lenguaje ocupa la primera posición»5. Y durante las cuatro décadas
transcurridas desde entonces, la selva lingüística en la que está inmerso el con-
cepto de nacionalismo no ha hecho sino espesarse.
Resulta especialmente paradójico que se tolere el empleo erróneo generali-
zado de los términos esenciales en una época en que tantas autoridades de la
disciplina que nos ocupa han hecho hincapié en la necesidad de emplear un
vocabulario más preciso y científico. Karl Deutsch ha elogiado los grandes
avances realizados en este sentido:
1
Véase el capítulo 2 de este volumen.
5
Natiotialism: A Repon by a Sttidy Group of Members of tbe Royal lnstitute of International Affairs,
Londres, 1939, p.xvi.
El caos terminológico 89
bros, lo distingue de una forma fundamental del resto de los pueblos. La natu-
raleza de ese vínculo y sus fuentes continúan siendo oscuros e inaprensibles, y
la consecuente dificultad de definir la nación suele ser reconocida por quienes
abordan dicha tarea. Por ello, un popular diccionario de Relaciones Interna-
cionales describe así la nación:
Un grupo social que comparte una ideología común, unas instituciones y cos-
tumbres comunes, así como un sentimiento de homogeneidad. Es difícil definir la
«nación» con suficiente precisión para distinguirla de otros grupos, como las
sectas religiosas, que presentan algunas características similares. Ahora bien, en
la nación también está presente un fuerte sentimiento grupal de pertenencia, aso-
ciado con un territorio concreto que el grupo considera singularmente suyo8.
" Jack C. Plano y Roy Olton: The International Relations Dktionary, Nueva York, 1969, p.H9;
énfasis añadido. [La cuarta edición, publicada en 1988, no introducía cambios sustanciales en las de-
finiciones de nación y de nacionalismo]
,
q¡ Etnonacionaiismo
Sabemos que para transformar el glorioso futuro en una China nueva, indepen-
diente, libre y feliz todos nuestros compatriotas, todos y cada uno de los devo-
tos descendientes de Huang-ti [el legendario primer emperador de China] de-
ben participar resuelta e implacablemente en una lucha concertada [...] Nuestra
gran nación china, con una larga historia a su espalda, es inconquistable9.
« Conrad Brande, Benjamín Schwartz y John Fairbank: A Dommentary History of Chínese Commu-
msm, Londres, 1952, p.245; el texto entre paréntesis es un añadido.
ki ■■'¡■'i/*íüf WebCr Señ,a'a ?Ue <<d concePto de "nacionalidad" [o "nación"] comparte con el de "pueblo {Vote)
—en sentido étnico"— la vaga connotación de que todo aquello que se siente tener claramente en
común debe derivar de una ascendencia común» (Weber: Ecmomy and Soriety, «1. por Guenther
Roth y Claus Wittich, Nueva York, 1968, vol.l, p.395). Una antigua definición europea de nación,
aunque pretendidamente humorística e irónica, y citada por Karl Deutsch en ese sentido, viene a
" Como ejemplo reciente del uso negligente del término nación véase Jill Johnscon: Lesbia»
Nafran: The Feminist Solution, Nueva York, Simón and Schuster.
'- Raymond Williams: Keyuvrds: A Vocabulary of Culture andSociety, Nueva York, 1976, p.178.
Etnonacionalismo
* En la brillante obra de Eligen Weber: Peasants intn Frenchmen: The Modernizathm of Rural
Irance. 1870-19l-í Stanford, 1976, se demostraría más adelante que, en su inmensa mayoría, los ha-
bitantes de I-rancia no llegaron a adquirir la conciencia de ser franceses hasta mucho después de la
Revolución francesa.
" LouisJ Halle: Cbilizatim,andFomgtt Policy, Nueva York, 1952, p.lü. Véase otro ejemplo ele
la costumbre de denominar Estados-nación a los Estados, referido al Reino Unido y a la Unión So-
v.rt.ca, en Dunkwart Rustow: A WovldofNathm, Washington (D.C.), 1967, p.30. Vémse asimismo
os coméntanos hnales de Rustow: «Más de 130 naciones, reales o así llamadas, realizarán su contri-
voU¡mer! " ^ *** <P'282>- V&nSe °tr0S e)emPlos en el «PÍCLll« ~? de este
<■' Por nación potencial se entiende un grupo de personas que parecen cumplir todos lo S requi-
1 n?T US Pilra.ai,nvert.irse ™ .™?ion pero que aún no han desarrollado la conciencia de idln-
£1 du™ Z "' i* C°nV1CC1Ón C'e qU£ SUS destin0S están entrelazados. Los antropólogos
.suL.fti. denommar a estos colectivos «grupos etnolingüísticos». El sentimiento básico de identid-.d
£xr£:
nadadle"
:ie íz* :st:rsTid'?a«'la™lr«frecen
iudotc den
lidad a k ( iii
' diversos
™ ejemplos
* ™«" ^»° i St
de este tipo de pueblos pre-
El caos terminológico 93
' Esta estadística también se ha recogido en el capítulo 2 y el único propósito de repetirla aquí
es subrayar la notable heterogeneidad étnica de los Estados.
11
Un examen aleatorio de los libros sobre política mundial publicados en Estados Unidos y
concebidos como libros ele texto universitarios proporciona una amplia documentación sobre los
efectos que el uso erróneo de la terminología ha ejercido sobre la disciplina. Además de la miríada de
títulos que se limitan a recoger las expresiones relaciones internacionales a politice! ititernaciimal, o las
contienen, hay otros ejemplos tan conocidos como «Política entre naciones» (Politia Amimg Neitions),
«La potencia de las naciones» (The Might nf Nalitins), «Naciones y hombres» (Naliom and Ale»), «La
inseguridad de las naciones» (The Inseairity uf Nutiuns), «Cómo se comportan las naciones» (How
Naliom Behcive) y «Juegos en que las naciones compiten» (Gantes Nalimis Play). Otro ejemplo nos lo
ofrece la asociación profesional estadounidense llamada International Studies Association: su razón
de ser oficial, tal como se expone en los primeros números de su revista, es que la organización «está
consagrada a fomentar el desarrollo ordenado del conocimiento relativo al impacto de unas naciones
sobre otras».
„/ Etnonacionalistno
18
Véase G. de Bertier de Sauvigny: «Liberalism, Nationalism, and Socialism: The Birth of
Three Words», The Revimv ofPolttics, 32, 1970, particularmente las pp.155-161.
El caos terminológico 97
ETNICIDAD (ETHNICITY)
Etnicidad (identidad con el propio grupo étnico) es, cuando menos, un término
más camaleónico que nación en cuanto a su capacidad de definición. Deriva de
Ethnos, la palabra griega que designaba a la nación en el sentido original de
grupo caracterizado por una ascendencia común. En consonancia con esta eti-
mología, surgió un consenso general sobre el hecho de que grupo étnico se re-
fiere a una categoría humana básica (es decir, no a un subgrupo). Es de lamen-
tar, sin embargo, que los sociólogos estadounidenses terminaran por emplear
grupo étnico para referirse a «un grupo con una tradición cultural común y un
sentimiento de identidad, que existe como subgrupo de una sociedad más am-
plia»21. Esta definición convierte la expresión grupo étnico en sinónimo de
minoría y, en efecto, en Estados Unidos se ha empleado en el estudio de las re-
laciones grupales para referirse prácticamente a cualquier minoría discernible,
ya sea de carácter religioso, lingüístico o cualquier otro.
La definición de grupo étnico acuñada por los sociólogos estadounidenses
no respeta su significado original al menos en dos aspectos importantes. En
21
George Theodorson y Achules Theodorson: A Modern Dictimary of Sociology, Nueva York,
1969, p.135. Véase una definición similar en la entrada «Ethrüc Groups» realizada por H. S. Morris en
The International Uncyctopedia ofthe Social Sciences, Nueva York, 1968.
El caos terminológico 99
Pero la costumbre mucho más común de usar etnicidad para denominar di-
versos tipos de identidad ejerce un efecto más pernicioso, ya que al agrupar
varias identidades en una sola categoría se da por supuesto que son de la
misma clase. Cuando analicemos más adelante los términos primordialumo y
pluralismo nos detendremos a examinar con mayor detalle las consecuencias
adversas de esta premisa, limitándonos ahora a señalar que la premisa en cues-
tión impide que se plantee la pregunta fundamental de cuál entre las diversas
identidades de una persona tenderá a salir victoriosa en una competición de
lealtades.
Los antropólogos, los etnólogos y quienes realizan estudios comparativos de
ámbito mundial han solido emplear con mayor frecuencia etnicidad y grupo ét-
nico en su sentido original, es decir, para designar a grupos que creen tener una
ascendencia común24. Max Weber, por ejemplo, señalaba que:
24
Véase, por ejemplo, Tomotshu Shibutani y Kian Kwan: Etbnic Stratification: A Compartít¡ve
Approach, Nueva York, 1965, p.47, donde se dice que grupo étnico es aquél que está compuesto por
«quienes se consideran a sí mismos semejantes en virtud de su ascendencia compartida, real o ficti
cia, y a quienes también los demás ven de esa forma».
25
Max Weber: Economy andSociety, p.389.
2Í1
Véase la nota 10 de este capiculo.
n Weber: Economy and Snciety, p.923.
100 Etnonadonalismo
PRIMORDIALISMO (PRIMORDIALISM)
" Se encontrará una afirmación inusitada sobre cómo los estudios modernos han logrado
desentrañar en gran medida el nacionalismo en el New York Times del 16 de marzo de 1971,
donde hay una prepublicadón crítica de un estudio de Karl Deutsch, John Platt y Diter Seng-
aas c,llc enumera los que en opinión de los autores, son «los 62 logros principales obtenidos
cuant'ru vnCm,S|S0C1 * l^ '" T^'"* desde 1900l>- Hntre ell°s. se fluyen «los modelos c mXT 1
, nac 7 :ll ' s ™ y de la integración (estudios matemáticos de las reacciones na-
««S S"& y i967XC0'ese avance se debe a K-Deutsch'B- Russett yR-L- M«ri»' yse
t<.d.1ievidencher!°,Lnterranre '? COnstitu>'en los vas»s. Aunque su nivel de nacionalismo es con
Íñ^r nZl "nf',S°n d gRrUp° n° CM[ellano de EsPaña ™nos interesado en exigir que k
d SZ rl ZZNI" 7r ' aC,Td qU6dÓ refleiada en una enaiesta cir'ld" P°r Milton
sklaS"M síS tn W ' "■' A ^ St"dy m Eénk N~^«. «sis doctoral, Univer-
El caos terminológico 103
2. El segundo factor que fomenta la tendencia que nos ocupa es que los
miembros de una nación tienden a destacar sólo uno de sus atributos
para simplificar la descripción del complejo conjunto de criterios que
los distinguen de otros grupos. Así pues, para los habitantes de Irlanda
del Norte de extracción escocesa e inglesa, los irlandeses son «católi
cos». Y el proceso inverso les convierte en «protestantes». Por ello, es
fácil que el observador incurra en el error de pensar que un problema
basado en diferencias relativas a la identidad nacional fundamental no es
más que una cuestión religiosa33.
3. Un tercer factor contribuyente es esencialmente psicológico y más difí
cil de documentar. Las personas implicadas en un conflicto entre identi
dades nacionales parecen sentir la necesidad de expresar o explicar sus
reacciones emocionales ante el otro grupo de una forma más «lógica» y
concreta. La convicción o el sentimiento de singularidad que crea un abismo
entre ellos debe traducirse a unos términos más tangibles, como puedan
serlo las diferencias de religión, de costumbres o de dialecto. Un fenó
meno claramente relacionado con este aspecto es la necesidad aparente
mente general de «justificar» los prejuicios (es decir, las reacciones emo
cionales ante estímulos foráneos) atribuyendo al otro grupo rasgos
diferenciadores que se perciben con facilidad, o que se perciben errónea
mente con facilidad.
í!
Al revés de lo que afirman la mayoría de los estudios, los dos bandos del conflicto no se consi-
deran irlandeses. Una encuesta indica que menos del 50 por ciento se consideran irlandeses. Véase
más información en los capítulo 2 y 7 de este volumen.
El caos terminológico 105
TRIBALISMO (TRIBALISM)
ifl
Rupert Emerson: From Entpire to Nution, Boston, 1960, pp.95-96.
,..(■ Etnonacionalhmo
estos colectivos ejercen sobre los individuos. Llamar a esta atracción tribalismo,
a la vez que se reserva el término nacionalismo para referirse a la adhesión a
los nuevos Estados, es un reflejo, a la par que un refuerzo, de la premisa de
que, con el tiempo, la lealtad del individuo terminará inexorablemente por
transferirse de la unidad subordinada (que en realidad es la nación, aunque se
llame tribu) al todo (que en realidad es el Estado, aunque se denomine
nación).
También refuerza esta premisa el hecho de que el término «tribu», además
de transmitir la idea de un estatus subétnico, también connota popularmente
un estadio primitivo de desarrollo de la organización humana. Las tribus célti-
cas y germánicas acabaron por ser absorbidas por una unidad nacional transtri-
bal. Y, por analogía, puede suponerse que las «tribus» africanas terminarán
siendo absorbidas por, pongamos por caso, la «nación nigeriana». Se entiende,
en consecuencia, que el tiempo está de parte de los Estados, y que son ellos, y
no las tribus, los que dominarán el futuro.
Hay un último problema relativo al significado del término tribu tal como
se aplica al África no árabe. La mayoría de los grupos étnicos bien definidos a
los que se denomina tribus están, en realidad, organizados sobre una base mui-
dtribal. Así pues, la terminología al uso suele describir de la misma forma a
los grupos subordinados y a los grupos principales. Esta doble utilización del
término tribu convierte en una empresa arriesgada hacer previsiones generales
sobre la probabilidad de que todas las unidades denominadas tribus lleguen a ser
absorbidas por entidades mayores. El aumento de los contactos entre unidades
étnicamente subordinadas tenderá a fomentar la toma de conciencia de lo que
tienen en común, potenciando el surgimiento de la idea de nación. Pero no se
puede presuponer que el aumento de los contactos entre grupos étnicos dife-
rentes tendrá el mismo efecto.
REGIONALISMO (REGIONALISM)
17
Véase Werner Feld: «Subnational Regionalism and the European Communky», Orbis, 18,
1975, pp.l 176-1192; en este artículo se agrupan los movimientos etnonacionales (como los de Bre-
taña, Córcega, Escocia y Gales) con el localismo (como el que demuestran algunos Icinder alemanes)
en la categoría de «regionalismo subnacional». La consecuencia es que se establecen comparaciones
equívocas entre fenómenos diferentes. Se encontrará una descripción del nacionalismo escocés como
si fuera un movimiento regionalista —con la consecuente infravaloración de su fuerza— en John
Schwarcz: «The Scottish National Party», World Palitks, 22, 1970, pp.496-517, y particularmente
la p.515, donde el autor habla de la «identidad regional». Véase asimismo Jack Haywood: The One
and Indivisible French Republic, Nueva York, 1973, pp.38 y 56, donde se denomina regionalismo al
movimiento bretón. No se hace la menor referencia al etnonacionalismo, ni tampoco a otras mino-
rías étnicas de Francia. Puesto que el término región implica la existencia de un todo mayor, la indi-
visibilidad de Francia queda garantizada (tal como lo indica el título). Los planes de «regionaliza-
ción» de los últimos tiempos, orientados a descentralizar la administración, probablemente han
reforzado la tendencia a denominar regionalismo a los movimientos etnonacionales de Francia e Italia.
En ambos casos, es frecuente que la demarcación de las nuevas regiones coincida con bastante
exactitud con la distribución de los grupos étnicos.
iH
Se observa una manifestación de esta identidad regional peculiar al comparar las distintas
constituciones de los Estados. En tanto que las constituciones de la mayoría de los Estados árabes
afirman que su población pertenece a la «nación árabe», las constituciones de Marruecos y de Túnez
omiten esa expresión y hacen hincapié en que su Estado forma parte del «Gran Magreb». Otra ma-
nifestación de regionalismo es la atenuación progresiva de las reacciones emocionales provocadas por
el «principal enemigo» de los árabes, Israel, a medida que se avanza hacia el Occidente árabe. El
presidente Burguiba de Túnez pudo recomendar hace muchos años que los Estados árabes reconocie-
ran a Israel sin levantar grandes iras en su país. Que un dirigente de Oriente Medio adoptara una
postura similar sería una locura.
108 Etnonacwnalismt
COMUNITARISMO (COMMUNALISM)
LOCALISMO (PAROCHIALISM)
w
Si se desea más información, véase Connor: «An Overview of the Echnic Coniposition and
Problems of Non-Arab Asia».
■!1) Véase, por ejemplo, Robert Melson y Howard Wolpe: «Modernizntion und the Policics of
Comrnunalism: A Theoretical Perspeccive», American Política! Science Review, 64, 1970, pp.1112-
1130. Véase también E H. H. King: TheNew Malayan Natioti: A Study of Cammutialtsm andNationa-
&w, Nueva York, 1957.
— — — - — ""vutttfj
lidad entre el Estado y la nación, que acerca del fenómeno nacional41. Indica
asimismo que es escasamente probable que a continuación se realicen un análi-
sis y una evaluación desapasionados del vínculo nacional.
SUBNACIONALISMO (SUBNATIONALISM)
41
Aunque no tengan per se una carga de prejuicios tan grande, otros términos que se utilizan
con frecuencia, como particularismo, también revelan las inclinaciones estatalistas del autor.
42
Véase, por ejemplo, Víctor Olorunsok (comp.): The Politks of Cultural Stib-Nattmalism in
África, Garden City (Nueva York), 1972. Véase también Feld: «Subnational Regionalism and che
European Communiry».
El caos terminológico 111
La afirmación más simple que puede hacerse con respecto a la nación es que es un
conjunto de personas que se sienten nación; y es posible que, una vez realizados
todo tipo de elaborados análisis, esta afirmación sea asimismo la conclusión final.
Para avanzar más, hay que tratar de diseccionar la nación y examinar por sepa-
rado, después de aislarlos, los diversos factores y elementos que parecen haber
contribuido más al surgimiento de la creencia en la identidad común que está en
la raíz de la nación, la creencia en la existencia de un importante «nosotros» na-
cional que se diferencia de todos los otros que componen el «ellos» extranjero.
Pero este proceso es necesariamente demasiado mecánico, ya que el nacionalismo,
al igual que otras emociones profundas como el amor y el odio, es algo más que la
suma de las partes que son susceptibles de ser analizadas fría y racionalmente11.
" Ladis Kristof: «The State-Idea, the National Idea and the Image of the Facherland», Orbis,
11, 19ó7,p.255.
■1'1 Emerson: Empire to Nation, p.102.
CAPÍTULO 5
ILUSIONES DE HOMOGENEIDAD
servir para que ninguna chispa prendida por las guerras de otras regiones
del globo sea arrastrada sobre los anchos océanos que nos separan de ellas, y
así será3.
Una vez que la América española logre la independencia, y sea cual fuere el
tipo de gobiernos que en sus territorios se establezcan, es indudable que estos
gobiernos estarán imbuidos de un sentimiento americano y guiados por una
política americana. Acatarán las normas del sistema del Nuevo Mundo, del
que forman parte, que es distinto del de Europa4.
* De uaa carta a su amigo Alexander von Humboldt (Citada en Dexter Perkins: A History ttf
ihe Motiroe Doctrine, Boston, 1963, p.22; énfasis añadido). Puede suponerse que !a afirmación en
cuestión refleja adecuadamente las convicciones de Jefferson, puesto que no se concibió para ser pu-
blicada.
4
Discurso del 24 de marzo de 1818 (Citado en Perkins: A History oftbe Matine Doctrine, pp.3-4;
énfasis añadido).
' Frederick Merk: Manifest Destiny, Nueva York, 1963, pp.16 y 28.
lié Ettionaríonalisnio
6
Perkins: A Histoiy ofthe Monroe Doctrine, p.149; énfasis añadido.
7
Mensaje anual del presidente Roosevelt al Congreso de los Estados Unidos, 6 de diciembre de
1904, recogido en William Williams (comp.): The Shaping of American Diplomacy, Chicago, 1956,
p.53O,
8
Fareign Assistame Act de 1962, Título VI: Alianza para el Progreso, sec.251, pár.(a); énfasis aña
dido.
Ilusiones de homogeneidad 117
istmo ha tenido en las relaciones entre los Estados del hemisferio Occidental ha
venido dada por el canal de Panamá, una obra de ingeniería que lo recorre de
Este a Oeste, y no por su continuidad de Norte a Sur. Los contactos entre Esta-
dos Unidos y otros Estados americanos situados al sur se han realizado funda-
mentalmente por mar y, en lo que concierne al tráfico de pasajeros en los últi-
mos tiempos, por medios aéreos, pero prácticamente no ha habido contactos
por tierra. Ahora bien, ¿podrían los Estados Unidos invocar una relación
«única» y «especial» con, pongamos por caso, Argentina, si ambos Estados es-
tuvieran «separados por el océano» en lugar de estar «conectados por tierra»?
' Algunos datos sugieren que la civilización del Tigris-Eufrates puede ser anterior a la del
Nílo.
118 Etnonacionalismo
2. Las relaciones por vía marítima y fluvial han sido mucho más impor
tantes, tanto en términos cualitativos como cuantitativos, que las rela
ciones por tierra. Así, las -migraciones por vía terrestre ocurridas a lo
largo de la historia solían ser hechos aislados, pues las rutas que se
guían no se constituían en canales permanentes de intercambio entre
las culturas situadas en el punto de origen y el de llegada de la migra
ción. Por otro lado, los grandes imperios terrestres, como el de la
Horda de Oro, tuvieron una influencia poco duradera en los pueblos
que habitaban los confínes de sus dominios10. La influencia cultural
china se mantuvo en las llanuras fluviales y costeras, pero apenas se
hizo notar en los pueblos del sur de China, en el Tíbet, en Sinkiang y
en Mongolia. Las culturas portuguesa y española ejercieron una in
fluencia duradera en los diversos pueblos sudamericanos que vivían de
cara a las costas, pero su impacto fue mucho menor entre los pueblos
de tierra adentro. En efecto, la influencia de la cultura castellana en los
pueblos costeros y fluviales de los territorios sudamericanos dominados
en su día por España fue mayor que la que tenía sobre los vascos y los
catalanes, ubicados en la propia península Ibérica. Viene esto a demos
trar que la relación entre el transporte por vía fluvial y marítima y la
aculturación que se ha señalado con respecto al Asia meridional no era
un fenómeno exclusivo de esa región.
3. Los contactos por vía marítima y fluvial han sido decisivos en numero
sas regiones donde apenas se establecían comunicaciones entre zonas te
rritoriales adyacentes.
II
'" Si, como suele creerse desde hace largo tiempo, los primeros incas no eran navegantes, el Im-
perio inca sería una excepción; pero algunos descubrimientos recientes de piezas de cerámica plan-
tean serias dudas con respecto a esa suposición. Véase el artículo de Walter Sullivan en el Neiv York
Times del 1 de junio de 1969, y una descripción de un viaje realizado en una embarcación de juncos
enere Perú y Panamá en el New York Times del 22 de junio de 1969-
j2Q Etnonacionalismo
veintidós veces más caro; y el transporte en camión, setenta y cinco veces más
caro11*.
A pesar de la proliferación de diversas redes de transporte terrestre, la cifras
citadas demuestran con toda evidencia que el transporte por vía acuática sigue
siendo el método preferido para el traslado de mercancías de gran volumen
siempre que sea posible utilizarlo12. Ilustra esta preferencia el hecho de que el
70% del tonelaje que entra y sale de los puertos de Estados Unidos procede
del comercio interior**. De igual forma, en términos funcionales aunque no
políticos, estaría justificado considerar el Canal de Panamá como una vía de
comunicación interna, siendo así que la sexta parte de los barcos que lo cruzan
van de una costa a otra de los Estados Unidos***. San Francisco mantiene estre-
chas relaciones comerciales con Nueva York por vía marítima, pese a que la
distancia navegable que separa ambas ciudades es mayor que la distancia te-
rrestre que media entre ellas, así como mayor que la distancia que hay entre
Nueva York y Río de Janeiro o Estambul, y que la distancia de San Francisco a
los puertos de Japón y de Corea. La misma ventaja comparativa explica por
qué el transporte de mercancías entre Alaska y el grupo de los otros cuarenta y
ocho estados situados al sur de Canadá se realiza básicamente como si ambos
territorios fueran sendas islas. También confiere cierta realidad al desliz en que
incurren algunos escritores y oradores de tanto en tanto al denominar a esos
cuarenta y ocho estados «los Estados Unidos continentales», en contraposición
1
John Alexander: Economk Geography, Englewood Cliffs (Nueva Jersey), 1963, p.347.
* Estos costes comparativos se modifican sustancialmente a lo largo del siguiente cuarto de si-
glo. En 1987, James Morris afirmaba que los cargueros de servicio irregular transportaban mercan-
cías por «un uno por ciento del coste del transporte aéreo, un cinco por ciento del transporte en ca-
mión y un diez por ciento del transporte ferroviario» («America's Stepchild: The Maritime World»,
Wihon Quarterly, 11, 1987, p. 118). Así pues, aunque el transporte marítimo había conservado sus
ventajas de ahorro, las diferencias de coste con respecto a los camiones y a los trenes habían descen-
dido significativamente. Este cambio se debía a la nueva tecnología, incluidos los transbordadores y
la adopción a escala mundial de contenedores de tamaño estándar para el transporte de grandes car-
gamentos (que permiten trasvasar rápidamente el cargamento entre los barcos, los camiones y los
trenes).
12
La distancia, claro está, debe ser bastante grande para que compense el coste y las molestias
de trasladar las mercancías de un camión o un tren a un barco, o viceversa. Si el viaje es relativa
mente corto, las ventajas del transporte directo por ferrocarril o carretera entre el punto de origen y
el de destino serán de mayor peso que la reducción del gasto por tonelada y kilómetro del transporte
en barco. Esto explica la gran pérdida de importancia relativa sufrida en los últimos años por el
transporte intraestatal en barco.
Debido sobre todo al cambio de los costes comparativos, esta cifra había descendido del 70%
al 51% en 1989 (Extrapolada de la tabla 1060 del US Bureau of the Census: Statistkal Abstract of ée
United States: 1992, Washington (D.C.), 1992).
El notable aumento del tamaño de los barcos (tanto de los cargueros contenedores como de
los grandes buques cisterna) ha restado importancia al Canal para el comercio estadounidense, puesto
que se ha multiplicado el porcentaje de buques demasiado grandes para el sistema de esclusas del Ca-
nal. Ahora bien, en lo que al transporte del petróleo de Alaska a la costa Este se refiere, el hecho de
que el istmo sea muy estrecho sigue siendo importante; como se ha construido un oleoducto en para-
lelo al Canal, el transporte marítimo de este producto sólo se ve interrumpido por una estrecha franja
de tierra. En contraste, como resultado tanto de la revolución de los contenedores como de las pro-
longadas esperas para atravesar el Canal —a las que se ven sometidos incluso los navios de menor to-
nelaje—, éste ha ido cediendo terreno al transporte por carrerera entre la costa Oeste y la costa Este
de EE UU (particularmente algunos cargamentos, como los vehículos de motor de fabricación japo-
nesa). La repetida propuesta de construir un canal al nivel del mar con objeto de reconducir el tráfico
comercial hacia el istmo está sujeta a controversia, tanto en Japón como en los Estados Unidos.
Ilusiones de homogeneidad 121
13
Entre los ejemplos recientes pueden citarse las fuerzas de ocupación aliadas tras la Segunda
Guerra Mundial, los trasvases de población de rusos y ucranianos a Kazajstán y a otras regiones asiá-
ticas de la Unión Soviética, el establecimiento de chinos en Sinkiang y el Tíbet, y la presencia de Es-
tados Unidos en Vietnam del Sur y Tailandia.
Ilusiones lie homogeneidad 123
15
El ejemplo reciente más conocido de la confianza depositada en el futuro del transporte marí
timo tal vez sea el que nos ofrece una corporación privada, la Humble Oil and Refining Company,
que en 1969 se embarcó en un proyecto de 30 millones de dólares para demostrar la viabilidad de
establecer una ruta marítima abierta durante todo el año a lo largo de la costa norte del continente
norteamericano. El proyecto se justificó alegando que se lograría un ahorro inmenso al transportar el
petróleo directamente en barco desde la vertiente norte de Alaska hasta los puertos de la costa Este
de los Estados Unidos. Se estimó que la alternativa de llevar el petróleo hasta los barcos a través de
un oleoducto que recorriera Alaska de Norte a Sur elevaría el precio final de entrega de 0,96 dólares
a 1,81 dólares por barril. Véase el New York Times del 18 de agosto de 1969.
16
Véase, por ejemplo, Albert Wohlstetter: «Illusions of Distance», Foreigti Affairs, 46, 1968,
p.248.
124 Etnonacionalism
nes coloquiales, el motivo es que ambas zonas vienen disfrutando de una rela-
ción intracultural muy intensa desde hace largo tiempo. En esos casos, la radio
se limita a intensificar una relación preexistente, pero no la crea. Cuando, por el
contrario, las lenguas o dialectos son distintos, los locutores de la radio corren el
riesgo de llamar la atención sobre los rasgos diferenciadores en lugar de sobre las
características compartidas, y eso suponiendo que se le comprenda. Si los pro-
gramadores deciden realizar las emisiones en la lengua o dialecto local, cabe
plantearse si las comunicaciones están reforzando los contactos interculturales o
la conciencia de la propia especificidad cultural. Los transistores diseminados
entre las tribus del norte y el nordeste de Tailandia han sido el medio del que se
han valido Pekín y Hanoi para subrayar, en emisiones realizadas en el dialecto
local, las diferencias y conflictos que separan a los radioyentes del grupo tai do-
minante. Bangkok desarrolla una contraofensiva emitiendo programas en las
lenguas locales. ¿Cabe realmente hablar de asimilación vía radiofónica en una si-
tuación de esta índole? ¿O sería más adecuado señalar que la reducción de la dis-
tancia comunicativa está aumentando la distancia cultural?17.
III
17
Este tema se trata con mayor detalle más adelante.
Ilusiones de homogeneidad j 25
IV
Cabría anticipar que, de todas las expresiones que denotan una unidad con-
tinental, la de continente «europeo» sea la que más responde a la realidad.
Durante muchas generaciones, el «continente» ha significado la Europa conti-
nental para la cultura anglosajona y a quien exhibe costumbres de estilo euro-
peo se le califica de «continental». El tan mentado legado común grecorro-
mano sería la base de una amplia integración cultural. Mas, ¿cómo reconciliar
este concepto de «europeidad» con los últimos doscientos años de la historia
de la región? Ninguna zona de tamaño semejante ha dado tantas y tan profun-
das muestras de disensiones, reflejo de grandes recelos y rivalidades entre las
naciones. No es posible reconciliar la realidad con las ideas porque el concepto
de una cultura europea única es ficticio y la realidad está formada por múlti-
ples lenguas, dialectos, creencias religiosas y otras manifestaciones culturales
diversas. El menor de los continentes multiestatales es increíblemente variado;
el hecho de que estuvieran conectados por tierra no ha servido para germanizar
a los franceses ni para afrancesar a los alemanes. Aunque se ha hecho mucho
hincapié en la unidad cultural, la «europeidad» es un mito. Los esfuerzos reali-
zados a lo largo de la historia para unificar Europa: a) no han derivado de la in-
tensificación «natural» de los contactos, sino de una superposición coercitiva;
b) no se han realizado en nombre de Europa, sino de un grupo nacional parti-
cular, y c) se han visto abocados al fracaso debido a la decidida resistencia de
los grupos deseosos de tener autonomía cultural y política.
Con la notable excepción de Charles de Gaulle, pocas voces se han alzado
en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial para hablar de la unidad
europea, lo que puede atribuirse a la división entre comunistas y no comunis-
tas. Ahora bien, sí se han hecho intentos de integración regional desde ambos
bandos. La CEE y el COMECON confían en unificar seis Estados mediante la in-
tensificación de sus contactos económicos. Aunque el área geográfica que
abarca cada una de estas organizaciones no representa sino una pequeña por-
ción de Europa, resulta esclarecedor que ambas se hayan enfrentado a numero-
sos problemas corno consecuencia de las rivalidades nacionales. Se puede decir,
como mínimo, que esa problemática ilustra la falacia de suponer automática-
mente que los Estados adyacentes poseen intereses y características históricas
comunes.
La mejor ilustración del carácter ilusorio de los conceptos continentales tal
vez sea una pregunta que los estudiosos y los oradores llevan siglos tratando de
responder: ¿Dónde termina Asia y comienza Europa? La separación ficticia del
territorio continental responde al hecho de que los contactos por tierra entre
las costas del Pacífico y del Atlántico apenas si han tenido importancia, pero,
en el fondo, esta división geográfica es un intento de definir una línea a partir
de la cual los pueblos de un lado miren hacia el Oeste y los del otro hacia el
Este. Tan inane cuestión apenas merecería que nos detuviéramos en ella si no
fuera por el influjo que continúa ejerciendo en las convicciones humanas. Así,
por ejemplo, De Gaulle hablaba a menudo de una Europa para los europeos,
una Europa que se extendería desde el Atlántico hasta los Urales, como si la
Unión Soviética [Rusia] estuviera dispuesta a renunciar a sus posesiones situa-
das más allá de esa cordillera o como si fuera capaz de diferenciar los intereses
de sus componentes europeos y asiáticos. Las líneas divisorias topográficas no
tienen por qué coincidir con las humanas.
Ilusiones de homogeneidad 131
tes de América del Norte y del Sur y de las islas vecinas, excluyendo a Canadá
y a los Estados Unidos. No obstante, ahora que la Guyana, Jamaica, Trinidad y
Tobago y las Barbados han adquirido la categoría de Estados independientes, y
que la Honduras Británica [Belice] está en vías de adquirirla, la expresión re-
sulta obsoleta y nos demuestra una vez más los peligros de relacionar cultura y
ubicación geográfica de forma indiscriminada.
Las demás expresiones regionales tampoco suelen resultar más acertadas. Su
arbitrariedad se hace patente en el hecho de que en distintos períodos se hayan
atribuido a territorios muy diferentes y en que incluso los autores de una
misma época les den contenidos distintos. Los cambios de las fronteras políticas
y las disparidades en el conocimiento de la complejidad de la sociedades de la
región en cuestión contribuyen a explicar las discrepancias entre los autores, La
región de Oriente Próximo, por ejemplo, se define así en la tercera edición del
Nuevo Diccionario Internacional de Webster: «Empleada originalmente con referen-
cia a los Estados balcánicos, posteriormente a la región que abarcaba el Imperio
otomano y, en la actualidad, referida a menudo a todos los países del sudeste de
Europa y a toda la zona que se extiende desde Libia o Marruecos, Etiopía y So-
malia, hasta Grecia, Turquía, Irán, Afganistán y, a veces, la India». Se siente
uno tentado de preguntar: ¿incluidos o excluidos? La tarea de definir las múlti-
ples definiciones de un término tan ambiguo merece toda nuestra simpatía, an-
tes que nuestras críticas, y por ello es fácil excusar que no se incluya el territorio
turco en el sudeste de Europa; ahora, bien, no se puede por menos de sentir per-
plejidad ante la exclusión de Grecia de la Europa sudoriental.
La inconcebible falta de precisión de este tipo de términos resultaría jocosa si no
fuera porque suelen evocar imágenes estereotipadas fundadas en el mito de la
homogeneidad cultural. Imágenes que constituyen un obstáculo para el análisis.
La expresión «Sudeste Asiático» se refiere en la mayoría de los textos a Bir-
mania [Myanmar], Tailandia, Malasia, Singapur, Laos, Camboya, los Vietnams,
Indonesia y las Filipinas. La costumbre de restringir los agrupamientos regio-
nales a territorios relacionados por vía terrestre no se sigue en este caso, ya que
se incluye en la región a Indonesia y a las Filipinas. Indonesia, que mide unos
4.827 km de oeste a este, llega más al este que el más lejano de los Estados del
Lejano Oriente, Japón. Australia, que no se incluye en la definición, sólo está a
unos cuantos kilómetros de distancia del territorio indonesio en la zona del es-
trecho de Torres. La Filipinas, que también están cerca de Indonesia, están no-
tablemente más alejadas del Sudeste Asiático continental que de China y Tai-
wan. La inclusión de los archipiélagos se debe, claro está, al legado étnico
común del grupo dominante en la Malasia continental y de los grupos domi-
nantes en Filipinas e Indonesia. En el caso de las Filipinas, el punto de vista
adoptado se funda en la historia remota y, sin embargo, pasa por alto el hecho
de que, desde el siglo XVI, la influencia cultural de España y de los Estados
Unidos ha tenido mayores efectos en Filipinas que los contactos intrarregiona-
les, como lo demuestra el predominio del catolicismo y de la lengua inglesa.
Es más, también se hace caso omiso del hecho de que la cultura dominante en
Java no coincide con la del resto de las islas indonesias, incluidas las dos mayo-
res en términos territoriales. Pero aún es más importante señalar que si el cri-
terio elegido es el de la cultura dominante, habría que incluir en el Sudeste
Asiático a la isla de Madagascar (República Malgache), situada en las costas
Ilusiones de homogeneidad 133
africanas, pero de legado cultural malayo. Mientras que Singapur, donde do-
mina la cultura china, debiera considerarse parte del Lejano Oriente y no del
Sudeste Asiático; lo que también es aplicable a la región poblada por los viet-
namitas. El desconcierto creado por el activismo político de los monjes budis-
tas de Vietnam habría sido menos común si más gente supiera que la cultura
vietnamita se parece mucho más a las culturas que tiene al norte que las que
tiene al oeste, y que el budismo mahayana de los países del norte (China, Co-
rea, Japón y Vietnam), es diferente del pacifista budismo theravada (o hina-
yana) de Birmania, Tailandia y Camboya.
Dos cosas son evidentes. El Sudeste Asiático, así como el Lejano Oriente,
Oriente Medio, Oriente Próximo, Europa Occidental, el África subsahariana y
otras regiones geográficas similares son zonas muy diferenciadas y, por lo gene-
ral, en sus diferencias, y no en sus similitudes, radica la clave de la política.
Por otro lado, el establecimiento de categorías regionales no sólo es arriesgado
porque tiende a ocultar diferencias importantes, sino porque también suele pa-
sar por alto relaciones interregionales significativas.
* * *
Los mitos estatales. Entre todos los conceptos territoriales (hemisferio, conti-
nente, región y Estado), el último es el que menos se presta a la generalización
en términos del grado de integración cultural, económica y política. Algunos
Estados, como por ejemplo Japón, constituyen una unidad muy uniforme; en
tanto que otros, como Nigeria, se caracterizan por una heterogeneidad y unas
tendencias centrífugas muy acusadas. Estas discrepancias quizá debieran pare-
cer normales si tenemos en cuenta que estamos hablando de unidades de ta-
maño territorial tan distinto: Canadá, por ejemplo, es mayor que Europa en-
tera, y la Unión Soviética [era] entre dos y tres veces mayor que Canadá y
Europa; en el extremo opuesto, las Islas Maldivas ocupan un territorio aproxi-
madamente equivalente a la décima parte del estado de Rhode Island. Ahora
bien, de lo expuesto anteriormente se deduce que la distribución de la pobla-
ción con respecto a las facilidades de intercomunicación es un factor más rele-
vante que el tamaño.
En cualquier caso, seguramente es necesario introducir una distinción entre
las vías «naturales» de fácil acceso, como los ríos y las costas, y las vías artifi-
ciales, hechas por el hombre, como las vías férreas y las carreteras. No se puede
poner en duda que las redes de transportes y comunicaciones modernas e in-
tensivas revelan unas interrelaciones económicas generalizadas, pero su im-
pacto intercultural no está tan claro. Admitamos como axioma que las comu-
nicaciones centralizadas y los contactos económicos intensificados contribuyen
a difuminar las diferencias culturales locales en los Estados básicamente mono-
culturales como los Estados Unidos. Pero, cuando están en juego dos culturas
distintas, ¿es posible que el aumento de los contactos favorezca la perpetuación
y, quizá, el exacerbamiento de las inclinaciones nacionalistas y del particula-
rismo? El aumento de los contactos ha agravado los conflictos entre valones y
flamencos en Bélgica, entre los canadienses francófonos y los anglófonos, entre
serbios y croatas en Yugoslavia, y entre los checos y los eslovacos de Checoslo-
vaquia.
, ,4 Etnonaáonaiismo
'" Se encontrarán unas afirmaciones notablemente sinceras relativas a este asunto, realizadas por
el Vicepresidente de «Comisión de las Nacionalidades de China en Liu Chun: The National Questio»
and Class btmggle, Pekín, 1966, particularmente las pp. 18-22.
1
Ilusiones de homogeneidad ■''
imbuido de una historia, unas costumbres, unas creencias y, quizá, una lengua
que lo diferencian del resto de los grupos étnicos20. Las razones ele la agudiza-
ción de la conciencia étnica son múltiples, siendo una de las principales el gran
aumento de la frecuencia, el ámbito y el tipo de contactos intraculturales e in-
terculturales. Mas fueran cuales fuesen las causas, el hecho es que la conciencia
cultural tiende a obstaculizar gravemente cualquier intento asimilacionista y
que los contactos interculturales suelen fortalecer los vínculos étnicos. En gene-
ral, se supone que las buenas redes de comunicaciones y transportes de ámbito
estatal han fomentado la integración cultural de todos los elementos afectados.
Pero aun reconociendo que dichas redes han tendido a neutralizar las diferencias
regionales de segundo orden, también hay que decir que el desarrollo de un
buen sistema de comunicaciones y transportes suele producirse dentro de una
unidad cultural que ya era básicamente homogénea. Las nuevas redes suelen
fortalecer los vínculos comunes; pero, en tal caso, ¿no es de prever que Ibolan-
dia dejará de formar parte de Nigeria, Kurdistán de Irak, Tíbet se separará de la
actual China, el Estado ucraniano dejará de formar parte de la URSS y Flandes
dejará de ser Bélgica? La «era del nacionalismo» puede haber sido el heraldo del fin de
la asimilación. Y el fin de la asimilación hace prever el redoblamiento de las
reivindicaciones encaminadas a lograr que la mayoría de las fronteras políticas
actuales se sometan a una radical redefinición.
Es ésta una cuestión de la máxima importancia, ya que la mayoría de los Es-
tados son multiétnicos, El acrecentamiento de la conciencia étnica, traducido
en múltiples movimientos en pro de la autodeterminación, ya está poniendo en
tela de juicio las estructuras políticas existentes en todos los hemisferios, conti-
nentes y regiones. Y aunque los mitos sobre la unidad afirmen los contrario, lo
cierto es que incluso la mayoría de los Estados están culturalmente escindidos.
Parabién o para mal, la exigencia que hoy día va adquiriendo más y más fuerza
es que la realidad se aproxime al mito de la unidad del Estado mediante un
nuevo trazado de fronteras que refleje la unidad étnica.
VI
20
Véase el capítulo 1 de este volumen.
,, /■ Utnonacionalismo
136
¿ECONACIONALISMO O ETNONACIONALISMO?*
1
Las «adiciones culturales de los grupos locales también incluyen elementos más abstractos
como los hábitos laborales, la predisposición hacia la vida rural o la vida urbana, el rasero que utili-
zan para medir «la buena vida», la aptitud general para los negocios, etcétera.
1
Dichas disparidades son muchas veces sorprendentemente acusadas. Por ejemplo, en 1970, el
número de hombres por cada cien mujeres variaba entre 91,5 en Nueva York y 101,8 en Dakota del
Norte (U.S. Bureau of the Census: Statistkal Abstract oí' thi United States: 1974, 95" ed., Washington
D.C., 1974).
El atractivo de las explicaciones económicas 1A1
Sea como fuere, hay que esperar que los portavoces de los movimientos etno-
nacionales aludan a las disparidades económicas, empleándolas como muestra
evidente de la discriminación. «Las cifras hablan por sí solas» es un dicho harto
manido. Armados con la evidencia estadística sobre las disparidades económicas,
y respaldados por las protestas de los grupos desposeídos, los observadores de los
problemas etnonacionales han favorecido en exceso las explicaciones socioeconó-
micas y las soluciones encaminadas a nivelar económicamente a los grupos, in-
cluido, de ser necesario, el establecimiento de cuotas como medio de garantizar
una representación adecuada del grupo en todas las categorías profesionales.
Un aspecto interesante de los alegatos en contra de la discriminación que su-
fren determinados grupos etnonacionales es que, por lo general, sólo se dirigen
a los Estados donde residen los grupos supuestamente perjudicados. Pero ya
que hablábamos de estadísticas económicas, no está de más recordar que las va-
riaciones significativas entre los grupos étnicos no se restringen a situaciones
intraestatales, pues también se dan con relación a ías nacionalidades dominantes
de otros Estados (por ej., los escoceses con respecto a ios gran rusos, a los alema-
nes, a los chinos han o a los suecos). Sea como fuere, los alegatos transestatales
en contra de la explotación de una etnonación por otra han sido casi siempre
afirmaciones muy generales y abstractas sobre los «ricos» y los «pobres» del
mundo (y, en los últimos tiempos, sobre el «Norte privilegiado» frente al «Sur
desposeído»), que han tenido eco en élites políticas relativamente reducidas y
en intelectuales. Por el contrario, los alegatos que han tocado la fibra popular
han sido casi siempre de ámbito ¿ntraestatú y no iwterestatal5. Así, por ejemplo,
la voz del pueblo no se ha elevado para acusar a los ciudadanos de Kuwait, que
disfrutan de una de las rentas per cápita más elevadas del mundo, de que su nivel
de vida se basa en la explotación de pueblos más allá de las fronteras de su país.
Como tampoco los ingleses suelen culpar a los estadounidenses de tener una
renta peí" cápita mucho más elevada que la suya. Sin embargo, los líderes na-
cionales escoceses y galeses son proclives a clamar contra la discriminación que
supone la inferioridad de su renta per cápita con respecto a la de los ingleses,
aunque esa diferencia sea mucho menor que las mencionadas anteriormente.
El motivo evidente de que las acusaciones de discriminación tiendan a reali-
zarse en ámbitos ¿titraest'dtales en lugar de /'«wesratales es que suele interpretarse
que la economía es una empresa de ámbito estatal. Ese es el motivo de que
hablemos de la economía estadounidense, británica o soviética. No es éste el
lugar para analizar si esa visión cornpartimentada de la economía es válida, sobre
todo en una época de expansión de los bloques comerciales y de las
llamadas «compañías multinacionales». Hoy día, las personas perciben que el
gobierno es la principal fuerza reguladora de la economía y se sienten ofendidas
cuando estiman que a su grupo no se le está concediendo una participación justa
en la economía del país. Pero aun aceptando la tesis de que el gobierno es un
arbitro con libertad de acción para decidir la distribución de los recursos dentro
de las fronteras estatales, ¿hay que deducir de ello que las disparidades entre las
5
Los alegatos contra la explotación colonial fueron muy populares durante l¡t época del colonialismo ul-
tramarino. Ahora bien, ya que se referían a la discriminación dentro de un mismo crisol económico y polí-
tico, no diferían mucho de las situaciones puramente intraesnitak-s. til «neocolonialismo» también da lugar a
alegatos contra la explotación dentro del propio listado, aun cuando esta esté dirigida desde el extranjero.
i, Etnonacionalisnw
Proposición 1
Si las diferencias fundamentales son las económicas, la reacción ante simila-
res disparidades económicas entre grupos debiera ser semejante tanto en las
sociedades homogéneas como en las heterogéneas. La presencia o ausencia de
la diversidad nacional no debería ser determinante. Proposición 2
Si las rivalidades etnonacionaies tienen unas causas básicamente económi-
cas, los cambios decisivos que se produzcan en las relaciones económicas con
el transcurso del tiempo deberán reflejarse en las relaciones etnonacionales7.
Y de aquí podría extraerse un corolario relativo a la comparación de las re-
laciones etnonacionales que se dan en distintos conjuntos de grupos etno-
nacionales, a saber; cuando los distintos conjuntos son muy distintos entre
si en cuanto al grado de disparidad económica, las relaciones sociopolfricas
también deberían variar sustancialmente de un conjunto a otro.
el -,™ SST? ¡r'TléS y n0,irl;1I1flés del Wa«da del Norte también están menos segregados en c I aspu o
territorial que la mayoría de los grupos etnonacionales.
«lev de hr'Zlí T™0 $ A T^ ?T, Índ¡Car la influencia de lo
Cal¡dad>> eS decir el hech^ ^de™««tas denominan la
nsubestructura
eLm h ubefr Mr " " ^^ ""
económica no siempre se reflejan' inmediatamente
' ° en^ kl ™ variaciones que mtjoian la
superestructura
El atractivo de las explicaciones económicas 143
' Las cifras corresponden a 1978 en el caso de Canadá y a 1979 en el de Estados Unidos. Teniendo
en cuenca el índice de inflación estadounidense en 1978/1979 (9%) y la tasa de cambio en 1978
(1 dólar canadiense = 0,85 dólares EE UU), la renta media de las familias de Quebec continúa
siendo más elevada que la de las familias de Maine (15.803 dólares frente a 14.749 dólares).
b
Columbia Británica y Alaska.
c
Isla del Príncipe Eduardo y Arkansas.
FUENTES: U.S. Bureau of che Census: Statistkal Abstract of the United States, 1982-
1983, Washington (D.C.), 1982; y Canadá Yearbook, 1980-1981, Ottawa, 1981.
8
Una lista de los Estados afectados puede encontrarse en Walker Connor: «The Politics of Et-
nonacionídism»,Journal o/International Affairs, 27, na.l, 1973, en especial la p.2.
9
Las fronteras estatales pueden coincidir con agudas variaciones económicas, a causa de la com
binación de una distribución muy desigual de la riqueza entre los Estados fronterizos (por ejemplo,
México y los Estados Unidos) con unas restricciones estrictas de los intercambios a través de las fron
teras (aranceles, severas leyes de inmigración, etc.). Incluso en las regiones con libertad de comercio
(como la CEE), las fronteras pueden coincidir con grandes variaciones del nivel de vida debido a las
diferencias entre las políticas de bienestar desarrolladas por los gobiernos de dos Estados.
10
Véase, por ejemplo, Eugen Steiner: TheSkvak Dilemma, Cambridge, 1973, pp.129-138, y Jo-
seph Rudolph: The Belgian Front Democratiqne des Bruxellois Francophoms-Rassemblement Wallon (F.D.R-
R.W.) and the Politics of Sub-National lnstittition Building, ponencia presentada en el Congreso Anual
de 1973 de la Northeastern Political Science Association, p.3.
El atractivo de las explicaciones económicas 145
Para eludir la posibilidad de que dos o tres decenios sean un período dema-
siado breve para discernir las tendencias reales, pasaremos a examinar el caso
de la Unión Soviética, que cuenta con casi setenta años de historia. En conso-
nancia con la interpretación marxista de la historia y con los preceptos especí-
ficos de Lenin, desde 1917, los dirigentes soviéticos siempre han sostenido que
los ubicuos antagonismos entre naciones son el resultado de la actuación de los
factores económicos. Cuando se elimina la explotación de una nación por otra,
argumentaban Lenin y sus discípulos, los antagonismos nacionales desapare-
cen. En consecuencia, la «igualdad de las naciones» ha sido, desde el principio,
una de las piedras angulares de la política soviética respecto a las nacionalida-
des. En palabras de un escritor soviético:
1
L. Lebedinskaya: «The Nationality Question and the Formation of the Soviet State», Interna
tional Affairs, Moscú, 197 2, p. 11.
12
S. Gililov: «The Worldwide Significance of the Soviet Experience in Solving the Nationali-
ties Question», International Affairs, Moscú, 1972, p.6l.
1S
I bul.
146 Etnonacionalismo
14
Steiner: Slovak Dilemma, p.134.
lí
Véase Milton da Silva: «Modernization and Ethnic Conflict: The Case of the Basques», Com-
parative Politia, 7, 1975, pp.238-242 en especial; y Richard Burks: The National Probkm and the Fu-
ture of Yugoslavia, Santa Ménica, 1971, particularmente las pp.50-54.
16
Compárense las tablas de las pp.43 y 55 de Burks: The National Pwblem and Futttre.
El atractivo de las explicaciones económicas 147
Por otra parte, la invasión del territorio patrio motivada por un gran despe-
gue económico tiene consecuencias aún más incendiarías que la emigración hacia
el exterior. El movimiento creado para expulsar a los trabajadores extranjeros de
Suiza recibió un nombre muy bien ideado para provocar una reacción emocional:
Nationale Aktion gegen die Uberfremdung von Volk und Heimat [Movimiento
Nacional contra la Dominación Extranjera del Pueblo y de la Patria]. La buena
disposición de la gente para aceptar un descenso de su nivel de vida antes que
permitir la llegada masiva de inmigrantes es un testimonio significativo de la
primacía del sentimiento etnonacional sobre las consideraciones de carácter
económico; por ejemplo, en 1974, más de un tercio de los votantes suizos optó
por deportar a numerosos trabajadores inmigrantes, a pesar de que los
formadores habituales de la opinión pública coincidían en oponerse a esa
expulsión, incluidos el Congreso y el Senado (157 votos contra 3 y 42 contra
0), partidos de todo el espectro político, líderes religiosos y organizaciones de
empresarios y trabajadores, y es más, todos los partidos convenían en que la
expulsión provocaría una grave dislocación económica y una caída del nivel de
vida. Algo similar ha ocurrido en los países bálticos, donde el pueblo se ha
opuesto a que el gobierno soviético realizara más inversiones de capital al pensar
que sin duda la industrialización atraería a más rusos a las patrias de estonios,
lituanos y letones, lo que se consideraba un precio demasiado alto por mejorar el
nivel de vida18. Un corolario de esa reacción psicológica negativa es que las
personas se resisten a dejar su lar etnonacional para buscar empleo en otro
territorio patrio, y este problema psicológico constituye un grave freno para la
movilidad de la mano de obra en el seno de los Estados multinacionales. Un
especialista en Yugoslavia ha señalado a este respecto que en el norte de
Yugoslavia es difícil cubrir todos los puestos de trabajo debido a la resistencia
de los pueblos del sur, étnicamente distintos, a emigrar desde sus patrias; es
más, los movimientos poblacionales que llegan a producirse están muy in-
fluenciados por consideraciones etnonacionales: los serbios de Bosnia van a Ser-
bia y los croatas a Croacia, Eslovenia, que es la región más rica, atrae a un nú-
mero relativamente pequeño de inmigrantes, en tanto que Kosovo (la patria de
los albaneses), que es la región más pobre, ha tenido un saldo migratorio posi-
17
1!)
Steiner: Slovak Diletnma, p.134.
Véanse, por ejemplo, el Neu/ York Times del 21 de marzo de 1971 y del 19 de julio de 1971, y el
Christian Science Monitor del 1 de abril de 1972.
El atractivo de las explicaciones económicas 149
tivo durante cuarenta años19. Todo ello demuestra que el magnetismo de las
patrias étnicas y el deseo de preservar la identidad etnonacional pueden pesar
más que los incentivos económicos.
En buena lógica, cabría esperar que las consideraciones de carácter econó-
mico tuvieran una influencia mayor en situaciones donde la unidad económica
principal (la «economía») coincide con la etnonación o donde las clases socioe-
conómicas de una economía dada coinciden con varias etnonaciones. La primera
situación sería equiparable al caso en que una escisión (ckavage) lingüística o re-
ligiosa coincide con una división etnonacional. (Como ejemplos, pueden citarse
la escisión de flamencos y valones y la de judíos y árabes.) En dicho caso, el fac-
tor lingüístico o religioso reforzaría el factor etnonacional. Ahora bien, siendo
así que, como se ha dicho antes, el Estado constituye la unidad básica de la eco-
nomía moderna, la nación y la economía sólo pueden coincidir en los auténticos
Estados-nación, es decir, en aquellas unidades donde las fronteras políticas y et-
nonacionales son las mismas. Si excluimos tanto a los Estados multinacionales
como a los Estados que, pese a ser homogéneos, se caracterizan por esa situación
que ha dado en llamarse irredentista, en la que el grupo dominante se extiende
más allá de las fronteras del Estado, sólo podrían citarse como ejemplos a Dina-
marca, Holanda, Islandia, Japón, Luxemburgo, Noruega y Portugal, Estos Esta-
dos representan menos del 4% de la población mundial y menos del 1% si se
excluye a Japón. Dado que los Estados-nación son tan escasos, establecer analo-
gías entre el etnonacionalismo y los conceptos económicos globales (PNB,
fuerza de trabajo, etc.) no puede resultar de gran provecho.
Quizá pudiera defenderse la hipótesis de que el mismo hecho de que el Es-
tado sea el crisol económico fundamental es el que mueve a los grupos etnona-
cionales a reclamar un Estado propio. Ser los «amos de nuestra propia casa», los
«arquitectos de nuestro destino» y otras expresiones similares incluyen, entre
otras ideas, la de hacerse con el control de la economía. Ahora bien, el hecho de
que algunas colonias y grupos etnonacionales hayan luchado por la independen-
cia, aun sabiendo que ésta seguramente empeoraría su situación económica, nos
previene una vez más contra la tendencia a conceder primacía a las motivacio-
nes económicas. La abundancia de lo que ha dado en llamarse microestados, y la
proliferación aún mayor de pequeños movimientos secesionistas, nos demuestra
que no es fácil disuadir de su empeño a los separatistas esgrimiendo el argu-
mento de que su Estado es demasiado pequeño para tener una economía viable.
Los análisis basados en la segunda situación antes mencionada (la coinci-
dencia de las naciones con las clases socioeconómicas) cuentan con una larga
historia. Tanto Marx como Engels, especialmente a partir de 1848, tendieron a
sustituir en sus argumentaciones las clases por las naciones en tanto que prin-
cipales vehículos de la historia. En sus obras, llegaron a asimilar a algunas na-
ciones (como la alemana, la magiar y la polaca) con las fuerzas de la ilustración
y del progreso, es decir, con el papel que en sus tratados clásicos reservaban al
proletariado. Otras naciones, y en particular los pueblos eslavos que no eran
rusos ni polacos, asumieron el papel de fuerzas del oscurantismo y de la reac-
19
Burks: The National Prolilem and Fnture, p.57. Las migraciones intiírrepionales han aumentado
desde que Burks realizara su estudio.
15o Etnonacionalismo
211
Democratk Panslavista en Paul Blackstock y Bert Hoselitz (comps.): The Riissian Menace to Europe: A
Collection of Anides, Speechts, Letters and News Despatches by Kmi Marx and Friedrkb Engeh, Glencoe
(Illinois), 1952; la cita es de la p.59. Véase también, en el mismo volumen, Hungary and Panslavista.
21
Rupert Emerson: From Empire to Nation, Boston, 1960, pp.95-96.
El atractivo de las explicaciones económicas
22
Preli?riinary Draft ofTheses on the National and Colonial Qimtion, June 1920, en Lenin on the Na
tional and Colonial Questivns: Three Arríeles, Pekín, 1967, p.28.
23
Extraéis [rom the Resolution of the Fifth Comintern Congress of the Exeattive Committee ofthe Commu-
ntst International, June 26, 1924, en Jane Degras (comp.): The Cmmttnist International 1919-1943:
Docmmnts, Londres, 1960, vol.2, p.106.
M
Extraéis fi-om the Theses on Tactics Adopted by the Fifth Comintern Congress (Jtily 1924), en Degras:
Docmnents, pp. 142-156.
25
Extraéis from the Theses on the Bolshevization of Communist Parties Adopted at the Fifth Executive
Plenmii (April 1925), en Degras: Docmnents, pp.188-200.
152 Etntmacionalismo
26
Aunque Castra también ascendió al poder sin el apoyo de ningún ejército extranjero, su ideología
marxista-leninista Fue un secreto bien guardado hasta después de que tornara el poder. Con respecto a las
experiencias de los partidos soviético, chino, vietnamita y yugoslavo, véase la obra del autor de este libro
The National Qiiesthn in Marxht-Lminist Tbeory andStrategy, Princeton, 1984, capítulos 3 al 6.
27
Véanse ejemplos y una descripción más extensa en Connor: «The Politics of Ethnonationa-
lism», p, 17.
m
Encontrarnos un ejemplo notable del deseo de someter los intereses de clase a los intereses et-
nonacionales durante un período largo de tiempo en la comunidad sueca de Finlandia, donde un
porcentaje elevadísimo de todos los grupos ¡dentificables (intelligentsia, trabajadores industriales, di-
rectivos, pequeños comerciantes y campesinos) ha prestado un apoyo continuado al Partido del Pue-
blo Sueco, con preferencia sobre los demás partidos del país, desde comienzos de siglo. El porcentaje
El atractivo de las explicaciones económicas
de sostener que los vínculos etnonacionales priman sobre todo tipo de divi-
siones internas, el etnonacionalismo también mantiene que esos vínculos son
mas poderosos que cualesquiera otros que vayan más allá del grupo nacional,
fcl caso de Irlanda del Norte resulta instructivo en este sentido. La Tabla 3
recoge los resultados de una encuesta de opinión en la que los encuestados se
autoadscnbían a una clase y a una religión. Dado que el catolicismo puede
considerarse un indicador bastante válido de la identidad irlandesa y el pro-
testantismo de la identidad no irlandesa, son de destacar dos aspectos de di-
chos resultados: a) la divergencia entre clase y grupo nacional, siendo así que
cada grupo nacional está dividido en varias clases; b) la notable semejanza
entre ambos grupos en cuanto al espectro de clases que se atribuyen a sí mis-
mos. Ahora bien, a pesar de las notables similitudes en la composición de
clases de los dos pueblos, los sucesos políticos de Irlanda del Norte ponen de
manifiesto que, «a la hora de la verdad», una conciencia de clase que vaya
más allá de la nación no existe o no es relevante. La conciencia nacional ha
demostrado ser más poderosa que las divisiones de clase i»íranacionales y
que la solidaridad de clase ZKímiacional.
Clase alta 1 0
Clase media 52 41 47
Clase trabajadora 29 34 31
Clase baja, pobre 2 4 3
Clase común, corriente 2 5 3
No cree en las clases 2 2 2
No sabe, otras clases 12 14 12
total del electorado sueco que vota a ese partido se eleva al 35%. Véase Theodore Stoddard tial.
Ana Handbookfor Finland, Department of the Army Pamphlet 550-167, Washington (D.C.), 1974,
pp.50-51 y 145-146.
J54 Etnonacionalismo
* * *
29
Carlton Hayes: The Histórica! Ewlution ofModern Nationalism, Nueva York, 1931, pp.234-237.
El atractiva de las explicaciones económicas 155
Hasta hace bien poco, la opinión erudita al uso sobre la vitalidad del etnona-
cionalismo en la región denominada Europa occidental descansaba en dos pi-
lares. El primero era la convicción de que la Segunda Guerra Mundial había
convencido por completo a los habitantes de la región de que la tecnología
moderna había convertido el nacionalismo en un lujo que no podían permi-
tirse. Por un conjunto de razones, positivas y negativas, se alegaba que si
antes de la guerra se tendía a conceder una importancia fundamental a ser
«británico», francés o alemán, ese énfasis había sido sustituido por la con-
ciencia supranacional de ser europeo, que iba acompañada de la buena dispo-
sición para aceptar modificaciones radicales en la estructura política tradicio-
nal con objeto de adaptarla a la nueva identidad europea. En palabras de
Stanley Hoffmann:
Si había una parte del mundo donde los hombres de buena voluntad podían
pensar que el Estado-nación era prescindible, esa parte era Europa occidental.
Se diría que las condiciones eran ideales. Por un lado, el nacionalismo parecía
haber tocado fondo; por otro lado, todo indicaba que se habían inventado la
fórmula y el método adecuados para elaborar algo que lo sustituyera1.
* Traducido de Walker Connor: «Ethnonationaüsm in che First World: The Present in Histori-
cal Perspective», en Milton J. Esman (comp.): Ethnk Conflkt in the Western World, pp. 19-45. Copy-
right © 1977 de la Universidad de Cornell. Publicado con permiso de la editorial Cornell Univer-
sity Press.
1
Stanley Hoffman: «Obstínate or Obsolete? The Fate of The Nation-State», en Stanley Hoff-
man (comp.): Conditiom of World Order, Nueva York, 1966, p.110. Véase asimismo Charles Lerche
y Abdul Said: Concepts of International Politics, 2" ed., Englewood Cliffs (Nueva Jersey), 1970,
p.274: «La Europa, de la posguerra constituía un terreno muy bien abonado para la experimenta-
ción de nuevos tipos de organización internacional. Los pueblos europeos necesitaban huir del
destructivo nacionalismo que había originado el drama devastador de vivir dos guerras mundiales
en medio siglo». La aceptación generalizada de este punto de vista también queda confirmada por
el respaldo que le otorga Dankwart Rustow en su ensayo «Nation», en la International Encydopedia
of the Social Sciences, Nueva York, 1968, vol.ll, p.10: «Desde la Segunda Guerra Mundial, las leal-
tades europeas habituales han comenzado a competir con las fidelidades nacionales del pasado,
hasta el punto de que los países europeos están perdiendo su carácter de naciones; si este proceso
sigue adelante, tal vez llegará el día en que nuestros descendientes podrán hablar de una nación
europea».
La ahistoriádad: el caso de Europa occidental 159
2
Los Estados de los que se dice que han asimilado a sus poblaciones, han recurrido a dos méto
dos claramente distintos para lograrlo. Aunque vistos desde fuera todos parecían estar encaminán
dose —y logrando— la asimilación psicológica, algunos, como Gran Bretaña, Francia y España, han
promovido la asimilación cultural, mientras otros, como Bélgica y Suiza —y Canadá—, han tole
rado la diversidad cultural y, parcialmente, la lingüística.
3
Con toda probabilidad, el exponente más destacado e influyente de la escuela de la construcción
de la nación ha sido Karl Deutsch. Se encontrará una exposición relativamente temprana de su tesis
en «Nation-Building and National Development» en Karl Deutsch y William Foltz (comps.): Nation-
Building, Nueva York, 1966, en especial las pp.1-8. Con respecto a una afirmación posterior relativa al
éxito de la experiencia asimilacionista en Europa occidental, véase su obra Nationalisui and Its Alternativa,
Nueva York, 1966, cap.l, titulado «The Experience of Western Europe». En este capítulo, se citan como
ejemplos de Estados con una conciencia nacional única a Italia, España y Suiza, además de a Canadá y Es
tados Unidos. También se realizan referencias específicas al éxito de la asimilación de bretones, cornualle-
ses y escoceses. En las dos ediciones de su obra previa Nationalism and Social Commnnkation: An Inquity into
the Foundatiom ofNationality, Cambridge, 1953, 1956, Deutsch cita a los bretones, los escoceses, los fla
mencos, los francocanadienses, los galeses y los suizos francófonos y germanófonos como ejemplos de pue
blos totalmente asimilados. La influencia que esa imagen del éxito de la asimilación tuvo sobre la manera
en que Deutsch concebía el futuro de los Estados afroasiáticos se hace patente en su descripción de un pro
ceso en cuatro etapas que culmina con el éxito de la asimilación. Una vez enumeradas las cuatro etapas,
Deutsch pregunta: «¿Cuánto tiempo tardarán en pasar por esta secuencia escalonada las tribus y otros
grupos érnicos de los países en desarrollo? No lo sabemos, pero la historia europea nos ofrece cuando me
nos algunas indicaciones» (Veáse «Nation-Building and National Development», p.324).
Otro ejemplo de la vinculación de la experiencia «asimilacionista» de Europa con el futuro de los Es-
tados afroasiáticos nos lo ofrece Benjamín Akzin: State and Nation, Londres, 1964. Después de comentar la
pérdida de relevancia política de grupos tales como «los galeses, los escoceses, los lapones, los frisones, los
bretones, los saboyanos [y] los corsos» (p.63), el autor prosigue así: «Si dirigimos la mirada a los Estados-
nación de la Europa moderna, veremos que, con la posible excepción de los de la península Escandinava,
la población de todos ellos es fundamentalmente producto de grupos étnicos preexistentes que se integra-
ron en las naciones que hoy conocemos. Esto es cierto con respecto a la nación francesa, consolidada a partir
de un conjunto bastante heterogéneo de elementos entre los siglos VH y XII [...] Los alemanes, los italianos,
los polacos, los rusos y los españoles se han convertido en las naciones bien definidas que hoy
conocemos con uno o dos siglos de difetencia entre sí [...] En las condiciones premodernas el proceso re-
quería de un período de gestación bastante prolongado [...] Metidos en el caldero de la proximidad física,
tapados con la tapa de un sistema político compartido, expuestos al fuego del intercambio cultutal y so-
cial, los diversos elementos se transformarán al cabo de un período bastante largo (en el pasado, duró unos
cuantos siglos, pero puede que dure menos en el futuro) en un cocido. El cocido no será del todo homogé-
neo. Aún se podrán distinguir, aquí y allá, un garbanzo, un casco de cebolla, un trozo de carne o una es-
quirla de hueso. Pero será inequívocamente un cocido, con un olor y un gusto característicos» (pp.83-84).
Donald Puchala expone con mayor concisión esta doctrina analógica en International Politics Today', Nueva
York, 1972, pp.200-201: después de definir el Estado-nación como aquel en que «las demarcaciones polí-
ticas del Estado coinciden con las demarcaciones étnicas de la nación», el autor concluye que «procesos si-
milares a los que generaron los Estados-nación de Europa en el transcurso de los dos últimos siglos, están
generando nuevos Estados-nación en el África y el Asia contemporáneas».
150 Etnonacwnalismo
4
En este contexto, el Primer Mundo incluye a los Estados industrializados de Canadá y los Es-
tados Unidos además de a los de Europa occidental. Aunque es indudable que también Japón forma
parte del Primer Mundo, los tratados teóricos sobre la construcción de la nación casi nunca lo tenían
en cuenta, tal vez porque era un país homogéneo en términos étnicos desde tiempos muy anteriores
a la modernización.
La ahistoricidad: el caso de Europa occidental 161
5
Arnold Rose, el conocido sociólogo estadounidense, analizó la fuerza de los sentimientos su-
pranacionales (la «europeidad») estudiando la disposición de las poblaciones de los Estados para
aceptar como compatriotas a trabajadores extranjeros. Si bien detectó algunas variaciones entre las
poblaciones, en general, descubrió una incidencia elevada de la xenofobia en toda Europa occidental,
a la vez que no halló ningún lugar donde la buena disposición para aceptar como compatriotas a los
extranjeros fuera relevante. Véase su obra Migrants in Enrope, Minneapolis, 1969. Desde que este li
bro se publicara, los prejuicios étnicos y los intentos de expulsar a los extranjeros se han vuelto más
flagrantes.
6
La falta de publicidad concedida a algunos de estos movimientos se refleja, a su vez, en el gran
desconocimiento público de su existencia. Por ejemplo, en el congreso anual de la Northeastern Po-
litical Science Association celebrado en noviembre de 1973, se me criticó jjor referirme a la agita
ción etnonacional en el territorio francés y, en particular, a los bretones. El crítico (un especialista en
asuntos franceses) insistió en que nunca había detectado semejante sentimiento durante sus numero
sas visitas a Bretaña. Y, sin embargo, dos meses después el gobierno francés se sintió obligado a de
clarar ilegales cuatro movimientos de liberación nacional, dos de ellos bretones, además de uno vasco
y otro corso. Véase también Collette Guillaumin: «The Popular Ptess and Ethnic Pluralism: The Si-
tuation in France», International Social Sciences Journal, 22, 1971, pp.576-593. Por lo visto, ln autora
cree que las únicas minorías étnicas que hay en Francia son los judíos, los gitanos y los pueblos de
las provincias de ultramar; al parecer, no se ha percatado de la existencia de una serie de comunida
des de su propio Estado: los alsacianos, los bretones, los catalanes, los flamencos, los occitanos y los
vascos.
7
A mediados de la década de los setenta se celebraron una serie de congresos de grupos minori
tarios europeos. El celebrado en Trieste en julio de 1974 contó con la presencia de representantes al
sacianos, bretones, catalanes, corsos, croatas, escoceses, flamencos, frisones (de Holanda), galeses, ga
llegos, irlandeses, occitanos, piamonteses (de Italia), sardos y vascos, entre otros. AI Congreso de la
Liga Céltica celebrado en la Isla de Man en septiembre de 1975 acudieron representantes de «Alba»,
«Breizh», «Cymru», «Eire», «Kernow» y «Manin» (es decir, de Escocia, Bretaña, Gales, Irlanda,
Cornualles y la Isla de Man).
162 Etnonacionalismo
8
El modelo centro-periferia varía según quien lo exponga. Para algunos, es un concepto funda-
mentalmente espacial o geográfico, que da a entender que Bretaña o Escocia han estado físicamente
alejadas del centro sociopolítico del Estado, y, como resultado, no han llegado a formar parte de su
red intensiva de comunicaciones y transportes. Para otros, la noción de pueblo periférico es esencial-
mente social, y abarca a aquellos pueblos que han sufrido menos movilización social y que se sitúan,
por ejemplo, en los niveles inferiores de renta y educación.
k>
Más adelante se hacen nuevas referencias a estas explicaciones. En cualquier caso, conviene se-
ñalar en este punto que, así como algunas explicaciones se solapan y refuerzan mutuamente, otras
parecen ser de algún modo contradictorias (por ejemplo, difícilmente podría considerarse que Dina-
marca y España eran potencias mundiales en el período de entreguerras).
La ahistoricidad: el caso de Europa occidental 163
nicidad (alianza que con el transcurso del tiempo daría en llamarse autodeter-
minación nacional), la legitimidad política de cualquier Estado que no sea un
auténtico Estado-nación se ve con recelo por parte de uno o varios sectores de
la población10. Desde 1789, el dogma que afirma que «todo gobierno extranjero
es un gobierno ilegítimo» se ha difundido a un ritmo cada vez más rápido entre
un número creciente de pueblos con conciencia étnica. En efecto, por lo que a
Europa se refiere, la historia subsiguiente de la región ha sido en buena medida
una historia de movimientos de liberación nacional". Los sentimientos
etnonacionales fueron una base propicia para las guerras independentistas
ocurridas en Grecia en la década de 1820; de las luchas de liberación de valo-
nes y flamencos de 1830; de las revoluciones fracasadas de 1848 (particular-
mente, las de los alemanes, los italianos y ios húngaros); de la consolidación
política de Alemania e Italia en la década de 1860 y comienzos de la de 1870;
y de la creación de Rumania (1878), Serbia (1878), Noruega (1905), Bulgaria
(1908), Albania (1912), Finlandia (1917), Checoslovaquia, Estonia, Hungría,
Letonia, Lituania, Polonia y Yugoslavia (todas ellas en 1918), Irlanda (1921) e
Islandia (1944)12. Así pues, a finales de la Segunda Guerra Mundial, todos los
Estados europeos, salvo tres de ellos, o bien eran resultado de las aspiraciones
etnonacionales, o bien habían perdido una parte sustancial de su territorio a
causa de ellas13.
Es evidente que muchas de las entidades creadas o modificadas para adap-
tarse a las aspiraciones etnonacionales no representaron la culminación del pro-
ceso de autodeterminación, como lo demuestra el hecho, ya aludido, de que en
Europa occidental haya muy pocos Estados-nación auténticos. Las estructuras
1(1
Este concepto de la soberanía popular debiera entenderse como un criterio de legitimidad es-
tatal antes que de legitimidad gubernamental. En estos términos, no implica la existencia de una
democracia, sino el hecho de que las élites políticas reconozcan que gobiernan en nombre del pue-
blo. En palabras del emperador Napoleón: «En todo momento nos ha servido de guía esta gran ver-
dad: la soberanía reside en el pueblo francés, siendo así que todo, absolutamente todo, debe hacerse
por sus intereses, por su bienestar y por su gloria» («Mensaje al Senado, 1804», publicado en J. Ch-
ristopher Herold [comp. y tracl.]: The Mind of Napoleón: A Sekction/rom His Writtm andSpaken Words,
Nueva York, 1955, p.72). En una vena similar, Hitler describía así su «Estado popular»: «Nosotros,
en tanto que arios, somos capaces de imaginar un Estado que no es sino el organismo vivo de la na-
cionalidad y que, además de salvaguardar la conservación de esa nacionalidad, la conduce hacia la
máxima libertad educando sus capacidades espirituales e ideales» (Mein Kampf, Nueva York, 1940,
p.595).
11
Se encontrará un análisis más detallado del desarrollo histórico del etnonacionalismo en Europa
en Walker Connor: «The Politics of Ethnonacionnlism», JWr/ja/ of International Affairs, 27, n s .l,
1973, en especial pp.5-11.
l
- Además de los fineses, los estonios, los letones y los lituanos, al menos otros nueve grupos se
separaron de Rusia entre 1917 y 1918 y crearon Estados independientes. Excepción hecha de los
cuatro grupos antes citados, y de los pueblos de Besarabia y de lo que había sido la Polonia rusa, el
gobierno soviético logró reabsorber a todos los grupos en pocos años. Después, como consecuencia
de la Segunda Guerra Mundial, pudo reabsorber a los pueblos restantes, salvo a los fineses y a los
polacos.
'■* De las tres excepciones (Portugal, España y Suiza), una (Portugal) era un Estado étnicamente
homogéneo. En términos estrictos, España no constituía una excepción, ya que durante la Segunda
República española, que tuvo una vida breve en la década de los treinta, los vascos, los catalanes y
los gallegos lograron que se les concediera un período de autonomía antes de que los ejércitos fran-
quistas los reincorporasen al Estado central. Suiza también tuvo problemas étnicos durante la Guerra
Franco-Prusiana (1871) y durante la Primera y la Segunda Guerras Mundiales. Véase el capítulo 1
de este volumen.
164 Etnanacionalismo
14
Desde el punto de visca serbio, la constitución en 1918 del Reino de los Serbios, Croatas y
Eslovenos, que después pasaría a llamarse Yugoslavia, podría incluso verse como un paso en la direc
ción opuesta. Pero, en todo caso, para los croatas y los eslovenos supuso un paso de acercamiento a la
autodeterminación, ya que antes formaban parte del gran Imperio austro-húngaro.
15
Las tensiones entre croatas y serbios, eslovacos y checos, magiares y rumanos han recibido una
gran difusión pública, pero hay otros muchos grupos afectados por tensiones similares (albaneses, es
lovenos, macedonios, búlgaros y rumanos de Besarabia). Véase un análisis reciente y sucinto de mu
chas de esta luchas étnicas en Robert King: Minorities Under Communism: Nationalities as a Source of
Tensión amongBalkan Ctmimnnist States, Cambridge, 1973.
16
La posterior división defacto de Chipre en una zona turca y otra griega, ocurrida en 1974, po
dría entenderse como un fenómeno análogo a los movimientos de Biafra y de Bangladesh, es decif,
como un paso más hacia la autodeterminación nacional.
La (¡historicidad: el caso de Europa occidental 165
17
Véase el capítulo 2 de este volumen.
1H
Suzanne Berger: «Bretons, Basques, Scots, and Other European Nations»,Jo«r)W of lnterdisci-
plinary History, 3, 1972, pp.170-171. Un poco más adelante, la autora señala: «Si antes sólo tenían
conciencia de pertenecer a su pequeña región y a su unidad administrativa, la provincia, muchos
bretones descubrieron a través de la radio y de la televisión que formaban parte de Bretaña» (p.174).
ly
Véase una concisa historia del movimiento bretón en David Fortier: «Between Nationalism
and Modern France: The Permanent Revolución», en Oriol Pi-Sunyer (comp.): Tbe Limits of Integra-
tion: Etbnkity and Nationalism in Modern Europe, Amherst, 1971, pp.77-109.
166 Etnonacionalistno
pero así como el aumento de los contactos regionales tiende a disipar las dife-
rencias regionales entre los habitantes, se diría que la intensificación de los
contactos entre varios grupos con conciencia étnica consolida y refuerza el se-
gregador sentimiento de singularidad20. Así pues, aunque «el nacionalismo y
las comunicaciones sociales» pueden en efecto estar relacionados en situaciones
en que existe un solo elemento etnonacional, «el nacionalismo y las comunica-
ciones asocíales» sería una expresión más adecuada de esa relación en las situa-
ciones de coexistencia de dos o más elementos etnonacionales.
La segunda situación en que los contactos han tenido un efecto asimüacio-
nista es aquélla en la que una o las dos partes implicadas estaban todavía en una
fase prenacional. Así pues, antes de la era del nacionalismo imperaba la tenden-
cia a que los grupos se fusionaran en agrupaciones mayores. Los anglos, los pic-
tos, los sajones, los vándalos y los visigodos son algunos de los pueblos que cam-
biaron de identidad grupal. Ahora bien, una vez iniciada la era del nacionalismo,
los contactos entre grupos dotados de una ligera noción de poseer un legado ét-
nico especial han tendido a consolidar y reforzar ese sentimiento de singularidad.
Por consiguiente, la costumbre bastante extendida de tomar los ejemplos de asi-
milaciones logradas antes del siglo xvill como precedentes de situaciones actua-
les que implican a grupos étnicamente conscientes es una falacia analógica.
Hay todavía otro aspecto en el que la modernización y la mejora de las co-
municaciones han actuado como catalizadores de las reivindicaciones de inspi-
ración etnonacional. Con la expansión de la enseñanza formalizada y de las co-
municaciones globales también han aumentado las probabilidades de que los
pueblos lleguen a conocer los movimientos en pro de la autodeterminación pa-
sados y presentes. Al adquirir ese conocimiento, la reacción más común es pre-
guntarse: «Si ese pueblo tiene un derecho obvio e inalienable a la autodetermi-
nación nacional, ¿por qué no nosotros?». Lo que los científicos sociales han
denominado «efecto demostrativo» ha producido una evidente reacción en ca-
dena en la evolución del nacionalismo21. Todas y cada una de las reivindicacio-
20
Expresé por vez primera esta opinión en «Self-Determination: The New Pilase», y Arend
Lijphart, después de citarla favorablemente en su apasionante e influyente artículo «Consociational
Democracy» (Wotid Politics, 21, 1969, p.220), proseguía diciendo: «Esta proposición podría elabo
rarse expresando tanto el grado de homogeneidad como el de contactos mutuos como un continuo, y
no como una serie de dicotomías». De lo dicho anteriormente con respecto a la diferente intensidad
de los contactos en la época de entreguerras y en la segunda posguerra, se deduce que ambos concor
damos en que tanto la intensidad como el carácter de los contactos puede influir en el grado de conflic-
tividad que se dé entre los grupos étnicos. Ahora bien, la cuestión de las semejanzas culturales rela
tivas entre dos grupos sería otra cuestión. Una de las peculiaridades de nuestra época (motivada en
buena medida por el aumento cuantitativo y cualitativo de las redes de comunicaciones) es que, a la
vez que las culturas de los diversos grupos cada vez se asemejan más entre sí, la importancia de los
sentimientos de diferenciación étnica también es cada vez mayor. Así pues, el grado de similitud
cultural no parece ser el factor que está en juego. El factor que nos ocupa es la asimilación psicoló
gica, no la asimilación cultural, y, en última instancia, la cuestión de si alguien se siente intuitiva
mente miembro de este o aquel grupo etnonacional se plantea, para la mayoría del género humano,
en términos de sí o no, y no de más o menos.
21
Los dirigentes de los Estados mukiétnicos han indicado una y otra vez el miedo que les ins
pira este fenómeno. Así, por ejemplo, los líderes políticos africanos se han resistido obstinadamente
a reconocer la legitimidad de los movimientos étnicos secesionistas ocurridos en los Estados del
África negra. El rechazo del gobierno indio a negociar la cuestión cachemir también se funda en
parte en el efecto multiplicador que la independencia de Cachemira podría ejercer sobre otros secto
res étnicos de la población.
La «historicidad: el caso de Europa occidental 167
Estos factores pueden, como es lógico, solaparse y reforzarse. Así, por ejemplo,
el ejemplo de la independencia de Irlanda goza de las cinco características seña-
ladas en relación a los escoceses y los galeses, de las cuatro primeras en relación
a los bretones, y sólo de la quinta y la segunda con respecto a los vascos26.
22
Una excepción notable es el caso en que un partidario de la secesión argumenta en contra de
la manida afirmación de que el Estado propuesto no podría convertirse en una entidad económica
viable. En ese caso, la longevidad del modelo elegido puede ser la clave de su utilidad.
25
Por citar algunos ejemplos de fuera de Europa, el episodio biafreño fue indudablemente per-
cibido como una amenaza mayor por los líderes africanos que por los asiáticos. Un caso similar fue la
creación de Bangladesh, que tanto los dirigentes indios como los paquistaníes percibieron como un
hecho de consecuencias muy relevantes para todo el subcontinente, previsión que sería confirmada
por los hechos. Y, por úlrimo, citaremos la decisión soviética de realizar una intervención armada en
Checoslovaquia en 1968, decisión influida por el miedo a los efectos que el movimiento autonomista
eslovaco pudiera tener sobre los ucranianos que habitaban la zona limítrofe al otro lado de la frontera
y que ya daban muestras de agitación.
24
Aun a riesgo de incidir en lo obvio, señalaremos que cuanto más próxima se perciba una rela
ción, más intenso tenderá a ser el efecto demostrativo. Por ello, la creación de todos y cada uno de
los Estados árabes estimuló la reivindicación de que se concediera la libertad a todos los árabes. Y
aunque con menor fuerza, la idea del paneslavismo hizo que la creación de todos y cada uno de los
Estados eslavos centrara la acendón de los pueblos eslavos todavía sometidos al dominio extranjero.
25
Por ejemplo, siempre que una colonia alcanza la independencia, ese acontecimiento posee
para las minorías de la metrópoli mayor relevancia de la que habría tenido si esa colonia hubiera per
tenecido a otro Estado. Y aún se concedería mayor importancia a la secesión de una parte del «terri
torio metropolitano», es decir, del propio Estado.
2fl
Véase, por ejemplo, Kennerh Morgan: «Welsh Nationalism: The Historical Background»,
Contemporary History, 6, 1971, p.172, donde se señala que el movimiento nacional gales «estaba cla-
ramente en deuda con el nacionalismo del resto del mundo, con el nacionalismo húngaro y, en parti-
cular, con el nacionalismo irlandés». La ascendencia celta común es el factor básico que expLica la in-
fluencia de los irlandeses sobre los bretones, dos pueblos sin vínculos históricos ni políticos. La
influencia del legado céltico común es más problemática en el caso de los escoceses y los irlandeses,
debido a la animosidad que enfrenta tradicionalmente a ambos pueblos a causa del predominio de
personas de ascendencia escocesa entre la población no irlandesa de Irlanda del Norte. George Mal-
colm Thomas, después de indicar que los escoceses «por su raza y su temperamento, están más cerca
de los irlandeses de lo que les gusta reconocer», continuaba diciendo: «la verdad es que el Ulster es
tanto irlandés (geográficamente) como británico. O, para ser más exactos, escocés (culturalmente)»
{Cbristian Science Monitor, 6 de julio de 1974). Pero véanse en Owen Dudley Edwards et al.: Celtic
168 Etnonaciotialismo
Dos fenómenos han tenido una relevancia especial en virtud del efecto de-
mostrativo que han ejercido sobre los movimientos en pro de la autodetermi-
nación ocurridos en Europa occidental después de la Segunda Guerra Mundial.
Uno de ellos es la tendencia que se ha manifestado de forma general, aunque
no uniforme, a que el nacionalismo de Europa occidental afecte a elementos
étnicos cada vez menores. Así, por ejemplo, la declaración de la independencia
política de Noruega en 1905 supuso un hito importante en tanto en cuanto
los noruegos son un pueblo menos numeroso que los catalanes y los
escoceses27. La emancipación de Irlanda fue un paso más en esta dirección,
mientras que la decisión de Islandia de adquirir un estatus independiente du-
rante la Segunda Guerra Mundial ofreció la prueba palpable de que las dimen-
siones reducidas no constituyen un- obstáculo para la independencia. Sin em-
bargo, hacía mucho que estudiosos y estadistas consideraban como un axioma
el concepto opuesto, es decir, que el tamaño insignificante constituía un obstá-
culo insalvable para la independencia política, idea que también debió de ejer-
cer cierta influencia sobre las masas. De no ser así, sería difícil comprender por
qué, en su empeño por captar adeptos, los líderes de los nuevos movimientos
hacen tanto hincapié en los ejemplos ofrecidos por comunidades aún
menores28. Sea como fuere, entre los elementos étnicos de Europa occidental
que tenían líderes potenciales con sueños de independencia eran pocos los que
superaban numéricamente a los islandeses. En una fecha tan reciente como
1944, Alfred Cobban intentó poner en ridículo las implicaciones lógicas del
principio de la autodeterminación invocando la imagen futura de Islandia o de
Malta logrando su independencia29. Que Islandia alcanzara la independencia el
mismo año en que se publicaba ese comentario de Cobban y que Malta si-
guiera sus pasos en 1964 son hechos que demuestran que las poderosas reser-
vas psicológicas asociadas a las proporciones pequeñas de un pueblo habían lo-
grado ser exorcizadas de los axiomas políticos heredados de tiempos pasados.
Otro fenómeno de importantes consecuencias fue el final de la era colonial
a causa de la contagiosa difusión por todas las posesiones de ultramar de la
idea de que «todo gobierno extranjero es un gobierno ilegítimo». Como ya se
ha dicho, el efecto demostrativo producido por la declaración de la indepen-
Nationalism, Londres, 1968, los capítulos de nacionalistas irlandeses, escoceses y galeses, todos los
cuales hacen hincapié en el vínculo céltico. Véase asimismo la publicación del Partido Nacional Es-
cocés (SNP) 100 Home Rule Questiom Amwered by Sandy M'Intosh, 2" ed. rev., Forfar, 1968, p.15: «Allí
donde se da una integración obligatoria y un sentimiento de descontento en uno o más de los países
integrados, no existe una verdadera unidad, tal como lo ha demostrado sobradamente la historia ir-
landesa». En la p.28 hay una referencia a las «naciones orgullosas y patrióticas como Eire». Las orga-
nizaciones pancélticas contemporáneas, como el Congreso Céltico y la Liga Céltica, son signos re-
cientes de las consecuencias políticas que derivan del panetnicismo, si bien se desconoce su
influencia popular.
27
El Partido Nacional Escocés recurre muchas veces al caso noruego con propósitos comparativos
cuando insiste en que Escocia también puede «seguir por su cuenta». Véase, por ejemplo, 100 Home
Rule Questions Answered by Sandy M'Intosh, particularmente las pp.27 y 45.
2S
Los nacionalistas galeses, por ejemplo, señalan que treinta y nueve Estados tienen una población
menor que la de Gales y hacen particular hincapié en que entre ellos se cuentan Islandia, Lu-
xemburgo y Nueva Zelanda. Véase Christian Science Monitor, 2 de agosto de 1974.
-9 Alfred Cobban: National Self-Determination, Londres, 1944, pp.131-132. En la p.173, el autor
hace comentarios similares referidos a Gales, la Rusia Blanca (Bielorrusia), Alsacia, Flandes y el Ca-
nadá francés.
La ahhtoriádad: el caso de Europa occidental 169
3i) pierre Fougeyrollas: Pour une Frailee fedérale: Ven I'imité eiiropéenm par la révolution repártale, Pa-
rís, 1968, p. 12.
17 ü Etnonacionalismo
31
Carlton Hayes: The Historkal Evohition of Modem Nationalism, Nueva York, 1931, pp.234-237.
El análisis que Hayes hacía de la relación entre modernización industrial y nacionalismo era
notablemente distinto del de Karl Marx y Friedrich Engels, como lo testimonia el siguiente pasaje
del Manifiesto Comunista: «Las diferencias y antagonismos nacionales entre los pueblos están desa-
pareciendo día a día, debido al desarrollo de la burguesía, a la libertad de comercio, al mercado
mundial, a la uniformidad del modo de producción y a las condiciones de vida resultantes de todo
ello».
" El ritmo, como es lógico, puede ejercer por sí mismo un efecto importante: cuanto más in-
tensos sean los contactos entre los grupos, más probable es que surja una reacción etnonacional mili-
tante. Véase el capítulo 2 de este volumen.
La «historicidad: el caso de Europa occidental 171
nacionalismo? Hay que sospechar que en muchos casos ese desconcierto se de-
bía a la falta de perspectiva histórica. Si el ascenso del nacionalismo en una co-
munidad étnica concreta se atribuye exclusivamente, pongamos por caso, al
efecto de la discriminación económica (la teoría del desposeimiento relativo),
se elimina la necesidad de profundizar en la historia a la busca de los preceden-
tes o de los orígenes y el desarrollo del concepto abstracto de un pueblo empa-
rentado. De forma similar, el primer pilar de los estudios convencionales sobre
Europa occidental desarrollados en la posguerra, que se ha examinado anterior-
mente (la imagen de los habitantes de la región como cosmopolitas sofistica-
dos que habían reconocido en el nacionalismo un peligroso anacronismo para
nuestra época), reflejaba una visión del nacionalismo como fenómeno efímero
y fácil de eliminar. Esta visión no concuerda en absoluto con la historia polí-
tica e intelectual acaecida desde finales del siglo XVIII.
En otros casos, la total imprevisión de los acontecimientos recientes no se
debe tanto a que se haya hecho caso omiso de la historia, sino a que la historia
se ha interpretado mal. Quienes creían que el avivamiento de las reivindica-
ciones etnonacionales ocurrido en toda Europa occidental a finales de la dé-
cada de los sesenta carecía de antecedentes, estaban pasando por alto la exis-
tencia de numerosos y claros augurios. Entre ellos, cabe mencionar la
autonomía adquirida mediante plebiscito popular por los catalanes, gallegos y
vascos en la España de los años treinta; los disturbios promovidos por los ale-
manes del Tirol meridional casi desde el momento en que se les incorporó a
Italia después de la Primera Guerra Mundial, el famoso referéndum convo-
cado por Hitler para proteger el Eje Roma-Berlín de las repercusiones de di-
chos disturbios (y en el que una proporción asombrosamente elevada de vo-
tantes declaró su voluntad de abandonar sus hogares y establecerse en el
Tercer Reich antes que convertirse en ciudadanos italianos) y la rápida reanu-
dación de las actividades antiestatales en el Tirol meridional después de la Se-
gunda Guerra Mundial; el éxito obtenido por Hitler al apelar al etnonaciona-
lismo de flamencos y bretones para lograr su colaboración; los llamamientos
similares que Mussolini dirigió a los corsos; y los movimientos separatistas
que estaban activos en Cerdeña y Sicilia durante la Segunda Guerra Mundial y
en el Val d'Aosta francófono durante esa misma guerra y en la inmediata pos-
guerra33. A la vista del desarrollo histórico de la idea nacional (su propagación a
un número creciente de pueblos a partir de Francia), resulta especialmente
inaudito que Konstantin Symons-Symonolewicz afirme que «apenas puede
discernirse una tendencia evolutiva clara relativa al desarrollo del principio de
la nacionalidad; sostener que progresa ininterrumpidamente no sería menos
aventurado que concluir que su dinámica se ha agotado por completo»34. Es
33
Una analogía canadiense sería la reacción de los francocanadienses ante las propuestas de Lia- \ ■]
triarlos a filas, durante la Primera y la Segunda Guerras Mundiales, para luchar en lo que ellos per-
!
cibían como «guerras inglesas». No es muy distinto el caso de la Europa del Este, donde Hitler lo
gró cierto grado de colaboración entre eslovacos y croatas ofreciéndoles la autonomía respecto a los
checos y los serbios, respectivamente. La reacción positiva inicial de los ucranianos, Los tártaros de
Crimea y otros elementos étnicos no rusos ante la invasión alemana de la Unión Soviética también
ha sido muy divulgada.
34
Konstantin Symons-Symonolowicz: Nationalist-Movements: A Comparative View, Meadvüle,
1970, p.4.
172 Etnonaámialismo
Con lo que se ha dicho hasta ahora no se pretende negar que antes de 1960
existieran historias de diversos movimientos étnicos dignas de alabanza 36 .
Como tampoco se pretende negar que los especialistas de diversos países hayan
dado numerosas muestras de comprender la diversidad étnica en el seno de sus
respectivos países37. Ahora bien, estas historias y especialistas han propendido
a utilizar un punto de vista demasiado restringido, tendiendo a ver los movi-
mientos como sui generis, a pensar que sólo se nutrían dentro del Estado, y a no
encuadrarlos en un movimiento intelectual más amplio. En opinión de Hans
Kohn:
35
Arnold Toynbee: A Study o/History, Londres, 1954, 8, p.53ó.
"> Son ejemplos en lengua inglesa dignos de mención Shepard Clough: A History of the Flemish
Movement in Belgium: A Study in Nationalism, Nueva York, 1930; y Reginald Coupland: Wehh and
Scottish Nationalism: A Study, Londres, 1954.
37
No debe suponerse, sin embargo, que los especialistas en países concretos han sido más sensi-
bles a este tipo de diversidad que los estudiosos sobre temas generales. Los especialistas en el Reino
Unido, por ejemplo, vienen subrayando desde hace largo tiempo el grado inusualmente elevado de
homogeneidad de la denominada sociedad británica o, incluso, inglesa. Richard Rose cita a L. S.
Amery, Samuel Beer, Harry Eckstein, Jean Blondel y S. E. Finer corno ejemplos de las numerosas au-
toridades en el estudio del Reino Unido que no han prestado atención a los asuntos étnicos; véase
Richard Rose: The United Kingdom as a Miilti-National State, Glasgow, 1970. Rose podría haberse
añadido a sí mismo a la lista, ya que en su obra afirma: «La política actual del Reino Unido se ha
simplificado mucho gracias a la ausencia de divisiones importantes debidas a la etnia, la lengua y la
religión» {Politics in England, Boston, 1964, p. 10). Las monografías sobre Francia también revelan la
asombrosa falta de atención prestada a las divisiones étnicas.
La ahistorirídad: el caso de Europa occidental 173
m
Hans Kohn: The Idea ofNational"um; A Study oflts Origins and Bachgnimd, Nueva York, 1944,
p.¡x-x. Se encontrará un análisis interesante de las ventajas y limitaciones del método comparativo
(no aplicado específicamente al estudio del nacionalismo) en Arend Lijphart: «Comparative Politics
and the Comparative Method», American Política!Science Review, 65, 1971, pp.682-693.
w
Hans Kohn: Nationalism: Its Meaning and Histoij, ed. rev., Princeton, 1965, p.4.
4
" En un ensayo muy supérente, Milton da Silva recurría al movimiento vasco para ilustrar las
debilidades de diversas teorías sobre la esencia y las causas del etnonacionalismo. En su exposición
Da Silva demostraba poseer una notable amplitud de conocimientos. Véase su «Modernization and
Ethnic Conflict: The Case of che Basques», Comparative Politics, 7, 1975, pp.227-251.
174 Etnonacionalismo
1
Véase Juan Linz: «Early State-Building and Late Peripheral Nationalisms against the State:
The Case of Spain», ponencia presentada en el Congreso de la UNESCO sobre la Construcción de la
Nación, Cérisy, Normandía, agosto de 1970, pp.85-86.
12
Joseph Rudolph: «The Belgian Front Democratique des Bruxellois Francophones-Rassem-
blan: Wallon (FDF-RW) and the Politics of Sub-National Institution-Building», ponencia presen
tada en el Congreso Anual de la Northeastern Political Science Association, 9 de noviembre de
1973, p.3.
45
Véase en el capítulo 2 de este volumen una explicación más completa y ejemplos de las cuatro
categorías. Los cuatro problemas aquí expuestos se presentan en el mismo orden que en ese capítulo,
aunque se hayan omitido otros ocho de la lista original.
La ¿¡historicidad: el caso de Europa occidental 175
11
Véase, por ejemplo, la cita de Dankwart Rustow de la nota 1 de este capítulo, en la que «na-
ción» se refiere evidentemente al «Estado». En la frase previa, Rustow pone en relación las experien-
cias de la nación alemana con la nación «británica» —y también con una dudosa nación «ita-
liana»—, señalando que «en la Gran Bretaña actual no se percibe generalmente que exista un
conflicto grave entre la nacionalidad británica de conjunto y las nacionalidades particulares de ingle-
ses, galeses y escoceses».
^ Regionalismo es asimismo un término poco oportuno porque puede referirse tanto al regiona-
lismo intraestatal como a la integración supraestatal de una zona mayor, como Europa occidental o
América Latina.
lfi
Los movimientos etnonacionales (como el bretón, el corso, el escocés y el gales) y el localismo
(como el demostrado en algunos laender alemanes) se agrupan en la misma categoría de «re-
gionalismo subnacional» en el artículo de Werner Feld: «Subnational Regionalism and the Euro-
pean Community», Otó, 18, 1975, pp.1176-1192. Como resultado, se establece entre fenómenos
diferentes una comparación que llama a la confusión. Con respecto a la descripción del naciona-
lismo escocés como una forma de regionalismo (con la consiguiente infravaloración de su fuerza),
véase John Schwartz: «The Scottish National Party», World Politks, 22, 1970, pp.496-517, y parti-
cularmente la p.515, donde el autor habla de una supuesta «identidad regional». Véase asimismo
Jack Haywood: The One and Indivisible French Republic, Nueva York, 1973, pp.38 y 56, donde se de-
nomina regionalismo al movimiento de Bretaña. No se hace ninguna referencia al etnonaciona-
lismo, ni tampoco a ninguna otra minoría étnica de Francia. Puesto que el término región denota la
existencia de una entidad mayor en la que se incluye la región, la indivisibilidad de Francia queda
garantizada (tal como lo indica el título de la obra). La propensión a denominar regionalistas a los
movimientos etnonacionales de Francia e Italia probablemente se ha visto alentada en los últimos
años por los planes de «regionalización» orientados a descentralizar la autoridad. En ambos casos,
las fronteras de las nuevas regiones reflejan con bastante exactitud la distribución de los grupos ét-
nicos. Quien esté interesado en un análisis más pormenorizado, puede consultar mi capítulo dedi-
cado a Europa occidental en Abdul Said y Luiz Simmons (comps.): Eíhnicify in an International Con-
texto Edison (Nueva Jersey), 1976. El término periferia, tal como se utiliza en el concepto
centro-periferia, significa muchas veces región, por lo que las reservas anteriormente expresadas
con respecto al uso de regionalismo para hablar del etnonacionalismo también son aplicables a esta
palabra.
\-j(¡ Etnonacionalismo
n
New York Times, 16 de noviembre de 1974.
4a
Keesing's Contempomry Archives, 23-29 de septiembre de 1974, 26732, énfasis añadido.
La ¿¡historicidad: el caso de Europa occidental 177
49
Después de topar una y otra vez con la explicación religiosa de los conflictos de Irlanda del
Norte, me congratuló oír cómo el catedrático Juhn White de la Queen's University de Belfast afir
maba en una conversación que mantuvimos en el Harvard Cencer for International Affairs (octubre
de 1974) que dicho conflicto era sin lugar a duda de carácter étnico y no religioso. Sin embargo,
unos minutos después, cuando le comenté a un representante del gobierno belga que me gustaría
mucho tener la oportunidad de hablar con él sobre el problema étnico de su país, él me repuso que
el problema no era en absoluto étnico, sino lingüístico.
50
Le Fígaro, 5 de julio de 1971. La elección de Estrasburgo como sede del Consejo de Europa
ha tenido indudablemente un efecto significativo, aunque inmensurable, sobre el etnonacionalismo
alsaciano de los últimos tiempos. El papel internacional desempeñado por esta ciudad alsaciana
sirve como recordatorio permanenre de que el límite fronterizo franco-alemán ya no es, como lo fue
en el período de entreguerras, una barrera imporranre para las relaciones con los alemanes de
allende la frontera.
178 Etnonacionalismc
51
Por ejemplo, en las elecciones de 1972, el victorioso Partido Socialdemócrata basó su cam-
paña en la invocación al orgullo nacional y a la conciencia nacional. Véase, por ejemplo, el Nav
York Times del 17 de noviembre de 1972. Basándose sobre todo en la interpretación de las encuestas
de opinión, diversas personas han defendido recientemente la tesis de que la idea de una nación
alemana única es cosa del pasado y ha sido sustituida por una unificación de la identidad en torno a
las ideas de Austria, Alemania del Este y Alemania del Oeste. Véanse, por ejemplo, Wi-Uiam
Bluhm: Building an Austrian Nation, New Haven, 1973; Gordon Munro: «Two Germanies: A
Lasting Solución to che Germán Question», tesis doctoral, Claremont Gradúate School, 1972; y
Gebhard Schweigler: «National Conciousness in Divided Germany, tesis doctoral, Universidad de
Harvard, 1972. Ahora bien, los datos obtenidos en las encuestas no están libres de contradicciones
y otros datos los desmienten (por ejemplo, la decisión tomada a comienzos de 1975 por las autori-
dades de Alemania del Este de suspender temporalmente sus intentos de eliminar la idea de que
los pueblos de Alemania del Este y Alemania del Oeste forman parte de la misma nación ale-
mana). Es más, si tenemos en cuenta las numerosas fuerzas psicológicas y políticas que actúan en
la Alemania de la posguerra (descritas anteriormente), la posibilidad de realizar encuestas de opi-
nión válidas sobre el nacionalismo en ese entorno se torna cuando menos cuestionable. También
debe tomarse en consideración que las actitudes latentes no tienen por qué coincidir con las opi-
niones expresadas. Por último, resta por dilucidar la cuestión de si, aun en las circunstancias más
propicias, la encuestas de opinión son una herramienta adecuada para determinar la actitudes ét-
La ¿(historicidad: el caso de Europa occidental 179
Así pues, las necrológicas del etnonacionalismo han demostrado ser prematu-
ras en toda Europa.
* * *
Cuando habla de «pueblos europeos de los que nunca se había supuesto que
tuvieran conciencia nacional», Hayes está refiriéndose a los bretones, a los ca-
talanes, a los flamencos, a los vascos y otros similares. Ahora bien, este pasaje
no se escribió en los años setenta, sino en 1941; y no pretendía describir la
Europa occidental de las décadas de 1960 y 1970, sino la de las décadas de
1870, 1880 y 189052. Lo cierto es que los análisis más acertados del naciona-
lismo escritos en el período de entreguerras proporcionaban valiosas claves
para comprender los sucesos que previsiblemente ocurrirían en Europa occi-
dental a medida que el nacionalismo fuera desarrollándose. Así, por ejemplo,
ya en 1926, Hayes lanzaba una señal de alarma relativa a los conflictos entre
los grupos etnonacionales de Bélgica y de Suiza, «pese a los intentos artificia-
les de promover un sentimiento de solidaridad social, semejante a la naciona-
lidad, que se han llevado a cabo en Suiza y en Bélgica»53. Se refería asimismo a
«los pequeños nacionalismos incipientes» de los islandeses, los catalanes, los
provenzales, los vascos, los wendos, los rusos blancos (bielorrusos), los habi-
tantes de la isla de Man y los malteses54. El famoso informe sobre el naciona-
lismo realizado en 1939 por el Royal Institute of International Affairs tam-
bién contenía una visión más perspicaz del conflicto de Irlanda del Norte que
la mayoría de los estudios actuales:
nicas. Se argumenta que no lo son en los estudios de Arnolcl Rose: Migrants in Europe, p.100, y
John Wahlke y Milton Lodge: «Psychological Measures of Change in Political Attitudes», ponen-
cia presentada en el Congreso Anual de la Midwest Political Science Association, 1971, particu-
larmente pp.2-3.
52
Carlton Hayes: A Generarían of Materialism: 1870-1900, Nueva York, 1941, p.280.
" Carlton Hayes: Essays nn Natitmalism, Nueva York, 1926, p.15.
M
//W.,p.59.
jgQ Etnonacionalismo
En otro lugar, el informe advertía que «la propia Gran Bretaña no es inmune a
este problema, ya que sería arriesgado suponer que la solución que actual-
mente se ha dado a la relación entre ingleses, escoceses y galeses tiene que ser
necesariamente permanente»56.
Ahora bien, aunque en estos estudios se dieran muestras de perspicacia y
comprensión, muchas de sus predicciones resultaron erróneas57. El pasado no
siempre es un prólogo. La historia —incluida la historia del nacionalismo—
no actúa al margen de los deseos y caprichos de individuos y acontecimientos.
Por ello, ni siquiera un examen correcto del desarrollo histórico del naciona-
lismo puede eliminar los riesgos inherentes a toda predicción de futuros acon-
tecimientos políticos. No obstante, tal como lo indican los pasajes de Hayes y
del Royal Institute que se han citado, comprender la pauta de desarrollo del
nacionalismo puede aumentar las posibilidades de realizar predicciones acerta-
das; o, cuando menos, reducirá las probabilidades de que las manifestaciones
más recientes del nacionalismo nos tomen totalmente por sorpresa.
» Naüanalism: A Repon by a Stndy Group of Memberí of the Royal Imtitute of International Affairs,
Londres, 1939, p.l 11.
56
/¿/V., p.l37.
57
Véanse, por ejemplo, los comentarios patentemenre optimistas de Hayes con respecto a la ca
pacidad de Suiza, Canadá, la República Sudafricana y el Imperio británico para acomodar diversos
nacionalismos divergentes, en sus Essays on Natknalism, pp.21, 22 y 270. El informe del Royal Insti-
tute fue realizado por nueve especialistas y, en consecuencia, en él abundan las contradicciones.
Algunos ensayos revelan una sagaz comprensión del fenómeno nacional, comprensión que brilla por
su ausencia en otros textos.
TERCERA PARTE Los estudiosos y el
' Traducido del discurso inaugural de la conferencia organizada por Ethnic and Racial Studies y la
Londun School of Economics en el Oíd Theatre de la LSE el 27 de febrero de 1992 y publicado por
primera vez en Etbnic and RacialStudies, 16, n" 3, 1993. Reproducido con permiso de los compilado-
res y editores de ERS.
El hombre es un animal'Jfachnal Ig5
nacional. ¿Cuál es, por ejemplo, la esencia del vínculo que une a todos
los polacos y los diferencia del resto de la humanidad? Subrayar las ca-
racterísticas tangibles de la nación ha estado de moda hasta hace muy
poco entre los más destacados especialistas en el nacionalismo. La na-
ción se definía como una comunidad de personas que se caracterizaban
por compartir la lengua, el territorio, la religión y otros factores seme-
jantes. Si realmente se pudiera explicar la nación mediante criterios tan-
gibles de este tipo, profundizar en su conocimiento sería una tarea mu-
cho más sencilla. Cuánto más fácil sería la labor si adoptar la lengua
polaca, vivir en Polonia y abrazar el catolicismo bastara para definir la
pertenencia a la nación polaca, para convertirse en polaco. Sin embargo,
hay alemanes, lituanos y ucranianos que cumplen estos requisitos y no
por ello se consideran polacos, ni tampoco son considerados polacos por
sus compatriotas.
Así las cosas, los criterios objetivos no bastan por sí mismos para de-
terminar si un grupo constituye una nación. La esencia de la nación es el
vínculo psicológico que une a un pueblo y, en la convicción subconsciente
de sus miembros, lo distingue de una forma decisiva del resto de la huma-
nidad.
Con muy escasas excepciones, los especialistas han evitado definir la nación
como un grupo de parentesco y, por lo general, han negado explícitamente que
la nación esté fundada sobre el parentesco. Estas refutaciones suelen respal-
darse con datos que demuestran que, en realidad, la mayoría de las naciones
tienen una herencia genética múltiple. Mas esta línea de argumentación hace
caso omiso de la máxima que afirma que lo que influye en las actitudes y en la
conducta no es la realidad sino lo que la gente percibe como real. Y la creencia sub-
consciente en el origen y la evolución singulares de un grupo es un ingre-
diente importante de la psicología nacional.
Al pasar por alto o negar el sentimiento de parentesco del que está im-
buida la nación, los estudiosos no han logrado ver algo que los líderes nacio-
nalistas percibían con palmaria claridad. En agudo contraste con los analistas
académicos del nacionalismo, quienes han logrado movilizar naciones han
comprendido que en el centro de la etnopsicología hay un sentimiento de
consanguinidad y no han dudado en apelar a él. En consecuencia, cuando se
trata de descubrir la naturaleza emocional/psicológica del nacionalismo, los
discursos y proclamas nacionalistas suelen ser una área de investigación más
fructífera que las obras eruditas. Muy a menudo, ese tipo de discursos y pro-
clamas se han desechado a la ligera, considerándolos mera propaganda que
no respondía a las verdaderas convicciones de los líderes. Pero el naciona-
lismo es un fenómeno de masas y el grado de convencimiento de quienes lo
promueven no afecta a la realidad de los hechos; lo importante no es la since-
ridad del o de la propagandista, sino el tipo de instinto de masas al que
apela.
Examinemos, a esta luz, la famosa exhortación de Bismark a los alemanes
—que en su día se difundió por más de treinta entidades soberanas— alentán-
doles a unirse en un solo Estado: «¡Alemanes, pensad con la sangre!». Las re-
petidas apelaciones de Adolf Hitler a la pureza étnica de la nación (Volk) ale-
mana son sobradamente conocidas. Daremos un solo ejemplo; en un discurso
186 Etnonacionaltsmo
La raíz de las diferencias entre los pueblos y naciones ha de buscarse en las di-
ferencias de raza. Si los italianos son distintos de los franceses, alemanes, tur-
cos, griegos, etc., no es sólo porque posean una lengua y una historia diferen-
tes, sino porque su desarrollo racial ha sido distinto [...] El «italiano de pura
raza» ya es una realidad. Esta aseveración [se basa] en el vínculo de sangre que
une a los italianos de hoy en día [...] Esta pureza antigua de la sangre es el
más elevado título nobiliario de la nación italiana2.
1
Adolph Hitler: The Speeches of Adolph Hitler, April 1922-Angutt 1939, Londres, 1942, vol.2,
p.1438.
2
Según la cita de Charles Delzell: Mediteiranean Fastísm, Nueva York, 1970, pp.193-194.
El hombre es un animal factorial \^-¡
Los líderes democráticos han apelado asimismo a la idea del linaje común
con objeto de lograr el respaldo de las masas para adoptar un curso de acción
determinado. De una forma en cierto modo paradójica, los orígenes históri-
cos del pueblo estadounidense —ese colectivo humano destinado a formar la
sociedad de inmigración poligenética por excelencia— nos ofrece dos ejem-
plos notables, el primero relativo a la decisión de separarse de Gran Bretaña
* Hay una exposición más pormenorizada de este asunto en la obra del autor de este libro, The
National Question in Marxist-Leninist Theory and Strategy, Princeton, 1984, en especial en los
capítulos 1-3-
3
Conrad Brandt et al.: A Documentar/ History of Chínese Communim, Londres, 1952, p.260.
4
Mao Tse-tung; Selected Works ofMao Tse-tung, Pekín, 1975, vol.2, p.209.
5
Brandt: A Documentary History, p.245.
6
Ho Chi Minh: 0?? Remitirían: Selected Writings 1920-1966, ed. por Bernard Fall, Nueva York,
i n/í-j .,_ i c o
188 Etnonacionalismo
Tampoco nuestros hermanos británicos nos han prestado atención [...] Hemos
apelado a su natural justicia y magnanimidad, y hemos invocado nuestro linaje co-
mún para repudiar estas usurpaciones, las cuales interrumpirían inevitablemente
nuestros contactos y relaciones. Ellos también han permanecido sordos a la voz de la
justicia y de la consanguinidad. Debemos, por tanto [...] considerarlos, tal
como consideramos al resto de la humanidad, en la Guerra, Enemigos, en la
Paz, Amigos.
Se diría que este país y este pueblo están hechos el uno para el otro, y parece que
entrara en los designios de la Providencia que una herencia tan adecuada y conveniente
para un grupo de hermanos, unidos entre sí por los vínculos más sólidos que pueda
haber, no debiera nunca dividirse en varias soberanías insociales, recelosas y
enemistadas7.
Lo que Jay afirmaba no era otra cosa sino que somos miembros de una sola fa-
milia y que la familia debe volver a unirse. Así pues, en el caso de Estados
Unidos, en primer lugar se recurrió a la acusación de traición a los vínculos
ancestrales con objeto de lograr el apoyo popular necesario para dividir políti-
camente a la familia, y años más tarde se apeló al vínculo ancestral para conse-
guir la unión política de la parte americana de la familia.
Puede resultar interesante señalar entre paréntesis que los estadounidenses
de ascendencia anglosajona (los llamados WASPS*) continuaron manifestando
la percepción, típica del Staatvolk, de que todos los estadounidenses —o, me-
jor dicho, «todos los auténticos estadounidenses»— tenían vínculos de con-
sanguinidad con los ingleses. Por ejemplo, en una poema de mediados del si-
glo xix titulado «A los ingleses», John Greenleaf Whittier decía así:
7
Alexander Hamilton, John Jay, James Madison: Tbe Federalist: A Commentary on tbe Canstitiitim
ofthe United States, Nueva York, 1937, p.9.
* Abreviacura ele White Anglo-Saxon Protestant, blanco anglosajón y protestante (Ñola de la
Trad.).
190 Etnonacionalhmo
Hitler dirigió a los alemanes que vivían en Austria, en los Sudetes y en Polo-
nia apelando al Volksdeutsche. En tiempos más recientes, Albania ha defendido
su derecho a proteger a los albaneses de Yugoslavia basándose en que «la
misma madre que nos dio a luz, dio a luz a los albaneses de Kosovo, Montene-
gro y Macedonia»8; China ha proclamado sus derechos sobre Taiwan argumen-
tando que «los habitantes de Taiwan son nuestros familiares y amigos»9; el di-
rigente norcoreano, Kim II Sung, ha declarado la necesidad de unificar Corea
con objeto de lograr la «integración de nuestra raza»10. Y en 1990, quienes
aconsejaban a los alemanes de la República Federal Alemana y de la República
Democrática Alemana que abordaran con prudencia la tarea de reunir a la fa-
milia en un solo Estado, no podían rivalizar con la estrategia evocadora de la-
zos familiares del canciller Helmut Kohl, quien logró el respaldo popular para
la unificación inmediata utilizando una consigna candorosamente simple: Wir
sindein Volkf (¡Somos una nación!).
Vemos pues que, a diferencia de la mayoría de los autores especializados en el
nacionalismo, los líderes políticos de las tendencias ideológicas más diversas
han percibido que la consanguinidad forma parte de la psicología etnonacional
y no han dudado en apelar a ella al buscar el respaldo popular. La frecuencia y
el éxito de tales apelaciones dan testimonio del hecho de que las naciones se
caracterizan en efecto por el sentido —el sentimiento— de la consanguinidad.
Por consiguiente, nuestra respuesta a la pregunta tantas veces planteada de
«¿qué es una nación?» sería que nación es un grupo de personas que se sienten
relacionadas por su linaje. Es el grupo de mayor tamaño que puede exigir la
lealtad de una persona basándose en los vínculos de parentesco percibidos; es,
desde esta perspectiva, la familia extensa más amplia.
El sentimiento de ascendencia compartida no tiene por qué coincidir, y
prácticamente en todos los casos no coincidirá, con la historia real. La gran mayoría
de las naciones derivan de diversos linajes étnicos. La clave de la nación no está
en la historia cronológica ni en la real, sino en la historia emocional y viven-
cial. El único requisito imprescindible para que exista una nación es que sus
miembros compartan la convicción intuitiva de que el grupo nacional posee
unos orígenes y una evolución propios. Declarar que se pertenece a la nación
japonesa, alemana o tai no significa meramente que uno se identifique con el
pueblo japonés, alemán o tai actual, sino que supone una identificación con ese
pueblo a lo largo de toda la historia. O, mejor dicho, dada la convicción intui-
tiva de que la propia nación tiene un origen singular, quizá no debiéramos decir
a lo largo de toda la historia, sino más allá de la historia. Lógicamente, esa creencia
en el origen de la propia nación debe fundarse en la suposición de que en una
nebulosa época protohistórica existieron un Adán y una Eva japoneses, alemanes
o tais. Mas la lógica actúa en el terreno de la conciencia y del raciocinio; las
convicciones relativas al origen y a la evolución singulares de la propia nación
pertenecen al terreno del subconsciente y de lo «no racional» (adviértase: no
irracional, sino no racional).
8
Robert King: Minoríties Under Communhm, Cambridge, 1973, p.144.
9
NeiP York Times, 1 de septiembre de 1975.
111
Atlas, febrero de 1976, p.l$>.
El hombre es un animal ¿racional \<)\
Una nación sólo puede existir allí donde haya personas dispuestas a morir por
ella;... Sólo cuando sus hijos crean que su nación es la elegida de Dios, y
consideren
a su pueblo la mejor de Sus creaciones.
Sé que todos los pueblos son iguales. La
razón me lo dice.
Pero, a la vez, sé que mi nación es única... Me lo dice el corazón. No es
prudente buscar un denominador común para las voces de la razón y de
la emoción".
1
Valentine Moroz: Reportfrom tbe Hería Reserve, Chicago, 1974, p.54.
12
Esca cita combina extractos traducidos por León Poloalcov: The Aryan Myth, Londres, 1974,
p.287, y otra traducción menos lograda de The Standard Edition ofthe Complete Psychological Works of
Sigmund Freud, vol. 20 (1925-1926), Londres, 1959, pp.273-274.
192 Etnonacionalismo
mano del género humano, se produce una determinada reacción que no tiene
lugar cuando el hermano no es alemán»13. El adjetivo «alemán» de este pasaje
podría sustituirse por inglés, ruso, lituano, etc., sin que el pasaje perdiera su
validez. En efecto, el espíritu que alienta este pasaje es muy semejante al senti-
miento expresado por un joven revolucionario nacionalista chino (Chen Tian-
nua) hacia 1900:
Como dice el refrán, el hombre no se siente próximo a las personas de otra fa-
milia. Cuando dos familias se pelean, siempre se ayudará a la propia familia,
nunca se ayudará a la familia «exterior». Las familias corrientes descienden to-
das ellas de una familia original: la raza han es una gran familia. El Emperador
Amarillo es el gran antepasado, quienes no son de la raza han no descienden
del Emperador Amarillo, forman parte de familias exteriores. Es evidente que
no hay que ayudarles; quien les ayuda, no sabe a qué linaje pertenece14.
lí
Carlton Hayes: A Gmeration of Materialism, 1871-1900, Nueva York, 1941, p.258. 11 Frank
Dikoccer: «Group Definkion and the Idea of "Race"» in Modern China (1793-1949)», Ethnic and
Racial Studies, 13, 1990, p.427.
El hombre es un animal Nacional I93
A través de ella hablamos con nuestro padres, que vivieron millares de años ha;
a través de ella nos conocerán dentro de miles de años nuestros descendientes
y la posteridad.
15
Walker Connor: «The Impact of Homelands upon Diasporas», en Gabriel Sheffer (comp.):
Múdern Diasporas in InternationalPolitics, Londres, 1985.
194 Etnonacionalismo
16
Citado por Walter Sulzbach: National Cansciousness, Washington (D.C.), 1943, p.62. * Referencia a
los norirlandeses «protestantes», cuyo bastión unionista es la Legión de Orange (Nota de la Trad).
El hombre es un animal racional \ 95
17
Véase el capítulo 1 de esre volumen.
CAPÍTULO 9
¿CUÁNDO EXISTE UNA NACIÓN?
El artículo que viene a continuación, escrito en 1988, versa sobre los frecuen-
tes errores cometidos por los estudiosos al calcular la fecha de creación de las
naciones, errores de hasta centenares de años. Dos son los motivos que me han
llevado a incluir este artículo en la sección titulada Los estudiosos en el mundo mí-
tico de la identidad nacional. El primero es que da testimonio de las dificultades
experimentadas por los especialistas al abordar el estudio de la identidad na-
cional; dificultades relativas en este caso a la determinación del momento en
que la conciencia nacional aflora en uno u otro pueblo, o incluso, a si real-
mente llega a aflorar. En segundo lugar, este artículo pone una vez más de re-
lieve la escisión entre el terreno de la identidad nacional y el terreno de la rea-
lidad. En él se examina la historia étnica de una serie de pueblos, percibidos en
sentido amplio como naciones, con objeto de confirmar que la identidad na-
cional se basa en la historia emocional o mítica antes que en la real, y que es
capaz de superar flagrantes contradicciones con los datos demostrables.
Por consiguiente, este artículo es adecuado para concluir esta obra y servirá
tanto para recordar por última vez a los especialistas en el nacionalismo que su
objeto de estudio es intrínsecamente complejo como para advertir que siempre
deben considerarse sospechosas las explicaciones «racionales» de la naturaleza
del nacionalismo. Es de suponer que influido por la negligente confusión de
nación y Estado, el poeta británico Swinburne (1837-1909) escribió en «Una
palabra a favor del país»:
* Traducido de Walker Connor: «From Tribe to Nation?», Histoiy of European Ideas, 13, n" 1/2,
1991, pp. 5-18. Copyright © 1991 Elsevier Science. Publicado con permiso de Elsevier Science Ltd,
The Boulevard, Langford Lañe, Kiddlington OX5 1GB, Reino Unido.
1
Marc Bloch: Feudal Society, trad. por L. A. Manyon, vol.2, Chicago, 1964. La cita se ha extra-
ido de la p.436; sus aseveraciones con respecto a la conciencia nacional inglesa se encuentran en la
p.432.
2
Johan Huizinga: Metí and Ideas: Histoiy, the Middle Ages, the Renaissance, Nueva York, 1959. re
cogido en León Tritón (comp.): Nationalism in tbe Middle Ages, Nueva York, 1972, p.21.
3
George C. Coulton: «Nationalism in the Middle Ages», Cambridge Histórica/ Journal, 1935,
p.37.
A
Sydney Herbert: Nationality and Its Problems, Nueva York, 1919, pp.66-67. En otro lugar
(p.72), Herbert describía en los siguientes términos la rebelión holandesa contra España del siglo
XVI: «Habiéndose originado en un conflicto religioso, la rebelión holandesa llegó a convertirse en
una afirmación de la individualidad nacional y en una reivindicación de la libertad política (lo que
los políticos modernos denominarían "autodeterminación"). En la misma guerra contra España, la
nacionalidad inglesa, si no nació, sí alcanzó la madurez». Es difícil conciliar estas y otras afirmacio-
nes con la declaración que sirve a Herbert para concluir su análisis: «En resumen: el mundo en el
que estaba a punto de estallar la Revolución francesa era un mundo en el que la nacionalidad desem-
peñaba un papel secundario» (p.76).
¿Cuándo existe una nación? 199
Apenas cabe poner en duda que en la primera mitad del siglo XVIII las masas
de Europa, así como las de Asia y América, aun estando dotadas de una cierta
conciencia de su nacionalidad, consideraban que básicamente pertenecían a
una provincia, a una población o a un imperio, y no a un Estado nacional, y
no oponían procestas serias ni eficaces contra su transferencia de una esfera de
influencia política a otra8.
5
Barnaby Keeney: «Military Service and the Development of Nationalism in England, 1272-
1327 »,Specnlum, 22, 1947, p.549.
'' Dorothy Kirkland: «The Growth of National Sentiment in France beforc the Fifteenth Cen-
tury», History, 23, 1938-1939, recogido en Tritón: Nationalism in the Middle Ages. La cita se ha ex-
traído de la p.105.
7
Hans Kohn: The Idea of Nationalism: A Study oflts Origins and Background, Nueva York, 1944,
p.78.
B
Carlton Hayes: The Histarical Evoltition ofModem Nationalism, Nueva York, 1931, p.293.
9
Thomas Tout: France and England: Their Relations in the Middle Ages and Notv, Manchester, 1922,
recogido parcialmente en Tritón: Nationalism in the Middle Ages, La cita se ha extraído de la p.6l.
200 Etnonaitondismo
14
yVl respecto de la evidencia que demuestra que la aucoimagen grupal de los montenegrinos no
es una cuestión decidida, véase Connor: The National Questitm, pp.333-334 y 381-382. [Dada la ten
dencia de muchos montenegrinos a considerarse serbios, no es de sorprender que cuando Yugoslavia
se estábil desintegrando en 1991, sólo los montenegrinos optaran por mantener su asociación con
Serbia.]
15
Seyún el censo, quienes se identificaban como búlgaros o griegos no constituían ni un uno
por cien co de la población en ninguna de las treinta provincias (obstinas) de Macedonia, En contraste,
ta mayoría de los emigrantes macedonios que residen actualmente en los Estados Unidos —así como
sus deseendientes— afirman ser de ascendencia búlgara. Y muchos de los que proceden de la zona de
Macedonia colindante con Grecia, declaran ser de origen griego. Véase Stephan Thernstrom (comp.):
Irleirvare:/ Encyclopedia of American Etbnk Gnups, Cambridge, 1980, p.691.
1(1
Surgirán varios ejemplos de este tipo al analizar la inmigración en Estados Unidos. 17
Chicado por Touc: France and Etig/ettid, p.6().
202 Etmmacionalismo
18
La cuestión de la «nación florentina» se aborda más adelante.
lJ
' Resulta curioso que para denominar el legado britano se empleen los términos Gran Bretaña y
británicos, en tanto que el nombre de la patria étnica, Inglaterra (Ingla - térra, o Engla - latid, literalmente
«tierra de los ángeles»), aluda al legado anglo.
2(1
Bernard Joseph: Natitmality: Its Nature andProblems, New Haven, 1929, pp.41-42.
¿Cuándo existe una nación? 203
21
Del prólogo de G. P. Gooch a la obra de Joseph: Nationality, p.14.
22
New York Times, 29 de mayo de 19S2.
21
Rinn Shinn (comp.): Greece: A Conntry Study, Washington (D.C.), 1986, 14-15.
24
C. A. Macartney: National States and National Minorities, Londres, 1934, p.56.
204
Etvonaaonalhrm
únicos descendientes directos del pueblo cromañón que habitó en esa región
hace unos treinta o cuarenta mil años; otros dicen que descienden de un pue-
blo que emigró desde el Cáucaso; y también hay quien afirma que los vascos
procedían originalmente del norte de África. Teorías todas ellas que están más
basadas en la imaginación que en la ciencia27. Pero hay un punto en el que to-
dos los vascos se muestran de acuerdo: el pueblo vasco es un pueblo singular,
sin ninguna relación con los demás pueblos que lo rodean.
Siendo así que la conciencia nacional es de naturaleza subjetiva, a veces re-
sulta terriblemente difícil determinar no sólo el momento en que surgió una na-
ción, sino también si la nación ha llegado a existir. Anteriormente se ha mencio-
nado la controversia relativa a la existencia o inexistencia de las naciones
montenegrina y macedonia. También hay fundamentos para poner en tela de
juicio la asimilación del concepto de nación italiana por parte del pueblo de Ita-
lia. La opinión tradicionalmente aceptada sostiene que el Estado independiente
de Italia se fundó en el siglo XIX en respuesta a las aspiraciones a la autodetermi-
nación de los italianos; sin embargo, las palabras pronunciadas en 1860 por el
miembro del Risorgimento Massimo d'Azzeglio, que con tanta frecuencia se citan,
siguen resultando pertinentes en nuestros días: «Después de haber hecho Italia,
ahora debemos hacer a los italianos». Uno de los obstáculos para alcanzar ese ob-
jetivo es la división alpina-mediterránea que en la percepción popular separa a
los pueblos del norte de los del sur. Los naturales del norte de Italia siempre han
tenido una opinión desdeñosa de los habitantes del sur. Mussolini comprendió
muy bien que ese mito birracial era un anatema para la idea de la unidad nacio-
nal y trató de destruirlo con el llamado Manifiesto de los científicos racistas, difun-
dido en todas las ciudades y pueblos de Italia en 1938. El manifiesto era más un
artículo de fe que un tratado científico y parte de su doctrina rezaba así:
Si los italianos son distintos de los franceses, los alemanes, los turcos, los grie-
gos, etc., no es sólo porque posean una lengua y una historia diferentes, sino
porque su desarrollo racial también es diferente [...] La «raza italiana» pura ya
es un hecho. Esta afirmación [se basa] en el purísimo vínculo de sangre que
une a los italianos de nuestros días28.
Desde los tiempos más remotos, los italianos han sido una mezcla de razas, y
las sucesivas invasiones han añadido tantos tintes a su sangre que no hay que
temer que surja una teoría racial de la nacionalidad italiana. Los italianos di-
fieren ampliamente en cuanto a los rasgos físicos, desde los tipos altos y peli-
rrojos que se encuentran en Lombardía y Venecia, y los celtas de la Romana,
hasta el tipo mediterráneo que predomina en el sur29.
27
Esta lista de mitos está extraída de William Douglass: «A Critique of Recent Trends in the
Analysis of Nacionalismo, ponencia presentada en el Segundo Congreso Mundial Vasco, Vitoria-
Gasteiz (España), 21-25 de septiembre de 1987.
28
Reimpreso en Charles Delzell (comp.); Meditetranean Fascism, Nueva York, 1970, pp, 193-194.
2;
' Herbert Schneider: The Fascist Government ofltaly, Nueva York, 1936, p.2.
206 Elnonacionalismo
La mayoría de los italianos te dirán, más pronto o más tarde, que no existe ese
lugar que se llama Italia. Claro está que sí existe en tanto que expresión geo-
gráfica o entidad legal y diplomática, con capacidad para participar en trata-
dos, votar en las Naciones Unidas y hacer otras cosas de escasa importancia.
Pero en el sentido de nación (conjunto coherente y homogéneo de personas
que más o menos piensan de la misma forma y comparten un sentimiento de
orgullo y de patriotismo), en ese sentido, te dirán que Italia continúa siendo
una invención de los extranjeros. Los italianos no somos italianos en absoluto;
o, al menos, casi nunca lo somos. Somos florentinos, venecianos, napolitanos,
boloñeses. Pero, ¿italianos? ¡Claro que no!32.
111
Véanse, por ejemplo, John Adams y Paopa Barile: The Government of Repitbücan Italy, Boston,
1961, pp.11-31; y Joseph La Palombara: «Icaly: Fragmentation, Isolation, Alienación», en Luden
Pye y Sydney Verba (comps.): Política/ Culture and'Pulitical Development, Princeton, 1965.
11
George Armstrong: «Language of Dante Defeats che Dialect», Gmmlian Newspaper, 24 ele no-
viembre de 1983. (Citado por Jim MacLaughlin: «Nationalism as an Autonomous Social Forcé: A
Critique of Recent Scholarship on Ethnonationalism», Canadian Review of Stndies in Nationalism, 14,
1987, p.10.)
32
David Holden: «The Fall of Rome goes on and on», The New York Times Magaziru, 9 de
marzo de 1975, p.80. El autor, corresponsal del Sunday Times of London, explicaba más adelante en
estos términos la renuencia general de los italianos a pagar impuestos: «Al fin y a la postre, si la na-
ción no existe realmente, ¿por qué pagar para mantenerla?».
* A pesar de todo esto, la aparición de partidos de tendencia separatista en algunas regiones nor-
teñas y los resultados que obtuvieron en las elecciones de 1990 fue, en palabras de un corresponsal,
un hecho «totalmente imprevisto». La Lega Lombarda deparó la mayor sorpresa, al acaparar el 20%
de los votos lombardos. Véase el Independent, Londres, 9 de mayo y 21 de mayo de 1990.
¿ Cuándo existe una nación ? 207
los separan, incluida la organización social, son muy acusadas, aunque actual-
mente tiendan a difuminarse. Pero mucho más relevantes son las diferencias
físicas, fácilmente perceptibles, que distinguen a estos dos pueblos31, y que
constituyen una barrera formidable para la inculcación del mito de la ascen-
dencia común, tan asiduamente cultivado por el gobierno.
El caso de los escoceses presenta varias semejanzas con el de los albaneses.
Los habitantes de las tierras altas (Highlands) descienden de los emigrantes ir-
landeses de los siglos V y VI (en aquel entonces, se denominaba Scotia a Irlanda
y scoti a sus habitantes), que se fusionaron con los pictos nativos. En contraste,
los habitantes de las llanuras (Lowlands) del sur y el este de Escocia comparten
con los ingleses el linaje teutónico al que antes se ha hecho referencia. Ya he-
mos visto que el mito de la ascendencia compartida puede imponerse sobre los
hechos históricos que lo contradicen, pero de ello no hay que deducir que las
dos identidades escocesas, popularmente conocidas como la bighlander (natural
de las tierras altas) y la lowlander (natural de las tierras bajas), hayan perdido
por completo su vitalidad étnica. Los libros de historia escocesa no resuelven
esta duda. En efecto, los libros de texto especialmente concebidos para incul-
car un nacionalismo escocés trascendente a los jóvenes dan muchas veces la im-
presión de estar tratando de combinar la historia de dos pueblos diferentes que
han sufrido frecuentes y violentos enfrentamientos. Los autores se han visto
obligados a dejar constancia de que en las numerosas guerras y levantamientos
contra los ingleses, que se prolongaron hasta mediados del siglo xvm, hubo
numerosas ocasiones en que los naturales de las tierras altas y los de las llanu-
ras no se apoyaron mutuamente o se enfrentaron entre sí. Posteriormente, am-
bos grupos lucharon en las filas del Imperio británico, pero la decisión táctica
de Londres de crear regimientos de naturales de las tierras altas perpetuó la
imagen de un pueblo bighlander singular. Por todo ello, no debe extrañarnos
que los libros de historia escritos con el propósito de inculcar la conciencia na-
cional parezcan una mezcla poco lograda de la historia de dos pueblos: a veces
relatan la historia de los higblanders\ en otros pasajes, se refieren a la historia de
los lowlandery, pero rara vez dan la impresión de estar describiendo la historia
de un pueblo escocés unido34.
La oscuridad que envuelve la identidad nacional de los albaneses, los escoce-
ses, los italianos, los macedonios y los montenegrinos, entre otros grupos, nos
recuerda que la formación de la nación es un proceso y no algo que ocurra de
pronto. Y, como hemos visto en el caso de los croatas, los eslovacos, los holan-
deses y otros, nunca puede predecirse el momento en que el proceso alcanzará
su culminación. Es más, hasta que no haya concluido, el proceso puede inver-
tirse, tal como lo atestigua la revitalización tras la Segunda Guerra Mundial
del nacionalismo de numerosas minorías europeas que generalmente se consi-
w
Eugene Keefe et al.: Ana Handbook fur Albania, Washington (D.C.), 1971, p.5 3.
iA
Véase, por ejemplo, 'The Albany Reader. History, Edimburgo, s.f., cuyo objetivo declarado «es
proporcionar una versión sencilla de la historia escocesa, adecuada para los últimos cursos de la ense-
ñanza primaria» (según el prefacio). Véase, asimismo, A. D. Cameron: History for Young Swts, 2 vols.,
Edimburgo, 1963, dirigida a «los dos primeros cursos de la enseñanza secundaria». «Nuestro princi-
pio rector ha sido seleccionar los sucesos de la historia del país que los niños deben conocer, así como
explicar el papel que ha desempeñado en el mundo a lo largo de los siglos» (del prefacio).
208 Etnonacionalhmo
Francia, a mediados del siglo xvn, ocupaba el primer puesto entre las poten-
cias de Europa [...] Durante algún tiempo, Francia fue el único país de Europa
que constituía una unidad consolidada en cuanto a la raza y a las institucio-
nes, que demostraba un espíritu nacional y que empleaba los órganos de ac-
ción y los métodos propios de un gran Estado moderno38.
" Las citas están extraídas de las tres carcas escritas por Engels al director de la publicación bri-
tánica Commonwealtb,
i(
' Véanse más detalles en los capítulos 1, 2 y 7 de este volumen.
" Eugen Weber: Peasants intu Fremimien: The Modernization oj Rural France, 1870-1914, Stan-ford,
1976.
!
" «France: Historical Outline», en Albert Bushnell Hart (comp.): A Reference History of the
World from the Earlkst Times to the Present, Springfield (Massachusetts), 1934, p.131- Esta obta fue
fruto del esfuerzo concertado de seis de los más destacados especialistas estadounidenses.
¿Cuándo existe una nación? ¡I,,,
w
Weber, por ejemplo, cita al historiador contemporáneo francés Albert Soboul: «La Revolu-
ción francesa concluyó la nación, que se hizo una e indivisible». Véase Peasanls hito Fnmbiiten,
p.95.
1(1
Maurice Barres se hizo célebre por sus ataques contra el uso de lenguas distintas del francés
en Francia y por realizar afirmaciones del tenor de «¡Ciudadanos!, la lengua de un pueblo libre debe
ser una y la misma para todos [...] Dejar a los ciudadanos en la ignorancia de la lengua nacional es
una traición a la Patrie». Véase el capítulo «Jacobin Nationalism» en Hayes: Hhturhtl Enil/itiim,
particularmente las pp.64-65.
"" Es curioso que la región más francófona sea la del nordeste, precisamente donde mayores fue-
ron los asentamientos de borgoñones, francos y normandos teutónicos. Seguramente este hecho es
pura coincidencia y la explicación más plausible deba buscarse en que es la región con una red de
transportes terrestres y acuáticos más desarrollada.
42
Weber: Peasatits hito Frenchmen, p.73.
210 Etnonacionalismo
■" Estos ejemplos, y otros muchos, pueden encontrarse en Thernstrom: Harvard Encydopedia of
American Ethnic Grunps,
¿ Cuándo existe una nación ? 211
Fue necesaria una larga experiencia norteamericana para que las identidades
localistas fueran perdiendo su preeminencia sobre la identidad holandesa de
conjunto.
Los emigrantes escandinavos que llegaron a los Estados Unidos entre 1840
y 1915 también llevaron consigo poderosas identidades locales que se refleja-
ban en sus pautas de asentamiento. Es más, cuando los noruegos manifesta-
ban una identidad que trascendía los límites locales, esa identidad solía ser la
escandinava, y no la noruega, siendo así que el panescandinavismo gozó de
bastante popularidad en los Estados Unidos durante los últimos años del si-
glo XIX.
Por desgracia, la inmigración de Estados Unidos no nos revela práctica-
mente nada sobre la identidad inglesa del siglo XIX. Es muy posible que la
insularidad de la metrópoli y la aventura imperialista hubieran generado una
identidad nacional única en el pueblo de «Ingla-terra» mucho antes de que se
pueda hablar con seguridad de una nación francesa. Ahora bien, la tesis de
que ese proceso se dio en la Edad Media parece pasar por alto los sucesos pos-
teriores. Así, por ejemplo, la existencia de un ferviente nacionalismo inglés
no concuerda con la patente falta de resentimiento del pueblo inglés ante el
hecho de que la corona inglesa se ofreciera al extranjero Guillermo de Orange
en 1689 y éste la aceptara; para los escoceses, sin embargo, Guillermo de
Orange siempre fue «el holandés Guillermo». Las masas inglesas tampoco de-
mostraron abiertamente el menor desagrado porque Jorge I (1714-1727) y
Jorge II (1727-1760) de Inglaterra fueran alemanes tanto por su nacimiento
como por sus tendencias. (A tal punto que Jorge I nunca se preocupó de
aprender inglés para dirigirse a sus subditos ni, lo que es más importante,
para entenderlos.) Sin embargo, sólo un siglo más tarde, a Alberto, el con-
sorte de la reina Victoria, se le negó el derecho a ostentar el título —en gran
medida vacío de significado— de rey alegando que era extranjero. Es evi-
dente que, entretanto, había ocurrido algo importante, aunque ocurriera de
manera gradual.
Hacia el final de su análisis sobre el nacionalismo francés, Weber comenta
lo siguiente: «En resumen, hemos visto que la nación no es una realidad dada,
sino en desarrollo, un modelo de algo que debe construirse y que, al propio
tiempo, se considera una realidad por razones políticas»45. En esta afirmación
se encuentra la clave de por qué los gobiernos, los intelectuales y otras élites
han tendido a anticiparse a la conciencia nacional y a tratarla como una reali-
dad mucho antes de que existiera.
44
Ibid., p.287.
45
Weber: Peasants into Frencbmen, p.493.
212 Etnonacknalismt,
A MODO DE RESUMEN